quarta-feira, 31 de março de 2010

Para Alessandra e kem + kiser: última parte de livros, Mary Higgins Clark

El pasado secreto de Suzanne Reardon


Es una soleada tarde de primavera, y Mary Higgins Clark acaba de regresar de una agotadora sesión de cuatro horas de firma de libros. Uno nunca adivinaría que
está exhausta. Se da tiempo para mostrar al entrevistador la impresionante vista desde la terraza de su departamento del decimoséptimo piso en Manhattan. Luego se
sienta para conversar acerca de su novela más reciente.
Nos explica que ella y su editor de muchos años en Simon & Schuster, Michael Korda, quien también es novelista de primera categoría, tienen una tradición.
-Siempre que termino un libro, Michael me da una semana de vacaciones; luego me invita a cenar para hablar del siguiente.
En el caso de El pasado secreto de Suzanne Reardon fue Korda quien le sugirió que escribiera acerca de un cirujano plástico. Y, ahí mismo, en el restaurante,
ella comenzó a dar forma a la trama.
-La palabra mágica en todas las novelas de misterioy detectives es "supón" -explica la autora-. Me dije a mí misma: supón que este cirujano está dándole a varias
mujeres el mismo rostro. ¿Qué motivos tendría para hacerlo?
Las suposiciones de Mary Higgins Clark la han llevado a una sucesión ininterrumpida de catorce best sellers, así como a ocupar la presidencia de los Escritores
de novelas de misterio de Estados Unidos, a recibir un doctorado honoris causa de la universidad de Villanova y hasta a ganar el Gran Premio Francés de Literatura
Policiaca. ¡Y, por todo ello, también a muchísimas sesiones de firmas de libros!

Había visto antes esa cara. Era
muy hermosa; pero, por algún motivo
indefinible, resultaba perturbadora.
En especial cuando comenzó
a aparecer en sus pesadillas...


Él había tratado de sacarse de la cabeza a Suzanne tantas veces como le parecía que era humanamente posible. En ocasiones lograba alcanzar la paz durante
algunas horas, y hasta llegaba a dormir toda la noche. Era la única manera en que podía seguir con la diaria rutina de la vida.
¿Todavía la amaba, o sólo la odiaba? Eso nunca lo sabría. Había sido una mujer tan bella, con aquellos ojos luminosos y burlones, el halo resplandeciente
alrededor del cabello oscuro, unos labios que podían sonreír de un modo tan incitante o hacer pucheros con igual facilidad que un niño que no quiere ir a la escuela.
Y entonces, casi once años después, esa tal Kerry McGrath no dejaba que Suzanne descansara en paz. "¡Preguntas y más preguntas! Es intolerable", pensó
él indignado. "Hay que detenerla. Y así será. Sin importar cómo."

1


Miércoles
11 de octubre

Krerry alisó la falda de su traje verde oscuro, acomodó la delgada cadena de oro que llevaba al cuello y se pasó los dedos por el pelo rubio cenizo que le
llegaba hasta los hombros. Había pasado toda la tarde en una loca carrera: salió a las dos y media de la Corte, recogió a Robin en la escuela, condujo desde Ho-Ho-Kus
en medio del pesado tráfico de las autopistas 17 y 4, luego cruzó el puente George Washington hasta Manhattan, para finalmente estacionar el auto y llegar a tiempo
al consultorio del doctor para la cita con Robin, que era a las cuatro.
En ese momento después de tanto ajetreo, Kerry sólo podía sentarse y esperar. Habia querido estar presente cuando le quitaron los puntos a Robin, pero la
enfermera se mostró inflexible.
-El doctor Smith no permite que nadie, además de la enfermera, esté con el paciente durante una curación.
-¡Pero sólo tiene diez años! -protestó Kerry. Luego se recordó a sí misma que debía sentirse agradecida de que hubiera sido el doctor Smith quien acudió
al llamado después del accidente. Las enfermeras del hospital Saint Luke's-Roosevelt le aseguraron que era un maravilloso cirujano plástico. El médico de la sala
de urgencias incluso le había llamado hacedor de milagros.
Mientras reflexionaba sobre aquel día de la semana anterior, Kerry se dio cuenta de que aún no se recuperaba de la conmoción que le había causado aquella
llamada telefónica. Aprovechando que Bob Kinellen, su ex esposo y padre de Robin, había invitado inesperadamente a la niña al Circo de la Gran Manzana en la ciudad
de Nueva York, ella se había quedado a trabajar hasta tarde en el edificio de la Corte en Hackensack, para preparar la acusación de homicidio que iba a llevar a
juicio.
A las seis y media sonó el teléfono. Era Bob. Le informó preocupado que habían sufrido un leve accidente. Una camioneta golpeó su jaguar mientras él salía
del estacionamiento. Robin se había cortado la cara con los vidrios que salieron despedidos. Le dijo también que habían llevado a la niña al hospital Saint Luke's-Roosevelt,
donde la recibiría un cirujano plástico. Aunque en general parecía estar bien, la estaban revisando por si tenía alguna lesión interna.
Al recordar aquella terrible noche, Kerry movió la cabeza. Trató de alejar de su mente la angustia del apresurado trayecto de Nueva Jersey a Nueva York,
los sollozos sin lágrimas que hacían sacudir su cuerpo, los labios que musitaban una plegaria: "Por favor, Dios, no permitas que muera. Ella es todo lo que tengo.
Por favor, es sólo una niña. No me la quites."
Cuando Kerry llegó al hospital, Robin estaba en cirugía, así que la abogada se sentó en la sala de espera, con Bob a su lado... pero no con él. Él ya tenía
una esposa y otros dos hijos. Kerry aún podía sentir el gran alivio que experimentó cuando el doctor Smith apareció por fin y les dijo de un modo formal y extrañamente
condescendiente:
-Por fortuna, las heridas en la dermis no son muy profundas. A Robin no le quedarán cicatrices. Quiero verla en mi consultorio en una semana.
Las laceraciones resultaron ser las únicas heridas; y, como consecuencia del accidente, Robin sólo perdió un par de días de escuela. No fue sino hasta aquella
vez, en camino de su cita en Nueva York, cuando la niña pareció asustada al preguntar:
-¿Estaré bien? ¿Mi cara no será un desastre, o sí?
Robin era una niña hermosa de enormes ojos azules, rostro ovalado, frente amplia y rasgos cincelados, la viva imagen de su padre. Kerry le habló con palabras
tranquilizadoras que confiaba, con todo el corazón, fueran ciertas. En ese momento, para distraerse, observaba la sala de espera, amueblada con buen gusto. Había
varios sofás y sillones tapizados con un diseño de flores pequeñas. Entre quienes aguardaban su turno se encontraba una mujer de alrededor de cuarenta años con un
vendaje en la nariz. Otra, que parecía un poco nerviosa, le decía emocionada a su atractiva acompañante:
-Ahora que estoy aquí me alegra que me hayas convencido de venir. Luces magnífica.
"Es cierto", pensó Kerry mientras con timidez buscaba en su bolso la polvera. La abrió, se miró al espejo y estuvo segura de que ese día no aparentaba ni
un día menos de sus treinta y seis años. Se aplicó un poco de polvo en la nariz para tratar de cubrir el rocío de pecas que tanto odiaba; se miró los ojos y observó
que cuando estaba cansada, como ese día, su color avellana cambiaba de una tonalidad verdosa a un café opaco. Con un suspiro, cerró la polvera y se acomodó hacia
atrás el fleco, que necesitaba un corte. Nerviosa, clavó la mirada en la puerta que conducía a la sala de exploración. "¿Por qué tardará tanto en quitarle los
puntos a Robin?", se preguntó.
Un momento más tarde la puerta se abrió. Kerry, alerta, levantó la mirada. Sin embargo, en vez de Robin salió una mujer joven de alrededor de veinticinco
años de edad, con un halo de cabello oscuro que enmarcaba la irritante belleza de su rostro. Kerry observó con atención los pómulos altos, los labios exquisitamente
redondeados, los ojos luminosos, las cejas arqueadas.
Kerry, asustada, sintió que se le cerraba la garganta. "Te conozco", pensó; "pero ¿de dónde?" Tragó saliva; de pronto tenía la boca seca.
Cuando la mujer se marchó, Kerry fue hacia la recepcionista y le explicó que pensaba que conocía a la señorita que acababa de salir del consultorio del doctor
Smith, y le pidió información acerca de ella.
Sin embargo, el nombre de Bárbara Tompkins no significaba nada para Kerry. "Debí equivocarme", pensó. Con todo, cuando volvió a sentarse, una abrumadora
sensación de déjá vu la invadió. El efecto fue tan escalofriante que la hizo temblar.

KATE CARPENTER había sido la enfermera de cirugía del doctor Charles Smith durante cuatro años; lo auxiliaba en las operaciones que él realizaba en el consultorio.
Lo consideraba un genio; pero, aun así, algunas veces se preguntaba por qué seguía trabajando con él. Era tan brusco con todos, pacientes o miembros del personal,
que a menudo parecía descortés. En los últimos tiempos había aumentado su mal humor. Los clientes potenciales se ofendían por sus modales y, cada vez con mayor
frecuencia, cancelaban sus citas. Las únicas personas a las que trataba con halagos era a las pacientes que experimentaban la "transformación" especial, y esa era
otra de las cosas que perturbaban a la señora Carpenter.
Miró su reloj. Tal como ella había imaginado, luego de terminar de examinar a Bárbara Tompkins, la última paciente que había experimentado la transformación,
el doctor Smith entró al consultorio y cerró la puerta. "¿Qué hace ahí?", se preguntó. "Tiene que haberse dado cuenta de que se hace tarde. Esa pobre pequeña,
Robin, ha estado esperando en la sala de exploración tres desde hace media hora." Después de atender a alguna de sus pacientes especiales, el doctor siempre parecía
necesitar un momento para estar a solas.
-Señora Carpenter..
Sorprendida, la enfermera levantó la vista de su escritorio. El doctor Smith la miraba.
-Creo que ya hemos hecho esperar demasiado a Robin Kinellen -dijo en tono acusador. Los ojos detrás de a aquellos lentes sin arillo eran helados.

-NO ME AGRADA el doctor Smith -declaró Robin tranquilamente mientras Kerry sacaba el auto del estacionamiento de la calle Nueve y la Quinta Avenida.
Kerry le dirigió una mirada rápida.
-¿Por qué no?
-Me asusta. En casa, cuando voy con el doctor Wilson, él siempre hace bromas, pero el doctor Smith ni siquiera sonríe. Parece como si estuviera enojado
conmigo. Me habló acerca de cómo algunas personas son bellas de nacimiento y otras logran hacerse hermosas, pero dijo que en ningún caso debe desperdiciarse la
belleza.
"Robin es en verdad hermosa; pero, ¿por qué un doctor le diría algo tan extraño a una niña?", se preguntó Kerry.
-Ahora lamento haberle dicho que todavía no terminaba de ajustarme el cinturón de seguridad cuando la camioneta golpeó el auto de papá -añadió Robin-. Por
eso el doctor Smith conienzó a sermonearme.
Kerry miró de nuevo a su hija. Ella sabía que Robin siempre se ponía el cinturón de seguridad. Trató de no reflejar su furia en la voz cuando comentó:
-Tal vez papá salió de prisa del estacionamiento.
-Es sólo que él no se dio cuenta de que yo no había tenido tiempo para ajustarlo -respondió Robin a la defensiva, al notar la tensión en la voz de su madre.
Kerry se sintió desconsolada por su hija. Bob Kinellen las había abandonado cuando Robin era apenas una bebé. Posteriormente se casó con la hija del socio
mayoritario de su bufete y tenía otra hija de cinco años y un hijo de tres. Robin adoraba a su padre, y él la mimaba mucho cuando estaba con ella. Sin embargo,
la decepcionaba muy a menudo con llamadas de último momento para cancelar alguna cita. Como a la segunda esposa no le gustaba la idea de que él tenía otra hija,
nunca invitaban a Robin a su casa, así que la niña casi no conocía a sus medios hermanos.
"Y en las raras ocasiones en que aparece y por fin la lleva de paseo, mira lo que ocurre", se dijo Kerry internamente y decidió no continuar con el tema.
-¿Por qué no tratas de dormir un poco mientras llegamos a la casa del tío Jonathan y la tía Grace?
-De acuerdo. Apuesto a que tienen un regalo para mí.

MIENTRAS ESPERABAN la llegada de Kerry y Robin para la cena, Jonathan y Grace Hoover compartían su acostumbrado martini vespertino en la sala de su hogar
en la localidad de Old Tappan, Nueva Jersey, frente al lago del mismo nombre.
Hacían una bonita pareja de poco más de sesenta años, casi cuarenta de los cuales habían estado casados, unidos por lazos y necesidades que iban más allá
del cariño y la costumbre. Durante ese tiempo habían llegado a parecerse entre sí: los dos tenían rasgos aristocráticos enmarcados por una abundante cabellera,
la de él, de un blanco puro y ondulado natural, y la de ella, corta y rizada, todavía con algunos mechones castaños. Sin embargo, había en su cuerpo una gran diferencia.
Jonathan se sentaba erguido en un sillón de orejas con respaldo alto, mientras Grace se recostaba en el sofá frente a él, con una manta de estambre sobre las piernas
inútiles y una silla de ruedas muy cerca. Durante años había sido víctima de la artritis reumatoide.
Jonathan siempre estuvo a su lado. Había sido socio principal de un gran bufete de abogados en Nueva jersey y también senador por el estado durante casi
veinte años, pero varias veces rechazó la oportunidad de postularse para gobernador. Los que lo conocían sabían bien que ello se debía a Grace, y en secreto se
preguntaban si jonathan no abrigaría algún resentimiento porque la condición de su esposa lo limitaba. Sin embargo, si así era, él ciertamente nunca lo demostró.
En ese momento, Grace bebía su martini mientras veía con ansiedad el reloj sobre la repisa de la chimenea.
-¿No crees que ya se retrasaron?
-Kerry es buena conductora -la tranquilizó Jonathan-. No te preocupes.
-Lo sé. Sólo que... -no tenía que terminar la frase; Jonathan la comprendía perfectamente. Desde que Kerry, a los veinte años, cuando estaba a punto de
ingresar a la facultad de derecho, respondió a su anuncio para cuidar de la casa, había llegado a considerarla una hija adoptiva. Quince años habían pasado; durante
todo ese tiempo, Jonathan había ayudado a Kerry con frecuencia, guiándola, dando forma a su carrera y en últimas fechas, había usado su influencia para hacer que
su nombre entrara en la corta lista de precandidatos del gobernador para ocupar el cargo de juez.
Diez minutos después, el esperado sonido de las campanillas de la puerta anunció la llegada de Kerry y Robin. Tal como la niña predijo, había un regalo
para ella: un libro y un juego de preguntas para la computadora. Después de la cena llevó el libro a la biblioteca y se acurrucó en un sillón a leerlo mientras
los adultos tomaban café.
-Kerry, esas marcas en el rostro de Robin desaparecerán, ¿verdad? -inquirió Grace en voz baja cuando Robin ya no podía escucharlos.
-Se lo pregunté al doctor Smith. Él prácticamente me garantizó que así sería y, no sólo eso, sino que me hizo sentir como si lo hubiera insultado al expresarle
mi preocupación.
Mientras terminaba su café, Kerry pensó en la muier que había visto esa tarde en el consultorio del doctor Smith. Miró a Jonathan y a Grace al otro lado
de la mesa.
-Ocurrió algo muy extraño cuando estaba esperando a Robin -comenzó-. Vi a una mujer en el consultorio del doctor Smith que me pareció muy familiar; incluso
le pregunté a la recepcionista cómo se llamaba. Estoy segura de que no la conozco, pero no puedo quitarme la sensación de que la he visto antes. Me puso la carne
de gallina. ¿No les parece extraño?
-¿Cómo era? -preguntó Grace.
-Una belleza del tipo seductor, de las sensualmente provocativas -reflexionó Kerry-. Quizá una de las amiguitas de Bob de hace tiempo -se encogió de hombros-.
¡Oh, bueno! Me molestará hasta que recuerde de quién se trata.

"USTED CAMBIÓ mi vida, doctor Smith". Fueron las palabras que Bárbara Tompkins le dijo antes de salir de su consultorio esa misma tarde. Y él sabía que
era cierto. De una muchacha fea y casi desabrida él había creado una belleza. En realidad, más que una belleza. Ya tenía espíritu. No era la misma joven insegura
que había ido a verlo hacía un año.
-Vi lo que hizo por una de sus clientas -le había comentado ella-. Acabo de heredar algo de dinero de una tía. ¿Puede hacerme bonita?
En aquel entonces ella colaboraba en una pequeña compañía de relaciones públicas en Albany. Y en ese momento trabajaba en Manhattan en una compañía de relaciones
públicas muy grande y de mucho prestigio. Siempre había sido inteligente; pero, al combinar la inteligencia con aquel tipo especial de belleza, en realidad había
cambiado su vida.
El doctor Smith vio a su último paciente del día a las seis y media. Luego caminó tres cuadras por la Quinta Avenida hasta su casa, que era una antigua
cochera de carruajes adaptada, como departamento, en Washington Mews. Era su costumbre regresar a casa, relajarse con un whisky con soda y luego decidir dónde cenaría.
Vivía solo y casi nunca comía en su casa.
Esa noche lo invadió una ansiedad poco habitual. De todas las mujeres, Bárbara Tompkins era la que más se parecía a ella. El sólo ver a Bárbara era una
experiencia emocional, casi catártica. Había escuchado cuando la muchacha le dijo a la señora Carpenter que iría a cenar esa noche con un cliente en el Oak Room,
del hotel Plaza.
Casi con renuencia, se levantó. Lo que iba a ocurrir era inevitable. Iría al Oak Room y buscaría una pequeña mesa desde la que pudiera observar a Bárbara
mientras cenaba. Con uh poco de suerte ella no lo vería; pero, aun si lo hiciera, él sencillamente la saludaría. Bárbara no tenía motivos para pensar que él estuviera
siguiéndola.

TRAS REGRESAR a casa después de cenar con Jonathan y Grace, y mucho después de que Robin se durmiera, Kerry se sentó a trabajar. Tenía su oficina en el
estudio de la casa, a la que se mudó después del divorcio. El lugar le encantaba; había podido conseguirlo a buen precio cuando el mercado de los bienes raíces
estaba en recesión. Era una casa de cincuenta años, construida en el viejo estilo rectangular de Massachusetts, con techo de dos aguas y chimenea central, conocido
como Cape Cod; tenía dos buhardillas y estaba asentada en un terreno de diez mil metros cuadrados con numerosos árboles.
Al día siguiente tendría que interrogar en la Corte al acusado al acusado en un caso de homicidio. El tipo era un buen actor. Cuando estaba en el estrado,
su versión de lo ocurrido parecía por completo creíble. Alegaba que su jefa inmediata constantemente lo menospreciaba; tanto, que un día él estalló y la mató.
Su abogado intentaba que los cargos se redujeran a homicidio no premeditado. El trabajo de Kerry era demostrar que se trataba de una venganza muy bien planeada
contra un superior que por buenas razones no lo había ascendido, y eso le había costado la vida. "Ahora el tipo tendrá que pagar por su crimen", pensó Kerry.
No fue sino hasta poco antes de la una de la madrugada cuando se sintió satisfecha de haber dejado claros todos los puntos que deseaba presentar. Cansada,
subió las escaleras hacia la planta alta, echó un vistazo a Robin, que dormía tranquila, y atravesó el corredor hacia su dormitorio. Cinco minutos más tarde, envuelta
en su camisón favorito, se arrebujó en la gigantesca cama de latón, que había adquirido en una venta de garaje. Cerró los ojos, preguntándose por qué estaba tan
incómoda.
Despertó a las cinco de la mañana y logró dormitar hasta las seis. Fue durante esa hora cuando tuvo el sueño por primera vez. Se encontraba en la sala
de espera de un médico. Había una mujer, en el piso, con los ojos desorbitados y la mirada perdida. Una mata de cabello oscuro enmarcaba la irritante belleza del
rostro. Una cuerda con nudo le apretaba el cuello. Mientras observaba, la mujer se levantó, se quitó la soga del cuello y se acercó a la recepcionista para pedir
una cita.

POR LA TARDE, a Bob Kinellen se le ocurrió llamar para ver cómo le había ido a Robin con el médico, pero la idea vino y se fue sin llegar a materializarse.
Su suegro y socio principal del bufete de abogados, Anthony Bartlett, llegó a la casa de los Kinellen, después de la comida, para discutir la estrategia que seguirían
en el inminente juicio por evasión fiscal de James Forrest Weeks, el cliente más importante y controversial del citado bufete.
Weeks, empresario multimillonario que, entre otras cosas, se dedicaba a los bienes raíces, contribuía con fuertes sumas a campañas políticas y hacía donaciones
para numerosas obras de caridad. Además, corrían rumores de que tenía conexiones con la mafia; la gente del procurador general de Estados Unidos había tratado de
atraparlo durante años. Para Bartlett y Kinellen, representarlo en esas investigaciones había sido económicamente fructífero. Sin embargo, hasta ese momento los
federales no habían tenido pruebas suficientes para una acusación sólida.
-Esta vez Jimmy tiene un problema serio con el fisco -dijo Anthony Bartlett mientras se sentaba frente a su yerno en el estudio de la casa de los Kinellen
en Englewood Cliffs, Nueva Jersey. Bebió un sorbo de brandy-, lo que por supuesto significa que tenemos un problema con él.
La relación con Weeks era tan estrecha que durante los diez años transcurridos desde que Bob se unió al bufete, había visto cómo éste se iba convirtiendo
casi en una extensión de Empresas Weeks. De hecho, si Jimmy era declarado culpable, el bufete de abogados Bartlett y Kinellen estaría acabado.
-El que me preocupa es Barney -respondió Bob en voz baja. Barney Haskell era el jefe de contadores de Jimmy Weeks, y en este caso había sido acusado
junto con él. Estaba sometido a una gran presión para que se convirtiera en testigo del gobierno a cambio de un trato.
-Estoy de acuerdo -Anthony Bartlett asintió.
-Y por más de una razón -prosiguió Bob-. Te conté acerca del accidente y que a Robin la está atendiendo un cirujano plástico, pero no te dije quién es él.
Se trata de Charles Smith.
Anthony Bartlett se enderezó de inmediato.
-¿Te refieres a aquel que...?
-Exactamente. Y, conociendo a mi ex esposa, la fiscal auxiliar, sólo es cuestión de tiempo antes de que encuentre la relación.
-¡Vaya, qué maravilla! -exclamó Bartlett con desaliento.

2


Jueves
12 de octubre

La oficina de la fiscalía se encontraba en el segundo piso del edificio de la Corte. Albergaba a treinta y cinco fiscales auxiliares, setenta investigadores
y veinticinco secretarias, así como a Franklin Creen, el fiscal. No obstante la pesada carga de trabajo y la naturaleza seria y a menudo macabra de éste, existía
en la oficina un ambiente de camaradería. A Kerry le encantaba trabajar ahí. Con regularidad recibía atractivas ofertas de bufetes de abogados; pero, a pesar de
las tentaciones financieras, escogió permanecer ahí, y ya había logrado ascender hasta el puesto de jefa de litigantes. Durante ese tiempo se ganó la reputación
de ser una abogada inteligente, tenaz y escrupulosa.
Dos jueces acababan de retirarse del cargo; y Jonathan Hoover, en su carácter de senador por el estado, había propuesto el nombre de Kerry para sustituir
a alguno de ellos. Ella no quería admitir siquiera ante sí misma lo mucho que deseaba el puesto. Los grandes bufetes de abogados le ofrecían mucho más dinero,
pero una judicatura representaba la clase de logro con el que ninguna suma podía competir.
Comparada con los cubículos sin ventanas que se asignaban a los auxiliares nuevos, la oficina de Kerry tenía un tamaño razonable, ella la personalizó con
plantas en los antepechos de las ventanas y con fotografías enmarcadas que Robin había tomado.
Miró los montones de expedientes que cubrían por completo su maltratado escritorio de madera. Luego se sentó y tomó uno de ellos. Lo más importante para
ese día era el juicio que iba a comenzar en una hora.
La supervisora asesinada tenía dos hijos adolescentes a los que había criado sola. "¿Quién se hará cargo de ellos ahora?", se preguntó Kerry. "Si algo
me pasara a mí... ¿quién se encargaría de Robin? Seguro que no iría a vivir con su padre; no sería bienvenida ni viviría feliz en su nuevo hogar." Sin embargo,
tampoco podía imaginar que su madre y su padrastro, que vivían en Colorado y tenían setenta años de edad, criaran a una pequeña de diez años. "Que Dios me permita
seguir con vida", pensó mientras dirigía su atención al expediente que tenía frente a ella.
A las nueve menos diez sonó su teléfono. Se trataba de Frank Green, el fiscal.
-Kerry, sé que vas en camino de la sala de la Corte, pero pasa a mi oficina un momento.
-Por supuesto.
Encontró a Green sentado al escritorio. De rostro duro, con ojos fieros, a los cincuenta y dos años de edad todavía con la fortaleza física que lo había
convertido en estrella del fútbol americano en la universidad. "Su sonrisa luce extraña", pensó Kerry. "¿Se habrá arreglado los dientes? De ser así, es listo.
Saldrá muy bien en las fotografías cuando lo nominen en junio."
No cabía la menor duda de que Creen se preparaba para la campaña por la gubernatura. Era evidente la atención que ponía a su guardarropa. Un editorial
decía que, como el gobernador en turno había actuado tan bien durante dos periodos, y ya que Green era el sucesor que él mismo había escogido, era muy probable que
lo eligieran para regir el estado. Después de eso, el personal comenzó a dirigirse a Creen llamándolo "nuestro Líder".
Kerry admiraba la habilidad de Green como abogado. Sus reservas hacia él provenían del hecho de que varias veces Frank se había portado agresivo con algún
auxiliar que tuvo la mala fortuna de cometer un error. La primera lealtad de Green era para consigo mismo.
-Pasa, Kerry -le dijo-. Sólo quería saber cómo sigue Robin. Ella le hizo un breve resumen de la revisión del médico.
-Robin estaba con su padre cuando ocurrió el accidente, ¿no es cierto? -preguntó él.
-Sí. Bob conducía.
-A propósito, me parece que a tu ex esposo se le acaba la suerte. No creo que pueda sacar libre a Jimmy Weeks esta vez. Dicen que van a atraparlo, y espero
que sea verdad. Es un ladrón, y tal vez hasta algo peor -hizo un gesto para despedir a Kerry-. Interrogarás al acusado hoy, ¿verdad?
-Sí.
Conociéndote, casi siento pena por él. Buena suerte.

3


Lunes
23 de octubre

Casi dos semanas después, a Kerry todavía la embargaba la satisfacción del juicio ya concluido. Había logrado una condena por homicidio premeditado. Por
lo menos, los hijos de la víctima no tendrían que crecer sabiendo que el asesino de su madre estaría en la calle en cinco o seis años, lo que habría ocurrido si
el jurado lo hubiera encontrado culpable de homicidio no premeditado, como quería la defensa. El asesinó tenía una condena inconmutable de treinta años, sin posibilidad
de salir bajo palabra.
En ese momento, sentada nuevamente en el área de recepción del consultorio del doctor Smith, Kerry abrió su portafolios y sacó un diario. Aquella era la
segunda revisión de Robin y se trataba de simple rutina, así que Kerry podía estar tranquila. Además, estaba ansiosa por leer las noticias más recientes acerca
del juicio de Jimmy Weeks. Tal como lo había predicho Frank Green, el consenso general era que el asunto no marchaba nada bien para el acusado. Las investigaciones
anteriores por sobornos, lavado de dinero y uso de información privilegiada para el manejo de acciones en la bolsa se habían cerrado por falta de pruebas. Ésta
vez, se decía que el fiscal tenía grandes probabilidades de lograr una condena.
En cierta ocasión en que Kerry los encontró en un restaurante, Bob la presentó con Jimmy Weeks. En ese momento, ella miraba la fotografía en la que el hombre
aparecía sentado al lado de Bob a la mesa de la defensa. "Le quitamos ese traje de mil dólares y el falso aire de refinamiento y entonces tendremos a un criminal",
pensó. En la fotografía, Bob tenía el brazo extendido con gesto protector en el respaldo de la silla de Weeks, y la cabeza muy cerca a la de él. Kerry recordó
que su ex marido solía utilizar ese gesto.
Revisó el artículo y luego volvió a poner el diario en el portafolios mientras recordaba lo sorprendida que se había sentido cuando, poco después del nacimiento
de Robin, Bob le dijo que había aceptado un empleo con Bartlett y Asociados.
-Todos sus clientes tienen un pie en la cárcel -había protestado ella-. Y el otro pie debería estar ahí también.
-Pero pagan sus cuentas a tiempo -le respondió Bob-. Kerry tú puedes quedarte en la fiscalía si quieres. Yo tengo otro tipo de planes.
Un año después le anunció que entre esos planes estaba casarse con Alice Bartlett.
"Es historia antigua", se dijo mientras veía hacia las salas de exploración, cuya puerta se abría en ese momento.
De inmediato Kerry se quedó fría y petrificada. La joven que salió tenía el rostro enmarcado por una cabellera oscura, labios sensuales, ojos atigrados
y cejas arqueadas. No era la misma mujer que había visto la vez anterior, pero se le parecía. "¿Serán familiares?", se preguntó. "Si son pacientas, de seguro
el doctor no está haciendo que se parezcan." ¿Por qué ese rostro le recordaba tanto el de alguien más que, sin embargo, aparecía en sus pesadillas?
-Señora McGrath.
Kerry se volvió para ver a la señora Carpenter, la enfermera, que le indicaba que pasara al consultorio del doctor.
-La mujer que acaba de salir.. ¿cómo se llama? -le preguntó Kerry mientras la seguía.
-Pamela Worth -respondió la señora Carpenter-. Es aquí.
Robin estaba sentada frente al escritorio del doctor, con las manos cruzadas sobre el regazo y una postura muy erguida, lo que era poco común en ella. Kerry
notó la expresión de alivio en el rostro de su hija cuando los ojos de ambas se encontraron. El doctor le indicó a Kerry que se sentara en una silla, al lado de
Robin. Su expresión era vehemente.
-Le he explicado a Robin que mucha gente viene a verme en busca de la clase de belleza que ella tiene de manera, natural. Es su deber conservarla. Robin
me dijo que su padre conducía el automóvil en el momento en que ocurrió el accidente. La exhorto a que le advierta que debe tener más cuidado con su hija. Es irreemplazable.

CUANDO VOLVÍAN a casa, Robin quiso que se detuvieran para cenar en Valentino's, en Park Ridge.
-Me gustan los camarones que sirven ahí -explicó Robin-. Papá me trajo aquí una vez -comentó la niña cuando estuvieron sentadas a la mesa. Su voz era nostálgica.
"Así que por eso eligió este restaurante", pensó Kerry. Desde el accidente, Bob sólo había telefoneado a Robin una vez; y eso, durante las horas en que
la niña estaba en la escuela. El mensaje en el contestador era que Bob suponía que ella había vuelto a sus clases, y que eso debía significar que se recuperaba
muy bien. No pidió que lo llamara.
-Mamá, ya no quiero volver con el doctor Smith. Es odioso -se quejó Robin después de que el camarero les tornó la orden.
Kerry se sintió descorazonada. Era exactamente eso lo que había estado pensando. Después se le ocurrió que sólo tenía la palabra del doctor Smith de que
las líneas de rojo intenso en el rostro de Robin desaparecerían. "Debo hacer que te revise otro médico", pensó.
-Bueno, supongo que es buen doctor -comentó, tratando de parecer despreocupada-, aun cuando tenga el encanto de un fideo remojado -Robin la recompensó con
una sonrisa-. De todas maneras -prosiguió- no tienes cita con él sino hasta dentro de un mes; y luego, es posible que ya no tengas que volver, así que no te preocupes.
No es su culpa haber nacido sin ninguna gracia.
-Cuál gracia -Robin rió-. Es un zoquete de primera.
Cuando llegó la comida, cada una probó lo que la otra había pedido, y charlaron. Robin sentía una verdadera pasión por la fotografía y tomaba un curso elemental
de técnica. En ese momento su tarea consistía en capturar las hojas del otoño en transición.
-Sé que las que tomé esta semana, con los colores en todo su esplendor, serán estupendas. Casi no puedo esperar a que haya una buena tormenta que comience
a dispersarlo todo. ¿No sería maravilloso?
-No hay nada como una buena tormenta que lo disperse todo -estuvo de acuerdo Kerry.
Decidieron no tomar postre. El camarero acababa de devolverle a Kerry su tarjeta de crédito cuando ella escuchó que Robin aspiraba con fuerza.
-¿Qué ocurre, Rob? -preguntó Kerry.
-Acaba de llegar papá. Ya nos vio -Robin se levantó emocionada de un salto.
-Espera, Rob. Deja que él se aproxime -dijo Kerry en voz baja. Se volvió y abrió mucho los ojos. Tras el maître d', venía Bob acompañado por otro hombre:
Jimmy Weeks.
Como siempre, su ex esposo lucía arrebatador. Ni siquiera un largo día en la Corte dejaba rastros de fatiga en su atractivo rostro. "Sin una arruga ni
un pliegue en la ropa", pensó Kerry, muy consciente de que, en presencia de Bob, ella siempre sentía el impulso de retocar su maquillaje, acomodarse el peinado y
componerse la ropa.
Robin, por otra parte, estaba encantada al ver que su padre se acercaba. Abrazó a Bob con mucha alegría.
-Siento no haber estado cuando llamaste, papi.
"¡Ay Robin!", pensó Kerry. Luego se dio cuenta de que Jimmy Weeks la miraba.
-La conocí aquí mismo el año pasado -declaró-. Es un placer saludarla otra vez, señora Kinellen.
-Dejé ese nombre hace mucho. Uso mi apellido de soltera, McGrath; pero tiene usted buena memoria, señor Weeks -el tono de Kerry era impersonal.
-Puede apostar que así es -la sonrisa de Weeks hizo que sus palabras sonaran a broma-. Es muy útil cuando se trata de recordar a una bella mujer.
"Ahórrate los halagos", pensó Kerry mientras le dedicaba una sonrisa tensa. Se volvió hacia Bob cuando él soltó a Robin. Bob le tendió la mano.
-Kerry, qué agradable sorpresa.
-Por lo general siempre es una sorpresa cuando llegamos a verte, Bob -Kerry se mordió el labio. Se odiaba a sí misma cuando recriminaba a Bob frente a su
hija. Se obligó a sonreír-. Ya nos íbamos.

-NO LE AGRADAS mucho a tu ex esposa, Bobby -observó Jimmy Weeks cuando estuvieron instalados a una mesa.
Kinellen se encogió de hombros.
-Kerry debería relajarse un poco. Toma todo demasiado en serio. Cómo quisiera que conociera a alguien.
-¿Qué le pasó a tu hija en la cara?
-Se cortó con los vidrios de un parabrisas en un accidente sin importancia. Se pondrá bien.
-¿Te aseguraste de que la viera un buen cirujano plástico?
-Sí. ¿Qué quieres comer, Jimmy?
-¿Cómo se llama el doctor? Tal vez sea el mismo que atendió a mi esposa.
Bob Kinellen maldijo su suerte. ¿Quién hubiera pensado que se encontraría a Kerry y a Robin, y que Jimmy le preguntaría acerca del accidente?
-Charles Smith -dijo por fin.
-¿Charles Smith? Debes de estar bromeando.
-Eso quisiera.
-Bueno, escuché que planea retirarse muy pronto. Tiene problemas de salud.
-¿Cómo lo sabes? -Kinellen lo miró, sorprendido.
-Lo tengo vigilado -Jimmy devolvió una mirada fría-. Imagina la razón. No tardará mucho en hacerlo.

ESA NOCHE el sueño regresó. De nuevo Kerry estaba de pie en un consultorio médico. Una joven yacía en el piso, con una soga atada al cuello y el cabello
oscuro alrededor del rostro de enormes ojos fijos, con la boca abierta como si tratara de tomar aliento y la punta de la rosada lengua afuera. En sueños, Kerry
trató de gritar, pero sólo un quejido de protesta salió de los labios. Un momento después Robin la movía.
-¡Mami, mami, despierta! ¿Qué te pasa?
Kerry abrió los ojos.
-¡Oh Robin! ¡Qué espantosa pesadilla! Gracias.
Cuando Robin regresó a su habitación, Kerry permaneció despierta, pensando en el sueño. Esta vez había flores tiradas sobre el cuerpo de cuerpo de la mujer.
Eran rosas. Rosas rojas, las flores del amor.
De pronto se sentó en la cama. ¡Eso era! Ya sabía a quién se parecían las mujeres del consultorio del doctor Smith.
A Suzanne Reardon, la víctima del caso del "Asesinato de las Rosas Rojas". Habían transcurrido casi once años desde que su esposo, Skip Reardon, la asesinó.
Había sido un caso muy sonado en los medios de comunicación: un crimen pasional, con rosas diseminadas sobre la hermosa víctima.
"El día en que el jurado declaró culpable al esposo fue el mismo en que comencé a trabajar en la oficina de la fiscalía", recordó Kerry. Los diarios de
aquel entonces estaban llenos de fotografías de Suzanne. "Estoy segura de que no me equivoco", se dijo. "Pero..., ¿por qué dos pacientes del doctor Smith se parecerían
tanto a la víctima de un homicidio?"

PAMELA WORM había sido un error. Esa idea mantuvo despierto al doctor Charles Smith casi toda la noche del lunes. Ni siquiera la belleza del rostro recién
esculpido podía compensar la postura sin gracia y la voz tosca y ruidosa de la mujer.
"Debí saberlo", pensó. Y, de hecho, lo había sabido, pero no pudo evitarlo. Su estructura ósea la hacía una candidata perfecta para someterse a la transformación,
que sería increíblemente fácil. Y sentir que ese cambio se llevaba a cabo bajo los dedos le había permitido a Smith revivir algo de la emoción de la primera vez.
"¿Qué haré cuando ya no me sea posible seguir operando?", se preguntó. El momento se acercaba. El ligero temblor en la mano derecha había ido acentuándose.
Encendió la luz que iluminaba la pintura en la pared, frente a su cama. La miraba cada noche antes de dormir. Era tan bella... Pero en ese momento en
que Smith no tenía puestos los anteojos, la mujer de aquel retrato le pareció distorsionada, tal como lucía cuando murió.
-Suzanne -murmuró. Luego, mientras el dolor de los recuerdas lo envolvía, se puso un brazo sobre los ojos para dejar de ver la imagen. No toleraba recordar
cómo la había visto entonces, sin su belleza, con los ojos saltones, la mandíbula caída y la punta de la lengua asomando por encima del fláccido labio inferior.

4


Martes
24 de octubre

El martes por la mañana, lo primero que hizo Kerry en cuando llegó a la oficina, fue telefonear de inmediato a su amigo y mentor, Honathan Hoover.
Como siempre, fue reconfortante escuchar esa voz. Kerry fue directo al grano.
-Jonathan, ayer Robin tuvo otra consulta con el doctor Smith. Parece que todo está bien, pero me sentiría un poco más tranquila con una segunda opinión.
¿Conoces a algún buen cirujano plástico?
-No, pero puedo preguntar por ahí. ¿Ocurrió algo que te hiciera tomar esta decisión?
-Sí, y no. Te lo contaré cuando te vea.
-Te tendré un nombre esta tarde.
-Gracias, Jonathan.
-De nada, Su Señoría.
-Jonathan, te pido por favor que no me digas eso. Vas a darme mala suerte.
Mientras colgaba el teléfono, Kerry escuchó que Jonathan reía entre dientes.
Después, Kerry llamó a Joe Palumbo, uno de los mejores investigadores de toda la fiscalía. Como siempre, le respondió con un "¡Dígame!'.
-Joe, ¿tienes planes para el almuerzo?
-En absoluto, Kerry. ¿Me invitarás a Solari's?
-Me encantaría -Kerry rió-, pero tengo otros planes. ¿Trabajaste en el homicidio Reardon hace diez u once años? Ese al que los medios llamaron "Asesinato
de las Rosas Rojas."
-Fue un caso importarte. No trabajé en él; pero, según recuerdo se resolvió muy fácilmente. Nuestro Líder se hizo famoso con ese caso.
Kerry sabía muy bien que Frank Green no le agradaba mucho a Palumbo.
-Sucedió algo que despertó mi curiosidad sobre el caso. Quiero saber todo lo que el Record publicó al respecto -le comentó. Kerry podía imaginar a Joe
arqueando las cejas de manera condescendiente.
-Para ti Kerry, lo que quieras; pero, ¿por qué? Es un crimen muy viejo.
-Te lo diré luego.
El almuerzo de Kerry fue un sándwich en su escritorio. A la una y media Palumbo entró con un sobre abultado.
-Lo que me pediste.
Kerry lo miró con afecto. Joe, canoso, bajo de estatura, con casi diez kilos de sobrepaso y una sonrisa fácil, tenía un aspecto bonachón que no reflejaba
su habilidad para descubrir detalles en apariencia insignificantes. Ella había trabajado con él en algunos de sus mejores casos.
-Te debo una.
-Olvídalo. Te veré luego.
Kerry pensaba llevar el expediente a casa y leerlo después de cenar, pero no pudo resistir la tentación de sacar el recorte que estaba hasta arriba. Era
un artículo reciente en el que se mencionaba que la quinta apelación había sido rechazada por la Suprema Corte de Nueva Jersey, y que su abogado, Geoffrey Dorso,
había jurado que encontraría an las palabras textuales de Dorso: "Seguiré intentándolo hasta que Skip Reardon salga de prisión exonerado. Este hombre es inocente."
"Por supuesto", pensó ella; "eso es lo que siempre dicen los abogados."

POR SEGUNDA NOCHE consecutiva, Bob Kinellen cenó con su cliente, Jimmy Weeks. Los dos hombres tenían un aspecto sombrío. Era casi seguro que Barney Haskell,
el coacusado en el juicio de Weeks, iba a traicionarlo y a hacer un trato con la fiscalía.
-Aun si Haskell hace un trato, creo que puedo destruirlo en el estrado -le aseguró Kinellen a Jimmy.
-Crees que puedes destruirlo. Eso no es suficiente, Bob. Comienzas a preocuparme. Ya es hora de que vayas pensando en algo bueno.
Bob Kinellen hizo caso omiso del comentario. Abrió la carta.
-Me reuniré con Alice en casa de Jason Arnott más tarde. ¿Planeas ir?
-¡Diablos, no! No necesito que me presente a nadie más. Tú mejor que nadie deberías saberlo. Ya me han hecho bastante daño las personas que me ha presentado.

KERRY Y ROBIN estaban sentadas en la sala, en amistoso silencio. Como la noche era muy fría, habían decidido encender la chimenea, lo que en su caso significaba
abrir la llave del gas y luego presionar el botón que hacía que las llamas saltaran entre los troncos artificiales. Kerry era alérgica al humo, como explicaba a
sus visitas.
Robin puso sus fotografías del cambio de estaciones en la mesa del café.
-Qué magnífica noche -comentó con satisfacción-, fría y con viento. Muy pronto podré tomar el resto de la serie. Arboles desnudos y montones de hojas en
el suelo.
Kerry estaba sentada en su sillón favorito, con los pies en un escabel. Levantó la mirada.
-Por favor no me hables de la hojarasca. Me canso de sólo pensar en ella.
-¿Por qué no consigues un compresor de aire para recogerla?
-Te regalaré uno en Navidad.
-Muy graciosa. ¿Qué estás leyendo, mamá?
-Ven acá, Rob -Kerry sostenía un recorte del diario con la fotografía de Suzanne Reardon-. ¿Reconoces a esta señora?
-Estaba en el consultorio del doctor Smith ayer.
-Tienes buen ojo, pero no es la misma persona -Kerry apenas comenzaba a leer la narración del asesinato de Suzanne Reardon. Su esposo, el contratista millonario
Skip Reardon, aseguraba que la había encontrado en el suelo, a media noche, en la sala de su lujoso hogar en Alpine. Había sido estrangulada. Había rosas rojas
esparcidas sobre el cadáver.
Veinte de minutos después, Kerry leyó un recorte que le quitó el aliento. Skip Reardon había sido declarado culpable del asesinato después de que su suegro,
el doctor Charles Smith, le dijo a la policía que su hija vivía temerosa a causa de los locos celos de su esposo. ¡El doctor Smith era el padre de Suzanne Reardon!
"Increible", pensó Kerry. "¿Será por eso que da el rostro de ella a otras mujeres? Qué extraño."
-¿Qué sucede mamá?
-No es nada. Sólo estoy interesada en un caso -Kerry miró el reloj que estaba sobre la repisa de la chimenea-. Ya son las nueve, Robin. Es mejor que dejes
eso. Dentro de un rato subiré a darte las buenas noches.
Mientras Robin reunía sus fotografías, Kerry dejó que el recorte cayera sobre su regazo. Había escuchado hablar de padres que no podían recuperarse de la
muerte de un hijo y dejaban la habitación del niño intacta, como si acabara de irse; pero, ¿"recrear" a la hija una y otra vez? Eso de seguro iba más allá de la
pena.
Se puso de pie lentamente y siguió a Robin a la planta alta. Después de darle a su hija un beso de buenas noches, volvió a bajar, preparó una taza de chocolate
y siguió leyendo.
La culpabilidad de Skip Reardon sí parecía muy clara. Él admitió que había discutido con Suzanne durante el desayuno la mañana del día en que ella murió.
Admitía que regresó a su casa a las seis de la tarde y la encontró acomodando rosas en un florero. Cuando le preguntó cómo las había obtenido, ella le dijo que
no era asunto suyo. El le respondió que quien las había enviado podía quedarse con ella porque él se marchaba. Aseguró que fue de vuelta a su oficina, bebió un
par de tragos, se quedó dormido en el sofá, regresó a casa alrededor de la medianoche y encontró el cuerpo.
Sin embargo, no hubo nadie que corroborara sus palabras. El expediente contenía parte de la transcripción del juicio, incluyendo el testimonio de Skip.
El fiscal lo había atacado hasta que logró confundirlo y pareció contradecirse.
"¡Qué pésimo trabajo hizo su abogado al prepararlo para testificar!", pensó Kerry. No dudaba de que, con las sólidas pruebas circunstanciales de la fiscalía,
había sido imperativo que Skip Reardon subiera al estrado para negar que había matado a Suzanne, pero también estaba claro que el feroz interrogatorio de Frank Green
lo había puesto sumamente nervioso. "No cabe duda que Reardon ayudó a cavar su propia tumba", pensó ella.
Kerry había asistido al juicio el día de la sentencia. En ese momento recordó aquella sesión. Cuando el juez le preguntó a Skip si quería decir algo antes
de que lo sentenciaran, él protestó otra vez, alegando que era inocente.
Geoff Dorso estuvo aquel día con Reardon; fue ayudante del abogado que lo defendía. Aunque Kerry no lo conocía personalmente y nunca había litigado en su
contra en la Corte, Geoff se hizo de una sólida reputación como abogado defensor criminalista durante los diez años que siguieron.
Kerry llegó al artículo acerca de la sentencia. Incluía una cita de Skip Reardon: "Soy inocente de la muerte de mi esposa. Yo nunca la lastimé. Nunca
la amenacé. Su padre, el doctor Charles Smith, es un mentiroso. Ante Dios y ante todos los presentes, juro que es un mentiroso."
A pesar de la tibieza del fuego, Kerry tembló.

TODOS SABÍAN, o creían saber, que Jason Arnott pertenecía a unja familia adinerada. Había vivido en Alpine durante quince años, desde que compró la vieja
casa Halliday, una mansión de veinte habitaciones con una vista espléndida del parque interestatal Palisades.
Jason tenía poco más de cincuenta años de edad, estatura regular, cabello castaño y ralo, mirada alerta y una figura delgada. Viajaba mucho, hablaba con
vaguedad de inversiones en oriente y amaba las cosas bellas. Su hogar, con exquisitos muebles antiguos, finas pinturas y delicados objets d'art, era un regalo para
los ojos. Magnífico anfitrión, Jason daba fiestas espléndidas y, a su vez, se veía plagado de invitaciones de los grandes, los casi grandes y los ricos. Sus amigos
lo consideraban pintoresco, algo misterioso y completamente encantador.
Lo que no sabían era que Jason era un ladrón. Nadie parecía darse cuenta de que, después de un intervalo razonable, prácticamente todas las casas que él
visitaba eran robadas. Nadie imaginaba que Jason tenía varias identidades y una casa secreta en un area alejada de Catskill Mountains en Nueva York, donde sus muy
pocos y distantes vecinos lo consideraban un ermitaño. Si su casa en Alpine era exquisita, la que tenía en Catskill quitaba el aliento, porque era ahí donde Jason
guardaba las piezas, fruto de sus pilladas, de las que no podía soportar perder.
Todo en Alpine lo había comprado con el dinero que recibía por vender objetos hurtados. No había nada que pudiera llamar la atención a alguien con memoria
fotográfica para las posesiones robadas. Jason podía decir con toda confianza: "Sí, es muy bonito, ¿no es cierto? Lo compré en Sothebys en una subasta, el año
pasado."
No obstante, algunas veces estuvo a punto de ser descubierto. Una de sus escapadas más difíciles fue once años antes, cuando la mujer que limpiaba la casa
de Alpine dejó caer lo que llevaba en su bolso. Al recoger sus pertenencias pasó por alto la hoja de papel que contenía los códigos de seguridad de cuatro mansiones
de Alpine. Jason los garabateó y devolvió a su sitio el papel antes de que la mujer se diera cuenta de que lo había perdido; luego, sin poder resistir la tentación,
Arnott robó las cuatro casas: La de los Ellot, la de los Ashton, la de los Donnatelli... y también la de los Reardon. Jason todavía temblaba al recordar aquella
noche.
Sin embargo, eso fue muchos años atrás, y Skip Reardon se encontraba en prisión, sin poder salir. En ese momento, la fiesta estaba en su apogeo. Jason
aceptaba con una sonrisa la profusión de cumplidos de Alice Bartlett Kinellen.
-Espero que Bob pueda venir -le dijo Jason.
-¡Oh, así será! No se atrevería a desilusionarme.
Alice era una hermosa rubia tipo Grace Kelly, pero sin el encanto ni la calidez de la finada princesa. Alice era tan fría como el hielo. "Además de aburrida
y posesiva", pensó Jason. "¿Cómo la soporta Kinellen?"
-Está cenando con Jimmy Weeks -le confió Alice mientras bebía champaña.
-Bueno, espero que Jimmy también venga -dijo Jason con sinceridad-. Me agrada -pero sabía que Jimmy no iría. Weeks a no había asistido a ninguna de sus
fiestas desde mucho tiempo atrás. De hecho, evitaba todo contacto con Alpine después del asesinato de Suzanne Reardon. Once años antes, Jimmy Weeks conoció a Suzanne
en una fiesta en la casa de Jason Arnott.

5


Miércoles
25 de octubre

Era evidente que Frank Green estaba molesto. La sonrisa que con tanta facilidad desplegaba para mostrar los dientes recién blanqueados no se veía por ninguna
parte mientras veía a Kerry, al otro lado de su escritorio. "Debí saberlo", pensó ella. "Frank es la persona a la que menos le agradada saber que alguien pone en
duda el caso que lo hizo famoso, en especial ahora que se habla con tanta frecuencia de su candidatura para gobernador."
Una noche antes, luego de leer el expediente con los recortes de los diarios acerca del "Asesinato de las Rosas Rojas", Kerry se fue a la cama tratando de
decidir qué haría respecto al doctor Smith. ¿Debía enfrentarse a él y preguntarle a quemarropa por qué recreaba a su hija en los rostros de otras mujeres? Lo más
probable era que él lo negara todo y la echara de su consultorio.
Por fin decidió que el mejor lugar para comenzar era con Frank Green, porque él había llevado el caso. En ese momento, una vez que le habia dicho la razón
por la que indagaba sobre el asunto, fue evidente que la pregunta: "¿Crees que exista la posibilidad de que el doctor Smith haya mentido cuando testificó en contra
de Skip Reardon?" no iba a dar por resultado una respuesta amistosa.
-Kerry -dijo Green-, Skip Reardon mató a su esposa. Sabía que ella andaba con otros hombres. El mismo día en que la mató había llamado a su contador para
saber lo que le costaría un divorcio, y se volvió loco cuando le dijeron todo lo que tendría que pagar. Era un hombre rico, y Suzanne había abandonado una lucrativa
carrera como modelo para convertirse en esposa de tiempo completo. Así que cuestionar la veracidad del doctor Smith en este momento es una pérdida de tiempo.
-Pero algo anda mal con el doctor Smith -dijo Kerry con lentitud-. Frank, no estoy tratando de causar problemas, pero te aseguro que Smith es algo más que
un padre acongojado.
Green miró su reloj.
-Kerry, acabas de terminar un gran caso. Estás a punto de hacerte cargo de otro. Tienes un pie en la judicatura. Es una pena que a Robin la tratara el
padre de Suzanne Reardon. Además, no fue un testigo ideal. No había en él ni una pizca de emoción cuando hablaba de su hija. Me sentí agradecido de que el jurado
creyera su testimonio. Hazte un favor y olvídalo.
Era vidente que la entrevista había terminado.
De vuelta en su oficina, Kerry se sentó mirando al vacío. Podía comprender que Frank Green se alarmara porque ella hiciera preguntas acerca de su testigo
estrella en el caso del "Asesinato de las Rosas Rojas." "Probablemente el doctor Smith es un padre con una congoja obsesiva", se dijo, "y Skip Reardon es quizá uno
o innumerables asesinos que afirman: 'yo no lo hice'".
Aun así sabía que era imposible dejar las cosas en ese punto. El sábado, cuando llevara a Robin a ver al cirujano plástico que le Jonathan le había recomendado,
le preguntaría al doctor si él consideraría siquiera la posibilidad de darle el mismo rostro a distintas mujeres.

A LAS SEIS y media de esa tarde, Geoff Dorso miró el montón de mensajes que había recibido mientras estaba en la Corte.
A los treinta y ocho años de edad, Geoff era alto y delgado. El cabello negro azabache y el bronceado natural de la piel eran prueba de su origen italiano.
Los ojos de un azul intenso los había heredado de su abuela irlandesa-inglesa. Todavía era soltero, y se veía como tal. Seleccionaba sus corbatas al azar, y su
ropa parecía un poco arrugada, pero la gran cantidad de mensajes era un indicio de su excelente reputación como abogado.
Mientras los hojeaba, de repente levantó las cejas. La fiscal auxiliar Kerry McGrath le pedía que la llamara. Le había dejado el número de su oficina y
el de su casa. "¿De qué se tratará?", se preguntó Geoff. En varias ocasiones había visto a Kerry en las cenas de la barra de abogados, y sabía que era candidata
a una judicatura, pero en realidad no la conocía. La llamada lo intrigó. Era demasiado tarde para encontrarla en su oficina. Decidió que trataría de localizarla
en ese momento en su casa.

-YO CONTESTARÉ -gritó Robin cuando sonó el teléfono, y corrió a tomar el auricular.
"De todas formas, seguro es para ti", pensó Kerry mientras probaba el espagueti. "Pensé que la telefonitis no atacaba sino hasta la adolescencia", reflexionó.
Entonces Robin le gritó que tomara la llamada. Ella se apresuró a atravesar la cocina para descolgar el teléfono.
-Kerry -era una voz desconocida.
-¿Sí?
-Soy Geoff Dorso.
Le había dejado aquel mensaje en un impulso. Después se sintió incómoda por haberío hecho. Si Frank Green llegaba a saber que ella se había puesto en contacto
con el abogado de Skip Reardon, no estaría muy feliz.
-Geoff, probablemente esto no sea tan importante, pero mi hija tuvo un accidente automovilístico hace poco y la atendió el doctor Charles Smith.
-¿Charles Smith? -la interrumpió Dorso- ¡El padre de Suzanne Reardon!
-Sí. A eso iba. Pasa algo extraño con ese hombro -le acerca de las dos mujeres que se parecían a Suzanne.
-¿Quieres decir que Smith en verdad les está dando el rostro de Suzanne? -exclamó Dorso. El tuteo mutuo se dio de manera natural-. ¿De qué se trata todo
esto?
-Es lo que me molesta. Se me ocurrió que, si pudiera leer toda la transcripción del juicio, estaría en mejor posición para tratar con el doctor Smith. Podría
obtener una en la oficina, pero demoraría, y no quiero que sepan que la solicité.
-Te enviaré una copia a tu oficina mañana -prometió Dorso.
-No. Mejor mándala aquí. Te daré la dirección.
-Me gustaría llevarla yo mismo y hablar contigo -le propuso Dorso mientras garabateaba el domicilio- ¿Estaría bien mañana? ¿Como a las seis y media?
-Sí, está bien.
-Te veré entonces. Y gracias, Kerry -colgó el teléfono.
Kerry miró el auricular. Se había dado cuenta de la emoción en la voz de Dorso. "No debí haber usado la palabra 'extraño'", pensó. "He comenzado algo
que tal vez no pueda terminar."

ESE DÍA, EL DOCTOR Charles Smith había cancelado todas sus citas. Mientras conducía por la calle Sesenta y ocho este hacia el edificio de piedra arenisca,
donde estaba la compañía de relaciones públicas para la que Bárbara Tompkins trabajaba, abrió mucho los ojos por su buena suerte. Encontró un sitio donde estacionarse
frente a la entrada del inmueble; podía sentarse ahí y vigilar hasta que ella saliera.
Cuando Bárbara por fin apareció en la puerta, él sonrió de manera involuntaria. La mujer se veia verdaderamente adorable. Como él se lo había sugerido,
Bárbara llevaba el cabello suelto y flotando alrededor del rostro: el mejor estilo para enmarcar su nueva apariencia. Mientras la muchacha abordaba un taxi, Charles
Smith encendió su Mercedes negro y comenzó a seguirla. Se dirigieron al sur; el taxi se detuvo por fin en el hotel The Four Seasons, en la calle Cincuenta y dos
este. "Es probable que Bárbara vaya a reunirse con alguien para tomar un trago", pensó el doctor. "El bar debe de estar lleno a esta hora. Sería muy sencillo pasar
inadvertido."
Negó con la cabeza y, en lugar de entrar, decidió volver a casa. Aquella breve mirada había sido suficiente. Casi demasiado. Por un momento incluso pensó
que se trataba de Suzanne. Todo lo que seseaba era estar solo. Un sollozo le subió por la garganta. Mientras el tránsito avanzaba con lentitud hacia el centro,
repetía una y otra vez:
-Lo siento, Suzanne. Lo siento.

6


Jueves
26 de octubre

Si por alguna razón Jonathan Hoover estaba en Hackensack, por lo general trataba de persuadir a Kerry para que almorzara con él aunque fuera algo rápido.
Ese día, mientras comían una hamburguesa en Solari's, el restaurante que estaba a la vuelta de la esquina del edificio de la Corte, Kerry le contó acerca
de las mujeres con el rostro de Suzanne Reardon y de la reacción poco favorable de su jefe cuando ella le insinuó que tal vez revisaría el viejo caso de homicidio.
Jonathan se preocupó mucho.
-Kerry, no recuerdo bien ese caso, pero creo que deberías mantenerte al margen del asunto, en especial considerando la participación de Frank Green en la
obtención de la condena, que, según recuerdo, recibió mucha publicidad. Tienes que examinar lo que está sucediendo: El gobernador Marshall ya se reeligió una vez
y no puede ser candidato por tercera vez consecutiva, pero adora su trabajo. Quiere que Frank ocupe su lugar. Te confío que tienen un acuerdo. Green será gobernador
durante cuatro años, y después se lanzará para el senado estadounidense con el apoyo de Marshall.
-Y Marshall regresará a la mansión del gobernador.
-Exactamente. Por el momento se puede preveer que Green obtendrá la nominación, pero si tú vuelves a abrir el caso Reardon... ¿Sabes lo que harían los medios
si se llegara a sugerir que Green sentenció a cadena perpetua a un hombre inocente?
-Jonathan, estás adelantándote más que yo. No digo que el hombre sea inocente. Sólo creo que el doctor Smith tiene un gran problema, y que eso tal vez
haya afectado su testimonio. Si mintió, en realidad me haría dudar que Reardon fuera culpable.
La expresión de Jonathan se tornó seria.
-Kerry, si avergüenzas a Frank Green y pones en peligro su nominación, es muy probable que tengas que despedirte de la judicatura -se detuvo y después tomó
la mano de ella-. Piensa muy bien en esto antes de hacer cualquier cosa. Sé que tomarás la decisión correcta.

EN PUNTO DE las seis y media, el timbre de la Puerta hizo que Robin corriera para hacer pasar a Geoff Dorso. Kerry le había dicho a la niña que recibiría
al abogado, y que los dos revisarían un caso. Robin prometió que terminaría la tarea en su habitación mientras Kerry estaba ocupada.
-Observó a Dorso con benevolencia y lo condujo hasta la sala.
-Mi madre bajará enseguida -dijo-. Yo soy Robin.
-Y yo Geoff Dorso. ¿Cómo quedó tu contrincante? -preguntó Geoff. Con una sonrisa indicó las cicatrices todavía muy visibles en el rostro de la niña.
-Lo dejé en la lona -Robin sonrió-. En realidad se trató de un choque de autos, pero algunos vidrios salieron volando.
-Parece que te recuperas muy bien.
-Eso piensa el doctor Smith, el cirujano plástico. Mamá dice qye lo conoces. Yo creo que es odioso.
-¡Robin! -Kerry bajaba la escalera.
-Los niños y los borrachos... -citó Dorso con una sonrisa-. Kerry, me da gusto verte.
-El gusto es mío Geoff -"espero que así sea", se dijo Kerry cuando el abultado portafolios que Dorso llevaba bajo el brazo-. Robin...
-Ya lo sé. La tarea -despidiéndose con un movimiento de la mano, Robin se dirigió a la escalera.
Geoff Dorso le sonrió.
-Es una niña muy simpática, Kerry, y toda una belleza. En cinco años más tendrás que poner una barricada en la puerta.
-¡Qué terrible perspectiva! ¿Te gustaría tomar un café, un trago, un vaso de vino?
-No gracias. No quiero quitarte demasiado tiempo -colocó en portafolios en la mesita para el café-. ¿Revisamos esto aquí?
-Por supuesto -se sentó a su lado en el sofá mientras él sacaba dos gruesos volúmenes de legajos.
-Es la transcripción del juicio -explicó él-. Las mil páginas completas. Estoy avergonzado por la forma en que manejamos la defensa. Skip no estaba bien
preparado para subir al estrado. A los testigos del Estado no se les interrogó con suficiente vigor. Y sólo llamos a dos personas para atestiguar sobre la personalidad
de Skip, cuando pudimos haber llamado a veinte.
-¿Por qué lo manejaron así? -preguntó Kerry.
-Tim Farrell fue alguna vez un buen abogado defensor, pero cuando Skip Reardon lo contrató, habían pasado sus mejores años y estaba acabado. Simplemente
no tenía interés en otro caso de homicidio.
-¿No pudiste hacerte cargo tú?
-No, en realidad no. Acababa de salir de la facultad y no podía decir gran cosa respecto a nada. De hecho, tuve muy poco que ver con el juicio. Era, por
decirlo así, el mensajero de Farrell. Sin embargo, a pesar de que no tenía experiencia, me parecía muy claro que el juicio estaba manejándose mal.
-Y Frank Green lo hizo pedazos en el interrogatorio.
-Como puedes ver aquí, hizo que Skip admitiera que había discutido con Suzanne esa mañana, que había hablado con su contador para averiguar cuánto le costaría
un divorcio y que había regresado a su casa a las seis y volvió a discutir con Suzanne. El médico forense fijó el momento de la muerte entre las seis y las ocho
de la noche; así que, según su propio testimonio, Skip se encontraba en la escena del crimen en el momento probable del asesinato.
-Por lo que leí, Reardon dijo que volvió a su oficina, tomó un par de tragos y se durmió. Es una coartada muy débil.
-Débil, sí, pero es la verdad. Skip había formado un negocio muy próspero con la construcción de casas de calidad. En aquel entonces acababa de expandirse
a centros comerciales de lujo. A menudo se ponía ropa de trabajo y pasaba el día con los obreros. Eso hizo ese día antes de regresar a trabajar a la oficina.
El hombre estaba cansado. Skip está convencido -continuó Dorso- de que Suzanne sostenía una relación con otro hombre, tal vez con más de uno. Lo que provocó la
segunda discusión fue que, cuan do regresó a casa a las seis, la encontró arreglando un ramo de rosas rojas... creo que la prensa las llamó las rosas del amor..
él no las había enviado. El fiscal sostuvo que Reardon se enfureció, la estranguló y luego arrojó las rosas sobre el cadáver. Él jura que no lo hizo, que cuando
salió, Suzanne todavía arreglaba despreocupadamente las flores.
-¿Interrogó alguien a los floristas locales para caber si algu no de ellos había surtido el pedido de rosas?
-Al menos Farrell hizo eso. No logró nada -Geoff se levantó-. Sé que es mucho pedir, Kerry; pero, luego de que leas la transcripción, quisiera que me acompañaras
a la prisión estatal de Trenton para que hables con Skip. Te aseguro que escucharás la verdad en sus palabras cuando te cuente su historia.
Kerry caminó con Geoff hasta la puerta.
-Te llamaré en unos cuantos días -le prometió.

EN LA PRISIÓN estatal de Trenton, Skip Reardon estaba acostado en la litera de su celda, viendo las noticias de las seis y media. Después de diez años en
aquel sitio había logrado, en general, cierta estabilidad. Al principio había fluctuado entre un loco alborozo, cuando tenía pendiente alguna operación, y la franca
desesperanza cuando ésta era rechazada. De un tiempo a la fecha su estado mental casi siempre era de cansada resignación.
En sus momentos de mayor desaliento, Skip se permitía recordar los años antes del asesinato, y se daba cuenta de lo loco que había estado. Él y Beth Taylor
prácticamente estaban comprometidos. Luego, por insistencia de ella, había asistido solo a una fiesta que daban su hermana y su cuñado, que era médico. Beth estaba
enferma, pero no quería, por ningún motivo, que él se perdiera la diversión.
"Sí, la diversión", pensó Skip con ironía al recordar aquella noche especial. Suzanne y su padre estaban ahí. Aun en esos momentos no podía olvidar cómo
lucía Suzanne la primera vez que la vio. Supo de inmediato que ella le causaría problemas, pero de todas maneras se prendó de la chica.
En el presente, todo lo que se permitía soñar era quedar libre por algún milagro y poder regresar a construir casas. Tenía algunas carpetas de anillas llenas
de diseños. Siempre que Beth iba a visitarlo, él le mostraba los más recientes, y hablaban de ellos como si Skip pudiera en realidad, algún día, volver al trabajo
que amaba: construir casas.
Sólo que se preguntaba en qué clase de casas viviría la gente cuando él saliera por fin de ese terrible lugar.

KERRY COMENZÓ a leer la transcripción después de que Robin se fue a la cama. Cuando terminó, había llenado varias paginas de notas y preguntas.
Las rosas: Si Skip Reardon no las envió, ¿quién lo hizo?
Dolly Bowles, la niñera que estaba en la casa del otro lado de la calle, frente a la de los Reardon, aseguraba haber visto un auto frente a la casa de estos
últimos esa noche a las nueve; sin embargo unos vecinos tenían fiesta, y varios invitados estacionaron sus autos en la calle. Dolly dejó mucho que desear como testigo
en la Corte. Frank Green sacó a relucir el hecho de que ella había informado de "gente de aspecto sospechoso" en el vecindario, en seis ocasiones distintas ese
mismo año. Pero siempre había resultado ser un mensajero con a algún encargo legítimo, por lo tanto las declaraciones de Dolly carecieron de valor.
Hubo una serie de robos en Alpine por las mismas fechas en que Suzanne Reardon murió. Skip Reardon aseguraba que faltaban algunas joyas de su esposa, pero
en la cómoda se encontró una bandeja llena de alhajas valiosas.
Mientras se desvestía para meterse en la cama, Kerry decidió que había dos cosas que tenía que hacer: hablar con el doctor Smith y visitar a Skip Reardon
en la prisión estatal de Trenton.

7


Sábado
28 de octubre

La mañana del sábado, a las diez, Kerry y Robin, que estaba muy impaciente, se encontraban en Livinlston, Nueva Jersey, en el consultorio del doctor Ben Roth,
un reconocido cirujano plástico.
-Voy a perderme el juego de fútbol -protestó Robin.
-Sólo llegarás un poco retrasada, eso es todo -la tranquilizó Kerry. No te preocupes.
-Muy retrasada. ¿Por qué no puede recibirme esta tarde, después del juego?
-Tal vez, si le hubieras enviado tu horario al doctor, él habría podido arreglar la cita a tu conveniencia -contestó Kerry con obvio sarcasmo.
-¡Ay, mamá!
-Ya pueden ustedes pasar, señora McGrath -anunció la recepcionista.
El doctor Roth, de unos treinta y cinco años de edad, amable y cálido, era un cambio agradable después de conocer al doctor Smith. Examinó con cuidado el
rostro de Robin.
-Probablemente las heridas se veían muy mal después del accidente, pero fueron lo que nosotros llamamos superficiales. No penetraron muy profundo en la
dermis. No tendrás ningún problema.
Robin se mostró aliviada.
-Magnífico. Gracias, doctor. Vámonos, mamá.
-Espérame en la recepción, Robin. Saldré en un momento. Quiero hablar con el doctor -la voz de Kerry tenía lo que Robin llamaba "el tono". Significaba
"sin discutir".
-Muy bien -respondió Robin, dando un suspiro exagerado mientras partía.
-Sé que tiene varios pacientes que esperan, así que no lo entretendré mucho, doctor; pero hay algo que debo preguntarle -comenzó Kerry.
Unos minutos más tarde, Kerry se reunió con Robin y se dirigió a toda prisa al campo de futbol. A diferencia de Kerry, Robin no era una atleta natural,
y su madre había pasado largas horas trabajando con ella porque la niña tenía puesto todo su empeño en convertirse en una buena jugadora. Entonces, mientras observaba
a Robin patear confiada el balón hacia la portería, reflexionó acerca de la respuesta franca del doctor Roth a su pregunta: "Es común que algunos cirujanos den a
todos sus pacientes la misma nariz o barbilla, o los mismos ojos, pero creo que es que muy raro que alguno copie, en esencia, la misma cara en muchos de ellos."
A las once y media su mirada se encontró con la de Robin, y le dijo adiós con la mano. Después del juego, Robin se marcharía con su mejor amiga, Cassie,
y pasaría la tarde en casa de ella.
Entonces Kerry se puso en camino hacia la prisión estatal de Trenton. Tenía cita con Geoff Dorso ahí, a las dos menos quince.

KERRY ENCONTRÓ a Geoff, que la esperaba en el área de registro de visitantes. No hablaron mucho mientras aguardaban a que dieran las tres de la tarde para
su cita con Skip Reardon. Al llegar la hora, un guardia se aproximó a ellos y les indicó que lo siguieran.
Kerry no imaginaba cómo luciría Skip Reardon. Habían pasado diez años desde que vio cuando lo sentenciaron. La impresión que le había quedado de él era
que se trataba de un hombre alto, atractivo, joven y pelirrojo; pero, más que su apariencia, lo que recordaba como si fuera ayer era su declaración: ¡El doctor Charles
es un mentiroso! ¡Ante Dios y ante esta Corte juro que es un mentiroso!
Reardon llegó vestido con el mono de la prisión y una camisa de cuello abierto, también del uniforme. El cabello rojizo estaba veteado de gris; pero, salvo
por las arrugas alrededor de los ojos, se veía aún como ella lo recordaba. Una sonrisa le iluminó el rostro cuando Geoff los presentó. Kerry se dio cuenta, con
pesadumbre, de que era una sonrisa de esperanza.
Geoff fue directo al grano.
-Skip, como ya te dije, la señora McGrath quiere hacerte algunas preguntas.
Kerry le sonrió, y a continuación hizo la pregunta que para ella era el punto central de aquella entrevista:
-En su declaración, el doctor Smith juró que usted le infundía miedo a Suzanne y que la había amenazado. Usted asegura que el doctor mintió; sin embargo,
¿qué podría ganar él al mentir acerca de esto?
Skip Reardon tenía las manos largas, entrelazadas sobre la mesa frente a él.
-Señora McGrath, si tuviera alguna explicación para el comportamiento del doctor Smith, tal vez no me encontraría aquí en este momento. Suzanne y yo estuvimos
casados cuatro años, y durante ese tiempo vi a Smith muy pocas veces. En ocasiones ella iba a Nueva York a cenar con él, o él la visitaba en casa, pero por lo general
eso sucedía cuando yo me encontraba fuera, en algún viaje de negocios. En aquel entonces mi empresa de construcción estaba en crecimiento. Tenía obras por todo
el estado. Con mucha regularidad me ausentaba durante un par de días. Nunca vi al doctor Smith actuar con desagrado hacia mí, y le aseguro que tampoco se comportó
como si pensara que la vida de su hija estuviera en peligro.
-¿Cuál era la actitud de Smith hacia ella?
-Yo estudié en una escuela religiosa; las monjas nos reprendían si hablábamos en la iglesia; siempre nos decían que debíamos sentir reverencia por un lugar
sagrado. Bueno, pues así la trataba Smith. Con reverencia.
"Es una palabra extraña para designar la actitud de un padre hacia su hija", pensó Kerry.
-Además, la protegía mucho -añadió Reardon-. Una noche, los tres íbamos en el auto a cenar a alguna parte, y en el momento en que él se dio cuenta que Suzanne
no se había colocado el cinturón de seguridad, le dio un sermón acerca de que debía cuidarse. En realidad se enfadó mucho.
"Igual que cuando nos regañó a Robin y a mí", pensó Kerry para sus adentros.
-¿Cómo lo trataba ella?
-Casi siempre con respeto. Aunque, casi al final..., antes de que la asesinaran..., parecía estar un poco molesta con él.
Entonces Kerry pasó a otros aspectos del caso y le preguntó a Skip acerca de su declaración en el sentido de que, poco antes del asesinato, él observó que
Suzanne llevaba joyas caras que él no le había dado.
-Señora McGrath, me gustaría que hablara con mi madre. Ella puede decírselo. Tiene una fotografía de Suzanne que recortó de un diario y que fue tomada
en una cena de caridad. En ella usando un alfiler de diamantes antiguo en la solapa. Esa foto es de un par de semanas antes de que la asesinaran. Le juro que
ese alfiler y un par de piezas más de joyería que yo no le regalé estaban en su joyero esa mañana. Lo recuerdo porque ése fue uno de los motivos por los que discutimos.
Esas joyas no estaban ahí al día siguiente.
-¿Se refiere a que alguien las tomó?
-No sé si alguien se las llevó o si ella las devolvió a la persona que se las había dado, pero de lo que estoy seguro es que a la mañana siguiente ya no
estaban. Se lo dije a los policías, pero desde el principio fue evidente que no me creyeron. Pensaron que yo trataba de que pareciera que un intruso la había robado
y matado. Y algo más -continuó Reardon-. Mi padre estuvo en la Segunda Guerra Mundial, y pasó dos años en Alemania después de la guerra. De allá trajo un marco
en miniatura para fotografías, y se lo regaló a mi madre cuando se comprometieron. Ella nos dio ese marco cuando nos casamos. Suzanne colocó en él mi fotografía
favorita de ella y lo puso en la mesita de noche de nuestra habitación. Cuando mi madre y yo revisamos las cosas de Suzanne, antes de que me arrestaran, mamá notó
que ya no estaba. Sé que aún se encontraba ahí ese día por la mañana.
-¿Trata usted de decirme que la noche en que Suzanne murió alguién entró a su casa y robó algunas joyas y un marco de fotografía? -preguntó Kerry.
-Le digo lo que sé que faltaba.
Kerry levantó la mirada de sus notas y vio a los ojos al hombre que tenía enfrente.
-Skip, ¿cómo era su relación con Suzanne?
Reardon suspiró.
-Cuando la conocí, me enamoré como un tonto. Era muy hermosa, el tipo de mujer que lo hace a uno sentir como el hombre más afortunado del mundo. Después
de que nos casamos... -se detuvo-. Todo era pasión, pero no amor. Me educaron para pensar que el matrimonio era para siempre, y que el divorcio sería el último
recurso. Y por supuesto tuvimos nuestros buenos tiempos, pero... ¿en realidad era yo feliz? No. Sin, embargo, como me encontraba tan ocupado tratando de levantar
mi compañía pude posponer el hecho de tomar una decisión al respecto. En cuanto a Suzanne, parecía tener todo lo que deseaba. Ganábamos dinero. Ella iba al club
a diario a jugar golf. Le construí la casa de sus sueños, y ella se pasó dos años amueblándola. Hay un tipo que vive en Alpine, Jason Arnott, que sabe mucho de
antigüedades. Varias veces llevó a Suzanne a las subastas y ahí le decía qué le convenía comprar. Era como una niña que deseaba que todos los días fueran Navidad.
Le encantaba ir a fiestas que recibieran cobertura de la prensa, para que su fotografía apareciera en los diarios. Creo que era feliz; aunque, al pensar en todo
esto, me doy cuenta de que se quedó conmigo sólo porque no encontró algo mejor.
-Hasta que... -Geoff lo invitó a seguir.
-Hasta que conoció al fin a alguien importante. -continuó Reardon-. Fue entonces cuando me di cuenta de las joyas que no había visto antes. Algunas eran
antigüedades; otras, muy modernas. Ella me dijo que su padre se las había dado, pero sé que mentía. Ahora su padre tiene todas las joyas, incluyendo todo lo que
yo le regalé.
Cuando el guardia indicó que el tiempo se había acabado, Reardon se puso de pie y miró directo a Kerry.
-Señora McGrath, yo no debería estar aquí. Allá fuera, en cualquier lugar, se encuentra el hombre que mató a Suzanne. y en alguna parte debe haber algo
que lo pruebe.
Geoff y Kerry caminaron juntos hasta el estacionamiento.
-¿Por qué no comemos algo rápido? -propuso él.
-Debo regresar. Geoff, tengo que decirte que, si me atengo a lo que oí hoy en esta entrevista, no veo ninguna razón por la que el doctor Smith pudiera haber
mentido acerca de lo que dijo sobre Skip Reardon. Éste asegura que ambos tenían una relación razonablemente cordial. Lo escuchaste decir que no le creyó a Suzanne
cuando ella le comentó que su padre le había regalado algunas joyas. Si eso lo hizo que sintiera celos, bueno... -no terminó la frase.

8


Domingo
29 de octubre

El domingo por la mañana Robin asistió como acólita a la misa de las diez de la mañana. Mientras Kerry observaba atentamente la procesión que avanzaba por
el pasillo, recordó que, cuando era niña, deseaba ser acólita, -pero le dijeron que sólo los niños podían serlo. "Las cosas cambian", reflexionó. "Nunca pensé
que vería a mi hija en el altar; tampoco se me ocurrió que me divorciaría ni que sería jueza. O que podría serio", se corrigió. Sabía que Jonathan tenía razón.
Poner en vergüenza a Frank Green sería un golpe fatal para su nombramiento. Tal vez la visita que hizo el día anterior a Skip Reardon había sido un error. ¿Por
qué tendría que poner su vida de nuevo de cabeza? Ya lo había hecho una vez.
Había pasado por toda una gama de sentimientos hacia Bob Kinellen: primero lo amó, luego él le rompió el corazón cuando la abandonó, después se sintió furiosa
con él y molesta consigo misma por no haberse dado cuenta de que era un oportunista. "Si tan sólo Bob hubiera sido la persona que yo creí que era", pensó. "Si
al menos fuera la persona que el cree que es. Ahora ya tendríamos once años de casados. Seguramente tendríamos más hijos." Ella siempre había deseado tres.
Al ver a Robin llevar al altar el aguamanil y la palangana para el lavatorio previo a la consagración, su hija levantó la vista y los ojos de ambas se encontraron.
La breve sonrisa que esbozó le llegó a Kerry hasta el corazón. "¿De qué me quejo?", se preguntó a sí misma. "La tengo a ella. En cuanto a matrimonios, el mío
con Bob estuvo lejos de ser perfecto, pero al menos algo bueno salió de é4. Nadie más que nosotros pudo procrear a una niña tan maravillosa como ésta", pensó.
Mientras observaba, su mente pasó a otro padre y otra hija: el doctor Smith y Suzanne. Ella había sido el resultado único de los genes de él y de su ex
esposa. En su declaración, el doctor Smith había revelado que, después del divorcio, su esposa se mudó a California y volvió a casarse; también dijo que permitió
que el segundo esposo de su mujer adoptara a Suzanne, pensando que era lo mejor para la niña.
-Sin embargo, después de la muerte de su madre, ella volvió a mí -había dicho-. Me necesitaba.
Skip Reardon mencionó que la actitud del doctor Smith hacia su hija rayaba en la reverencia. Cuando Kerry lo oyó decir aquello, una idea que la dejó sin
aliento cruzó por su mente a toda velocidad: el doctor Smith había transformado a otras mujeres para que se parecieran a su hija, pero nadie se había preguntado
nunca si él habría operado a Suzanne.
Kerry y Robin habían terminado de comer cuando Bob llamó y propuso llevar a Robin a cenar esa noche. Le explicó que Alice había llevado a los niños a Florida
y que él iría a Catskill a ver una casa de campo que tal vez comprarían en la zona para esquiar. -¿Crees que Robin quiera acompañarme? -preguntó.
La respuesta entusiasta de Robin dio por resultado que su padre la recogiera una hora más tarde. De pronto Kerry se quedó ron la tarde libre, lo que le
dio la oportunidad de pasar más tiempo revisando la transcripción del juicio de Reardon.

A GEOFF DORSO le encantaba el fútbol americano, y era un devoto aficionado de los Gigantes. Sin embargo, la tarde del domingo, sentado en el estadio de
su equipo, su mente no estaba en el cerrado juego con los Vaqueros de Dallas sino en la reacción de Kerry McGrath ante Skip Reardon y la transcripción de su juicio.
"¿Ya lo habrá leído?", se preguntó. Había esperado que ella lo mencionara mientras aguardaban para ver a Skip, pero no fue así. De inmediato la justificó diciéndose
que Kerry estaba entrenada para mostrarse escéptica, que su actitud en apariencia negativa después de la visita a Skip no significaba que se desentendería del caso.
Cuando los Gigantes lograron ganar con un gol de campo en el último segundo del juego, Geoff se unió a la multitud que los vitoreaba, pero declinó ir con
sus amigos a tomar unas cervezas. En vez de ello se fue a casa y llamó a Kerry.
Se sintió regocijado cuando ella admitió que había leído la transcripción y que tenía varias preguntas.
-Quisiera que nos viéramos de nuevo -propuso él-. Luego se le ocurrió una idea. "Lo peor que puede pasar es que diga que no", se dijo mientras preguntaba-.
¿Qué te parecería si te invitara a cenar?

DOLLY BOWLES tenía sesenta años de edad al mudarse a Alpine, a la casa de su hija. Eso había sido doce años atrás, precisamente después de enviudar. No
había querido molestarla, pero la verdad era que no le gustaba estar sola. Y tenía una buena razón. Cuando era niña, le abrió la puerta a un mensajero que resultó
ser un ladrón. Todavía tenía pesadillas acerca de cómo el hombre las había atado a ella y a su madre y había saqueado la casa. Como resultado, Dolly tendía a sospechar
de los extraños, y varias veces su yerno se había molestado con ella porque, si estaba sola en casa y escuchaba ruidos, de inmediato activaba el sistema de alarma.
Su hija, Dorothy, y su yerno, Lou, viajaban con frecuencia. Cuando Dorothy se mudó con ellos, los niños todavía vivían en la casa, y ella había sido una
gran ayuda al cuidarlos.
Sin embargo, los chicos crecieron, y Dolly se convirtió en la niñera del vecindario, lo que resultaba muy conveniente. A ella le gustaban mucho los niños.
La gente sólo se molestaba cuando hacía una de sus llamadas para informar a la policía que rondaba por ahí alguna persona de aspecto sospechoso. Pero no había vuelto
a hacerlo en diez años, no desde que fue testigo en el juicio del asesinato de Suzanne Reardon. Temblaba cada vez que recordaba aquello. El fiscal la había hecho
ver como una tonta, y Dorothy y Lou se mortificaron.
-Madre, te supliqué que no hablaras con la policía -le había dicho Dorothy entonces.
Pero Dolly conocía a Skip Reardon, le agradaba y sentía que debía tratar de ayudarlo. Además, era cierto que había visto el auto, también Michael, el chico
de cinco años con problemas de aprendizaje al que había estado cuidando esa noche. Estaba segura de haber visto un tres y una ele en la matrícula del auto, pero
el fiscal tomó una matrícula y se la mostró desde el fondo del salón, ella no pudo leerla. Además, la hizo admitir que le tenía mucho cariño a Skip porque una noche
la había ayudado a desenterrar su auto de un montículo de nieve.
Dolly sabía que el hecho de que Skip hubiera sido amable con ella no quería decir que no pudiera ser un asesino, pero en el corazón sentía que era inocente.
Incluso en los últimos tiempos, algunas veces, cuando cuidaba niños en las casas frente a la de los Reardon, pensaba en la noche que Suzanne fue asesinada y recordaba
al pequeño Michael, cuya familia se había marchado hacía varios años, y cómo señalaba el auto negro desconocido y decía: "El auto de Abue."
Dolly no podía saber que esa tarde de domingo, mientras estaba sentada contemplando por la ventana la que solía ser la casa de los Reardon, a quince kilómetros
de distancia, en Villa Cesare, en Hillsdale, Geoff Dorso y Kerry McGrath hablaban sobre ella.

POR UN ACUERDO tácito, Kerry y Geoff se abstuvieron de comentar el caso Reardon hasta que les sirvieron el café. Durante la cena Geoff le contó de su infancia
en Manhattan, con cuatro hermanas.
-Te envidio -dijo Kerry-. Yo soy hija única, Y me encantaba visitar las casas de amigos con familias grandes. Mi padre murió cuando yo tenía diecinueve
años; mi madre volvió a casarse cuando cumplí veintiuno, y se mudó a Colorado. La veo dos veces al año.
Los ojos de Geoff se suavizaron.
-Eso no te proporciona mucho apoyo familiar -comentó.
-No, supongo que no, pero Jonathan y Grace Hoover me ayudan a llenar ese vacío. Han sido maravillosos conmigo, casi como si fueran mis padres.
Mientras tornaban el café abordaron por fin el caso Reardon. Kerry habló con franqueza:
-Estuve ahí el día que lo sentenciaron, hace diez años, y la expresión del rostro de Skip y sus palabras se grabaron en mi memoria. He escuchado a muchos
culpables jurar que son inocentes, pero algo en su declaración me impresionó.
-Es que él decía la verdad.
Kerry lo miró directo a los ojos.
-Te lo advierto, Geoff; pretendo ser el abogado del diablo. Y, aunque al leer la transcripción surgieron en mi mente muchas preguntas, eso no me convence
de que Reardon sea inocente. Y tampoco lo hizo la visita de ayer. Todavía pienso que es dañino para su caso el hecho de que, el mismo día en que ella murió, Reardon
discutiera la posibilidad del divorcio y, en apariencia, se alterara al saber lo que iba a costarle.
-Kerry, Suzanne ya le había costado a Skip toda una fortuna. Era una compradora compulsiva, adquiría todo lo que le gustaba se detuvo-. No. Enojarse y
vociferar al respecto es una cosa, pero hay una gran diferencia entre desahogar su furia y el homicidio. De todas formas, aunque el divorcio le hubiera costado
muy caro, Skip se sentía aliviado porque la farsa que era su matrimonio terminaría y él podría continuar con su vida.
Hablaron acerca de las rosas rojas.
-Estoy convencido de que Skip no las compró ni se las envió -le aseguró Geoff-. Así que, si aceptamos eso, tendremos el factor de la intervención de otra
persona.
Mientras Geoff pagaba la cuenta, los dos estuvieron de acuerdo en que el testimonio del doctor Smith había sido la pieza clave que logró la condena de Skip
Reardon.
-Sólo pregúntate esto -la apremió Geoff-. El doctor Smith declaró que Suzanne temía los accesos de furia provocados por los celos de Skip; pero, si ella
le tenía tanto miedo, ¿cómo podía estar ahí, tan tranquila, arreglando las flores que otro hombre le había enviado? Además, nadie se presentó para corroborar el
testimonio de Smith. Los Reardon eran una pareja popular. Si Skip maltrataba a Suzanne, de seguro alguien lo habría dicho.
-Tal vez -concedió Kerry-; pero, con base en todos los datos que se le dieron al jurado, no había razón para no creerle al doctor Smith.
Durante el trayecto de vuelta a casa guardaron silencio. Mientras Geoff acompañaba a Kerry hasta su puerta, le quitó la llave de la entrada.
-Mi madre siempre me dice que uno debe abrirle la puerta a una dama. Espero que no sea algo demasiado sexista.
-No. Al menos no para mí, pero tal vez soy un poco anticuada -las estrellas brillaban en un cielo azul marino. Soplaba un viento frío que hizo estremecer
a Kerry.
Geoof se dio cuenta, giró rápidamente la llave y empujó la puerta sin hacer ningún movimiento para indicar que esperaba que ella lo invitara a pasar. En
vez de ello, preguntó:
-¿Qué haremos ahora?
-Hablaré con el doctor Smith tan pronto como pueda.
-Entonces nos veremos en los próximos días -Geoff le sonrió un momento y comenzó a bajar los escalones del porche. Kerry cerró la puerta y se dirigió a
la sala, pero no encendió la luz de inmediato. Se dio cuenta de que todavía saboreaba el momento en que Geoff le quitó la llave de la mano y abrió la puerta para
ella. Luego se dirigió a la ventana y observó el auto de él desaparecer por la calle.

"ESTAR CON PAPI es muy divertido", pensó Robin. No lo veía muy a menudo, pero cuando estaban juntos él era fantástico.
Vieron la casa que Kinellen pensaba comprar. A ella le pareció estupenda, pero Bob dijo que el lugar lo había decepcionado
-Quiero una casa en la que podamos esquiar hasta la puerta -le había dicho él-. Sólo tendremos que seguir buscando.
Conversaban animadamente mientras comían camarones y ostiones. Él acababa de prometerle que la llevaría a esquiar e irían sólo ellos dos.
-Un día que tu mamá tenga una cita -le hizo un guiño.
-¡Oh! Mamá no tiene muchas citas -le informó Robin-. La otra noche un abogado fue a la casa. Es agradable, pero creo que sólo fue por trabajo.
Bob Kinellen, que no tenía toda su atención en la charla, de pronto se mostró alerta.
-¿Cómo se llamaba?
-Geoff Dorso. Le llevó a mamá un expediente muy grueso para que lo leyera.
Cuando su padre de pronto se quedó callado, Robin tuvo una sensación de culpa, como si hubiera hablado demasiado y quizá él estuviera enojado con ella.
Cuando la dejó en su casa, la pequeña se alegró de haber regresado.

9


Lunes
30 de octubre

Lo primero que hizo Kerry el lunes por la mañana fue llamar al consultorio del doctor Smith.
La señora Carpenter le respondió.
-Quisiera una cita para hablar con el doctor tan pronto como sea posible -dijo Kerry-. Es importante.
-¿De qué se trata, señora McGrath?
Kerry decidió arriesgarse.
-Dígale al doctor que deseo hablar acerca de Suzanne.
Esperó casi cinco minutos y después escuchó la voz calculadora y fría del doctor Smith.
-¿Qué quiere señora McGrath? -le preguntó.
-Hablar con usted acerca de Skip Reardon, doctor, y le agradecería que fuera lo más pronto posible.
Cuando ella colgó, él había aceptado verla en su consultorio a las siete y media de la mañana siguiente. Eso significaba que Kerry tendría que salir de
su casa a las seis y media, de modo que debería pedir a algún vecino que telefoneara a Robin para asegurarse de que no se quedaría dormida. Por lo demás, no habría
problema con ella. Robin siempre se iba a la escuela con dos amigas, y ya era lo suficientemente grande como para prepararse un tazón de cereal.
Poco antes de la hora del almuerzo Kerry le pidió a Joe fuera a su oficina.
-Tengo un pequeño asunto que no tiene que ver con los casos actuales y con el que quisiera que me ayudaras -dijo Kerry cuando el investigador se dejó caer
en la silla frente a su escrito-. El caso Reardon -le contó de las mujeres que se parecían a Suzanne y del doctor Charles Smith. Con renuencia admitió que también
había visitado a Reardon en la cárcel y que comenzaba a tener sus dudas acerca de la manera en que se había llevado el caso.
Palumbo dejó escapar un silbido.
-Mantén esto entre nosotros, Joe. Frank Green no está muy contento de que me interese en el caso.
-Me pregunto por qué -murmuró Palumbo.
-El hecho es que el mismo Green me dijo que el doctor Smith fue un testigo poco emotivo. Es raro en el padre de la víctima de un homicidio, ¿no crees?
En el estrado, Smith testificó que él y su esposa se habían separado cuando Suzanne era una bebé, y que unos años más tarde él permitió que su padrastro la adoptara,
un tal Wayne Stevens, y que creciera en Oakland, California. Me interesa saber qué tipo de chica era Suzanne cuando joven, y quiero ver una foto de ella siendo
adolescente.
Había sacado varias hojas de la transcripción del juicio de Skip Reardon, y en ese momento se las pasó por encima del escritorio a Palumbo.
-Éste es el testimonio de una niñera que dice haber visto un auto desconocido frente a la casa de los Reardon la noche del asesinato. Vive, o vivía, con
su hija en Alpine. Habla con ella de mi parte, ¿sí?
Los ojos de Palumbo reflejaban un vivo interés.
-Será un placer, Kerry. Me gustaría ver a nuestro Líder en aprietos, para variar.
-Mira, Joe, Frank Green es un buen tipo -protestó Kerry-. No quiero causarle problemas; pero, si existe la posibilidad de que un hombre inocente esté en
prisión, creo que es mi deber investigarla.
-No me lo tomes a mal -dijo Palumbo-. No le deseo ningún daño a Green. Es sólo que preferiría que no corriera a ponerse a salvo cada vez que alguien en
esta oficina tiene problemas.

AL ANOCHECER, la secretaria de Geoff Dorso lo llamó por el intercomunicador.
-La señorita Taylor está aquí. Dice que es importante.
En realidad debía ser algo importante para que Beth Taylor se presentara sin llamarle primero.
-Hazla pasar -le indicó Geoff.
Cuando su secretaria escoltó a Beth a la oficina, Geoff rodeó el escritorio y la besó con afecto. Siempre que la veía, la misma idea cruzaba por su mente:
Qué vida tan diferente habría sido la de Skip de haberse casado con Beth Taylor.
Beth era de la edad de Skip, casi cuarenta años; medía alrededor de un metro sesenta y cinco y tenía una agradable talla doce, cabello castaño, animados
ojos marrones y un rostro que irradiaba inteligencia y calidez. Quince años atrás, cuando salía con Skip, era profesora. Desde entonces había obtenido una maestría,
y en ese momento trabajaba como orientadora vocacional en una escuela cercana.
Por la expresión del rostro era evidente que estaba muy preocupada. Fue directo al grano.
-Geoff, hablé por teléfono con Skip anoche. Parece terriblemente deprimido. Estoy preocupada. Se habla mucho acerca de eliminar las apelaciones sucesivas
de los convictos por asesinato. Lo único que mantiene a Skip con vida es la esperanza de que algún día una de las apelaciones sea aceptada. Si pierde esa esperanza,
querrá morir. Me contó acerca de la fiscal auxiliar que lo visitó. Está seguro de que ella no le creyó.
-¿Crees que tenga ideas suicidas? -preguntó Geoff con rapidez-. Porque, de ser así, debo advertírselo pronto al alcaide de la prisión.
-¡No, no! ¡Ni siquiera pienses en informar semejante cosa! No me refiero a que vaya a provocarse algún daño en este momento. Él sabe que estaría matando
también a su madre -la señora Reardon había tenido un ataque cardíaco poco después de que encarcelaran a Skip y otro hacía cinco años. Beth dejó caer las manos
en gesto de impotencia -¡Geoff! -estalló-. ¿Puedo darle alguna esperanza?
"Si me lo hubiera preguntado una semana antes", pensó Geoff, "habría tenido que responder que no." Sin embargo, la llamada de Kerry McGrath hizo la diferencia.
Teniendo cuidado de no parecer en exceso animado, le contó a Beth acerca de las dos mujeres que Kerry había visto en el consultorio del doctor Smith, y del creciente
interés de ella en el caso.
Los ojos de Beth se llenaron de lágrimas.
-Entonces, ¿Kerry McGrath todavía investiga el caso?
-Sí, definitivamente. Ella es algo especial, Beth -mientras Geoff se escuchaba a sí mismo decir aquellas palabras, imaginó a Kerry: el modo en que se acomodaba
un rizo de cabello dorado tras la oreja cuando estaba concentrada, el alegre orgullo que emanaba de ella cuando hablaba de su hija. Escuchaba su voz, y veía la
sonrisa casi tímida que le dirigió cuando él le quitó la llave de la mano para abrirle la puerta.
-Geoff, si hay bases para otra apelación, ¿no crees que cometemos un error al no hablarle de mí?
La pregunta de Beth lo hizo volver al presente. Se refería a un aspecto del caso que nunca había salido a la luz. Poco antes de la muerte de Suzanne, Skip
y Beth se encontraron, y él había insistido en llevarla a comer. Le confesó lo infeliz que era en su matrimonio y cuánto lamentaba haber roto con ella.
Skip y Beth comenzaron a verse otra vez. La noche en que Suzanne murió habían planeado cenar juntos. Sin embargo, ella tuvo que cancelar la cita en el
último minuto, y fue entonces cuando Skip decidió regresar a casa y encontró a Suzanne arreglando las rosas.
Cuando se realizaba el juicio, Geoff estuvo de acuerdo con el abogado que llevaba el caso, Tim Farrell, en que poner a Beth en el estrado era un arma de
dos filos. Sin duda el fiscal argumentaría que, además de evitar los gastos del divorcio, Skip Reardon tenía otra razón de peso para matar a su esposa. Por otra
parte el testimonio de Beth tal vez habría podido contrarrestar la declaración del doctor Smith en el sentido de que Skip celaba a su esposa como un loco.
Hasta que Kerry le habló del doctor Smith y de las pacientes que se parecían a Suzanne, Geoff estaba seguro de haber tomado la decisión correcta. Pero en
ese momento ya no se sentía del mismo modo. Miró a Beth a los ojos.
-Quiero que Kerry te conozca y escuche tu historia. Si tenemos alguna oportunidad de una nueva apelación exitosa, es necesario poner todas las cartas sobre
la mesa.

10


Martes
31 de octubre

Cuando estuvo lista para salir de la casa hacia su cita temprana con el doctor Smith, Kerry movió a Robin hasta despertarla, pese a las protestas de su hija.
-Vamos, Rob -la apresuró-. Siempre me dices que te trato como a un bebé.
-Pues lo haces -murmuró Robin.
-De acuerdo. Te doy la oportunidad de probar tu independencia. Levántate ya. La señora Weiser te llamará a las siete para asegurarse de que no te volviste
a dormir. Te dejé el cereal y el jugo en la mesa.
Robin bostezó y cerró los ojos.
-Rob, por favor.
-De acuerdo -con un suspiro, Robin por fin puso las piernas al lado de la cama. El cabello le caía sobre la cara mientras se restregaba los ojos.
Kerry se lo acomodó hacia atrás y la besó en la coronilla.
-Ahora, recuerda: no le abras la puerta a nadie. Voy a colocar la alarma. Tendrás que desactivarla al salir y luego la vuelves a conectar.
-Lo se, lo sé -suspiró Robin exageradamente.
Kerry sonrió.
-Sé que te he dicho lo mismo miles de veces. Te veré esta noche. Alison vendrá a las tres.
Alison era la estudiante de bachillerato que se quedaba con Robin después de la escuela hasta que Kerry regresaba a casa.
-Hasta luego, mamá.
Robin oyó que Kerry bajaba las escaleras. "Sólo un minuto", pensó Robin mientras se deslizaba de nuevo en la cama. "Sólo un minuto más."
A las siete, después de que el teléfono sonó seis veces, Robin se sentó y lo contestó.
-¡Oh, gracias, señora Weiser! Sí, por supuesto que ya estoy lo estoy despierta.
"Ahora sí lo estoy", pensó mientras bajaba de la cama.

EL DOCTOR Smith hizo pasar él mismo a Kerry. No le mostró siquiera la mínima cortesía que había tenido durante sus visitas con Robin. No la saludó, salvo
para decir:
-Puedo darle veinte minutos, señora McGrath, ni un segundo más. La guió a su oficina privada.
"Si es así como vamos a jugar", pensó Kerry, "por mí está bien." Cuando estaba sentada en la silla frente al escritorio, comenzó a hablar:
-Doctor Smith, después de ver que dos mujeres que salían de su consultorio se parecían extraordinariamente a su hija asesinada, Suzanne, sentí la suficiente
curiosidad acerca de las circunstancias de su muerte como para dedicar algún tiempo durante la semana a leer la transcripción del juicio de Skip Reardon.
Kerry se dio cuenta de la expresión de odio que se extendió en el rostro de doctor Smith ante la sola mención de Reardon. Ella se inclinó hacia el frente.
-Doctor Smith, su declaración fue lo que envió a Skip Reardon a prisión. Usted dijo que él tenía unos celos enfermizos y que su hija le tenía miedo. Él
jura que nunca la amenazó.
-Miente -el tono de voz era mecánico, sin emoción.
-Pero si Suzanne temía por su vida, ¿por qué seguía viviendo con él? -preguntó.
La luz del día llenaba la habitación y se reflejaba en los lentes sin arillo de Smith, de modo que Kerry no pudo verle los ojos. "¿Acaso serán tan inexpresivos
como su voz?", se preguntó.
-Porque, a diferencia de su madre, mi ex esposa, Suzanne quería conservar su matrimonio -respondió él después de una pausa-. El grave error de su vida fue
enamorarse de Reardon. Y un error más grave aún fue el no tomar en serio sus amenazas.
Kerry se dio cuenta de que no iba a llegar a ninguna parte. Era el momento de hacerle la pregunta que se le había ocurrido con
anterioridad.
-Doctor Smith, ¿alguna vez operó a su hija?
De inmediato fue evidente que la pregunta lo enfureció.
-Señora McGrath, pertenezco a la escuela de médicos que nunca, salvo en una urgencia extrema, trata a un miembro de su familia. Además, la pregunta es un
insulto. Suzanne era una belleza natural.
-Ha logrado que al menos dos mujeres se le parezcan. ¿Por qué ha hecho eso?
El doctor Smith miró su reloj.
-Le responderé esta última pregunta y luego tendrá que disculparme -se quitó los anteojos y se frotó la frente-. Opero a mujeres que se ven al espejo y
se dan cuenta de que la piel se les arruga o tienen bolsas en los ojos. Les levanto la frente y la sujeto por debajo de la línea del cabello. Estiro la piel y
la acomodo detrás de las orejas. Las hago lucir veinte años más jóvenes, pero es más que eso; transformo el desprecio que sienten por sí mismas en admiración -su
voz se elevó-. Puedo mostrarle fotografías, de antes y después, de víctimas de accidentes a las que he ayudado. Me pregunta por qué varias de mis pacientes se
parecen a mi hija. Le diré la razón. Porque durante estos diez años algunas jóvenes feas e infelices vinieron a mi consultorio y yo pude darles su mismo tipo de
belleza -el doctor Smith se levantó-. Esta discusión ha terminado.
No había nada que Kerry pudiera hacer, salvo seguirlo fuera de la habitación. Mientras caminaba tras él observó que el doctor Smith sostenía la mano derecha
rígidamente pegada al cuerpo. "¿Acaso fue eso un temblor?", se preguntó Kerry. "Sí, en efecto, su mano tiembla.
"-Señora McGrath -le dijo el doctor ya en la puerta-, debe usted comprender que la sola mención del nombre de Skip Reardon me asquea. Por favor, llame a
la señora Carpenter e indíquele el nombre de otro médico al que podamos enviarle el expediente de Robin. Por mi parte, no quiero volver a saber de su usted ni de
hija.
Estaba tan cerca de ella que Kerry dio un paso involuntario hacia atrás. Había algo en aquel hombre que la asustaba en verdad. Los ojos, llenos de odio,
parecieron atravesarla. "Si el hombre tuviera un arma en la mano en este momento, creo que la usaría", pensó ella.

DESPUÉS DE cerrar la puerta con llave y comenzar a bajar las escaleras, Robin vio el pequeño vehículo oscuro estacionado al otro lado de la acera. No era
común que hubiera autos extraños en esa calle, especial a esa hora, pero ella no sabía por qué ese auto le producía una sensación desagradable. Hacía frío. Se
pasó los libros al brazo izquierdo, subió la cremallera de su chaqueta hasta el cuello y luego aceleró el paso. Iba a reunirse con Cassie y otra amiga en una esquina,
a una cuadra de distancia, y ya estaba retrasada un par de minutos.
La calle estaba tranquila. Como las hojas casi habían desaparecido, los árboles tenían un aspecto desnudo y siniestro. Robin deseó haberse puesto guantes.
Cuando llegó a la acera, se volvió al otro lado de la calle. La ventanilla del conductor del auto desconocido se abría con lentitud. Ella se quedó mirando,
creyendo que tal vez sería algún conocido. Entonces vio que sacaban una mano, con algo que le apuntaba. De pronto, Robin sintió pánico y comenzó a correr. Con
un rugido, el auto salió disparado hacia ella. En el momento en que la niña pensó que subiría a la acera y la arrollaría, el vehículo dio una vuelta en U y se alejó
por la calle. Entre sollozos, Robin corrió por el césped de la casa de sus vecinos y tocó el timbre con desesperación.

CUANDO JOE PALUMBO llamó por teléfono a Dolly Bowles y le explicó que era investigador de la fiscalía del condado de Bergen, ella se mostró un poco cautelosa.
Sin embargo, cuando le dijo que una de las fiscales auxiliares, Kerry McGrath, quería saber acerca del automóvil que había visto frente a la casa de los Reardon
aquella noche del asesinato, la mujer le anunció que había seguido el juicio en que Kerry McGrath fue la fiscal y expresó lo contenta que estaba porque hubiera logrado
encarcelar al hombre que le había disparado a su supervisora. Le aseguró a Joe Palumbo que, si Kerry McGrath quería hablar con ella, no habría ningún problema.
-Bueno, en realidad -le dijo Joe sin mucha convicción- me gustaría ir a verla y hablar con usted ahora. Tal vez Kerry pueda ir después.
Hubo una pausa. Palumbo no podía saber que Dolly estaba recordando la expresión burlona y desdeñosa del rostro del fiscal Green cuando la interrogó durante
el juicio.
-Creo -dijo ella por fin, con dignidad- que me sentiría más cómoda al hablar con Kerry McGrath acerca de esa noche.

FALTABA UN CUARTO para las diez cuando Kerry llegó por fin al edificio de la Corte, mucho más tarde de la hora en que por lo general llegaba. Anticipando
la posibilidad de que la regañaran, había telefoneado para explicar que tenía algo que hacer y llegaría tarde. Sabía que a Frank Green le daría un ataque si se
enteraba de que había ido a ver al doctor Smith.
Cuando marcó con nerviosismo el código que le permitía el acceso a la oficina de la fiscalía, la operadora del conmutador la miró y le informó:
-Kerry, ve directo a la oficina del señor Green Te espera.
"¡Oh, Dios!", pensó Kerry; pero cuando entró en la oficina de Green, se dio cuenta de que no estaba enojado. Como siempre, fue directo al grano.
-Kerry, Robin está con tu vecina, la señora Weiser. Está bien, Kerry sintió que se le cerraba la garganta.
-Entonces, ¿qué pasa?
-No estamos seguros. Según Robin, saliste de la casa a las seis y media -hubo un destello de curiosidad en los ojos del fiscal Green.
-Sí, así fue.
-Más tarde, cuando Robin salió, vio un auto desconocido al otro lado de calle. Al llegar a la acera, la ventanilla del lado del conductor se abrió y ella
vio una mano que sostenía algún tipo de objeto. No sabe qué fue, y no pudo distinguir el rostro del conductor. Luego, el auto arrancó tan de prisa que penso que
se subiría a la acera y la arrollaría, pero dio vuelta en U y se alejó. Robin corrió a la casa de la vecina.
Kerry se dejo caer en una silla.
-¿Está ahí ahora?
-Sí. Puedes llamarla, o ir a casa, si te hace sentir mejor. ¿Tiene Robin una imaginación desmedida, Kerry? ¿O es posible que alguien esté tratando de asustarte
al amenazaría a ella?
-¿Por qué querría alguien asustarnos a Robin o a mí?
-Ya ha sucedido antes en esta oficina. Acabas de terminar un caso que recibió mucha publicidad. El tipo al que pusiste tras las rejas por homicidio es
un maleante consumado, y todavía tiene bastantes amigos.
-Sí, pero los que conocí parecían ser gente muy decente y seria -respondió Kerry-. Y, para responder a tu primera pregunta, Robin es una niña muy equilibrada.
Ella no imaginaría algo como esto.
-Llámala -le indicó Green.
Robin respondió de inmediato el teléfono de la señora Weiser.
-Sabía que llamarías, mamá. Ya estoy bien. Quiero ir a la escuela. La señora Weiser dice que ella puede llevarme. Y, mamá, todavía tengo que salir esta
tarde. Es noche de brujas.
Kerry pensó con rapidez. Robin estaría mejor en la escuela que sentada en casa pensando en lo ocurrido.
-Muy bien, pero te recogeré en la escuela al cuarto para las tres. No quiero que regreses caminando a casa -"y estaré a tu lado cuando salgas a pedir dulces",
pensó-. Frank -se dirigió a su jefe luego de colgar-, ¿está bien si salgo temprano hoy?
La sonrisa de Green era genuina.
-Por supuesto que sí, Kerry. No tengo que decirte que interrogues a Robin con cuidado. Tenemos que saber si en realidad alguien la vigilaba.
Más tarde Joe Palumbo pasó por la oficina de Kerry y le contó de su llamada a Dolly Bowles.
-Sólo hablará contigo, Kerry.
-La llamaré en este momento.
Su breve saludo: "Hola, señora Bowles, soy Kerry McGrath" dio por resultado que la mujer comenzara un monólogo de diez minutos. Palumbo se apoyó en la silla
mientras observaba con cierta diversión a Kerry, que trataba de intercalar alguna palabra. Por fin, la abogada colgó el teléfono.
-En resumidas cuentas, lo que me dijo fue que no le agradó en absoluto la forma en que esta oficina la trató hace diez años -le informó Kerry. El resto
fue que su hija y su yerno no quieren que hable acerca del asesinato ni de lo que vio, y regresarán de un viaje mañana. Si he de hablar con ella, debe de ser hoy
a las cinco. Voy a tener problemas para ir -le contó a Palumbo acerca de Robin y el incidente de esa mañana.
El investigador se puso de pie.
-Te veré en tu casa a las cinco -sugirió él-. Mientras hablas con la señora Bowles llevaré a Robin a comer una hamburguesa. Me gustaría hablar con ella
acerca de lo de esta mañana. Kerry -añadió al ver la expresión de rechazo en el rostro de la abogada-, eres inteligente, pero no serías objetiva si tú la interrogaras.
No quieras hacer mi trabajo.
Kerry miró a Joe, pensativa. Siempre estaba un poco desaliñado, pero era uno de los mejores detectives. Su experiencia sería muy útil en esta situación.
-Muy bien -aceptó ella.

ESE MARTES, en la noche de brujas, Jason Arnott, condujo desde Alpine hasta la remota área de Catskill donde su extensa finca, oculta entre las montañas,
guardaba sus inapreciables tesoros robados. Estaba contento de alejarse. Se sentía cansado. Durante el fin de semana había ido a Maryland a robar una casa en
Chevy Chase en la que había estado en una fiesta unos cuantos meses antes. En esa reunión la anfitriona, Myra Hamilton, había hecho mucha alharaca acerca de la
boda de su hijo el 28de octubre, en Chicago, con lo que sólo logró anunciar a todos que la casa iba a estar sola ese día.
La casa no era grande, pero sí de un gusto exquisito, llena de artículos preciosos. Jason se había quedado sin aliento al contemplar un sello Fabergé de
escritorio, azul zafiro, cuyo mango tenía forma de huevo de oro. Eso, y un delicado tapete Aubusson de noventa por metro y medio con un rosetón central que había
lucido como colgadura, se encontraban ya en el maletero de su de su auto, en camino de su retiro. Sin darse cuenta, Jason frunció el entrecejo. No experimentaba
la acostumbrada sensación de triunfo al haber logrado su meta. Le molestaba una vaga inquietud. Revisó mentalmente la operación Hamilton.
Después de salir del hogar de los Hamilton, cuando avanzaba lentamente en el tráfico de la carretera 240, dos autos patrullas de la policía con sirenas y
luces encendidas lo rebasaron y entraron a la calle de la que él acababa de salir. Era evidente que se dirigían a la casa de los Hamilton. Eso quería decir que
de algún modo había activado una alarma silenciosa que operaba de manera independiente del sistema maestro que había desactivado antes de entrar.
"¿Qué otro tipo de sistema de seguridad podrían tener los Hamilton?", se preguntó. "En la actualidad es tan sencillo esconder cámaras." Había usado una
máscara de media que siempre se ponía para sus robos, pero durante un momento la levantó para examinar una figura de bronce... Algo estúpido, porque la pieza no
resultó ser valiosa.
"Hay una posibilidad en un millón de que alguna cámara me haya captado el rostro", se dijo Jason para tranquilizarse mientras se acercaba cautelosamente
a la entrada de su casa. Maddie, la mujer impasible y silenciosa que hacía la limpieza, habría dejado todo reluciente. Jason sabía que ella no distinguía entre
un Aubusson y un trozo de alfombra de diez dólares el metro, pero Maddie se enorgullecía de su trabajo. En diez años nunca había siquiera estrellado una taza.
Estacionó el auto en la puerta lateral y, con la emoción que siempre lo invadía cuando iba allá, entró en la casa y accionó el de interruptor la luz. Una
vez más, contemplar tantas cosas hermosas hizo que los labios y las manos se le humedecieran por el placer. Unos minutos más tarde, cuando sus nuevos tesoros estuvieron
a salvo dentro, cerró la puerta y echó el cerrojo. Su noche había comenzado.
Lo primero que hizo fue llevar el sello Fabergé escaleras arriba y colocarlo en la antigua mesa de noche de la habitación principal. Una vez en su sitio,
se inclinó para compararlo con el marco en miniatura que había estado en esa mesa durante los últimos once años.
El marco representaba una de las pocas veces que lo habían engañado. Era una copia muy buena de un Fabergé, pero, por supuesto, no era lo mismo. En ese
momento le resultaba muy evidente. El esmalte azul se veía turbio comparado con el color intenso del sello de escritorio. El borde de oro incrustado con perlas
no parecía en absoluto de manufactura Fabergé auténtica, Sin embargo, del interior del marco, el rostro de Suzanne Reardon le devolvió la mirada.
No le gustaba recordar aquella noche de hacía casi once años. Había entrado por la ventana abierta del saloncito de la habitación principal. Sabía que
la casa estaría sola. Ese mismo día, Suzanne le había hablado acerca del compromiso que tenía para cenar esa noche y le dijo que Skip no iba a estar en casa. Jason
tenía el código de seguridad; pero, cuando llegó, notó que había una ventana abierta. Al entrar en la habitación vio el marco en miniatura sobre la mesa de noche.
Desde el otro extremo del cuarto parecía auténtico. Lo examinaba de cerca cuando escuchó una discusión. ¡Suzanne! Presa del pánico, dejó caer el marco en su bolsillo
y se escondió en un clóset.
En ese momento, mientras examinaba el marco, Jason se preguntó por qué perversa razón había conservado la fotografía de Suzanne. Pero, al mirarla, comprendió
que le hacía que fuera más fácil para él eliminar el recuerdo de cuán horripilantes y distorsionados estaban los rasgos de Suzanne cuando él escapó.

GEOFF DORSO telefoneó a Kerry cuando ella estaba a punto de salir de la oficina.
-Me entrevisté con el doctor Smith esta mañana -le dijo ella a toda prisa-, y voy a verme con Dolly Bowles a eso de las cinco. Ahora no puedo hablar contigo.
Tengo que recoger a Robin en la escuela.
-Kerry, estoy ansioso por saber lo que ocurrió con el doctor Smith y lo que te diga Dolly Bowles. ¿Podremos cenar hoy?
-No quiero cenar fuera esta noche, pero si te gusta la pasta...
-Soy italiano, ¿recuerdas?
-¿A las siete y media?
-Ahí estaré.

CUANDO RECOGIÓ a Robin en la escuela, Kerry se dio cuenta de que la mente de su hija estaba más en la noche de brujas que en lo que le había sucedido. Siguiendo
el ejemplo de Robin, no insistió en el tema, al menos por el momento. Cuando llegaron a casa le dio la tarde libre a la niñera de Robin. "Así es como viven las
otras madres", pensó mientras con varias de ellas seguía a un montón de niños que pedían dulces. Kerry y Robin regresaron a casa a tiempo para recibir a Joe Palumbo.
Llevaba un abultado portafolios al que dio unos golpecitos de satisfacción.
-Traigo la investigación de la oficina acerca del caso Reardon -explicó él-. Aquí debe estar la declaración original de Dolly Bowles. Veamos si se parece
a lo que te dirá hoy -miró a Robin, que llevaba un disfraz de bruja-. ¡Vaya traje, Rob!
-Era éste ó ser un cadáver -respondió Robin.
Kerry no se dio cuenta de que había fruncido el entrecejo sino hasta que advirtió la expresión de entendimiento en los ojos de Joe Palumbo.
-Es mejor que me ponga en camino -dijo de prisa.
Durante el trayecto de veinte minutos a Alpine, Kerry notó que tenía los nervios de punta. Por fin había logrado que Robin le contara algo acerca del incidente
ocurrido en la mañana. A esas alturas la niña intentaba restarle importancia al asunto. Kerry deseaba creer que solamente se trataba de alguien que se
detuvo a buscar una dirección y después se dio cuenta de que estaba en la calle equivocada, pero ella sabía que su hija no habría exagerado el asunto.

TAN PRONTO COMO KERRY se estacionó en la sólida casa estilo Tudor, la puerta se abrió. Dolly Bowles era una mujer pequeña, de cabello gris y rostro inquisitivo
y angosto. Ya estaba hablando cuando Kerry llegó hasta ella:
-...luce usted exactamente como su fotografía en el Record. Sentí mucho no haber podido asistir al juicio de ese horrible hombre que mató a su supervisora.
Aún charlando, condujo a Kerry hasta un cavernoso vestíbulo y le indicó una pequeña sala a la izquierda.
-Será mejor que entremos aquí. El salón es suficientemente grande para mi gusto.
"Es una mujer muy dulce", pensó Kerry, "pero no estoy de humor para esto."
-Señora Bowles, hablemos de la noche en que murió Suzanne Reardon.
Quince minutos después, tras escuchar que Michael, el pequeño que Dolly cuidaba esa noche, tenía problemas de desarrollo muy serios, Kerry había seleccionado
un trozo de información.
-Dice usted que el auto que vio estacionado frente a la casa de los Reardon no pertenecía a ninguno de los invitados de los vecinos. ¿Por qué está tan segura?
-Porque hablé con esas personas. Los vecinos habían invitado a tres parejas, todas de Alpine; después de que el señor Green me hizo quedar como una tonta
en el estrado, llamé a cada uno de ellos. Y, ¿sabe una cosa? Ninguno conducía el auto de Abue.
-¡El auto de Abue! -exclamó Kerry con incredulidad.
-Así fue como Michael lo llamó. Verá usted, él tenía un serio problema con los colores. Si le señalaban un auto y le preguntaban de qué color era, él no
lo sabía, pero podía distinguir uno que le fuera familiar o que se pareciera a uno que él ya conocía. Cuando esa noche dijo "el auto de Abue", tenía que estar señalando
el Mercedes negro, sedan cuatro puertas. Verá, él llamaba a su abuelo Abue, y le encantaba pasear con él en su auto... un Mercedes negro, sedan cuatro puertas.
Estaba oscuro, pero la luz de la calle frente a la entrada de la casa de los Reardon estaba encendida, así que él pudo verlo con claridad.
-Señora Bowles, usted declaró que vio el auto.
-Sí, aunque el Mercedes no estaba ahí a las siete y media, cuando llegué a la casa de Michael, y cuando él me lo señaló, el auto se alejaba, así que no pude
verlo bien. Aun así tuve la impresión de ver un tres y una ele en la matrícula. Traté de decírselo al abogado de Skip Reardon. Se apellidaba Farrer... no, Farrell.
Dijo que un testimonio de un niño mentalmente incapacitado sólo disolvería mi declaración de haber visto el auto, pero no veo por qué no pude decirle al jurado que
Michael se emocionó mucho cuando pensó que había visto el auto de su abuelo. Creo que eso habría ayudado.

ESA TARDE, Jonathan Hoover no disfrutaba del martini que tomaba siempre antes de cenar. Por lo general saboreaba ese momento, beber su trago sentado en
su sillón de orejas, cerca del fuego y conversar con Grace.
Miró a su esposa. De un tiempo a la fecha llevaba casi siempre vestidos de fiesta largos y flotantes, que ocultaban el avance continuo de la deformidad
de sus piernas y pies. Apoyada como estaba, en una posición medio reclinada en el sofá, no se veía la curvatura de su columna vertebral, y los luminosos ojos grises
lucían hermosos contra el blanco alabastro de su piel. Sólo las manos, torcidas y nudosas, eran indicadores visibles de su enfermedad. Ella le dirigió una sonrisa
irónica.
-Estás molesto por algo, Jon.
Jonathan arqueó las cejas.
-Se trata de Kerry, Grace. Me da la impresión que no tiene intenciones de dejar en paz el caso Reardon. Anoche convencí al gobernador de retrasar la presentación
ante el senado de los candidatos a la judicatura.
-¡Jonathan!
-Fue lo único que pude hacer para no tener que decirle que de momento no presente el nombre de Kerry. No tuve opción. Grace, Prescott Marshall ha sido
un gobernador sobresaliente. trabajar con él pude guiar al senado para que aprobara las reformas necesarias a la ley. Quiero que Marshall regrese en cuatro años.
No me agrada mucho Frank Green; pero, como gobernador, será adecuado para guardarle el sitio a Marshall, y no arruinaré lo que él ha conseguido. Por otra parte,
si Green no gana y el otro partido logra el puesto, todo lo que hemos logrado desaparecerá.
De pronto, a Grace le pareció que Jonathan se veía cansado y que reflejaba cada minuto de sus sesenta y dos años.
-Invitemos a Kerry y a Robin a cenar el domingo -dijo Grace-. Eso te dará la oportunidad de hablar con ella y convencerla. No creo que el futuro de nadie
deba sacrificarse por ese tal Reardon.
-Sí. La llamaré esta noche -aseguró Jonathan.

GEOFF DORSO tocó el timbre exactamente a las siete y media, y una vez más Robin le abrió la puerta. Todavía llevaba su traje de bruja y el maquillaje.
Tenía las cejas engrosadas por un color negro. Un pastoso polvo blanco le cubría la piel, excepto donde las heridas marcaban la barbilla y mejilla. Una peluca
de revuelto cabello negro se agitaba en torno a los hombros.
Geoff dio un salto atrás.
-¡Me asustaste!
-¡Magnífico! -exclamó Robin entusiasmada-. Iré a una fiesta, y hay un premio para el traje más espantoso.
-Ganarás con facilidad -le dijo Geoff al tiempo que pasaba al vestíbulo. Luego olfateó el aire-. Algo huele muy bien.
-Mamá está haciendo pan de ajo -explicó Robin-. ¡Mamá!, ya llegó el señor Dorso.
La cocina estaba al fondo de la casa. Geoff sonrió al abrirse la puerta y aparecer Kerry, que se secaba las manos con una toalla. Llevaba pantalones verdes
y un suéter de cuello con capucha del mismo color. Geoff no pudo dejar de ver cómo la luz del techo acentuaba las hebras doradas del cabello y el rocío de pecas
sobre la nariz de Kerry. "Parece como si tuviera veintitrés años", pensó Geoff, pero entonces se percató de que la cálida sonrisa no ocultaba la preocupación de
esos ojos.
-Geoff, me da gusto verte. Pasa y ponte cómodo. Tengo que llevar a Robin aquí cerca, a una fiesta.
-¿Por qué no dejas que yo vaya? -sugirió Geoff-. Todavía no me quito el abrigo.
-Supongo que está bien -dijo Kerry lentamente-, pero cerciórate de que entre en la casa. No la dejes en la acera.
-¡Pero mamá! -protestó Robin molesta-. Ya no estoy asustada, te lo aseguro.
-Bueno, pues yo sí.
"¿De qué estarán hablando?", se preguntó Geoff.
-Kerry -aclaró él-, yo siempre llevaba y recogía a mis hermanas, y que el cielo me ayudara si no veía que entraran a salvo. Trae tu escoba, Robin.
Mientras caminaban por la calle silenciosa, Robin le contó acerca del auto que la había asustado.
-Mamá parece muy tranquila, pero puedo darme cuenta de que está alarmada -le confió-. Se preocupa mucho por mí. Casi lamento haberle contado todo.
Geoff se detuvo en seco y la miró.
-Robin, escúchame. Es mucho peor no decirle a tu madre cuando ocurre algo así. Prométeme que no cometerás ese error.
-No lo haré, señor Dorso. Ya se lo prometí a mamá -los labios pintados como los de una bruja se separaron en una sonrisa pícara-. Soy muy buena para cumplir
mis promesas, excepto cuando se trata de levantarse temprano. Odio hacerlo.
-También yo -coincidió él con fervor-. Y dime Geoff.

CINCO MINUTOS más tarde, mientras estaba sentado en un banco a la barra de la cocina y miraba a Kerry preparar una ensalada, Geoff decidió intentar un acercamiento
directo.
-Robin me contó lo que ocurrió esta mañana. ¿Hay razones para preocuparse?
Kerry separaba en un tazón para ensaladas las hojas de una lechuga que acababa de lavar.
-Uno de nuestros investigadores, Joe Palumbo, habló con Robin esta tarde. Está preocupado. Robin fue muy específica en cuanto a que abrieron la ventanilla
y sacaron la mano apuntándole con algo. Joe sugirió que tal vez alguien pudo haberla fotografiado.
Geoff notó el temblor en la voz de Kerry.
-Pero, ¿por qué?
-No lo sé. Frank Green piensa que tal vez esté relacionado con el caso que acabo de terminar. Yo no estoy de acuerdo. Tal vez algún loco vio a Robin y
desarrolló alguna fijación -comenzó a despedazar la lechuga con fuerza salvaje-. El punto es... ¿Cómo la protejo?
-Es muy difícil llevar esa carga tú sola -comentó Geoff en voz muy baja.
-¿Lo dices porque soy divorciada? ¿Porque no hay un hombre que cuide de ella? Ya viste su rostro. Eso sucedió cuando estaba con su padre. Robin y yo estamos
mejor solas -despedazó otro trozo de lechuga-. Lo siento, Geoff. En este momento no soy buena compañía. Pero eso no importa. Lo que sí es importante son mis
reuniones con el doctor Smith y Dolly Bowles.
Mientras comían ensalada y pan de ajo, Kerry le contó acerca de su encuentro con el doctor Smith.
-Odia a Skip Reardon. Es un odio diferente. Me refiero a que por lo general los parientes de las víctimas desprecian al asesino y quieren que sea castigado,
pero su furia está tan entrelazada con la pena, que ambas emociones aparecen juntas. Los padres te muestran las fotografías de bebé de su hija asesinada, te cuenta
que ganó un premio en un concurso de ortografía en segundo de secundaría. Luego ya no pueden más y comienzan a llorar. Y uno de ellos, por lo general el padre,
dirá que le gustaría accionar él mismo el interruptor para matar al asesino. Pero con el doctor Charles Smith no hubo nada de eso. De él sólo percibí odio.
-¿Qué sacas en claro de todo eso? -preguntó Ceoff.
-Creo que necesitamos saber más acerca de la relación del doctor Smith con Suzanne. No olvides que, según su propia declaración, desde que era bebé no volvió
a verla sino hasta que cumplió los veinte años. Por las fotografías puedes ver que era una mujer sumamente atractiva.
Kerry se levantó.
-Piénsalo mientras preparo la pasta. Luego te hablaré de Dolly Bowles y el auto de Abue.
Geoff casi no se dio cuenta de lo delicioso que estaba el linguini con salsa de almejas, por escuchar a Kerry que relataba su reciente visita a Dolly Bowles.
-El asunto es que -concluyó ella-, por lo que Dolly me dijo, el pequeño Michael pudo haber sido un testigo confiable.
-Tim Farrell entrevistó él mismo a Dolly Bowles -evocó Geoff-. Creo recordar que se mencionó a un chico de cinco años con problemas de aprendizaje que vio
el auto, pero no le di importancia.
-Es un tiro en la oscuridad -dijo Kerry-, pero Joe Palumbo, el investigador que habló con Robin, me trajo el expediente Reardon esta tarde. Quiero revisarlo
para ver qué nombres aparecen... los de los hombres con quienes Suzanne comenzaba a intimar. No debe ser muy difícil verificar con el Departamento de Tránsito para
saber si alguno de ellos tenía un automóvil Mercedes negro, sedan, hace once años -miró el reloj que estaba sobre la cocina-. Todavía falta un rato -dijo.
Geoff recordó que debía ir por Robin.
-¿A qué hora terminará la fiesta?
-A las nueve. ¿Quieres tomar café?
-Sí. Y mientras lo tomamos te pondré al tanto de la relación de Skip Reardon y Beth Taylor.
Cuando él terminó de contarle la historia de Beth y Skip, Kerry comentó:
-Me doy cuenta de la razón por la que Farrell temía usar a Beth como testigo; pero, si Skip estaba enamorado de ella en el momento del asesinato, eso le
quita cierta credibilidad a la declaración del doctor Smith.
-Exactamente. La actitud de Skip al ver a Suzanne arreglando las flores que le dio otro hombre se resume en dos palabras: Hasta nunca.
Sonó el teléfono y Geoff miró su reloj.
-Iré por Robin mientras contestas.
-Gracias -Kerry tomó el auricular-. Hola. ¡Ah, Jonathan! -contestó con voz cálida-. Iba a llamarte.
Geoff se levantó, le indicó con la mano que no tardaría y fue por su abrigo.
Mientras caminaban de vuelta a casa, Robin le contó que se había divertido, aunque no ganó el premio con su disfraz.
-Algunas veces se gana y otras no, Robin.
En el momento en que Kerry les abrió la puerta, Geoff se dio cuenta de que algo estaba muy mal. Kerry hacía un esfuerzo visible por mantener la sonrisa
en el rostro mientras escuchaba la entusiasmada descripción que hacía Robin de la fiesta.
-Muy bien, Robin -dijo Kerry por fin-. Ya son más de las nueve y prometiste...
-Lo sé. Ahora mismo voy a la cama -Robin besó a Kerry con rapidez-. Te quiero, mamá. Buenas noches, Geoff -subió las escaleras a saltos.
Geoff observó que los labios de Kerry comenzaban a temblar. La tomó del brazo y la guió a la cocina.
-¿Qué ocurre?
Ella trató de mantener firme la voz.
-El gobernador iba a proponer tres nombres al senado mañana para la asignación de judicaturas. El mío iba a ser uno de ellos. Jonathan le pidió al gobernador
que lo pospusiera por el momento.
-¡El senador Hoover te hizo eso! -exclamó Geoff-. No lo puedo creer. Pensé que era buen amigo tuyo -luego la miró fijamente-. Espera. ¿Tiene todo esto
algo que ver con el caso Reardon y Frank Green?
No necesitó ver que ella asentía para darse cuenta que estaba en lo cierto.
-Kerry, me parece que es una mala pasada; sin embargo, dijiste que lo habían pospuesto, no retirado.
-Lo sé, pero no puedo esperar que Jonathan se arriesgue por mí. Le dije que fui a ver al doctor Smith y a Dolly Bowles, y no pareció impresionado. Cree
que al reabrir el caso pongo en duda la capacidad de Frank y desperdicio el dinero de los contribuyentes en un juicio que fue decidido hace diez años. Me señaló
que cinco cortes de apelación habían confirmado que Reardon era culpable -Kerry movió la cabeza como si tratara de aclararse la mente-. Siento haberte hecho perder
el tiempo de esta manera, Geoff, aunque supongo que he decidido que Jonathan tiene razón. Hay un asesino en la cárcel, y está ahí porque así lo decidió un jurado
de sus iguales, y las cortes han sido consistentes en sostener que es culpable. ¿Cómo puedo Pensar que sé algo que ellos ignoran? Voy a tener que olvidarme de
todo esto.
El rostro de Geoff se endureció por la furia contenida.
-Bueno, muy bien. Entonces adiós, Su Señoría. Gracias por la pasta, estuvo deliciosa.

11


Miércoles
1 de noviembre

En el laboratorio de las oficinas centrales del FBI en Washington, D.C., cuatro agentes fijaban la mirada en la pantalla de la computadora que mostraba la
fotografía con el rostro del ladrón que había entrado en la casa de los Hamilton en Chevy Chase durante ese fin de semana. Al principio, parecía imposible aclarar
la imagen captada por la cámara escondida, pero luego de algunos procedimientos electrónicos de intensificación podían verse unos cuantos detalles del rostro. "Es
muy difícil distinguir algo más que la nariz y la silueta de la boca", pensó Si Morgan, el agente de mayor rango. "Sin embargo, puede ayudar a que alguien recuerde."
-Hagan doscientas fotocopias y envíenlas a las familias que hayan sido robadas con el mismo método que los Hamilton. No es mucho, pero ahora por lo menos
tenemos una oportunidad de atrapar a ese desgraciado -el rostro de Morgan se tornó sombrío-. Y espero que, cuando lo tengamos, su huella digital corresponda a la
que hallamos aquella noche cuando la madre del congresista Peale perdió la vida por haber cancelado sus planes para salir de fin de semana.

TODAVÍA ERA temprano cuando Wayne Stevens se sentó a leer el diario en la sala de su cómoda casa estilo español en Oakland, California. Un par de años antes
se había retirado de su compañía aseguradora, que tuvo un modesto éxito, y era un hombre satisfecho. Llevaba ocho años de casado con su tercera esposa, Catherine,
y durante ese tiempo se había dado cuenta de que sus primeros dos matrimonios dejaron mucho que desear. Por eso, cuando sonó el teléfono, no imaginó que quien le
llamaba le haría evocar malos recuerdos.
La voz tenía un claro acento de la costa este.
-Señor Stevens, soy Joe Palumbo, investigador de la fiscalía del condado de Bergen, en Nueva Jersey. ¿Era Suzanne Reardon su hija adoptiva?
-¿Suzanne Reardon? No conozco a nadie con ese nombre. Espere un momento. ¿No estará refiriéndose a Susie, verdad?
-¿Así era como llamaba usted a Suzanne?
-Tuve una hija adoptiva a la que le decíamos Susie, pero se llamaba Sue Ellen, no Suzanne -entonces se dio cuenta de que el inspector se expresaba en tiempo
pasado-. ¿Le ha ocurrido algo a Susie?
Joe Palumbo sujetó con fuerza el teléfono.
-¿No sabe usted que Suzanne, o Susie, como usted la llamaba, fue asesinada hace once años?
-¡Dios mío! -la voz de Wayne Stevens se convirtió en un susurro-. No lo sabía. Le envío una tarjeta cada Navidad a la casa de su padre, el doctor Charles
Smith, pero no he sabido nada de ella en años.
-¿Cuándo fue la última vez que la vio?
-Hace dieciocho años, poco después de que mi segunda esposa, Jean, su madre, murió. Susie era una chica con problemas, infeliz y, para ser sincero, difícil
de tratar. Yo era viudo cuando su madre y yo nos casamos. Ya tenía dos hijas jóvenes y adopté a Susie. Jean y yo las criamos a las tres juntas. Después de la
muerte de Jean, Susie recibió el pago de una póliza de seguro y dijo que se iría a Nueva York. Tenía diecinueve años. Unos cuantos meses más tarde recibí una nota
de ella en la que me decía que ya no quería tener nada que ver con ninguno de nosotros. Dijo que iba a vivir con su verdadero padre. Entonces llamé por teléfono
al doctor Smith, pero él fue muy descortés. Me dijo que había sido un grave error el permitirme adoptar a su hija. ¿Qué le pasó?
-Hace diez años, el esposo de Suzanne fue condenado a prisión por matarla en un acceso de celos.
La mente de Wayne Stevens se llenó de imágenes: Susie cuando era una pequeña llorona de dos o tres años, y después como una adolescente regordeta y con cara
de pocos amigos. Recordó con gran nitidez las miradas fulminantes que dirigía a sus hermanastras cuando los amigos de ellas llegaban a recogerlas.
-¿Susie inspiró celos a su esposo por tener una relación con otro hombre? -preguntó con lentitud.
-Sí -Joe se dio cuenta de la perplejidad en la voz de su interlocutor, y reconoció que el instinto de Kerry no había fallado cuando le pidió que hurgara
en el pasado de Suzanne-. Señor Stevens, ¿podría describir el aspecto físico de su hijastra?
-Sue era... -Stevens titubeó-. Bueno, pues no era una muchacha bonita.
-¿Tiene usted fotografías? -preguntó Palumbo.
-Por supuesto; pero, si esto sucedió hace más de diez años, ¿por qué lo investiga usted ahora?
-Porque una de nuestras fiscales auxiliares piensa que hay más en este caso de lo que se expuso en el juicio.
"¡Y vaya si la corazonada de Kerry fue correcta!", pensó Joe mientras colgaba el teléfono, luego de hacer que Wayne Stevens le prometiera que le enviaría
las fotografías de Suzanne por mensajería urgente.

KERRY APENAS había llegado a su oficina el miércoles por la mañana cuando su secretaria le informó que Frank Green quería verla de inmediato.
Él no se anduvo con rodeos.
-¿Qué sucedió, Kerry? Tengo entendido que el gobernador pospuso la presentación de nominaciones a las judicaturas. Se dice que tiene algún problema para
incluirte. ¿Qué anda mal? ¿Hay algo que yo pueda hacer?
"Bueno, sí; de hecho lo hay, Frank", pensó Kerry. "Puedes decirle al gobernador que aceptas cualquier investigación que pueda revelar una grave injusticia,
aun si eso te hace quedar mal. Podrías dar la cara, Frank." En vez de eso, respondió:
-¡Ah! Estoy segura que todo se arreglará muy pronto.
-No me digas que estás en malos términos con el senador Hoover, ¿o sí Kerry?
-Es uno de mis amigos más cercanos.
-Kerry, esperar estas designaciones es espantoso -añadió el fiscal cuando ella se volvía para marcharse-. ¡Imagínate! Tengo pesadillas por temor a que
mi propia nominación se arruine por algún motivo.
De vuelta en su oficina, Kerry trató de concentrarse en su agenda de juicios, aunque en realidad estaba muy preocupada. El gran jurado acababa de formular
cargos contra un sospechoso en un fallido intento de asalto a una gasolinera, que le había disparado al encargado. La víctima se encontraba en cuidados intensivos
y si no se salvaba, el cargo sería homicidio.
Habían planeado que Robin sostuviera la Biblia cuando Kerry prestara juramento. Jonathan y Grace habían insistido en que ellos le compraran la toga de jueza.
"Yo, Kerry McGrath, juro solemnemente..."
Sintió lágrimas en los ojos mientras recordaba otra vez la voz impaciente de Jonathan: Kerry, cinco cortes de apelación han encontrado culpable a Reardon.
¿Qué pasa contigo? Bueno, tenía razón. Mas tarde llamaría y le diría que por fin había decidido dejar en paz el asunto.

DEIDRE REARDON escuchó el desaliento en la voz de su hijo cuando habló con él el martes, por lo que el miércoles decidió hacer el largo viaje a la prisión
de Trenton para verlo.
Deidre Reardon era una mujer baja de estatura, de la que Skip heredó el cabello rojo y los cálidos ojos azules, pero ese día sentía el peso de cada uno de
sus años, que pronto serían setenta. Su andar se había hecho cansado. Los problemas de salud la habían obligado a dejar su empleo de ventas en A&S, y complementaba
el cheque del seguro social ayudando en el trabajo administrativo de la oficina parroquial. Había gastado el dinero ahorrado durante los años en que a Skip le iba
tan bien y era tan generoso con ella; casi todo se había ido en apelaciones infructuosas.
Llegó a la prisión a media tarde. Como no era fin de semana, sólo pudieron comunicarse por teléfono, con una ventana entre los dos. En cuanto vio la expresión
en el rostro de Skip, Deidre se dio cuenta de que sus temores se habían hecho realidad. Su hijo había perdido la esperanza.
-Skip, ¿qué sucede? -preguntó ella.
-Mamá, Geoff llamó anoche. La fiscal que vino a verme... no va a seguir investigando el caso. Prácticamente se ha lavado las manos. Hice que Geoff me
dijera toda la verdad -Skip le explicó a Deidre que ese día se había negado a recibir la llamada de Beth-. Ella tiene que seguir con su vida. Nunca lo hará si
pasa todo el tiempo preocupándose por mí.
-Skip, Beth te ama.
-Pues que ame a alguien más. Yo lo hice, ¿no, es cierto?
-¡Oh, Skip! -Deidre Reardon sintió que se quedaba sin aliento, como siempre le ocurría antes del terrible dolor en el pecho. El doctor le había advertido
que iba a necesitar una cirugía de derivación si la angioplastia que le harían la siguiente semana no funcionaba. No se lo había dicho a Skip, y no pensaba hacerlo
ese día.
Deidre contuvo las lágrimas mientras veía el dolor en los ojos de su hijo. Sin darse cuenta levantó la mano y tocó el cristal.
-Skip, no te atrevas a decepcionarme hablando así.
El tiempo terminó demasiado pronto. Deidre logró contener las lágrimas hasta que el guardia se llevó a Skip. Después se secó los ojos con violencia y esperó
que se le pasara el dolor del pecho antes de salir caminando con brío.

"PARECE NOVIEMBRE", pensó Bárbara Tompkins mientras caminaba las diez cuadras que separaban su hermoso departamento de su oficina. Debió haberse puesto
un abrigo más grueso; sin embargo, ¿qué importaba un poco de frío y de incomodidad cuando se sentía tan bien? El año transcurrido desde que se mudó de Albany a
Manhattan había sido vertiginoso, sí, pero muy emocionante. Bárbara la pasaba de maravilla. Ni un solo día dejaba de regocijarse del milagro que el doctor Charles
Smith había realizado en ella.
Sin embargo mientras recorría la última cuadra hasta su departamento, miró nerviosamente por encima del hombro. La noche anterior había cenado con algunos
clientes en el hotel The Mark. Cuando se retiraban vio al doctor Smith sentado, solo, en una pequeña mesa lateral. El mes pasado lo había visto en el Oak Room
del hotel Plaza. Y una semana antes, cuando se reunió con unos clientes en el Four Seasons tuvo la impresión de que, mientras tomaba un taxi, alguien la observaba
desde un auto al otro lado de la calle.
Bárbara se sintió aliviada cuando el portero la saludó. Después miró por encima del hombro una vez más. Un Mercedes negro estaba detenido entre el tránsito
precisamente frente a su edificio de departamentos. El conductor era inconfundible: se trataba del doctor Smith.
Bárbara Tompkins entró de prisa en el vestíbulo del edificio. Mientras esperaba el ascensor, pensaba: "Sí me sigue. Qué extraño. Pero, ¿qué puedo hacer?"

A LAS NUEVE de la noche Kerry fue a ver a Robin, que leía acosta en la cama.
-Es hora de apagar la luz -dijo mientras se aproximaba para arroparla.
-Mamá, me agrada Geoff. Es un buen tipo -le confió Robin al meterse bajo las frazadas.
Geoff. Kerry no quería pensar en el comentario desdeñoso con que él se despidió la noche anterior. Adiós, Su Señoría.
-¿Cuándo volverá? -preguntó Robin.
-Bueno, no lo sé -Kerry se mostró evasiva-. En realidad sólo vino por el caso en el que está trabajando,
-Supongo que no debí decírselo a papá -Robin pareció muy preocupada.
-¿A qué te refieres?
-No tenía la intención de hablar de ti con él, pero le dije que un abogado había venido a la casa a trabajar, y papá me preguntó de quién se trataba.
-Y le dijiste que era Geoff Dorso. No tiene nada de malo.
-No sé. Papá pareció molestarse conmigo. Estábamos divirtiéndonos, pero después se quedó callado y dijo que ya era hora de volver a casa.
-Rob, en este momento tu papá está llevando un caso muy difícil. Tal vez hiciste que lo olvidara por un rato, y en ese momento Comenzó otra vez a pensar
en él.
-¿De veras crees que así fue? -el rostro de Robin se iluminó.
-De veras -dijo Kerry con firmeza mientras apagaba la luz.
Bajó las escaleras con la intención de actualizar el saldo de su chequera, pero al llegar a su escritorio miró durante un largo minuto el expediente Reardon
que Joe Palumbo le había llevado. Luego movió la cabeza. "Olvídalo", se dijo. "No te metas."
"Pero no pasará nada si le echo un vistazo", continuó. Lo levantó, lo llevó a su sillón favorito, lo colocó en el escabel que tenía a los pies y tomó el
primer legajo.
El registro indicaba que la llamada se había recibido a las doce veinte de la madrugada. Skip Reardon llamó a la operadora y le gritó que lo comunicara
con la policía de Alpine.
-¡Mi esposa está muerta! ¡Mi esposa está muerta! -repetía una y otra vez. La policía informó que lo encontraron arrodillado junto a ella, llorando. El
florero con las rosas estaba en el piso, y las flores, diseminadas sobre el cuerpo.
Kerry entrecerró los ojos al ver que durante la investigación se había interrogado a Jason Arnott. Skip Reardon mencionó al hombre cuando habló con ella.
En su declaración, él se describía como experto en antigüedades que, por una comisión, acompañaba a mujeres a las subastas y les aconsejaba qué comprar. Dijo que
disfrutaba de las reuniones sociales y que Suzanne iba a menudo a sus fiestas, algunas veces con Skip, pero por lo general asistía sola. El detective había investigado
entre los amigos mutuos de Suzanne y de Arnott y no descubrió nada que indicara un interés romántico entre ellos.
"Aquí no hay nada nuevo", concluyó Kerry cuando terminó la mitad del expediente. "Lo siento, Geoff." Le ardían los ojos. Revisaría el resto del material
al día siguiente. Pero, cuando estaba a punto de cerrarlo, echó un vistazo al siguiente informe: la transcripción de una entrevista con un caddie del Club Campestre
Palisades, del que Suzanne y Skip Reardon habían sido socios. Un nombre le llamó la atención, y Kerry tomó el legajo siguiente, olvidando toda idea de irse a la
cama.
El caddie, Michael Vitti, fue todo un río de información acerca de Suzanne.
-A todos nos gustaba ser su caddie. Daba muy buenas propinas. Jugaba con muchos hombres. Lo hacía bien, y cuando digo bien, lo digo en serio. Muchas
esposas se enojaban con ella porque le gustaba a todos los hombres.
Le preguntaron a Vitti si pensaba que Suzanne sostenía una relación con alguno de esos hombres.
-Eso no lo sé -dijo-. Nunca la vi sola con nadie -pero cuando lo presionaron comentó qu, tal vez, era posible que estuviera ocurriendo algo entree Suzanne
y Jimmy Weeks.
Fue el nombre de Jimmy Weeks el que saltó a los ojos de Kerry. Según las notas del investigador, cuando se interrogó a Weeks en relación con la muerte de
Suzanne él negó rotundamente haberla visto alguna vez fuera del club. Declaró que en ese momento sostenía una relación seria con otra mujer; y, además, tenía una
coartada estupenda para toda la noche del asesinato.
Entonces Kerry leyó la última entrevista con el caddie. Él admitió que el señor Weeks trataba a todas las mujeres de un modo muy parecido, y que a la mayoría
las llamaba con sobrenombres como cariño, querida y corazón.
Preguntaron al caddie cómo llamaba Weeks a Suzanne.
-Un par de veces oí que la llamaba "amor" -respondió.
Kerry ejó caer los papeles sobre su regazo. Jimmy Weeks. El cliente de Bob. ¿Sería por eso que la actitud de éste cambió de repente cuando Robin le comentó
que Geoff Dorso había ido a verla para discutir un caso? Era bien sabido que Geoff era el abogado de Skip Reardon y que durante diez años había estado tratando
de lograr un nuevo juicio. ¿Temería Bob lo que un juicio nuevo podría significar para su cliente?
Un par de veces oí que la llamaba "amor". Las palabras se quedaron en la mente de Kerry.

12


Jueves
2 de noviembre

El jueves por la mañana Kate Carpenter llegó al consultorio a las nueve menos cuarto. La primera cita de la agenda estaba programada hasta las diez, así que
el doctor Smith no se encontraba aún. La recepcionista estaba a su escritorio y parecía nerviosa y preocupada.
-Kate, Bárbara Tompkins quiere que la llames, y pidió de manera expresa que no le mencionara al doctor Smith que había telefoneado. Dice que es muy importante.
Le expliqué que llegarías pronto. Está en su casa esperando que le telefonees.
Kate entró en la diminuta oficina privada del contador, cerró la puerta y marcó el número de Tompkins. Con creciente consternación escuchó mientras Bárbara
le decía que estaba segura de que el doctor Smith la seguía.
-No sé qué hacer -dijo-. Le estoy muy agradecida, pero me asusta.
-¿Él nunca se le ha acercado?
-No.
-Entonces déjeme pensarlo y hablar con algunas personas. Le suplico que no lo comente con nadie más. El doctor Smith tiene una reputación maravillosa.
Sería terrible destruirla.
-Nunca podré pagarle al doctor Smith todo lo que hizo por mí -aseguró Bárbara en voz baja-; pero, por favor, llámerne en cuanto pueda.

EL JUEVES, a las cuatro de la tarde, Joe Palumbo recibió un paquete por Express Mail que le enviaba Wayne Stevens desde Oakland, California. Lo abrió de
inmediato y sacó dos montones de fotografías atados con ligas. Una de ellas tenía sujeta con un clip una nota que decía:

Apreciado señor Palumbo:
Todo el efecto de la noticia de la muerte de Susie me llegó sólo después de que comencé a reunir estas fotografías para usted. Susie no fue una niña fácil de criar.
Estas imágenes pueden narrar la historia. Mis hijas eran muy bellas. Susie no. Eso provocó celos e infelicidad en ella. Para su madre, mi esposa, fue difícil
ver cómo sus hijastras disfrutaron sus años de adolescencia mientras su propia hija casi no tenía amigos. Temo que eso provocó fricciones en nuestro hogar. Siempre
esperé ver de regreso a una Susie madura que pudiera integrarse en una acogedora reunión familiar.
Pero ahora, sólo espero que estas fotografías le sean de verdadera utilidad.

Atentamente,
Wayne Stevens

Veinte minutos después Joe entró en la oficina de Kerry y dejó caer las fotografías sobre el escritorio.
-Aquí tienes, por si acaso pensabas que Susie se convirtió en una belleza sólo porque cambió de peinado.

A LAS CINCO de la tarde Kerry telefoneó al consultorio del doctor Smith. Él ya se había ido. Como había imaginado que así sería, tenía lista la siguiente
pregunta:
-¿Puedo hablar con la señora Carpenter? -esperó mientras la comunicaban-. Señora Carpenter, ¿cuánto tiempo tiene de trabajar con el doctor Smith?
-Cuatro años, señora McGrath. ¿Por qué quiere saberlo?
-Sólo me preguntaba si usted ya estaba con él cuando operó a su hija, Suzanne, o hizo que algún colega la interviniera. Puedo decirle cómo era ella. Bárbara
Tompkins y Pamela Worth son idénticas a la hija del doctor Smith.
La mujer contuvo el aliento.
-No sabía que el doctor Smith tuviera una hija.
-Murió hace casi once años... asesinada por su propio esposo, según concluyó un jurado. El doctor Smith fue el testigo principal en contra de ese hombre.
Señora Carpenter, debo hablar con el doctor, y dudo mucho que él acepte verme. ¿Irá el lunes al consultorio?
-Sí, pero tiene el día muy ocupado. No terminará sino hasta después de las cuatro de la tarde.
-Entonces iré a esa hora, pero no se lo diga -se le ocurrió otra pregunta-. ¿Qué clase de auto tiene el doctor Smith?
-El mismo de siempre, abogada. Un Mercedes sedan negro de cuatro puertas.
Kerry sujetó con fuerza el auricular.
-Dijo "el mismo de siempre". ¿Quiere decir que siempre compra un Mercedes sedan negro?
-Quise decir que es el mismo auto que ha tenido al menos durante los últimos doce años. Lo sé porque le escuché hablar con uno de sus pacientes, que es
nada menos que un ejecutivo de la Mercedes.
-Cracias, señora Carpenter.

EL JUEVES por la noche, cuando Geoff Dorso llegó a casa, se detuvo ante la ventana de su condominio en Meadowlands y observó el horizonte de Nueva York.
Todo el día lo había perseguido el recuerdo de cómo había llamado, con sarcasmo, "Su Señoría" a Kerry.
"¡Qué desfachatez la mía!", pensó. "Kerry tuvo la decencia de llamarme y pedir que le mostrara la transcripción del juicio. Se interesó lo suficiente para
hablar con el doctor Smith y con Dolly Bowles. Hizo el viaje hasta Trenton para conocer a Skip. ¿Por qué no iba a preocuparse de perder la judicatura, en especial
si en realidad no cree que Skip sea inocente? Le debo una disculpa", se dijo, "aunque no la culparía si me colgara el teléfono. Fue un golpe bajo el insinuar que
era una interesada. Sin embargo, algo bueno salió de todo esto", recordó. "Tal vez Kerry no crea en la inocencia de Skip, pero abrió dos líneas de investigación
que voy a seguir: la historia de Dolly Bowles acerca del automóvil de Abue y la extraña necesidad del doctor Smith de reproducir el rostro de Suzanne en otras mujeres."
Geoff Dorso tomó el teléfono, aspiró profundo y marcó el número de Kerry.

CUANDO KERRY llegó a casa y la niñera se marchó, Robin la miró con ojo crítico.
-Te ves agotada, mamá. ¿Tuviste un día difícil?
-Podría decirse que sí. Y tú, ¿cómo la pasaste'?
-Bien. Creo que le gusto a Andrew.
-¿De veras? -Kerry sabía que a Andrew se le consideraba el chico más fantástico del quinto grado-. ¿Cómo lo sabes?
-Porque le dijo a Tommy que aun con las cicatrices en la cara yo era más guapa que la mayoría de las tontas de nuestro grupo
-¡Vaya! -Kerry sonrió-. Eso es lo que yo llamo un cumplido inteligente.
-Eso pensé. ¿Qué vamos a cenar hoy?
-¿Qué te parece una hamburguesa con queso?
-Perfecto.
El teléfono sonó y Robin contestó. Era para ella.
-La tomaré arriba, ¿de acuerdo? Es Cassie -le extendió el auricular a Kerry.
Cuando escuchó el animado: "Ya descolgué" de Robin, Kerry colgó el auricular, llevó la correspondencia a la cocina y comenzó a revisarla. Le llamó la atención
un sobre blanco con su nombre y dirección escritos a máquina. Intrigada, lo abrió, sacó una fotografía y se quedó helada. Era una instantánea Polaroid a color
de Robin en el momento en que se alejaba de la casa. Llevaba los pantalones azul marino que la niña había usado el día en que el auto la asustó.
Kerry sintió que se le secaba la boca. Su respiración era agitada. ¿Quién haría algo así? ¿Quién le tomaría una instantánea a Robin, la asustaría con un
auto y luego le enviaría la fotografía? Al escuchar que la niña bajaba la escalera, guardó la foto en su bolsillo.
-Mamá, Cassie me recordó que se supone que debo ver el Discovery Channel en este momento. El programa es acerca de lo que estamos estudiando en la clase
de ciencias. Eso no cuenta como diversión, ¿o sí?
-No, por supuesto que no. Anda, ve.
El teléfono volvió a sonar mientras Kerry se dejaba caer en una sill. Era Geoff Dorso. Ella interrumpió sus disculpas.
-Geoff, acabo de abrir la correspondencia -le contó acerca de la fotografía-. Robin tenía razón -continuó casi en un susurro-. Alguien la esperaba en ese
auto. Imagínate que se la hubiera llevado.
Geoff notó el temor y la desesperación en la voz.
-Kerry, no digas nada. Voy para allá. Llegaré en media hora.

EL DOCTOR Smith estaba sentado en su sillón favorito de la biblioteca de su casa, bebiendo el coctel que acostumbraba tomar al regresar del consultorio.
Había sido una terrible equivocación seguir a Bárbara Tompkins la noche anterior. Cuando su auto quedó atrapado en el tráfico frente al edificio de departamentos
de Bárbara él creyó que la chica lo había visto. Mas, por otra parte, la periferia del centro de Manhattan era un sitio en el que por lo general la gente encontraba
conocidos, así que el hecho de que estuviera ahí no era tan extraño.
Pero una mirada rápida y casual no era suficiente. Quería ver de nuevo a Bárbara. Verla en realidad. Hablar con ella. No era Suzanne. Nadie podía serlo;
sin embargo, al igual que Suzanne, mientras Bárbara se acostumbraba a su nueva belleza, más realce le daba a su personalidad. Recordó a la criatura huraña y poco
agraciada que había ido a verlo a su consultorio; a un año de la cirugía, Suzanne había coronado la transformación con un cambio total en su personalidad.
Smith esbozó una sonrisa al recordar el provocativo lenguaje corporal de Suzanne, los movimientos sutiles que hacían que los hombres se volvieran a mirarla.
Incluso había bajado el tono de su voz para darle un matiz ronco e íntimo. Cuando él hizo un comentario acerca de la transformación de su personalidad, ella le
respondió:
-Tuve buenas maestras: mis hermanastras. Con nosotras, el cuento fue al revés. Ellas eran las bonitas y yo la fea Cenicienta. Sólo que, en lugar de un
hada madrina, te encontré a ti.
Sin embargo, casi al final, su fantasía de Pigmalión se transformó en una pesadilla. El respeto y afecto que Suzanne parecía sentir por él comenzó a desvanecerse.
Ella ya no escuchaba sus consejos. Al final, había ido más allá del simple coqueteo. "¿Cuántas veces le advertí que estaba jugando con fuego y que Skip Reardon
sería capaz de asesinarla si descubría lo que hacía? Cualquier esposo de una mujer tan deseable sería capaz de asesinar por algo así", pensó el doctor Smith.
Con un sobresalto miró furioso su copa vacía. Ya no iba a tener otra oportunidad de alcanzar la perfección que había logrado en Suzanne. Tendría que dejar
la cirugía antes de que ocurriera un desastre. Era demasiado tarde. Sabía que estaba en las primeras etapas del mal de Parkinson.
Aunque Bárbara no era Suzanne, de todas sus pacientas vivas ella era el ejemplo más sorprendente de su auténtico genio. Ansioso tomó el teléfono.
"No puede ser tensión lo que escucho en su voz", pensó cuando Bárbara Tompkins tomó la llamada y dijo hola.
-Bárbara, querida, ¿sucede algo malo? Habla el doctor Charles Smith.
La escuchó contener el aliento, pero luego Tompkins contestó rápidamente:
-¡Oh, no! Por supuesto que no. ¿Cómo ha estado usted, doctor Smith?
-Muy bien, gracias. Iré al hospital Lenox Hill para ver a un viejo amigo que está a punto de morir, y sé que voy a deprimirme. ¿Tendrías compasión de mí
y me acompañarías a cenar? Puedo ir a recogerte a las siete y media.
-es que... no sé...
-Por favor, Bárbara -trató de parecer animado-. Dijiste que me debías tu nueva vida. ¿Por qué no me dedicas un par de horas de ella?
-Por supuesto.
-Maravilloso. Entonces, a las siete y media.
-Muy bien, doctor.
"Casi parecía que estaba obligándola a ir conmigo", pensó mientras colgaba el auricular. "De ser así, es una manera más en la que comienza a parecerse a
Suzanne."

JASON ARNOTT no podía quitarse de encima la sensación de que algo andaba mal. Había pasado el día en Nueva York con Vera Shelby Todd, de cincuenta y dos
años, en una búsqueda interminable de tapetes persas.
Vera era una Shelby de Rhode Island que vivía en una de las bellas casas solariegas en Tuxedo Park, Nueva York, y estaba acostumbrada a salirse siempre con
la suya. Tras la muerte de su primer esposo se había casado con Stuart Todd; sin embargo, decidió conservar la casa de Tuxedo Park. En la actualidad, con la chequera
de Todd, que parecía no tener límite, Vera se servía con frecuencia del ojo infalible de Jason para encontrar gangas y objetos raros.
Jason había conocido a Vera en una fiesta que los Shelby daban en Newport. Cuando ella se dio cuenta de lo relativamente cerca que él vivía de su casa en
Tuxedo Park, comenzó a invitarlo a sus reuniones. A Jason le divirtió mucho cuando Vera le contó todos los detalles de la investigación de la policía acerca de
un robo en Newport que él había cometido algunos años antes.
-Mi prima Judith estaba tan molesta -le confió Vera-. No podía comprender por qué se habían llevado el Picasso y dejaron el van Eyck, así que lo llevó a
un experto y él le dijo que se trataba de un bandido con buen ojo: el van Eyck era una copia.
Judith estaba furiosa; pero, para quienes la habíamos escuchado presumir de su conocimiento sin igual de los grandes maestros, se convirtió en una broma
de la familia.
Ese día, después de examinar hasta el cansancio tapetes en extremo costosos, sin que Vera fuese capaz de encontrar el modelo exacto que deseaba, Jason estaba
desesperado por alejarse de ella. Sin embargo, por insistencia de la mujer, fueron a comer al Four Seasons. El agradable intervalo reanimó a Jason, hasta que Vera
comentó mientras terminaba su café expreso:
-¡Ah!, ¿no te conté? ¿Recuerdas que hace cinco años robaron la casa de mi prima Judith en Rhode Island?
-Por supuesto -Jason apretó los labios-. Una experiencia terrible.
Vera asintió.
-Eso pienso yo. Sin embargo, ayer el FBI le envío una fotografía a Judith. Hace poco robaron una casa en Chevy Chase, y una cámara escondida logró filmar
al ladrón. El FBI piensa que tal vez sea la misma persona que se metió a la casa de Judith.
Jason sintió que cada uno de sus nervios se estremecía. Sólo había estado con Judith Shelby un par de veces y no había vuelto a verla durante casi cinco
años. Era evidente que no iba a reconocerlo. Pero, aun así...
-¿Es clara la fotografía? -preguntó con indiferencia.
-No, en absoluto -Vera rió-. Judith dice que apenas se distingue una parte de la nariz y la boca. La tiró a la basura.
Jason contuvo un suspiro de alivio.
-Según la información que enviaron con la fotografía, el hombre es peligroso -continuó Vera-. Lo buscan para interrogarlo acerca del homicidio de la madre
del congresista Peale. Parece que ella se encontró con él cuando robaba su casa. Judith estuvo a punto de regresar temprano la noche en que su casa fue robada.
Sólo pienso en lo que hubiera podido ocurrirle si lo hubiera encontrado ahí.
Jason apretó los labios con nerviosismo. ¡Lo habían relacionado con la muerte de la señora Peale!

EN CAMINO DE su casa en Alpine, Jason recordó aquella terrible noche en la casa del congresista Peale. Estaba en el pasillo con la pintura cuando oyó los
pasos de alguien que subía la escalera.
Apenas tuvo tiempo de ocultar el rostro tras la pintura cuando la luz inundó el corredor. Al escuchar el jadeo trémulo y las palabras: "¡Oh, Dios mío!",
supo que se trataba de la madre del congresista . No tenía intenciones de lastimarla. Corrió hacia ella con la pintura como escudo, con la única idea de derribarla
y quitarle los anteojos. Había pasado mucho tiempo hablando con ella en la fiesta de toma de posesión de Peale y sabía que, sin ellos, era tan ciega como un topo.
Pero el pesado marco de la pintura la golpeó en la sien con más fuerza de la que él pretendía, y la mujer cayó por las escaleras. Jason supo que ella había
muerto por el último grito ahogado que emitió antes de quedarse quieta. Después de aquella noche había mirado por encima del hombro durante meses, en espera de
ver a alguien que se dirigiera hacia él para detenerlo.
"¿Debo dejar esto y escapar?", se preguntó mientras atravesaba el puente George Washington. Tenía dinero suficiente en valores negociables bajo otras identidades.
"Tal vez deba dejar el país de inmediato. Por otra parte, si la fotografía es tan irreconocible como asegura Judith Shelby..."
Al llegar al camino que lo llevaría a Alpine había tomado una decisión. Salvo por la fotografía, estaba casi seguro de no haber dejado huellas. No; definitivamente
no iba a dejarse vencer por el pánico. Pero no haría más trabajos durante un largo tiempo. Ésa era una advertencia.
Llegó a su casa a las cuatro menos cuarto y revisó la correspondencia. Un sobre le llamó vivamente la atención; lo abrió, sacó su contenido y estalló en
una sonora carcajada. De seguro nadie podría relacionarlo con esa silueta vagamente cómica con una máscara de media levantada y la borrosa caricatura de un perfil
que se encontraba a unos cuantos centímetros de la copia de la figurilla de Rodin.
-¡Que viva la basura! -exclamó Jason. Se acomodó en la sala para tomar una siesta. La constante palabrería de Vera lo había agotado. Cuando despertó,
ya era hora del noticiero de las seis. La historia principal era que existían rumores de que Barney Haskell, que estaba acusado junto con Jimmy Weeks, iba a hacer
un trato con el procurador general. El hombre había dado a entender que podía relacionar a Jimmy con un asesinato por el que otra persona estaba pagando en prisión.
"Nada como el trato que yo podría hacer", pensó Jason. Era una idea reconfortante; pero, por supuesto, nunca tendría que recurrir a eso.

ROBIN APAGÓ el programa de ciencia en el mismo momento en que sonó el timbre. Se sintió encantada al escuchar la voz de Geoff Dorso en el vestíbulo y fue
corriendo a saludarlo. Se dio cuenta de que tanto él como su madre tenían una expresión seria. "Tal vez riñeron", pensó, "y quieren hacer las paces."
Durante la cena, Robin observó que su madre estaba muy callada, mientras que Geoff se mostraba divertido y contaba historias acerca de sus hermanas. "Geoff
es tan agradable", se dijo Robin. Le recordaba a Jimmy Stewart en la película que ella y su madre veían cada Navidad, La vida es maravillosa. El tenía la misma
clase de sonrisa cálida y tímida, una voz vacilante y el tipo de cabello que parecía que nunca iba a quedarse en su sitio.
Sin embargo, Robin notó que su madre sólo parecía escuchar a medias las historias de Geoff. Estaba claro que algo ocurría entre ellos y que necesitaban
hablar.. sin que ella estuviera presente. Así que decidió hacer el gran sacrificio y trabajar en su proyecto de ciencias en su habitación. Después de ayudar a
recoger la mesa, anunció sus intenciones y observó la expresión de alivio en los ojos de su madre.
Geoff esperó hasta escuchar el ruido de la puerta de Robin al cerrarse antes de hablar:
-Déjame ver la fotografía.
Kerry metió la mano en el bolsillo, la sacó y se la entregó.
Geoff la examinó con cuidado.
-Parece que Robin no se equivocó cuando te contó lo ocurrido. Alguien tomó la foto cuando ella salía de la casa.
-Y también tenía razón acerca de que el auto la persiguió; pero, ¿por qué?
-No lo sé. Lo que sí sé es que esto hay que considerarlo como algo serio. ¿Ya le avisaste a Bob?
-¡Dios mío! Nunca se me ocurrió. Por supuesto que Bob debe enterarse de esto.
-Si ella fuera hija mía, yo querría saberlo -estuvo de acuerdo Geoff-. Mira, ¿por qué no le llamas mientras sirvo otro par de tazas de café?
Bob Kinellen no estaba en casa. Alice respondió a Kerry con fría amabilidad.
-Todavía está en la oficina -explicó la mujer-. ¿Quieres que le pase algún mensaje?
"Sólo que su hija mayor está en peligro", pensó Kerry.
-Llamaré a Bob a la oficina. Adiós, Alice.

BOB KINELLEN palideció mientras escuchaba la narración que le hizo Kerry de lo ocurrido a Robin. Estaba seguro de saber quién había tomado la fotografía.
El asunto tenía por todas partes la firma de Jimmy Weeks. Así era como él trabajaba. Iniciaba una guerra de nervios y luego la intensificaba. La semana siguiente
habría otra foto. Nunca una amenaza. Ni una nota. Sólo una fotografía. Una situación de "comprende el mensaje o atente a las consecuencias".
Después de colgar el teléfono, Bob golpeó con el puño el escritorio. Jimmy Weeks estaba saliéndose de control. Los dos sabían que si Barney Haskell llegaba
a un acuerdo con el procurador de Estados Unidos, todo estaría perdido. En especial si Haskell se enteraba de que la ex esposa de Kinellen investigaba el caso del
asesinato de Reardon. Tal vez se le ocurriera a Barney que Bob tenía otra manera de obtener más que lo que él mismo podría lograr de cualquier trato que hiciera
con la fiscalía.
"Weeks sabía que era probable que Kerry me llamara para contarme lo de la fotografía", pensó Bob. "Es su manera de decirme que le advierta que se aleje
del caso Reardon; pero lo que Weeks no sabe es que no es fácil asustar a Kerry. De hecho, si cree que la fotografía es una advertencia para ella, será como ondear
un capote rojo frente a un toro."

EL DOCTOR CHARLES Smith llevó a Bárbara Tompkins a Le Cirque, un restaurante muy caro y elegante en la periferia del centro de Manhattan. La recogió en
su departamento y notó que ella estaba lista para salir de inmediato. Tenía el abrigo en una silla del vestíbulo y el bolso en una mesa de al lado. No le ofreció
un aperitivo.
"No quiere estar a solas conmigo", pensó.
Pero en el restaurante, con tantas personas a su alrededor y el maître d' atento a sus deseos, Bárbara se relajó visiblemente.
-Es muy distinto de Albany -comentó-. Todavía me siento como una niña que celebrara cada día su cumpleaños.
Durante un momento esas palabras lo sorprendieron. Suzanne se había descrito a sí misma como una niña que vivía con un árbol de Navidad eterno, con regalos
siempre en espera de ser abiertos. Pero, de ser una niña fascinada, Suzanne se convirtió en una adulta ingrata. "Le pedía tan Poco", pensó. "¿Acaso no debe permitirse
a un artista gozar con su obra?"
Una sensación de bienestar lo invadió al advertir que, en ese lugar lleno de mujeres elegantes y atractivas, muchas miradas de reojo se posaban en Bárbara.
Él se lo hizo notar. Ella movió la cabeza con suavidad, como rechazando la idea. Los ojos de Smith se volvieron fríos.
-No lo des por hecho, Suzanne. Eso sería un insulto para mí.
No fue sino hasta más tarde, cuando ya la había dejado en su departamento, cuando Smith se preguntó si la había llamado Suzanne. Y si fue así, ¿cuántas
veces se había equivocado?
Suspiró y se retrepó en el asiento. Mientras el taxi daba tumbos camino del centro de la ciudad, Charles Smit reflexionó en lo sencillo que había sido el
conducir hasta la casa de Suzanne cuando estaba hambriento por verla. Ella siempre se sentaba frente al televisor y no se molestaba en correr las cortinas. Podía
contemplarla acurrucada en su sillón favorito; algunas veces había tenido que verla sentarse en el sofá, al lado de Skip Reardon, hombro con hombro en una intimidad
informal que él no podía compartir.
Bárbara era soltera. Hasta donde él sabía, no había nadie especial en su vida. Esa noche le pidió que lo llamara Charles. Pensó en el brazalete que Suzanne
había usado cuando murió. "¿Y si se lo doy a Bárbara? ¿Haría que sintiera más aprecio por mí?"
Le había dado a Suzanne varias joyas. Objetos finos, pero luego ella comenzó a aceptar regalos de otros hombres y le exigió que mintiera por ella.
Smith sintió que la emoción de estar con Bárbara comenzaba a abandonarlo poco a poco.

GEOFF OBSERVÓ el rostro preocupado de Kerry después de llamar a Bob, consciente del aire de tristeza en los ojos castaños y de su aspecto vulnerable. Quería
abrazarla, decirle que podía contar con él, pero sabía que no era eso lo que ella quería. Kerry McGrath no esperaba ni quería apoyo de nadie.
-Fue una falta de consideración de mi parte -volvió a intentar disculparse por sus palabras de la otra noche-. Estoy casi seguro de que si creyeras de todo
corazón que Skip Reardon es inocente, no dudarías en ayudarlo. Eres de las que no dudan en dar la cara, McGrath.
"¿Lo soy?", se preguntó Kerry. Ese no era el momento para compartir con Geoff Dorso la información acerca de Jimmy Weeks que había encontrado en los archivos
de la fiscalía. Quería volver a hablar primero con el doctor Smith. Él había negado con furia haber operado a Suzanne, pero nunca dijo que no la había enviado con
alguien más.
Unos minutos más tarde, cuando Geoff se marchaba, permanecieron unos minutos en el vestíbulo.
-Me agrada estar contigo -le dijo él-. Y no tiene nada que ver con el caso Reardon -se inclinó hacia ella y le rozó la mejilla con los labios.

13


Viernes
3 de noviembre

La negociación con la oficina del fiscal no estaba resultando bien para Barney Haskell. A las siete de la mañana del viernes se reunió con el abogado Mark
Young en el bufete de éste, en Summit. Young, jefe del equipo que defendía a Barney, tenía aproximadamente la edad de Haskell: cincuenta y cinco años. "Pero ahí
terminan las similitudes", pensó Barney con amargura. Young se veía elegante, incluso a esa hora tan temprana, en su traje de mil dólares que le quedaba como una
segunda piel. En cambio, Barney había comprado su traje en un almacén. Jimmy Weeks nunca le pagó lo suficiente para que fuera de otro modo. Y, en ese momento,
tenía por delante varios años de prisión si seguía con Jimmy.
Barney conocía su expresión inocente de oficinista torpe de banco, aspecto que siempre le había sido muy útil. La gente tendía a no darse cuenta de su presencia
o a no recordarlo. Hasta los tipos más allegados a Weeks nunca le ponían mucha atención. Ninguno de ellos se había dado cuenta de que era él quien convertía el
dinero sucio en inversiones y también el que se encargaba de las cuentas bancarias por todo el mundo.
-Podemos ponerte en el Programa de Protección a Testigos -le decía Young-. Pero sólo después de que hayas cumplido una condena mínima de cinco años.
-Es demasiado -gruñó Barney.
-Escúchame. Has estado insinuando que puedes relacionar a Jimmy con un asesinato. Has llegado al punto en que, o hablas o te callas. A los federales les
encantaría acusar a Weeks de asesinato. Si pueden tenerlo en la cárcel de por vida, es probable que su organización se desintegre. Eso es lo que andan buscando.
-Yo puedo relacionarlo con uno. Aunque luego ellos tendrán que probar que lo hizo. ¿Es verdad lo que dicen de que Brandon Royce, el procurador especial
para este caso, piensa lanzarse para gobernador en contra de Frank Green?
-Si cada uno recibe la nominación de su partido -comentó Young-. Barney, debes dejar de andarte con rodeos. Es mejor que confíes en mí y me digas a qué
te refieres. De otra manera no podré ayudarte.
Por un instante, Barney frunció el entrecejo.
-De acuerdo -desarrugó la frente-. Te lo diré. ¿Te acuerdas del caso del "Asesinato de las Rosas Rojas?" ¿Aquel en el que la víctima fue una mujer casada,
joven y atractiva que encontraron con unas rosas diseminadas sobre el cuerpo? ¿El juicio que hizo famoso a Frank Green?
-Lo recuerdo -asintió Young-. Logró que encarcelaran al marido -entrecerró los ojos-. ¿Acaso tratas de decir que Weeks está relacionado con ese asunto?
-¿Recuerdas que el esposo aseguró que él no había enviado las rosas? Fue Jimmy Weeks -continuó Haskell al ver que Young asentía- quien le envió esas rosas
a Suzanne Reardon. Lo sé porque yo las entregué en la casa la noche en que ella murió. Tenían una tarjeta que el mismo Jimmy escribió. Te mostraré lo que decía.
Barney sacó un bolígrafo y tomó el bloc para mensajes telefónicos. Un momento después se lo entregó al abogado.
-Jimmy llamaba a Suzanne "Amor" -explicó-. Tenía una cita con ella esa noche.
Young examinó el papel. Tenía seis notas musicales con cuatro palabras escritas abajo: "Estoy enamorado de ti." Y la firmaba "J". Tarareó las notas y después
miró a Barney.
-Si no me equivoco, son las primeras notas de la canción "Déjame llamarte amor".
-Ajá. Seguidas por el resto de la primera línea de la canción: Estoy enamorado de ti.
-¿Dónde está la tarjeta?
-Ese es el punto. Nadie mencionó que estuviera en la casa cuando encontraron el cuerpo; pero Jimmy estaba loco por Suzanne, y lo sacaba de quicio que ella
coqueteara con otros tipos. Cuando le envió esas flores le había dado un ultimátum: debía conseguir el divorcio... y apartarse de otros hombres.
-¿Cuál fue la reacción de ella?
-Bueno, a ella le gustaba ponerlo celoso. Uno de nuestros muchachos trató de advertirle que Jimmy podía ser peligroso, pero Suzanne sólo se rió. Yo supongo
que esa noche ella fue demasiado lejos. El arrojar aquellas rosas sobre el cadáver de la mujer es lo que Jimmy haría.
-¿Y la tarjeta no estaba?
Barney se encogió de hombros.
-No escuchaste que la mencionaran durante el juicio, ¿verdad? Se me ordenó que cerrara la boca. Sé que la mujer tuvo a Jimmy esperando o se le enfrentó
esa noche. Algunos de los muchachos me dijeron que él explotó y dijo que la mataría. Ya conoces el temperamento de Jimmy. Y hay algo más. Jimmy le había comprado
algunas joyas caras. Lo sé porque yo las pagué, y tengo copias de los recibos. Se habló mucho de las joyas durante el juicio, de objetos que el marido aseguraba
que nunca le había dado, pero el padre juró que todo lo que encontraron eran regalos del esposo.
Mark Young arrancó la hoja del bloc, la dobló y se la guardó en el bolsillo del pecho.
-Barney, creo que podrás disfrutar de una nueva vida en Ohio. Estás dándole al procurador federal no sólo la posibilidad de encerrar a Jimmy por homicidio,
sino también de aniquilar a Frank Green por encarcelar a un hombre inocente.
Se sonrieron por encima del escritorio.
-Diles que no quiero vivir en Ohio -bromeó Barney.
Salieron juntos de la oficina y caminaron por el corredor hacia los ascensores. Cuando uno de éstos llegó y la puerta comenzó a abrirse, Barney sintió de
inmediato que algo andaba mal. No había luz en el interior. El instinto de conservación lo hizo volverse para correr.
Fue demasiado tarde. Murió de inmediato, momentos antes de que Mark Young sintiera la primera bala que atravesó la solapa de su traje de mil dólares.

KERRY ESCUCHÓ la noticia del doble asesinato por la estación WCBS en el radio de su auto mientras se dirigía al trabajo. Los cuerpos habían sido descubiertos
por la secretaria privada de Mark Young. Mike Murkowski, el fiscal del condado de Essex, dijo que, al parecer, los dos hombres habían sido víctimas de un robo.
Tal vez unos ladrones los siguieron al entrar al edificio y los mataron al encontrar resistencia. A Barney Haskell le dispararon en la nuca y en el cuello.
El reportero de la CBS preguntó si se consideraba como un posible móvil para el doble homicidio el hecho de que, según se decía, Barney Haskell estuviera
a punto de implicar a Jimrny Weeks en un asesinato.
-Sin comentarios -fue la respuesta tajante del fiscal.
"Parece un golpe de la Mafia", pensó Kerry mientras apagaba el radio. "Y Bob representa a Jimmy Weeks. ¡Caramba, que lío!"

BOB KINELLEN no supo de la noticia acerca de Barney Haskell y Mark Young sino hasta que entró en el edificio de la Corte a las nueve menos diez y los reporteros
lo rodearon. En cuanto se enteró de lo ocurrido se dio cuenta de que había estado esperándolo. ¿Cómo pudo Haskell ser tan estúpido para pensar que Jimmy iba a permitir
que testificara en su contra?
Kinellen logró parecer adecuadamente sorprendido y escapó a la sala de la Corte.
Jimmy ya estaba ahí.
-¿Supiste lo de Haskell? -preguntó.
-Sí, Jimmy.
-Nadie está a salvo. Los ladrones andan por todas partes.
-Supongo que así es, Jimmy.
-Sin embargo, en cierta forma esto nivela el terreno de juego, ¿verdad Bobby?
-Sí, eso diría yo.
-Pero a mí no me gustan los terrenos de juego nivelados.
-Lo sé, Jimmy.
-Claro que lo sabes.
-Jimmy -prosiguió Bob con cuidado-, alguien le envió a mi ex esposa una fotografía de nuestra hija, Robin. La fotografiaron cuando salía para la escuela
el martes; fue la misma persona que dio vuelta en U a su auto exactamente frente a ella. Robin pensó que iba a arrollarla.
-Ya conoces los chistes acerca de los conductores de Nueva Jersey, Bobby.
-Jimmy, es mejor que no le pase nada a mi hija.
-No sé de qué estás hablando. ¿Cuándo van a darle el puesto de jueza a tu ex esposa y a sacarla de la oficina de la fiscalía? No debería andar husmeando
en los asuntos de otras personas.
Bob supo que su pregunta estaba hecha y contestada. Uno de los hombres de Jimmy había tomado la fotografía de Robin. Él, Bob, tendría que lograr que Kerry
abandonara la investigación del caso Reardon. Y lo mejor que podía hacer era asegurarse de que Jimmy saliera absuelto de este juicio.
-Buenos días, Jimmy. Buenos días, Bob.
Bob levantó la mirada para ver a su suegro, Anthony Bartlett, sentarse al lado de Jimmy.
-Es muy triste lo que les pasó a Haskell y a Young -murmuró Barlett.
-Trágico -estuvo de acuerdo Jimmy.
En ese momento el alguacil de la Corte hizo una seña para que el fiscal, Bob y Bartlett, pasaran a la oficina del juez. Un sombrío juez Benton los miró
desde su escritorio.
-Supongo que todos ustedes están al tanto de la tragedia en la cual se vieron envueltos el señor Haskell y el señor Young.
Los abogados asintieron en silencio.
-A pesar de las dificultades, creo que, dado el tiempo que le hemos dedicado, este juicio debe continuar. Por fortuna, el jurado está aislado y no conocerá
la noticia, ni las especulaciones en el sentido de que el señor Weeks podría estar implicado. Sólo les diré que ya no tienen que hacerse cargo del caso del señor
Haskell. Los instruiré para que no indaguen al respecto y además no permitan que esto afecte sus consideraciones en relación con el caso del señor Weeks. Muy bien,
continuemos.
Regresaron a la sala de la Corte y se hizo pasar al jurado. Bob pudo ver las expresiones de curiosidad en los rostros al darse cuenta que las sillas de
Haskell y Young estaban vacías. Mientras el juez ordenaba a los jurados no especular acerca de lo ocurrido, Bob sabía muy bien que eso era exactamente lo que hacían.
"Creen que Haskell se declaró culpable", pensó Rob. "Eso no va a ayudarnos."

A LAS CINCO de la tarde Kerry estaba por salir de la oficina cuando Bob le telefoneó. Ella notó la tensión en el tono de la voz.
-Kerry, necesito hablar contigo un momento. ¿Estarás en casa dentro de una hora, más o menos?
-Sí.
-Te veré entonces -dijo él, y colgó.
"¿Para qué querrá verme Bob en la casa?", se preguntó. "¿Estará preocupado por la fotografía de Robin que recibí por correo?" Tomó su abrigo mientras recordaba
con ironía cómo, durante el año y medio que duró su matrimonio, se apresuraba alegremente a volver a casa para pasar la tarde con Bob Kinellen.
Cuando llegó a casa, Robin le lanzó una mirada acusadora.
-Mamá, ¿por qué me recogió Alison en la escuela y me trajo a casa? No me dijo la razón, y me sentí como una tonta.
Kerry miró a la niñera.
-No te entretendré más, Alison. Gracias.
Cuando Robin y Kerry se quedaron solas, la mujer miró el rostro indignado de la niña.
-El auto que te asustó... -comenzó ella.
Cuando Kerry terminó, Robin se sentó muy quieta.
-Da un poco de miedo, ¿verdad, mamá?
-Sí, así es.
-Ojalá me lo hubieras dicho anoche.
-No supe cómo hacerlo, Rob. Estaba muy nerviosa.
-Así que..., ¿qué haremos ahora?
-Tomaremos precauciones hasta averiguar quién estaba al otro lado de la calle el martes pasado y por qué.
-¿Crees que si vuelve, ahora sí me atropellará?
Kerry quería gritarle que no lo creía, pero en vez de hacerlo se sentó en el sofá donde estaba Robin y la abrazó.
Robin dejó caer la cabeza sobre el hombro de su madre.
-Es decir, si un auto se me acerca otra vez, me agacho.
-No le daremos otra oportunidad, Rob.
-¿Papi ya sabe todo esto?
-Lo llamé anoche. Vendrá dentro de un rato.
Robin se enderezó.
-¿Porque está preocupado por mí?
"Está complacida", pensó Kerry, "como si Bob estuviera haciéndole un favor."
-Por supuesto que está preocupado por ti.
-Magnífico. Mamá, ¿puedo contarle todo a Cassie?
-No. No lo comentes con nadie hasta que sepamos quién está detrás de todo esto...
-Y lo tengamos esposado -la interrumpió Robin.
-Exactamente. Una vez hecho eso, podrás hablar del asunto.
-De acuerdo. ¿Qué haremos esta noche?
-Pediremos una pizza. Alquilé un par de películas.
La expresión maliciosa que Kerry amaba apareció en ese momento en el rostro de Robin.
-Clasificación B, espero.
"Está tratando de hacerme sentir mejor", pensó Kerry. "No permitirá que vea lo asustada que está."
A las seis menos diez llegó Bob. Con un grito de alegría Robin corrió hacia él.
-¿Qué opinas de que esté en peligro? -le preguntó.
-Conversen un poco mientras me cambio -dijo Kerry.
Bob soltó a Robin.
-No tardes, Kerry -dijo apresurado-. Sólo puedo quedarme unos minutos.
Kerry vio la tristeza que apareció de inmediato en el rostro de Robin, y tuvo deseos de ahorcar a Bob.
-Bajaré en un minuto -respondió, tratando de mantener tranquilo el tono de voz.
A toda prisa se puso unos pantalones y un suéter, pero a propósito esperó diez minutos. Luego, cuando estaba a punto de bajar, escuchó que llamaban a la
puerta de la habitación.
-Mamá -era Robin.
-Pasa. Estoy lista -comenzó a decir Kerry, cuando vio la expresión en el rostro de la niña-. ¿Qué ocurre?
-Nada. Sólo que papá me pidió que espere aquí arriba mientras habla contigo.
-Ya veo.
Bob estaba de pie a la mitad del estudio, evidentemente incómodo. "¿Qué hizo para molestar a Robin?", se preguntó Kerry. "Tal vez pasó todo este tiempo
diciéndole cuánta prisa tiene." Él se volvió al escuchar las pisadas de ella.
-Kerry, debo regresar a la oficina, pero tengo algo muy importante que decirte -sacó de su bolsillo una pequeña hoja de papel-. Supongo que ya sabes lo
que les ocurrió a Barney Haskell y a Mark Young.
-Por supuesto.
-Kerry, Jimmy Weeks tiene sus maneras de obtener información. Por ejemplo, sabe que fuiste a ver a Reardon a la prisión.
-¿Ah, sí? -Kerry miró fijamente a su ex esposo-. ¿Y eso en qué le afecta a él?
-Kerry, no juegues. Estoy preocupado. Jimmy, está desesperado -le entregó la hoja de papel. En ella había seis notas musicales y las palabras "Estoy enamorado
de ti." Lo firmaba "J."
-¿Qué se supone que es esto? -preguntó kerry mientras tarareaba en su mente las notas. Entonces, antes de que Bob tuviera tiempo de responder, ella lo comprendió
y la sangre se le heló en las venas. Eran las primeras notas y palabras de la canción "Déjame llamarte amor."
-¿De dónde sacaste esto y qué significa? -exigió ella.
-Es una copia de la nota que encontraron en el bolsillo del pecho de Mark Young, en el depósito de cadáveres. Es la letra de Haskell. Estoy seguro de que
se relaciona con el trato que Barney intentaba hacer.
-¿El trato con el fiscal? ¿Supones que el homicidio con el que decía que podía relacionar a Jimmy Weeks es el "Asesinato de las Rosas Rojas?" -Kerry no podía
creer lo que escuchaba-. Jimrny tenía una relación con Suzanne Reardon, ¿no es así? ¿Bob, tratas de decirme que quien tomó la fotografía de Robin y estuvo a punto
de atropellarla trabaja para Jimmy Weeks, y que ésta es su manera de asustarme para que no investigue el caso?
-Kerry, no estoy diciendo nada, salvo que dejes ese asunto en paz. Por el bien de Robin, déjalo en paz.
-¿Sabe Weeks que estás aquí?
-Sabe que, por el bien de Robin, te lo advertiría.
-Espera un momento -Kerry miró a su ex esposo con incredulidad-. Déjame ver si comprendo. Estás aquí para advertirme que deje en paz un caso porque tu
cliente, el criminal que representas, te dijo que me pusieras al tanto de su amenaza. ¡Oh, Bob, qué bajo has caído!
-Kerry, trato de salvar la vida de mi hija.
-¿Tu hija? ¿De pronto ella se vuelve muy importante para ti? ¿Sabes cuántas veces la has herido cuando no llegas a verla? Esto es un insulto. Ahora vete
-cuando él se volvía, ella le arrebató el papel de la mano-, pero me quedaré con esto.
-Devuélvemelo -Kinellen la sujetó de la mano, la obligó a abrir los dos y le quitó el papel.
-¡Papá, suelta a mamá!
Los dos se volvieron a ver a Robin, de pie en el umbral, con las cicatrices, que empezaban a borrarse, de nuevo vivas contra el color cenizo del rostro.

EL DOCTOR SMITH salió de su consultorio a las cuatro y veinte, sólo un minuto o dos después de que se marchara su última pacienta, a la que había hecho una
revisión posterior a una abdominoplastia.
A Kate Carpenter le dio gusto ver que el doctor se fuera. Últimamente la perturbaba el simple hecho de estar cerca de él. Había notado que el temblor en
la mano de Smith era cada vez más pronunciado, pero su preocupación iba más allá de lo físico. Las llamadas telefónicas de Bárbara Tompkins y Kerry McGrath la convencieron
de que también había algo que andaba muy mal en la mente del doctor. Sin embargo, para Kate lo más frustrante era que no sabía a quién pedir ayuda. Charles Smith
era, o al menos había sido, un cirujano brillante. No quería que fuera echado de la profesión.
Alas cuatro treinta Bárbara Tompkins la llamó.
-Señora Carpenter, ya no sé qué hacer. Anoche el doctor Smith me llamó y prácticamente me obligó a salir a cenar con él, pero luego se la pasó llamándome
Suzanne. Lo siento, sé que le debo mucho, pero el asunto está afectándome. Hasta en mi trabajo siempre estoy mirando por encima del hombro para ver si no me acecha
en alguna parte. Ya no lo soporto.
Kate Carpenter percibió de que ya era imposible darle largas al problema. La única persona en quien podía confiar era la madre de Robin Kinellen, Kerry
McGrath. Kate sabía que Kerry era abogada y fiscal auxiliar en Nueva Jersey, pero también una madre muy agradecida de que el doctor Smith hubiera atendido a su
hija en aquella urgencia. Además, Kate estaba consciente de que Kerry sabía más acerca de la vida privada del doctor Smith; incluso más que ella misma y que cualquier
miembro del personal. No estaba segura del motivo por el que Kerry estaba investigando al doctor, pero tenía la impresión de que la abogada no trataba de hacerle
ningún daño.
Sintiéndose como judas, Kate le dio a Bárbara Tompkins el número telefónico de la casa de Kerry McGrath, fiscal auxiliar del condado de Bergen.

DURANTE UN RATO, después de que Bob se marchó, Kerry y Robin permanecieron sentadas en el sofá, en silencio, hombro con hombro y con las piernas sobre la
mesita de centro.
Entonces, escogiendo con mucho cuidado las palabras, Kerry habló a su hija:
-Sin importar de lo que se haya tratado la escena que acabas de presenciar, tu papá te quiere mucho, Robin. Se preocupa por ti. No admiro los líos en que
se mete, pero respeto mucho lo que siente por ti.
-Te enojaste cuando dijo que estaba preocupado por mí.
-¡Oh, vamos! Sólo eran palabras. Algunas veces me enfurece mucho. De todas formas, sé que cuando crezcas no serás el tipo de persona que se deja envolver
en problemas que son evidentes para todas las personas con buen juicio, y después alega una ética circunstancial... o sea que dice: "Tal vez esto esté mal, pero
es necesario."
-¿Es lo que hace papá?
-Eso creo.
-¿Sabe quién tomó mi fotografía?
-Lo sospecha. Tiene que ver con un caso en el que Geoff ha estado trabajando y quiere que yo le ayude. Él está tratando de sacar a un hombre de la cárcel
porque en verdad está convencido de que es inocente.
-¿Estás ayudándole?
-En realidad, casi había decidido que al ayudarlo me metería en muchos problemas sin motivo alguno. Ahora comienzo a pensar que tal vez esté equivocada
y es probable que el cliente de Geoff sí esté en prisión injustamente. Pero te aseguro que no te pondré en peligro para probarlo. Eso te lo prometo.
Robin permaneció con la mirada fija al frente por un momento, y luego se volvió a su madre.
-Mamá, eso es muy injusto. Acusas a papá de hacer algo y luego tú haces lo mismo. Si no ayudas al cliente de Geoff y piensas que no debería estar en prisión,
¿no es lo que llamaste ética circunstancial?
-¡Robin!
-Lo digo en serio. ¿Ya podemos ordenar la pizza? Tengo mucha hambre.
Kerry miró asombrada a su hija, que se levantaba y tomaba la bolsa con las películas que verían esa noche. Robin examinó los títulos, eligió una y la colocó
en la videocasetera.
-Mamá -comentó antes de encender el aparato-, de veras creo que el tipo del auto sólo estaba tratando de asustarme. No me molesta si tú vas a dejarme a
la escuela y Alison me recoge. ¿Cuál es la diferencia?
Kerry miró a su hija y luego movió la cabeza.
-La diferencia es que estoy orgullosa de ti y avergonzada de mí misma -le dio un sincero abrazo a Robin y fue a la cocina a ordenar la pizza.
Unos minutos más tarde, mientras sacaban los platos para la pizza, sonó el teléfono.
-Señora McGrath -se oyó una voz vacilante-, soy Bárbara Tompkins. Discúlpeme por molestarla, pero la señora Carpenter, del consultorio del doctor Smith,
me sugirió que me comunicara con usted.
Mientras escuchaba, Kerry tomó un bolígrafo y comenzó a garabatear algunas notas en el bloc de mensajes: "Bárbara consultó al doctor Smith... Él le mostró
una fotografía... Le preguntó si quería verse como esa mujer.. La operó... Ahora la llama Suzanne y la acecha."
-Señora McGrath -concluyó Tompkins-, le estoy muy agradecida al doctor Smith. En realidad él cambió mi vida. No quiero denunciarlo a la policía ni lastimarlo
de ninguna manera; sin embargo, no puedo permitir que esto continúe.
-¿Alguna vez se sintió usted en peligro por causa del doctor? -preguntó Kerry.
Hubo un breve titubeo antes de que Tompkins respondiera con lentitud.
-No, en realidad no. Quiero decir que él nunca me ha obligado a nada físicamente; pero, en ocasiones, siento que hay en él una terrible furia contenida
que podría desatarse con facilidad, tal vez en contra mía.
-Bárbara, iré a ver al doctor Smith el lunes. Él no lo sabe, pero iré. Por lo que usted me dice, creo que sufre de algún tipo de colapso, y espero poder
convencerlo de que busque ayuda. Pero no puedo aconsejarle que no llame a la policía si está asustada. De hecho, creo que debería hacerlo.
-Aún no. Tengo planeado hacer un viaje de negocios el mes entrante, pero lo adelantaré para la semana que viene. Me gustaría hablar con usted cuando vuelva;
entonces podré decidir qué hacer.

CUANDO COLGÓ, Kerry se dejó caer en una silla de la cocina. La situación estaba complicándose mucho. El doctor Smith había estado acechando a Bárbara Tompkins.
¿También habría acechado a su propia hija? De ser así, probablemente sería su Mercedes el que Dolly Bowles y el pequeño Michael vieron frente a la casa de los Reardon
la noche del asesinato. ¿Habría comparado Joe Palumbo la matrícula parcial que Bowles aseguraba haber visto con la del auto de Charles Smith?
Pero, si el doctor Smith se había disgustado con Suzanne de la manera en que Bárbara temía que ocurriera con ella, si era el responsable de su muerte, entonces,
¿por qué razón Jimmy Weeks temía tanto que pudieran implicarlo en el asesinato de Suzanne Reardon?
"Tengo que saber más acerca de la relación del doctor Srnith con Suzanne antes de verlo", pensó Kerry. "El comprador de antigüedades, Jason Arnott... tal
vez él sea la persona con la que tengo que hablar. Según las notas del expediente, él acompañaba a menudo a Suzanne a las subastas en Nueva York. Quizá el doctor
Smith se reunió con ellos algunas veces."
Le hizo una llamada a Arnott y le dejó el mensaje de que se comunicara con ella. Luego se preguntó si debía hacer o no una llamada más.
Sería para Geoff, con el fin de pedirle que le arreglara una segunda reunión en la cárcel con Skip Reardon. Sólo que, esta ocasión, quería que tanto la
madre como la novia, Beth Taylor, estuvieran ahí también.

JASON ARNOTT había planeado pasar una noche tranquila en casa el viernes; pero, cuando Amanda Coble le telefoneó para invitarlo a cenar en el club campestre
de Ridgewood, aceptó con alegría. Los Coble eran su tipo de personas: riquísimos, aunque maravillosamente sencillos. Richard era un banquero internacional, y Amanda,
una diseñadora de interiores. Jason sabía que ella apreciaba su experiencia con las antigüedades. Serían un cambio agradable después del rato inquietante que pasó
en Nueva York con Vera Todd.
Llegó hasta la puerta principal del club cuando los Coble entregaron su auto a los acomodadores del estacionamiento. Pasó por la puerta principal un momento
después de ellos y luego esperó mientras los Coble saludaban a una pareja de aspecto distinguido que salía. Reconoció al hombre de inmediato: El senador Jonathan
Hoover. Jason había coincidido con él en varias cenas relacionadas con la política, pero nunca los habían presentado.
La mujer estaba en silla de ruedas; sin embargo, aun así tenía un aspecto majestuoso; llevaba un vestido de gala azul oscuro hasta la punta de los zapatos
con cordones en los tobillos. Jason había escuchado que la señora Hoover estaba incapacitada, pero nunca la había visto. Con un ojo que absorbía de inmediato hasta
el más mínimo detalle, observó la posición de las manos que la mujer llevaba unidas para ocultar en parte las articulaciones inflamadas de los dedos.
"Debió de haber sido una belleza cuando era joven, y antes de enfermar", pensó mientras estudiaba los rasgos, todavía muy hermosos, dominados por unos ojos
azul zafiro.
Amanda Coble levantó la mirada y lo vio.
-Jason, ya llegaste -le indicó que se aproximara y realizó las presentaciones-. Estamos hablando acerca de los terribles homicidios de esta mañana en Summit.
Tanto el senador Hoover como Richard conocían al abogado Mark Young.
-Parece obvio que se trata de un golpe de la Mafia -comentó Richard Coble, molesto.
-Estoy de acuerdo -intervino Jonathan Hoover-. Y también lo cree así el gobernador. Todos sabemos cómo ha luchado contra el crimen durante estos ocho años,
y ahora necesitamos a Frank Green para que siga con ese buen trabajo.
-¡Jonathan! -murmuró Grace en tono de reproche-. Es fácil ver que es año de elecciones, ¿verdad, Amanda? No debemos entretenerlos más -añadió mientras
todos sonreían.
-En realidad mi esposa me tiene a raya desde que la conocí -le explicó Jonathan Hoover a Jason-. Ha sido un placer conocerlo, señor Arnott.
-Señor Arnott, ¿no nos habíamos visto antes? -preguntó de pronto Grace Hoover-. Tengo la impresión de que lo conozco.
Jason sintió que su sistema de alarma interno se encendía enviándole una fuerte advertencia.
-No lo creo -respondió él con lentitud. "Estoy seguro de que yo la recordaría", pensó. "Así que, ¿qué la hace pensar que me conoce?"
-Bueno, seguro que me equivoco. Adiós.
Aunque los Coble fueron tan agradables como de costumbre, Jason Arnott pasó la noche deseando con toda el alma haberse quedado en casa.
Cuando llegó a su casa a las diez y media, su día terminó de arruinarse al escuchar el único mensaje que había en su contestador, que era de Kerry McGrath,
quien se presentó como fiscal auxiliar del condado de Bergen; le había dejado sus números telefónicos y le pidió que le llamara a su casa antes de las once de la
noche o a primera hora de la mañana. Le explicó que quería hablar con él extraoficialmente acerca de su finada vecina y amiga, la víctima de asesinato, Suzanne
Reardon.

EL VIERNES por la noche Geoff Dorso fue a cenar a la casa de sus padres en Essex Fells. Su hermana Marian, su cuñado Don y también sus sobrinos gemelos
de dos años llegaron desde Boston para pasar el fin de semana porque su madre había planeado una reunión familiar.
Geoff se estacionó frente a la casona Tudor, llena de recovecos, que sus padres habían comprado veintisiete años atrás por una décima parte de su valor actual.
Recorrió la entrada y penetró al ambiente cálido y ruidoso, tan típico cuando se reunían tres generaciones del clan Dorso.
Tras efusivos saludos a los familiares que vivían en Boston y un saludo informal a las hermanas que veía con regularidad, Geoff logró escaparse al estudio
de su padre, lleno de libros. Edward Dorso le sirvió un whisky a su hijo. Edward era un abogado jubilado, especialista en derecho corporativo; había conocido a
Mark Young y le agradaba, así que estaba ansioso por escuchar cualquier información confidencial que Geoff pudiera haber oído en la Corte acerca del asesinato.
-Por el momento puedo decirte mucho, papá -explicó Geoff-. Es muy difícil creer que unos ladrones hayan perpetrado un robo y matado a Young, precisamente
cuando la otra víctima, Barney Haskell, estaba a punto de testificar contra Jimmy Weeks a cambio de un trato.
Antes de que su padre pudiera hacer algún comentario, un coro de voces que venía de fuera del estudio gritó:
-¡Abuelo, tío Geoff, la cena está lista!
-Adelántate, papá. En un momento te alcanzaré. Quiero revisar mis mensajes -cuando Geoff escuchó la voz ronca y baja de Kerry en la cinta de su contestador,
acercó más el auricular al oído. ¿En realidad estaba diciendo que iría otra vez a la prisión para ver a Skip? ¿Y que deseaba que la madre de Reardon y Beth Taylor
estuvieran ahí?
-¡Aleluya! -exclamó Geoff, y se dirigió al comedor.
Después de que su padre terminó de dar gracias por los alimentos, su madre añadió:
-Y te damos gracias por tener con nosotros a Marian, a Don y a los gemelos.
-Mamá, hablas como si viviéramos en el Polo Norte -protestó Marian al tiempo que le guiñaba un ojo a Geoff-. Boston está a sólo tres horas y media de aquí.
-Pueden reírse de mí -respondió su madre-, pero me encanta ver reunida a mi familia. Es maravilloso que tres de nuestras hijas ya estén casadas, y que Vicky
tenga un novio formal tan bueno como Kevin.
Geoff observó a la pareja mientras ella sonreía.
-Ahora, si tan sólo pudiera ver que nuestro único hijo varón encontrara la chica adecuada...
Su voz se apagó mientras todos se volvían piara sonreírle a Geoff con indulgencia; él hizo un gesto y les devolvió la sonrisa, recordándose que, cuando su
madre no tocaba ese tema, era una mujer muy interesante que había enseñado literatura medieval en la Universidad Drew durante veinte años. De hecho, a él le habían
puesto el nombre de Geoffrey por la gran admiración que ella sentía hacia Chaucer.
Entre un platillo y otro Geoff se escapó a la sala para llamar a Kerry. Se emocionó al notar que ella parecía contenta de que le hubiera llamado.
-Kerry, ¿podrías ir mañana a ver a Skip? Sé que su madre y Beth dejarán todo por estar ahí cuando vayas.
-Quiero ir, Geoff, pero no sé si pueda.. No me gustaría dejar a Robin, ni siquiera con la familia de Cassie.
-Tengo una mejor idea. Las recogeré a ambas y dejaremos a Robin con mi familia. Mi hermana, su esposo y sus hijos están aquí de vacaciones, y el resto
de los nietos llegará pronto. Robin tendrá mucha compañía; y, si eso no es suficiente, mi cuñado es capitán de la policía estatal de Massachusetts. Créeme Kerry,
aquí estará segura.

14


Sábado
4 de noviembre

Jason Arnott pasó la mayor parte de la noche sin poder dormir, tratando de decidir qué hacer con la llamada de la fiscal auxiliar Kerry McGrath. A las siete
de la mañana ya había tomado una decisión. La llamaría y le diría que estaría encantado de hablar con ella, siempre que la entrevista no fuera larga. Su excusa
sería que estaba a punto de salir en viaje de negocios. "A Catskill", se dijo Jason. "Me esconderé en la casa. Mientras tano pasará la tormenta." Una vez tomada
la decisión, cayó por fin en un profundo sueño.
A las nueve y media, cuando despertó, lo primero que hizo fue llamar a Kerry McGrath. Se sintió aliviado al escuchar lo que parecía ser genuino agradecimiento
en la voz de ella.
-Señor Arnott, le agradezco que me llame, y tenga la seguridad que esto es por completo extraoficial -explicó ella-. Parece que usted fue amigo de Suzanne
Reardon, así como su experto en antigüedades. Ha surgido algo nuevo en ese caso, y le agradecería mucho si me diera la oportunidad de hablar con usted acerca de
Suzanne y de su padre, el doctor Charles Smith. Le aseguro que sólo le quitaré unos minutos de su tiempo.
Era sincera. Jason siempre podía distinguir a un farsante; había hecho de ello una forma de vida, y estaba seguro de que Kerry decía la verdad. "No me
costará ningún trabajo hablar acerca de Suzanne", pensó. Con frecuencia había ido de compras con ella, tal como lo hizo el día anterior con Vera Shelby Todd. Suzanne
había asistido a muchas de sus fiestas; sin embargo, también lo hicieron docenas de personas. Nadie podría concluir nada de ese hecho.
Jason se mostró bien dispuesto a la sugerencia de Kerry de ir a verlo en cuestión de una hora.

KERRY DECIDIÓ llevar a Robin a la entrevista con Jason Arnott. Sabía que Robin estaba perturbada por haberla visto forcejear por la nota con Bob la noche
anterior, y el viaje a Alpine les daría media hora de ida y media de vuelta para conversar. Se culpaba por el incidente con Bob, porque pensaba que debía haberse
dado cuenta de que él no iba a permitirle quedarse con la nota. De todas formas, ya sabía lo que decía. Lo anotó todo exactamente como lo vio para poder mostrárselo
a Geoff.
El día era soleado y brillante, el tipo de clima que reanima el espíritu. Como había decidido que revisaría el caso Reardon, pensaba hacerlo de prisa.
Le dijo a Robin que visitaría a la familia de Geoff, mientras ella iba a Trenton a trabajar.
-Todo esto es porque estás preocupada por mí -dijo Robin sencillamente.
-Sí -admitió Kerry-. Quiero que estés donde sé que te encontrarás segura -bajó la mirada hacia el papel con la direc ción-. Ya estamos cerca. Mira, Rob,
cuando lleguemos a la casa del señor Arnott entrarás conmigo, pero sabes que tengo que hablar con él en privado. ¿Trajiste un libro?
-Ajá. Me pregunto cuántos sobrinos de Geoff -estarán ahí hoy. Veamos, tiene cuatro hermanas. La más joven no está casada. La que sigue de Geoff tiene
tres niños, un chico de nueve, que es el más cercano a mi edad, una niña de siete y otro pequeño de cuatro. La segunda hermana de Geoff tiene cuatro hijos, y luego
está la que tiene los gemelos de dos años.
-¡Rob, por todos los cielos! ¿Cuándo te enteraste de todo eso? -preguntó Kerry.
-La otra noche, en la cena. Geoff habló de ellos. Tú no estabas poniendo atención. Quiero decir, me di cuenta de que no estabas escuchando. De cualquier
modo, creo que será grandioso ir allá.
Cinco minutos más tarde avanzaban por un sinuoso camino hacia la mansión estilo europeo de Jason Arnott: una impresionante combinación de piedra, estuco,
ladrillo y madera con grandes vitrales.
-¡Caramba! -exclamó Robin mientras Kerry se estacionaba en la entrada.
Jason las saludó con amabilidad.
-Señora McGrath... ¿y ella es su asistente?
-Le dije que era una visita extraoficial, señor Arnott -Kerry le presentó a Robin-. ¿Podría ella esperar en alguna parte mientras conversamos?
-Estará a gusto en el estudio -Arnott les indicó una habitación a la izquierda del vestíbulo-. Usted y yo podemos hablar en la biblioteca.
"Este sitio es como un museo", pensó Kerry mientras seguía a Arnott. Le habría encantado detenerse a mirar las magníficas pinturas. "No te distraigas de
lo que tienes que hacer", se advirtió a sí misma.
Cuando ella y Arnott estuvieron sentados uno frente al otro en un par de bellos sillones marroquíes, ella comenzó:
-Señor Arnott, hace varias semanas Robin se hirió el rostro en un accidente automovilístico, iba con su padre, y la atendió el doctor Charles Smith.
Amott arqueó las cejas.
-¿El padre de Suzanne Reardon?
-Exactamente. En las dos ocasiones que llevé a Robin a tratamiento a su consultorio vi a una paciente que se parecía mucho a Suzanne Reardon.
Arnott la miró fijamente.
-Espero que haya sido una coincidencia. Seguro no está tratando de decirme que el doctor está recreando deliberadamente a Suzanne.
-Eligió un termino interesante, señor Arnott. Estoy aquí porque necesito conocer mejor a Suzanne. Necesito saber acerca de la relación de ella con su padre
y con su esposo.
Arnott se retrepó en el asiento, miró el techo y unió las manos bajo la barbilla.
-Déjeme comenzar con la manera en que conocí a Suzanne. Fue hace doce años. Ella simplemente llamó a mi puerta un día. Debo decirle que era una mujer
de una belleza extraordinaria. Se presentó a sí misma y me explicó que ella y su esposo estaban construyendo una casa en el vecindario, que deseaba amueblarla con
antigüedades y que había oído que yo acompañaba a mis amigos cuando querían comprar en las subastas.
-¿Y se convirtió en el asesor de Suzanne?
-Sí. A la larga ella y yo nos hicimos buenos amigos; de hecho, todavía la extraño mucho. Ella daba gran realce a mis fiestas.
-¿Skip venía con ella?
-Casi nunca. Se aburría; y, para ser franco, mis invitados no lo consideraban simpático. Pero no me entienda mal. Era un joven inteligente y bien educado,
pero distinto de la mayoría de las personas que conozco. Era el tipo de hombre que se levanta temprano, trabaja duro y no tiene interés en charlas ociosas.
-¿Qué puede decirme acerca de la relación entre Suzanne y Skip Reardon?
-Se desmoronaba. Al principio parecía que se querían mucho, pero después quedó claro que ella se aburría con él. Al final hacían muy pocas cosas juntos.
-El doctor Smith dice que Skip estaba celoso de Suzanne y que la había amenazado.
-Si lo hizo, Suzanne no me lo contó.
-¿Conoce usted bien al doctor Charles Smith? -preguntó entonces Kerry.
-Tanto como cualquiera de los amigos de Suzanne, supongo. Si yo iba a Nueva York con ella los días en que él cerraba el consultorio, a menudo nos acompañaba.
Pero después pareció que las atenciones de su padre la molestaban. No hacía ningún esfuerzo por ocultar la impaciencia que él le provocaba.
-¿Sabía usted que a ella la criaron su madre y un padrastro?
-Sí. Me comentó que su adolescencia fue desdichada. Sus hermanastras estaban celosas por su belleza. Una vez me dijo que en cierta forma ella había vivido
la vida de la Cenicienta.
"Eso contesta mi siguiente pregunta", pensó Kerry. "Es evidente que Suzanne no le confió a Arnott que había crecido siendo la hermana fea llamada Susie."
-¿Sabe si Suzanne tenía relaciones con otro hombre? Específicamente, ¿salía con Jimmy Weeks?
Arnott pareció considerarlo un momento antes de responder.
-Yo le presenté a Jimmy Weeks en esta misma habitación. Parecían muy interesados el uno en el otro. Como tal vez sepa, a Weeks lo rodea un aura de poder,
y eso atrajo a Suzanne. Después de conocerla, él comenzó a ir a menudo al club campestre Palisades, donde ella pasaba la mayor parte del tiempo. Jimmy también
era socio.
-¿A ella le agradó eso?
-¡Oh, sí, mucho! Aunque no creo que haya dejado que Jirnmy se diera cuenta. Le gustaba ponerlo celoso. ¿Recuerda usted la escena de Lo que el viento se
llevó en la que Scarlett colecciona los pretendientes de todas las demás? Bueno, así era Suzanne. Eso no la hacía muy popular con las mujeres.
-¿Y la reacción del doctor Smith a sus coqueteos?
-Estaba indignado, diría yo. Creo que, si hubiera sido posible, Smith habría construido un muro alrededor de ella para mantenerla lejos de otros hombres.
-Si su teoría es correcta, señor Arnott, ¿no sería ésa una razón para que el doctor Smith estuviera molesto con Skip Reardon?
-Creo que era algo más profundo. Creo que lo odiaba.
-Señor Arnott, ¿cree usted posible que Suzanne recibiera joyas de otros hombres que no fueran su padre ,y su esposo?
-Si así era, no me lo confió. Sí sé que Suzanne tenía algunas piezas muy bellas. Skip le compró varias, y además ella tenía joyas más antiguas, que al
parecer fueron regalo de su padre.
"O al menos eso dijo él", pensó Kerry. Se levantó.
-Señor Arnott, ¿considera usted posible que Skip Reardon hay matado a Suzanne?
Él también se puso de pie.
-Señora McGrath, me considero un muy buen conocedor de antigüedades, pero no soy tan hábil juzgando personas. Sin embargo, ¿no es verdad que el amor y el
dinero son dos de los motivos más poderosos para matar? Lo siento, pero en este caso ambos parecen aplicarse a Skip.

DESDE UNA VENTANA Jason vio el auto de Kerry desaparecer por el camino. Pensó en su breve conversación y consideró que había proporcionado los detalles
suficientes para dar la impresión de querer ayudar, pero también fue lo bastante vago para que ella, igual que los abogados de la defensa y la fiscalía diez años
antes, decidieran que no tenía caso interrogarlo más.
"¿Que si creo que Skip Reardon mató a Suzanne? No, no lo creo señora McGrath", pensó él. "Me parece que Skip, al igual que muchos otros hombres, pudo haber
sido capaz de asesinar a su esposa. Sólo que esa noche alguien se le adelantó."

SKIP REARDON había pasado la que fue, sin duda, una de las peores semanas de su vida. Desde que Geoff le dijo que la fiscal auxiliar Kerry McGrath ya no
estaba interesada en su caso fue como si un coro griego cantara sin cesar dentro de su mente: "Veinte años más. Veinte años más." Toda la semana, en lugar de leer
o ver televisión por las noches, Skip contempló las fotografías enmarcadas que tenía en las paredes de su celda.
Beth aparecía en casi todas ellas. Había tomado una decisión. No permitiría que Beth lo visitara más. "Ella debe continuar con su vida", se dijo. "Pronto
cumplirá cuarenta años. Debería conocer a alguien, casarse y tener hijos. A ella le encantan los niños." Y Skip decidió algo más: no iba a perder tiempo diseñando
casas con el sueño de que algún día podría construirlas. Cuando saliera de presión, si lo lograba, tendría más de sesenta años. Sería entonces muy tarde para comenzar
de nuevo.
Por eso fue que el sábado por la mañana, cuando Geoff lo llamó para decirle que Kerry quería ir a verlo y hablar también con su madre y con Beth, la noticia
lo hizo enojar.
-¿Qué quiere McGrath, Geoff? -preguntó-. ¿Mostrarle a mamá y a Beth exactamente por qué están perdiendo el tiempo tratando de sacarme de aquí?
-Cállate, Skip -replicó Geoff-. El interés de Kerry en ti y en este caso de asesinato está causándole un cúmulo de problemas, y hasta han amenazado a su
hija de diez años si no lo deja.
-¿Una amenaza? ¿De quién? -Skip miró el auricular que tenía en la mano como si de pronto se hubiera convertido en un objeto extraño. Le era imposible comprender
que amenazaran a la hija de Kerry McGrath por causa suya.
-Estamos seguros de que se trata de Jimmy Weeks. Por algún motivo teme que se reabra la investigación. ahora, escucha: Kerry quiere revisar cada centímetro
de este caso contigo, tu madre y Beth. Ésta es la mejor oportunidad que tenemos de sacarte de ahí. Tal vez sea también la última.
Skip escuchó el clic. A pesar suyo, la chispa de esperanza que él había creído apagada volvió a encenderse.

GEOFF RECOGIÓ a Kerry y a Robin a la una. Cuando llegaron a Essex Fells, las hizo entrar en la casa y las presentó con todos. Al final de la cena familiar,
la noche anterior, había explicado a los adultos las circunstancias por las que Robin iría a visitarlos. De inmediato, los instintos de su madre se concentraron
en el hecho de que la mujer que Geoff insistía en llamar "la madre de Robin" podía tener una importancia especial para su hilo.
Por ello, cuando la señora Dorso vio a Kerry, Geoff pudo notar la aprobación en los ojos de su madre. Kerry llevaba un abrigo de pelo de camello con cinturón
y pantalones que le hacían juego. El suéter verde olivo, con cuello de tortuga acentuaba las tonalidades verdosas de los ojos castaños. Llevaba el cabello bien
cepillado y suelto sobre los hombros.
Robin estuvo encantada de saber que los nueve nietos se encontraban en la casa. Vio que los gemelos de dos años pasaban corriendo en tropel, perseguidos
por su primo de cuatro.
-Es algo así como la hora punta de los bebés -observó con alegría-. Te veré luego, mamá.

EN EL AUTOMÓVIL, Kerry se acomodó en el asiento y suspiró profundamente.
-No estás preocupada, ¿verdad? -preguntó Geoff.
-No, en absoluto. Fue sólo una expresión de alivio. Y ahora déjame informarte algunas cosas que no te he contado.
-¿Cómo qué?
-como los años de adolescencia de Suzanne; como lo que le está haciendo el doctor Smith a una de sus pacientas a la que dio el rostro de Suzanne; y lo que
me dijo esta mañana Jason Arnott.

DEIDRE REARDON y Beth Taylor ya estaban en la sala de recepción para visitantes cuando Geoff y Kerry llegaron a la cárcel. Mientras esperaban a ser llamados,
Kerry conversó con Beth, quien le agradó de inmediato.
En punto de las tres de la tarde fueron llevados al área donde podían tener contacto con los prisioneros durante las visitas. Esa ocasión había más gente
que la última vez que Kerry hacía estado ahí. Cuando llevaron a Skip y le quitaron las esposas, Beth esperó mientras Deidre abrazaba a su hijo. Luego Kerry observó
cómo se miraban Beth y Skip. La expresión de los rostros y lo discreto de su beso le dijo más acerca de su relación que si se hubieran dado un abrazo apasionado.
Kerry recordó con claridad aquel día en la Corte, cuando vio la angustia en el rostro de Skip al ser sentenciado a un mínimo de treinta añosy escuchó la desgarradora
protesta de que el doctor Smith era un mentiroso. Al pensar en ello se dio cuenta de que ese día había sentido un timbre de verdad en la voz de Skip.
Kerry llevaba un bloc de papel amarillo en el que tenía anotadas varias preguntas. En pocas palabras les dijo las circunstancias que la habían impulsado
a hacer aquella segunda visita: la historia de Dolly Bowles acerca del Mercedes que vio la noche de la muerte de Suzanne; el hecho de que Suzanne había sido una
jovencita muy poco agraciada; la extraña recreación de su rostro, que llevaba a cabo el doctor Smith cuando operaba a sus pacientes actuales; la atracción que Bárbara
Tompkins ejercía sobre Smith; el hecho de que el nombre de Jimmy Weeks hubiera surgido durante la investigación, y, finalmente, la amenaza a Robin.
Kerry consideró que hablaba muy bien de los Reardon y Beth el hecho de que no perdieran tiempo, después de la sorpresa inicial al escuchar todo aquello,
reaccionando entre ellos. Beth Taylor buscó la mano de Skip y preguntó a Kerry:
-¿Qué podemos hacer ahora?
-Primero permítanme decirles que tengo serias dudas acerca de si Skip es culpable, y que haré lo que pueda por ayudar a Geoff para lograr un cambio de veredicto.
Hace una semana, después de que hablé contigo, Skip, pensaste que no te creí. Eso no es del todo cierto. Lo que sí pensé es que no había escuchado nada, ni a favor
ni en contra tuya, que diera pie a una nueva apelación. La razón principal por la que te condenaron fue el testimonio del doctor Smith. Tu mayor esperanza radicaría
en que se desacreditara dicha declaración. Y el único modo que veo de hacerlo es arrinconándolo y enfrentándolo a sus mentiras.
Durante el resto de la visita Kerry los acribilló con preguntas,
-Skip, ¿alguna vez mencionó Suzanne a Jimmy Weeks?
-Sólo de manera circunstancial -respondió él-. Yo sabía que Jimmy Weeks era socio del club y que ella jugaba algunas veces con él al golf.
-¿No es Weeks el hombre al que están juzgando por evasión fiscal? -preguntó Deidre Reardon.
Kerry asintió y luego se volvió hacia Skip.
-Necesito que me describas las joyas que pienses que otro hombre regaló a Suzanne.
-Una era un brazalete de oro con figuras zodiacales. El símbolo de Capricornio, incrustado con diamantes, era la pieza central. Suzanne era Capricornio.
Se veía que era una alhaja muy costosa. Me dijo que su padre se la había dado, pero cuando yo le agradecí a Smith su generosidad para con ella, él no sabía de qué
se trataba.
-Este es el tipo de objeto que quizá podamos rastrear. Para empezar, podemos enviar un aviso a los joyeros de Nueva Jersey -comentó Kerry.
Skip le habló de un anillo de diamantes y esmeraldas que parecía una sortija de matrimonio.
-¿También dijo que su padre se lo había obsequiado?
-Sí. Me explicó que él trataba de compensarla por todos aquellos años en los que no le dio nada. Me aseguró que algunas de las joyas eran herencia familiar
y que habían pertenecido a la madre del doctor Smith. Eso fue muy fácil de creer. También tenía un alfiler de diamantes en forma de flor que, a todas luces era
muy antiguo.
-Recuerdo ése -intervino Deidre Reardon-. Tenía un alfiler más pequeño en forma de capullo, unido al principal por una cadena de plata. Yo tengo una fotografía
que recorté de un diario local en la que aparece Suzanne con ese alfiler en una cena para reunir fondos. Otra alhaja que parecía reliquia de familia que ella llevaba
cuando murió.
-¿Dónde estaban esa noche las joyas de Suzanne? -preguntó enseguida Kerry.
-Salvo por lo que llevaba puesto, todo estaba en su joyero, sobre su tocador -respondió Skip.
-Skip, según tu testimonio, faltaban varias cosas de tu dormitorio esa noche.
-Dos de las que estoy seguro. Una es el alfiler de flor. Y puedo jurar que el marco en miniatura que teníamos en la mesa de noche ya no estaba.
-Descríbemelo -pidió Kerry.
-Permíteme, Skip -interrumpió Deidre Reardon-. Verá Kerry; ese pequeño marco era exquisito, un óvalo de esmalte azul con borde dorado incrustado con perlas.
Se supone que era un Fabergé. Mi esposo lo compró en Alemania después de la guerra. Fue mi regalo de bodas para Skip y Suzanne.
-Suzanne puso en él su fotografía -explicó Skip.
-¿Cuándo fue la última vez que lo viste, Skip? -preguntó Kerry de pronto.
-Estaba ahí aquella última mañana, a la hora de vestirme. Esa noche, cuando los detectives me dijeron que debía ir a la jefatura para ser interrogado, uno
de ellos subió conmigo a la habitación para buscar un suéter. El marco ya no estaba.
-Si Suzanne tenía un romance con alguien, ¿creen posible que le haya regalado su foto ese día?
-No -declaró Skip-. Era una de sus mejores fotografías, y le gustaba mirarla. Y creo que ni siquiera ella se habría atrevido a regalar el obsequio de bodas
de mi madre.
-¿Y nunca apareció? -indagó Kerry.
-Nunca, pero cuando traté de decir que tal vez lo habrían robado, el fiscal respondió que, si un ladrón había estado ahí, todas sus joyas hubieran desaparecido.
Una campana marcó el fin de las horas de visita. Cuando Skip se levantó, puso un brazo en torno a su madre y rodeó con el otro a Beth, para acercarlas a
él. Por encima de las cabezas, miró a Kerry y a Geoff y sonrió.
-Kerry, si encuentras un modo de sacarme de aquí, te construiré una casa que nunca querrás abandonar por el resto de tu vida -luego rió-. No puedo creer
que dije eso en este lugar.
Al otro lado de la habitación, el convicto Will Toth estaba sentado con su novia, pero su atención estaba en el grupo de Skip Reardon. La semana anterior
había reconocido a Kerry McCrath cuando ella fue a visitar a Skip. La reconocen en cualquier parte: McGrath era la razón por la que estaba en ese agujero. Ella
había sido la fiscal en su juicio.
Cuando Will se despedía de su novia, le susurró:
-Tan pronto como llegues a casa llama a tu hermano y dile que pase la voz de que McGrath volvió a venir hoy y tomó muchas notas.

SI MORGAN, agente del FBI a cargo de la investigación del robo de los Hamilton, estaba en su oficina el sábado por la tarde, revisando una impresión de computadora.
Había pedido a los Hamilton y a otras víctimas de robos en casos similares que le proporcionaran los nombres de todos los invitados que hubieran asistido a cualquier
reunión en sus casas en un lapso de varios meses antes de los robos. La computadora le dio una lista en orden alfabético de alrededor de una docena de nombres que
aparecían con frecuencia. El primero era Arnott, Jason.
"No es él", pensó Si. "Lo investigamos con mucha discreción hace dos años, y salió limpio. Tal vez no estaría mal volver a revisar sus actividades." Pero
Morgan estaba más interesado en otro nombre: Sheldon Landi, dueño de su propia empresa de relaciones públicas. "Landi sí que se relaciona con la gente bonita",
meditó Si. "No gana mucho dinero, pero se da la gran vida."
El FBI había enviado seiscientas copias de la imagen de la cámara de seguridad a algunas personas cuyo nombre aparecía en las listas de invitados. Hasta
ese momento habían recibido treinta respuestas, una de ellas de una mujer que pensaba que el culpable era su ex esposo.
-Siempre me robó cuando estuvimos casados, y tiene ese tipo de barbilla puntiaguda que se ve en la fotografía -explicó la señora.
En ese momento, mientras se retrepaba en su sillón, Si recordó la llamada y sonrió. El ex esposo de la mujer era un senador de Estados Unidos.

15


Domingo
5 de noviembre

Kerry y Robin iban camino de la casa de Jonathan y Grace Hoover para la comida del domingo.
"El domingo es un día para estar con la familia", reflexionó Kerry mientras conducía. "Robin y yo somos muy afortunadas al tener a Jonathan y Grace."
Robin interrumpió sus pensamientos.
-Mamá, la madre de Geoff cree que tú le gustas a él. Y yo también lo creo. Hablamos al respecto.
-¿Que hiciste qué?
-Hablamos de ustedes. La señora Dorso dice que Geoff jamás ha llevado una chica a la casa. Me contó que tú eras la primera desde que se graduó. Dijo que
era porque sus hermanas menores solían hacer bromas a las chicas que él llevaba y que por eso ahora es muy tímido.
-Es probable -respondió Kerry, sin darle importancia. Trató de olvidar que, cuando venían de vuelta de la prisión, ella estaba tan cansada que cerró los
ojos sólo un momento y despertó más tarde, apoyada en el hombro de Geoff. Y eso le había parecido yan natural, tan adecuado...

LA VISITA a Grace y Jonathan fue, como lo esperaba, muy agradable. Kerry sabía que en algún punto hablarían acerca del caso Reardon., pero no sería antes
de que se sirviera el café. Ése era el momento en que se permitía que Robin dejara la mesa para leer o probar uno de los nuevos juegos de computadora que Jonathan
siempre tenía aguardándola.
Mientras comían, Jonathan las entretenía charlando acerca de las sesiones legislativas y del presupuesto que el gobernador estaba tratando de que fuera aprobado.
-Verás, Robin -explicó él-; la política es como un juego de futbol. El gobernador es el entrenador, y los líderes de su partido en el senado y la asamblea
son como los mariscales de campo.
-Ése eres tú, ¿no es cierto? -lo interrumpió Robin.
-Sí, supongo que podrías llamarme así -estuvo de acuerdo Jonathan.
-Robin, espero que te des cuenta de lo afortunada que eres al poder aprender de alguien como el tío Jonathan cómo funciona el gobierno.
-Es egoísmo de mi parte -aseguró Jonathan-. Cuando Kerry haya jurado como jueza de la Suprema Corte en Washington, haremos que Robin sea electa para la
legislatura y también a ella la pondremos en el camino del éxito.
"Aquí viene", pensó Kerry.
-Rob, si ya terminaste, puedes ir a ver qué hay de nuevo en la computadora.
-Encontrarás algo que te gustará, Robin -le dijo Jonathan.
El ama de llaves pasó con la cafetera. "De aquí en adelante, todo empeorará", pensó Kerry.
No esperó a que Jonathan le preguntara acerca del caso Reardon. En vez de ello, les relató a él y a Grace todo lo que sabía al respecto, y terminó diciendo:
-Es claro que el doctor Smith mentía cuando subió al estrado. También que Jimmy Weeks tiene alguna razón muy importante para no querer que se reabra el caso.
De otro modo, ¿por qué metería él o su gente a Robin en todo esto?
-¿En realidad te amenazó Bob Kinellen con que algo le ocurriría a Robin? -el tono de Grace era helado, a causa de la preocupación.
-Creo que advertir sería una palabra más adecuada -Kerry se volvió para apelar a Jonathan-. Mira, debes entender que no quiero arruinar las cosas para Frank
Green. Y, Jonathan, maldición; sí quiero ser jueza. Sé que puedo ser buena en eso; pero, ¿qué clase de jueza sería si, como fiscal, doy la espalda a algo que cada
vez parece más una terrible injusticia?
-Supongo que todos hacemos lo que debemos hacer -dijo Grace en voz baja.
-No trato de montarme en un caballo y recorrer la calle Principal saludando a las multitudes. Si algo anda mal, quisiera descubrir qué es y después dejar
que Geoff Dorso lleve el balón. Iré a ver al Doctor Smith mañana. La clave está en desacreditar su testimonio. En realidad, creo que está a punto del colapso.
Acosar a alguien es un crimen. Si puedo presionarlo lo suficiente para que admita que mintió, que no le dio esas joyas a Suzanne y que alguien más debe de haber
estado mezclado en esto, entonces tendremos otra oportunidad. Geoff Dorso podrá presentar una moción para un nuevo juicio. En ese momento Frank ya podría ser gobernador.
-Pero tal vez tú, querida, no serías jueza -dijo Jonathan-. Eres muy persuasiva, Kerry, y te admiro, aun cuando me preocupa lo que pueda costarte. Sin
embargo, antes que nada, lo primero es Robin. Debes tomar en serio la amenaza que le hicieron.
-Lo hago, Jonathan. No estará sola ni un minuto.
-Kerry, si en algún momento sientes que tu casa no es segura, puedes dejarla aquí -la instó Grace-. Nuestra seguridad es excelente.
Kerry puso la mano sobre los dedos de Grace y los oprimió con la mayor suavidad posible.
-Los quiero a ambos -dijo con sencillez-. Jonathan, por favor, no vayas a decepcionarte porque tengo que hacer esto.
-Supongo que estoy orgulloso de ti -respondió él-. Haré lo que pueda por mantener tu nombre en la lista para la nominación, pero...
-Pero no cuentes con ello. Lo sé -completó ella-. ¡Dios mío! Qué difícil es a veces tomar una decisión. ¿Verdad?
-Creo que es mejor cambiar de tema -contestó Jonathan con energía-, pero manténme informado, Kerry.

16


Lunes
6 de noviembre

El jurado, que permanecía aislado para el juicio de Jimmy Weeks, desconocía los asesinatos de Barney Haskell y Mark Young, pero los medios de comunicación
se aseguraban de que el resto del mundo lo supiera.
Un asustado testigo, cuya identidad no se reveló, por fin había llamado a la policía. Ese día iba en camino de retirar dinero de un cajero automático y
vio un Toyota azul oscuro detenerse en el estacionamiento del pequeño edificio que albergaba el bufete legal de Mark Young. Eso había sido a las siete y diez.
El testigo dijo que sintió que un neumático delantero de su auto se bamboleaba un poco, por lo que se detuvo al lado de la acera para examinarlo. Estaba acuclillado
junto al vehículo cuando vio que la puerta del edificio de oficinas se abría de nuevo y un hombre corría de vuelta al Toyota. No pudo verle bien el rostro, pero
llevaba lo que parecía ser un arma muy grande. El testigo les dio parte de la matrícula de otro estado que llevaba el Toyota. Con algo de trabajo policíaco bien
hecho se logró rastrear el auto, y se le identificó como uno que había sido robado el jueves por la noche en Filadelfia. El viernes, muy tarde, se encontró la carrocería
quemada en Newark.
A la luz de esas pruebas, era evidente que se trató de un golpe de la Mafia, y no quedaba duda de que había sido ordenado por Jimmy Weeks, pero la policía
no estaba segura de cómo probarlo. El testigo no podía identificar al asesino. El automóvil ya no existía. Y, sin duda alguna, en ese momento el arma ya estaría
en el fondo de algún río.

EL LUNES POR la mañana Grace Hoover se quedó en la cama más tiempo que de costumbre. Aunque la casa se sentía agradable y tibia, el frío del invierno le
había llegado hasta los huesos y articulaciones. Le dolían terriblemente las manos, los dedos, las piernas, las rodillas y los tobillos.
Años atrás, al inicio de su enfermedad, decidió que nunca sucumbiría a la autocompasión. A pesar de ello, en sus peores días aceptaba para sí misma que,
además de los dolores, cada vez más fuertes, había sido devastador tener que reducir sus actividades. Ella era una de las pocas esposas que en verdad disfrutaba
al asistir a los actos en los que un político como Jonathan tenía que presentarse. Le encantaban los halagos de los que Jonathan era objeto. Estaba tan orgullosa
de él. Debió haber sido gobernador. Ella lo sabía.
Había disfrutado mucho cuando fueron al club campestre a cenar la otra noche. Fue la primera vez en muchas semanas que había podido salir. Pero ese Jason
Arnott... "Es curioso que no pueda quitármelo de la cabeza", pensó. Le había preguntado a Jonathan otra vez acerca de él, pero todo lo que él pudo decirle fue que
quizá ella asistió a alguna función de caridad a la que también había ido Arnott.
Habían pasado más de doce años desde que Grace fuera a alguno de esos grandes acontecimientos. En ese entonces ya le disgustaban las multitudes bulliciosas.
No, seguramente lo recordaba de otra parte. "¡Oh, está bien!", se dijo a sí misma; "a su tiempo lo recordaré."
Ela ama de llaves entró en la habitación con una bandeja.
-Pensé que a esta hora ya estaría lista para una segunda taza de té -dijo con alegría.
-Así es, Carrie. Gracias.
Carrie dejó la bandeja y acomodó las almohadas.
-Eso es. Así está mejor -buscó en su bolsillo y sacó una hoja de papel doblada-. ¡Ah!, señora Hoover, esto lo encontré en el cesto de basura del estudio
del senador. Sé que ya lo desechó, pero de todas maneras quiero preguntarle si puedo llevármelo. Mi nieto sólo habla de convertirse en agente del FBI. Se emocionaría
mucho si pudiera ver un volante genuino enviado por ellos -lo desdobló y se lo entregó a Grace.
Grace lo miró y estuvo a punto de devolvérselo; sin embargo, se detuvo. Jonathan se lo había mostrado el viernes por la noche, en son de broma:
-¿Es alguien que conozcas?
La carta adjunta explicaba que se había enviado el volante a todos aquellos que habían sido invitados a los hogares que poco después habían sido robados.
La imagen granulosa y casi indistinguible mostraba al tipo mientras cometía el robo. Se creía que era responsable de muchos robos similares, casi todos llevados
a cabo después de una fiesta o reunión social de algún tipo. Una teoría era que tal vez se tratara de alguno de los invitados.
-Sé que hace algunos años entraron en la casa de los Peale en Washington -le había dicho Jonathan-. Fue algo terrible. Estuve en la fiesta que dio Jock
cuando ganó. Dos semanas después se madre regresó temprano a casa, y de seguro se topó con el ladrón. La encontraron al pie de la escalera, con el cuello roto.
Faltaba la pintura de John White Alexander.
"Tal vez sea porque conozco a los Peale por lo que puse tanta atención a esta fotografía", pensó Grace mientras sujetaba el volante. "Por el ángulo de la
cara, la cámara debe haber estado debajo de él."
Observó detenidamente la imagen borrosa: el cuello estrecho, la nariz puntiaguda, los labios apretados. "No es lo que uno observa cuando se ve directamente
el rostro de alguien", pensó. "Pero, cuando se observa desde una silla de ruedas, se ve a las personas desde este ángulo."
"Podría jurar que se parece al hombre que conocí en el club la otra noche, Jason Arnott", pensó Grace. "¿Será posible?"
-Carrie, me gustaría conservar esto un poco más. ¿Me pasas el teléfono, por favor? -un momento más tarde Grace hablaba con Amanda Coble, quien la había presentado
con Jason Arnott en el club. Le comunicó a Amanda que seguía pensando que había visto antes a Jason Arnott, así que le preguntó dónde vivía y qué hacía.
Cuando colgó, Grace bebió el té, ya un poco frío, mientras observaba nuevamente la fotografía. Según Amanda, Arnott era un experto en arte y antigüedades,
y se movía entre los mejores círculos sociales desde Washington hasta Newport.
Grace llamó a Jonathan a su oficina en Trenton. Le dijo que creía que Jason Amott era el ladrón que el FBI buscaba.
-Esa es una acusación muy grave, querida -le advirtió Jonathan.
-Tengo buenos ojos, Jonathan. Tú lo sabes.
-Lo sé -aceptó él-. Y, con franqueza, si me lo dijera cualquier otra persona, tendría mis reservas en cuanto a llamar al FBI. No quiero poner nada por
escrito, pero dame el número confidencial que viene en el volante y los llamaré.
-No -respondió Grace-. Si estás de acuercto en que les llamemos, lo haré yo. Si me equivoco, tú no tendrás nada que ver en esto. Si estoy en lo cierto
sentiré que he hecho algo útil de nuevo. Me agradó mucho la madre de Jock Peale cuando la conocí hace años. Me encantaría ser la que encontrara a su asesino.
Ningún homicida debería escapar sin castigo.

EL DOCTOR Charles Smith estaba de mal humor. Había pasado un fin de semana solitario, todavía más frustrante por el hecho de que no pudo localizar a Bárbara
Tompkins. El sábado había sido un día tan hermoso que pensó que tal vez ella disfrutaría de un paseo por el Hudson. Pero sólo le respondió el contestador, y ella
no le devolvió la llamada. El domingo no fue mejor.
El lunes por la mañana trató de localizar a Bárbara en su oficina, pero le dijeron que había salido en un viaje de negocios de dos semanas a California.
Entonces sí que se enfadó. Sabía muy bien que era una mentira. En la cena del jueves Bárbara le mencionó que esperaba ansiosa un almuerzo de negocios en La Grenuille
ese miércoles.
Durante el resto del día Smith encontró difícil concentrarse en sus pacientes, aunque no tuvo muchos. Parecía que cada vez tenía menos, y los que iban a
verlo por primera vez casi nunca regresaban. Y no es que le importaran mucho... eran muy pocos los que tenían potencial para la genuina belleza. Cuando su cita
de las tres y media fue cancelada, decidió irse temprano a casa. Subiría a su auto y conduciría hasta la oficina de Bárbara Tompkins. Por lo general ella salía
unos cuantos minutos después de las cinco, pero quería estar ahí temprano, sólo por si acaso. La idea de que Bárbara deliberadamente estuviera evitándolo era intolerable.
Si así era...
Salía del vestíbulo del edificio donde se encontraba su consultorio, hacia la Quinta Avenida, cuando vio que Kerry McGrath se aproximaba.
-Doctor Smith, me alegra alcanzarlo -dijo Kerry-. Es muy importante que hable con usted.
-Señora McGrath, la señora Carpenter y la recepcionista todavía están en el consultorio. Ellas pueden ayudarle con lo que necesite -trató de pasar a su
lado.
Kerry caminó junto a él.
-Doctor, ninguna de ellas es responsable de que un hombre inocente esté en prisión.
Charles Smith reaccionó como si ella le hubiera arrojado aceite hirviendo.
-¡Cómo se atreve! -hizo alto y la sujetó del brazo.
De pronto Kerry se dio cuenta de que él estaba a punto de golpearla. El rostro del doctor estaba crispado por la ira. Un hombre que pasaba los observó
con curiosidad y se detuvo.
-¿Está usted bien, señorita? -preguntó.
-¿Lo estoy, doctor? -preguntó Kerry con voz calmada.
Smith le soltó el brazo.
-Por supuesto, por supuesto -comenzó a caminar con rapidez por la Quinta Avenida.
Kerry le siguió el paso.
-Doctor Smith, tarde o temprano tendrá que hablar conmigo. Será mucho mejor que me escuche ahora, antes de que suceda algo muy desagradable.
El no respondió.
Kerry permaneció a su lado y se dio cuenta de que el hombre respiraba con rapidez.
-Doctor Smith, no importa lo rápido que camine, puedo andar más de prisa que usted. ¿Regresaremos a su consultorio, o hay otro sitio donde podamos tomar
una taza de café? Tenemos que hablar. De otra manera, me temo que será arrestado bajo el cargo de acoso.
-¿Arrestado... por... qué? -Smith se volvió hacia ella.
-Asustó a Bárbara Tompkins con sus atenciones. ¿También asustó a Suzanne, doctor? Usted estaba ahí la noche en que murió, ¿no es cierto? Dos personas vieron
su Mercedes negro frente a la casa. Una de ellas recuerda parte de la matrícula: un tres y una ele. Hoy supe que su matrícula tiene un ocho y una ele. Yo diría
que se acerca mucho. ¿Dónde vamos a hablar?
El siguió mirándola durante unos momentos; la furia aún brillaba en los ojos. Ella observó cómo la ira poco a poco cedía el paso a la resignación.
-Vivo calle abajo -dijo sin mirarla. Estaban cerca de la esquina y él señaló hacia la izquierda.
Kerry tomó sus palabras como una invitación. "¿Estaré cometiendo un error al ir con él a su casa?", se preguntó. Pero decidió ir; tal vez no volvería a
tener una oportunidad semejante.
En el número veintiocho de Washington Mews, el doctor Smith buscó su llave y, con un gesto preciso, la insertó en la cerradura, le dio vuelta y abrió la
puerta de un empujón.
-Pase, si insiste, señora McGrath.

LA GENTE que había sido invitada a una o más de las casas que fueron robadas seguía enviando información al FBI. Ya tenían doce pistas potenciales, pero
Si Morgan pensó que había dado en el clavo cuando la tarde del lunes su principal sospechoso, Sheldon Landi, admitió que su agencia de relaciones públicas no era
más que una pantalla para sus verdaderas actividades.
Habían llamado a Landi para interrogarlo y, por un instante, Si pensó que estaba a punto de escuchar una confesión. Entonces Landi, estrujándose las manos,
susurró:
-¿Alguna vez ha leído Tell All?
-Es un periodicucho de chismes, ¿verdad? -preguntó Si.
-Sí, uno de los mayores. Esto no debe salir de esta habitación -Landi bajó la voz-, pero yo soy el escritor principal. Si llega a saberse, todos mis amigos
me abandonarán.
"¡A empezar de nuevo!", pensó Si después de que Landi se marchó. "Ese pobre chismoso no tendría las agallas para llevar a cabo ninguno de esos trabajos."
A las cuatro menos cuarto uno de los tres investigadores que trabajaban en el caso Hamilton entró en la oficina de su superior.
-Si, hay alguien en la línea confidencial del caso Hamilton, y creo que debes hablar con ella. Se llama Grace Hoover. Su esposo es Hoover, el senador por
el estado de Nueva Jersey, y cree haber visto al tipo que estamos buscando. Es uno de los pájaros de cuenta cuyo nombre ya había salido antes: Jason Arnott.
-¡Arnott! -Si tomó el teléfono-. Señora Hoover, ¿cómo está? soy si Morgan.
Mientras escuchaba, descubrió que Grace Hoover era el tipo de testigo que todos los abogados rezan por encontrar. Fue lógica al explicar cómo, al ver a
una persona desde su silla de ruedas, sus ojos probablemente estaban en el mismo ángulo que la lente de la cámara de vigilancia en la casa de los Hamilton.
-Si se ve al señor Jason Arnott de frente, uno pensaría que tiene el rostro más lleno de lo que parece cuando lo ve desde abajo -explicó ella-. Además,
cuando le pregunté si nos conocíamos, apretó los labios con fuerza. Creo que debe de ser su costumbre cuando está concentrado. Vea cómo los tiene apretados en
la fotografía. Tengo la sensación de que, cuando la cámara lo tomó, él estaba concentrado en la estatuilla, tratando de decidir si era genuina o no. Mis amigos
me dicen que es un experto en antigüedades.
-Sí, lo es -Si Morgan estaba emocionado-. Señora Hoover, no puedo decirle cuánto le agradezco que nos llamara.
Cuando colgó, Si mandó llamar a sus tres investigadores. Les ordenó que siguieran a Arnott las veinticuatro horas. A juzgar por la investigación que habían
hecho de él dos años antes, si era el ladrón, había hecho un excelente trabajo al disimular sus huellas. Lo mejor sería seguirlo durante un tiempo. Tal vez los
guiara al sitio en que ocultaba lo robado.
-Si ésta no es otra pista falsa y logramos obtener pruebas de que él cometió los robos -dijo Si-, nuestro siguiente trabajo será relacionarlo con el asesinato
Peale. El jefe quiere que resolvamos ese caso lo más pronto posible. La madre del presidente solía jugar al bridge con la señora Peale.

KERRY OBSERVÓ que el estudio del doctor Smith estaba limpio, pero todo era muy viejo. Las pantallas de las lámparas, de seda color marfil, del tipo que
recordaba haber visto en la casa de su abuela, estaban bastante oscuras por el paso de los años. Una de ellas incluso se había quemado. Para Kerry, la habitación
parecía congelada en el tiempo.
Se quitó el abrigo, pero el doctor Smith no hizo ningún intento por recibirlo. Entonces, Kerry lo colocó en el brazo de un sillón y tomó asiento.
Smith se sentó muy derecho y sin moverse, en una silla de respaldo alto, frente a ella.
-¿Qué quiere, señora McGrath? -los lentes hacían más grandes los ojos, que la dejaban gélida con su mirada hostil.
-Quiero la verdad -contestó Kerry llanamente-. Necesito saber por qué dijo que había dado a Suzanne joyas que, de hecho, ella recibió de otro hombre. Por
qué mintió usted acerca de Skip Reardon. Él nunca amenazó a Suzanne. ¿Qué razón podría tener para afirmar lo contrario?
-Skip Reardon mató a mi hija. La estranguló con tanta saña que ella tuvo una hemorragia en los ojos y la lengua se le salió de la boca como la de un estúpido
animal... -su voz se perdió, lo que había comenzado como un arrebato de furia terminó casi en un sollozo.
-Me doy cuenta de lo doloroso que debe de haber sido para usted examinar esas fotografías, doctor Smith -Kerry habló con suavidad-; pero, ¿por qué razón
usted siempre ha culpado a Skip por la tragedia?
-Él era su esposo. Estaba locamente celoso. Cualquiera podía darse cuenta.
-Doctor, usted está equivocado. Skip Reardon no estaba celoso de Suzanne. Él sabía que ella estaba saliendo con alguien más -Kerry esperó-. Pero él hacía
lo mismo
Smith giró la cabeza como si ella lo hubiera abofeteado.
-Eso es imposible. Estaba casado con una mujer preciosa, y la adoraba.
-Usted la adoraba, doctor -Kerry no tenía la intención de decir aquello, pero cuando lo hizo supo que era verdad-. Usted se puso en su lugar, ¿no es cierto?
Si usted hubiera sido el esposo de Suzanne y hubiera descubierto que ella lo engañaba con otro, habría sido capaz de matarla, ¿no es cierto? -ella lo miró.
Él no parpadeó.
-¡Cómo se atreve! ¡Suzanne era mi hija! -dijo él con frialdad-. ¡Ahora, salga de aquí! -se puso de pie y avanzó hacia Kerry como si fuera a sujetarla y
a lanzarla.
Kerry se levantó de un salto, tomó su abrigo y dio un paso atrás. De un vistazo verificó que, de ser necesario, podía rodear al hombre para llegar a la
puerta del frente.
-No, doctor -dijo-. Susie Stevens era su hija. Suzanne era su creación. Y usted sentía que era suya, igual que cree que Bárbara Tompkins le pertenece.
Doctor, usted estaba en Alpine la noche que Suzanne murió. ¿Usted la mató?
-¿Matar a Suzanne? ¿Está usted loca?
-Usted estuvo ahí.
-¡No es cierto!
-¡Ah, sí! Lo estaba, y lo probaremos. Vamos a volver a abrir el caso y sacaremos de la cárcel al hombre inocente que usted condenó. Usted estaba celoso
de él, doctor Smith. Lo castigó porque él tenía acceso constante a Suzanne y usted no.
-¡Eso no es cierto! -las palabras salieron a través de los dientes apretados de Smith.
Kerry vio que la mano del cirujano temblaba con violencia. Bajó la voz y adoptó un tono más conciliador.
-Doctor Smith, si usted no mató a su hija, seguro lo hizo alguien más, pero no Skip Reardon. Creo que usted amaba a Suzanne a su manera. Creo que deseaba
que su asesino fuera castigado; pero, ¿sabe lo que ha hecho? Ha dejado en libertad al asesino de Suzanne. Anda por ahí, cantando alabanzas en honor de usted por
haberlo ayudado a salirse con la suya. Si tuviéramos las joyas que Skip asegura que otra persona le dio a su hija, podríamos rastrearlas y tratar de averiguar quién
se las obsequió. Skip está seguro de que al menos una pieza falta, y tal vez la robaron esa noche.
-Él miente.
-No, no miente. Y esa noche robaron algo más: una fotografía de Suzanne en un marco en miniatura. Estaba en la mesa de noche. ¿La tomó usted?
-¡No estuve en esa casa la noche en que Suzanne murió!
-Entonces, ¿quién tomó su Mercedes esa noche?
-¡Largo de aquí! -el aullido de Smith fue gutural.
Kerry sabía que lo mejor era no quedarse demasiado tiempo. Lo rodeó para marcharse, pero ya en la puerta se volvió de nuevo hacia él-. Doctor Smith, Bárbara
Tompkins habló conmigo. Está asustada. Cambió la fecha de un viaje de negocios sólo para alejarse de usted. Cuando regrese, yo misma la escoltaré a la jefatura
de policía para que presente una queja en contra suya.
Abrió la puerta del viejo establecimiento, y una ráfaga de aire frío penetró en el vestíbulo.
-A menos que -añadió- se dé usted cuenta de que necesita ayuda. Y que me convenza de que ha dicho la verdad acerca de lo que pasó la noche en que Suzanne
murió, y me entregue las joyas que crea que ella pudo haber recibido de otro hombre que no fuera su esposo o usted.

MIENTRAS KERRY metía las manos en los bolsillos para caminar tres cuadras, hasta su auto, no advirtió la mirada del doctor Smith, que la observaba de atrás
de la ventana del estudio, ni la del extraño estacionado en la Quinta Avenida, que tomó con rapidez su teléfono celular e informó de la visita de Kerry a la casa
de Washington Mews.

EL PROCURADOR de Estados Unidos, Brandon Royce, en cooperación con las oficinas de la fiscalía de Middlesex y del condado de Ocean, obtuvo una orden de cateo
tanto para la residencia permanente como para la casa de verano del finado Barney Haskell. Separado de su esposa la mayor parte del tiempo, Barney residía en una
agradable casa con pisos a desnivel en Edison. Sus vecinos decían que Barney nunca se relacionó con ninguno de ellos, pero que siempre era amable cuando los llegaba
a encontrar.
Su esposa vivía todo el año en la otra casa, una moderna estructura de dos pisos que daba al océano en la isla de Long Beach. Los vecinos dijeron a los
investigadores que en el verano Barney iba a menudo por ahí y pasaba mucho tiempo pescando en su bote Chris-Craft de siete metros. Su otra afición era la carpintería.
Una pareja vecina les dijo que la esposa de Haskell los había invitado el año anterior a su casa para mostrarles un estante para libros de roble blanco que Barney
había hecho para su centro de entretenimiento. Al parecer era su orgullo.
Los investigadores sabían que Barney debía tener pruebas sólidas en contra de Jimmy Weeks que apoyaran su trato con el fiscal. También sabían que, si no
las encontraban pronto, la gente de Jimmy las descubriría y destruiría.
A pesar de las protestas de la viuda de Barney, quien gritaba que ésa era su casa y no tenían derecho a destruirla, hicieron pedazos todo, incluyendo el
estante de roble que estaba clavado en la pared de la sala. Cuando arrancaron la madera del yeso encontraron una enorme caja fuerte.
Mientras los periodistas se reunían en el exterior, las cámaras grababan la llegada de un ladrón de cajas fuertes retirado, que ya trabajaba para el gobierno
estadounidense. Quince minutos después la caja estaba abierta; a las cuatro y cuarto de la tarde, el procurador de Justicia, Royce, recibió una llamada del jefe
de investigadores, Les Howard.
Encontraron un segundo juego de libros de las Empresas Week, así como agendas que se remontaban hasta quince años atrás y en las que Barney tenía registradas
las citas de Jimmy, junto con sus propias anotaciones. También había cajas de zapatos con copias de recibos por mercancía muy cara, incluyendo joyas para las amigas
de Jimmy, que Barney había marcado con la leyenda: "No se pagaron impuestos."
-Es una mina de oro, un tesoro -le aseguró Howard a Royce-. Barney debió haber estado preparándose desde el primer día para cambiar su libertad por la de
Jimmy, si alguna vez se les consideraba sospechosos.
Después de que Royce colgó el teléfono, saboreó las espléndidas noticias.
-Gracias, Barney -dijo en voz alta-. Siempre supe que no nos fallarías.

JASON ARNOTT despertó tarde la mañana del domingo, con síntomas de gripe, y decidió que no iría a la casa de Catskill corno tenía planeado. Permaneció en
la cama y sólo se levantó el tiempo suficiente para prepararse un almuerzo ligero. Llevó libros y diarios a su habitación y pasó el día leyendo a ratos, dormitando
o bebiendo jugo de naranja. Sin embargo, de vez en cuando analizaba de manera compulsiva el volante del FBI, para asegurarse a sí mismo que no era posible relacionarlo
con aquella caricatura granulosa de una fotografía.
El lunes por la tarde ya se sentía mucho mejor, y estaba completamente convencido de que el volante no representaba una amenaza. No tenía duda alguna.
Estaba a salvo. Se prometió que al día siguiente, o el miércoles, iría a Catskill y pasaría allí algunos días para disfrutar de sus tesoros.
Jason no imaginaba que los agentes del FBI ya tenían una orden de la Corte que les permitía intervenir su teléfono, ni de que en ese momento vigilaban discretamente
la casa. En lo sucesivo, no haría ningún movimiento sin que alguien lo observara o lo siguiera.

EL LUNES por la noche, cuando Kerry regresó a casa, se encontró con que Alison se había marchado y Geoff y Robin estaban en la cocina.
-Pensé que tal vez te atreverías a probar una comida casera al estilo Dorso -explicó Geoff-. Es un menú sencillo: chuletas de cordero, ensalada y papas
al horno.
En ese momento Kerry se dio cuenta de que estaba hambrienta y muy tensa.
-Suena maravilloso -suspiró mientras se desabotonaba nerviosamente el abrigo.
Geoff se acercó a toda prisa para ayudarla. Le pareció muy natural que, mientras él se colocaba la prenda sobre un brazo, sujetara a Kerry con el otro y
le besara la mejilla.
-¿Tuviste un día difícil en la fábrica?
Por un breve instante ella dejó que el rostro descansara en un punto cálido najo el cuello de Geoff.
-Los he tenido mejores.
-Mamá -dijo Robin-, subiré a mi cuarto a terminar la tarea, pero creo que, si soy yo la que está en peligro, debo saber que sucede. ¿Qué te dijo el doctor
Smith cuando hablaste con él?
-Termina pronto tu tarea. Te prometo que te lo contaré todo más tarde.
Geoff había encendido la chimenea de gas en la sala. También había comprado una botella de jerez, y ya tenía las copas listas en la mesita del café.
-Espero que no pienses que estoy tomándome demasiadas atribuciones -se disculpó.
Kerry se dejó caer en el sofá y se quitó los zapatos de un tirón. Negó con la cabeza y sonrió.
-En lo absoluto.
-Cuéntame lo que ocurrió con Smith.
-Pude llegar a él, Geoff, estoy segura. El tipo está desmoronándose. Si no comienza a decir la verdad, mi siguiente movimiento será hacer que Bárbara Tompkins
presente una queja por acoso en su contra. Me dí cuenta de que esa perspectiva lo impresionó. Creo que, en vez de arriesgarse a que eso suceda, se dará por vencido
y obtendremos algunas respuestas -Kerry miró fijamente el fuego, observando las llamas lamer los troncos artificiales-. Le dije a Smith -añadió- que tal vez la
razón por la que estaba tan ansioso por ver a Skip en la cárcel era porque él mismo había matado a Suzanne. Geoff, creo que la amaba, pero no como una hija, ni
siquiera como a una mujer, sino como a su creación -se volvió hacia Dorso-. Piensa en esto. La noche del homicidio el doctor Smith fue en su auto a ver a Suzanne.
Skip llegó a casa y se marchó, tal como asegura. Ella estaba en el vestíbulo arreglando las flores que otro hombre le había enviado. No olvides que nunca encontraron
la tarjeta. Smith estaba enojado, dolido y celoso. Ya no tenía que competir sólo con Skip: también estaba Jimmy Weeks. En un arranque de ira la estranguló y,
como siempre odió a Skip, se llevó la tarjeta e inventó la historia de que Suzanne le tenía miedo a su esposo.
-Tiene sentido -dijo Geoff con lentitud-. Pero entonces, ¿por qué estaría Jimmy Weeks tan preocupado de que se reabriera el caso?
-He pensado en eso. Y, de hecho, tú podrías alegar que él tenía un romance con Suzanne. Que esa noche discutieron y entonces él la asesinó.
-Has presentado un argumento magnífico para cualquiera de las dos posibilidades -le aseguró Geoff-. ¿Oíste las noticias al venir para acá?
-Mi cerebro necesitaba descanso, oí viejos éxitos.
-Hiciste bien; aunque si las hubieras escuchado, sabrías que el material con el que Barney Haskell buscaba un trato ya está en manos del procurador de Estados
Unidos. Parece que Barney llevaba registros como nadie. Mañana, si Frank Green es listo, en vez de oponerse a tu investigación pedirá acceso a cualquier expediente
disponible relacionado con las joyas que Weeks compró en los meses previos al asesinato de Suzanne. Si pudiéramos ligarlo con algo como el brazalete del zodiaco,
tendríamos la prueba de que Smith mintió -se puso de pie-. Yo diría, Kerry McGrath, que te has ganado la cena. Espera aquí. Te avisaré cuando esté lista.

GEOFF SE MARCHÓ a las nueve de la noche. Cuando la puerta se cerró tras él, Robin se dirigió a Kerry:
-Mamá, ese hombre al que defiende papá... Por lo que me has dicho supongo que papá no va a ganar el caso. ¿Crees que le afecte mucho?
-A nadie le gusta perder un caso; pero no. Creo que lo mejor que podría pasarle a tu padre es ver a Jimmy Weeks en prisión.
-¿Estás completamente segura de que Weeks es quien trata de asustarme?
-Sí, tanto como es posible. Por eso, cuanto más rápido encontremos su relación con Suzanne Reardon, más pronto dejará de tener un motivo para tratar de
asustarnos.
-Ceoff es abogado defensor, ¿no es cierto?
-Sí, así es.
-¿Crees que Geoff defendería a un tipo como Jimmy Weeks?
-No, Robin. Puedo asegurarte que no.
-Tampoco yo creo que lo hiciera.
A las nueve y media Kerry recordó que había prometido a Jonathan y a Grace informarles acerca de lo ocurrido en su entrevista con el doctor Smith.
-¿Crees que Smith se desmoronará y podrá aceptar que mintió? -le preguntó Jonathan.
-Eso creo.
Grace estaba a la otra extensión.
-Contémosle a Kerry lo que me ocurrió, Jonathan. Kerry, hoy o fui una buena detective o hice un perfecto ridículo.
El domingo cuando habló con Jonathan y Grace acerca del doctor Smith y de Jimmy Weeks, Kerry no había pensado que fuera importante mencionarles a Arnott.
Al oír lo que Grace le contaba acerca de Arnott, se alegró de que ninguno de ellos pudiera ver la expresión de su rostro. ¡Cómo era posible! Jason Arnott, el amigo
de Suzanne Reardon. Si era un ladrón, y si, como lo decía el volante del FBI, también era sospechoso de homicidio, ¿dónde encajaba en el acertijo que rodeaba al
caso del "Asesinato de las Rosas Rojas"?

EL DOCTOR Charles Smith estuvo sentado durante largas horas después de obligar a Kerry a que se marchara. ¡Acechador! ¡Asesino! ¡Mentiroso! Las acusaciones
que ella le había lanzado lo hacían temblar de repulsión. Era el mismo asco que sentía al contemplar un rostro feo o deforme. Podía sentir cómo temblaba todo su
ser por la necesidad de cambiarlo, de redimirlo.
"¡Acechador! ¡Llamarme acechador sólo porque me proporciona placer echar un breve vistazo a la casi perfección que logré crear! ¿Y en realidad esa mujer
creerá que pude haber asesinado a Suzanne?", se dijo. Un intenso sufrimiento recorrió sus venas mientras revivía el momento en que había encontrado a Suzanne en
el vestíbulo. Era Suzanne, pero no se veía como ella. Aquella criaturas desfigurada, con los ojos enrojecidos y saltones y la lengua fuera de la boca... no era
la criatura exquisita que había creado. Hasta su cuerpo tenía una apariencia extraña y repulsiva, torcido, como estaba, con la pierna izquierda doblada bajo la
derecha y aquellas rosas rojas esparcidas sobre él, un tributo burlón a la muerte.
Recordó cómo la maldijo por no haber tomado en cuenta sus advertencias. Se casó con Reardon en contra de sus deseos.
-Espera -le había dicho-. No es lo bastante bueno para ti.
-Para ti ninguno será nunca lo bastante bueno -le gritó ella.
Él había soportado la manera en que se miraban, el modo en que se tomaban de la mano por encima de la mesa, en que dr sentaban juntos, lado a lado, en el
sofá. Aguantar aquello ya había sido bastante malo, pero el colmo fue cuando Suzanne comenzó a sentirse inquieta y a salir con otros hombres, ninguno de los cuales
la merecía, y después empezó a pedirle favores; le decía: "Tienes que ayudarme a hacer que Skip crea que me compraste esto... y esto... y esto..."
-¿Por qué estás molesto? -le reclamaba ella-. Me dijiste que debía disfrutar de la vida para compensar todos los buenos momentos que perdí. Bien, pues
eso es lo que hago. Skip trabaja mucho. No es divertido.
¿Asesino? No, Skip era el asesino. Cuando estuvo de pie junto al cuerpo de Suzanne, Smith supo exactamente lo que ocurrió. El patán de su marido había
llegado a casa, la encontró con las flores que otro hombre le había enviado y explotó. "Tal como yo lo hubiera hecho", pensó Smith al tiempo que su mirada caía en
la tarjeta, medio oculta por el cuerpo de Suzanne.
Entonces, ahí, de pie frente al cadáver, había visto toda la escena en su mente: Skip, el marido celoso... tal vez el jurado sería indulgente con un hombre
que había matado a su esposa en un arranque de pasión. Tal vez saliera libre con una sentencia menor. Pero también era posible que fuera absuelto. "No permitiré
que suceda", se prometió. Smith recordó que, en aquel momento, había cerrado los ojos para olvidar el rostro distorsionado que tenía delante y poder ver, en su
lugar, a Suzanne con toda su esplendoroso belleza. "¡Suzanne, te lo prometo!"
No le fue difícil cumplir con su promesa. Lo único que tuvo que hacer fue tomar la tarjeta que iba con las flores y luego ir a casa a esperar la inevitable
llamada que le informaría que Suzanne, su hija, estaba muerta.
Cuando la policía lo interrogó, les dijo que Skip tenía unos celos patológicos y que Suzanne temía por su vida; además, obedeciendo la última petición de
su hija, aseguró que él había dado a Suzanne todas las joyas de las que Skip dudaba.
"No. Que la señora McGrath diga lo que quiera. El asesino está en prisión. Y ahí se quedará", pensó.
Eran casi las diez cuando Charles Smith se levantó. Todo había terminado. Ya no podría volver a operar. Y no deseaba ver de nuevo a Bárbara Tompkins.
Le repugnaba. Se dirigió a la habitación, abrió la pequeña caja fuerte que tenía en el clóset y sacó un arma. Sería tan fácil. "¿A dónde iré?", se preguntó. Él
creía que el espíritu continuaba. "¿Existirá la reencarnación? Tal vez." Podía suceder de que en la siguiente vida naciera en la misma generación de Suzanne.
Tal vez se enamorarían. Una sonrisa se dibujó en los labios.
Cuando estaba a punto de cerrar la caja fuerte miró el joyero de Suzanne. "¿Y si McGrath tiene razón? ¿Y si no fue Skip quien privó de la vida a Suzanne?
McGrath dijo que esa persona estaba riéndose en ese momento, en burlón agradecimiento por el testimonio que había condenado a Skip", pensó.
Había un modo de rectificar eso. Si Reardon no era el asesino, entonces McGrath tendría todo lo necesario para encontrar al hombre que había matado a Suzanne.
Smith tomó el joyero, colocó el arma sobre él y llevó ambas cosas al escritorio que tenía en el estudio. Entonces, con movimientos precisos, sacó una hoja
de papel y desenroscó la tapa de su pluma. Cuando terminó de escribir, hizo un paquete con la nota y el joyero y los metió con dificultad en uno de los sobres de
federal Express que siempre tenía en casa. Dirigió el paquete a la "Fiscal auxiliar Kerry McGrath. Oficina de la Fiscalía del condado de Bergen, Hackensack, Nueva
Jersey." Después se puso el abrigo y caminó las ocho cuadras hasta la oficina de recolección de Federal Express.
Eran apenas las once de la noche cuando volvió a su casa. Se quitó el abrigo, tomó el arma, regresó a la habitación y se tendió en la cama, aún completamente
vestido. Apagó todas las luces, salvo la que iluminaba el retrato de Suzanne. Terminaría el día con ella y comenzaría una nueva vida a la media noche. Una vez
tomada la decisión, se sintió tranquilo, hasta feliz.
A las once y media sonó el timbre de la puerta. "¿Quién será?", se preguntó. Molesto, trató de no hacer caso, pero un dedo persistente estaba pegado al
botón. Charles Smith creyó estar seguro de saber de qué se trataba. Una vez había ocurrido un accidente en la esquina y un vecino corrió a buscarlo para que los
ayudara. Después de todo, era un médico. Si había sucedido una urgencia, posiblemente pudiera emplear su habilidad tan sólo una vez más.
El doctor Charles Smith quitó el seguro, abrió la puerta y se derrumbó contra ella cuando la bala encontró su blanco entre los ojos del médico.

17


Martes
7 de noviembre

El martes por la mañana Deidre Reardon y Beth Taylor ya estaban en la antesala del bufete de Geoff Dorso cuando él llegó, a las nueve.
-Geoff, lamento mucho venir sin avisar -explicó Beth-, pero Deidre tiene que hospitalizarse mañana por la mañana para una angioplastia. Sé que la tranquilizaría
mucho hablar contigo unos minutos.
-Claro -respondió Geoff, animado- Pasen a mi oficina. Estoy seguro de que la cafetera está encendida.
-Sólo nos quedaremos cinco minutos -prornetió Beth mientras Geoff colocaba una taza de café frente a ella-. Pensar que por fin hay una verdadera esperanza
para Skip ha sido corno atisbar el paraíso. Y te estamos agradecidas por todo lo que estás haciendo.
-Kerry habló con el doctor Smith ayer -comentó Geoff-. Cree que pudo convencerlo. Pero, además, tengo otras noticias -les contó acerca de los registros
de Barney Haskell-. Es posible que por fin tengamos la oportunidad de encontrar el origen de las joyas que creemos que Weeks le dio a Suzanne.
-Ésa es una de las razones por las que estarnos aquí -intervino Deidre Reardon-. ¿Recuerdas que comenté que tenía una fotografía en la que aparecía Suzanne
usando el alfiler antiguo de diamantes que no han podido encontrar? Con todo lo que se habló acerca de las joyas el otro día, creí que era importante que tú la
tuvieras.
Deidre le entregó un sobre amarillo. Geoff sacó una página del Palisades Community Life, un tabloide semanal. La fotografía de grupo en el club campestre
Palisades ocupaba cuatro columnas. Geoff reconoció de inmediato a Suzanne. Su esplendorosa belleza casi saltaba del papel. Estaba de pie, tres cuartos de perfil,
y la cámara había captado con nitidez los diamantes resplandecientes que ella llevaba en la solapa de la chaqueta.
-Este es el alfiler doble que desapareció -explicó Deidre al tiempo que lo señalaba.
-Me alegra tener esto -le aseguró Geoff-. Cuando obtengamos una copia de los registros que llevaba Haskell, tal vez podamos rastrearlo.
Era casi doloroso notar la ansiosa esperanza que se reflejaba en los rostros de ambas. "Por favor, no permitas que les falle", oró mientras las acompañaba
de vuelta a la antesala. En la puerta, abrazó a Deidre.
-Recuerda, tienes que salir bien de la angioplastia y comenzar a sentirte mejor. No puedes estar enferma cuando abran las puertas para que Skip salga.
-Geoff, no he caminado descalza a través del infierno durante todos estos años sólo para rendirrne ahora.
Después de atender varias llamadas y preguntas de algunos de sus clientes, Geoff decidió llamar a Kerry. Tal vez ella querría que le enviara por fax la
fotografía que Deidre le había llevado. "O tal vez sólo deseo hablar con ella", admitió.
Cuando su secretaria lo comunicó con Kerry, su voz asustada hizo que Geoff sintiera escalofríos.
-Acabo de abrir un paquete de Federal Express que me envió el doctor Smith. En el interior había una nota, el joyero de Suzanne y la tarjeta que debió haber
acompañado a las rosas rojas, las del amor. Admite que mintió sobre Skip Reardon y acerca de las joyas. Dice que, cuando yo lea la nota, él ya se habrá suicidado.
-Dios mío, Kerry, ¿ya ... ?
-No. Verás, no lo hizo. Geoff, la señora Carpenter, de su consultorio, acaba de llamarme. Cuando el doctor no se presentó para una cita que tenía muy
temprano y tampoco respondió el teléfono, ella fue a su casa. Encontró el cuerpo en el piso del vestíbulo. Le dispararon y después registraron la casa. ¿Estarían
buscando las joyas? Geoff, ¿quién está haciendo todo esto? ¿Será Robin la siguiente?

JASON ARNOTT despertó el martes por la mañana a las nueve y media. Excepto por algunos dolores que aún sentía en las piernas y la espalda, ya se había recuperado
del virus que lo atacó durante el fin de semana, y estaba ansioso por llegar a su escondite. Decidió llamar antes de salir para allá. Le gustaba encontrar la calefacción
encendida y el refrigerador repleto.
Dentro de lo que parecía ser una camioneta de reparaciones del Servicio Público de Electricidad y Gas, se encendió una señal para indicar que Arnott estaba
haciendo una llamada en ese momento. Mientras los agentes escuchaban, se sonrieron triunfantes el uno al otro.
-Creo que vamos a rastrear al escurridizo señor Arnott hasta su guarida -observó el agente a cargo del trabajo. Escucharon mientras Jason concluía la conversación:
-Gracias, Maddie. Estaré allá a la una.

FRANK GREEN estaba ocupado con un caso, y no fue sino hasta mediodía cuando Kerry pudo localizarlo en su oficina para informarle acerca del asesinato de
Smith y del paquete de Federal Express que él le había enviado y que ella recibió esa mañana. En ese momento ya estaba completamente calmada, tranquila porque sabía
que Joe Palumbo estaba estacionado frente a la escuela de Robin, esperando para llevarla a casa.
Green revisó cuidadosamente el contenido del joyero, comparando cada pieza con las que Smith mencionaba en la carta que incluyó en el paquete que le había
enviado a Kerry.
-El brazalete del zodiaco -leyó-. Aquí está. Un anillo de esmeraldas y diamantes, aquí. Un brazalete de diamantes antiguo -lo tomó-. Es una belleza.
-Sí. Tal vez recuerdes que Suzanne lo llevaba puesto cuando la asesinaron. Había otra joya, un alfiler doble de diamantes, antiguo, que Skip Reardon describió.
El doctor Smith no lo menciona, y parece que no lo tenía, pero Geoff acaba de enviarme por fax una fotografía de un diario local en la que se ve a Suzanne usando
el alfiler. Nunca apareció entre las cosas que estaban en la casa. Puedes ver que se parece mucho al brazalete antiguo.
Mientras Kerry observaba con atención la copia borrosa de la foto, pensó en la imagen de una madre y su hijo. Deidre le había explicado que el alfiler tenía
dos partes: la mayor era una flor, y la más pequeña un capullo. Estaban unidos por una cadena. Kerry la miró un momento, perpleja porque le parecía extrañamente
familiar.
-Estaremos pendientes para ver si el alfiler aparece entre los recibos que guardaba Haskell -prometió Green-. Ahora, vamos a aclarar esto. ¿Todas las que
el doctor mencionó, excluyendo ese alfiler en particular, son las joyas que Suzanne quería hacer pasar ante Skip como regalos de su padre?
-Sí, según lo que Smith escribió en su carta, y coincide con lo que Skip Reardon me dijo.
Green hizo a un lado la carta de Smith.
-Kerry, ¿crees que te hayan seguido cuando fuiste a ver a Smith ayer?
-Ahora creo que es probable que así fuera. Por eso estoy tan preocupada por la seguridad de Robin.
-Pondremos un auto patrulla frente a tu casa esta noche, pero preferiría tenerlas a ti y a Robin en un sitio más seguro mientras todo esto se resuelve.
Jimmy Weeks es un animal acorralado. Tal vez logren acusarlo de evasión fiscal; pero, con lo que has descubierto, quizá también podamos relacionarlo con un asesinato.
-¿Lo dices por la tarjeta que Jimmy envió con las rosas?
-Exacto. Ningún dependiente de florería dibujaría esas notas musicales. Imagina cómo sería describir un mensaje semejante por teléfono. Según tengo entendido,
Jimmy Weeks es un músico aficionado muy bueno. Con esta tarjeta, y si las joyas corresponden con los recibos, el caso Reardon estaría por completo bajo una nueva
luz.
-Y si se le concede un nuevo juicio a Skip, ¿podría salir bajo fianza mientras da comienzo... o se retiran los cargos?
-Si la teoría que presentas resulta cierta, yo lo recomendaré -estuvo de acuerdo Green.
-Pero, Frank -repuso Kerry-, hay una razón por la cual quizá no resulte la teoría del asesinato, incluso si podemos relacionar a Jimmy Weeks con Suzanne
-Kerry le informó acerca del vínculo de Jason Arnott con Suzanne y de la teoría de Grace Hoover de que se trataba de un ladrón profesional.
-Aun si es verdad, ¿crees que él haya cometido el asesinato de Suzanne Reardon? -preguntó Green.
-No estoy segura -respondió Kerry con lentitud. Depende de si está o no relacionado con esos robos.
-Espera. Podemos hacer que el FBI nos envíe el volante de inmediato -Green presionó el botón del intercomunicador. Averiguaremos quién lleva la investigación.
Menos de cinco minutos después su secretaria le llevó el volante. Green señaló el número confidencial.
-Dígales que me comuniquen con el jefe de investigadores que lleva el caso.
Sesenta segundos después Green estaba al teléfono con Si Morgan. Conectó la bocina para que Kerry pudiera escuchar.
-Acabamos de enterarnos -dijo Si Morgan- que Arnott tiene otra casa en Catskill. Hemos decidido ir allá para ver si el ama de llaves quiere hablar con nosotros.
Los mantendremos informados.
Kerry se volvió hacia la voz indiferente que salía del aparato, -Señor Morgan, esto es de suma importancia. Si todavía puede ponerse en contacto con su
agente, pídale que pregunte por un marco en miniatura de forma ovalada. Es de esmalte azul rodeado de perlas. Es posible que tenga la fotografía de una hermosa
mujer de cabello oscuro. Si está ahí, tal vez podamos relacionar a Jason Arnott con un caso de homicidio.
-Haré que mi agente indague al respecto y le informaré en cuanto tenga alguna noticia.
-¿A qué te referías? -preguntó Green al tiempo que apagaba el altavoz.
-Skip Reardon jura que un marco en miniatura desapareció de la habitación principal el día en que Suzanne murió. Eso y un alfiler antiguo son las dos cosas
que aún no sabemos dónde están -Kerry se inclinó y tomó la fotografía de Suzanne en la que usaba el alfiler en cuestión-. ¿No es curioso? Siento como si hubiera
visto antes un alfiler como ése... me refiero a uno pequeño unido a otro grande -dejó la fotografía-. Jason Arnott pasaba mucho tiempo con Suzanne, Frank. Digamos
que él también se enamoró de ella. Le regaló el alfiler antiguo y el brazalete. Son exactamente el tipo de joyas que él seleccionaría. Luego se dio cuenta de
que ella estaba enredada con Jimmy Weeks. Tal vez fue a visitarla esa noche y vio las rosas rojas y la tareta que pensamos que Jimmy envió.
-¿Te refieres a que la mató y se llevó el alfiler?
-Y su fotografía. Por lo que la señora Reardon me dijo, es un marco muy hermoso.
-¿Y por qué no se llevó el brazalete?
-Mientras te esperaba esta mañana, vi las fotografías que tomaron del cuerpo antes de moverlo. Suzanne llevaba un brazalete de eslabones en la mano izquierda.
Puede verse en la fotografía. El brazalete de diamantes, que tenía en el otro brazo, no se ve. Verifiqué en los registros. Lo tenía hasta arriba, debajo de la
manga de la blusa, de modo que no se veía. Es posible que ella lo subiera para esconderlo porque sabía que su atacante había ido a quitárselo. De ser así, funcionó.
El hombre no pudo encontrarlo.
Mientras esperaban que Morgan los llamara, Green y Kerry trabajaron juntos para preparar un volante con fotografías de las joyas en cuestión, que se distribuiría
entre todos los joyeros de Nueva Jersey.
-Kerry -observó Frank después de un momento-, ¿te das cuenta de que la llamada de la esposa del senador de nuestro estado pudo ayudarnos a atrapar al asesino
de la madre del congresista? Y si además Arnott está relacionado con el caso de Skip Reardon...
"Frank Green, el candidato a la gubernatura", pensó Kerry. "¡Ya está pensando cómo salir bien librado a pesar de haber metido en prisión a un hombre inocente!
Bueno, supongo que así es la política."

MADDIE PLATT, el ama de llaves de Jason Arnott, no se dio cuenta de que un auto iba tras ella cuando se detuvo en el mercado. Tampoco advirtió que la seguía
hasta la casa de campo, llena de recovecos, que pertenecía al hombre que ella conocía como Nigel Grey.
Entró en la casa y se sorprendió cuando, diez minutos después, escuchó el timbre de la puerta. Nadie iba a aquella casa. Además, el señor Grey le había
dado órdenes estrictas de no permitir el paso a ninguna persona. Cuando se asomó por la ventana lateral, vio a un hombre bien vestido de pie en el escalón superior.
Él la vio y le mostró una placa que lo identificaba como agente del FBI.
-FBI, señora. ¿Quiere abrir la puerta para que pueda hablar con usted?
Con nerviosismo, Maddie le abrió. Se encontró entonces a sólo unos centímetros de la inconfundible credencial con el sello del FBI y la fotografía que identificaba
al agente que se la mostraba.
-Buenas tardes, señora. Soy el agente Milton Rose, del FBI. No fue mi intención asustarla ni molestarla, pero es muy importante que hable con usted acerca
del señor Jason Arnott. Usted es su ama de llaves, ¿no es cierto?
-Señor, no conozco a ningún Arnott. Esta casa es del señor Nigel Grey, y he trabajado para él desde hace muchos años. Vendrá esta tarde; de hecho, ya no
debe tardar. Y puedo decirle desde ahora que me ha dado órdenes estrictas de no dejar que nadie entre a esta casa sin su permiso.
-Señora, no le estoy pidiendo que me deje pasar. No tengo una orden de cateo; sin embargo, necesito hablar con usted. El hombre al que usted llama Grey
es en realidad Jason Arnott; pensamos que se trata del responsable de docenas de robos de obras de arte y objetos valiosos. Posiblemente también lo sea de un asesinato.
-¡Dios mío! -Maddie jadeó. Era verdad que el señor Grey nunca había llevado a nadie ahí, pero ella siempre pensó que la casa de Catskill era el refugio
al que escapaba en busca de soledad y relajamiento. Entonces se dio cuenta de que bien pudo haber estado "escapando" a ese lugar por razones muy distintas.
El agente Rose procedió a describirle muchos de las obras de arte robadas y otros objetos que habían desaparecido de las casas a las que Arnott había asistido
como invitado. Con tristeza, ella le confirmó que virtualmente todo aquello estaba en la casa. Y, sí, el marco azul ovalado en miniatura con la fotografía de la
mujer estaba en la mesa de noche.
-Señora, debo pedirle encarecidamente que nos acompañe. Estoy seguro de que usted no sabía lo que ocurría y no se encuentra en ningún problema, pero vamos
a pedir por teléfono que nos envíen una orden de cateo para registrar la casa del señor Arnott y arrestarlo.
Con amabilidad, el agente Rose condujo a la desconcertada Maddie hasta el auto que los aguardaba.
-No puedo creerlo -lloró ella-. Simplemente no lo sabía.

DESPUÉS DE RECIBIR la llamada de Si Morgan, Kerry regresó a su oficina. Estaba convencida de que Arnott estaba relacionado con la muerte de Suzanne Reardon.
Pero, para saber en qué forma, tendía que esperar hasta que él estuviera en custodia del FBI, y ella y Frank Green tuvieran oportunidad de interrogarlo.
Tenía una enorme pila de mensajes sobre el escritorio. Uno, de Jonathan Hoover, estaba marcado como "urgente". Lo llamó en ese instante.
-Gracias por llamar, Kerry. Tengo que ir a Hackensack y quiero hablar contigo. ¿Te invito a almorzar?
Unas cuantas semanas antes, él había comenzado la conversación con un: "¿La invito a almorzar, su Señoría?" Kerry sabía que la omisión no era accidental.
Jonathan le hablaba con franqueza. Si su investigación traía como consecuencia política que se cancelara la nominación de Frank Green, ella podía olvidarse de la
judicatura, sin importar que tuviera o no razón.
-Por supuesto, Jonathan.
-En Solari's, a la una y media.
Estaba segura de saber la razón de la llamada. Con certeza, él habría escuchado lo ocurrido al doctor Smith y estaba preocupado por Robin y por ella.
Marcó el número de la oficina de Geoff. Estaba comiendo un sándwich en su escritorio.
-Me alegra estar sentado -dijo cuando ella le comentó lo de Jason Arnott.
-El FBI tomará fotografías y catalogará todos los objetos que encuentre en la casa de Catskill. Cuando Green y yo vayamos a hablar con Arnott, queremos
que la señora Reardon nos acompañe para que haga una identificación positiva del marco con la fotografía. ¿Ya llamaste a Skip para decirle lo de la carta del doctor
Charles Smith?
-Después de que hablé contigo.
-¿Cómo reaccionó?
-Comenzó a llorar -la voz de Geoff se tornó ronca-. También yo lloré. Va a salir Kerry, y te lo debe a ti.
-No. Se lo debe sobre todo a ti y a Robin. Yo estaba a punto de darle la espalda.
-Lo discutiremos en otro momento. Kerry, Deidre Reardon está al otro teléfono. Se hará una angioplastia mañana, pero le pediré que la posponga. Te llamaré
más tarde. No quiero que Robin y tu estén solas en casa esta noche.
Antes de que Kerry saliera para reunirse con Jonathan, marcó el número del teléfono celular de Joe Palumbo. Él respondió de inmediato.
-Palumbo.
-Habla Kerry, Joe.
-Terminó el recreo. Robin está otra vez dentro. Estoy estacionado frente a la entrada. La llevaré a casa y me quedaré con ella y con la niñera. No te
preocupes mamá, cuidaré bien a tu bebé.
-Sé que lo harás. Gracias, Joe.
Era hora de reunirse con Jonathan. Mientras corría por el pasillo y se apresuraba a subir al ascensor en el mismo momento en que las puertas se cerraban,
Kerry seguía pensando en el alfiler perdido. Había en él algo que le parecía conocido. Dos partes. La flor y el capullo, como una madre y su hijo. Una mamá y
un bebé. ¿Por qué tenía esa idea fija?
Jonathan ya la esperaba en una mesa. Se puso de pie cuando la vio acercarse. Su abrazo breve y familiar la tranquilizó.
-Te ves muy cansada, jovencita -comentó él-. ¿O será que estás muy tensa?
Siempre que ese hombre le hablaba así, Kerry sentía una oleada de gratitud hacia él, porque en muchas formas Jonathan había sido un padre adoptivo para ella.
-Éste ha sido un día con muchas sorpresas -respondió ella mientras se sentaba-. ¿Supiste lo que le ocurrió al doctor Smith?
-Grace me llamó. Escuchó la noticia cuando desayunaba. Parece otro de los trabajos de Weeks. Los dos estamos sumamente preocupados por Robin.
-También yo, pero uno de nuestros investigadores está en este momento con ella.
El camarero se acercó a la mesa.
-Ordenemos -sugirió Kerry- y luego te lo contaré todo.
Los dos decidieron pedir sopa de cebolla, que les fue llevada casi de inmediato. Mientras comían, ella le contó a Jonathan acerca del paquete con las joyas
y la carta que le había enviado el doctor Charles Smith.
-Haces que me avergüence por haber tratado de persuadirte para que dejaras la investigación -dijo Jonathan en voz baja-. Haré lo que pueda; pero si el gobernador
decide que la nominación de Green está en juego, tal vez decida culparte.
-Bueno, al menos hay una esperanza -comentó Kerry-. Y podemos agradecer a Grace por la llamada que hizo al FBI -le contó a Jonathan lo que sabía acerca
de Jason Arnott-. Frank Green se muere por anunciar que el ladrón que asesinó a la madre del congresista Peale fue capturado gracias a una llamada de la esposa
del senador Hoover. Vas a salir de ésta como su mejor amigo. ¿Y quién puede culparlo? Todos saben que eres, probablemente, el político más respetado de Nueva Jersey.
Jonathan sonrió.
-Siempre podemos estirar la verdad y decir que mi esposa consultó primero con Green y que él le aconsejó hacer la llamada -entonces su sonrisa se desvaneció-.
Kerry, ¿existe la posibilidad de que haya sido Arnott quien fotografió a Robin?
-No lo creo. El padre de Robin me hizo saber que era una advertencia, y prácticamente admitió que Jimmy Weeks había mandado a tomar la fotografía.
-¿Qué harás ahora?
-Lo primero que haremos Frank Green y yo mañana por la mañana será llevar a Deidre Reardon a Catskill para que identifique el marco en miniatura. En este
preciso instante estarán esposando a Arnott. Por el momento lo mantendrán en la cárcel local. Una vez que comiencen a relacionar las propiedades robadas con los
robos específicos, lo harán comparecer ante jueces en diferentes lugares. Creo que están ansiosos por juzgarlo primero por el asesinato de la madre del congresista
Peale. Y, por supuesto, si fue responsable de la muerte de Suzanne Reardon, querremos juzgarlo aquí.
-¿Y si no habla?
-Enviaremos volantes a todos los joyeros de Nueva Jersey. Supongo que alguno reconocerá las piezas más recientes y las relacionará con Weeks, y creo que
resultará que ese brazalete antiguo proviene de Arnott. Cuando lo encontraron en el brazo de Suzanne tenía un broche que era nuevo, y el brazalete es tan poco común
que tal vez algún joyero lo recuerde.
-Entonces, ¿saldrás mañana temprano para Catskill?
-Sí. Pero no voy a dejar a Robin sola. Si Frank quiere que salgamos temprano, haré que la niñera se quede en casa.
-Tengo una mejor idea. Deja que Robin se quede con nosotros esta noche. Nuestra casa cuenta con la tecnología más moderna en lo referente a seguridad.
Lo sabes bien. Yo estaré ahí, por supuesto, y no sé si sepas que hasta Grace tiene un arma en el cajón de su mesita de noche. Le enseñé a usarla hace años. Además,
creo que le hará bien a Grace tener a Robin de visita. Ha estado un poco deprimida últimamente. Pero, cuando Robin está en casa, se divierte mucho.
Kerry sonrió.
-Sí, así es -lo pensó un momento-. Jonathan, eso estaría muy bien. Quiero repasar el caso Reardon con lupa antes de interrogar a Arnott. Robin los adora
a Grace y a ti, y le encanta la habitación rosada para invitados.
-Solía ser la tuya, ¿recuerdas?
-Claro ¿cómo olvidarlo?

JASON ARNOTT se dio cuenta de que algo andaba muy mal en el mismo instante en que cruzó el vano de la puerta de su casa de Catskill y vio que Maddie no estaba
ahí.
"Si Maddie no está en la casa y no me dejó una nota, entonces algo está ocurriendo. Todo acabó", pensó. "¿Cuánto tiempo pasará antes de que me detengan?
Muy pronto, estoy seguro."
De pronto se sintió hambriento. Corrió al refrigerador y sacó una botella de Pouilly-Fuissé y el salmón ahumado que le había pedido a Maddie que comprara.
Se preparó un plato y se sirvió una copa de vino. Luego, con la comida en las manos, comenzó a recorrer la casa. "Una especie de paseo final", pensó mientras evaluaba
las riquezas que lo rodeaban. El tapiz del comedor era exquisito. El Aubusson de la sala... era un verdadero privilegio caminar sobre tal belleza.
Necesitaría un abogado, por supuesto. Un buen abogado; pero, ¿quién? Una sonrisa le curvó los labios. Sabía exactamente quién: Geoffrey Dorso, que durante
diez años había luchado incansable en favor de Skip Reardon. Tal vez Dorso estuviera dispuesto a aceptar un nuevo cliente, en especial uno que podría proporcionarle
las pruebas que le ayudarían a poner en libertad al pobre Reardon.
Sonó el timbre de la puerta principal. Jason Arnott no hizo caso. Volvieron a llamar y luego continuaron con insistencia. Después comenzó a repicar el
timbre de la puerta posterior. "Estoy rodeado", pensó. "¡Oh, bueno! Siempre supe que algún día iba a suceder. Si sólo hubiera obedecido a mis instintos la semana
pasada y hubiera salido del país..." Bebió lo que quedaba del vino en la copa y sintió que le vendría bien un poco más, así que se dirigió a la cocina. Entonces
vio rostros en todas las ventanas, caras llenas de satisfacción.
Jason Arnott les hizo un gesto con la cabeza y levantó la copa en un remedo de brindis. Mientras bebía, caminó hasta la puerta trasera, la abrió y se hizo
a un lado mientras ellos entraban a toda prisa.
-FBI, señor Arnott -gritaron-. Tenemos una orden para registrar su casa.
-Caballeros, caballeros -murmuró él-, les suplico que tengan cuidado.

KERRY LLAMÓ a Robin a las tres y media. Robin le dijo que ella y Alison estaban en la computadora, jugando con uno de los programas que el tío Jonathan
y la tía Grace le habían dado. Kerry le habló de lo que planeaba.
-Tengo que trabajar hasta tarde esta noche y salir mañana a las siete. A Jonathan y a Grace les encantaría que te quedaras con ellos, y yo estaría tranquila
al saber que estás ahí.
Robin pareció complacida.
-Le preguntaré a la tía Grace si puedo sacar sus viejos álbumes fotográficos otra vez -comentó-. Me fascina mirar la ropa y los peinados que se usaban antes,
y tal vez me dé algunas ideas, porque nuestro siguiente trabajo en la clase de fotografía será crear un álbum familiar que en realidad cuente una historia.
-Sí, hay algunas fotografías magníficas ahí. Solía gustarme mucho mirara esos álbumes cuando cuidaba la casa -recordó Kerry-. A menudo contaba cuántos
sirvientes distintos rodeaban a la tía Grace y al tío Jonathan cuando eran niños. Todavía pienso en ellos algunas veces, cuando tengo que aspirar.
Robin soltó una risita ahogada.
-Bueno, no pierdas la esperanza. Quizá ganes la lotería algún día. Te quiero mamá.
A las cinco y media de la tarde, Geoff le llamó desde el teléfono de su auto.
-¿Adivina qué? -él no esperó a que ella respondiera-, Jason Arnott desea verme de inmediato. Quiere que yo me encargue de su caso.
-¿Lo representarás?
-No podría, porque está relacionado con el caso Reardon; pero, aun si pudiera, no lo haría. Se lo dije, pero de cualquier manera insistió en verme.
-¡Geoff! No permitas que te diga nada que pueda considerarse confidencial entre abogado y cliente.
Geoff rió entre dientes.
-Gracias, Kerry. Nunca se me habría ocurrido.
Kerry rió con él y luego le explicó los arreglos que había hecho para que Robin pasara la noche. Geoff suspiró y le prometió que la llamaría para hablar
con ella después de ver a Arnott.

DIERON LAS DIEZ de la noche antes de que Kerry terminara el trabajo y saliera de la oficina, silenciosa desde hacía horas. "Por lo que sabemos", pensó Kerry,
"el asesino es el hombre que estuvo en la casa entre el momento en que Skip se marchó, alrededor de las seis y media, y la hora en que llegó el doctor, aproximadamente
a las nueve. ¿Quién habrá matado a Suzanne?", se preguntó. "¿Jason Arnott? ¿Jimmy Weeks?" Todo se resolvería con las joyas. Si podía probar que Arnott había dado
a Suzanne aquellas antigüedades tan valiosas, no habría manera de evadirse diciendo que se las había entregado sólo por amistad.
De pronto se dio cuenta de que desfallecía de hambre; condujo hasta la cafetería que estaba a la vuelta de la esquina y comió una hamburguesa con papas fritas
y café. "Si cambiara el café por una gaseosa de cola tendría la comida favorita de Robin", pensó mientras suspiraba para sí. "Tengo que confesar que extraño a
mi bebé."
La mamá y el bebé... La mamá y el bebé.
¿Por qué aquella cantilena seguía repitiéndose en su mente? Algo en ella parecía estar mal, terriblemente mal. Pero, ¿qué? "Debí haber llamado para darle
las buenas noches a Robin antes de salir de la oficina", pensó. "¿Por qué no lo hice?" Kerry comió a toda prisa y regresó al auto. Eran veinte para las once, demasiado
tarde para llamar. Cuando estaba sacando el automóvil del estacionamiento, sonó el teléfono celular. Era Jonathan.
-Kerry -dijo en un tono bajo y tenso-, Robin está con Grace. No sabe que estoy llamándote. No quería que te preocupara; pero, después de que se durmió,
la niña tuvo una pesadilla terrible. Creo que deberías venir. Han sucedido tantas cosas que creo que ella te necesita.
-Voy para allá -Kerry pisó a fondo el acelerador y se apresuró para llegar al lado de su hija.

EL VIAJE DESDE Nueva Jersey por la autopista hasta Catskill fue largo y tedioso. Una lluvia helada comenzó a caer cerca de Middletown, y el tráfico se hizo
muy lento. Faltaba un cuarto para las diez cuando un cansado y hambriento Geoff Dorso llegó a la jefatura de policía de Ellenville, el sitio en que tenían detenido
a Jason Arnott.
Arnott, esposado, fue conducido al cuarto de conferencias. Geoff no había visto al hombre en casi once años, desde la muerte de Suzanne. Lo miró con atención.
El rostro de Arnott parecía más grueso de lo que Geoff recordaba, pero conservaba la misma expresión fina, cortés y hastiada del mundo. Las líneas en torno a los
ojos indicaban fatiga, pero el suéter de cachemira, de cuello de tortuga, aún se veía impecable bajo la chaqueta de tweed. "Es un caballero campirano, conocedor
y muy culto", pensó Geoff. "Aun en estas circunstancias actúa su papel."
-Muchas gracias por venir, abogado Geoff -saludó Arnott con amabilidad.
-En realidad no sé por qué estoy aquí -respondió Geoff-. Tal como le expliqué por teléfono, por el momento usted está relacionado con el caso Reardon.
Mi cliente es Skip Reardon. Debo decirle que nada de lo que me diga podrá considerarse confidencial. No soy su abogado. Repetiré al fiscal todo lo que escuché
aquí, porque pretendo probar que usted estaba en la casa Reardon la noche de la muerte de Suzanne.
-¡Oh, claro que estaba ahí! Por eso envié por usted. Tengo la intención de ser testigo en favor de Skip; pero, a cambio de ello, una vez que él quede libre,
quiero que usted me represente. Entonces no habrá ningún conflicto de intereses.
-Mire -explicó Geoff-, he pasado diez años de mi vida representando a un hombre inocente que fue enviado a prisión. Si usted mató a Suzanne o si sabe quién
lo hizo y dejó que Skip se pudriera en una celda durante todo este tiempo, arderé en el infierno antes de mover un dedo para ayudarlo.
-¡Vaya! Pues ésa es la clase de determinación que quiero contratar -suspiró Arnott-. Muy bien, pongámoslo así: usted es un abogado defensor penalista.
Usted sabe quiénes son los mejores. Prometa que me encontrará al mejor abogado que el dinero pueda comprar y le diré lo que desea saber acerca de la muerte de Suzanne
Reardon... de la cual, por cierto, no soy responsable.
Geoff miró al hombre por un momento, considerando seriamente su oferta.
-De acuerdo; pero necesito una declaración firmada y con testigos en la que asegure que cualquier información que me dé no quedará protegida por el secreto
entre cliente y abogado y que, además, podré usarla en cualquier forma que crea necesaria para ayudar a Skip Reardon.
-Por supuesto.
Un estenógrafo anotó la breve declaración de Arnott. Luego, él y un par de testigos la firmaron.
-¿Ya pensó qué abogado tendré? -preguntó a Geoff
-Sí. George Symonds, de Trenton. Es un excelente litigante y un magnífico negociador.
-Tratarán de culparme por homicidio premeditado en el caso de la muerte de la señora Peale. Le juro que fue un accidente.
-Si hay algún modo de reducir el cargo a homicidio no intencional, cometido durante un robo, él lo encontrará. Al menos, usted no se enfrentará a la pena
de muerte.
-Llámelo ahora mismo.
Geoff sabía que Symonds vivía en Princeton porque una vez había ido a cenar a su casa. También recordó que el número de George Symonds se encontraba en
la guía telefónica bajo el nombre de su esposa. Geoff usó su teléfono celular para llamarlo en presencia de Arnott. Eran las diez y media.
Diez minutos más tarde Geoff colgó el teléfono.
-Muy bien. Ya tiene un abogado de primera.
-Tuve la desgracia de estar en la casa de los Reardon en el momento en que Suzanne murió -comenzó Arnott en una actitud que de pronto se tornó seria-. Suzanne
era tan descuidada y desordenada con sus joyas, que la tentación resultó demasiada grande. Ella me había dicho que Skip no estaría en casa esa noche y que ella
tenía una cita con Jimmy Weeks. Aunque parezca extraño, ella estaba locamente enamorada de él.
-¿Estuvo él en la casa al mismo tiempo que usted?
Arnott negó con la cabeza.
-No. Según entendí, ella vería a Jimmy temprano esa noche. Es evidente que me equivoqué. Cuando llegué a la casa de Suzanne había algunas luces encendidas
en la planta baja, pero eso era normal. Se encendían automáticamente. Desde atrás pude ver que las ventanas de la habitación principal estaban abiertas. Fue un
juego de niños subir hasta allá, porque el techo del segundo piso de esa casa tan moderna desciende en una pendiente que llega casi hasta el suelo.
-¿A qué hora fue eso?
-Exactamente a las ocho. Yo iba en camino de una cena en Cresskill. Una de las razones por las que mi carrera ha sido larga y exitosa es que, casi invariablemente,
cuento con un grupo de testigos impecables que pueden confirmar el sitio en que me encontraba en alguna noche en particular.
-Entró en la casa -le indicó Geoff para que continuara.
-Sí. No escuché ningún ruido, así que pensé que todos se hallarían fuera, como estaba planeado. No tenía idea de que Suzanne aún se encontraba abajo.
Pasé por la antesala de la habitación principal y me acerqué a la mesa de noche. Sólo había visto de pasada el marco con la fotografía y nunca estuve muy seguro
si sería de un Fabergé genuino. Lo tomé y estaba examinándolo cuidadosamente en el momento en que escuché la voz de Suzanne. Le gritaba a alguien.
-¿Qué decía?
-Algo así como: "Tú me las diste y son mías. Ahora lárgate. Me aburres."
Tú me las diste y son mías. "Las joyas", pensó Geoff.
-Así que eso debe significar que Jimmy Weeks en realidad estaba ahí -razonó.
-¡Oh, no! Oí que un hombre gritaba: "Tengo que recuperarlas", pero era una voz demasiado refinada para ser la de Weeks, y le aseguro que no era la del pobre
Skip -suspiró Arnott-. En ese momento me eché el marco al bolsillo, casi sin darme cuenta. Resultó ser una copia terrible, pero he disfrutado al tener la fotografía
de Suzanne. Era tan divertida, que en realidad la extraño.
-Se echó el marco al bolsillo -lo apremió Geoff.
-Y me di cuenta de pronto de que alguien subía la escalera. Salté al clóset de Suzanne y traté de esconderme detrás de sus faldas largas. No cerré la puerta
por completo.
-¿Vio de quién se trataba?
-No, no vi su rostro.
-¿Qué hizo esa persona?
-Fue directo al joyero, revolvió las chucherías de Suzanne y tomó algo. Luego me dio la impresión de que no encontró todo lo que buscaba y comenzó a revolver
con frenesí todos los cajones. Después de sólo unos minutos halló lo que buscaba o tal vez se rindió. Por fortuna no revisó el clóset. Esperé lo más que pude
y luego, sabiendo que algo andaba terriblemente mal, bajé las escaleras. Fue entonces cuando la vi.
-¿Sabe usted qué fue lo que el asesino de Suzanne Reardon tomó del joyero?
-Por lo que supe durante el juicio, estoy seguro de que debió tratarse del alfiler con la flor y el capullo. En verdad era una joya muy hermosa.
-La persona que le dio a Suzanne el alfiler, ¿sería la misma que le regaló el brazalete antiguo?
-¡Ah, sí! Creo que él también estaba muy ansioso por encontrar el brazalete.
-¿Sabe quién le regaló a Suzanne Reardon el brazalete y el alfiler antiguo?
-Por supuesto que sí. Suzanne casi no tenía secretos para mí. Sin embargo, le advierto que no puedo jurar que era él quien estaba en la casa esa noche,
aunque tiene sentido. Mi testimonio ayudará a encerrar al verdadero asesino. Por ello debería recibir cierta consideraciones, ¿no cree usted?
-Señor Arnott, ¿podría decirme quién le dio a Suzanne el brazalete y el alfiler?
Arnott sonrió.
-No me lo creerá cuando se lo diga.

KERRY TARDÓ veinticinco minutos en llegar a la casa de los Hoover en Old Tappan. Cada curva parecía interminable. Robin la pequeña y valiente Robin que
siempre había tratado de ocultar lo asustada que estaba... por fin había sido demasiado para ella. "Nunca debí dejarla con alguien más", pensó Kerry, "ni siquiera
con Jonathan y Grace. De ahora en adelante yo me haré cargo de mi bebé", se prometió.
La mamá y el bebé. Ahí estaba esa frase de nuevo.
Estaba entrando en Old Tappan. Ya solamente faltaban unos cuantos minutos.
Robin parecía tan contenta ante la perspectiva de quedarse a dormir en casa de Grace y Jonathan para poder ver aquellos álbumes fotográficos...
Los álbumes fotográficos.
Kerry McGrath dio vuelta para entrar en el camino que llevaba a la puerta de la casa de los Hoover. De manera casi inconsciente advirtió que las luces que
se encendían automáticamente no funcionaban.
Los álbumes fotográficos.
El alfiler con una flor y un capullo.
Lo había visto antes.
Lo llevaba Grace.
Muchos años antes, cuando Kerry comenzó a trabajar para Jonathan, Grace solía ponerse sus joyas. Había muchas fotografías en los álbumes en las que aparecía
usándolas. Grace bromeó con ella cuando Kerry admiró una vez el alfiler. Ella lo llamó la mamá con el bebé.
"¡Suzanne Reardon llevaba el alfiler de Grace en aquella fotografía del diario!", reflexionó Kerry. "Eso quiere decir que... ¿Jonathan? ¿Pudo habérselo
dado él?"
Entonces recordó que Grace le había contado una vez que le pidió a Jonathan que pusiera todas sus joyas en una caja de seguridad en un banco.
-No puedo ponérmelas ni quitármelas sin ayuda; y, si siguieran en la casa, sólo me preocuparía por ellas -le había comentado Grace.
"Anoche, después de regresar a casa, le dije a Jonathan que pensaba que el doctor Smith hablaría", se dio cuenta Kerry, "¡Oh, Dios mío! ¡Debe haber sido
él quien le disparó al pobre doctor Charles Smith!"
Kerry se detuvo frente a la hermosa residencia de piedra caliza. Abrió de un empujón la puerta del auto y subió rápidamente los escalones.
Robin estaba con un asesino.
Kerry no escuchó el débil repiqueteo del teléfono del auto, que sonó al mismo tiempo que ella tocaba el timbre de la puerta.

GEOFF HABÍA TRATADO de llamar a Kerry a su casa. Nadie respondió; intentó con el teléfono de su auto. "¿Dónde estará?", se preguntó con desesperación.
Cuando un policía se llevaba a Arnott, él ya estaba marcando a la oficina de Frank Green.
-La oficina de la fiscalía ya está cerrada. Si se trata de una urgencia, favor de marcar el...
Geoff maldijo mientras marcaba el número para urgencias. Robin se encontraba con los Hoover. ¿Dónde estaría Kerry? Por fin alguien respondió en la línea.
-Habla Geoff Dorso. Es imperativo que me comunique con Frank Green. Se relaciona con un importante caso de asesinato. Déme el número de su casa.
-Puedo asegurarle que no está ahí. Lo llamaron para que fuera a ver algo acerca de un asesinato en Oradell, señor.
-¿Puede comunicarme con él?
-Sí. Espere un momento.
Pasaron tres largos minutos antes de que pudiera escuchar a Green en la línea.
-Geoff, estoy ocupado. Es mejor que esto sea importante.
-Lo es. Muy importante. Tiene que ver con el caso Reardon. Frank, Robin Kinellen está pasando la noche en casa de Jonathan Hoover. Acabo de saber que
fue éste quien le dio esas joyas antiguas a Suzanne. Había tenido un romance con ella. Creo que él es nuestro asesino, y Robin está con él.
Se hizo un largo silencio. Luego, con una voz sin emoción, Frank Green explicó.
-En este momento me encuentro en la casa de un anciano que se especializaba en arreglar joyas antiguas, pero fue asesinado esta misma tarde. No hay pruebas
de que lo hayan robado, aunque su hijo me informó que su directorio, con los nombres de sus clientes, ha desaparecido. Haré que los policías locales acudan de inmediato
a la casa de Jonathan Hoover.

JONATHAN le abrió la puerta a Kerry. La luz en la casa era mínima, y todo estaba en silencio.
-Ya se tranquilizó -dijo él-. Todo está bien.
Kerry tenía los puños escondidos en los bolsillos de su abrigo, apretados por el temor y la furia. Aun así logró sonreír con mucha naturalidad.
-¡Oh, Jonathan! Esta es una terrible imposición de mi parte hacia ustedes. Debí saber que Robin se asustaría. ¿Dónde está?
-De vuelta en su habitación. Bien dormida.
"¿Estaré loca?", se preguntó Kerry mientras caminaba detrás de Jonathan escaleras arriba. "¿Se desbocaría mi imaginación? Jon parece tan normal..."
Llegaron a la puerta de la habitación de huéspedes, el cuarto rosado, como Robin lo llamaba, porque las paredes y las cortinas tenían un suave tono color
rosa. Kerry abrió la puerta. Al brillo de una pequeña luz de noche pudo ver a Robin de costado, con el largo cabello castaño extendido en la almohada. En dos
pasos Kerry se encontró junto a la cama.
Robin tenía la mejilla acunada en la palma. Su respiración era rítmica. Kerry miró de pronto a Jonathan. Estaba al pie de la cama, mirándola.
-Llegado el momento, diré que ella estaba tan perturbada que, cuando la viste, decidiste llevarla de vuelta a casa -explicó él-. Mira, el bolso con su ropa
de la escuela y sus libros ya está empacado. Yo lo llevo.
-Jonathan, no hubo ninguna pesadilla. Ella no despertó, ¿verdad? -lo interrogó Kerry con voz tranquila. No alcanzaba a comprender las palabras del hombre
ni lo que ocurría.
-No -respondió él con indiferencia-. Y será más sencillo para ella si tampoco despierta ahora -en la débil luz Kerry vio que él tenía un arma.
-Jonathan, ¿qué estás haciendo? ¿Dónde está Grace?
-Grace está profundamente dormida. Es lo mejor. Algunas veces sé cuando necesita uno de sus sedantes más fuertes para calmar el dolor. Se lo disuelvo
en el chocolate caliente que le llevo todas las noches.
-Jonathan, ¿qué quieres?
-Quiero seguir viviendo como hasta ahora. Deseo ser presidente del senado y amigo del gobernador. Quiero pasar con tranquilidad el resto de mi vida, con
mi esposa, a la que todavía amo. Algunas veces los hombres se apartan del buen camino, Kerry. Permiten que mujeres jóvenes y hermosas los halaguen. Tal vez yo
fui más susceptible por el problema que tiene Grace. Sabía que era tonto de mi parte; y que era un error. Sin embargo, lo único que en realidad deseaba era recuperar
las joyas que tan estúpidamente le di a esa vulgar chica Reardon, pero ella se negó a devolvérmelas.
Hizo una indicación con el revólver hacia Robin.
-Tómala en brazos. Ya no queda tiempo.
-Jonathan, ¿qué vas a hacer?
-Sólo lo que tengo que hacer; y, además, con mucha tristeza. Kerry, Kerry, ¿por qué tenías que arremeter contra molinos de viento? ¿Qué importancia tenía
que Reardon estuviera en prisión? ¿Qué importaba que el padre de Suzanne asegurara que él le regaló el brazalete que podía hacerme tanto daño? Así tenían que ser
las cosas. Yo tenía que seguir sirviendo al estado que tanto amo y vivir con mi esposa, a la que adoro. Ya fue castigo suficiente saber que Grace descubrió mi
traición con tanta facilidad -Jonathan sonrió-. Ella es maravillosa. Me mostró la fotografía en el diario y dijo: "¿No te recuerda mi alfiler con la flor y el
capullo? Me hace desear usarlo otra vez. Por favor, sácalo de la caja de seguridad, querido." Ella lo sabía, y yo sabía que así era, Kerry. Y de pronto... me
sentí sucio.
-Y mataste a Suzanne.
-Ella no sólo se negó a devolverme las joyas de mi esposa, sino que tuvo las agallas suficientes para decirme que ya tenía un nuevo novio... Jimmy Weeks.
¡Dios mío! Ese hombre es un matón. Un mafioso.
-Mamá -En ese momento Robin comenzó a moverse, abrió los ojos y se sentó en la cama-. Mamá -sonrió la niña-. ¿Qué haces aquí?
-Levántate, Rob. Ya nos vamos -"va a matarnos", pensó. Puso el brazo en torno a Robin.
Robin sintió que algo andaba mal y se oprimió con fuerza contra Kerry.
-¿Mamá?
-Todo está bien -le aseguró Kerry.
-¿Tío Jonathan? -Robin había visto el arma.
-No digas nada, Robin -ordenó Kerry en voz baja. "¿Qué puedo hacer?", pensó. "Está loco. Se encuentra totalmente fuera de control. Si tan sólo Geoff
no hubiera ido a ver a Jason Arnott. Estoy segura que él me habría ayudado. De algún modo Geoff me ayudaría."
Mientras bajaban las escaleras, Jonathan ordenó en voz baja:
-Dame las llaves de tu auto, Kerry. Yo las acompañaré hasta allá, y después Robin y tú se meterán en el portaequipajes.
"¡Oh, dios!", pensó Kerry. "Nos matará y nos llevará a alguna parte para abandonar el auto y que parezca que lo hizo la Mafia. Culparán a Jimmy Weeks".
En ese momento Jonathan volvió a hablarles al tiempo que cruzaban el vestíbulo.
-Lo siento mucho, Robin, en verdad. Ahora, abre la puerta lentamente, Kerry.
Kerry se inclinó para besar a Robin.
-Rob, cuando me de vuelta, corre -susurró-. Ve con los vecinos y no dejes de gritar.
-La puerta, Kerry -le urgió Jonathan.
Ella la abrió con lentitud. El había apagado las luces del porche, así que la única luz era el débil resplandor que arrojaba un farol al final del camino
de entrada a la casa.
-Tengo la llave en el bolsillo -dijo ella asustada-. ¡Corre, Robin! -se volvió y gritó.
Al mismo tiempo se arrojó a través del vestíbulo, hacia Jonathan. Escuchó la detonación en el momento en que se precipitaba sobre él; luego sintió un dolor
ardiente a un lado de la cabeza, seguido por oleadas de mareo. El piso de mármol del vestíbulo se alzó para recibirla. Estaba consciente de que, a su alrededor,
se había desatado un escándalo: Otro disparo. Robin que gritaba pidiendo auxilio, su voz que se perdía en la distancia. Sirenas que se aproximaban.
Luego, de pronto, Grace comenzó a llorar.
-Lo siento, Jonathan, pero no podía dejar que les hicieras daño -dijo-. No a Kerry y a Robin.
Kerry logró enderezarse y apretar la mano contra un lado de la cabeza. Le corría sangre por el rostro, pero el mareo comenzaba a ceder. Al levantar la
mirada vio a Grace deslizarse de su silla de ruedas hasta el piso, dejar caer la pistola de entre los dedos hinchados y abrazar con fuerza el cuerpo de su esposo,
que yacía muerto en el suelo.

18


Martes
6 de febrero

La sala de la Corte estaba atestada para la ceremonia de toma de protesta de la fiscal auxiliar Kerry McGrath, que debutaría como jueza. El murmullo festivo
de las voces se redujo a silencio cuando la puerta de las cámaras se abrió y una procesión majestuosa de jueces con togas negras entró para dar la bienvenida a una
nueva colega.
Kerry McGrath avanzó en silencio por el costado de la cámara y tomó su lugar a la derecha de la banca mientras los jueces se dirigían a las sillas reservadas
para ellos, frente a los invitados.
Kerry observó a los ahí reunidos. Su madre y su padrastro habían volado desde Colorado para la ceremonia. Estaban junto a Robin, sentada al borde de la
silla con la espalda recta y los ojos muy abiertos por la emoción. Tenía casi borradas las marcas de las heridas que las habían llevado a aquella trágica visita
al doctor Smith, y lucía estupenda.
Geoff estaba en la siguiente fila, con su padre y su madre. Kerry recordó que él había volado en el helicóptero del FBI para ir a verla al hospital, y que
fue él quien consoló a Robin, histérica, y la llevó donde su familia cuando el médico insistió en que Kerry se quedara a pasar la noche bajo observación. En ese
momento Kerry contuvo las lágrimas ante lo que veía en el rostro de Geoff, que le sonreía.
Kerry pensó en Jonathan y en Grace. Se suponía que ambos estarían presentes también. Es más, Grace incluso le había enviado una nota:

Iré a casa, a Carolina del Norte, a vivir con mi hermana. Me culpo por lo sucedido. Yo sabía que Jonathan estaba saliendo con una mujer. También sabía que no
iba a durar. Si no hubiera hecho caso de la fotografía en la que ella llevaba mi alfiler, nada de esto habría pasado. No me importaban las joyas. Fue sólo mi
manera de advertir a Jonathan que la dejara. Por favor, perdóname y perdona a Jonathan, si puedes.

"¿Podré?", se preguntó Kerry. "Grace me salvó la vida, pero Jonathan nos hubiera matado a Robin y a mí para salvarse. Grace sabía que Jonathan se había
enredado con Suzanne y que tal vez era su asesino, pero permitió que Skip Reardon se pudriera en prisión todos esos años."
Skip Reardon, su madre y Beth estaban entre la multitud. Skip y Beth habían decidido que se casarían la semana siguiente; Geoff sería el padrino.
Era costumbre que unos cuantos amigos cercanos o compañeros de trabajo hicieran una breve alocución antes de que se tomara la protesta. El primero fue Frank
Green.
-De entre toda la gente que conozco, no puedo pensar en ninguna persona, hombre o mujer, que esté más capacitado para ocupar este cargo que Kerry McGrath.
Su sentido de justicia la hizo solicitarme que reabriera un caso de homicidio. Juntos nos enfrentamos al hecho sorprendente de que un padre vengativo condenara
a prisión al esposo de su hija, mientras que el verdadero asesino gozaba de su libertad. Nosotros...
"Ese es mi muchacho", pensó Kerry. "¡Qué manera de jugar las cartas a su favor!" Sin embargo, al final Frank la había apoyado. Él en persona se reunió
con el gobernador y le pidió que incluyera su nombre en la lista que se presentaría al senado para su confirmación.
Frank Green fue quien aclaró la relación que Jimmy Weeks tenía con Suzanne Reardon. Uno de sus soplones, un matón de poca monta que había sido mensajero
de Jimmy, le proporcionó el resto de los datos. Suzanne sí tuvo un romance con Weeks, y éste le regaló algunas joyas. También le había enviado las rosas aquella
noche, y se suponía que se reuniría con Suzanne para cenar. Cuando ella no apareció, él se puso furioso; en su rabia de borracho llegó a decir que la mataría.
Como Weeks no era dado a amenazas vanas, un par de los suyos pensaron que en realidad había sido el asesino. Weeks siempre tuvo miedo de que, en caso de que su
relación llegara a conocerse, pudieran culparlo por el asesinato.
En ese momento hablaba el juez de nombramientos, Robert McDonough, y mencionó que, cuando Kerry entró en la sala de la Corte por primera vez, diez años antes,
en calidad de nueva fiscal auxiliar, se veía tan joven que pensó que se trataba de una estudiante de derecho que había tomado un empleo de verano. Nunca imaginó
que esa chiquilla tímida de aspecto desvalido, llegaría, tan merecidamente, a convertirse en colega.
"También estaba recién casada", pensó Kerry con ironía. "En aquel entonces Bob era fiscal auxiliar. Sólo espero que tenga la sensatez de mantenerse lejos
de Jimmy Weeks y de la gente de su calaña de ahora en adelante", se dijo. Weeks había sido declarado culpable de todos los cargos. Y se enfrentaba a otro juicio
por sobornar a un jurado. Bob se salvó por poco de que también lo acusaran. Tal vez eso lograra asustarlo antes de que fuera demasiado tarde.
El juez McDonough le sonrió.
-Bueno, Kerry, creo que ha llegado el momento.
Robin se aproximó con una Biblia. Kerry levantó la mano derecha, colocó la izquierda sobre el libro y comenzó a repetir, luego del juez McDonough:
-Yo, Kerry McGrath, juro solemnemente...

FIN

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1


1


El pasado secreto de Suzanne ReardonNoite de Paz

Mary Higgins Clark

www.LivrosGratis.net

Tradução de LíDIA GEER
CírCulo de Leitores
Titulo original: SILENT NiGHT
Copyright 1995 by Mary Higgins Clark
Depósito legal número 167484/01
ISBN 9724-2565-8

Este livro foi digitalizado por Américo Azevedo. Caso seja dificiente visual e esteja interessado em obter mais obras deste género, contacte com AMÉRICO AZEVEDO
- Rua Manuel Ferreira Pinto, 530 - 4470-077 Gueifães Maia - Telef.: 229607039 - 918175758

Acerca do livro

Um romance singular sobre a força do amor, e cujo enredo revela a fé e a coragem de uma criança. Tendo como pano de fundo um ambiente de ameaça e suspense de
cortar a respiração, Noite de Paz constitui uma história de calor humano, que ilustra a coragem face à adversidade, a par da renovação da fé em circunstâncias em
que esta acaba por ser recompensada.


Agradecimentos

Esta história começou quando os meus editores, Michaci V. Korda e Chuck Adams, começaram a magicar, durante um jantar, na possibilidade de eu escrever um enredo
de suspense que se desenrolasse na véspera de Natal e cuja acção decorreria em Manhattan. A sugestão deixou-me intrigada.
Michael e Chuck, estou-vos muito grata por aquela primeira abordagem ao tema, tal como vos agradeço a ajuda extraordinária que me deram durante a elaboração
do manuscrito.
Agradeço também ao meu agente, Eugene Winick, e á minha agente publicitária, Lisi Cade, que não regatearam o seu apoio e ajuda constantes. Merci e grazie.
E finalmente estou muito agradecida aos meus leitores, que são suficientemente generosos para aguardar a publicação dos meus livros. Desejo a todos uma quadra
natalícia feliz e abençoada, passada em segurança.

Para Joan Murchison Broad, em memória do coronel Richard L. Broad, com amor e gratidão por todos os momentos que partilhámos e que tão maravilhosos foram.

São Cristóvão, padroeiro dos viajantes,
reza por nós e protege-nos de todo o mal.

1

Era véspera de Natal e, lentamente, o táxi ia descendo a Quinta Avenida na cidade de Nova Iorque. àquela hora, quase cinco da tarde, o trânsito estava bastante
congestionado, tal como os passeios, apinhados de pessoas que faziam as compras de Natal de última hora, de empregados de escritório que se dirigiam para casa e
de turistas ansiosos por darem uma olhadela de fugida às montras primorosamente decoradas das lojas, assim como à fabulosa árvore de Natal do Centro Rockefeller.
Já fazia escuro e o céu mostrava-se cada vez mais carregado de nuvens, confirmando as previsões meteorológicas, que previam um Natal vestido de branco.
Contudo, as luzes intermitentes, a música própria da quadra, o tinir das sinetas que os Pais Natais faziam soar pelos passeios e a atmosfera de jovialidade que,
de maneira geral, irradiava da multidão imprimiam um cunho apropriadamente festivo àquela famosa avenida.
Catherine Dornan sentava-se direita e tensa, no banco traseiro do táxi, entre os dois filhos pequenos, mantendo os braços em redor dos ombros dos garotos.
A julgar pela rigidez que sentia no corpo de ambos, soube que a sua mãe tivera toda a razão. A fisionomia carrancuda de Michael, de dez anos, e o mutismo de Brian,
de sete, eram sinais inequívocos da intensa preocupação que ambos sentiam pelo estado de saúde do pai.
No princípio dessa mesma tarde, quando ainda no hospital Catherine telefonou á mãe sem conseguir conter o choro convulsivo, apesar de Spence Crowley, o médico
e velho amigo do marido, lhe ter assegurado que o período pós-operatório de Tom estava a correr muito melhor do que se esperava, chegando mesmo a sugerir que os
rapazes visitassem o pai às sete da tarde desse mesmo dia, a velha senhora falara-lhe com muita firmeza.
- Catherine, tens de controlar os nervos - dissera ela. - Os rapazes estão extremamente preocupados e assim tu não os ajudas a ultrapassar esta situação. Acho
que seria boa ideia se tentasses distraí-los um pouco. leva-os até ao Centro Rockefeller para verem a árvore de Natal, e depois poderão jantar fora. O facto de eles
te verem tão preocupada convenceu-os de que Tom se encontra praticamente às portas da morte.
"Isto não pode estar a acontecer", pensou Catherine. Desejava, com todas as veras da sua alma, poder alterar tudo o que se havia passado durante os últimos dez
dias, começando por aquele momento terrível em que recebeu um telefonema do Hospital Saint Mary. "Catherine, pode vir imediatamente ao hospital? Tom desfaleceu no
dentista durante uma consulta de rotina."
Quase automaticamente, ficou com a impressão de que se tratava de um engano. Os homens magros e atléticos, com trinta e oito anos, não costumavam desfalecer.
Além do mais, Tom brincava constantemente, dizendo que os pediatras estavam por direito imunizados contra todos os vírus e germes de que os seus doentes eram portadores.
Não obstante, Tom não se encontrava imunizado contra a leucemia, que exigia a excisão urgente do baço, o qual adquirira um inchaço anómalo. Quando chegou ao
hospital, disseram-lhe que ele deveria ter ignorado, durante vários meses, todos os sinais de aviso. "E eu fui demasiado estúpida para não me aperceber do estado
de saúde do meu marido", pensou Catherine fazendo um esforço enorme para que os lábios não lhe tremessem.
Lançou um olhar fugaz pela janela, constatando que passavam em frente do Hotel Plaza. Há onze anos, aquando do seu vigésimo terceiro aniversário, a sua festa
de casamento realizara-se no Plaza. "Supostamente, as noivas devem sentir-se nervosas", pensou. "Mas eu não estava. Praticamente desatei a correr pela nave da igreja."
Dez dias mais tarde, tinham celebrado o Natal em Omaha, onde Tom aceitara um lugar no Serviço de Pediatria do prestigioso hospital da localidade. "Comprámos
uma árvore de Natal, por acaso muito original, numa loja em liquidação", pensou Catherine, recordando-se de como Tom erguera a árvore ao alto, dizendo: "Atenção,
clientes das lojas Kmart..."
Este ano, a árvore que tinham escolhido com tanto cuidado continuava guardada na garagem tal como viera da loja, com os ramos atados. Haviam decidido que a intervenção
cirúrgica devia realizar-se em Nova Iorque, onde o melhor amigo de Tom, Spence Crowley, era actualmente um cirurgião de grande renome.
Catherine retraiu-se ao pensar quanto se afligira até que finalmente lhe permitiram que visse Tom.
Entretanto, o táxi encostou ao lancil do passeio.
- Aqui está bem, minha senhora? - perguntou o taxista.
- Sim, está óptimo - respondeu Catherine, fazendo um esforço sobre-humano para aparentar uma alegria que não sentia, enquanto tirava a carteira da mala de mão.
E dirigindo-se aos filhos: - Há cinco anos, por altura do Natal, vocês estiveram aqui com o pai e comigo. O Brian ainda era muito pequeno para se recordar, mas tu,
Michael, não te esqueceste, pois não?
- Ainda me lembro - confirmou o garoto mais velho, sem acrescentar mais nada e levando a mão à porta do táxi, enquanto observava Catherine, que retirava uma
nota de cinco dólares do maço guardado na carteira.
- Porque andas com tanto dinheiro, mãezinha?
- Ontem, quando o pai foi internado no hospital, pediram-me que tirasse tudo o que ele tinha na carteira, excepto algumas notas de dólar. Quando voltei para
casa da avó devia ter lá deixado o dinheiro, mas esqueci-me. - Catherine seguiu Michael, que já estava no passeio, mantendo a porta aberta para que Brian saísse.
Encontravam-se em frente da Saks, próximo da esquina da Rua Quarenta e Nove com a Quinta Avenida. Viam-se filas ordeiras de gente que aguardava pacientemente a sua
vez de poder admirar de perto as decorações natalícias que enfeitavam as montras da loja. Catherine conduziu os filhos para o fim de uma das filas.
- Vamos ver as montras e depois atravessamos para o outro lado da rua, a fim de podermos ver a árvore de Natal como deve ser.
Brian suspirou, um suspiro oprimido. Aquilo é que era um rico Natal! Detestava ser obrigado a estar à espera fosse para o que fosse - e decidiu entreter-se com
uma espécie de jogo, truque a que recorria sempre que desejava que o tempo passasse mais depressa. Fingia que já tinha chegado aonde pretendia ir, que nessa noite
era o quarto do hospital onde o pai fora internado. Mal conseguia conter a ânsia de o voltar a ver, pois queria oferecer-lhe o presente que, segundo a avó lhe dissera,
faria com que ele ficasse melhor.
Era tal a intensidade com que Brian desejava que as horas passassem que, quando finalmente chegou a vez de os três poderem ver as montras mais de perto, começou
a andar em passos apressados, mal reparando nos flocos de neve em rodopio, nas bonecas, nos duendes e nos animais que dançavam e cantavam - e foi com uma satisfação
enorme que saiu da fila com a mãe e o irmão.
Então, quando já se encaminhavam para a esquina onde atravessariam a avenida, avistou um homem com um violino que se aprontava para tocar para algumas pessoas
reunidas à sua volta. Subitamente, o ar encheu-se com os sons melódicos de Noite Feliz, canção de Natal que as pessoas entoaram em uníssono.
Catherine, que já se encontrava à beira do passeio, retrocedeu.
- Esperem, ouçamos por uns instantes - sugeriu ela aos dois rapazes.
Brian apercebeu-se da comoção da mãe, vendo como ela se esforçava por conter as lágrimas. Eram raras as ocasiões em que a via chorar, até à fatídica manhã da
semana anterior, quando telefonaram do hospital informando que o pai se encontrava gravemente doente.

Cally percorria a Quinta Avenida num passo lento. Pouco passava das dezassete horas e estava rodeada por uma multidão que se apressava a fazer as últimas compras,
já com os braços cheios de embrulhos. Em tempos passados, era possível que também tivesse partilhado de todo aquele entusiasmo, mas tudo o que sentia naquela altura
era uma exaustão que quase lhe provocava dores. O trabalho não lhe dera tréguas. Durante a quadra do Natal os doentes internados no hospital só desejavam poder estar
em suas casas, por conseguinte, a maior parte deles sentia-se deprimida, ou então dificultava a vida ao pessoal. As suas expressões ensombradas traziam-lhe à memória
os dois últimos Natais, altura em que ela própria se sentira bastante deprimida, porque os passara na prisão feminina de Bedford.
Passou pela Catedral de Saint-Patrick, hesitando um pouco quando se recordou da sua avó, numa ocasião em que esta a levara, assim como ao irmão, Jimmy, a visitar
o presépio, mas isso acontecera há vinte anos, tinha ela dez e ele seis. Durante uns instantes fugazes desejou poder voltar atrás, regressar a essa época, alterar
o curso dos acontecimentos, evitar que as coisas más tivessem acontecido, impedir que Jimmy fosse a pessoa em que posteriormente se transformara.
Só pensar no nome do irmão fazia com que o seu corpo fosse percorrido por calafrios de temor. "Bom Deus, faz com que ele me deixe em paz e sossego", rezou ela.
Ao princípio da manhã, com Bigi colada a ela, tivera de responder ao bater irritado do punho do detective Shore, que se apresentou à porta acompanhado por outro
detective, que dissera chamar-se Levy; quando abriu, viu os dois homens no estreito corredor do edifício de apartamentos onde vivia, situado na junção da Rua Dez
Oriente e a Avenida B.
- Cally, deste outra vez abrigo ao teu irmão? - perguntara Shore, ao mesmo tempo que o seu olhar esquadrinhava a sala, procurando sinais da presença de Jimmy.
Aquela pergunta foi a primeira indicação que Cally teve de que o irmão conseguira fugir do estabelecimento penal, na ilha Riker. - Desta vez é acusado de tentativa
de homicídio na pessoa de um guarda prisional - informou-a o detective, num tom de voz lacrimonioso. - O estado clínico do guarda em questão é bastante critico.
O teu irmão alvejou-o e apoderou-se do uniforme do homem. Agora passarás muito mais do que quinze meses na prisão, caso ajudes Jimmy a fugir. Pela segunda vez, serás
acusada de cumplicidade e encobrimento, e trata-se de uma tentativa de homicídio... ou mesmo assassínio de um agente da autoridade. Cally, desta vez acusar-te-ão
de tudo e mais alguma coisa.
- Nunca me perdoei por ter dado dinheiro a Jimmy da última vez que veio procurar-me - dissera Cally numa voz contrita.
- Sim, sim... E a chave do teu carro - recordou-lhe o detective. - Cally, estou a avisar-te. Desta vez não te atrevas a ajudá-lo.
- Não tenciono encobri-lo, podem ter a certeza, além de que não estava a par de nada do que ele fez anteriormente. - Não lhe passou despercebido o olhar que
ambos voltaram a lançar ao espaço atrás de si. - Estejam à vontade!
- gritou ela. - Podem procurar, ele não está aqui, e se quiserem pôr o meu telefone sob escuta, façam isso. Quero que ouçam quando eu disser ao Jimmy que se entregue
às autoridades, porque é tudo o que tenho para lhe dizer.
"Mas com certeza que Jimmy não conseguirá encontrar-me", pensou Cally enquanto passava a custo entre as pessoas que faziam compras e as que andavam a ver as
montras. Daquela vez isso não aconteceria. Depois de ter cumprido a sua pena, Cally tirara Gigi da família de acolhimento e fora a assistente social quem lhe arranjara
um pequeníssimo apartamento na Rua Dez Oriente, além de lhe ter conseguido o emprego de auxiliar de enfermagem no Hospital Saint Luke-Roosevelt.
No espaço de dois anos era o primeiro Natal que passava com Gigi, e Cally só desejava ter dinheiro suficiente para oferecer à filha alguns presentes minimamente
dignos desse nome. Qualquer garota de quatro anos devia possuir o seu próprio carrinho de bonecas, um novo e não aquele que Cally se vira forçada a aceitar da generosidade
de alguém. A pequena colcha e almofada que comprara não conseguiam esconder o mau estado em que o brinquedo se encontrava, mas, em compensação, talvez encontrasse
de novo o fulano que tinha visto, na semana anterior, a vender bonecas naquela zona. Custavam apenas oito dólares e Cally recordava-se de uma em especial, que achara
muito parecida com Gigi.
Nesse dia não levava dinheiro que chegasse, mas o homem disse-lhe que na véspera de Natal estaria entre a Quinta Avenida e as Ruas Cinquenta e Sete e Quarenta
e Sete, portanto, era preciso que o encontrasse. " , meu Deus", invocou, "permite que prendam o Jimmy antes que ele faça mal a mais alguém. Existe qualquer coisa
nele que não está bem. Sempre houve."
à frente dela, um grupo de pessoas cantava Noite Feliz e, à medida que se ia aproximando, apercebeu-se de que não eram cantores de rua, mas apenas transeuntes
em volta de um violinista que tocava melodias de Natal.
"... Santo Menino, tão terno e doce..."
Brian não fez coro com os que cantavam, apesar de Noite Feliz ser a sua canção de Natal preferida; na sua terra natal, em Omaha, fazia parte do coro infantil
da igreja e era aí que gostaria de estar naquele momento, na sala da sua casa, a enfeitar a árvore de Natal com os pais e o irmão, e não em Nova Iorque - desejava
ardentemente que tudo fosse como sempre costumava ser.
Brian apreciava Nova iorque, ansiando sempre pelas visitas que fazia à avó durante o Verão, e nessas alturas divertia-se bastante. Contudo, aquela visita em
especial não lhe agradava nada. Não na véspera de Natal, com o pai no hospital e a mãe tão triste, enquanto o irmão não parava de lhe dar ordens, embora tivesse
somente mais três anos do que ele.
Brian enfiou as mãos nas algibeiras do blusão. Apesar de ter calçado as luvas continuava a senti-las frias, e foi com impaciência que olhou para a gigantesca
árvore de Natal do outro lado da rua, no lado oposto do rinque de patinagem no gelo. Sabia antecipadamente que dentro de um minuto a mãe diria: "Muito bem. Agora
vamos ver a árvore mais de perto."
Era muito alta, com umas luzes muito cintilantes e a estrela enorme mesmo no topo, mas naquele momento nada daquilo despertava o interesse de Brian, a exemplo
do que acontecera com as montras que tinham acabado de ver. Tão-pouco lhe apetecia ouvir o homem que tocava violino, além de que não lhe agradava estar ali.
Só estavam a perder tempo. O seu único desejo era ir ao hospital onde a mãe ofereceria ao pai a grande medalha de São Cristóvão que salvara a vida do avô durante
a Segunda Guerra Mundial, em que ele participara. Usara-a até ao fim do conflito e até tinha uma mossa provocada pelo impacte de uma bala.
A avó pedira à mãe que a oferecesse ao pai e, se bem que quase tivesse desatado a rir-se, Catherine prometera que a ofereceria ao marido.
- Oh, mãe, a história de São Cristóvão não passa de um mito - comentara então. - Há muito que não é considerado santo, e as únicas pessoas que alguma vez ajudou
foram as que se dedicavam à venda das medalhas, que muita gente costumava colar no painel de instrumentos dos automóveis.
- Catherine, o teu pai acreditava que a medalha o tinha ajudado a sobreviver a batalhas terríveis - replicara a avó-, e isso é a única coisa que interessa. Ele
acreditava e eu também. Por favor, oferece-a ao Tom e não percas a fé.
Brian sentia-se impaciente com a atitude da mãe, pois se a avó acreditava firmemente que o pai iria melhorar se tivesse aquela medalha, então a mãe devia oferecer-lha
o mais depressa possível. Tinha a certeza absoluta de que a avó é que estava do lado da razão.
"... dorme em paz, ó Jesus". O violino calou-se, após o que a mulher que dirigira o coro formado pelos transeuntes começou a fazer uma colecta. Brian observava
as pessoas que deixavam cair moedas e notas de um dólar dentro do cestinho.
A mãe tirou a carteira da mala que trazia a tiracolo, donde retirou duas notas de dólar.
- Michael, Brian, aqui têm. Ponham este dinheiro dentro do cestinho.
Michael agarrou na sua nota de dólar, tentando furar por entre as pessoas, e Brian seguiu atrás do irmão, mas foi nesse momento que reparou na carteira, que
ficara parcialmente fora da mala quando a mãe voltara a guardá-la. Não desviou o olhar e viu-a então cair no chão.
Voltou-se para a apanhar, mas, antes de ter oportunidade de concretizar o seu intento, uma mão agarrou-a. Reparou que a mão pertencia a uma mulher magra que
usava uma gabardina de cor escura e tinha os cabelos presos num longo rabo-de-cavalo.
- Mamã! - gritou desesperado, mas toda a gente havia recomeçado a cantar, impedindo Catherine de ouvir o grito de alerta do filho.
Então, ao ver que a mulher que se apoderara da carteira se escapava furtivamente por entre a multidão, Brian, numa atitude instintiva, foi no seu encalço, receando
perdê-la de vista. Voltou-se ainda para trás, com a intenção de chamar uma vez mais pela mãe, mas ela também fazia coro com os outros, "Deus nos dê paz, descanso
e alegria...", e todos cantavam tão alto que compreendeu que não o ouviria.
Por breves instantes, Brian ainda hesitou, continuando a olhar para a mãe por cima do ombro. Devia voltar rapidamente atrás para lhe contar o que sucedera? Mas,
uma vez mais, a medalha que faria com que o estado de saúde do pai melhorasse ocorreu-lhe ao pensamento: encontrava-se dentro da carteira e não podia permitir que
fosse roubada.
Entretanto, como a mulher estava quase a dobrar a esquina, Brian começou a correr, numa tentativa de não a perder de vista.
"O que me terá levado a apanhar a carteira?", perguntava Cally a si mesma, enervada, enquanto num passo apressado se dirigia para leste, em direcção à Rua Quarenta
e Oito, rumo à Avenida Madison. Pusera de lado a intenção de percorrer a Quinta Avenida, onde procuraria o vendedor ambulante de bonecas que lhe dissera estar naquela
artéria e, em vez disso, encaminhou-se para a estação da Avenida lexington. Sabia que seria mais rápido se subisse a Rua Cinquenta e Um, onde poderia também apanhar
o metro, mas sentia a carteira no bolso como se fosse um tijolo incandescente, tendo a nítida impressão de que, para onde quer que se voltasse, toda a gente teria
os olhos presos nela, fitando-a com uma expressão de recriminação. Certamente que a Grand Central Station estaria à cunha e tencionava apanhar o transporte nessa
estação, era mais seguro.
Naquele momento passou por ela um carro-patrulha, na altura em que se preparava para atravessar a rua e, apesar do frio que se fazia sentir, Cally começou a
transpirar.
Provavelmente, a carteira pertencia à mulher com os dois garotos em quem tinha reparado, pois caíra no chão mesmo ao lado dela. Em pensamento, Cally reviu o
momento em que a sua atenção foi despertada pela mulher esbelta,
ainda jovem, que usava um casaco comprido de uma tonalidade rosada, próprio para todas as estações do ano, cujos punhos dobrados revelavam a pele de que era forrado,
sendo por de mais evidente que custara bom dinheiro, tal como as botas e a mala a tiracolo que a mulher usava. Esta tinha uns cabelos escuros e brilhantes, que lhe
davam pela gola do casaco, e o seu aspecto era o de uma pessoa a quem as preocupações da vida não afectavam.
"Quem me dera poder ter uma aparência assim", pensara Cally na ocasião. "Ela é mais ou menos da minha idade e da minha altura, e ambas temos quase o mesmo tom
de cabelo. Ora bem, talvez no próximo ano eu já tenha dinheiro para poder comprar roupas bonitas para mim e para a Gigi."
Virou a cabeça para trás, lançando um último olhar às montras da Saks. "O certo é que não a vi deixar cair nada", sentira que o pé tinha tocado em qualquer coisa,
e então baixara o olhar e ganhara a carteira.
"Porque não lhe perguntei se era dela?", interrogou-se Cally numa agonia quase excruciante. Contudo, nesse preciso momento recordou-se de uma ocasião, há muitos
anos, em que a avó chegara a casa envergonhada. Tinha achado uma carteira na rua, abrira-a e ficara a saber o nome e o endereço da pessoa a quem pertencia. Depois
percorrera uma distância de três quarteirões para a devolver ao seu legitimo proprietário, apesar de a artrite lhe causar tantas dores que cada passo era um martírio.
Então, a dona da carteira inspeccionara o conteúdo e dissera que faltava uma nota de vinte dólares, o que deixara a sua avó extremamente perturbada. "Praticamente
acusou-me de ser uma ladra", comentara.
Aquela recordação agigantara-se nos pensamentos de Cally no mesmo instante em que tocou na carteira. E se, supondo que esta efectivamente pertencia à senhora
do casaco cor-de-rosa, ela pensasse que Cally a tinha furtado ou que se apoderara abusivamente de algum do dinheiro que continha? Podia chamar a Polícia e descobririam
que Cally estava em liberdade condicional. Depois acreditariam tanto na sua palavra como quando dissera que tinha emprestado dinheiro e o seu automóvel a Jimmy porque
o irmão lhe garantira que, se não saisse imediatamente da cidade, um tipo qualquer que pertencia a outro bando de malfeitores não hesitaria em matá-lo.
"Oh, meu Deus! Porque não deixei ficar a carteira onde estava?", perguntou-se Cally. Ainda pensou em metê-la na primeira caixa do correio que lhe aparecesse
pela frente, mas não podia arriscar-se a fazer isso. Havia muitos polícias à paisana espalhados por toda a cidade durante a quadra natalícia. Assim, se fosse vista
por um deles, o agente não hesitaria em perguntar-lhe o que estava a fazer. Não, iria para casa sem mais demoras. Aika, a senhora que olhava por Gigi, tal como cuidava
dos seus próprios netos depois da hora de encerramento do jardim-escola, não tardaria em levar a garota a casa. Estava a fazer-se tarde.
"Vou pôr a carteira dentro de um sobrescrito endereçado à pessoa a quem pertencer, e mais tarde metê-lo-ei numa caixa do correio", decidiu Cally por fim. "Não
posso fazer mais nada."
Chegou á Grand Central Station e, tal como esperava, a gare encontrava-se apinhada de gente que corria em todas as direcções, para os comboios e para o metropolitano,
com pressa de chegar a casa para festejar o Natal. Com muita dificuldade, lá conseguiu alcançar o terminal principal e finalmente começou a descer as escadas que
a levariam à entrada da estação de metropolitano, na Avenida lexington.
Inseriu uma moeda na ranhura do torniquete e caminhou apressadamente para não perder a composição que a levaria à Rua Catorze sem dar pela presença do rapazinho,
que conseguira esgueirar-se por baixo da barreira metálica e a seguia furtivamente.

2

"...Que Deus nos conserve a alegria e permita que nada nos entristeça...", as palavras, que tão familiares lhe eram, pareciam atormentar Catherine, não lhe permitindo
que se esquecesse das ameaças que ensombravam a vida plena de felicidade que ela julgara que seria a sua para todo o sempre. O marido encontrava-se numa cama de
hospital com leucemia e naquela mesma manhã os cirurgiões tinham-lhe removido o baço, que inchara de forma anómala, uma precaução em face do risco que esse órgão
corria de vir a sofrer uma perfuração. Embora ainda fosse demasiado prematuro ter qualquer certeza, ao que tudo indicava ele não corria perigo de vida. Mesmo assim
não conseguia libertar-se do medo que lhe provocava a possibilidade de Tom morrer; a perspectiva de uma vida sem o marido a seu lado era algo que quase a paralisava.
"Como não me apercebi de que Tom não estava bem de saúde?", interrogava-se Catherine numa agonia constante. Não lhe saía do pensamento o que se passara há apenas
algumas semanas, quando, ao chegarem ao supermercado, ela lhe pedira que tirasse as compras do porta-bagagens do carro, e ele estendera a mão para o saco mais pesado,
tendo hesitado por breves momentos e retraindo-se ao pegar-lhe.
"Ontem jogaste golfe e hoje pareces um velhote. Saíste-me um atleta e peras!", dissera ela, rindo-se.
- Onde está o Brian? - perguntou Michael quando voltou para junto da mãe, depois de ter colocado um dólar no cestinho da mulher que entoara os cânticos de Natal.
Sobressaltada por os seus pensamentos terem sido interrompidos inesperadamente, Catherine baixou o olhar fitando o filho.
- Brian?! - perguntou com uma expressão abstracta. - Ele estava mesmo aqui - acrescentou, olhando para o
lado, após o que o seu olhar perscrutou as proximidades. -
O teu irmão tinha uma nota de dólar na mão. Não foi contigo para a dar à mulher que esteve a cantar?
- Não - respondeu Michael desabridamente. - O mais certo é ter ficado com o dinheiro. É um idiota chapado.
- Pára com isso! - ripostou Catherine, que, sem ocultar o receio que subitamente a invadira, olhou, em redor. - Brian - começou a chamar. - Brian! - A canção
de Natal chegara ao fim e as pessoas já tinham começado a dispersar-se. Para onde teria Brian ido? Com certeza que não se teria afastado assim sem mais nem menos.
- Brian! chamou de novo, desta feita num timbre de voz mais elevado, deixando adivinhar o receio que sentia. Alguns dos circunstantes voltaram-se para Catherine
com uma expressão de curiosidade. - Estou à procura de um rapazinho - explicou ela cada vez mais atemorizada. - Vestia um blusão de esqui azul-celeste e um boné
de pala vermelho. Alguém viu para onde é que ele foi?
Viu as pessoas que a rodeavam responder negativamente, enquanto os olhos perscrutavam as proximidades. Era manifesto que as pessoas desejavam ajudá-la e uma
mulher até apontou para trás, indicando as filas que aguardavam a sua vez de verem as montras da Saks.
- Talvez ele tenha ido para ali, não acham? - alvitrou, falando com um sotaque bastante acentuado.
- Terá ido ver a árvore de Natal? Talvez tenha atravessado a rua para a ver mais de perto, não acham? - sugeriu outra mulher.
- Talvez tenha ido até à catedral - disse outro dos presentes.
- Não, não! Brian não se teria afastado assim sem mais nem menos. íamos visitar o pai, que está internado no hospital, e ele estava ansioso por o ver. - Enquanto
proferia aquelas palavras, Catherine dava-se conta de que havia algo de terrivelmente errado naquela situação e sentiu as lágrimas assomarem-lhe aos olhos, o que
ultimamente sucedia com muita facilidade. Remexeu na mala à procura de um lenço, apercebendo-se então da ausência de qualquer coisa: o volume familiar da carteira.
- Oh, meu Deus! - exclamou Catherine. - A minha carteira desapareceu.
- Mãezinha! - Perante aquela situação, Michael perdeu a expressão carrancuda que adoptara para tentar disfarçar a preocupação que sentia pelo estado de saúde
do pai. De súbito, voltou a ser um garoto assustado, com apenas dez anos. - Mãezinha, achas que o Brian foi raptado? - perguntou o garoto.
- É impossível que alguém, muito simplesmente, o tenha agarrado e levado daqui. - Catherine sentiu que as pernas lhe tremiam. - Chamem a Polícia - gritou -,
o meu menino desapareceu.

A estação estava repleta, centenas de pessoas quase corriam em várias direcções. Todo aquele espaço fora decorado com motivos alusivos ao Natal e o ruído de
fundo era intenso. Através daquela enorme nave ouvia-se toda uma variedade de sons, os quais ecoavam fortemente no alto tecto. Passou um homem com os braços cheios
de embrulhos, que deu uma tremenda cotovelada num ouvido de Brian.
- Desculpa, miúdo.
Sentia dificuldade em acompanhar a passada da mulher que se apoderara da carteira da mãe. Perdia-a constantemente de vista e foi com grande esforço que contornou
uma família com dois filhos que lhe bloqueava o caminho. Conseguiu passar, mas foi de encontro a uma senhora, que o fitou furibunda.
- Vê lá se tens mais cuidado! - ralhou ela com brusquidão.
- Peço desculpa - disse Brian com toda a cortesia, erguendo o olhar para o rosto da mulher.
Nessa fracção de segundos esteve prestes a perder o rasto da que perseguia, alcançando-a quando ela começou a descer um lanço de escadas, após o que
percorreu, num passo apressado, um corredor bastante extenso que desembocava numa estação de metropolitano. Quando ela passou através de um torniquete, Brian entrou
por baixo do que se encontrava mais próximo e seguiu-a até ela entrar no comboio.
A carruagem encontrava-se de tal forma apinhada que ele mal conseguiu entrar. A mulher ficou de pé, agarrada a uma barra que se estendia acima dos assentos
laterais, e Brian manteve-se perto dela, seguro a um dos varões verticais. Fizeram um longo percurso até à estação seguinte e, um pouco antes, a mulher começou a
furar por entre as pessoas, dirigindo-se para a porta. Havia tanta gente à frente de Brian que este mal conseguiu sair a tempo, tendo de correr até chegar junto
dela. Brian manteve-se na peugada da mulher, que começou a descer um lanço de escadas que lhe daria acesso a outra gare.
Desta vez, a carruagem em que entraram não estava tão cheia e Brian manteve-se perto de uma senhora de idade que lhe recordava a avó. A mulher da gabardina
escura saiu na segunda paragem e o garoto imitou-a, com os olhos fixos no seu rabo-de-cavalo, enquanto ela praticamente corria pelas escadas que davam acesso à rua,
que registava muito movimento.
Os autocarros passavam a grande velocidade nos dois sentidos antes que a luz do semáforo ficasse vermelha. Brian olhou para trás de fugida e, tanto quanto
lhe era dado ver, naquele quarteirão só havia prédios de apartamentos, com a luz a irradiar de centenas de janelas.
A mulher que tinha a carteira esperou à beira do passeio que a luz mudasse e quando esta passou a verde para os peões, Brian continuou no encalço da
sua presa. Quando ela chegou ao outro lado da rua, virou á esquerda, começando a percorrer um passeio íngreme num passo apressado, e o garoto, enquanto continuava
a segui-la, lançou um olhar de fugida à placa toponímica. Por ocasião da visita que haviam feito á avó no Verão anterior, a mãe engendrara uma espécie de jogo para
lhe ensinar a orientar-se nas ruas de Nova iorque.
"A avó vive na Rua Oitenta e Sete", dissera ela nessa altura. "Estamos na Rua Quinze. Quantos quarteirões faltam até chegarmos ao prédio onde ela vive?"
Aquela placa dizia-lhe que se encontrava na Rua Catorze e Brian disse a si próprio que não devia esquecer-se daquilo, enquanto se mantinha um pouco atrás
da mulher, sem a perder de vista.
Sentia os flocos de neve a embaterem-lhe no rosto e começara a levantar-se vento, cujas rajadas agrestes também lhe açoitavam as faces. Olhou em volta
a ver se via um polícia a quem pudesse pedir auxilio, mas não avistou nenhum por perto. Fosse como fosse, Brian sabia bem o que faria e estava determinado a ir atrás
da mulher até onde ela vivia. Continuava a ter a nota de dólar que a mãe lhe entregara para dar ao homem que tocava violino na rua e tencionava trocá-la para poder
telefonar à avó, a qual chamaria um polícia que haveria de recuperar a carteira da mãe.
"É um bom plano", pensou Brian. Na realidade, tinha a certeza disso. Era forçoso que recuperasse a carteira, assim como a medalha guardada no seu interior.
Recordava-se de que, depois de a mãe ter dito que a medalha não serviria de nada, a avó colocara-lha na mão, dizendo: "Por favor, dá-a ao Tom e não percas a fé."
A expressão que se espelhara no rosto da avó mostrava tanta serenidade e certeza que Brian se convencera de que ela tinha razão. Logo que conseguisse recuperar
a medalha, e entregá-la ao pai, este começaria a melhorar. Brian sabia que isso aconteceria.
A mulher que tinha os cabelos presos num rabo-de-cavalo começou a caminhar num passo mais apressado, e ele continuou a segui-la depois de ela ter atravessado
uma rua, encaminhando-se para a extremidade de outro quarteirão. Chegada a essa esquina, virou á direita.
A rua que começaram a percorrer não estava iluminada pelas luzes cintilantes que decoravam as montras das lojas que tinham deixado para trás. Alguns dos estabelecimentos
haviam sido entaipados e as paredes de muitos dos edificios estavam "enfeitadas" com várias inscrições, além de que as lâmpadas de muitos candeeiros estavam quebradas.
Um mendigo sentado no lancil do passeio e agarrado a uma garrafa estendeu a mão na sua direcção quando Brian passou por ele.
Pela primeira vez, o garoto sentiu-se atemorizado, mas não despregou os olhos da mulher. Naquele momento, a neve caía com mais intensidade, pelo que o passeio
começara a ficar escorregadio, obrigando-o a redobrar de cuidados para não cair. O esforço que tinha de fazer para se manter perto da mulher cortava-lhe a respiração.
Quanto tempo lhe faltaria para chegar ao seu destino?, perguntou-se. Depois de terem percorrido mais quatro quarteirões, teve a resposta à sua pergunta. Ela aproximou-se
da porta de um edificio antigo, meteu a chave á fechadura e entrou. Brian deu então uma corrida para conseguir evitar que a porta se fechasse, mas chegou demasiado
tarde, o que o deixou sem saber o que fazer a seguir. De súbito viu, através do vidro da porta, que um homem se preparava para sair e quando ele a abriu, correu
e conseguiu esgueirar-se para o interior do prédio.
O átrio estava escuro e sujo, no ar pairava um cheiro a comida retardada, e á sua frente Brian ouvia o som de passos nas escadas. Engolindo em seco, numa tentativa
para eliminar o temor que o assolava e esforçando-se por não fazer barulho, começou a subir lentamente o primeiro lanço. Tencionava descobrir o apartamento para
onde a mulher tinha ido e, em seguida, procuraria a cabina telefónica mais
próxima. Ocorreu-lhe que talvez optasse por ligar para o cento e doze em vez de para casa da avó.
A mãe ensinara-lhe que era isso que devia fazer caso se encontrasse realmente numa situação em que necessitasse de ajuda, o que, até ao momento, não fora o caso.

- Muito bem, senhora Dornan. Faça-me uma descrição do seu filho - pediu o agente da Polícia numa voz que pretendia instilar calma.
- Tem sete anos e é pequeno para a idade - começou Catherine a dizer, apercebendo-se do som agudo da sua própria voz.
Encontravam-se sentados num carro-patrulha estacionado em frente da Saks, próximo do lugar onde o violinista estivera a tocar. Sentiu a mão de Michael enclavinhada
na sua, num gesto que pretendia incutir-lhe confiança.
- Qual é a cor do cabelo do seu filho? - perguntou o agente.
- Da cor do meu - respondeu Michael -, um pouco mais arruivado. Os olhos do meu irmão são azuis. Tem sardas e falta-lhe um dos dentes da frente. Usava o mesmo
tipo de calças que eu trago vestidas, e o blusão é igual ao meu, com a diferença de que este é verde. É magricelas.
O agente da Polícia lançou a Michael um olhar de aprovação.
- Estás a dar-nos uma grande ajuda, meu rapaz. Voltando a si, minha senhora, disse-me que deu por falta da sua carteira? Parece-lhe que talvez a tenha deixado
cair, ou sentiu que alguém lhe tocou, quer dizer, acha que alguém lha roubou?
- Não sei - respondeu Catherine - mas a carteira é o que menos me interessa neste momento. Quando dei dinheiro aos rapazes para que o fossem entregar ao violinista,
o mais provável é não a ter guardado como deve ser. Estava bastante volumosa, pelo que é possível que tenha caído.
- Por acaso, o seu filho não terá apanhado a carteira e decidido ir às compras, pois não?
- Não, não, não! - ripostou Catherine, manifestando alguma irritação, secundada com um veemente abanar de cabeça. - Por favor, não perca tempo a pensar numa
hipótese dessas.
- Onde vive, minha senhora? Não quer telefonar? - O polícia olhou para os anéis que Catherine usava no anelar da mão esquerda. - Talvez seja melhor ligar para
o seu marido...
- O meu marido foi internado no Hospital Kettering, gravemente doente. Nesta altura já deve sentir-se inquieto, sem saber onde nós estamos. De facto, temos de
ir para junto dele, espera-nos. - Catherine estendeu a mão para a porta do carro-patrulha. - Não posso ficar sentada aqui sem fazer nada. Tenho de ir á procura de
Brian.
- Senhora Dornan, é preciso que me faça uma descrição mais completa do seu filho, estamos a perder tempo. Dentro de três minutos, todos os polícias de serviço
em Manhattan começarão a procurá-lo. Sabe bem que é muito provável que se tenha afastado inadvertidamente e que neste momento se sinta confuso, sem saber onde está.
É uma coisa que costuma acontecer. É seu hábito vir à Baixa?
- Em tempos, vivemos em Nova iorque, mas actualmente residimos no Nebrasca - informou Michael. - Todos os Verões visitamos a minha avó, que vive na Rua Oitenta
e Sete. Viemos para cá na semana passada porque o meu pai sofre de leucemia e precisava de ser operado. Ele frequentou a Faculdade de Medicina com o médico que o
está a tratar. - Havia apenas um ano que Manuel Ortiz desempenhava as funções de agente da Polícia, mas já tivera muitas oportunidades de ver de perto o desgosto
e desespero das pessoas, sentimentos que via reflectidos nos olhos daquela jovem mulher. O marido sofria de uma doença grave, ao que se aliava o desaparecimento
do filho. Era-lhe por de mais evidente que ela poderia entrar em estado de choque a qualquer altura. - O meu pai vai pensar que se passa qualquer coisa de anormal
- acrescentou Michael, preocupado. - Mãezinha, não achas que devias ir ao hospital?
- Senhora Doman, o que lhe parece se deixasse Michael connosco? Tencionamos ficar por aqui, não vá dar-se o caso de Brian voltar ao lugar donde saiu. Todos os
nossos homens andarão à procura do seu filho. Tencionamos fazer uma busca pelas proximidades, chamando-o através de megafones, de forma a que nos contacte caso ande
perdido algures próximo desta zona. Vou pedir um carro que a leve ao hospital, onde ficará à sua espera.
- Vai permanecer aqui para o caso de ele voltar, não é verdade?
- Com certeza.
- Michael, vais ajudar a Polícia a procurar o teu irmão?
- Sim, mãezinha. Ficarei de olho aberto, não vá o idiota aparecer.
- Não lhe chames isso...
Mas Catherine apercebeu-se da expressão no rosto do filho. "Ele tenta animar-me", pensou. "Procura convencer-me de que Brian está bem, de que não lhe acontecerá
nada de mal."
Abraçou Michael, que lhe retribuiu o gesto, embora um tudo-nada desajeitado.
- Não desanimes, mãezinha - encorajou o garoto.

3

Jimmy Siddons praguejava em silêncio enquanto atravessava o largo próximo da Avenida B, junto do complexo de apartamentos do Stuyvesant Town. O uniforme de guarda
prisional emprestava-lhe uma aparência respeitável, embora fosse demasiado perigoso usá-lo na rua. Conseguira roubar um sobretudo imundo e um gorro de lã a um sem-abrigo
e, até certo ponto, aquelas duas peças serviam para ocultar o uniforme, mas era necessário que encontrasse outras roupas, algo que fosse minimamente apresentável.
Também precisava de arranjar um automóvel, um cujo dono não desse pela sua falta até à manhã seguinte, que não fosse utilizado durante a noite, o tipo de carro
que pertencesse a um daqueles cidadãos da classe média que habitavam no Stuyvesant Town: de tamanho médio, castanho ou preto, que se parecesse com todos os outros
Honda, Toyota ou Ford que se encontravam em grande número nas ruas da cidade, nada de muito sofisticado.
Até ao momento ainda não encontrara nenhum que lhe parecesse adequado. Observara um "velhadas" que saía de um Honda e que dissera ao acompanhante: "Sem dúvida
que sabe bem voltar a casa", mas tratava-se de um daqueles carros pintados de um vermelho berrante que despertava a atenção de toda a gente.
Entretanto surgiu um rapazola, que estacionou um calhambeque a cair de podre, mas, a julgar pelo som do motor, Jimmy não quis nada com aquele automóvel. Ironicamente
pensou que realmente era aquilo que lhe estava a fazer mais falta: entrar na auto-estrada e o carro avariar-se.
Sentia frio e começava a ter fome, mas só teria de conduzir durante dez horas, disse para consigo. "E chegarei ao Canadá, onde Paige está à minha espera, e ficamos
a salvo." Era a sua primeira namorada a sério e ajudara-o bastante em Detroit. Sabia que nunca teria sido apanhado no Verão passado se se tivesse mostrado mais cuidadoso
durante o assalto ao posto de combustíveis, no Michigan. Não devia ter perdido de vista o tipo que se encontrava do lado de fora do escritório, em vez de se deixar
surpreender por um polícia que saíra do escritório quando Jimmy apontou uma arma ao empregado do posto.
No dia seguinte estava de regresso a Nova iorque, onde foi presente a tribunal indiciado pela morte de um polícia.
- Boas festas - desejou-lhe sorridente um casal de idosos, ao passar por ele.
Jimmy retribuiu a saudação com um acenar cortês de cabeça, mas começou a prestar mais atenção às palavras da mulher.
- Ed, não posso acreditar que não tenhas guardado as prendas para os garotos no porta-bagagens. Quem é que deixa alguma coisa à vista durante a noite, dentro
de um carro, nos tempos que correm? - Jimmy contornou a esquina e dirigiu-se para um jardim próximo mergulhado em trevas, mas logo voltou furtivamente atrás para
poder observar o casal, que se deteve em frente de um Toyota de cor escura. O homem abriu a porta e do banco traseiro retirou um pequeno cavalo de balouço, que entregou
à mulher; em seguida, agarrou em meia dúzia de embrulhos de papel de cores garridas e, com a ajuda da mulher, guardou tudo no porta-bagagens. Voltou a fechar o carro
à chave e regressou ao passeio. - Imagino que o telefone fica bem guardado no porta-luvas - acrescentou a mulher, palavras que Jimmy ouviu.
- Claro que sim - replicou o marido. - No que me diz respeito, foi um desperdício de dinheiro, mas em todo o caso estou ansioso para ver a cara do Bobby, amanhã,
quando abrir estes presentes todos.
Jimmy não perdeu o casal de vista até terem dobrado a esquina, desaparecendo do seu ângulo de visão, que significava que das janelas do apartamento onde viviam
não conseguiriam ver o lugar onde haviam estacionado o carro.
Antes de se encaminhar para o automóvel, Jimmy deixou que passassem dez minutos, enquanto á sua volta rodopiavam uns quantos flocos de neve, e decorridos mais
dois, já se encontrava ao volante do carro e saía do complexo residencial, passava um quarto de hora das dezassete. Dirigiu-se então para casa de Cally, situada
na junção da Avenida B e da Rua Dez, sabendo já que ela se mostraria surpreendida quando lhe batesse à porta, surpresa essa que não a faria feliz. Provavelmente
estava convencida de que ele não seria capaz de descobrir o seu paradeiro, mas o que a levaria a supor que ele não arranjaria maneira de se manter a par das suas
andanças, ainda que detido na penitenciária da ilha Riker? Era uma pergunta que o deixava intrigado.
"A minha irmã mais velha", pensava ele enquanto percorria a Rua Catorze, "prometeu à avó que tomaria conta de mim! "Jimmy precisa de alguém que o oriente", dissera
a avó. 'Ele anda metido com gente ruim e deixa-se influenciar com muita facilidade."" Pois bem, Cally nem sequer o fora visitar, uma só vez que fosse, à prisão na
ilha Riker e, durante esse tempo, não recebera quaisquer notícias dela.
Jimmy teria de agir com toda a cautela, pois tinha a certeza absoluta de que a Polícia andaria à sua procura nas proximidades do prédio onde Cally vivia, mas
também já planeara a forma de contornar esse problema. Costumava parar por aquelas bandas, pelo que sabia muito bem como chegar, através dos telhados, até ao extremo
do quarteirão e ao edificio onde ela vivia. Em duas ocasiões, quando ainda era miúdo, chegara mesmo a fazer dois "trabalhinhos" naquela zona.
Conhecendo bem Cally, estava certo de que ela teria guardado algumas das roupas de Frank no roupeiro. A irmã enamorara-se loucamente, sem dúvida que continuava
a ter fotografias dele espalhadas por toda a casa. Jamais ocorrera a alguém que ele pudesse vir a falecer antes do nascimento de Gigi.
Mais ainda, sendo Cally precavida, teria pelo menos uns quantos dólares com que, por agora, poderia auxiliar o irmão mais novo, raciocinou Jimmy, e depois haveria
de encontrar maneira de a manter caladinha até se pôr ao fresco e seguir para o Canadá, onde estaria em segurança junto de Paige.
Paige. A imagem da rapariga atravessou-lhe a mente, loura e deliciosa, apenas com vinte e dois anos e louca por ele. Fora ela quem tratara de tudo, conseguindo
fazer com que a arma lhe chegasse às mãos sem que ninguém se apercebesse. Nunca o deixara ficar mal, nem tão-pouco lhe virara as costas.
O sorriso de Jimmy era desagradável. "Nunca mexeste um dedo enquanto eu apodrecia na prisão na ilha Riker", pensava ele, "... mas uma vez mais, minha querida
irmã, vais ajudar-me a fugir, quer isso te agrade quer não."
Estacionou o carro a um quarteirão de distância das traseiras do prédio onde Cally vivia, fingindo inspeccionar o estado de um dos pneus enquanto, sub-repticiamente,
observava as redondezas. Não avistou nenhum polícia, mas, mesmo que mantivessem a casa de Cally sob observação, era pouco provável que soubessem da possibilidade
de entrar no prédio através da lixeira entaipada. Quando se endireitou, Jimmy praguejou ao ver um autocolante colado no pára-choques, dava muito nas vistas: "Estamos
a gastar a herança dos nossos netos", mas conseguiu descolá-lo.

Quinze minutos mais tarde, Jimmy já abrira a fechadura pouco segura da porta e entrara em casa de Cally. "Grande espelunca", pensou ao olhar para as fissuras
no tecto e para o linóleo gasto, mas limpo, que cobria o chão do pequeno
vestíbulo. Cally sempre fora uma mulher muito arrumada.
A um canto daquilo que tinha pretensões a sala de estar via-se uma árvore de Natal, abaixo da qual se viam dois embrulhos feitos com papel de cores garridas.
Com um encolher de ombros, Jimmy encaminhou-se para o quarto, onde começou a remexer no armário à procura das roupas que sabia de antemão estarem lá guardadas.
Depois de ter mudado de vestuário, passou uma busca à casa, tentando encontrar algum dinheiro, mas sem êxito. Com gestos bruscos abriu todas as portas da bancada
que separava o fogão, o frigorífico e o lava-louças da pequena sala de estar, procurando em vão uma cerveja, pelo que se viu obrigado a satisfazer-se com uma Pepsi,
após o que fez uma sanduíche.
A acreditar no que as suas fontes de informação lhe haviam dito, Cally já devia ter chegado a casa depois de sair do emprego, no hospital, e de ir buscar Gigi
à ama. Sentou-se no sofá, mantendo os olhos cravados na porta, com os nervos em franja. Já tinha gasto em comida a maior parte dos poucos dólares que encontrara
nos bolsos do uniforme do guarda, e era imprescindível arranjar mais para pagar as portagens da auto-estrada, e para encher o depósito do automóvel. "Despacha-te,
Cally", disse em pensamento. "Onde diabo estás metida?"
às dezoito menos dez, Jimmy ouviu a chave rodar na fechadura. De um salto, pôs-se de pé e em três passadas largas chegou ao vestíbulo, espalmando-se contra uma
parede. Esperou que Cally entrasse em casa e fechasse a porta atrás de si, e só então lhe tapou a boca com uma mão.
- Não grites! - sussurrou ele, abafando o grito de terror que a irmã ia soltar. - Estás a perceber? - Cally respondeu com um acenar de cabeça e o seu medo era
tanto que tinha os olhos arregalados. - Onde está a Gigi? Porque não veio contigo?
Retirou a mão da boca de Cally durante o tempo suficiente para lhe permitir responder numa voz arquejante, que mal se ouvia:
- Está em casa da ama. Hoje fica lá até mais tarde para eu poder ir às compras. Jimmy, o que vieste fazer aqui?
- Quanto dinheiro tens contigo?
- Toma, leva a minha carteira - replicou Cally estendendo-lha e rezando para que não ocorresse ao irmão revistar-lhe as algibeiras do casaco. "Oh, meu Deus,
faz com que ele se vá embora", desejou em silêncio.
Jimmy agarrou na carteira, fazendo-lhe uma advertência numa voz baixa e ameaçadora.
- Cally, vou largar-te, mas não tentes nenhuma esperteza, caso contrário Gigi não terá a mamã à sua espera. Estás a compreender?
-Sim.
Cally esperou que ele a soltasse para poder voltar-se lentamente, olhando-o frente a frente. Não via Jimmy desde aquela noite terrível, há quase três anos, quando,
com Gigi nos braços, chegara a casa vinda do trabalho num infantário, deparando-se-lhe o irmão, que a esperava no apartamento onde vivia na altura, em West Vilíage.
"Ele não mudou nada", pensou Cally, "com a excepção do cabelo, que está mais curto, e do rosto, mais emagrecido." Nos olhos de Jimmy não se reflectia um único
traço do afecto que em tempos, ainda que ocasionalmente, a levara a guardar a esperança de que talvez existisse uma possibilidade de ele vir a regenerar-se num futuro
próximo. Essa esperança dissipara-se, nada restava agora do rapazinho assustado, com apenas seis anos, que se colara a ela quando a mãe os abandonou, deixando-os
aos cuidados da avó, após o que desaparecera para sempre da vida dos filhos.
Jimmy abriu a mala de mão da irmã, começando a remexer tudo o que ela continha, até encontrar a carteira e o porta moedas verde.
- Só uns míseros dezoito dólares! - exclamou, encolerizado, depois de ter contado o dinheiro apressadamente. - Não tens mais nada?
- Jimmy, só depois de amanhã é que recebo o ordenado - replicou Cally numa súplica. - Leva o que tenho e vai-te embora. Por favor, deixa-me em paz e sossego.
"O depósito do carro está meio de gasolina", raciocinou Jímmy. "Este dinheiro chega para pagar mais meio depósito e para as portagens. Talvez dê até ao Canadá."
Agora teria de fazer com que Cally não abrisse a boca, o que não deveria ser difícil. Só precisaria de a avisar de que, se pusesse a Polícia no seu encalço e viesse
a ser apanhado, não hesitaria em jurar que fora ela quem arranjara maneira de lhe fazer chegar a arma às mãos a qual fora posteriormente usada para alvejar o guarda
prisional.
Subitamente ouviu um ruido do lado de fora, que o levou a girar sobre si mesmo, mas ao espreitar pelo ralo da porta não avistou ninguém. Então fez um gesto ameaçador
em direcção a Cally, indicando-lhe silenciosamente que se mantivesse calada e, sem fazer barulho, rodou a maçaneta da porta, abrindo uma pequena fresta, que lhe
permitiu ver um garotinho endireitar-se e, em bicos de pés, dirigir-se para as escadas.
Num movimento rápido, Jimmy abriu a porta para trás e, agarrando no garoto, imobilizou-o com um braço em redor da cintura, enquanto com o outro lhe tapava a
boca. Em seguida puxou-o para dentro de casa, onde o largou com brusquidão, deixando-o cair no chão.
- Estavas a espreitar pelo buraco da fechadura, miúdo? Quem é este, Cally?
- Jimmy, deixa-o, não lhe faças mal. Não sei quem é - gritou ela. - Nunca o vi.
Brian sentia-se tão atemorizado que mal conseguia falar, mas o medo não o impediu de ver que o homem e a mulher estavam irritados um com o outro. Pensou que
talvez ele pudesse ajudá-lo a recuperar a carteira da mãe, e por isso apontou para Cally.
- Ela tem a carteira da minha mãe.
Jimmy fitou o garoto.
- Ora bem, é a isso que eu chamo uma boa notícia - comentou ele, com um esgar irónico e voltando-se para a irmã. - Não te parece?

4

Um dos polícias à paisana conduziu Catherine ao hospital numa viatura sem qualquer distintivo.
- Vou ficar aqui à sua espera, senhora Dornan - informou o agente. - Tenho o radiorreceptor ligado; logo que Brian seja encontrado informam-nos.
Catherine anuiu com um acenar de cabeça. "Se encontrarem Brian", foi o pensamento que lhe ocorreu imediatamente e sentiu um nó na garganta perante o terror que
aquele lhe inspirava.
O átrio do hospital fora decorado de acordo com o espírito da quadra natalícia. No centro via-se uma árvore de Natal, grinaldas de sempre-verdes estavam penduradas
um pouco por toda a parte, e até o balcão da recepção havia sido enfeitado.
Quando foi buscar o cartão de visitante, informaram-na de que Tom fora transferido para o quinhentos e trinta. Encaminhou-se então para os elevadores, entrando
num que já estava meio cheio, principalmente com pessoal hospitalar
médicos de bata branca com a caneta e bloco de apontamentos a saírem do bolso, que revelavam a sua profissão, duas enfermeiras e alguns auxiliares de enfermagem
com o vestuário verde próprio do bloco operatório.
"Há duas semanas", pensava Catherine, "Tom examinava os seus doentes no Hospital Saint Mary, em Omaha, enquanto eu fazia as compras de Natal. Nesse mesmo fim
de tarde levámos as crianças a comer hambúrgueres. Então, tínhamos uma vida normal, boa e divertida, dizíamos piadas a respeito das dificuldades que Tom sentiu o
ano passado para conseguir colocar a árvore de Natal em cima do suporte, tendo-lhe eu prometido que compraria um novo. E, uma vez mais, lembro-me de ter pensado
que ele estava com um aspecto extremamente fatigado, se bem que nada tenha feito em relação a isso."
Três dias depois, ele fora-se completamente abaixo.
- Não tinha carregado para o quinto piso? - perguntou-lhe alguém.
Catherine pestanejou, despertando dos seus pensamentos.
- Sim, carreguei, obrigada.
Saiu do elevador, imobilizando-se por breves instantes, enquanto tentava organizar as ideias e encontrar o que procurava: uma seta na parede que apontasse para
os quartos entre os números quinhentos e quinze e quinhentos e trinta.
Ao aproximar-se da sala das enfermeiras, avistou Spence Crowley. Sentiu a boca seca, pois logo a seguir à operação, que decorrera naquela manhã, o médico assegurara-lhe
que tudo tinha corrido pelo melhor, acrescentando que o seu assistente faria a ronda aos doentes durante a parte da tarde. Porque estaria ele ali, e àquela hora?
Ficou preocupada. Haveria alguma coisa de anormal?
Entretanto, Crowley reparou nela e sorriu-lhe. "Oh, meu Deus! Certamente que não sorriria caso Tom estivesse...", um outro pensamento que Catherine não foi capaz
de completar.
O médico contornou rapidamente a mesa aproximando-se dela.
- Catherine, não estejas com esse ar preocupado! Tom está óptimo. É claro que continua sob o efeito dos analgésicos, mas os sinais vitais estão excelentes. -
Ela ergueu o olhar, desejando acreditar nas palavras que ouvia, querendo confiar na sinceridade que via reflectida nos olhos castanhos por trás dos óculos de lentes
sem aros. Com firmeza, ele agarrou-a pelo braço, levando-a para o cubículo atrás da sala das enfermeiras. Catherine, não é minha intenção mentir-te, tens de acreditar
que há boas hipóteses de o Tom vencer este problema. Tenho alguns pacientes que, apesar de sofrerem de leucemia, continuaram a levar vidas bastante preenchidas e
ricas. Existem vários tipos de fármacos que nos permitem manter esta doença sob controlo e o que tenciono ministrar a Tom é o Interferon, com o qual consegui obter
resultados milagrosos em alguns dos meus doentes. Inicialmente, o tratamento obrigará a injecções diárias, mas depois de chegarmos à dosagem mais adequada ele será
capaz de se injectar a si próprio. Quando estiver completamente recuperado da intervenção cirúrgica, poderá regressar ao trabalho, e posso jurar-te que isso acontecerá.
- E acrescentou apressadamente: - Todavia, temos um problema. - Naquele momento, o médico mostrava uma expressão decidida.
- Ao principio da tarde, quando visitaste Tom na unidade de cuidados intensivos, tanto quanto me é dado saber, estavas muito preocupada.
-Sim.
Catherine esforçou-se por conter as lágrimas mas fracassou. Sentira-se tão preocupada que, quando a informaram de que o marido sobrevivera na operação, a sensação
de alívio fora tal que não conseguiu dominar as suas emoções.
- Catherine, Tom acabou de me pedir que lhe falasse com toda a franqueza. Está convencido de que eu te disse que o seu estado clínico é muito grave e já começou
a não confiar em mim. Pergunta a si mesmo se lhe estarei a esconder alguma coisa e julga que a sua situação clínica talvez seja pior do que realmente é. Pois bem,
Catherine, acontece que isso não corresponde à verdade, e a tua tarefa é convencê-lo de que há boas hipóteses de virem a ter ambos uma vida longa e feliz. É essencial
que ele não pense que tem um tempo de vida limitado, não só porque essa ideia seria prejudicial à sua saúde, mas também porque, e isto é igualmente importante, não
corresponde à verdade. Para que possa recuperar a saúde, Tom precisa de fé na possibilidade de vir a melhorar, o que, substancialmente, é da tua responsabilidade.
- Spence, eu tinha obrigação de ter visto que ele não estava bem de saúde.
O médico enlaçou-lhe os ombros, dando-lhe um breve abraço.
- Ouve uma coisa - começou ele -, existe um velho ditado que diz: "Casa de ferreiro espeto de pau." Quando Tom se sentir melhor, tenciono fazê-lo suar as estopinhas
por ter feito tábua rasa de alguns dos avisos que o corpo lhe fez. Mas, por agora, é pôr cara alegre e passo ligeiro para o ir ver. Tenho a certeza de que és capaz.
Catherine esforçou-se por esboçar um sorriso.
- Assim está bem?
- Muito melhor - respondeu o médico. - Mantém o sorriso e não te esqueças de que estamos no Natal. Julguei que esta noite tencionavas trazer os garotos.
Catherine não podia mencionar que não sabia do paradeiro de Brian, pelo menos por agora. Ao invés, aproveitou para ensaiar o que tencionava dizer a Tom.
- Brian começou a espirrar e fiquei com receio de que se constipasse.
- Uma atitude sensata. Muito bem, até amanhã, rapariga, e agora não te esqueças, continua a sorrir. Ficas um espanto, assim.
Catherine voltou a acenar com a cabeça e começou a percorrer o corredor até ao quarto. Tentando não fazer barulho, abriu a porta. Tom dormia. Através do braço,
recebia uma substância intravenosa, que pingava gota a gota, e oxigénio por uns tubos inseridos nas narinas. Estava de uma palidez de mármore e os lábios tinham
uma cor entre o cinzento e o azulado.
A enfermeira particular levantou-se da cadeira.
- Ele tem perguntado por si, senhora Dornan. Eu espero lá fora.
Catherine aproximou uma cadeira da cama e sentou-se estendendo a mão para a do marido, em cima da coberta da cama. Examinou o rosto de Tom, perscrutando o mais
pequeno pormenor das suas feições: a testa alta, emoldurada por cabelos castanho-arruivados, precisamente a mesma cor dos de Brian; as sobrancelhas espessas, que
tinham sempre um aspecto um tudo-nada hirsuto; o nariz bem desenhado e os lábios, que habitualmente esboçavam um sorriso. Catherine pensou nos olhos do marido, mais
azuis do que cinzentos, na ternura e compreensão que se lia neles. "Tom incute confiança aos seus doentes", pensou ela. "Oh, Tom, quero tanto dizer-te que o nosso
menino desapareceu. Queria pedir-te que ficasses junto de mim, que me ajudasses a procurá-lo."
Tom Dornan abriu os olhos.
- Olá, meu amor - saudou numa voz enfraquecida.
- Olá, digo eu - replicou Catherine baixando-se para o beijar. - Peço desculpa por me ter comportado de forma tão idiota esta tarde. A minha atitude pode ser
classificada de síndroma pós-menstrual ou apenas de grande alívio, à moda antiga. Sabes bem como sou capaz de ser uma sentimental toda babada. Chego ao ponto de
chorar quando as coisas têm um final feliz. - Catherine endireitou as costas, olhando bem de frente para o marido. - Estás a melhorar de uma maneira assombrosa,
esta é que é a verdade.
Contudo, não lhe passou despercebido que ele não acreditava nas suas palavras. "Ainda não", pensou ela determinada.
- Julguei que trarias os miúdos contigo - observou Tom, numa voz baixa e entrecortada.
Catherine compreendeu que, na presença do marido, lhe seria impossível proferir o nome de Brian sem que se fosse abaixo.
- Tive receio de que se colassem a ti, não permitindo que descansasses - optou ela por dizer rapidamente. - Pensei que seria preferível que esperassem até amanhã
de manhã para te visitarem.
- A tua mãe telefonou - redarguiu Tom numa voz
taramelada -, mas a enfermeira é que falou com ela. Disse que te tinha entregue um presente muito especial para tu me dares. De que se trata?
- Os rapazes têm de estar presentes. Eles é que querem dar-te essa prenda.
- De acordo, mas não te esqueças de os trazer amanhã de manhã. Quero vê-los.
- Com certeza, mas, visto que agora estamos só nós dois, talvez eu devesse meter-me na cama contigo.
- Assim é que é falar - replicou Tom, abrindo os olhos de novo e esboçando um sorriso agarotado antes de voltar a adormecer.
Durante um longo momento, Catherine deixou-se ficar com a cabeça em cima da cama e só se levantou quando sentiu a enfermeira entrar em bicos de pés.
- Não acha que ele está com um aspecto fantástico? - perguntou Catherine, com uma expressão radiante, enquanto a enfermeira tomava o pulso de Tom.
Sabia que até mesmo naquela semi-sonolência, era possível que o marido ouvisse as suas palavras. Pouco depois, lançando-lhe um último olhar, saiu do quarto num
passo apressado. Percorreu o corredor em direcção ao elevador, atravessou o átrio do hospital e encaminhou-se para o carro da Polícia que a aguardava.
O agente à paisana respondeu à pergunta que ela não formulara.
- Até ao momento, nada, senhora.

5

- Eu já te disse que me dês a carteira - insistiu Jimmy Siddons num tom de voz que não augurava nada de bom.
Cally tentou mostrar uma coragem que não sentia.
- Não sei de que está este rapaz a falar, Jimmy.
- Sabe, sim - atalhou Brian. - Eu bem a vi a apanhar a carteira da minha mãe. E vim atrás de si porque tenho de a recuperar.
- Com que então és um rapazinho esperto, não é? - comentou Jimmy, escarnecedor. - Sempre atrás da massa. - A expressão do seu rosto adquiriu um aspecto
ameaçador
quando se voltou para a irmã. - Não me obrigues a tirar-te
a carteira à força, Cally.
Não valia a pena fingir que não a tinha, pois Jimmy sabia que o garoto dizia a verdade. Cally ainda não despira o casaco. Levou a mão à algibeira, donde tirou
a elegante carteira de pele, e, em silêncio, entregou-a ao irmão.
- Isso pertence à minha mãe - afirmou Brian num tom de desafio.
Contudo, o olhar que o homem lhe lançou provocou-lhe um arrepio de medo. Estivera prestes a deixar-se levar por um impulso momentâneo, tentando apoderar-se da
carteira, mas depois de ter pensado melhor, e subitamente receoso, meteu as mãos nos bolsos.
Jimmy Siddons abriu a carteira no compartimento das notas.
- E esta, hem... - exclamou num tom de admiração. - Cally, tu surpreendes-me, levas a palma a alguns ladrões de carteiras que conheço.
- Eu não a roubei - protestou a rapariga. - Alguém a deixou cair no chão, onde a encontrei. Tencionava devolvê-la pelo correio.
- Pois bem, podes pôr essa ideia de parte - retorquiu Jimmy. - Agora é minha e bem preciso dela. - Tirou um grosso maço de notas da carteira começando a contá-las.
Temos três notas de cem dólares, quatro de cinquenta, seis de vinte, quatro de dez, cinco de cinco e três de um dólar. Ao todo, são seiscentos e oitenta e oito dólares.
Nada mau, vai servir-me às mil maravilhas. - Com estas palavras, Jimmy atafulhou o dinheiro dentro do bolso do casaco de camurça que tirara do roupeiro do quarto,
e começou a inspeccionar os vários compartimentos da carteira. - Cartões de crédito. Ora bem, e porque não? Uma carta de condução... não, duas cartas de condução:
Catherine Doman e doutor Thomas Dornan. Quem é este doutor Dornan, miúdo?
- É o meu pai. Ele está internado no hospital.
Brian observava a cena, até que do compartimento mais fundo da carteira surgiu a medalha.
Jimmy Siddons retirou-a, pegou-lhe pela corrente e começou a rir-se com uma expressão de incredulidade.
- São Cristóvão! Há anos que não ponho os pés numa igreja, mas até eu sei que há já muitos anos que correram com ele. Quando me lembro de todas aquelas histórias
que a avó nos costumava contar, de como ele levou Cristo aos ombros, atravessando o ribeiro ou o rio, ou lá o que era! Recordas-te, Cally?
Numa atitude desdenhosa deixou que a medalha caísse para o chão e Brian baixou-se de imediato para a apanhar. Guardou-a dentro da mão bem fechada, após o que
colocou o fio à volta do pescoço.
- O meu avô usou-a durante a guerra e voltou para casa são e salvo. Ela vai fazer com que o meu pai fique melhor. A carteira não me interessa nada, pode ficar com
ela, o que eu realmente queria era esta medalha. Agora vou-me embora.
Dito aquilo, Brian voltou-se e correu para a porta e já tinha dado a volta à maçaneta quando Siddons o alcançou, tapando-lhe a boca com a mão, ao mesmo tempo
que o obrigava a retroceder com brusquidão.
- Tu e o São Cristóvão vão ficar aqui, ao pé de mim, meu menino - disse o homem, empurrando o garoto com violência para o chão.
Brian ficou sem respiração quando a sua cabeça embateu no linóleo rachado. Com lentidão, sentou-se, parecia-lhe que a sala andava à roda, mas ouvia a mulher
que perseguira falar com o homem em tom de súplica.
- Jimmy, não lhe faças mal. Por favor, deixa-nos em paz. Leva o dinheiro e vai-te embora.
Brian colocou os braços à volta das pernas, esforçando-se por não chorar. Não devia ter perseguido aquela mulher, agora apercebia-se de que fora um erro. Devia
ter gritado por socorro em vez de ir no seu encalço, talvez alguém a detivesse. Aquele homem era ruim, aquele homem não permitiria que regressasse a casa. Ninguém
sabia do seu paradeiro, por isso não poderiam procurá-lo.
Sentiu a medalha que pendia do seu pescoço e cerrou o punho em redor da imagem. "Por favor, permite que eu volte para junto da minha mãe", rezou em silêncio,
"para que eu possa oferecer-te ao meu pai."
Não ergueu o olhar, pelo que não reparou que era alvo da observação de Jimmy, nem sabia que os pensamentos deste lhe corriam pela mente à desfilada, enquanto
avaliava a situação. O miúdo fora atrás de Cally depois de esta ter apanhado a carteira, raciocinava Siddons. Teria sido seguido? Não. Fosse esse o caso e naquela
altura já teria chegado alguém à sua procura.
- Onde apanhaste a carteira? - perguntou Jimmy à irmã.
- Encontrei-a na Quinta Avenida, no lado oposto ao Centro Rockefeller - respondeu Cally, que naquele momento já se sentia aterrorizada. Jimmy não se deteria
perante nada que pudesse impedi-lo de fugir, não hesitaria em matá-la e seria também capaz de fazer o mesmo á criança.
- A mãe dele deve tê-la deixado cair, apanhei-a junto ao lancil do passeio. Calculo que ele me tenha visto.
- Imagino que sim - concordou Jimmy, olhando para
o telefone na mesinha junto do sofá. Então, com um esgar que pretendia ser um sorriso, sacou do telemóvel, que tirara do porta-luvas do automóvel que roubara e também
de uma pistola, que apontou a Cally. - É possível que a bófia tenha colocado o teu telefone sob escuta - continuou Jimmy apontando para a pequena mesa próxima do
sofá. - Passa para ali. Vou ligar o teu número e dizer-te que quero entregar-me à Polícia, e que pretendo que telefones ao advogado que o promotor público nomeou
para me defender. Tudo o que tens a fazer é comportar-te de forma simpática, ainda que nervosa, tal como estás a proceder agora. Se cometeres um só erro que seja,
tu e este miúdo podem considerar-se mortos. - Interrompeu-se, baixando o olhar para Brian. - Um só pio que saia da tua boca e... - deixou a ameaça no ar, sem concluir
a frase. Brian esboçou um gesto que indicava ter compreendido. Estava tão atemorizado que nem sequer foi capaz de dizer que se manteria calado. - Cally, percebeste
tudo o que te disse?
A interpelada acenou que sim. "Mas que grande estúpida eu fui", pensou ela. "Fui suficientemente idiota para me convencer de que conseguia afastar-me dele. Nada
feito. Até sabe o meu número de telefone."
Jimmy acabou de marcar o número e o aparelho junto de Cally começou a tocar.
- Estou - disse ela, numa voz baixa e ensurdecida.
- Cally, fala o Jimmy. Ouve, estou metido num sarilho. O mais certo é já teres conhecimento do que se passa. Lamento muito ter tentado a fuga da prisão e só
espero que o guarda sobreviva. Estou teso e tenho receio. - A voz dele parecia uma sucessão de lamúrias. - Liga para o Gil Weinstein, o advogado que a acusação nomeou
para me defender, e diz-lhe que preciso de encontrar-me com ele na Catedral de Saint-Patrick, quando a Missa do Galo acabar. Tenciono entregar-me, mas quero que
esteja ao meu lado quando o fizer. O número de telefone da sua casa é o cinco cinco cinco zero dois seis sete. Cally, lamento muito ter causado esta complicação
toda. - Jimmy desligou o telemóvel e observou Cally, que o imitou. - Eles não podem descobrir a origem de um telefonema feito através de um telemóvel, sabes isso,
não é verdade? Muito bem, agora liga para o Weinstein e conta-lhe a mesma história. Se os polícias estiverem à escuta, nesta altura já dão saltos de contentes.
- Jimmy, vão pensar que eu...
Em duas passadas largas, o irmão colocou-se ao lado dela, apontando-lhe a arma à cabeça.
- Faz o telefonema.
- Se calhar o teu advogado nem sequer está em casa, e é possível que se recuse a encontrar-se contigo.
- Não, eu conheço-o bem. É um idiota chapado e quererá aproveitar a publicidade. Liga-lhe.
Não foi preciso dizer de novo a Cally que fizesse a ligação com rapidez, e no preciso momento em que Gil Weinstem atendeu do outro lado da linha, ela começou
logo a falar.
- O senhor não me conhece, o meu nome é Cally Hunter. O meu irmão, Jimmy Siddons, acabou de me telefonar e pediu-me que lhe dissesse... - numa voz entrecortada,
Cally repetiu a mensagem do irmão.
- Estou de acordo em encontrar-me com ele - anuiu o advogado. - Fico satisfeito por Jimmy ter tomado essa decisão, mas se o guarda prisional falecer, o seu irmão
enfrentará um julgamento que o pode sentenciar à pena de morte. Pelo primeiro homicídio poderia apanhar prisão perpétua, sem hipótese de liberdade condicional, mas
agora... - e a voz do homem sumiu-se.
- Estou em crer que ele se dá conta dessa possibilidade - replicou Cally, vendo o gesto que Jimmy lhe fazia. - Agora tenho de desligar. Adeus, doutor Weinstein.
- Davas uma cúmplice e peras, irmãzinha mais velha - ironizou Jimmy, que depois baixou o olhar para o garoto. - Como te chamas, miúdo?
- Brian - respondeu o rapazito num murmúrio.
- Vamos embora, Brian. Vamos pôr-nos a andar daqui para fora.
- Jimmy, deixa-o em paz, por favor, deixa-o ficar aqui comigo.
- De maneira nenhuma! Há que não esquecer a possibilidade de ires a correr contar tudo aos chuis, apesar de tu própria estares metida numa grande alhada a partir
do momento em que esse miúdo começar a falar com a Polícia. Ao fim e ao cabo, a verdade é que roubaste a carteira da mãe dele. Não, o rapaz vem comigo. Ninguém desconfiará
de um tipo acompanhado de um miúdo, não te parece? Amanhã de manhã ponho-o em liberdade, quando chegar ao lugar para onde vou. Depois disso podes dizer á Polícia
tudo o que te der na real gana acerca de mim, e o rapaz até estará disposto a confirmar o que disseres, não é verdade?
Brian encolheu-se, chegando-se mais a Cally. O homem provocava-lhe tanto medo que todo ele tremia. Tencionaria obrigá-lo a acompanhá-lo?
- Jimmy, por favor, deixa-o ficar - pediu Cally empurrando Brian, como se pretendesse ocultá-lo atrás de si.
A boca de Jimmy Siddons contorceu-se num esgar de fúria. Agarrou a irmã por um braço, puxando-a violentamente para junto de si, e torceu-lhe o braço atrás das
costas com brutalidade.
Cally gritou, ao mesmo tempo que largava Brian e caía no chão.
Com uma expressão no olhar que negava a existência de qualquer sentimento de afecto entre os dois, Jimmy manteve-se perto dela, voltando a apontar-lhe a pistola
à cabeça.
- Se não fizeres como te digo, podes contar com outra dose destas... e pior ainda. Nunca me hão-de apanhar vivo. Nem tu nem ninguém conseguirá enviar-me para
a câmara da morte. Além do mais, tenho uma namorada que está à minha espera. Portanto, cala essa boca. Até estou disposto a fazer uma combinação contigo: tu ficas
calada e eu não mato o miúdo, mas, se a Polícia tentar armar-me uma cilada, ele leva com um balázio na cabeça. É tão simples quanto isso. Percebeste bem o que te
disse? - Jimmy enfiou a pistola por dentro do casaco, baixou-se e, com movimentos bruscos, levantou Brian do chão. - Tu e eu vamos ser uns verdadeiros compinchas,
meu menino - disse. - Compinchas a sério - acrescentou com um ar trocista. - Boas festas, Cally.

6

A carrinha, sem nada que a distinguisse das demais, encontrava-se estacionada junto do passeio oposto ao prédio onde Cally vivia, servindo de posto de observação
aos detectives, que mantinham o prédio sob vigilância, na esperança de captar qualquer indício da presença de Jimmy Siddons. Assim, tinham dado pelo regresso de
Cally um pouco depois da sua hora habitual.
Jack Shore, o detective que a visitara da parte da manhã, retirou os auscultadores dos ouvidos, praguejou em silêncio e voltou-se para o seu parceiro.
- O que te parece, Mort? Não, espera um pouco. Vou dizer-te qual a minha opinião. É um truque. Ele anda a tentar ganhar tempo para poder afastar-se o mais possível
de Nova iorque, enquanto nós admiramos as obras de arte na catedral ao mesmo tempo que o procuramos.
Mort Levy, vinte anos mais novo do que Shore e menos cínico, esfregou o queixo, gesto que indicava sempre que estava mergulhado nos seus pensamentos.
- Caso seja um truque, não me parece que a irmã seja cúmplice por vontade própria. Não é preciso ser psicólogo para reparar no grau de tensão que se adivinhava
no tom da voz dela.
- Ouve uma coisa, Mort: tu estiveste no funeral de Bul Grasso. Tinha apenas trinta anos e quatro filhos pequenos quando foi alvejado entre os olhos por esse
vadio, o Siddons. Se Cally Hunter não nos tivesse ocultado nada, se nos informasse de que havia dado dinheiro e as chaves do seu carro ao sabujo do irmão, Grasso
saberia o que o esperava quando o mandou parar por ele não ter respeitado um sinal vermelho.
- Eu continuo a crer que Cally acreditou na história que Jimmy lhe impingiu, quando lhe disse que andava fugido por ter participado numa luta entre malfeitores
e que os do outro bando o perseguiam. Não me parece que soubesse que ele tinha ferido o empregado de balcão de uma loja de bebidas. Ele ainda não cometera delitos
de grande gravidade.
- O que queres dizer é que até essa altura não tinha sido descoberto - ripostou Shore. - É uma pena que o juiz não conseguisse mandar Cally para a cadeia sob
a acusação de cumplicidade e encobrimento num caso de homicídio, em vez de a ter condenado apenas por ter ajudado o irmão a fugir à justiça. Saiu da cadeia depois
de cumprir uma sentença que não ultrapassou os quinze meses de reclusão, mas o certo é que, esta noite, a viúva de Grasso está a enfeitar a árvore de Natal sem a
ajuda do marido. - O rosto do detective ficou avermelhado, tal a cólera que o homem sentia. - Vou entrar no jogo dele. Temos de manter a catedral sob vigilância,
não vá dar-se o caso de esse bandalho falar verdade. Fazes alguma ideia de quantas pessoas assistirão à Missa do Galo esta noite? Calcula um número...

Cally sentou-se no sofá de veludo sintético já muito gasto, mantendo as mãos enclavinhadas nos joelhos e a cabeça baixa, com os olhos cerrados. Tremia como varas
verdes, incapaz de chorar, de sentir fadiga. "Meu bom Deus, querido Deus, porque está tudo isto a acontecer?"
O que deveria fazer?
Se, por acaso, acontecesse algo de mal a Brian, Cally seria a única responsável, pois fora ela quem apanhara do chão a carteira da mãe do garoto, e por esse
motivo é que ele a perseguira. Se o rapazito dizia a verdade, o seu pai encontrava-se muito doente, e ocorreu-lhe então ao pensamento a imagem da jovem mulher, de
aspecto atraente, que usava um casaco cor-de-rosa, e a certeza que tivera de que tudo na vida dela devia correr na perfeição.
Logo que Jimmy chegasse ao seu destino, cumpriria o que dissera, libertando o rapazinho? Como poderia ela agir face àquelas circunstâncias? Raciocinando concluiu
que, para onde quer que Jimmy se dirigisse, a Polícia encetaria buscas nessa área. "E ainda que ele decida libertar Brian, este contará que veio atrás de mim porque
me apoderei indevidamente da carteira", recordou Cally a si própria.
Contudo, havia que não esquecer que ele ameaçara matar o garoto, se a Polícia lhe armasse uma cilada, e Cally não duvidava de que o irmão falava a sério. "Por
conseguinte, se eu contar à Polícia, Brian não terá a mínima possibilidade de sair disto com vida", pensava ela. "Mas se não disser nada e Jimmy decidir libertá-lo,
nesse caso poderei afirmar, com toda a sinceridade, que me calei porque Jimmy ameaçou matar a criança, se os polícias se aproximassem dele, e que eu sabia que ele
não estava a brincar. Tenho a certeza de que falou muito a sério." Aquele era o pior aspecto do problema.
A imagem do rosto de Brian não lhe saia do pensamento. Os cabelos castanho-arruivados que lhe caíam para a testa, os olhos grandes de um azul intenso, que denotavam
inteligência, as sardas que lhe salpicavam as faces e o nariz. Quando Jimmy o arrastou, a primeira impressão com que ela ficou foi a de que o garoto não teria mais
de cinco anos, mas, a julgar pela maneira como ele se expressava deveria ser mais velho. Mostrara-se muito assustado quando Jimmy o obrigara a acompanhá-lo - saíram
pela janela e daí saltaram para as escadas de emergência - e voltara-se até para trás, fitando-a com um olhar de súplica.
Entretanto, ouviu-se a campainha do telefone. Era Aika, a bondosa mulher de raça negra que tomava conta de Gigi, juntamente com os seus próprios netos, todas
as tardes, depois de o jardim-escola fechar.
- Decidi ligar só para saber se já tinhas chegado a casa, Cally - disse Aika numa voz melodiosamente rica e reconfortante. - Conseguiste encontrar o vendedor
de bonecas?
- Infelizmente não.
- É uma pena. Precisas de mais tempo para ires às compras?
- Não, vou já buscar a Gigi.
- Não é preciso. Ela já jantou com a minha malta, e como tenho de comprar leite para o pequeno-almoço, passo perto da tua casa. Deixo-a aí dentro de mais ou
menos meia hora.
- Obrigada, Aika - agradeceu Cally pousando o auscultador.
Só então reparou que ainda não tirara o casaco. Para além da luz do vestíbulo, a casa estava mergulhada em escuridão. Despiu-o, dirigiu-se para o quarto e abriu
a porta do armário, ficando sem respiração ao constatar que Jimmy, quando fora buscar o casaco de camurça e as calças castanhas, que tinham sido do Frank, deixara
as roupas que usava amarfanhadas no chão: um casaco, um par de calças e um sobretudo imundo.
Baixou-se para as apanhar. O detective Shore dissera-lhe que Jimmy, depois de disparar contra um guarda prisional, se apoderara do seu uniforme e, na realidade,
o casaco tinha vários orifícios de balas.
Num grande frenesim, Cally enrolou tudo numa trouxa, pensando que, se os polícias fossem a sua casa munidos de um mandado de busca, jamais acreditariam nela
quando lhes dissesse que Jimmy forçara a entrada no apartamento. Pelo contrário, ficariam firmemente convencidos de que ela é que dera ao irmão as roupas que ele
vestira, e seria enviada outra vez para a prisão. Perderia Gigi para sempre! O que deveria fazer?
Deu uma vista de olhos pelo interior do roupeiro, como se procurasse desesperadamente uma solução para aquele problema, e foi então que avistou a caixa, colocada
na prateleira superior, onde costumava guardar as roupas de Verão, as suas e as de Gigi. Agarrou nela, pô-la no chão, abriu-a e tirou para fora tudo o que continha,
colocando as peças de vestuário em cima da prateleira, sem se dar ao trabalho de as dobrar. Em seguida, meteu o uniforme e o sobretudo dentro da caixa, fechou-a
e procurou debaixo da cama o papel de embrulho para os presentes de Natal que guardara aí.
Com as mãos a tremer, denotando todo o nervosismo que sentia, começou a embrulhar a caixa, servindo-se do papel decorado com motivos alusivos à quadra natalícia,
e atou-a com uma fita colorida. Em seguida, levou-a para a sala de estar, colocando-a na base da árvore. Tinha terminado aquela tarefa quando ouviu a campainha da
porta da rua. Alisando os cabelos e obrigando-se a fazer um sorriso acolhedor, dirigiu-se para o intercomunicador.
Era o detective Shore, acompanhado de outro colega que viera com ele nessa mesma manhã, e os dois homens subiram.
- Andamos a brincar de novo, Cally? - perguntou Shore. - Espero bem que não - acrescentou em tom ameaçador.

7

Brian encolhia-se todo no assento ao lado do condutor, enquanto Jimmy Siddons continuava a conduzir pela East River Drive. O garoto nunca sentira tanto medo
na sua ainda curta vida. O homem obrigara-o a trepar pela escada de emergência até ao telhado e, em seguida, tinha sido praticamente arrastado de um telhado para
o outro, percorrendo toda a extensão do quarteirão, até que, finalmente, desceram pelo interior de um edificio desocupado, saindo para a rua onde o carro ficara
estacionado. Depois empurrara-o para o interior do veículo, prendendo-o com o cinto de segurança.
- Não te esqueças de me tratar por pai, se houver alguém que nos mande parar - advertira o foragido.
Brian sabia que o homem se chamava Jimmy, nome que a mulher utilizara ao falar com ele, e reparara também que ela se mostrara preocupada com a sua segurança.
Quando Jimmy o puxou através da janela, Cally começara a chorar, o que revelava até que ponto receava pela sorte dele. Assim, como estava a par do nome dos pais
de Brian, talvez decidisse chamar a Polícia. Caso o fizesse, encetariam buscas para o encontrar? Mas, por outro lado, Jimmy dissera que O mataria caso tentassem
apanhá-los. Teria falado a sério'?
Brian encolheu-se ainda mais no assento do carro, amedrontado e com fome. Precisava também de ir á casa de banho, mas tinha receio de pedir. O seu único conforto
era a medalha que sentia encostada ao peito, por dentro do casaco, a que acompanhara sempre o avô durante a guerra, trazendo-o são e salvo de retorno a casa após
esta ter acabado. Certamente que faria com que o estado de saúde do pai melhorasse e com que ele regressasse a sua casa sem lhe acontecer nada de mal. Não tinha
a mínima dúvida quanto a isso.
Jimmy Siddons lançou um olhar de soslaio ao seu pequeno refém. Pela primeira vez, desde que fugira da penitenciária, começava a sentir-se mais descontraído.
Continuava a nevar, mas, se a neve não caísse com maior intensidade do que naquele momento, não seria motivo para preocupações. Por outro lado, Cally não se atreveria
a chamar a Polícia, tinha a certeza absoluta, pois ela conhecia-o suficientemente bem para acreditar nas suas palavras quando dissera que mataria o miúdo, caso o
impedissem de prosseguir viagem.
"Não estou disposto a apodrecer na cadeia durante o resto da minha vida", pensou Jimmy, "e também não tenciono dar-lhes a oportunidade de me encherem o corpo
de veneno. Ou consigo fugir, ou estará tudo acabado. Mas hei-de conseguir."
Jimmy esboçou um sorriso sombrio. Sabia que já teria sido emitido um alerta pormenorizado em relação à sua pessoa e, consequentemente, naquela altura, todas
as saídas de Nova iorque já se encontrariam sob vigilância. Não obstante, ninguém fazia a mais pequena ideia do local para onde se dirigia, e com certeza que a Polícia
não desconfiaria de um pai, a viajar de automóvel acompanhado do filho, numa viatura cujo roubo ainda não fora participado.
Já tirara do porta-bagagens todos os presentes que o casal aí guardara e, naquele momento, estavam empilhados no banco traseiro, como símbolo da alegria natalícia.
Aqueles embrulhos aliados à presença do garoto no assento da frente significavam que, mesmo no caso de os cobradores nas cabinas de portagem já terem sido alertados
para que se mantivessem atentos, não lançariam um segundo olhar aos ocupantes do veículo.
Dentro de umas oito ou nove horas, Jimmy atravessaria a fronteira e chegaria ao Canadá, onde Paige estava à sua espera. Então, procuraria um belo lago de águas
bastante profundas, que seria o destino daquele automóvel, assim como o de todas as prendas no seu interior, final que também estaria reservado àquele miúdo e à
sua medalha de São Cristóvão.

O poder extraordinário de que o Departamento da Polícia de Nova iorque dispunha entrou metodicamente em acção, enquanto se estruturavam planos que garantiriam
que Jimmy Siddons não se escaparia por entre as malhas da justiça, não fosse o foragido entrar em estado de pânico no último minuto, dicidindo não se entregar depois
da Missa do Galo, que seria celebrada á meia-noite.
Assim que o sistema de escuta da Polícia começou a gravar os telefonemas que Cally recebera de Jimmy, como o que esta fizera ao advogado, Jack Shore apressou-se
a transmitir essas informações. Ao mesmo tempo, dera a conhecer aos seus superiores hierárquicos, com toda a exactidão qual a sua opinião sobre a "decisão" de Siddons
se "render" às autoridades.
- É um disparate em toda a acepção da palavra - dissera ele numa voz de poucos amigos. - Vamos mobilizar umas dezenas de agentes até à uma e meia ou duas da
madrugada, enquanto ele já vai a meio caminho do Canadá ou do México, antes de descobrirmos que fez de nós uns idiotas chapados.
Contudo, o comissário adjunto destacado para aquele caso ripostara-lhe, sem meias palavras.
- Muito bem, Jack. Todos sabemos o que pensas deste assunto, mas agora é preciso pôr mãos à obra. Ninguém o viu a rondar a casa da irmã, não é verdade?
- Não, senhor comissário - respondeu Jack Shore, cortando a transmissão, após o que ele e o seu parceiro, Mort, fizeram uma visita a Cally. Quando regressaram
à carrinha, o detective entrou outra vez em contacto com a esquadra. - Acabámos de sair do apartamento onde Cally Hunter vive, senhor comissário. Ela está bem ciente
das consequências, caso decida ajudar o irmão seja de que maneira for. A ama deixou-lhe a filha em casa quando já nos vinhamos embora, o que me leva a concluir que
não sairá durante o resto da noite.
Mort Levy franziu o sobrolho ao ouvir a conversa que o colega de trabalho travava com o comissário adjunto. Detectara algo naquele apartamento que estava diferente
do que vira nessa mesma manhã, embora não fosse capaz de definir o que não batia certo. Mentalmente, começou a rever a forma como o espaço da casa estava dividido:
o pequeno vestíbulo, a casa de banho que dava para a entrada, o espaço estreito que abrangia a cozinha e a sala de estar, o quarto, que mais se assemelhava a uma
cela, onde mal cabia uma cama de pessoa só, um divã para a garota e uma pequena cómoda com três gavetas.
Jack perguntara a Cally se se importava que dessem outra vista de olhos pela casa, ao que ela acedera prontamente, pelo que tinham a certeza de que ali não estava
ninguém escondido. Abriram a porta da casa de banho, inspeccionaram debaixo das camas e espreitaram para dentro do roupeiro. A contragosto, Levy sentiu piedade perante
os esforços que Cally Hunter fizera, numa vã tentativa para imprimir uma atmosfera mais acolhedora àquela casa tão desconfortável. As paredes haviam sido pintadas
de um amarelo-garrido e sobre o sofá bastante velho empilhavam-se almofadas, de um tecido florido, dispostas ao acaso. A árvore de Natal fora corajosamente decorada
com toneladas de fitas cintilantes, a que se juntavam várias fieiras de pequenas luzes vermelhas e verdes. Por baixo da árvore viam-se uns quantos presentes embrulhados
com papel de cores alegres.
"Presentes?", Mort não compreendeu por que motivo aquela palavra despertara qualquer coisa no seu subconsciente e ficou a pensar por momentos, acabando por abanar
a cabeça num gesto de frustração. "Esquece-te disso", disse a si próprio.
Desejava que Jack não tivesse atormentado Cally Hunter, pois não era difícil ver que a rapariga se sentia aterrorizada com a sua presença. Mort não interviera
no caso dela que fora a julgamento há mais de dois anos, mas, a fazer fé no que lhe chegara aos ouvidos, acreditava que Cally tinha pensado sinceramente que o irmão
mais novo, sempre metido em problemas, participara numa rixa entre gente pouco recomendável, e que os membros do outro bando andavam à caça dele.
"De que estarei a tentar recordar-me de ter visto no apartamento?", perguntava Mort a si mesmo. "O que me pareceu diferente?"
Normalmente, deveriam acabar o turno às vinte horas mas naquela noite os dois detectives tinham de regressar à esquadra. A exemplo de muitos outros agentes,
seriam obrigados a fazer horas extraordinárias, pelo menos até à Missa do Galo, que se realizaria na catedral. Talvez, e apenas talvez, Siddons decidisse aparecer,
tal como prometera, e Levy sabia que Shore ansiava por efectuar pessoalmente aquela detenção.
- Eu sou capaz de descobrir esse tipo, ainda que esteja disfarçado com o hábito de uma freira - não se cansava ele de repetir.
Bateram à porta traseira da carrinha, o que significava que os homens que os substituiriam já tinham chegado. Quando Mort se pôs de pé espreguiçando-se para
distender o corpo e saiu para a rua sentiu-se satisfeito por ter dado a Cally Hunter um dos seus cartões-de-visita, ao sair de casa dela.
- Se lhe apetecer conversar com alguém, senhora Hunter - murmurara-lhe ele - aqui tem um número de telefone para onde poderá contactar-me.

8

A multidão que enchera a Quinta Avenida estava bastante reduzida àquela hora, se bem que ainda houvesse algumas pessoas que admiravam a árvore de Natal em exposição
no Centro Rockefeller e outras que continuavam em fila à espera de poderem ver as montras da Saks, além do fluir constante de visitantes que entravam e saíam da
Catedral de Saint-Patrick.
Mas quando o automóvel em que Catherine seguia parou atrás do carro-patrulha onde o agente Ortiz e Michael aguardavam, ela viu que as pessoas que faziam as últimas
compras de Natal já tinham desaparecido.
"Já estão todos a caminho de suas casas", pensou. "Preparam-se para embrulhar as últimas prendas, dizendo uns aos outros que no próximo ano não tencionam andar
a correr pelas lojas na véspera de Natal.
Deixar tudo para o último minuto, fora essa a sua maneira de proceder até há doze anos, quando um estagiário do terceiro ano, o doutor Thomas Doman, foi aos
serviços administrativos do Hospital Saint-Vincent e aproximou-se da sua mesa de trabalho.
- Você é nova aqui, não é verdade? - perguntara ele.
Tom, um homem com quem era tão fácil lidar, o que não impedia que fosse uma pessoa muito organizada... Se fosse ela que estivesse doente, ele nunca teria atafulhado
todo o dinheiro e os documentos de identificação numa carteira já de si tão cheia, nem a teria guardado de forma tão imprevidente, de maneira a que qualquer pessoa
a pudesse ter apanhado do chão.
Aquele era o pensamento que torturava Catherine enquanto abria a porta do automóvel, saía para a rua, onde a neve caía em rodopio, e dava uma pequena corrida
até ao carro-patrulha. Brian nunca se afastaria assim sem mais nem menos, sem ser acompanhado, disso Catherine estava totalmente segura. Mostrara-se de tal maneira
ansioso por ir visitar o pai que nem sequer quisera perder tempo a ver a árvore de Natal do Centro Rockefeller, por isso certamente se afastara tendo qualquer coisa
de concreto em mente, era a única explicação plausível. Na hipótese de ninguém o ter sequestrado - o que parecia ser pouco provável - devia ter visto a pessoa que
furtara ou apanhara do chão a carteira da mãe e fora em sua perseguição.
Michael estava sentado no assento da frente, ao lado do agente Ortiz, enquanto bebia pequenos goles de um refrigerante. No chão à sua frente via-se o que restava
de um hambúrguer com ketehup dentro de um saco de papel castanho. Catherine sentou-se ao lado do filho, no assento onde mal cabia, alisando-lhe os cabelos para trás.
- Como está o pai? - perguntou ele num tom de ansiedade. - Não lhe contaste o que se passou com Brian, pois não?
- Não, claro que não. Tenho a certeza de que Brian será encontrado dentro em pouco, pelo que não há motivo para o preocupar. Além de que ele recuperou muito
bem. Falei com o doutor Crowley, que está muito optimista a respeito do teu pai. - Por cima da cabeça de Michael, Catherine lançou um olhar ao agente Ortiz. - Já
passaram quase duas horas - acrescentou num tom de voz que se esforçava por parecer tranquilo.
O polícia confirmou com um acenar de cabeça.
- A descrição dos traços fisionómicos de Brian será dada de hora a hora a todos os agentes da Polícia, assim como aos que estão nos carros-patrulha que percorrem
esta área da cidade. Senhora Dornan, Michael e eu temos estado a conversar. Ele tem a certeza de que Brian não se afastou sem que para isso houvesse uma razão.
- Ele tem razão. Brian não faria uma coisa dessas.
- Falou com as pessoas que estavam à sua volta quando deu pela falta do seu filho?
- Falei - confirmou
- E ninguém lhe disse ter reparado numa criança que fosse levada contra a sua vontade?
- Não. As pessoas recordavam-se de o ter visto, para logo depois deixarem de o ver.
- Vou ser muito franco consigo. Não conheço nenhum indivíduo, entre os molestadores de crianças, que tentasse raptar um garoto que estava ao lado da mãe, sendo
depois obrigado a passar com ele por entre a multidão na altura aqui presente. Mas Michael acredita que talvez Brian se afastasse depois de ter visto alguém levar
a sua carteira.
Catherine concordou.
- Tenho estado a pensar na mesma coisa. É a única hipótese que faz um mínimo de sentido.
- Michael contou-me que, no ano passado, Brian fez frente a um rapaz de catorze anos que empurrou um dos seus colegas de turma.
- Ele é um garoto cheio de coragem - disse Catherine.
Contudo, só então é que a importância do que o agente acabara de lhe dizer ficou registada na sua mente. "Ele pensa que se Brian foi atrás da pessoa que se apossou
da minha carteira é possível que a tenha enfrentado. Oh, meu Deus, não!"
- Senhora Doman, caso esteja de acordo, parece-me boa ideia tentarmos obter a cooperação dos meios de comunicação social. Talvez consigamos que algumas das estações
de televisão mostrem a fotografia de Brian, caso tenha um retrato dele consigo.
- A que eu trazia estava na minha carteira - respondeu Catherine num tom de voz monocórdico.
Pelo seu pensamento começaram a desfilar imagens de Brian fazendo frente a um ladrão. "O meu menino", pensou, "haverá alguém que tivesse coragem de fazer mal
ao meu rapazinho?"
O que estaria Michael a dizer? Naquele momento falava com o agente Ortiz.
- A minha avó tem um monte de fotografias minhas e do meu irmão - dizia Michael. Soergueu o olhar, fitando a mãe. Seja como for, mãezinha, vais ter de telefonar
à avó. Se não formos para casa daqui a pouco, com certeza que ela começará a ficar preocupada.
"Tal pai, tal filho!", pensou Catherine. "Brian é parecido comigo enquanto Michael tem a mesma maneira de pensar do pai." Catherine fechou os olhos, tentando
manter longe do pensamento o sentimento de pânico que a invadia. "Tom. Brian. Porquê?"
Apercebeu-se de que Michael procurava qualquer coisa na sua mala, donde tirou o telemóvel.
- Vou ligar para casa da avó - disse-lhe o filho.

9

No seu apartamento, situado na Rua Oitenta e Sete, Barbara Cavanaugh enclavinhou os dedos no telefone, sem querer acreditar no que ouvia. Mas era impossível
pôr em dúvida a terrível notícia que a voz tranquila e quase desprovida de qualquer emoção da filha lhe transmitira. Não sabia do paradeiro de Brian, que já desaparecera
há mais de duas horas.
A custo, Barbara conseguiu expressar-se numa voz a que também imprimiu calma.
- Onde estás, minha querida?
- Michael e eu estamos num carro da Polícia, na junção da Rua Quarenta e Nove com a Cinquenta, no mesmo local em que Brian... de súbito dei-me conta de que ele
já não se encontrava ao meu lado.
- Vou já para aí.
- Mãe, traz as fotografias mais recentes que tiveres do Brian. A Polícia quer dar cópias às televisões e a estação de rádio que só transmite notícias vai difundir,
dentro de alguns minutos, um apelo que vou fazer. E outra coisa, telefona para as enfermeiras de serviço no quinto piso do hospital e pede-lhes que não permitam
que Tom ligue o televisor do seu quarto. Quanto ao rádio, não há problema, uma vez que não tem nenhum. Se ele ficar a saber que Brian desapareceu...
Catherine interrompeu-se; faltara-lhe a voz para completar a frase.
- Vou telefonar imediatamente, mas aqui em casa não tenho fotografias recentes. Estou a referir-me ás que tirámos o ano passado na casa de Nantucket. - Mas só
lhe apeteceu morder os lábios. Há muito que pedira à filha que lhe enviasse fotografias recentes dos netos, e no dia anterior Catherine dissera-lhe que a sua prenda
de Natal seriam fotos dos dois, já emolduradas, que tinham ficado esquecidas em casa, com a pressa de levar Tom para Nova iorque, onde seria operado. - levarei comigo
todas as fotografias que conseguir encontrar - concluiu Barbara apressadamente. - Daqui a nada estarei aí.
Durante alguns instantes, depois de ter telefonado para o hospital, advertindo as enfermeiras acerca da televisão, Barbara Cavanaugh deixou-se cair em cima de
um cadeirão, apoiando a testa na palma da mão e pensando que toda aquela situação era de mais para os seus nervos.
No seu subconsciente teria estado sempre presente um sentimento que lhe dizia que tudo aquilo era demasiado bom para ser verdade? O seu marido falecera quando
a filha tinha apenas dez anos, e os olhos de Catherine reflectiam sempre uma vaga expressão de tristeza, que nunca os abandonava, até que aos vinte e dois anos conheceu
Tom. Eram de tal maneira felizes, formavam um casal tão perfeito... "Tal como eu e Gene fomos desde o primeiro dia", pensou Barbara.
Por instantes fugazes, essas recordações levaram-na a um momento especial, em 1943, quando, com dezanove anos, ainda caloira na universidade, fora apresentada
a um jovem oficial do exército extremamente bem-parecido, o tenente Eugene Cavanaugh. Nesse primeiro instante, souberam que haviam sido feitos um para o outro. Dois
meses mais tarde já estavam casados, mas só dezoito anos depois é que nasceu a filha, que seria a única.
"Junto de Tom, a minha filha encontrou o mesmo tipo de relação com que fui abençoada", pensava Barbara, "mas agora...", de súbito, levantou-se de um salto. Tinha
de ir
imediatamente para junto de Catherine. "Com certeza que Brian se deve ter perdido", disse para si própria que mãe e filho se tinham separado acidentalmente. Apesar
de Catherine ser uma mulher de espírito forte, devia estar prestes a chegar ao seu limite. "Oh, meu bom Deus, permite que alguém descubra o paradeiro do meu neto",
pediu Barbara numa prece.
Atravessou o apartamento num passo apressado, agarrando nas fotografias emolduradas que tinha sobre o rebordo da lareira e em cima de várias mesas. Há dez anos
que se mudara para aquela casa, vinda de Beekman Place e continuava a ter mais espaço do que precisava, uma vez que dispunha de uma sala de jantar, de uma biblioteca
e de um quarto com casa de banho reservado a alguém que estivesse de visita, o que naquela altura era bastante conveniente, uma vez que quando Tom, Catherine e os
netos a visitavam tinham espaço mais do que suficiente para todos.
Barbara meteu as fotografias dentro da grande e bonita mala de mão que Tom e Catherine lhe haviam oferecido no seu último aniversário e, com movimentos apressados,
tirou um casaco do cabide do vestíbulo. Depois, sem se dar ao incómodo de fechar á chave a segunda fechadura, saiu apressadamente, a tempo de carregar no botão de
chamada do elevador, que naquele momento descia.
Sam, o ascensorista que trabalhava ali havia muito tempo, abriu-lhe a porta, e o seu habitual sorriso deu lugar a uma expressão de preocupação.
- Boas noites, senhora Cavanaugh. Boas festas. Teve mais alguma notícia sobre o estado de saúde do doutor Dornan? - Receando que, se falasse, desataria a chorar,
Barbara limitou-se a um abanar de cabeça. - Os seus netos são muito engraçados. O mais pequeno, o Brian, disse-me que a senhora tinha dado à mãe qualquer coisa que
faria com que
o pai melhorasse. Só desejo que isso venha a concretizar-se.
"Também eu", tentou Barbara responder, mas os seus lábios recusavam-se a articular as palavras.

- Mãezinha, porque estás tão triste? - perguntou Gigi quando se instalou no colo de Cally.
- Não estou nada triste, Gigi - respondeu ela. - Sempre que estou contigo sinto-me feliz.
A garota abanou a cabeça. Usava uma camisa de dormir vermelha e branca, com motivos alusivos ao Natal, uns anjos segurando candeias. Os seus olhos castanhos
enormes e os cabelos ondulados castanho-dourados eram características que herdara de Frank. "Quanto mais cresce, mais se parece com o pai", pensava Cally, que, num
gesto instintivo, abraçou a filha apertando-a mais contra si.
As duas aninharam-se uma na outra, sentadas no sofá, em frente da árvore de Natal.
- Estou muito contente por estares em casa comigo - disse Gigi numa voz onde se adivinhava algum receio. - Não vais deixar-me outra vez sozinha, pois não?
- Não. Não foi por minha vontade que te deixei dessa vez, minha queridinha.
- Não gostei nada de te visitar naquele lugar.
Naquele lugar. O estabelecimento penal para mulheres.
- Também não gostei de estar lá - concordou Cally, tentando não dar grande importância ao assunto.
- Os meninos devem ficar sempre junto das mães.
- Sim, estou de acordo contigo - disse Cally.
- Aquele presente grande é para mim? - perguntou Gigi, apontando para a caixa que continha o uniforme e o sobretudo que Jimmy despira.
Cally sentiu os lábios ressequidos.
- Não, meu amor, é para oferecer ao Pai Natal. Ele também gosta de receber qualquer coisa nesta altura do ano. E agora vamos para a cama, já passa da hora de
ires dormir.
- Não quero... - começou Gigi a dizer automaticamente, mas interrompeu-se. - Se eu for já para a cama, o Natal chega mais depressa?
-Hum... hum. Vamos lá, eu levo-te ao colo.
Depois de ter aconchegado os cobertores á volta do corpo da filha, tendo-lhe dado a "abelhinha", um pequeno cobertor já muito usado, companhia indispensável
de Gigi sempre que ia para a cama, Cally voltou à sala de estar, onde se deixou cair de novo no sofá.
"Os meninos devem ficar sempre junto das mães..." As palavras de Gigi atormentavam-na. Deus do céu, para onde é que Jimmy teria levado aquele garotinho? Que
sorte lhe reservaria? O que deveria ela fazer?
Cally ficou a olhar fixamente para a caixa embrulhada em papel de Natal. "É para oferecer ao Pai Natal." Pelo pensamento, passou-lhe fugazmente uma recordação
muito vivida de tudo o que aquela caixa continha: o uniforme do guarda prisional que Jimmy alvejara, com uma das mangas ainda peganhenta com o sangue coagulado do
homem, e o sobretudo imundo - só Deus poderia saber onde teria ele encontrado, ou roubado, aquilo.
Jimmy não tinha a mínima consciência do bem ou do mal, nem tão-pouco qualquer sentimento de piedade pelos outros. "Tens de enfrentar a situação", disse Cally
a si própria, numa atitude cheia de veemência, "...ele não hesitará em matar o rapazinho, se isso aumentar as suas hipóteses de fuga."
Ligou o rádio para ouvir o noticiário local. Eram dezanove horas e trinta minutos e a notícia de abertura referia-se ao estado de saúde do guarda prisional alvejado
no estabelecimento penal na ilha Riker, cujo quadro clínico continuava a ser crítico, mas que, de momento, se mantinha estável. Com algumas reservas, os médicos
mostravam-se optimistas, pensando que o homem talvez conseguisse sobreviver.
"Se ele resistir, Jimmy não se verá a braços com uma sentença de morte", disse Cally a si mesma. "Nesta altura já não poderão executá-lo pelo homicídio do polícia,
que ocorreu já há três anos. Ele é muito esperto e, certamente que não se arriscará a assassinar o garoto, desde que saiba que o guarda não morrerá. Pô-lo-á em liberdade."
"Passando a outras notícias", anunciava o locutor, "às primeiras horas desta noite, Brian Doman, um garoto com sete anos, desapareceu de junto de sua mãe, na
Quinta Avenida. A família encontra-se em Nova iorque porque o pai de Brian..."
Permanecendo hirta em frente do rádio, Cally continuou a ouvir o locutor, que começou a descrever as caracteristicas fisionómicas de Brian.
"E agora vamos ouvir um pedido feito pela mãe do garoto", acrescentou, "que pede a ajuda de todos os que estiverem a ouvir-nos."
Enquanto escutava a voz baixa da mãe de Brian, que articulava as palavras com uma entoação de urgência, Cally visualizava a jovem mulher que deixara cair a carteira
no chão. No máximo teria trinta e poucos anos, e os seus cabelos escuros e sedosos davam-lhe pela gola do casaco. Vira-lhe o rosto apenas de fugida, mas ficara com
a certeza de que era muito bonita, elegantemente trajada e confiante em si própria.
Agora, ouvindo-a a suplicar que fossem em seu auxilio, Cally tapou os ouvidos com as mãos e correu para o rádio, que desligou num gesto brusco, dirigindo-se
depois para o quarto em bicos de pés. Gigi já adormecera, a sua respiração era suave e regular e tinha a bochecha sobre a palma da mão, como se fosse uma almofada,
enquanto a outra agarrava o cobertor de bebé, já tão puído, mantendo-o junto da face.
Cally ajoelhou-se ao lado da cama da filha. "Posso estender a mão e tocar-lhe", pensava ela, "e aquela mulher não pode acariciar o filho. O que devo fazer? Se
eu decidir telefonar para a Polícia e Jimmy fizer mal ao garotinho, dirão que a culpa foi minha, tal como afirmaram que eu era responsável pela morte do polícia."
Talvez o irmão decidisse deixá-lo num lugar qualquer. "Ele prometeu-me que faria isso. Com certeza que até mesmo Jimmy não se atreveria a fazer mal a um garoto...
Vou esperar e rezar."
Contudo, a oração que tentou dizer numa voz segredada... "Por favor, meu Deus, faz com que Brian esteja em segurança...", soou-lhe a falso, um simulacro de fé,
pelo que não a terminou.

Jimmy decidira que a sua melhor hipótese de fuga seria seguir pela Ponte George Washington, em direcção á Estrada Quatro, após o que apanharia a Dezassete até
à auto-estrada de Nova iorque. Talvez a distância fosse um pouco maior se optasse por esse percurso ao invés de atalhar pela Bronx e seguir até à TappanZee, mas
o seu instinto advertia-o de que devia sair de Nova iorque o mais depressa possível. O facto de não haver portagem na ponte era um aspecto positivo, uma vez que,
se o mandassem parar, seria precisamente aí.
Brian olhou pela janela enquanto atravessavam a ponte. Sabia que estavam a passar sobre o rio Hudson, porque uns primos da mãe viviam em Nova Jérsia, próximo
da ponte, e no Verão anterior, quando ele e Michael haviam passado uma semana com a avó, depois de estarem em Nantucket, tinham ido visitar esses primos.
Eram pessoas simpáticas, também com filhos mais ou menos da idade dele, e só de pensar nesses familiares Brian sentia vontade de chorar. Desejava poder abrir
a janela e gritar: "Estou aqui. Por favor, venham buscar-me!"
Tinha fome e necessitava urgentemente de ir à casa de banho. Ergueu o olhar mostrando uma expressão de timidez.
-E.... Por favor, posso... Quer dizer, preciso de ir à casa de banho.
Agora que falara sentia tanto medo de que o homem recusasse o seu pedido que o lábio inferior começou a tremer incontrolavelmente. Com rapidez, mordeu-o, com
a impressão de que ouvia Michael a chamar-lhe bebé chorão. Até mesmo esse pensamento negativo lhe provocou grande tristeza. Naquele momento nem sequer se importaria
que o irmão mais velho lhe dissesse isso.
- Queres fazer chichi? - perguntou o homem, que não parecia irritado com ele. Talvez, ao fim e ao cabo, ele acabasse por não lhe fazer mal.
- Hum... hum.
- De acordo. Tens fome?
- Tenho.
Entretanto, Jimmy começara a sentir-se um pouco mais seguro. Percorríam a Estrada Quatro, o trânsito era muito, embora não houvesse paragens, e ninguém procurava
aquele automóvel. Naquela altura, o sujeito que o estacionara perto de sua casa, muito provavelmente já teria vestido o pijama, estaria a ver It's a Wonderful Life
pela quadragésima vez, e na manhã seguinte, quando ele e a mulher começassem aos gritos queixando-se de que lhes haviam roubado o Toyota, já Jimmy estaria no Canadá
junto de Paige. Era doido por ela, em toda a sua vida a rapariga representava o que mais se aproximava de um sentimento de posse em relação a alguém.
Jimmy ainda não queria parar para comer, mas, por outro lado, jogando pelo seguro, talvez fosse mais acertado não esperar mais para encher o depósito da gasolina.
Era impossível saber quais os horários que os postos de abastecimento praticariam na véspera de Natal.
- Muito bem - concordou Jimmy -, dentro de uns minutos vamos parar para meter gasolina e irmos à retrete, e nessa altura aproveito para comprar uns pacotes de
batatas fritas e uns refrigerantes. Mais tarde paramos pelo caminho num McDonald's, onde podemos comer hambúrgueres. Mas não te esqueças de que, quando pararmos,
se tentares atrair a atenção de alguém... - sem terminar, sacou da pistola que guardara no casaco, apontando-a a Brian e fazendo ouvir um estalido seco.
Brian desviou o olhar. Seguiam na faixa do meio da auto-estrada de três vias e, quando avistaram uma placa que indicava a saída para a Avenida Forest, foram
ultrapassados por um carro da Polícia, que quase roçou por eles, após o que guinou para o parque de estacionamento de um restaurante.
- Eu não falo com ninguém, prometo - conseguiu articular Brian a medo.
- Prometo, papá - ripostou Jimmy, desabrido.
"Papá." Involuntariamente, a mão de Brian rodeou a medalha de São Cristóvão. Estava determinado a entregar aquela medalha ao pai, após o que o seu estado de
saúde melhoraria, e em seguida, ele haveria de descobrir o paradeiro daquele fulano. o Jímmy, e dar-lhe-ia uma sova por ter sido tão mau para o seu filho. Brian
tinha a certeza disso. Assim, enquanto os seus dedos percorriam os contornos da imagem em relevo da figura gigantesca que tinha ao colo Cristo em criança, disse
numa voz clara:
- Prometo, papá.

10

Na zona baixa de Manhattan, na esquadra central da Polícia, posto de comando da caça ao homem de que era alvo Jimmy Siddons, a escalada de tensão era por de
mais evidente. Toda a gente tinha a percepção de que, para levar a sua fuga a bom termo, ele não hesitaria em matar outra vez. A Polícia também sabia que estava
munido de uma arma que lhe chegara ilicitamente às mãos dentro da cadeia.
"Armado e perigoso", dizia a legenda abaixo da sua fotografia reproduzida nos panfletos que estavam a ser distribuídos por toda a cidade.
- Na última vez, no Verão passado, recebemos duas mil pistas que não nos levaram a nada de concreto, o que não nos impediu de actuar em relação a todas, e o
único motivo que nos permitiu metê-lo atrás das grades ficou a dever-se ao facto de ele ter sido suficientemente estúpido para assaltar um posto de abastecimento
de combustíveis no Michigan, na mesma altura em que havia um polícia por perto - disse Jack Shore em voz baixa, dirigindo-se a Mort levy, enquanto, sem ocultar o
receio que a situação lhe provocava, observava uma equipa de agentes que respondiam a um grande número de telefonemas feitos através de um número indicado especialmente
para o efeito.
Com uma expressão absorta, levy acenou a cabeça.
- Já se descobriu mais alguma coisa a respeito da namorada de Siddons? - perguntou a Shore.
- Há uma hora, um dos presos que estivera encarcerado no mesmo bloco celular de Siddons tinha dito a um guarda que no mês anterior este se gabara de uma namorada
que se chamava Paige, que disse ser uma stripper de primeira classe a nível mundial.
A Polícia tentava descobrir o rasto dessa mulher em Nova iorque, mas, motivado por um palpite que lhe dizia que ela talvez tivesse estado envolvida com ele no
Michigan, Shore contactara as autoridades desse estado.
- Não, até agora não sabemos mais nada. O mais certo é esbarrarmos noutro beco sem saída.
- Um telefonema para ti, Jack, de Detroit - gritou uma voz para se fazer ouvir acima do ruído ensurdecedor que pairava na sala.
Os dois homens voltaram-se num movimento rápido, e em duas passadas Shore chegou à sua secretária agarrando no telefone. O seu interlocutor não perdeu tempo.
- Fala Stan Logan, Jack. Conhecemo-nos quando você veio buscar o Siddons no ano passado. É possível que eu saiba algo que lhe interesse.
- Vamos lá ouvir o que tem para dizer.
- Nunca chegámos a descobrir o esconderijo de Siddons antes de tentar levar a cabo o assalto na nossa zona, mas a pista sobre Paige é muito capaz de ser a resposta.
Temos o cadastro de uma Paige Laronde, que se intitula dançarina exótica e abandonou a cidade há dois dias. Disse a uma amiga que não sabia se regressaria, uma vez
que esperava reunir-se ao namorado.
- Ela mencionou o local para onde tencionava ir? - perguntou Shore num tom de voz brusco.
- Primeiro falou na Califórnia, mas depois disse que não, que ia para o México.
- Califórnia e México! Que raio, se ele conseguir chegar ao México nunca mais o encontraremos.
- Os nossos rapazes estão a vigiar as estações ferroviárias e rodoviárias, assim como os aeroportos, por isso talvez consigamos descobrir o rasto dessa mulher. Manter-vos-emos
a par do desenrolar da situação - prometeu Logan. - Daqui a pouco começaremos a enviar por fax o cadastro
dela e as fotografias publicitárías, mas não as mostrem aos vossos miúdos.
Com um gesto brusco, Shore pôs o auscultador no descanso.
- Se Siddons conseguiu sair de Nova iorque esta manhã, o mais certo é neste momento já ter chegado à Califórnia, ou mesmo ao México.
- Seria extremamente difícil arranjar uma passagem aérea, assim de repente, na véspera de Natal - recordou-lhe levy cautelosamente.
- Escuta, se alguém conseguiu passar-lhe uma arma para as mãos, essa mesma pessoa pode ter-lhe arranjado dinheiro e roupas, tal como um bilhete de avião. Provavelmente
conseguiu levá-lo até um aeroporto em Filadélfia ou Boston, onde ninguém anda à procura dele. O meu palpite diz-me que Siddons já se encontrou algures com a namorada,
pelo que os dois vão a caminho da fronteira no Sul do país, se é que neste momento já não estarão a comer enchiladas. E, quanto a mim, continuo convencido de que,
de uma maneira ou de outra, o intermediário só pode ter sido a irmã.
Franzindo o sobrolho, Mort levy observava Jack Shore, que se dirigia à sala de comunicações onde esperaria que os faxes fossem enviados de Detroit. O passo seguinte
seria a distribuição de fotografias de Siddons e da namorada aos agentes da patrulha fronteiriça em Tíjuana, juntamente com o aviso de que deveriam manter-se alerta,
caso eles aparecessem nessa região.
"Mas continuamos a ter de vigiar a catedral esta noite, ainda que a hipótese de Jimmy decidir entregar-se às autoridades seja de uma num milhão", pensava Mort.
Qualquer daquelas duas probabilidades lhe soava a falso: a hipótese
do México e a rendição. Seria aquela mulher, a Paige, suficientemente esperta para ter mentido à amiga, prevendo a possibilidade de a Polícia tentar encontrar-lhe
o rasto?
O café e as sanduíches que tinham encomendado acabavam de ser entregues e Mort aproximou-se para se servir da sua, com fiambre em pão de centeio. Duas mulheres-polícias,
travavam um diálogo.
- Continua a não haver indícios sobre o garoto que desapareceu - ouviu uma delas, Lori Martini, dizer. - Com certeza que foi raptado por um tarado qualquer.
- De que miúdo estás a falar? - perguntou Levy, que, com uma expressão solene, prestou atenção aos pormenores do caso.
Aquele era o tipo de investigação em que ninguém no departamento conseguia trabalhar sem se envolver emocionalmente. O próprio Mort, que tinha um filho com sete
anOS, sabia bem quais os pensamentos que preencheriam a cabeça daquela mãe, além de que o pai estava tão doente que ninguém se atrevera a dizer-lhe que o filho desaparecera.
E tudo aquilo durante a quadra natalícia. "Meu Deus, não há dúvida de que algumas pessoas passam efectivamente por maus bocados", pensou o detective.
- Uma chamada para ti, Mort - gritou uma voz do outro lado da sala.
Sem largar o café e a sande, Mort regressou à sua mesa de trabalho.
- Quem é? - perguntou ao colega enquanto se dirigia ao telefone.
- É uma mulher, mas não quis dizer o nome.
- Fala o detective Levy - anunciou, levando o auscultador ao ouvido.
Ouviu o som de uma respiração que denotava medo e, em seguida, escutou um dique, quando a comunicação foi abruptamente cortada.

O repórter da WCBS, Alan Graham, aproximou-se do carro-patrulha onde tinha entrevistado Catherine Dornan há uma hora, altura em que actualizara a história.
Eram vinte horas e trinta minutos, e a queda intermitente de neve uma vez mais dera lugar a um nevão constante, formado por flocos enormes.
Através do dispositivo auricular, Graham ouviu o apresentador, que transmitia as últimas informações sobre o foragido que se evadira da cadeia.
- O estado clínico de Mano Bonardi, o guarda prisional alvejado, continua a ser extremamente crítico. O presidente da câmara municipal, o senhor Giuliani, e
o comissário da Polícia, o senhor Bratton, fizeram uma segunda visita à unidade de cuidados intensivos do hospital onde o ferido foi internado, depois de uma intervenção
cirúrgica muito melindrosa. De acordo com o último comunicado, as forças policiais estão a seguir uma pista relativa ao agressor, Jimmy Siddons, o qual talvez tenha
seguido para a Califórnia, indo ao encontro da namorada e tendo como destino final o México. A patrulha fronteiriça de Tijuana já foi alertada.
Um dos repórteres recebera uma dica de acordo com a qual o advogado de Jimmy Siddons afirmava que o seu cliente tencionava entregar-se às autoridades depois
da Missa do Galo, que seria celebrada na Catedral de Saint-Patrick. Alan Graham sentiu-se satisfeito quando alguém optou por não transmitir aquela notícia. Nenhum
dos oficiais mais graduados das forças policiais acreditava realmente naquela possibilidade, e também não desejava que os fiéis, que na altura estivessem na igreja,
fossem distraídos das suas devoções religiosas por aquele rumor pouco plausível.
Naquele momento eram poucos os transeuntes que circulavam pela Quinta Avenida, e ocorreu a Graham que existia algo que quase se poderia classificar de obsceno
a respeito das últimas notícias daquela véspera de Natal: um assassino de polícias a monte e um guarda prisional às portas da morte; e um garoto de sete anos desaparecido,
que, naquele momento, já se desconfiava ser vitima de alguém cujas intenções não eram as melhores.
Bateu no vidro da janela do carro-patrulha e Catherine ergueu o olhar, descendo o vidro da janela até meia altura. Ao olhá-la, o repórter perguntou a si mesmo
durante quanto mais tempo seria ela capaz de manter aquela compostura deveras notável. Sentava-se no lugar da frente, ao lado do agente Ortiz, e o outro filho, Michael,
estava no banco de trás, junto de uma senhora de mais idade, que tinha um braço em redor dos ombros do garoto.
Catherine respondeu-lhe à pergunta por formular.
- Continuo à espera - disse em voz baixa. - O agente Ortiz teve a gentileza de ficar a fazer-me companhia. Não sei porquê, mas tenho o pressentimento de que,
de uma maneira ou de outra, é aqui que encontrarei Brian. - Voltou ligeiramente a cabeça para trás. - Mãe, este senhor é o Alan Graham da WCBS. Foi ele quem me entrevistou
logo depois de eu ter falado contigo.
O sentimento de compaixão que se espelhava no rosto do jovem repórter não passou despercebido a Barbara Cavanaugh, que, embora sabendo antecipadamente que, se
houvesse alguma notícia, já teriam sido informadas, não foi capaz de se conter.
- Há alguma novidade? - perguntou.
- Não, minha senhora: Recebemos um grande número de telefonemas na estação de rádio, mas todos desejavam apenas manifestar a sua preocupação.
- Ele levou sumiço - interveio Catherine, falando numa voz mortiça. - Embora eu e Tom tenhamos educado os nossos filhos no sentido de confiarem nos outros, também
sabem como lidar com situações de emergência. Brian foi instruído de forma a procurar um polícia, caso se perdesse, e sabia como ligar para o cento e doze. Só pode
ter sido levado por alguém. Quem teria raptado uma criança de sete anos, a menos que...
- Catherine, minha querida, não te tortures dessa maneira - pediu a mãe. - Todos os que te ouviram através da rádio rezam por Brian. Não deves perder a fé.
Catherine sentia dentro de si um misto de cólera e frustração crescentes. Sim, supostamente, devia ter "fé". "Sem dúvida que fé é coisa que não falta a Brian.
Ele acreditava piamente na medalha de São Cristóvão, muito provavelmente ao ponto de ter seguido a pessoa que apanhou a minha carteira do chão. Sabia que a medalha
estava lá dentro e pensou que era seu dever recuperá-la", raciocinou ela. Virou a cabeça para trás, fitando a mãe, num olhar que também abrangeu Míchael, sentado
ao lado da avó. Sentiu que parte da cólera a abandonava. Nada do que acontecera havia sido por culpa da mãe. Não, a fé - até mesmo numa coisa tão improvável como
uma medalha alusiva a São Cristóvão era uma coisa boa.
- Tens razão, mãezínha - admitiu Catherine.
Através do dispositivo auricular, Graham ouviu o locutor falar consigo.
- Passo-te a transmissão, Alan.
Afastando-se do automóvel, o repórter retomou a emissão.
- A mãe de Brian Dornan, Catherine, continua de vigilia no mesmo local onde o filho foi visto pela última vez pouco passava das dezassete horas. As autoridades
acreditam na teoria adiantada por ela: o garoto deve ter visto alguém roubar a carteira e foi em sua perseguição. A carteira em causa continha uma medalha de São
Cristóvão, que Brian desejava ansiosamente entregar ao pai, preso à cama de um hospital.
Graham interrompeu as suas palavras, entregando o microfone a Catherine.
- Brian acredita que a medalha de São Cristóvão ajudará o pai a curar-se. Se eu sentisse a mesma fé que ele, teria mais cuidado com a carteira, uma vez que foi
aí que guardei a medalha. Quero que o estado de saúde do meu marido melhore e desejo que o meu filho volte para junto de mim - disse Catheríne numa voz firme a despeito
das emoções que lhe iam no coração. - Em nome de Deus, se alguém souber o que aconteceu a Brian, quem o levou, ou onde possa estar, por favor, por favor, peço a
essa pessoa que nos contacte imediatamente.
Graham afastou-se então um pouco do carro-patrulha.
- Se alguém tiver alguma informação sobre o paradeiro de Brian, e que esteja a ouvir as palavras desta jovem mãe sofredora, agradecemos que nos liguem através
do seguinte número...

11

Os olhos de Cally ficaram marejados de lágrimas e, com o lábio inferior a tremer, desligou o rádio. "Se alguém tiver alguma informação sobre o paradeiro de Brian..."
"Eu tentei", disse a si mesma cheia de veemência. "Tentei." Ligara para o número que o detective Levy lhe havia dado, mas quando ouviu a voz dele sentiu-se avassalada
pela gravidade do que estava prestes a fazer. As autoridades prendê-la-iam. Retirar-lhe-iam Gígi uma vez mais, colocando-a na casa de uma família de acolhimento.
"Se alguém tiver alguma informação sobre o paradeiro de Brian..."
Cally estendeu a mão para o telefone.
Vindo do quarto, ouviu um gemido que a levou a girar sobre os calcanhares - Gigi estava com outro pesadelo. Apressadamente, encaminhou-se para o quarto, pegou
na filha ao colo e começou a embalá-la.
- Chiiuuu, está tudo bem, dorme descansada.
- Mãezinha - choramingou Gigi, agarrando-se a ela. - Sonhei que me tinhas deixado outra vez. Por favor, não te vás embora. Por favor, não me deixes sozinha.
Não quero viver com outras pessoas, nunca mais!
- Isso não voltará a suceder, minha querida, prometo-te. Sentiu que o corpo da filha relaxava. Com gestos suaves, voltou a deitar a criança, ajeitando-lhe a
almofada e acariciando-lhe os cabelos.
- Agora vê se adormeces, meu anjo.
Gigi cerrou os olhos, para os abrir logo de seguida.
- Posso ver o Pai Natal abrir o presente que lhe vais oferecer? - perguntou num murmúrio.

Jímmy Siddons reduziu o som do rádio.
- Não há dúvida de que a tua mãe está a dar em doida por causa de ti, miúdo.
Brian teve de fazer um esforço sobre-humano para não estender a mão e tocar no rádio. A voz da mãe deixara adivinhar tanta preocupação! Tinha de regressar para
junto dela. Agora, ela também acreditava no poder da medalha de São Cristóvão, tinha a certeza absoluta de que assim era.
àquela hora, havia grande número de viaturas a circular pela auto-estrada e, apesar de nevar com bastante intensidade, tal não impedia que todos rolassem com
alguma velocidade. Todavia, Jimmy seguia pela faixa mais à direita, por conseguinte, o automóvel não era ultrapassado por esse lado, e Brian começou a delinear o
seu plano.
Se ele conseguisse abrir a porta muito depressa, e depois se deixasse rolar pelo asfalto, poderia ir parar à berma da estrada. Dessa maneira, não seria atropelado
por outra viatura. Apertou a medalha por breves instantes, após o que furtivamente estendeu a mão para a porta. Quando lhe aplicou um pouco de pressão, sentiu que
esta se deslocava ligeiramente. Não se tinha enganado - depois de ter parado para se abastecer de gasolina, Jimmy não accionara o dispositivo central.
Brian estava prestes a pôr em prática o seu plano quando de súbito se recordou do cinto de segurança. Teria de o soltar ao mesmo tempo que abria a porta. Com
muito cuidado, para não atrair a atenção de Jimmy, colocou o dedo indicador da mão esquerda sobre o botão que libertava o cinto.
Precisamente quando Brian estava quase a conseguir o Seu intento, Jimmy começou a praguejar. Atrás deles, aproximando-se pela esquerda, vinha um carro descontrolado
que, pouco depois, os ultrapassou, quase roçando pelo Toyota. Em seguida, colocou-se à frente deles, bloqueando a faixa de rodagem e obrigando Jimmy a carregar a
fundo nos travões. A viatura guinou, perdendo a direcção e começando a derrapar de traseira, enquanto simultaneamente se ouviu o barulho de chapa a embater em chapa.
Brian susteve a respiração. "Um choque", implorou em silêncio, "um choque". Nessas circunstâncias, haveria alguém que iria em seu socorro.
Contudo, Jimmy conseguiu corrigir a direcção do automóvel, contornando os que haviam embatido, e pouco depois Brian começou a ouvir o som de sirenas de várias
ambulâncias, e avistou os clarões das luzes intermitentes em redor das viaturas acidentadas, pelas quais Jimmy havia passado rapidamente.
- Tivemos muita sorte, não achas, miúdo? - perguntou Jimmy a Brian, baixando o olhar para o garoto e sorrindo, com uma satisfação selvagem.
Brian continuava com a mão na porta.
- Vamos lá a ver uma coisa: por acaso não estavas a pensar em saltar se tivéssemos sido obrigados a parar lá atrás, pois não? - interrogou Jimmy, accionando
o dispositivo central, que trancava simultaneamente todas as portas. - Mantém a mão afastada dessa porta. Se eu te vir a tocar-lhe outra vez, podes crer que te parto
os dedos- afirmou em voz baixa, num tom ameaçador.
Brian não teve a mínima dúvida de que Jimmy não hesitaria em pôr essa ameaça em prática.

12

Passavam cinco minutos das dez da noite e Mort levy estava sentado à sua secretária mergulhado nos seus pensamentos. Só lhe ocorria uma explicação para a autoria
do telefonema interrompido: Cally Hunter. A carrinha estacionada em frente do prédio onde ela vivia, e que mantinha o seu telefone sob escuta, confirmava isso mesmo.
Caso Moit o desejasse, os agentes de serviço ofereceram-se para falar com ela.
- Não, deixem-na em paz - ordenara o detective.
Sabia de antemão que os esforços deles seriam inúteis, Cally limitar-se-ia a repetir exactamente tudo o que lhes dissera anteriormente. "Mas o certo é que sabe qualquer
coisa, está com medo de falar", concluiu o detective em pensamento. Tentara ligar-lhe por duas vezes, mas ela não atendeu o telefone. No entanto, tinha a certeza
de que a rapariga estava em casa, pois, caso contrário, os agentes de vigilância na carrinha informá-lo-iam de imediato. Portanto, o que
a levaria a não atender? Deveria ir até casa de Cally? E isso serviria de alguma coisa?
- O que se passa contigo? - perguntou Jack Shore com mostras de impaciência. - Perdeste a faculdade de ouvir?
Mort ergueu o olhar para o rotundo detective veterano, que o fitava, do alto da sua estatura, com um olhar faiscante. "Não admira que Cally tenha medo de ti", pensou
Mort. recordando-se do receio que lera nos olhos da rapariga perante a cólera e hostilidade que Jack manifestara, sentimentos que este não tentara ocultar.
- Estou a pensar - respondeu Mort sem entrar em
mais explicações, resistindo ao impulso de sugerir que Shore tentasse aquele exercício quando tivesse tempo.
- Pois bem, acho que devias pensar juntamente connosco. Temos de rever a estratégia a adoptar para mantermos a catedral sob vigilância. - Mas então a atitude
admoestadora de Shore suavizou-se. - Mort, porque não fazes um intervalo?
"Ele não é tão duro quanto tenta aparentar", concluiu Mort de si para si.
- Não vejo que tu faças algum, Jack - replicou.
- Acontece que eu odeio Siddons muito mais do que tu
Com movimentos lentos, Mort levantou-se. Os seus pensamentos continuavam concentrados numa recordação indefinível, associada a uma pista importante que lhe passara
despercebida, algo que sabia encontrar-se presente, mesmo á frente dos seus olhos, mas que não conseguia vislumbrar. Haviam falado com Cally Hunter às sete horas
e quinze minutos dessa mesma manhã e tinham-na encontrado já vestida para ir trabalhar. Falaram com ela outra vez mais ou menos doze horas depois e, nessa altura,
ela mostrara-se desesperadamente preocupada, manifestando grande cansaço. Muito provavelmente, àquela hora já estaria na cama. mas o subconsciente de Mort dizia-lhe
que era imperativo falar-lhe. Apesar de Cally o ter negado, o detective acreditava que ela detinha a chave daquele problema.
Quando se afastava da secretária, o telefone começou a tocar. Atendeu, voltando a ouvir a mesma respiração aterrorizada. Desta feita, tomou a iniciativa.
- Cally - disse num tom de urgência -, fale comigo. não tenha medo. Seja o que for, pode crer que tentarei ajudá-la.
Cally nem sequer era capaz de pensar em ir para a cama Estivera a ouvir a estação de rádio, a que transmitia notícias vinte e quatro horas por dia, num misto
de receio e esperança de que a Polícia já tivesse encontrado Jimmy, rezando para que o pequeno Brian se encontrasse em segurança.
às vinte e duas horas, ligou o televisor para ver o noticiáriO local emitido pela Fox, e foi então que o coração lhe çaiu aos pés. A mãe de Brian surgiu sentada
ao lado do apresentador, Tony Potts. Naquele momento o cabelo dela parecia mais solto, como se tivesse ficado na rua sujeita à chuva e ao vento, as faces estavam
muito pálidas e nos seus OlhoS lia-se uma expressão de sofrimento intenso. Junto de Catherine sentava-se um rapaz, aparentando uns dez ou onze anos.
"É possível que já tenham ouvido os apelos feitos por Catherine Dornan, pedindo que a ajudem a descobrir o paradeiro do filho Brian", dizia o apresentador. "Convidámo-la,
assim como ao irmão de Brian, Michael, a estar aqui connosco. Pouco depois das cinco da tarde de hoje, grande número de pessoas circulava na Quinta Avenida e na
Rua Quarenta e Nove e talvez você tenha sido uma dessas pessoas. Assim é possível que tenha reparado em Catherine, acompanhada dos seus dois filhos, Michael e Brian,
pois faziam parte de um grupo que ouvia um violinista que tocava canções de Natal e cantavam em coro com outros espectadores. Foi então que Brian, um garoto de sete
anos, desapareceu de junto da mãe, que necessita da vossa ajuda para o encontrar."
Cally mantinha os olhos presos no ecrã, enquanto a fotografia do rapazinho era mostrada, e ouvia as palavras de Catherine.
"Esta fotografia não é muito boa, por isso permitam-me que vos diga mais alguma coisa a respeito do meu filho. Apesar de ter sete anos, parece mais novo porque
não é muito alto. Tem cabelos castanho-escuros, olhos azuis, sardas no nariz e...", faltou-lhe a voz.
Cally fechou os olhos, era-lhe insuportável observar a expressão de extrema agonia que se reflectia na fisionomia de Catherine Dornan.
Míchael colocou a mão em cima da da mãe num gesto de ternura.
"O meu irmão usava um blusão azul-escuro de esqui igual ao meu, só que este é verde, e trazia um boné vermelho. Falta-lhe um dos dentes da frente." Não conseguiu
conter uma explosão de emoção. "Ele tem de voltar para junto de nós, não podemos dizer ao meu pai que Brian desapareceu. Ele está muito doente e qualquer preocupação
pode fazer-lhe mal." A voz de Michael adquiriu uma entoação ainda mais urgente, "Eu conheço o meu pai, se estivesse a par do que se passa, tentaria qualquer coisa.
Com certeza que sairia da cama para começar à procura de Brian, e não podemos deixar que faça isso, está doente, muito doente."
Cally desligou o televisor e, em bicos de pés, foi ao quarto onde Gígi adormecera finalmente. Estava com uma expressão de serenidade. Em seguida, dirigiu-se
para a janela que dava acesso à escada de emergência, sentindo ainda os olhos de Brian a fitá-la por cima do ombro, um olhar que implorava o seu auxílio. Jimmy agarrara-o
por uma mão enquanto o garoto mantinha a outra em redor da medalha de São Cristóvão, como se, por milagre, acreditasse que o santo o salvaria. Cally abanou a cabeça,
pensando no que aquela medalha representava para Brian. Não se preocupara com o dinheiro, fora atrás dela, única e exclusivamente, porque acreditava que faria com
que o pai melhorasse.
Cally percorreu a curta distância que a separava da sala de estar num passo apressado, agarrando no cartão-de-visita que Mort Levy lhe dera.
Quando o detective atendeu o telefone quase lhe faltou coragem para falar.
- Cally, fale comigo - encorajou o detective numa voz cheia de simpatia. - Não tenha medo.
- Senhor Levy - disse ela atabalhoadamente -, pode vir já a minha casa? Tenho de falar consigo sobre o Jime acerca desse rapazinho que desapareceu.

13

Tudo o que restava da comida que Jimmy comprara, quando pararam para meter gasolina, eram as latas vazias de Coca-Cola e os pacotes amachucados de batatas fritas.
Jímmy arremessara o seu para o chão, à frente dos pés de Brian, enquanto este colocara o seu dentro de um saco para o lixo que estava preso abaixo do painel de instrumentos
do carro. Nem sequer se recordava já do sabor das batatas fritas. Sentia-se de tal maneira esfaimado, apesar do medo que não lhe dava tréguas, que só conseguia pensar
em comida.
Sabia que Jimmy estava francamente furioso consigo desde o momento em que tinham estado prestes a envolver-se num acidente e o homem se apercebera de que ele
planeava saltar do carro. De facto, mostrava-se bastante enervado, não parando de abrir e fechar os dedos que mantinha á volta do volante e fazendo ruidos secos
que assustavam o garoto. A primeira vez que ouvira aquele som, Brian havia-se retraído, estremecendo de sobressalto, o que levara Jimmy a agarrá-lo pelo ombro, dizendo-lhe
numa voz cavernosa que se mantivesse afastado da porta.
Pouco antes, a neve começara a cair com maior intensidade, e à frente deles seguia um automóvel que travou, rodopiou e descreveu um circulo, após o que retomou
a marcha a direito. Brian compreendeu que o motorista não tinha embatido em nenhuma das outras viaturas, porque todas as que circulavam pela auto-estrada tentavam
manter uma distância segura entre si.
Mas mesmo assim, Jimmy começou a protestar contra tudo e todos, proferindo um chorrilho constante de obscenidades, palavras que na sua maioria Brian
nunca ouvira, até mesmo da boca de Skeet, o miúdo mais malcriado da sua turma.
O carro que fez um pião reforçou o pressentimento crescente de Jimmy de que, embora prestes a abandonar o país, algo de mau ainda poderia surgir. Pelo caminhar
das coisas não lhe parecia que o guarda prisional que ele alvejara conseguísse sobreviver ao ferimento e, caso viesse a morrer... Jimmy falara muito a sério
quando disse a Cally que a Polícia não o apanharia com vida. Então, tentou incutir confiança a si próprio: encontrava-se ao volante de um automóvel de que, muito
possivelmente, ainda ninguém dera pela falta, usava umas roupas decentes e levava dinheiro. "Se por acaso tivessem ficado detidos por causa do acidente que um tarado
qualquer provocara havia pouco, era muito provável que o miúdo tentasse saltar do carro. Se aquele idiota que fez o pião tivesse batido contra o Toyota, o mais certo
seria eu ficar ferido", pensava Jimmy. "Se eu viajasse sozinho, talvez tivesse conseguido escapar-me do acidente, mas nunca com o miúdo ao meu lado." Por outro lado,
ninguém sabia que estava acompanhado pelo garoto e, além do mais, jamais passaria pela cabeça de algum polícia desconfiar de um fulano que conduzia um bom automóvel,
levando no banco de trás uma série de brinquedos, além do garoto que seguia ao seu lado.
Já estavam muito próximos de Siracusa e dentro de três ou quatro horas atravessaria a fronteira e chegaria junto de Paige.
Ao seu lado direito viu um letreiro que anunciava um McDonald's a pouca distância. Jimmy sentia fome e aquele seria um bom lugar para comer alguma coisa,
até porque seria última refeição até chegarem ao Canadá. Tencionava encomendar algo para os dois sem ter de sair do carro, após o que regressaria imediatamente à
estrada.
- Qual é o teu prato preferido, miúdo? - perguntou ele num tom de voz quase cordial.
Brian, que também avistara a tabuleta do McDonald's. conteve a respiração na esperança de que aquilo significasse que iriam comer qualquer coisa brevemente.
- Um hambúrguer, batatas fritas e uma Coca-Cola - respondeu com timidez.
- Se eu parar no McDonald's és capaz de fingir que estás a dormir?
- Sim, prometo.
- Então faz isso. Encosta-te a mim e fecha os olhos.
- Está bem.
Obedientemente, Brian encostou-se a Jimmy e cerrou as pálpebras com toda a sua força, esforçando-se por não deixar adivinhar o temor que sentia.
- Vamos lá a ver que espécie de actor és tu - acrescentou Jimmy. - E é melhor para ti que sejas bom.
A medalha de São Cristóvão deslizara para o lado, mas Brian endireitou-a de forma a poder senti-la, pesada e reconfortante, encostada ao seu peito.
O facto de estar tão perto daquele fulano assustava-o. não era o mesmo quando ia de automóvel ao lado do pai e se aninhava junto dele, sentindo a mão paterna
dar-lhe pancadinhas de afecto no ombro. Jimmy ficou tenso quando viu um carro-patrulha colocar-se atrás de si, mas não tinha outra alternativa para além de se manter
sossegado, tentando não atrair a atenção sobre a sua pessoa. Quando chegou a vez deles, encomendou a refeição, que pagou na mesma altura, e o empregado que o atendeu
nem sequer lançou um olhar de fugida ao automóvel, mas quando parou no local onde levantaria a refeição, a empregada olhou por cima do balcão para Brian, iluminado
pela luz que se projectava por trás dela.
- Imagino que ele está ansioso por ver o que o Pai Natal lhe trará, não é verdade?
Jimmy respondeu com um acenar de cabeça e um sorriso de aquiescência, enquanto estendia a mão para o saco com a comida.
A mulher inclinou-se por cima do balcão, espreitando para dentro do carro.
- Meu Deus, ele traz ao pescoço uma medalha de São
Cristóvão!? O meu pai foi baptizado com esse nome e faz
sempre um grande alarde por causa disso, mas a minha mãe
goza constantemente com ele por causa de São Cristóvão ter sido retirado do calendário dos santos. Ao mesmo tempo, o
meu pai costuma dizer que é uma pena que a minha mãe se chame Filomena, outra santa que o Vaticano disse que não existe - e soltando uma sonora gargalhada, a jovem
entregou-lhe o saco com a refeição.
Quando retomaram a auto-estrada, Brian abriu os olhos. às narinas chegava-lhe o aroma dos hambúrgueres e das batatas fritas e, lentamente, sentou-se direito.
Jimmy fitou-o com um olhar implacável, num rosto de feições endurecidas.
- Tira o raio dessa maldita medalha do pescoço! - ordenou ohomem em voz baixa, por entre uns lábios que mal se apartaram.

Cally tinha de falar com ele a respeito do irmão e do garoto desaparecido. Depois de lhe ter prometido que iria imediatamente ter com ela, Mort Levy desligou
o telefone, sentindo-se desconcertado. Que ligação poderia existir entre Jimmy Siddons e o rapazinho que levara sumiço na Quinta
Avenida? Entrou em comunicação com a carrinha que vigiava casa de Cally.
- Gravaram esta chamada?
- Ela estará doida, Mort? É impossível que se esteja a referir ao garoto Dornan, não achas? Queres que a detenhamos para interrogatório?
- Isso é precisamente o que não quero que façam! - ripostou Levy, furioso. - Ela já está demasiado assustada. Deixem-se ficar quietos até eu chegar aí.
Tinha de informar os seus superiores, começando por Jack Shore, acerca do telefonema que recebera de Cally Hunter. Avistou então o colega quando este saía do
gabinete do chefe de detectives e, em escassos segundos, levantou-se da cadeira, atravessou a sala e agarrou-o por um braço.
- Volta para o gabinete.
- Eu disse-te que fizesses um intervalo - retorquiu Shore, tentando libertar-se da mão que lhe prendia o braço.
- Recebemos mais notícias de Detroit, do Logan. Há dois dias uma mulher que se ajusta à descrição que temos da namorada de Siddons pediu boleia ao motorista
de um serviço particular de automóveis e atravessou a fronteira até Windsor. Os homens de Logan estão convencidos de que a Laronde disse à amiga que talvez fosse
para a Califórnia, ou para o México, a fim de despistar a Polícia. Voltaram a interrogar essa amiga e desta vez ela lembrou-se de mencionar que se tinha oferecido
para comprar o casaco de peles da Laronde, uma vez que não seria preciso no México, mas a oferta foi recusada.
"Nunca acreditei nessa história do México", pensou Mort Levy, não abrandando a força com que agarrava o braço de Shore enquanto empurrava bruscamente a porta
do gabinete do chefe de ambos.
Decorridos cinco minutos, um carro-patrulha já percorria velozmente East Side Drive, em direcção à junção da Avenida B com a Rua Dez. Transportava um Jack Shore
amargamente frustrado por ter recebido ordens para esperar na carrinha de onde a casa de Cally era mantida sob vigilância enquanto Mort e o chefe de ambos, Bud Folney,
subiriam ao apartamento de Cally.
Mort sabia de antemão que Shore nunca lhe perdoaria a sua insistência para que se mantivesse afastado daquele assunto.
"Jack, quando fomos a casa da Hunter apercebi-me de que a rapariga não nos dizia tudo o que sabia. Tu conseguiste instilar-lhe um terror extremo, ela acredita
que estás disposto a fazer tudo para a voltares a pôr atrás das grades. Por amor de Deus, não és capaz de a olhar como um ser humano como os demais? Tem uma filha
com quatro anos, o marido faleceu e foi acusada de tudo e mais alguma coisa, cometeu o erro de ajudar o irmão, que, para todos os efeitos, foi criado por ela."
Mort deixou aqueles pensamentos e concentrou a atenção em Folney.
- Não sei de que forma é que Jimmy Siddons está relacionado com o caso do garoto desaparecido, mas uma coisa é certa: sei que Cally até agora teve medo de falar.
Caso se
decida a revelar-nos finalmente o que nos ocultou, será por que sente que o departamento, ou seja, o senhor... não tentaria armar-lhe uma cilada.
Folney aquiesceu com um menear de cabeça. Era um homem magro, com quase cinquenta anos, de falas mansas e aspecto severo, que exercera a profissão de professor
durante três anos numa escola do ensino secundário antes de ter compreendido que a sua vocação era a defesa da lei e da ordem. Entre as forças policiais, de uma
maneira geral, todos acreditavam que um dia seria guindado ao posto de comissário. Era um dos chefes que gozavam de mais poder no departamento.
Mort Levy sabia que, se houvesse alguém que pudesse elibar Cally Hunter, partindo do pressuposto de que ela fora forçada, sabe-se lá como, a encobrir Jimmy de
novo, essa pessoa era Folney. Mas com respeito ao assunto do garoto que continuava desaparecido - como estaria Siddons envolvido naquele caso?
Tratava-se de uma pergunta que todos desejavam ansiosamente ver respondida.
Quando um carro-patrulha estacionou atrás da carrinha de vigilância, Shore fez um último apelo.
- Se eu prometer ficar calado...
- Sugiro que comeces a pôr essa sugestão em prática.
- Exactamente, Jack - atalhou Folney. - Entra na carrinha.

14

Pete Cruise estava a pensar dar o seu dia por terminado. Conseguira descobrir onde é que Cally Hunter vivia quando tentara entrevistá-la depois de ter saído
da penitenciária, e agora mantinha a esperança de que o irmão acabasse por aparecer. Contudo, para além da neve, que ia caindo com mais ou menos intensidade, há
muitas horas que nada despertava o seu interesse, apenas a queda de neve parecia ter parado de vez. A carrinha que sabia pertencer à Polícia continuava estacionada
do outro lado da rua onde se situava o apartamento de Cally, se bem que, muito provavelmente, os agentes se limitassem a registar os telefonemas feitos e recebidos
em casa dela. Naquele momento, as probabilidades de Jimmy Siddons aparecer de súbito à porta da irmã eram iguais às de dois estranhos com as mesmas caracteristicas
genéticas no seu ADN.
Pete concluiu que as horas que passara a vigiar o prédio onde Cally Hunter vivia eram uma perda de tempo. Desde o momento em que vira a mulher chegar a casa,
pouco antes das seis da tarde, até o automóvel dos dois detectives ter estacionado, cerca das dezanove, não acontecera nada.
Pete mantivera, durante todo o tempo de espera, o seu potente radiorreceptor ligado, mudando entre a frequência da Polícia, a da sua estação de rádio, a WYME,
e a WCBS, a estação noticiosa. Nada ouvira sobre o paradeiro de Siddons. Só sabia que o garoto infelizmente continuava desaparecido.
Quando o noticiário das vinte e duas horas começou a ser transmitido na WYME, Pete pensou pela centésima vez que a apresentadora de serviço dava a impressão
de ser uma idiota chapada, mas, verdade fosse dita, ela exprimia-se com uma emoção genuína quando falava do rapaz de sete anos
que ainda não fora encontrado. "Talvez precisemos que todos dias desapareça uma criança", disse Pete para si própria com sarcasmo, mas acto contínuo sentiu-se envergonhada
por ter pensado daquela maneira.
No prédio onde vivia Cally Hunter registava-se grande movimento. Muitas das igrejas tinham antecipado a celebração
religiosa da meia-noite para as vinte e duas horas. Independentemente dessa alteração, havia gente que
continuaria a chegar atrasada, pensava Pete ao ver um casal idoso que, num passo apressado, saía de um edificio contíguo, virando em direcção à Avenida B. Possivelmente
iriam
à Igreja de Saint-Emeric.
A mulher que tinha levado a filha de Cally Hunter a casa. surgiu ao princípio do quarteirão. Iria ela ao apartamento da rapariga porque esta planeara sair?,
perguntou-se Pete.
Como resposta à sua pergunta limitou-se a um encolher de ombros. Talvez Cally tivesse um encontro marcado para uma hora tardia, ou quisesse ir à igreja. Era
óbvio que aquele dia não seria o melhor para conseguir a reportagem que lhe daria fama.
"Isso acabará por acontecer", prometeu Pete a si mesmo. "Não tenciono ficar muito tempo nesta estação." Um dos seus amigos, que trabalhava para a WNBC, adorava
atazaná-lo por causa do emprego, e a sua piada preferida era dizer que o nível de audiência da WYME se limitava a duas baratas e a três gatos vadios. "Essa é a estação
de rádio Porquê Eu?!", comentava ele na brincadeira.
Pete ligou o automóvel e preparava-se para arrancar quando avistou um carro-patrulha que, depois de percorrer velozmente o quarteirão, parou em frente do prédio
onde Cally habitava.
Pete observou três homens que saíam do veículo. Reconheceu logo um deles, era Jack Shore, que atravessou a rua e entrou na carrinha. Em seguida, a luz que irradiava
do átrio do edificio permitiu-lhe identificar a figura de Mort Levy. Não conseguiu distinguir com nitidez o outro homem que acompanhava o detective.
Sem dúvida que havia qualquer coisa prestes a acontecer, por isso Pete desligou o motor, subitamente o caso voltara a despertar-lhe atenção.

Enquanto esperava que Mort Levy chegasse, Cally foi buscar os presentes de Natal de Gigi ao sítio onde os escondera, atrás do sofá, e colocou-os à frente da
árvore de Natal. O carrinho de bonecas em segunda mão, ao fim e ao cabo. não tinha um aspecto assim tão mau, concluiu ela, depois de o enfeitar com uma bonita colcha
e uma almofada de cetim azul. Em seguida, deitou a boneca-bebé no carrinho. Comprara-a no mês anterior, por dois dólares, mas não era tão engraçada como a que quisera
adquirir ao vendedor ambulante que costumava estar na Quinta Avenida, essa tinha cabelos castanho-dourados iguais aos de Gigi e um vestido azul próprio para festas.
Se ela não tivesse andado à procura desse mesmo vendedor ambulante, não veria a carteira e, consequentemente, o rapazinho não iria em sua perseguição, e...
Cally afastou aquele pensamento. Naquele momento era incapaz de sentir fosse o que fosse. Com todo o cuidado, começou a empilhar os presentes que embrulhara
com papel alusivo ao Natal: um conjunto de roupa a condizer que comprara na Gap umas calças de licra e uma camisola pólo, lápis de cera e um livro com desenhos para
colorir, e umas quantas peças de mobiliário para a casa de bonecas de Gigi. Tudo, até mesmo o conjunto da Gap, fora colocado em caixas separadas, com a finalidade
de, pelo menos, dar a impressão de que a criança tinha uma grande quantidade de prendas para abrir.
Tentou evitar olhar para o embrulho maior que se encontrava na base da árvore, o presente que Gigi pensava ser para oferecer ao Pai Natal.
Por último, telefonou para casa de Aika. Como os netos da sua amiga regressavam a casa dos pais todas as noites, tinha a certeza de que ela poderia ir a sua
casa, ficando a olhar por Gigi, caso os polícias a decidissem prender depois de ela lhes contar o que sabia sobre Jimmy e o garoto desaparecido.
Aika atendeu logo ao primeiro toque.
- Está lá? - perguntou na voz cheia de calor humano que lhe era tão característico.
"Se ao menos eles permitissem que Gigi ficasse com Aika, caso decidam levar-me de novo para a cadeia...", pensava Cally. Antes de responder, tentou desfazer
o nó que lhe embargava a garganta.
- Aika, tenho um problema. Podes vir a minha casa dentro de meia hora? É possível que tenhas de passar a noite aqui.
- Claro que sim - respondeu sem fazer qualquer pergunta.
Enquanto Cally colocava o auscultador no descanso, ouviu a campainha da porta da rua, que soou por todo o apartamento.
- Os telefones não param de tocar, senhora Dornan - disse Leigh Ann Winick, a produtora do noticiário das vinte e duas horas do Canal 5 da Fox, dirigindo-se
a Catherine, enquanto evitava cuidadosamente pisar os cabos espalhados pelo chão, quando esta e Michael já se preparavam para abandonar a área reservada à emissão
do programa. - Até parece que os nossos telespectadores querem que a senhora saiba que estão a torcer por si, rezando pelo bem-estar de Brian e do seu marido.
- Muito obrigada - agradeceu Catherine, fazendo uma tentativa para sorrir.
Baixou o olhar fitando Michael. O filho fizera um esforço enorme para não se deixar ir abaixo por causa da mãe e só depois de ouvir o apelo que ele fizera perante
as câmaras é que teve a percepção plena do desgosto que aquela situação lhe estava a causar.
Michael colocara as mãos nas algibeiras e tinha os ombros descaídos numa atitude que denotava tristeza, precisamente a mesma postura que Tom assumia, inconscientemente,
sempre que se sentia preocupado com o estado de saúde de um doente. Catherine endireitou os seus próprios ombros e colocou o braço em redor dos do filho quando a
porta do estúdio se fechou atrás dos dois.
- As nossas funcionárias têm agradecido em seu nome a todos os que telefonam - acrescentou a produtora. - Há mais alguma coisa que gostasse que transmitíssemos
aos nossos telespectadores?
Catherine respirou fundo, apertando mais o braço em redor dos ombros de Michael.
- Gostaria que lhes dissesse que estamos convencidos de que deixei cair a minha carteira no chão e que aparentemente Brian foi atrás da pessoa que a apanhou.
A razão por que ele estava tão ansioso em recuperá-la prende-se com o facto de a minha mãe me ter dado pouco antes uma medalha de São Cristóvão, que o meu pai nunca
tirou do pescoço durante a Segunda Guerra Mundial, pois acreditava que sem ela não teria regressado a casa são e salvo. Até tem uma mossa no ponto onde uma bala,
que lhe poderia ter custado a vida, fez ricochete. Brian sente a mesma fé maravilhosa, acreditando firmemente que São Cristóvão, ou o que quer que seja que ele representa,
uma vez mais, voltará a olhar por nós... sentimento que eu também partilho. Não duvido de que São Cristóvão trará Brian aos ombros para junto de nós, assim como
ajudará o meu marido a melhorar. Não é verdade, parceiro? - perguntou Catherine ao filho, brindando-o com um sorriso.
- Mãezinha, acreditas realmente no que acabaste de dizer? - inquiriu Michael com um olhar radiante.
Catherine voltou a respirar fundo. "Meu Deus, como acredito, ajuda-me a crer."
- Sim - respondeu com firmeza.
E talvez porque se estava na véspera de Natal, pela primeira vez ela acreditou verdadeiramente.

15

O agente da Polícia Estadual, Chris McNally, fez orelhas moucas enquanto Deidre Lenihan tagarelava incessantemente, dizendo que tinha visto uma medalha de São
Cristóvão e como o pai tinha sido baptizado com esse nome. Era uma jovem cheia de boas intenções, mas todas as vezes que ele parava para comprar um café e qualquer
coisa de comer naquele McDonald's, dava a impressão de que ela estava sempre desejosa por encontrar alguém com quem conversar.
Naquela noite, Chris sentia-se demasiado preocupado e o seu grande desejo era ir para casa. Queria, no mínimo dos mínimos, poder dormir um pouco antes de os
filhos se levantarem e começarem a abrir os presentes de Natal. Também tinha estado a pensar no Toyota que acabara de ver parado à sua frente. Há muito que pensava
em comprar um automóvel daqueles, embora soubesse que a mulher não quereria um que fosse castanho, mas a aquisição de um carro novo traduzia-se em prestações mensais
com que teria de se preocupar. Reparou no que restara de um autocolante no pára-choques do carro em questão, uma única palavra, "herança". Sabia que originalmente
aquele autocolante dissera: "Estamos a gastar a herança dos nossos netos." "Não há dúvida de que algo parecido com isso me daria agora muito jeito", pensava. O meu
pai disse... Chris procurou concentrar a sua atenção no que a rapariga dizia. "Deidre é simpática", pensou, "mas fala de mais." Estendeu a mão para o saco que oscilava
na mão dela, embora fosse evidente que ainda não estava disposta a entregar-lho antes de dizer como o pai pensava que era uma pena que a mãe não tivesse sido baptizada
com o nome de Filomena. Mesmo depois disso, ainda não acabara o que queria dizer. - Há vários anos, a minha tia trabalhava em Southampton e pertencia à Paróquia
de Santa Filomena. Quando foram obrigados a dar outro nome à paróquia, o padre organizou um concurso para decidir qual o nome do santo que deveriam escolher e por
que motivo. A minha tia sugeriu então que optassem por Dymphna, a santa dos loucos, pelo que se enquadrava bem, uma vez que a maior parte dos paroquianos era maluca.
- Ora bem, eu próprio recebi o nome de São Cristóvão
- disse Chris, conseguindo apoderar-se do saco. - Um Natal feliz, Deidre.
"E por este andar já estaremos no Natal quando conseguir dar a primeira dentada neste Big Mac", pensou o agente enquanto voltava à auto-estrada. Servindo-se
de uma mão apenas abriu o saco, donde retirou o hambúrguer e, na expectativa da satisfação que sentiria, deu-lhe uma grande dentada. O café teria de esperar até
chegar ao posto para onde fora destacado.
O seu turno acabaria à meia-noite, altura em que, pensou sorrindo para si mesmo, poderia dormir um pouco, enquanto Eileen, por seu lado, tentaria manter os miúdos
na cama até às seis da manhã. Desejava-lhe muita sorte, pois não o conSeguiu o ano passado, assim como não o conseguiria naquele Natal. Só se estivesse muito enganado
em relação aos filhos.
Já estava próximo da saída quarenta e conduziu o carro-patrulha até à rotunda onde poderia inverter a marcha e observar os condutores que fizessem manobras perigosas.
A véspera de Natal não se comparava com a do Ano Novo no que respeita a condutores embriagados, todavia, Chris sentia-se determinado a não permitir excessos de velocidade
ou ultrapassagens indevidas. Ninguém escaparia sem ser penalizado. Já testemunhara dois acidentes em que uns bêbedos haviam transformado a quadra natalícia num pesadelo
para gente inocente, e isso não aconteceria naquela noite, caso estivesse ao seu alcance evitá-lo. Além do mais, a queda de neve tornava a condução muito mais perigosa.
Enquanto retirava a tampa do copo de plástico que continha o café, franziu o sobrolho ao reparar que um Corveite seguia, pelo menos, a cento e trinta quilómetros
horários, rolando velozmente pela faixa de emergência. Ligou os máximos e a sirena, meteu a primeira e o carro-patrulha arrancou a toda a velocidade em perseguição
do infractor.

O chefe de detectives, Bud Folney, ouvia, sem mostrar a mínima emoção no seu rosto além de uma expressão extremamente atenta, o que Cally Hunter, que tremia
que nem varas verdes, dizia a Mort Levy, descrevendo-lhe a forma como encontrara a carteira na Quinta Avenida. Cally tinha abdicado dos direitos que a lei lhe conferia
quanto ao manter-se calada para não dizer nada que a incriminasse.
- Este assunto não pode ser adiado - dissera ele com mostras de impaciência.
Folney conhecia os aspectos básicos do caso de Cally:
era a irmã mais velha de Jimmy Siddons e cumprira pena porque o juiz não acreditara na sua versão dos acontecimentos, quando afirmara ter pensado que estava a ajudar
o irmão a fugir à cólera de um bando rival que queria matá-lo. Levy dissera a Folney que Cally Hunter parecia ser uma pessoa com pouca sorte havia sido criada por
uma avó já idosa, a qual morrera, deixando-a com a responsabilidade de endireitar um irmão mais novo, que enveredara por maus caminhos, quando ela própria ainda
era uma criança. Depois, quando estava grávida, o seu marido morreu atropelado por um condutor que se pusera em fuga.
"Deve ter mais ou menos trinta anos", pensava Folney. "e até podia ser bonita se tivesse mais alguma carne naqueles ossos." Cally continuava a exibir aquela vaga
expressão mal-assombrada que ele detectara em outras mulheres que tinham estado presas, as quais traziam permanentemente consigo o horror de um dia poderem ser enviadas
de novo para a cadeia.
O chefe dos detectives olhou à sua volta. O apartamento bem cuidado, a pintura de um amarelo-vivo das paredes fendidas, a modesta árvore de Natal que, com tanta
boa vontade, fora decorada, a colcha nova no carrinho de bonecas, que em tão mau estado se encontrava, tudo aquilo eram indicadores que revelavam alguma coisa sobre
o carácter de Cally Hunter.
Folney sabia que, à semelhança do que se passava consigo, Mort Levy se sentia ansioso por saber qual a ligação que existiria entre Siddons e o garoto desaparecido,
informação que somente ela lhes poderia facultar. A abordagem gentil que Mort adoptara merecia a sua aprovação, pois só assim Cally Hunter os poria ao corrente do
que se passara. "Foi boa ideia não termos trazido o touro furioso", raciocinava Polney. Jack Shore era um bom detective, se bem que frequentemente a sua atitude
agressiva bulisse com os nervos do chefe.
Cally Hunter descrevia como tinha avistado a carteira junto do lancil do passeio.
- Apanhei-a sem pensar no que fazia. Fiquei com a ideia de que pertencia a essa mulher, embora não tivesse a certeza. Digo com toda a sinceridade que não sabia
ao certo - justificou-se ela articulando as palavras em catadupa -, e pensei que, se tentasse devolver-lhe a carteira, era muito provável que ela dissesse
que faltava qualquer coisa. Isso aconteceu à minha avó. E então vocês recambiavam-me de novo para a prisão e...
- Cally, por favor, acalme-se - pediu Mort. - O que aconteceu a seguir?
- Quando cheguei a casa... - Descreveu aos detectives como tinha encontrado Jimmy no apartamento, já vestido com as roupas do falecido marido, e apontou para
o embrulho grande que se encontrava na base da árvore de Natal. - O sobretudo velho e o uniforme do guarda prisional estão dentro daquela caixa - informou Cally.
- Foi o único lugar que me ocorreu para guardar essas roupas, no caso de vocês decidirem voltar a minha casa.
"Foi isso mesmo", pensou Mort. "Quando revistámos o apartamento da segunda vez, reparei em qualquer coisa diferente no roupeiro. Faltava a caixa que estava na
prateleira e o casaco de homem."
A voz de Cally perdeu a firmeza quando começou a descrever-lhes a maneira como Jimmy levara Brian Dornan e ameaçara matar o garoto caso fosse perseguido por
algum polícia.
- Cally, acha que se pode confiar em que Jimmy acabará por libertar Brian? - perguntou Levy.
- Eu quero acreditar - respondeu ela numa voz entrecortada pela emoção. - Foi o que disse a mim própria antes de vos ter telefonado, mas sei que o meu irmão
se sente desesperado e está disposto a fazer seja o que for para não voltar para a cadeia.
- Cally, o que a levou a decidir telefonar-nos? - perguntou Jímmy por fim.
- Vi a mãe de Brian na televisão e apercebi-me de que, se Jimmy tivesse levado Gigi, eu quereria que me ajudassem a recuperar a minha filha. - Cally enclavinhou
os dedos uns nos outros e o seu corpo oscilou ligeiramente para a frente e para trás, adquirindo uma postura indicadora de grande aflição mental. - Não me posso
esquecer da expressão que vi no rosto do garoto, a maneira como ele colocou o fio com a medalha à volta do pescoço, agarrando-a como se lhe pudesse salvar a vida...
Se lhe acontecer alguma coisa de mal, a responsabilidade será inteiramente minha.
Naquele momento ouviu-se a campainha da porta da rua. "Se for o Shore...", pensou Folney sem concluir o seu pensamento enquanto se levantava num gesto brusco.
Era Aika, que entrou no apartamento e fitou os detectives com um olhar inquiridor, após o que se dirigiu apressadamente para junto de Cally, abraçando-a.
- Minha querida, o que se passa? Aconteceu alguma coisa de mal? Porque precisas que eu fique a tomar conta de Gigi? O que pretendem estes homens?
Muito perturbada, Cally retraiu-se.
Aika arregaçou as mangas da blusa da amiga, pondo a descoberto as nódoas negras que os dedos de Jimmy lhe tinha feito nos braços, as quais já tinham adquirido
uma tonalidade arroxeada e apresentavam mau aspecto. Quaisquer dúvidas que Bud Folney ainda tivesse em relação a uma possível cooperação entre Cally Hunter e o irmão
desapareceram de imediato. Curvou-se então para ela.
- Cally, não vai ter qualquer problema. Prometo-lhe que não. Acredito que encontrou essa carteira por acaso e que não soubesse qual a melhor atitude a tomar,
mas agora é forçoso que nos ajude. Faz alguma ideia do local para onde o seu irmão possa ter ido?

Dez minutos mais tarde, quando saíram do apartamento de Cally, Mort levava a volumosa caixa, embrulhada em papel com motivos natalícios que continha o uniforme
do guarda prisional alvejado por Jimmy Siddons.
Shore foi ter com os dois detectives ao carro-patrulha e, impaciente, começou logo a fazer perguntas a Mort. Enquanto seguiam a caminho da Baixa da cidade, os
três detectives concordaram que as buscas a encetar, com o objectivo de descobrirem o paradeiro do fugitivo, deviam basear-se na suposição de que o homem talvez
tentasse chegar ao Canadá.
- Ele só pode ter ido de carro - concluiu Folney sem
hesitação. - É impossível que tenha optado por viajar com o garoto em transportes públicos.
Cally confiara-lhe que Jimmy, desde os doze anos, sabia
fazer ligações directas em qualquer automóvel que pretendesse furtar, por isso estava convicta de que ele teria uma viatura estacionada perto quando foi a sua casa.
- Tenho um palpite que o Siddons terá procurado sair do estado de Nova iorque o mais depressa possível - acrescentou Folney , - o que quer dizer que atravessou
a região da Nova Inglaterra rumo à fronteira, mas é só um palpite. Também podia seguir pela auto-estrada, com destino á Interestadual Oitenta e Sete. É um percurso
bastante mais rápido.
De facto, o mais plausível seria a namorada de Siddons estar à sua espera no Canadá, pelo que todas aquelas suposições se encaixavam. Também concordaram com
Cally quando ela afirmou que Jímmy Siddons jamais se deixaria apanhar com vida. - O seu último acto de vingança seria matar o jovem refém.
Por conseguinte, viam-se confrontados com um assassino e raptor de uma criança, que possivelmente se faria transportar num veículo acerca do qual a Polícia não
possuia a mínima indicação e que provavelmente se dirigia para norte no meio de uma tempestade de neve. Seria o mesmo que procurar uma agulha num palheiro. Siddons
era demasiado esperto para atrair atenções, o que aconteceria, por exemplo, caso se arriscasse a exceder os limites de velocidade. Além do mais, a fronteira tinha
sempre muito movimento por ocasião da quadra natalícia. Folney ditou instruções para serem transmitidas à Polícia Estadual da Nova Inglaterra, assim como à de Nova
iorque, frisando que o refém corria perigo de vida.
As deduções dos detectives levaram-nos a concluir que. como Siddons havia deixado a casa de Cally Hunter pouco depois das dezoito horas, e levando em consideração
as condições em que teria de conduzir, já devia ter percorrido cerca de trezentos ou quatrocentos quilómetros. Do alerta que difundiram para a Polícia Estadual fazia
também parte a última coisa que Cally lhes confiara: "É possível que o garoto use um fio ao pescoço com uma medalha de bronze de São Cristóvão do tamanho de uma
moeda de dólar."
Pete Cruise viu os dois detectives sairem do edifício onde Cally Hunter habitava, o que se verificou mais ou menos vinte minutos depois de terem chegado, e reparou
que levy trazia um embrulho bastante volumoso e que Shore saltou da carrinha, juntando-se aos dois colegas.
Daquela vez, Pete teve oportunidade de ver bem o terceiro homem, o que fez com que assobiasse em silêncio. Era Bud Folney, o chefe dos detectives, o homem indicado
para assumir o cargo de comissário da Polícia, por isso devia estar prestes a acontecer algo de muito importante.
O carro-patrulha arrancou com as luzes do tejadilho a piscarem intermitentemente e um quarteirão mais à frente a sírena foi ligada. Pete ficou imóvel por momentos,
debruçando-se sobre o que fazer a seguir. Certamente que os polícias que permaneciam na carrinha o impediriam caso tentasse subir até casa de Cally, mas era evidente
que se passava qualquer coisa de interessante, e o repórter estava firmemente determinado a colher o maior número de informações sobre aquele assunto, junto de quem
quer que fosse.
Enquanto colocava a hipótese de procurar uma porta nas traseiras que lhe desse acesso ao prédio, avistou uma mulher, que sabia ser a ama da filha de Cally, a
sair do edificio. Com toda a rapidez, saiu do carro, seguindo no seu encalço e alcançou-a ao virar da esquina, já fora do ângulo de ViSãO dos polícias de vigia na
carrinha.
- Sou o detective Cruise - apresentou-se. - Recebi instruções para a escoltar até sua casa, queremos que chegue em segurança. Como tem passado, Cally?
- Oh, a pobre rapariga... - começou Aika a dizer. - Senhor detective, vocês têm de acreditar no que Cally diz, ela julgou que estava a proceder da melhor maneira
quando decidiu não lhes telefonar, informando-os sobre o rapto desse garoto que desapareceu...

Apesar de Brian ter bastante fome, foi-lhe difícil engolir o hambúrguer, sentia-se como se tivesse alguma coisa entalada na garganta e sabia que Jimmy era a
razão daquele mal-estar. Bebeu um grande gole de Coca-Cola e tentou pensar na grande tareia que o pai daria a Jimmy por este ser tão mau.
Mas agora apenas lhe ocorriam à mente os planos que haviam feito para a véspera de Natal. O pai tencionava chegar cedo a casa e toda a família ajudaria a decorar
a árvore de Natal. Em seguida iriam jantar, após o que percorreriam a vizinhança, entoando as janeiras juntamente com um grupo de amigos.
Naquele momento, Brian só conseguia pensar no que mais desejava: queria estar em casa, junto da mãe e do pai que sorririam muito, da maneira que costumavam fazer
sempre que se encontravam juntos. Quando tinham ido para Nova iorque, devido à doença do pai, a mãe dissera-lhe, assim como a Michael, que os presentes melhores,
aqueles que os dois irmãos mais desejavam receber, estariam à espera deles quando regressassem a casa, e que o Pai Natal guardaria as prendas no seu trenó até saber
que já iam a caminho de casa.
- Sim, sim... está-se mesmo a ver! - comentara Michael entre dentes, dirigindo-se ao irmão mais novo.
Brian continuava a acreditar na existência do Pai Natal. No ano passado, o pai mostrara-lhe umas marcas deixadas no telhado da garagem, no sítio onde o seu trenó
tinha parado, assim como as pegadas das renas. Nessa ocasião, Michael disse ao irmão que ouvira a mãe dizer ao pai que fora uma sorte ele não ter partido o pescoço
quando escorregou no telhado coberto de neve, a fim de deixar marcas por todo o lado, mas Brian não ligara importância ao que Michael lhe dissera, uma vez que não
acreditou nele, tal como não se incomodava com o facto de o irmão, por vezes, o apelidar de idiota; sabia que não era verdade.
Apercebia-se de que as coisas não corriam nada bem quando se desejava que o parvo do nosso irmão, que era capaz de ser um intrometido de primeira apanha, estivesse
junto de nós, e naquele momento era precisamente isso o que mais ansiava.
Esforçando-se para que a sensação de ter um nó na garganta desaparecesse, o copo de plástico quase lhe saltou da mão, quando Jimmy mudou bruscamente
de faixa de rodagem.
Mentalmente, o fugitivo começou a proferir palavras obscenas. Tinha acabado de passar por um carro-patrulha parado atrás de um automóvel de modelo desportivo,
e a visão de um polícia da brigada de trânsito fez com que ficasse encharcado em suor; mas, apesar do susto, não devia ter mudado de faixa daquela maneira precipitada.
Estava a ficar extremamente nervoso.
Pressentindo a animosidade que irradiava de Jimmy, Brian voltou a colocar o hambúrguer, que não comera, e o refrigerante no saco de papel, e movimentando-se
com extrema lentidão, de forma a que o seu raptor pudesse ver todos os seus movimentos, baixou-se colocando-o junto dos pés. Em seguida, sentou-se muito direito,
encostando-se bem ao assento e cruzando os braços. Depois, com os dedos da mão direita começou a procurar a medalha de São Cristóvão, que colocara ao seu lado, sobre
o assento, quando abriu o saco que continha a refeição, e ao encontrá-la fechou a mão com uma sensação de alívio. Mentalmente viu a imagem do santo cheio de força,
que transportava uma criança enquanto atravessava um rio de águas traiçoeiras, o santo que olhara pela vida do seu avô, que haveria de fazer com que o pai melhorasse
e que...
Brian fechou os olhos, não concluiu o seu desejo, mas em pensamento imaginava-se a ser levado aos ombros do santo.

16

Barbara Cavanaugh aguardava por Catherine e Michael na sala de espera da estação televisiva Canal 5.
- Vocês comportaram-se de maneira magnífica - disse em voz baixa. Mas, ao ver o cansaço que se adivinhava no rosto da filha, acrescentou: - Catherine, por favor,
vamos para casa. A Polícia comunicará contigo assim que tiver alguma novidade sobre o paradeiro de Brian. A tua aparência é de quem está prestes a desfalecer.
- Não posso fazer isso, mãe - replicou Catherine. - Eu sei que é um disparate ficar à espera na Quinta Avenida. Com certeza que Brian não voltará aí pelo seu
próprio pé, mas enquanto ando na rua pelo menos sinto que estou a fazer qualquer coisa para o encontrar. A verdade é que não sei muito bem o que estou a dizer, excepto
que quando hoje saí de tua casa estava acompanhada pelos meus dois filhos, e quando voltar para lá, eles também irão comigo.
- Senhora Dornan, porque não fica aqui, pelo menos de momento? - sugeriu Leigh Ann Winick num tom decisivo.
- Esta sala é bastante confortável. Podemos mandar vir uma sopa quente ou uma sande, ou o que lhe apetecer comer. Foi a senhora quem o disse: não adianta nada
manter-se à espera de não sabe o quê na Quinta Avenida.
- E a Polícia poderá entrar em contacto comigo para aqui? - perguntou Catherine depois de ter considerado a sugestão.
- Com certeza - confirmou Winick, apontando para um telefone. - Agora diga-me o que quer que eu mande vir para comer.
Vinte minutos mais tarde, Catherine, a mãe e Michael comiam uma sopa quente e olhavam para o ecrá do televisor instalado na sala. A peça noticiosa era
sobre Mario Bonardi, o guarda prisional que fora alvejado. Apesar do seu estado crítico, a situação clínica estabilizara.
O jornalista que fazia a reportagem estava junto da mulher de Bonardi e dos filhos adolescentes, na sala de espera da unidade de cuidados intensivos. Quando
lhe pediram um comentário, Rose Bonardi disse:
"O meu marido salvar-se-á. Quero agradecer a toda a
gente que hoje rezou por ele. A nossa família já celebrou muitos Natais felizes, mas este será o melhor de todos, porque ganhámos consciência do que estivemos quase
a perder."
- Isso é precisamente aquilo que nós também diremos, Michael - atalhou Catherine com determinação. - O pai salvar-se-à e o Brian será encontrado.
O repórter que estava no hospital acrescentou:
"Voltamos ao estúdio para actualizarmos as notícias, Tony."
- "Obrigado, Ted. Fico satisfeito por saber que está tudo a correr pelo melhor. Esse é o género de história de Natal que queremos noticiar." Depois, o sorriso
do apresentador televisivo desapareceu-lhe dos lábios. "Continua a não haver pistas do agressor de Mano Bonardi, Jimmy Síddons, que aguardava julgamento na cadeia,
acusado do assassínio de um agente da Polícia. Já tivemos oportunidade de citar algumas fontes policiais que nos disseram que, muito provavelmente, o alegado homicida
iria a caminho do México, para Se encontrar com a namorada, Paige Laronde. Todos os aeroportos, estações ferroviárias e terminais rodoviários estão sob vigilância
apertada. Foi há quase três anos, quando tentava fugir depois de um assalto que efectuou à mão armada, que Siddons alvejou o agente policial William Gras, ferindo-o
mortalmente após este o mandar parar por ter cometido uma infracção ao código da estrada. Sabe-se que Siddons está armado e deve ser considerado extremamente perigoso."
Enquanto o apresentador prosseguia com o noticiário, no ecrã começaram a ser mostradas fotografias de Jimmy Siddons.
- Ele tem um aspecto mau - comentou Michael examinando atentamente os olhos de expressão fria e os lábios com um trejeito sardónico do recluso que andava a monte.
- Não há dúvida que sim - confirmou Barbara Cavanaugh, observando o rosto do neto. - Mike, e que tal se fechasses os olhos e descansasses um pouco? - sugeriu-lhe
a avó.
-Não quero adormecer - respondeu o garoto.
Passava um minuto das vinte e três horas e o apresentador continuava a actualizar as notícias.
"Regressando a um dos acontecimentos do dia, continuamos sem qualquer informação acerca do paradeiro de Brian Dornan, o garoto de sete anos que ainda não foi
localizado e que desapareceu pouco depois das dezassete horas de hoje. Nesta noite tão especial, pedimos aos nossos telespectadores que continuem a rezar para que
Brian regresse são e salvo para junto da família; aproveitamos para lhes desejar, e aos que lhes são mais queridos, um Natal muito feliz."
"Dentro de uma hora será Natal", pensava Catherine. "Brian, tens de voltar para junto de nós, a Polícia tem de te encontrar. É preciso que estejas comigo amanhã
de manhã quando formos visitar o paizinho. Brian, volta para casa, por favor, vem para junto de nós."
A porta da sala abriu-se e Winick entrou, acompanhada por um homem alto, que ainda não teria cinquenta anos, seguido pelo agente Manuel Ortiz.
- O detective Rhodes deseja falar consigo, senhora Dornan - disse Winick. - Se precisarem de mim, estarei na sala ao lado.
Catherine, ao reparar na expressão solene que se reflectia no rosto de Rhodes e de Ortiz, ficou paralisada, incapaz de falar ou de se mexer.
Ambos adivinharam o que ela estaria a pensar.
- Não, senhora Doman, acalme-se, não é nada do que julga - atalhou Ortiz com uma entoação de voz que pretendia tranquilizá-la.
- Eu venho da Esquadra Central, senhora Dornan - interveio Rhodes. - Recebemos algumas informações sobre Brian, mas permita-me que comece por lhe dizer
que, tanto quanto sabemos, o seu filho continua vivo e ninguém lhe fez mal.
- Sendo assim, onde está ele? - perguntou Michael, numa explosão de cólera. - Onde está o meu irmão?
:i Catherine ouvia atentamente enquanto o detective Rhodes lhe explicava como a carteira tinha sido apanhada do chão por uma mulher que era irmã do fugitivo, Jimmy
Sidóons. A mente dela recusava-se a aceitar que Brian tivesse sido sequestrado por um assassino, cujo rosto acabara de ver ao ecrã do televisor. "Não", pensou Catherine,
"não, é impossível que isto esteja a acontecer."
- Acabaram de noticiar que muito provavelmente esse homem está a caminho do México - disse, apontando para O monitor. - Brian desapareceu há seis horas
e neste momento já pode estar nesse país.
- Ninguém na esquadra está convencido dessa história - explicou Rhodes. - Pensamos é que ele vai a caminho do Canadá, possivelmente ao volante de um carro roubado.
É nessa direcção que concentrámos as nossas buscas.
Subitamente, Catherine ficou incapaz de sentir qualquer traço de emoção. Lembrou-se então de que, aquando do nascimento de Michael, experimentara a mesma
sensação depois de, já na sala de partos, lhe terem dado uma injecção de Demerol, a qual fez com que, como por milagre, lhe desaparecessem todas as dores. E ela
erguera o olhar para Tom, que lhe piscou o olho. O marido estivera sempre ao seu lado. "Sentes-te melhor, não é verdade, minha querida?", perguntara-lhe ele. Os
seus pensamentos, que já não sentia toldados pela dor, tornaram-se muito claros.
- Em que tipo de automóvel é que viajam?
- Ainda não sabemos - respondeu Rhodes, sem ocultar o mal-estar que a pergunta lhe provocava. - Imaginamos apenas que ele se desloca de carro e temos quase a
certeza absoluta de que o nosso palpite é correcto. Todos os agentes da Polícia de trânsito de Nova iorque e da Nova Inglaterra estão em estado de alerta, procurando
um homem que viaje acompanhado de um garoto com uma medalha de São Cristóvão ao pescoço.
- Brian pôs o fio? - exclamou Michael. - Sendo assim, nada lhe acontecerá, de mal. Avozinha, diz à minha mãe que a medalha protegerá Michael, tal como aconteceu
com o avô.
- Armado e perigoso - repetiu Catherine.
- Senhora Dornan - acrescentou Rhodes num tom de urgência -, caso Siddons viaje de carro, o mais plausível é que tenha o rádio ligado. É um homem esperto e,
agora que a vida do agente Bonardi está fora de perigo, ele está bem ciente de que não terá de enfrentar uma sentença de morte. A pena capital ainda não havia sido
reintroduzida neste estado quando assassinou o agente policial, há três anos, e não devemos esquecer que ele disse à irmã que amanhã de manhã libertaria Brian.
Catherine pensava com uma clareza extraordinária.
- Mas o senhor não acredita nisso, pois não?
Não precisou de ver a expressão no rosto do detective para ficar a saber que Rhodes não esperava que Jímmy Siddons viesse a libertar Brian por sua livre e espontânea
vontade.
- Senhora Dornan, se não estivermos enganados, e vindo a confirmar-se que Siddons se dirige para a fronteira canadiana, só chegará lá daqui a pelo menos umas
três ou quatro horas. Embora a neve tenha parado de cair em algumas regiões, as estradas continuarão numa grande confusão ao longo de toda a noite. Assim, não lhe
será possível conduzir com grande velocidade, além de que ignora que temos informações que nos permitem saber que Brian está com ele, as quais não serão reveladas
aos meios de comunicação social. De acordo com a linha de raciocínio de Siddons, Brian tem uma vantagem... no mínimo até conseguir chegar à fronteira, e havemos
de o encontrar antes que ele consiga concretizar os seus intentos.
O televisor continuava ligado, se bem que com o volume reduzido, e, Catherine, que estava de costas voltadas para
o ecrã, reparou que a fisionomia do detective Rhodes se cerrava ao ouvir uma voz que anunciava:
"Interrompemos aqui a nossa programação habitual para transmitir um boletim noticioso. De acordo com um repórter da estação de rádio WYME, Brian Dornan, o garoto
de sete anos que está desaparecido desde as dezassete horas desta noite, caiu nas mãos do alegado assassino Jimmy Siddons, o qual disse à irmã que, se a Polícia
lhe armasse uma cilada, não hesitaria em meter uma bala na cabeça da criança. à medida que as notícias forem chegando, manter-vos-emos informados."

17

Depois de Aika ter saído, Cally preparou uma chávena de chá e enrolou-se num cobertor, após o que ligou o televisor, premindo o botão que lhe retirava o som.
"Deste modo, poderei saber mais notícias, assim que começarem a ser transmitidas", pensou ela. Em seguida, sintonizou o rádio numa estação que emitia música alusiva
ao Natal, mas manteve o volume do som bastante reduzido.
"Prestai atenção, os anjos anunciadores cantam..." "Lembras-te de como tu e Frank costumavam entoar esta canção em coro enquanto enfeitavam a árvore de Natal?".
perguntou a si mesma. Fora há cinco anos, o único Natal que celebraram juntos. Tinham acabado de saber que ela estava grávida e Cally recordava-se dos planos que
ambos haviam feito.
- No próximo ano já teremos quem nos ajude a enfeitar
a árvore - dissera Frank.
- Com certeza que sim, uma criança de três meses será
uma grande ajuda, não haja dúvida! - replicara ela dando
uma gargalhada.
Recordava-se de como Frank a erguera do chão, de forma a que ela pudesse colocar a estrela no cimo da árvore.
Por que motivo tudo lhes correra tão mal? Não chegou a haver ano seguinte, apenas uma semana mais tarde Frank morrera atropelado por um condutor que se pusera
em fuga, quando vinha a caminho de casa depois de ter ido à mercearia comprar um pacote de leite.
"Estivemos tão pouco tempo juntos", pensou, traduzindo
a amargura que sentia com um abanar de cabeça. Ocasiões
havia em que perguntava a si mesma se aqueles meses não tinham sido apenas um sonho mau. Parecia-lhe que tudo acontecera há já tanto tempo...
"Vinde todos, plenos de fé, alegria e triunfantes... Adeste fideles." "Terá sido apenas ontem que eu me sentia tão bem ao pensar na vida que me esperava?", interrogou-se.
- Cally, tenho ouvido muitos elogios sobre o teu trabalho - dissera-lhe a administradora do hospital. - Todos me dizem que possues todas as qualidades de uma
verdadeira enfermeira. Já alguma vez pensaste em tirar um curso numa escola de enfermagem?
Logo a seguir, a mulher começara a explicar-lhe como se conseguiam bolsas de estudo, prometendo-lhe que estudaria esse assunto mais a fundo.
"Aquele rapazinho", pensava ela. "Oh, meu Deus, não permitas que Jimmy lhe faça mal. Eu devia ter telefonado ao detective Levy imediatamente, sei que era o que
deveria ter feito. Por que razão não procedi dessa maneira?", perguntava-se, respondendo de imediato á sua pergunta. "Porque não senti receio apenas pelo bem-estar
de Brian, também tive medo por causa de mim própria, o que poderá vir a custar a vida de Brian." Cally levantou-se e foi ver se Gigi estava bem. Como de costume,
a garota conseguira tirar um pé fora da cama, destapando-o, todas as noites fazia a mesma coisa, embora o quarto fosse frio.
Cally aconchegou os cobertores á volta dos ombros da filha e depois, suavemente, voltou a colocar o pequeno pé debaixo do lençol.
- Mãezinha - resmungou Gigi sonolenta agitando-se na cama.
- Estou aqui ao lado - sossegara-a Cally antes de voltar à sala de estar, onde ficou a olhar por momentos para o televisor, mas o que ouviu levou-a a dirigir-se
apressadamente para o aparelho, aumentando o volume do som. "Não! Não!", exclamou para consigo quando ouviu o repórter noticiar que as autoridades já tinham conhecimento
de que o garoto desaparecido fora raptado pelo assassino Jimmy Siddons, o homem que continuava a monte. "A Polícia julgará que fui eu quem divulgou esta noticia",
pensou, sentindo-se invadida por um grande frenesim. "Vão pensar que contei a alguém. Sei que vão acreditar nisso."
O telefone começou a tocar e, quando atendeu e ouviu a voz de Mort Levy, as emoções que até então pareciam ter estado contidas entraram subitamente em erupção.
Não fui eu! afirmou ela a chorar. Não disse nada a ninguém. Juro, juro que não disse nada!

O soerguer e baixar regular do peito de Brian indicou a Jimmy Siddons que o seu refém dormia. "óptimo", pensou, "melhor para mim." O problema era o miúdo ser
muito esperto, o suficiente para saber que, se tivesse conseguido saltar do automóvel junto á berma da estrada, não seria atropelado. "Se aquele idiota não tivesse
feito o pião que provocou o pequeno acidente, para mim já tudo estaria acabado", pensou Jimmy. "O miúdo conseguiria sair do carro e a esta hora a brigada de trânsito
vinha em minha perseguição."
Já passava das onze da noite. Certamente que o garoto estaria cansado e dormiria durante uma ou duas horas. Mesmo com a neve que se acumulava nas estradas, deviam
chegar à fronteira dentro de, no máximo, três ou quatro horas, e "depois ainda faltarão muitas horas até ao amanhecer", deduzia Jimmy cheio de satisfação. Sabia
que podia contar com Paige, a rapariga estaria á sua espera no lado do Canadá, tinham combinado previamente um ponto de encontro numa área arborizada, situada a
mais ou menos cinco quilómetros do posto fronteiriço.
Jimmy debatia consigo mesmo se deveria ou não abandonar o Toyota, pois não havia nada que ligasse a viatura à sua pessoa, desde que não se esquecesse de limpar
cuidadosamente todas as impressões digitais. Talvez decidisse deixá-lo num dos bosques daquela zona...
Por outro lado... O Niágara ocorreu-lhe ao pensamento, uma vez que era aí que tencionava fazer a travessia fronteiriça. O rio tinha uma corrente muito forte,
pelo que eram poucas as probabilidades de estar congelado, e, com alguma sorte, era possível que o automóvel nunca viesse à tona de água.
E quanto ao miúdo? Embora fizesse aquela pergunta a si mesmo, Jimmy sabia muito bem que jamais se arriscaria a que o garoto fosse encontrado próximo da fronteira,
o que, a acontecer, permitiria que ele falasse do seu raptor, pois Paige dissera aos amigos que ia para o México.
"Tenho muita pena, miúdo", disse Jimmy em pensamento, "mas é aí que eu quero que os polícias me procurem."
Depois de ter reflectido por momentos, decidiu que o rio trataria do problema da viatura e do garoto.
Tendo tomado aquela decisão, sentiu que parte da tensão, que não o abandonara até então, começava a libertá-lo. A cada quilómetro que percorria, maior era a
sua convicção de que seria capaz de se sair bem daquela aventura. O Canadá, Paige e a liberdade eram perspectivas que se encontravam ao seu alcance, e também se
sentia mais ansioso, assim como mais determinado, a fazer o que fosse preciso para conseguir os seus objectivos, tal como acontecera da última vez.
Preparara tudo com o maior cuidado, tinha o automóvel de Cally, cem dólares no bolso e dirigia para a Califórnia, mas foi então que atravessou um cruzamento
na Nona Avenida, sem respeitar a luz vermelha, e um polícia mandou-o parar. O guarda, um homem com cerca de trinta anos, dera-se ares de pessoa importante, aproximara-se
da janela do lado do condutor e interpelara Jimmy num tom de sarcasmo.
- A carta de condução e o livrete da viatura, "senhor".
"O homem não teria necessidade de ver mais nada", pensara Jimmy na altura, recordando-se desse momento como se tivesse sido ontem, chegar-lhe-ia examinar uma
carta de condução emitida em nome de James Siddons, mas ele não a tinha e assim não lhe restou outra alternativa, seria preso nesse mesmo instante. Então, levou
a mão à algibeira da frente do casaco, sacou da arma e disparou. Antes de o cor po do agente ter caído por terra, ele já tinha abandonado a viatura, misturando-se
com a multidão que deambulava pelas cercanias do terminal rodoviário. Depois consultara o quadro das partidas e dirigira-se à bilheteira, onde comprou um bilhete
para uma camioneta que sairia dentro de três minutos, com destino a Detroit.
Fora uma decisão bastante acertada, pensou Jimmy. Logo na primeira noite conhecera Paige, tendo-se mudado para casa da rapariga, e, em seguida, tratou de arranjar
um bilhete de identidade falso, assim como um emprego numa firma de segurança um tanto rasca. Durante algum tempo, ele e Paige tinham conseguido levar uma vida que
se revestia de alguma normalidade, as únicas discussões a sério que travavam entre si era só quando ela encorajava os espectadores no bar de strip tease onde se
exibia. Contudo, Paige desculpava-se, dizendo que deixar esses tipos "atirarem-se" a ela fazia parte do seu trabalho. Pela primeira vez, parecia que tudo corria
bem na vida de Jimmy, até ao dia em que foi suficientemente estúpido para assaltar o posto de abastecimento de combustíveis sem ter tido o cuidado de proceder previamente
a um estudo do local.
Voltou a concentrar a sua atenção no asfalto coberto por; um manto branco que se estendia à sua frente, apercebendo-se, pelo modo como o veículo se comportava,
de que a camada de neve começava a transformar-se em gelo. "Ainda bem que o automóvel está equipado com pneus próprios para a neve", pensou Jimmy. De súbito, lembrou-se
do casal a quem o carro pertencia - o que dissera o sujeito á mulher? Qualquer coisa a respeito de mal poder esperar para ver a cara do Bobby? "Sim, foi isso mesmo",
recordou-se Jimmy, sorrindo ao imaginar a expressão embasbacada dos dois quando deparassem com um lugar vazio no sítio onde o automóvel estivera estacionado, ou
vissem outro carro estacionado no mesmo local.
Mantinha o rádio ligado, embora tivesse baixado o volume, e sintonizara-o numa estação regional para poder ouvir uma actualização das condições meteorológicas,
mas agora o som era cada vez mais fraco e os ruidos provocados pela estática impediam a audição. Impacientemente, Jimmy mexeu nos botões até encontrar a estação
que transmitia notícias vinte e quatro horas por dia, mas imobilizou-se ao ouvir o locutor noticiar numa entoação de urgência:
"Com alguma relutância, a Polícia confirmou a notícia de última hora, difundida pela estação radiofónica WYME, segundo a qual Brian Doman, o garoto de sete anos
que desapareceu hoje por volta das dezassete horas, caiu nas mãos do alegado homicida Jimmy Siddons, que se acredita ir a caminho do Canadá."
Proferindo um chorrilho de palavrões, o fugitivo desligou o rádio. Cally, com certeza que fora ela quem telefonara para a Polícia. "O mais certo é a auto-estrada
a esta hora já estar cheia de chuis, todos á minha procura e do miúdo", deduziu ele de cabeça perdida, olhando para a sua esquerda e observando os automóveis que
o ultrapassavam. "O mais provável é já andarem por aqui dúzias de carros sem o distintivo da Polícia", pensou. "Calma, não percas a calma", disse para si mesmo.
A Polícia desconhecia as características do veículo que conduzia e não tencionava cometer a tolice de exceder o limite de velocidade ou, pior ainda, rodar a
uma velocidade inferior ao mínimo estabelecido, o que faria com que desconfiassem dele.
Mas a verdade é que o miúdo constituía um problema. Tinha de se livrar dele sem mais demoras. Rapidamente avaliou a situação. Sairia no próximo desvio com o
objectivo de tratar desse problema, descartando-se do rapaz o mais depressa possível, para logo em seguida regressar à auto-estrada. Olhou para Brian, que dormia
ao seu lado. "É uma pena, miúdo, mas não existe mais nenhuma alternativa", repetiu para consigo próprio.
à direita, avistou a placa que lhe indicava a saída seguinte. "É isto mesmo", pensou Jimmy, "vou já por aqui."
Brian agitou-se, como se estivesse prestes a despertar, mas voltou a adormecer. Meio sonolento, imaginou que tinha ouvido o seu nome, mas concluiu que deveria
ter sonhado.

18

Rhodes observou a expressão receosa de Catherine Dornan quando esta se apercebeu das implicações que advinham do facto de Brian se encontrar em poder de Jimmy
Siddons. Viu que ela cerrava as pálpebras e preparou-se para a amparar, caso desmaiasse.
Mas pouco depois, Catherine voltou a abrir os olhos e, num gesto rápido, estendeu os braços para abraçar o filho mais velho.
- Não nos devemos esquecer de que Brian tem a medalha de São Cristóvão - disse ela numa voz suave.
A máscara, própria de gente adulta, que Michael afivelara ao longo de todas as adversidades daquela noite começou a desfazer-se.
- Não quero que aconteça nada ao Brian - exclamou sem conseguir conter as lágrimas.
- Verás que não lhe sucederá nada de mal - disse Catherine com muita calma, acariciando-lhe a cabeça. - Acredita no que te digo e não te deixes ir abaixo.
Rhodes apercebeu-se do esforço que ela tinha de fazer para conseguir caminhar. "Quem terá informado os meios de comunicação social de que Brian é refém de Jimmy
Siddons?", interrogou-se o detective, encolerizado. Sentia comichões no punho cerrado, tal a vontade que tinha de assentar um murro bem dado na pessoa que, tão descuidadamente,
estava a pôr em risco a vida de uma criança, e a sua ira intensificou-se ainda mais ao compreender que, se Siddons tivesse o rádio ligado, a primeira coisa que faria
seria livrar-se do garoto.
- Mãezinha, estás recordada de como o paizinho costumava falar-nos de uma véspera de Natal especial, durante a guerra, tinha ele apenas vinte e dois anos, e
de como, no auge de uma batalha feroz, levou alguns soldados da sua companhia até uma das vilas, na proximidade da linha de combate? - perguntou Catherine á mãe.
- Haviam chegado informações sobre a actividade das forças inimigas nesse local - disse a mãe, continuando a descrever o episódio a partir dali -, mas posteriormente
constatou-se que não correspondiam à verdade. No caminho de regresso ao batalhão a que pertenciam, passaram pela igreja da vila. A Missa do Galo começara naquele
preciso momento e o templo encontrava-se repleto, pois, apesar do período terrível que se vivia, toda a gente abandonara a segurança de suas casas para assistir
à cerimónia religiosa. As suas vozes, que entoavam em coro a Noite Feliz, chegavam até ao largo da vila e o pai disse-me que tinha sido o cântico de Natal mais belo
que alguma vez lhe fora dado ouvir. - Barbara Cavanaugh sorriu ao neto mais velho. - O avozinho e os outros militares entraram na igreja. Costumava descrever-me
como todos se haviam sentido reconfortados ao testemunharem a fé e coragem daquela gente. Ali estavam aqueles aldeões, no meio de uma guerra que não lhes dava tréguas,
com os alimentos rigorosamente racionados, mas acreditando firmemente que, de uma maneira ou de outra, conseguiriam ultrapassar aquelas circunstâncias tão adversas.
- O lábio inferior de Barbara começou a tremer, mas a sua voz era firme quando retomou a história. - O avozinho disse que foi nessa altura que soube que regressaria
para junto de mim e foi também nessa mesma noite, meia hora mais tarde, que a medalha de São Cristóvão impediu que a bala lhe trespassasse o coração.
Catherine olhou por cima da cabeça de Michael, fitando o agente Ortiz.
- Pode levar-nos agora até à catedral? Quero assistir à Missa do Galo. Mas temos de ficar num sitio onde nos possa contactar rapidamente, se houver alguma novidade.
- Conheço o chefe dos arrumadores, Ray Hickey - respondeu Ortiz. - Fique descansada que eu trato disso.
Catherine olhou para Rhodes.
- Assim que houver alguma notícia serei informada imediatamente?...
- Com certeza. - O detective não foi capaz de resistir, acrescentando: - A senhora tem muita coragem e há uma coisa que lhe posso garantir: todos os agentes
da Polícia destacados para a região nordeste empenhar-se-ão o mais possível em trazer o Brian para junto de si são e salvo.
- Estou bem ciente disso, e assim a única maneira de poder dar o meu contributo é através das orações.

- A fuga de informações não veio dos nossos homens - informou Mort Levy categoricamente, dirigindo-se ao chefe de detectives Folney. - Ao que tudo indica, um
jovem repórter da WYME mantinha-se de vigia ao apartamento de Cally, ansioso por mostrar trabalho. Tendo-nos visto entrar apercebeu-se logo que se estava a passar
qualquer coisa, o que o levou a seguir Aika Banks até casa. Ludibriou-a, dizendo-lhe que era um chui, e extorquiu-lhe tudo o que ela sabia sobre o assunto. Chama-se
Pete Cruise.
- Ainda bem que não foi um dos nossos. Quando tudo isto tiver terminado, tencionamos fazê-lo passar um mau bocado por se ter feito passar por um polícia - garantiu
FoIney. - Mas, entretanto, ainda temos muito a fazer por aqui.
Colocara-se em frente de um mapa ampliado da região nordeste, que fora afixado numa parede do seu gabinete. Era atravessado por diversas estradas, as quais haviam
sido realçadas a várias cores. Folney pegou num ponteiro.
- Estamos aqui, Mort. Temos de partir do principio de que Siddons tinha um carro à espera quando saiu de casa da irmã. De acordo com o que Cally disse, ele foi-se
embora pouco depois das seis da tarde e, se não estivermos enganados ao presumirmos que entrou imediatamente no automóvel, isso significa que se fez à estrada há
mais ou menos cinco horas e meia. - O ponteiro deslocou-se para outro ponto. - A faixa indicada a claro estende-se da cidade até às proximidades de Herkimer, na
saída trinta da auto-estrada, e foi aí que caiu o mais forte nevão. Mas, mesmo assim, provavelmente, Siddons não estará a mais de quatro ou seis horas da fronteira.
- Folney deu uma forte pancada sobre o mapa. - É o mesmo que procurarmos uma agulha num palheiro. - Mort esperava pacientemente. Sabia que o seu chefe, para já,
não queria ouvir quaisquer sugestões - Emitimos um alerta ao longo de todo o perímetro da fronteira - continuou Folney -, mas, dada a intensidade do tráfego, é possível
que Siddons consiga passar despercebido e todos nós sabemos que um individuo do calibre dele certa mente será capaz de entrar no Canadá sem passar por nenhum posto
fronteiriço.
Agora sim, chegara a altura de Mort apresentar sugestões.
- E se encenássemos um acidente nas estradas principais, obrigando a que o trânsito só circulasse por uma faixa de rodagem, num trecho de cerca de trinta quilómetros
antes da fronteira? - sugeriu.
- Não estou a pôr essa ideia de parte, mas se montar mos um bloqueio, em poucos minutos o trânsito ficará completamente engarrafado, o que poderia levar Siddons
a tentar escapar-se pela primeira saída que encontrasse. Caso adoptássemos esse plano, também teríamos de montar barreiras em todas essas saídas.
- E se Siddons sentir que está encurralado?... - perguntou Mort Levy, hesitando. - O homem tem um parafuso a menos, chefe. Cally Hunter está convencida de que
o irmão é capaz de acabar tanto com a sua vida como com a de Brian para não ser capturado, e creio que ela sabe o que diz.
- Se ela tivesse tido a coragem de nos telefonar logo que Jimmy saiu de sua casa com o garoto, ele nunca conseguiria escapar de Manhattan!
Os dois homens viraram-se e viram Jack Shore na ombreira da porta, olhando fixamente para Mort Levy e Bud Folney.
- A situação alterou-se, chefe - informou ele. - Um dos agentes da brigada de trânsito, um tal Chris McNally, comprou um hambúrguer há cerca de vinte minutos
na área de serviço da auto-estrada entre Siracusa, saída trinta e nove, e Weedsport, saída quarenta. Na altura não prestou muita atenção ao assunto, mas a mulher
que na altura estava de serviço ao balcão onde as refeições são entregues, uma Deidre Ienihan, mencionou uma medalha de São Cristóvão que um miúdo qualquer trazia
ao pescoço.
- Onde está essa mulher, a tal Ienihan, neste momento? - perguntou Bud Folney com brusquidão.
- O turno dela terminou às vinte e três horas e a mãe disse que o namorado tencionava ir buscá-la ao trabalho. Os nossos homens já se puseram em campo, tentando
descobrir-lhes o rasto, mas se Cally Hunter tivesse telefonado mais cedo, nada disto aconteceria, haveria tempo para destacar homens para todas as áreas de serviço
entre a cidade e...
Era muito raro Bud Folney elevar a sua voz. No entanto, a frustração crescente que sentia devido às dificuldades que se lhe deparavam naquela caça ao homem,
goradas que tinham sido até aí todas as tentativas para encontrar o rasto de Jimmy Siddons, fez com que explodisse numa súbita manifestação de irritação.
- Cala a boca, Jack! Neste momento, os "se isto ou aquilo" não nos ajudam em nada. Faz alguma coisa de útil. Trata de arranjar maneira de as estações de rádio
dessa área difundirem um apelo para que Deidre Lenihan telefone à mãe. Digam que se trata de uma emergência, que tem de ir já para casa... inventem qualquer coisa.
E, por amor de Deus, não permitam que alguém estabeleça qualquer ligação entre ela e o caso de Siddons, ou com o desaparecimento do garoto. Está entendido?

19

Semioculto na berma da estrada, Chris McNally mantinha-se de olho em todos os carros que passavam. Finalmente, a neve deixara de cair, se bem que o esfalto
continuasse coberto por uma fina camada de gelo. Do mal o menos, na sua opinião, pois assim os condutores guiavam cautelosamente, embora o mais certo fosse que todos
se sentissem frustrados por serem forçados a seguir a uma velocidade de menos de sessenta quilómetros por hora. Desde que comprara o hambúrguer, tinha multado apenas
um aspirante a piloto de corridas ao volante de um carro desportivo.
Não obstante estar concentrado no fluxo de tráfego que rolava pela auto-estrada, não conseguia afastar o pensamento do boletim que recebera sobre o garoto desaparecido.
Após ouvir o alerta relativo à criança que trazia ao pescoço uma medalha de São Cristóvão na altura em que foi sequestrada por um foragido, um assassino de polícias,
CIrris telefonou imediatamente para o McDonald's onde há pouco estivera e pediu para falar com Deidre Lenihan, a empregada que o atendera. Ainda que não tivesse
prestado muita atenção à conversa dela, recordava-se da sua tagarelice acerca de uma medalha e um garoto que se ajustavam àquela descrição. Agora lamentava não lhe
ter dado troco, principalmente, depois de ser informado de que ela se fora embora, acompanhada do namorado.
Apesar da natureza bastante vaga daquela pista, isso não o impediu de a dar a conhecer ao seu supervisor, que, por seu turno, a transmitiu à esquadra central
do condado, tendo ficado decidido que valia a pena agir de acordo com essa informação. Assim, fizeram um pedido às estações de rádio locais para que difundissem
um apelo solicitando a Deidre que entrasse em contacto com a esquadra central. Por intermédio da mãe da rapariga tinham conseguido obter uma descrição do automóvel
do namorado da filha, após o que todos os agentes das brigadas de trânsito foram informados da matrícula da viatura em questão e incumbidos de tentar encontrar o
casal.
Mais ainda, a mãe de Deidre confidenciara à Polícia que aquela noite seria muito especial para a filha, uma vez que o namorado lhe confiara que a prenda de Natal
que lhe ia oferecer era um anel de noivado. O mais certo seria não estarem na estrada, mas sim num outro lugar qualquer um pouco mais romântico.
Contudo, partindo do pressuposto de que Deidre ouviria o apelo feito via rádio e ligaria para a Polícia, o que teria ela para lhes dizer? Que vira um garoto
com uma medalha de São Cristóvão ao pescoço? Eles já estavam a par disso. Poderia informá-los da marca e modelo do carro? Teria reparado no número da matrícula?
Com base no que Chris sabia acerca da jovem, e não obstante a sua simpatia, não podia ser considerada uma pessoa atenta a tudo o que acontecia à sua volta, mas apenas
curiosa quando algo lhe despertava a imaginação. Não, era muito improvável que ela pudesse facultar-lhes mais alguma informação de relevância para o caso.
Todas aquelas reflexões faziam com que Chris se sentisse ainda mais frustrado. "Não é de excluir que até eu próprio possa ter estado próximo do garoto", pensou
o agente. "Até é possível que isso tenha acontecido na fila do McDonald's. Por que razão não reparei em mais nada?"
Pensar que talvez tivesse chegado perto do rapazinho era
algo que o incomodava. "Neste preciso momento, os meus filhos estão em casa, nas suas camas", disse para consigo, "e o garoto que foi raptado também devia encontrar-se
junto da família." O problema concluiu, rememorando a conversa que tivera com Deidre, em que ela lhe mencionara o automóvel em que vira o rapazinho era que a viatura
em questão poderia ter passado pelo restaurante num período de tempo compreendido entre uns escassos minutos e uma hora antes de a rapariga lhe ter falado no assunto.
Ainda assim, tratava-se da única pista de que dispunham, por conseguinte, seria preciso levá-la muito a sério.
Entretanto, o radiorreceptor entrou em acção. Era da esquadra central.
- Chris - disse o operador de rádio, - o chefe quer falar contigo.
- Chris, a Polícia de Nova Iorque acredita que a tua dica é a única oportunidade que resta para tentar salvar a vida do garoto - começou o capitão a dizer, numa
voz onde transparecia grande urgência. - Vamos continuar a utilizar todos os meios para descobrir essa mulher, a tal lenihan, mas entretanto quero que puxes pelos
miolos. Tenta recordar-te se ela disse mais alguma coisa que possa ser importante...
- Estou a tentar, meu capitão. Neste momento encontro-me na auto-estrada. Se concordar, gostaria de seguir para oeste, pois se esse tipo esteve na fila do McDonald's
mais ou menos à mesma hora que eu, nesta altura leva-me um avanço de cerca de dez a quinze minutos. Se eu puder recuperar um pouco desse atraso sem dúvida que me
agradaria muito estar por perto quando tivermos notícias de Deidre. Gostaria bastante de ajudar a apanhá-lo.
- De acordo, vai em frente. E Chris, por amor de Deus, pensa! Tens a certeza de que ela não disse nada de mais especifico a respeito da criança com a medalha
de São Cristóvão, ou mesmo acerca do automóvel em que ele seguia?
Ocorreu-lhe então a palavra acabei, que pareceu saltar-lhe para dentro da cabeça. Era apenas imaginação sua ou Deidre teria dito: "Acabei de ver um garoto que
trazia um fio ao pescoço com uma medalha de São Cristóvão"?
O agente sacudiu a cabeça. Não se recordava com uma certeza absoluta. Todavia, sabia que o carro que estivera à sua frente na fila do McDonald's era um Toyota
de cor castanha com matrícula de Nova Iorque.
Contudo, dentro desse automóvel não seguia nenhum miúdo, ou pelo menos, não conseguira ver nenhum, disso Chris tinha a certeza absoluta.
Mesmo assim... se Deidre tivesse dito "acabei", talvez se referisse ao Toyota. Qual era o seu número de matrícula? Não era capaz de se lembrar, mas houve algo
nela que lhe despertara a atenção. O que seria?
- Chris? - perguntou o supervisor numa voz brusca, interrompendo-lhe os devaneios.
- Peço desculpa, meu capitão, estava a tentar recordar-me de uma coisa. Estou em crer que Deidre disse que tinha acabado de ver um garoto que usava uma medalha
ao pescoço e, caso tenha falado literalmente, então, talvez se referisse ao carro que estava mesmo à minha frente, na fila. Era um Toyota castanho com matrícula
de Nova Iorque.
- Recordas-te de alguns dos dígitos?
- Não, não me lembro de nada, os meus pensamentos deviam estar a milhas de distância.
- E quanto a esse automóvel, tens a certeza de que viste um garoto no interior?
- Não, não avistei nenhum.
- Isso não serve de grande ajuda. Um em cada três carros que circulam pelas estradas provavelmente é um Toyota, para não dizer que esta noite estão todos tão
sujos que é praticamente impossível distinguir uma cor das outras. O mais certo é parecerem castanhos.
- Não, tenho a certeza absoluta de que este era mesmo dessa cor, disso, não há a menor dúvida. Quem me dera poder recordar-me das palavras exactas da rapariga.
- Ora bem, não dês em doido a pensar nisso. Tenhamos esperança em que essa Deidre, mais cedo ou mais tarde, acabe por entrar em contacto connosco; entretanto,
vou enviar outro carro-patrulha para te substituir nesse posto. Segue para oeste, tal como sugeriste. Mais tarde falaremos.
"Pelo menos tenho a sensação de estar a fazer alguma coisa", pensou Chris enquanto dava a transmissão por terminada, após o que ligou a ignição e carregou no
acelerador.
Com um impulso brusco, o carro-patrulha pôs-se em marcha. "Uma coisa que sei fazer bem é conduzir um automóvel", disse Chris para consigo, exibindo uma expressão
decidida enquanto manobrava o volante, saindo da faixa que servia de divisória central e começando a ultrapassar os condutores cautelosos que seguiam pela auto-estrada.
Enquanto conduzia, continuava a fazer um esforço enorme para se recordar com exactidão do que vira defronte de si. Era algo que se encontrava gravado na sua
mente, disso não lhe restava a mais pequena dúvida. Se ao menos lhe ocorresse à memória com clareza... enquanto se esforçava por reavivar aquela recordação, parecia-lhe
que o seu subconsciente tentava gritar-lhe a informação que procurava, e daria tudo para a ouvir.
Entretanto o tempo começava a escassear para o garoto que continuava sequestrado.

Jimmy mergulhara numa grande agitação. Por causa do intenso trânsito, que avançava lentamente, precisara de meia hora para chegar à saída mais próxima. Jimmy
sabia que tinha de abandonar imediatamente a auto-estrada de maneira a poder livrar-se do miúdo. Avistou uma placa que lhe disse estar a oitocentos metros da saída
quarenta e um, a qual dava acesso a uma pequena cidade de nome Waterloo. Para o rapaz seria uma verdadeira batalha de Waterloo, pensou ele com uma satisfação macabra.
A neve parara de cair, embora não tivesse a certeza se isso seria bom, porque o piso estava agora coberto por uma camada de gelo, o que lhe atrasava ainda mais
o andamento. Além do mais, seria visto com maior facilidade por qualquer polícia que passasse por ele ao volante de um carro-patrulha.
Jimmy mudou para a faixa da direita para sair da auto-estrada. Inesperadamente acenderam-se as luzes de stop no carro que seguia à sua frente e, com um sentimento
de frustração e cólera crescentes, observou a traseira do automóvel, que começou a derrapar, descontrolada.
- Mentecapto! - gritou ao outro condutor. - Mentecapto! Mentecapto! Mentecapto!
Brian sentou-se a direito, com os olhos arregalados, completamente desperto, e Jimmy começou a praguejar, proferindo uma série sucessiva de invectivas quando
se deu conta do que tinha sucedido. Quatro ou cinco carros à sua frente havia um limpa-neves que guinara para a faixa que dava acesso à saída. Instintivamente torceu
o volante do Toyota, mal conseguindo evitar colidir com o carro que derrapara de traseira, e quando passou mesmo ao lado do limpa-neves o acesso já ficara para trás.
Com o punho cerrado, deu uma forte pancada no volante. Agora seria obrigado a esperar pela saída quarenta e dois para deixar a auto-estrada. A que distância
estaria?, perguntou a si mesmo.
Ao lançar um olhar de relance pelo retrovisor, compreendeu que a sorte tinha estado do seu lado. A faixa por onde pretendera sair estava engarrafada devido a
um choque em cadeia. O acidente devia ter acontecido naquele preciso momento e fora por essa razão que o limpa-neves mudara de faixa. Se tivesse tentado sair por
ali, o mais certo seria ficar bloqueado durante várias horas.
Finalmente avistou uma placa que lhe indicou que a próxima saída ficava a cerca de dez quilómetros, por isso, até mesmo àquela velocidade moderada, não precisaria
de mais de quinze minutos. Apercebia-se de que os pneus aderiam melhor à estrada, deviam ter espalhado uma camada de areia por aquele troço. Jimmy apalpou a arma
que guardara por baixo do casaco. Seria melhor tirá-la e escondê-la sob o assento?
Concluiu que era preferível não fazer isso. Se algum polícia o mandasse parar, precisava de ter a arma no sítio onde a guardara. Lançou um olhar de fugida ao
conta-quilómetros. Quando ele e o miúdo entraram no carro, colocara-o a zero, agora indicava-lhe que percorrera pouco mais de quatrocentos e cinquenta quilómetros.
Ainda tinha muito caminho pela frente, mas só o facto de saber que já se encontrava tão próximo da fronteira com o Canadá, e de Paige, proporcionava-lhe uma
sensação tão empolgante que quase era capaz de a saborear. Desta feita, tudo correria pelo melhor, não seria estúpido ao ponto de se deixar apanhar pelos chuis.
Pressentiu que Brian se acomodava, tentando voltar a adormecer. "Mas que grande disparate!", pensou. "Eu devia ter-me descartado do garoto cinco minutos depois
de o raptar. Se já tinha o carro e o dinheiro, para que necessitava dele?"
Sentia uma ansiedade indescritível pelo momento em que teria oportunidade de se ver livre do miúdo, o que lhe permitiria ficar em segurança.

20

O agente Ortiz acompanhou Catherine, Barbara e Michael até ao cruzamento da Rua Quinze que dava acesso à Catedral de Saint-Patrick, onde outro agente, que fora
incumbido da segurança deles, os aguardava.
- Reservámos lugares para si e para a sua família, minha senhora - informou o polícia, dirigindo-se a Catherine enquanto empurrava a pesada porta para trás.
O som magnífico da orquestra, tendo como solista o organista, acompanhada pelo coro, enchia o espaço amplo da catedral, cuja nave já estava apinhada de fiéis.
"Júbilo, júbilo", entoava o coro, versos que Catherine repetiu em pensamento. "Por favor, meu Deus, permite que esta noite acabe assim."
Passaram pelo presépio, com as figuras de tamanho natural que representavam a Virgem, José e os pastores reunidos em redor de um monte de palha que simbolizava
a manjedoura. Catherine sabia que a imagem do Menino Jesus seria ali colocada durante a missa.
O agente que os escoltava indicou-lhes os lugares reservados na segunda fila, e Catherine insistiu com a mãe para ser ela a primeira a sentar-se.
- Tu ficas entre nós as duas - disse ela a Michael, numa voz segredada. Preferia o lugar ao lado da coxia, de modo a estar atenta caso a porta se abrisse.
- Senhora Doman, se tivermos alguma notícia, virei ter consigo imediatamente - prometeu o agente Ortiz, inclinando-se para ela. - Caso contrário, quando a missa
terminar, o meu colega acompanhá-la-á. Estarei à sua espera no carro-patrulha.
- Muito obrigada - agradeceu Catherine, após o que se ajoelhou de imediato.
A música mudou para uma harmonia em turbilhão, uma apoteose, enquanto o cortejo tinha início - os acólitos, o diácono, os padres e os bispos precediam o cardeal,
que levava na mão o cajado de pastor. "Meu Deus", começou Catherine a rezar, "por favor, peço-Te encarecidamente que salves o meu cordeirinho."

O chefe dos detectives, Folney, continuando com os olhos fixos no mapa das estradas afixado na parede do seu gabinete, tinha a percepção de que por cada minuto
que passava, as hipóteses de encontrar Brian Doman com vida eram cada vez mais ténues. Mort Ievy e Jack Shore estavam do lado oposto da secretária.
- Canadá - comentou Folney com uma entoação enfática. - Ele vai a caminho do Canadá e cada vez está mais próximo da fronteira. - Tinham acabado de receber novidades
vindas do Michigan. Paige Laronde havia encerrado todas as suas contas bancárias no dia em que saíra de Detroit, e, numa manifestação de extraordinária confiança,
dissera a uma colega de profissão que contactara um sujeito, um génio a forjar documentos de identidade falsos. Acrescentara que com esses documentos, para ela e
para o seu namorado, ambos podiam desaparecer de um momento para o outro. - Se Siddons conseguir passar a fronteira... rsmungou Bud Folney, falando mais consigo
próprio do que com os outros. - Há alguma novidade dos rapazes destacados para a auto-estrada? - perguntou pela terceira vez no espaço de quinze minutos.
- Nada, chefe - respondeu Mort em voz baixa.
- Liga-lhes outra vez. Quero falar pessoalmente com eles.
Quando o puseram em contacto com o supervisor de Chris McNally e soube que não havia absolutamente nada de novo, decidiu falar ele próprio com aquele agente
da brigada de trânsito.
- Isso há-de servir de muito - comentou Jack Shore entre dentes dirigindo-se a Mort Levy.
Mas antes que pudessem estabelecer a ligação entre Folney e McNally, chegou outro telefonema.
- Temos uma pista quente - anunciou um assistente, entrando apressadamente no gabinete do chefe dos detectives. - Siddons e o miúdo foram vistos por um agente
da brigada de trânsito, há cerca de uma hora, numa área de serviço na Auto-Estrada Noventa e Um, em Vermont, perto da junção com White River. De acordo com esta
informação, o homem ajusta-se à descrição de Siddons até ao último pormenor, e o rapaz trazia uma medalha qualquer ao pescoço.
- Não vale a pena estabelecer ligação com o McNally - disse Folney encrespado. - Quero falar com esse agente que os viu, sem mais demoras. Liguem para a Polícia
de Vermont e dêem instruções para que montem barreiras em todas as saídas a norte do local onde foram vistos. Tanto quanto nos é dado saber, é possível que a namorada
esteja escondida, à espera dele, numa quinta qualquer situada neste lado da fronteira: - Enquanto Folney esperava, olhou para Mort. - Liga para casa de Cally Hunter
e conta-lhe tudo o que acabámos de ouvir. Pergunta-lhe se sabe se o irmão esteve alguma vez em Vermont e, em caso afirmativo, qual o local exacto. Pode ser que exista
um sítio qualquer em particular para onde se esteja a dirigir.

21

Brian, apercebendo-se de que o automóvel seguia com mais velocidade, abriu os olhos, para logo os fechar rapidamente. Na sua perspectiva, o melhor seria manter-se
aninhado, afundado no assento, fingindo que dormia, o que era preferível a tentar mostrar que não se sentia assustado sempre que Jimmy o olhava.
O garoto também se mantinha atento às notícias que eram transmitidas pela rádio. Não obstante o volume estar bastante reduzido, ele ouvia o que era dito a respeito
de Jimmy Siddons, o assassino de polícias que alvejara um guarda prisional e que tinha raptado Brian Dornan.
A mãe andara a ler-lhe, e ao irmão, um livro intitulado Raptado e Brian gostara muito da história, mas quando foram para a cama Michael confidenciara-lhe que
a achara idiota. Na altura o irmão dissera-lhe que, se alguém tentasse raptá-lo, daria pontapés e socos ao fulano e fugiria.
"Pois bem, eu não posso fugir", pensou Brian. Além do mais estava certo de que, se tentasse esmurrar Jimmy, os seus esforços não resultariam. Desejava ter podido
aproveitar a oportunidade de abrir a porta do carro, quando esta se lhe deparou, e de rolar para a berma da estrada, como planeara, enrolando-se como se fosse uma
bola, tal como lhe haviam ensinado nas aulas de ginástica. Desse modo não lhe aconteceria nada de mal.
Agora, a porta do seu lado mantinha-se trancada, sabendo que antes de poder accionar o fecho e abri-la, Jimmy agarrá-lo-ia.
Brian mal conseguia conter as lágrimas, sentia o nariz entupido e os olhos marejados. Tentou pensar que Michael lhe chamaria bebé chorão se o visse naquele estado,
e esse pensamento ajudava-o quando se esforçava por não chorar.
Todavia, naquelas circunstâncias, aquela tentativa de nada serviu. Até mesmo Michael, numa situação daquelas, em que estivesse atemorizado e precisasse de ir
outra vez à casa de banho, muito provavelmente não conseguiria evitar chorar, além de que ouvira dizer na rádio que Jimmy era um homem perigoso.
Apesar de estar a chorar, Brian certificou-se de que não fazia o mais pequeno barulho. Sentia as lágrimas correrem-lhe pelas faces, mas não mexeu a mão para
as limpar, pois se o fizesse Jimmy daria por esse movimento, ficando a saber que ele já estava acordado; por agora, era forçado a fingir que dormia.
Para arranjar coragem, apertou a medalha de São Cristóvão, com toda a força, obrigando-se a pensar no momento em que regressariam a casa, quando o pai já estivesse
capaz de fazer essa viagem, altura em que enfeitariam a sua árvore de Natal e abririam os presentes. Pouco antes de terem partido para Nova Iorque, a senhora Emerson,
que vivia na casa ao lado, fora despedir-se deles, altura em que a ouvira a falar com a mãe.
- Catherine, na noite em que vocês fizerem a vossa árvore de Natal, viremos todos cantar as janeiras debaixo da janela da vossa casa. - Em seguida, abraçou Brian,
dizendo-lhe: - Eu sei qual é a tua canção de Natal preferida.
- A Noite Feliz - dissera ele. Durante a festa de Natal da primeira classe, realizada na sua escola no ano anterior, ele entoara sozinho essa mesma canção.
Naquele momento, Brian tentou cantá-la em pensamento para si próprio, mas não conseguiu passar de "noite feliz", e
sabia que, se continuasse a pensar naquilo, não conseguiria impedir que o seu raptor se apercebesse de que chorava.
Pouco depois, quase deu um salto de tão sobressaltado que ficou. Através do rádio, alguém falava de novo nele e em Jimmy, dizendo que um dos agentes da brigada
de trânsito de Vermont afirmara que tinha visto Jimmy Siddons, acompanhado de um garoto, num Dodge ou Chevrolet antigo, numa área de serviço da Auto-Estrada Noventa
e Um, pelo que agora as buscas tinham começado a concentrar-se nessa área.
O sorriso de Jimmy, que não augurava nada de bom, desvaneceu-se com a mesma rapidez com que se esboçara, e o primeiro baque de alívio ao ouvir aquele boletim
noticioso deu lugar a uns instantes de reflexão. Teria efectivamente surgido algum idiota a afirmar tê-los avistado os dois em Vermont?, perguntou a si mesmo. Concluiu
que seria possível, pois durante o tempo em que estivera escondido no Michigan, aparecera um condutor de meia-tigela a jurar a pés juntos que tinha visto Jimmy em
Delaware. Depois de ser apanhado, em consequência do assalto ao posto de combustíveis, e conduzido de volta a Nova Iorque, viera a saber que as autoridades policiais
haviam procedido a buscas intensivas nesse estado durante meses a fio.
Mesmo assim, o facto de ter de percorrer a auto-estrada começava realmente a provocar-lhe engulhos no estômago. O piso e o traçado eram óptimos, permitindo-lhe
conduzir a uma boa velocidade, mas quanto mais se aproximava da fronteira, maiores eram as probabilidades de encontrar agentes da brigada de trânsito pelo caminho.
Assim, Jimmy decidiu que voltaria na próxima saída e, depois de se ter livrado do miúdo, retomaria a viagem através da Estrada Vinte. Como deixara de nevar, ser-lhe-ia
possível prosseguir por essa via sem dificuldades de maior.
"Segue o teu palpite", disse a si mesmo.
A única ocasião em que não agira de acordo com essa regra tinha sido na tentativa de assalto ao posto de abastecimento de combustíveis, e ainda se recordava
de que na altura algo o avisara de que as coisas não iam correr bem.
"Depois disto, acabar-se-ão todos os problemas", pensou, olhando para Brian aninhado no assento. Então, quando ergueu o olhar, esboçou um sorriso de orelha a
orelha. A placa que surgia na sua frente dizia: "Saída 42, Geneva a mil e seiscentos metros."

Chris McNally passou pelo pequeno acidente que ocorrera no acesso à saída quarenta e um. No local, já se encontravam dois carros-patrulha, o que o levou a concluir
que não seria necessário parar. Conduzia a uma velocidade bastante razoável e esperava já ter ultrapassado os automóveis que estavam à sua frente na fila do McDonald's,
desde que, como era evidente, nenhum deles tivesse enveredado por qualquer das saídas que deixara para trás.
Um Toyota castanho, era esse o veículo que procurava, e a única hipótese para a solução do caso seria encontrá-lo, disso estava ele bem ciente. Cerrou os dentes,
procurando desesperadamente lembrar-se do que é que lhe chamara a atenção na matrícula do carro que estivera à sua frente na fila do McDonald's. Havia qualquer coisa
de estranho... "Pensa, que diabo!", disse a si mesmo. "Pensa!"
Não acreditou nem sequer por um minuto no boletim noticioso que informava terem Siddons e o garoto sido vistos em Vermont, todos os seus instintos lhe diziam
que eles andavam por perto.
A saída quarenta e dois, para Geneva, ficava a pouca distância, o que significava que a fronteira só distava mais ou menos cento e cinquenta quilómetros. A maior
parte das viaturas seguia a uma velocidade média entre os oitenta e os noventa quilómetros horários, e, se Jiinmy Siddons se encontrasse nas proximidades, poderia
sair do país dentro de menos de duas horas.
Mas o que teria de especial a matrícula daquele Toyota?, perguntou-se Chris uma vez mais.
Semicerrou os olhos e avistou então um de cor escura à sua esquerda, faixa onde os carros seguiam com maior velocidade. Acelerou um pouco, colocando-se ao lado
da viatura depois de esta ter feito uma ultrapassagem, e olhou para o seu interior, rezando para que naquele carro seguisse um homem sozinho ou com um rapazinho,
embora fosse somente uma hipótese de serem as pessoas que procurava. "Dá-me uma oportunidade", pediu ele com fervor.
Sem ligar a sirena ou as luzes intermitentes do carro-patrulha, Chris ultrapassou o Toyota e conseguiu ver um casal jovem no seu interior. O rapaz guiava com
uma das mãos em cima dos ombros da rapariga, o que não era muito boa ideia numa estrada naquelas condições, e, se as circunstâncias fossem outras, teria ordenado
ao condutor que encostasse à berma.
Chris carregou no acelerador. A auto-estrada estava mais desimpedida, uma vez que os automóveis mantinham uma distância maior entre si. à medida que o Canadá
ia ficando mais próximo, maior era a velocidade do tráfego automóvel.
De súbito, o seu radiorreceptor começou a transmitir uma mensagem.
- Agente McNally?
- Escuto.
- Sou Bud Folney, chefe dos detectives da Polícia de Nova iorque, e estou a falar-lhe da esquadra central. Acabei de comunicar de novo com o seu supervisor,
que me disse que a pista de Vermont não deu em nada. Não foi possível encontrar a mulher que procuramos, a tal Lenihan. Assim, repita com todos os pormenores a informação
que nos deu anteriormente a respeito de um Toyota castanho.
Sabendo que o seu chefe já pusera aquela hipótese de lado, Chris concluiu que aquele fulano, o Folney, devia estar a exercer uma grande pressão sobre ele.
Começou a explicar que, se de facto Deidre mencionara um automóvel parado mesmo à frente do seu carro-patrulha, na fila do McDonald's, então só poderia tratar-se
de um Toyota castanho, com chapa de matrícula de Nova iorque.
- E você não é capaz de se lembrar do número dessa matrícula?
- Não, senhor - admitiu Chris, sentindo uma vontade enorme de estrangular as palavras na garganta -, mas reparei em qualquer coisa de invulgar nessa mesma matrícula.
Estava quase a chegar à saída quarenta e dois e, como se mantinha atento ao tráfego, reparou num automóvel que guinou para essa faixa de acesso. De súbito, o
olhar casual com que observara a cena transformou-se num olhar fixo.
- Meu Deus! - exclamou o agente da brigada de trânsito.
- Agente McNally, o que se passa?
Em Nova iorque, Bud Folney apercebeu-se instintivamente de que estava a acontecer qualquer coisa de relevante.
- É isso mesmo! - exclamou Chris, exultante. - Não foi na chapa de matrícula que eu reparei. Foi, isso sim, no autocolante no pára-choques. Só restava um bocado
que dizia "herança". Neste preciso momento, estou a seguir esse mesmo Toyota que se dirige para a faixa de acesso à saída. Pode verificar a chapa de matrícula que
lhe vou indicar?
- Não perca esse carro de vista! - ripostou Bud. - Mantenha-se colado a ele.

Decorridos três minutos, o telefone começou a tocar no apartamento oito do número dez da Stuvvesant Oval, na zona baixa de Manhattan, e quem atendeu foi um Edward
Hillson sonolento e ansioso.
- Estou - disse ele, sentindo a mão da mulher enclavinhada no seu braço, numa manifestação de nervosismo.
- O quê? O meu carro? Estacionei-o ao virar da esquina por volta das cinco da tarde. Não, não o emprestei a ninguém. Sim, é um Toyota castanho. O que me está
a dizer?
Bud Folney restabeleceu a comunicação com Chris.
- Estou em crer que o apanhámos, mas, por amor de Deus, não se esqueça de que ele ameaçou matar o garoto, se correr o risco de ser capturado. Por conseguinte,
tenha muito cuidado.

22

Michael sentia-se ensonado, só lhe apetecia encostar-se à avó e fechar os olhos, mas ainda não podia fazer isso, não conseguiria dormir até ter a certeza de
que Brian estava bem. Ao mesmo tempo esforçava-se por suprimir um temor crescente: "Porque não me chamou quando viu a mulher apanhar a carteira da mãe? Eu podia
ter corrido atrás dela, ajudando-o quando foi apanhado pelo homem que o raptou."
Naquele momento, o cardeal estava no altar, mas quando a música parou, em vez de dar início à missa, começou a falar.
- Nesta noite de alegria e esperança...
A alguma distância, à sua direita, Michael via as câmaras de televisão. Sempre pensara que devia ser bom aparecer no grande ecrã, mas em todas as ocasiões em
que isso lhe havia ocorrido ao pensamento as circunstâncias em que se imaginava relacionavam-se com o facto de ter ganho qualquer coisa, ou por ser testemunha de
um acontecimento importante. Em qualquer dessas situações teria sido muito divertido, mas naquela noite quando viu a sua imagem no ecrã ao lado da mãe não sentiu
a mínima satisfação.
Tinha sido terrível ouvi-la apelar às pessoas para que a ajudassem a encontrar Brian.
.... num ano que tanta violência trouxe aos inocentes... Michael sentou-se mais a direito. O cardeal estava a falar deles, aludindo ao pai, que se encontrava
doente, e a Brian, que continuava desaparecido, acreditando-se que era refém de um assassino em fuga.
- A mãe de Brian Dornan - acrescentou o cardeal, - a avó e o irmão de dez anos participam connosco nesta missa. Devemos unir-nos numa oração especial, pedindo
a Deus que permita que o doutor Thomas Doman recupere a saúde e que Brian seja encontrado ileso.

Agora que já saira da auto-estrada, Jimmy começou a sentir algum alívio, a despeito de uma sensação que parecia morder-lhe as entranhas e que lhe dizia estar
prestes a ser apanhado.
Já tinha pouca gasolina, mas receava parar num posto de abastecimento com o miúdo no carro. Percorria a Estrada Catorze em direcção ao Sul, e dentro de mais
ou menos dez quilómetros mudaria para a Estrada Vinte, que lhe permitiria chegar à fronteira.
Naquela via, o movimento era muito menor do que na auto-estrada. Fosse como fosse, àquela hora, a maior parte das pessoas já se encontrava em sua casa, quer
a dormir quer a fazer os preparativos para comemorar o Natal. Assim, era pouco provável que houvesse alguém à sua procura por ali. Apesar disso, raciocinava ele,
o melhor seria manter-se afastado do centro de Geneva e procurar um lugar qualquer, como, por exemplo, uma escola, onde houvesse um parque de estacionamento, ou
uma área com arvoredo, em suma, um sitio onde pudesse parar sem que ninguém reparasse na sua presença para fazer o que era preciso.
Quando virou à direita no primeiro cruzamento que lhe apareceu, lançou um olhar pelo espelho retrovisor e teve a impressão de ver a luz de uns faróis reflectida
no asfalto, quando dobrou a esquina, mas agora deixara de a ver.
"Estou a ficar nervoso de mais", reflectiu Jimmy.
Um quarteirão mais à frente teve a sensação de que se encontrava numa cidade abandonada. Tanto quanto lhe era dado ver, não havia nenhum carro à sua frente.
Percorria uma zona residencial, sossegada e quase mergulhada numa total escuridão. Grande parte das casas não tinha qualquer luz acesa, excepto umas quantas cujas
iluminações de Natal continuavam ligadas, deixando ver os seus clarões reflectirem-se, através da vegetação, nos relvados cobertos de neve.
Jimmy não tinha a certeza de que o garoto estivesse realmente a dormir, ou se apenas a fingir, embora isso não tivesse qualquer importância. Aquele era o género
de local que mais lhe convinha. Continuou a conduzir ao longo de seis quarteirões, após o que avistou o que procurava: uma escola com um longo caminho de acesso,
que certamente levaria a um parque de estacionamento.
Nada escapava ao seu olhar enquanto, com todo o cuidado, examinava o local, não fosse surgir alguém. Só depois é que parou, abrindo parcialmente a janela ao
seu lado, para tentar ouvir qualquer sinal indicador de problemas. Acto imediato, o frio transformou a sua respiração em vapor de água, mas, para além do barulho
em surdina do motor do Toyota nada mais ouviu, por ali reinava um silêncio absoluto.
Mesmo assim, Jimmy decidiu contornar o quarteirão uma vez mais, com a finalidade de se certificar de que não era seguido.
Enquanto metia o pé ao acelerador e o carro avançava com lentidão, mantinha os olhos presos no espelho retrovisor até que avistou atrás de si um carro, que rolava
agora com os faróis apagados e que sem dúvida vinha no seu encalço. A escassa luz de um candeeiro de iluminação pública reflectia-se até na estrutura metálica do
tejadilho.
Um carro-patrulha, chuis! "Raios os partam!", vociferou Jimmy em pensamento. "Raios os partam! Raios os partam!", repetiu, carregando a fundo no acelerador.
Possívelmente, aquela era a sua última corrida, mas tencionava certificar-se de que seria magnífica. Baixou o olhar para Brian.
- Pára de fingir! Sei que estás acordado! - gritou ao garoto. - Raios te partam, senta-te a direito! Devia ter-me visto livre de ti assim que saímos da cidade,
és um fedelho que não presta para nada!
Jimmy continuou com o pé a fundo no acelerador. Um olhar de fugida lançado ao retrovisor confirmou-lhe que o carro que o perseguia também tinha acelerado, agora
sem tentar passar despercebido. Mas, até ao momento, Jimmy tinha a impressão de que se tratava apenas de um único carro-patrulha.
Não lhe restava a mínima dúvida de que Cally dissera à Polícia que o garoto havia sido raptado, deduziu Jimmy, e muito provavelmente, também lhes contara que
ele não hesitaria em matá-lo caso tentassem detê-lo. Se o polícia que o seguia tinha conhecimento dessa sua intenção, isso explicaria a razão por que não tentava
obrigá-lo a parar.
Lançou um olhar de soslaio ao conta-quilómetros: oitenta... noventa... cento e dez quilómetros horários. Amaldiçoado fosse aquele automóvel!, praguejava Jimmy
em silêncio, desejando ter um veículo com um motor mais potente do que o Toyota. Curvou-se sobre o volante. Não poderia ser mais veloz do que eles, mas talvez ainda
lhe restasse uma oportunidade de lhes escapar.
O polícia que ia em sua perseguição ainda não recebera reforços. Qual seria a sua reacção se concluísse que o garoto fora alvejado e empurrado para fora do veículo?
Por certo que pararia para o tentar ajudar, raciocinou Jimmy. "É melhor não perder mais tempo e meter mão à obra, antes de ele ter tempo para pedir ajuda."
Levou a mão ao interior do casaco onde guardara a pistola, mas nessa altura o automóvel entrou num troço do pavimento coberto de gelo, começando a derrapar.
Jimmy deixou a arma cair-lhe no colo e manobrou a direcção de forma a que os pneus acompanhassem o movimento, após o que, com alguma dificuldade, conseguiu endireitar
a viatura a escassos centímetros de embater numa árvore, perto da berma do passeio.
"Ninguém conduz como eu", pensou com uma expressão sinistra. Voltou a pegar na arma e soltou o dispositivo de segurança. "Se o chui parar por causa do miúdo,
nada me impedirá de chegar ao Canadá", disse como se fizesse uma promessa a si mesmo. Depois destrancou a porta do lado do passageiro, estendendo o braço pela frente
do garoto aterrorizado para a abrir.

23

Cally sabia que tinha de ligar para a esquadra a fim de se informar se haveria alguma notícia a respeito do pequeno Brian. Dissera ao detective Levy que não
acreditava que Jimmy tentasse chegar ao Canadá através de Vermont.
- Quando ele tinha mais ou menos quinze anos, foi aí que se envolveu em problemas - alegara ela. - Nunca cumpriu qualquer pena de prisão lá, mas estou em crer
que houve um xerife que conseguiu aterrorizar Jimmy, dizendo-lhe que tinha muito boa memória e advertindo-o de que nunca mais voltasse a pôr os pés em Vermont. Embora
isso tenha ocorrido há pelo menos dez anos, Jimmy é muito supersticioso. Acredito que se ficará pela auto-estrada. Sei que já foi ao Canadá duas vezes, fazendo sempre
esse trajecto.
Levy ouviu atentamente o que Cally lhe disse, e esta compreendia que o detective desejava confiar nela, rezando para que desta feita esse desejo não lhe saísse
gorado. Também rezava para que se provasse que ela tinha razão e para que a Polícia conseguisse encontrar o garoto são e salvo, o que lhe permitiria sentir que,
ainda que de maneira insignificante, dera o seu contributo.
O telefone foi atendido por outra pessoa que não Levy, tendo-lhe sido dito que aguardasse.
-O que se passa, Cally? - perguntou Levy quando atendeu.
- Só queria saber se há alguma novidade... Tenho rezado para que o que vos disse acerca de Jimmy ter optado pela auto-estrada seja verdade.
Embora se expressasse com rapidez, a voz de Levy suavizou-se.
- Cally, essa sugestão ajudou-nos muito, pelo que lhe estamos muito gratos. Neste momento não lhe posso dar muitas explicações, mas quaisquer que sejam as orações
que saiba, continue a rezá-las.
"Isto significa que já devem ter descoberto o paradeiro de Jimmy", pensou ela. Mas, o que teria acontecido a Brian?
Cally deixou-se cair de joelhos. "Não interessa o que me possa acontecer", rezou ela. "Detém Jimmy antes que ele possa fazer mal a essa criança."

Chris McNally apercebeu-se assim que Jimmy deu pela sua presença. O radiorreceptor ficara com um canal aberto entre ele e o quartel-general das operações, além
de estar em comunicação permanente com a esquadra central de Manhattan.
- Ele sabe que está a ser seguido - informou Chris com sobriedade. - Arrancou como se levasse fogo no rabo.
- Não o perca de vista - instruiu Bud Folney numa voz serena.
- Já temos uma dúzia de carros a caminho, Chrris - interveio rapidamente o supervisor da zona. - Seguem em silêncio, com os faróis desligados, e preparam-se
para apoiar a tua viatura. Também já enviámos um helicóptero.
- Eles que se mantenham fora de vista! - Chris carregou no acelerador. - Ele vai a mais de cento e dez à hora. Não andam muitos carros a circular, mas estas
ruas não estão totalmente desimpedidas. Esta perseguição está a tornar-se perigosa.
Quando Siddons atravessou velozmente um cruzamento, Chris observou, horrorizado, que foi por uma unha negra que o fugitivo não colidiu com outro automóvel. Siddons
conduzia como um tresloucado maníaco e o agente sabia que a qualquer momento ocorreria um acidente.
- Estou a passar pela Avenida Lakewood - informou ele. Dois quarteirões mais à frente, viu que o Toyota entrava em derrapagem e quase colidia com uma árvore.
- O rapaz! - gritou Chris um minuto mais tarde.
- O que se passa? - perguntou Folney num tom que exigia resposta.
- A porta dianteira, do lado do passageiro, abriu-se. A luz do interior do carro está acesa e vejo que o rapaz se debate. Oh, meu Deus... Siddons sacou da arma.
Tenho a impressão que se prepara para alvejar o miúdo.

24

"Senhor, tende piedade de nós", entoava o coro.
"Que Deus tenha piedade", rezava Barbara Cavanaugh. "Salva o meu cordeirinho", implorava Catherine.
"Corre, idiota, corre, foge dele!", gritava Michael em pensamento.

Jimmy Siddons estava como louco. Brian nunca andara de automóvel a tal velocidade e não compreendia bem o que se passava, mas desconfiava de que alguém os perseguia.
Durante breves instantes, o garoto desviou o olhar, que mantivera fixo no asfalto, e, fitando de relance Jimmy, viu que este empunhava a pistola e que, ao mesmo
tempo, mexia no cinto de segurança, pretendendo soltar o mecanismo que o prendia. Em seguida, estendeu a mão pela frente de Brian e abriu a porta do lado deste,
deixando entrar uma rajada de vento frio no interior do carro.
Durante uns momentos, o medo que sentiu era tanto que ficou como que paralisado, mas pouco depois sentou-se direito e apercebeu-se do que estava a suceder: Jimmy
preparava-se para o alvejar, após o que o empurraria para fora do automóvel.
Brian tinha de fugir. Continuava a agarrar na medalha com quanta força tinha na mão direita. Sentiu que Jimmy lhe espetava o cano da arma no flanco direito,
empurrando-o
na direcção da porta aberta, para o asfalto que dava a impressão de passar velozmente por baixo deles. Agarrando-se ao fecho do cinto de segurança com a mão esquerda,
Brian começou a desferir golpes às cegas com a direita, e a medalha, presa no fio, rodopiou e embateu no rosto de Jimmy, atingindo-o no olho esquerdo.
Siddons começou a berrar e largou o volante instintivamente, metendo travões a fundo. Quando levou a mão ao olho ferido, a arma disparou-se. A bala passou rente
à orelha de Brian, enquanto o carro, desgovernado, começou a rodopiar, galgando o lancil do passeio e dirigindo-se para um relvado, até que chocou com uma sebe.
Embora continuasse a rodopiar, o veículo abrandou, empurrando a sebe para a berma.
Naquele momento, Jimmy, que proferia um chorrilho de palavrões, voltou a colocar uma mão no volante, enquanto com a outra apontava a pistola a Brian. O sangue
escorria-lhe do olho ferido e da testa, espalhando-se pela cara.
"Sai daqui. Sai daqui!", o garoto ouvia esta ordem que o cérebro lhe dava, como se alguém lha gritasse. Conseguiu esquivar-se, arremessando-se em direcção à
porta e rolando para o relvado coberto de neve, precisamente no momento em que uma segunda bala lhe roçava pelo ombro.
- Jesus Cristo, o miúdo saltou do carro! - gritou Chris, travando a fundo e fazendo derrapar o automóvel até parar atrás do Toyota. - Está a tentar levantar-se...
Oh, meu Deus!
- Ele está ferido? - gritou Bud Folney, mas Chris não o ouviu, já tinha saído do carro, correndo para o garoto.
Entretanto, Siddons recuperara o controlo do Toyota, fazendo inversão de marcha com a intenção manifesta de atropelar Brian. Enquanto, no que deu a impressão
de ser uma eternidade, mas que se limitou a uns escassos segundos, Chris atravessara a distância que mediava entre si e Brian, apanhando o rapazinho do chão.
O automóvel dirigia-se a grande velocidade para os dois, e como o seu interior continuava iluminado, era possível ver claramente a raiva maníaca que se reflectia
na fisionomia de Jimmy Siddons. Mantendo Brian apertado contra si, Chris atirou-se para o lado e rebolou por um declive atapetado de neve, precisamente no momento
em que as rodas do Toyota passavam a centímetros da cabeça dos dois. Um instante mais tarde, com um ruído agudo de metal a contorcer-se e de vidros a estilhaçarem-se,
o veículo rodopiou de novo, após o que capotou.
Durante um momento fez-se um profundo silêncio até que a quietude foi de súbito quebrada pelo som das sirenas, enquanto as luzes intermitentes que irradiavam
de uma dúzia de carros-patrulha iluminavam a noite escura e grande número de agentes da brigada de trânsito rodeava a viatura acidentada. Chris deixou-se ficar deitado
sobre a neve durante alguns segundos, enlaçando Brian num abraço apertado, escutando os sons que convergiam para o local onde se encontrava, e foi então que ouviu
uma vozinha de alívio.
- És o São Cristóvão? - perguntou.
- Não, mas neste momento sinto-me como se fosse, Brian - respondeu Chris com uma cordialidade que lhe vinha do fundo do coração. - Feliz Natal, meu filho.

25

O agente Manuel Ortiz transpôs silenciosamente uma porta lateral da catedral, mas a sua presença foi imediatamente detectada por Catherine. O polícia sorriu.
Ela levantou-se de um salto, correndo ao seu encontro.
- Ele está?...
- Está óptimo, vem a caminho num helicóptero. Deve chegar antes de a Missa do Galo terminar.
Dando-se conta de que uma das câmaras de televisão estava assestada sobre eles, Ortiz ergueu a mão, desenhando um círculo com o polegar e o indicador, um símbolo
que naquele momento, naquele dia, o mais especial de todos, significava que tudo correra às mil maravilhas.
Aqueles que se encontravam sentados por perto, ao testemunharem aquela troca de sinais, começaram a bater palmas. Depois, à medida que os demais fiéis se iam
voltando para trás, punham-se de pé e os aplausos começaram a estrondear num crescendo através daquela magnífica catedral. Decorreram bem cinco minutos antes de
o diácono poder começar a ler a doutrina de Cristo alusiva ao Natal.
- E assim aconteceu...

- Vou informar Cally do feliz desfecho - disse Mort Levv, dirigindo-se a Bud Folney. - Chefe, eu sei que ela devia ter entrado em contacto connosco mais cedo,
mas espero que...
- Não se preocupe com isso. Esta noite não tenciono desempenhar o papel de Serooge. Ela acabou por cooperar connosco e merece uma segunda oportunidade - respondeu
Folney num tom um tudo-nada brusco. - Além do mais, a lesada, Catherine Dornan, já disse que não era sua intenção apresentar queixa contra ela. - O chefe de detectives
ficou a reflectir por uns momentos. - Ouça, devem ter ficado alguns brinquedos na arrecadação da esquadra. Diga aos rapazes que reúnam alguns, para oferecer à garota
de Cally, e que vão ter connosco ao prédio onde ela vive dentro de quarenta e cinco minutos. Mort, você e eu vamos oferecer-lhe essas prendas. Shore, você pode ir
para casa.

Aquela era a primeira viagem que Brian fazia de helicóptero e, apesar de se sentir inacreditavelmente fatigado, estava demasiado entusiasmado para pensar em
fechar os olhos. Tinha muita pena de que o agente McNally - Chris, nome por que este dissera que o tratasse - não tivesse podido acompanhá-lo, mas, em compensação,
o agente mantivera-se junto de Brian quando levaram Jimmy Siddons sob custódia policial, altura em que o agente lhe dissera para não se preocupar, uma vez que aquele
criminoso nunca mais voltaria a sair da cadeia. Em seguida, Chris tinha ido ao carro buscar a medalha de São Cristóvão, que entregou a Brian.
Quando o helicóptero começou a preparar-se para a aterragem, dava quase a impressão de que iria pousar no rio. Reconheceu a ponte da Rua Cinquenta e Nove e os
carris do eléctrico que circulava pela ilha Roosevelt. O pai já o levara a dar aquele passeio. De súbito, perguntou a si mesmo se ele teria conhecimento das peripécias
por que tinha passado, e voltou-se para um dos agentes.
- O meu pai está internado num hospital perto daqui. Tenho de ir visitá-lo. Se calhar está preocupado por causa de mim.
- Terás oportunidade de o ver dentro em pouco, meu rapaz - replicou o agente, que naquela altura já se encontrava a par de toda a história da família Doman -,
mas agora a tua mãe espera-te na Catedral de Saint-Patrick, onde foi assistir à Missa do Galo.

Quando a campainha tocou no apartamento de Cally, situado na Avenida B, ela foi abrir a porta, acreditando, resignada, que estava prestes a ser presa pelas autoridades.
O detective Levy telefonara para dizer apenas que ele e outro colega tencionavam passar por casa dela, mas quem se apresentou à sua porta foram dois sorridentes
detectives vestidos de Pai Natal, com os braços cheios de bonecas e jogos, bem como um carrinho de bonecas de verga, novinho em folha.
Enquanto ela olhava sem querer acreditar no que via, os dois homens colocaram os presentes em redor da árvore de Natal.
- As informações que nos facultou sobre o seu irmão deram-nos uma ajuda incalculável - disse Bud Folney. O garoto dos Dornan está bem, já se encontra a caminho
da cidade e, quanto a Jimmy, vai de retorno à cadeia. Uma vez mais, ele passou a ser da nossa responsabilidade, e posso garantir-lhe que desta feita não permitiremos
que fuja da prisão. Só espero que as coisas melhorem para si a partir de agora.
Cally sentiu-se como se lhe tivessem tirado um peso enorme dos ombros.
- Muito obrigada - agradeceu ela num sussurro, incapaz de falar mais alto. - Muito obrigada...
- Feliz Natal, Cally - desejaram Folney e Levy em uníssono antes de se irem embora.
Depois de os dois homens terem saído, Cally compreendeu que finalmente poderia ir para a cama dormir um sono descansado, e a respiração regular de Gigi era a
resposta a uma oração. Daquele dia em diante sabia que poderia ouvi-la todas as noites sem receio de que alguém lhe retirasse a sua filha. "A partir de agora, tudo
começará a correr pelo melhor", pensou Cally. "Tenho a certeza disso."
Antes de se entregar ao sono, o seu último pensamento foi que quando Gigi visse que a caixa grande, aquela que a garota pensara conter o presente para o Pai
Natal, já não estava junto da árvore de Natal, poderia dizer-lhe, com toda a sinceridade, que ele a viera buscar.

Terminada a Missa do Galo, quando o celebrante estava prestes a começar a entoar o hino, uma vez mais a porta lateral da catedral abriu-se, dando entrada ao
agente Ortiz, mas desta vez não vinha sozinho. Baixou-se até à altura do rapazinho ao seu lado, apontou para determinado ponto e, antes que Catherine pudesse levantar-se
do seu lugar, Brian estava nos seus braços - e sentiu a medalha de São Cristóvão, que o garoto usava ao pescoço, junto do seu coração.
Enquanto abraçava fortemente o filho, não proferiu uma única palavra, embora sentisse as lágrimas de alívio e alegria que lhe corriam livremente pelas faces,
por saber que Brian se encontrava de novo em segurança e por acreditar convictamente que agora Tom iria melhorar.
Barbara, a exemplo da filha, também nada disse, baixando-se apenas e colocando a mão em cima da cabeça do neto, num gesto carinhoso.
Foi Michael quem quebrou o silêncio com palavras segredadas de boas-vindas.
- Olá, idiota - saudou ele com um sorriso rasgado.

DIA DE NATAL

O Dia de Natal amanheceu frio e límpido. às dez horas, Catherine, Brian e Michael chegaram ao hospital.
O doutor Crowley aguardava-os quando saíram do elevador, no quinto piso do edifício.
- Meu Deus, Catherine! - exclamou o médico. - Sentes-te bem? Só quando cheguei aqui esta manhã é que tive conhecimento do sucedido. Deves estar exausta.
- Obrigada pelo teu cuidado, Spence, mas estou óptima. - Catherine olhou para os filhos. - Estamos todos bem. E o Tom, como tem reagido? Quando telefonei esta
manhã, tudo o que souberam dizer-me foi que tinha passado bem a noite.
- O que é verdade e é um indicio excelente. Dormiu toda a noite sem qualquer problema, tenho a certeza de que a dele foi muito melhor do que a tua. Espero que
não te importes, mas decidi que era melhor contar-lhe o que aconteceu com Brian. A imprensa tem telefonado insistentemente para aqui durante toda a manhã, pelo que
não me quis arriscar a que ele tivesse conhecimento da situação através de um estranho. Quando o pus ao corrente, como é evidente, comecei pelo final feliz.
Catherine sentiu-se invadida por uma vaga de alivio.
- Fico satisfeita por ele já estar ao corrente do que aconteceu, Spence. Não sabia como havia de lhe dizer. Não tinha a certeza de como receberia a notícia.
- Aceitou tudo muito bem, Catherine. Ele é muito mais forte do que tu possas pensar. - Naquele momento, Crowley olhou para o fio com a medalha que Brian trazia
ao pescoço. - Tanto quanto me é dado saber, passaste por muita coisa para conseguires entregar essa medalha ao teu pai. Prometo-lhes que entre mim e São Cristóvão
haveremos de conseguir pôr o Tom de boa saúde. - Os dois rapazes deram a mão a Catherine. - Ele está à vossa espera - disse o médico com um sorriso.

A porta do quarto do Tom mantinha-se parcialmente aberta e Catherine empurrou-a mais para trás, parando a olhar para o marido.
A cabeceira da cama estava mais elevada que os pés. Quando os viu, o rosto de Tom iluminou-se com o sorriso que lhes era tão familiar.
Os dois rapazes correram para a cama do pai, parando cautelosamente a apenas alguns centímetros, e ambos estenderam as mãos, agarrando as dele. Catherine viu
que os olhos do marido se enchiam de lágrimas quando olhou para Brian.
"Ele está tão pálido", pensou para consigo. "Deve sentir muitas dores, mas há-de melhorar." Não foi obrigada a forçar o sorriso radiante que os seus lábios esboçaram,
quando Michael retirou do pescoço de Brian o fio com a medalha de São Cristóvão e os dois garotos o enfiaram pela cabeça do pai.
- Feliz Natal, paizinho - disseram ambos em coro.
Quando Tom Doman olhou por cima da cabeça dos filhos e os seus lábios formaram a palavra "amo-te", surgiram outras que cantaram bem no íntimo de Catherine.
"Tudo está sereno... tudo é alegria."

FimMARY HIGGINS CLARK

UM GRITO NA NOITE

CÍRCULO DE LEITORES

Título original: A CRY IN THE NIGHT

Tradução de: EDUARDO SALÓ

Capa de: ZÉ PAULO

® Mary Higgins Clark, 1982

Impresso e encadernado por Resopal

para Círculo de Leitores

no mês de Junho de 1989

Número de edição: 2513

Depósito legal número 25 841/89

Digitalização e arranjo:
Fátima Chaves
Esta obra destina-se ao uso exclusivo de portadores de deficiência visual.
Agradecimento

A minha gratidão muito especial ao Dr. John T. Kelly, MD, MPH, professor de psiquiatria e professor e chefe-adjunto do Departamento de Assistência à Família e Saúde da Comunidade, da Universidade da Escola Médica do Minnesota, pela sua generosa e experiente ajuda na minha concepção e interpretação das personalidades psicopáticas que figuram neste livro e em The Cradle Will Fall.

1 Medicinae Doctor, Master of Philosophy.

Prólogo

Jenny começou a procurar a cabana ao amanhecer. antivera-se deitada toda a noite, imóvel, na maciça cama de quatro colunas, incapaz de dormir, entre o silêncio da casa, opressivo e envolvente.

Apesar de haver semanas que sabia que não aconteceria, continuava com os ouvidos sintonizados para o choro de fome do bebé. Os seios conservavam-se cheios, preparados para acolher com satisfação os pequenos e ávidos lábios.

Por fim, acendeu o candeeiro da mesa-de-cabeceira. O quarto assumiu um aspecto menos inóspito, e a saboneteira de cristal em cima da cómoda captou e reflectiu a luz. Os pequenos sabonetes de pinho que a enchiam projectavam uma tonalidade algo sinistra no espelho e nas escovas de prata antigos.

Abandonou a cama e começou a vestir-se, escolhendo a roupa interior comprida e o impermeável de nylon que usava por baixo do fato de esquiar. Ligara o rádio às quatro horas. A previsão meteorológica permanecia inalterada para a área de Granite Place, Minnesota, com a temperatura de dez graus abaixo de zero.

Não importava. Nada importava. Mesmo que morresse enregelada durante a busca, não desistiria de procurar a cabana. Encontrava-se, indubitavelmente, algures naquela floresta de bordos, carvalhos, sempre-verdes, pinheiros-

-noruegueses e vegetação rasteira. Ao longo das horas sem sono, Jenny concebera um plano. Erich devia dar três passos por cada um dos seus. A passada naturalmente mais larga levava-o a andar mais depressa, embora talvez não tivesse consciência disso, e costumavam trocar comentários jocosos a esse respeito. «Espera por uma moça da cidade», protestava ela.

Uma ocasião, ele esquecera-se da chave e regressara imediatamente para a levar. Estivera ausente quarenta minutos. Isso significava que, para ele, a cabana se situava a uns vinte minutos a pé da orla do bosque.

Nunca a levara lá. «Tenta compreender, Jenny», suplicara-lhe. «Os artistas precisam de um lugar para estar totalmente sós.»

E ela nunca tentara localizá-la, até então. O pessoal da quinta estava terminantemente proibido de entrar no bosque. O próprio Clyde, encarregado da propriedade há trinta anos, afirmava que não sabia onde a cabana se encontrava.

A espessa camada de neve endurecida apagara qualquer possível rasto, mas também facilitava as pesquisas dela para efectuar diligências a corta-mato. Por outro lado, necessitava de ter cuidado para não se perder. Com a densidade da vegetação, e o seu deplorável sentido de orientação, poderia perfeitamente andar às voltas sem se aperceber.

No entanto, pensara nisso e decidira fazer-se acompanhar de uma bússola, um martelo, pregos e pedaços de pano. Assim, poderia pregar estes últimos nos troncos para encontrar o caminho de regresso.

O equipamento de esquiar estava lá em baixo, no armário à entrada da cozinha, e, enquanto a água para o café não fervia, enfiou o fato. A aromática bebida contribuiu para lhe estabelecer um pouco de ordem no espírito. Durante a noite, ponderara a hipótese de procurar o xerife Gunderson. Todavia, decerto recusaria ajudá-la e limitar-se-ia a olhá-la com a familiar expressão de desdém especulativo.

Resolveu igualmente levar uma garrafa-termo com café. Não tinha a chave da cabana, mas partiria um vidro com o martelo, a fim de entrar pela janela.

Embora houvesse mais de duas semanas que Elsa não

aparecia, a enorme e antiga casa brilhava com provas visíveis dos seus princípios rígidos sobre o asseio. Tinha o hábito de, antes de se retirar, arrancar a folha desse dia do bloco-calendário junto do telefone na parede, e Jenny comentara o facto ironicamente com Erich: «Ela não só limpa o que nunca esteve sujo como elimina todas as noites dos dias úteis.»

Agora, arrancou a folha correspondente a sexta-feira, 14 de Fevereiro, amarfanhou-a na mão e cravou o olhar no espaço em branco abaixo das maiúsculas: SÁBADO, 15 DE FEVEREIRO. Percorreu-a um estremecimento. Havia quase catorze meses desde aquele dia na galeria, em que conhecera Erich. Não, não podia ser. Fora uma vida inteira atrás. Passou a mão pela fronte.

O cabelo castanho-avelã escurecera até se tornar quase preto, durante a gravidez, e parecia-lhe desgrenhado e sem vida, ao introduzi-lo debaixo do capuz de lã. O espelho à esquerda da porta constituía uma nota incongruente da solene cozinha de vigas de carvalho. Viu-se nele e notou os olhos com pesadas sombras em volta. Normalmente de uma tonalidade entre a água-marinha e o azul, reflectiam para ela as pupilas grandes e inexpressividade. As faces estavam tensas. A perda de peso desde o parto deixara-a demasiado magra. A veia no pescoço latejava, enquanto ela abotoava o fato até acima. Vinte e sete anos de idade. Afigurava-se-lhe que parecia pelo menos dez anos mais velha e sentia-se como se lhe pesasse um século nos ombros. Se, ao menos, o torpor se dissipasse. Se a casa não estivesse tão silenciosa, tão temível e assustadoramente silenciosa.

Volveu o olhar para o fogão de ferro fundido na parede leste da cozinha. O berço, cheio de lenha, voltava a estar ao lado dele, restituído à sua velha função.

Observou-o atentamente, forçou-se a absorver o choque constante da sua presença na cozinha e, por fim, voltou-lhe as costas e foi buscar a bússola, martelo, pregos e pedaços de pano. Depois de colocar tudo num saco de lona, puxou o cachecol para o rosto, calçou as botas de esquiar a corta-mato, enfiou as mãos em luvas de lã grossas e abriu a porta.

O vento cortante converteu o cachecol num ornamento inútil. Os mugidos abafados das vacas no estábulo recordaram-lhe os soluços do luto profundo. O Sol despontava, deslumbrante em contraste com a neve, abrupto na sua beleza vermelho-dourada, um deus distante que não podia afectar o frio glacial.

Clyde devia estar já a inspeccionar o celeiro, enquanto o resto do pessoal decerto levava palha para lá, a fim de alimentar as dezenas de reses Angus negras, incapazes de pastar na neve endurecida. Trabalhava meia dúzia de homens na enorme quinta, mas não havia um único nas proximidades da casa. Não passavam de pequenos vultos, como silhuetas, tendo o horizonte como pano de fundo.

Os esquis encontravam-se lá fora, junto da porta da cozinha. Jenny arrastou-os pelos seis degraus do terraço e afivelou-os às botas, congratulando-se por ter aprendido a esquiar bem no ano anterior.

Passava um pouco das sete quando começou a procurar a cabana. Limitou-se a não esquiar mais de trinta minutos em qualquer direcção e principiou no ponto em que Erich sempre desaparecia entre o arvoredo. As ramagens achavam-se tão emaranhadas sobre a sua cabeça que os raios solares quase não conseguiam atravessá-las. Depois de avançar tanto quanto possível em linha recta, cortou à direita, prosseguiu durante mais trinta metros, tornou a virar à direita e começou a retroceder para a orla do bosque. O vento apagava o rasto quase imediatamente após a sua passagem, mas ela pregava um pedaço de pano numa árvore em todos os pontos de mudança de direcção.

Às onze horas, voltou para casa, aqueceu sopa, mudou de meias, para eliminar a sensação desagradável da humidade nos pés, esforçou-se por ignorar as pontadas na fronte e mãos e tornou a sair.

Às cinco da tarde, meio enregelada, quando os raios solares começavam a extinguir-se, preparava-se para dar as pesquisas daquele dia por terminadas, mas decidiu transpor mais um dos pequenos outeiros. Foi então que a avistou, a cabana de toros, pequena, de telhado baixo, construída pelo bisavô de Erich em 1869. Contemplou-a de olhos arregalados,

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mordendo os lábios à medida que o desapontamento furioso a atingia com o impacte físico de um bisturi.

Os estores estavam baixados e o aspecto geral da construção infundia a impressão de que não era ocupada há algum tempo. A chaminé achava-se coberta pela neve e não se vislumbrava qualquer luz.

Esperaria ela porventura que, quando a descobrisse, brotasse fumo da chaminé, houvesse o clarão de candeeiros através das cortinas e pudesse aproximar-se da porta e abri-la?

Havia uma placa metálica pregada à porta. Os dizeres estavam apagados, mas ainda se podiam ler: ENTRADA RIGOROSAMENTE PROIBIDA. OS TRANSGRESSORES SERÃO LEVADOS A TRIBUNAL.

Jenny avistou um alpendre com uma bomba à esquerda da cabana e uma estufa parcial e discretamente dissimulada por pinheiros frondosos. Tentou imaginar o jovem Erich de visita ao local com a mãe. «Caroline gostava da cabana tal como se encontrava», revelara-lhe ele. «O meu pai queria modernizá-la, mas ela opôs-se com veemência.»

Deixando de prestar atenção ao frio, esquiou até à janela mais próxima. Em seguida, retirou o martelo do saco de lona, ergueu-o e partiu a vidraça. Indiferente às gotas de sangue, imediatamente congelado, que um dos fragmentos lhe produziu e tendo o cuidado de evitar os que tinham ficado na moldura da janela, soltou o fecho e impeliu-a para cima.

Depois, sacudiu os pés para se libertar dos esquis, trepou ao peitoril, afastou o estore e saltou para dentro.

A cabana consistia numa única sala com cerca de sete metros de lado. Um fogão Franklin junto da parede norte tinha lenha empilhada ao lado. Uma descolorida carpeta oriental cobria a maior parte do sobrado de pinho. Um sofá de espaldar alto e cadeiras a condizer estavam dispostos em torno do fogão. Perto das janelas da frente viam-se uma mesa de carvalho, longa, e respectivos bancos. Uma roda de fiar parecia ainda funcional. Num maciço aparador de carvalho, encontravam-se alguma loiça e candeeiros de petróleo. Uma escada íngreme prolongava-se para a esquerda. Junto dela, estavam numerosas telas sem moldura.

As paredes eram de pinho branco, sem nós, imaculadamente

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aplainado, cobertas de pinturas. Como num sonho, Jenny moveu-se de uma para outra. A cabana era um museu. Nem a luz deficiente conseguia encobrir a beleza rara dos óleos e aguarelas, os desenhos a carvão e caneta e tinta. Erich ainda não expusera os seus melhores trabalhos. Como reagiriam os críticos quando vissem aquelas obras-primas?

Algumas das telas das paredes já se apresentavam emolduradas. Deviam ser as próximas que ele tencionava expor. O celeiro sob uma tempestade de Inverno. Que tinha de diferente? A corça, de cabeça inclinada, à escuta, na iminência de fugir para o bosque. O vitelo que se refugiava junto da mãe. Os campos de luzerna, cobertos de flores azuis, prontos para a safra. A igreja congregacional, à qual acudiam filas de fiéis. A rua principal de Granite Place, sugestiva de uma serenidade intemporal.

Apesar da sua desolação, a beleza sensível da colecção proporcionava a Jenny uma impressão momentânea de silêncio e paz.

Por fim, debruçou-se sobre as telas sem molduras. A admiração dominou-a mais uma vez. A dimensão incrível do talento de Erich, a habilidade para pintar paisagens, pessoas e animais com igual autoridade, a alegria do jardim de Verão com o antiquado carrinho de bebé, O...

De súbito, viu-o. Sem compreender, começou a correr entre as filas de outras telas e desenhos.

Aproximou-se da parede e moveu-se de um quadro para outro. Os olhos arregalaram-se de incredulidade. Sem a consciência exacta do que fazia, cambaleou em direcção à escada de acesso ao sótão e transpôs apressadamente os degraus.

O sótão era baixo, em virtude da curvatura do telhado, e ela teve de se inclinar para a frente no topo da escada, antes de entrar.

Ao endireitar-se, uma explosão de cor de pesadelo, proveniente da parede ao fundo, assaltou-lhe a visão. Chocada, contemplou a sua própria imagem. Um espelho?

Não. O rosto pintado não se moveu, quando Jenny começou a aproximar-se. A luz do crepúsculo que penetrava pela estreita janela incidia na lona e produzia-lhe colunas pálidas, como dedos que apontassem acusadoramente.

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Ela olhou o quadro, imóvel, durante cinco minutos, incapaz de desviar a vista, enquanto absorvia todos os pormenores grotescos, sentindo a boca contrair-se de angústia de desespero e escutando o som proveniente da sua própria garganta.

Por último, obrigou os dedos entorpecidos e relutantes a segurar a lona e arrancá-la da parede.

Segundos depois, com o quadro debaixo do braço, esquiava para longe da cabana. O vento, agora mais forte, sufocava-a, privava-a de alento, abafava-lhe o grito frenético.

Acudam-me! exclamava. Acudam-me, por favor!

O vento varria-lhe as palavras dos lábios e espalhava-as pelo bosque na escuridão.

Era óbvio que a exposição de telas de Erich Krueger, o artista do Médio Oeste recentemente descoberto, constituía um êxito surpreendente. A recepção destinada aos críticos e convidados especiais principiou às quatro, mas os curiosos haviam afluído à galeria ao longo de todo o dia, atraídos por Recordação de Caroline, o esplendoroso óleo exposto na vitrina principal.

Com oportunidade constante, Jenny movia-se de crítico para crítico, a fim de apresentar Erich, trocar algumas palavras com os coleccionadores e providenciar para que o pessoal não parasse de circular com bandejas de acepipes e garrafas de champanhe e renovasse as provisões da assistência.

O dia apresentara-se-lhe difícil desde que abrira os olhos, pela manhã. Beth, em geral condescendente, mostrara-se renitente em seguir para o centro de cuidados diurnos. Tina, a contas com a aparição dos molares, acordara meia dúzia de vezes durante a noite, a chorar convulsivamente. O intenso nevão do dia de Ano Novo deixara Nova Iorque convertida num pesadelo de engarrafamentos de trânsito e passeios cobertos de uma camada escorregadia. Quando deixou as crianças no centro e começou a atravessar a cidade, estava quase uma hora atrasada para o trabalho, e Mr. Hartley mostrara-se agastado.

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Está tudo a correr mal, Jenny. Não há nada preparado. Previno-a de que preciso de alguém com quem possa contar.

Peço imensa desculpa. Ela guardou o casaco no armário. A que horas deve chegar Mister Krueger?

Por volta da uma. Imagine que três telas só foram entregues há poucos minutos!

Jenny tinha a impressão de que o pequeno sexagenário regressava aos sete anos de idade, quando se enervava. Agora, enrugava a fronte e a boca tremia.

Mas já cá estão todas, suponho? disse ela, num tom conciliador.

Pois estão, mas quando Mister Krueger telefonou, ontem à noite, perguntei-lhe se tinha enviado aquelas três e ficou horrorizado com a perspectiva de se haverem perdido. E insistiu em que a que representa a mãe seja exposta na vitrina principal, apesar de não estar à venda. Não me canso de lhe dizer, Jenny. Você podia ter posado para esse quadro.

Mas não posei. Dominou o impulso de aplicar uma palmada tranquilizadora no ombro do homem. Uma vez que já chegaram todas, vamos pendurá-las.

E entrou imediatamente em actividade, tratando de agrupar os óleos, as aguarelas e os desenhos a caneta e tinta e a carvão.

Tem olho para isto admitiu Mr. Hartley, visivelmente satisfeito, quando a última tela se encontrou no seu lugar. Eu sabia que conseguiríamos.

«Pois sabias!», reflectiu Jenny, esforçando-se por não suspirar.

A galeria abria às onze. Cinco minutos antes, o quadro principal estava exposto, juntamente com os dizeres, num fundo de veludo: PRIMEIRA EXPOSIÇÃO EM NOVA IORQUE DE ERICH KRUEGER. A tela começou imediatamente a atrair os transeuntes da Rua 57. Sentada à secretária, Jenny via as pessoas deterem-se para a admirar, e muitas entravam para ver os outros trabalhos. E não foram poucas as que lhe perguntaram:

Você foi o modelo para aquele quadro da vitrina? Ela limitava-se a menear a cabeça com um sorriso e, distribuir brochuras com a biografia do pintor:

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Erich Krueger alcançou proeminência instantânea no mundo da arte. Natural de Granite Place, Minnesota, começou a pintar aos quinze anos por mera vocação. Reside numa herdade pertencente à família há quatro gerações, onde cria gado premiado em concursos, além de que é presidente da Krueger Limestone Works. Um negociante de objectos de arte de Minneapolis foi o primeiro a descobrir o talento de Krueger, o qual, desde então, promoveu exposições em Minneapolis, Chicago, Washington e São Francisco. Tem trinta e quatro anos e é solteiro. Jenny olhou a fotografia na capa da brochura. «E é também maravilhosamente bem-parecido», pensou.

Às onze e meia, Mr. Hartley aproximou-se. A expressão de ansiedade e apreensão quase desaparecera por completo.

Tudo em ordem?

Sem uma falha assegurou ela. Antecipando-se à pergunta seguinte, informou: Os críticos de The Times, The New Yorker, Newsweek, Time e Art News confirmaram que viriam, e já transmiti as instruções necessárias ao fornecedor da comida e bebidas. Podemos contar com pelo menos oito pessoas na recepção e mais de uma centena de oportunistas habituais que se apresentam sem serem convidados. Fecharemos as portas ao público às três. Assim, o pessoal disporá de tempo mais que suficiente para os preparativos indispensáveis.

É a eficiência personificada, Jenny. Agora que se achava tudo a postos, Mr. Hartley mostrava-se descontraído e condescendente... até que ela lhe anunciasse que não podia ficar até ao final da recepção. Bem, vou...

Lee acaba de entrar anunciou Jenny, referindo-se à sua ajudante, que trabalhava em regime de tempo parcial. Por conseguinte, já nada pode correr mal acrescentou, com um sorriso. Escusa, pois, de se preocupar.

Vou fazer o possível. Diga-lhe que voltarei antes da uma para almoçar com Mister Krueger. Aproveite agora para ir comer qualquer coisa.

Ela acompanhou-o com a vista, enquanto se encaminhava para a porta. Por um momento, registava-se uma pausa no

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número dos recém-chegados. Desejava examinar o quadro na vitrina, pelo que seguiu para lá, sem perder tempo a vestir o casaco. Para absorver melhor a perspectiva da tela, retrocedeu alguns metros da vidraça. Os transeuntes olhavam-na e ao quadro e desviavam-se para não se interpor.

A jovem representada sentava-se numa cadeira de balouço, num terraço, voltada para o sol-poente. A iluminação era oblíqua, com sombras avermelhadas, purpúreas e malva. A esbelta criatura achava-se envolta numa capa verde-escura. Pequenas madeixas negro-azuladas emolduravam-lhe o rosto, sacudidas pela brisa. «Compreendo ao que Mr. Hartley se refere», cogitou Jenny. Com efeito, a fronte alta, sobrancelhas espessas, olhos grandes, nariz direito e estreito e boca generosa assemelhavam-se muito às suas próprias feições. O terraço estava pintado de branco, com uma coluna esguia ao canto. A parede de tijolos da casa atrás encontrava-se vagamente sugerida em segundo plano. Um garoto, emoldurado pelo sol, cruzava o campo a correr em direcção à mulher. A neve endurecida fornecia uma ideia do frio que dominaria a noite iminente. A criatura da cadeira de balouço estava imóvel, com o olhar fixo no pôr do Sol.

Apesar da criança que se acercava com ansiedade, da solidez da casa e da sensação geral de paz, pareceu a Jenny que havia algo de peculiarmente isolado na mulher. Porquê? Talvez em virtude da expressão melancólica que lhe perpassava no olhar. Ou dever-se-ia ao facto de o aspecto geral do quadro sugerir frio cortante? Porque pretenderia alguém encontrar-se sentado numa cadeira de balouço ao ar livre com uma temperatura tão baixa? Porque não contemplava o pôr do Sol de uma das janelas?

Estremeceu involuntariamente. A camisola de lã de gola alta fora uma prenda de Natal do ex-marido Kevin, que se apresentara inesperadamente em casa na véspera com o agasalho para ela e bonecas para as filhas. Nem uma palavra ao facto de nunca lhe enviar dinheiro de apoio e na realidade estar a dever-lhe mais de duzentos dólares de «empréstimos». A camisola, embora barata e de propriedades de aquecimento reduzidas, era, pelo menos, nova, e a tonalidade turquesa um pano de fundo apropriado para o cordão

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de ouro e medalhão de Nana. Evidentemente que uma das características do mundo da arte consistia em que as pessoas se vestiam para agradar a si próprias, e a sua saia de lã demasiado comprida e as botas demasiado largas não representavam positivamente uma admissão de pobreza. Não obstante, convinha que voltasse para dentro. O que menos desejava era contrair um resfriado, como acontecia a um número substancial de nova-iorquinos.

Tornou a fixar os olhos na tela e admirar a perícia com que o artista orientava a atenção do público da mulher na cadeira de balouço para a criança ao clarão do pôr do Sol.

«Belo!» murmurou. «Simplesmente belo.»

Ao mesmo tempo, retrocedia sem se dar conta, escorregou e colidiu com alguém. Acto contínuo, mãos vigorosas seguraram-lhe os ombros e equilibraram-na.

Costuma andar na rua sem casaco, com este frio, e falar sozinha? O tom de voz combinava contrariedade e ironia.

Jenny deu meia volta com brusquidão, confusa, e balbuciou:

Queira desculpar. Magoei-o?

Recuou um passo e ao fazê-lo descobriu que o rosto na sua frente era o mesmo da brochura que passara a manhã a distribuir. «Santo Deus!», reflectiu. «Tinha de esbarrar nem mais nem menos do que com Erich Krueger!»

Viu o rosto empalidecer, ao mesmo tempo que os olhos se arregalavam e os lábios comprimiam. «Ficou fulo», pensou, desolada. «Quase o derrubei.» E estendeu a mão, algo receosamente.

Lastimo profundamente, Mister Krueger. Perdoe-me, por favor. Distraí-me, enquanto admirava o retrato de sua mãe. É... é indescritível. Entre, por favor. Chamo-me Jenny MacPartland. Trabalho na galeria.

O olhar dele conservou-se cravado no rosto dela, como se o examinasse minuciosamente. Como não sabia o que devia fazer, Jenny mantinha-se imóvel, na expectativa. A pouco e pouco, porém, a expressão dele suavizou-se.

Jenny. Sorriu e repetiu: Jenny. E acrescentou, após breve pausa: Não me surpreendia nada se dissesse... Não interessa.

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O sorriso melhorou-lhe largamente a aparência. Como se olhavam praticamente ao mesmo nível e as botas tinham saltos de sete centímetros, Jenny concluiu que ele devia medir cerca de um metro e setenta. O rosto, classicamente bem-parecido, era dominado por olhos azuis algo encovados. As sobrancelhas abundantes impediam a fronte de ser demasiado larga. O cabelo bronze-ouro, com vários vestígios grisalhos, emoldurava-lhe o semblante e recordava a imagem de uma moeda da antiga Roma. Tinha o mesmo nariz estreito e boca da mulher do quadro. Vestia sobretudo de pêlo de camelo, com um lenço de seda em volta do pescoço. Jenny perguntou-se o que esperara. No instante em que ouvira pronunciar a palavra herdade, congeminara a imagem mental de o artista se apresentar na galeria em casaco de cabedal, calça denim e botas enlameadas. A ideia fê-la sorrir e regressar prontamente à realidade. A situação tinha algo de ridículo. Encontrava-se na rua, a tremer...

Mister Krueger...

Está enregelada, Jenny cortou ele. A culpa é minha, desculpe.

Krueger pousou a mão no cotovelo dela e conduziu-a para a porta da galeria, que abriu para que o precedesse.

Começou imediatamente a inspeccionar a localização das telas, comentando que fora uma circunstância afortunada as três últimas terem chegado a tempo.

Afortunada para o expedidor salientou, sorrindo.

Jenny acompanhou-o, enquanto ele prosseguia a inspecção com a maior meticulosidade, detendo-se por duas vezes para endireitar quadros levemente torcidos. Por fim, inclinou a cabeça, aparentemente satisfeito.

Porque colocaram a Lavra da Primavera ao lado da Safra?

Não é o mesmo campo? Pressenti uma continuidade entre arar a terra e admirar em seguida a colheita. Só lamento que não haja também uma cena do Verão.

Mas há asseverou ele. Só que decidi não a enviar. Ela lançou uma olhadela ao relógio por cima da porta. Era quase meio-dia.

Se não se importa, Mister Krueger, vou instalá-lo no

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gabinete particular de Mister Hartley. Ele reservou mesa para almoçarem juntos no Russian Tea Room, à uma. Deve estar a aparecer e eu vou ausentar-me por uns minutos, para comer uma sanduíche.

Receio que Mister Hartley tenha de almoçar sozinho. Erich ajudou-a a vestir o casaco. Estou cheio de fome e tenciono comer consigo. A menos, claro, que vá encontrar-se com alguém.

Não. Tencionava ir à drugstore da esquina.

Experimentamos antes o Salão de Chá. Creio que arranjarão um recanto para nós.

Jenny acedeu sob protesto, consciente de que Mr. Hartley ficaria furioso e a sua conservação do cargo que ocupava se tornava cada vez mais precária. Com efeito, chegava tarde com excessiva frequência e, na semana anterior, necessitara de faltar dois dias consecutivos, em virtude de Tina ter contraído tosse convulsa. No entanto, reconhecia que não lhe restava qualquer alternativa.

No restaurante, ele ignorou o facto de não terem reservado mesa previamente e conseguiu que lhes dessem o lugar ao canto que pretendia. Ela rejeitou a sugestão de tomar vinho. Ficava tonta em menos de quinze minutos e era capaz de adormecer. Passei quase toda a noite em claro. Para mim, Perrier, por favor.

Pediram sanduíches reforçadas e em seguida ele inclinou-se sobre a mesa. Fale-me de si, Jenny MacPartland. Ela esforçou-se por não rir. Frequentou algum curso de Dale Carnegie? Não. Porquê? É a pergunta que ensinam a fazer no primeiro encontro. Mostrar interesse pelo interlocutor. «Quero saber coisas a seu respeito. Mas acontece que quero mesmo. Serviram as bebidas, que consumiram gradualmente, enquanto Jenny revelava:

Sou a chefe daquilo a que o mundo moderno chama família de pai único». Tenho duas raparigas: Beth, de três anos, e Tina, de dois. Vivemos num apartamento da Rua Trinta e Sete.

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Um piano de cauda, se o possuísse, ocuparia quase todo o espaço. Trabalho para Mister Hartley há quatro anos.

Como é possível que trabalhe para ele há tanto tempo, com duas filhas tão pequenas?

Meti duas semanas de férias, quando nasceram.

Precisava de regressar ao trabalho tão depressa? Encolheu os ombros.

Conheci Kevin MacPartland no Verão a seguir à minha formatura em Belas-Artes, na Universidade Fordham, no Lincoln Center. Kev interpretava um pequeno papel numa peça de um teatro fora da Broadway. Nana disse-me que cometia um erro, mas não liguei, naturalmente.

Nana?

A minha avó, que me criou desde que tinha um ano de idade. Afinal, não se enganou. Kev é um rapaz simpático, mas... um peso-pluma. Duas filhas em dois anos de casamento não figuravam na sua agenda. Saiu de casa logo após o nascimento de Tina.

Sustenta-as, ao menos?

O rendimento médio de um actor são três mil dólares ao ano. Na verdade, ele é bom actor e, com uma ou duas oportunidades mais lucrativas, aguentaria as oscilações do barco. Mas, de momento, a resposta à sua pergunta é negativa.

Suponho que não deixa as crianças num centro de assistência diurno desde que nasceram?

Sentiu formar-se-lhe um nó na garganta e compreendeu que, dentro de instantes, os olhos se lhe arrasariam de lágrimas. Por conseguinte, apressou-se a acrescentar:

A minha avó cuidou delas, enquanto eu trabalhava. Infelizmente, faleceu há três meses. Preferia não falar dela, neste momento.

Lamento, Jenny. (Ela sentiu a mão dele pousar na sua.) Desculpe. Não costumo ser tão obtuso.

É a minha vez. Ela logrou esboçar um sorriso. Fale-me de si. E levou a sanduíche à boca, enquanto ele falava.

Decerto leu a biografia na brochura. Sou filho único. A minha mãe perdeu a vida num acidente na quinta, quando

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eu tinha dez anos. Por sinal, foi mesmo no dia do meu aniversário. O meu pai morreu há dois anos. A orientação dos trabalhos encontra-se a cargo do caseiro, pois eu passo a maior parte do tempo no estúdio.

Seria uma autêntica pena se não passasse. Pinta desde os quinze anos, não é assim? Nunca se tinha apercebido do seu valor?

Erich moveu o vinho no copo, hesitou e encolheu os ombros.

Eu podia alegar, como acontece com frequência, que o fazia unicamente por vocação, mas não corresponderia à verdade. A minha mãe era uma artista. Não tinha muito talento, embora o pai fosse razoavelmente conhecido. Chamava-se Everett Bonardi.

Mas ouvi falar dele! exclamou Jenny. Porque não incluiu isso na sua biografia?

Se o meu trabalho possui algum mérito, quero que seja exclusivamente por ele. Espero ter herdado um pouco do seu talento. A minha mãe limitava-se a fazer esboços, com o que experimentava profundo prazer, mas o meu pai tinha inveja da arte dela. Creio que se sentiu como um boi diante de um palácio, quando conheceu a família dela em São Francisco. Segundo concluí do que ouvi, trataram-no como um labrego do Médio Oeste com palha colada às solas dos sapatos. Ele pagou-lhes na mesma moeda, aconselhando a minha mãe a empregar a sua habilidade na confecção de coisas úteis, como colchas de cama. Apesar disso, adorava-a. No entanto, nunca duvidei de que lhe custaria descobrir que eu «perdia o meu tempo a pintar», pelo que me abstive de lho confessar.

O sol do meio-dia conseguira perfurar a camada de nuvens, e alguns raios dispersos, coloridos pela vidraça da janela, bailavam sobre a mesa. Jenny pestanejou e voltou a cabeça.

Erich, que a observava pensativamente, declarou de súbito:

Deve ter estranhado a minha reacção, quando nos conhecemos. Na verdade, julguei ver um fantasma. A sua parecença com Caroline é assombrosa. Ela tinha mais ou menos a sua altura, com cabelo mais escuro e olhos de um verde

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brilhante, ao passo que os seus são azuis com laivos esverdeados. Mas há outros pormenores. O sorriso. A maneira como inclina a cabeça para o lado, quando escuta. É esbelta como ela. O meu pai comentava constantemente a sua magreza e tentava obrigá-la a comer mais. E sinto vontade de lhe dizer neste momento: «Coma a sanduíche, Jenny. Mal lhe tocou.»

Gosto de comer devagar, não se preocupe. Mas importa-se de mandar vir um café? Mister Hartley deve estar apopléctico por você ter chegado durante a sua ausência. E o facto de não me encontrar na recepção antes do seu início não contribuirá para melhorar a minha cotação.

Tem planos para esta noite? perguntou ele, com uma expressão repentinamente grave.

Enormes. Se me atrasar a ir buscar as minhas filhas ao Centro de Assistência Diurna Progressivo de Mistress Curtis, passarei um mau bocado. Jenny arqueou as sobrancelhas, franziu os lábios e imitou Mrs. Curtis. «A minha hora habitual de fechar as portas é às cinco da tarde, Mistress MacPartland, embora costume abrir uma excepção para as mães que trabalham. Mas as cinco e meia é o máximo. Não quero ouvir desculpas acerca de autocarros atrasados ou telefonemas de última hora. Se volta a aparecer depois dessa hora, na manhã seguinte pode deixar as suas filhas em casa. Entendeu?»

Entendi. Erich soltou uma gargalhada. Fale-me agora das suas pequenas.

Bem, isso é fácil. Como deve calcular, são inteligentíssimas, lindas, adoráveis e...

Começaram a andar aos seis meses e a falar aos nove. Parece a minha mãe. Constou-me que era nesses termos que costumava descrever-me.

Ela experimentou uma leve contracção no coração ao ver-lhe a expressão de nostalgia.

Tenho a certeza de que correspondia à verdade murmurou.

E eu tenho a certeza de que não correspondia. Ele voltou a rir. Nova Iorque não pára de me abismar. Como é uma pessoa criar-se aqui?

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Enquanto tomavam café, continuaram a conversar animadamente. Jenny, sobre a vida na cidade: «Não há um prédio em Manhattan que eu não estime.» Ele, secamente: «Não posso imaginar isso. No entanto, você nunca experimentou realmente a outra faceta da vida.» Também trocaram impressões a respeito do casamento dela.

Que sentiu, quando terminou?

Surpreendentemente, apenas o mesmo grau de pesar que suponho me acudiria pelo típico primeiro amor. A diferença consistia em que havia as minhas filhas, pelas quais sempre estarei grata a Kev.

Quando regressaram à galeria, Mr. Hartley encontrava-se à espera. Não sem certo nervosismo, Jenny apercebeu-se dos pontos avermelhados de irritação nos malares, e em seguida admirou o modo como Erich o tranquilizou.

Como decerto concordará, a comida estilo avião é imprópria para consumo e, como Mistress MacPartland ia sair para almoçar, pedi-lhe que me deixasse acompanhá-la. Não comi praticamente nada e agora estou à sua disposição para uma refeição substancial juntos. E permita-me que o felicite pela forma como distribuiu os meus trabalhos pela sala.

Os pontos vermelhos atenuaram-se. Lembrando-se da enorme sanduíche que Erich comera, Jenny aventurou:

Recomendo o frango à Kiev para Mister Krueger. Convença-o a pedir isso, Mister Hartley.

Erich arqueou uma sobrancelha e, quando passou junto dela, murmurou:

Obrigadinho.

Mais tarde, ela arrependeu-se do impulso. Na realidade, mal conhecia o homem. Como se explicava, pois, aquela afinidade? Ele mostrava-se muito simpático e, ao mesmo tempo, dava a impressão de uma força latente. Na verdade, se estava habituado ao dinheiro desde sempre, era bem-parecido e possuía talento, porque não havia de se sentir seguro na vida?

A galeria permaneceu em actividade toda a tarde. Jenny prestava atenção especial aos coleccionadores importantes. Embora todos tivessem sido convidados para a recepção, ela sabia que muitos apareceriam mais cedo, a fim de disporem

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do ensejo de inspeccionar as telas calmamente. Os preços eram elevados, muito elevados mesmo, para um artista novo. No entanto, ele parecia indiferente ao número de transacções efectuadas.

Mr. Hartley reapareceu quando a galeria já se encontrava encerrada ao público e comunicou a Jenny que Erich se dirigira ao hotel para mudar de roupa para a recepção.

Parece que o impressionou profundamente, Jenny acrescentou, algo intrigado. Fartou-se de me fazer perguntas a seu respeito.

Às cinco da tarde, a recepção achava-se no auge. Com a habitual eficiência, Jenny escoltava Erich dos críticos para os coleccionadores, apresentando-o, conversando sobre banalidades, proporcionando-lhe a oportunidade de dizer algo e depois levando-o para apresentar a outro visitante. Por mais de uma vez, perguntaram-lhes:

Esta jovem é o modelo de Recordação de Caroline?

Começo a convencer-me disso respondia ele, aparentemente divertido com a curiosidade manifestada.

Mr. Hartley concentrava-se na tarefa de cumprimentar os convidados, à medida que chegavam. A avaliar pelo seu sorriso beatífico, Jenny deduzia que a exposição constituíra um êxito.

Era óbvio que os críticos estavam igualmente impressionados com Erich Krueger, o homem. Entretanto, ele substituíra o casaco sport e calça de flanela por um fato azul-escuro de corte irrepreensível e usava um anel de ouro no mindinho da mão esquerda. Jenny, que já reparara nele durante o almoço, compreendeu agora porque lhe parecera familiar. Vira-o na mão da mulher do quadro. Decerto era a aliança de casamento da mãe.

Deixou-o a conversar com Alison Spencer, jovem e elegante crítica da revista Art News, a qual vestia um conjunto saia-casaco branco que lhe complementava o cabelo louro-cinza. Jenny deu-se subitamente conta da qualidade pouco atraente da sua saia de lã e do facto de as botas parecerem antiquadas, apesar de terem sido engraxadas. Por outro lado, sabia que a camisola parecia aquilo que era uma peça de vestuário barata.

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Tentou justificar a depressão repentina que lhe acudira. Fora um dia longo e sentia-se cansada. Eram boas horas de se retirar, e quase temia o momento de ir buscar as filhas. Quando Nana vivia com elas, o regresso a casa constituía um prazer.

«Senta-te e descontrai-te», costumava dizer a avó. «Vou preparar cocktails para ambas.» Gostava de se inteirar do que se passava na galeria, e lia uma história de embalar às crianças, enquanto Jenny se ocupava do jantar. «És melhor cozinheira do que eu desde que completaste os oito anos.»

«A verdade é que, se não preparasses hamburgers durante tanto tempo, não pareceriam pucks de hóquei», replicava ela, com um sorriso.

Desde a morte de Nana, Jenny ia buscar as filhas ao centro diurno, levava-as de autocarro para casa e entretinha-as com biscoitos, enquanto tratava do jantar.

Quando se preparava para vestir o casaco, um dos coleccionadores mais importantes abordou-a. Por último, às
17.25, conseguiu livrar-se dele e ponderou se devia despedir-se de Erich, mas viu que continuava a manter animada conversa com Allison Spencer. No fundo, que se importaria ele com a sua saída? Finalmente, tentou repelir a renovada sensação de depressão e abandonou a galeria discretamente pela porta de serviço.
1 Disco de borracha utilizado no hóquei sobre o gelo. (N. do T.)

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As placas de gelo no passeio tornavam o percurso perigoso. A Avenida das Américas, Quinta, Madison, Park, Lexington, Terceira, Segunda. Quarteirões intermináveis. Quem, certa ocasião, dissera que Manhattan era uma ilha estreita, nunca tivera de atravessar os seus pavimentos escorregadios. No entanto, os autocarros deslocavam-se com lentidão, pelo que Jenny preferia ir a pé. De qualquer modo, chegaria atrasada.

O centro diurno de assistência situava-se na Rua 49, perto da Segunda Avenida. Passava das seis e quarenta e cinco, quando ela, ofegante em virtude da quase correria a que se entregara, tocou a campainha do apartamento de Mrs. Curtis, a qual se mostrou claramente irada, com os braços cruzados sobre o peito e lábios convertidos num corte estreito no rosto desagradável.

Mistress MacPartland! vociferou, em tom estentóreo. Tivemos um dia horrível. A Tina não parou de chorar. E a senhora disse-me que a Beth fora ensinada a utilizar a «retrete», o que está longe de corresponder à realidade.

Garanto-lhe que foi ensinada a utilizar a rer... digo, a retrete protestou Jenny. Talvez ainda não se habituasse à daqui.

Nem terá oportunidade de se habituar. As suas filhas dão demasiadas ralações. Tente compreender a minha posição.

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Uma criança de três anos incapaz de fazer chichi sozinha e outra de dois que chora sem interrupção dão água pela barba a qualquer pessoa.

Mamã...

Ela ignorou Mrs. Curtis. Beth e Tina estavam sentadas no decrépito sofá do vestíbulo mal iluminado a que a mulher chamava pomposamente «pátio de recreio», e Jenny perguntou-se há quanto tempo se encontrariam ali, vestidas para sair. Impelida por um acesso de ternura, abraçou-as com vigor.

Olá, ratinho. Olá, meu chocalho.

As faces de Tina achavam-se alagadas pelas lágrimas, e ela afastou-lhe os cabelos colados pela humidade. Ambas haviam herdado os olhos castanhos-avelã de Kev, assim como as pálpebras cor de fuligem e o cabelo.
Esteve assustada todo o dia disse Beth, apontando para a irmã. Chorou muito.

O lábio inferior de Tina tremia e ela ergueu os braços para a mãe.

E voltou a chegar atrasada acusou Mrs. Curtis.

Desculpe articulou Jenny, num tom que sugeria ter o pensamento concentrado noutra coisa. Tina tinha os olhos inchados e as faces coradas. Estaria iminente um ataque de anginas? A culpa era daquela casa, onde nunca devia ter deixado as filhas.

Pegou em Tina, e Beth, receosa de ficar esquecida, levantou-se do sofá. Continuo a tomar conta delas até sexta-feira, o que pode considerar um favor advertiu a mulher. Mas nem mais um dia. Jenny abriu a porta e saiu, sem se despedir. Anoitecera por completo e soprava um vento cortante, Tina afundou a cabeça na abertura da gola do casaco da mãe, enquanto Beth procurava proteger o rosto entre as pregas.

Só me molhei uma vez afirmou esta última,

Deixa lá isso agora, ratinho. Aguentem um bocadinho, que não tardamos a estar no quente do autocarro.

No entanto, passaram três com a lotação completa. Por fim, Jenny desistiu e resolveu ir a pé. Tina era um peso

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morto e, se estugasse o passo, teria de arrastar praticamente Beth. Depois de transpor dois quarteirões, inclinou-se para baixo e pegou-lhe ao colo.

Eu posso andar, mamã protestou a garota. Já sou grande.

Eu sei que és, mas assim vamos mais depressa. Entrelaçando os dedos de ambas as mãos à sua frente, Jenny conseguiu equilibrar os dois pequenos corpos nos braços. Segurem-se bem, que vai começar a maratona.

Necessitava de transpor mais dez quarteirões até à parte baixa da cidade e outros dois no sentido transversal. «Não pesam muito», tentava convencer-se. «São as tuas filhas.»Onde encontraria outro lugar para as deixar, na próxima segunda-feira? «Fazes-nos tanta falta, Nana querida!» Não se atrevia a pedir que a dispensassem mais tempo na galeria. Erich teria convidado Allison Spencer para jantar?

Alguém surgiu a caminhar a seu lado. Ela voltou-se, surpreendida, no momento em que Erich lhe retirou Beth dos braços, enquanto os lábios desta formavam um círculo misto de perplexidade e certo medo. Parecendo pressentir que se preparava para protestar, ele sorriu-lhe.

Chegamos a casa mais depressa, se eu te levar e desafiarmos a mamã e Tina para uma corrida.

Mas... começou Jenny.

Decerto não se opõe a que a ajude? Não me importava de levar também a mais pequena, mas duvido que ela me deixasse.

De facto, não deixava, e estou-lhe muito grata, Mister Krueger, mas...

Que é isso de «Mister Krueger»? E porque me deixou com aquela enfadonha mulher da Art News atrelada? Fiquei à espera de que me fosse salvar. Quando soube que se tinha retirado, lembrei-me do centro diurno. O horrível espantalho que dá pelo nome de Mistress Curtis disse que passara por lá, mas consegui arrancar-lhe o seu endereço. Decidi ir bater-lhe ao ferrolho, até que, de repente, vi à minha frente uma moça atraente necessitada de ajuda, e o resto é do seu conhecimento.

Ela sentiu o braço dele enfiado firmemente no seu e, de

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súbito, em vez do cansaço e depressão, acudiu-lhe uma alegria absurda, e ergueu os olhos para o rosto do companheiro.

Dedica-se a exercícios destes todas as noites? perguntou ele, numa inflexão mista de incredulidade e preocupação.

Quando faz mau tempo, costumamos ir de autocarro, mas hoje passavam todos cheios.

O quarteirão entre as Avenidas Lexington e Park estava cheio de prédios de tijolo castanho, e Jenny apontou para o terceiro do lado direito. Em seguida, contemplou a artéria com afecto. Para ela, as duas fiadas de edifícios proporcionavam uma sensação de tranquilidade: casas com quase cem anos de existência, construídas quando Manhattan ainda tinha áreas espaçosas de lares de poucas famílias. A maioria desses chalés desaparecera ou achava-se reduzida a escombros, para ceder lugar a mais arranha-céus.

À entrada, Jenny tentou despedir-se de Erich, porém ele negou-se a ser afastado.

Acompanho-a até lá dentro declarou com firmeza. Ela precedeu-o com relutância em direcção ao estúdio do rés-do-chão. Confeccionara coberturas de cores atraentes para dissimular os estofos do mobiliário em segunda mão. Uma carpeta castanha cobria a maior parte do sobrado. As camas, pouco maiores do que berços, encontravam-se no pequeno quarto de vestir junto à casa de banho, quase ocultas pela porta. Gravuras de Chagall dissimulavam parte das escamas de tinta das paredes, e as plantas nos respectivos vasos conferiam certa alegria ao peitoril da janela por cima do lava-loiça da cozinha.

Aliviadas por se sentirem à solta, Beth e Tina correram para o quarto. Antes, todavia, a primeira voltou-se para trás e disse:

Estou muito contente por estar em casa. Dirigiu uma olhadela à irmã e acrescentou: E a Tina também.

Sei o que queres dizer, ratinho replicou Jenny, rindo. É pequena, mas adoramo-la explicou a Erich.

Compreendo porquê. É muito acolhedora.

Não a inspeccione com muita atenção. O senhorio está a deixá-la degradar-se propositadamente. Tenciona converter

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o prédio em propriedade horizontal, pelo que não quer gastar mais dinheiro com ele.

Pensa comprar o apartamento?

Nem em sonhos. Começou a puxar o fecho do casaco de Tina. Ele pede setenta e cinco mil dólares por isto, imagine. Ficaremos até que nos despejem e depois procurarei outro poiso.

Vamos despir essa roupa pesada. Erich pegou em Beth e desembaraçou-a do casaco. Agora, temos de tomar uma decisão. Convidei-me para jantar, Jenny. Por conseguinte, se tem outros planos, corra já comigo. De contrário, indique-me o supermercado mais próximo. Fez uma pausa e encararam-se em silêncio por um momento. O que vai ser: o supermercado ou a porta?

Ela julgou detectar uma ponta de ansiedade na pergunta. No entanto, antes que pudesse responder, Beth deu um puxão na perna das calças dele.

Podes ler-me uma história, se quiseres.

Então, está assente declarou Erich, com firmeza. Fico. A mamã não tem voto na matéria.

«Ele quer realmente ficar», reflectiu Jenny. «Deseja sinceramente estar connosco.» A descoberta provocou-lhe uma onda inesperada de prazer.

Não precisa de ir às compras anunciou, por fim. Se gosta de carne assada, há que chega e sobra para todos.

Em seguida, serviu Chablis e ligou o rádio para que ele escutasse o noticiário, enquanto ela dava banho e de comer às filhas. Depois, foi preparar o jantar e Erich leu-lhes uma história. Ao mesmo tempo que punha a mesa e confeccionava a salada, Jenny observava-o, sentado no sofá, com uma das crianças em cada lado, lendo Os Três Ursinhos na intonação apropriada. Tina não tardou a adormecer e ele transferiu-a cautelosamente para cima dos joelhos. Ao invés, Beth escutava com atenção e os olhos não se desviavam do rosto dele.

Gostei muito afirmou a garota, no final. Lês quase tão bem como a mamã.

Ele dirigiu uma olhadela a Jenny e exibiu um sorriso de triunfo.

Depois de as garotas estarem deitadas, eles jantaram na

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mesa do pequeno recanto sobranceiro ao jardim. A neve em baixo continuava branca. As árvores de ramos desprovidos de folhas brilhavam com o reflexo da luz da casa. Sempre-verdes grossas e altas quase ocultavam a vedação que separava a propriedade dos quintais adjacentes.

É como que o campo dentro da cidade explicou Jenny. Depois de as pequenas estarem deitadas, costumo tomar o café aqui e imaginar que contemplo os meus domínios. Turtle Bay, uns dez quarteirões ao norte, é uma área muito bonita. As casas têm lindos jardins. Isto não passa de uma imitação modestíssima, mas fico com pena quando chegar o dia da mudança.

Para onde irá?

Ainda não decidi, mas disponho de seis meses para me preocupar com isso. Hei-de encontrar alguma coisa. Passamos ao café? Soou a campainha da porta e Erich mostrou-se contrariado, enquanto ela mordia os lábios. Deve ser a Fran, do andar de cima. De momento, não tem namorado e vem visitar-me com regularidade.

Afinal era Kevin, cujo arcaboiço enchia o espaço da porta, juvenilmente bem-parecido, com a dispendiosa camisola de esquiar, longo cachecol, cabelo ruivo cortado irrepreensivelmente e rosto bronzeado.

Entra, Kevin convidou Jenny, tentando exprimir-se com naturalidade, embora pensasse com aborrecimento que o ex-marido possuía o condão de aparecer nas ocasiões mais inoportunas.

Ele aproximou-se e deu-lhe um beijo de raspão na face, o que a embaraçou ainda mais, consciente da observação de que eram alvo por parte de Erich.

As miúdas já estão deitadas? perguntou o recém-chegado. É pena. Esperava poder vê-las. Mas parece que tens visitas.

O seu tom alterou-se, tornou-se formal, quase inglês. «Nunca perde uma oportunidade de recorrer aos seus dons histriónicos», reflectiu Jenny. O ex-marido conhecia o novo amigo da ex-esposa numa comédia de sala de estar. Dominando um suspiro, procedeu às apresentações e os dois homens inclinaram a cabeça sem sorrir.

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Por fim, Kevin pareceu disposto a desanuviar o ambiente.

Cheira bem, Jen. Que estiveste a cozinhar? Examinou o topo do fogão. Que apetitosa carne assada! Separou um pequeno pedaço e introduziu-o na boca. Excelente. Cada vez compreendo menos porque permiti que te afastasses de mim.

Porque foi um erro horrível disparou Erich, em inflexão glacial.

Concordo plenamente volveu Kevin, com desprendimento. Bem, não lhes tomo mais tempo. Estava nas imediações e lembrei-me de passar por cá. Podes conceder-me um momento a sós, Jen?

Ela sabia exactamente o que ele pretendia. Era o dia de pagamento. Esperançada em que Erich não se desse conta, pegou dissimuladamente na bolsa quando se encaminhava para o vestíbulo.

Aqueles presentes de Natal para ti e as pequenas deixaram-me mal de finanças. Por outro lado, é altura de pagar a renda e o senhorio começa a arreganhar os dentes. Basta que me emprestes trinta dólares por cerca de uma semana.

Trinta dólares? Não posso.

Preciso deles, Jen.

Temos de conversar. Ela puxou da carteira com relutância. Creio que vou perder o emprego.

Ele embolsou as notas de banco com prontidão e voltou-se para a porta de saída.

O velhote nunca te porá na rua. Sabe distinguir os bons empregados dos maus. No teu lugar, eu pedia-lhe aumento do ordenado. Não conseguiria outra funcionária como tu pelo que te paga. Experimenta e verás.

Quando Jenny voltou para dentro, Erich levantava a mesa e abrira a torneira do lava-loiças. Em seguida, pegou na travessa com a carne que sobrara e acercou-se do recipiente do lixo.

Um momento protestou ela. As pequenas podem comer isso amanhã.

Depois de aquele actor seu ex-marido lhe ter tocado, nem pensar! Deitou fora a carne e virou-se para Jenny. Quanto lhe deu?

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Trinta dólares. Mas ele há-de restituir-mos.

Por outras palavras, deixa-o entrar, beijá-la, tecer comentários jocosos acerca da separação e raspar-se com o seu dinheiro para gastar no bar mais próximo?

Precisava do dinheiro para pagar a renda da casa.

Não se iluda. Quantas vezes a ludibriou com argumentos do género. Todos os dias de pagamento, aposto.

Não, falhou o do mês passado articulou Jenny, com amargura. Não mexa na loiça, por favor. Eu lavo-a mais tarde.

Já tem demasiado com que se entreter.

Pegou numa toalha, sem replicar. Porque teria Kevin escolhido precisamente aquela noite para a procurar? Na verdade, só uma insensata como ela lhe entregaria dinheiro.

A expressão de desaprovação no rosto de Erich começou a dissipar-se e, arrancando-lhe a toalha da mão, proferiu: Largue isso.

Verteu vinho em dois copos e levou-os para o sofá. Jenny sentou-se ao lado dele, agudamente consciente da intensidade indefinida que irradiava. Tentou analisar os seus sentimentos, mas não conseguiu. Dentro em pouco, retirar-se-ia. Na manhã seguinte, regressaria ao Minnesota. Na próxima noite, àquela hora, ela encontrar-se-ia ali, sozinha. Lembrou-se da alegria no rosto das filhas quando Erich lhes lia a história, o alívio que sentira quando ele aparecera e a libertara do peso de Beth. O almoço e o jantar tinham sido invulgarmente agradáveis, como se, apenas com a sua presença, pudesse fazê-la esquecer as preocupações e solidão.

Em que pensa, Jenny? A voz dele deixava transparecer uma ternura irresistível.

Não creio que estivesse a pensar. Ela tentou esboçar um sorriso. Estava... simplesmente satisfeita, suponho. E eu não me recordo de sentir um bem-estar tão aprazível. Diga-me uma coisa: tem a certeza de que não ama ainda Kevin MacPartland?

Que ideia! A possibilidade afigurava-se-lhe tão absurda que soltou uma gargalhada.

Nesse caso, porque lhe dá o dinheiro tão facilmente?

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Talvez devido a uma distorcida noção de responsabilidade. A preocupação de que a razão que invoca possa corresponder à verdade.

Escute, Jenny. Parto de avião, de manhã cedo, mas posso voltar a Nova Iorque no próximo fim-de-semana. Está livre, na noite de sexta-feira?

Ele tencionava voltar por causa dela. Sentiu-se assolada mais uma vez pela deliciosa sensação de alívio e prazer que lhe acudira quando o vira surgir repentinamente na Segunda Avenida.

Estou. Procurarei uma sitter para que fique com as crianças.

E no sábado? Acha que elas gostariam de ir ao jardim zoológico, se não fizer muito frio? Depois, podíamos levá-las a almoçar ao Rumpelmayer.

Tenho a certeza de que adorariam. Mas francamente, Erich...

Lamento não poder ficar mais uns dias em Nova Iorque, mas tenho uma reunião em Minneapolis por causa de uns investimentos... Dá-me licença? Ele acabava de descobrir o álbum de fotografias na prateleira por baixo da mesa de cocktails.

Se quiser. Não encontrará nada de espectacular. Ingeriam o vinho em pequenos sorvos, enquanto Erich folheava o volume. Essa sou eu, numa ocasião em que me foram buscar ao lar de crianças. Fui adoptada. Esses são os meus novos pais.

Parece um casal muito simpático.

Confesso que já não me recordo deles. Morreram num acidente de automóvel, quando eu tinha catorze meses. Depois disso, ficámos apenas Nana e eu.

Esta foto é de sua avó?

Exacto. Tinha cinquenta e três anos, quando nasci. Lembro-me perfeitamente de quando andava na instrução primária e chegava a casa de cara comprida, porque os meus colegas escreviam postais no Dia do Pai e eu não tinha ninguém a quem enviar o meu. Ela então dizia-me: «Olha, Jenny. Sou a tua mãe, o teu pai, a tua avó e o teu avô. Não precisas de mais nada para escrever o teu postal. Envia-mo!»

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Não admira que tenha tantas saudades dela murmurou Erich, rodeando-lhe os ombros com o braço.

Todavia, ela apressou-se a prosseguir:

Nana trabalhava numa agência de viagens, o que nos permitiu efectuar algumas viagens inesquecíveis. Esta foi tirada em Inglaterra, tinha eu quinze anos. Aqui, estávamos no Havai.

Quando chegaram às fotografias do casamento com Kevin, Erich fechou o álbum.

Está-se a fazer tarde reconheceu, consultando o relógio. Suponho que quer ir descansar.

Junto da porta, pegou nas mãos dela e aproximou-as dos lábios. Jenny descalçara as botas de saltos altos, pelo que era agora sensivelmente mais baixa.

Mesmo assim, parece-se muito com Caroline admitiu Erich, sorrindo. É muito alta com saltos e muito baixa sem eles. Considera-se fatalista?

O que tiver de ser será. Não sei se respondi à sua pergunta.

Perfeitamente.

E a porta fechou-se atrás dele.

3

O telefone tocou às oito em ponto.

Como dormiu, Jenny?

Muito bem.

E era verdade. Ela mergulhara no sono numa espécie de antecipação eufórica. Erich voltaria. Tornaria a vê-lo. Pela primeira vez desde a morte de Nana, não acordara perto da alvorada com a penosa sensação de um peso no coração.

Óptimo. Eu também. E devo acrescentar que fui visitado por sonhos muito agradáveis. Tomei as providências necessárias para que, a partir de hoje, uma limusina a vá buscar e às pequenas às oito e um quarto. Levá-las-á ao centro diurno e a si à galeria. E passará a recolhê-la todas as tardes às cinco e dez.

Isso é impossível, Erich.

Por favor, Jenny. Para mim, é uma coisa insignificante. Não quero passar os dias preocupado com a ideia de que percorre as ruas geladas com as crianças nos braços.

Mas, Erich!...

Tenho de desligar, Jenny. Voltarei a telefonar mais tarde.

No centro diurno, Mrs. Curtis mostrou-se inesperadamente atenciosa.

Tem um amigo muito distinto, Mistress MacPartland. Telefonou esta manhã, para explicar tudo. Quero que saiba

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desde já que não precisa de transferir as suas filhas. Necessitamos de nos conhecer melhor, para desfazer alguns mal-entendidos. Não é verdade, meninas? Ele telefonou para a galeria.

Acabo de chegar a Minneapolis. O carro apareceu?

Com certeza, e foi uma dádiva celestial. Que alívio, não ter de arranjar as crianças à pressa, com medo de perder o autocarro! Que disse a Mistress Curtis? Era toda melaço e vénias.

Acredito. Onde quer ir comer, sexta-feira à noite?

É-me indiferente.

Escolha um restaurante ao qual sempre tivesse desejado ir, sem que se apresentasse a oportunidade. Um local onde nunca esteve com ninguém.

Mas há milhares de restaurantes em Nova Iorque. Os da Segunda Avenida e Greenwich Village são os do meu nível.

Nunca foi ao Lutèce?

Não, que ideia!

Óptimo. Jantaremos lá na sexta-feira.

Jenny viveu o resto do dia através de uma espécie de neblina. E o facto de Mr. Hartley comentar repetidamente como Erich ficara impressionado com ela não contribuiu para lhe desanuviar o espírito.

Amor à primeira vista, Jenny. Atingiu-o em cheio.

Fran, a empregada de uma companhia de aviação que vivia no apartamento 4-E, procurou-a naquela noite, dominada pela curiosidade. Vi o indivíduo espampanante lá em baixo, ontem à noite, e calculei que tinha vindo aqui. E vão sair juntos na sexta-feira! Ena, pai! Ofereceu-se para olhar pelas crianças acrescentou: Gostava de o conhecer. Talvez tenha um irmão, primo ou antigo colega da faculdade. Jenny soltou uma risada e advertiu-a: É capaz de pensar melhor e telefonar a cancelar o encontro. Isso, sim! Fran sacudiu a cabeça de cabelo anelado. Tenho cá um palpite... A semana arrastou-se com lentidão. Quarta-feira. Quinta. E, de súbito, miraculosamente, surgiu a sexta.

38 Erich foi buscá-la às sete e meia. Jenny decidira usar um vestido de manga comprida que comprara num saldo. O medalhão de ouro situava-se admiravelmente no centro do decote e o diamante brilhava com intensidade em contraste com a seda preta.

Está encantadora murmurou ele, que vestia fato azul-escuro dispendioso, sobretudo de caxemira preto e lenço de seda branco ao pescoço.

Ela telefonou a Fran para que descesse e notou a expressão vagamente divertida no olhar de Erich ao ver a atitude abertamente aprovadora da outra.

Tina e Beth ficaram encantadas com as bonecas que ele lhes ofereceu. Jenny observou os rostos pintados nas cabeças de porcelana, os olhos que abriam e fechavam, e comparou-as mentalmente com as modestas prendas que Kevin escolhera para o Natal.

Quando o viu enrugar levemente a fronte ao ajudá-la a vestir o pouco dispendioso casaco, arrependeu-se de não ter aceitado a sugestão de Fran para levar o de peles dela.

No entanto, Nana recomendara-lhe com frequência que nunca usasse peças de vestuário emprestadas.

Erich alugara uma limusina, e Jenny reclinou-se no espaldar estofado, enquanto ele lhe pegava na mão e dizia:

Tive saudades suas.

Era uma frase simples e sincera, porém ela teria preferido que não a pronunciasse com tanto fervor.

No restaurante, olhou em volta e descortinou rostos de celebridades.

Do que sorri? perguntou ele.

Do choque cultural. Do abismo entre dois estilos de vida diferentes. Já pensou que nenhuma das pessoas presentes nesta sala está sequer ao corrente da existência do centro diurno de Mistress Curtis?

Esperemos que assim seja. O seu olhar deixava transparecer um clarão de ternura divertida. Enquanto o empregado servia o champanhe, prosseguiu: Reparei que usava esse medalhão, o outro dia. É muito bonito. Foi Kevin que lho ofereceu?

Não, Nana.

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Ainda bem. Inclinou-se sobre a mesa, e os dedos esguios, esculturais, entrelaçaram-se nos dela. De contrário, irritava-me durante toda a noite. Assim, posso comprazer-me de o ver em si.

Depois, em francês irrepreensível, discutiu a ementa com o chefe de mesa. Quando Jenny lhe perguntou onde aprendera o idioma, explicou:

No estrangeiro. Viajei muito, durante uma temporada, até que acabei por descobrir que me sentia mais feliz e menos solitário na herdade entretido a pintar. Mas estes últimos dias foram horríveis.

Porquê?

Por causa das saudades suas.

No sábado, foram ao jardim zoológico. Revelando uma paciência inesgotável, Erich estabeleceu um sistema de rotação para levar as crianças aos ombros e, a pedido delas, visitaram a zona dos macacos por três vezes.

Ao almoço, cortou a carne em pedaços para que Beth a comesse melhor, enquanto Jenny preparava o prato de Tina.

Apesar dos protestos de Jenny, Erich insistiu em que cada uma das garotas escolhesse um dos famosos animais embalsamados do Rumpelmayer e pareceu não se aperceber do tempo interminável que Beth tardava a decidir-se.

Não terá, por acaso, seis filhos na sua herdade no Minnesota? perguntou Jenny, quando saíam. Ninguém é naturalmente tão paciente com as crianças.

Mas fui criado por alguém que possuía essa paciência em doses elevadas.

Gostava de ter conhecido a sua mãe.

E eu a sua avó. Porque estás tão contente, mamã? perguntou Beth. No domingo, ele apresentou-se com dois pares de patins" para Tina e Beth e dirigiram-se todos ao ringue de Rockefeller Center para patinar.

Naquela noite, levou Jenny ao Park Lane, para um jantar tranquilo. Durante o café, mergulharam em silêncio, até que Erich declarou:

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Foram dois dias muito felizes.

É verdade.

Todavia, não aludiu a qualquer intenção de voltar a procurá-la. Ela desviou a vista e contemplou o Central Park, cintilante com a combinação do clarão da iluminação pública, faróis dos carros e janelas dos apartamentos das proximidades.

O parque é sempre muito bonito, não acha?

Sentiria muito a sua falta?

Falta?

A beleza do Minnesota é de outra natureza.

Que estava ele a dizer? Jenny olhou-o com perplexidade. Num gesto espontâneo, as suas mãos encontraram-se e os dedos entrelaçaram-se.

Escute, Jenny. Isto talvez lhe pareça precipitado, mas considero-o natural. Se você insistir, virei a Nova Iorque todos os fins-de-semana durante seis meses, um ano ou o tempo que for necessário, para namorarmos. Mas julga necessário?

Quase não me conhece!

Conheço-a desde sempre. Era um bebé solene, já sabia nadar aos cinco anos e obteve classificações elevadas nos estudos.

O facto de folhear o álbum de família de uma pessoa não significa que fique a conhecê-la.

Discordo. E também me conheço bem. Sempre entendi claramente o que procurava, confiado em que, quando aparecesse, o reconheceria. E você também. Confesse-o.

Já cometi um erro. Supunha que sentia tudo o necessário por Kevin.

É injusta para consigo. Deu um passo errado ainda muito jovem. Segundo me revelou, ele foi o primeiro que lhe despertou um certo interesse. E, por maravilhosa que a sua avó fosse, decerto sentia a falta de um homem na sua vida: um pai, um irmão... Por conseguinte, estava preparada para se apaixonar por Kevin.

Ela ponderou estas palavras por um momento e inclinou a cabeça.

Talvez tenha razão.

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E as suas filhas. Não perca a infância delas. Mostram-se tão contentes quando está com elas. Creio que também gostariam da minha presença no lar. Case comigo, Jenny. Em breve. Uma semana atrás, ela não o conhecia. Notou o calor da mão dele, viu-lhe a expressão de ansiedade no olhar e pressentiu que o seu espelhava o mesmo fogo de amor. E sabia, sem margem para a mínima dúvida, a resposta que daria. Continuaram a conversar no apartamento, até à alvorada. Quero adoptar as suas filhas, Jenny. Incumbirei os meus advogados de preparar a papelada para MacPartland assinar. Duvido que ele renuncie às crianças.

Penso que o fará. Desejo que elas tenham o meu nome. Quando surgirem filhos nossos, não quero que se sintam intrusas. Prometo ser um bom pai, ao passo que ele é pior do que mau, com a sua indiferença. A propósito, que espécie de anel de compromisso obteve de Kevin? Nenhum. Óptimo. Mandarei adaptar o de Caroline ao seu dedo. Quarta-feira à noite, pelo telefone, Erich anunciou que preparara um encontro com Kevin para a tarde de sexta. Julgo preferível conversarmos a sós acrescentou. Tina e Beth passaram a semana a perguntar quando «Mr. Kruer» voltaria e, sexta-feira à tarde, ao vê-lo, correram a abraçá-lo. Jenny sentiu acudirem-lhe lágrimas de felicidade ao ver a ternura com que ele as tratava. Durante o jantar em The Four Seasons, Erich descreveu o encontro com Kevin. Não foi muito cordial. Receio que estejamos perante um desmancha-prazeres, querida. Não lhe interessas nem as crianças, mas não quer que pertenças a outro homem. No entanto, consegui convencê-lo de que assim seria melhor para todos, ele incluído. Concluiremos as formalidades por volta do fim do mês. Depois, os trâmites da adopção demorarão uns seis meses. Podemos casar a três de Fevereiro, quando haverá cerca de um mês que nos conhecemos. Antes
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que me esqueça. Fez uma pausa e abriu a pasta, cuja presença no jantar ela estranhara. Vejamos se isto te serve. Era um anel em que se via uma esmeralda. Quando ele lho introduziu no dedo, Jenny olhou com admiração a beleza extraordinária da pedra.

Decidi não o alterar esclareceu Erich. Pareceu-me perfeito assim.

É lindíssimo.

Já agora, arrumemos mais isto. Puxou de um maço de papéis. Quando prepararam os documentos de adopção, os meus advogados insistiram em se ocupar do acordo pré-marital.

Acordo pré-marital? repetiu ela, distraidamente. Na verdade, concentrava-se na admiração do anel. Não vivia um sonho. Era tudo bem real. Ia casar com Erich. Quase sorriu ao pensar na reacção de Fran. «Ele é incrivelmente perfeito, Jenny. Bem-parecido, rico, talentoso e adora-te. Não consegue desviar os olhos de ti e é louco pelas crianças. Deve ter algum defeito oculto. Joga, bebe de mais ou trata-se de um bígamo.»

Sentia-se tentada a repetir essas palavras a Erich, mas conteve-se a tempo. Sabia que o humorismo cáustico de Fran não desfrutava das suas simpatias. Que dizia ele, entretanto?

É que sou aquilo a que se costuma chamar... bem... rico. Os meus advogados não se mostravam satisfeitos com a rapidez dos factos ocorridos. Diz aqui simplesmente que, se nos separarmos antes de completados dez anos, os interesses Krueger permanecerão intactos.

Se nos separássemos, eu não quereria nada de ti articulou ela, surpreendida.

Preferia morrer a perder-te, Jen. Isto não passa de uma formalidade. Erich pousou os documentos ao lado do prato dela. É natural que queiras que os teus advogados examinem tudo antes de assinares. Na verdade, recebi instruções para te recomendar que, mesmo que todas as cláusulas te satisfaçam, não devolvas a papelada antes de passarem quarenta e oito horas.

Não tenho advogado.

Jenny dirigiu uma olhadela à primeira página, mas meneou

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a cabeça ante a terminologia legal, que não entendia. Acudiu-lhe, incompreensivelmente, ao pensamento o hábito de Nana de inspeccionar com meticulosidade o talão da mercearia e, uma vez por outra, exclamar, triunfante: «Cobraram-me os limões duas vezes!» Na verdade, ela não assinaria documentos como aqueles sem os examinar minuciosamente.

Não quero quebrar a cabeça com termos técnicos que não compreendo acabou por declarar. Onde tenho de assinar?

Assinalei os lugares a lápis.

Inscreveu o nome apressadamente, ao mesmo tempo que reflectia que os advogados dele deviam recear que o desposava pelo dinheiro que possuía. No fundo, eram os responsáveis da desagradável situação, que, não obstante, lhe produzia uma sensação de desconforto.

Por outro lado volveu ele, há também uma provisão no sentido de um fundo para as duas garotas, que herdarão ao completarem vinte e um anos de idade, cujo efeito principia logo após a conclusão dos trâmites da adopção. Existe ainda a cláusula respeitante aos meus bens, que te pertencerão integralmente por minha morte.

Não fales sequer nisso, por favor!

É uma coisa muito pouco romântica, mas indispensável comentou Erich, guardando os documentos na pasta. Que queres para o nosso quinquagésimo aniversário?

Darby e Joan.

O quê?

São figuras Royal Doulton. Um homem e uma mulher idosos sentados, felizes, ao lado um do outro. Sempre os apreciei particularmente.

Na manhã seguinte, ele apresentou-se com uma caixa debaixo do braço. Continha as duas figuras.

Ainda mais do que o anel, deixaram Jenny segura quanto ao resto da sua vida.

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Aprecio devidamente a tua atitude, Jen. Trezentos dólares são uma boa ajuda. Sempre foste uma boa camarada.

Bem, juntámos isto juntos. Acho, portanto, que metade do dinheiro te pertence.

Quando me lembro de que percorríamos as ruas a meio da noite para recolher o mobiliário que os outros deixavam à porta com o lixo... Recordas-te de que batemos um fulano ao sprint, interessado no sofá? Sentaste-te nele antes que chegasse lá.

Sim, recordo-me. Ficou tão furioso que receei que puxasse de uma navalha. Ela fez uma pausa. Preferia que tivesses vindo mais cedo. O Erich deve estar a chegar e duvido que fique contente de te ver aqui.

Encontrava-se de pé, no meio do apartamento desmantelado. O mobiliário já fora levado, pois Jenny vendera-o por menos de seiscentos dólares. As paredes, sem as alegres gravuras, apresentavam-se sujas e com fendas. A decrepitude básica do ambiente era revelada cruelmente sem os móveis e a carpeta para encobrirem a sua nudez. As malas novas constituíam os únicos objectos da sala.

Kevin usava casaco de camurça dispendioso, e ela reflectia que não surpreendia que estivesse sempre com dificuldades financeiras. Observava-o desapaixonadamente e apercebia-se das leves bolsas abaixo dos olhos. «Mais uma ressaca»,

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pensou. Não sem uma ponta de emoção de culpa, descobriu que sentia mais nostalgia por abandonar o minúsculo apartamento do que pela perspectiva de não voltar a ver o ex-marido.

Estás linda, Jen. Esse tom de azul fica-te a matar. Com efeito, Jenny usava um vestido de seda azul de duas peças. Numa das visitas habituais, Erich insistira em vesti-la e às crianças no Saks, indiferente aos protestos dela.

Encara o caso deste modo: quando enviarem a conta, já serás minha mulher.

Agora, as malas estavam cheias de vestidos, blusas, camisolas, calças e trajos de noite, botas Raphael e sapatos Magli. Passado o embaraço inicial por deixá-lo comprar tudo aquilo antes de serem casados, ela passara umas horas maravilhosas. E que prazer experimentara ao efectuar compras para as filhas!

Estragas-me com mimos era o seu refrão constante.

Amo-te, Jenny. Cada moeda que gasto é um prazer para mim. Nunca me senti tão feliz.

E ajudara-a a escolher a roupa, pois tinha um sentido apurado para o modelo apropriado.

Onde estão as miúdas? perguntou Kevin. Gostava de me despedir delas.

Fran levou-as a passear. Iremos buscá-las, depois da cerimónia. Ela e Mister Hartley almoçam connosco. A seguir, vamos directamente para o aeroporto.

Acho que te decidiste demasiado depressa. Há apenas cerca de um mês que conheces Krueger.

É tempo suficiente, quando se tem a certeza... a certeza absoluta dos sentimentos. E ambos temos.

Pois eu é que ainda não tenho acerca da adopção. Não quero renunciar às minhas filhas.

Já discutimos o assunto. Jenny esforçou-se por dominar a irritação. Aliás, assinaste os documentos. Nunca te preocupaste com elas. Não as sustentas. Na verdade, sempre que te entrevistam, negas ter família.

Que pensarão quando crescerem e compreenderem que lhes voltei as costas?

Ficar-te-ão gratas por lhes concederes a oportunidade

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de viver com um pai que as estima. Pareces esquecer que também fui adoptada. E estarei sempre agradecida a quem me abandonou. Ser criada por Nana representou uma experiência inolvidável.

Concordo com o que dizes a respeito de Nana, mas não simpatizo com Erich Krueger. Tem qualquer coisa...

Kevin!

Está bem, pronto. Vou-me embora. Mas terei saudades tuas, Jen. Ainda te amo, como sabes. Ele pegou nas mãos de Jenny. E também amo as minhas filhas.

«Final do terceiro acto. Desce o pano», reflectiu ela. «Não há um único par de olhos enxutos em toda a sala.»

Por favor, Kevin. Não quero que o Erich te encontre aqui.

Há uma possibilidade de eu actuar no Minnesota. Estou esperançado em fazer parte do elenco do Guthrie Theater, em Minneapolis. Se tal acontecer, procuro-te.

Agradeço-te que não o faças! Abriu a porta do apartamento. Quase ao mesmo tempo, soou o "besouro". Deve ser ele articulou com nervosismo. Que maçada... Não queria que te visse. Vou acompanhar-te à saída.

Erich aguardava atrás da porta trancada do átrio, com uma larga caixa envolta em papel de fantasia na mão. Ela viu com desolação que a expressão de antecipação se convertia em contrariedade, ao avistá-la no corredor ao lado de Kevin.

Por fim, Jenny abriu a porta exterior para que ele entrasse e apressou-se a explicar:

O Kevin passou por cá de fugida. Adeus, Kevin.

Os dois homens trocaram olhares acerados, sem proferir palavra. Em seguida, Kevin sorriu e inclinou-se para Jenny, a fim de a beijar na boca, após o que disse em tom de intimidade:

Gostei muito de te ver. Obrigado, mais uma vez, Jen. Voltaremos a ver-nos no Minnesota, querida.

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«Estamos a sobrevoar Green Bay, Wisconsin, a uma altitude de dez mil metros. Aterraremos no Aeroporto de Twin Cities às oito e cinquenta e oito da noite. A temperatura em Minneapolis é de dez graus abaixo de zero. Faz bom tempo e o céu está limpo. Espero que o voo seja do vosso agrado. Renovo os agradecimentos da companhia por terem preferido a Northwest.»

O voo é do teu agrado? Erich cobriu a mão de Jenny com a sua.

Muito respondeu ela, com um sorriso.

Os olhos de ambos fixaram-se na aliança de ouro no anelar esquerdo da sua mão. Beth e Tina tinham adormecido. A hospedeira retirara o braço central no assento e as garotas encontravam-se enroscadas juntas, com expressões serenas.

Jenny voltou-se para contemplar o tapete de nuvens que flutuava em torno do avião. Em segundo plano na sua felicidade, continuava furiosa com Kevin. Sabia que era um carácter fraco e irresponsável, mas sempre o supusera possuidor de um mínimo de fair-play. Afinal, não passava daquilo a que se podia chamar desmancha-prazeres e conseguira estragar-lhe o dia do casamento.

No apartamento, depois de ele se retirar, Erich perguntara:

Que estava a agradecer-te? Convidaste-o a aparecer em nossa casa?

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Jenny tentara elucidá-lo, mas a explicação soara falso aos seus próprios ouvidos.

Deste-lhe trezentos dólares? exclamou Erich, incrédulo. Quanto te deve de dinheiro de apoio e empréstimos?

Mas não necessito disso, e metade do mobiliário era dele.

Ou talvez quisesses certificar-te de que possuía fundos para ir visitar-te?

Como podes dizer uma coisa dessas? Ela tentou dissimular as lágrimas, mas não foi a tempo de evitar que ele se inteirasse.

Perdoa-me, querida. No fundo, tenho ciúmes dele. Não o posso negar. Sinto repugnância só de pensar que aquele homem alguma vez te possuiu. Não quero que volte a tocar-te sequer com um dedo.

Descansa, que não volta. Isso posso prometer-te de certeza. Nem imaginas como lhe estou grata ter assinado os documentos da adopção. Fiz figas até ao último minuto.

A voz do dinheiro é muito convincente.

Não me digas que lhe pagaste, Erich!

Pouco. Dois mil dólares. Mil por cada uma das pequenas. No fundo, foi um preço modesto para nos livrarmos dele.

Vendeu-te as filhas! Jenny não logrou dissimular o desdém na voz.

Estava disposto a pagar-lhe cinquenta vezes mais.

Devias ter-me dito.

Não mencionaria o facto, se não quisesse que te restasse algum resíduo de compaixão por ele. Mas esqueçamo-lo. É o nosso dia. E se abrisses a tua prenda de casamento?

Oh, Erich!... Era um casaco de pele de marta.

Vá, experimenta-o. Ele fez uma pausa, enquanto ela obedecia. Condiz exactamente com o teu cabelo e olhos. Sabes o que me ocorreu, esta manhã?

Não.

Dormi pessimamente, esta noite murmurou, enlaçando-a. Detesto os hotéis, e a única coisa em que pensava era que, logo, estarias em minha casa. Conheces o poema «Jenny beijou-me»?

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Não tenho bem a certeza.

Só consegui lembrar-me de algumas passagens. «Diz que estás cansada, diz que estás triste...» e depois a triunfante parte final: «Jenny beijou-me.» Pensava nisso quando toquei a campainha e, no momento imediato, via Kevin MacPartland beijar-te.

Por favor, Erich...

Desculpa. Saiamos deste lugar. É deprimente.

E Jenny ainda não terminara de lançar um derradeiro olhar ao apartamento, quando ele já a arrastava para a limusina.

Mesmo durante a cerimónia, Kevin não lhe abandonara o pensamento, em particular o casamento com ele, em Santa Mónica, quatro anos atrás. Tinham escolhido essa igreja porque fora aí que se celebrara o de Nana. Esta sentava-se na primeira fila, sorridente. Embora não aprovasse o homem que Jen escolhera, tentou esquecer as dúvidas que a assolavam, quando reconheceu que não conseguia dissuadi-la. Que pensaria agora desta cerimónia perante um juiz de paz em vez de um sacerdote? «Eu, Jennifer, aceito-te...» Hesitou. Santo Deus, quase dissera Kevin. Notou a expressão de estranheza nos olhos de Erich e apressou-se a recomeçar a fórmula, agora com firmeza: Eu, Jennifer, aceito-te, Erich... Quem Deus uniu o homem não deve separar. O juiz de paz pronunciara as palavras em tom ssolene. Mas Jenny também as ouvira, no seu casamento com Kevin. Chegaram a Minneapolis um minuto antes da hora prevista. Um largo dístico dizia: «Bem-vindo às cidades geminadas.» Ela observou o aeroporto com um misto de interesse e| avidez. Visitei praticamente toda a Europa, mas nunca me aventurei muito para oeste da Pensilvânia declarou,! rindo. Tinha uma imagem mental de aterrar no meio da pradaria. Levava Beth pela mão e Erich tinha Tina nos braços, A primeira olhou para a rampa de desembarque e pediu: Mais avião, mamã.

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Desconfio que iniciaste um vício, Erich comentou Jenny. Parece que ficaram a gostar de viajar em primeira classe.

No entanto, ele não a escutava.

Recomendei ao Clyde que mandasse o Joe esperar-nos. Devia estar na porta de chegada.

Joe?

Um dos criados de lavoura. Apesar de não ser muito inteligente, entende a fundo de cavalos e sabe conduzir bem. Chamo-o sempre para me trazer ao aeroporto, quando não quero deixar o carro aqui... Ah, ei-lo!

Jenny viu correr para eles um jovem de cabelo cor de palha e corpo atlético que não aparentava mais de vinte anos, com olhos grandes de expressão inocente e faces rosadas. Vestia irrepreensivelmente um casaco térmico, calça de belbutina preta, botas pesadas e luvas. O boné de motorista permanecia a um lado da cabeça em equilíbrio periclitante. Tirou-o prontamente ao deter-se diante de Erich, e Jenny reflectiu que apresentava um ar apreensivo.

Peço desculpa pelo atraso, Mister Krueger. As estradas estão muito perigosas.

Onde está o carro? inquiriu Erich, em inflexão brusca. Vou instalar a minha mulher e as crianças e depois tratamos da bagagem.

Sim, Mister Krueger. A apreensão acentuou-se. Peço desculpa, mais uma vez...

Ora, ora! interpôs ela. Nós é que chegámos um minuto adiantados. Estendeu a mão. Sou Jenny.

Chamo-me Joe, Mistress Krueger. O rapaz apertou-a cautelosamente, como se receasse magoá-la. Estão todos ansiosos por conhecê-la. Não fazem outra coisa senão falar na senhora...

Acredito cortou Erich, secamente, pousando a mão no braço de Jenny, a fim de se afastarem, seguidos de Joe. Ela apercebeu-se de que o marido estava aborrecido. Talvez não desejasse que se mostrasse tão cordial com o empregado. A sua vida em Nova Iorque, a galeria Hartley e o apartamento na Rua 37 pareceram-lhe subitamente a uma distância incomensurável.

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O Fleetwood castanho de Erich era um modelo recente e o único carro no parque de estacionamento sem marcas de lama. Jenny perguntou-se se Joe teria perdido preciosos minutos a mandar lavá-lo antes de se dirigir ao aeroporto. Erich instalou-a e a Tina no banco de trás, autorizou Beth a sentar-se no da frente e acompanhou o rapaz para recolherem a bagagem.

Transcorridos alguns minutos, abandonavam a área do aeroporto.

São quase três horas de viagem até à herdade informou ele. Porque não pousas a cabeça no meu ombro e dormes um pouco? Mostrava-se descontraído, cordial mesmo, como se tivesse esquecido o acesso de irritação.

Em seguida, estendeu os braços para Tina, que se lhe sentou confortavelmente sobre os joelhos. Ao ver o contentamento espelhado nas faces da filha, Jenny emergiu das saudades momentâneas.

O carro deslizava velozmente no campo e as luzes ao longo da auto-estrada começaram a desaparecer, até que a faixa de rodagem escureceu e tornou-se mais estreita. Joe ligou os faróis e ela descortinou o arvoredo irregular. Por outro lado, o terreno parecia incrivelmente plano. Na verdade, o aspecto geral da paisagem diferia em absoluto da de Nova Iorque. Fora por isso que lhe acudira a horrível sensação de alienação à saída do aeroporto.

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Necessitava de tempo para meditar, focar devidamente a situação, adaptar-se. Por fim, pousou a cabeça no ombro de Erich e murmurou:

De facto, estou cansada.

Não queria falar mais, pelo menos naquele momento. Mas como era agradável apoiar-se a ele, saber que o tempo que passassem juntos não voltaria a decorrer sob o signo da pressa e quase frenesim. Erich sugerira que protelassem a lua-de-mel oficial, alegando que ela não tinha a quem deixar as filhas. Uma vez instalados confortavelmente na herdade, procurariam uma pessoa de confiança para cuidar delas e efectuariam uma viagem. «Quantos homens seriam tão previdentes?», ponderou Jenny.

Pressentiu que ele a olhava.

Estás acordada?

Todavia, não respondeu. A mão acariciou-lhe o cabelo e os dedos massajaram suavemente as têmporas. Entretanto, Tina adormecera e respirava com regularidade. No banco da frente, Beth parara de conversar com Joe, pelo que também devia estar a passar pelo sono.

Jenny esforçou-se por inspirar e expirar o ar com naturalidade. Era altura de traçar planos, voltar as costas à vida que acabava de abandonar e começar a antecipar a que a aguardava.

A casa de Erich não conhecia a mão de uma mulher havia cerca de vinte e cinco anos e era provável que carecesse de uma remodelação maciça. Resultaria interessante observar até que ponto a influência de Caroline persistia.

«É curioso», reflectiu. «Nunca penso nela como sendo a mãe de Erich. Sempre como Caroline.»

Interrogou-se sobre se o pai dele também se lhe referiria assim. Se, em vez de dizer «a tua mãe» a Erich, nas suas evocações, preferisse a expressão «a Caroline e eu costumávamos...».

A redecoração constituiria um prazer. Quantas vezes Jenny estudara o apartamento e pensara: «Se tivesse dinheiro, fazia isto, aquilo...!»

Que sensação de liberdade experimentaria de manhã, ao acordar e descobrir que não necessitava de se apressar para

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chegar a horas ao emprego! Levantar-se-ia apenas para estar com as filhas, consagrar-lhes tempo, um tempo verdadeiro, e não o período do final do dia em que a exaustão quase não lhe permitia permanecer de pé. Mesmo assim, já perdera a parte melhor dos seus anos de infância.

E ser esposa. Tal como nunca fora um pai digno desse nome para as crianças, Kevin também jamais se pudera considerar um verdadeiro marido. Nos próprios momentos de maior intimidade, ela sentia sempre que ele tinha uma imagem mental de si próprio a interpretar o protagonista romântico de uma produção da MGM. E estava convencida de que lhe fora infiel durante o breve período em que tinham vivido juntos.

Erich, ao invés, era um homem maduro. Podia ter casado muito antes, mas preferira aguardar. Aceitava as responsabilidades, ao passo que Kevin se lhes esquivava. No entanto, rodeava-se de certas reservas. Fran dizia que o considerava um pouco misterioso e Jenny sabia que o próprio Mr. Hartley não se sentia à vontade na sua presença. Não compreendia que a aparente circunspecção constituía uma capa da sua natureza tímida inata. «Tenho menos dificuldade em pintar os meus sentimentos do que em os exprimir», confessara-lhe. E havia tanto amor expresso em tudo o que pintava...

Apercebeu-se da mão dele que a sacudia levemente.

Acorda, querida. Estamos a chegar a casa.

Hem?... Ah! Jenny soergueu-se. Adormeci?

E fizeste muito bem. Mas olha pela janela. O luar é tão intenso que deves poder ver muita coisa sugeriu Erich, com uma ponta de ansiedade. Estamos na estrada secundária vinte e seis. A nossa herdade principia naquela vedação, de ambos os lados. A parte da direita termina no lago Grey, enquanto a outra se perde à distância. Só o arvoredo ocupa uns oitocentos quilómetros quadrados e acaba no vale que comunica com o rio Minnesota. Presta agora atenção, se queres ver as construções exteriores e as instalações onde alimentamos o gado durante o Inverno. A seguir, ficam os celeiros, os estábulos e o velho moinho. Depois da curva, avista-se a ala oeste da casa, situada naquele outeiro.

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Jenny colou o rosto à vidraça da janela. O que vira de algumas telas dele permitira-lhe inteirar-se de que o exterior da casa era de tijolos vermelhos, mas de uma tonalidade esbatida. Todavia, nada do que observara ou Erich dissera a preparara para o que se lhe deparou.

Mesmo vista de lado, não subsistiam dúvidas de que se tratava de uma mansão. Tinha cerca de vinte e cinco metros de comprimento e dois pisos, estando iluminadas as graciosas janelas do rés-do-chão. O luar convertia o telhado e as empenas em tiaras reluzentes, enquanto os campos cobertos de neve brilhavam como camadas de arminho branco, para emoldurar a estrutura e realçar as suas linhas fluidas.

Erich!

Agrada-te?

Se me agrada? Mas é deslumbrante! Acho-a duas, não, cinco vezes maior do que supunha. Porque não me preveniste?

Queria surpreender-te. Indiquei ao Clyde que a iluminasse para a tua primeira impressão. Vejo que não se esqueceu.

Jenny arregalava os olhos, enquanto tentava absorver todos os pormenores, à medida que o carro rolava na estrada. Um terraço de madeira branco com colunas estreitas principiava na porta lateral e prolongava-se para as traseiras da casa, e ela reconheceu-o como sendo o enquadramento de Recordação de Caroline. A própria cadeira de balouço ainda existia, única peça de mobiliário visível. O vento fazia-a oscilar com suavidade.

O carro virou à esquerda e transpôs o portão aberto. Um dístico HERDADE KRUEGER era iluminado por torcheres que encimavam os postes. O veículo seguiu pelo caminho de acesso entre o campo nevado. O arvoredo começava à direita, numa densa floresta de ramos desnudos e esqueléticos ao luar. Por fim, cortou à esquerda e completou o arco, para se imobilizar diante dos largos degraus de pedra.

A porta dupla maciça e esculpida era iluminada pelo clarão proveniente da janela mais próxima. Joe apeou-se prontamente, para abrir a portinhola do lado de Jenny, e Erich confiou-lhe Tina, que continuava a dormir, dizendo:

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Leva as crianças para dentro.

Em seguida, pegou na mão de Jenny, conduziu-a ao topo dos degraus e abriu a porta, após o que se deteve e fitou-a nos olhos.

Gostava de te poder pintar neste momento. Chamaria ao quadro Regresso ao Lar. O teu longo e adorável cabelo preto, os olhos tão ternos que me contemplam... Amas-me, não é verdade, Jenny?

Sim, amo-te, Erich respondeu ela, num murmúrio.

Promete que nunca me abandonarás. Jura-o.

Como podes sequer pensar uma coisa dessas?

Promete-me, por favor. Nunca te abandonarei.

Ela rodeou-lhe o pescoço com os braços, reflectindo que a necessidade dele era enorme. Ao longo de todo o mês, estivera preocupada com o aspecto unilateral do seu relacionamento: ele o dador e ela a recipiente. Verificava agora, com gratidão, que a situação não se revestia da simplicidade que supusera.

Ele ergueu-a nos braços.

Beija-me. Agora sorria e, enquanto a levava para dentro, beijava-lhe os braços, primeiro como que exploratoriamente e depois com emoção crescente. Oh, Jenny!

Pousou-a no vestíbulo, onde se viam paredes delicadamente desenhadas, um lustre de cristal e ouro e uma escadaria de corrimão lavrado que conduzia ao primeiro andar. Havia numerosas telas penduradas, com a assinatura de Erich no canto direito. Por um momento, Jenny não conseguia articular uma palavra.

Não corram advertiu Joe, que transpunha os degraus da entrada com as crianças.

No entanto, a sesta revigorara-as e estavam ansiosas por explorar domínios desconhecidos. Sem as perder de vista, Jenny escutava, enquanto Erich começava a mostrar-lhe a casa. A sala principal encontrava-se à esquerda do vestíbulo. Ela esforçava-se por absorver tudo o que ele lhe descrevia acerca das peças individuais. Como uma criança que mostrava os seus brinquedos, Erich indicou o étagère de mogno, em forma de rim e com base de mármore.

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É do princípio do século dezoito. Candeeiros de petróleo, agora electrificados, ladeavam um sofá de espaldar elevado. O meu avô mandou fazer este móvel na Áustria. Os candeeiros são da Suíça.

Recordação de Caroline achava-se dependurado por cima do sofá. Uma lâmpada que encimava a tela revelava o rosto mais intimamente do que parecia na vitrina da galeria. Afigurava-se a Jenny que, sob aquela luz e naquela sala, a sua parecença com Caroline se acentuava. A mulher do quadro dava a impressão de a olhar directamente.

Lembra um ícone murmurou ela. Sinto que os seus olhos me seguem.

Convenço-me sempre disso. Julgas possível?

Um imenso órgão de pau-rosa atraiu imediatamente a atenção das crianças, que subiram para o banco forrado a veludo, a fim de premirem as teclas. Jenny viu Erich estremecer quando a fivela do sapato de Tina riscou uma das pernas do banco e apressou-se a retirar as filhas de lá, indiferente aos protestos.

Ainda não vimos o resto da casa recordou-lhes.

A sala de jantar era dominada por uma mesa de banquetes com espaço suficiente para doze cadeiras, em cada um de cujos espaldares estava esculpido um coração.

Havia uma colcha na parede mais distante, estendida como se fosse uma tapeçaria. Composta inteiramente de hexágonos em que se viam motivos floridos, conferia um ar mais desanuviado ao aposento austero, se bem que admirável.

Foi confeccionada por minha mãe explicou Erich. Tem as suas iniciais.

Todas as paredes da espaçosa biblioteca estavam cobertas por estantes de nogueira e cada prateleira continha uma fiada uniforme de volumes.

Vejo que me vou divertir! exclamou Jenny, lendo alguns dos títulos. Mais ou menos quantos livros tens?

Mil cento e vinte e três.

Sabes o número exacto?

Com certeza.

A cozinha era igualmente grande. A parede do lado esquerdo continha os utensílios. Uma mesa redonda e cadeiras

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de carvalho encontravam-se precisamente no centro. Na parede oposta, o velho fogão de ferro e cromoníquel parecia capaz de aquecer toda a casa. Um berço de madeira junto dele achava-se cheio de lenha. Um sofá com gravuras coloniais e cadeira a condizer permaneciam em ângulo recto entre si. Ali, como em todos os outros aposentos que ela vira, não se vislumbrava um pormenor insólito.

É um pouco diferente do teu apartamento, hem? Ele exprimia-se com inequívoco orgulho. Compreendes agora porque não te descrevi nada antecipadamente. Queria saborear a tua reacção.

Pelo menos, é maior admitiu Jenny, sentindo um impulso irresistível para defender o apartamento. Quantas divisões há?

Vinte e duas. Vamos dar só uma olhadela superficial aos quartos. Completaremos a inspecção amanhã.

Erich colocou o braço em torno dela, enquanto subiam a escada, num gesto reconfortante que contribuiu para aliviar parte do constrangimento que a percorria. «Seja», concedeu para consigo. «É como se efectuasse uma visita guiada: olha, mas não toques em nada.»

O quarto principal ocupava um largo canto da frente da casa. Mobiliário de mogno escuro brilhava com uma ténue patina de veludo. A imponente cama de quatro colunas estava coberta por uma colcha de brocado cor de morango, que se repetia na canópia. À esquerda da cómoda, via-se uma saboneteira de cristal, que antecedia um conjunto de objectos de uso pessoal que pertencera à bisavó de Erich.

Caroline nunca usava perfume, mas adorava o cheiro do pinheiro explicou ele, indicando os sabonetes. São importados da Inglaterra.

Sabonete de pinheiro. Era o odor que Jenny detectara no instante em que entrara no quarto tão subtil que se tornava quase impossível distingui-lo.

É aqui que eu e a Tina dormimos, mamã? quis saber Beth.

Não, tontinha. Erich soltou uma gargalhada. Vocês ficam no quarto do outro lado do corredor. Mas querem ver o meu, primeiro? É ao lado deste.

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Jenny acompanhou-o, supondo que se lhe deparariam os aposentos de um homem solteiro no lar da família, empenhada em conhecer o gosto pessoal do marido no âmbito da decoração, pois quase tudo o que vira até ali parecia ter-lhe sido deixado.

Erich abriu a porta ao lado do quarto principal, cuja luz já se encontrava acesa, como nos anteriores, e ela viu uma cama individual de bordo coberta com uma colcha colorida. Uma escrivaninha, parcialmente aberta, revelava lápis, blocos de papel para desenhar e outros utensílios da mesma natureza. A estante de três prateleiras continha o Livro do Conhecimento. Em cima da cómoda, havia um trofeu desportivo. Uma cadeira de balouço de espaldar elevado ocupava parte do lado esquerdo e um stick de hóquei fora deixado apoiado à parede da direita.

Era o quarto de uma criança de dez anos.

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Não voltei a dormir aqui depois da morte da minha mãe esclareceu Erich. Em criança, gostava de estar deitado e ouvi-la mover-se no quarto. Na noite do acidente, não fui capaz de vir para cá. Para me acalmar, o meu pai e eu mudámo-nos para os dois quartos das traseiras e nunca voltámos para aqui.

Queres dizer que ninguém dormiu neste quarto nem no principal durante cerca de vinte e cinco anos?

Exacto. Mas não os fechámos. Limitámo-nos a não os utilizar mais. Em todo o caso, espero que, um dia, o nosso filho se instale aqui, querida.

Jenny sentiu-se aliviada ao regressar ao piso inferior. Não obstante a atmosfera atraente, havia algo de inquietante no quarto de infância de Erich.

Temos fome, mamã lembrou Beth, tocando-lhe no braço.

É claro, desculpem. Vamos para a cozinha. Beth começou a atravessar rapidamente o longo corredor, com Tina no encalço. Espera pela tua irmã.

Não corram advertiu Erich.

E não partam nada! recomendou Jenny, pensando nas delicadas peças de porcelana da sala.

Então, que achas? Ele ajudou-a a despir o casaco de marta e pousou-o no braço.

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A forma de pronunciar a pergunta tinha qualquer coisa de preocupante, como se ansiasse por escutar palavras de aprovação, e ela respondeu como faria a uma interrogação similar de Beth:

É tudo perfeito. Adoro-o.

O frigorífico estava bem abastecido. Jenny aqueceu leite e fez sanduíches de presunto.

Há champanhe expressamente para nós informou Erich, pousando o braço no espaldar da cadeira dela.

Estou preparada para o apreciar dentro de instantes. Jenny sorriu-lhe e indicou as crianças com um movimento de cabeça. Assim que elas terminarem.

Preparavam-se para abandonar a mesa quando soou a campainha da porta, e a expressão de perplexidade de Erich converteu-se em satisfação no momento em que foi abrir.

Mark! Entra, homem!

O visitante enchia a entrada. Os cabelos louros quase tocavam na parte superior e o pesado parka não conseguia encobrir por completo os ombros musculosos, enquanto os olhos azuis penetrantes dominavam o rosto voluntarioso.

Este é o Mark Garrett, Jenny. Deves lembrar-te de o ter mencionado mais de uma vez.

Mark Garrett. Dr. Mark Garrett, o veterinário e melhor amigo de Erich desde a infância.

Somos como irmãos acrescentou Erich. Na verdade, se me tivesse acontecido alguma coisa antes de casar, ele herdaria tudo.

Jenny estendeu a mão ao recém-chegado e sentiu a dele apertar-lha, fria e vigorosa.

Eu sempre disse que tinha bom gosto comentou ele. Bem-vinda ao Minnesota, Jenny.

Ela simpatizou com Mark imediatamente.

Apesar do pouco que vi, acho isto encantador. Apresentou as filhas, que o cumprimentaram com visível acanhamento, ao mesmo tempo que Beth dizia:

És muito alto...

Ele recusou o café que lhe ofereciam e voltou-se para Erich.

Lamento aparecer numa altura em que devem querer

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estar sós, mas preferi que te inteirasses por meu intermédio. O Barão torceu um tendão gravemente esta tarde.

Referia-se ao cavalo de Erich, que este já mencionara a Jenny, esclarecendo: «É um puro-sangue de reprodução perfeita, embora nervoso e possuidor de mau génio. Podia treiná-lo para as corridas, mas prefiro tê-lo para mim.»

Fracturou algum osso? perguntou calmamente.

Não.

Que aconteceu? Mark hesitou.

A porta do estábulo estava aberta e ele saiu. Tropeçou quando pretendia saltar a vedação de arame farpado do campo leste.

A porta do estábulo estava aberta? As sílabas eram marteladas com precisão. Quem cometeu esse descuido?

Joe, o motorista. Não admirava, pois, que se mostrasse tão apreensivo, reflectiu Jenny. Olhou as crianças, sentadas tranquilamente à mesa. Momentos antes, ansiavam por abandoná-la e percorrer a casa, ao passo que agora dir-se-ia que pressentiam a alteração operada na atmosfera a cólera que Erich não se preocupava em dissimular.

Recomendei-lhe que não discutisse o assunto contigo antes de eu te falar volveu Mark. O Barão há-de restabelecer-se num par de semanas. Creio que o Joe não fechou a porta convenientemente. Estima muito esse cavalo para não ser cuidadoso.

Segundo parece, ninguém da família dele é pouco cuidadoso, deliberadamente retorquiu Erich. Mas conseguem sê-lo. Se o Barão ficar aleijado...

Não fica, garanto-te. Aliás, já o tratei. Porque não o vais ver, se tens alguma dúvida?

É o melhor, de facto.

Abriu o armário da cozinha para puxar da capa, e a expressão que exibia não agourava nada de tranquilizador.

Mais uma vez, seja bem-vinda, Jenny disse Mark, preparando-se para o seguir. As minhas desculpas por ser portador de más notícias. Quando a porta se fechou atrás deles, ela ouviu-o proferir com serenidade: Podes crer que não há motivo para alarme, Erich.

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Só depois de um banho quente e leitura de uma história as crianças começaram a acalmar, e ela retirou-se do quarto em bicos de pés, exausta. Juntara as camas, ficando uma encostada à parede, e impelira uma arca para o lado da outra. O aposento que, uma hora antes, estivera em perfeita ordem constituía agora um exemplo indiscutível de desarrumação. As malas estavam abertas no chão, pois Jenny esquadrinhara-as à procura dos pijamas e cobertor favorito de Tina, mas não perdera tempo a arrumar o resto. Achava-se demasiado cansada e podia ficar tudo para de manhã. Erich preparava-se para entrar quando ela abriu a porta e enrugou levemente a fronte ao aperceber-se do caos que imperava no quarto.

Deixemos isso agora, querido murmurou Jenny, em voz fatigada. De facto, o cenário não é atraente, mas arrumarei tudo pela manhã.

Pareceu-lhe que ele efectuava um esforço para se exprimir com naturalidade ao replicar:

Não era capaz de dormir se não ficasse tudo arrumado. Não necessitou de mais de breves minutos para esvaziar as malas e distribuir o conteúdo pelas gavetas de diferentes móveis. Ela desistiu de o ajudar. Se as filhas acordassem, teriam grande dificuldade em voltar a adormecer, mas sentia-se subitamente sem energias para protestar. Por fim, Erich colocou as duas camas nas posições primitivas e considerou-se satisfeito. Saíram para o corredor e ele enlaçou-a.

Compreendo que foi um dia extraordinariamente longo para ti, querida. Deixei a banheira a encher e creio que já deve estar em condições. Entretanto, preparei um tabuleiro para nós. Tenho champanhe no frigorífico e um frasco do melhor caviar que consegui encontrar no Bloomingdale's. Que te parece o programa?

Jenny sentiu-se intimamente envergonhada com a leve irritação que lhe acudira e sorriu.

És demasiado bondoso para seres real.

O banho contribuiu para lhe absorver parte do cansaço. Apercebia-se agora de que Erich se abstivera propositadamente de lhe descrever a casa. Que fora que dissera? Bem, coisas mais ou menos como: «Pouco foi mudado desde a

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morte de Caroline. Creio que a redecoração se limitou a substituir os cortinados do quarto de hóspedes.»

Seria porque nada se desgastara ao longo dos anos, ou porventura ele desejava preservar religiosamente intacto tudo o que lhe recordava a presença da mãe? O odor que esta apreciava ainda pairava no quarto principal. As escovas, pentes e limas de unhas permaneciam em cima do toucador.

O pai de Erich cometera um erro crasso ao permitir que o quarto de infância deste se conservasse intacto, congelado no tempo, como se o crescimento tivesse parado naquela casa após a morte de Caroline. A ideia provocou-lhe um certo desconforto e tratou de a afastar do espírito. «Pensa antes em Erich e em ti», decidiu. «Esquece o passado. Lembra-te de que agora pertencem um ao outro.» E sentiu as pulsações acelerarem-se.

Pensou na camisa de dormir e roupão novos que comprara no Bergford Goodman com o dinheiro do último ordenado que recebera. O espelho que encimava o lavatório estava embaciado e ela, que começara a secar-se, fez uma pausa e limpou-o com a toalha. Considerava que, no meio de tanta coisa nova, necessitava de se ver, encontrar a sua própria imagem. Mas não foi os seus olhos azul-esverdeados que viu reflectidos.

Era o rosto de Erich, que abrira a porta em silêncio, sem que se apercebesse. Jenny deu meia volta e cobriu o peito instintivamente com a toalha, mas acabou por largá-la.

Assustaste-me articulou, procurando manter a voz firme. Não te ouvi entrar.

Pensei que quisesses o roupão, querida. Aqui o tens. E estendeu-lhe uma camisa de dormir de cetim água-

-marinha, com decote pronunciado à frente e atrás.

Mas tenho uma nova. Compraste-a para mim?

Não, era de Caroline. Ele passou a ponta da língua pelos lábios, com uma ponta de nervosismo, ao mesmo tempo que exibia um sorriso estranho. Veste-a esta noite, por favor acrescentou, quase em tom de súplica.

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Jenny conservou os olhos colados à porta da casa de banho, sem saber o que fazer. «Não quero vestir a camisa de dormir de uma mulher que morreu», pensou, num débil protesto. No entanto, o tecido tinha um toque suave e, de certo modo, convidativo.

Erich retirara-se quase com brusquidão, depois de lha entregar. Ela perguntou-se se deveria antes vestir a sua e limitar-se a dizer que a preferia.

Recordou-se da sua expressão quando lhe oferecera uma peça de vestuário da mãe.

Talvez não lhe servisse. Nessa eventualidade, o problema ficaria resolvido por sua natureza. No entanto, quando a provou, viu-se forçada a reconhecer que parecia ter sido feita para si. O decote em V acentuava os seios firmes. Olhou-se ao espelho. A condensação evaporava-se e escorriam pequenos sulcos de água. Devia ser por isso que ela parecia diferente. Ou dar-se-ia o caso de a tonalidade de água-marinha da camisa realçar o verde dos seus olhos?

Não podia alegar que não lhe servia, porque, na realidade, até assentava muito bem. «Mas não quero usá-la», persistiu. «Não me sinto como se fosse eu, dentro dela.»

Preparava-se para a despir, quando soaram leves pancadas na porta. Erich vestia pijama de seda cinzento por baixo de um roupão a condizer. Apagara todas as luzes excepto a da

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mesa-de-cabeceira, e os seus cabelos dourados constituíam um contraponto do clarão do candeeiro.

A colcha de brocado fora retirada da cama e os lençóis encontravam-se puxados para baixo.

Ele segurava duas taças de champanhe e entregou uma a Jenny. Em seguida, dirigiram-se para o centro do quarto e declarou:

Estive a ler o poema, para decorar a parte que não recordava. É assim: «Jenny beijou-me quando nos encontrámos. Saltando da cadeira em que se sentava; É altura, ladrão que gostas de juntar Doces à tua lista, de acrescentar este: Diz que estás cansado, diz que estás triste, Diz que a saúde e a riqueza te esqueceram, Diz que estás a envelhecer, mas não deixes de dizer "Jenny beijou-me".»

Ela sentiu as lágrimas quererem irromper. Era a sua noite de núpcias. Aquele homem que lhe oferecera tanto amor e que ela tanto amava era seu marido. Aquele belo quarto pertencia-lhe. Que importava a camisa de dormir que vestia? O pequeno sacrifício justificava-se plenamente. Por último, quando lhe retirou a taça da mão e a pousou ao lado da sua, abraçaram-se com arrebatamento.

Jenny continuava acordada, muito depois de Erich ter adormecido. Estava habituada aos ruídos da cidade que faziam parte integrante da noite de Nova Iorque e agora tinha dificuldade em se adaptar ao silêncio absoluto.

O quarto era irrepreensível e extremamente confortável, mas parecia privado de vida.

Ele era um amante algo tímido, terno e atencioso. Ela sempre suspeitara da existência de emoções muito mais profundas do que as despertadas por Kevin, e verificava agora que não se equivocara.

Antes de Erich adormecer, tinham conversado.

Kevin foi o único homem antes de mim?

Sim, o único, querido.

Para mim, nunca houve ninguém.

Quereria dizer que nunca amara ou não dormira com outra? Seria possível?

Por fim, o sono começou a dominá-la. A claridade principiava

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a penetrar no quarto, quando o sentiu mover e deslizar da cama.

Erich...

Desculpa, não queria acordar-te. Costumo dormir pouco. Dentro de momentos, vou para a cabana pintar. Voltarei cerca do meio-dia.

Apercebeu-se vagamente de que a beijava na fronte e tornou a adormecer, depois de murmurar:

Amo-te.

Quando voltou a acordar, a claridade penetrava a jorros. Levantou-se apressadamente e acercou-se da janela, vendo, surpreendida, que Erich desaparecia no bosque.

O cenário parecia extraído de uma tela. As ramagens das árvores continham uma capa de neve congelada, que também cobria o telhado do celeiro mais perto da mansão. Ao longe, nos campos, Jenny avistou algum gado.

Volveu os olhos para o relógio de porcelana em cima da mesa-de-cabeceira. Oito horas. As filhas não tardariam a acordar e talvez estranhassem encontrar-se num quarto diferente do habitual.

Abriu a porta e começou a atravessar o corredor, descalça. Ao passar diante do antigo quarto de Erich, espreitou e deteve-se. Os lençóis estavam afastados e o travesseiro apresentava a depressão característica de que fora utilizado. Entrou e pousou a mão na cama. Ainda estava morna. Ele levantara-se e fora para ali. Porquê?

«Como dorme pouco, provavelmente não quis acordar-me com as voltas que deve dar na cama», reflectiu. «Está habituado a dormir só. Talvez quisesse ler.»

Mas dissera que não voltara a dormir naquele quarto desde os dez anos.

Soaram passos leves no corredor.

Mamã... mamã...

Jenny apressou-se a sair e abriu os braços. Beth e Tina, de olhos brilhantes após um sono reconfortante, correram para ela.

Estávamos à tua procura disse Beth, em tom acusador.

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Gosto disto declarou Tina.

E recebi o teu presente anunciou Beth.

Um presente? Que é, querida?

Eu também! exclamou Tina. Obrigada, mamã.

Estavam nas nossas almofadas. Olha.

Jenny arregalou os olhos, ao mesmo tempo que abafava um som de espanto. Cada uma das filhas tinha na mão um pequeno sabonete redondo de pinho.

Vestiu as filhas com blusas listradas e fatos-macaco de belbutina, e Beth anunciou com firmeza:

Não há escola.

Pois não assentiu Jenny, alegremente.

Em seguida, dirigiram-se ao rés-do-chão. A empregada da limpeza acabava de chegar uma mulher de ombros e braços possantes, expressão grave, como se nunca sorrisse, e olhar desconfiado.

Suponho que é a Elsa. Jenny estendeu-lhe a mão. Eu sou... Desejava dizer «a Jenny», mas recordou-se da contrariedade de Erich com a sua excessiva familiaridade em relação a Joe. Sou Mistress Krueger. E apresentou as filhas.

Elsa inclinou a cabeça e articulou, à guisa de justificação:

Faço o que posso.

Já me dei conta. A casa está impecável.

Diga a Mister Krueger que aquela nódoa no papel da sala de jantar não fui eu que a fiz. Talvez ele tivesse tinta na mão.

Não dei por nada.

Então, eu mostro-lha.

Com efeito, havia uma mancha no papel da parede da sala de jantar, perto da janela, e Jenny observou-a com curiosidade.

Quase não se vê sem microscópio.

A mulher entrou na sala de estar para iniciar a limpeza e Jenny e as crianças tomaram o pequeno-almoço na cozinha. No final, ela foi buscar os livros com gravuras para colorir e os lápis e propôs:

Deixem-me tomar uma chávena de café com leite sossegada e depois vamos dar uma volta.

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Precisava de uma pausa para reflectir. Somente Erich podia ter colocado os sabonetes de pinho na cama das crianças. Em todo o caso, não havia nada de censurável no facto de entrar no quarto para ver se se encontravam bem e apreciar particularmente aquele perfume. Por fim, encolheu os ombros, esvaziou a chávena e preparou as filhas para enfrentar a temperatura decerto baixa.

Na verdade, fazia frio, mas sem vento. Erich prevenira-a de que o Inverno do Minnesota podia passar bruscamente de agreste a implacável. «Este ano, os elementos parecem apostados em facilitar-te a vida», dissera. «É apenas ríspido.»

Jenny hesitou antes de sair. Ele talvez desejasse mostrar-lhe os estábulos e celeiros e apresentá-la ao pessoal.

Vamos por aqui terminou por sugerir.

Levou Tina e Beth para as traseiras, em direcção aos campos a leste da propriedade, caminhando na neve mole até que a mansão quase desapareceu ao longe. Quando se aproximavam da estrada de piso irregular que constituía o limite da herdade, reparou numa área vedada e compreendeu que se tratava do cemitério da família. Com efeito, descortinou meia dúzia de monumentos de granito por entre as estacas brancas.

Que é aquilo, mamã? perguntou Beth.

Ela abriu a cancela e entraram, após o que se moveu de uma para outra das sepulturas, ao mesmo tempo que lia as inscrições. Erich Fritz Krueger, 1843-1913, e Gretchen Krueger,
1847-1915. Deviam ser os bisavós de Erich. Duas crianças: Marthea, 1875-77, e Amanda, 1878-90. Os avós, Erich Lars e Olga Krueger, ambos nascidos em 1880; ela falecera em 1941 e ele em 1948. Um bebé, Erich Hans, que vivera oito meses, em
1911. «Tanta dor, tantos desgostos...», cismou Jenny. Duas garotas de tenra idade perdidas numa geração e um bebé na seguinte. Como conseguiriam as pessoas suportar semelhante amargura? No monumento seguinte, encontrava-se Erich John Krueger, 1915-1979, o pai de Erich.

Havia uma sepultura a sul do recinto, tão distanciada das restantes quanto o espaço permitia, e ela compreendeu que era a que procurava, ao ler a inscrição: Caroline Bonardi Krueger, 1924-1956.

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O pai e a mãe de Erich não estavam sepultados juntos. Porquê? Os outros monumentos apresentavam os efeitos da intempérie, enquanto esse dir-se-ia ter sido limpo recentemente. O afecto de Erich pela mãe seria extensivo a um cuidado extraordinário pela sua sepultura? Jenny experimentou uma ponta de ansiedade inexplicável. Por fim, tentou sorrir.

Vamos, meninas. A última a chegar é pateta!

Com estas palavras e uma risada, começou a correr através do campo, seguida das filhas. Em dada altura, permitiu que a alcançassem e fingiu que se esforçava para permanecer a par delas, até que pararam para recobrar o alento. As crianças, de faces coradas e olhos brilhantes, mostravam-se contentes com o convívio.

Vamos até àquele outeiro e depois voltamos para trás indicou Jenny.

No entanto, quando chegaram ao topo, descobriu com admiração a existência de uma casa de campo de dimensões apreciáveis no outro lado, e concluiu que devia ser o alojamento do encarregado da herdade.

Quem mora ali? perguntou Beth.

Pessoas que trabalham para o papá.

Naquele momento, a porta abriu-se, para dar passagem a uma mulher, que lhes acenou, numa indicação óbvia que desejava que se aproximassem.

Bem, façamos-lhe a vontade disse Jenny, pegando na mão de cada uma das filhas. Parece que vamos conhecer os nossos primeiros vizinhos.

Entretanto, afigurava-se-lhe que a mulher as olhava com demasiada curiosidade. Indiferente ao frio, conservava-se à entrada, com a porta bem aberta. A princípio, devido ao seu aspecto frágil e corpo algo encurvado, Jenny julgou que era mais velha. Mas, à medida que se acercava, calculou que devia ter uns cinquenta e cinco anos. Os cabelos castanhos apresentavam várias soluções de continuidade grisalhas e achavam-se puxados para o alto da cabeça, numa espécie de nó despretensioso preso com ganchos. Os óculos sem aros ampliavam os olhos cinzentos de expressão melancólica, e usava uma camisola grossa e longa por cima de calças de

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ganga, indumentária que acentuava os ombros ossudos e extrema magreza.

Não obstante, havia vestígios de beleza no rosto, e a boca, descaída nos cantos, tinha lábios bem desenhados. Quando Jenny se apresentou e às crianças, a mulher continuou a olhá-la com curiosidade.

É tal e qual como o Erich me disse proferiu, em voz baixa e algo nervosa. «Rooney quando conhecer a Jenny, pensará que tem a Caroline na sua frente», foram as suas palavras. Mas não queria que eu ventilasse o assunto. E efectuava um esforço visível para se acalmar.

Ele também me falou de si. Jenny estendeu-lhe ambas as mãos impulsivamente. Suponho que o seu marido é o encarregado da propriedade? Ainda não o vi.

Todavia, a mulher pareceu não a ouvir e perguntou:

É de Nova Iorque?

Exacto.

Que idade tem?

Vinte e seis.

A nossa filha Arden tem vinte e sete. O Clyde diz que foi para Nova Iorque. Talvez se encontrassem? A pergunta foi formulada quase com ansiedade.

Não creio, mas não admira porque Nova Iorque é enorme. A que se dedica? Onde mora?

Não sei. Arden saiu de casa há dez anos. Não precisava de fugir. Bastava que dissesse: «Quero ir para Nova Iorque, mãe.» Nunca lhe neguei nada, embora o pai fosse um pouco severo com ela. Provavelmente, calculou que não a deixaria partir, por ser tão nova. Nunca imaginei que estava tão desejosa de seguir para lá. Julgava-a feliz connosco.

O olhar da mulher fixava-se agora na parede. Dir-se-ia que imergira numa espécie de devaneio, como se tentasse justificar algo que explicara numerosas vezes no passado.

Era a nossa única filha acrescentou, após uma pausa. Esperámos muito tempo até que apareceu. Nunca vi um bebé tão bonito e ávido. Compreende o que quero dizer, sem dúvida. Foi sempre muito activa, desde que nasceu. Devido a isso sugeri dar-lhe o nome de Arden, abreviatura de «ardente».

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Beth e Tina encolhiam-se junto da mãe. Havia qualquer coisa na mulher, no olhar fixo e ligeiro tremor, que as assustava.

«Meu Deus...», pensava Jenny. «A única filha, e há dez anos que não sabe dela. Eu enlouquecia.»

E ela. Rooney indicou uma fotografia emoldurada na parede. Foi tirada duas semanas antes de partir.

Jenny observou a foto de uma adolescente sorridente, robusta, com cabelo louro anelado.

Talvez casasse e já tenha filhos volveu a mulher. Penso muito nela. Foi por isso que, quando a vi ao longe com as crianças, supus que podia ser a Arden.

Lamento...

Não tem importância. Mas agradecia-lhe que não dissesse ao Erich que falámos da minha filha. O Clyde não se cansa de repetir que ele deve estar farto de me ouvir repisar os casos da Arden e Caroline. Segundo o meu marido, deveu-se a isso o Erich ter dispensado os meus serviços na mansão, quando o pai morreu. E olhe que eu cuidava da casa como se fosse minha. Nós viemos para cá na altura do casamento de John e Caroline. Ela gostava da minha maneira de trabalhar e, mesmo depois de morrer, continuei a ter tudo preparado, como se pudesse regressar a qualquer momento. Mas venham para a cozinha. Fiz rosquinhas doces e deixei o café a aquecer.

Na realidade, Jenny já notara o aroma inconfundível. Sentaram-se em torno da mesa de mármore redonda na acolhedora cozinha, e Tina e Beth não se fizeram rogadas quando convidadas a servirem-se dos doces, que impeliram com leite morno.

Lembro-me de quando o Erich tinha a idade delas persistiu Rooney. Fazia rosquinhas destas para ele a cada momento. Eu era a única pessoa a quem Caroline o confiava, quando ia às compras. Cheguei a considerá-lo meu próprio filho. E ainda hoje penso assim, suponho. A Arden só nasceu dez anos após o meu casamento, mas ela teve o Erich logo a seguir ao seu. sCerca de um ano, salvo erro. Nunca vi um rapaz que estimasse tanto a mãe. Sim, você parece-se muito com ela.

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Fez uma pausa para voltar a encher a chávena de Jenny.

E o Erich tem sido muito bondoso para nós. Gastou dez mil dólares com detectives particulares para tentar localizar a Arden.

Jenny admitiu para consigo que era um gesto próprio do marido. O relógio na prateleira por cima do lava-loiças deu o meio-dia e ela levantou-se. Erich já devia estar em casa e apetecia-lhe, mais que nunca, achar-se junto dele.

Lamento, mas não posso demorar-me mais, Mistress Toomis. Espero que venha visitar-nos em breve.

Trate-me por Rooney. Toda a gente o faz. Clyde não quer que eu apareça na mansão, mas eu corto-lhe as voltas. Passo por lá amiúde, para me certificar de que está tudo em ordem. Volte sempre que lhe apetecer. Gosto de ter companhia.

O sorriso operou uma transformação notável no semblante da mulher. Por instantes, os sulcos de amargura desapareceram, e Jenny reconheceu que não se equivocara ao imaginar que, outrora, Rooney Toomis fora atraente.

Ela insistiu em que levassem um prato de frituras, com o esclarecimento:

São óptimas para a merenda. Quando abriu a porta, levantou a gola da camisola. Acho que vou começar a procurar a Arden acrescentou, de novo numa inflexão indefinida.

Os raios solares produziam reflexos intensos nos campos nevados e, quando avistou de novo a mansão, que dir-se-ia irradiar um fulgor especial, Jenny pensou: «O meu lar!» Enquanto se aproximava, com as filhas pela mão, perguntava-se se Rooney tencionava percorrer a vasta propriedade à procura de Arden.

É uma senhora muito simpática concedeu Beth.

De facto assentiu Jenny. Temos de andar mais depressa, que o papá já deve estar à nossa espera.

Qual deles? perguntou Beth, com desprendimento.

O único.

Antes de abrir a porta da cozinha, Jenny sussurrou às crianças:

Vamos entrar em bicos de pés, para lhe fazer uma surpresa.

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Elas concordaram, com os olhos brilhantes de malícia infantil.

O primeiro som que lhes acudiu aos ouvidos foi a voz de Erich, proveniente da sala de jantar, cada palavra martelada em tom mais cáustico que a anterior.

Como se atreve a dizer que fui eu quem fez essa nódoa? É evidente que deixou o pano sujo tocar na parede, depois de limpar o peitoril da janela. Já pensou que agora vou ter de mandar substituir todo o papel? E sabe como será difícil encontrar igual! Quantas vezes lhe recomendei que tivesse cuidado com os panos do pó sujos?

Mas Mister Krueger...

No entanto, o débil protesto de Elsa foi cortado com a impetuosidade de um chicote.

Quero que peça desculpa do que fez. De contrário, saia desta casa e não volte a aparecer.

Seguiu-se um longo silêncio.

Mamã.. começou Beth, apreensiva.

Caluda... murmurou Jenny.

Ao mesmo tempo, ponderava que Erich se preocupava exageradamente com uma simples mancha no papel da parede. Por outro lado, um instinto impreciso recomendava-lhe que não se intrometesse no assunto.

No momento em que ouviu a voz desolada de Elsa proferir «Queira desculpar, Mister Krueger», levou as crianças para fora e fechou a porta.

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Porque é que o papá está zangado? quis saber Tina.

Não sei bem, querida. Vamos fingir que não ouvimos nada, combinado?

Mas ouvimos objectou Beth, com gravidade.

Com certeza, mas não é nada que nos diga respeito. Bom, vamos entrar de novo.

Desta vez, Jenny chamou-o antes de abrir a porta e, sem uma pausa para lhe dar tempo a responder, acrescentou:

Há algum marido em casa?

Querida! Erich surgiu na cozinha, com um sorriso de boas-vindas totalmente descontraído. Estava agora mesmo a perguntar à Elsa se sabia onde tinham ido. Lamento que saísses, pois queria ser eu próprio a mostrar-te a propriedade.

Abraçou-a e beijaram-se, enquanto ela se congratulava por não ter visitado os diferentes edifícios.

Calculei que desejarias fazer de cicerone, pelo que fomos apenas à parte leste para encher os pulmões de ar puro. Nem imaginas como é maravilhoso poder andar à vontade, sem ter de parar a cada momento à espera que apareça a luz verde.

Tenho de te ensinar a evitar a área onde se encontram os touros. Garanto-te que preferirias as luzes dos semáforos, se visses algum a curta distância. Erich apercebeu-se

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então do prato que Jenny tinha na mão. Que trazes aí?

Mistress Toom deu isso à mamã antecipou-se Beth.

Mistress Toomis corrigiu Jenny.

Mistress Toomis? Ele exalou um suspiro de impaciência. Não me digas que estiveste em casa dela?

Convidou-nos a entrar. Era aborrecido se recusasse...

Ela convida toda a gente. É precisamente por causa de coisas dessas que devias ter esperado que eu te acompanhasse. Rooney tem o espírito muito perturbado e nunca mais larga quem lhe dá atenção. Acabei por ver-me obrigado a recomendar ao Clyde que a impedisse de aparecer aqui. Lamento a condição em que se encontra, mas deves concordar que não é agradável acordar a meio da noite e ouvi-la atravessar o corredor ou mesmo entrar no meu quarto. Voltou-se para Beth: Vamos despir esse agasalho?

Acto contínuo, ergueu-a nos braços e colocou-a no topo do frigorífico.

Eu também, eu também! exclamou Tina.

Um pouco de paciência, menina. Não é uma maneira prática de descalçar as botas? A altura ideal, hem?

Algo apreensiva, Jenny aproximou-se para ter a certeza de que uma delas não se desequilibrava, mas verificou que não corriam perigo. Erich descalçou-as com prontidão e voltou a depositá-las no chão. Antes, porém, perguntou:

Como me chamo?

Tina olhou a mãe e aventurou:

Papá?

A mamã disse que és o nosso único papá esclareceuBeth.

Ah, disse? Erich virou-se para ela e sorriu. Muito obrigado, mamã.

Naquele momento, Elsa entrou na cozinha, corada, com uma expressão de cólera reprimida.

Já acabei lá em cima, Mister Krueger. Deseja que faça mais alguma coisa em especial?

Lá em cima? perguntou Jenny, surpreendida. Espero que não mandasses separar as camas das pequenas. É que vão agora dormir a sesta.

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Mandei-a arrumar o quarto.

Mas elas não podem dormir naquelas camas tão altas na posição em que estão. Vamos ter de lhes arranjar outras mais baixas. De súbito, acudiu-lhe uma ideia. No fundo, tratava-se de uma cartada, mas pareceria um pedido natural. E se dormissem a sesta no teu antigo quarto? A cama é muito mais baixa.

E observou o marido, na expectativa da reacção. Apesar disso, não lhe passou despercebido o olhar malicioso que Elsa lhe dirigiu. «Ela está a divertir-se com a situação», reflectiu Jenny. «Sabe que ele vai recusar.»

Na verdade, queria precisamente falar-te acerca de as crianças utilizarem esse quarto replicou Erich, de expressão impassível. Julgava que tinha deixado bem claro que ninguém o deve ocupar. Ora, a Elsa disse que encontrou a cama aberta, esta manhã.

Jenny abafou uma exclamação de alarme. Não lhe passara pela cabeça a possibilidade de as filhas terem subido para aquela cama antes de ela se levantar.

Desculpa, mas não torna a acontecer articulou, embaraçada.

Não te preocupes, querida. As faces dele suavizaram-se. Podem dormir a sesta nas camas em que passaram a noite. Entretanto, encomendaremos outras mais apropriadas para elas.

Jenny preparou sopa para as crianças e em seguida levou-as para cima.

Quando se levantarem, não quero que entrem nos outros quartos, entendido? advertiu, enquanto baixava os estores.

Mas costumávamos ir sempre para a tua cama, lá em casa argumentou Beth, pesarosa.

Isso é diferente. Refiro-me às outras. Jenny beijou as filhas com ternura. Prometam. Não quero que o papá se zangue.

Ele estava a gritar murmurou Tina, de pálpebras quase cerradas. O meu presente?

Os sabonetes encontravam-se em cima da mesa-de-cabeceira e ela guardou o seu debaixo da almofada.

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Obrigada por mo ofereceres, mamã. Nós não fomos para a tua cama.

Erich começara a cortar fatias de peru assado para sanduíches e Jenny fechou a porta que isolava a cozinha do resto da casa.

Olá. Rodeou a cintura do marido com o braço e sussurrou: Tivemos o jantar de casamento com as pequenas. Ao menos, deixa-me preparar a nossa primeira refeição a sós na herdade Krueger, enquanto serves o champanhe que sobrou de ontem.

A noite passada foi maravilhosa para mim. E para ti?

Também, incomparável.

Quase não trabalhei nada, esta manhã. Só pensava no teu aspecto, quando dormes.

Ele acendeu o fogão de ferro fundido e ingeriram as sanduíches e o champanhe, enroscados juntos no sofá diante do lume.

Esta manhã, quando percorria a propriedade, apercebi-me da sensação de continuidade que prevalece nela disse Jenny. Desconheço as minhas raízes. Não sei se a família vivia na cidade ou no campo. Ignoro se a minha mãe gostava de pintar ou bordar ou se tinha voz para cantar. Deve ser maravilhoso conhecer tudo acerca dos antepassados. A visita ao cemitério bastou para me convencer disso.

Estiveste no cemitério? inquiriu ele, a meia voz.

Estive. Fiz mal?

Nesse caso, viste a sepultura de Caroline?

É verdade.

E provavelmente estranhaste que ela e o meu pai não estejam juntos como os outros.

Bem, fiquei surpreendida.

Não há qualquer segredo ou mistério envolvido. Caroline mandou plantar aqueles pinheiros-noruegueses. Na altura, disse ao meu pai que queria ser sepultada na extremidade sul do cemitério, onde as árvores produziriam uma espécie de abrigo. Embora não concordasse, ele respeitou-lhe o desejo. Pouco antes de morrer, confessou-me que esperava ser depositado na sepultura ao lado dos familiares e considerei

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que era o mais apropriado. Caroline sempre ansiou por mais liberdade do que a que ele lhe concedia. Creio que, mais tarde, meu pai se arrependeu da forma como lhe ridicularizava a arte, até que ela deitou fora o caderno de desenhos. Que diferença faria se se dedicasse à pintura em vez de confeccionar colchas artísticas? Estava errado. Errado! Fez uma pausa, com o olhar fixo no lume, como que alheio à presença de Jenny. Mas ela também acrescentou, num murmúrio.

Com um tremor de ansiedade, Jenny compreendeu que Erich deixava entrever pela primeira vez que as relações entre os dois tinham conhecido momentos agitados.

Ela enveredou por uma rotina quotidiana que achava imensamente satisfatória. Cada dia que passava contribuía para se inteirar melhor do que perdera ao ausentar-se tanto de junto das filhas. Assim, descobriu que a prática e reservada Beth tinha indiscutível inclinação para a música e conseguia reproduzir no órgão da sala as composições menos complicadas, depois de as escutar algumas vezes. Quanto a Tina, depressa se adaptou ao novo ambiente e denotava traços inequívocos de sentido do humor.

Erich costumava seguir para a cabana onde tinha o estúdio ao amanhecer e nunca regressava antes do meio-dia. Jenny e as filhas tomavam o pequeno-almoço por volta das oito e, às dez, quando os raios solares começavam a aquecer um pouco, equipavam-se devidamente para enfrentar o frio e passeavam pelas cercanias.

As deambulações não tardaram a assumir um itinerário fixo. Primeiro, a capoeira, onde Joe ensinava as crianças a recolher os ovos acabados de pôr. Ele estava persuadido de que a presença de Jenny lhe salvara o emprego, após o acidente com o cavalo.

Aposto que, se Mister Krueger não estivesse tão contente por tê-la aqui, tinha-me posto na rua reconheceu. A minha mãe diz que ele não costuma perdoar.

Garanto-lhe que não tive a mínima interferência no assunto asseverou ela.

O doutor Garrett diz que estou a cuidar bem da perna

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do Barão. Quando o tempo começar a aquecer e ele puder fazer algum exercício, ficará como novo. E agora, inspecciono a porta do estábulo uma dúzia de vezes por dia.

Jenny sabia ao que ele se referia. Inconscientemente, ela habituara-se a verificar pequenas coisas uma segunda vez, coisas em que dantes nunca repararia. Erich, no capítulo da arrumação, podia considerar-se um autêntico perfeccionista. Ela acostumara-se a determinar prontamente por uma leve tensão do rosto e corpo se algo lhe desagradava uma porta de armário deixada aberta, um copo esquecido no lava-loiça.

Nas manhãs em que não se dirigia à cabana, ele trabalhava no escritório da herdade, junto do estábulo, com Clyde Toomis, o encarregado da propriedade, um indivíduo corpulento de sessenta anos, faces encarquilhadas, cabelos brancos e modos rudes que se aproximavam da brusquidão.

Quando lho apresentou, Erich explicou:

Na realidade, é o Clyde quem dirige a herdade. Às vezes, penso que não passo de uma peça de mobiliário.

Custa-me a crer! replicou Jenny, sorrindo, mas surpreendeu-se ao ver que o encarregado não efectuava a menor tentativa para protestar.

Acha que vai gostar disto? perguntou Clyde.

Já estou a gostar corrigiu ela, com novo sorriso.

É uma mudança quase radical para uma pessoa habituada à vida da cidade. Espero que não lhe exija um esforço excessivo.

Não exige, de certeza.

É curioso volveu ele. As moças do campo anseiam pela cidade e as da cidade alegam que adoram o campo. (Jenny julgou detectar-lhe uma ponta de amargura na voz e perguntou-se se estaria a pensar na filha, impressão que viu confirmada pelas palavras seguintes.) A minha mulher está entusiasmadíssima com a sua presença e das suas filhas. Se começar a incomodá-la, agradeço que me previna. Embora não tenha a intenção de se tornar maçadora, às vezes exagera.

Afigurava-se a Jenny que havia um tom defensivo na voz do homem, quando se referia a Rooney.

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Gostei muito de a conhecer declarou, com sinceridade.

Os modos bruscos atenuaram-se.

Folgo em sabê-lo. Sei que ela anda à procura de tecido para fazer blusas, salvo erro, para as suas filhas. Não vê inconveniente?

Pelo contrário, é uma ideia encantadora. Quando abandonaram o escritório, Erich advertiu-a:

Evita encorajar a Rooney.

Prometo não permitir que exagere, como diz o marido. No entanto, creio que o único mal dela é a solidão.

Todas as tardes, enquanto as crianças dormiam a sesta, eles utilizavam os esquis de corta-mato para explorar a herdade. Elsa comprometera-se a olhar por elas durante a ausência deles. Na realidade, fora mesmo ela que o sugerira, e ocorreu a Jenny que a mulher tentava penitenciar-se de ter acusado Erich de manchar o papel da parede da sala de jantar.

Não obstante, ponderava se existiria a possibilidade de ter sido de facto dele, pois acontecia com frequência, quando regressava da cabana para almoçar, ter vestígios de tinta ou carvão nas mãos. Se notava alguma coisa fora da normalidade uma cortina em posição deficiente ou um objecto decorativo deslocado, apressava-se a rectificar a situação. E Jenny tivera de intervir no último instante, para evitar que tocasse em algo com as mãos sujas.

O papel da parede foi substituído, mas quando o forrador se apresentou para executar o trabalho mostrou-se incrédulo.

Não me diga que o seu marido comprou oito rolos duplos ao preço a que estão para ficar tudo como estava!

Ele sabe o que quer.

No final, a sala apresentava exactamente o mesmo aspecto, com a diferença de que a mancha desaparecera.

Ao serão, ela e Erich gostavam de ler, ouvir música ou conversar na biblioteca. Quando ele perguntou a causa da leve cicatriz que tinha na fronte, Jenny explicou:

Foi um acidente de automóvel, quando tinha dezasseis anos. O outro carro transpôs a divisória da estrada e chocou connosco.

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Deves ter apanhado um valente susto, querida.

Não me recordo de nada. Ela soltou uma risada. Tinha adormecido e, quando dei por mim, havia três dias que estava internada no hospital. Sofri uma concussão apreciável... suficiente para me provocar amnésia no lapso de tempo correspondente a esses dias. Nana ficou positivamente apavorada, convencida de que tinha alguma lesão cerebral. Na verdade, padeci de insónias por uma temporada e até cheguei a ser sonâmbula por ocasião dos exames finais. Resultados do stress, segundo o médico. Mas desapareceu tudo gradualmente.

Primeiro de forma hesitante e depois quase numa torrente de palavras, Erich referiu-se ao acidente da mãe.

Caroline e eu acabávamos de entrar nos estábulos para ver o novo bezerro. Estava a ser desmamado e ela levou-lhe a garrafa de leite à boca. A tina do gado (é aquilo que parece uma banheira) estava cheia de água. Ora, havia lama no chão e Caroline escorregou. Numa tentativa desesperada para se equilibrar, agarrou o cordão da gambiarra, que o Joe deixara mal isolado ao prepará-lo, na véspera, resvalou para cima da tina e... Enfim, foi tudo muito rápido e irremediável.

Não sabia que estavas com ela nesse momento.

Gosto pouco de falar no assunto. Luke Garrett, o pai do Mark, encontrava-se presente e tentou reanimá-la, mas não havia nada a fazer. E eu assistia, estupefacto, segurando o stick de hóquei que Caroline me tinha oferecido nos meus anos...

Jenny, sentada na almofada aos pés dele, pegou-lhe nas mãos e levou-as aos lábios. Erich inclinou-se para a frente, levantou-a e apertou-a nos braços.

Durante muito tempo, não consegui olhar sequer para o stick, até que passei a encará-lo como o último presente dela. Beijou-lhe as pálpebras. Não estejas tão triste, querida. Ter-te a meu lado compensa-me de tudo. Promete que nunca me abandonarás, por favor.

Jenny compreendeu o que ele queria ouvir e, com uma inflexão de ternura, murmurou:

Nunca te abandonarei.

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Uma manhã em que passeava com Tina e Beth, Jenny avistou Rooney debruçada sobre a vedação da extremidade sul do cemitério, como se olhasse a sepultura de Caroline.

Estava a pensar nos bons momentos que passámos, quando éramos jovens, o Erich pequeno e nasceu a Arden. Caroline fez um desenho da minha filha. Ficou muito bom, mas confesso que não sei onde foi parar. Desapareceu misteriosamente do meu quarto. O Clyde diz que o levava comigo e perdi. Porque não voltou a visitar-me?

Jenny estava preparada para a pergunta, pelo que replicou:

Tenho estado muito ocupada a instalar-me. Beth, Tina: não cumprimentam Mistress Toomis?

Beth proferiu um tímido «olá», enquanto a irmã se aproximava da mulher e erguia o rosto para um beijo. Rooney inclinou-se para ela e afagou-lhe a cabeça.

Esta faz-me pensar na Arden. Sempre a saltitar de um lado para o outro. Aposto que o Erich lhe recomendou que me evitasse. No fundo, não o censuro. Às vezes, sou um empecilho. Mas encontrei o modelo que procurava. Posso fazer as blusas para as pequenas?

É uma excelente ideia.

Jenny reflectiu que o marido teria de se habituar à ideia de que ela estabeleceria relações cordiais com Rooney, pois havia algo de infinitamente atraente na mulher.

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Ainda não começou a sentir-se só? perguntou esta última, voltando-se de novo para a sepultura.

Não. Tudo é diferente, sem dúvida. Estava habituada a um emprego movimentado, que me obrigava a conviver com pessoas constantemente, enquanto soavam telefones a todo o momento e apareciam amigos com frequência no meu apartamento. Disso, em parte, talvez sinta a falta. No resto, porém, congratulo-me por estar aqui.

Caroline dizia o mesmo. Pelo menos, por uma temporada. De repente, tudo se modificou. Rooney fixou os olhos na lápide do outro lado da vedação, como se evocasse algo que lhe provocava amargura. Sim, tudo mudou para ela e, após a sua morte, a mudança pareceu propagar-se a todos nós concluiu num murmúrio.

Pretendes livrar-te de mim protestou Erich. Não quero sair.

Com certeza que quero livrar-me de ti admitiu Jenny. Isto é perfeitamente belo. Pegou num óleo de um metro por um metro e vinte, para o examinar mais minuciosamente. Captaste a bruma que circunda as árvores quando principiam a florescer. E aquela área escura que contorna o gelo no rio indica claramente onde se vai quebrar, que há água em movimento por baixo.

És muito observadora. Acertaste em cheio.

Não esqueças que trabalhei numa galeria de arte. Mudança de Estação é um título admirável. A mudança é na verdade muito subtil.

Erich rodeou-lhe os ombros com o braço e estudou a tela.

Não exibirei aquilo que desejares guardar para nós.

Acho disparate. É a altura apropriada para reforçares a tua reputação. Podes crer que não me importarei absolutamente nada de ser a esposa do artista mais prestigioso da América. Hão-de apontar-me na rua e dizer: «Que felizarda! Tem um marido famoso e bem-parecido!»

Achas que é isso que dirão? Erich puxou-lhe levemente o cabelo.

Tenho a certeza absoluta, e com toda a razão.

Posso mandar dizer que cancelo a exposição.

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Não faças isso, por favor. Já prepararam uma recepção em tua honra. Gostava de assistir, mas ainda não me atrevo a deixar as pequenas sós e se as levasse teria de me preocupar constantemente com elas. Fica para a próxima vez.

Promete teres saudades minhas rogou ele, começando a embalar as telas.

Terei uma montanha delas, querido. Vão ser quatro dias extremamente solitários.

Jenny suspirou inconscientemente. Em cerca de três semanas, apenas falara a um punhado de pessoas: Clyde, Joe, Elsa, Rooney e Mark.

Elsa era taciturna quase ao extremo do silêncio absoluto. Rooney, Clyde e Joe, por outro lado, revelavam-se tudo menos companheiros. Quanto a Mark, só trocara breves palavras com ele depois daquela vez ao princípio, embora ela soubesse, por intermédio de Erich, que ele vinha observar o Barão com regularidade.

Havia cerca de uma semana que se encontrava na herdade, quando se apercebeu de que o telefone nunca tocava.

Será que ninguém das redondezas está ao corrente da campanha «Não vá, telefone»? perguntou, sorridente.

As chamadas passam todas pelo escritório explicou Erich. Só mando ligar esta extensão à rede se espero alguma em particular. De contrário, quem se encontrar lá na altura previne-me.

E se não estiver ninguém no escritório?

Nesse caso, o gravador recebe as mensagens.

Mas porquê?

Se tenho alguma mania é a de que detesto a intrusão da campainha do telefone a cada momento. Evidentemente que, na minha ausência, o Clyde deixará a extensão ligada durante a noite, para eu poder falar contigo.

Jenny tinha vontade de protestar, mas decidiu não o fazer. Mais tarde, quando tivesse amigos na comunidade, trataria de convencer o marido a estabelecer o serviço telefónico normal.

Ele terminou de separar as telas e voltou-se para ela.

Estive a pensar que é altura de te mostrar um pouco ao nosso mundo. Gostavas de ir à missa, no próximo domingo?

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Parece que me leste o pensamento. Jenny não pôde evitar uma gargalhada. Na verdade, gostava de conhecer alguns dos teus amigos.

Sou melhor a conceder donativos monetários do que a assistir a serviços religiosos. E tu?

Dantes, não faltava à missa de domingo, mas depois de casar com o Kev desleixei-me um pouco. No entanto, como dizia Nana, a maçã nunca cai muito longe da árvore. Qualquer dia, sou capaz de voltar a frequentar a igreja com regularidade.

No domingo seguinte, dirigiram-se ao templo sionista. Era um edifício antigo e não muito grande, na realidade pouco maior do que uma capela. Jenny teve oportunidade de ler os nomes de benfeitores inscritos por baixo dos vitrais: DOADO POR ERICH E GRETCHEN KRUEGER, 1906... DOADO POR ERICH E OLGA KRUEGER, 1930.

O que ficava junto do altar, em que se via uma Adoração dos Reis Magos, era particularmente bonito, e ela abafou uma exclamação ao inteirar-se dos dizeres que o acompanhavam: EM SAUDOSA MEMÓRIA DE CAROLINE BONARDI KRUEGER, DOADO POR ERICH KRUEGER.

Quando efectuaste aquele donativo? perguntou em voz baixa.

O ano passado, quando o santuário foi renovado.

Tina e Beth sentavam-se entre eles, gravemente conscientes dos seus casacos e chapéus azuis novos e dos olhares de que eram alvo. Jenny notou que Erich também se apercebia da curiosidade dos outros, mas limitava-se a sorrir e, durante o sermão, conservou a mão dela entre as suas. Em dado momento, sussurrou:

És linda, Jenny. Todos olham para ti e para as pequenas.

No final do serviço, apresentou-a ao pastor Barstrom, um homem magro de cerca de setenta anos e semblante cordial, que declarou com sinceridade:

Alegra-nos contar com a sua presença, Jenny. Baixou os olhos para as crianças. Qual é a Beth e qual a Tina?

Sabe como se chamam! exclamou Jenny encantada.

Erich elucidou-me, quando passou pelo presbitério. Suponho

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que não ignora que tem um marido muito generoso. Graças a ele, o nosso novo centro cívico será muito confortável e bem equipado. Conheço-o desde garoto e congratulamo-nos com a sua fama.

Eu não me congratulo menos disse ela, sorrindo.

Há uma reunião das mulheres da paróquia, quinta-feira à noite. Quer comparecer? Desejamos conhecê-la melhor.

Com todo o gosto.

Temos de ir, querida lembrou Erich. Há outras pessoas que pretendem falar com o pastor.

Tens razão.

O reverendo estendeu-lhe a mão, enquanto observava:

Deve ter sido muito penoso para si enviuvar tão jovem, com duas filhas pequenas.

Erich puxou-a pelo braço, antes que Jenny tivesse oportunidade de manifestar a perplexidade de forma mais eloquente que uma expressão de assombro. Todavia, no carro, bradou:

Disseste-lhe que era viúva?

Granite Place não é Nova Iorque, querida redarguiu ele, ligando o motor. Não passa de uma terreola no Médio Oeste. As pessoas ficaram chocadas quando souberam que ia casar contigo um mês depois de te conhecer. Ao menos, uma viúva jovem é uma imagem simpática, enquanto uma divorciada nova-iorquina tem um significado muito diferente, nesta comunidade. Aliás, nunca afirmei exactamente que eras viúva. Limitei-me a dizer ao pastor Barstrom que tinhas perdido o marido. Ele deduziu o resto.

Por outras palavras, tu não mentiste. Quem mentiu fui eu, ao abster-me de o corrigir. Não compreendes a posição em que fiquei?

Não, querida. E não admitirei que as pessoas daqui pensem que uma nova-iorquina sofisticada se valeu da inexperiência de um camponês.

Jenny reflectiu que o marido receava de tal modo tornar-se ridículo que não hesitara em mentir ao clérigo para evitar semelhante possibilidade.

Terei de revelar-lhe a verdade, na reunião de quinta-feira.

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Nessa altura, não estarei cá.

Eu sei. É precisamente por isso que gostaria de estar presente. Quero conviver com as pessoas das redondezas.

Tencionas deixar as pequenas sós?

Evidentemente que não. Suponho que há baby-sitters?

Vais confiá-las a uma desconhecida?

O pastor Barstrom pode recomendar-me...

Calma, Jenny. Não comeces a envolver-te em actividades. E, sobretudo, não lhe digas que és divorciada. Conheço-o o suficiente para prever que não voltará a abordar o assunto, a menos que tu o faças.

Mas porque objectas a que vá à reunião?

Ele desviou os olhos da estrada por um segundo para a fitar.

Porque te amo muito e não estou disposto a partilhar-te com outras pessoas. Não te partilharei com ninguém.

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Erich partia para Atlanta a 23 de Fevereiro. Dois dias antes, comunicou a Jenny que tinha umas voltas a dar e regressaria tarde para almoçar. Com efeito, passava da uma e meia quando reapareceu.

Vamos ao estábulo convidou, sem qualquer preâmbulo. Tenho uma surpresa para ti.

Mark Garrett aguardava-os, com um largo sorriso.

Apresento-lhe os novos inquilinos.

Dois póneis Shetland encontravam-se lado a lado, em compartimentos separados, os corpos cor de cobre reluzentes.

O meu presente para as minhas novas filhas anunciou Erich, com orgulho. Penso que lhes vamos chamar Ratinho e Chocalho. Assim, as moças Krueger nunca esquecerão os seus nomes. Em seguida, conduziu-a ao compartimento seguinte. E isto é o teu presente.

Privada do uso da fala pelo espanto, Jenny cravou os olhos arregalados numa égua baia Morgan, que lhe devolveu a mirada com cordialidade.

É um tesouro exultou ele. Tem quatro anos, de reprodução impecável e mansa. Já conquistou meia dúzia de fitas. Agrada-te?

Ela estendeu a mão para a pousar na cabeça do animal e verificou com prazer que não se desviava.

Como se chama?

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O criador deu-lhe o nome de Moça de Fogo. Afirma que tem fogo e coragem, além de uma ascendência irrepreensível. É claro que lhe podes chamar aquilo que quiseres.

Fogo e coragem murmurou. É uma combinação admirável. Estou simplesmente encantada com o presente.

Não quero que a montes, por enquanto. Ele parecia satisfeito. Os campos ainda estão muito gelados. Mas se tu e as pequenas visitarem os cavalos todos os dias, para que se habituem à vossa presença, no mês que vem poderão começar as lições. E agora, se fôssemos almoçar?

Jenny voltou-se impulsivamente para Mark.

Quer fazer-nos companhia? Temos apenas carnes frias e salada, já o previno.

Apercebeu-se do leve enrugar de cenho de Erich, mas verificou com alívio que se dissipava com prontidão.

Espero que não recuses, Mark.

Enquanto comiam, ela descobriu que pensava constantemente na égua, até que o marido observou:

Estás com uma expressão de criança feliz. É por minha causa ou do meu presente?

Fiquei tão deslumbrada que nem me lembrei de te agradecer.

Nunca teve um animal de estimação? perguntou Mark.

Existia algo de descontraído e franco nele que a fazia sentir-se instantaneamente à vontade na sua presença.

Ia tendo. Um vizinho de Nova Iorque possuía um cão-d'agua em miniatura e quis oferecer-mo, mas havia uma cláusula no contrato de arrendamento que proibia animais no apartamento, pelo que não pude aceitar. Na altura, eu tinha onze ou doze anos.

E sentiu-se um pouco frustrada deduziu ele.

Pelo menos, como se me faltasse alguma coisa.

Por fim, tomaram café e Mark impeliu a cadeira para trás, a fim de se levantar.

Obrigado, Jenny. Foi uma refeição muito agradável.

Venha jantar quando o Erich voltar de Atlanta. Traga companhia.

É uma boa ideia aprovou Erich com aparente sinceridade.

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A Emily, por exemplo. Se bem me recordo, sempre teve um fraco por ti.

Sempre teve um fraco, mas foi por ti corrigiu Mark. Sim, tens razão. Hei-de falar-lhe nisso.

Antes de partir, Erich beijou Jenny e abraçou-a com ternura.

Vou ter muitas saudades tuas. Não te esqueças de trancar as portas à noite.

Não te preocupes que tudo correrá bem.

As estradas estão escorregadias. Se precisares de alguma coisa da povoação, pede ao Joe que te conduza.

Já sou crescidinha protestou ela. Descansa que não me acontece nada de mal.

Não posso deixar de me preocupar. Telefono logo.

Naquela noite, experimentou uma sensação culposa de liberdade quando se reclinou na cama para ler. A casa mantinha-se silenciosa, à parte o zumbido ocasional da fornalha, quando se ligava ou desligava. Ao mesmo tempo, ela ouvia por vezes a voz de Tina, que falava no sono, e sorriu ao lembrar-se de que já não acordava a chorar.

Erich já se devia encontrar em Atlanta e decerto não tardaria a telefonar. Olhou em volta. A porta do armário estava entreaberta e o roupão pousado no espaldar de uma cadeira próxima da cama. O marido decerto se insurgiria por não o ter arrumado convenientemente, mas naquela noite não existia motivo para preocupações nesse sentido.

Havia quase uma hora que lia, quando o telefone tocou, e ela estendeu a mão para o auscultador com ansiedade.

Olá querido.

Confesso que não esperava uma saudação tão terna, Jen.

Era Kevin.

Kevin! Jenny soergueu-se tão bruscamente que o livro deslizou para o chão. Onde estás?

Em Minneapolis. No Guthrie Theater. Vim prestar provas.

Mas isso é óptimo articulou, esforçando-se por se exprimir num tom convincente.

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Veremos o que acontece. Como te correm as coisas?

Muitíssimo bem.

E as miúdas?

Estão óptimas.

Vou passar por aí para as ver. As palavras dele revestiam-se de uma inflexão agressiva. Estás em casa, amanhã?

Não, por favor.

Quero ver as minhas filhas, Jen. Onde pára o Krueger? O instinto advertiu-a a não revelar que Erich estaria ausente quatro dias.

De momento, saiu. Julguei que era ele, quando o telefone tocou.

Indica-me o caminho para aí. Tenciono pedir um carro emprestado.

Não podes fazer isso, Kevin. O meu marido ficaria furioso. Não tens o direito de vir.

Tenho todo o direito de ver as minhas filhas. A adopção ainda não se consumou. Posso suspendê-la com um simples estalar de dedos. Quero certificar-me de que elas são felizes aí, e quero também ter a certeza da tua felicidade, Jen. Talvez nos enganássemos ambos e convenha trocarmos impressões sobre o assunto. Indica-me lá o caminho.

Não admito que venhas!

Granite Place figura no mapa e suponho que todos os habitantes da região sabem onde mora o Casal Alto e Poderoso.

Jenny sentiu as palmas das mãos tornarem-se pegajosas de transpiração de pavor. Imaginava sem dificuldade os comentários que circulariam na vila, se Kevin aparecesse lá a pedir indicações para se dirigir à herdade Krueger. Seria próprio dele aproveitar o ensejo para explicar que tinham sido casados. Por outro lado, recordava-se da expressão de Erich, quando o vira à saída do apartamento, no dia do casamento.

Não venhas, por favor suplicou, após uma pausa. Vais destruir a nossa felicidade. As pequenas estão muito contentes e sempre me portei decentemente contigo. Alguma vez te recusei dinheiro, mesmo quando quase não me chegava para pagar a renda? Acho que devias tomar isso em consideração.

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Não nego que foste sempre atenciosa para comigo. A voz de Kevin assumiu o tom paternalista que ela conhecia perfeitamente. Por sinal, atravesso um momento menos desafogado, ao passo que tu nem sabes o que fazer ao dinheiro. Que dizes a dar-me o resto do produto da venda da mobília?

Invadiu-a uma sensação de alívio. Afinal, ele pretendia apenas dinheiro, o que facilitaria muito as coisas.

Para onde queres que o envie?

Eu passo por aí a buscá-lo.

Era óbvio que estava decidido a vê-la e não havia qualquer meio de o impedir de a visitar. Jenny estremeceu de pesar, ao pensar no cuidado com que Erich ensinara as pequenas a dizer «Beth Krueger» e «Tina Krueger».

Lembrou-se de um pequeno restaurante no centro comercial a trinta quilómetros da herdade, único local que lhe ocorria para sugerir. Por conseguinte, forneceu as indicações necessárias e prometeu comparecer à uma hora da tarde seguinte.

Depois de cortar a ligação, reclinou-se pesadamente na almofada. O prazer da descontracção extinguira-se. Agora, temia o telefonema de Erich. Deveria dizer-lhe que ia encontrar-se com Kevin?

Quando o telefone tocou, continuava indecisa sobre a maneira de proceder.

Sinto a tua falta, querida. A voz do marido parecia tensa. Já estou arrependido de ter vindo. As pequenas perguntaram por mim, esta noite?

Com certeza. E a Beth começa a chamar «criaturas» às bonecas.

Ainda acabam as duas por falar como o Joe comentou, com uma risada. Não te roubo mais tempo, para que possas dormir.

Erich... Ela reconheceu que tinha de lhe dizer.

Sim, querida?

Tornou a hesitar, ao recordar-se de que Erich se surpreendera quando ela confessara que dera a Kevin metade do dinheiro da venda da mobília, e sugerira que porventura o desejava para custear a passagem de avião para

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o Minnesota. Na verdade, não podia aludir ao encontro com ele.

Amo-te muito, querido. Gostava que estivesses junto de mim, neste momento.

Eu também. Boa noite.

Todavia, não conseguiu adormecer. O luar penetrava no quarto e reflectia-se na saboneteira de cristal. De repente, pareceu-lhe que esta assumia quase a forma de uma urna e perguntou-se se as cinzas podiam ter o odor a pinho. Mas que ideia tão horrível e sinistra... Caroline encontrava-se sepultada no cemitério da família. Apesar disso, acudia-lhe inquietação suficiente para se levantar e ir espreitar no quarto das filhas. No entanto, viu que dormiam profundamente. Beth tinha a mão sob a face pousada na almofada, enquanto Tina assumira a posição fetal, com o cobertor puxado para o rosto.

Beijou-as levemente e enterneceu-se com as suas expressões serenas de felicidade. Ao retirar-se, jurou a si própria que não consentiria que Kevin destruísse a nova vida que acabavam de conhecer.

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As chaves do Cadillac estavam no escritório, mas Erich tinha duplicados de todos os edifícios e arrecadações da propriedade na biblioteca. Por conseguinte, era natural que também lá se encontrassem as do carro.

Jenny descobriu com alívio que não se equivocara. Apressou-se a guardá-las na algibeira das calças de flanela, deu o almoço às filhas um pouco mais cedo e acompanhou-as ao quarto, para dormirem a sesta.

Tenho umas voltas a dar, Elsa. Conto regressar cerca das duas horas.

A mulher inclinou a cabeça em silêncio. Seria naturalmente tão taciturna? Supunha que não. Às vezes, quando voltava de esquiar com Erich, Tina e Beth já estavam acordadas, e Jenny ouvia Elsa conversar com as garotas, o seu sotaque sueco mais pronunciado do que quando falava depressa. Mas nas ocasiões em que ela e Erich se achavam presentes, mantinha-se tanto quanto possível calada.

As estradas secundárias apresentavam algumas áreas cobertas de gelo, porém a rodovia principal estava completamente limpa. Jenny sentia uma satisfação especial por voltar a conduzir e sorria para consigo, ao evocar os passeios de fim-de-semana com Nana no seu Beetle em segunda mão. No entanto, depois de casar com Kevin, tivera de o vender, porque a sua manutenção se tornara demasiado dispendiosa.

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Qualquer dia, pediria a Erich que lhe comprasse um modelo pequeno.

Eram 12.40 quando entrou no restaurante e verificou, surpreendida, que ele já chegara, com uma garrafa de vinho quase vazia na sua frente. Jenny sentou-se à mesa do «reservado» e olhou-o com indiferença

Olá, Kev.

Afigurava-se-lhe incrível que, em menos de um mês, pudesse parecer mais velho e menos descontraído, de olhos congestionados. Consumiria bebidas alcoólicas em excesso?

Tenho sentido a tua falta, Jen articulou ele, pegando-lhe na mão. E das miúdas.

Fala-me do Guthrie Theatervolveu ela, recolhendo-a.

Tenho quase a certeza de que consigo o papel. Oxalá que sim, porque a Broadway está superlotada. De resto, assim fico mais perto de ti e das garotas. Tentemos de novo, Jen.

Deves estar louco.

De modo algum. Estás linda. Gosto dessa indumentária. O casaco deve ter custado uma fortuna.

Sim, acho que foi dispendioso.

Tens classe. Sempre me convenci disso, aliás. Supunha que nunca sairias do meu lado. Ele voltou a pegar-lhe na mão. És feliz?

Com certeza. Escuta: o Erich ficava aborrecido se soubesse que me encontrei contigo. Devo dizer-te que não lhe causaste uma impressão muito favorável, a última vez que se viram.

Nem ele a mim, quando colocou uma folha de papel na minha frente e comunicou que me movias um processo por não te dar uma mesada e ficavas com todo o dinheiro que eu ganhasse, se não assinasse.

Ele disse isso?

Ele disse isso. Foi uma artimanha suja, como deves reconhecer. Garanto-te que se me concedessem o papel que pretendia naquela comédia musical do Hal Prince, não tinha assinado coisa alguma e não haveria adopção.

Não se tratou apenas disso. Sei que o Erich te entregou dois mil dólares.

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Foi um mero empréstimo.

Jenny sentia-se dividida entre compaixão por Kevin e a certeza persistente de que sempre utilizaria as filhas como base de apoio para se conservar envolvido na vida dela. Por fim, abriu a bolsa e anunciou:

Não posso demorar-me mais. Aqui tens os trezentos dólares. Mas, doravante, não voltes a procurar-me, nem tentes ver as pequenas. De contrário, provocarás aborrecimentos: a elas, a ti e a mim.

Ele aceitou o dinheiro, moveu os dedos levemente sobre as notas e guardou-as na carteira.

Precisas de saber uma coisa, Jen. Tenho um mau pressentimento a teu respeito e das miúdas. É uma impressão que não consigo explicar. Mas estou seguro disso.

Ela levantou-se. No instante imediato, Kevin encontrava-se a seu lado e puxava-a para si.

Ainda te amo, Jen. O seu beijo era quase brutal e ávido.

Jenny compreendeu que não o podia repelir sem provocar uma cena, e escoou-se cerca de um minuto primeiro que sentisse o amplexo abrandar.

Deixa-nos em paz murmurou, desprendendo-se. Peço-te, previno-te, que nos deixes em paz.

Quase colidiu com a empregada, que se achava atrás dela, preparada para tomar nota do que os clientes pretendiam. Duas mulheres sentadas a uma mesa perto da janela olharam-na com curiosidade.

Quando transpunha a porta do restaurante, compreendeu a razão pela qual uma lhe parecera familiar. Cruzara-se com ela na igreja, domingo de manhã.

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Erich não voltou a telefonar e Jenny tentou racionalizar a sua inquietação. O marido revelava certa aversão aos telefones, mas prometera falar-lhe todas as noites. Deveria ela tentar contactar com ele, no hotel? Estendeu a mão para o aparelho mais de meia dúzia de vezes, para em seguida a recolher.

Kevin teria sido contratado pelo Guthrie Theater? Em caso afirmativo, reataria a rotina que empregava em Nova Iorque, procurando-a quando estava sem dinheiro ou se sentia sentimental. Erich nunca suportaria semelhante situação, além de que seria perniciosa para as crianças.

Mas porque não telefonaria Erich?

Devia regressar no dia vinte e oito e Joe iria buscá-lo ao aeroporto. Conviria que ela também comparecesse? Não, aguardaria na herdade e prepararia um jantar do agrado do marido. Tinha profundas saudades dele, e só agora se dava conta da forma irreversível como ela e as filhas tinham abraçado a sua nova vida nas últimas semanas.

Se não fosse a penosa sensação de culpa por se ter encontrado com Kevin, Jenny não se preocuparia com o facto de Erich não telefonar. O ex-marido era o responsável da perturbação que a assolava. E se voltasse a procurá-la, quando os trezentos dólares se lhe acabassem? A situação agravar-se-ia,

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se Erich se inteirasse do encontro clandestino a que ela não fizera a menor alusão.

Jenny lançou-se nos braços do marido, quando abriu a porta. No breve percurso entre o carro e a entrada, o frio da noite propagara-se ao sobretudo e lábios, porém estes aqueceram no momento em que a beijou. «Correra tudo bem», reflectiu ela, reprimindo um soluço.

Tive tantas saudades... disseram em uníssono.

Em seguida, Erich abraçou as garotas, perguntou se se tinham comportado bem e, após a entusiástica resposta afirmativa, entregou-lhes embrulhos com fitas coloridas, exibindo um sorriso de indulgência ao ver-lhes as expressões encantadas perante as suas novas bonecas.

Muito e muito obrigada disse Beth, com ar solene.

Obrigada, papá corrigiu Tina.

É o que eu queria dizer replicou a irmã, intrigada.

Que trouxeste para a mamã? quis saber a outra. Ele sorriu a Jenny.

A mamã portou-se bem?

Porque seria que as palavras mais inofensivas assumiam um aspecto ominoso quando existia um peso na consciência? Jenny lembrou-se de Nana menear a cabeça acerca de determinada pessoa conhecida: «Não é boa rês. Acho-a capaz de mentir mesmo quando a verdade lhe seria mais vantajosa.»

Ela fora bem-comportada?

Julgo que sim declarou, esforçando-se por parecer divertida.

Estás a corar? observou Erich, enrugando a fronte.

Deixa-te de rodeios e dá-me o presente retrucou Jenny, com um desprendimento que não sentia.

Como gostas de estatuetas Royal Doulton, lembrei-me de te comprar outra em Atlanta informou ele, abrindo a mala. Esta saltou-me praticamente à cara. Chama-se Chávena de Chá.

Jenny abriu a caixa e deparou-se-lhe a figura de uma mulher idosa sentada numa cadeira de balouço, com uma chávena de chá na mão e uma expressão de prazer no rosto.

Parece-se com Nana murmurou, com um suspiro.

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Acendera o fogão e havia queijo e uma garrafa de vinho na mesa. Entrelaçando os dedos nos dele, Jenny levou-o para o sofá. Em seguida, verteu vinho no copo e entregou-lho.

Bem-vindo ao lar

Sentou-se ao lado dele, ligeiramente voltada, pelo que os joelhos de ambos se tocavam. Vestia uma blusa de seda verde proveniente da colecção de Yves St. Laurent e calça de tweed, consciente de que se tratava de uma das indumentárias favoritas dele.

És uma mulher linda, Jen proferiu Erich, depois de a contemplar em silêncio por um momento. Porque estás tão aperaltada?

Não é todas as noites que o meu marido regressa a casa após uma ausência de quatro dias. Jenny decidiu mudar de assunto. Como te correram as coisas?

Um horror. Os donos da galeria passaram o tempo a tentar convencer-me a vender Recordação de Caroline. Tinham duas ou três ofertas avultadas e ansiavam pela comissão resultante da transacção.

Aconteceu-te o mesmo em Nova Iorque. Talvez tenhas de deixar de exibir essa tela.

Prefiro continuar a mostrá-la ao mundo, porque a considero o meu melhor trabalho replicou ele, quase secamente.

Bem, vou acabar de preparar o jantar. Enquanto ela se ocupava da salada, Erich chamou Beth e Tina e, depois de as instalar sobre os joelhos, descreveu-lhes o Hotel Peachtree, em Atlanta, cujos elevadores eram de vidro e estavam situados no exterior do edifício, como um | tapete mágico, prometendo levá-las lá, um dia. E à mamã também? apressou-se Tina a perguntar, i Jenny voltou-se, sorridente, mas a expressão tornou-se grave, quando ouviu o marido dizer: Se ela quiser acompanhar-nos.

Ele comeu com aparente apetite a carne assada, porém os dedos tamborilavam com insistência na mesa e respondia a quase tudo o que ela dizia com monossílabos. Por fim, Jenny desistiu e passou a dirigir-se às filhas:

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Já disseram ao papá que se sentaram em cima dos póneis?

Foi muito divertido. Beth pousou o garfo e virou-se para Erich. Eu disse «Arre, macho», mas o Rato não se mexeu.

Eu também disse «Arre, macho» anunciou Tina.

Onde estavam eles? perguntou Erich.

Nos estábulos apressou-se Jenny a informar. O Joe colocou-as lá por um momento.

Ele exagera as suas atribuições. Quero estar presente, quando as pequenas se sentam em cima dos póneis, para me certificar de que as vigia atentamente. Quem me garante que não tem um descuido como o imbecil do tio?

Isso foi há muito tempo.

Não parece que foi há assim tanto que esbarrei com aquele alcoólico. E o Joe diz que ele voltou a aparecer na vila. Ele fez uma pausa e dirigiu-se às crianças. Se já acabaram de comer, podem ir brincar com as novas bonecas.

O problema é o tio do Joe, ou trata-se de outra coisa? perguntou Jenny, quando elas se afastaram.

Bem, na verdade, o caso é diferente. Tenho a impressão de que o Joe volta a fazer das suas. O conta-quilómetros do carro tem um acréscimo de pelo menos sessenta. Ele nega, claro, mas utilizou-o uma vez no Outono, sem autorização. Suponho que não te levou a qualquer lado?

Não... articulou, cerrando o punho do lado oposto ao de Erich. Ao mesmo tempo, sentia que devia dizer algo acerca de Kevin, pois não podia permitir que ele se convencesse de que Joe mentia. Erich... eu...

Além disso, há o raio das galerias de arte cortou ele. Fartei-me de dizer àqueles imbecis de Atlanta que Recordação de Caroline não era para vender. Calou-se por uns instantes e quando voltou a falar parecia mais calmo. Vou continuar a pintar. Não te importas? Isso implica encerrar-me na cabana por períodos de três ou quatro dias, mas é necessário.

Ela recordou com amargura a lentidão com que os últimos dias se tinham escoado, mas tentou exprimir-se com naturalidade:

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Se é necessário, que remédio.

Quando entrou na biblioteca, depois de deitar as filhas, viu que o marido tinha os olhos arrasados de lágrimas.

Que aconteceu, Erich?

Desculpa. Ele tentou secá-los com o dorso da mão. Estava muito deprimido, com saudades tuas e o aniversário de minha mãe que é na próxima semana. Nem imaginas como essa data me amargura sempre. Todos os anos parece que o acidente acaba de acontecer, e quando o Joe referiu que o tio tornava a andar pelas redondezas, foi, por assim dizer, o golpe de misericórdia. Por sorte, pouco depois o carro contornou a curva e avistei a casa iluminada, com a certeza de que me aguardavas ansiosamente. Receava tanto ter-te perdido durante a minha ausência...

Jenny sentou-se a seu lado e beijaram-se com ternura.

Uma vez no quarto, ela preparava-se para vestir uma das suas camisas de dormir novas, mas mudou de ideias e, com certa relutância, abriu a gaveta da cómoda que continha a água-marinha.

Mais tarde, antes de adormecer, lembrou-se de que nas únicas vezes que fizera amor com o marido usava aquela camisa.

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Jenny ouviu Erich mover-se no quarto antes da alvorada e murmurou, ensonada:

Vais para a cabana?

Sim, querida. A voz dele era quase inaudível.

Vens almoçar? À medida que o sono se dissipava, ela recordou-se de que ele se referira a passar lá uns dias.

Ainda não sei.

Jenny e as filhas deram o passeio habitual, após o pequeno-almoço. Agora, os póneis tinham substituído as galinhas como principal atractivo para Beth e Tina, que corriam à frente da mãe.

Mais devagar recomendou ela. Certifiquem-se de que o Barão não está cá fora.

Joe já se encontrava no estábulo e acolheu-as com um sorriso cordial.

Bom dia, Mistress Krueger. Olá, meninas.

Os póneis apresentavam um aspecto imaculado. As crinas e caudas tinham sido escovadas e reluziam.

Preparei-os especialmente para as donas acrescentou ele. Trouxeram açúcar? Ergueu-as nos braços, para poderem dar os pequenos cubos aos animais, e perguntou: Querem sentar-se no dorso deles por uns momentos?

É melhor não interveio Jenny. O meu marido não aprova isso.

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Quero sentar-me no Chocalho disse Tina.

O papá deixava acudiu Beth. És má, mamã.

Beth!

A mamã é má corroborou Tina, de lábios trémulos.

Não chores, Tina. A irmã voltou-se para Jenny. Por favor, mamã.

Joe olhava-a igualmente com curiosidade.

Bem... começou Jenny, hesitante.

De súbito, porém, lembrou-se da expressão de Erich quando dissera que Joe exagerava as suas atribuições e reconheceu que não podia dar azo a que a acusasse de ignorar os seus desejos.

Amanhã declarou, com firmeza. Falarei com o papá para o convencer. Vamos ver as galinhas.

Quero montar o meu pónei persistiu Tina. És uma mamã má!

Jenny estendeu o braço e, num gesto reflexo, aplicou-lhe um leve açoite.

E tu és uma menina muito atrevida.

A garota abandonou o estábulo a chorar, com Beth no seu encalço.

Jenny seguiu-as e viu que se encaminhavam para o celeiro, de mãos dadas. Quando se aproximava, ouviu Beth proferir em tom conciliador:

Deixa lá, Tina. Havemos de fazer queixa da mamã ao papá.

Mistress Krueger!

Sim,Joe?

Jenny voltou-se e aguardou que ele se acercasse, depois de limpar as lágrimas que acabavam de lhe assomar aos olhos. Estava persuadida de que, quando as garotas lhe pedissem, Erich permitiria que montassem os póneis, embora sem saírem do estábulo.

Estive a pensar, Mistress Krueger... Joe parecia hesitante. Temos um novo cachorro, lá em casa, a uns oitocentos metros daqui. Talvez as meninas gostassem de ver o Randy. Servia para se esquecerem dos póneis por uns momentos.

É uma excelente ideia. Ela chamou as filhas e agachou-se

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diante de Tina. Desculpa ter-te batido, Chocalho. Estou tão ansiosa por montar a Moça de Fogo como tu o teu pónei, mas temos de esperar que o papá concorde. O Joe convidou-nos para ir ver o seu cachorro. Querem?

Enquanto caminhavam, ele apontava os primeiros sinais da Primavera que se aproximava:

Reparem como a neve começa a derreter-se. Dentro de algumas semanas, só haverá lama e a relva principiará a romper. Mister Krueger quer que eu construa um cercado para poderem montar os póneis.

A mãe de Joe encontrava-se em casa, pois o pai morrera há vários anos. Era uma mulher corpulenta de mais de cinquenta anos e maneiras cordiais, e, com um sorriso afável, convidou Jenny e as garotas a entrarem. A pequena construção era confortável, num estilo modesto. Diversos objectos que não passavam de recordações cobriam as mesas e nas paredes viam-se fotografias da família penduradas indiscriminadamente.

Tenho muito gosto em conhecê-la, Mistress Krueger. O Joe fala da senhora a cada momento. Não admira que a ache bonita, porque o é mesmo. E como se parece com Caroline! A propósito, chamo-me Maude Ekers, mas agradeço que me trate apenas por Maude.

Onde está o cãozinho do Joe? perguntou Tina.

Vamos para a cozinha indicou Maude.

As crianças seguiram-na com ansiedade. O cão parecia uma curiosa combinação de pastor-alemão e perdigueiro e apoiava-se em pernas pouco firmes.

Encontrámo-lo na estrada explicou Joe. Alguém o deve ter abandonado. Se eu não aparecesse por casualidade, é natural que morresse enregelado.

Está constantemente a trazer animais perdidos para casa disse Maude, meneando a cabeça. Tem o coração mais terno que jamais conheci. Nunca mostrou queda para os estudos, mas é um autêntico mago com os animais. Gostava que tivessem visto o seu cão anterior. Era uma autêntica beldade. E inteligente como poucos.

Que lhe aconteceu? perguntou Jenny.

Não sabemos. Tentávamos mantê-lo dentro da vedação,

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mas às vezes escapava-se. Gostava de seguir o Joe até à herdade, o que não era do agrado de Mister Krueger.

E com toda a razão apressou-se Joe a interpor. Ele possuía uma cadela de sangue puro e não queria que o Tarpy se aproximasse dela. Mas um dia conseguiu cobrir a Juna, e Mister Krueger ficou fulo. Que foi feito dela? Mister Krueger deu-a a alguém. Disse que não lhe serviria para nada se desse à luz uma ninhada de um rafeiro. E o Tarpy? Ignoramos o seu destino. Um dia, tornou a escapar-se e não o tornámos a ver. Em todo o caso, eu tenho as minhas suspeitas admitiu Maude, com uma expressão sombria. Mãe... advertiu Joe. Erich Krueger ameaçou abatê-lo prosseguiu ela. Não o censuro por se ter enfurecido, se o Tarpy lhe destruiu a dispendiosa cadela, mas ao menos podia ter-te dito alguma coisa. Não te esqueças de que te fartaste de o procurar, cheguei a recear que adoecesses de pesar. Entretanto, as duas garotas agachavam-se junto de Randyn e Tina parecia extasiada. |

Podemos ter um cão, mamã?
Hei-de perguntar ao papá. | Continuaram a brincar com o cachorro, enquanto Jenny tomava café com Maude, que não perdeu tempo em começar a interrogá-la. Gostava da mansão? Muito elegante e confortável, não era? Devia ser difícil uma pessoa habituada ao ambiente de Nova Iorque adaptar-se a uma herdade. Com extrema paciência e certa resignação, Jenny assegurou-lhe que não receava coisa alguma nesse capítulo. Caroline disse a mesma coisa volveu Maude. - No entanto, o ramo masculino dos Krueger nunca foi muito sociável, o que torna a vida das esposas um pouco dura. Todas as pessoas da região adoravam Caroline. E respeitavam John Krueger, diga-se de passagem, como acontece no caso de Erich. Mas os Krueger não são muito ternos, nem mesmo para com os entes mais próximos. E não perdoam com facilidade. Quando se zangam, continuam zangados. Jenny compreendeu que a mulher se referia ao papel do

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irmão no acidente que vitimara Caroline. Por fim, terminou de beber o café e levantou-se.

Está a fazer-se tarde.

A porta da cozinha abriu-se naquele momento e uma voz áspera, como se as cordas vocais estivessem particularmente tensas, proferiu:

Quem temos aqui?

O homem aparentava cerca de cinquenta e cinco anos, de olhos congestionados de alcoólico, e era extremamente magro, pelo que a cintura das calças se situava algures em torno das coxas.

Fitou Jenny por um momento e, de repente, os olhos semicerraram-se, como se tentasse recordar algo.

Deve ser a nova Mistress Krueger de quem tanto tenho ouvido falar.

Exacto.

Sou Josh Brothers, tio do Joe.

O electricista responsável pelo acidente. Jenny pressentiu imediatamente que Erich ficaria furioso se se inteirasse do encontro.

Estou a ver porque Erich a escolheu articulou Josh, pausadamente. Virou-se para a irmã e observou: Ninguém diria que não é Caroline, hem? Sem aguardar resposta, dirigiu-se de novo a Jenny: Suponho que ouviu falar do acidente?

De facto...

Inteirou-se da versão Krueger, sem dúvida. Não da minha. Era óbvio que se preparava para descrever um episódio repetido até à exaustão, no passado. Apesar de estarem a divorciar-se, John era louco por Caroline.

A divorciar-se? interrompeu Jenny, abismada. Os pais de Erich iam separar-se"?

Ele não lhe falou disso? Sim, gosta de fingir que tal não aconteceu. Circularam rumores muito estranhos, quando ela nem sequer tentou obter a custódia do único filho. No dia do acidente, eu estava a trabalhar no estábulo das vacas, quando Caroline e o filho entraram. Ela ia partir para sempre, naquela tarde. Era o aniversário de Erich e não conseguia conter as lágrimas. Ela mandou-me sair, e foi por isso

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que pendurei a gambiarra no prego. Ainda a ouvi dizer: «Tal como este pequeno bezerro que tem de ser desmamado da mãe...» Fechei a porta atrás de mim, para que pudessem despedir-se à vontade e, no momento imediato, ele começou a gritar. Luke Garrett tentou reanimá-la com respiração boca a boca, mas todos sabíamos que não havia nada a fazer. Quando escorregou e se agarrou ao cordão da gambiarra ao cair na tina, ela electrocutou-se. Sim, não havia nada a fazer.

Pára lá com isso advertiu Maude.

Entretanto, Jenny olhava-o com perplexidade. Que motivo levaria Erich a ocultar-lhe que os pais estavam a tratar do divórcio e Caroline tencionava abandonar o lar?

Por fim, imersa em reflexões agitadas, despediu-se e saiu com as filhas e Joe.

A caminho de casa, este último aventurou timidamente:

Mister Krueger não ficava contente se soubesse que conheceu o meu tio e ouviu coisas desagradáveis a seu respeito.

Não tenciono dizer-lho prometeu ela.

«Se eu tivesse uma pessoa amiga aqui, alguém em quem pudesse confiar», meditava. Recordou-se de como conseguia abordar com Nana todos os problemas que se lhe deparavam e trocar confidências com Fran, depois de as crianças estarem deitadas.

Parece impressionada, Mistress Krueger volveu Joe. Espero que o meu tio não a tenha enervado. A minha mãe também não costuma referir-se aos Krueger com ternura, mas agradecia que não se ofendesse.

Não te preocupes. No entanto, gostava de te pedir um favor.

Todos os que desejar.

Quando Mister Krueger não estiver presente, trata-me por Jenny, de contrário ainda acabo por esquecer o meu nome.

Chamo-lhe Jenny sempre que penso em si.

Óptimo.

Jenny soltou uma risada e sentiu-se um pouco mais aliviada.^

Ao aperceber-se da expressão quase de veneração no rosto dele, reflectiu: «Se alguma vez me olhar assim diante de

Erich, vai ser bonito.»

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À medida que se aproximavam da mansão, Jenny julgou descortinar alguém que os observava da janela do escritório da herdade e lembrou-se de que o marido costumava passar por lá no regresso da cabana.

Estugou o passo e, uma vez em casa, preparou sanduíches de queijo e cacau quente, sob as vistas de Tina e Beth, ansiosas por satisfazer as exigências do estômago.

Que motivo teria levado Caroline a abandonar o filho? Que percentagem de ressentimento haveria mesclado com o afecto de Erich por ela? Jenny tentou imaginar uma circunstância que a impeliria a separar-se das filhas e não conseguiu.

Elas estavam cansadas do longo passeio e adormeceram quase instantaneamente, quando as depositou na cama para a sesta. Todavia, Jenny não se retirou do quarto em seguida e sentou-se junto da janela por uns momentos, dominada por uma sensação inexplicável. Porquê?

Por fim, vestiu um casaco e dirigiu-se ao escritório. Clyde sentava-se à secretária, concentrado em documentos e facturas, e, tentando exprimir-se com naturalidade, ela observou:

O meu marido ainda não apareceu para almoçar e supus que estivesse aqui a tratar de qualquer assunto urgente.

De facto, passou por cá no regresso da compra de géneros,

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mas só por uns momentos. Disse que a senhora sabia que tencionava ficar na cabana.

Preparava-se para sair, quando pousou o olhar na cesta da correspondência.

Se vier alguma carta para mim durante a ausência dele, agradecia que mandasse alguém entregar-ma.

Sem dúvida, Mistress Krueger. O Erich costuma encarregar-se de levar tudo o que é para si.

«Tudo o que é para si...» Ao longo do mês desde que chegara à herdade, embora tivesse escrito a Fran e Mr. Hartley, não recebera nem um simples postal.

Deve ter-se esquecido proferiu em voz tensa. Veio muita coisa?

Uma carta, a semana passada, dois postais... Não sei bem, ao certo.

Hum... E quanto a telefonemas?

Telefonou alguém da igreja, a semana passada, por causa de uma reunião. Ele não lhe transmitiu o recado?

Com os preparativos para a viagem, deve ter-se esquecido murmurou. Bem, obrigada, Clyde.

Regressou a casa, imersa em agitadas cogitações. Entretanto, o céu encobrira-se e começara a nevar, além de que se levantara vento agreste, pelo que o piso, que principiara a amolecer, endureceu de novo e a temperatura era sensivelmente mais baixa.

Não te partilharei com ninguém... Jenny. Erich falara muito a sério quando pronunciara a advertência. Quem teria telefonado de Nova Iorque? Kevin, para anunciar a vinda ao Minnesota? Nesse caso, que motivo levara o marido a ocultar-lho?

Quem escrevera? Mr. Hartley? Fran?

«Não posso permitir que isto aconteça», decidiu para consigo. «Tenho de fazer alguma coisa.»

Jenny! Mark Garrett acabava de sair do celeiro e, em largas passadas, cobriu a distância que os separava em poucos segundos. Há algum tempo que não tinha ensejo de a cumprimentar. Como vão as coisas?

Suspeitava de algo? Deveria ela discutir com ele um assunto relacionado com Erich? Não seria justo para este último.

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No entanto, havia uma maneira de proceder mais ou menos inócua. Assim, com um sorriso que se esforçou por que parecesse natural, replicou:

O melhor possível. Ainda bem que o encontro, porque me pode ser útil. Recorda-se de falarmos na sua comparência lá em casa com a sua amiga... Emily, salvo erro... para jantar?

Perfeitamente.

Que diz ao dia oito de Março? É o aniversário do Erich e quero promover uma pequena festa.

Tenho de a prevenir de uma coisa. Mark enrugou a fronte, com uma ponta de apreensão. Ele continua muito sensível a essa data.

Eu sei. Jenny fez uma pausa, olhando-o pensativamente. Mas isso foi há vinte e cinco anos. Não será altura de se conformar com a perda da mãe?

Proceda com prudência recomendou ele em tom pausado, como se pesasse as palavras. Uma pessoa como o Erich leva o seu tempo a apagar recordações tão pungentes. Esboçou um sorriso. Em todo o caso, creio que não tardará muito a compreender o que possui de bom.

Então, posso contar convosco?

Sem dúvida. De resto, a Emily está ansiosa por conhecê-la.

Também estou ansiosa por conviver com pessoas da região.

Despediram-se e Jenny entrou em casa, no momento em que Elsa se preparava para sair.

As meninas ainda estão a dormir. Amanhã, posso ir às compras, antes de vir. Já fiz a lista.

A lista?

Sim, quando se ausentou com as meninas, esta manhã, Mister Krueger apareceu e disse que eu passava a ocupar-me disso.

Que disparate! protestou Jenny. O Joe pode levar-me no carro.

Mister Krueger também disse que ficava com as chaves.

Compreendo. Preocupou-se em evitar que a mulher se apercebesse da sua perplexidade. Está bem, obrigada, Elsa.

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Quando a porta se fechou atrás da outra, notou que tremia. Erich teria levado as chaves do carro para se certificar de que Joe não o utilizava, ou haveria a possibilidade de suspeitar de que na verdade fora ela? Olhou em redor, na cozinha. No apartamento em que vivera, sempre que se enervava acalmava-se executando alguma tarefa de limpeza da casa. Todavia, a mansão achava-se positivamente imaculada.

Fixou os olhos nas caixas metálicas em cima do balcão, que ocupavam muito espaço e raramente eram usadas. Todos os aposentos da casa eram formais, frios e solenes. No entanto, faziam parte do seu novo lar. Erich decerto não se oporia a que imprimisse um pouco da sua personalidade ao ambiente.

Transferiu as caixas para uma prateleira da despensa. A mesa redonda e as cadeiras de carvalho estavam situadas exactamente no meio da cozinha. Junto da janela da parede sul, ficariam infinitamente mais utilitárias devido à proximidade do balcão, e, durante as refeições, seria agradável poder contemplar os campos. Por conseguinte, sem se preocupar com o facto de os pés da mesa riscarem o chão, arrastou-a para lá.

O tapete que se encontrava no quarto das garotas fora levado para o sótão, e Jenny decidiu que, se o dispusesse nas proximidades do fogão de ferro fundido e agrupasse o sofá, a cadeira e sofá da biblioteca, obteria uma espécie de refúgio aprazível na área da cozinha.

Animada de energia nervosa, dirigiu-se à sala, recolheu diversos objectos ornamentais dispersos pelos móveis e guardou-os num armário. Graças a um certo esforço, conseguiu retirar os cortinados bordados que impediam a entrada do sol na sala de jantar. O sofá da sala de estar era excessivamente pesado, mas logrou mudá-lo de lugar, apesar de ter de desenvolver esforços prodigiosos. No final, pareceu-lhe tudo mais arejado e convidativo.

Em seguida, percorreu os restantes aposentos do rés-do-chão, ao mesmo tempo que tomava mentalmente nota de ulteriores modificações. Depois, dobrou os cortinados cuidadosamente e levou-os para o sótão, onde não teve dificuldade em descobrir o tapete. Como era pesado, se não conseguisse transferi-lo para baixo sozinha, pediria ajuda a Joe.

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Verificou, porém, que não se desembaraçaria do empreendimento sem ter de recorrer ao rapaz e olhou em volta com curiosidade.

Atraiu-lhe a atenção uma caixa com artigos de toucador que ostentava as iniciais CBK e acercou-se para a examinar. Estaria fechada à chave? Após breve hesitação, levantou os dois fechos e abriu-a sem dificuldade.

Havia uma infinidade de artigos de utilidade pessoal numa espécie de tabuleiro. Cremes, produtos de maquilhagem e sabonetes de pinho. Por baixo, viu uma agenda encadernada, cuja data na capa tinha vinte e cinco anos de existência. Folheou-a distraidamente, inteirando-se do conteúdo sem interesse especial. «2 de Janeiro, dez horas da manhã, conferência professor Erich. 8 de Janeiro: jantar, Luke Garrett, os Meier, os Behrend. 10 de Janeiro: devolver livros biblioteca.» Abriu-a um pouco mais adiante. «2 de Fevereiro: gabinete juizes, nove da manhã.» Tratar-se-ia da audiência relativa ao divórcio? «22 de Fevereiro: encomendar stick hóquei para E.» E a última inscrição: «8 de Março: dia anos Erich.» Fora traçada a tinta azul-clara. A seguir, com uma caneta diferente: «Sete horas da tarde: voo 241 noroeste, Minneapolis para São Francisco.» Um bilhete não utilizado, de ida, apenso a essa página, com uma anotação por baixo.

No topo desta última, figurava um nome: «EVERETT BONARDI.» O pai de Caroline, sem dúvida. Jenny leu o texto inscrito com letra irregular: «Caroline, querida: A tua mãe e eu não estamos surpreendidos por te separares do John. Preocupamo-nos por causa do Erich, mas depois de lermos a tua carta concordamos que é preferível que fique com o pai. Desconhecíamos por completo as verdadeiras circunstâncias. Não temos passado muito bem de saúde, mas ansiamos por ter-te a nosso lado. Beijos.»

Dobrou o papel, tornou a guardá-lo na agenda e fechou a caixa. Que quereria Everett Bonardi dizer com «Desconhecíamos por completo as verdadeiras circunstâncias»?

Abandonou o sótão e foi espreitar no quarto das filhas, que continuavam a dormir. De súbito, experimentou uma contracção na garganta. Na parte superior de cada almofada, numa posição que parecia constituir um ornamento do

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cabelo, havia um pequeno sabonete redondo de pinho, cujo odor pairava na atmosfera.

Não são uns amores? sussurrou uma voz junto do seu ouvido.

Jenny rodou nos calcanhares, demasiado apavorada para conseguir gritar. Um braço magro e ossudo rodeou-lhe a cintura, enquanto a voz suave de Rooney Toomis acrescentava:

Gostamos tanto dos nossos bebés, não é verdade, Caroline?

Jenny conseguiu, com certo esforço, fazer a mulher sair do quarto sem acordar as filhas. Rooney não opôs resistência, embora não lhe retirasse o braço da cintura, o que tornou a descida da escada um pouco difícil.

Que diz a uma chávena de chá? sugeriu Jenny, procurando exprimir-se em tom normal, ao mesmo tempo que se perguntava como teria Rooney conseguido entrar. Provavelmente conservava uma chave da casa.

A mulher ingeriu a bebida em silêncio, sem desviar os olhos da janela.

A Arden adorava o bosque acabou por murmurar. Apesar de saber que não devia passar da orla, estava sempre a trepar às árvores. Sobretudo àquela apontou para um carvalho enorme, para observar os pássaros. Cheguei a dizer-lhe que foi presidente do clube 4-H durante um ano? Fez uma pausa e volveu o olhar para Jenny. Você não é Caroline articulou, intrigada.

Pois não. Chamo-me Jenny.

Tem razão, desculpe. Rooney suspirou. Acho que me tinha esquecido. Deu-me uma daquelas coisas periódicas. Julgava que ia chegar atrasada ao trabalho, por ter adormecido. Caroline não se importava, mas Mister Krueger era muito exigente, em termos de pontualidade.

E você tinha a chave da casa?

Esqueci-me dela. Por sorte, a porta não estava trancada. Mas já não tenho a chave, pois não?

Jenny tinha a certeza de que a porta da cozinha se encontrava fechada à chave. Por outro lado... Resolveu não insistir naquele ponto.

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Fui lá acima para fazer as camas, mas não era preciso. Depois, vi Caroline. Ou antes, vi-a a si.

E colocou os sabonetes de pinho nas almofadas das crianças?

Não. Deve ter sido Caroline. Era ela que adorava esse perfume.

Não merecia a pena insistir. A mente da mulher achava-se imersa numa confusão demasiado densa para poder separar a imaginação da realidade.

Costuma ir à igreja ou a reuniões, Rooney? Nunca a visitam pessoas amigas?

A interpelada abanou a cabeça e explicou:

Ia a todas as actividades com a Arden: à 4-H, às peças teatrais do liceu, aos concertos... Mas agora já não. O olhar começou a apresentar uma expressão mais desanuviada. Eu não devia estar aqui. Erich não vai gostar. As faces contraíram-se, como se a dominasse medo repentino. Promete não lhe dizer, nem ao Clyde?

Com certeza que não digo.

É como Caroline: bonita, amável e terna. Oxalá não lhe aconteça nada. Era uma pena, se acontecesse. Perto do fim, ela ansiava por abandonar isto. Recordo-me de a ouvir dizer: «Tenho o pressentimento de que me vai acontecer alguma coisa horrível. Estou completamente desamparada.» Com estas palavras, Rooney levantou-se para sair.

Não trouxe casaco?

Devo ter-me esquecido.

Um momento. Jenny foi buscar o seu casaco térmico ao armário. Vista isto. Repare, assenta-lhe perfeitamente. Abotoe a gola, que faz muito frio.

Erich não lhe dissera quase a mesma coisa, no primeiro almoço juntos no salão de chá em Nova Iorque? Teriam passado apenas dois meses?

Rooney olhou em volta, indecisa.

Se quiser, ajudo-a a pôr a mesa no seu lugar, antes que Erich chegue!

Agora, passa a ficar onde está.

Caroline também a levou para o pé da janela, mas John acusou-a de se querer exibir aos homens da herdade.

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Que respondeu ela?

Nada. Enfiou a capa verde e foi sentar-se na cadeira de balouço, lá fora. Como no quadro. Uma ocasião, disse-me que gostava de se sentar lá fora voltada para oeste, porque os pais viviam para aqueles lados. Tinha muitas saudades deles.

Nunca vinham visitá-la?

Nunca. No entanto, Caroline gostava da herdade. Tinha crescido na cidade, mas dizia com frequência: «O campo é muito bonito, muito especial no efeito que exerce em mim.»

Mas acabou por querer abandoná-lo?

Aconteceu uma coisa e decidiu partir.

O quê?

Não sei. Rooney baixou os olhos. Este casaco é muito bonito.

Então, pode ficar com ele. Quase nunca o visto.

E posso fazer as blusas para as suas meninas?

Sem dúvida. Gostava de ser sua amiga, Rooney. Jenny conservou-se à porta da cozinha, enquanto a mulher se afastava, encolhida para enfrentar o vento agreste.

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Era a expectativa que a atormentava mais. Estaria Erich zangado? Ter-se-ia apenas concentrado de tal modo na pintura que não queria interromper a inspiração com a comparência em casa? Deveria Jenny aventurar-se no bosque, tentar localizar a cabana e enfrentá-lo?

Não, afigurava-se-lhe desaconselhável.

Os dias pareciam-lhe intermináveis. As próprias filhas começaram a impacientar-se. «Onde está o papá?», era a pergunta que faziam a cada momento. Naquele breve lapso de tempo, Erich tornara-se imensamente importante para elas.

«Oxalá que Kevin não volte a procurar-me», pensava com insistência. «Queira Deus que nos deixe em paz.»

Passava os dias a preocupar-se com a casa, modificando a decoração, umas vezes radicalmente e outras apenas num pormenor quase insignificante. Elsa ajudou-a a retirar os pesados cortinados que restavam, não sem nítida relutância, até que Jenny julgou conveniente adverti-la com firmeza:

Já disse que os quero todos fora, e escusa de supor que consultarei Mister Krueger previamente.

Fora, a herdade apresentava-se cinzenta e deprimente. Enquanto a neve a cobrira, tivera uma beleza especial, e ela estava convencida de que, quando chegasse a Primavera, a paisagem voltaria a ser deslumbrante. Agora, porém, a lama

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congelada, os campos castanhos, as árvores sombrias e o céu encoberto contribuíam para a entristecer.

Erich regressaria a casa antes do seu aniversário? Dissera-lhe que se encontrava sempre presente na herdade, naquela data. Deveria cancelar o jantar que planeara?

Os serões sem ele eram infinitos. Em Nova Iorque, depois de as filhas se deitarem, ela costumava ler na cama, com uma chávena de chá ao seu alcance, na mesa-de-cabeceira. A biblioteca da mansão achava-se excelentemente abastecida, mas os volumes que continha não convidavam a uma leitura despreocupada. Estavam dispostos em secções uniformes, mais em conformidade com o tamanho e cor do que por autores e temas. Para Jenny, exerciam o mesmo efeito que o mobiliário com cobertura de plástico, e detestava tocar-lhes. O seu problema foi solucionado quando, numa das visitas ao sótão, descobriu um caixote com a indicação «LIVROS-CBK», do qual retirou com alegria duas obras conhecidas do seu agrado.

Mas embora a leitura se prolongasse, cada vez lhe era mais difícil adormecer. Toda a vida bastara-lhe fechar os olhos para mergulhar em sono profundo durante horas. Agora, acordava com frequência de sonhos indefinidos e, não obstante, assustadores, em que se moviam personagens sombrias.

A 17 de Março, na sequência de uma noite particularmente agitada, tomou uma decisão. Necessitava de mais exercício. Após o almoço, procurou Joe e foi encontrá-lo no escritório.

Quero aprender a montar, a partir de hoje anunciou com firmeza.

Vinte minutos mais tarde, equilibrava-se no dorso da égua e tentava obedecer às indicações de Joe para se manter erecta.

Descobriu que experimentava um prazer profundo. Esqueceu-se do frio, do vento agreste, do facto de os músculos começarem a ficar doridos e das marcas das rédeas nos dedos.

Tu, ao menos, concede-me uma oportunidade segredava

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a Moça de Fogo. É provável que cometa erros, mas sou novata na matéria.

Transcorrida uma hora, principiou a sincronizar os movimentos do corpo com os da montada. Em dado momento, viu que Mark a observava e acenou-lhe.

Está com uma figura impecável declarou ele. É a primeira vez que monta?

A primeiríssima. Jenny preparou-se para desmontar e ele apressou-se a segurar a brida.

É pelo outro lado que se desce advertiu.

Tem razão. Ela saltou para o chão com facilidade.

Foi muito bem aprovou Joe.

Obrigada. A próxima lição pode ser na segunda-feira. De acordo?

Quando quiser.

Mark acompanhou-a a casa.

O Joe tornou-se um seu admirador. Haveria uma sugestão de aviso na voz?

É bom instrutor e penso que o Erich ficará contente quando souber que aprendo a montar replicou Jenny, com um desprendimento forçado. Pelo menos, há-de surpreender-se.

Duvido. Esteve a observá-la por um bocado.

A observar-me?

Sim, durante quase meia hora, do bosque. Supus que não se aproximava para não a enervar.

Onde está agora?

Entrou em casa por uns momentos e depois regressou à cabana.

Ele esteve em casa? estranhou, consciente da estupefacção que se transmitia à voz.

Mark deteve-se, segurou-lhe o braço e voltou-a para si.

Que se passa, Jenny?

Encontravam-se quase à entrada, e ela proferiu numa inflexão tensa:

Tem estado na cabana desde que voltou de Atlanta e confesso que me sinto só. Habituada a um meio movimentado, a solidão e isolamento perturbam-me, por vezes.

Esperemos que esse estado de espírito não se agrave

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até amanhã. De qualquer modo, tentaremos animá-la. A propósito: tem a certeza de que quer que venhamos jantar?

A certeza, não tenho, porque nem sequer sei se o Erich estará em casa. E se o transferíssemos para o dia treze? Assim, celebrava-se o aniversário à parte. Se ainda não tiver regressado nessa altura, telefonarei e vocês decidirão se querem vir ou preferem ir divertir-se para outro lado.

Viremos, esteja o Erich em casa ou não. Ele segurou-lhe ambas as mãos. Aqui para nós, ele costuma implicar comigo, quando lhe acodem estas fases. No entanto, ao livrar-se delas, revela todas as suas boas facetas: inteligência, generosidade, talento, bondade.

Com um leve sorriso, apertou-lhas e afastou-se. Jenny entrou em casa, com um suspiro de resignação. Elsa preparava-se para sair e Tina e Beth sentavam-se no chão, entretidas com lápis de cor.

O papá trouxe-nos mais livros para colorir informou Beth. Não são bonitos?

Mister Krueger deixou um bilhete para a senhora. Elsa indicou um sobrescrito fechado em cima da mesa.

Jenny leu-lhe a curiosidade nos olhos e guardou-o na algibeira, limitando-se a murmurar:

Obrigada.

Aguardou que a mulher saísse e voltou a pegar nele para o abrir. A folha de papel coberta de caracteres enormes continha uma única frase: «Devias ter esperado para aprender a montar comigo.»

Mamã, mamã! Beth puxava-lhe a manga do casaco. Pareces agoniada.

Tentando sorrir, Jenny baixou os olhos para as filhas e viu que Tina franzia os lábios, prestes a chorar.

Não é nada, meus amores articulou, amarrotando o bilhete e fazendo-o desaparecer na algibeira. Foi uma tontura passageira.

Na verdade, acudira-lhe uma espécie de náusea ao ler as palavras glaciais e ominosas, traçadas na letra inconfundível do marido. «Isto não pode ser verdade», reflectia. «Não quer que vá às reuniões da paróquia. Não me deixa utilizar o carro.

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Agora, nem posso aprender a montar, enquanto se refugia no bosque para pintar.»

«Não estragues o nosso sonho, Erich», suplicou para consigo. «É impossível teres tudo. Não podes ocultar-te para pintar e esperar que fique imóvel numa cadeira à tua espera. Não acredito que sejas ciumento ao ponto de me impedires de proceder com sinceridade para contigo.»

Olhou em volta, quase desesperada. Devia recolher as suas coisas e regressar a Nova Iorque com as filhas? Se subsistia alguma esperança de evitar a destruição irreversível do seu relacionamento, impunha-se que ele se aconselhasse com alguém para dominar a atitude de proprietário que assumia.

Mas para onde iria? E com que dinheiro?

Não dispunha de um único dólar na carteira. Por conseguinte, não possuía fundos, nem lugar aonde se acolher ou emprego. E, sobretudo, não queria abandonar o marido.

De súbito, receou desmaiar e subiu à casa de banho, onde passou água fria pelo rosto, ao mesmo tempo que observava a expressão lívida no espelho.

Mamã. Mamã!

Tina e Beth tinham-na seguido e encontravam-se no corredor. Jenny ajoelhou junto delas e abraçou-as com fervor.

Magoas-me, mamã! protestou Tina.

Desculpa, Chocalho. O contacto com os pequenos corpos reanimou-a. Arranjaram uma mãe brilhante, não haja dúvida...

A tarde escoou-se com lentidão. Para passar o tempo, Jenny sentou-se com as garotas ao órgão e começou a ensinar-lhes a localizar as notas. Sem os pesados cortinados, era possível olhar pela janela da sala e contemplar o pôr do Sol. As nuvens tinham-se afastado e o céu apresentava-se friamente belo, nas tonalidades malva, laranja, ouro e rosa.

Por fim, deixou as filhas a martelar o teclado e encaminhou-se para a porta da cozinha que comunicava com o terraço a poente. Ignorando o frio, saiu para admirar os derradeiros clarões do dia, até que começou a escurecer.

Um movimento no bosque despertou-lhe a atenção e ela semicerrou as pálpebras, para tentar ver melhor. Alguém a

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observava, um vulto na sombra, quase totalmente encoberto pelo tronco do carvalho a que Arden costumava trepar.

Quem está aí? perguntou com rispidez.

O vulto retrocedeu para o arvoredo, como se não quisesse ser identificado.

Quem está aí? repetiu ela, e, unicamente consciente da intrusão na sua intimidade, desceu os degraus do terraço em direcção ao bosque.

Erich emergiu da sombra e começou a correr para ela, de braços estendidos.

Mas foi uma simples brincadeira, querida. Como podes ter imaginado outra coisa? Ele ergueu os olhos do bilhete amarfanhado que Jenny acabava de lhe mostrar e atirou-o ao lume. Pronto, desapareceu.

Entretanto, ela olhava-o com estranheza. Não deixava transparecer o mínimo nervosismo e sorria com naturalidade.

Custa-me a crer que o tomasses a sério acrescentou ele. Na verdade, até pensei que ficarias enaltecida por fingir que tinha ciúmes.

Erich! No entanto, enlaçou-a e pousou a face na dela.

Huum, que contacto tão delicioso!

Nem uma palavra acerca do facto de não se terem visto ao longo de uma semana. E o bilhete não fora uma simples brincadeira.

Por um momento, conservou-se frígida. Prometera a si própria esclarecer a situação de uma vez por todas; as ausências, o ciúme, o desaparecimento do correio, mas custava-lhe provocar uma discussão, pois na realidade tivera saudades dele. De repente, a casa parecia readquirir vida.

As garotas tinham ouvido vozes e irromperam na sala.

Papá, papá!

Ouvi-as tocar, suas mariolas. Erich ergueu-as nos braços. Em breve, terão de começar a aprender a sério.

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«Mark tem razão», cogitava Jenny. «Preciso de me munir de uma boa dose de paciência e dar tempo ao tempo.»

O jantar revestiu-se de um clima festivo. Ela preparara uma ementa apetitosa e ele foi buscar uma garrafa de Chablis à adega.

Cada vez é mais difícil trabalhar na cabana queixou-se. Em especial, quando penso que perco refeições como esta. Beliscou levemente a face de Tina. Não é divertido permanecer longe da família.

E do lar. Jenny julgou o momento apropriado para aludir às alterações que introduzira. Não te pronunciaste sobre as minhas mudanças.

Sou de compreensão lenta. Deixa-me assimilá-las a pouco e pouco.

Reagia melhor do que ela previra. Com um leve suspiro de alívio, levantou-se, contornou a mesa e rodeou-lhe o pescoço com os braços.

Tinha tanto medo de que ficasses aborrecido... Beth, que acabava de abandonar a mesa, reapareceu para perguntar:

Mamã gostas mais deste papá que do outro?

Jenny deplorou que a filha se lembrasse de abordar aquele tópico num momento tão pouco oportuno e tentou desesperadamente encontrar uma resposta conveniente. No entanto, só lhe ocorreu a verdade.

Gostava do outro quase apenas por tua causa e da Tina. Porque queres saber? Virou-se para Erich. Há semanas que não falavam no Kevin.

Beth apressou-se a apontar para ele e informar:

Porque este papá me perguntou se gostava mais dele que do outro.

Não me parece próprio discutir isso com as crianças, Erich.

Concordo contigo admitiu ele, algo embaraçado. Creio que estava ansioso por ver se a recordação dele começava a atenuar-se. Pôs-se de pé e abraçou-a. E a tua recordação, querida?

Jenny levou mais tempo do que o habitual a dar banho às

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filhas. Afigurava-se-lhe calmante observar o seu prazer destituído de complicações, enquanto chapinhavam na banheira. Por fim, envolveu-as em espessas toalhas e friccionou os pequenos corpos. Quando lhes abotoava o pijama, reparou que os dedos tremiam. «Estou a ficar numa pilha de nervos», reconheceu para consigo. «Sinto-me tão perturbada que me acode uma noção de culpa à minha observação do Erich. Maldito Kevin...» Em seguida, as garotas iniciaram as orações habituais.

Deus proteja a mamã e o papá entoou Tina. Fez uma pausa e perguntou: Pedimos que proteja também o outro papá?

Jenny mordeu os lábios. Fora Erich que principiara aquilo. Agora, ela via-se impossibilitada de dizer às filhas que não incluíssem Kevin nas suas orações. Em todo o caso...

Porque não Lhe pedem que proteja todos? sugeriu. Enquanto lhes aconchegava a roupa da cama, reflectia que cada noite que passava sentia mais relutância em voltar lá para baixo. Quando estava só, a casa parecia demasiado grande e silenciosa. Nos dias ventosos, registavam-se uivos ameaçadores no arvoredo que cortavam a quietude.

E agora que Erich voltara, ela não sabia o que devia esperar. Ficaria ou regressaria à cabana?

Quando entrou na cozinha, viu que ele fizera café.

Elas deviam parecer-te muito sujas, para lhes consagrares tanto tempo.

Jenny decidira pedir-lhe as chaves do carro, todavia ele não lhe concedeu a oportunidade. Pegou no tabuleiro com o serviço de café e propôs:

Sentemo-nos na sala da frente, para eu absorver as tuas alterações.

Jenny descreveu a operação a que se dedicara, salientando que se limitara a mudar de lugar alguns móveis e retirar os objectos menos interessantes, para permitir um melhor realce das peças mais valiosas.

Onde guardaste tudo?

Os cortinados levei-os para o sótão e os objectos pequenos coloquei-os numa prateleira da despensa. Não achas preferível a mesa de mogno por baixo de Recordação de Caroline?

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O estofo do sofá sempre me pareceu dissonante, tão perto do quadro.

É possível.

Ela não conseguia determinar a natureza da reacção e, com certo nervosismo, procurou preencher o silêncio que se estabelecera com comentários banais.

Não te parece que, com a luz a incidir desta maneira, o rapaz se vê melhor? Da outra, o rosto ficava na sombra.

Isso é mais impressão tua que outra coisa. O rosto da criança não figura em primeiro plano. Devias sabê-lo, como antiga funcionária de uma galeria de arte proeminente. E Erich fez seguir as últimas palavras de uma leve risada.

Pretenderia incutir-lhes um aspecto humorístico? Jenny pegou na chávena e apercebeu-se de que a mão tremia. No instante imediato soltou-se-lhe dos dedos e o café verteu-se no sofá e na carpeta oriental.

Porque estás tão nervosa, querida? O semblante dele contraiu-se com sulcos de apreensão, enquanto principiava a absorver o líquido com o guardanapo.

Não esfregues advertiu ela, correndo para a cozinha, a fim de se munir de um pano e um frasco de tira-nódoas, que começou a aplicar.

Passados uns minutos, soltou um suspiro de alívio.

Creio que desapareceu quase tudo declarou, endireitando-se com lentidão. Desculpa.

Não te preocupes com isso. Gostava era de saber porque estás enervada. Sim, porque não restam dúvidas a esse respeito. Tomemos o caso do bilhete, por exemplo. Umas semanas atrás, terias compreendido que não passava de uma brincadeira da minha parte. O sentido do humor constitui uma das facetas mais encantadoras da tua personalidade. Não o percas, por favor.

Lamento... Reconheceu que ele tinha razão e resolveu mencionar o encontro com Kevin. O verdadeiro motivo do meu...

A campainha do telefone interrompeu-a.

Atende tu, por favor, Jenny.

Não deve ser para mim.

Nunca se sabe. O Clyde diz que, a semana passada,

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cortaram a ligação várias vezes, por não quererem deixar um recado gravado.- Foi por isso que lhe pedi que não o desligasse, esta noite.

Ela precedeu-o em direcção à cozinha, percorrida por uma sensação de fatalidade, convencida de que era Kevin.

Até que enfim que oiço a tua voz e não aquela maldita máquina de gravar! O tom dele denunciava descontracção absoluta. Como estás?

Bem, obrigada, Kev. Jenny sentia os olhos de Erich cravados no seu rosto, além de que se inclinava para o aparelho, a fim de escutar as palavras proferidas do outro lado do fio. Que pretendes?

Que partilhes da boa nova. Pertenço oficialmente ao elenco da companhia do Guthrie Theater.

Parabéns replicou friamente. Mas não quero que me telefones. Proíbo-te mesmo que o faças. Erich tem razão a esse respeito e contraria-o que contactes comigo.

Telefono as vezes que me apetecer. Comunica-lhe que pode rasgar os documentos de adopção, porque vou levar o assunto aos tribunais para a suspender. Não me oponho a que as miúdas fiquem contigo e pagarei uma pensão, mas continuarão a usar o nome de MacPartland. Quem sabe? É possível que, um dia, a Tina e eu interpretemos um sketch de Tatum e Ryan ONeal. Está ali uma grande actriz em embrião. Bem, não te tomo mais tempo. Voltarei a dar notícias. Adeusinho.

Ele pode suspender a adopção? murmurou ela, pousando o auscultador num gesto automático.

Pelo menos, pode tentar, mas duvido que seja bem sucedido. Erich exprimia-se em tom glacial e os olhos exibiam uma expressão acerada.

Um sketch de Tatum e Ryan O'Neal, santo Deus! Eu quase o admiraria, se acreditasse que estima as filhas sinceramente. Mas isso!---

Eu predisse que cometias um erro ao deixá-lo sugar-te dinheiro. Se lhe movesses um processo por não te pagar a pensão, tinhas-te livrado dele há dois anos.

Como sempre, tinha razão. De súbito, Jenny sentiu-se infinitamente cansada e a náusea que experimentara antes reapareceu.

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Vou-me deitar anunciou repentinamente. Ficas em casa, esta noite?

Ainda não sei.

Muito bem.

Começou a encaminhar-se para a escada, mas ele alcançou-a antes de acabar de cruzar o vestíbulo.

Jenny...

Voltou-se lentamente.

Sim, Erich?

Eu sei que não tens culpa de MacPartland te importunar. Os olhos dele revelavam ternura. Não devia aborrecer-me contigo.

Dificultas tudo muito mais, quando tal acontece.

Havemos de superar esta fase. Deixa passar os próximos dias e estarei então em condições de arrepiar caminho. Tenta compreender. Talvez seja porque a minha mãe prometeu estar sempre presente no meu aniversário. A depressão que me acode nesta altura resulta sem dúvida disso. Sinto a sua proximidade... a sua perda. Procura perdoar-me, quando te magoo. Não o faço voluntariamente. Amo-te.

Abraçaram-se com arrebatamento e, após um silêncio, Jenny suplicou:

Que seja o último ano que reages assim. Por favor... Vinte e cinco anos. Um quarto de século. Caroline teria agora cinquenta e sete e continuas a vê-la como uma jovem que morreu em circunstâncias trágicas. Foi, de facto, uma tragédia, mas pertence ao passado. Regressa à vida, Erich. Deixa-me partilhar a tua vida, mas realmente. Recebe os teus amigos. Mostra-me o teu estúdio. Compra-me um carro pequeno para as minhas voltas, ir a uma galeria de arte ou levar as pequenas ao cinema, quando estás a pintar.

Queres poder encontrar-te com Kevin, hem?

Oh, meu Deus! Desprendeu-se com um movimento brusco. Deixa-me ir para a cama. Na verdade, não me sinto bem.

Ele não a seguiu ao quarto. Antes, porém, ela visitou o das filhas, que dormiam profundamente.

Quando entrou no quarto principal, o odor a pinho acudiu-lhe imediatamente às narinas, e parecia mais intenso

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que habitualmente. Seria porque se sentia indisposta? Pousou os olhos na saboneteira de cristal e decidiu transferi-la para o quarto de hóspedes, no dia seguinte. Desejava ardentemente que Erich passasse a noite em casa. E se Kevin começasse a importuná-los com telefonemas constantes e suspendesse a adopção? Se, por outro lado, o tribunal lhe concedesse o direito de visitar as filhas periodicamente, a situação tornar-se-ia insustentável para Erich e o casamento acabaria por naufragar.

Meteu-se na cama e abriu o livro, mas não conseguia concentrar-se. Sentia as pálpebras pesadas e o corpo doía-lhe em lugares pouco usuais. Joe prevenira-a de que a lição de equitação produziria algumas mazelas. «Há-de ter dores em músculos que nem sabia que possuía», afirmou.

Por fim, apagou a luz. Pouco depois, ouviu passos no corredor. Erich? Soergueu-se, todavia o som continuou em direcção ao sótão. Alguns minutos mais tarde, notou que ele descia, com ruídos surdos, como se arrastasse um corpo pesado.

Preparava-se para se levantar, a fim de averiguar o que ocorria, quando detectou sons em baixo, como se móveis fossem mudados de lugar.

Fez-se-lhe luz no espírito. O marido fora ao sótão buscar a caixa que continha os cortinados e agora colocava a mobília nos sítios anteriores.

De manhã, quando desceu, Jenny viu-os de novo pendurados, enquanto tudo o resto reocupara as posições do passado e as plantas haviam desaparecido. Mais tarde, descobriu-as no contentor do lixo, atrás do celeiro.

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Jenny percorreu lentamente os aposentos do rés-do-chão pela segunda vez. O marido não cometera a mínima omissão ao repor os objectos nos lugares primitivos, incluindo uma hedionda escultura que representava um mocho, e ela guardara num armário pouco utilizado, junto do fogão.

Embora calculasse o que devia esperar, a rejeição absoluta dos seus desejos e gosto chocava-a. Por último, fez café e voltou para a cama. Tremendo, puxou os cobertores para o peito e reclinou-se na almofada. Seria mais um dia frio e tenebroso. O céu estava encoberto e formara-se neblina intensa, o que não impedia que soprasse vento forte.

Era o dia oito de Março, trigésimo quinto aniversário de Erich e vigésimo quinto da morte de Caroline. Porventura, naquela última manhã, ela acordara amargurada por ter de se separar do seu único filho? Ou, ao invés, entretivera-se a contar as horas que faltavam para poder abandonar aquela casa?

Passou os dedos pela fronte, dominada por uma dor surda. O sono revelara-se mais uma vez desprovido de repouso. Sonhara com Erich, sempre com a mesma expressão no rosto, uma expressão que ela não conseguia entender. Quando regressasse a casa teriam uma conversa clara. Pedir-lhe-ia que a acompanhasse a alguém que os pudesse aconselhar. Se ele recusasse, ponderaria a possibilidade de partir para Nova Iorque com as filhas.

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Onde se instalariam?

Talvez o seu antigo emprego estivesse disponível e Kevin lhe emprestasse dinheiro para as passagens de avião. Emprestasse! Devia-lhe centenas de dólares. Fran deixá-las-ia instalarem-se no seu apartamento durante uma temporada. Era penoso fazer semelhante pedido a alguém, mas a amiga concordaria sem relutância.

«Não tenho um cêntimo, mas não é isso que me preocupa», reflectiu. «Não quero abandonar o Erich. Amo-o. Desejo passar o resto da minha vida com ele.»

Continuava com frio e decidiu que um banho de chuveiro quente o atenuaria. Depois, vestiria a camisola de argyll que guardara no armário.

Quando o abriu, compreendeu o que a preocupara subconscientemente.

Ao levantar-se, retirara de lá o roupão. Contudo, na véspera, deixara-o no banco do toucador, agora no lugar usual, meticulosamente direito.

Não admirava que tivesse sonhado com o rosto de Erich. Decerto se apercebera subconscientemente da sua presença no quarto. Porque não ficara? Jenny estremeceu. Sentia a pele arrepiada, mas não era de frio. Tinha medo. De Erich, seu próprio marido? «Evidentemente que não», disse a si mesma. «Receio a sua rejeição. Veio ter comigo e depois abandonou-me.» Teria regressado à cabana durante a noite, ou dormira em casa?

Enfiou o roupão, calçou os chinelos e saiu para o corredor. A porta do quarto da juventude dele encontrava-se fechada. Apurou os ouvidos, mas não detectou o menor som. Por fim fez rodar o puxador e espreitou.

Erich estava encolhido na cama, envolto na colcha de desenhos alegres, achando-se visível apenas a parte esquerda da cabeça até à orelha. Jenny entrou com lentidão e apercebeu-se de um leve odor familiar. Inclinou-se para o marido, que mergulhava o rosto na camisa de dormir água-marinha.

Ela e as crianças estavam quase a terminar o pequeno-almoço quando Erich apareceu. Nem o café quis tomar. Já vestira um pesado parka e segurava uma espingarda de caça

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aparentemente dispendiosa, que Jenny olhou com nervosismo.

Não sei se volto esta noite anunciou ele. Ainda não decidi o que farei. Passarei por aí o dia, na propriedade.

Está bem.

Não voltes a mudar os lugares dos móveis. A maneira como os tinhas colocado não me agradou.

Já tinha dado por isso redarguiu Jenny, em voz átona.

É o dia dos meus anos. O tom dele era agudo, jovem, como a voz de um rapaz. Não me dás os parabéns?

Prefiro esperar por sexta-feira à noite. O Mark e a Emily vêm cá jantar e comemoraremos então a data. Não preferes assim?

É possível. Erich aproximou-se, e o aço frio da arma contactou com o braço dela. Amas-me, Jen?

Sim.

E nunca me abandonarás?

Não gostaria de ter de o fazer.

Foi exactamente o que Caroline disse. Assumiu uma expressão pensativa.

Beth, que até então se mantivera silenciosa, assim como a irmã, perguntou:

Posso ir contigo, papá?

Hoje, não. Diz-me como te chamas.

Beth Crueger.

E tu, Tina?

Tina, Crueger.

Muito bem. Hei-de trazer presentes para as duas. Beijou-as e voltou-se de novo para Jenny. Em seguida, apoiou a espingarda no fogão, pegou-lhe nas mãos e fê-las deslizar pelo seu cabelo. Gostas? murmurou.

Fitava-a com intensidade, como durante o sonho. Com uma ponta de ternura, ela começou a acariciar-lhe a cabeça, reflectindo que tinha um aspecto muito vulnerável e, na véspera, não conseguira reconfortá-la.

É óptimo proferiu Erich, sorrindo. Obrigado. Tornou a pegar na espingarda e dirigiu-se para a porta. Adeus, meninas. Voltou a sorrir a Jenny, hesitou e disse:

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Tive uma ideia, querida. Vamos jantar fora, esta noite, só os dois. Peço à Rooney e ao Clyde que tomem conta das pequenas.

Eu adorava, Erich! exclamou ela, reflectindo que se o marido começava a partilhar com ela aquela data, era um bom sinal, porventura um presságio de melhores dias.

Vou telefonar para reservar mesa para as oito horas no Groveland Inn, sem dúvida o melhor restaurante das redondezas.

«O Groveland Inn, onde se encontrara com Kevin!» Jenny sentiu-se dominada por um nervosismo difícil de dissimular.

Joe esperava-as, quando Jenny e as filhas chegaram ao estábulo. No entanto, o habitual sorriso de boas-vindas achava-se ausente e o rosto apresentava traços de apreensão.

O tio Josh apareceu aí, esta manhã, bêbado como um cacho, e a minha mãe correu com ele. Quando saiu, deixou a porta aberta e o Randy escapou-se. Oxalá não lhe aconteça nada, porque não está habituado aos carros.

Vai procurá-lo indicou ela.

Mister Krueger não aprovaria...

Não te preocupes, Joe. Tratarei de o informar da situação. As meninas ficavam inconsoláveis se acontecesse alguma coisa ao Randy. Fez uma pausa, enquanto ele se afastava. Bem, vamos ao nosso passeio. Visitarão os póneis mais tarde.

Elas correram à frente da mãe nos campos, as botas de borracha produzindo sons suaves ao pisarem a neve, que começava a derreter-se, e Jenny cogitou que, afinal, talvez a Primavera se antecipasse um pouco. Tentou imaginar os campos verdejantes e as ramagens das árvores, de momento desnudas, repletas de folhagem.

O próprio vento perdera parte da agressividade. Nas pastagens a sul, as reses baixavam a cabeça, como que à espreita dos primeiros rebentos para se alimentarem.

«Gostava de cultivar um jardim», admitiu para consigo. «Não entendo nada de jardinagem, mas posso aprender.» Talvez fosse por necessitar de exercício que se sentia praticamente extenuada. Não se tratava apenas de nervos. A antiga sensação

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de incerteza e apreensão reaparecera. Todavia, a par disso, existia algo, um semiaturdimento, que lhe provocava uma suspeita de natureza diferente. Seria possível que?...

Sem dúvida que era.

Engravidara.

Os sintomas eram inconfundíveis e irrefutáveis. Que notícia maravilhosa para transmitir a Erich, naquela noite! Ele desejava um filho para herdar a propriedade. Por outro lado, o pessoal de serviço no restaurante decerto não seria o mesmo de durante o dia. Tudo correria bem. O filho de Erich...

Olha o Randy, mamã! gritou Tina.

Ainda bem disse Jenny. O Joe estava tão preocupado. Vem cá, Randy!

O cachorro devia ter vindo através do pomar e, ao ouvi-la, deteve-se e olhou-a, enquanto Beth e Tina corriam para ele, e, com um latido de alegria, indiferente aos gritos de Jenny, começou a correr em direcção aos campos. «Deus queira que Erich não o oiça», reflectia ela. Com efeito, ele ficaria furioso se Randy assustasse as vacas.

No entanto, ele não se dirigia para a área de pasto, pois alterou subitamente o rumo e seguiu para o limite leste da propriedade.

O cemitério. Dirigia-se directamente para lá, e Jenny recordou-se de Joe referir que o cachorro gostava de escavar o chão em volta da casa. «Parece empenhado em chegar à China por aí», salientara, numa ocasião. «Se descobre um palmo de terra onde a neve principia a derreter-se, começa a trabalhar com as patas.»

Se decidisse fazer o mesmo nas sepulturas...

Ela ultrapassou as filhas na perseguição do animal, ao mesmo tempo que o chamava, mas não tardou a calar-se, com receio de que Erich a ouvisse. Respirando pesadamente, contornou a fiada de pinheiros noruegueses que antecediam o cemitério e penetrou na clareira. O portão encontrava-se aberto e o cão saltitava com entusiasmo entre as sepulturas. No seu canto isolado, a de Caroline encontrava-se coberta com um tapete de rosas recentes, que ele não hesitou em começar a pisar.

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Quando descortinou o brilho metálico entre as árvores, Jenny compreendeu imediatamente de que se tratava.

Não, por favor gritou, alarmada. Não dispares, Erich!

Ele emergiu do arvoredo e apontou a espingarda cautelosamente.

A denotação espantou alguns pardais entre as ramagens, enquanto o cachorro, com um latido de dor, caía pesadamente e o pequeno corpo afundava-se nas rosas. Ante a expressão horrorizada, Erich puxou o gatilho segunda vez, pondo termo ao som plangente.

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Mais tarde, Jenny recordou-se das horas subsequentes como se não tivessem passado de um pesadelo. Conservava bem nítida na memória a preocupação com que impedira que as filhas se inteirassem do sucedido.

Temos de voltar para casa indicou, pegando-lhes na mão.

Mas queremos brincar com o Randy.

Esperem aqui ordenou, deixando-as em casa. Não voltem a sair.

Erich, em mangas de camisa, transportava o corpo imóvel de Randy, com o parka em que o envolvera coberto de sangue.

Julguei que era um cão vadio, Joe. Como sabes, muitos deles estão raivosos. Se me tivesse apercebido...

Não o devia ter embrulhado no seu parka novo, Mister Krueger articulou o rapaz, esforçando-se por dominar as lágrimas.

Porque foste tão cruel, Erich? Disparaste duas vezes. Alvejaste-o depois de eu te chamar!

Não havia outra solução, querida. A primeira bala partiu-lhe a coluna. Supunhas-me capaz de o deixar assim? Fiquei apavorado, quando vi as pequenas atrás de um cão vadio. Uma criança esteve às portas da morte, o ano passado, por ter sido mordida por um deles.

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Clyde, que transferia o peso do corpo de um pé para o outro, visivelmente pouco à vontade, observou:

Não se podem ter animais de estimação numa herdade, Mistress Krueger.

Lamento ter-lhe dado tanto trabalho, Mister Krueger murmurou Joe, em tom de desculpa.

A cólera de Jenny dissipou-se em confusão, enquanto o marido prometia:

Hei-de substituir o cachorro por um bom caçador, Joe.

Não é necessário, Mister Krueger. No entanto, a voz do rapaz continha uma intonação de esperança.

Joe pegou no corpo do cão, a fim de o enterrar nas proximidades de sua casa. De regresso à mansão, Erich insistiu em que Jenny repousasse no sofá, após o que lhe foi buscar uma chávena de chá fumegante.

Às vezes, esqueço-me de que a minha mulherzinha é uma moça da cidade declarou, com um leve sorriso, e retirou-se.

Vão ter de comer depressa anunciou Jenny às filhas. O papá e eu vamos sair.

Também quero ir apressou-se Tina a informar.

Fica para outra vez.

Ao mesmo tempo que pronunciava estas palavras, ela não se surpreendia de que as garotas quisessem acompanhá-los, pois as escassas saídas verificadas envolviam sempre a presença obrigatória delas, por desejo expresso por Erich. Quantos padrastos se mostrariam tão atenciosos?

Dedicou profundo cuidado aos seus preparativos. Após um banho quente prolongado, que perfumou com pinho, não sem hesitação prévia lavou o cabelo e escolheu um penteado totalmente diferente do que usara no encontro com Kevin, preocupação que tornou extensiva ao vestuário.

Erich entrou no quarto, no momento em que ela apertava o fecho do medalhão, e murmurou:

Vestiste-te especialmente para mim, Jen. O verde fica-te muito bem.

Visto-me sempre especialmente para ti afirmou ela,

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rodeando-lhe o rosto com as mãos. Sempre o fiz e continuarei a fazer.

Por incrível que pareça, consegui terminar o trabalho esta tarde acrescentou ele, mostrando a tela de que se fazia acompanhar.

Representava uma cena primaveril, com um vitelo recém-nascido semioculto numa depressão do terreno e a mãe ao lado, vigilante, com o olhar fixo nas outras reses, como que para as desencorajar de se aproximarem. Os raios solares filtravam-se por entre os troncos de pinheiros e o sol era uma estrela de cinco pontas. O conjunto tinha a aura de um quadro da Natividade.

Jenny olhou-a demoradamente e apercebeu-se de que todos os seus sentidos reagiam à profunda beleza do que tinha na sua frente.

É extraordinário admitiu, por fim, num murmúrio. Irradia tanta ternura...

Há pouco, chamaste-me cruel.

Cometi um erro estúpido e indesculpável. Tencionas levar esta tela à próxima exposição?

Não, querida. É uma oferta para ti.

Jenny puxou a gola do casaco para o rosto, quando entraram no restaurante. Na visita anterior, estivera tão ansiosa por se retirar com prontidão que quase não se apercebera dos pormenores do local. Agora, verificava que, com as alcatifas vermelhas, mobiliário de pinho, iluminação difusa, cortinados coloniais e lareira acolhedora, o ambiente era deveras atraente, e os seus olhos desviaram-se involuntariamente para o «reservado» que ocupara com Kevin.

No instante imediato, descobriu que a empregada os conduzia naquela direcção, e Jenny conteve o alento, porém a rapariga prosseguiu em frente e acabou por lhes indicar uma mesa junto da janela, ao lado da qual, em cima de um banco, se via uma garrafa de champanhe num balde prateado.

Depois de cheias as taças, ela ergueu a sua e proferiu:

Feliz aniversário, querido.

Obrigado.

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Sorveram a bebida e conservaram-se silenciosos por um momento.

Erich, de casaco de tweed cinzento-escuro, gravata estreita preta e calça de flanela da mesma cor, exibia um ar pensativo. Por fim, estendeu a mão, para a pousar na de Jenny, e murmurou:

Gosto de te levar a lugares que visitas pela primeira vez.

Agrada-me estar em toda a parte... em qualquer parte, contigo replicou ela, consciente da tensão na voz.

Creio que foi por isso que te deixei aquele bilhete. Tinhas razão. Não o fiz por brincadeira, mas com ciúmes do Joe por te ensinar a montar. Queria partilhar dos teus primeiros momentos com a Moça de Fogo. No fundo, é como se te tivesse oferecido uma jóia e a usasses para agradar a outro homem.

Pensei apenas em não te importunar com o á-bê-cê da equitação.

Passa-se algo do género com a casa. Quatro semanas depois de chegares, pretendes transformar um tesouro histórico num estúdio de Nova Iorque, com janelas vazias de cortinados e tudo. Posso sugerir uma prenda de anos para mim, querida? Gasta algum tempo a averiguar quem sou... quem nós somos. Acusaste-me de crueldade por abater um animal que supus capaz de atacar as nossas filhas. Se me permites a imagem, de uma maneira diferente, fizeste fogo à queima-roupa sem justificação. E devo acrescentar o seguinte: tens a distinção de ser a primeira mulher da família Krueger, em quatro gerações, que provoca uma cena diante do pessoal. Caroline desmaiava imediatamente, se a alternativa consistisse em criticar o meu pai publicamente.

Não sou Caroline lembrou Jenny, a meia voz.

Tenta compreender que não sou cruel para os animais, nem inconscientemente rígido. Naquela primeira noite no teu apartamento, vi que não entendias porque me surpreendia que desses dinheiro a MacPartland, e aconteceu o mesmo no dia do nosso casamento. Mas a situação começa a assediar-nos com frequência, hem?

«Se soubesses até que ponto...», reflectiu, amargurada.

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O chefe de mesa aproximou-se com a ementa e um sorriso profissional.

E agora, querida, consideremos que desanuviámos um pouco a atmosfera acrescentou Erich. Apreciemos o jantar, que sem dúvida será excelente, e lembra-te que prefiro estar aqui contigo neste momento do que com qualquer outra pessoa do mundo.

Quando regressaram a casa, Jenny vestiu propositadamente a camisa de dormir água-marinha. A refeição chegara ao fim sem que revelasse a gravidez ao marido, por estar demasiado abalada pela verdade contida nas suas observações. Dir-lho-ia na cama, quando a apertasse nos braços.

No entanto, Erich não dormiu com ela.

Preciso de estar absolutamente só. Voltarei na quinta-feira.

Jenny não se atreveu a protestar.

Não mergulhes noutra fase de criatividade que te leve a esquecer o jantar de sexta-feira, com Mark e Emily.

Não me esquecerei prometeu ele, olhando-a por um momento, quando já se encontrava deitada.

Em seguida, retirou-se sem a beijar e ela viu-se mais uma vez só no quarto cavernoso, para imergir na nova fase de sono agitado repleto de sonhos que começava a constituir um modo de vida.

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Apesar de tudo, os preparativos do jantar com convidados representou uma diversão agradável. Jenny desejava encarregar-se pessoalmente das compras, mas não quis provocar nova situação tensa pedindo a Erich que lhe entregasse as chaves do carro. Assim, limitou-se a elaborar uma longa lista para Elsa.

Amêijoas à Saint-Jacques comunicou o marido, quando chegou a casa, sexta-feira de manhã. A minha receita é irresistível. E dizes que o Mark aprecia a carne assada?

Continuou a falar, disposta a superar a perceptível frieza dele, convencida de que desapareceria quando lhe anunciasse a gravidez.

Entretanto, Kevin não voltara a telefonar. Era possível que tivesse conhecido alguma mulher, porventura uma figura do elenco como ele, com a qual se envolvera. Nessa eventualidade, não daria sinais de vida durante algum tempo. Se necessário, quando a adopção fosse tornada legal, tomariam| medidas legais adequadas para que não tornasse a importuná-los. Ou, se procurasse bloquear os trâmites usuais, Erich trataria, como último recurso, de o subornar. E, para consigo, Jenny rogava: «Deus permita que as pequenas tenham um lar, uma verdadeira família. Oxalá as minhas relações com Erich voltem ao clima normal.»

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Na noite do jantar, decidiu utilizar a loiça de Limoges. Mark e Emily deviam chegar às oito, e Jenny descobriu que estava ansiosa por conhecer esta última. Após o nascimento de Beth e Tina, perdera quase todos os contactos com as amigas, em virtude do tempo que as filhas lhe absorviam. Por conseguinte, acalentava a veemente esperança de manter excelentes relações com Emily.

Quando o revelou a Erich, surpreendeu-se com a resposta dele:

Duvido. Houve uma altura em que os Hanover encararam com entusiasmo a perspectiva de me ter como genro. Roger Hanover é presidente do banco de Granite Place, pelo que faz uma ideia muito concreta do meu valor financeiro.

Saías com ela?

Uma vez por outra, mas não estava interessado, nem desejava envolver-me numa situação que poderia revelar-se desconfortável. Estava à espera da mulher perfeita, como sabes.

As tuas expectativas acabaram por se tornar realidade ironizou Jenny.

Espero bem que sim, querida.

Ele beijou-a e ela estremeceu levemente, tentando persuadir-se de que não falava a sério.

Depois de levar as filhas para a cama, vestiu uma blusa de seda branca com punhos rendados e saia alongada de várias cores. Quando se observou ao espelho, descobriu que apresentava uma palidez mortal, pelo que aplicou um pouco de rouge.

Erich, que levara o tabuleiro do chá para a sala, contemplou-a com curiosidade e, depois, aprovação, no momento em que entrou.

Gosto desse conjunto, Jen.

Ainda bem, porque pagaste uma quantia elevada por ele.

Julgava que não te agradava, pois nunca o tinhas vestido.

Parecia-me demasiado elegante para andar por casa. Ele aproximou-se e perguntou:

Isso que tens na manga é uma nódoa?

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Isto aqui? Trata-se apenas de uma pequena marca de pó. Já vinha assim da loja.

Então, ainda não o tinhas usado?

A que se deveria aquele interrogatório? Seria apenas a reacção natural de uma pessoa demasiado sensível por lhe ocultarem uma coisa?

É a primeira vez, palavra de honra.

O carrilhão da porta constituiu uma interrupção acolhida com satisfação, pois Jenny começava a sentir a garganta seca. «As coisas chegaram a um ponto que tenho sempre medo de me denunciar, quando falo com ele, mesmo que não exista o mínimo motivo para tal», reconheceu para consigo.

Mark trajava com elegância e a mulher que o acompanhava aparentava uns trinta anos, de estatura mediana, olhos curiosos e cabelo louro-escuro que roçava a gola do impecável vestido de veludo castanho. Jenny decidiu para consigo que Emily nunca experimentara um instante de falta de confiança em si própria e não tentou sequer dissimular a inspecção a que submeteu a dona da casa.

Como deve calcular, tenho de a descrever a todas as pessoas da vila, pois reina uma curiosidade avassaladora. A minha mãe entregou-me a lista das vinte perguntas que lhe devo fazer com a necessária discrição. Até agora, não se pode dizer que tenha estado muito disponível para a comunidade.

Antes que pudesse responder, Jenny sentiu o braço de Erich rodear-lhe a cintura.

Se nos ausentássemos em lua-de-mel durante dois meses, ninguém ficava a magicar interpôs ele. No entanto, como a Jenny diz, uma vez que decidimos passá-la em casa, Granite Place em peso indigna-se por até agora não ter vindo acampar para a nossa sala.

«Eu nunca disse isso!», indignou-se Jenny, intimamente, enquanto via Emily semicerrar as pálpebras.

Quando tomavam cocktails, Mark aguardou que Erich e Emily imergissem em diálogo separado e comentou:

Acho-a pálida. Tem passado mal de saúde?

Pelo contrário. Jenny esforçou-se por revelar desprendimento. Sinto-me óptima.

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O Joe falou-me do cachorro. Ao que parece, ficou muito impressionada.

Tenho de me habituar a compreender que as coisas são diferentes, aqui. Em Nova Iorque, desfazemo-nos em lágrimas se um cão vadio é capturado e abatido. E, se alguém se oferece para o adoptar, erguemo-lo em triunfo.

Suponho que não mudou nada? disse Emily, olhando em volta. Não sei se o Erich lhe falou disso, mas sou decoradora de interiores e, no seu lugar, livrava-me destes cortinados. Não nego que são bonitos, mas encobrem as linhas harmoniosas da janela.

Jenny aguardou que ele a defendesse.

Tudo indica que a Jen não concorda contigo proferiu com suavidade e um sorriso condescendente.

«Isso é injusto!», reflectiu ela. Deveria contradizê-lo? «... a primeira mulher da família Krueger, em quatro gerações, que provoca uma cena diante do pessoal.» E se fosse uma cena diante dos amigos? Mas que dizia Emily?

.. e também nunca estou em paz com a minha consciência se não mudo as coisas de lugar, embora talvez não seja esse o seu interesse. Constou-me que é igualmente artista.

O mau momento passara. Era demasiado tarde para corrigir a impressão que Erich produzira.

Não sou propriamente artista esclareceu Jenny. Tirei o curso de Belas-Artes e trabalhei numa galeria em Nova Iorque. Foi aí que conheci o Erich.

Também me inteirei disso. O vosso romance-relâmpago criou um verdadeiro rebuliço, nestas paragens. Que pensa da nossa vida rural, em comparação com o Big Apple?

Ela escolheu as palavras meticulosamente. Tinha de dissipar a impressão que, em sua opinião, Erich insuflara nas mentes dos convidados, atribuindo-lhe desdém pelos habitantes locais.

Tenho saudades dos meus amigos, sem dúvida, com as nossas conversas aparentemente banais, sempre que nos encontrávamos. Gosto de conviver e faço amizades com facilidade. Uma vez terminada oficialmente a lua-de-mel: concluiu

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com um olhar fugaz ao marido, espero tornar-me activa na comunidade.

Não te esqueças de contar isto à tua mãe, Emily sugeriu Mark.

Esta soltou uma risada sem alegria.

A avaliar pelo que oiço, tem pelo menos um amigo para a distrair.

Decerto se referia ao encontro com Kevin. A mulher da igreja devia ter emitido comentários. Jenny sentiu o olhar interrogativo de Erich pousado nela e tratou de o evitar.

Ao invés, murmurou algo relacionado com a preparação do jantar e dirigiu-se à cozinha. As mãos tremiam-lhe tanto que quase não conseguia abrir a portinhola do forno. E se Emily prosseguisse nas suas insinuações? Julgava-a viúva, e a revelação da verdade converteria Erich em mentiroso. E quanto a Mark? A pergunta não fora levantada, mas decerto também supunha que enviuvara.

Por fim, entrou na sala de jantar, acendeu as velas e chamou os outros para a mesa. «Ao menos, sou boa cozinheira», cogitou, com um leve sorriso de amargura. «Emily que diga isso também à mãe.»

É de uma das nossas reses informou Erich, enquanto trinchava o assado. Tens a certeza de que isso não te repugna, Jenny?

Era óbvio que pretendia irritá-la, mas impunha-se que conservasse a cabeça fria.

Pensa só nisto continuou ele, o bezerro pelo qual mostraste interesse no campo, o mês passado, vai ser comido por ti.

Ela sentiu a garganta contrair-se e receou sufocar. «Não permitas que me descontrole, meu Deus», suplicou para consigo.

És mesmo cruel. Emily emitiu nova risada seca. Lembras-te de implicar com a Arden com coisas dessas e deixá-la lavada em lágrimas?

Arden? ecoou, Jenny, estendendo a mão para o copo de água, que contribuiu para dissolver o nó na garganta.

Sim, era uma moça muito simpática. Absolutamente

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louca pelos animais. Aos dezasseis anos, recusava-se a comer carne. Dizia que o abate de reses e frangos era uma prática bárbara e havia de ser vegetariana. No entanto, acho que mudou de ideias. Eu estava na faculdade, quando ela desapareceu.

Rooney continua a acreditar que há-de voltar comentou Mark. O instinto maternal é incrível. Observa-se desde os primeiros momentos da vinda ao mundo. O animal mais obtuso conhece a sua cria e protege-a até à morte.

Não estás a comer a carne, querida observou Erich. Um lampejo de cólera permitiu que Jenny erguesse os ombros e o olhasse com firmeza.

Nem tu os legumes, querido.

Ele piscou-lhe o olho. Era brincadeira.

Touché. admitiu, com um sorriso.

O carrilhão da entrada sobressaltou-os, e ele enrugou a fronte.

Quem poderá?... começou, mas interrompeu-se ao olhar Jenny.

Esta compreendeu o que o marido pensava e desejou ardentemente que não fosse Kevin. E, enquanto impelia a cadeira para trás, compreendeu que passara o serão a implorar freneticamente que se verificasse uma intervenção divina para que tal não acontecesse.

Quando abriu a porta, deparou-se-lhe um homem de cerca de sessenta anos e ombros possantes, que vestia um casaco de cabedal. O seu carro achava-se estacionado diante da entrada um veículo oficial, com o farol rotativo regulamentar.

Mistress Krueger?

Exacto. O alívio fez com que ela se exprimisse em voz débil. Qualquer que fosse a missão daquele homem, pelo menos não se tratava de Kevin.

Sou Wendell Gunderson, xerife do condado de Granite. Posso entrar?

Com certeza. Vou chamar o meu marido.

No entanto, Erich já se aproximava, e ela apercebeu-se da expressão de respeito que assomou ao rosto do recém-chegado.

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Desculpe incomodá-lo, Erich, mas precisava de fazer umas perguntas a sua esposa.

Fazer-me perguntas? Contudo, ao mesmo tempo que pronunciava estas palavras, Jenny tinha a certeza de que a visita se relacionava com Kevin.

Sim, minha senhora. A voz de Mark, na sala de jantar, ouvia-se distintamente. Podemos ir para um sítio mais sossegado?

Porque não vem tomar café connosco? sugeriu Erich.

Talvez a sua esposa prefira responder às perguntas sem a presença de estranhos.

Ela sentiu a transpiração aflorar à fronte e notou que as palmas das mãos também se achavam húmidas. A perturbação era tão intensa que necessitou de comprimir os lábios com firmeza.

Não vejo motivo para não conversarmos à mesa declarou a meia voz.

Encaminharam-se para a sala de jantar, onde Emily saudou o xerife com cordialidade, enquanto Mark se empertigava na cadeira, atitude que Jenny se habituara a interpretar com a tentativa de diagnóstico de uma situação. Erich ofereceu ao xerife uma bebida, que este recusou por «estar de serviço», ao mesmo tempo que Jenny dispunha as chávenas na mesa.

Conhece um homem chamado Kevin MacPartland, Mistress Krueger?

Conheço. A interpelada notou com clareza o tremor na voz. Envolveu-se em algum acidente?

Quando o viu pela última vez?

Esforçou-se por não cerrar os punhos de desespero. Reconhecia que, mais cedo ou mais tarde, a verdade teria de vir a lume, mas porquê em semelhantes circunstâncias? Esforçando-se por evitar o olhar de curiosidade do marido, respondeu:

A vinte e quatro de Fevereiro, no Centro Comercial de Raleigh.

Kevin MacPartland é o pai dos seus filhos, Mistress Krueger?

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É o meu antigo marido e pai dos meus filhos admitiu, não sem deixar de ouvir a exclamação abafada de Emily.

Quando falou com ele pela última vez?

Telefonou na noite de sete de Março, por volta das nove horas. Diga-me, por favor. Aconteceu-lhe alguma coisa?

As pálpebras do xerife semicerraram-se, antes de explicar:

Na tarde de segunda-feira, nove de Março, Kevin MacPartland recebeu um telefonema durante um ensaio no Guthrie Theater, após o qual revelou que a ex-esposa desejava falar-lhe acerca dos filhos. A seguir, pediu o carro emprestado a um dos outros actores e ausentou-se cerca de trinta minutos depois, por volta das quatro e meia, prometendo voltar na manhã seguinte. Ora, isto passou-se há quatro dias e não tornou a saber-se nada dele. O carro tinha sido comprado apenas seis semanas antes, e o dono acha-se naturalmente preocupado. Afirma, pois, que não lhe pediu para se encontrar consigo?

Sem dúvida que não.

Posso perguntar porque se tem mantido em contacto com o seu ex-marido? Constava por aí que era viúva.

Kevin queria ver as filhas e referiu-se a suspender os trâmites da adopção.

Jenny surpreendia-se com a ausência de vida que a sua voz deixava transparecer. Conseguia ver Kevin, como se estivesse presente naquele momento: o dispendioso fato de esquiar, o cachecol com uma das pontas para trás do ombro esquerdo, o cabelo ruivo penteado imaculadamente, as atitudes e poses afectadas... Teria porventura simulado o seu próprio desaparecimento para a embaraçar? Ela prevenira-o de que Erich estava aborrecido com a situação. Desejaria destruir o casamento antes que houvesse uma possibilidade de triunfar?

Que respondeu a senhora?

Quando nos encontrámos e, mais tarde, telefonou, adverti-o de que nos deixasse em paz. A voz principiava a tornar-se aguda.

Estava ao corrente desse encontro ou do telefonema a sete de Março, Erich?

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Do telefonema estava, pois verificou-se numa altura em que me encontrava em casa. Quanto ao encontro, ignorava-o por completo. No entanto, compreendo-o. Jenny conhecia a minha posição acerca de Kevin.

Estava em casa, na noite de nove de Março?

Não. Passei-a na cabana, para completar um quadro.

Ela sabia que tencionava dormir fora?

Seguiu-se um longo silêncio, quebrado finalmente por Jenny:

Decerto que sabia.

Que fez nessa noite, Mistress Krueger?

Estava muito cansada, pelo que me deitei pouco depois de deixar as minhas filhas no seu quarto.

Falou com alguém ao telefone?

Não. Adormeci quase imediatamente.

Hum... E tem a certeza absoluta de que não convidou o seu ex-marido a visitá-la durante a ausência de Erich?

Na verdade, não convidei. Nunca o faria, de resto asseverou, plenamente consciente de que nenhum dos presentes acreditava nas suas palavras.

O seu prato, intacto, encontrava-se diante dela. A gordura solidificara em torno da carne, que apresentava um núcleo central avermelhado. Pensou no corpo do cachorro Randy a tornar-se vermelho no tapete de rosas e no cabelo ruivo de Kevin.

De súbito, o prato começou a oscilar em frente aos seus olhos. Jenny necessitava de encher os pulmões de ar fresco. Por último, impeliu a cadeira para trás e tentou levantar-se. A última imagem consciente foi a expressão de Erich de apreensão ou aborrecimento?, antes de a cadeira embater no aparador atrás dela.

Quando recuperou o conhecimento, encontrava-se deitada no sofá da sala e alguém lhe aplicava uma compressa fria à fronte, com uma sensação quase aprazível. A cabeça doía-lhe com intensidade, e havia algo em que não desejava pensar.

Kevin.

Estou bem murmurou, descerrando as pálpebras. Desculpem.

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Mark debruçava-se sobre ela, com uma expressão profundamente preocupada, o que resultava um pouco reconfortante.

Tenha calma recomendou, a meia voz.

Quer que lhe vá buscar alguma coisa, Jenny?

Havia uma tonalidade de excitação subjacente nas palavras de Emily, e Jenny compreendeu que se divertia intimamente com a situação. Era do género de pessoas que gostava de se achar ao corrente dos problemas dos outros.

Querida! A inflexão de Erich era de solicitude, no momento em que se acercou para lhe pegar nas mãos.

Não te aproximes muito recomendou Mark. Deixa-a respirar à vontade.

A mente de Jenny começou a desanuviar-se e ela principiou a soerguer-se com lentidão, enquanto Mark lhe colocava almofadas atrás das costas.

Posso continuar a responder às suas perguntas, xerife. Perdoe a interrupção. Confesso que não compreendo o que me aconteceu, mas nos últimos dias não me tenho sentido muito bem.

Tentarei ser breve, Mistress Krueger. Os olhos dele pareciam agora mais brilhantes e abertos, como se pretendessem vê-la melhor. Não telefonou ao seu ex-marido na noite de nove de Março para marcar um encontro, nem ele esteve cá nessa data?

Exacto.

Como explica que informasse os colegas de que tinha recebido um telefonema seu? Com que intenção mentiria?

A única explicação que me ocorre é a de que costumava dizer que me visitava e às filhas, quando pretendia livrar-se de outros compromissos. Se desejava trocar de amiguinha, recorria a esse tipo de desculpa.

Nesse caso, pode saber-se porque está tão preocupada com o seu desaparecimento, se acha que se trata unicamente de mais uma das suas aventuras?

Os lábios de Jenny estavam tão rígidos que tinham extrema dificuldade em formar as palavras. Assim, exprimindo-se com lentidão, como uma professora a soletrar perante alunos das primeiras letras, replicou:

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Deve compreender que há algo de terrivelmente errado. Ele tinha sido aceite para integrar o elenco do Guthrie Theater. Suponho que isto corresponde à verdade?

Sem dúvida.

Tem de tentar localizá-lo, pois nunca comprometeria uma oportunidade dessas. Actuar no palco é a aspiração mais importante da sua vida.

Retiraram-se todos, transcorridos poucos minutos. Ela imaginava sem dificuldade o género de conversa que se estabeleceria, quando Emily comunicasse os últimos sucessos à mãe. «Afinal, ela não é viúva... Foi o marido que beijou no restaurante... Agora, ele desapareceu... É óbvio que o xerife pensa que ela mente... Coitado do Erich...»

Tratarei do assunto como sendo um caso de desaparecimento... Porei a circular avisos com a fotografia dele... Voltarei a procurá-la, Mistress Krueger.

Obrigada, xerife.

Deve ir para a cama, Jenny. Mark começou a vestir o sobretudo. Ainda não está totalmente no estado normal.

Obrigado por terem vindo agradeceu Erich. Lamento que o serão não terminasse da melhor maneira. Rodeou a cintura de Jenny com o braço e beijou-lhe a face. É o que acontece a quem casa com uma mulher possuidora de um passado.

Exprimia-se em tom jocoso e soltou uma gargalhada, secundada por Emily, mas Mark não deixava transparecer a menor emoção. Quando a porta se fechou atrás deles, Jenny começou a subir a escada imediatamente, sem pronunciar nem mais uma palavra, apenas interessada em se enfiar na cama.

Contudo, a voz de Erich, que denunciava incredulidade, obrigou-a a deter-se.

Suponho que não tencionas deixar a casa neste estado, até amanhã?

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Rooney entrou quando Jenny ingeria a segunda chávena de chá, após o pequeno-almoço, e o estalido da porta obrigou-a a voltar-se, sobressaltada.

Ah, é você!

Assustei-a?

A mulher parecia satisfeita com o efeito produzido. No entanto, os olhos continham uma expressão vaga e o cabelo, agitado pelo vento, emoldurava-lhe o rosto incaracterístico.

Mas a porta estava trancada. Se a memória não me atraiçoa, disse que não tinha a chave.

Devo tê-la encontrado.

Onde? Perdi a minha.

A que encontrei é a sua?

«É claro», reflectiu Jenny. «Estava na algibeira do casaco que lhe dei. Graças a Deus que não confessei a Erich que a tinha perdido.»

Importa-se de ma entregar? aventurou, estendendo a mão.

Não sabia que havia uma chave no seu casaco. Rooney parecia intrigada. Nós devolvemos-lho.

Acho que não.

O Clyde obrigou-me. Ele próprio o fez. Vi-a usá-lo.

Não está no armário. «No fundo, que importa?»,

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reflectiu Jenny, que tentou uma abordagem diferente. Mostra-me a sua chave?

A mulher puxou de um pesado chaveiro, com todas as chaves que continha identificadas individualmente: casa, celeiro, escritório...

Essas chaves não são de Clyde?

Julgo que sim.

Tem de as devolver. Ele zanga-se, se souber que se apoderou delas.

Diz que não o devo fazer.

Fora, pois, por aquele meio que Rooney se introduzira na mansão. «Hei-de recomendar a Clyde que as guarde em lugar seguro», advertiu-se Jenny. «Ele tem um chilique, se souber que ela as pode ir buscar e utilizar.»

Olhou a mulher com certa compaixão. Nas três semanas decorridas desde a visita do xerife, não a vira uma única vez e, na realidade, até procurara evitá-la.

Sente-se e deixe-me servir-lhe uma chávena de chá. Apercebeu-se pela primeira vez de que Rooney tinha um embrulho debaixo do braço. Que é isso?

A senhora disse que eu podia fazer as blusas para as meninas.

É verdade. Mostre-mas.

Com certa hesitação, a mulher abriu o embrulho de papel pardo e retirou duas blusas de belbutina azuis do envoltório de celofane. A confecção era impecável e as algibeiras em forma de morango estavam bordadas a vermelho e verde. Jenny viu que o tamanho era o apropriado para as filhas e disse:

São de facto lindas. Costura maravilhosamente, Rooney.

Ainda bem que lhe agradam. Fiz uma saia para a Arden com este tecido e pareceu-me que o que sobrou dava para as blusas. Por sorte, não me enganei. Também tencionava fazer-lhe um casaco, mas desapareceu antes disso. Não acha o tom de azul muito bonito?

Sem dúvida. Condiz com a cor do cabelo.

Queria que visse o tecido antes de começar, mas na noite em que vim a senhora ia a sair e não a quis incomodar.

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Ia a sair? Jenny reflectiu que era pouco provável, mas não tentou esclarecer o pormenor. De qualquer modo, congratulava-se com a visita de Rooney, pois as últimas semanas tinham-se arrastado pesadamente. Não parava de pensar em Kevin. Que lhe acontecera? Era um condutor algo imprudente e utilizara um carro que sem dúvida não conhecia bem, além de que, naquele dia, havia gelo nas estradas. Teria sido vítima de um acidente que, embora não o deixasse maltratado, destruíra o automóvel emprestado e lhe provocara o pânico suficiente para se afastar do Minnesota? Por mais que se cansasse a conceber hipóteses, voltava sempre ao único facto irrefutável: ele nunca abandonaria o elenco do Guthrie Theater.

Jenny sentia-se desorientada. Tinha de informar Erich da gravidez. Por outro lado, convinha que consultasse o médico.

Mas não por enquanto. Só depois de resolver o problema relativo a Kevin. A revelação da gravidez devia verificar-se em ambiente calmo, agradável, e não quando pairava uma certa tensão e mesmo hostilidade.

Na noite do jantar, Erich insistira em que as pratas fossem areadas e a loiça especial lavada meticulosamente, antes de regressarem ao armário.

E, na altura de se deitarem, comentara:

Acho-te enervada, Jenny. Não sabia que MacPartland significava tanto para ti. Perdão, vou corrigir o que acabo de dizer. Talvez eu pressentisse algo do género e não esteja surpreendido com esse vosso encontro clandestino.

Ela tentara esclarecer a situação, porém as palavras que pronunciara afiguravam-se débeis e até inaceitáveis aos seus próprios ouvidos. Finalmente, sentira-se demasiado fatigada e perturbada para continuar a discutir o assunto e, quando começava a mergulhar no sono, notou o braço dele em torno dos ombros e as palavras:

Sou o teu marido, Jenny. Aconteça o que acontecer, estarei do teu lado, desde que fales verdade.

.. como disse, não a quis incomodar repetia Rooney.

Desculpe, estava distraída. Ela apercebeu-se de que

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não lhe prestara atenção. De súbito, assolada por uma inspiração, aventurou: Sempre desejei aprender a costurar. Quer ensinar-me?

Oh, adorava! Posso ensinar-lhe a coser e tricotar, se quiser.

A mulher retirou-se pouco depois, com a promessa:

Vou reunir os artigos necessários e voltarei amanhã à tarde. Será como nos velhos tempos. Caroline também não sabia coser e fui eu que lhe ensinei. Talvez a senhora consiga fazer uma bela colcha, antes que lhe aconteça alguma coisa.

Olá, Jenny proferiu Joe, jovialmente.

«Valha-me Deus!», pensou ela. Erich encontrava-se poucos passos atrás de si com as garotas, mas ainda não surgira na esquina do estábulo.

Como estás, Joe? replicou, com nervosismo. Algo na voz dela obrigou o outro a assumir uma atitude defensiva e, ao avistar Erich, corou.

Bom dia, Mister Krueger. Não o esperava a esta hora.

Acredito. O tom glacial de Erich fez com que a vermelhidão nas faces se acentuasse. Quero observar os progressos das minhas filhas com os póneis.

Sim, senhor. Vou aparelhá-los imediatamente. E o rapaz afastou-se com prontidão.

Ele costuma tratar-te por Jenny? inquiriu Erich, com aparente indiferença.

A culpa é minha admitiu ela, que se perguntou quantas vezes pronunciara aquelas palavras, ou outras equivalentes, nas últimas semanas.

Joe reapareceu com as selas, que colocou nos póneis, enquanto Beth e Tina batiam as palmas com impaciência.

Cada um de nós vai acompanhar o seu pónei determinou Erich.

Não quer montar hoje, Mistress Krueger?

Prefiro aguardar mais uns dias.

Não tens montado? quis saber Erich.

Não. Sinto uma pontada nas costas.

Não me disseste nada.

Isto passa. Não é nada de importante.

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Jenny reflectiu que ainda não lhe podia falar da gravidez. Haviam-se escoado quase quatro semanas desde que o xerife Gunderson aparecera na mansão, assunto que não voltara a ser ventilado.

A Primavera estava iminente. As árvores começavam a apresentar uma espécie de bruma avermelhada em volta, e Joe explicou que o facto ocorria pouco antes de a nova folhagem irromper. As galinhas principiavam a afastar-se da capoeira para explorar o território em volta, e uma escolhera um recanto ao ar livre para pôr os ovos.

Desde quando tens essa dor? O tom de Erich era quase terno e apreensivo. Queres que chame o médico?

Para já, não. É natural que passe. Aliás, não se trata da primeira vez.

Com efeito, Jenny sentira um incómodo similar durante cada gravidez anterior.

Naquele momento, Mark reuniu-se-lhes, e ela não o via desde a noite do jantar.

Vivam! articulou com desprendimento, sem deixar transparecer minimamente que recordava o que então sucedera.

Já agora, fica uns minutos para veres as minhas garotas equilibradas em cima dos póneis sugeriu Erich.

Entretanto, Beth e Tina tinham efectuado rápidos progressos nas últimas semanas. Jenny sorriu inconscientemente ao observar as expressões de prazer no rosto das filhas, que seguravam as rédeas com grave concentração.

Serão excelentes amazonas profetizou Mark.

Pelo menos, adoram os animais declarou Erich, que se afastou para acompanhar um dos póneis.

Nunca o vi tão satisfeito comentou Mark. A outra noite, mostrou a fotografia das pequenas a toda a gente, em casa dos Hanover. A Emily ficou aborrecida por você não comparecer.

Não comparecer onde?

Na recepção dos Hanover. O Erich disse que se sentia indisposta. Ainda não foi ao médico? Desculpe, mas ouvi a vossa conversa de há pouco. E o desmaio daquela noite? Não foi pouco vulgar? Costuma acontecer-lhe?

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Não. Nunca tinha desmaiado. Mas tenciono ir ao médico em breve.

Jenny sentiu mais do que viu o olhar de estranheza dele, mas não ficou contrariada. Conquanto ignorasse a que conclusão chegara sobre a possível visita de Kevin e a suposta viuvez, ele não a condenara.

Deveria informá-lo de que desconhecia por completo que a família de Emily promovera uma recepção? Que lucraria com isso? «Erich deixou-nos sós, por supor que Mark abordaria o assunto», reflectiu. «Quer que eu me inteire disso. Porquê?» Tratar-se-ia de mais uma maneira de a magoar, castigar, em virtude dos comentários que decerto circulavam acerca do nome dos Krueger? Até que ponto estariam elucidados os habitantes da comunidade? Ela não tinha a menor dúvida de que Emily revelara a visita do xerife à família e pessoas amigas.

Se Erich supusesse que os outros consideravam que cometera um erro e se compadeciam dele, ficaria furioso. Jenny ainda não se esquecera da cólera que o assolara quando Elsa sugerira que produzira a nódoa na parede.

Sim, porque Erich era um perfeccionista.

Quando Mark começava a afastar-se, ele voltou-se e, de longe, advertiu:

Até logo à noite, hem?

«Logo à noite?», estranhou Jenny, para consigo. Haveria nova recepção? Algum assunto relacionado com a herdade? As garotas correram para ela, quando desmontaram.

O papá vai montar o Barão connosco, em breve anunciou Beth. Não queres vir também, mamã?

Vamos, querida. Erich pegou-lhe no braço. As minhas princezinhas não se portaram admiravelmente?

As minhas princezinhas. As minhas filhas. As minhas pequenas. Nunca as nossas. Quando principiara aquilo? Jenny reconheceu que a emoção que experimentava consistia em ciúme puro e simples. «Oxalá não comece também a preocupar-me com isso. A única coisa boa da minha vida neste momento é a felicidade das pequenas.»

Estavam quase a chegar a casa, quando surgiu um carro com um farol rotativo no tejadilho. Era o xerife Gunderson.

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Traria novidades acerca de Kevin? Jenny esforçou-se por não estugar o passo ou denunciar ansiedade. No momento em que o xerife se apeou, Erich, que pegava na mão de Tina, enfiou o outro braço no dela, enquanto Beth corria à sua frente. «O marido dedicado, disposto a defender a esposa numa situação de apuro.» O recém-chegado não poderia ficar com outra impressão.

No entanto, Wendell Gunderson exibia uma expressão grave e saudou Erich com uma formalidade quase excessiva, após o que anunciou a intenção de falar com Jenny a sós.

Encerraram-se na biblioteca, sala que, nas primeiras semanas, fora o local favorito dela. O encontro com Kevin alterara tudo. O xerife ignorou o sofá e sentou-se numa cadeira, antes de informar:

Continua a não haver o menor indício sobre o seu ex-marido, Mistress Krueger, e a polícia de Minneapolis encara o desaparecimento como um possível homicídio. Não existe qualquer sinal de que ele tencionava ausentar-se. Foram encontrados duzentos dólares numa gaveta, e levou consigo apenas um saco de lona. Todos os colegas do Guthrie Theater concordam que não abandonaria uma oportunidade daquelas. Reconheço que tudo se teria desenrolado mais facilmente se eu insistisse em conversar consigo a sós, na minha primeira visita. Agradeço que diga a verdade porque tudo acabará por se saber, ao longo das investigações. Telefonou a Kevin MacPartland, na tarde de segunda-feira, nove de Março?

Não.

Encontrou-se com ele na noite da mesma data?

Não.

Sabemos que partiu de Minneapolis por volta das cinco e meia da tarde. Se viesse directamente, deveria chegar aqui cerca das nove. Vamos admitir que efectuou uma paragem pelo caminho para jantar. Por conseguinte, onde estava entre as nove e meia e as dez da noite daquela segunda-feira, Mistress Krueger?

Na cama. Apaguei a luz antes das nove. Sentia-me muito cansada.

Insiste em que não se encontrou com ele?

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Sem dúvida.

O telefonista do Guthrie Theater confirmou que recebeu uma chamada de uma mulher. Ocorre-lhe alguma capaz de o fazer em seu nome? Uma amiga íntima.

Não tenho amigas íntimas nestas paragens. Nem amigos salientou Jenny, levantando-se. Creia que ninguém deseja mais do que eu que Kevin MacPartland seja localizado, xerife. No fundo, é o pai das minhas filhas. Nunca houve o menor vislumbre de animosidade entre nós. Ficar-lhe-ia, pois, grata se me explicasse aonde pretende chegar. Sugere, porventura, que o convidei a visitar-me, durante a ausência do meu marido? E, se pensa isso, insinua que intervim de algum modo no seu desaparecimento? Não sugiro nem insinuo nada, Mistress Krueger. Limito-me a pedir-lhe que revele tudo o que sabe. Se MacPar tland seguia para aqui e não apareceu, dispomos de um ponto de partida para as investigações. Por outro lado, se esteve cá e soubermos a que horas se retirou, orientaremos as diligências noutro sentido. Creio que compreende a minha verdadeira intenção. Embora reconheça que as ilações daí resultantes sejam embaraçosas para si...

Penso que não temos mais nada a discutir.

Deu meia volta e abandonou a biblioteca. Erich encontrava-se na cozinha com as garotas, a contas com sanduíches de presunto e queijo. Jenny viu que não havia lugar reservado para ela e disse:

Creio que o xerife vai retirar-se, Erich. Não sei se pretendes acompanhá-lo à porta.

Mamã... Beth exibia uma expressão de ansiedade. «Essa tua antena, Ratinho...», reflectiu Jenny, que tentou sorrir ao declarar:

Vocês foram extraordinárias, hoje. E dirigiu-se ao frigorífico para encher um copo de leite.

Não sabias, mamã? volveu a filha.

Não sabia o quê? Jenny pegou em Tina, sentou-se na cadeira dela e instalou-a sobre os joelhos.

O papá disse ao Joe que, mesmo que tu não soubesses, ele tinha obrigação de saber que devia tratar-te por «Mistress Krueger».

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O papá disse isso?

Disse asseverou Beth. E sabes que disse mais?

Não, que foi?

Que, quando o Joe fosse almoçar, encontraria outro cãozinho em casa, comprado pelo papá, porque o Randy fugiu. Podemos ir vê-lo, mamã?

Com certeza. Iremos depois de dormirem a sesta. Com que então, Randy «fugira»... Era essa a versão oficial do que acontecera ao infortunado cachorro.

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O novo cachorro era um espécime de caça de pêlo dourado, e a própria Jenny, apesar de pouco experiente na matéria, calculou que pertencia a uma raça escolhida.

A velha colcha espessa no chão da cozinha era a mesma em que Randy costumava enroscar-se e a pequena bacia de água também exibia o seu nome, pintado a vermelho por Joe.

A mãe deste último parecia igualmente impressionada com a oferta.

Erich Krueger é um homem íntegro admitiu a Jenny. Parece que o julguei mal quando o acusei de ter abatido o cão do Joe, o ano passado. Se o fizesse, não hesitava em confessá-lo.

«Só que, desta vez, eu estava presente», cogitou Jenny, mas, no instante imediato, sentiu que era injusta para com o marido.

É preciso muito cuidado, por ser tão pequenino advertiu Beth, gravemente, voltando-se para a irmã. Podes magoá-lo.

São umas meninas tão bonitas... disse Maude Ekers. Parecem-se consigo, excepto no cabelo.

Jenny tinha a impressão de que a atitude da mulher se alterara em relação à visita anterior. A recepção revelara constrangimento, e hesitara antes de as convidar a entrar.

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embora não aceitasse, se lhe fosse oferecido café do filtro que parecia estar sempre aquecido, Maude abstivera-se de tocar no assunto.

Como se chama o cãozinho? perguntou Beth.

O Joe decidiu que é um novo Randy informou a mulher. Deu-lhe, portanto, o mesmo nome.

É natural comentou Jenny. Calculei que ele não esqueceria o outro facilmente.

Estavam sentadas à mesa da cozinha, e ela sorriu à dona da casa. No entanto, ante a sua perplexidade, o rosto de Maude deixava transparecer uma espécie de hostilidade apreensiva.

Deixe o meu rapaz sossegado, Mistress Krueger! advertiu subitamente. É um simples moço de lavoura, e bastam-me as preocupações provocadas pelo meu inútil irmão, que pretende arrastá-lo para os bares. O meu filho passa a vida a penar pela senhora. Talvez não me compita dizê-lo, mas é casada com o homem mais importante da comunidade e deve ter plena consciência da sua posição.

Jenny impeliu a cadeira para trás e levantou-se.

Que quer dizer com isso?

Julgo que compreendeu. Com uma mulher como a senhora, acaba sempre por haver complicações. A vida do meu irmão foi destruída por aquele acidente no estábulo do gado. Como lhe deve ter constado, John Krueger acusou-o de descurar as medidas de segurança na instalação da gambiarra devido à sua admiração secreta por Caroline. O Joe é tudo o que tenho no mundo. Não quero, pois, que se envolva em acidentes ou outros problemas.

Agora que a mulher resolvera dar livre curso à torrente de palavras, parecia disposta a desabafar por completo. Beth e Tina pararam de brincar com o cachorro e assumiram expressões de expectativa.

E digo-lhe mais uma coisa. Embora não seja de minha conta, faz mal em deixar o seu ex-marido rondar-lhe a casa, quando toda a gente sabe que Erich está na cabana a pintar.

Que história é essa?

Uma noite da semana passada, esse actor com o qual esteve casada apareceu para pedir indicações. Apresentou-se, disse que a senhora o tinha convidado, intitulou-se membro do

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elenco do Guthrie... Em suma, falou pelos cotovelos. Expliquei-lhe o caminho mais curto para a propriedade, mas creia que o fiz mais para me livrar dele do que para lhe ser agradável.

Tem de telefonar imediatamente ao xerife Gunderson e comunicar-lhe o que acaba de dizer advertiu Jenny, em voz tão firme quanto possível. Kevin não esteve em nossa casa, naquela noite, e as autoridades deram-no como desaparecido.

Não esteve lá? A maneira de Maude de se exprimir, normalmente intensa, acentuou-se de assombro.

Não. Telefone já ao xerife, por favor. Obrigada por nos deixar ver o cachorro.

Kevin batera à porta da mulher!

E dissera especificamente que Jenny lhe tinha telefonado.

Maude indicara-lhe o caminho mais curto para a mansão, a uns três minutos de carro.

E Kevin não aparecera lá.

Se o xerife Gunderson fora quase insolente com as suas insinuações, como procederia agora?

Estás a magoar-me a mão, mamã! protestou Beth.

Desculpa, meu amor. Foi sem querer.

Impunha-se que partisse. Mas não, era impossível. Não podia fazê-lo até se inteirar do que acontecera a Kevin.

E, no fundo, nem assim. Transportava no ventre o microcosmo de um ser humano que iniciara a quinta geração dos Krueger, pertencente àquele lugar e herdeiro de tudo.

Mais tarde, Jenny considerou aquela noite de 7 de Abril como a ponta final da calmaria que antecede a tempestade. Erich não se encontrava em casa quando ela e as crianças chegaram.

«Ainda bem», reflectiu. «Ao menos, não preciso de estar com simulações. A próxima vez que o vir, hei-de repetir-lhe o que Maude acaba de dizer.»

Era natural que a mulher já tivesse telefonado ao xerife. Este procurá-la-ia, naquela noite? Afigurava-se-lhe pouco provável, mas porque se preocuparia Kevin em revelar aos outros que ela lhe telefonara? E, sobretudo, que lhe acontecera?

Que preferem para o jantar, minhas senhoras? perguntou, por fim.

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Hamburgers anunciou Beth, sem hesitar.

E leite-creme acudiu Tina, com uma expressão de expectativa.

Boa ideia.

Jenny tinha a vaga e inexplicável sensação de que as filhas se distanciavam dela ultimamente e estava disposta a contribuir para que tal não acontecesse.

Embora reconhecesse a temeridade envolvida, permitiu que levassem os pratos para o sofá, pois a TV «dava» O Feiticeiro de Oz, que as garotas viram com interesse, devorando os hamburgers e impelindo-os com coca-cola.

No final da transmissão, Tina adormecera no regaço da mãe e a cabeça de Beth persistia em se inclinar para o peito, pelo que Jenny as levou para o quarto.

Tinham-se escoado mais de três meses desde aquela tarde agreste em que as fora buscar a casa da mulher que ficava com elas durante o dia e se havia encontrado com Erich. Mas não merecia a pena pensar nisso. Ele decerto voltaria a dormir na cabana. De qualquer modo, Jenny não queria passar a noite no quarto principal.

Despiu as filhas, abotoou-lhes o pijama, aqueceu-lhes o rosto e mãos com uma toalha morna e instalou-as na cama. Notou que lhe doíam as costas e tomou mentalmente nota para não tornar a levá-las em braços. O peso e a tensão exercida eram excessivos. Por último, dirigiu-se à cozinha para se ocupar da loiça suja e em seguida foi inspeccionar o sofá em busca de possíveis sinais de que fora cenário de uma refeição.

Recordou-se das noites no apartamento de Nova Iorque, em que, se estava muito cansada, deixava os pratos a escorrer no suporte do lava-loiça e metia-se na cama, com uma chávena de chá e um bom livro. «Nunca reconheci quanto me encontrava bem», admitiu para consigo. Todavia, acudiram-lhe igualmente outros pormenores, como as infiltrações no tecto, a correria ao Centro Diurno para deixar as filhas, as preocupações constantes para que o dinheiro chegasse até ao fim do mês e a persistente solidão.

Quando acabou de arrumar tudo, ainda não eram nove horas. Percorreu os aposentos do rés-do-chão, para se certificar de

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que não ficara qualquer luz acesa e, na sala de jantar, deteve-se diante da colcha confeccionada por Caroline. Pretendera pintar e fora ridicularizada e obrigada a renunciar à arte.

Tinham sido necessários onze anos para que decidisse afastar-se. Porventura experimentara igualmente a sensação de ser uma intrusa que não pertencia àquele ambiente?

Enquanto subia a escada lentamente, Jenny sentia uma afinidade curiosa com a mulher que vivera naquela casa e perguntava-se se entrara no quarto principal com a mesma impressão de se achar imobilizada numa ratoeira que ela sentia naquele momento.

O xerife Gunderson reapareceu a meio da manhã. Jenny fora mais uma vez assolada por sonhos agitados, em que percorria o bosque e notava o odor activo a pinho. Estaria à procura da cabana?

Quando acordou, acudiu-lhe forte indisposição. Que percentagem das náuseas teria a ver com a faceta física da gravidez e com o resultado da ansiedade pelo desaparecimento de Kevin?

Elsa apareceu às nove da manhã, como habitualmente circunspecta, silenciosa, para desaparecer com prontidão no primeiro andar, a contas com o pano de pó e o aspirador.

Jenny lia uma história às filhas quando Wendell Gunderson chegou. Ela ainda não se vestira, mas usava um roupão de lã por cima da camisa de dormir, o que a levou a interrogar-se sobre se Erich objectaria a que recebesse o xerife com semelhante indumentária. Decerto que não, pois o roupão podia ser abotoado até ao pescoço.

Sabia que estava pálida, mas procurou exibir uma expressão serena.

Mistress Krueger... começou ele, com uma ponta de excitação na voz. Mistress Krueger... repetiu em inflexão grave. Ontem à noite, recebi um telefonema de Maude Ekers.

Fui eu que lhe pedi que o fizesse.

Sim, ela disse-me. Não passei por cá imediatamente, porque decidi tentar determinar que rumo Kevin MacPartland tomaria, se não passasse por cá.

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Existiria a possibilidade de o xerife acreditar na versão dela? Mas não. O rosto inexpressivo lembrava o de um jogador de póquer prestes a jogar a carta vencedora.

Cheguei à conclusão de que um estranho poderia não localizar o portão da herdade, se cortasse pelo desvio que conduz à margem do rio acrescentou ele.

A margem do rio. Jenny sentiu-se alarmada. E se Kevin, que gostava de conduzir velozmente, tivesse caído à água? Na verdade, a estrada era muito escura.

Por conseguinte, investigámos e lamento ter de anunciar que foi precisamente isso que aconteceu. Encontrámos um Buick branco de fabrico recente na água, perto da margem. Estava coberto de gelo, o que, juntamente com a vegetação espessa em volta, impedia que se visse das cercanias. Por conseguinte, içámo-lo para terra.

E Kevin?...

Ela pressentiu a revelação que se seguiria. O rosto do ex-marido surgiu-lhe repentinamente no espírito.

Havia um homem dentro, Mistress Krueger. Apesar de se achar parcialmente decomposto, o aspecto geral coincide com os sinais do desaparecido Kevin MacPartland, incluindo a indumentária que usava, quando foi visto pela última vez. E a carta de condução encontrada na algibeira exibe o nome dele. Gunderson fez uma pausa. Necessitaremos da sua colaboração para que o identifique, o mais depressa possível.

Jenny tinha vontade de protestar com veemência. Kevin, que tanto se preocupava com a apresentação, fora encontrado em decomposição!

Talvez não fosse má ideia procurar um advogado, Mistress Krueger.

Porquê?

Porque haverá um inquérito às causas da morte, durante o qual serão formuladas algumas perguntas duras. Não precisa de dizer mais nada, neste momento.

Estou disposta a responder a todas as que quiser.

Muito bem. Vou principiar por uma que já lhe fiz. Kevin MacPartland esteve aqui, na noite de segunda-feira, nove de Março?

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Já disse que não.

Possui um casaco térmico comprido castanho?

É verdade. Ou, melhor, possuía, pois dei-o. Porquê?

Recorda-se onde o comprou?

Na Casa Macy's, em Nova Iorque.

Então, receio que tenha de proceder a muitas explicações. Foi encontrado um casaco de senhora no banco ao lado do corpo. Um casaco térmico comprido castanho, com a etiqueta da Macy's. Necessitamos que o veja e diga se é o mesmo que ofereceu.

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O inquérito efectuou-se uma semana mais tarde e, para Jenny, aqueles sete dias constituíram uma mancha imprecisa de dor surda.

Na morgue, o rosto de Kevin, apesar de mutilado, era reconhecível, e, enquanto o contemplava, ela recordava inexplicavelmente o dia do casamento em Santa Mónica. «Eu, Jennifer, aceito-te, Kevin... até que a morte nos separe.» Nunca a sua vida estivera tão ligada à dele como naquele momento. Porque a seguira até ali?

Mistress Krueger? A voz do xerife Gunderson lembrou-lhe o objectivo fundamental da visita ao local.

Jenny sentiu a garganta contrair-se. De manhã, nem o chá conseguira ingerir.

Sim proferiu num murmúrio. É o meu marido. Ouviu uma risada áspera, sarcástica, atrás de si, e voltou-se. Desculpa, Erich... Não era minha intenção...

No entanto, ele desaparecera, deixando os passos apressados a ecoar na sala. Quando ela subiu para o carro, foi encontrá-lo sentado, de expressão granítica, e não pronunciou uma única palavra durante o percurso.

Ao longo do inquérito, foram feitas as mesmas perguntas de dezenas de maneiras diferentes.

Mistress Krueger, Kevin MacPartland disse a várias

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pessoas que o tinha convidado a passar pela mansão, na ausência do seu marido.

Não é verdade.

Qual é o número do telefone de sua casa? Jenny indicou-o.

Sabe o do Guthrie Theater?

Não.

Permita-me que a elucide, ou porventura refresque a memória. É cinco cinco cinco dois oito dois quatro. Reconhece-o?

Não.

Mistress Krueger, tenho aqui uma fotocópia da factura do telefone da herdade, correspondente ao mês de Março. Figura nela uma chamada para o Guthrie Theater, com a data de nove. Continua a negar que a fez?

Decerto.

Este casaco é seu, Mistress Krueger?

É, mas dei-o.

Tem a chave da residência Krueger?

Perdi-a.

«A chave», reflectiu. «Encontrava-se na algibeira do casaco.» E explicou-o ao promotor.

Este pegou numa chave, a que Erich lhe confiara, cujo aro continha as suas iniciais: J. K.

É esta?

Parece.

Deu-a a alguém? Diga a verdade, por favor.

Não, não dei.

Foi encontrada na mão de Kevin MacPartland.

É impossível!

Chamada a depor, Maude repetiu, com aparente relutância, aquilo que revelara a Jenny.

Ele disse que a ex-esposa o mandara chamar e eu indiquei-lhe o caminho. Tenho a certeza absoluta da data, porque foi na noite após a morte do cão que pertencia ao meu filho.

Por seu turno, Clyde Toomis mostrou-se embaraçado e parco de palavras, mas indiscutivelmente sincero.

Disse a minha mulher que tinha um casaco de Inverno quase novo e recriminei-a por aceitar o outro. Tornei a colocá-lo

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no armário do corredor que dá para a cozinha da mansão, no mesmo dia em que ela se atreveu a vesti-lo em casa.

Mister Krueger estava ao corrente disso?

Não creio que o facto lhe pudesse passar despercebido. Pendurei-o ao lado do casaco de esquiar que usa constantemente.

Jenny reflectiu que não o vira, mas reconheceu a possibilidade de não ter prestado atenção.

Seguiu-se Erich. As perguntas foram breves, em tom respeitoso.

Mister Krueger, encontrava-se em casa na noite de segunda-feira, nove de Março.

Divulgou os seus planos para passar essa noite na sua cabana?

Sabia que sua esposa tinha entrado em contacto com o ex-marido?

As respostas foram proferidas com o mesmo desprendimento e indiferença do que se se tratasse de uma desconhecida.

Jenny observava-o com curiosidade e reparou que não moveu a cabeça uma única vez para a olhar. Erich, que detestava falar ao telefone; Erich, uma das pessoas mais reservadas que ela jamais conhecera, irritado com a esposa em virtude do telefonema de Kevin e encontro subsequente.

O inquérito chegou finalmente ao termo. Quando procedeu ao resumo de encerramento, o coroner esclareceu que a profunda escoriação existente na região temporal direita da vítima podia ter ocorrido durante o impacte do carro no rio ou sido infligida antes do acidente.

O veredicto oficial inclinou-se para a morte por afogamento.

No entanto, quando abandonava o edifício, Jenny não acalentava a mínima dúvida quanto ao veredicto que a comunidade lavrara. Na melhor das hipóteses, considerava-a uma mulher que se encontrava clandestinamente com o ex-marido.

Na pior, assassinara-o.

Nas três semanas que se seguiram ao inquérito, os jantares a que Erich compareceu obedeceram a uma rotina uniforme.

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Nunca falava com ela directamente, apenas com as garotas, no género de «Pede à mamã que me passe o pão, Chocalho». O tom era sempre atencioso, e só ouvidos particularmente sensíveis detectariam a tensão existente entre ambos.

Quando levava as filhas para a cama, Jenny nunca sabia se ainda o encontraria em casa, quando regressasse à sala. Ao mesmo tempo, perguntava-se aonde iria. À cabana? Visitar amigos? Não se atrevia a perguntar-lhe. Se ele ficava em casa, instalava-se no quarto das traseiras que o pai utilizara durante muitos anos. Ela não tinha ninguém com quem conversar. No entanto, algo no íntimo lhe segredava que o marido superaria] aquela fase. Havia ocasiões em que o surpreendia a olhá-la com tanta ternura que tinha de se esforçar para não lhe lançar os braços ao pescoço e implorar que acreditasse nela.

Entretanto, perguntava-se como aparecera o seu casaco no carro de Kevin.

Uma noite, foi encontrar Erich a tomar café na cozinha e, antes que pudesse pronunciar uma sílaba, ele disse:

Precisamos de conversar, Jenny.

Ela sentou-se, sem conseguir determinar com segurança se o que sentia era alívio ou ansiedade. Depois de deitar as crianças, tomara banho de chuveiro e vestira o roupão que Nana lhe oferecera, por cima da camisa de dormir. Agora, Erich observava-a com certo interesse.

Esse tom de vermelho condiz perfeitamente com a cor do cabelo. Uma nuvem obscura no escarlate. Simbólico, não achas? Como segredos sombrios de uma mulher escarlate. É por isso que o usas?

Vesti este roupão porque tinha frio replicou Jenny, reflectindo com amargura que afinal era daquilo que precisavam de «conversar».

Fica-te bem. Esperas alguém, por acaso? Entretanto, estranhava que, no meio de tudo aquilo,

ainda conseguisse compadecer-se dele. O que teria sido pior: a morte de Caroline ou o facto de ela tencionar sair de casa?

Não, não espero ninguém. Se duvidas, fica em casa,

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para te certificares. Fez uma pausa e, com um suspiro de resignação, acrescentou: Lamento tudo isto, Erich. Sei que circulam comentários desagradáveis, e deves estar agastado. Não me acode qualquer explicação lógica para o que aconteceu.

O teu casaco.

Não sei como foi parar àquele carro.

Esperas que acredite?

Eu acreditava, se os papéis se invertessem.

Queria acreditar, mas não consigo. Admito, porém, uma coisa. Se concordaste com a vinda de MacPartland, talvez pretendesses preveni-lo de que não nos importunasse. Isso, não tenho rebuço em aceitar. No entanto, não posso viver na mentira. Confessa que o chamaste e encerraremos o assunto. Imagino o que se passou. Não querias que ele passasse por cá e sugeriste que seguisse para a margem do rio, um local perfeitamente solitário. Aí, disseste-lhe o que pretendias, e é possível que tentasse beijar-te ou algo do género. Talvez lutassem e, ao saíres do carro, desembaraçaste-te do casaco. Depois, ao fazer a inversão de marcha para retroceder, ele errou a mudança de velocidade e o carro precipitou-se na água. É uma situação perfeitamente compreensível. Mas confessa, em vez de me olhares com esse ar inocente. Reconhece que mentiste, e prometo não tornar a abordar o caso. O nosso amor mantém-se intacto e ainda podemos viver em felicidade absoluta.

Ao menos, era totalmente honesto. Jenny tinha a impressão de que se sentava no topo de uma montanha e contemplava um vale, observando o que se passava como uma espectadora desinteressada.

Seria quase mais fácil proceder como desejas ponderou, após breve pausa. Mas, curiosamente, somos a soma total das nossas vidas. Nana desprezava os mentirosos. Abominava a própria mentira social. «Nunca recorras a evasivas, Jen», costumava dizer. «Se não queres sair com uma pessoa, agradece e recusa o convite, em vez de alegares uma enxaqueca ou o excesso de trabalho. A verdade serve melhor os interesses de todos.»

Não estamos a falar de excessos de trabalho.

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Vou-me deitar. Reconheceu a inutilidade de prosseguir o diálogo. Boa noite.

Erich não replicou, apesar de ela subir a escada com lentidão, a fim de lhe proporcionar o ensejo de dizer algo.

Adormeceu com prontidão, dominada pela exaustão, e mergulhou num mundo de sonhos agitados. Estava no carro e lutava com Kevin, que pretendia apoderar-se da chave...

Em seguida, encontrou-se no bosque e movia-se entre as árvores, como se procurasse alguma coisa. Em dado momento, estendeu o braço para afastar os ramos mais próximos e sentiu o contacto de um corpo.

Os dedos percorreram uma fronte, a membrana suave de uma pálpebra. Cabelos compridos roçaram-lhe a face.

Mordendo os lábios para evitar o grito que tentava irromper da garganta, soergueu-se e tacteou à procura do interruptor do candeeiro da mesa-de-cabeceira. Por fim, premiu-o e olhou em volta com ansiedade. Não havia ninguém no quarto. Encontrava-se só.

Voltou a afundar-se na almofada, o corpo dominado por um tremor indomável. Até os músculos faciais se contraíam.

«Estou a enlouquecer», reflectiu, alarmada. «Estou a perder a noção da realidade.» Deixou o candeeiro aceso, e os primeiros clarões do dia começavam a empalidecer os vidros da janela quando finalmente adormeceu.

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Acordou quando os raios solares penetravam no quarto, e recordou-se imediatamente do que acontecera. Um sonho mau, um pesadelo. Embaraçada, apagou o candeeiro e levantou-se.

O tempo começava finalmente a melhorar, e ela permaneceu na janela, com o olhar fixo no bosque. Em seguida, abriu-a e os sons familiares da actividade da herdade acudiram-lhe aos ouvidos.

Fora, sem dúvida, um pesadelo. Apesar disso, a recordação vívida provocava-lhe transpiração fria, pegajosa. A sensação do contacto da mão com um rosto fora impressionantemente real. Dar-se-ia o caso de sofrer de alucinações?

E o sonho de se encontrar no carro com Kevin, com o qual lutava... Seria possível que lhe tivesse de facto telefonado?

A concussão do acidente... O médico recomendara-lhe que encarasse as futuras dores de cabeça com a preocupação que mereciam.

E ultimamente elas não haviam faltado.

Por fim, tomou banho, puxou o cabelo para o topo da cabeça, onde o atou com uma fita, e enfiou uma pesada camisola de lã e calças de ganga. As filhas ainda não tinham acordado, pelo que, se conservasse a calma, talvez conseguisse tomar o pequeno-almoço em paz. Supôs que perdera uns

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cinco quilogramas nos últimos três meses, o que poderia resultar prejudicial para o bebé.

Quando colocava a chaleira ao lume, vislumbrou a cabeça de Rooney que se deslocava diante da janela. Desta vez, a mulher bateu à porta.

Preciso falar consigo anunciou, com uma expressão grave.

Sente-se. Toma café ou chá?

Jenny! A recém-chegada parecia ter perdido o ar vago usual. Magoei-a, mas tentarei reabilitar-me aos seus olhos.

Não vejo como me podia magoar.

Tenho-me sentido muito melhor, consigo aqui afirmou, de olhos marejados. Uma moça bonita, à qual posso ensinar a costurar. A ideia encheu-me de alegria. E não a censuro por se encontrar com ele. Os homens da família Krueger não são fáceis de aturar. Caroline descobriu-o à sua própria custa. Por conseguinte, compreendo-a. E não tencionava ventilar o assunto. Nunca.

Qual assunto? Não acredito que mereça essa sua preocupação.

Merece, sim, Jenny. Ontem à noite, tive um daqueles acessos e disse ao Clyde que lhe mostrei a belbutina azul, na noite de segunda-feira após o aniversário de Caroline, para ver se gostava da cor. Era tarde. Cerca das dez horas. No entanto, devido à proximidade do aniversário, estava enervada. Lembrei-me de espreitar para verificar se a luz da sua cozinha estava acesa e vi-a entrar para o carro branco. Depois, afastou-se com ele em direcção à estrada que vai dar à margem do rio, mas juro que não queria dizer nada a ninguém, para não a prejudicar.

Eu sei que não o fez conscientemente admitiu Jenny, rodeando os ombros trémulos da mulher com o braço.

«Afinal, fui com Kevin», reflectia. «Saí com ele. Mas não, é impossível. Não posso convencer-me disso.»

E o Clyde disse que tinha o dever de comunicar tudo a Erich e ao xerife soluçou Rooney. Esta manhã, tentei convencê-lo de que não passava de invenção minha, mas lembra-se de ter acordado, naquela noite. Eu acabava de

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entrar com o tecido debaixo do braço e ficou furioso por ter saído. Garantiu que falaria com Erich e o xerife. Vou mentir por si, Jenny. Talvez assim lhe evite mais aborrecimentos.

Tente compreender volveu Jenny, em tom pausado. Penso que se engana. Eu estava deitada, nessa noite. Não pedi a Kevin que me visitasse. Não mentirá se declarar que fez confusão.

A outra suspirou.

Sempre aceito o café. Gosto de si, Jenny. Às vezes, chego a acreditar que a Arden nunca voltará e acabarei por me conformar.

Naquela manhã, eles entraram juntos: o xerife, Erich e Mark. Para quê, também Mark?

Sabe porque nos encontramos aqui, Mistress Krueger. Ela escutou atentamente. Eles falavam de outra pessoa,

alguém que não conhecia e se metera num carro. Erich já não se mostrava irritado, apenas pesaroso.

Ao que parece, Rooney tenta retirar o que declarou, mas não podíamos ocultar uma informação tão importante ao xerife Gunderson. Aproximou-se de Jenny, pousou-lhe as mãos nas faces e acariciou-lhe o cabelo.

Ela esforçava-se por compreender a razão pela qual se lhe afigurava que a desnudavam em público.

Estás entre amigos, querida acrescentou o marido. Diz a verdade.

Jenny ergueu os braços, pegou nas mãos dele e afastou-as do rosto, de contrário sufocaria.

Disse a verdade como a conheço articulou calmamente.

Alguma vez teve falhas de memória? A voz do xerife não era destituída de cordialidade.

Sofri uma concussão, em tempos.

Ela descreveu abreviadamente o acidente, consciente de que os olhos de Mark Garrett a observavam, provavelmente persuadido de que se tratava de pura invenção.

Ainda amava Kevin MacPartland, Mistress Krueger? Que pergunta horrível para fazer diante de Erich! Tudo aquilo se tornava profundamente humilhante para ele. Se, ao

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menos, ela pudesse partir. Levar as crianças e deixá-lo entregue à vida que sempre conhecera.

No entanto, transportava o filho dele no ventre. Erich adorá-lo-ia. Seria um rapaz. Jenny estava absolutamente segura disso.

Não da maneira que presumo que tem em mente respondeu, após um silêncio.

Não é verdade que manifestou afecto por ele em público, ao ponto de as empregadas e duas clientes do Groveland Inn ficarem chocadas?

Por um momento, teve vontade de rir.

Devem chocar-se com muita facilidade. Kevin beijou-me, à despedida, carícia que não retribuí.

Não estava preocupada com a possibilidade de o seu marido aparecer? MacPartland não constituía uma ameaça ao seu casamento?

Não compreendo.

A princípio, a senhora revelou a Mister Krueger que era viúva. Ele é um homem abastado e pretende adoptar as duas crianças. Ora, MacPartland podia deitar por terra os seus maravilhosos projectos, Mistress Krueger.

Jenny desviou os olhos para Erich. Preparava-se para revelar que os documentos de adopção provariam que Kevin os assinara e Erich conhecia a existência deste antes de casarem, mas mudou de ideias. De que serviria? A situação já era suficientemente penosa para o marido e agravar-se-ia se os amigos e conhecidos se inteirassem de que lhes mentira deliberadamente. Por conseguinte, esquivou-se a uma resposta directa.

O meu marido e eu estávamos de acordo em todos os aspectos. Não queríamos que Kevin aparecesse cá em casa e estabelecesse a confusão nas crianças.

Mas a empregada ouviu-o dizer que não renunciaria aos seus direitos e impediria que a adopção se consumasse. E também não lhe passaram despercebidas as palavras ameaçadoras com que a senhora replicou. Ele representava, portanto, uma ameaça ao seu casamento.

Porque seria que Erich não acudia em seu auxílio? Olhou-o e apercebeu-se da expressão de cólera que lhe dominava o rosto.

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Creio que isto já foi longe de mais, xerife declarou, em voz firme. Nada poderia ameaçar o nosso casamento, e muito menos Kevin MacPartland, vivo ou morto. Todos sabemos que Rooney padece de perturbações mentais. A minha mulher nega ter subido para aquele carro. Tenciona acusá-la formalmente de alguma coisa? Em caso negativo, exijo que pare de a importunar!

Muito bem, Erich. Gunderson inclinou a cabeça. Mas devo adverti-lo de que existem fortes possibilidades de o inquérito ser reaberto.

Se tal acontecer, enfrentaremos a situação.

Ele defendera-a, até certo ponto. Jenny notou que se sentia surpreendida com a atitude algo desprendida do marido. Estaria a resignar-se à notoriedade?

Não garanto que isso sucederá, evidentemente. Ignoro se o testemunho de Rooney pode alterar alguma coisa. Até que Mistress Krueger comece a recordar-se com exactidão do que se passou, pouco ou nada avançaremos nas investigações. Duvido que subsistissem grandes dúvidas nas mentes dos jurados da presença dela no carro.

Erich acompanhou o xerife à viatura oficial, onde conversaram durante alguns minutos. Mark, que não os seguira, disse:

Gostava de lhe marcar consulta num médico, Jenny. Denunciava profunda preocupação. Seria por ela ou por Erich?

Suponho que se refere a um psiquiatra?

Não, ao tradicional médico de família. Conheço um de confiança, em Waverly. Está com mau aspecto, Jenny, o que não admira, em virtude da tensão quase constante em que vive.

Acho que ainda aguento um pouco mais, mas agradeço a atenção.

Ela decidiu para consigo que necessitava de sair, pelo que subiu ao quarto das filhas e anunciou:

Vamos dar uma volta.

Podemos montar? perguntou Tina.

Agora, não acudiu Beth. O papá disse que nos levava.

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Quero dar açúcar ao Chocalho.

Pois sim. Vamos ao estábulo concordou Jenny. Por um momento, permitiu-se um devaneio. Não seria maravilhoso se Erich selasse o Barão e ela montasse a Moça de Fogo para percorrerem a propriedade num dia primaveril como aquele?

Joe acolheu-as com uma expressão sombria. Desde que se dera conta de que o marido se irritara com os termos da sua amizade com o rapaz, ela passara a evitá-lo na medida do possível.

Como está o Randy segundo?

Bem murmurou ele. Eu e ele passámos a viver na vila, com o meu tio. Arranjámos um apartamento por cima dos Correios. Passe por lá, um dia.

Abandonaste a casa de tua mãe?

Com certeza.

Porquê?

Porque ela só serve para arranjar sarilhos às pessoas. Fiquei enojado, Mistress Krueger... Jenny, com as coisas que afirmou a seu respeito. Garanti-lhe que se disse que não viu esse tal Kevin naquela noite foi por conveniência própria. De resto, estou-lhe muito grato. Mister Krueger punha-me na rua, quando o Barão fugiu, se a senhora não interviesse. Se a minha mãe não metesse o nariz onde não deve, não tinha havido todo este rebuliço. Não é a primeira vez que um carro mete por essa estrada e cai à água. As pessoas limitavam-se a dizer «Que pena...» e protestavam por não haver uma sinalização adequada. Assim, todos tecem comentários desagradáveis a seu respeito e de Mister Krueger e chamam-lhe «pesquisadora de ouro» de Nova Iorque.

Por favor, Joe. Ela pousou-lhe a mão no braço. Já te causei demasiados aborrecimentos. A tua mãe deve estar apoquentada contigo. Volta para casa.

Nem pensar. Quando quiser montar a Moça de Fogo ou as meninas desejarem ver o Randy, terei muito gosto em ser-lhes útil nas minhas horas livres. Basta uma palavra sua.

Esse género de conversa não serve para melhorar a tua situação. Gesticulou para a porta aberta. Podem ouvir-te.

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Quero lá saber! A expressão dele desanuviou-se. Faria tudo por si, Jenny.

Vamos, mamã. Beth puxou a manga dela.

No entanto, Joe dissera algo que lhe ficara gravado no subconsciente... De súbito, recordou-se e perguntou:

Porque disseste à tua mãe que foi por conveniência própria que neguei ter visto Kevin naquela noite?

As faces do rapaz avermelharam-se e enfiou as mãos nos bolsos, ao mesmo tempo que se voltava ligeiramente, para não a encarar.

Não precisa de fingir comigo proferiu a meia voz. Eu estava presente. Receava não ter fechado o Barão convenientemente e atravessava o pomar quando avistei Rooney, prestes a alcançar a mansão. Parei, porque não queria perder tempo a conversar com ela. Naquele momento, apareceu o Buick branco, cuja porta se abriu, e a senhora saiu de casa a correr. Vi-a entrar para o carro, Jenny, mas juro por Deus que nunca direi nada a ninguém. Eu... amo-a, Jenny.

Algo receosamente, retirou a mão da algibeira e pousou-a no braço dela.

24

Erich regressou quando o Sol começava a dardejar raios oblíquos sobre os campos. Entretanto, Jenny decidira falar-lhe da gravidez, independentemente do clima que de momento se vivia na herdade.

Ele facilitou-lhe inesperadamente a tarefa. Fazia-se acompanhar de algumas telas da cabana que tencionava exibir em São Francisco.

Que te parecem? Não havia nada na sua voz ou atitude que sugerisse a troca de palavras com o xerife daquela manhã.

São admiráveis. admitiu ela.

«Devo repetirrlhe o que o Joe disse? Convirá antes aguardar melhor oportunidade? Quando consultar o médico, talvez fique a saber se podem ocorrer fases de amnésia às mulheres" grávidas.»

Ele olhava-a com curiosidade e, de súbito, perguntou:

Queres vir comigo a São Francisco?

Falamos disso durante o jantar.

Não tenhas medo, querida. Rodeou-lhe a cintura com os braços. Cuidarei de ti. Esta manhã, quando Gunderson te crivava de perguntas, compreendi que, não obstante o que aconteceu naquela noite, representas toda a minha vida. Necessito de ti.

Estou tão confusa, Erich.

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Porquê?

Não me recordo de ter saído com Kevin, mas Rooney não mentiria.

Não te preocupes. Ela não é uma testemunha idónea. E ainda bem, pois Gunderson disse-me que reabriria o inquérito, se fosse.

Nesse caso, se aparecesse outra pessoa a afirmar que me viu entrar para aquele carro, o reabria e acusava-me de homicídio?

Escusamos de nos apoquentar com isso, visto não haver outra testemunha.

«Mas há», pensou Jenny. Existiria a possibilidade de alguém ter ouvido Joe? A mãe começava a recear que, à semelhança do tio, manifestasse tendência para as bebidas alcoólicas. E se, numa das suas visitas ao bar, confidenciasse a um companheiro de libação que a vira entrar para o carro com Kevin?

Será possível que me tenha esquecido de que saí? perguntou ao marido.

Seria uma experiência chocante. Tinhas despido o casaco e a chave foi encontrada na mão dele. É possível que, como sugeri o outro dia, tentasse beijar-te e se apoderasse dela nessa altura. Talvez lhe resistisses, o carro começou a mover-se e saltaste para fora antes de se precipitar no rio.

Não sei... Custa-me a crer.

Mais tarde, quando eram horas de recolher ao quarto, Erich indicou:

Veste a camisa de dormir água-marinha.

Não posso.

Porquê?

Está-me pequena. Espero bebé.

Kevin reagira com desolação, a primeira vez que lhe anunciara a gravidez, e desabafara: «Com mil diabos, Jen! Não podemos permitir-nos esse luxo. Livra-te da criança.»

Agora, ao invés, Erich explodia de alegria:

Meu amor! Então é por isso que tens estado tão abatida! Achas que será um rapaz?

Tenho a certeza disso.

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Jenny soltou uma risada e saboreou a momentânea libertação da ansiedadde.

Bem, tens de ir ao médico sem demora. O meu filho... Importas-te que se chame Erich? É tradição na família.

Concordo em absoluto.

Temos atravessado uma fase horrível, Jen. Ele abraçou-a no sofá, com toda a desconfiança entre ambos esquecida. Atiraremos todos os problemas para trás das costas. Quando eu regressar de São Francisco, promoveremos uma festa especial. De facto, não convém que viajes, se te tens sentido mal. Enfrentaremos a comunidade sem vacilar. Seremos uma verdadeira família. Os trâmites da adopção hão-de completar-se até ao Verão. Lamento o sucedido a MacPartland, mas ao menos deixou de constituir uma ameaça.

«Deixou de constituir uma ameaça...» Jenny perguntou-se se deveria referir-se ao que Joe lhe revelara. Não, a noite achava-se consagrada ao novo filho.

Por fim, subiram ao quarto, e Erich já estava deitado quando ela saiu da casa de banho.

Tinha saudades de dormir contigo declarou ele. Senti-me muito só.

Eu também. A intensa afinidade física entre ambos, acentuada e incendiada pela separação, ajudou-a a esquecer as semanas de sofrimento.

Amo-te, Jenny. Nem imaginas quanto...

Julgava que enlouquecia, ao sentir-te tão distante.

Calculo... Jen?

Sim, querido?

Estou ansioso por ver com quem o bebé se parece.

Contigo, espero.

Também acalento essa esperança. A respiração de Erich pareceu acelerar-se um pouco.

Ela começava a imergir no sono, mas as últimas palavras fizeram-na regressar à realidade. Ele duvidaria, porventura, de que era o pai da criança? Decerto que não. Os nervos que ainda a dominavam induziam-na a traçar conclusões injustificadas. No entanto, a forma como construíra a frase...

De manhã, Erich disse:

Ouvi-te chorar no sono, querida.

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Não dei por isso.

Amo-te, Jenny.

Amar é confiar, Erich. Recorda-te, por favor, querido, de que o amor e a confiança andam de mãos dadas.

Três dias mais tarde, ele levou-a ao ginecologista de Granite Place. Jenny simpatizou à primeira vista com o Dr. Elmendorf, cuja idade se podia situar em qualquer ponto entre os cinquenta e sessenta e cinco anos, baixo e calvo, de olhar perscrutador.

Emagreceu tanto no princípio das duas gravidezes anteriores?

Não.

Foi sempre anémica?

Também não.

Houve complicações no seu nascimento?

Não sei, porque fui adoptada. No entanto, a minha avó nunca mencionou nada do género. Nasci em Nova Iorque, e a isso se presume praticamente o que sei dos meus antecedentes.

Hum... Teremos de improvisar. Sei que tem estado sob forte tensão.

«É uma maneira optimista de pôr a questão», reflectiu ela.

Bem, vamos principiar um tratamento à base de vitaminas. Fica desde já proibida de levantar ou empurrar pesos e procure repousar o mais possível.

Providenciarei nesse sentido interpôs Erich, pegando na mão dela.

Os olhos perscrutadores fixaram-se nele por uns instantes.

Julgo aconselhável absterem-se de relações maritais durante um mês, pelo menos e, possivelmente, ao longo de toda a gravidez, se as manchas no corpo persistirem. Será uma prescrição demasiado drástica?

Não haverá inconveniente, desde que se destine a contribuir para que ela tenha um filho saudável afirmou Erich.

«Mas haverá», pensou Jenny, desolada. «As nossas relações maritais proporcionam-nos a única área em que somos simplesmente duas pessoas que se amam e desejam e conseguimos fechar a porta ao ciúme, suspeita a pressões exteriores.»

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25

A parte final da Primavera revelava-se cálida, com aguaceiros à tarde que contribuíam para tornar a terra mais fértil e verdejante.

O gado afastava-se com mais confiança para pastar e aventurava-se até ao declive que antecedia a margem do rio.

Para Jenny, a mudança de tempo era extremamente agradável. O calor do sol primaveril dir-se-ia penetrar o frio constante do seu corpo. A fragrância das flores dispersas pela mansão quase conseguia dominar o odor persistente do pinho. De manhã, ela podia levantar-se, abrir a janela, e depois reclinar-se nas almofadas para apreciar a brisa suave.

Os comprimidos para o enjoo matinal não se revelavam eficientes, pois acordava sempre com náuseas. Erich insistia em que ficasse na cama, levava-lhe chá e bolachas e, passado algum tempo, a indisposição atenuava-se.

Agora, dormia em casa todas as noites.

Não quero que fiques só e já tenho tudo pronto para a exposição em São Francisco. Decidira partir a vinte e três de Maio. Segundo o doutor Elmendorf, nessa altura estarás sensivelmente melhor.

Oxalá que sim. Não estás mesmo a atrasar o teu trabalho?

Não, garanto-te. Ao mesmo tempo, posso dedicar-me

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mais às garotas. Com Clyde a ocupar-se da contabilidade, o capataz na herdade e o pai de Emily no banco, disponho de muitas horas livres.

Com efeito, era ele que levava as crianças ao estábulo todas as manhãs, e vigiava-as, enquanto montavam os póneis. Entretanto, Rooney aparecia com regularidade. A camisola que Jenny fazia progredia satisfatoriamente, e a mulher já a iniciara nos segredos da confecção de uma colcha.

Jenny continuava a não conseguir explicar como o seu casaco fora encontrado no carro de Kevin. E se ele tivesse visitado a herdade e entrado pela porta da ala oeste, porventura deixada fechada apenas no trinco? O armário dos agasalhos situava-se perto. Entrara e, de súbito, deixara-se dominar pelo pânico, pois, no fundo, não sabia se havia uma governanta que dormisse na casa. Talvez se tivesse apoderado do casaco, com a ideia de provar que se avistara com ela, afastado no carro e enveredado pelo caminho errado. A seguir enfiara a mão na algibeira, esperançado em encontrar dinheiro, pegara na chave e nesse momento o Buick precipitara-se no rio.

Mas o telefonema continuava por explicar.

Após a sesta, as crianças gostavam de brincar nas cercanias da mansão. Jenny sentava-se no terraço da ala oeste, de onde as podia observar enquanto trabalhava na camisola de lã ou na colcha. Rooney conseguira descobrir o tecido no sótão, sobras de vestidos de um passado distante, e explicara:

John comprou o tecido azul para fazer cortinados para o quarto das traseiras, quando resolveu mudar-se para lá, apesar de eu o prevenir de que era muito escuro. Na altura, não quis dar o braço a torcer, mas mais tarde mandou-me retirar os cortinados e substituí-los pelos que se encontram lá agora, também confeccionados por mim.

Jenny não lograva criar ânimo suficiente para se sentar na cadeira de balouço de Caroline, preferindo outra de verga, com espaldar elevado e as almofadas necessárias a um mínimo de conforto.

Já não sentia falta de companhia e recusava as sugestões de Erich para jantarem num restaurante das proximidades.

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Ainda é cedo, querido. Nem sequer me atrai o cheiro da comida.

Ele começou a levar as garotas consigo, quando necessitava de se ausentar pelas redondezas, e elas regressavam entusiasmadas com as pessoas que haviam conhecido e os lugares que tinham visitado o tempo suficiente para tomarem leite com biscoitos caseiros.

Por outro lado, Erich passara a dormir no quarto das traseiras.

Assim, é mais fácil, Jen. Não conseguiria deitar-me a teu lado, noite após noite, sem te tocar. De resto, fartas-te de dar voltas na cama e dormes melhor sozinha.

Ela devia sentir-se grata, mas tal não acontecia. Os pesadelos repetiam-se com regularidade e a sensação de que tocava num rosto ou cabelos em contacto com a face. No entanto, não se atrevia a informar o marido, com receio de que a julgasse louca.

Na véspera da partida para São Francisco, Erich sugeriu que o acompanhasse ao estábulo, numa altura em que as náuseas matinais estavam ausentes havia mais de quarenta e oito horas.

Prefiro que estejas presente, quando as pequenas montam os póneis. Não me agrada nada o que se passa com o Joe.

De que se trata? perguntou Jenny, com uma ponta de apreensão.

Constou-me que é companheiro habitual do tio nas libações. O Josh Brothers pode exercer nele uma influência perniciosa. Por conseguinte, se o vires aparecer com uma ressaca evita que saia com elas. Se continuar assim, talvez me veja forçado a despedi-lo.

Mark encontrava-se no estábulo, e a voz, normalmente calma, achava-se elevada e glacial.

Não sabes que é perigoso deixar veneno para os ratos a menos de dois metros da provisão de aveia? Supõe que contamina as rações. Que se passa contigo ultimamente, Joe? Fica ciente do seguinte: se isto torna a acontecer, peço a Mister Krueger que te despeça.

Erich soltou o braço de Jenny e adiantou-se.

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Que aconteceu?

Deixei a caixa do veneno aqui, quando começou a chover, e não voltei a lembrar-me disso admitiu o rapaz, vermelho como um pimentão e prestes a desfazer-se em lágrimas.

Estás despedido.

Joe volveu o olhar para Jenny. Haveria algo de significativo na sua expressão, ou tratar-se-ia de uma mera súplica? Era difícil de determinar.

Após breve hesitação, ela aproximou-se do marido e pegou-lhe na mão.

Por favor, Erich. O Joe tem sido admirável com as pequenas. É muito paciente ao ensiná-las a montar. Elas sentiriam horrivelmente a sua falta.

Ele olhou-a em silêncio por um momento e replicou secamente:

Está bem, se isso representa tanto para ti. Virou-se para Joe. Ao menor erro, ao mínimo erro (a porta do estábulo deixada aberta, um cão vadio a percorrer a propriedade, etc.), já sabes o que te espera. Entendido?

Sim, senhor balbuciou o rapaz. Obrigado, Mister Krueger. Muito obrigado, Mistress Krueger.

E não te esqueças de que é sempre Mistress Krueger que deves dizer, hem? Não quero que as pequenas tornem a montar até ao meu regresso, Jenny. De acordo?

Com certeza assentiu ela, notando que Joe parecia adoentado e apresentava uma equimose na fronte.

Mark abandonou o estábulo com eles.

Tens mais um bezerro, Erich. Foi por isso que vim. Não percas o Joe de vista. Envolveu-se em mais uma briga, ontem à noite.

Mas por que carga de água anda constantemente à pancada?

Um copo a mais, para quem não está habituado a beber, e não é preciso mais nada.

Vem almoçar connosco convidou Erich. Temos-te visto pouco, ultimamente.

Apareça, por favor murmurou Jenny.

Vão entrando indicou Erich, quando se encontraram

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diante da mansão. Prepara bebidas para nós, Mark, enquanto vou buscar a correspondência ao escritório.

Fixe. Mark aguardou que o amigo se distanciasse e disse apressadamente: Duas coisas, Jenny. Chegou-me aos ouvidos a boa nova sobre a gravidez. Parabéns. Como se sente?

Muito melhor do que ao princípio.

Quero dar-lhe um conselho. Teve um gesto nobre ao interceder pelo Joe, mas receio seja inútil. Envolve-se em brigas devido à facilidade com que divulga o afecto por si. Venera-a literalmente, e os fulanos que frequentam os bares à noite desfrutam-no. Seria muito melhor para ele que se afastasse da herdade.

E para mim?

Exacto.

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Quando se preparava para partir para São Francisco, Erich decidiu conduzir o Cadillac até ao aeroporto e deixá-lo no parque de estacionamento.

A menos que o queiras utilizar, querida.

Haveria um segundo sentido na sugestão? A última vez que o marido se ausentara, Jenny servira-se do carro para comparecer ao encontro com Kevin.

Obrigada, mas não necessito. Elsa pode encarregar-se de ir às compras.

Tens vitaminas que cheguem?

Montes delas.

Se não te sentires bem, o Clyde leva-te ao médico. Encontravam-se junto da porta, e ela chamou as filhas.

Venham despedir-se do papá. Correram para ele, e Beth pediu:

Traz-me um presente.

Para mim, também! apressou-se Tina a exclamar.

Antes de saíres, diz-lhes que não queres que montem os póneis até regressares.

Mas papá!... protestaram as garotas.

Bem, o Joe pediu-me desculpa e disse reconhecer que tinha pisado o risco. Prometeu mesmo voltar para casa da mãe. Acho que não há inconveniente em que acompanhe as pequenas. Procura estar presente nessas ocasiões, Jen.

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Prefiro não assistir disse ela, em voz átona.

Por alguma razão em especial? Erich arqueou as sobrancelhas.

Jenny recordou-se do que Mark lhe revelara, mas não vislumbrava uma maneira de o discutir com o marido.

Está bem, se te parece que não há inconveniente acabou por conceder.

Acompanhou-o ao carro, que Clyde fora buscar à garagem e ao qual Joe dava os últimos retoques com o pano do pó. A um lado, Rooney aguardava para entrar e costurar com Jenny, e Mark acercava-se para se despedir.

Telefono-te assim que chegar ao hotel disse Erich a Jenny. Deverá ser por volta das dez, hora daqui.

Naquela noite, ela deitou-se e ficou a aguardar o telefonema. «A casa é demasiado grande», reflectia. «Qualquer pessoa pode entrar por uma das várias portas sem que me aperceba.» As chaves estavam penduradas no escritório, que ficava trancado àquela hora, mas não durante o dia, em que por vezes se achava deserto. Havia, pois, a possibilidade de alguém se apoderar de uma, mandar fazer um duplicado e repô-la no seu lugar.

«Porque estarei a preocupar-me com isso numa altura destas?»

Devia-se, sem dúvida, ao sonho, àquele sonho persistente, em que tocava num rosto. Sempre o mesmo, sem a mínima alteração. O odor intenso a pinho, a sensação de uma presença, o contacto dos dedos com um corpo humano e depois um som ténue semelhante a um suspiro. E, quando acendia a luz, não vislumbrava nada de invulgar no quarto.

Se pudesse trocar impressões com alguém sobre o assunto... Mas quem? O Dr. Elmendorf sugeriria que consultasse um psiquiatra. Não tinha a mínima dúvida a esse respeito. Seria o toque final para activar as más-línguas de Granite Place. «A mulher de Krueger sofre de perturbações mentais.»

Ainda não eram dez horas quando o telefone tocou, e ela apressou-se a levantar o auscultador.

Estou...

A linha estava inerte... Mas não, conseguia detectar algo. Não uma respiração qualquer coisa de indefinível.

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Sim?... Começou a tremer de angústia.

Jenny... A voz não passava de um sussurro.

Quem fala?

Está só?

Quem é?

Já tem aí consigo outro amiguinho de Nova Iorque? Ele gosta de nadar?

Que está para aí a dizer?

No instante imediato, a voz assumiu uma inflexão aguda, uma mescla de grito, gargalhada e soluço, irreconhecível:

Prostituta! Assassina! Sai da cama de Caroline. Abandona-a, já!

Jenny pousou o auscultador quase com violência e levou as mãos ao rosto, sentindo um tique nervoso junto da vista esquerda.

O telefone voltou a soar. «Não atendo», decidiu para consigo. «Que continue a tocar.»

O som repetiu-se quatro vezes, cinco, seis. Em seguida, registou-se uma pausa e o retinir recomeçou. Passava das dez horas, ela pegou no auscultador.

Há alguma novidade, Jenny? A voz de Erich deixava transparecer preocupação. Liguei há momentos e dava sinal de impedido. Depois, ouvi tocar e ninguém atendeu. Sentes-te mal? Quem telefonou?

Não sei. Era apenas uma voz. Jenny desenvolvia esforços prodigiosos para dominar a histeria.

Pareces enervada. Que disseram?

Não... não consegui compreender.

Bem... Uma longa pausa, e ele acrescentou em tom resignado: Discutiremos isso noutra ocasião.

Qual outra ocasião? Chocada, ela notou que se exprimia em pouco menos que um grito. Quero discuti-lo agora. Sabes o que disseram? Repetiu os insultos quase através de soluços. Quem me pode dirigir acusações dessas? Quem me odiará a esse ponto?

Acalma-te, por favor, querida.

Mas quem, Erich?

Raciocina. Rooney, sem dúvida.

Mas porquê"? Ela simpatiza comigo.

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Pode simpatizar contigo, mas adorava Caroline. Quer que ela volte e, nos momentos de alucinação, considera-te uma intrusa. Eu preveni-te contra ela, querida. Não te apoquentes que tudo se resolverá pelo melhor. Cuidarei de ti. Cuidarei sempre.

As cãibras principiaram durante a noite longa e sem sono. Primeiro, eram dores agudas no abdómen. Depois, estabilizaram numa sequência uniforme. Por fim, às oito da manhã, Jenny telefonou ao Dr. Elmendorf, que decidiu:

É melhor passar por cá.

Clyde partira cedo para visitar uma feira de gado e levara Rooney consigo. Por outro lado, ela não se atrevia a pedir a Joe que a acompanhasse. Havia outros homens na herdade, porém Erich recomendara que não lhes «desse confiança».

Acabou por telefonar a Mark e explicar a situação, após o que aventurou:

Por acaso, você?...

Ele não a deixou completar a frase.

Estou à sua inteira disposição, se não se importa de aguardar até ao final das horas de consulta para regressar. Ou melhor: o meu pai pode encarregar-se disso. Chegou ontem da Florida e passará o Verão comigo.

O pai, Luke Garrett. Jenny ansiava por conhecê-lo.

Mark foi buscá-la às nove e um quarto. Não soprava a mínima aragem e havia bruma, prenúncios inequívocos de um dia quente. Ela abriu o armário para procurar roupa adequada ao tempo que fazia e descobriu que toda a que Erich lhe comprara se destinava a enfrentar as baixas temperaturas, pelo que teve de optar por um vestido de algodão que adquirira no ano anterior em Nova Iorque.

O carro de Mark era uma station wagon Chrysler de quatro anos. No banco de trás, havia uma mala e, ao lado, um monte de livros. Na realidade, o interior do veículo inspirava a sensação de uma desarrumação confortável.

Era a primeira vez que Jenny se encontrava verdadeiramente a sós com ele. «Aposto que até os animais sabem instintivamente que se sentirão melhor, só com a sua presença», reflectiu ela, e disse-lho.

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Gostava de me convencer disso admitiu ele, com um leve sorriso. E espero que Elmendorf exerça o mesmo efeito em você. É um bom médico. Pode confiar nele.

E confio.

Seguiram pela estrada de piso irregular que se estendia ao longo da herdade em direcção a Granite Place. «Hectare após hectare de terras dos Krueger», cismava Jenny. «E eu que esperava encontrar uma pequena casa de campo, com um terreno cultivado em volta!»

Não sei se já lhe disseram que o Joe decidiu regressar a casa da mãe observou Mark.

O Erich falou-me nisso.

É a melhor solução possível. Maude tem pulso suficientemente firme para o manter na ordem. O alcoolismo constitui um elemento persistente na família.

Julguei que o irmão tivesse começado a beber após o acidente.

Duvido. Ouvi o meu pai e John Krueger trocarem impressões sobre o assunto. John sempre afirmou que o homem tinha passado o dia a beber. Talvez que o acidente fosse o seu pretexto para tornar público o vício.

Erich conseguirá jamais perdoar-me a existência de tantos comentários desagradáveis? Se a situação se mantiver, o nosso casamento correrá perigo.

Jenny não tencionava tocar no assunto. Na verdade, brotara-lhe dos lábios espontaneamente. Deveria aludir também ao telefonema e reacção que provocara em Erich?

Após um longo silêncio, Mark declarou:

Não encontro palavras para descrever a mudança operada nele, desde que a conheceu. Foi sempre um indivíduo solitário, habituado a passar muito tempo na cabana. Agora, compreende-se porquê. Duvido que John Krueger costumasse beijá-lo, mesmo em criança. Caroline, por outro lado, era uma mulher muito expansiva, ao contrário dos habitantes da região. Somos uma fauna pouco expressiva, reservada, circunspecta. Ela descendia em parte de italianos, como sabe. Lembro-me de o meu pai dirigir comentários jocosos à sua comunicabilidade latina. Tente imaginar os efeitos emocionais em Erich, quando ouviu a mãe anunciar a

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intenção de partir. Não surpreende, pois, que estivesse tão apreensivo por causa do seu ex-marido, Jenny. No entanto, dê tempo ao tempo. As más-línguas acabarão por se cansar e calar. Dentro de um mês, terão outro tema mais excitante para se entreter.

Exposta dessa maneira, a situação parece muito fácil de resolver.

Fácil, talvez não, mas não é tão grave como pensa. Acompanhou-a ao consultório e informou: Vou ficar no carro a ler, enquanto o médico a examina.

Este não perdeu tempo com rodeios:

Teve um princípio de falso trabalho de parto, o que não nos convém de modo algum, nesta altura. Suponho que não se dedicou a esforços físicos exagerados?

Decerto que não.

De qualquer modo, perdeu mais peso.

Não consigo comer.

Tem de tentar. Quanto mais não seja, em atenção ao bebé. Leite achocolatado, gelados e coisas do género, se não consegue reter no estômago alimentos mais sólidos. E conserve-se sentada, na medida do possível. Tem alguma preocupação especial?

«Tenho», queria ela responder. «Estou preocupada, porque não sei quem me telefona na ausência do meu marido. Rooney sofrerá realmente de perturbações mentais que a levam a cometer actos de semelhante natureza? E Maude? Detesta os Krueger e, em particular, a minha pessoa. Quem mais costuma inteirar-se dos momentos em que Erich se ausenta?»

Tem alguma preocupação especial? insistiu o Dr. EImendorf.

Não.

No final da consulta, Jenny explicou a Mark o que o médico dissera. Ao mesmo tempo, admirava-lhe a serenidade, confiança em si próprio que irradiava, e não conseguia imaginá-lo dominado por um acesso de cólera. Estivera a ler, mas atirou o livro para o banco de trás e ligou o motor.

Não tem uma amiga ou familiar que pudesse vir passar uns meses consigo? A presença de alguém para conversar ajudaria a tranquilizá-la.

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Jenny pensou em Fran e nos serões divertidos que tinham passado juntas. No entanto, Erich antipatizava solenemente com ela e quase a obrigara a prometer que não os visitaria. Tentou recordar-se de outra amiga, porém não lhe ocorreu nenhuma que pudesse despender cerca de quatrocentos dólares na passagem de avião para uma visita de fim-de-semana.

Confesso que não me lembro de ninguém acabou por replicar.

A herdade dos Garrett situava-se na parte norte de Granite Place.

Somos insignificantes, em comparação com Erich reconheceu Mark. Tenho a clínica instalada na propriedade.

A casa parecia-se com a que Jenny imaginara que o marido possuiria. Grande, pintada de branco, com estores pretos e um longo terraço.

A sala continha várias estantes de livros, e o pai de Mark lia, instalado numa poltrona. Ergueu os olhos quando eles entraram e Jenny notou-lhe uma expressão de perplexidade.

Era alto, de compleição atlética, como o filho, cabelos brancos e olhos azuis aguados, enquanto os de Mark eram escuros.

Suponho que é Jenny Krueger.

A própria assentiu ela, simpatizando com ele à primeira vista.

Não admira que o Erich... Luke Garrett interrompeu-se e iniciou nova frase: Estava ansioso por conhecê-la e lamentei que a oportunidade não se proporcionasse, quando estive cá, em Fevereiro.

Em Fevereiro? Jenny voltou-se para Mark. Por que não levou o seu pai lá a casa?

O interpelado encolheu os ombros.

Erich tornou bem claro que vocês se dedicavam a uma lua-de-mel doméstica. Disponho de dez minutos antes da abertura da clínica. Que prefere: chá ou café?

Desapareceu na cozinha e Jenny ficou só com Luke Garrett, sentindo-se como que observada pelo inspector escolar, que perguntaria a todo o momento: «Gosta das aulas? Está satisfeita com os professores?

Quando lho revelou, ele sorriu.

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Talvez estivesse de facto a analisá-la. Como lhe têm corrido as coisas?

Até que ponto se inteirou da situação?

Sei do acidente, do inquérito...

Então, está ao corrente do principal. Não censuro as pessoas por pensarem o pior. O meu casaco foi encontrado no carro sinistrado. Uma mulher telefonou ao Guthrie Theater de nossa casa, naquela tarde.

Estou convencido de que existe uma explicação razoável para tudo. Depois de encontrada, a vida voltará a desenrolar-se normalmente.

Ela hesitou, mas resolveu não abordar o papel desempenhado por Rooney. De resto, se ela tivesse efectuado o telefonema daquela noite, numa fase de alucinação, decerto não se recordaria. Por outro lado, Jenny não queria repetir o que essa pessoa lhe dissera.

Mark reapareceu, seguido de uma mulher atarracada, com um tabuleiro. O aroma da bebida fumegante recordou a Jenny um dos grandes êxitos de culinária de Nana o bolo de café e invadiu-a uma onda de nostalgia.

Não é muito feliz aqui, hem? perguntou Luke.

Esperava ser respondeu ela, com sinceridade. Podia ser.

Foi exactamente o que Caroline disse volveu ele, a meia voz. Lembras-te de eu lhe arrumar as malas no carro, naquela última tarde, Mark?

Este seguiu para a clínica pouco depois e o pai levou Jenny a casa. Parecia pensativo e, após uma ou duas tentativas frustradas para entabular conversa, ela não insistiu.

Quando o carro transpôs o portão da propriedade, em direcção à entrada da ala oeste, Jenny viu Luke olhar por instantes para a cadeira de balouço do terraço.

O problema consiste em que isto nunca muda comentou ele, subitamente. Uma fotografia actual desta casa não contém a mínima diferença de outra tirada há trinta anos. Nada foi acrescentado, renovado ou alterado. Talvez seja por isso que todos têm a mesma sensação da presença dela, como se a porta pudesse abrir-se a todo o instante para a vermos surgir, acolhedora como sempre, e convidar-nos

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para ficar para jantar. Depois de me divorciar, Caroline trazia o Mark para cá com frequência. Foi como uma segunda mãe para ele.

E no seu caso? aventurou Jenny. Que representou ela para si?

Luke olhou-a com uma expressão repentinamente angustiada.

Tudo o que jamais desejei numa mulher. Aclarou a voz com brusquidão, como se receasse ter revelado demasiado de si próprio.

Jenny apeou-se e disse:

Quando o Erich regressar, espero que venha jantar com o Mark.

Com o maior prazer. Tem a certeza de que não precisa de nada?

Absoluta. Começou a dirigir-se para a entrada.

Jenny. Voltou-se e viu o rosto dele dominado pela mágoa. Perdoe-me, mas é que se parece muitíssimo com Caroline. Na verdade, chega a ser assustador. Tenha cautela, Jenny. Acautele-se com os acidentes.

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Erich, que devia regressar a três de Junho, telefonou na noite anterior.

Tenho estado angustiado, Jen. Dava tudo para te aliviar as preocupações.

Ela sentiu o nó de tensão aliviar-se. Afinal, era como Mark dissera: as más-línguas procurariam outro assunto para se entreter. Se, ao menos, conseguisse apegar-se firmemente a essa ideia...

Havemos de superar tudo isto replicou em voz débil.

Como te sentes?

Bem.

Comes melhor?

Esforço-me por isso. Como correu a exposição?

Optimamente. O Gramercy Trust comprou três óleos por preços elevados. As críticas também não podiam ser mais encomiásticas.

Estupendo. A que horas chega o teu avião?

Por volta das onze. Conto estar em casa entre as duas e as três. Amo-te tanto, Jen...

Naquela noite, o quarto pareceu menos ameaçador, e Jenny admitiu a possibilidade de o período de tensão caminhar para o fim. Dormiu sem sonhos pela primeira vez em várias semanas.

Encontrava-se sentada à mesa do pequeno-almoço, com

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Tina e Beth, quando os gritos principiaram uma hedionda cacofonia de relinchos e sons frenéticos de dor humana.

Mamã! Beth saltou da cadeira e precipitou-se para a porta,

Não saiam daqui! ordenou Jenny.

Correu na direcção do pandemónio, que parecia provir do estábulo, enquanto Clyde irrompia do escritório, de espingarda em punho.

Não se aproxime, Mistress Krueger, não se aproxime! No entanto, ela não podia obedecer, pois era Joe quem gritava.

O rapaz achava-se no fundo do estábulo, encolhido junto da parede, enquanto tentava esquivar-se aos cascos agressivos. O Barão empinava-se apoiado nas patas traseiras, e as perigosas ferraduras cortavam o ar. Joe sangrava da cabeça e um dos braços pendia inerte. Naquele momento, tombou de costas, e as patas dianteiras do cavalo pisaram-lhe o peito.

Meu Deus! Jenny quase não reconheceu a sua própria voz.

Todavia, foi afastada por um braço possante, enquanto Clyde indicava:

Sai da frente dele, Joe, que vou fazer fogo!

Apontou a espingarda no instante em que o Barão se preparava para nova arremetida, e registou-se um estampido seco. O animal permaneceu imóvel por uma fracção de segundo, como uma estátua, e caiu pesadamente.

Joe conseguiu afastar-se para não ser esmagado e em seguida conservou-se como que petrificado. Clyde largou a espingarda e correu para ele.

Não o mova! advertiu Jenny. Chame uma ambulância. Depressa!

Procurando evitar o corpo do Barão, ajoelhou ao lado do rapaz e passou-lhe a mão pela fronte. Entretanto, acudia pessoal dos campos, e ela ouviu uma mulher soluçar. Maude, sem dúvida:

Joey, Joey...

Mãe...

Joey...

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A ambulância chegou finalmente e, quando os maqueiros transportavam Joe, Jenny ouviu um dizer:

Desconfio que está a apagar-se. Maude Ekers soltou um grito agudo.

O rapaz descerrou as pálpebras e fixou os olhos em Jenny, para articular com clareza:

Eu nunca diria a ninguém que a vi subir para o carro, naquela noite.

Maude voltou-se para ela, antes de entrar na ambulância ao lado do filho.

Se o meu rapaz morrer, a culpa será sua, Jenny Krueger! vociferou. Amaldiçoo o dia em que chegou aqui! Que Deus castigue as mulheres Krueger pelo mal que fizeram à minha família! Maldito seja o bebé que tem no ventre, pertença a quem pertencer!

A ambulância partiu e a sirena cortou a calma manhã estival.

Erich chegou poucas horas mais tarde. Fretou um avião para transportar um cirurgião da Clínica Mayo e telefonou a requisitar enfermeiras particulares. Por fim, entrou no estábulo e ajoelhou junto do Barão, para acariciar a admirável cabeça do animal morto.

Mark, que já analisara o balde da ração, apressou-se a divulgar o veredicto: estricnina misturada na aveia.

Mais tarde, o xerife Gunderson apareceu no veículo que começava a tornar-se uma presença regular na herdade.

Meia dúzia de pessoas ouviu o Joe dizer que não teria revelado que a viu entrar para o carro, naquela noite, Mistress Krueger. Importa-se de esclarecer o significado dessas palavras.

Não faço a menor ideia do que ele tinha em mente.

A senhora estava presente, há pouco tempo, quando o doutor Garrett repreendeu o Joe por ter deixado o veneno para ratos perto da ração dos cavalos. Sabia o efeito que isso exerceria no Barão. Também ouviu o doutor Garrett adverti-lo de que a estricnina enlouqueceria o animal.

Foi o doutor Garrett que lhe disse isso?

Disse-me que o Joe cometera um descuido com o veneno

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para ratos e a senhora e Erich estavam presentes, quando o admoestou.

Onde pretende chegar?

A parte alguma em especial, de momento. O Joe alega que confundiu os recipientes, mas não acredito. Ninguém acredita, de resto.

Ele salvar-se-á?

Ainda é cedo para fazer um prognóstico. Mas mesmo que não morra, levará muito tempo a recompor-se por completo. Se ainda viver dentro de três dias, será transferido para a Clínica Mayo. O xerife começou a encaminhar-se para o carro. Como a mãe dele disse, aí não correrá perigo.

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Dominada pelo ritmo da gravidez, Jenny começou a contar os dias e semanas que faltavam para o parto. Dentro de doze, onze ou dez semanas, Erich teria um filho. Regressaria ao quarto comum e tudo voltaria a desenrolar-se com normalidade. Por outro lado, os comentários virulentos que circulavam extinguir-se-iam por falta de combustível. O bebé parecer-se-ia irrefutavelmente com Erich.

A intervenção cirúrgica fora coroada de êxito e Joe achava-se livre de perigo, embora tivesse de permanecer na Clínica Mayo até fins de Agosto. Maude instalara-se num apartamento mobilado das proximidades, e Jenny sabia que o marido se encarregava de pagar todas as despesas envolvidas. Agora, Erich montava a Moça de Fogo, quando acompanhava as garotas nos seus póneis. Entretanto, nunca se referia ao Barão. Jenny inteirara-se, por intermédio de Mark, de que Joe persistia na versão de que misturara o veneno na ração inadvertidamente e não fazia a menor ideia do que quisera dizer quando se referira a tê-la visto naquela noite.

No entanto, Jenny sabia perfeitamente que ninguém acreditava. Erich passara a trabalhar menos na cabana e mais na herdade com Clyde e o pessoal. Numa ocasião em que ela comentou o facto, replicou:

Não consigo concentrar-me o suficiente para pintar.

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Mostrava-se atencioso, embora algo distante. Na realidade, Jenny tinha a impressão de que ele a vigiava sempre. Ao serão, instalavam-se na sala de estar e liam, quase sem trocar uma única palavra. No entanto, ela surpreendia-o com frequência a olhá-la, em ocasiões em que supunha que não se apercebia.

O xerife Gunderson aparecia uma vez por semana, aparentemente apenas para conversar. «Voltemos, mais uma vez, à noite em que Kevin MacPartland esteve cá, Mistress Krueger», proferia, a determinada altura. Ou então especulava: «O Joe tem uma espécie de paixoneta pela senhora, hem? Suficiente para tentar protegê-la. Quer comentar o facto?»

A sensação da presença de alguém no quarto durante a noite era constante. A situação nunca variava. Ela começava a sonhar que estava no bosque e algo se aproximava, para pairar no espaço. Se estendia o braço, notava o contacto de cabelo comprido cabelo de mulher. Seguia-se o som semelhante a um suspiro. Não obstante, quando acendia a luz, o quarto encontrava-se deserto.

Por fim, decidiu informar o Dr. Elmendorf, que perguntou:

Como explica isso?

Não sei... Jenny hesitou. Não é bem assim. Penso sempre que se relaciona de algum modo com Caroline. E referiu-se ao facto de numerosas pessoas terem a sensação da presença desta última.

Eu diria que se deixa arrastar pela imaginação.

É possível.

Passou a dormir com a luz acesa, mas por pouco tempo, voltando a apagá-la. A cama situava-se à direita da porta, com a maciça cabeceira junto da parede norte e um dos lados perto da leste. Perguntou-se se Erich não se importaria de a mudar de lugar, para que ficasse entre as janelas da parede sul, onde penetrava mais luar, pois o local onde se achava agora era quase totalmente escuro.

No entanto, reconheceu que a mais elementar prudência desencorajava um pedido dessa natureza.

Certa manhã, Beth perguntou:

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Porque não falaste comigo, quando estiveste no nosso quarto, ontem à noite, mamã?

Mas eu não estive no vosso quarto.

Isso é que estiveste!

Começaria também a tornar-se sonâmbula?

Os leves movimentos que sentia no ventre não se comparavam aos pontapés surdos de Beth e Tina, e Jenny implorava a Deus que o bebé fosse saudável.

As tardes escaldantes de Agosto dissolviam-se em noites frescas e o bosque apresentava as primeiras tonalidades douradas.

Vamos ter um Outono prematuro profetizou Rooney. A sua colcha estará pronta quando as folhas tiverem caído. Também poderá pendurá-la na sala de jantar.

Entretanto, Jenny evitava Mark na medida do possível, abstendo-se de sair de casa, quando avistava a carrinha estacionada nas proximidades do escritório. Estaria também convencido de que ela misturara o veneno na ração do Barão! Afigurava-se-lhe que não resistiria, se pressentisse uma acusação daquela proveniência.

Nos primeiros dias de Setembro, Erich convidou Mark e Luke Garrett para jantar e explicou a Jenny, com naturalidade:

Luke vai regressar à Florida e tivemos poucas oportunidades de conversar. Emily também vem. Elsa encarrega-se de cozinhar.

Não. Isso é uma das coisas que ainda posso fazer.

A primeira reunião social desde a noite em que o xerife Gunderson aparecera para anunciar o desaparecimento de Kevin. Ela descobriu que ansiava por tornar a ver Luke. Sabia que Erich visitava a herdade dos Garrett com regularidade, e levara Beth e Tina por diversas vezes. Agora, nunca a convidava para sair, limitando-se a anunciar: «Vou livrar-te da presença das pequenas por toda a tarde. Aproveita para descansar, Jen.»

No fundo, não estava particularmente interessada em o acompanhar, pois receava cruzar-se com alguém da vila. Como a tratariam? Sorrir-lhe-iam na cara e trocariam comentários cáusticos nas suas costas?

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Quando o marido se ausentava com as filhas, ela efectuava longos passeios na herdade. Percorria a área nas imediações do rio e esforçava-se por não pensar no carro de Kevin mergulhado na água. Ao passar pelo cemitério, viu que a sepultura de Caroline estava coberta de flores de Verão.

Apetecia-lhe internar-se no bosque e tentar localizar a cabana de Erich. Certa vez, aventurou-se uns cinquenta metros. As ramagens densas impediam a passagem dos raios solares. Uma raposa roçou-lhe as pernas, em perseguição de um coelho. Por fim, impressionada com a solidão e silêncio, retrocedeu. Aves alojadas nas copas das árvores emitiram um coro de protestos à sua passagem.

Entretanto, encomendara algumas roupas de maternidade de um catálogo que mandara pedir. «Vou no sétimo mês de gravidez e os vestidos não me estão muito apertados», cogitava.

Na noite do jantar, vestiu um conjunto de seda verde-esmeralda de duas peças, consciente de que Erich preferia essa cor.

Os Garrett e Emily chegaram juntos, e Jenny julgou detectar um novo grau de intimidade entre a jovem e Mark. Sentaram-se lado a lado no sofá e, em dado momento, a mão de Emily pousou no braço dele. «Talvez estejam noivos», reflectiu Jenny, possibilidade que lhe produziu uma ponta de pesar, embora não soubesse explicar o motivo.

Emily efectuava um esforço visível para ser agradável, mas tornava-se difícil encontrar um terreno comum. Em dado momento, referiu-se à feira da região:

Apesar de pirosa, nunca a perco. E toda a gente falava das suas adoráveis filhas, Jenny.

Das nossas adoráveis filhas corrigiu Erich. A propósito: tenho o prazer de anunciar que os trâmites da adopção estão concluídos. As duas moças são legal e irrefutavelmente membros da família Krueger.

Embora esperasse ouvir a notícia, mais cedo ou mais tarde, Jenny perguntava-se desde quando seria do conhecimento dele. Algumas semanas atrás, deixara de lhe perguntar se se importava que levasse as garotas a dar uma volta. Seria essa a razão: por serem «legal e irrefutavelmente» membros da família Krueger?

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Luke Garrett mostrava-se pouco comunicativo. Preferira sentar-se numa poltrona um pouco afastada e, passados uns minutos, Jenny compreendeu porquê. Proporcionava uma visão mais perfeita do retrato de Caroline, do qual raramente desviava os olhos. Qual teria sido a sua verdadeira intenção ao adverti-la para que se acautelasse com os acidentes?

O jantar decorreu em ambiente agradável. Ela escolhera uma sopa de marisco, cuja receita encontrara num velho livro de culinária, e, ao prová-la, Luke arqueou as sobrancelhas.

Ou muito me engano, Erich, ou era esta sopa que a sua avó fazia, na minha infância. Simplesmente excelente, Jenny. Como se pretendesse compensar o silêncio anterior, começou a recordar a juventude. O seu pai e eu éramos tão amigos como você e o Mark.

Retiraram-se às dez horas, após o que Erich a ajudou a levantar a mesa, parecendo satisfeito com a forma como o serão decorrera.

Palpita-me que o Mark e a Emily, se não estão noivos pouco falta. O Luke ficaria aliviado, pois ansiava por que ele se arrumasse.

Também tive essa impressão admitiu Jenny. Tentou mostrar-se encantada com a ideia, mas reconheceu que o esforço não era coroado de êxito.

Em Outubro, a temperatura desceu bruscamente. Ventos cortantes despiram as árvores da maior parte das folhas, começou a formar-se geada pela madrugada e a chuva tornou-se glacial. Todas as manhãs, Erich acendia o lume do fogão de aquecimento da cozinha e Beth e Tina desciam para tomar o pequeno-almoço prudentemente agasalhadas, aguardando com ansiedade o primeiro nevão.

Jenny raramente saía de casa. Os longos passeios resultavam muito cansativos e o Dr. Elmendorf desaconselhara-os. De resto, ela tinha frequentes cãibras nas pernas e receava sofrer uma queda. Rooney visitava-a todas as tardes e contribuía para a confecção do enxoval do bebé.

Foi ela que mostrou a Jenny o canto do sótão onde se
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encontrava, coberto de lençóis, o berço dos Krueger e prometeu confeccionar uma nova decoração para ele.

Hei-de levá-lo para o antigo quarto de Erich anunciou Jenny. Não quero transferir as minhas filhas para outro aposento e os restantes estão muito afastados. Recearia não ouvir o bebé chorar durante a noite.

Foi mais ou menos o que Caroline disse informou Rooney. O quarto de Erich fazia parte do principal, uma espécie de nicho dele. Ela colocou aí o berço e a cómoda do bebé, porque John não queria o filho no seu quarto. Foi então que construíram a divisória.

Qual divisória?

Erich não lhe disse? A vossa cama ficava junto da parede sul. Por detrás do lugar onde agora está a cabeceira, encontra-se a parede de correr.

Importa-se de ma mostrar?

Dirigiram-se ao antigo quarto de Erich, onde Rooney explicou:

É claro que não a pode abrir do seu lado, por causa da cabeceira da cama. Desviou uma cadeira de espaldar elevado e indicou um manipulo disfarçado no papel que forrava a parede. Repare na facilidade com que funciona.

A divisória deslizou sem produzir o menor ruído, e ela prosseguiu:

Caroline mandou construí-la assim para poder isolar os dois quartos, quando Erich crescesse. O Clyde encarregou-se disso, ajudado por Josh. Executaram um bom trabalho, hem? Quem desconhecer a sua existência, não se apercebe de nada.

Jenny avançou para a abertura e verificou que se achava atrás da cabeceira da sua cama. Fora por isso que sentira uma presença e, estendendo o braço, tocara num rosto. Recordou-se da sensação constante de cabelo comprido. Na verdade, o de Rooney, uma vez desfeito e volumoso carrapito que usava, devia ter um comprimento apreciável.

Alguma vez entrou aqui e afastou a divisória, durante a noite? perguntou, com simulada indiferença. Talvez para me observar?

Não creio... Uma coisa, Jenny... A interpelada

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olhou em volta e baixou a voz. Não diga nada ao Clyde, senão julga-me louca. Às vezes, mete-me medo. Fala em me mandar internar, para o meu bem. Mas garanto-lhe uma coisa, e que isto fique entre nós. Vi Caroline percorrer a herdade durante a noite, nestes últimos meses. Uma vez, segui-a e vi-a subir a escada das traseiras. É por isso que penso que, se ela conseguiu voltar, talvez a Arden também apareça, um dia.

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Desta vez, não se tratava de rebate falso. Jenny, deitada na cama, começou a contar as contracções. De dez minutos de intervalo durante duas horas, aceleraram-se subitamente para um lapso de cinco.

O Dr. Elmendorf mostrara-se moderadamente satisfeito, na última consulta.

O bebé deve pesar cerca de dois quilos e meio diagnosticou. Convinha que fosse um pouco maior, mas trata-se de um peso razoável em todo o caso. Aqui para nós, estava convencido que se nos depararia um parto prematuro. Após determinados exames, declarou: As suas esperanças vão concretizar-se, Mistress Krueger. Pode contar com um rapaz.

Jenny saiu para o corredor, a fim de chamar Erich. A porta do quarto dele estava fechada e ela hesitou antes de bater.

Erich... proferiu a meia voz.

Não obteve resposta. Teria partido para a cabana, durante a noite? Embora tivesse recomeçado a pintar, aparecia sempre em casa para jantar, mesmo que depois voltasse para lá.

Quando lhe falara da divisória que separava o seu antigo quarto do principal, dera uma palmada na fronte e exclamara:

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Com a breca, já não me lembrava disso! Mas por que pensas que alguém a afastou, ultimamente? Só se foi Rooney, que está sempre a entrar e sair. Eu preveni-te de que não lhe desses muita confiança.

Jenny não se atrevera a revelar-lhe que a mulher alegava ter visto Caroline recentemente.

Agora, abriu a porta do quarto que o marido utilizava nos últimos tempos e acendeu a luz. A cama estava intacta e Erich não se achava visível.

Ela necessitava de seguir para o hospital, mas eram apenas quatro horas da madrugada e não haveria ninguém a pé antes das sete. A menos que...

Movendo-se no corredor sem ruído, pois estava descalça, passou diante das portas fechadas dos outros quartos. Ele decerto não utilizaria qualquer desses, mas...

Abriu cautelosamente a dos seus antigos aposentos. Viu um trofeu desportivo que reflectia o luar, em cima da cómoda e, ao lado da cama, o berço.

Erich dormia profundamente, o corpo encolhido na sua posição fetal favorita. A mão estendia-se sobre o berço, como se tivesse adormecido quando o balouçava. Acudiram à mente de Jenny determinadas palavras proferidas por Rooney: «Parece que estou a ver Caroline a balouçar o berço que continha Erich. Mais tarde, eu disse-lhe que tinha muita sorte, com uma mãe tão paciente.»

Erich... chamou, tocando-lhe no ombro.

Ele abriu os olhos com prontidão e soergueu-se quase num salto.

Que se passa, Jenny?

Julgo conveniente ir para o hospital. Levantou-se apressadamente e enlaçou-a.

Um pressentimento obrigou-me a ficar hoje em casa e adormeci a pensar como será maravilhoso, quando o nosso bebé estiver neste berço.

Havia semanas que não tocava nela e Jenny não se dera conta de como ansiava por sentir-lhe os braços em volta do corpo. De repente, estremeceu e Erich apressou-se a perguntar:

Que tens, querida? Sentes-te mal?

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Não compreendo porquê, mas, por instantes, senti um medo terrível. Até parece que é o meu primeiro filho...

A luz da sala de partos era muito intensa e magoava-lhe os olhos. Jenny perdia o conhecimento e reanimava-se intermitentemente. Erich, de bata branca e rosto protegido como os médicos e enfermeiras, observava-a com apreensão. Porque a olharia com tanta insistência?

Surgiu um derradeiro espasmo de dor mais prolongado, e ela pensou: «É agora.» O Dr. Elmendorf segurou um corpo pequeno e inerte, sobre o qual todos se debruçaram.

Oxigénio.

O bebé tinha de ser perfeito.

«Dêem-mo», quis Jenny dizer, mas os lábios recusavam-se a formar as palavras e permaneciam imóveis.

Deixem-mo ver pediu Erich, que parecia ansioso, nervoso. No instante imediato, ela ouviu-o articular entre dentes, com desalento: Tem o cabelo como o das garotas, ruivo-escuro!

Quando Jenny voltou a abrir os olhos, o quarto achava-se imerso na escuridão e havia uma enfermeira sentada junto da cama.

O bebé?...

Está óptimo. Pregou-nos um susto, e nada mais. Procure dormir.

O meu marido?...

Foi para casa.

Que dissera Erich, na sala de partos? Ela não conseguia recordar-se.

Após um sono algo agitado e intermitente, de manhã surgiu um pediatra.

Sou o doutor Bovitch. Os pulmões do bebé não estão totalmente desenvolvidos e, de momento, encontra-se em apuros, por assim dizer, mas havemos de superar esta fase. Posso garantir-lho. No entanto, como sabemos que é católica romana, considerámos conveniente baptizá-lo, ontem à noite.

Está assim tão mal? Quero vê-lo.

Visitará a secção do infantário, dentro de pouco tempo.

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Para já, não o podemos retirar da tenda de oxigénio. O Kevin é um lindo bebé, Mistress Krueger.

Kevin?!

Sim. Quando o padre perguntou ao seu marido que nome tencionavam dar-lhe, ele disse «Kevin». Kevin MacPartland Krueger.

Erich entrou no quarto, com um enorme ramo de rosas vermelhas.

Eles dizem que se salva! Confesso que passei a noite a chorar, porque julgava que não havia nada a fazer.

Por que disseste ao padre que queríamos chamar-lhe Kevin MacPartland?

Como todos pensavam que não sobreviveria mais do que meia dúzia de horas, considerei preferível reservar o nome de Erich para um filho com mais possibilidades de viver. Na altura, foi o único que me ocorreu. Julgava que ficarias satisfeita.

Muda-o.

Com certeza, querida. Será Erich Krueger Quinto, no seu certificado de nascimento.

Na semana que passou no hospital, Jenny esforçou-se por comer, recuperar as energias e repelir a depressão que lhe sugava o vigor. No quarto dia, o bebé foi retirado da tenda de oxigénio e levado à presença da mãe, que o segurou com enlevo.

Ela teve alta do hospital no quinto dia de vida do filho, e, nas três semanas imediatas, voltou lá a intervalos de quatro horas durante o dia, para lhe dar o peito. Umas vezes, era Erich que a levava, enquanto noutras lhe confiava o carro.

Tudo pelo nosso filho, querida.

As crianças habituaram-se ao abandono periódico. A princípio, protestaram, mas depois resignaram-se.

Não faz mal disse Beth a Tina. O papá fica a tomar conta de nós e divertimo-nos com ele.

Finalmente, a seguir ao Dia de Acção de Graças, Jenny

1 Feriado celebrado na última quinta-feira de Novembro. (N. do T.)

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foi autorizada a levar o bebé para a casa e vestiu-o com carinho e cuidado para enfrentar o frio intenso, pois o mês de Novembro trouxera consigo uma série de nevões quase constantes, enquanto o vento soprava com intensidade.

Beth e Tina ficaram extasiadas com o novo irmão e insistiam em que as deixassem pegar nele. Por último, sentada ao lado delas no sofá, a mãe permitiu que o fizessem.

Mas com cuidado, porque é muito pequeno e frágil. Mark e Emily apareceram para o ver, e ela declarou:

É um amor. O Erich mostra a fotografia a toda a gente.

Obrigada pelas flores disse Jenny. Telefonei a sua mãe para agradecer, mas parece que não estava em casa.

O «parece» foi introduzido na frase propositadamente, pois achava-se convencida de que Mrs. Hanover se encontrava lá na altura.

Espero que a situação sirva de inspiração a alguém volveu Emily, com um olhar significativo a Mark, que lhe dirigiu um sorriso, mas não se pronunciou.

Entretanto, Jenny reflectia que uma mulher não emitia comentários daquela natureza, a menos que estivesse muito segura de si.

Qual é a sua opinião profissional sobre o meu filho, doutor Garrett? perguntou, numa tentativa para quebrar o silêncio que se estabelecera. Acha-o capaz de ganhar um trofeu, na próxima feira do distrito?

É um puro-sangue, sem margem para dúvidas assentiu ele.

Haveria uma ponta de apreensão na voz? De compaixão? Veria, como ela, um ser muito frágil deitado no berço? Tinha quase a certeza disso.

Rooney era uma ama nata e adorava dar o biberão de leite suplementar ao bebé, após a refeição natural do peito materno. Noutras ocasiões, lia histórias a Beth e Tina, quando o recém-nascido dormia.

Jenny sentia-se grata pela ajuda. No entanto, o filho preocupava-a. Dormia de mais e estava excessivamente pálido. Entretanto, os olhos começavam a focar-se nas pessoas e objectos.

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Erich mudou a cama de quatro colunas para a parede sul do quarto principal, deixando aberta a divisória que comunicava com o outro. O berço ficava aí de noite e Jenny podia ouvir qualquer som que o bebé produzisse.

Todavia, o marido ainda não regressara aos aposentos comuns.

Precisas de descansar mais algum tempo, querida.

Não vejo inconveniente em que durmas comigo. Na verdade, agradava-me muito que o fizesses.

Ainda é cedo.

De súbito, ela descobriu que ficava aliviada com a decisão dele. O filho consumia-lhe todos os pensamentos. No final do primeiro mês, perdera cento e vinte gramas, e o pediatra assumiu uma expressão grave.

Vamos reforçar a fórmula do biberão suplementar. Receio que o seu leite não seja suficientemente rico para ele, Mistress Krueger. Tem comido com apetite? Preocupa-a alguma coisa? Lembre-se de que uma mãe descontraída tem um filho mais feliz.

Jenny esforçava-se por se alimentar o melhor possível. A determinada altura, apercebeu-se de que o bebé começava a mamar com avidez, para em seguida se cansar e adormecer.

É melhor procedermos a alguns testes decidiu o médico, quando foi informado.

Assim, a criança recolheu ao hospital durante três dias, e ela dormiu num quarto perto do infantário.

Não te apoquentes com as nossas filhas, Jenny. Cuidarei delas.

Eu sei, Erich.

Jenny ansiava pelos momentos em que podia pegar no bebé.

Uma das metades do coração revelou-se deficiente, e o médico informou:

Teremos de o operar, mas não por enquanto. Seria muito arriscado.

Ela recordou-se da maldição de Maude Ekers acerca do filho que transportava no ventre e apertou os braços em torno do bebé adormecido.

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É uma operação perigosa?

Todas as intervenções cirúrgicas contêm um risco potencial, mas a maioria dos bebés suportam-no vitoriosamente.

Regressou a casa com o filho, mais uma vez. A penugem inicial começou a cair, substituída por finos cabelos dourados.

Terá a cor do teu, Erich.

Creio que será ruivo como o das pequenas.

Surgiu o mês de Dezembro e Beth e Tina principiaram a preocupar-se com a longa lista de pedidos para o Pai Natal, enquanto Erich montava uma frondosa árvore a um canto, perto do fogão, auxiliado pelas garotas, e Jenny os observava, com a criança nos braços, pois custava-lhe pousá-lo.

Dorme melhor assim explicou ao marido. Está sempre tão frio... A circulação é deficiente.

Chego a pensar que só te preocupas com ele comentou Erich. Devo comunicar-te que eu e Beth e Tina nos sentimos abandonados.

Levou-as a um centro comercial das proximidades em cuja entrada havia um Pai Natal e, mais tarde, confidenciou a Jenny:

Era uma lista interminável, pois tive de anotar tudo o que elas escolhiam. Os objectos maiores que pediram são berços e bonecas-bebés.

Luke regressara ao Minnesota para a quadra festiva, e apareceu na tarde de Natal, com Mark e Emily. Esta última mostrava-se deprimida e fazia-se acompanhar de uma dispendiosa carteira de pele.

Foi o presente do Mark. Não a acham admirável? Jenny não pôde deixar de se perguntar se esperaria antes um anel de noivado. Luke pediu para pegar no bebé e observou:

É uma pequena beldade.

Aumentou duzentas gramas anunciou Jenny. Não é verdade, meu rebento?

Trata-o sempre assim? perguntou Emily.

Talvez seja patetice da minha parte, mas Erich parece-me um nome muito pomposo para um ser tão pequeno.

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Olhou o marido, sorridente, todavia ele mantinha uma expressão impassível, enquanto Mark, Luke e Emily se entreolhavam, com perplexidade. Provavelmente tinham visto a notícia do nascimento do bebé no jornal do dia seguinte, em que figurava o nome de Kevin. Mas Erich não os elucidara?

Emily tomou a iniciativa de quebrar o silêncio embaraçoso.

Creio que a cor do cabelo será a mesma do das irmãs declarou, debruçando-se sobre o bebé.

Pois eu penso que será louro como o do Erich contrapôs Jenny, com um sorriso. Veremos, dentro de uns seis meses.

Foi o que eu disse desde o princípio interpôs o marido.

Ela sentiu o sorriso que esboçara congelar-se nos lábios. Ele quereria dizer o que supunha? Olhou com ansiedade de rosto para rosto. Emily mostrava-se profundamente embaraçada. Luke fitava um ponto vago na sua frente. Mark exibia uma expressão impenetrável. Por seu turno, Erich sorria ternamente ao bebé.

Jenny sabia, sem margem para dúvidas, que ele não alterara o nome na certidão de nascimento.

Naquele momento, o bebé começou a chorar e ela levantou-se.

Desculpem, mas tenho... Fez uma pausa e concluiu a meia voz:... tenho de mudar as fraldas ao Kevin.

Conservou-se sentada junto do berço, depois de o bebé adormecer, enquanto ouvia Erich acompanhar as crianças ao quarto.

Não acordem o vosso irmão recomendou ele, quase num murmúrio. Eu depois dou um beijo à mamã em vosso nome. Foi um Natal maravilhoso, hem?

«Não posso continuar a viver assim», decidiu Jenny para consigo.

Por fim, regressou à sala. Erich fechara as caixas dos presentes e colocara-as meticulosamente em redor da árvore. Ao vê-la entrar, disse:

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Estou muito contente com a minha prenda, Jen. Espero que a tua também te agradasse. Sem aguardar resposta, rectificou a posição de algumas caixas, enquanto continuava: As pequenas gostaram dos berços, hem? Quase não prestaram atenção ao resto. E o bebé não tarda a poder brincar com os animais de pelúcia que lhe demos.

Onde está a certidão de nascimento dele, Erich?

Arquivada na repartição competente. Porquê?

Que nome ficou registado?

O dele. Kevin.

Mas disseste que o mudavas.

Cheguei à conclusão de que seria um erro grave.

Como assim?

Não achas que já se falou demasiado a nosso respeito? Que pensas que as pessoas diriam se alterássemos o nome do nosso filho? Ficavam com material para mexericos para os próximos dez anos. Não esqueças que ainda não havia bem nove meses que tínhamos casado quando ele nasceu.

Mas Kevin. Chamaste-lhe Kevin.

Expliquei-te o motivo. Os comentários sobre o acidente começam a reduzir-se e já ninguém menciona o nome dele. Referem-se ao primeiro marido de Jenny Krueger, o fulano que a seguiu ao Minnesota e se precipitou no rio. Mas posso garantir-te uma coisa. Se mudássemos o nome neste momento, as más-línguas passariam os próximos cinquenta anos a ventilar hipóteses sobre o motivo. E então todos aludiriam a Kevin MacPartland.

Não haverá uma razão mais profunda por não o teres mudado? Estará o bebé mais gravemente doente do que eu julgo? Será porque reservas o teu nome para um filho que venha a ter uma vida normal? Ocultas-me alguma coisa?

Não, de modo algum. Ele aproximou-se, com uma expressão de ternura no olhar. Tudo se desenrolará da melhor maneira, verás. Pára de te preocupares. O bebé reage de forma normal.

Havia, porém, outro assunto que ela necessitava de abordar.

Na sala de partos, disseste que ele tinha cabelos ruivo-escuros, como as pequenas. Ora, os de Kevin também eram

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dessa cor. Jura-me que não sugeres que ele era o pai. Não acredito que possas admitir uma enormidade dessas!

Com certeza que não. Porque havia de pensar assim?

Por causa do que disseste sobre o cabelo dele. Notou que a voz começava a fraquejar. O bebé será a tua imagem. Espera e verás. O cabelo que lhe está a nascer é louro.

Ele olhou-a em silêncio por um momento. O veludo azul do casaco que vestia conferia uma qualidade quase lustrosa aos cabelos louros. Por fim, os músculos faciais tornaram-se tensos, enquanto replicava:

A tua incompreensão das minhas atitudes não terá fim? Fui bondoso para contigo. Retirei-te e às crianças de um apartamento miserável para esta casa confortável. Dei-te jóias, roupas e peles. Podias obter tudo o que quisesses e, apesar disso, permitiste que Kevin MacPartland contactasse contigo e provocasse um escândalo. Tenho a certeza de que não existe um lar nesta comunidade onde não sejamos o tema obrigatório de conversa durante o jantar. Perdoei-te, mas não te assiste o direito de estar zangada comigo e pôr em causa todas as palavras que me brotam da boca. Fez uma breve pausa. Bem, vamos para cima. É altura de eu regressar ao nosso quarto.

Estamos fatigados, Erich murmurou Jenny, confusa. Encontramo-nos sob forte tensão há muito tempo. Penso que devias recomeçar a pintar. Já reparaste no escasso número de vezes que visitaste a cabana desde que o bebé nasceu? Dorme no teu quarto, esta noite, e parte para lá de manhã. Mas agasalha-te bem, porque é muito fria.

Como o sabes? redarguiu ele, desconfiado. Quando foste lá?

Não ignoras que nunca estive na cabana.

Então, quem te?...

Interrompeu-se no momento em que soaram gemidos provenientes do primeiro andar.

É o bebé!

Ela precipitou-se para a escada, com Erich no seu encalço. A criança agitava os braços e as pernas e tinha o rosto molhado. De súbito, principiou a chupar o punho cerrado.

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Está a chorar lágrimas verdadeiras! Jenny inclinou-se para o berço e pegou no bebé com ternura. Pronto, pronto, meu rebento! Eu sei que tens fome, amorzinho. Ele está mais forte, Erich!

Ouviu a porta fechar-se atrás dela. O marido acabava de abandonar o quarto.

30

Jenny sonhou com um pombo, que parecia terrivelmente ominoso. Voava através da casa, e ela tinha de o capturar. Não podia permitir que ficasse lá dentro. Quando se dirigiu para o quarto das filhas, apressou-se a segui-lo, mas escapou-se-lhe e entrou no do bebé, para pousar no berço.

Acordou lavada em lágrimas e levantou-se imediatamente, para espreitar no outro quarto. O filho dormia tranquilamente.

Erich deixara um bilhete na mesa da cozinha: «Resolvi seguir o teu conselho. Ficarei uns dias na cabana, para pintar.»

Durante o pequeno-almoço, Tina pousou a colher com que comia os flocos de aveia e perguntou:

Mamã, porque não me falaste quando entraste no meu quarto, esta noite?

Naquela tarde, Rooney apareceu em mais uma das suas frequentes visitas e foi a primeira pessoa a notar que o bebé tinha febre.

Informou que, no dia de Natal, jantara com Clyde, Maude e Joe e acrescentou:

O Joe agora está a portar-se bem. A temporada na Florida, quando teve alta do hospital, fez-lhe muito bem e à mãe. Ele deve retirar o aparelho no mês que vem.

Ainda bem.

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A Maude diz que Erich foi muito generoso para com eles, mas suponho que a senhora já sabia. Pagou todas as despesas do hospital e entregou-lhes um cheque de cinco mil dólares, numa carta em que se considerava responsável do sucedido.

Responsável? ecoou Jenny, erguendo os olhos da colcha que confeccionava, quase concluída.

Confesso que não percebi ao que se referia. A Maude está deprimida por causa de coisas horríveis que disse acerca do bebé, e como ele não tem passado bem de saúde...

Na verdade, lembrava-se perfeitamente das «coisas horríveis» que a mulher dissera.

Acho que o Joe reconheceu que estava com uma ressaca enorme, naquela manhã, e deve de facto ter misturado o veneno com a ração de aveia acrescentou Rooney.

Ele disse isso?

Disse. De qualquer modo, penso que a Maude queria que lhe transmitisse o seu pedido de desculpas. Sei que, quando regressaram, a semana passada, o Joe procurou o xerife, preocupado com os rumores que circulam sobre o seu acidente. Sobretudo, devido àquilo que disse a seu respeito, Jenny. Agora, alega que não compreende porque o fez.

«Coitado do Joe», reflectiu Jenny. «Tenta desfazer um mal irreparável e agrava a situação ao voltar a abordá-lo.»

Mas agora reparo que tem a colcha quase pronta! Ficou muito linda. Isso exige muita paciência.

Tive muito gosto em fazê-la.

Vai pendurá-la na sala de jantar, junto da de Caroline?

Ainda não pensei nisso.

Na realidade, ainda não pensara em nada especial naquele dia, excepto na possibilidade de se ter tornado sonâmbula e tentado expulsar um pombo do quarto das filhas, durante o sono. Mas estivera lá na verdade?

Nos últimos meses, tinham ocorrido numerosos episódios como aquele. Na próxima vez que fosse à consulta do Dr. Elmendorf, falar-lhe-ia nisso.

Por outro lado, começava a duvidar de que Erich lhe perdoasse a notoriedade que causara. Por muito que ambos se esforçassem, a sua vida em comum jamais regressaria à normalidade.

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E, por muito que ele afirmasse o contrário, Jenny estava convencida de que, subconscientemente, não tinha a certeza de que o filho era seu. Ora, ela não conseguiria levar uma existência tranquila com semelhante dúvida entre ambos.

No entanto, o bebé era um Krueger e merecia os melhores cuidados médicos que a fortuna de Erich lhe pudesse proporcionar. Após a operação do filho, se as coisas não melhorassem consideravelmente, ela partiria. Tentou imaginar-se a viver em Nova Iorque, a trabalhar de novo na galeria de arte, levar e recolher as filhas do Centro Diurno e regressar a casa apressadamente para tratar do jantar. Não seria uma readaptação fácil, mas nada era fácil no mundo, e muitas mulheres conseguiam resistir a situações ainda mais penosas. E tudo resultaria preferível àquela horrível sensação de isolamento, de perder o contacto com a realidade.

Pesadelos. Sonambulismo. Amnésia. Mas seria possível a amnésia? Nunca conhecera problemas do género, no apartamento em Nova Iorque. Encontrava-se extenuada no final do dia, mas dormia sempre bem. Outrora, dispunha de pouco tempo para consagrar às filhas, porém agora parecia que não tinha nenhum. Preocupava-se inteiramente com o bebé, e Erich levava-as a dar passeios em que Jenny não podia ou não queria participar.

«Quero ir para casa», cogitava. A casa, no sentido do lar, não era um lugar, porventura nem sequer um apartamento, mas um local em que uma pessoa podia fechar a porta e encontrar-se em paz.

Aquela região. Mesmo naquele momento, com a neve a cair e o vento a uivar. Ela gostava da selvajaria do Inverno, e imaginou a mansão como começara a decorá-la. Os pesados cortinados retirados, a mesa perto da janela, as amizades que esperara fazer, as festas que teria promovido nas datas festivas.

Parece tão triste, Jenny disse Rooney, subitamente. Ela tentou sorrir.

É apenas que... Não conseguiu completar a frase.

Eu não tinha um Natal tão feliz desde que a Arden partiu. Só de ver as pequenas tão contentes e poder ajudá-la com o bebé...

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Apercebeu-se repentinamente de que a mulher nunca aludia à criança pelo nome.

Ei-la proferiu, levantando a colcha nas mãos. Está pronta.

As filhas entretinham-se com um puzzle, e Beth ergueu a cabeça.

Que bonita! Coses muito bem, mamã.

Gosto mais dessa do que da que está na parede declarou Tina. O papá disse que a tua não havia de ser bonita, mas engana-se.

«Tenho-lhes dedicado tão pouco tempo, desde que o bebé nasceu...», pensou Jenny, olhando-as com ternura.

Sabem uma coisa? Vamos trazer o mano cá para baixo, por uns minutos. Se lavarem as mãos, deixo-as pegar nele.

Quer que o vá buscar? perguntou Rooney.

Pois sim. Entretanto, prepararei a papa.

A mulher reapareceu pouco depois, com o bebé envolto num cobertor.

Acho que está com febre anunciou apreensiva.

O Dr. Bovitch apareceu às cinco da tarde e decidiu:

É melhor levá-lo para o hospital.

Não, por favor. Jenny esforçava-se por evitar que a voz tremesse.

Podíamos aguardar até de manhã. O médico hesitou por um momento. O pior é que, quando se trata de recém-nascidos, a febre aumenta muito rapidamente. Por outro lado, a perspectiva de o expor ao frio que faz não me atrai. Bom, veremos como se encontra amanhã.

Rooney ofereceu-se para tratar do jantar. Jenny deu uma aspirina triturada ao bebé e notou que a percorria um frio invulgar. Estaria a chocar um resfriado, ou seriam efeitos da ansiedade?

Passe-me o xaile, por favor, Rooney

Colocou-o em torno dos ombros e da criança, que conservava nos braços.

Meu Deus... balbuciou a mulher, empalidecendo.

Que foi?

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Por instantes, ao olhá-la com o xaile, pareceu-me ver o retrato de Caroline e senti uma impressão estranha.

Clyde ficara de aparecer às sete e meia, para a acompanhar a casa.

Não quer que ande por aí sozinha, à noite, explicou ela. Desagradam-lhe as minhas palavras irreflectidas em público.

Que palavras irreflectidas? perguntou Jenny, distraidamente, pois o bebé adormecera e respirava com certa dificuldade.

Bem... Rooney fez uma pausa e olhou em volta. Certa ocasião, numa dessas minhas fases, disse ao Clyde que via Caroline por aí com frequência, e ele enfureceu-se.

Jenny estremeceu. A mulher parecera atravessar um período de acalmia e não se referira a ter visto Caroline desde o nascimento do bebé.

Soou uma pancada enérgica na porta e Clyde fez a sua aparição.

Vamos, Rooney. Quero jantar a horas.

Tem de acreditar que ela está aqui, Jenny sussurrou a mulher. Caroline voltou. Aliás, compreende-se porquê. Quer ver o neto.

Nas quatro noites seguintes, Jenny manteve o berço ao lado da cama. Um vaporizador fazia circular ar quente e húmido e a lâmpada de fraca intensidade que permanecia acesa permitia-lhe verificar se o bebé estava devidamente coberto e respirava com facilidade.

Entretanto, o médico comparecia todas as manhãs.

Tenho de o vigiar para detectar uma possível pneumonia aos primeiros indícios esclareceu. Num recém-nascido, um simples resfriado pode propagar-se aos pulmões em poucas horas.

Erich não reapareceu da cabana. Durante o dia, Jenny levava o filho para o rés-do-chão e colocava-o no berço perto do fogão. Assim, podia vigiá-lo sempre e fazer companhia a Beth e Tina.

A possibilidade de ser sonâmbula não lhe abandonava o pensamento. Dar-se-ia o caso de vaguear pela herdade,

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durante a noite? De longe, poderiam tomá-la por Caroline, em particular se usasse o xaile.

Se tal acontecesse, explicar-se-iam a convicção de Rooney de ter visto a mãe de Erich, a estranheza de Tina por não lhe falar quando visitava o seu quarto durante a noite e a certeza absoluta de Joe de que subira para o carro de Kevin.

No último dia do ano, o sorriso do médico era sincero, ao anunciar:

Creio que o pior já lá vai. É uma boa enfermeira, Jenny. Agora, tem de descansar. Leve o bebé para o seu quarto e, se não exigir que o amamente durante a noite, não o acorde.

Após a última mamada, às dez da noite, ela impeliu o berço para o quarto contíguo, ao mesmo tempo que murmurava:

Vou sentir a tua falta, meu amor, mas estou muito contente por te teres livrado da constipação.

Depois de se certificar de que ficava em segurança, deixou a divisória quase completamente fechada e deitou-se. O novo ano principiaria dentro de um par de horas. No anterior, Fran e alguns outros vizinhos foram fazer-lhe companhia, por se tratar da primeira passagem de ano sem a presença de Nana.

Será um bom ano para ti, Jen! asseverava Fran. Sinto-o, sem margem para dúvidas.

Um bom ano! Quando regressasse a Nova Iorque diria à amiga o que pensava das suas predições.

Mas, e o bebé? Sim, compensava-a de tudo o resto de desagradável que sucedera. «Rectifico o juízo que fiz», admitiu para consigo. «Foi de facto um bom ano.»

Quando acordou, o sol inundava o quarto e a frígida paisagem no exterior. O pequeno relógio de porcelana em cima da mesa-de-cabeceira indicava que faltavam cinco minutos para as oito.

O bebé dormira ininterruptamente toda a noite. Jenny saltou da cama, afastou a divisória e aproximou-se do berço.

Os braços da criança estavam estendidos sobre a cabeça, com as pequenas mãos abertas e dedos afastados.

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Ela debruçou-se e arregalou os olhos de terror. O filho não respirava.

Mais tarde, recordou-se de ter gritado e corrido com o bebé nos braços, descalça, em camisa de dormir, no solo nevado em direcção ao escritório, onde se encontravam Erich, Clyde, Luke e Mark. Este último apressou-se a pegar na criança e tentar reanimá-la pelo método de respiração boca a boca.

Não há nada a fazer, Mistress Krueger declarou, mais tarde, o Dr. Bovitch. Era uma criança muito doente e duvido que sobrevivesse à operação. Assim, foi mais fácil para ela.

Oh, não, não, não!... entoava Rooney, com uma expressão de pesar.

O nosso rapazinho... gemia Erich.

«O meu rapazinho», reflectia Jenny. «Negaste-lhe o teu nome.»

Porque foi que Deus levou o bebé para o céu? perguntavam Beth e Tina.

Sim, porquê?

Gostava de o sepultar junto de tua mãe, Erich disse Jenny. Ficava com a impressão de que o deixava menos só.

Lamento, querida, mas não posso modificar o terreno em volta da sepultura de Caroline.

Após a celebração da missa, Kevin MacPartland Krueger foi enterrado ao lado dos três bebés falecidos em gerações anteriores. De olhos secos, Jenny observava a pequena urna baixada à cova. Naquela primeira manhã em que visitara o cemitério, contemplara as sepulturas e perguntara como poderia alguém resistir à dor da perda de um filho.

Agora, a dor pertencia-lhe.

Por fim, começou a chorar. Erich rodeou-lhe a cintura com o braço, mas ela repeliu-o.

Terminada a cerimónia, seguiram todos para casa: Mark, Luke, Clyde, Emily, Rooney, Erich e Jenny. Elsa, que os aguardava, preparara sanduíches e tinha os olhos vermelhos. «Afinal, também tem sentimentos humanos», cogitou Jenny,

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com amargura, mas arrependeu-se imediatamente do pensamento.

Erich conduziu-os à sala de estar e Mark acercou-se dela com um copo na mão.

Beba isto, Jenny, para aquecer um pouco.

O brande queimou-lhe a garganta, e ela recordou-se de que não voltara a ingerir bebidas alcoólicas desde que engravidara. Agora, podia fazê-lo sem preocupações.

Sentou-se e sorveu o líquido com dificuldade, como se existisse uma obstrução invisível.

Está a tremer observou Mark. Rooney ouviu e disse:

Vou buscar o xaile.

«Mas não o verde», reflectiu ela. «Não aquele em que envolvia o bebé.» No entanto, a mulher já lho colocava nos ombros.

Os olhos de Luke não se desviavam de Jenny, que pressentia porquê, e tentou desembaraçar-se do xaile.

Erich autorizara Beth e Tina a levarem os seus berços para a sala, para poderem estar com a família, e elas mostravam-se assustadas.

Olha, mamã disse Beth. É assim que Deus vai cobrir o nosso bebé no céu. E ajeitou o cobertor em torno da boneca que tinha no berço.

Seguiu-se um longo silêncio, cortado finalmente por Tina:

E foi assim que aquela senhora apontou para o quadro cobriu o bebé, na noite em que Deus o levou para o céu.

Lenta e deliberadamente, abriu as palmas das mãos e exerceu pressão no rosto da boneca.

Jenny ouviu uma exclamação abafada. Teria brotado dos seus próprios lábios? Todos os olhares se concentravam no quadro e, de súbito, como que em obediência a uma ordem, fixaram-se nela com expressões interrogativas.

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Oh, não, não, não!... articulou Rooney. Caroline nunca faria mal ao bebé. Acercou-se de Tina. Costumava colocar as mãos em volta da cara de Erich, quando era pequeno. Assim. Exemplificou com a boneca. E ria-se e dizia «Caro, caro», que quer dizer «querido». Olhou em volta. É como eu referi, Jenny. Ela voltou. Talvez soubesse que o bebé estava doente e quisesse ajudar.

Leve-a daqui, Clyde indicou Erich, a meia voz.

Vamos. O outro pegou no braço da mulher. E está calada.

No entanto, ela soltou-se.

Explique-lhes como tenho visto Caroline, Jenny. Repita-lhes o que contei. Diga-lhes que não estou louca.

Jenny tentou levantar-se, ao ver que Clyde magoava Rooney. Os seus dedos cravavam-se no braço magro, quase com crueldade.

Por fim, foi Luke quem interveio.

Deixe-a, homem. Não vê que ficou impressionada com o que ocorreu? Virou-se para ela, conciliador. Porque não vai para casa e descansa? Foi um dia terrível para si.

Todavia, a mulher parecia não ouvir.

Fartei-me de a ver. Às vezes, depois de o Clyde adormecer, saio de casa, porque quero falar com ela. Aposto que sabe onde a Arden está. E vejo-a entrar aqui. Uma ocasião,

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assomou à janela do quarto do bebé. O luar iluminava-lhe a cara como se fosse de dia. Lamento que nunca me fale. Talvez pense que tenho medo dela. Mas porque havia de ter? Se Caroline se encontra aqui, isso significa que a Arden, mesmo que tenha morrido, pode voltar. Não é verdade? Afastou-se de Clyde e acercou-se de Jenny, que abraçou. E o bebé também. Não era maravilhoso, se tal acontecesse? Deixa-me pegar nele, quando voltar?

Eram quase duas horas e Jenny tinha os seios cheios de leite, o que lhe provocava dores, mas aceitava-as com satisfação, porque contrabalançavam a agonia da mágoa.

O bebé nunca voltará, Rooney murmurou. Caroline e a Arden, tão-pouco. Tina estava a sonhar.

Com certeza acudiu Mark, em tom brusco.

Ela precisa de um sedativo disse Luke, cuja expressão deixava transparecer forte tensão. Vou levá-la ao hospital.

Emily e Mark ficaram mais alguns minutos, e ela tentou despertar a atenção de Erich, referindo-se à pintura.

Tenho uma exposição em Houston, em Fevereiro informou ele. Levarei a Jenny e as pequenas. A mudança de ambiente far-nos-á bem.

Quando, por fim, se retiraram todos, Jenny conseguiu reunir energias suficientes para se ocupar do jantar. Terminada a refeição, acompanhou as filhas ao quarto, após o que regressou ao rés-do-chão, onde o marido a aguardava com um cálice de brande.

Bebe isto, para te descontrair um pouco. Puxou-a para o seu lado, no sofá, e acariciou-lhe o cabelo, antes de prosseguir: Como ouviste o médico dizer, o bebé dificilmente resistiria à operação. Estava muito mais doente do que pensavas.

Jenny escutava, aguardando que o aturdimento se dissipasse. «Não tentes facilitar as coisas, Erich», reflectia. «Nada do que disseres influirá na situação.»

Estou preocupado, querida. Cuidarei de ti, mas a Emily é uma mexeriqueira. O que a Tina disse não tardará a circular de boca em boca. Por sorte, Rooney não merece crédito e a garota é muito pequena. De contrário...

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Ela tentou desprender-se, porém ele segurava-a com firmeza e exprimia-se com uma suavidade e cadência hipnóticas.

Tenho muito medo por ti. Todos notaram como te pareces com Caroline e depois de o que a Tina disse se propagar... Não compreendes o que concluirão?

Jenny sabia que acordaria a todo o momento, para se descobrir no apartamento de Nova Iorque, onde Nana estaria presente, para observar: «Voltaste a falar no sono, Jen. Tiveste um pesadelo, sem dúvida. Preocupas-te com demasiadas coisas.»

Mas não se encontrava no apartamento. Continuava na sala fria e solene da mansão, onde alguém emitia a incrível sugestão de que as pessoas pensariam que matara o seu próprio filho.

O pior é que sofres de sonambulismo, Jen volveu ele. Quantas vezes te perguntaram as pequenas porque não lhes falas quando entras no seu quarto durante a noite? É muito possível que estivesses no do bebé e lhe acariciasses o rosto, Tina não compreendeu bem o que viu. Tu própria confessaste ao doutor Elmendorf que tinhas alucinações. Ele telefonou-me a esse respeito.

Telefonou-te?

Sim, muito preocupado. Disse que te recusavas a consultar um psiquiatra.

Ela desviou os olhos para os cortinados, cujas rendas pareciam uma teia. Uma ocasião, retirara-os, numa tentativa para alterar a atmosfera sufocante da casa, mas Erich voltara a colocá-los.

Agora, dir-se-ia que ameaçavam envolvê-la para a asfixiar.

Asfixiar. Fechou os olhos para obliterar a imagem das pequenas mãos de Tina a cobrirem o rosto da boneca.

Alucinações... Teria julgado sentir o contacto do cabelo comprido suspenso sobre o berço? Deixara-se dominar por um produto da imaginação ao longo de tantas noites?

Estou tão confusa, Erich... Já não distingo a realidade da fantasia. Tenho de partir, com as pequenas.

Impossível. Estás demasiado perturbada. No teu próprio interesse e delas, não deves permanecer só. E não esqueças

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um pormenor importante. Beth e Tina são tanto minhas filhas como tuas.

Sou a sua mãe. A mãe natural e protectora.

Presta atenção a isto. Aos olhos da lei, tenho tanto o direito a elas como tu. E podes crer que, se tentasses abandonar-me, os tribunais haviam de mas confiar. Supões que alguma autoridade tas entregaria, com a reputação que criaste nesta comunidade?

Mas são minhas! O bebé era teu e recusaste dar-lhe o nome. As pequenas pertencem-me e reclama-las. Porquê?

Porque te quero a meu lado, independentemente do que possas ter feito e da gravidade da tua doença. Caroline estava decidida a partir, mas eu conheço-te, Jen. Nunca abandonarias as tuas filhas. É por esse motivo que nos conservaremos sempre juntos. Vamos começar tudo de novo, a partir deste momento. Mudo-me para o quarto principal contigo, esta noite.

Não.

Que remédio. Esqueceremos o passado. Não voltarei a mencionar o bebé. Estarei presente para te acudir, se sofreres novo ataque de sonambulismo. Proteger-te-ei em tudo. Se investigarem a morte do bebé, contratarei um advogado.

Ela não resistiu a que ele a levantasse e conduzisse em direcção à escada.

Amanhã, restituiremos o quarto à sua forma primitiva acrescentou ele. Imaginaremos que o bebé nunca existiu.

Jenny reflectiu que necessitava de simular concordância, até que pudesse conceber um plano. Uma vez no quarto, Erich abriu a gaveta de baixo da cómoda, e ela calculou o que procurava. A camisa de dormir água-marinha.

Veste-a, Jen. Há muito tempo que não o fazes.

Não posso.

Estava assustada. O marido exibia uma expressão estranha no olhar. Ela não conhecia aquele homem, capaz de lhe dizer que as pessoas a julgavam assassina e devia esquecer o filho sepultado poucas horas antes.

Podes, sim. Já não tens problemas de cintura. Recuperaste as formas esbeltas.

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Jenny aceitou a camisa e entrou na casa de banho, para a vestir. Quando se viu ao espelho, compreendeu porque afirmavam que se parecia com Caroline.

Os olhos tinham a mesma expressão melancólica e aterrorizada da mulher do quadro.

De manhã, Erich abandonou a cama cautelosamente e começou a mover-se no quarto em bicos dos pés.

Estou acordada informou Jenny.

Eram seis horas, altura de dar o peito ao bebé.

Tenta voltar a dormir, querida aconselhou ele, enfiando a pesada camisola de esquiar. Vou para a cabana, pois tenho de terminar umas telas para a exposição de Houston. Iremos juntos: nós os dois e as pequenas. Verás que nos divertiremos. Sentou-se na borda da cama. Amo-te tanto, Jen... Fez uma pausa, enquanto ela o olhava com perplexidade. Diz que também me amas.

Amo-te, Erich proferiu Jenny, quase automaticamente.

Fazia um tempo pouco convidativo. Mesmo depois de as garotas tomarem o pequeno-almoço, o Sol continuava invisível e as nuvens anunciavam borrasca iminente.

Jenny vestiu as filhas para darem uma volta pelas imediações. Elsa começou a retirar as decorações da árvore de Natal e ela arrancou alguns pequenos ramos.

Que vais fazer com eles, mamã? perguntou Beth.

Colocá-los na sepultura do bebé.

A terra endurecera durante a noite, devido à geada, e as luminosas agulhas de pinheiro atenuavam o aspecto sombrio do pequeno monte.

Não estejas tão triste, mamã disse Beth.

Vou fazer o possível, meu amor.

Quando regressavam, Jenny avistou Clyde, que conduzia o carro em direcção ao caminho de acesso à herdade, e aguardou para se inteirar do estado de saúde de Rooney.

Não a deixam voltar para casa, por uns tempos informou ele. Tencionam submetê-la a uma infinidade de testes e aconselharam-me a interná-la num hospital especial, durante uma temporada, mas recusei. Ela melhorou muito

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desde que veio viver connosco, Mistress Krueger. Acho que nunca me apercebi de como se sentia só. Receia sempre abandonar a herdade por muito tempo, para o caso de a Arden telefonar ou regressar. Mas ultimamente piorou, como deve ter observado.

Pestanejou, numa tentativa para reprimir as lágrimas, e continuou:

Outra coisa, Mistress Krueger. Aquilo que Tina disse tornou-se conhecido. O xerife procurou a Rooney, munido de uma boneca, e pediu-lhe que explicasse como Caroline costumava acariciar o rosto do bebé. Confesso que não sei o que tem em mente.

«Mas sei eu», pensou Jenny. «O Erich tinha razão. A Emily não perdeu tempo em divulgar as notícias mais recentes.»

O xerife Gunderson apareceu três dias mais tarde.

Devo preveni-la de que circulam comentários pouco agradáveis a seu respeito, Mistress Krueger. Recebi ordem para mandar proceder à exumação do corpo do bebé, a fim de ser autopsiado.

Ela imaginou subitamente as pás aguçadas que profanavam a sepultura, para retirar a pequena urna e transferi-la para a morgue.

Por fim, apercebeu-se de alguém a seu lado e viu que era Mark.

Porque se tortura, Jenny? Não devia assistir a isto. Na verdade, não se tratava de um produto da sua imaginação, pois encontrava-se no cemitério.

Que procuram?

Querem certificar-se de que não há escoriações ou marcas de pressão nos lábios do bebé.

Acudiu-lhe a vaga ideia de ter vislumbrado uma espécie de vaso sanguíneo azulado junto do nariz de que não se apercebera antes.

Você notou-lhe alguma coisa do género? perguntou, consciente de que ele estabeleceria a devida distinção entre uma escoriação e um vaso sanguíneo.

Quando tentei a reanimação boca a boca, exerci forte

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pressão no rosto. Por conseguinte, posso ter produzido alguma marca.

Disse-o ao xerife?

Sem dúvida.

Fê-lo para me proteger. Jenny olhou-o com intensidade. Não era necessário.

Limitei-me a dizer a verdade. A viatura que transportava a urna pôs-se em marcha, e Mark declarou: Vou acompanhá-la a casa.

Ela tentou analisar o que sentia, enquanto percorriam o caminho coberto de neve, caída recentemente. Mark era muito alto e reconheceu que se habituara à estatura relativamente pequena de Erich. Kevin, que também era alto, media mais de um metro e oitenta. E Mark? Talvez um e noventa, pelo menos.

Doía-lhe a cabeça e sentia um ardor surdo nos seios. Porque não pararia o leite de afluir? Notou que a blusa se humedecia. Se Erich estivesse em casa, ficaria contrariado, porque detestava o desmazelo. Na verdade, era um homem muito metódico. E reservado. Se não tivesse casado com ela, o nome dos Krueger não seria arrastado na lama.

O marido considerava que ela lhe escandalizava o nome e, apesar disso, pretendia amá-la. Gostava que se parecesse com a mãe dele. Era por isso que insistia em que usasse a camisa de dormir água-marinha. Provavelmente ela esforçava-se por se parecer com Caroline, nas fases de sonambulismo.

Acho que me tenho esforçado articulou, e estremeceu ao descobrir que exprimira um pensamento em voz alta.

Que disse, Jenny? Jenny!

Começara a cair, não conseguia evitar a queda. No entanto, algo a susteve no instante em que o cabelo roçava a neve.

Jenny! Mark levava-a em braços. Arde de febre!

Talvez fosse por esse motivo que ela não lograva raciocinar com coerência. Não se tratava apenas da casa. E, por Deus, como a detestava!

Viajava num carro. Erich amparava-a. Ela recordava-se daquele veículo. Era a carrinha de Mark. Havia livros a um lado do banco de trás.

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Choque, febre do leite diagnosticou o Dr. Elmendorf. Vamos conservá-la aqui.

Era tão agradável flutuar no espaço, vestir uma das pesadas camisas hospitalares... Jenny detestava a água-marinha. Erich entrava e saía do quarto com frequência.

Beth e Tina estão óptimas e mandam-te beijos.

Por último, Mark foi portador da mensagem por que Jenny ansiava:

O bebé encontra-se de novo no cemitério e não voltarão a perturbar-lhe o repouso.

Obrigada.

Naquela noite, ela conseguiu tragar uma torrada e duas chávenas de chá.

Alegra-me ver que se sente melhor, Mistress Krueger. A enfermeira era sinceramente atenciosa. Porque seria que a bondade lhe provocava vontade de chorar? Costumava tomar como ponto assente o facto de as pessoas simpatizarem com ela.

A febre, embora baixa, persistia, pelo que o Dr. Elmendorf anunciou:

Não sai daqui até a eliminarmos por completo.

Jenny chorava com frequência. Acontecia deixar-se dominar pelo sono em pleno dia e acordar com as faces cobertas de lágrimas.

Gostava que o doutor Philstrom a observasse disse Elmendorf, referindo-se ao psiquiatra do hospital.

Este, um indivíduo de ares meticulosos que lembrava um escriturário, sentou-se na borda da cama e começou:

Dizem-me que teve uma série de pesadelos.

Já não os tenho replicou ela, reflectindo que todos pareciam empenhados em provar que enlouquecera.

E era verdade. Desde que se achava no hospital, dormia de um só sono, todas as noites e, à medida que os dias se sucediam, sentia-se mais forte e até gracejava com a enfermeira.

A tarde era o período mais difícil. Não desejava ver Erich, e o som dos seus passos no corredor fazia-lhe acudir uma transpiração pegajosa às palmas das mãos.

Ele trouxe as garotas para a verem. Não estavam autorizadas

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a entrar no hospital, todavia Jenny aproximou-se da janela e acenou-lhes.

Naquela noite, tragou um jantar completo, consciente de que necessitava de recuperar todo o vigor. Já nada a prendia à herdade, pois não havia qualquer possibilidade de ela e o marido reconquistarem a atmosfera de amor, cordialidade e confiança de outrora. Assim, podia planear a maneira de partir, e julgava tê-la encontrado. Durante a viagem a Houston. No momento oportuno, afastar-se-ia de Erich com as filhas e tomariam o avião. Ele talvez conseguisse que os tribunais do Minnesota lhe confiassem as pequenas, porém os de Nova Iorque decidiriam o contrário.

Poderia vender o medalhão de Nana, para obter algum dinheiro. Um joalheiro oferecera-lhe mil e cem dólares, poucos anos atrás. Se Jenny conseguisse uma quantia aproximada, bastaria para adquirir passagens de avião e sustentar-se e às filhas até que arranjasse trabalho.

Longe da casa de Caroline, do retrato de Caroline, da cama de Caroline, da camisa de dormir de Caroline e do filho de Caroline, voltaria a ser ela própria, capaz de raciocinar calmamente e tentar capturar todos os horríveis pensamentos que persistiam em lhe aflorar à mente, para em seguida se distanciarem. Eram em número excessivo, um estendal de impressões que pareciam esquivar-se-lhe.

Por fim, adormeceu, com uma sugestão de sorriso nos lábios e aface pousada na mão.

No dia seguinte, telefonou a Fran. Oh, abençoada liberdade, ciente de que ninguém utilizaria a extensão para escutar a conversa no escritório:

Não respondeste às minhas cartas, Jenny! Julgava que me tinhas despachado para o espaço exterior.

Ela não perdeu tempo a explicar que não lhe tinham chegado às mãos. Ao invés, anunciou:

Preciso de ti, Fran. E, o mais rapidamente possível, explicou: Tenho de sair daqui. Esclareceria tudo mais tarde.

Passa-se algo de desagradável. Noto-o na tua voz.

Sim, agradável não tem sido.

Confia em mim. Telefonarei mais tarde.

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Depois das oito. É a hora a que terminam as visitas. A amiga acabou por ligar às 19.10 do dia seguinte e, no instante em que o telefone tocou, Jenny compreendeu o que acontecera. Fran não contara com a diferença de horas. Com efeito, eram oito e dez em Nova Iorque. Erich sentava-se junto da cama e arqueou as sobrancelhas, quando lhe passou o auscultador.

Tenho planos estupendos! A voz de Fran era vibrante e aguda.

Não esperava ouvir-te, neste momento. Jenny voltou-se para o marido. É a Fran. Queres cumprimentá-la?

A amiga abarcou prontamente a situação e proferiu:

Como está, Erich? Lamento que a Jenny não se tenha sentido bem.

Quando a ligação foi cortada, ele formulou a inevitável pergunta:

Quais planos, Jen?

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Jenny regressou a casa no último dia de Janeiro. Beth e Tina pareciam estranhas, invulgarmente silenciosas e petulantes.

Estás sempre ausente, mamã.

Com efeito, passava mais tempo com elas nos serões e fins-de-semana em Nova Iorque do que ali, nos últimos meses.

Entretanto, ela perguntava-se até que ponto Erich suspeitaria dos telefonemas de Fran, pois mostrara-se evasiva ante a sua curiosidade.

Lembrei-me de repente de que não falava com ela desde longa data e resolvi telefonar-lhe. Foi muito atenciosa em ligar para cá, mais tarde.

Naquela noite, depois de o marido se retirar, Jenny contactou de novo com Fran, que informara, entusiasmada:

Tenho uma amiga que possuí uma escola infantil perto de Red Bank, Nova Jérsia. Expliquei-lhe que podias ensinar música e arte e concordou em te admitir. Entretanto, prometeu procurar-te um apartamento.

A partir de então, Jenny preparou-se para o momento crucial. Erich começara a transferir telas da cabana para a mansão, destinadas à exposição de Houston.

Chamei a esta O Provedor revelou, indicando uma em que predominavam os tons azuis e verdes.

Entre as ramagens de uma árvore elevada, via-se um ninho,

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enquanto uma ave voava na sua direcção, com uma minhoca no bico. A folhagem dissimulava-o parcialmente, pelo que os pássaros de tenra idade não se viam, embora o observador pudesse pressentir-lhes a presença.

A ideia acudiu-me naquela noite na Segunda Avenida, em que te encontrei com as pequenas nos braços. Tinhas uma expressão voluntariosa no rosto, e via-se claramente que ansiavas por chegar a casa e dar-lhes de comer. Exprimia-se em tom afectuoso e colocou o braço em torno da cintura dela. Que te parece?

É excelente.

Os únicos momentos em que não se sentia nervosa diante dele eram os da natureza do actual, quando admirava os seus trabalhos. Era aquele o homem pelo qual se apaixonara, o artista cujo talento maravilhoso conseguia captar simultaneamente a simplicidade da vida quotidiana e as emoções complexas que a proporcionavam.

Reconheceu nas árvores, em segundo plano, os pinheiros-noruegueses existentes perto do cemitério.

Terminaste esta tela agora?

Sim, querida.

Mas esta árvore desapareceu argumentou, apontando. Mandaste abater a maior parte dos ulmeiros dessa área, por causa da praga que os atacou, na Primavera passada.

Iniciei um quadro utilizando essa árvore em segundo plano, mas não consegui que exprimisse o que eu pretendia. Até que, um dia, vi uma ave a voar com comida para os filhotes e pensei em ti. Inspiras tudo o que faço, Jenny.

Nos primeiros tempos, uma confissão como aquela derreter-lhe-ia o coração. Agora, porém, apenas conseguia alarmá-la. Era invariavelmente seguida de uma observação que a reduzia a um feixe de nervos para o resto do dia.

E, na verdade, não tardou.

Vou apresentar trinta telas acrescentou Erich, cobrindo o quadro. Virão buscá-las de manhã. Estarás em casa, para haver a certeza de que não esquecem nenhuma?

Sem dúvida. Onde havia de estar?

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Deixa-te de dissimulações. Pensei que o Mark tentaria encontrar-se contigo, antes de partir.

Não compreendo.

O pai sofreu um ataque cardíaco, pouco depois de regressar à Florida. Mas isso não lhe dá o direito de procurar destruir o nosso casamento.

De que estás a falar?

O Luke telefonou-me, quinta-feira passada. Encontra-se no hospital e sugeriu que tu e as pequenas o visitassem na Florida. O Mark parte hoje, para passarem o fím-de-semana juntos, e o pai teve o desplante de supor que viajarias com ele.

Foi muito atencioso murmurou Jenny, consciente de que a oferta fora recusada.

Discordo. O Luke pretendia apenas separar-te de mim, e não hesitei em dizer-lho.

Erich!

Não te surpreendas. Porque julgas que o Mark e a Emily deixaram de se ver?

Deixaram de se ver?

Porque és sempre tão cega? Ele disse-lhe que chegara à conclusão que não estava interessado em casar com ela e considerava impróprio fazer-lhe perder mais tempo.

Essa é inteiramente nova para mim.

Um homem não procede assim, a menos que tenha outra mulher em mente.

Não forçosamente.

O Mark está louco por ti, Jenny. Se não interviesse, o xerife tinha ordenado um inquérito à morte do bebé. Também não sabias?

Decerto que não. A calma que adquirira no hospital começava a abandoná-la. Tinha a garganta seca e as mãos húmidas de transpiração, além de que a percorria um tremor irresistível. Aonde queres chegar?

Ao seguinte: havia uma escoriação junto da narina direita do bebé. O coroner declarou que provavelmente precedera a morte, mas o Mark insistiu em que usara de certa aspereza ao tentar reanimá-lo. Erich acercou-se dela e, a meia voz, concluiu: Ele sabe. Tu sabes. Eu sei. O bebé sofreu uma escoriação.

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Que pretendes dizer-me?

Nada de especial, querida. Apenas prevenir-te. Ambos sabemos como a pele do bebé era delicada. Na última noite, ao sacudir os punhos cerrados, provavelmente arranhou-se. Mas o Mark mentiu. É como o pai. Ninguém ignora o que o Luke sentia por Caroline. Apesar de passado tanto tempo, quando nos visita senta-se numa poltrona afastada para poder olhar o retrato. Devia conduzi-la ao aeroporto, no dia do acidente. Bastava que ela fizesse estalar os dedos para ele acudir. E agora, o filho julga que pode fazer o mesmo. Contactei com Lars Ivanson, veterinário em Hennepin Grove, para que passasse a ocupar-se do gado. Mark Garrett não voltará a pôr os pés nesta herdade.

Não acredito que fales a sério, Erich.

Podes convencer-te disso. Embora admita que não o fizeste propositadamente, encorajaste-o. Observei-o, sem margem para dúvidas. Quantas vezes te foi ver ao hospital?

Duas. Uma para me dizer que o bebé estava de novo na sepultura e a outra para levar fruta que o pai mandara vir da Florida. Deixas-te arrastar pela imaginação, querido. Se isto continua assim, não sei o que será de nós.

Sem aguardar que ele replicasse, Jenny afastou-se e abriu a porta do terraço da ala oeste. O vento fazia a cadeira de balouço de Caroline oscilar. Não surpreendia que costumasse sentar-se ali. Também fora obrigada a abandonar a casa.

Naquela noite, Erich entrou no quarto pouco depois de Jenny. Esta conservou-se rígida, empenhada em não se aproximar dele, que no entanto se voltou para o outro lado e não tardou a adormecer.

Ela prometeu a si própria não tornar a ver Mark. De resto, quando ele regressasse da Florida, já se encontraria em Nova Jérsia. Erich teria razão? Tê-lo-ia encorajado, ainda que involuntariamente? Ou porventura Mark e Emily haviam simplesmente chegado à conclusão de que não tinham nascido um para o outro?

Não obstante, Jenny admitia a possibilidade de o marido, por uma vez, ter feito uma leitura acertada da situação.

Na manhã seguinte, ela elaborou a lista das coisas que

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necessitava para a viagem. Calculava que Erich se oporia quando lhe solicitasse a utilização do carro, todavia ele mostrou-se inesperadamente indiferente.

Mas deixa as pequenas com a Elsa limitou-se a recomendar.

Depois de o marido partir para a cabana, Jenny tomou nota do endereço de uma ourivesaria da página dos anúncios do jornal, que pagava «os preços mais elevados pelas suas jóias», situada num centro comercial da região. Quando telefonou e descreveu o medalhão, obteve a resposta de que poderiam estar interessados em comprá-lo. A seguir, ligou a Fran, mas não estava em casa e ela deixou a mensagem gravada: «Estaremos em Nova Iorque a sete ou oito. Não telefones para aqui.»

E, enquanto as filhas dormiam a sesta, visitou a ourivesaria.

Ofereceram-lhe oitocentos dólares pelo medalhão. Não era muito, mas viu-se obrigada a aceitá-los, por não poder nem querer perder tempo a dirigir-se a outros estabelecimentos do género.

Comprou alguma roupa interior e produtos de beleza com o cartão de crédito que Erich lhe dera e tomou mentalmente nota para não se esquecer de lhos mostrar.

O primeiro aniversário do casamento era a três de Fevereiro, e ele sugeriu:

Porque não comemoramos em Houston? Ofereço-te o presente aí.

É uma boa ideia.

Jenny não se considerava uma actriz suficientemente boa para manter a farsa de celebrar um casamento daquela natureza, mas, se Deus permitisse, em breve tudo teria terminado. A antecipação incutiu-lhe um brilho no olhar que se mantinha ausente desde longa data. Tina e Beth reagiram positivamente ao facto, depois de um período de retraimento prolongado.

Lembram-se daquela estupenda viagem de avião que fizemos? Vamos voar de novo, em direcção a uma grande cidade.

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Erich, que entrou naquele momento, perguntou:

Que estás para aí a dizer?

Falo-lhes da nossa viagem a Houston.

Estás a sorrir. Sabes quando foi a última vez que te vi contente?

Há muito tempo, sem dúvida.

Venham com o papá, meninas. Vou comprar-lhes gelados.

No entanto, Beth pousou a mão no braço de Jenny.

Quero ficar com a mamã.

Eu também acudiu prontamente Tina.

Então, já não vou decidiu ele.

Dir-se-ia sentir relutância em deixar Jenny só com as crianças.

Ela fez as malas na noite de cinco, guardando apenas aquilo que parecia razoável para três dias.

Que agasalho levo? perguntou ao marido. O casaco comprido ou o curto?

O curto deve bastar. Porque estás tão nervosa?

Não estou nervosa. É que já perdi o hábito de viajar. Precisarei de vestidos de noite?

Talvez um. Aproveita para usar o medalhão. Haveria uma ponta de desafio na voz dele, ou tratar-se-ia apenas de um produto da imaginação dela? Esforçou-se por falar com naturalidade, ao replicar:

É uma boa ideia.

A viagem de avião duraria cerca de duas horas, e Erich informou:

Pedi ao Joe que nos levasse ao aeroporto.

O Joe?!

Sim, já está em condições de voltar a trabalhar. Vou readmiti-lo.

Mas depois do que aconteceu...

Prometemos esquecer tudo isso.

Tencionas readmiti-lo, apesar dos comentários viperinos que circularam?

Jenny mordeu os lábios e não insistiu. No fundo, que diferença lhe faria quem ficava na herdade? Rooney devia regressar do hospital por volta de meados

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do mês, e eles tinham convencido Clyde a deixá-la permanecer em casa umas seis semanas. Jenny lamentava não poder despedir-se dela, mas talvez lhe escrevesse, mais tarde.

Surgiu finalmente o momento da partida. As garotas vestiam casaco de veludo com chapéus a condizer. Da janela do quarto, Jenny avistava um canto do cemitério, e prometeu a si própria passar por lá, a fim de se despedir do bebé, após o pequeno-almoço.

Por último, Erich terminou de arrumar a bagagem no carro e anunciou:

Vou chamar o Joe. Venham comigo, meninas. Deixem a mamã acabar de se vestir descansada.

Já acabei disse Jenny. Espera um momento, que também vou.

No entanto, ele pareceu não ouvir e começou a afastar-se com Beth e Tina. Jenny encolheu os ombros com indiferença. Talvez fosse preferível assim, a fim de dispor de uma derradeira oportunidade para verificar se esquecia alguma coisa. O dinheiro do medalhão encontrava-se no bolso interior do casaco do fato que guardara numa das malas.

Quando atravessava o corredor, lançou uma olhadela ao quarto das filhas, que Elsa já arrumara. Apresentava um ar impessoal, como se adivinhasse que as pequenas ocupantes não voltariam.

Teria Erich experimentado a mesma sensação?

Subitamente perturbada, desceu a escada quase a correr, enquanto vestia o casaco, pois o marido não tardaria.

Dez minutos mais tarde, assomou ao terraço, estranhando que ainda não tivesse reaparecido, pois costumava dirigir-se ao aeroporto com larga antecedência.

Transcorrida meia hora, telefonou a casa dos Ekers e notou que os dedos tremiam quando marcavam o número, vendo-se forçada a interromper a operação por duas vezes e iniciá-la de novo.

Porque pergunta se ainda aqui estão? estranhou Maude. Vi Erich passar com as pequenas no carro, há mais de quarenta minutos... O Joe? Mas ele não os vai levar ao aeroporto. Quem lhe disse isso?

Erich partira sem ela. Pegara em Beth e Tina e partira sem


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ela. O dinheiro encontrava-se na bagagem já arrumada no carro. Era óbvio que se inteirara ou pressentira os seus planos. Ligou ao hotel de Houston e indicou:

Quero deixar um recado para Erich Krueger. Diga-lhe que telefone à esposa, assim que chegar.

A voz do recepcionista, dominada pelo sotaque do Texas, transmitiu a tenebrosa informação:

Deve haver engano. Os aposentos reservados por Mister Krueger foram cancelados há cerca de duas semanas.

Às duas horas, Elsa procurou-a para se despedir:

Adeus, Mistress Krueger.

Jenny, que se encontrava na sala, com o olhar fixo no retrato de Caroline, limitou-se a responder, sem se voltar:

Adeus, Elsa.

Todavia, esta não se retirou imediatamente.

Tenho pena de a deixar.

Deixar? Jenny emergiu de letargia e pôs-se de pé com prontidão. Que quer dizer com isso?

Mister Krueger disse que partia com as meninas e avisaria quando regressasse.

Quando foi isso?

Esta manhã, quando subia para o carro. Vai ficar aqui sozinha?

Havia uma curiosa mistura de emoção no rosto habitualmente impávido. Desde a morte do bebé, Jenny descobrira nela uma compaixão de que nunca suspeitara.

Parece que sim respondeu a meia voz.

Quatro horas depois de Elsa sair, Jenny continuava no salão à espera. De quê? De um telefonema. Erich não deixaria de o fazer. Estava absolutamente convencida disso. Para onde teria levado Beth e Tina?

Começou a escurecer. Convinha que acendesse a luz, porém o esforço envolvido afigurava-se-lhe excessivo para as energias que possuía. Despontou a lua, cujo clarão se infiltrou através das rendas dos cortinados, para projectar uma espécie de teia na tela.

Por fim, dirigiu-se à cozinha, fez café e sentou-se junto da

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extensão telefónica. A campainha do aparelho começou a tocar às nove. A mão tremia-lhe de tal modo que receou que o auscultador se soltasse dos dedos.

Estou... Exprimia-se em voz tão baixa que se perguntou se a ouviriam do outro lado do fio.

Mamã! Beth parecia muito distante. Porque não quiseste vir connosco? Tinhas prometido.

Onde estás?

Seguiram-se sons abafados e o protesto da garota:

Mas ainda não acabei de falar com a mamã! Foi a vez de Tina dizer:

Mamã, não andámos de avião e tu disseste que havíamos de andar!

Onde estás, Tina?

Olá, querida.

A voz de Erich era quase terna, enquanto as garotas barafustavam em segundo plano.

Onde estás, Erich? Porque fizeste isso?

Porque fiz o quê, querida? Evitar que me arrebatasses as filhas? Impedir que corressem perigo?

Perigo? Que estás para aí a dizer?

Prometi cuidar de ti, Jenny, e fá-lo-ei. Mas não permitirei que me abandones e leves as pequenas.

Nunca foi minha intenção. Trá-las para casa, por favor.

Isso não chega. Senta-te à secretária e pega em papel e caneta. Eu aguardo.

As garotas continuavam a protestar, mas ela conseguia detectar algo mais. Sons de tráfego. O motor de um veículo pesado nas proximidades. Ele decerto telefonava de uma cabina na estrada.

Onde estás, Erich?

Arranja papel e uma caneta, para escreveres o que te vou ditar. Despacha-te.

Reconhecendo a inutilidade de continuar a instá-lo, Jenny correu para a biblioteca, procurou papel e uma caneta e levantou o auscultador da extensão.

Estou preparada, Erich.

É uma carta para mim. Erich querido...

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Ela escreveu as duas palavras e aguardou.

«Reconheço que estou muito doente. Tenho ataques de sonambulismo constantes. Creio que faço coisas horríveis de que não consigo recordar-me. Menti quando disse que não entrei para o carro de Kevin. Pedi-lhe que viesse, para o convencer a partirmos juntos. Não era minha intenção agredi-lo com tanta força.»

Continuava a escrever mecanicamente, ansiosa por evitar que ele se irritasse. Contudo, o sentido das palavras obrigou-a a protestar:

Não posso escrever isso. Não corresponde à verdade.

Deixa-me acabar. «Joe ameaçava dizer que me tinha visto no carro e eu não podia consentir que o fizesse. Sonhei que misturava veneno com a aveia, mas sei que não foi um sonho. Pensei que aceitarias o bebé, mas pressentiste que não era teu. Por conseguinte, julguei preferível para o nosso casamento que ele não vivesse, porque me absorvia toda a atenção. Tina viu-me pousar-lhe as mãos no rosto para o sufocar. Promete não me deixares nunca só com as minhas filhas, Erich, pois não sou responsável dos meus actos.»

A caneta soltou-se-lhe da mão.

Não!

Voltarei depois de assinares essa declaração. Guardá-la-ei no cofre e ninguém saberá que existe.

Por favor, Erich... Não podes estar a falar a sério.

Posso manter-me ausente meses ou anos, se for necessário. Voltarei a telefonar dentro de uma ou duas semanas. Entretanto, pensa bem no assunto.

Já pensei. Não concordo.

Sei o que fizeste, Jenny. A voz dele assumiu certa ternura. Nós amamo-nos, querida, mas não quero correr o risco de te perder, nem que as pequenas fiquem em perigo junto de ti.

A ligação foi cortada bruscamente. Após um momento de alheamento, ela pousou o auscultador e amarfanhou o papel com nervosismo.

Acode-me, por favor, meu Deus... Não sei o que fazer.

Telefonou a Fran e anunciou:

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Já não vamos.

Porquê, Jenny? Que aconteceu?

A ligação era deficiente e a voz da amiga, normalmente forte, parecia remota.

O Erich foi viajar e levou as pequenas. Não sei ao certo quando voltarão.

Queres que eu vá aí? Tenho quatro dias de folga.

Jenny reflectiu que Erich ficaria furioso, se Fran a visitasse, pois fora o telefonema desta para o hospital que o induzira a inteirar-se dos seus planos.

É melhor não vires. Não telefones, sequer. Basta que rezes por mim. Por favor.

Não podia dormir no quarto principal. Na realidade, não podia fazê-lo em qualquer dos aposentos do primeiro andar.

Ao invés, deitou-se no sofá perto do fogão e cobriu-se com o xaile que Rooney confeccionara. O aquecimento foi desligado automaticamente às dez e ela decidiu acender o lume da lareira.

Não podia escrever a carta. Na próxima vez que tivesse um acesso de ciúmes, Erich poderia decidir mostrá-la ao xerife. Quanto tempo se manteria ausente?

Ouviu o relógio bater uma hora... duas., três... Em seguida, adormeceu, mas não tardou a ser acordada por um som. Apurou os ouvidos e distinguiu passos que se encaminhavam para o primeiro andar.

Tinha de se certificar de que se tratava. Lentamente, degrau a degrau, conseguiu subir a escada, apertando o xaile em torno dos ombros, para neutralizar o frio. O corredor estava deserto. Fez uma pausa para criar coragem, transpôs a porta do quarto principal e acendeu a luz. Não havia ninguém.

O antigo quarto de Erich. A porta achava-se entreaberta. Não a deixara fechada? Entrou, e a luz revelou-lhe que também estava deserto.

Não obstante, existia algo, a sensação de uma presença. Que seria? O odor a pinho. Ter-se-ia intensificado? Era difícil de dizer.

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Aproximou-se da janela. Necessitava de a abrir, para respirar ar fresco. Pousou as mãos no peitoril e olhou para baixo.

Havia um vulto no pátio um homem que contemplava a casa. O luar permitiu-lhe ver que era Clyde. Que pretenderia àquela hora?

Quando ela lhe acenou, deu meia volta e afastou-se a correr.

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Jenny passou o resto da noite deitada no sofá, à escuta.

Por vezes, parecia-lhe ouvir sons, passos, o fechar de uma porta. Imaginação, sem dúvida.

Às seis, levantou-se e descobriu que não se despira. O vestido de seda que escolhera para a viagem achava-se repleto de rugas. «Não admira que não conseguisse dormir», reflectiu.

O banho de chuveiro quente e prolongado eliminou parte da fadiga entorpecedora. Em seguida, envolta na pesada toalha, entrou no quarto e abriu uma gaveta da cómoda. Continha um par de jeans desbotados que usava em Nova Iorque. Resolveu vesti-los e continuou a procurar até que encontrou uma camisola de malha. Erich pretendera desfazer-se de toda a sua roupa antiga, porém ela conservara alguma. Revestia-se de importância vestir algo que fosse apenas seu.

Chegara à mansão com o medalhão que pertencera a Nana e as filhas. Agora, ficara sem a jóia e o marido levara Beth e Tina.

De súbito, fixou o olhar no chão, onde brilhava algo, junto do móvel. Agachou-se e levantou-o. Era um pedaço de pele de marta. Abriu a porta do armário e viu o casaco parcialmente fora do cabide. Uma das mangas pendia em farrapos. Preparava-se para o restituir à posição normal, quando verificou que fora totalmente recortado.

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Às dez horas, dirigiu-se ao escritório, onde Clyde estava sentado atrás da secretária em regra ocupada por Erich.

Trabalho sempre aqui, quando ele se ausenta. É mais confortável.

Parecia ter envelhecido. Os sulcos em torno dos olhos apresentavam-se mais pronunciados. Jenny aguardou que explicasse o motivo da visita às proximidades da mansão a meio da noite, todavia ele absteve-se de abordar o assunto.

Quanto tempo pensa o Erich estar ausente? acabou ela por perguntar.

Não indicou uma data precisa.

Era você que rondava a casa, esta noite?

Viu-me?

Com certeza.

Então, também a viu?

A quem?

Talvez Rooney não esteja louca, Mistress Krueger. Como sabe, afirma constantemente que viu Caroline. Esta noite, não conseguia dormir e resolvi dar uma volta. Da nossa janela, avista-se uma parte do cemitério e, ao descortinar lá um movimento, fui investigar. O semblante do homem tornou-se intensamente pálido. Foi então que vi Caroline. Tal como Rooney costuma dizer. Dirigia-se do cemitério para a mansão, e decidi segui-la. O cabelo e a capa que sempre usava são inconfundíveis. Entrou pela porta das traseiras. Tentei fazer o mesmo, mas encontrei-a trancada. Em face disso, dei a volta e aguardei. Pouco depois, acendeu-se a luz do quarto principal e a seguir a do antigo de Erich. Por fim, ela assomou à janela e acenou-me.

Mas era eu, Clyde! Fui eu que lhe acenei.

Meu Deus... murmurou. Rooney afirma que viu Caroline. Tina fala da senhora do quadro. Eu penso que sigo Caroline. Afinal, era a senhora, como Erich dizia!

Não era eu protestou Jenny. Fui lá acima, porque ouvi alguém subir a escada e...

Interrompeu-se, irritada com a expressão de incredulidade dele, e regressou à mansão. Seria possível que Clyde tivesse razão e ela voltasse a ser acometida de sonambulismo? Na

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verdade, sonhara com o bebé e, naquela manhã, ponderara que detestava a roupa que Erich lhe comprara. Teria igualmente sonhado isso e depois destruído o casaco de peles? Talvez até nem tivesse ouvido ninguém.

Devia ser a senhora do quadro que Tina vira!

Fez café e tomou-o quase escaldante. Não comia desde a manhã anterior, pelo que torrou uma fatia de pão e esforçou-se por tragá-la.

Clyde informaria o médico de que vira a mulher que supunha ser Caroline. Explicaria que a seguira até à mansão e Jenny admitira ter-lhe acenado.

Erich regressaria, para cuidar dela. Jenny assinaria a declaração que ele ditara, e o marido ocupar-se-ia do seu bem-estar. Conservou-se sentada demoradamente à mesa da cozinha, após o que foi buscar papel para escrever. Em seguida, tentou recordar as palavras exactas que Erich pronunciara, decidindo referir-se igualmente aos factos recentes:

«Ontem à noite, devo ter sido atacada de sonambulismo, mais uma vez. Clyde viu-me. Dirigi-me ao cemitério e suponho que visitei a sepultura do bebé. Acordei no quarto, avistei Clyde da janela e acenei-lhe.»

Ele encontrava-se diante da casa, de pé no solo coberto de neve endurecida.

A neve.

Ela achava-se descalça. Se tivesse saído, teria os pés molhados. As botas que tencionava calçar para a viagem estavam junto do sofá, ainda imaculadamente engraxadas. Não haviam sido usadas lá fora.

Podia perfeitamente ter imaginado os passos e esquecido a possibilidade do sonambulismo. No entanto, se tivesse saído descalça, os pés apresentariam vestígios inequívocos do facto.

Rasgou a declaração em numerosos pedaços, lentamente. Pela primeira vez desde que Erich se ausentara, a sensação de desespero começava a dissipar-se.

Ela não saíra. Mas Rooney vira Caroline. Assim como Tina. E Clyde. Ela própria a ouvira no primeiro andar, na noite anterior. Fora Caroline quem destruíra o casaco de peles. Talvez estivesse furiosa com Jenny por provocar tantos

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aborrecimentos ao filho. Era possível que ainda se encontrasse lá em cima. Resolvera regressar.

Caroline! chamou, repentinamente, levantando-se. Caroline!

Provavelmente, não conseguia ouvi-la. Encaminhou-se para a escada e começou a subir, degrau a degrau. O quarto principal achava-se deserto, com o odor a pinho sempre presente. Se Jenny deixasse um ou dois sabonetes na saboneteira, talvez Caroline se sentisse mais em sua casa. Assim fez e retirou-se.

O sótão. Existia uma possibilidade de ela estar lá. Decerto se refugiara aí, na visita da véspera.

Caroline! voltou a chamar, esforçando-se por empregar um tom conciliador. Não tenha medo de mim. Tem de me ajudar a encontrar as minhas filhas.

O sótão estava imerso em escuridão quase total, e Jenny percorreu-o com prudência. Viu o estojo de produtos de beleza e a agenda. E o resto da bagagem? Porque persistia Caroline em visitar a casa, quando se mostrara tão ansiosa em a abandonar?

Caroline! persistiu, em tom mais suave. Diga alguma coisa.

O berço achava-se a um canto, de novo coberto com um lençol. Aproximou-se dele, pousou-lhe a mão com ternura e começou a balouçá-lo.

Meu amorzinho... sussurrou. Oh, o meu amorzinho...

Algo principiou a deslizar ao longo do lençol, um objecto que se acercava da mão. O medalhão que fora de Nana!

Nana!

Pronunciar o nome em voz alta exerceu o efeito de um balde de água fria. Que pensaria Nana dela, se a visse tentar estabelecer comunicação com uma mulher morta?

O sótão pareceu-lhe de súbito intoleravelmente sufocante. Segurando o medalhão com firmeza, desceu ao rés-do-chão e entrou na cozinha. «Estou a enlouquecer», pensou, alarmada.

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Tentou recordar o que Nana lhe aconselharia numa situação daquela natureza.

Tudo assume um aspecto menos tenebroso após uma chávena de chá. Acto contínuo, levou a chaleira ao lume.

Que comeste hoje, Jen? O hábito de omitir as refeições não é dos mais aconselháveis.

Abriu o frigorífico e procurou os ingredientes para sanduíches. Depois, enquanto comia, tentou imaginar-se a referir os últimos acontecimentos a Nana.

«Clyde diz que me viu, mas eu não tinha os pés molhados. Poderia ser Caroline?»

Quase conseguiu ouvir a reacção dela: Os fantasmas não existem, Jen. Quando uma pessoa morre, acabou-se.

«Então, como foi o medalhão parar lá acima?»

Tenta descobrir.

Foi buscar a lista telefónica e procurou o número que pretendia na secção de COMPRA E VENDA DE JÓIAS das páginas amarelas, que assinalara com um lápis de feltro azul.

Marcou-o, pediu para falar com o gerente e explicou apressadamente:

Sou Mistress Krueger. A semana passada, vendi-lhes um medalhão que gostaria de readquirir.

Agradecia que não me fizesse perder mais tempo, minha senhora. O seu marido procurou-me para advertir de que não tinha o direito de vender uma jóia de família e entreguei-lho pelo preço que paguei.

O meu marido?!

Exacto. Apareceu cerca de vinte minutos depois de eu ter feito negócio com a senhora.

A ligação foi cortada bruscamente.

Jenny pousou o auscultador e conservou o olhar fixo nele. Erich suspeitara dela e seguira-a, naquela tarde, provavelmente numa das viaturas da herdade. Mas como fora o medalhão parar ao sótão?

Dirigiu-se à secretária e pegou num bloco de papel pautado. Uma hora antes, preparara-se para redigir a declaração que o marido pretendia. Agora, havia outra coisa que necessitava de escrever.

Regressou à mesa da cozinha e, na primeira linha da folha,

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inscreveu: Os fantasmas não existem. E na segunda: Eu não podia ter saído, ontem à noite. A terceira foi escrita com maiúsculas: NÃO sou UMA PESSOA VIOLENTA.

«Começa pelo princípio», advertiu-se. Escreve tudo. «A situação alterou-se, para pior, com o primeiro telefonema de Kevin...»

Clyde não voltou a aproximar-se da mansão e, no terceiro dia, Jenny visitou o escritório. Ele falava com um cliente pelo telefone e ela observou-o, enquanto aguardava. Quando Erich se achava presente, o homem tendia para se conservar em segundo plano. No entanto, na ausência dele, a voz assumia uma inflexão autoritária. Naquele momento, combinava a venda de um touro de dois anos por cem mil dólares.

Quando desligou, olhou-a com desconfiança. Era óbvio que recordava a natureza da sua última conversa.

Não precisa de consultar Erich, antes de vender um touro por uma quantia tão elevada? perguntou Jenny.

Quando ele está cá, interfere nos negócios à sua vontade. Mas a verdade é que nunca manifestou grande interesse em assumir o comando das operações.

Compreendo. Fez uma pausa. Estive a reflectir maduramente e gostava de esclarecer umas dúvidas. Onde se encontrava Rooney quarta-feira à noite, quando você julgou ver Caroline?

Que quer dizer com isso, Mistress Krueger?

Exactamente o que ouviu. Telefonei ao hospital e falei com o doutor Philstrom, o psiquiatra que me examinou.

Sei de quem se trata. Também é médico de Rooney.

Exacto. Não me tinha dito que ela foi autorizada a ausentar-se, quarta-feira à noite.

Rooney passou essa noite no hospital.

Não, não passou. Ficou em casa de Maude Ekers, que fazia anos. Você tinha de ir a um leilão de gado e pediu a Maude que fosse buscá-la. Rooney julgava-o em Saint-Cloud.

Estive lá, de facto, e voltei cerca da meia-noite. Esqueci-me de que ela tinha ficado em casa de Maude.

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Não seria possível que saísse dissimuladamente e visitasse a herdade?

Creio que não.

Ela costuma vaguear por aí durante a noite. Sabe-o perfeitamente, Clyde. Não lhe parece provável tê-la visto, envolta num cobertor, que, de longe, confundiu com uma capa? Pense em Rooney com o cabelo solto.

Ela não desmancha aquele carrapito há mais de vinte anos. Excepto, é claro... Ele hesitou.

Excepto?...

À noite, quando se vai deitar.

Não compreende aonde quero chegar? Só mais uma pergunta. Erich guardou um medalhão no cofre ou confiou-lho para o colocar lá?

Ele próprio o fez. Disse que a senhora estava sempre a esquecer-se dele e não queria que se extraviasse.

Falou nisso a Rooney?

É possível, não tenho a certeza, a talhe de foice, numa conversa banal para passar o tempo.

Suponho que ela conhece o segredo do cofre?

É possível repetiu, enrugando a fronte.

E o hospital autoriza-a a vir a casa mais vezes do que você admitiu?

Bem, tem aparecido com certa frequência.

E também não é impossível que andasse por aí, quarta-feira à noite. Abra o cofre e mostre-me o medalhão.

Clyde obedeceu em silêncio e os dedos tremiam-lhe, enquanto formava o número do segredo da fechadura. Por fim, a porta do cofre abriu-se e ele introduziu a mão, para retirar uma pequena caixa de aço, cuja tampa levantou. Após uma longa pausa, balbuciou:

Desapareceu!

Erich telefonou duas noites mais tarde.

Jenny! A voz possuía uma inflexão estranha, quase de provocação.

Erich! Erich!

Onde estás?

No sofá da biblioteca. Ela olhou o relógio, que indicava

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onze horas, e compreendeu que adormecera. Porquê? Lá em cima, sinto-me mais só. Ansiava por lhe revelar o que pensava acerca de Rooney.

Jenny! A intonação de cólera despertou-a por completo. Quero-te no lugar a que pertences, o nosso quarto, e que vistas a camisa de dormir especial. Entendido?

Por favor, Erich... Como estão Tina e Beth?

Óptimas. Lê-me a carta.

Descobri uma coisa, Erich. Talvez estejas equivocado. Ela tentou rectificar as palavras demasiado tarde. Quero dizer... É possível que compreendêssemos mal...

Escreveste-a?

Comecei... Mas o que pensas não corresponde à verdade. Agora, tenho a certeza disso.

A ligação foi cortada.

Jenny tocou a campainha da porta da cozinha de Maude Ekers. Quantos meses tinham decorrido desde que a visitara? Desde que ela a aconselhara a deixar Joe em paz.

Preparava-se para tocar de novo, quando a porta se abriu. Joe emagrecera e o semblante juvenil amadurecera com vincos de cansaço em torno dos olhos.

Joe!

Ele estendeu as mãos e, cedendo a um impulso, Jenny segurou-as entre as suas. Em seguida, dominada por um acesso de ternura, beijou-lhe a face.

Jenny... digo, Mistress Krueger... Ele desviou-se, com embaraço, para a deixar passar.

A tua mãe está?

Foi trabalhar.

Ainda bem, porque preciso falar contigo. Há muito que desejava fazê-lo, mas apareceram outras coisas...

Eu sei. Causei-lhe muitas preocupações. Apetece-me pedir-lhe perdão de joelhos pelo que disse na manhã do acidente. Todos devem ter pensado que afirmava que a senhora... Bem, tinha-me ofendido. Julgava que ia morrer e apoquentava-me por lhe ter dito que a vira, naquela noite.

Queres dizer que pensas que não me viste? perguntou Jenny, sentando-se à mesa da cozinha, diante dele.

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Como expliquei ao xerife e a Mister Krueger, a semana passada, havia uma coisa acerca daquela noite que me preocupava.

Preocupava?

Era a sua maneira de andar, graciosa e elegante. Quem vi naquela noite caminhava de um modo diferente. Não sei como explicar. E inclinava-se um pouco para a frente, pelo que o cabelo quase lhe cobria a cara. A senhora anda sempre tão empertigada...

Julgas possível ter visto Rooney, com o meu casaco?

Como? Joe parecia intrigado. Encontrava-me ali, porque tinha visto Rooney na passagem e não queria esbarrar nela. Quem subiu para o carro era outra pessoa.

Jenny passou a mão pela fronte. Nos últimos dias, chegara a convencer-se de que Rooney era a chave de tudo o que acontecera. Com efeito, a mulher podia entrar e sair da mansão quase sem ser pressentida e tê-la ouvido conversar com Erich a respeito de Kevin. Por outro lado, podia ter efectuado o telefonema, e conhecia a existência da divisória no quarto principal. Todas as peças do puzzle se ajustariam nos seus lugares, se Rooney, vestindo o casaco que Jenny lhe dera, se tivesse encontrado com Kevin, naquela noite.

Nesse caso, quem vestia aquele casaco? E quem preparara o encontro?

Ela não fazia a menor ideia.

Todavia, certificara-se pelo menos de que Joe não a julgava essa pessoa.

Por fim, levantou-se para sair. Não convinha que Maude a encontrasse ali, pois ficaria horrorizada.

Gostei muito de te ver. Já tínhamos saudades tuas. Alegra-me saber que voltarás a trabalhar para nós.

Fiquei muito contente, quando Mister Krueger me ofereceu o antigo lugar. Aproveitei a oportunidade para lhe contar o que acaba de ouvir.

Que disse?

Recomendou-me que não ventilasse o assunto, para evitar mais aborrecimentos. Prometi guardar segredo, mas é claro que ele não se referia à senhora.

Jenny calçou as luvas com lentidão exagerada, para não

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deixar transparecer a perturbação. Erich exigira-lhe que assinasse a declaração em que confessava ter entrado para o carro de Kevin, apesar de Joe admitir previamente que devia tratar-se de outra pessoa com o casaco dela.

Precisava de reflectir, antes de tomar uma decisão definitiva.

Receio que tivesse uma espécie de paixão por si, Jenny. Não sei se isso influiu nas suas relações com Mister Krueger...

Não te apoquentes.

Mas tinha de lhe dizer. Como referi a minha mãe, a senhora será a pessoa ideal para me aconselhar, quando me apaixonar por uma moça. Ela preocupava-se porque pensava que o meu tio teria uma vida muito diferente, sem aquele episódio com Caroline. No entanto, acho que as coisas se estão a compor. Ele deixou de beber desde o meu acidente e voltaram a dar-se bem.

Quem é que voltou a dar-se bem?

O meu tio tinha uma pequena com quem tencionava casar, na altura do acidente. -Quando John Krueger disse a toda a gente que o tio Josh não tomara as precauções necessárias com a instalação da gambiarra porque fazia rapapés a Caroline, a rapariga ficou tão indignada que deixou de lhe falar, e ele passou a beber. Mas agora, decorridos tantos anos, reataram as relações.

Quem é ela?

A Jenny conhece-a. A sua governanta, Elsa.

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Elsa estivera para casar com Josh Brothers e ficara solteira. Até que ponto teria criado rancor aos Krueger ao longo dos anos? Porque aceitara trabalho na mansão? Erich tratava-a quase com desprezo. Na verdade, ela podia ter retirado o casaco do armário e escutado a conversa dele com Jenny. Talvez até sondasse as garotas para obter pormenores acerca de Kevin.

Mas porquê?

Impunha-se que trocasse impressões com alguém, que confiasse em alguém.

Deteve-se, a caminho de casa. Havia uma pessoa merecedora de confiança, cujo rosto lhe ocupava de momento todo o campo visual.

Podia confiar em Mark, que decerto já regressara da Florida.

Mal entrou em casa, procurou o número da clínica dele na lista telefónica e marcou-o. O Dr. Garrett era esperado a todo o momento. Quem falava?

Jenny não queria identificar-se, pelo que replicou com outra pergunta:

Qual é a hora mais provável de o encontrar aí?

Ele dá consultas das cinco às sete da tarde. Decidiu ligar para casa, mais tarde.

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Dirigiu-se ao escritório e viu que Clyde fechava as gavetas da secretária para sair.

Como está Rooney? perguntou ela, consciente de uma certa tensão na atitude do homem.

Vou trazê-la para casa difinitivamente, amanhã. Já agora, queria fazer-lhe um pedido, Mistress Krueger. Agradecia que não a procurasse. Ou seja, não a convide para ir a sua casa, nem a visite. Assumiu uma expressão grave. O doutor Philstrom diz que, se ela se envolvesse noutra situação confusa, podia ter uma recaída.

Essa situação confusa sou eu?

A única coisa que sei é que Rooney não tem visto Caroline a rondar o hospital.

Preciso que me dê algum dinheiro, Clyde. O meu marido partiu tão precipitadamente que me deixou quase sem fundos e tenho de comprar umas coisas. A propósito, empresta-me o seu carro para ir à vila?

No entanto, ele fechou a última gaveta e guardou a chave na algibeira.

Erich foi bem claro a esse respeito. Não quer que utilize carros emprestados e pediu-me que lhe fornecesse tudo o que necessitasse. Salientou, sobretudo, que não lhe desse dinheiro algum. Ameaçou despedir-me, se não acatasse as suas ordens. Fez uma pausa e, em tom mais cordial, acrescentou: A senhora não conhece privações. Se lhe faz falta alguma coisa, basta dizer-me.

Necessito...

Ela mordeu os lábios e retirou-se, batendo com a porta e esforçando-se por dominar as lágrimas de frustração.

Às 19.10, estendeu a mão para o telefone, a fim de falar com Mark, todavia a campainha começou a tocar antes que pudesse levantar o auscultador.

Sim?... proferiu para o bocal.

Devias estar sentada aí ao pé. Esperas algum telefonema importante? A voz de Erich continha uma ponta de impertinência.

Ela sentiu as palmas das mãos humedecerem-se, e os dedos apertaram o auscultador instintivamente.

Estava à espera de notícias tuas. Conseguiria exprimir-se

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com naturalidade? Deixaria transparecer o nervosismo que lhe acudira de repente? Como estão as pequenas?

Óptimas, evidentemente. Que fizeste hoje?

Nada de especial. Agora que a Elsa não vem, tenho um pouco mais com que me entreter. No fundo, agrada-me assim. Fechou os olhos e tentou escolher as palavras com prudência, ao acrescentar com desprendimento: Vi o Joe. Está muito contente por o teres readmitido.

Suponho que te revelou o resto da conversa que tive com ele?

Não sei a que te referes.

À história insensata de que te vira entrar para o carro, para depois se desdizer. Não me disseste que ele te tinha falado nisso. Estava convencido de que fora apenas Rooney que te vira.

Mas o Joe disse que te falou da sua convicção de que se tratava de outra pessoa com o meu casaco.

Assinaste a declaração?

Não compreendes que existe uma testemunha que jura?...

Queres tu dizer que existe uma testemunha consciente de que te viu e, para conquistar as minhas boas graças e recuperar o emprego, alterou a sua versão inicial. Pára de tentares evitar a verdade, Jenny. Ou tens a declaração preparada para me ler quando eu voltar a telefonar ou não penses tornar a ver as pequenas até à idade adulta.

Não podes fazer isso! São minhas filhas. Não podes fugir com elas.

São tanto minhas como tuas. Limitei-me a levá-las em viagem de recreio. Garanto-te que nenhum magistrado tas concederá. Disponho de numerosas testemunhas prontas a jurar que sou um pai maravilhoso. Proporciono-te uma oportunidade de viver com elas. Não ponhas a minha paciência demasiado à prova. Voltarei a telefonar em breve. Adeus.

Ela fixou o olhar no auscultador silencioso. A ténue confiança que começara a criar desvaneceu-se. «Cede», recomendava uma voz íntima. «Escreve a confissão. Lê-lha, quando tornar a telefonar. Põe termo a isto, de uma vez por todas.»

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Não! E, comprimindo os lábios numa expressão voluntariosa, marcou o número de Mark.

Ele atendeu ao primeiro toque.

Doutor Garrett.

Mark... Por que seria que a voz grave e quente lhe fazia acudir as lágrimas?

Jenny! Há alguma novidade? Onde está?

Mark, eu... Pode?... Tenho de falar consigo. Ela fez uma breve pausa. Mas não convém que o vejam aqui. Pode ir buscar-me à periferia do campo oeste? É claro que, se tem outros planos...

Espere junto do moinho. Estarei lá dentro de quinze minutos.

Subiu ao quarto principal e acendeu o candeeiro da mesa-de-cabeceira. Em seguida, fez o mesmo à luz da cozinha e da sala, consciente de que Clyde poderia querer investigar a causa, se visse a casa completamente às escuras.

Teria de confiar em que Erich não telefonasse nas próximas horas.

Transcorridos menos de dez minutos depois de chegar ao moinho, ouviu o ruído surdo de um carro que se aproximava. Mark conduzia-o com os «mínimos» acesos, e Jenny emergiu da sombra e acenou. Ele travou, inclinou-se para o lado e abriu a porta para que ela entrasse.

Pareceu compreender que Jenny desejava afastar-se dali rapidamente, pois pôs o veículo em marcha sem demora e só falou quando alcançaram a auto-estrada.

Julgava-a em Houston com o Erich.

Não fomos.

Ele sabe que me telefonou?

Partiu e levou as crianças.

Era o que o meu pai...

Mark assobiou em surdina, e Jenny reconheceu intimamente, não sem uma ponta de embaraço, que se sentia sempre calma e confiante a seu lado, efeito contrário do que se verificava na presença de Erich.

Tinham passado meses desde a única vez que estivera em

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casa dele. À noite, infundia a mesma sensação de acolhimento que ela recordava.

A vida na herdade não a fez engordar comentou Mark, quando a ajudava a despir o casaco. Já jantou?

Não.

Bem me pareceu. Verteu xerez em dois cálices. É o dia de folga da governanta e preparava-me para fritar um hamburger, quando telefonou. Volto já.

Jenny sentou-se no sofá e em seguida, num gesto instintivo, descalçou as botas e puxou as pernas para debaixo do corpo. Mark não tardou a reaparecer com um tabuleiro.

O prato forte do Minnesota anunciou, jovialmente. Hamburgers com batatas fritas e salada de tomate e alface.

Apesar da sua simplicidade, a comida exalava um cheiro apetitoso e ela descobriu que estava praticamente faminta. Entretanto, sabia que ele aguardava que tomasse a iniciativa de explicar o motivo do telefonema. Como lhe deveria revelar a verdade? Ficaria horrorizado ao inteirar-se do que Erich pensava dela?

De súbito, reparou que não perguntara por Luke e apressou-se a corrigir a omissão.

Como está o seu pai?

Vai-se recompondo, mas confesso que me pregou um susto. Já não se sentia bem antes de regressar à Florida e depois surgiu o ataque cardíaco. Mas creio que o pior passou. Contínua interessado em que o vá visitar, Jenny.

Alegra-me que esteja melhor.

Agora, fale-me do que a preocupa sugeriu ele, inclinando-se para a frente.

Ela contou-lhe tudo, ao mesmo tempo que observava a reacção produzida, a qual se suavizou, quando se referiu ao bebé em voz entrecortada.

Compreendo a razão pela qual o Erich acreditava que eu tinha feito aquilo, mas agora estou convencida de que não existe nada de comum entre mim e os factos estranhos que se desenrolaram. Por conseguinte, há uma mulher empenhada em se fazer passar por mim. Tinha quase a certeza de que era Rooney, mas começo a duvidar. Tratar-se-á da Elsa? Acho

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incrível que acalentasse rancor durante vinte e cinco anos... Nessa altura, o Erich não passava de uma criança.

Mark conservou-se silencioso, com uma expressão pensativa, e, após uma pausa, ela aventurou:

Julga-me capaz de fazer tudo aquilo? Pensará como o Erich? Supõe?...

Interrompeu-se e cobriu o rosto com as mãos, dominada pelo desespero, enquanto o corpo tremia irresistivelmente.

Jenny, por favor... Ele enlaçou-a e pousou-lhe a cabeça no ombro.

Não fiz mal a ninguém... Não posso assinar uma declaração a confessar o contrário.

O Erich está... inseguro...

Escoaram-se longos minutos antes de o tremor se atenuar e extinguir. Com um leve movimento instintivo, Jenny desprendeu-se e olharam-se sem proferir palavra.

Creio que precisamos ambos de café disse Mark. Enquanto ele se encontrava na cozinha, ela fixava o olhar na lareira acesa. Sentia-se subitamente exausta, mas tratava-se de um tipo de fadiga diferente, de descontracção, como as que sobrevêm após uma corrida.

Ao confiar os seus problemas a Mark, afigurava-se-lhe que retirara um peso enorme dos ombros. Assim, quando ele reapareceu com o café, pôde entregar-se a declarações práticas que contribuíram para desanuviar a atmosfera carregada emocionalmente.

O Erich sabe que não continuarei a viver com ele. Assim que me restituir as crianças, partirei.

Tem a certeza de que o quer abandonar?

O mais depressa possível. Mas primeiro quero obrigá-lo a entregar-mas. São minhas filhas.

Ele tem razão quando diz que, como pai adoptivo, lhe assiste o mesmo direito a elas que à Jenny. Além disso, pode manter-se ausente indefinidamente. Deixe-me consultar determinadas pessoas. Um advogado meu amigo é perito em casos desse género. Entretanto, evite antagonizá-lo quando telefonar e, sobretudo, não lhe diga que falou comigo. Promete?

Com certeza.

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Por fim, ele conduziu-a no carro até junto do moinho e insistiu em acompanhá-la a pé através dos campos desertos.

Quero certificar-me de que chega a casa sem problemas. Suba ao primeiro andar e, se estiver tudo normal, baixe o estore do seu quarto.

Se estiver tudo normal?

Se o Erich decidisse regressar esta noite e desse pela sua ausência, poderiam surgir complicações. Telefonarei amanhã, depois de conversar com certas pessoas.

Não, é melhor telefonar-lhe eu. O Clyde toma conhecimento de todas as-chamadas que recebo.

Uma vez nas proximidades do celeiro, Mark disse:

Fico a aguardar aqui. Procure não se preocupar demasiado.

Farei o possível. A única coisa que não me apoquenta é a segurança das minhas filhas, pois o Erich adora-as. Resta-me ao menos essa consolação.

Ele apertou-lhe a mão, mas não emitiu qualquer comentário. Jenny encaminhou-se apressadamente para a porta da ala oeste, entrou na cozinha e olhou em volta. A chávena e pires que deixara a escorrer no lava-loiça continuavam lá, o que lhe fez assomar um sorriso de amargura. Se Erich tivesse regressado, não deixaria de os colocar no seu lugar.

Em seguida, subiu ao quarto principal e começou a baixar os estores. De uma das janelas, viu o vulto alto de Mark desaparecer nas sombras.

Quinze minutos depois, estava deitada. Aquele período era o mais penoso, porque não podia dirigir-se ao quarto das filhas e aconchegar-lhes a roupa da cama. Tentou imaginar todas as maneiras que Erich descobriria para as divertir. Elas tinham gostado de o acompanhar à feira regional, no Verão, e ele levara-as várias vezes ao parque de atracções. Na verdade, revelava-se infinitamente paciente com Beth e Tina.

Não obstante, pareciam inquietas quando as deixara falar com ela pelo telefone, na primeira noite.

No entanto, já se deviam ter habituado à ausência da mãe, como acontecera quando estivera internada no hospital.

Como referira a Mark, restava-lhe a consolação de não ter de se preocupar com a segurança das filhas.

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Recordou-se da forma como ele lhe apertara a mão, quando pronunciara essas palavras.

Porquê?

Permaneceu acordada toda a noite. Se não era Rooney, nem Elsa, quem?...

Levantou-se ao romper do dia. Não podia aguardar que Erich decidisse reaparecer. Ao mesmo tempo, tentava dominar o temor crescente resultante das horríveis possibilidades que lhe haviam ocorrido durante a noite.

A cabana. Tinha de a encontrar. Todos os seus instintos lhe indicavam que devia começar a procurar aí.

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Jenny começou a procurar a cabana ao amanhecer. Às quatro horas, ligara a rádio para ouvir o boletim meteorológico. A temperatura devia continuar a descer e soprava vento moderado do Canadá, estando previstos nevões ao longo do dia. Todavia, o auge da tempestade deveria atingir a área de Granite Place ao fim da tarde seguinte.

Encheu uma garrafa-termos de café e vestiu uma camisola grossa por baixo do fato de esquiar. Sabia que a cabana se situava a uns vinte minutos de caminho da orla do bosque. Ela principiaria no ponto onde Erich costumava desaparecer no arvoredo e efectuaria diversas tentativas a partir daí. Era-lhe indiferente que a operação se prolongasse por todo o dia.

Às onze horas, voltou a casa, aqueceu a sopa, mudou de meias, para eliminar a sensação desagradável da humidade nos pés, esforçou-se por ignorar as pontadas na fronte e mãos e tornou a sair.

Às cinco, quando as sombras começavam a alongar-se, preparava-se por dar as pesquisas por terminadas naquele dia, mas decidiu transpor mais um dos pequenos outeiros. Foi então que a avistou a cabana de toros, pequena, de telhado baixo, construída pelo bisavô de Erich, em 1869. Apresentava um ar de abandono, mas que esperara? Que se desprendesse fumo da chaminé, estivesse a luz acesa e?...

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Sim, atrevera-se a esperar que Beth e Tina se encontrassem aí com Erich.

Desembaraçou-se dos esquis, partiu um vidro e transpôs o peitoril baixo para se introduzir na cabana. Pestanejando para habituar os olhos à penumbra, dirigiu-se às outras janelas, levantou os estores e olhou em volta.

Deparou-se-lhe uma única sala com cerca de sete metros de lado. Um fogão Franklin junto da parede norte tinha lenha empilhada ao lado. Uma carpeta oriental descolorida cobria a maior parte do sobrado de pinho. Um sofá de espaldar alto e cadeiras a condizer estavam dispostas em torno do fogão. Perto das janelas da frente, viam-se uma mesa de carvalho, longa, e respectivos bancos.

Parecia que cada metro quadrado da parede estava coberto por um exemplo da arte de Erich. A claridade, apesar de escassa, permitia admirar o impacte e beleza dos seus trabalhos. Como sempre, a percepção do génio do marido acalmou-a. Os temores que acalentara durante a noite afiguraram-se-lhe repentinamente absurdos.

Aproximou-se de uma prateleira cheia de telas, e algo na da frente lhe captou a atenção. Inspeccionou apressadamente as outras e viu que a assinatura não diferia. Em vez da letra descuidada e quase ilegível de Erich, o nome de Caroline Bonardi, traçado com extremo cuidado, figurava em todas.

Passou a inspeccionar as da parede. As emolduradas apresentavam a assinatura de Erich Krueger e as outras a de Caroline Bonardi.

No entanto, ele dissera que a mãe tinha pouco talento...

Os seus olhos moveram-se alternadamente de um quadro assinado por Erich para outro, sem moldura, da autoria de Caroline. A mesma utilização da luz difusa, o mesmo pinheiro crónico em segundo plano, a mesma fusão de cores. Erich copiava os trabalhos de Caroline.

Não podia ser...

As telas emolduradas eram as que ele tencionava exibir a seguir. Assinara-as, mas não as pintara. Provinham todas da paleta da mesma artista. Ele assinava abusivamente as obras produzidas pela mãe. Fora por esse motivo que se mostrara

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tão perturbado, quando Jenny observara que o ulmeiro de uma das telas fora cortado vários meses antes.

Despertou-lhe a atenção um desenho a carvão, denominado Auto-retrato. Tratava-se de uma miniatura de Recordação de Caroline, provavelmente o esboço que ela executara antes de iniciar o trabalho que constituía a sua obra-prima.

Tudo, meu Deus!... Todas as emoções que atribuíra a Erich através das suas obras não passavam de uma enorme falsidade.

Nesse caso, porque se isolava na cabana com tanta frequência? Que fazia ali? Avistou a escada e correu para lá. O sótão apresentava uma inclinação para acompanhar a curvatura do tecto, e ela necessitou de se agachar no topo dos degraus antes de entrar.

Ao endireitar-se, uma explosão de cor de pesadelo, proveniente da parede do fundo, assaltou-lhe a visão. Chocada, contemplou a sua própria imagem. Um espelho?

Não. O rosto pintado não se moveu, quando ela começou a aproximar-se. A luz do crepúsculo que penetrava pela estreita janela incidia na tela e produzia-lhe colunas pálidas, como dedos que apontassem acusadoramente.

Um conjunto de cenas: cenas violentas pintadas com cores agressivas. A figura central, ela própria, com a boca crispada de mágoa e os olhos fixos em corpos estendidos no chão. Beth e Tina jaziam numa confusão de braços e pernas, de olhar arregalado e língua pendente. O rosto de Erich espreitava por detrás do pesado cortinado de uma janela, com uma expressão de satisfação sádica. E, por toda a tela, em tonalidades verdes e negras, um vulto de brilho viscoso, parte mulher, parte serpente, com o rosto de Caroline, a capa em volta como a pele escamosa de um réptil. A figura de Caroline debruçava-se sobre um berço surrealista, suspenso de uma abertura do céu, as mãos da mulher, grotescas, disformes como barbatanas de baleia, cobrindo o rosto do bebé, que estendia as mãos sobre a cabeça, de dedos tensos e separados.

A figura de Caroline de casaco castanho, reflectida no pára-brisas de um carro; outro rosto atrás do dela. O de Kevin, exagerado, de olhos arregalados, ridículo, assustado, a

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escoriação na região temporal realçada horrivelmente. A figura de Caroline, a capa solta à sua volta, segurando os cascos de um cavalo selvagem e orientando-os para pousarem no corpo de cabelos louros no chão, Joe, que se encolhia para evitar as ferraduras letais.

Jenny ouviu o som emitido pela sua garganta, o gemido de pavor, os gritos de protesto. Não era Caroline a metade mulher, metade serpente. Era o rosto de Erich o semblante que espreitava entre os cabelos pretos e compridos, os olhos dele que a fitavam da tela.

Não! Não! Não! Aquelas revelações distorcidas, torturadas, aquela arte a encarnação do mal, num realce que, a seu lado, a elegância do talento de Caroline se reduzia à insignificância.

Erich não pintara os quadros que intitulava seus, mas os que eram realmente de sua autoria representavam o génio de uma mente perturbada. Eram chocantes, aterradores no seu impacte, hediondos... e alucinados!

Ela contemplou a sua própria imagem e os rostos das crianças, de olhares suplicantes, à medida que a corda lhes apertava o frágil pescoço.

Por fim, conseguiu reunir coragem suficiente para arrancar a tela da parede, os dedos relutantes flectindo-se, como se rodeassem os fogos do Inferno.

Em seguida, voltou a calçar os esquis e abandonou a cabana. A noite tombava rapidamente e a visibilidade reduzia-se. A tela reagia ao vento como uma vela e desviava-a do caminho, fazendo-a colidir com as árvores. Em dado momento, descobriu que se perdera e voltava a avistar a cabana.

Receou morrer de frio no bosque antes de conseguir encontrar alguém que impedisse Erich de concretizar os tenebrosos desígnios, se porventura não era já demasiado tarde. Perdeu a noção do tempo, limitando-se a deslizar na neve sem rumo definido, ao mesmo tempo que soltava repetidos gritos para que alguém lhe acudisse.

Por último, vislumbrou um ténue clarão entre as árvores e compreendeu que se tratava da orla do bosque. Pouco depois, descobria que o produzia o luar que incidia na lápide de granito da sepultura de Caroline.

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A partir daí, avançou mais facilmente através dos campos. A mansão achava-se totalmente imersa na escuridão e somente o luar revelava os seus contornos. Mas havia luz na janela do escritório, e Jenny dirigiu-se para lá.

Já não conseguia gritar, não havia qualquer som, além dos gemidos guturais que notava na garganta, enquanto os lábios se limitavam a tentar formar as palavras de desespero: «Acudam-me... acudam-me...»

Tentou abrir a porta do escritório com as mãos geladas, porém o esforço resultou baldado. Por fim, bateu com os punhos, até que se abriu e ela cambaleou para a frente e caiu nos braços de Mark.

Jenny!

Acalme-se, Mistress Krueger.

Alguém tentava retirar-lhe os esquis e Jenny verificou vagamente que era o xerife Gunderson.

Entretanto, Mark procurava separar a tela dos dedos enregelados, até que o conseguiu e desenrolou-a.

Meu Deus! articulou, assombrado.

Erich... Ela tinha dificuldade em reconhecer a sua própria voz. Foi ele que pintou isto... e matou o meu bebé. Veste-se como Caroline... Beth... Tina... Provavelmente, também as matou...

Erich pintou isto? A incredulidade do xerife era indisfarçável.

Encontrou as minhas filhas? Jenny virou-se para ele, com uma expressão esgazeada. Porque está aqui? Elas morreram?

Jenny... Mark segurava-a com firmeza e pousou-lhe a mão na boca, para cortar a torrente de palavras. Fui eu que o chamei, porque não consegui contactar consigo. Onde encontrou esta tela?

Na cabana... Está cheia delas. Mas não são dele. Foi Caroline quem as pintou.

Mistress Krueger...

Continua a duvidar de mim? vociferou, indignada.

O xerife não tem culpa do sucedido interpôs Mark. Eu devia ter-me apercebido da verdade. O meu pai começara a suspeitar...

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Gunderson examinava a tela com estupefacção crescente, o olhar fixo no canto superior direito, onde se viam o berço suspenso de uma abertura no céu e a figura grotesca de Caroline debruçada sobre ele.

Erich procurou-me, Mistress Krueger. Disse que lhe constara que circulavam comentários sobre a morte do bebé e exigiu a autópsia.

A porta abriu-se de rompante, mas não se tratava de Erich, como Jenny esperava. Clyde, de expressão apreensiva e desaprovadora, perguntou em tom brusco:

Que diabo se passa aqui?

Pousou os olhos na tela e empalideceu profundamente.

Quem está aí, Clyde? A voz de Rooney soou nas proximidades e, no momento imediato, assomou à entrada, mas não antes de ele guardar a tela no armário.

Ela olhou em volta e, ao avistar Jenny, acercou-se para a abraçar.

Tinha saudades suas.

Também senti a sua falta replicou Jenny, num murmúrio, reflectindo que chegara a culpar a mulher de tudo o que acontecera e atribuíra as suas palavras ao produto de uma mente enferma.

Onde estão as meninas? Posso ir dar-lhes um beijo? A pergunta constituía uma bofetada sem mão.

Erich ausentou-se e levou-as.

Deixa as visitas para amanhã interveio Clyde. Vamos para casa. O médico recomendou que fosses directamente para a cama. Pegou-lhe no braço e conduziu-a para a porta, acrescentando por cima do ombro: Volto já.

Enquanto aguardavam, Jenny conseguiu reunir energias suficientes para referir o que a levara a procurar a cabana.

Foi você o responsável, Mark. Ontem à noite, quando eu disse que as pequenas estavam em segurança com Erich, não emitiu qualquer comentário. Mais tarde, na cama, compreendi que se preocupava com alguma coisa. E pus-me a pensar que, se a culpada não era Rooney, Elsa ou eu e você receava que acontecesse algo às crianças, só podia ser o Erich.

«Na primeira noite, insistiu em que vestisse a camisa de dormir de Caroline. Queria que eu fosse Caroline. Até decidiu

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ficar na sua cama de outrora. O aparecimento dos sabonetes de pinho no quarto de Beth e Tina também foi obra dele. Quanto a Kevin, Erich devia saber que nos tínhamos encontrado, pois aludiu ao valor que o conta-quilómetros do carro indicava e decerto lhe chegaram aos ouvidos os comentários das mulheres que nos viram.

Jenny...

Deixem-me continuar. Não foi por acaso que me levou a jantar ao mesmo restaurante. Quando Kevin ameaçou cancelar a adopção, convidou-o a passar por cá para discutirem o assunto. Explica-se assim o facto de o telefonema partir da nossa linha. Erich e eu somos sensivelmente da mesma altura, quando uso saltos. Com o meu casaco e uma peruca preta, podia fazer-se passar por mim até entrar no carro. Suponho que o agrediu em seguida e provocou a morte por afogamento. No caso de Joe, tinha ciúmes dele e serviu-se do pretexto do veneno misturado na ração do cavalo para atentar contra a sua vida. E o bebé... Odiava-o devido ao cabelo ruivo, e penso que tencionava matá-lo desde o princípio, quando lhe deu o nome de Kevin.

Os soluços secos e ásperos proviriam da sua garganta? No entanto, não podia parar de falar. Necessitava de desabafar até ao fim.

Nas ocasiões em que me parecia que alguém se debruçava sobre mim, era ele que afastava a divisória do quarto e usava a peruca. Na noite em que tive o bebé, fui acordá-lo e pareceu-me notar-lhe algo de estranho nas pestanas, mas a agitação do momento impediu-me de voltar a pensar no assunto. Agora... tem as minhas filhas em seu poder... tem as minhas filhas...

Acha que consegue dar com o caminho para a cabana, Mistress Krueger? O tom do xerife deixava transparecer urgência.

Creio que sim. Se partirmos do cemitério...

Não está em condições protestou Mark. Iremos nós, seguindo as marcas que produziu na neve.

Mas Jenny não estava disposta a deixá-los ir sem ela e o percurso desenrolou-se com relativa facilidade. Uma vez na cabana, eles acenderam candeeiros, olharam com assombro

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a assinatura «Caroline Bonardi» e iniciaram uma busca minuciosa. Todavia, não descobriram documentos pessoais.

Ele tem de guardar os apetrechos algures asseverou Mark.

Mas no sótão só estão as telas, e é muito pequeno.

Não pode ser assim tão pequeno objectou Clyde. Deve ter o mesmo tamanho da cabana. Talvez exista uma divisória.

Havia de facto uma área de arrecadação com metade das dimensões do sótão, acessível através de uma porta ao canto do lado direito, que Jenny não notara devido à iluminação deficiente. Encontraram nela pilhas de cestas de escritório, que continham dezenas de outras telas de Caroline, um cavalete, um armário com apetrechos para pintar e duas malas de viagem que condiziam com o estojo de artigos de beleza que Jenny vira no sótão da mansão. Em cima de uma delas, meticulosamente dobrada, via-se uma longa capa verde, ao lado de uma peruca preta.

A capa de Caroline proferiu Mark, a meia voz. No entanto, não existia o menor indício do local em que Erich se encontrava naquele momento.

Clyde, que esquadrinhava as telas, soltou de repente uma exclamação de horror. Acabava de desenrolar uma que representava uma composição surrealista, na qual predominavam, em tonalidades verdes, Erich em criança e Caroline. A um canto, ele empunhava um stick de hóquei, enquanto ela se debruçava sobre um bezerro; noutro, achava-se caída numa tina e olhava-o com surpresa, pois Erich tinha as mãos estendidas, como se acabasse de a empurrar; noutro ainda, o stick puxava o cordão de uma gambiarra e ele exibia um esgar demoníaco.

Foi ele quem matou Caroline balbuciou Clyde. Aos dez anos de idade, matou a própria mãe!

Que disseste?

Voltaram-se todos para a porta, onde acabava de aparecer Rooney, de olhos arregalados, sem vislumbres da calma que costumava aparentar.

Julgavam que não era capaz de suspeitar de que havia alguma coisa de errado? acrescentou.

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Concentrava-se, não na tela que Clyde segurava, mas na outra que ele expusera. Apesar das distorções, Jenny reconheceu o rosto de Arden, que assomava à janela da cabana uma figura de cabelos louros e capa em torno dos ombros, com o semblante de Erich atrás dela. Como se tratava igualmente de uma composição, noutro espaço da tela, rodeava-lhe o pescoço com as mãos e noutro ainda a rapariga jazia numa sepultura em cima de um caixão, cuja lápide ostentava o nome de CAROLINE BONARDI KRUEGER. E, ao canto, a assinatura inconfundível: Erich Krueger.

Ele matou a minha filha... gemeu Rooney.

Por fim, abandonaram a cabana. A mão de Mark segurava a de Jenny com firmeza um Mark silencioso, que não tentava oferecer palavras de conforto inúteis.

Na mansão, o xerife Gunderson apressou-se a utilizar o telefone.

Subsiste a esperança de que tudo o que vimos se limite à fantasia de um espírito doentio. Existe uma maneira de nos certificarmos, e não podemos perder um único momento.

O cemitério foi violado, mais uma vez. Projectores conferiam às lápides um aspecto irreal, enquanto o pessoal escavava a terra dura que cobria a sepultura de Caroline, sob as vistas de Rooney, surpreendentemente calma.

Em dado momento, surgiram pedaços de lã azul misturados com a terra, e um dos escavadores anunciou:

Ela está de facto aqui. Afastem a mãe, por favor. Clyde segurou o braço de Rooney e obrigou-a a abandonar o cemitério.

Ao menos, ficámos a saber articulou ele, num murmúrio.

Regressaram à mansão, quando começava a amanhecer. Mark fez café e Jenny perguntou-lhe quando começara a suspeitar de que as filhas corriam perigo.

A outra noite, depois de a acompanhar a casa, telefonei a meu pai, pois eu sabia que tinha ficado muito impressionado com o que Tina dissera acerca da senhora do quadro que cobrira o bebé. Ele admitiu estar ao corrente de que

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Erich era um psicopata desde criança, porque Caroline lhe revelara a obsessão do filho por ela. Surpreendera-o a observá-la deitada, guardava o seu roupão debaixo do travesseiro e envolvia-se na sua capa. Chegou a levá-lo a um especialista, mas John Krueger não permitiu que o tratassem. Alegou que nenhum membro da família tivera jamais problemas mentais e não passava tudo dos efeitos dos mimos de Caroline.

«Entretanto, ela estava à beira de um colapso nervoso e tomou a única decisão possível. Prescindiu da custódia de Erich, com a condição de John o mandar para um colégio interno, esperançada em que a mudança de ambiente exercesse efeitos benéficos. No entanto, após a morte de Caroline, ele não cumpriu a promessa e o filho nunca teve qualquer espécie de tratamento. Quando o meu pai ouviu as palavras de Tina acerca da senhora do quadro e a afirmação de Rooney de que vira Caroline, começou a suspeitar do que se passava. Penso mesmo que foi essa a causa do ataque cardíaco. Lamento que não confiasse em mim antes disso. Bem sei que não dispunha de provas, mas creio que se deveu a esse facto a insistência em que Erich a deixasse visitá-lo, com as crianças.

Mistress Krueger. A voz do xerife continha uma nota de hesitação. Recearia que ela continuasse a atribuir-lhe a culpa do sucedido? O doutor Philstrom encontra-se aqui. Pedimos-lhe que examinasse o conteúdo da cabana e precisa falar-lhe.

Pode repetir com exactidão as palavras de Erich, a última vez que telefonou? perguntou o psiquiatra.

Bem, enfureceu-se porque tentei convencê-lo de que estava equivocado a meu respeito.

Mencionou as crianças?

Disse que estavam óptimas.

Quanto tempo havia que as tinha deixado falar consigo?

Nove dias.

Hum... Vou ser-lhe franco. Tudo indica que ele pintou a última tela antes de desaparecer com elas. Encontrámos na cabana uma tesoura com vestígios de pele de um casaco. De

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qualquer modo, subsistem poucas dúvidas de que a tela data de antes do desaparecimento.

Quer dizer que elas podem estar ainda vivas?

Não pretendo encorajá-la excessivamente, mas raciocinemos. Erich continua convencido de que viverá consigo e a dominará por completo, a partir do momento em que dispuser da confissão assinada. Ora, sabe perfeitamente que, sem as crianças, não teria o menor poder sobre a senhora. Por conseguinte, enquanto não chegar à conclusão de que a reunião é impossível, subsiste uma possibilidade, algo remota, decerto...

Jenny pôs-se de pé com firmeza. Tina. Beth. Estava persuadida de que se tivessem morrido o pressentiria, tal como adivinhara que Nana não sobreviveria àquela última noite. E como receara que aconteceria algo ao bebé.

Mas Rooney desconhecera a verdade. Ao longo de dez anos, acalentara a esperança de que Arden regressaria a casa, quando, afinal, o seu corpo achava-se sepultado num local visível da janela de casa da mãe.

Jenny vira-a numerosas vezes diante da sepultura de Caroline. Algum pressentimento a impeliria a fazê-lo? Algo existente num recanto do subconsciente segredar-lhe-ia que a filha também se encontrava aí sepultada?

Interrogou o Dr. Philstrom a esse respeito, porém ele replicou:

Não sei se é possível. Penso que ela suspeitava instintivamente de que Arden não partiria por sua própria vontade, pois conhecia-a bem.

Quero as minhas filhas disse Jenny. Quero-as já. Erich odiar-me-á ao ponto de as molestar?

Trata-se de um indivíduo totalmente irracional. Um homem que a desejava porque se parecia com a mãe e, ao mesmo tempo, a detestava por a substituir.

Vamos pôr a circular folhetos, Mistress Krueger anunciou o xerife. As fotografias dos três percorrerão todas as localidades do Minnesota e estados adjacentes e emissoras de televisão. Alguém os deve ter visto. Clyde vai examinar a documentação do escritório, para determinar todas as propriedades que Erich possui. De resto, sabemos que

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esteve cá uma vez, e apenas cinco horas depois de lhe telefonar. Para já, concentramo-nos num raio abrangido pelo percurso desse lapso de tempo de automóvel.

A campainha do telefone provocou um sobressalto geral, e ele estendeu a mão para o auscultador, porém um instinto irresistível obrigou Jenny a antecipar-se.

Estou... proferiu em voz trémula.

Olá, mamã! Era Beth.

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Beth!

Jenny cerrou as pálpebras e levou os nós dos dedos à boca. A filha ainda vivia! Os planos tenebrosos dele ainda não se haviam concretizado. Sentiu as mãos fortes de Mark pousadas nos ombros e afastou um pouco o auscultador do ouvido, para que também pudesse ouvir.

Òlá querida proferiu, esforçando-se por deixar transparecer desprendimento. Têm-se divertido muito com o papá?

És má, mamã. Estiveste no nosso quarto, ontem à noite, e não nos disseste nada. E puxaste o cobertor da Tina até à cabeça.

A voz plangente da garota era suficientemente elevada para chegar aos ouvidos de Mark. Jenny viu a angústia espelhada no seu olhar e pressentiu que se achava reflectida no dela. Puxara o cobertor até à cabeça... Não, por favor!... Primeiro, o bebé. Agora, Tina.

Ela chorou tanto...

Deixa-me falar com ela. Tentou repelir as vagas de aturdimento. Impunha-se, sobretudo, que não desmaiasse. Adoro-te, meu amor.

Eu também gosto muito de ti, mamã! Beth começou a chorar. Vem depressa...

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Mamã? Tina ainda soluçava. Magoaste-me. Tapaste-me a cara com o cobertor.

Desculpa, querida, foi sem querer.

Seguiu-se uma pausa e surgiu uma terceira voz na linha.

Porque estás tão preocupada, Jenny? As pequenas sonharam. É porque sentem tanto a tua falta como eu.

Erich! Ela descobriu que gritava. Onde estás? Prometo assinar a confissão. Assino tudo o que tu quiseres, mas, por favor, preciso da companhia das minhas filhas. Apercebeu-se da pressão de advertência no ombro. Isto é, preciso da companhia da minha família. Podemos ser muito felizes. Não sei porque faço essas coisas estranhas durante o sono, mas prometeste cuidar de mim. Estou certa de que hei-de melhorar.

Tencionavas abandonar-me. Limitavas-te a fingir que me amavas.

Volta para casa e falaremos. Ou deixa-me enviar-te a declaração. Dá-me o endereço.

Falaste com alguém a nosso respeito?

Ela consultou Mark com o olhar e viu-o abanar a cabeça.

Porque havia de falar?

Liguei para aí três vezes, ontem à tarde, e ninguém respondeu.

Fui dar uma volta, porque havia muito tempo que não saía. Anseio por voltar a esquiar contigo. Lembras-te do que nos divertíamos?

Depois, liguei para o consultório e para casa do Mark e também não o encontrei. Estavas com ele?

Bem sabes que não me interesso por qualquer outro homem.

Tina soltava agora gritos agudos e, ao fundo, soavam ruídos de tráfego, como o produzido por veículos pesados que procediam a mudança de velocidade numa ladeira. Seria possível que Erich tivesse estado na herdade, na véspera? Em caso afirmativo, visitara a cabana? Não, porque se o fizesse e visse o vidro da janela partido, descobriria que estivera lá alguém e não telefonaria naquele momento.

Vou pensar em regressar. Entretanto, não saias de

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casa. Quando menos o esperares, abrirei a porta e tornaremos a ser uma família feliz. Prometes não sair?

Sim, Erich. Prometo tudo o que quiseres, repito.

Quero falar com a mamã! fez a voz suplicante de Beth. Por favor...

Soou um estalido abrupto e a ligação foi cortada. Jenny escutou distraidamente, enquanto Mark repetia o diálogo, e apenas interveio quando o xerife perguntou:

Mas porque pensaram as crianças que era Mistress Krueger?

Porque, como levou a minha bagagem, deve ter posto um dos meus vestidos. Além disso, suponho que dispõe de uma peruca preta. Que fará ele agora, doutor Philstrom?

Tudo é possível. Não o posso negar. No entanto, creio que enquanto supuser que a tem sob o seu domínio, as pequenas estarão relativamente seguras.

Mas aquilo com a Tina, ontem à noite...

Ele próprio o explicou, indirectamente. Tentou telefonar-lhe e não a encontrou em casa. Ora, como também não conseguiu contactar com Mark, o instinto indicou-lhe que estavam juntos. A sensação de frustração levou-o a quase molestar a garota.

E se aparecer de um momento para o outro? Esta noite mesmo, por exemplo. Pode deslocar-se num carro que ninguém daqui conheça ou vir a pé da margem do rio. Se vir cá um ou mais estranhos, será o fim de tudo. Têm de se retirar. Suponha que descobre que a sepultura de Caroline foi escavada? Nessa eventualidade, saberá que o corpo de Arden apareceu. Por outro lado, xerife, não pode pôr a circular os folhetos de que falou, nem mandar ventilar o assunto pela rádio ou televisão. Além disso, se ele visita a cabana e vê a vidraça partida e os pedaços de pano que prendi aos troncos das árvores para me orientar... Ela meneou a cabeça, exasperada, sem forças para prosseguir.

Gunderson consultou Mark e o psiquiatra com o olhar e disse:

É óbvio que estão de acordo. Muito bem. Mark, peça a Rooney e Clyde que cheguem aqui. Contactarei com o 282

pessoal do gabinete do coroner. Suponho que ainda não completou o trabalho no cemitério.

Rooney apresentava-se surpreendentemente serena e apressou-se a abraçar Jenny com ternura.

A minha pobre amiga!...

Clyde, por seu turno, parecia ter envelhecido dez anos, nas últimas horas.

Ainda não terminei de inventariar os bens de Erich, mas espero completar a lista em breve.

Temos de levar a tela de novo para a cabana lembrou Jenny. Estava junto da parede mais longa do sótão.

Guardei-a no armário do material de escritório informou o Dr. Philstrom. Julgo preferível que Mistress Toomis regresse ao hospital até que isto se resolva.

Quero estar ao lado de Clyde anunciou Rooney. E de Jenny. Sei que me encontro bem.

Ela fica comigo decidiu Clyde, com firmeza. O xerife aproximou-se da janela.

O local está cheio de pegadas e marcas de pneus. Precisávamos de um bom nevão para as apagar. Esperemos que as previsões oficiais de um para esta noite se confirmem.

Com efeito, a neve começou a tombar ao princípio da noite, não tardando a cobrir a mansão e construções adjacentes, acompanhada de vento forte.

Na manhã seguinte, profundamente grata à Providência, Jenny contemplou o extenso manto branco. A sepultura violada recuperara o aspecto normal e as pegadas que conduziam à cabana decerto haviam desaparecido. Se aparecesse, Erich não suspeitaria de nada, mau grado o seu faro excepcional para detectar prontamente um objecto deslocado do lugar habitual, ainda que por escassos centímetros.

O xerife Gunderson e dois ajudantes tinham voltado durante a noite e, enquanto um montava um dispositivo de escuta de chamadas telefónicas e entregava um walkie-talkie a Jenny, com instruções sobre a maneira de o utilizar, o outro copiava o conteúdo dos documentos que Clyde ia retirando dos ficheiros, a fim de investigar possíveis esconderijos.

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No entanto, Jenny recusou terminantemente a permanência de um polícia na mansão.

Erich pode entrar a qualquer momento e, se descobre a presença de um estranho, cometer um acto irreflectido.

Passou a aperceber-se da passagem dos dias com a minúcia dos segundos que se convertiam em minutos e estes, com arreliadora lentidão, em horas. Localizara a cabana a 15. Na manhã de 16, a sepultura fora aberta e Erich telefonara. A tempestade de neve terminara a 18, e seguira-se o início das limpezas das estradas e ruas em todo o Minnesota. As comunicações telefónicas mantiveram-se interrompidas durante todo o dia 17 e a maior parte de 18. E se ele tentasse ligar nesse lapso de tempo? Compreenderia que não era por culpa dela que não o conseguia? A área de Granite Place em que a herdade se situava fora mais flagelada pela inclemência dos elementos que o resto da região.

«Deus queira que não se zangue e descarregue a ira sobre as crianças!», suplicava para consigo.

Na manhã de 19, viu Clyde encaminhar-se para a mansão. A postura empertigada da cabeça e peito havia desaparecido e os ombros curvavam-se sob um peso invisível.

Ele acaba de telefonar anunciou, batendo com os pés no chão da cozinha para restabelecer a circulação.

Porque não ligou para aqui? Porque não me deixou falar-lhe?

Não queria falar consigo. Desejava apenas saber se as comunicações estiveram cortadas ontem à noite. Em seguida, perguntou se tinha saído, Mistress Krueger. Disse que o outro dia... Recorda-se de que telefonou pouco depois de encontrarmos o corpo de Arden?

Sim.

Disse que esteve a pensar nisso e eu devia encontrar-me no escritório a essa hora, pelo que a chamada tinha de ser atendida daí em primeiro lugar. Dá a impressão de que nos vigia. Parece ao corrente de todos os nossos movimentos.

Que respondeu?

Que tinha ido buscar Rooney ao hospital e, em virtude disso, o telefone estava ligado para aqui. A seguir, quis saber

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se Mark continuava a foçar (foi o termo exacto que empregou) por estas paragens.

Que lhe disse?

Que o doutor Ivanson viera inspeccionar o gado, pois Mark não tinha voltado a aparecer.

Ele referiu-se às crianças?

Não. Disse apenas para lhe comunicar que continuaria a telefonar e queria encontrá-la sempre em casa. Tentei entretê-lo, para que localizassem a chamada, mas falava muito depressa e desligou antes que isso fosse possível.

Entretanto, Mark telefonava todos os dias.

Preciso vê-la, Jenny.

Clyde tem razão. O Erich é imprevisível e pode cometer um acto irreparável a todo o momento. Perguntou por si em particular, pelo que julgo preferível não aparecer por cá até isto se resolver.

Joe bateu à porta da mansão na tarde de 25.

Mister Krueger encontra-se bem, Mistress Krueger?

Porque perguntas?

Telefonou para saber como me sentia e quis saber se eu a tinha visto, ultimamente. Respondi que só nos encontráramos uma vez e por acaso. A seguir, preveniu-me de que, se me aproximasse de si ou a tratasse por Jenny, havia de me abater com a mesma espingarda que utilizava para matar os meus cães. Disse mesmo cães, o que significa que também matou o outro. Parecia louco, pela maneira de falar. Desconfio que a minha presença na herdade pode prejudicar-nos. Que me aconselha a fazer?

Parecia louco... Erich decidira ameaçar o rapaz abertamente. O desespero anestesiava o terror de Jenny, que perguntou:

Falaste nisto a alguém? A tua mãe, por exemplo?

Não. Não quero que ela recomece com as suas manias.

Peço-te encarecidamente que não menciones esse telefonema a ninguém. Se ele voltar a falar contigo, tenta mostrar-te calmo e não o contraries. Sobretudo, não lhe digas que voltaste a ver-me.

As coisas estão feias, hem?

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Estão assentiu, reconhecendo a inutilidade de ocultar a verdade.

Onde está ele, com as meninas?

Não sei.

Compreendo. Juro por Deus que pode confiar em mim.

Não duvido. Se tornar a telefonar, previne-me imediatamente.

Com certeza.

E se aparecer na herdade, tenho de me inteirar sem demora.

Pode contar comigo. A Elsa esteve lá em casa com o tio Josh, para jantar, e disse que a senhora era uma pessoa encantadora.

Nunca pareceu simpatizar comigo.

Tinha medo de Mister Krueger, que a mandou conservar-se no seu lugar e limitar-se a olhar pela arrumação e limpeza da casa.

Nunca compreendi porque continuava a trabalhar cá, com a maneira como ele a tratava.

Por causa do dinheiro que lhe pagava. Ela dizia que por um salário desses até trabalharia para o Diabo. Joe pousou a mão no puxador da porta para se retirar. Afinal, tudo indica que era o que acontecia...

Jenny reflectia que Fevereiro não era o mês mais curto do ano. Com efeito, parecia-lhe uma eternidade. Dia após dia. Minuto após minuto. A terrível expectativa de cada noite, deitada na cama, à escuta dos sons da casa, que se lhe afiguravam sinistros. Usava o roupão de Caroline e conservava um sabonete de pinho debaixo do travesseiro.

Se Erich surgisse a meio da noite, silenciosa, furtivamente, o odor poderia induzi-lo no erro de que imperava uma atmosfera de segurança.

Quando conseguia dormir, Jenny sonhava incessantemente com as filhas, que saltavam para a cama e a abraçavam, mas acordava no momento em que tentava retribuir-lhes a manifestação de afecto.

Nunca sonhava com o bebé. Dir-se-ia que o mesmo envolvimento total que concedera à preservação do pequeno

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lampejo de vida no minúsculo corpo pertencia agora a Tina e Beth.

Memorizara o texto da confissão que lhe acudia constantemente ao espírito: «Não sou responsável...»

Durante o dia, nunca se afastava muito do telefone e, para passar o tempo, consagrava a maior parte das manhãs à limpeza da casa, abstendo-se, porém, de utilizar o aspirador, com receio de que o ruído a impedisse de ouvir a campainha.

Rooney visitava-a quase todas as tardes uma Rooney diferente, para quem o período de expectativa terminara.

Podíamos começar a fazer colchas para as camas das meninas sugeriu. Enquanto continuar convencido de que pode reatar a vida familiar aqui, Erich não lhes fará mal. Mas entretanto, tem de ocupar as mãos com alguma coisa, Jenny, de contrário enlouquece.

Subiu ao sótão para procurar o saco que continha restos de tecido e principiaram a coser. Jenny tinha a impressão de que o termo da esperança privara a mulher do incentivo para viver, e tudo o que dizia continha o mesmo tom monocórdio.

Depois de localizarem Erich, faremos um verdadeiro funeral à Arden. O mais difícil para mim agora é recordar-me de que ele me encorajou a acreditar que ela ainda vivia. O Clyde afirmou sempre que nunca fugiria de casa. Eu devia ter-me convencido disso. Erich foi extremamente cruel, e uma pessoa dessas não merece viver.

Não fale assim, por favor.

Desculpe.

O xerife Gunderson telefonava todas as noites.

Já elaborámos a lista completa das propriedades que Erich possui e fornecemos fotografias dele às Polícias das respectivas áreas, com a recomendação de evitarem a publicidade e, se o virem, não o prenderem. Tentou animá-la. Convém não desesperar, Mistress Krueger. Neste momento, as crianças são capazes de estar a bronzear-se numa praia da Florida.

Prouvera a Deus que fosse verdade. No entanto, ela não acreditava.

Mark também telefonava com regularidade, mas não ocupava a linha por muito tempo.

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Nada, Jen?

Nada.

Bem, vou desligar, para o caso de ele querer telefonar. Ela não conseguia conservar-se na cama para além do romper do dia e evitava sair de casa. Um programa matinal da televisão incluía uma sessão de ioga, e Jenny sentava-se fielmente diante do aparelho às seis e meia, para executar os exercícios indicados.

Às sete, surgia a rubrica diária Bom Dia, América, com noticiário e entrevistas, que ela escutava distraidamente. Uma ocasião, apareceram no pequeno écran fotografias de crianças desaparecidas, algumas há vários anos. Amy... Roger... Tommy.., Linda... José... uma após outra. Cada uma representava um desgosto profundo. Um dia, incluiriam igualmente as de Elizabeth e Christine, mais conhecidas pelos diminutivos de Beth e Tina. «O pai adoptivo ausentou-se com elas a seis de Fevereiro, há três anos. Se alguém as vir ou possuir alguma informação...»

Os serões também obedeciam a um ritual. Ela sentava-se na secção da família da cozinha e lia ou tentava concentrar-se no televisor, assistindo, impávida, a comédias, encontros de hóquei ou películas antigas. Se experimentava ler, não tardava a pousar o livro por lhe ser impossível fixar uma única frase.

Na última noite de Fevereiro, sentia-se particularmente enervada.

Afigurava-se-lhe existir uma imobilidade na casa que resultava extremamente perturbadora. De súbito, o telefone tocou.

Levantou o auscultador, sem esperança, como acontecia ultimamente e proferiu:

Estou...

Fala o pastor Barstrom, da igreja sionista. Como tem passado?

Muito bem, obrigada.

Suponho que Erich lhe transmitiu as nossas condolências pela perda do bebé? Eu queria visitá-la, mas ele desencorajou-me. Encontra-se aí, neste momento?

Não. Partiu em viagem, mas não sei quando regressa.

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Hum... Importa-se de lhe recordar que o nosso centro de cidadãos mais antigos está quase concluído? Quero que não se esqueça, na sua qualidade de doador mais importante, de que a data da inauguração é a dez de Março. Tem um marido muito generoso, Jenny.

Pois tenho. Dir-lhe-ei que telefonou. Boa noite.

O telefone voltou a tocar às duas menos um quarto da madrugada, quando ela estava deitada, com uma pilha de livros ao lado, esperançada em que ao menos um a ajudasse a passar a noite.

Jenny?

Sim. Seria Erich? A voz era diferente, aguda, tensa.

Com quem estiveste a falar ao telefone, por volta das oito? Sorrias durante a conversa.

Por volta das oito? Tentou fingir que reflectia, desenvolvendo esforços desesperados para não gritar: «Onde estão Beth e Tina?» Deixa-me pensar... Não se atrevia a mencionar o xerife ou Mark. Já sei. Era o pastor Barstrom. Queria falar contigo, para te convidar a inaugurar o centro dos cidadãos, ou coisa que o valha. Convinha que o mantivesse na linha, para poderem localizar a origem da chamada.

Tens a certeza de que era ele?

Sem dúvida. Porque havia de inventar uma coisa dessas? Mordeu os lábios. Como estão as pequenas?

Óptimas.

Deixa-me falar com elas.

Estavam muito cansadas e meti-as na cama. Gosto do teu aspecto desta noite.

Gosto do teu aspecto desta noite! Sentiu que começava a tremer irresistivelmente.

Sim, estive aí acrescentou ele. Espreitei pela janela. Devias ter pressentido a minha presença, se me amas como dizes.

Porque não entraste?

Não quis. Pretendi apenas certificar-me de que continuavas à minha espera.

Sim, estou à tua espera e das crianças. Se não queres vir, deixa-me ir ter convosco.

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Não... por enquanto. Estás deitada?

Com certeza.

Que camisa de dormir vestiste?

Aquela de que gostas. Uso-a com frequência.

Talvez eu devesse ter ficado.

Sim, talvez. Gostava que o tivesses feito.

Seguiu-se uma pausa e Jenny ouviu sons de tráfego, à distância. Ele decerto telefonava sempre do mesmo aparelho. E espreitara pela janela!

Suponho que não disseste ao pastor Barstrom que estou fulo contigo?

Claro que não. Ele sabe como nos amamos.

Tentei telefonar ao Mark, mas a linha estava interrompida. Falaste com ele?

Não.

Foi mesmo com o pastor Barstrom que falaste?

Porque não lhe telefonas e perguntas?

Não merece a pena. Acredito em ti. Voltarei a tentar falar com o Mark. Tem um livro meu que quero que me devolva. Pertence à terceira prateleira da biblioteca, o quarto a contar da direita. Quase sem transição de tom, Erich inquiriu: Ele é o teu novo amiguinho? Gosta de nadar? Prostituta! Sai da cama de Caroline, imediatamente!

Seguiu-se um estalido e silêncio, antes do habitual zumbido da linha livre.

37

O xerife Gunderson telefonou vinte minutos mais tarde:

A companhia dos telefones localizou parcialmente a chamada. Conhecemos a área de onde ele falou. É nas proximidades de Duluth.

Duluth? A parte mais setentrional do estado, a cerca de seis horas de automóvel da herdade. Isso significava que, se se instalara naquela região, partira a meio da tarde, para espreitar pela janela às oito da noite.

Quem ficara com as crianças, na sua ausência? Ou tê-las-ia deixado sós? Ou... já não viveriam? Jenny não falava com elas desde o dia 16, cerca de duas semanas atrás.

Pelo tom da voz, pareceu-me mais perturbado declarou numa inflexão átona.

É muito provável. O xerife não tentou recorrer a palavras animadoras.

Que podem as autoridades fazer?

Quer que divulguemos o assunto, através da televisão, rádio e imprensa?

Isso não, meu Deus! Equivaleria a assinar a sentença de morte das minhas filhas.

Nesse caso, incumbiremos uma brigada especial de passar a área de Duluth a pente fino. E convém colocar um detective aí, Mistress Krueger. A sua vida pode correr perigo.

Nem pensar. Ele havia de se inteirar.

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Era quase meia-noite. O dia 28 de Fevereiro converter-se-ia em 1 de Março. Jenny recordou-se de uma sua superstição da infância. Se adormecesse a dizer «lebre, lebre» na última noite do mês e acordasse na manhã seguinte com as palavras «coelho, coelho» nos lábios, veria o seu desejo satisfeito.

Lebre, lebre! gritou subitamente no silêncio do quarto. Lebre, lebre, quero as minhas filhas! Dominada por soluços, mergulhou a cabeça no travesseiro. Quero a Beth, quero a Tina!

De manhã, tinha os olhos tão inchados que quase não conseguia ver. Não sem certa dificuldade, vestiu-se, desceu à cozinha, fez café e no final lavou a chávena e o pires. A ideia de comida bastava para lhe provocar náuseas e não merecia a pena ocupar a máquina de lavar loiça apenas com as duas pequenas peças.

Em seguida, enfiou o casaco de esquiar e contornou a casa até à janela da ala sul que dava para a área da família da cozinha. Havia, com efeito, pegadas nesse espaço, provenientes do bosque, aonde tinham depois regressado. Não subsistiam dúvidas de que Erich se entretivera a observá-la através da vidraça, sem que ela se desse conta.

O xerife telefonou mais uma vez, ao meio-dia:

O doutor Philstrom ouviu a gravação da conversa e aconselha a correr o risco de tornar as buscas públicas. No entanto, a decisão final pertence-lhe, Mistress Krueger.

Preciso de pensar um pouco replicou Jenny, disposta a consultar Mark.

Rooney apareceu às duas e sugeriu:

Quer coser um pouco, para se distrair?

Pois sim.

Puxou placidamente uma cadeira para as proximidades do fogão e pegou na colcha em que trabalhava.

Não tardaremos a vê-lo declarou com desprendimento.

A quem?

A Erich, claro. Como sabe, Caroline prometeu estar sempre presente no aniversário dele. Desde que ela morreu,

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há vinte e seis anos, Erich não tem faltado uma única vez nessa data. Põe-se às voltas por aí, como se procurasse alguma coisa.

E crê que este ano também virá?

Seria o primeiro em que faltaria.

Agradecia que não falasse disso a ninguém. Nem mesmo a Clyde.

Jenny nem a Mark quis confiar a informação, e quando ele a aconselhou a deixar o xerife divulgar o assunto, recusou. Todavia, ante a insistência dele, transigiu parcialmente:

Aguardemos mais uma semana.

Assim, o prazo expiraria a 9 de Março. E o aniversário de Erich era no dia anterior.

Ele não faltaria, a 8 de Março. Jenny estava convencida disso. Se o xerife e Mark suspeitassem da sua vinda, decerto insistiriam em ocultar polícias na herdade e Erich inteirar-se-ia.

Se Beth e Tina ainda viviam, seria a última oportunidade para as recuperar, pois ele estava a afastar-se, decisiva e irremediavelmente, da realidade.

Na semana seguinte, Jenny viveu numa espécie de transe, com todos os pensamentos concentrados numa prece contínua, para o que recorreu ao rosário que pertencera a Nana.

Os dias sucediam-se. O segundo... o terceiro... o quarto... o quinto... o sexto... Oxalá não voltasse a nevar. Se as estradas ficassem intransitáveis... O sétimo... O telefone tocou naquela manhã. Era Hartley, de Nova Iorque.

Há muito que não tinha notícias suas, Jenny. Como estão as pequenas?

Óptimas.

Lamento incomodá-la, mas surgiu-nos um problema complicado. Lembra-se do Wellington Trust, que comprou A Safra no Minnesota e Primavera na Herdade, por quantias substanciais?

Perfeitamente.

Quando procediam à limpeza das telas, descobriram o nome de Caroline Bonardi por baixo do de Erich. Trata-se, pois, de falsificação de assinatura e vai rebentar um escândalo terrível. A administração do Wellington Trust reúne-se

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de emergência amanhã à tarde e convocámos uma conferência de imprensa a seguir. Receio que, à noite, os jornais publiquem notícias pouco satisfatórias para o seu marido.

Tem de evitar que tal aconteça!

Mas como? A falsificação de objectos de arte é um delito extremamente grave. Quando se pagam somas quase astronómicas a um novo artista, que, graças a isso, atinge notoriedade a nível nacional, é impossível guardar segredo. Tenho muita pena, mas o assunto encontra-se fora das minhas mãos. Para já, desenrolam-se investigações para averiguar quem é essa Caroline Bonardi.

Bem, informarei Erich. Obrigada, Mister Hartley. Jenny conservou o olhar fixo no auscultador por um longo momento. De facto, não havia a menor possibilidade de impedir que a falsificação fosse divulgada publicamente. Os repórteres acudiriam à herdade para entrevistar Erich, e não seria necessário empregar grandes esforços para descobrir que Caroline Bonardi era filha do pintor Everett Bonardi e mãe de Erich Krueger. E, após um exame minucioso às telas, apurariam que todas tinham mais de vinte e cinco anos de existência.

Deitou-se cedo, esperançada em que Erich preferisse aparecer durante a noite. Tomou banho como na primeira vez na mansão, com a diferença de que agora verteu uma quantidade apreciável de sais de pinho na banheira, e a fragrância inundou o quarto. Em seguida, vestiu a camisa de dormir água-marinha e olhou em volta. Não devia haver nada fora do seu lugar, para não perturbar a sensação de ordem que predominava na mente do marido.

Por fim, deitou-se. O walkie-talkie que o xerife lhe fornecera e ela costumava guardar na algibeira das calças jeans produzia um certo vulto no travesseiro, pelo que o transferiu para a gaveta da mesa-de-cabeceira.

Conservava os ouvidos apurados, enquanto o relógio ia assinalando a sucessão das horas. Se ele entrasse na mansão, o odor de pinho não deixaria de o atrair ao quarto.

No entanto, quando surgiram os primeiros clarões do novo dia continuava a não haver sinais da sua presença. Jenny manteve-se na cama até às oito horas. O despontar do dia

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apenas conseguiu aumentar-lhe o terror. Na verdade, persuadira-se de que ouviria os passos dele durante a noite, a porta do quarto começaria a abrir-se e Erich surgiria à procura dela à procura de Caroline.

Agora restavam-lhe unicamente as horas até ao noticiário da noite.

O céu apresentava-se encoberto, porém a rádio não anunciou neve prevista para aquele dia. Jenny não sabia o que devia vestir, pois Erich tornara-se particularmente desconfiado. Se se lhe apresentasse numa indumentária diferente da camisola de lã e calça de ganga, acusá-la-ia de estar à espera de outro homem.

Quase perdera o hábito de se ver ao espelho. Todavia, naquela manhã, observou-se atentamente e viu, alarmada, os malares proeminentes, olhos esgazeados e cabelos descuidados. Decidiu corrigir um pouco o seu aspecto geral, após o que se dirigiu ao piso térreo, a fim de inspeccionar todos os aposentos.

Por volta do meio-dia, as nuvens tornaram-se ainda mais ameaçadoras e o vento aumentou de intensidade, produzindo silvos ominosos. Ela movia-se de janela para janela, para observar o bosque e a estrada que conduzia à margem do rio, mas não vislumbrava vivalma.

Às quatro, o pessoal começou a suspender o trabalho e retirar-se.

Às cinco, Jenny ligou a telefonia para ouvir o noticiário. A voz incisiva do jornalista de serviço anunciou novos cortes no orçamento nacional, mais uma cimeira em Genebra e a tentativa de assassínio do novo presidente do Irão.

«Vamos agora ler uma notícia acabada de chegar à nossa redacção. O Wellington Trust revelou uma espectacular falsificação no campo da arte. O conhecido pintor do Minnesota, Erich Krueger, considerado o mais importante artista americano da sua especialidade depois de Andrew Wyeth, intitulou-se indevidamente autor das obras que expôs. Na realidade, foram executadas por Caroline Bonardi, filha do conhecido pintor Everett Bonardi e mãe do próprio Erich Krueger.»

Apressou-se a desligar o aparelho. O telefone não tardaria

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a tocar e, dentro de poucas horas, os repórteres acudiriam, ansiosos por averiguar pormenores. Erich vê-los-ia, talvez ouvisse o noticiário e poria termo a tudo, vingando-se de Jenny da maneira que sabia ser a mais excruciante, se porventura não o fizera já.

Invadiu-a um desespero irresistível. Que medidas podia tomar para o evitar? Sem saber concretamente o que fazia, entrou na sala e fixou o olhar no retrato de Caroline, para, em obediência a um instinto indefinido, o observar com curiosidade: Caroline sentada no terraço, com a capa verde sobre os ombros, umas pequenas madeixas suspensas sobre a fronte, o garoto, Erich, que corria para ela...

O garoto que corria para ela...

Erich encontrava-se algures no bosque. Jenny tinha a certeza absoluta disso. E havia apenas uma maneira de o obrigar a sair de lá.

O xaile que Rooney confeccionara e lhe oferecera... Na verdade, não era suficientemente grande, mas se lhe juntasse algo... Recordou-se de ter visto numa arca um cobertor da tropa que pertencera a John Krueger e era quase da mesma cor da capa.

Subiu a escada apressadamente em direcção ao sótão e encontrou-o sem dificuldade. Tornou a descer, muniu-se de uma tesoura para recortar uma abertura circular no meio do cobertor, a fim de enfiar a cabeça, e ajeitou-o em volta do corpo, após o que colocou o xaile sobre os ombros.

O cabelo... Agora, era mais comprido que o de Caroline, porém no retrato esta tinha-o reunido com um nó na nuca, pelo que tratou de introduzir as alterações necessárias no seu.

Por último, postou-se junto da porta oeste do terraço. «Agora, sou Caroline», asseverou a si própria. «Caminharei e sentar-me-ei como ela, para contemplar o pôr do Sol, como era seu hábito. Vou aguardar a chegada do meu filho, que correrá para mim.»

Fechou a porta atrás de si e estremeceu levemente ao contacto com o vento glacial. Em seguida, rectificou a posição da cadeira de balouço e sentou-se.

Depois de se certificar de que todos os pormenores correspondiam aos da tela, começou a balouçar-se lentamente.

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Após longos e intermináveis minutos, ouviu uma espécie de gemido, que foi aumentando de intensidade, até se converter num grito agudo:

Afasta-te, demónio da sepultura!... Foge!... Desaparece!...

Um vulto emergia do bosque. Um vulto que segurava uma espingarda, envolto numa capa verde-escura, de cabelo preto comprido sacudido pelo vento um vulto de olhar arregalado e rosto dominado por um esgar de medo...

Jenny levantou-se com prontidão. Acto contínuo, o vulto estacou e apontou a espingarda.

Não dispares, Erich!

Ela correu para a porta e tentou abri-la, mas não conseguiu. O fecho trancara-se automaticamente por dentro. Levantando um pouco a capa para não tropeçar, principiou a correr em ziguezague através do campo, ao mesmo tempo que detectava passos no seu encalço e, quase imediatamente, detonações. Notou um ardor súbito no ombro e um líquido morno deslizou pelo braço.

Entretanto, o uivo perseguia-a:

Demónio da sepultura!... Demónio!...

Avistou a porta do estábulo do gado à sua direita, onde Erich não voltara a entrar desde a morte de Caroline. Freneticamente, actuando quase apenas por efeito do instinto, abriu-a e achou-se na antecâmara onde se armazenavam as tinas do leite.

Ele achava-se cada vez mais perto e Jenny transpôs a antecâmara e passou à área principal, mais espaçosa. As vacas já haviam regressado da pastagem e sido ordenhadas, limitando-se agora a comer a palha deixada nas gamelas.

Ela continuou a correr cegamente em direcção à extremidade oposta, onde se situava a tina maior e instalações para os novos bezerros. Reconhecendo que chegara o momento da verdade, voltou-se para enfrentar Erich.

Ele encontrava-se a menos de três metros e deteve-se, para começar a rir. Em seguida, ergueu a espingarda e apontou-a com o mesmo cuidado que revelara no dia em que abatera o cachorro pertencente a Joe. Olharam-se em silêncio

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por instantes imagens idênticas, de capa verde e cabelo preto comprido.

Demónio!... Demónio!...

Meu Deus!... Jenny fechou os olhos.

Ouviu a arma explodir e um grito rouco que se converteu num gemido. Mas não brotara dos seus lábios. Descerrou as pálpebras. Era Erich que cambaleava e acabou por cair pesadamente, sangrando do nariz e boca, a peruca empapada em sangue.

Isto é pela Arden disse Rooney, atrás dele, baixando a espingarda.

Jenny ajoelhou junto do marido.

Erich... As pequenas estão vivas?

Os olhos dele estavam enevoados, mas inclinou levemente a cabeça.

Estão...

Deixaste-as com alguém?

Não... sós...

Onde?

Os lábios do moribundo tentaram formar palavras.

Estão... Pegou na mão dela debilmente. Lamento, mamã... Tenho muita pena, mamã... Não... queria... fazer-te... mal...

Cerrou as pálpebras para sempre. O corpo sofreu uma derradeira convulsão, e Jenny sentiu os dedos largarem-lhe a mão.

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A casa estava cheia de gente, mas ela via todas as pessoas como sombras numa tela. O xerife Gunderson, o pessoal do gabinete do coroner, que acabava de marcar a giz a posição do corpo no chão e o removia, os repórteres que haviam acudido para «cobrir» uma simples falsificação de quadros e terminavam por recolher elementos de uma história muito mais sensacional. Fora-lhes permitido fotografar Erich, ainda com o disfarce, e as admiráveis obras de Caroline, juntamente com os quadros produzidos pela mente torturada do filho.

Quanto maior a urgência que imprimirmos às pesquisas mais elevado o número de pessoas que tentarão colaborar lembrou o xerife.

Mark também estava presente. Foi ele que rasgou o cobertor e a blusa de Jenny, para desinfectar e aplicar uma compressa no ferimento do ombro.

Chega, para as primeiras impressões. A bala atingiu-a apenas de raspão.

Encontraram o carro em que Erich se transportara num dos caminhos da herdade em regra utilizados pelos tractores. Fora alugado em Duluth, umas seis horas antes, e ele separara-se das garotas havia pelo menos treze. Mas onde as deixara?

Mais tarde, compareceram Joe e Maude Ekers, a qual se acercou de Jenny e murmurou simplesmente:

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Lastimo imenso.

Minutos depois, ela ouviu-a em actividade na cozinha e, em seguida, notou o odor activo de café.

O pastor Barstrom, que também apareceu para apresentar condolências, comentou:

Joe Krueger preocupava-se muito com o filho, mas nunca explicou o motivo. De resto, à medida que crescia, Erich parecia comportar-se sem margem para reparos.

O último boletim meteorológico anunciava a aproximação de uma tempestade no Minnesota e Dacota. Uma tempestade... As filhas estariam devidamente protegidas?

Tem de me ajudar, Mistress Krueger solicitou Clyde. Eles falam de voltar a internar Rooney.

Ela salvou-me a vida. Jenny emergiu finalmente da letargia. Se não abatesse Erich, ele matava-me, sem margem para dúvidas.

Declarou a um dos repórteres que o fez pela Arden. Se tornam a interná-la, não resiste. Ela precisa de mim. E eu dela.

Levantou-se, fez uma pausa para se apoiar à parede e procurou o xerife, que de momento estava ao telefone.

Imprimam mais folhetos. Afixem-nos em todos os supermercados e gasolineiras. Mesmo do outro lado da fronteira, no Canadá.

Quando desligou, ela perguntou:

Tencionam voltar a internar Rooney?

Tente compreender, por favor. Ela matou Erich premeditadamente. Aguardava-o com uma espingarda.

Queria proteger-me. Sabia o perigo que eu corria. Salvou-me a vida.

Está bem. Verei o que posso fazer.

Sem proferir palavra, Jenny pousou o braço em torno dos ombros da mulher. Sabia que Rooney amara Erich desde o momento em que nascera. Apesar do que afirmara, não o matara por causa de Arden. Fizera-o para lhe salvar a vida. «Eu não conseguiria abatê-lo a sangue-frio», reconhecia intimamente. «E ela tão-pouco.»

A noite escoava-se com lentidão, enquanto todas as propriedades eram revistadas mais uma vez. Dúzias de informações

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chegavam a cada momento e começara a nevar.

Maude fez sanduíches, mas Jenny não conseguia tragar qualquer espécie de alimento. Por último, não sem esforço, ingeriu um pouco de consommé. À meia-noite, Clyde foi levar Rooney a casa. Pouco depois, Maude e Joe retiraram-se igualmente.

Vou estar no meu gabinete toda a noite anunciou o xerife. Se houver alguma novidade, telefono.

Por fim, apenas ficou Mark.

Deve estar extenuado observou Jenny. Vá descansar.

Todavia, ele não respondeu. Ao invés, foi buscar cobertores e almofadas e obrigou-a a deitar-se no sofá junto do fogão, cujo lume espevitou, após o que se acomodou numa poltrona.

A uma hora indeterminada da noite, ela adormeceu, porém o latejar do ferimento não tardou a acordá-la e descobriu que Mark a rodeava com o braço e lhe apoiara a cabeça ao ombro.

Havia algo que a preocupava, embora não conseguisse definir de que se tratava. Qualquer coisa no subconsciente tentava surgir à superfície, uma coisa desesperadamente importante que persistia em se lhe escapar. Relacionava-se com a tela em que Erich a observava da janela.

Às sete horas, Mark anunciou:

Vou fazer café e torradas.

Ela aproveitou para subir ao quarto e reanimar-se um pouco debaixo do chuveiro, vendo-se obrigada a cerrar os dentes de dor, se a água atingia o ferimento do ombro.

Quando voltou a descer, Rooney e Clyde acabavam de chegar e tomaram café juntos, enquanto a televisão emitia o noticiário matinal. As fotografias de Beth e Tina apareceriam nos programas Hoje e Bom Dia, América.

Quer coser um pouco, Jenny? perguntou Rooney.

Desculpe, mas não seria capaz.

Estamos a fazer colchas para as camas das pequenas explicou a Mark. Estou certa de que não tardarão a encontrá-las.

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Por favor, Rooney! Clyde tentou acalmá-la.

E as colchas vão ficar admiráveis... Ah, aí vêm as notícias!

«A falsificação de quadros que, ontem, revolucionou o mundo da arte, não passa, afinal, de uma pequena parte de uma história mais dramática. Erich Krueger...»

O rosto dele surgiu no écran. Tratava-se da mesma fotografia da brochura distribuída na galeria de arte e seguiram-se imagens da herdade e do corpo transferido para a ambulância.

Depois, apareceram os semblantes sorridentes de Beth e Tina.

«Hoje de manhã, estas duas crianças continuam em parte incerta. Pouco antes de morrer, Erich Krueger disse à esposa que ainda viviam, embora a polícia manifeste reservas quanto ao grau de credibilidade que essas palavras merecem. Com efeito, a última tela que ele pintou parece sugerir que elas morreram.»

Todo o pequeno écran foi ocupado pelo derradeiro trabalho de Erich. Jenny olhou os pequenos corpos inertes, a sua própria imagem de expressão angustiada e Erich a espreitar da janela, com um esgar sádico, enquanto desviava o cortinado.

Mark levantou-se para desligar o aparelho.

Recomendei a Gunderson que não os deixasse tirar fotografias na cabana.

Deviam ter-me mostrado a tela! bradou Rooney, que também se pusera de pé. Não estão a compreender? Os cortinados... Os cortinados azuis!

Os cortinados! Era isso que se agitava num recanto do espírito de Jenny. Rooney a depositar na mesa da cozinha os restos de tecido que encontrara no sótão.

Onde os pôs, Rooney?

Todos formulavam a mesma pergunta. Onde? A mulher, porém, totalmente consciente da preciosa informação que possuía, puxava o braço de Mark com insistência.

Você sabe! Erich costumava ir consigo à cabana de pesca do seu pai, Mark. O quarto de hóspedes não tinha cortinados e ele queixava-se de que entrava muita luz. Eu ofereci-lhe esses.

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Elas poderão estar lá? balbuciou Jenny.

É possível. Há mais de um ano que eu e o meu pai não a visitamos. Erich tinha uma chave.

Onde é?

Na área de Duluth, numa pequena ilha... Sim, deve ser isso... faz sentido... O pior...

O pior, quê? inquiriu, apercebendo-se da neve que começara a cair com intensidade.

Não tem aquecimento central.

Clyde deu forma ao receio que dominava todas as mentes:

A cabana não tem aquecimento central e há a possibilidade de as pobres crianças se encontrarem lá?

Mark precipitou-se para o telefone.

Trinta minutos mais tarde, o chefe da Polícia de Hathaway informava:

Já estão connosco.

Angustiada, Jenny ouviu, como num sonho, Mark perguntar:

Encontram-se bem?

Sim, mas escaparam por um triz. Krueger ameaçara castigá-las, se tentassem sair da cabana. Mas como havia muito tempo que tinha partido e fazia frio intenso, a garota mais velha resolveu arriscar-se. Conseguiu abrir a porta, e acabavam de a transpor quando chegámos. Mais meia hora, e não resistiriam, com esta tempestade. Um momento...

Jenny ouviu passar o auscultador a alguém e, no instante imediato, duas vozes trémulas proferiam:

Olá, mamã!

Os braços de Mark cingiram-na com firmeza, enquanto os soluços a dominavam.

Adoro-as, meus amores... adoro-as...

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O mês de Abril irrompeu no Minnesota como uma divindade da abundância. A leve bruma avermelhada envolvia as árvores, em que começavam a surgir minúsculos rebentos, para ulteriormente florescerem. Um ou outro veado atravessava o bosque, enquanto faisões sobrevoavam as estradas e o gado podia permanecer mais longamente nas pastagens, pois a neve derretia-se, embora com lentidão, para permitir que a colheita da Primavera não se atrasasse.

Beth e Tina reataram as lições de equitação a primeira empertigada e cautelosa, enquanto a irmã estava sempre preparada para acelerar o andamento da montada. Jenny seguia ao lado de Beth na Moça de Fogo e Joe ao lado de Tina.

Jenny não se cansava de estar junto das filhas, para as abraçar ou escutar as confidências, ainda com uma réstia de medo.

O papá assustou-nos tanto... Punha as mãos na nossa cara, assim, com um olhar muito esquisito.

Não o fazia por mal. Era uma coisa que não podia evitar.

Ansiava por regressar a Nova Iorque e abandonar aquele lugar, mas o Dr. Philstrom discordou, salientando:

Os póneis são a melhor terapia para as suas filhas.

Não posso passar nem mais uma noite nesta casa.

No entanto, Mark apresentou a solução ideal: a antiga

304
escola, na extermidade oeste da propriedade, que, anos atrás, ele convertera em sua habitação.

- Quando o meu pai se mudou para a Florida, instalei-me na residência dele e aluguei a outra casa, mas está desocupada há mais de seis meses.

Na verdade, era confortável, com dois quartos, uma cozinha espaçosa, uma sala acolhedora e um corredor suficientemente curto para que Jenny pudesse acudir sem demora às filhas, quando acordassem a chorar a meio da noite, devido a sonhos menos agradáveis.

Revelou os seus projectos para entregar a herdade à Sociedade de História, mas Mark recomendou-lhe:

- Pense bem, primeiro. A propriedade vale uma fortuna e você merece o direito de ficar com ela.

- Resta-me o suficiente, mesmo sem ela. De qualquer modo, não conseguiria continuar a viver aqui.

Fechou os olhos e reviu o berço no sótão, a divisória atrás da cabeceira da cama e o retrato de Caroline.

Rooney visitava-a com frequência, conduzindo com orgulho o carro que Clyde lhe comprara - uma Rooney resignada, que já não necessitava de permanecer em casa à espera de Arden.

- Uma pessoa pode aceitar tudo, se for preciso - admitia. - A pior tortura é a incerteza.

Entretanto, habitantes de Granite Place principiavam a aparecer. «É mais que tempo de lhe darmos as boas-vindas, Jenny.» A maioria acrescentava: «Lamentamos profundamente o sucedido.»

E levavam-lhe sementes de plantas de jardim, que ela depois embebia na terra mole e húmida.

O som da confortável carrinha no caminho de acesso à mansão. As filhas correndo ao encontro do «tio» Mark. A agradável percepção de que, à semelhança da terra, também se achava preparada para uma nova estação, um novo começo.ONDE ESTÃO AS CRIANÇAS?
Mary Higgins Clark
Na pequena cidade de Cape Cod, em que se refugiara, Nancy contou o seu terrível segredo a uma única pessoa: Ray Eldredge, o jovem agente de imobiliários que a auxiliou
a comprar a sua nova casa, que se apaixonou por ela, que a desposou.
O passado, essa sombra negra de suspeita que ainda pairava sobre ela, estava suficientemente seguro com ele. Ray amava-a e acreditava na sua inocência.
Lentamente, ao longo de sete anos de segurança e de felicidade, as suas trágicas recordações dissiparam-se. Ela e Ray tinham os seus próprios filhos. O passado
ficara para trás, o futuro era risonho.
Porém, subitamente, numa manhã invernosa, Nancy deu consigo mais uma vez enredada no horror de um pesadelo real.
Mais uma vez a Polícia lhe perguntava: Onde estão as crianças? E, mais uma vez, temendo pela sua família, temendo pela sua própria sanidade mental, Nancy não podia
responder, porque ignorava a resposta.
PRÓLOGO.
SENTINDO o frio que penetrava através dos caixilhos apodrecidos das janelas, mal ajustados às vidraças, ele ergueu-se pesadamente, dirigindo-se com dificuldade
até à janela, que calafetou com uma grossa toalha.
A corrente de ar batia contra a toalha com um som simultaneamente suave e sibilante que lhe causava um vago prazer.
Olhou para fora, para o céu nublado, e estudou as cristas das ondas que se encrespavam no mar.
Deste lado da casa era muitas vezes possível ver Provincetown, situada na costa do lado oposto da baía de Cape Cod. Detestava o Cape.
Detestava a sua desolação num dia de Novembro como aquele.
Detestara-o no único Verão que ali passara ondas de turistas deitados sobre as praias; trepando o aterro em declive até àquela casa; olhando estupidamente às janelas
do rés-do-chão.
Detestava os enormes letreiros VENDE-SE que Ray Eldredge colocara à frente e nas traseiras e o facto de, agora, Ray e aquela mulher que trabalhava para ele terem
começado a trazer eventuais compradores que pretendiam ver a casa.
No mês passado, fora apenas por uma questão de sorte que ele vinha a passar quando eles entravam e que chegara ao andar superior à sua frente, a tempo de remover
o telescópio.
O tempo escoava-se. Em breve a casa seria comprada, o que lhe impossibilitaria voltar a alugá-la. Essa a razão por que enviara o artigo para o jornal.
Queria encontrar-se presente para a ver ser desmascarada... agora, quando ela devia ter começado a sentir-se a salvo.
Havia ainda outra tarefa a realizar, mas ela mantinha as crianças estreitamente vigiadas.
Amanhã... Moveu-se impacientemente pelo quarto. Era amplo, o quarto de dormir do andar de cima. Toda a casa era grande.
Era uma evolução abastardada de uma velha casa de um comandante naval, que começara a ser construída no século XVII, sobre uma crista rochosa que dominava toda
a baía. Há seis anos que alugava aquele andar nos fins do Verão e durante o Outono.
Revelara-se ideal para os seus propósitos - até esse ano, quando Ray Eldredge o informara que estavam a procurar vender a casa para ali construir um restaurante,
e que apenas poderia ser alugada com a condição de poder ser mostrada em qualquer altura a eventuais compradores. Raynor Eldredge.
Pensar neste homem fê-lo sorrir. Teria Nancy alguma vez revelado a Ray a sua identidade? Talvez não. As mulheres sabiam ser dissimuladas. Se Ray o ignorasse, o
impacto seria ainda mais forte.
Como se sentiria feliz se visse a expressão de Ray quando este abrisse o jornal amanhã! Impacientemente, afastou-se da janela.
As suas pernas, grossas como troncos, ficavam apertadas naquelas coçadas calças negras.
Far-lhe-ia bem perder algum peso, embora para o conseguir tivesse de passar novamente por essa terrível provação da fome. E gostaria de poder voltar a deixar o
cabelo crescer normalmente.
Era bastante espesso dos lados, e provavelmente agora estaria quase todo branco.
Percorreu impacientemente o apartamento, detendo-se finalmente junto do telescópio na sala de estar.
O telescópio era extraordinariamente potente - o género de equipamento que não se encontrava geralmente à venda. Curvou-se sobre ele e espreitou.
Devido à escuridão do dia, Nancy tinha a luz da cozinha acesa, o que lhe permitia vê-la claramente, em frente da janela, sobre o lava-louça.
Talvez estivesse a preparar o jantar. Estava imóvel de pé, olhando em direcção à água.
Em que estaria a pensar. Nas crianças - Peter... Lisa...? Gostaria de saber.
Sentia a boca seca. Humedeceu nervosamente os lábios.
Hoje ela parecia muito nova, com o cabelo agora castanho-escuro, puxado para trás, a descobrir-lhe a cara.
Certamente alguém a reconheceria se ela o tivesse deixado no seu tom natural ruivo-dourado. Embora completasse no dia seguinte trinta e dois anos, não parecia ter
essa idade.
Engoliu em seco, aspirou o ar, voltou a engolir em seco. O som terminou num riso curto que lhe sacudiu o corpo, fazendo oscilar o telescópio. A imagem de Nancy
ficou desfocada, mas ele já não estava interessado em observá-la.
Amanhã! Podia imaginar a expressão dela no dia seguinte a esta hora.
Exposta ao mundo tal como era; paralisada de medo; tentando responder à pergunta - à mesma pergunta que a Polícia lhe fizera, vezes sem conta, sete anos atrás.
Vamos, Nancy, diria novamente a Polícia. Conte-nos a verdade. Diga-nos, Nancy: onde estão as crianças?
***
CAPÍTULO 1.

RAY desceu as escadas a apertar o nó da gravata. Nancy estava sentada à mesa com Missy ao colo, Michael tomava o pequeno-almoço, com o seu ar sisudo, reflectido.
Ray passou a mão pela cabeça de Mike, despenteando-o, e inclinou-se para beijar Missy. Nancy sorriu-lhe.
Era tão bela! Não obstante algumas finas rugas em torno dos olhos azuis, ninguém lhe daria trinta e dois anos.
Notou as raízes ruivas do cabelo castanho-escuro.
No último ano insistira com ela vezes sem conta para que deixasse de o pintar.
- Muitos parabéns, querida - disse-lhe em voz calma.
Olhou-a e viu que a cor lhe fugia do rosto.
Michael pareceu surpreendido:
- A mãe faz anos? Não me tinha dito.
Missy endireitou-se:
- A mãe faz anos? - mostrava-se satisfeita.
- Faz - confirmou Ray.
- E esta noite vou trazer para casa um grande bolo de velas e uma prenda, e convidamos a tia Dorothy para jantar. Estás de acordo, mãe?
- Ray... não. - A voz de Nancy era baixa e suplicante.
- Sim.
- Lembra-te de que no ano passado prometeste que este ano nós... - Não conseguiu pronunciar a palavra festejar, que não se adaptava à situação.
Havia, porém, muito tempo que sabia que um dia teriam de alterar o padrão deste aniversário.
A princípio, ela afastava-se completamente dele e percorria a praia como um fantasma silencioso num mundo apenas seu.
- No ano anterior, todavia, começara finalmente a falar dos seus dois outros filhos. Dissera: Deviam estar agora tão crescidos... dez e onze anos. Tento imaginar
como seriam, mas não consigo.
Tudo o que diz respeito a esse tempo é tão enevoado. Como um pesadelo que só eu tivesse sonhado.
Esquece tudo isso, querida, aconselhara-lhe Ray.
Nem voltes sequer a interrogar-te sobre o que sucedeu.
A recordação veio robustecer a sua decisão.
Enquanto se curvava e acariciava com suavidade o cabelo de Nancy, o apelo no rosto dela transformou-se em incerteza.
- Não me parece que... - Michael interrompeu-a: - Quantos anos tem, mãe?
Nancy sorriu.
- Não tens nada com isso - retrucou.
Ray sorveu rapidamente um gole de café.
- Vou-te dizer o que vamos fazer, Mike. Vou buscar-te à saída da escola e depois vamos comprar uma prenda para a mãe. Agora tenho que sair. Há um tipo que vem ver
a Casa Hunt. Tenho de preparar os papéis.
- Não está alugada?
- Está. Esse tal Parrish alugou-a outra vez, mas temos o direito de a mostrar quando quisermos. Se a vender, ganho uma bela comissão.
Nancy pôs Missy no chão e acompanhou-o até à porta.
Ele beijou-a rapidamente, entrou no automóvel e seguiu pelo estreito caminho de terra batida que atravessava cerca de quatro quilómetros quadrados de mata até entroncar
na estrada para Adams Port, onde tinha o seu escritório.
Ray tinha razão, pensou Nancy enquanto regressava à mesa. Era altura de pôr de lado as recordações e de olhar apenas para o futuro. Parte dela, porém, continuava
ainda entorpecida. Era como se toda a sua existência com Carl fosse uma névoa.
Era-lhe difícil recordar a faculdade e as instalações universitárias. Peter e Lisa.
Como eram eles? Cabelo negro ambos, como o de Carl, e demasiado reprimidos, afectados pela incerteza dela; e depois perdidos - os dois.
- Porque é que está tão triste, mãe? - Michael olhava-a com a expressão cândida de Ray e falava com a mesma objectividade.
Olhou à sua volta, a cozinha de aspecto alegre, com a lareira de velhos tijolos e as cortinas vermelhas; depois o seu olhar caiu sobre Michael e Missy.
- Não estou triste, querido - respondeu.
Pegou em Missy ao colo, sentindo o calor e o doce aveludado da sua pele.
- Tenho estado a pensar no seu presente - disse Missy.
O seu cabelo encaracolado, meio louro, meio cor de morango, emoldurava-lhe a testa e as orelhas.
Amigos e conhecidos perguntavam quem fora a ruiva da família de quem herdara aquele belo cabelo.
- Formidável - disse Nancy. - Mas vai pensar lá para fora. Agora é melhor ires apanhar ar fresco. Daqui a pouco deve chover.
Depois de as crianças se terem vestido, ajudou-as a enfiar os casacos.
- Agora, Mike, vou-me arranjar - disse. - Não deixes a tua irmã sozinha.
- Está bem - respondeu Mike alegremente. - Vamos, Missy. Sou o primeiro a empurrar-te no baloiço. - Ray instalara um baloiço num maciço carvalho à beira do bosque.
Nancy enfiou nas mãos de Missy um par de luvas de um vermelho-vivo, de angora felpudo, cujas costas apresentavam uma cara sorridente.
- Não as tires - ordenou-lhe. - Está mesmo a ficar frio. Nem sequer sei se vocês deviam sair.
- Oh, deixe-nos ir! - Os lábios de Missy começaram a tremer.
- Está bem, está bem, não é preciso fazeres uma cena - atalhou Nancy rapidamente. - Mas só meia hora.
Abriu a porta e deixou-os sair, estremecendo ao sentir a brisa , gélida. Fechou rapidamente a porta e começou a subir a escada. Era uma casa no genuíno estilo de
Cape Cod, de escada íngreme, quase vertical. Nancy adorava aquela casa.
Ainda recordava a sensação de paz que ela lhe transmitira quando pela primeira vez a vira, havia mais de seis anos.
Chegara a Cape Cod depois de a condenação ter sido arquivada.
O procurador distrital não insistira noutro julgamento, porque Rob Legler, a testemunha principal da acusação, desaparecera. Ela refugiara-se ali, atravessando
o continente, afastando-se o mais possível da Califórnia, longe da faculdade e de toda a comunidade académica, longe dos amigos que se haviam transformado em estranhos
hostis, que falavam do pobre Carl e a acusavam também do seu suicídio.
Viera para Cape Cod porque sempre ouvira dizer que os habitantes de Nova Inglaterra eram reservados e não estabeleciam facilmente relações com estranhos, O que
lhe agradava.
Cortara o cabelo e pintara-o de castanho-escuro, para a fazer parecer completamente diferente das fotografias que tinham aparecido na primeira página dos jornais
de todo o país durante o julgamento.
Considerava que fora o destino que a fizera escolher a agência de venda e aluguer de habitações de Ray quando procurara uma casa.
Tenho para alugar uma casa em autêntico estilo Cape em excelentes condições, dissera-lhe Ray. Está totalmente mobilada, e pode ser eventualmente comprada. De quantas
divisões precisa, Miss... Mrs...? Miss Kiernan. Nancy Kiernan. Instintivamente, usara o seu nome de solteira.
Não preciso de muitas. Não espero receber visitas. Apreciara o facto de ele não ter feito perguntas.
O Cape é um bom lugar para viver quando se quer estar só, observara ele. Quando Ray a conduzira até ali, percebera imediatamente que ficaria com a casa.
Adorara a grande sala comum, com a mesa frente à janela sobranceira ao porto. Pôde instalar-se imediatamente, e nessa noite, pela primeira vez em meses, dormira
profundamente - um sono em que não ouvira Peter e Lisa a chamá-la.
Na primeira manhã que ali passara, fizera café e sentara-se junto da janela. O dia era claro e luminoso, o céu, de um azul-violáceo, o único movimento na baía,
o voo das gaivotas pairando perto dos barcos de pesca.
A tranquilidade da cena intensificou a sensação de calma, para o que contribuíra o longo sono sem sonhos. Paz. Dêem-me paz. Essa fora a sua prece durante o julgamento
e na prisão. Deixem-me aprender a aceitar.
Sete anos atrás...
Nancy apercebeu-se de que continuava ainda junto à escada. Era tão fácil perder-se em recordações. Lentamente, começou a subir.
Como poderia alguma vez sentir paz sabendo que se Rob Legler aparecesse, a acusaria novamente de assassínio, a afastaria de Ray, de Missy e de Michael? Não penses
nisso, disse para consigo. Não serve de nada.
No cimo da escada sacudiu a cabeça com determinação e dirigiu-se rapidamente às janelas, que abriu. Começavam a formar-se nuvens e a temperatura descia rapidamente.
Nancy estava agora bastante familiarizada com o Cape para saber que um vento frio como aquele trazia habitualmente consigo uma tempestade.
O tempo estaria ainda suficientemente desanuviado para deixar as crianças lá fora? Gostava que elas apanhassem ar fresco durante a manhã.
Depois de almoço, Missy dormia um sono e Michael ia para o jardim infantil.
Após considerar o assunto por uns instantes Nancy começou a retirar os lençóis da cama de casal. Esta ansiedade frenética e constante tinha de ser vencida.
Além disso, bastar-lhe-iam dez ou quinze minutos para fazer as camas de lavado e pôr a roupa a lavar na máquina.
Nancy dominou o sentimento de inquietação que a impelia a ir ter com as crianças nesse preciso momento.

JONATHAN Knowles entrou no drugstore para comprar o jornal da manhã. O seu trajecto habitual levava-o sempre a passar pela velha Casa Nickerson, aquela que Ray
Eldredge comprara quando casara.
Quando fazia bom tempo, Nancy Eldredge saía cedo para o jardim e saudava-o sempre com ar simpático. Jonathan suspirou.
Era um homem de elevada estatura, cabelo branco abundante e um rosto largo, em que as rugas começavam a surgir. Advogado reformado, sentia que a inactividade o
deprimia.
Não obstante a abundância de lagos e lagoas e a existência da baía e do oceano no Cape, não era possível pescar muito durante o Inverno.
E frequentar as lojas de antiguidades não era um passatempo que o divertisse como no tempo de Emily.
Tinham passado sempre as férias no Cape, e esperavam pelo dia em que ali pudessem viver durante todo o ano. Esse dia, porém, não chegara para Emily. Neste segundo
ano da sua residência no Cape, Jonathan estava a escrever um livro. Era um estudo sobre julgamentos famosos de assassínios, que começara como passatempo.
Um amigo seu editor, porém, lera alguns capítulos da obra e imediatamente lhe enviara um contrato. Actualmente Jonathan trabalhava intensamente no livro.
O vento açoitava-o. Ajustou o seu cachecol, grato pelo sol chuvoso que sentia no rosto, e olhou em direcção à baía. Com o matagal despido de folhas, distinguia-se
claramente a água. Apenas a velha Mansão Hunt, no seu íngreme alcantil, interrompia a vista da casa a que chamavam A Vigia.
Jonathan piscou os olhos e voltou a cabeça. Aquele tipo que alugara a casa devia ter na janela qualquer objecto metálico que provocava um reflexo incómodo.
Pensou em pedir a Ray que mencionasse o facto ao inquilino, decisão de que imediatamente desistiu, percebendo que o ocupante da casa poderia limitar-se a sugerir
que Jonathan contemplasse a baía de outro ponto, ao longo do seu trajecto habitual.
Encontrava-se agora exactamente em frente da casa dos Eldredges, podendo ver Nancy sentada à mesa do pequeno-almoço a conversar com Michael.
Jonathan desviou a vista, sentindo-se um intruso. Iria buscar o jornal e regressaria à sua secretária, a fim de começar a trabalhar no caso Harmon - o crime que
segundo pensava, lhe iria fornecer o mais interessante dos capítulos.
RAY abriu a porta do escritório, incapaz de se libertar de uma incomodativa sensação de preocupação, decorrente não apenas da intenção de fazer Nancy reconhecer
o seu aniversário e arriscar-se às recordações que este lhe despertaria, como de um estranho sentimento de presságio.
- Oh, não! Que quer isso dizer? - Dorothy Prentiss erguera os olhos de uma das secretárias.
O seu cabelo, mais branco do que castanho, emoldurava-lhe o rosto longo e simpático.
Vestia uma camisola e uma saia de tweed, de corte prático. Dorothy trabalhava com Ray desde que este abrira o escritório.
- Sabe que está a abanar a cabeça e a franzir o sobrolho? - acrescentou ela.
Ray sorriu timidamente.
- É apenas nervoso matutino. Como está isto a correr?
- Tudo bem. Já tenho pronto o dossier sobre A Vigia. A que horas espera o cliente que a vem ver?
- Cerca das duas - respondeu Ray.
- Essa casa dava um maravilhoso restaurante se alguém a quisesse restaurar. Tem uma localização extraordinária à beira da água.
- Acho que Mr. Kragopoulos e a mulher já construíram e venderam bastantes restaurantes e não se importarão de gastar os dólares que forem precisos para fazer tudo
como deve ser... - Dirigiu-se para o seu gabinete, onde se sentou pensativamente à secretária durante alguns minutos, após o que ligou o telefone para a extensão
de Dorothy. - Se o café está feito - disse -, não se importa de trazer o seu para aqui e uma chávena para mim?
- Está bem.
Ray abriu-lhe a porta quando ela entrou com as chávenas fumegantes, fechou-a e indicou-lhe a cadeira ao lado da sua secretária.
- Gostava que viesse esta noite jantar connosco - disse-lhe. - São os anos de Nancy.
Ouviu-a inspirar com força.
Dorothy era a única pessoa amiga no Cape que conhecia a história de Nancy, que a própria lhe contara quando com ela se aconselhara sobre se deveria ou não casar
com Ray.
A voz de Dorothy era especulativa:
- Qual é o verdadeiro objectivo de um jantar de festa?
- O objectivo é que não se pode pretender que Nancy não faz anos! Nancy tem de romper com o passado, de deixar de se esconder.
- E poderá ela romper com o passado? Acha que ela pode deixar de se esconder, tendo suspensa sobre a cabeça a hipótese de um novo julgamento?!
- Mas é exactamente isso. A hipótese. Dorothy, não vê que esse tipo que depôs contra ela desapareceu há mais de seis anos? Podemos supor, segundo o que sabemos,
que ele está tão ansioso como a Nancy em não recomeçar tudo isso. Não se esqueça de que ele é um desertor do Exército, que pode vir a apanhar uma pena muito dura.
- Isso é verdade - concordou Dorothy.
- Agora dê mais um passo. Raciocine como eu. Que pensam de Nancy as pessoas desta cidade?
Dorothy hesitou.
- Pensam que ela é muito atraente, sempre simpática... e muito metida consigo.
- O que se chama uma maneira agradável de pôr as coisas. Eu já ouvi piadas por a minha mulher pensar que é boa demais para as pessoas daqui. No mês passado consegui
finalmente convencê-la a ir ao jantar dos corretores de imóveis, e quando tiraram a fotografia ao grupo ela estava na casa de banho.
- Tem medo de ser reconhecida.
- Eu compreendo. Mas se houver outro julgamento, eu quero que as pessoas daqui pensem que ela é também uma delas e que estão ligadas a ela. Porque, depois de ser
absolvida, Nancy tem de voltar para aqui e continuar aqui a sua vida. Todos nós temos.
- E se houver um julgamento e ela não for absolvida?
- Não quero sequer considerar essa possibilidade - respondeu Ray terminantemente. - Então, que tal? Sempre contamos consigo , esta noite?
- Gosto muito de ir - afirmou Dorothy. - E concordo com a maior parte do que disse. Mas penso que tem de perguntar a si , próprio que parte deste súbito desejo
de uma vida mais normal é por Nancy e que parte se deve a outros motivos.
- Por exemplo?...
- Ray, eu estava aqui quando o secretário de estado de Massachusetts insistiu consigo em que entrasse na política, porque o Cape precisa de homens novos e do seu
calibre que o representem. Ou vi-o dizer-lhe que lhe daria todo o apoio possível. Mas, tal como tudo está agora, você sabe que não pode.
Dorothy saiu do gabinete sem lhe dar oportunidade de responder.
Ray sentou-se à sua secretária, deprimido e envergonhado.
Pensou nas várias ocasiões, durante os últimos meses, em que se irritara sem razão com Nancy. Como naquele dia em que ela lhe mostrara a aguarela que fizera da
casa. Ela devia estudar arte. Mesmo agora, os seus trabalhos eram suficientemente bons para poderem ser expostos localmente; ela, porém, receava chamar demasiado
a atenção sobre si. Está muito boa, observou ele. Agora em que armário é que a vais esconder? Nancy ficara tão ferida que ele tivera vontade de morder a língua.
E desculpara-se: Querida, não leves a mal. É só que me sinto tão orgulhoso de ti. Queria que soubessem do que és capaz.
Quantas destas explosões não haviam sido causadas pelo cansaço que sentia provocado pela constante constrição das suas actividades? Suspirou e começou a ler o correio.
às dez e um quarto, Dorothy abriu violentamente a porta. A sua compleição, habitualmente saudável, estava de um cinzento doentio. Ele saltou da cadeira para ir
ao seu encontro. Sacudindo a cabeça, porém, ela fechou a porta e estendeu-lhe o jornal.
Era o semanário Community News, de Cape Cod, aberto na segunda secção, que publicava sempre uma história de interesse humano. Ela deixou-lhe cair o jornal sobre
a secretária.
Olharam ambos, estupefactos, a fotografia em grande plano, que ele desconhecia, indiscutivelmente de Nancy, com o cabelo já escurecido e vestindo um fato saia e
casaco de tweed.
Na legenda sob a fotografia lia-se: Poderá este ser um feliz aniversário para Nancy Harmon? Outra fotografia representava Nancy a sair do tribunal durante o julgamento.
Uma terceira era um instantâneo de Nancy rodeando com os braços duas crianças.
A história começava: Algures, Nancy Harmon celebra hoje o seu trigésimo segundo aniversário, e o sétimo da morte das crianças que ela foi considerada culpada de
ter assassinado.

ERA uma questão de cronometrar o tempo.
Todo o universo existia devido a uma cronometragem de fracção de segundo. E, agora, a sua cronometragem seria perfeita. Retirou a station da garagem.
Embora, dado o dia enevoado, lhe tivesse sido difícil descortinar o que quer que fosse através do telescópio, podia garantir que ela estivera a vestir os casacos
às crianças.
Levou a mão à algibeira e tocou nas seringas - cheias, prontas a serem utilizadas, a produzir uma inconsciência instantânea.
Olhou por sobre o ombro.
A capa de oleado, suficientemente grande para cobrir duas crianças era do género que muitos homens do Cape traziam no automóvel durante a época da pesca, o mesmo
se passava com as canas que se viam através da janela traseira.
Casquinou uma risada excitada e seguiu com o automóvel em direcção à Estrada 6A. A mercearia de Wiggins ficava na intercepção desta via com a Estrada 6A. Sempre
que se encontrava no Cape, era lá que se abastecia.
Obviamente, trazia consigo a maior parte dos géneros de que necessitava, pois tornava-se demasiado arriscado sair muito. Havia sempre a possibilidade de encontrar
Nancy e de esta o reconhecer, apesar da alteração que introduzira na sua aparência.
Este facto quase se verificara quatro anos antes, num supermercado de Hyannis Pórt.
Estava a pegar num frasco de café e a mão dela ergueu-se ao lado da sua a fim de retirar um frasco da mesma prateleira, enquanto lhe ouvia a voz: Espera, Mike.
Quero tirar aqui uma coisa. Enquanto se mantinha imóvel, paralisado, ela roçara por ele e dissera: Oh, desculpe.
Não se atrevera a responder - limitara-se a permanecer imóvel - e ela afastara-se.
A partir de então, nunca mais se arriscara a um encontro.
Era-lhe necessário, no entanto, estabelecer uma rotina habitual em Adams Port, pois um dia poderia ser importante que as suas idas e vindas fossem consideradas
simples rotina.
Era esta a razão por que comprava sempre pão, leite e carne na mercearia de Wig gins, cerca das dez horas da manhã.
Nancy nunca saía de casa antes das onze.
E os Wiggins tinham começado a saudá-lo como um cliente de longa data.
Bem, estaria na mercearia dentro de poucos minutos, exactamente à tabela.
Quase no cruzamento com a Estrada 6A, afrouxou e preparou-se para parar.
Por uma sorte incrível, nenhum automóvel passava em qualquer dos sentidos.
Acelerou rapidamente, e a station percorreu velozmente a auto-estrada até chegar à estrada que passava pelas traseiras da casa dos Eldredges.
Faltavam nove minutos para as dez. Entrou na estrada de terra batida da propriedade do casal. O jornal, que publicava o artigo denunciando Nancy, seria entregue
dentro de alguns minutos.
Estacionou o automóvel a meio do bosque, saiu rapidamente e dirigiu-se até à zona onde as crianças brincavam.
Embora na sua maior parte as árvores estivessem desprovidas de folhas, as ramagens verdejantes eram em número suficiente para o ocultarem.
Ouviu as crianças no baloiço antes de as ver. A pequena gritava: Mais alto, Mike, empurra com mais força. Surgiu furtivamente por detrás do rapaz.
Naquele último segundo teve a visão rápida de uns olhos azuis estupefactos e de uma boca aberta de terror antes dele a cobrir com uma das mãos enquanto com a outra
enfiava a agulha da seringa através da luva de lã.
O pequeno tentou libertar-se, após o que caiu no chão. O baloiço, onde a pequenita ria, voltava para trás. Empurra, Mike, não pares de empurrar.
Ele agarrou o baloiço pela corrente e rodeou com o braço o corpinho que se agitava, sem compreender. Abafando cautelosamente o grito débil, mergulhou a outra agulha
através da luva vermelha.
Um instante depois a pequenita caía bruscamente contra ele. Enquanto pegava em ambas as crianças e corria para o automóvel, não notou que uma das luvas ficara presa
no baloiço.
às dez menos cinco os dois irmãos estavam ocultos sob a capa de oleado no banco da retaguarda da station.
Fez marcha atrás até à estrada pavimentada e soltou uma praga quando viu um pequeno Dodge vermelho que vinha na sua direcção. Afrouxou ligeiramente para o deixar
avançar e voltou a cara para o lado. Maldita sorte.
Quando passou pelo outro automóvel, teve a visão rápida, familiar, do perfil de um nariz pontudo e de um queixo magro, sob um chapéu mole.
Ficou a observar o Dodge através do espelho retrovisor até que este torneou a curva e desapareceu.
Com um grunhido de satisfação, ajustou o espelho de forma que este reflectisse a capa de oleado, aparentemente lançada ao acaso sobre os apetrechos de pesca. Satisfeito,
voltou a ajustar o espelho, sem olhar novamente para ele. Se o fizesse, teria visto que o automóvel que estivera a observar estava a voltar para trás.
às dez horas e quatro minutos entrava na mercearia de Wiggins: e saudava-o enquanto pegava num quarto de litro de leite.
***
CAPÍTULO 2.

NANCY desceu as escadas equilibrando com dificuldade uma braçada de toalhas, lençóis e roupa interior. Num impulso, decidira lavar a roupa e pô-la a secar ao ar
livre.
Adorava o cheiro fresco dos lençóis secos no exterior, onde se combinavam a essência suave da uva-dos-montes e o aroma salgado da maresia.
Na lavandaria, contígua à cozinha, lançou na máquina os lençóis e as toalhas, juntou o detergente e premiu o botão do respectivo programa. Chegara a altura de chamar
as crianças. à porta da frente, porém, deteve-se. O Community News, semanário de Cape Cod, acabava de chegar. Pegou nele e, sentindo o vento que a arrepiava, dirigiu-se
rapidamente à cozinha. Ligou o bico de gás sob a cafeteira de café ainda quente. Depois folheou o jornal até à segunda secção.
Terminada a estação, era provável que houvesse algumas antiguidades de valor a preços já não para turista. Os seus olhos detiveram-se no título sensacionalista,
nas fotografias: dela, de Carl e de Rob Legler, dela com Peter e Lisa.
Enquanto sentia um zumbido nos ouvidos, recordou vivamente o momento em Que tinham sido fotografados por Carl. Não prestem atenção a mim, dissera ele, façam de
conta que não estou aqui.
Mas eles sabiam que ele estava ali e tinham-se apertado de encontro a ela quando ele tirara a fotografia. Não... Não!, Nancy estendeu a mão, batendo na cafeteira,
que caiu.
Voltou a colocá-la na posição devida, mal sentindo nos dedos o líquido escaldante.
Tinha de queimar o jornal.
Era preciso que Michael e Missy o não vissem. Correu para a lareira na sala de jantar e procurou tremulamente os fósforos sobre a prateleira.
Uma chama, uma coluna de fumo - e o jornal, que enfiou entre os toros, começou a arder. Todos no Cape estariam a ler o jornal. Uma das fotografias seria certamente
reconhecida.
Ela não se recordava de alguém a ter visto depois de ter cortado e pintado o cabelo.
Amanhã, na aula de Michael, as crianças segredariam e apontá-lo-iam a dedo. As crianças.
Ela precisava de salvar as crianças. Não, de ir buscar as crianças. Elas podiam constipar-se. Precipitou-se para a porta das traseiras e abriu-a.
- Michael, Missy. Venham cá. Venham já para casa! - O seu chamamento subiu de tom, terminando num grito.
Onde estavam elas? O baloiço vazio ainda se movia, agitado pelo vento. Uma luva - uma luva de Missy - estava presa na corrente metálica. Depois lembrou-se do lago.
Embora não o devessem fazer, talvez tivessem ido para lá. Seriam encontradas.
Como as outras.
Na água.
Com os rostos molhados, inchados, imóveis. Agarrou na luva de Missy e abriu caminho, através do bosque nas traseiras da casa, até à praia arenosa. No lago, a alguma
distância, uma coisa brilhava debaixo de água. Seria vermelho... outra luva... a mão de Missy? Entrou na água gelada até esta lhe chegar aos ombros e procurou.
Mas não havia nada - apenas o frio entorpecente. Vacilando, recuou e caiu sobre a areia coberta de uma camada de gelo. Através da neblina que se lhe erguia diante
dos olhos, observou o bosque e viu a cara dele - a cara de quem? Depois a névoa cerrou-se.
Ray e Dorothy encontraram-na caída sobre a areia, as roupas coladas ao corpo, o olhar vítreo, apertando junto à cara uma pequena luva vermelha.
Quando tivera a ideia de escrever o seu livro, Jonathan Knowles convidara para um fim-de-semana Kevin Parks, investigador por conta própria e seu amigo de longa
data. Jonathan seleccionara dez julgamentos controversos de crimes e propusera a Kevin que reunisse num dossier transcrições das sessões do tribunal, recortes de
jornais, todo o material que pudesse encontrar.
Jonathan planeara estudar profundamente cada dossier e depois escrever as suas histórias quer concordando com as sentenças, quer discordando destas.
Já concluíra dois capítulos, o primeiro sobre o julgamento de Sam Sheppard, que, em sua opinião, baseada nas numerosas omissões do processo, estava inocente, e
o outro sobre o julgamento de Edgard Smith, cuja culpabilidade Jonathan sustentava.
Sentado à sua secretária, acabava de abrir o volumoso dossier intitulado O JULGAMENTO HARMON. Presa à capa com um clip, uma nota de Kevin: Jon, tenho o palpite
de que vais gostar de trabalhar neste. O advogado de defesa foi um anjinho nas mãos do acusador; até o marido dela cedeu ao ser interrogado e praticamente a acusou.
Se alguma vez localizarem a testemunha desaparecida e a julgarem outra vez, é melhor que ela arranje uma história mais consistente.
Jonathan recordava-se de que a simples leitura dos depoimentos por altura deste julgamento, seis ou sete anos atrás, deixara no seu espírito numerosas perguntas
sem resposta.
Começou a distribuir pela secretária os vários elementos de consulta, meticulosamente etiquetados. Havia fotografias de Nancy Harmon durante o julgamento.
Embora, segundo os jornais, ela tivesse vinte e cinco anos na altura dos crimes, parecia pouco mais velha do que uma adolescente. Os seus vestidos eram quase infantis,
talvez por sugestão do seu advogado. Desde que começara a planear o livro, curiosamente sentia que já vira algures aquela mulher.
E, subitamente, percebeu que ela parecia a mulher de Ray Eldredge quando mais nova e interrogou-se sobre se não haveria qualquer parentesco entre ambas.
Os seus olhos caíram sobre uma página dactilografada onde era descrita uma curta biografia de Nancy Harmon.
Nascida na Califórnia, educada em Ohio... o que provavelmente excluía a ideia de qualquer parentesco. A família de Nancy Eldredge fora vizinha de Dorothy Prentiss
na Virgínia. Dorothy Prentiss.
Experimentou um sentimento de prazer ao pensar nessa interessante mulher que trabalhava com Ray, com quem ele travara amizade depois de aquele lhe ter sugerido
uns investimentos seguros em propriedades e o ter interessado em algumas actividades da terra, e por cujo escritório passava frequentemente.
Jonathan compreendia que frequentava o escritório de Ray mais assiduamente do que o necessário. Dorothy tinha um humor penetrante, que ele apreciava.
Depois de o marido ter falecido, mudara-se para o Cape, onde tencionava abrir uma loja de decorações, mas começara a trabalhar com Ray.
Jonathan pensara muitas vezes em convidar Dorothy para jantar.
Não obstante, todos esses anos de coexistência com a feminilidade total de Emily não o haviam preparado para reagir, a nível pessoal, a uma mulher terrivelmente
independente.
De súbito, constatando que estava a distrair-se com demasiada facilidade nessa manhã, agarrou-se resolutamente ao dossier Harmon.
Decorreu uma hora e quinze minutos.
Nada quebrava o silêncio para além do tiquetaque do relógio e do resmungar ocasional de Jonathan, traduzindo descrença. Finalmente, o advogado foi até à cozinha,
a fim de preparar um café.
Havia qualquer factor oculto naquele julgamento que impedia uma ligação coerente dos factos.
Enquanto esperava pelo café, foi até à porta da frente e pegou no Community News de Cape Cod. De regresso à cozinha, deitou o café na chávena e começou a bebê-lo,
enquanto folheava o jornal.
Quando chegou à segunda secção, o seu olhar imobilizou-se na fotografia da mulher de Ray Eldredge.
Tristemente, viu-se obrigado a aceitar dois factos: Dorothy mentira-lhe ao dizer que conhecera Nancy em criança na Virgínia; e, reformado ou não, ele devia ter
sido suficientemente advogado para confiar nos seus próprios instintos.
Subconscientemente, sempre suspeitara de que Nancy Harmon e Nancy Eldredge eram a mesma pessoa.
Estava tanto frio. Havia na sua boca um travo a areia. Areia.
Sentia que Ray a apertava de encontro a ele.
- Nancy, que se passa? Onde estão as crianças?
Tentou erguer a mão, mas sentiu que esta lhe caía. Tentou falar, mas nenhuma palavra se lhe formava nos lábios. Ouviu Dorothy dizer:
- Pegue nela, Ray. Leve-a para casa. Temos de arranjar quem ajude a procurar as crianças.
As crianças. Tinham de as encontrar. Nancy tentou falar a Ray, mas as palavras não saíram. Ouviu-o perguntar:
- Mas que aconteceu, Dorothy? Que se passa com ela?
- Ray, temos de chamar a Polícia.
- A Polícia?! - Nancy sentiu resistência na voz dele.
- Claro, Ray. Depressa! Todos os momentos são preciosos. Não vê que, agora, não pode proteger Nancy? Toda a gente a vai conhecer através daquela fotografia.
A fotografia... Nancy sentiu que estava a ser transportada. Compreendeu, remotamente, que tremia. Mas não era sobre isso que tinha de pensar.
Era na fotografia que a representava com o fato saia e casaco de tweed que comprara depois de a condenação ser arquivada.
O Estado não a voltara a julgar. Carl morrera, e o estudante que testemunhara contra ela desaparecera, em consequência do que fora posta em liberdade.
Mas o acusador oficial declarara: Não pense que isto acabou.
Nem que tenha de gastar o resto da minha vida, hei-de descobrir forma de obter uma condenação.
Mais tarde, quando recebera autorização para deixar o estado, cortara o cabelo, pintara-o e fora às compras.
Comprara então aquele fato, diferente do género de roupas que Carl gostava que ela usasse e que ela detestava. Depois partira na última camioneta da noite para
Boston.
Aquela fotografia... fora tirada no terminal das camionetas, sem que ela o notasse. Pensara simplesmente em afastar-se e tentar recomeçar.
Quero morrer, pensou. Quero morrer.
Ray caminhou rapidamente, tentando protegê-la com o seu casaco. O vento fustigava-a através da roupa molhada. Ele não a podia proteger; nem mesmo ele a podia proteger.
Era tarde demais. Talvez tivesse sido sempre tarde demais.
Era como da outra vez, e descobririam Michael e Missy da mesma forma que haviam encontrado Peter e Lisa - os corpos inchados e as algas e os sacos de plástico a
cobrirem-lhes os rostos.
Eles têm de estar em casa. Dorothy abria a porta e dizia:
- Vou telefonar à Polícia, Ray.
Nancy sentiu-se recuar no tempo e perder a consciência.
Não... Não. Oh, que actividade. Todos corriam como formigas, pela casa e pelo pátio.
Humedeceu os lábios ansiosamente. Estavam tão secos, quando todo o seu corpo estava húmido. A transpiração escorria-lhe pelo pescoço e pelas costas.
Trouxera as crianças para o quarto onde montara o telescópio. Aí podia observá-las até acordarem.
Talvez desse um banho à pequenita, a esfregasse com pó de talco e a beijasse. Tinha todo o dia para passar com as crianças. A maré não estaria cheia antes das sete
horas.
Nessa altura, a noite teria caído, e ninguém veria nem ouviria.
Levaria dias até serem lançadas para a praia. Seria tal qual como da outra vez. Observou mais carros da Polícia subindo a estrada de terra batida até às traseiras
da casa de Nancy e sentiu-se maravilhosamente recompensado.
Perguntou a si mesmo se ela estaria a chorar.
Ela não chorara uma única vez durante o julgamento, até ao último momento, depois de o juiz a ter sentenciado à câmara de gás.
Os funcionários do tribunal tinham-na algemado, e o seu cabelo comprido tombara cobrindo-lhe o rosto manchado de lágrimas.
Lembrava-se da primeira vez que a vira atravessando as instalações da universidade.
Sentira-se imediatamente atraído por ela - pela forma como o vento lhe fazia ondular sobre os ombros o cabelo de um louro-avermelhado, pelos encantadores olhos
azuis.
Ouviu um soluço. Nancy? Evidentemente que não. Fora a pequenita. A filha de Nancy. Deixou o telescópio. A criança parecia-se extraordinariamente com a mãe.
Bem, já era altura de o efeito do narcótico começar a passar; estavam inconscientes há perto de uma hora.
A contragosto, afastou-se do telescópio e foi colocar as crianças nos extremos opostos do sofá de veludo que cheirava a mofo. A pequenita estava agora a chorar.
Ele sentou-a e abriu-lhe o fecho de correr do casaco. Ela recuou, fugindo dele.
- Então, então - murmurou em tom tranquilizador. - Está tudo bem.
Agora era o rapaz que se mexia, sentando-se vagarosamente.
- Quem é o senhor? - perguntou ele. Esfregou os olhos. - Onde é que estamos?
Uma criança que articulava as palavras, que falava correctamente. óptimo. Era mais fácil tratar com crianças bem-educadas. Não faziam cenas. Como os outros. Tinham
ajoelhado na mala do automóvel sem a menor dúvida quando ele lhes dissera que iam pregar uma partida à mãe. Agora falava com o rapazinho:
- É um jogo. Eu sou um velho amigo da tua mãe e ela quer brincar aos aniversários. Sabias que ela faz hoje anos?
O rapaz, Michael, objectou:
- Não gosto deste jogo. - Ergueu-se com insegurança e aproximou-se de Missy, que se agarrou a ele. - Agora vamos para casa.
- Larga a tua irmã - ordenou ao pequeno.
Afastou-a com uma sacudidela, após o que arrastou Michael até à janela.
- Sabes o que é um telescópio?
- Sei. É como o binóculo que o meu pai tem. Faz as coisas maiores.
- É isso mesmo. És muito esperto. Agora espreita por aqui. - O pequeno ajustou o olho ao telescópio. - Diz-me o que é que estás a ver.
- Estou a ver a minha casa.
- E o que é que lá vês?
- Muitos carros, carros da Polícia. Que aconteceu?
Ele olhou com satisfação para o rosto preocupado.
Um ruído fraco veio da janela.
Estava a começar a cair granizo.
- Sabes como é estar morto? - perguntou.
- Quer dizer ir para o céu - respondeu Michael.
- É isso mesmo. E esta manhã a tua mãe foi para o céu. É por isso que estão lá os carros da Polícia. O teu pai pediu-me para ficar com vocês algum tempo e disse
que tu devias cuidar da tua irmã.
Os lábios de Michael tremeram.
- Se a mãe foi para o céu, eu também quero ir.
Passando os dedos pelo cabelo de Michael, ele embalou Missy, que continuava a chorar.
- Hás-de ir - prometeu. - Ainda esta noite.
As primeiras notícias foram telegrafadas ao meio-dia. Os jornalistas da rádio preparavam-se para explorar a história e mandaram procurar nos arquivos recortes do
julgamento de Nancy Harmon. Editores de jornais fretaram aviões para enviar para Cape Cod os seus melhores repórteres criminais.
Um proeminente psiquiatra de Boston, o Dr. Lendon Miles, estava a gozar o início da sua hora de almoço. Mrs. Markley acabara de sair.
Após um ano de intenso tratamento, ela começava finalmente a conhecer-se melhor.
Satisfeito, Lendon ligou o rádio que tinha junto à secretária para ouvir o noticiário, que começava a ser transmitido.
A sombra de uma antiga dor perpassou-lhe pelo rosto. Nancy Harmon, a filha de Priscilla. Após catorze anos, revia ainda com nitidez Priscilla Kiernan: o corpo elegante,
o sorriso luminoso.
Começara a trabalhar para ele um ano depois da morte do marido. Tinha então trinta e oito anos, dois anos mais nova do que ele.
Quase imediatamente, começara a levá-la a jantar fora sempre que trabalhava até tarde, e em breve compreendera que, pela primeira vez na sua vida, a ideia de casamento
lhe parecera lógica e até mesmo essencial. Pouco a pouco, ela contara-lhe a sua vida. Casada, após o seu primeiro ano na universidade, com um piloto civil, tinha
uma filha. O casamento fora obviamente feliz.
Depois, num voo para a Índia, o marido contraíra uma pneumonia e morrera ao fim de poucos dias. Lendon nunca vira a filha de Priscilla, que fora estudar para S.
Francisco pouco depois de ela ir trabalhar para ele.
Em Novembro, Priscilla tirara uns dias de férias para visitar Nancy, e Lendon conduzira-a ao aeroporto.
- Sabe que vou sentir imenso a sua falta - dissera-lhe enquanto esperavam a chamada para o voo.
- Espero que sim - respondera ela de olhos nublados. - Sinto-me preocupada. Nancy mostra-se ultimamente tão abatida nas suas cartas.
- Talvez eu devesse ir consigo.
- Oh, não. Talvez eu esteja a exagerar ao preocupar-me tanto.
Insensivelmente, os dedos de ambos tinham-se apertado.
- Não se preocupe. Os filhos resolvem os seus próprios assuntos, e se houver algum problema, eu posso lá ir no fim-de-semana, se você quiser...
- Não queria maçá-lo...
Uma voz soou no altifalante: Voo 569 para S. Francisco... Embarque pela porta...
- Priscilla... não compreende que a amo?
- É bom ouvir isso. Penso que... sei... também o amo.
Fora o seu último momento juntos. Um começo - uma promessa de amor.
Ela telefonara-lhe na noite seguinte, dizendo-lhe que precisava de falar com ele. Encontrava-se nesse momento a jantar num restaurante com Nancy, mas voltaria a
ligar assim que regressasse ao hotel. Estaria ele em casa? Esperou toda a noite, mas a chamada não veio.
No dia seguinte soube do acidente. A direcção do automóvel que ela alugara falhara, o veículo despistara-se, voltara-se e caíra numa ravina. Provavelmente deveria
ter ido ter com Nancy. Porém, quando finalmente conseguiu saber do seu paradeiro, falou com Carl Harmon, o professor, que lhe disse que ele e Nancy tencionavam casar-se.
Pareceu-lhe perfeitamente competente e dominando a situação. Haviam contado à mãe de Nancy os seus planos durante o jantar.
Mrs. Kiernan, numa reacção natural, mostrara-se preocupada com a juventude de Nancy. Seria enterrada em S. Francisco, junto à sepultura do marido; as suas famílias,
de resto, havia gerações que residiam na Califórnia. Nancy estava a reagir bem.
Harmon era de opinião que deviam casar-se imediatamente, na intimidade. Lendon nada podia fazer.
Este Prof. Harmon parecia-lhe sério e correcto, e sem dúvida Priscilla ficara apenas preocupada com a ideia de Nancy dar um passo tão decisivo como o casamento,
tendo apenas dezoito anos.
Aceitara então uma oferta para leccionar na Universidade de Londres, razão por que estivera, durante vários anos, ausente do país e que explicava o facto de só
ter sabido do julgamento Harmon depois de este ter terminado.
Na Universidade de Londres, conhecera Allison, que também ensinava na faculdade e o sentimento de comparticipação que Priscilla lhe começara a desvendar tornara-lhe
impossível prosseguir a sua vida de solteiro. De vez em quando, interrogava-se sobre o desaparecimento de Nancy Harmon. Vivia na área de Boston havia dois anos,
e afinal esta encontrava-se apenas a hora e meia de distância.
Ouvindo o ruído do intercomunicador, ergueu o auscultador.
- Mrs. Milles ao telefone, doutor - anunciou a sua secretária.
A voz de Allison reflectia a preocupação que a dominava.
- Querido, por acaso ouviste a notícia acerca daquela Nancy Harmon?
- Sim, ouvi. - Ele contara a Allison tudo sobre Priscilla.
- Que é que vais fazer? - A pergunta dela robusteceu a decisão que ele Subconscientemente já tomara.
- Aquilo que devia ter feito há anos, tentar ajudá-la. Eu telefono-te assim que puder.
- Deus te abençoe, querido.
Lendon carregou no botão do intercomunicador e falou à sua secretária.
- Peça ao Dr. Marcus para atender os meus doentes desta tarde, se faz favor. Diga-lhe que é um assunto urgente. Sigo imediatamente para Cape Cod.
***
CAPÍTULO 3.

- Estamos a pesquisar o fundo do lago, Ray. Estamos a lançar apelos pela rádio e pela televisão, e constantemente nos chegam reforços de toda a parte para auxiliar
a busca. - O chefe Jed Coffin, da Polícia de Adams Port, tentava adoptar o tom entusiástico e optimista que normalmente usaria se duas crianças tivessem desaparecido.
Mas era difícil parecer tranquilizador e solícito.
Ray enganara-o - apresentara-o a sua mulher, que declarara ser originária da Virgínia, e fornecera-lhe vários dados e informações, nenhum dos quais verdadeiro.
E o chefe nada adivinhara nem de nada suspeitara. Para o chefe Coffin, o que acontecera era óbvio.
Aquela mulher lera o artigo no jornal, compreendera que a sua identidade se tornaria conhecida e ficara doida de tão furiosa. Fizera àquelas crianças o mesmo que
às outras.
Estudando astuciosamente Ray, percebia que as deduções deste não se afastavam muito das dele.
- O Dr. Smathers ainda está lá em cima com ela?
- Está... Oh, meu Deus! - Ray sentou-se à mesa da sala de jantar e enterrou o rosto entre as mãos.
Teria ele despontado algo em Nancy ao pedir-lhe que festejasse o seu aniversário? E depois, aquele artigo... Teria...?, Não!, Ergueu a cabeça e olhou à sua volta,
afastando a vista do polícia que permanecia de pé junto à porta das traseiras.
- Que é? - perguntou o chefe Coffin.
- Nancy é incapaz de fazer mal às crianças.
Seja o que for que tenha acontecido, não foi isso.
- A sua mulher, estando em si, não lhes faria mal, mas já vi mulheres que perdem o controle, e então não há nada a fazer...
Ray ergueu-se. O seu olhar passou pelo chefe, ignorando-o.
- Preciso de ajuda - disse. - De verdadeira ajuda.
A sala estava num caos.
A Polícia fizera uma busca rápida pela casa, e um fotógrafo da Polícia tirava fotografias da cozinha, onde a cafeteira caíra, derramando o café pelo chão. O telefone
tocava incessantemente. O polícia que atendia o telefone aproximou-se da mesa.
- As agências noticiosas já sabem do caso. Daqui a uma hora temos aí uma multidão de repórteres.
As agências noticiosas.
Ray recordou aquele olhar perseguido que tanto tempo levara a abandonar o rosto de Nancy.
Lembrou-se da fotografia no jornal dessa manhã, com a mão erguida, como se tentasse defender-se de um golpe. Afastou o chefe Coffin e subiu apressadamente a escada
até ao seu quarto. O médico estava sentado ao lado de Nancy, segurando-lhe as mãos.
Ela tinha os olhos fechados. Dorothy ajudara Ray a despir-lhe a roupa molhada e vestira-lhe um roupão amarelo, macio.
Ray curvou-se sobre ela.
- Querida, por favor, tens de ajudar os pequenos. Precisamos de os descobrir. Tenta, Nancy, por favor!
- Ray, se fosse a si, não faria isso. - O rosto sensível do Dr. Smathers era vincadamente enrugado. - Ela teve um choque terrível. O seu espírito está a lutar para
poder enfrentar a situação. Dei -lhe uma injecção para a libertar da ansiedade.
- Mas nós precisamos de saber o que aconteceu - objectou Ray veementemente.
- Talvez ela tenha visto alguém a levar os pequenos. Nancy, vou-te ajudar a sentar, querida. Tu podes. Vamos, faz um esforço.
Ela sentia-se tão pesada e tão vaga: fora assim que se sentira durante muito tempo - a partir da noite em que a mãe falecera... ou talvez até antes.
Lembrava-se das muitas noites em que as suas pestanas pareciam coladas, de tão exausta. Carl fora tão paciente com ela. Mas não queria agora pensar nisso - não
queria pensar em Carl, nem em Rob Legler, o atraente estudante que parecia gostar dela. As crianças ficavam tão contentes, tão felizes, quando ele lá estava. Ela
considerava-o um verdadeiro amigo.
Ray estava a erguê-la.
- Assim mesmo. Assim é que é, Nancy. Doutor, acha que uma chávena de café?...
O médico fez um sinal de assentimento.
- Vou pedir a Dorothy que o faça. Café. Ela estava a fazer café quando vira aquela fotografia no jornal.
Nancy abriu os olhos.
- Ray - balbuciou. - Eles vão saber. Toda a gente vai saber. - Mas havia ainda outra coisa. - As crianças. - Ela apertou-lhe o braço. - Ray, encontra-as!
- Calma, querida. É para isso que precisamos da tua ajuda, para que nos contes. O mais insignificante pormenor. Precisamos que concentres as tuas ideias por alguns
minutos.
Dorothy surgiu, trazendo uma chávena de café fumegante.
- Fiz café instantâneo. Como está ela?
- Está a voltar a si.
- O chefe Coffin está ansioso por começar a interrogá-la.
- Ray! - Presa de pânico, Nancy apertou fortemente o braço de Ray.
- Querida, nós temos de encontrar os pequenos. Não faz mal...
Ela engoliu o café.
Ainda se conseguisse pensar... se afastasse aquela terrível sonolência.
Os lábios pareciam-lhe de borracha, mas tinha de falar. Queria ir para baixo, fazer com que eles encontrassem os pequenos. Ergueu-se com dificuldade. Com um esforço
supremo, avançou até à porta. O braço de Ray em torno da sua cintura amparava-a. Nem sentia os pés.
Começaram a descer as escadas. O chefe Coffin encontrava-se na sala de jantar. Sentia a sua hostilidade. Era como da outra vez.
- Como se sente, Mrs. Eldredge?
Era uma pergunta formal, desinteressada.
- Estou bem.
- Nós estamos a procurar os seus filhos. Tenho toda a esperança de que os encontremos rapidamente. Mas a senhora tem de nos ajudar. Quando foi que os viu pela última
vez?
- Uns minutos antes das dez. Pu-los lá fora para brincarem e subi as escadas para ir fazer as camas.
- Quanto tempo esteve lá em cima?
- Dez minutos, não mais de quinze.
- Depois, o que é que fez?
- Vim para baixo e liguei a máquina de lavar roupa. Depois vi o rapaz a deixar o jornal e fui buscá-lo.
- E viu o artigo a seu respeito.
Nancy olhou fixamente em frente e assentiu com a cabeça.
- Como reagiu ao ver esse artigo?
- Penso que comecei a gritar... não sei.
- Que aconteceu à cafeteira?
- Fi-la cair. Foi sem querer. Sentia um vulcão dentro de mim. Soube que toda a gente iria dizer que eu tinha morto os pequenos. E o Michael não deve nunca ouvir
falar nisso. Deitei o jornal na lareira. Ele começou a arder. Depois saí para chamar os pequenos.
- Viu-os?
- Não. Comecei a chamá-los. Corri para o lago.
- Mrs. Eldredge, isto é muito importante: porque é que foi para o lago? O seu marido diz-me que as crianças nunca tinham desobedecido às ordens de não irem para
lá.
- Porque Peter e Lisa foram afogados. Porque eu tinha de encontrar o Michael e a Missy. A luva de Missy estava presa ao baloiço. Ela está sempre a perder luvas.
Corri para o lago. Tinha de encontrar os pequenos. Vai ser como da outra vez... - A sua voz desfaleceu.
O chefe Coffin endireitou-se. O seu tom tornara-se formal.
- Mrs. Eldredge - disse -, é meu dever informá-la de que tem direito a consultar um advogado antes de responder a quaisquer perguntas subsequentes, e que o que
quer que diga poderá ser usado contra si.
Sem esperar pela resposta dela, levantou-se e saiu pela porta das traseiras, sentindo minúsculas partículas de granizo a fustigarem-lhe o rosto.
Entrou no automóvel e ordenou ao motorista:
- Para o lago.
Maushop era um dos mais extensos e mais profundos lagos do Cape.
Na margem apinhavam-se observadores, que olhavam silenciosamente a área demarcada por um cordão, reservada aos mergulhadores e respectivos aparelhos e à Polícia.
O chefe Coffin foi direito a Pete Regan, o tenente que dirigia a operação. O eloquente encolher de ombros de Pete respondeu à pergunta que não chegou a ser formulada.
Curvando os ombros no interior do sobretudo, o chefe bateu com os pés, enquanto o granizo se lhe derretia nos sapatos. Homens que arriscavam a vida por causa de
Nancy Eldredge. Só Deus sabia onde essas pobres crianças seriam encontradas. Esta situação apenas demonstrava as contingências da jurisprudência... um pormenor técnico
e uma assassina condenada sai em liberdade, só porque um advogado esperto convence um par de juizes complacentes a declarar sem efeito o julgamento.
- Pete, quanto tempo vão aqueles tipos continuar a mergulhar?
- Já lá estiveram duas vezes. Vão tentar mais uma vez e depois descansam. - Apontou para o equipamento de televisão. - Parece que vamos estar hoje nos títulos dos
jornais. É melhor preparar uma declaração.
Com dedos entorpecidos, o chefe procurou na algibeira.
- Já escrevinhei uma. - E leu rapidamente: - Estamos a fazer um esforço em massa para encontrar os pequenos Eldredge. Todos os quarteirões da vizinhança, bem como
as zonas arborizadas próximas, estão a ser batidos por voluntários. Alguns helicópteros fazem um reconhecimento aéreo. A pesquisa no lago Maushop, de vido à proximidade
da casa dos Eldredges, deve ser considerada um prolongamento normal da investigação.
Alguns minutos mais tarde, depois de ter feito aquela declaração aos repórteres em número crescente, um deles perguntou:
- É verdade que Nancy Eldredge foi encontrada histérica e ensopada, na zona do lago Maushop, depois de os seus filhos desaparecerem?
- É verdade.
A seguir, as perguntas vieram, abundantes e rápidas.
- Mrs. Eldredge já tinha conhecimento do artigo que saiu hoje no Community News a seu respeito?
- Penso que sim.
- Qual foi a reacção dela a esse artigo?
- Não sei dizer.
- O senhor já tinha conhecimento da identidade dela?
- Não, não tinha. - O chefe falou por entre dentes. - Nada mais.
Antes que pudesse afastar-se, um repórter do Heradd de Boston bloqueou-lhe o caminho e perguntou em voz alta:
- Não é verdade que nos últimos seis anos se têm verificado vários casos, que não foram solucionados, de mortes de crianças, tanto no Cape como na região vizinha?
- É verdade.
- Chefe Coffin, há quanto tempo vive Nancy Harmon no Cape?
- Há seis anos, creio eu.
- Obrigado, chefe.
APÓS o choque decorrente do conhecimento abrupto de que a mulher de Ray Eldredge era a notória Nancy Harmon, Jonathan Knowles instalara-se à sua secretária e começara
a estudar o caso Harmon, tal como planeara.
Começou pelo artigo publicado no jornal do Cape.
Com pormenores implacáveis, reconstituía o passado de Nancy Harmon como jovem mulher de um professor universitário... duas crianças... uma casa nas instalações
da faculdade.
Uma situação ideal até ao dia em que o professor mandara ir a sua casa um estudante bem parecido, a fim de reparar o queimador de óleo.
O artigo continha passagens dos depoimentos no julgamento.
O estudante Rob Legler contara como conhecera Nancy.
- Quando o Prof. Harmon recebeu o telefonema da mulher sobre o queimador de óleo, eu estava no seu gabinete. Como não há nenhuma reparação mecânica que eu não faça,
ofereci-me para lá ir. Embora ele não quisesse que eu fosse lá a casa, acabou por ceder, porque não conseguiu falar com o serviço de reparações.
- Ele deu-lhe algumas instruções específicas a respeito da sua família? - perguntara o procurador distrital.
- Deu. Disse-me que a mulher não se encontrava bem e que eu não a devia maçar; se precisasse de alguma coisa, devia telefonar-lhe.
- Seguiu as instruções do professor?
- Teria seguido, mas não pude evitar o facto de a mulher dele ter andado sempre atrás de mim, como se fosse um cão.
- Protesto! - Mas o advogado de defesa viera demasiado tarde.
O facto fora apontado.
Depois, o estudante foi interrogado sobre se tivera algum contacto físico com Mrs. Harmon.
- Tive. - A resposta fora directa.
- Como aconteceu isso?
- Bem, alguns dias depois voltei lá, a levar uma peça nova. E quando lhe estava a mostrar o interruptor de emergência...
.- O Prof. Harmon não lhe tinha dito para não incomodar Mrs. Harmon?
- Ela insistiu em saber como funcionava. Disse que precisava de saber como tratar das coisas na sua casa. Estava inclinada sobre mim para experimentar o interruptor
e eu pensei: Porque não? Por isso tentei uma aproximação.
- Que foi que Mrs. Harmon fez?!
- Gostou. Tenho a certeza.
- Pode fazer o favor de explicar exactamente o que aconteceu?
- Eu voltei-a e beijei-a e depois de um momento ela afastou-se, mas com relutância. Eu disse qualquer coisa sobre ter sido muito bom.
- Que foi que Mrs. Harmon disse?
- Limitou-se a olhar para mim e disse, quase como se não estivesse a falar comigo: Tenho de me ir embora. Eu pensei então que não devia arranjar problemas. Quer
dizer, não queria fazer nada que me levasse a correr o risco de ser expulso da faculdade e a acabar por ser recrutado. Por isso disse: Oiça, Nancy, podemos arranjar
as coisas de maneira a encontrarmo-nos sem que ninguém saiba. Você não pode sair daqui, tem as crianças.
- Como foi que Mrs. Harmon respondeu a essa pergunta?
- Bem, é curioso. Exactamente nesse momento, O pequeno Peter, desceu as escadas. Era mesmo um miúdo sossegado, nem abria o bico. Ela pareceu fora de si e disse:
Mas as crianças vão ficar sufocadas.
- Mr. Legler, isto é crucial. Tem a certeza de estar a repetir a frase exacta proferida por Mrs. Harmon?
- Tenho, sim. Mas é claro que não se acredita que alguém que diz uma coisa destas está a falar a sério.
- Em que data fez Nancy Harmon esta afirmação?
- Foi no dia 1 de Novembro. Lembro-me porque, quando voltei à faculdade, O prof. Harmon insistiu em dar-me um cheque por ter consertado o queimador.
- Dia 1 de Novembro... e quatro dias depois os pequenos Harmon desapareceram do automóvel da sua mãe e acabaram por dar à costa numa praia da baía de S. Francisco,
com sacos de plástico enfiados na cabeça... na realidade, sufocados.
O advogado de defesa tentara reduzir o impacto da história.
- Continuou a beijar Mrs. Harmon?
- Não, ela subiu a escada com os pequenos.
- Então, só temos o seu testemunho de que ela gostou do beijo que lhe deu à força.
- Oh, pode ter a certeza de que eu sei quando uma miúda é receptiva.
Seguidamente, Jonathan leu o depoimento de Nancy.
- Sim, ele beijou-me. Sim, penso que sabia o que ele ia fazer e que o deixei.
- Lembra-se também de ter declarado que os seus filhos iam ficar sufocados?
- Sim, lembro-me.
- Que queria dizer com isso? - Segundo o artigo, Nancy olhara para além do seu advogado, contemplara sem ver os rostos das pessoas presentes no tribunal e dissera
numa voz sonhadora: Não sei.
Jonathan sacudiu a cabeça.
Nunca devia ter sido permitido que aquela mulher depusesse. Ela apenas prejudicara o seu próprio caso. Que se teria passado com ela?, perguntou-se. Era como se
não quisesse ser absolvida.
Depois de ter acabado de ler o artigo, Jonathan dirigiu a sua atenção para o volumoso processo que Kevin lhe enviara. Leu-o rapidamente, reunindo e assimilando
as informações, sublinhando os factos irrefutáveis a que desejava regressar mais tarde.
A campainha da porta soou; Jonathan ergueu-se da cadeira, surpreendido de ter as articulações rígidas por ter estado sentado. Para seu espanto, o visitante era
um polícia.
O jovem agente aceitou o convite para entrar, após o que disse:
- Desculpe vir maçá-lo, mas estamos a investigar o desaparecimento dos pequenos Eldredge. - A seguir, enquanto Jonathan o fitava, puxou de um livro de apontamentos,
percorreu com o olhar a casa bem ordenada e começou a fazer perguntas: - Vive aqui só, não é verdade? - Sem responder, Jonathan dirigiu-se para a maciça porta de
entrada, que abriu.
Observou então os automóveis desconhecidos que desciam a rua e os homens de rosto sombrio e de gabardina que enxameavam pela vizinhança.
- Beba isto, Nancy. Vai fazer-lhe bem. Precisa de toda a sua força. - A voz de Dorothy era persuasiva. Nancy sacudiu a cabeça.
Dorothy pousou a chávena sobre a mesa, esperando que o aroma da sopa de legumes frescos bem temperada a tentasse.
- Fi-la ontem - assedou Nancy numa voz sem entoação - para o almoço dos pequenos. Eles devem estar com fome.
Ray estava sentado a seu lado, com o braço protectoramente pousado sobre as costas da cadeira dela.
- Não te tortures, querida - disse em voz calma.

Depois de prestar a sua declaração aos órgãos de informação, o chefe Coffin regressara à casa dos Eldredges, tendo entrado exactamente a tempo de ouvir as palavras
de Nancy.
O seu olhar experimentado captou a fixidez do olhar dela, a rigidez de mau presságio das suas mãos e do seu corpo.
Teriam muita sorte se ela fosse capaz de dizer sequer como se chamava dentro de pouco tempo.
- Ray, posso falar-lhe em particular? - perguntou bruscamente.
Por um instante, Ray colou o rosto ao de Nancy.
- Fica sossegada, querida. Eu volto já.
Embora relutantemente, Jed Coffin não pôde deixar de sentir admiração pelo jovem alto que o seguiu até à sala de jantar.
Havia uma autoconfiança corajosa em Ray, mesmo naquelas circunstâncias.
Procurando retomar a sua posição de autoridade, Jed olhou vagarosamente à sua volta. As tábuas do soalho de carvalho brilhavam ligeiramente sob os tapetes arredondados.
As paredes estavam cobertas com quadros de cenas familiares.
O quadro grande, sobre a lareira, representava o jardim, decorado com pedras, de Nancy Eldredge.
Uma pintura junto do sofá captara o sabor de retorno a casa em Sesuit Harbor ao pôr do Sol, com os barcos à vela de regresso.
A aguarela da uva-dos-montes tinha por fundo o perfil da velha Mansão Hunt - A Vigia.
Jed notara ocasionalmente que Nancy Eldredge pintava alguns pontos da cidade, mas nunca imaginara sequer que ela tivesse talento.
- Que deseja, chefe? - A voz de Ray era fria.
- Quem é o advogado da sua mulher? - perguntou bruscamente Jed.
A resposta traiu uma incerteza hesitante.
Tal como Jed calculara, Ray tentava ainda pretender que sua mulher era como qualquer outra mãe preocupada com o desaparecimento dos filhos.
- Não contactámos nenhum advogado - respondeu ele em tom vencido. - Eu esperava que talvez, com tanta gente a procurar...
- A maior parte das buscas vai ser em breve suspensa - declarou Jed. - Com este tempo, não se vê nada. Mas eu tenho de levar comigo a sua mulher para a interrogar.
E se você não arranjou ainda um advogado, eu faço com que o tribunal nomeie um.
- Não pode fazer isso! - replicou Ray, que em seguida fez um esforço declarado para se dominar. - Quero dizer, isso vai dar cabo dela. Durante anos ela teve pesadelos:
encontrava-se numa esquadra da Polícia a ser interrogada, e depois levavam-na à morgue para identificar os filhos. Meu Deus, mesmo agora ela está em estado de choque,
homem! Está a tentar conseguir que ela não seja capaz de nos dizer nada?
- Ray, a minha missão é encontrar os seus filhos.
- Sim, mas não viu o que aquele maldito artigo já lhe fez? E que sabe desse artigo? Qualquer pessoa suficientemente vil para inventar aquela história pode ter sido
capaz de raptar os pequenos.
- Estamos a investigar isso. Aquela secção é sempre assinada com o pseudónimo de um redactor, mas os artigos são na realidade colaborações que, quando aceites,
implicam um pagamento de vinte e cinco dólares.
- Bem, então quem é o autor?
- Bem, foi isso que tentámos averiguar - respondeu Jed, irado. - Segundo a carta que acompanhava a história, esta era oferecida apenas na condição de não sofrer
qualquer alteração e de ser publicada a 17 de Novembro, hoje. O editor disse-me que concordara com as condições e que enviara uma carta de aceitação e um cheque
de vinte e cinco dólares, no dia 8 de Outubro, para J. R. Penrose, ao cuidado da Posta-Restante, Hyannis Port. Dois dias depois a carta foi levantada.
- Por um homem ou uma mulher? - perguntou Ray.
- Não sabemos. Nenhum empregado se lembra da carta, e até agora o cheque não foi descontado no banco.
Ray contemplou a lareira. O seu olhar caiu sobre as reproduções de Michael e Missy quando bebés, pintados por Nancy, colocadas na prateleira do fogão de sala.
Sentiu apertar-se-lhe a garganta.
- Ray - advertiu Jed calmamente. - Nancy tem de se ir vestir para vir connosco até à nossa sede.
- Não... não... por favor.
O chefe e Ray voltaram-se e viram Nancy à entrada da sala, apoiada à arcada de carvalho entalhado.
O seu olhar tinha uma expressão de quase alheamento.
- Ela quis vir... - disse Dorothy, que se encontrava atrás de lá.
Ray estreitou Nancy de encontro a si.
- Não faz mal, Dorothy - atalhou rapidamente. Depois, a sua voz tornou-se terna. - Querida, descontrai-te. Ninguém te vai fazer mal.
Dorothy sentiu, no tom dele, que o seu papel de momento terminara.
Sentiu-se inútil.
- Ray - proferiu, tensa.
- É ridículo incomodá-lo com isto, mas acabam de telefonar do escritório a lembrar-me que Mr. Kragopoulos vem ver a Mansão Hunt às duas horas. Quer que arranje
outra pessoa para o acompanhar lá?
- É-me completamente indiferente - respondeu Ray. Porém, acrescentou imediatamente: - Desculpe, Dorothy. Agradecia-lhe que fosse mostrar a casa; conhece A Vigia
e pode vendê-la se a oferta tiver mesmo interesse.
- Não avisei Mr. Parrish de que podíamos levar lá gente hoje.
- O contrato de aluguer dele especifica claramente que podemos mostrar a casa a qualquer momento. Faça um telefonema a avisá-lo de que vai lá.
Relutantemente, ela voltou-se para sair. Preferia ficar a partilhar da ansiedade deles.
Desde esse primeiro dia em que entrara no escritório de Ray, este fora para ela um cabo de salvação. Depois de vinte e cinco anos a planear toda a sua actividade
com Kenneth, ficara desenraizada e assustada.
Porém, trabalhar com Ray, ajudá-lo a montar o seu negócio, preenchera muito desse vazio. Não poderia tê-lo em melhor conta se fosse o seu próprio filho. E, quando
Nancy aparecera, sentira-se extremamente orgulhosa por ter merecido a sua confiança. Agora, porém, sentia-se como uma espectadora desnecessária. Em silêncio, pegou
no casaco e no cachecol e saiu. Enquanto se dirigia rapidamente para o automóvel, viu o baloiço no extremo da propriedade.
Quantas vezes empurrara as crianças naquele baloiço? Ainda ontem se oferecera para tomar conta de Missy e ir buscar Michael ao jardim-escola. Enquanto Nancy ia
procurar tecido para uns cortinados.
- Seja como for, tenho de ir ao tribunal ver uns títulos de propriedade - dissera - e à volta levo-os a tomar um gelado.
Isto fora vinte e quatro horas antes.
Olhou para o baloiço, indiferente ao granizo que lhe picava a cara...
- Dorothy!
Admirada, ergueu os olhos.
Jonathan devia ter vindo de sua casa através do bosque.
- Soube há pouco das crianças - disse ele. - Tenho de falar com o Ray. Talvez o possa ajudar.
- Ele vai apreciar a sua intenção - observou Dorothy com insegurança. A preocupação que a voz dele reflectia era estranhamente reconfortante. - Eles estão lá dentro.
- Li o artigo no jornal.
Tardiamente, Dorothy reconheceu uma frieza na voz de Jonathan que a fez recordar-se de que lhe mentira quando lhe dissera que conhecera Nancy na Virgínia.
Com ar fatigado, entrou no carro.
- Tenho um encontro - explicou.
E, sem lhe dar tempo a responder, ligou o motor. Só quando ficou com a visão enevoada compreendeu que tinha lágrimas nos olhos.
***
CAPÍTULO 4.

O ruído dos helicópteros era agradável. Recordava-lhe a última vez, quando toda a gente, num raio de quilómetros em torno da faculdade, se dispersara à procura
dos pequenos.
Olhou pela janela da frente, sobranceira à baía. A água cinzenta estava coberta de gelo perto do cais. Na rádio tinham falado da hipótese de vendavais e de granizo.
E desta vez o meteorologista acertara. Observou um bando de gaivotas que tentava em vão avançar contra o vento. Os helicópteros não poderiam prolongar o reconhecimento.
A praia-mar seria às sete horas. Levaria então as crianças, através do sótão, até ao passeio da viúva no telhado.
Com maré alta, a água cobria a praia lá em baixo, batia furiosamente contra a muralha e recuava até ao mar, no violento movimento de refluxo. Seria esse o momento
de atirar as crianças... sobre o mar... para o fundo. Entretanto, dispunha de cinco horas para estar com elas.
Mesmo o rapaz, agora que o observava, era uma linda criança. Mas era a pequenita que o atraía. Parecia-se tanto com Nancy. Voltou-se abruptamente da janela. As
duas crianças continuavam deitadas sobre o sofá.
O sedativo que lhes pusera no leite adormecera-as. O rapaz, cujo braço rodeava protectoramente a irmã, nem sequer se moveu quando ele pegou na pequenita. Cuidadosamente,
levou-a para o quarto e deitou-a.
A seguir foi à casa de banho e abriu as torneiras da banheira, que encheu, experimentando a temperatura da água com o cotovelo. Um pouco quente, mas estaria boa
dentro de minutos.
Abriu o armário dos remédios, de onde retirou a lata de pó de talco que nessa manhã roubara na loja dos Wiggins e enfiara na algibeira do casaco. Quando se preparava
para fechar a porta, notou o pequeno e usado patinho de borracha, por detrás do creme de barbear. Rindo suavemente, pensando no motivo por que fora usado da última
vez, lançou o pato para a banheira.
Agarrando a lata de pó, voltou apressadamente ao quarto. Com facilidade tirou a Missy a camisola de lã, justa ao pescoço, bem no parapeito de observação em torno
da chaminé, no telhado das casas do litoral da região, usado pelas mulheres dos marinheiros ausentes em viagem como a camisola interior. Três anos. Uma idade linda.
Pegou nela, agarrando contra si o corpinho flexível.
O telefone tocou. Enraivecido, apertou a criança mais de encontro a si. Que tocasse o telefone! Nunca, mas nunca, recebia chamadas. Porquê agora? Os olhos apertaram-se-lhe.
E se fosse alguém a pedir-lhe para participar na busca? Poderia parecer suspeito não atender.
Lançou Missy para cima da cama e fechou a porta do quarto antes de pegar no telefone na sala de estar.
- Mr. Parrish? Fala Dorothy Prentiss, da Eldredge Realty. Desculpe avisá-lo tão em cima da hora, mas daqui a vinte minutos vou levar aí um possível comprador da
casa. O senhor está aí ou uso a minha chave para entrar?
DURANTE todo o percurso, desde Boston, Lendon Miles conservara o rádio sintonizado para uma estação noticiosa; a maior parte das notícias referia-se às crianças
desaparecidas.
Quando, finalmente, virou para Paddock Path, não teve dificuldade em encontrar a casa dos Eldredges.
A meio caminho da estrada, um carro da televisão e vários carros da imprensa encontravam-se estacionados junto a uma casa onde se viam também dois carros da Polícia.
O acesso ao caminho semicircular que conduzia à casa era bloqueado por um destes veículos.
Lendon parou e um polícia aproximou-se.
- Diga o que pretende, faz favor - disse em tom brusco.
Antecipando-se à pergunta, Lendon estendeu-lhe o seu cartão, em que escrevera uma nota.
- Agradeço-lhe que o leve a Mrs. Eldredge.
- Faz favor de esperar um momento, doutor... - O agente voltou pouco depois. - Vou retirar o carro da frente. Pode estacionar no caminho e entrar em casa.
Lendon passou por entre um grupo de repórteres e entrou.
Nancy Eldredge encontrava-se de pé, junto da lareira da sala de estar, com um jovem alto, indubitavelmente o marido.
Lendon reconhecê-la-ia em qualquer parte: o nariz finamente cinzelado, o perfil tão parecido com o de Priscilla.
Ignorando o aspecto hostil de um polícia e o exame minucioso do homem de rosto enrugado que se encontrava junto à janela, foi direito a ela.
- Eu devia ter vindo antes - disse.
Os olhos da jovem tinham uma grande fixidez.
- Pensei que viesse da última vez - disse-lhe ela -, quando a mãe morreu. Tinha a certeza de que vinha. E não veio.
O olhar experiente de Lendon mediu os sintomas de choque: as pupilas dilatadas, o tom monótono da voz.
- Pensei que estivesse ressentida comigo - disse. - Eu devia ter tentado ajudá-la.
- Ajude-me agora!
- Vou tentar, Nancy, prometo. - E pegou nas mãos frias dela.
Ela vacilou, e o marido ajudou-a a sentar-se no sofá.
Lendon observou-a enquanto um arrepio lhe fazia tremer todo o corpo.
Ray embrulhou-a num cobertor.
- Estás tão fria, querida - disse.
Durante um instante segurou-lhe o rosto entre as mãos.
Lágrimas corriam-lhe sob as pálpebras fechadas.
O homem de rosto enrugado falou para Ray Eldredge:
- Tenho a sua autorização para representar Nancy como seu advogado? Garanto-lhe que tenho as qualificações necessárias.
- Advogado - murmurou Nancy.
Ainda podia ver a cara do advogado, da outra vez, que lhe repetia constantemente: Tem de me contar a verdade. Tem de confiar em mim. Nem ele acreditava nela. Mas
Jonathan Knowles era diferente. Gostava da sua estatura e da forma cortês como sempre lhe falava.
- Por favor - pediu a Ray.
Ray assentiu com a cabeça.
- Ficamos-lhe muito gratos, Jonathan.
Jonathan voltou-se para Lendon.
- Doutor, posso conhecer a sua opinião, como médico, sobre se é ou não aconselhável que Mrs. Eldredge seja conduzida à Polícia para ser interrogada?
- É altamente desaconselhável - respondeu Lendon prontamente. - Recomendo insistentemente que qualquer interrogatório seja feito aqui.
- Mas eu não me lembro de nada - objectou Nancy em voz cansada. Depois ergueu os olhos para Lendon: - Pode ajudar-me a recordar? Há alguma forma?
- Que quer dizer? - perguntou Lendon.
- Quero dizer se não há qualquer coisa que me possa dar, de forma que... se eu sei, ou se vi... Mesmo se existe uma parte horrível de mim mesma que possa fazer
mal às crianças... Temos de saber isso também.
- Nancy, eu não consinto que... - mas Ray calou-se quando viu a angústia no rosto dela.
- É possível ajudar Nancy a lembrar-se do que aconteceu esta manhã, doutor? - perguntou Jonathan.
- Talvez. Ela está provavelmente a sofrer de uma amnésia histérica como resultado daquilo que foi, para ela, uma experiência catastrófica. Com uma injecção de Amytal,
ficará descontraída e provavelmente capaz de nos dizer a verdade tal como a conhece.
- Respostas dadas sob a acção de um sedativo não seriam admissíveis em tribunal - cortou bruscamente Jed. - Não posso deixá-los interrogar Mrs. Eldredge nesse estado.
O tinir do telefone teve o efeito de um tiro de pistola.
Todos esperaram em silêncio até que o polícia de serviço ao telefone entrou na sala.
- Uma chamada de fora para o chefe - disse.
- É a tal chamada que eu tenho estado a tentar - disse-lhes Jed. - Mr. Knowles, importa-se de vir comigo? Você também Ray.
Lendon Miles observou o alívio desaparecer do rosto de Nancy.
- De cada vez que o telefone toca, penso que é alguém a dizer que encontrou os pequenos.
- Calma - recomendou Lendon.
- Nancy, diga-me quando foi que começou a ter dificuldade em recordar.
- Quando Peter e Lisa morreram, mesmo antes disso. É difícil lembrar-me dos anos em que estive casada com Carl.
- Isso pode ser por associar esses anos com as crianças e ser demasiado penoso recordá-las.
- Mas durante esse tempo eu andava tão cansada. Tudo quanto fazia representava um esforço enorme. E, depois de as crianças desaparecerem, eu não me conseguia lembrar...
Como agora. - A voz dela começara a subir de tom.
Ray regressou à sala.
A sua voz reflectia um enorme cansaço.
- Doutor, importa-se de falar com Jonathan por momentos?
- Com certeza. - Lendon dirigiu-se rapidamente à sala de jantar.
O chefe Coffin continuava ao telefone, gritando ordens para um tenente que se encontrava na sede.
- Sigam imediatamente para essa estação de correios e interroguem todos os empregados que estiveram de serviço no dia 30 de Outubro, e não parem de fazer perguntas
até que alguém se lembre de quem levantou a carta do Community News dirigida a J. R. Penrose. Quero uma descrição completa, e quero-a já. - Atirou com força o auscultador.
Também em Jonathan havia agora uma nova tensão.
- Doutor - disse ele -, não podemos perder mais tempo a tentar descortinar qualquer coisa através da amnésia de Nancy. Para o pôr ao corrente, quero dizer-lhe que
possuo o dossier completo do caso Harmon devido a um livro que estou a escrever. Passei as últimas três horas a estudar esse dossier e a ler o artigo que apareceu
no jornal de hoje. Houve uma coisa que me impressionou, e eu pedi ao chefe Coffin que telefonasse ao procurador distrital em S. Francisco para ver se a minha teoria
estava certa. O seu assistente respondeu agora. - Jonathan retirou o cachimbo da algibeira e apertou-o entre os dentes. - Como provavelmente sabe, nos casos de crime,
a Polícia retém por vezes algumas informações a fim de ter algum auxílio ao analisar as pistas sem significado que lhe surgem. Ora, eu notei que em todas as notícias
dos jornais de há sete anos as crianças foram descritas como usando camisolas vermelhas com um desenho branco quando desapareceram. Em nenhum dos jornais veio qualquer
descrição pormenorizada desse desenho. Suspeitei, correctamente, que a natureza desse desenho tinha sido deliberadamente escondida. - Jonathan olhou directamente
para Lendon, querendo fazê-lo compreender imediatamente a importância do que ia dizer-lhe. - O artigo que apareceu no Communih News de Cape Cod afirma claramente
que, quando os pequenos Harmon desapareceram, vestiam camisolas vermelhas com o desenho de um barco à vela branco. É claro que Nancy sabia desse desenho. Mas só
uma outra pessoa, para além dos principais investigadores de S. Francisco, o conhecia também. - A voz de Jonathan subiu de tom: - Se partirmos do princípio da inocência
de Nancy, essa pessoa foi quem raptou os pequenos Harmon há sete anos atrás e quem escreveu a história que apareceu no jornal de hoje!
- Então o senhor quer dizer... - começou Lendon...
- Doutor, quero dizer que, se conseguirmos romper a amnésia de Nancy, teremos de o fazer rapidamente! Já convenci Ray a renunciar a qualquer imunidade. A necessidade
mais premente é agora descobrir seja o que for que Nancy possa saber, antes de ser tarde demais para salvar as crianças.
- Posso telefonar a uma farmácia para que enviem um medicamento?
- Pode, doutor - concordou Jed. - Eu mando um carro nosso buscar seja o que for que precise. Espere, eu ligo para a farmácia.
Calmamente, Lendon transmitiu por telefone as suas instruções.
Quando terminou, o chefe Coffin estava a dizer:
- Lembre-se, Jonathan, de que vou ter um gravador naquela sala quando essa mulher for interrogada. Se ela confessar alguma coisa sob o efeito do sedativo, talvez
não possamos utilizar directamente essa confissão, mas eu fico a saber que perguntas lhe hei-de fazer mais tarde.
- Ela não vai confessar nada - replicou Jonathan, impacientemente. Acendeu o cachimbo e puxou vigorosamente uma fumaça antes de continuar. - Mas eu acredito que
Nancy saiba mais sobre o desaparecimento dos filhos do que confessou há sete anos.
Lendon ergueu o sobrolho e Jed franziu vincadamente o dele.
Jonathan bateu com a palma da mão na mesa.
- Não estou a dizer que ela fosse culpada. Estou a dizer que ela sabia mais do que disse; provavelmente sabia mais do que tinha a consciência de saber. Olhem para
o retracto dela durante o julgamento. O seu rosto não tem qualquer expressão.
Jed perdia claramente a paciência.
- Você tão depressa me diz que Nancy Eldredge está demasiado doente para ser interrogada como me diz que ela sabe mais do que revelou. Oiça, Jonathan, escrever
um livro sobre veredictos discutíveis pode ser um passatempo para si. Mas a vida dessas crianças não é nenhum passatempo para mim.
- Espere. - Lendon reteve o chefe pelo braço. - Ir. Knowles... Jonathan... você acredita que seja o que for que Nancy saiba da morte dos seus primeiros filhos nos
pode ajudar a encontrar os actuais?
- Exactamente, Dr. Miles. Será possível fazer com que Nancy revele não só o que sabe dos acontecimentos da manhã de hoje, e que eu suspeito não ser nada, mas também
informações sobre o passado que nem ela própria sabe que conhece.
- É possível.
- Então, peço-lhe que o tente.
QUANDO Dorothy regressou a casa dos Eldredges, uma hora depois, na sala de jantar encontrava-se apenas Bernie Mills, o agente encarregado de atender o telefone.
- Estão ali - disse ele, apontando com a cabeça em direcção à sala de estar.
Dorothy atravessou rapidamente o hall e entrou na sala de estar. Nancy estava deitada no sofá de olhos fechados. Um estranho encontrava-se sentado a seu lado, falando-lhe
em voz baixa. Ray, de rosto angustiado, e Jonathan, de expressão sombria, estavam sentados lado a lado.
Por sua vez, Jed Coffin encontrava-se sentado a uma mesa por detrás do sofá, segurando um microfone apontado em direcção a Nancy.
Quando compreendeu o que se passava, Dorothy deixou-se cair numa cadeira. Em silêncio, mergulhou as mãos geladas nas algibeiras fundas do seu casaco, agarrando
inconscientemente o pedaço de lã felpuda e húmida no bolso do lado direito.
- Como se sente, Nancy? Sente-se confortável? - A voz de Lendon era tranquila.
- Tenho medo.
- Porquê?
- As crianças... as crianças.
- Nancy, vamos falar desta manhã. Dormiu bem a noite passada? Quando acordou sentiu-se repousada?
A voz de Nancy era pensativa.
- Sonhei...
- E sonhou com quê?
- Sonhei com Peter e Lisa. Estariam agora tão crescidos... - Começou a soluçar. Depois, enquanto Jonathan retinha Ray com mão de ferro, gritou: - Como poderia eu
tê-los morto? Eram os meus filhos!
***
CAPÍTULO 5.

NORMALMENTE, Dorothy conduzia os potenciais clientes a uma breve volta pelas redondezas antes de lhes mostrar uma propriedade.
Nesse dia, porém, com o granizo a bater fortemente no tejadilho do automóvel, dirigira-se directamente para A Vigia.
Enquanto conduzia ao longo da traiçoeira e escorregadia estrada, olhou ocasionalmente o homem de compleição morena que ia a seu lado.
Havia no comportamento de John Kragopoulos, homem de cerca de quarenta e cinco anos, uma cortesia inata que complementava a sua maneira de falar, ligeiramente característica.
Kragopoulos contou a Dorothy que ele e a mulher estavam ansiosos por se instalarem numa zona frequentada por pessoas reformadas e abastadas que lhes assegurassem
a rentabilidade do negócio, tanto durante o Inverno como na estação de veraneio.
Revendo mentalmente estes pontos, Dorothy disse:
- A Vigia tem possibilidades ilimitadas para restaurante e estalagem. Nos anos 30 foi largamente remodelada e transformada num clube campestre. Mas a ideia não resultou,
porque nesse tempo não havia pessoas suficientemente ricas para se tornarem sócias de clubes dispendiosos. Finalmente, Mr. Hunt adquiriu a casa e os terrenos, num
total de trinta e seis mil metros quadrados, com trezentos metros de terra à beira da água e uma das mais belas vistas sobre o Cape.
- A Vigta era originalmente a casa de um comandante naval, não era?
- Era - respondeu Dorothy. - Foi construída cerca de 1690 por um comandante de baleeiro, que a ofereceu à noiva. Ainda tem o original passeio da viúva junto da
chaminé e uma bandeira semicircular, bastante curiosa, sobre a porta de entrada.
- A propriedade possui algum ancoradouro? - perguntou Kragopoulos. - Se me instalar aqui, penso comprar um barco.
- Tem um muito bom - assegurou-lhe Dorothy.
- Oh, meu Deus!
O automóvel derrapara perigosamente na estrada, estreita e sinuosa, que conduzia até A Vigia.
Conseguiu endireitar a direcção e olhou ansiosamente para John Kragopoulos.
Este, porém, limitou-se a observar que ela era bastante corajosa para conduzir em estradas vidradas pelo gelo.
- Eu não me importo de guiar - respondeu ela com veemência. - Só tenho pena de que Mr. Eldredáe não tenha vindo connosco. Mas tenho a certeza de que o senhor compreende.
- Compreendo muito bem - assentiu John Kragopoulos. - Que experiência terrível para os pais cujos filhos desaparecem! Só tenho pena de estar a tomar o seu tempo
hoje. Como amiga e colaboradora dele, deve estar preocupada.
Com determinação, Dorothy não se deixou arrastar pela simpatia que notava na voz dele. Em vez disso, exclamou:
- Cá estamos.
Tornearam a última curva, e A Vigia apareceu em grande plano, recortada sobre o talude envolvente, revelando implacavelmente as suas telhas de madeira gastas pelo
tempo, a tinta desmaiada das janelas, os degraus pouco firmes.
Surpreendida, Dorothy constatou que Mr. Parrish deixara abertas as portas da grande garagem, o que se revelou vantajoso para eles pois lhes permitiu entrar e estacionar
atrás da velha station.
- Tenho a chave da porta das traseiras - explicou a John Kragopoulos enquanto saíam do automóvel. - Vamos correr até lá.
Para seu desapontamento, Dorothy descobriu que a porta tinha ambas as fechaduras corridas.
Procurou na sua mala a segunda chave e tocou à campainha, para lhe dar a conhecer que já tinham chegado.
O eventual comprador parecia imperturbável enquanto sacudia o granizo do sobretudo.
Ela teve de se dominar para não parecer nervosa nem se mostrar excessivamente faladora.
Todas as fibras do seu ser a impeliam a mostrar a casa àquele homem o mais rapidamente possível.
Veja isto... e isto. E agora deixe-me voltar para junto de Ray e de Nancy.
Deliberadamente, procurou o lenço para limpar a cara, consciente, de súbito, de que trazia vestido o seu novo casaco cinzento de camurça, que se harmonizava com
o tom do seu cabelo salpicado de branco e que escolhera para receber o visitante, e ainda porque pensava que talvez nesse dia Jonathan Knowles passasse pelo escritório.
Talvez nesse dia ele se decidisse a convidá-la para jantar.
Imaginara a situação havia apenas umas horas.
- Mrs. Prentiss?
- Sim. Desculpe. Acho que estou hoje um tanto distraída. - Aos seus ouvidos a voz soava-lhe falsamente animada.
- A cozinha precisa de ser modernizada, mas é muito bem concebida e bastante espaçosa.
O vento uivava lamentosamente em torno da casa.
De qualquer ponto no cimo das escadas ouviu, por um instante, um som de lamento. Aquele lugar hoje perturbava-a. Rapidamente, indicou o caminho para as salas da
frente, para mostrar a Mr. Kragopoulos a vista sobre o mar.
O mau estado do tempo apenas permitia que o impressionante panorama fosse apreciado através das vidraças das janelas.
A crista enraivecida das ondas esmagava-se contra os rochedos lá em baixo, após o que a água retrocedia.
- Quando a maré está cheia, aqueles rochedos ficam totalmente cobertos - observou Dorothy. - E mesmo à esquerda, passado o ancoradouro, há uma bela praia arenosa
que faz parte da propriedade.
Conduziu-o através das salas, chamando-lhe a atenção para os magníficos soalhos, as lareiras maciças.
No primeiro andar, ele observou os quartos espaçosos que podiam ser alugados a quem pretendesse ali pernoitar.
Compreendeu o interesse que o edifício despertava em Kragopoulos pela forma como o via abrir portas de armários e torneiras.
- O segundo andar apenas tem mais alguns quartos, e o apartamento alugado a Mr. Parrish é no terceiro - disse ela.
Ele media a passos uma sala e não respondeu.
Dorothy aproximou-se da janela.
Depressa, depressa, pensava. A necessidade de regressar para junto de Ray e de Nancy era imperiosa. E se as crianças andassem lá fora, expostas àquele tempo? Quando
deixara Missy no escritório, no dia anterior, Nancy pedira-lhe: Por favor, calce-lhe as luvas quando sair. As mãos dela ficam tão frias. Nancy sorrira ao entregar
as luvas a Dorothy, dizendo: Como vê, elas não ligam - esta criança está sempre a perder luvas. E entregara-lhe uma luva vermelha com uma cara sorridente e outra
de tecido axadrezado, azul e verde.
Dorothy recordava-se do sorriso bem disposto com que Missy lhe estendera as mãos para que ela lhe enfiasse as luvas antes de saírem.
Mais tarde, depois de terem ido buscar Mike e quando se preparavam para comer um gelado ela perguntara: Posso tirar as luvas para comer o meu sorvete?, E sentiu-se
tocada pela evocação da criança.
Voltou-se para John Kragopoulos, que acabara de tomar algumas notas.
- Vamos ao apartamento - sugeriu abruptamente. - Acho que vai gostar da vista de lá. - Conduziu-o até à escada da frente e subiram rapidamente os dois andares.
- Cá estamos. - Dorothy bateu à porta do apartamento. Não houve resposta. - É estranho. Não imagino onde é que ele iria sem se poder servir do carro. Mas eu tenho
a chave.
A porta foi bruscamente aberta do lado de dentro, e ante eles surgiu o rosto transpirado do inquilino, Courtney Parrish.
- Que dia horroroso para vir aqui. - O tom de Parrish era cortês.
Escancarou a porta e segurou-a para os deixar entrar.
Os olhos dele fitavam, alternadamente, um e outro. Teriam ouvido a garota - aquele grito? Era uma loucura ficar tão impaciente.
Depois da chamada telefónica, tivera de apanhar precipitadamente a roupa das crianças, deixara cair a lata de pó de talco, cujo conteúdo se espalhara e fora obrigado
a limpar, dera a beber às crianças mais leite com sedativo, após o que lhes amarrara as mãos e os pés e lhes tapara as bocas com adesivo, ocultando-as em seguida
num dos roupeiros mais fundos do quarto, no qual colocara uma fechadura nova, o que eliminava a hipótese de aquela louca da agência de bens imobiliários possuir
um duplicado da chave.
Eles tinham-se demorado lá em baixo o tempo suficiente para lhe permitir fazer uma última inspecção ao apartamento e se certificar de que de nada se esquecera.
Decidira deixar a banheira cheia, de forma que Dorothy supusesse que ele se preparava para tomar banho...
- John Kragopoulos.
Desajeitadamente, tentou limpar a mão transpirada na perna das calças antes de apertar a que lhe era estendida e que não podia ignorar.
- Courtney Parrish - disse sombriamente. Notando a passageira expressão de desagrado que assomou ao rosto do outro homem quando as mãos se tocaram, tornou-se mais
cortês. - Tenho muito prazer em conhecê-lo, Mr. Kragopoulos, e lastimo que faça um tempo tão mau a primeira vez que observa esta casa maravilhosa.
A tensão no pequeno átrio diminuiu de forma tangível.
Ele compreendeu que a maior parte dessa tensão emanava de Dorothy.
Porque não? Ele observara-a vezes sem conta nos últimos anos, a entrar e a sair da casa dos Eldredges: uma daquelas lúgubres viúvas de meia-idade a tentar ser importante;
uma parasita.
O marido morto. Sem filhos. Era um milagre que não tivesse uma velha mãe doente, como a maior parte delas, o que as ajudava a passar por mártires.
E, quando tinham filhos, concentravam-se neles.
Tal como a mãe de Nancy fizera.
- Como vê - declarava Dorothy a John Kragopoulos -, este apartamento é encantador, muito indicado para duas pessoas.
- O senhor é talvez astrónomo? - perguntou John Kragopoulos a Courtney Parrish.
Tardiamente, Parrish compreendeu que o telescópio estava apontado para a casa dos Eldredges.
Vendo que o visitante se preparava para olhar através dele, inclinou-o abruptamente para cima.
- Gosto de estudar as estrelas - concordou apressadamente.
John Kragopoulos fechou um olho enquanto olhava através das lentes.
- Magnífico equipamento - observou.
Cuidadosamente, manejou o telescópio, colocando-o na sua posição inicial.
Depois endireitou-se e começou a estudar a sala.
- É um apartamento muito bem concebido - comentou.
- Tenho estado aqui muito confortavelmente instalado - adiantou Parrish.
Por dentro sentia-se enraivecido.
Mais uma vez reagira mal, de forma suspeita.
Dorothy propôs então:
- Agora gostava de mostrar o quarto e a casa de banho.
- Com certeza. - Ele endireitara a colcha da cama e enfiara a lata de pó de talco na gaveta da mesa-de-cabeceira.
- A casa de banho é tão espaçosa como um quarto de hóspedes actual - disse Dorothy. Depois, quando viu a banheira cheia: - Oh, desculpe. Vejo que aparecemos numa
altura inconveniente.
- Não tenho nenhum horário rígido. - Apesar das palavras, deixou a impressão de que a altura fora de facto inconveniente.
John Kragopoulos recuou rapidamente da casa de banho, entrando no quarto. Aquele patinho a flutuar na banheira. Um brinquedo de criança. Estremeceu, desagradado.
A sua mão roçou a almofada de madeira da porta do roupeiro. De facto, aquela casa estava belamente construída.
Queriam por ela 500. Ele iria oferecer 295 e subiria até 320. Tinha a certeza de que a obteria por esse preço.
Tendo acabado de tomar esta decisão, começou a adquirir pelo apartamento um interesse de proprietário.
- Posso abrir este roupeiro? - perguntou, dando uma volta ao puxador.
- Desculpe, mas mudei essa fechadura e não sei onde pára a chave. Se quiser ver este... são praticamente iguais... - Parrish teve de fazer um esforço para manter
os lábios cerrados e não pôr na rua aquele intruso.
As crianças estavam exactamente por detrás daquela porta. Estariam as mordaças suficientemente apertadas? Reconheceriam a voz daquela mulher e tentariam emitir
algum som? Tinha de se livrar daqueles dois.
Mas também Dorothy queria sair.
Tinha a consciência de uma indefinível fragrância que lhe lembrava intensamente Missy. Voltou-se para John Kragopoulos, que inspeccionava o outro roupeiro.
- Talvez agora possamos ir, se já viu tudo.
Ele fez um gesto de assentimento.
- Já vi tudo, muito obrigado.
Prepararam-se para sair, e Mr. Kragopoulos desta vez evitou obviamente apertar as mãos.
Na garagem, Dorothy passou por entre a station e o seu automóvel, cuja porta abriu.
Quando começou a entrar no carro, chamou-lhe a atenção um pedaço de tecido vermelho-vivo no chão da garagem.
Pegou nele, após o que se deixou cair no seu assento, segurando o objecto junto ao rosto.
John Kragopoulos perguntou em tom inquieto:
- Mrs. Prentiss, que se passa?
- É a luva de Missy! - exclamou Dorothy. - Ela deve tê-la deixado no carro ontem. Devo-a ter feito cair no chão quando chegámos. Ela estava sempre a perder as luvas.
E esta manhã encontraram o par no baloiço. - Começou a chorar.
John Kragopoulos falou calmamente.
- Pouco posso dizer a não ser que um Deus misericordioso conhece a sua dor e não deixará de corresponder aos seus anseios. De qualquer forma, tenho confiança nisso.
Agora, não prefere que seja eu a guiar?
- Se faz favor - respondeu Dorothy.
Meteu a luva bem no fundo da algibeira enquanto passava para o lugar ao lado. Não quereria que Nancy nem Ray a vissem; seria demasiado doloroso. Oh, Missy! Ela
tirara a luva quando começara a comer aquele gelado ontem. Imaginava-a a deixar a luva cair no assento. Os pobres pequenitos!
Lá em cima, Parrish espreitou pela janela até o automóvel desaparecer. Depois, com dedos trémulos, abriu o roupeiro e estendeu o braço sobre o rapazinho para retirar
a pequenita.
Ergueu o corpo mole e deitou-a na cama, depois estremeceu de choque ao ver os seus olhos fechados e o rosto tenso e violáceo.
***
CAPÍTULO 6.

AS mãos de Nancy apertavam e soltavam nervosamente o cobertor. Com suavidade, Lendon cobriu-lhe os dedos com os seus.
- Nancy, não se preocupe - aconselhou.
- Todos nós aqui sabemos que você não poderia fazer mal aos seus filhos. Era o que queria dizer, não era?
- Era. Como poderia eu matá-los? Eles são parte de mim. Eu morri com eles.
- Todos nós morremos um pouco quando perdemos aqueles que amamos, Nancy. Recorde comigo o que aconteceu antes de toda essa desgraça começar. Fale-me da sua vida
no Ohio.
- Quando eu era pequena? - A rigidez do corpo de Nancy começou a afrouxar.
- Sim, fale-me do seu pai.
- Eu não o conheci.
Jed Coffin moveu-se, impaciente.
Lendon dirigiu-lhe um olhar de aviso.
- Tenho motivos para fazer isto - frisou.
- Agradeço-lhe que tenha paciência comigo.
- O pai? - Uma nota de alegria surgiu na voz de Nancy. - Era divertido. A mãe e eu costumávamos ir esperá-lo ao aeroporto. Ele nunca chegava de uma viagem sem trazer
qualquer coisa para a mãe e para mim.
Ray não conseguia desviar os olhos de Nancy.
Nunca a ouvira falar naquele tom de voz - animado, divertido, com um murmúrio de riso perpassando por entre as palavras.
Jonathan Knowles ouvia atentamente, aprovando a técnica que Lendon Miles estava a utilizar para conquistar a confiança de Nancy, antes de lhe fazer perguntas sobre
o dia em que os pequenos Harmon haviam desaparecido.
Era atormentador ouvir o suave tiquetaque do antigo relógio de pesos, a recordar que o tempo ia passando.
Descobrira que era impossível não olhar para Dorothy, curvada na sua cadeira.
Sabia que fora duro com ela, e agora sentia que lhe devia uma desculpa.
As luzes da sala tremularam, após o que desapareceram.
Ouviu-se a voz de Jed: Era de esperar, e Ray acendeu os candeeiros antigos sobre ambas as extremidades da prateleira do fogão de sala, que banharam numa claridade
quente o sofá em que Nancy estava deitada e lançaram sombras profundas nos cantos da sala.
Isto é irreal, pensou Ray, é impossível. Os filhos desaparecidos. Nancy sob a acção do sedativo. Que dizia ela? A voz mantinha a nota de alegria.
- O pai costumava chamar à mãe e a mim as suas pequenas... - A voz dela vacilou.
- O que é, Nancy? - perguntou o Dr. Miles. - O seu pai chamava-lhe a sua pequenina? Isso perturbava-a?
- Não... não... Ele chamava-nos as suas pequenas. Era diferente... era diferente. - A voz ergueu-se em tom agudo, num protesto.
A voz de Lendon era tranquilizadora.
- Está bem, Nancy. Não se preocupe com isso. Vamos falar da universidade. Tinha muitos amigos?
- A princípio. Gostava das minhas amigas e saía muito com os rapazes.
- E que tal os seus estudos? Gostava das suas cadeiras?
- Oh, gostava. Tinha facilidade em todas... excepto Biologia. - A voz alterou-se-lhe. - Nunca gostei de ciências, mas era necessário.
- E conheceu Carl Harmon.
- Sim. Ele... ajudou-me na Biologia. Disse que eu tinha de deixar de sair tanto com rapazes, senão ficaria doente. Ele preocupava-se tanto comigo, até me dava vitaminas.
Ele devia ter razão; eu estava tão cansada... e comecei a sentir-me deprimida... sentia a falta da mãe.
- Mas sabia que ia passar o Natal a casa...
- Sim. Mas subitamente fiquei muito mal... Não contei nada nas minhas cartas à mãe, mas acho que ela soube. Veio passar um fim-de-semana comigo, porque estava preocupada
a meu respeito. E depois morreu... porque saiu para me ver. A culpa foi minha... foi minha... - A voz dela transformou-se num soluço.
Dorothy voltou a cabeça, tentando evitar as lágrimas.
Que estava ali a fazer? Não seria melhor sair da sala e fazer café? Levantou-se.
- Carl ajudou-a quando a sua mãe morreu? - perguntou Lendon Miles.
- Oh, ajudou. Foi muito bom - respondeu Nancy em voz calma.
- E você casou com ele.
- Casei. Ele disse que ia tomar conta de mim. E eu estava tão cansada.
- Nancy, não deve sentir-se culpada pelo acidente em que a sua mãe morreu.
- Acidente? - A voz de Nancy era especulativa. - Acidente? Mas não foi um acidente. Não foi um acidente.
- É claro que foi. - Embora mantivesse a voz calma, Lendon sentia um aperto na garganta.
- Não sei... não sei.
- Fale-nos de Carl.
- Ele era bom para mim.
- Você está sempre a dizer isso, Nancy. Que foi que ele fez por si?
- Não quero falar disso.
- Porquê, Nancy?
- Não quero. Não quero.
- Muito bem. Fale-nos dos seus filhos. Peter e Lisa.
- Eram tão bons... demasiado bons.
- Nancy, você continua a dizer "bom . Carl era muito bom para si. E os pequenos eram bons. Você deve ter sido muito feliz.
- Feliz? Eu andava tão cansada...
- Porque é que estava tão cansada?
- Estava doente. Carl queria que eu melhorasse. Ele disse que eu tinha de ser boa. Ajudou-me.
- Como é que ele a ajudou?
- Não quero falar disso.
- Mas precisa de falar, Nancy. O que é que Carl fazia?
- Estou cansada. Estou cansada agora.
- Está bem. Descanse uns momentos. Depois voltamos a falar.
Lendon ergueu-se.
O chefe Coffin voltou a cabeça em direcção à porta e, quando já se encontravam na sala de jantar, falou bruscamente:
- Isto não nos leva a lado nenhum e pode demorar horas. Se pensa que pode descobrir alguma coisa sobre os crimes Harmon, vá direito ao assunto. Caso contrário, eu
interrogo-a na sede.
- Não se pode forçá-la. Ela está a começar a falar. Há muita coisa que mesmo o seu subconsciente se recusa a enfrentar.
- Também eu não posso enfrentar a ideia de esses pequenos ainda estarem vivos enquanto eu estou aqui a perder um tempo precioso - replicou o chefe.
- Muito bem. Eu vou interrogá-la acerca desta manhã. Mas primeiro deixe-me perguntar-lhe o que aconteceu no dia em que os pequenos Harmon desapareceram. Se houver
algum elo entre os dois casos, talvez ela o revele.
O chefe Coffin olhou o relógio.
- São quase quatro horas. Seja qual for a visibilidade que tenhamos, desaparece dentro de meia hora. Onde é que há um rádio? Quero ouvir o noticiário.
- Há um transístor na cozinha, chefe. - O guarda Bernie Mills dirigiu-se à cozinha, onde Dorothy fazia café. Ligou o rádio, e imediatamente se ouviu a voz do locutor.
- O caso das crianças Eldredge desaparecidas acaba de tomar novo rumo. Um mecânico, Otto Linden, da estação de serviço Gulf, na Estrada 28, em Hyannis, acaba de
nos telefonar para nos afirmar que às nove horas da manhã encheu o depósito de gasolina a Rob Legler, a testemunha desaparecida do julgamento Harmon, sete anos atrás.
Segundo Mr. Linden, Legler, que parecia nervoso, declarou-lhe que se dirigia a Adams Port a fim de visitar alguém que provavelmente não ficaria contente por o ver.
Conduzia um Dodge-Dart vermelho do último modelo.
Jed Coffin praguejou.
- E eu estou aqui a perder tempo a ouvir esta conversa oca! - Pegou no telefone no momento exacto em que este tocava.
- Sim, ouvi - disse para o interlocutor. - Quero um bloqueio em todas as pontes para o continente. E enviem uma descrição do Dodge vermelho. - Bateu com o auscultador
no descanso e voltou-se para Lendon. - Agora, tenho uma pergunta que quero que o doutor faça a Mrs. Eldredge. Se o Rob Legler veio ou não veio cá esta manhã e que
foi que lhe disse.
Lendon olhou-o, estupefacto.
- Onde é que quer chegar?
- Quero dizer que Rob Legler é a pessoa que poderia lançar Nancy Eldredge de novo no meio de um julgamento. Suponha que ele tem estado escondido no Canadá, juntamente
com outros desertores do Exército. Suponha que ele descobriu, de qualquer forma, onde Nancy estava. Ele está cansado do Canadá, quer regressar e precisa de apoio
financeiro. Que tal regressar, ir ter com Nancy Eldredge e prometer-lhe alterar o seu depoimento caso haja outro julgamento? É o mesmo que obrigá-la a dar-lhe um
cheque em branco para o resto da sua vida. Ele vê-a. Ela não concorda com a proposta ou ele muda de ideias. E ela desvaira.
- E mata os seus filhos, os filhos de Eldredge? - A voz de Lendon era desdenhosa.
- Já pensou no facto de este estudante, que quase levou Nancy à câmara de gás, se encontrar nas proximidades de ambas as vezes em que as crianças desapareceram?
Dê-me mais uma oportunidade - pediu.
- Deixe-me só interrogá-la sobre o dia em que os pequenos Harmon desapareceram.
- Tem trinta minutos, e não mais.
Rapidamente, Dorothy começou a encher de café as chávenas que colocara numa bandeja, que levou para a sala de estar.
Ray, sentado junto ao sofá, segurava as mãos de Nancy. Jonathan, de pé, junto à lareira, contemplava o fogo.
Dorothy pousou a bandeja sobre a mesa de pinho redonda, perto da lareira.
- Quer uma chávena de café? - perguntou a Jonathan.
Ele olhou-a pensativamente.
- Quero, se faz favor.
Preparou-lhe o café com natas e um cubo de açúcar, sem nada perguntar, e estendeu-lhe a chávena.
- Não acha que devia tirar o casaco? - perguntou-lhe ele.
- Daqui a pouco. Ainda estou cheia de frio.
O Dr. Miles e o chefe Coffin tinham-na seguido.
Dorothy levou uma chávena de café ao sofá.
- Ray, tome uma, por favor.
Ele ergueu os olhos.
- Obrigado. - Enquanto pegava na chávena, disse a Nancy: - Tudo vai acabar bem, minha pequenina.
Nancy estremeceu violentamente.
De olhos dilatados, gritou no tom desesperado de um animal apanhado numa ratoeira:
- Não sou a tua pequenina! Não me chames a tua pequenina!
COURTNEY Parrish afastou-se, respirando pesadamente, da pequena figura imóvel deitada sobre a cama.
Retirara o adesivo da boca de Missy e as cordas dos seus pulsos e tornozelos.
O cabelo fino e sedoso da criança, que ele planeara escovar quando lhe desse banho, estava emaranhado.
Agora, porém, precisava que ela voltasse a si. O pequeno Michael permanecia ainda no fundo do roupeiro.
Courtney pegou nele e deitou-o sobre a cama.
Desapertou os nós das cordas que lhe prendiam os pulsos e tornozelos e, com um puxão rápido, arrancou-lhe da boca o adesivo.
O rapaz gritou de dor, após o que mordeu o lábio.
- Que é que fez à minha irmã? - O tom beligerante levou Courtney a compreender que o pequeno não tomara o leite todo.
- Ela está a dormir.
- Deixe-nos ir para casa. Queremos ir para casa. Não gosto de si. E a tia Dorothy esteve cá e o senhor escondeu-nos.
Courtney ergueu a mão e esbofeteou Michael. Este libertou-se das mãos do homem.
Rapidamente, correu em direcção à porta, abriu-a e atravessou, a correr, a sala de estar. Courtney precipitou-se atrás dele.
Michael abriu a porta do apartamento, que Courtney não fechara à chave, e precipitou-se pelas escadas abaixo, para a escuridão protectora.
Courtney, que corria desvairadamente atrás dele, perdeu o equilíbrio e caiu, rolando sobre meia dúzia de degraus antes de conseguir erguer-se.
O rapaz estava provavelmente escondido num dos quartos do terceiro andar; antes de mais, porém, tinha de se assegurar de que a porta da cozinha estava fechada.
De qualquer forma, a segunda fechadura na porta da frente era demasiado alta para o garoto.
- Eu já volto, Michael - disse em voz alta. - Hei-de encontrar-te. És muito mau. Tens de ser castigado. Estás a ouvir-me?
Desceu rapidamente os dois restantes lances de escada e correu para a cozinha, cuja porta tinha não só duas fechaduras, como também um fecho alto, que correu com
dedos trémulos.
O rapaz não seria capaz de o abrir. Não havia outra saída. Courtney acendeu a luz da escada, que um instante depois se apagou. Compreendeu que, em consequência
da trovoada, provavelmente algum cabo caíra.
Seria mais difícil encontrar o rapaz. Mordeu furiosamente os lábios e riscou um fósforo para acender o candeeiro de petróleo que se encontrava sobre a mesa.
A chaminé era vermelha, e a luz lançava uma incandescência misteriosa no tecto de vigas grossas.
- Michael - chamou. - Não tem importância. Já não estou zangado. Aparece, Michael. Eu levo-te a casa para a tua mãe.
A possibilidade de fazer chantagem junto de Nancy Harmon fora a esperança que Rob Legler acalentara desde o dia em que tomara um avião para o Canadá, depois de
cuidadosamente rasgar a sua ordem de embarque para o Vietname.
Durante seis anos trabalhara como empregado de lavoura perto de Halifax - o único lugar que conseguira e que detestara. Precisava de escapar para um país como a
Argentina. Não era um desertor vulgar que pudesse regressar aos Estados Unidos com uma falsa identidade. Graças a esse maldito caso Harmon, era um homem procurado
pela polícia. Rob não podia permitir que aquela cena se repetisse.
Da última vez, o procurador distrital dissera ao júri que para a prossecução daquele crime algo mais provavelmente contribuíra do que a vontade de Nancy Harmon
de se querer libertar de uma situação doméstica.
Ela provavelmente estava apaixonada, dissera ele. Estamos perante uma mulher jovem e atraente que, desde os dezoito anos, está casada com um homem mais velho.
A sua vida com este homem devotado poderia ser invejada por muitas mulheres. Mas estará Nancy Harmon satisfeita? Não.
Quando entra em cena um estudante enviado por seu marido para fazer uma reparação, que lhe evitará algumas horas de desconforto, que faz ela? Segue-o pela casa,
responde apaixonadamente às suas propostas, diz-lhe que tem de sair dali... e depois, quando ele fosse o obstáculo que as crianças poderão constituir, ela promete-lhe
calmamente que as mesmas serão sufocadas.
Ora, senhoras e senhores jurados, eu não acredito nem por um minuto que a paixão profana de Rob Le ler por esta mulher se tenha resumido a alguns beijos. Mas acredito
na testemunha quando ela cita as frases malditas que saíram dos lábios de Nancy.
Rob sentia invadi-lo um profundo mal-estar sempre que recordava aquele discurso. O procurador distrital envidaria todos os esforços para o poder inculpar como cúmplice
do crime.
Tudo porque ele se encontrava no gabinete do velho Harmon no dia em que a mulher deste telefonara por causa do aquecimento. Rob, que não costumava oferecer os seus
préstimos, apenas o fizera porque ouvira uns colegas referir a beleza da mulher daquele velho.
E Rob comprovara a veracidade da afirmação. Chegara a casa de Harmon perto do meio-dia. Ela estava a dar de comer aos dois pequenos e não lhe prestara muita atenção.
Compreendendo que a única maneira de tentar estabelecer contacto seria através das crianças, Rob procurara insinuar-se e em poucos minutos pusera todos a rir.
A avaria do queimador de óleo resumia-se simplesmente a um filtro entupido. Pôs o aquecimento a funcionar, mas declarou que faltava uma peça e que voltaria para
completar o trabalho.
Nesse primeiro dia não se demorou, a fim de não preocupar o velho Harmon. Regressou ao gabinete do professor, a quem disse: Não me custa nada descobrir a peça que
é precisa. É uma daquelas peças pequenas que, se recorrer a uma casa de reparações, lhe vai custar imenso dinheiro. Harmon caiu no laço, evidentemente.
E Rob voltou no dia seguinte e no outro. Nancy, a quem induziu subtilmente a abrir-se com ele, contou-lhe que tivera um colapso nervoso subsequentemente à morte
da mãe. Mas tenho a certeza de que agora estou melhor. Até deixei de tomar a maior parte dos remédios. O meu marido não sabe. Provavelmente ficava aborrecido. Mas
eu sinto-me melhor sem eles.
Numa tentativa mais directa de se aproximar dos seus objectivos, Rob tecera elogios à sua beleza. Era óbvio que ela estava cansada da vida com o velho Harmon e
começara a ficar inquieta.
Ele sugeriu que talvez ela devesse sair mais. Ela respondeu: O meu marido acha que ao fim do dia não precisa de ver mais gente depois de todos os estudantes com
quem teve de lidar.
Fora nessa altura que ele resolvera beijá-la. Rob tinha um álibi seguro para a manhã em que os pequenos Harmon haviam desaparecido: estivera numa aula de apenas
seis alunos.
Não obstante, o procurador distrital declarara-lhe que, se conseguisse descobrir a menor prova de culpabilidade, o acusaria também como cúmplice.
Dominado pelo medo, Rob recorrera a um advogado, que lhe dissera que a sua atitude deveria ser a de um aluno respeitoso de um professor distinto: tentara manter-se
afastado da mulher deste, mas ela não deixara de o seguir insistentemente.
E que nunca a acreditara quando ela falara em sufocar as crianças. Na realidade, apenas pensara que ela sofria de uma doença nervosa.
Após Nancy Harmon ter sido condenada a morrer na câmara de gás, o Prof. Harmon suicidara-se. Abandonara o automóvel na mesma praia onde uma das crianças fora encontrada
e deixara nele uma nota na qual se inculpava do sucedido: Amava tanto a minha mulher que pensei que a curaria. mas enganei-me; era uma tarefa demasiado grande para
mim. Perdoa-me, Nancy.
Depois o julgamento fora anulado, porque duas mulheres participantes do júri tinham sido ouvidas a discutir o caso num bar durante o decorrer do processo, afirmando
a culpabilidade da ré.
Quando foi marcada nova audiência, Rob formara-se, fora mobilizado, recebera ordens para partir para o Vietname e desertara. Algo, porém, preocupava Rob. Ele não
considerava Nancy uma assassina.
Fora um alvo passivo e fácil no tribunal, que Harmon em nada ajudara ao pôr-se a chorar quando prestava declarações.
No Canadá, Rob era uma espécie de celebridade entre os desertores com quem se dava. Falara-lhes de Nancy e da sua beleza, mostrara-lhes os recortes da imprensa
e as fotografias dela e declarara-lhes que ela era rica - fora revelado no julgamento que os pais lhe haviam deixado uma fortuna e que, se a encontrasse, lhe arrancaria
algum dinheiro para se passar para a Argentina. Foi então que a oportunidade lhe surgiu.
Um dos seus companheiros, Jim Ellis, arriscou-se a ir a casa visitar a mãe. Como esta, que vivia em Boston, tinha a casa vigiada pelo FBI, encontrou-se com Jim
em Cape Cod, num chalé que alugara no lago Maushop.
Quando regressou ao Canadá, Jim perguntou a Rob quanto daria ele para saber onde podia encontrar Nancy Harmon. Rob mostrou-se céptico, até ver a fotografia que
Jim conseguira tirar a Nancy na praia. Não havia hipótese de engano.
Jim procedera também a algumas investigações, e todos os pormenores condiziam. Fizeram então um acordo.
Rob iria procurar Nancy e induzi-la-ia a dar-lhe cinquenta mil dólares, garantindo-lhe em troca que nunca deporia contra ela.
Jim, que exigia vinte por cento desta quantia, obteria passaportes canadianos falsos e reservaria passagens para a Argentina, enquanto Rob procurava Nancy.
Rob rapou a barba e cortou o cabelo, a conselho de Jim, que o avisara de que, se parecesse um hippie, chamaria a atenção de todos os polícias de Nova Inglaterra.
Seguidamente, Jim traçou-lhe um mapa, onde assinalou a rua em que Nancy vivia, incluindo o caminho por entre o bosque, no qual poderia ocultar o automóvel.
Quando chegou ao Cape, parou em Hyannis para encher o depósito. Depois de verificar os níveis do óleo e da água e de lhe limpar os vidros, o empregado da estação
de serviço perguntou-lhe se ia à pesca. Rob declarara-lhe que ia a Adams Port ver uma velha amiga que poderia não ficar muito satisfeita ao vê-lo. Depois liquidara
a conta e partira.
Chegara a Adams Port às dez menos um quarto. Mesmo com o mapa traçado por Jim, teria ultrapassado, sem notar, a estrada de terra batida que conduzia ao bosque,
por detrás da casa dela, se não visse uma velha station Ford sair dessa estrada.
Consequentemente, retrocedera até à estrada de terra, estacionara o automóvel e começara a dirigir-se para a casa quando vira Nancy a correr desvairadamente.
Seguira-a até ao lago e chegara a pensar entrar nele também quando a viu sair da água e cair na praia. Notou que ela olhava na sua direcção, mas, ignorando o que
se passava, não quisera imiscuir-se no assunto.
De regresso ao automóvel, decidira instalar-se num motel e procurar vê-la no dia seguinte. No motel, Rob deitou-se imediatamente e logo adormeceu. Acordou a meio
da tarde e ligou o televisor para ouvir o noticiário. A imagem apareceu a tempo de ele poder ver uma fotografia sua.
Uma voz descrevia-o como a testemunha desaparecida no caso dos crimes Harmon, que fora vista no Cape nessa manhã.
Estarrecido, Rob viu o apresentador voltar a noticiar o desaparecimento dos pequenos Eldredge. Pela primeira vez na sua vida sentiu-se apanhado.
Agora, que rapara a barba e cortara o cabelo, estava exactamente como aparecia na fotografia.
Se Nancy Eldredge tinha de facto morto os seus novos filhos, quem acreditaria que ele nada tinha a ver com o assunto? Devia ter acontecido exactamente antes da
sua chegada.
Rob pensou na velha station Ford que saíra, em marcha atrás, da estrada de terra, justamente quando ele nela entrara, com um tipo pesado ao volante.
O instinto de conservação de Rob Legler aconselhava-o a deixar Cape Cod, mas não no Dodge vermelho que todos os polícias estariam a procurar.
Fez a mala e abandonou o motel. Ao lado do Dodge encontrava-se um Volkssvagen, cuja capota Rob abriu, a fim de fazer uma ligação directa, afastando-se então.
Seis minutos mais tarde passou um sinal vermelho. Trinta segundos depois viu uma luz vermelha intermitente reflectida no seu espelho retrovisor. Estava a ser perseguido
por um carro da polícia.
Por momentos pensou em render-se; depois, a necessidade irresistível de escapar aos problemas dominou-o.
Ao dobrar uma esquina, abriu a porta do veículo, carregou com a mala no acelerador e saltou para fora, desaparecendo numa zona arborizada, enquanto o carro da Polícia,
cuja sirene tocava, continuava a perseguir o Volkswagen.
***
CAPÍTULO 7.

MICHAEL sabia que, se quisesse fugir, precisava de não fazer nenhum ruído. Lembrava-se de que, quando a mãe mandara retirar a alcatifa da escada, lhes dissera:
Agora, até porem outra alcatifa vocês têm de jogar um novo jogo: chama-se andar civilizadamente.
E Michael e Missy tinham brincado a descer a escada na ponta dos pés. Acabaram por o fazer tão engenhosamente que costumavam descer em silêncio e pregar sustos
um ao outro.
Agora, andando da mesma maneira, Michael chegou sem ruído ao piso térreo. Tinha de sair daquela casa e trazer o pai para que este viesse buscar Missy.
No fundo das escadas, Michael olhou à sua volta, confuso, dirigindo-se depois rapidamente para a cozinha, onde viu uma porta de saída.
Correu para ela e estava quase a abri-la quando ouviu passos que se aproximavam. Os joelhos tremeram-lhe. Se a porta fosse difícil de abrir, o homem apanhá-lo-ia.
Rapidamente, saiu da cozinha e correu para uma pequena sala de visitas. A luz da cozinha acendeu-se e Michael encolheu-se por detrás de um sofá. A poeira penetrou-lhe
no nariz, dando-lhe vontade de espirrar. Depois a luz da cozinha extinguiu-se de súbito e a casa mergulhou na escuridão.
Um momento depois surgiu um clarão vermelho na cozinha e o homem chamou: Michael, não tem importância. Já não estou zangado. Aparece, Michael. Eu levo-te a casa
para a tua mãe.
UMA vaga sensação de depressão, juntamente com uma dor de cabeça, fez com que John Kragopoulos, que tencionava seguir directamente para Nova Iorque depois de deixar
Dorothy, abandonasse a ideia de conduzir durante cinco horas consecutivas.
Não só o tempo estava opressivo como a profunda angústia de Dorothy se lhe transmitira. A ideia de aquelas crianças, cuja fotografia Dorothy levava na mala e lhe
mostrara, terem sido vítimas de um crime deixava-lhe uma sensação de náusea na boca do estômago. Seguiu pela Estrada 6A rumo ao continente.
à sua frente, do lado direito, surgiu um restaurante afastado da estrada. Impulsiva mente, John virou o volante rumo ao parque de estacionamento. Era de bom senso
tomar uma refeição decente antes de iniciar a viagem de regresso.
E era de bom senso também, do ponto de vista do negócio, tentar conversar com o pessoal de um restaurante numa zona vizinha da casa que ele próprio estava a considerar
explorar com fins similares.
Dirigiu-se directamente ao bar. Já não havia clientes. Mandou vir um whisky Chivas Regal com gelo; depois, quando o empregado do bar lho serviu, perguntou-lhe se
seria possível arranjar alguma coisa de comer.
- Não há problema. - John apreciou não só a resposta prestável do empregado como também a forma como ele conservava o bar imaculadamente limpo.
O barman apresentou-lhe uma ementa.
- A cozinha está fechada entre as duas e meia e as cinco, mas se não se importa de comer aqui...
- Acho óptimo. - Rapidamente, John encomendou um bife e uma salada.
O Chivas aqueceu-o e a sua depressão começou a desaparecer.
- Você prepara bem as bebidas.
O empregado do bar sorriu:
- É preciso ser um bom profissional para preparar um whiskion the rocks.
- Eu sou da profissão. Sabe o que quero dizer. - John decidiu ser franco. - Estou a pensar em comprar aquela casa a que chamam A Vigia para abrir um restaurante.
Que pensa da ideia?
- Pode resultar. Com boa atmosfera, boas bebidas, uma boa ementa... Pode levar bom dinheiro e ter a casa cheia...
- É o que eu penso.
- É claro que tem de se livrar desse velho do andar de cima.
- Tenho estado a pensar nele. Parece ser um tipo estranho.
- Bem, ele diz que vem cá todos os anos para a pesca. Eu sei, porque Ray Eldredge por acaso falou no assunto. Um tipo fixe, o Ray Eldredge. É aquele a quem desapareceram
hoje os filhos.
- Ouvi falar disso.
- É uma vergonha. Uns miúdos tão giros. Mas, como ia a dizer, um dia, há algumas semanas, esse tipo, o inquilino da Vigia, apareceu aqui e encomendou uma bebida.
Eu conheço-o, já o tenho visto por aí. Bem, só para meter conversa, perguntei-lhe se estaria aqui em Setembro, quando os azuis correm por aí. Sabe o que foi que
aquele estúpido disse?
John esperou.
- Nada. Nem sabia do que eu estava a falar. Acredita que alguém possa vir todos os anos pescar para o Cape e não saiba o que eu queria dizer?
O bife chegou. Saboreando a excelente carne combinada com o agradável calor da bebida, John descontraiu-se e começou a pensar na Vigia. Gostara de ter visto
a casa.
A sensação de desconforto só começara no apartamento de Mr. Parrish. John terminou o bife e pagou a conta. Voltando para cima a gola do casaco, dirigiu-se para
o automóvel. Devia seguir em direcção ao continente, mas sentiu um impulso louco de retornar à Vigia.
Courtney Parrish mostrara-se nervoso - desesperadamente ansioso por que eles saíssem. E aquele telescópio. Parrish alterara a direcção em que ele apontava, mas
quando John o colocara na posição primitiva, vira carros da Polícia junto do que devia ser a casa dos Eldredges.
Que telescópio incrivelmente potente para um mero amador de astronomia! Poderia Courtney Parrish ter estado a observar pelo telescópio a casa dos Eldredges no momento
em que as crianças haviam desaparecido? Teria ele visto alguma coisa? Nesse caso, porém, certamente teria chamado a Polícia.
John pegou num charuto e acendeu-o com um pequeno isqueiro de ouro. Era uma loucura alimentar aquelas suspeitas. Que poderia ele fazer? Telefonar à Polícia e dizer
que o homem lhe parecera nervoso e que devia ir investigar A Vigia ? E, se a Polícia procedesse a qualquer investigação, Courtney provavelmente diria: Preparava-me
para ir tomar banho e detesto ser interrompido.
Perfeita mente razoável. As pessoas que vivem sozinhas têm tendência para adquirirem hábitos rigorosos. Sozinho. Era essa a palavra. Era isso que importunava John.
Qualquer coisa lhe assegurava que Courtney Parrish não estava só. Era o brinquedo na banheira. Aquele incrível pato de borracha. E o aroma a talco para bebé. Sabia
o que tinha a fazer.
Retirou o isqueiro da algibeira e escondeu-o no compartimento das luvas. Regressaria à Vigia sem se anunciar e pediria autorização para procurar o isqueiro, que
deveria ter deixado em qualquer sítio.
Esse pretexto dar-lhe-ia a oportunidade de observar melhor o local e, ou afastar uma suspeita ridícula, ou ter algo mais do que uma suspeita para discutir com a
Polícia.
ELA não queria recordar... o retorno ao passado era-lhe por de mais doloroso. Mas as perguntas, persistentes, sobre Carl... sobre a mãe. Tinha de responder, mais
que não fosse para pôr cobro às perguntas. Ouviu a sua voz, muito distante. Era como assistir a uma peça.
A mãe no restaurante... a última vez que a vira. A expressão perturbada da mãe, que ora a fitava a ela, ora a Carl.
- Onde arranjaste esse vestido, Nancy? - Percebera que a mãe não gostara do facto. A lã branca.
- Foi o Carl que o escolheu. Gosta dele?
- Não é um pouco infantil?
A mãe deixara-os para ir fazer um telefonema. Seria para o Dr. Miles? Nancy esperava que sim. Queria que a mãe fosse feliz... Talvez devesse ir para casa, com a
mãe... Talvez deixasse de se sentir tão cansada. Comunicou o que pensava a Carl? Carl a sair...
- Desculpa-me, querida. - A mãe regressara antes dele. - Nancy, tu e eu precisamos de conversar amanhã, quando estivermos sós. Eu vou buscar-te para tomarmos o
pequeno-almoço juntas. A mãe a entrar no automóvel alugado, a seguir pela estrada. Depois o telefonema. Houve um acidente... o mecanismo da direcção. Carl... - Eu
tomo conta de ti, minha pequenina. O funeral... depois o casamento. Usaria o vestido de lã branca, que seria o suficiente, apenas para ir ao registo civil... Mas
havia uma mancha de óleo no ombro.
- Carl, como é que este vestido está sujo de óleo? Só o vesti para ir jantar com a mãe.
- Eu mando-to limpar. - A sua mão, familiar, batendo-lhe levemente no ombro. - Não... não... A voz.
- Que quer dizer, Nancy?
- Não sei... não tenho a certeza... tenho medo.
- Medo do Carl?
- Não... ele é bom. Toma o teu remédio... Os pequenos... estão bem por enquanto... Carl era bom.
- Carl era bom para os pequenos?
- Fazia-os obedecer. Peter receava-o... e Lisa... Então a minha pequenina tem uma pequenina...
- Era o que Carl dizia?
- Sim. Há qualquer coisa que não está bem. Eu não devo tomar o remédio depois do jantar... fico demasiado cansada... Tenho de me ir embora.
- Deixar Carl? - Eu não estou doente... Carl está doente.
- Que doença tem ele, Nancy?
- Não sei.
- Nancy. fale-nos do dia em que Peter e Lisa desapareceram.
- Carl está zangado.
- Porquê?
- O remédio... ele viu-me deitar o remédio fora... fez-me beber mais. Tão sonolenta... Lisa está a chorar... Carl... com ela. Tenho de me levantar... A chorar tanto...
Carl espancou-a... diz que ela molhou a cama... Tenho de a levar daqui... pela manhã... O meu dia de anos.
- Não amava Carl, Nancy...
- Eu devia. Mas Lisa tão calada. Prometi que íamos fazer um bolo de anos para mim. Ela e Peter e eu... Vamos sair e comprar velas. Está a começar a chover... Lisa
pode estar a adoecer.
- Carl foi às aulas nesse dia?
- Foi. Ele telefonou. Eu disse-lhe que íamos ao centro comercial... depois ia passar pelo médico para que ele visse Lisa. Eu estava preocupada. Disse que ia ao
centro às onze horas... depois do programa infantil da televisão.
- Que disse Carl quando você lhe contou que estava preocupada com Lisa?
- Disse que o dia estava mau... não queria que Lisa saísse. Eu disse-lhe que deixava os dois no carro enquanto fazia as compras... Eles queriam ajudar-me a fazer
o bolo... Nunca se divertiam... Eu não devia ter deixado Carl ser tão rigoroso... a culpa era minha. Rob fez as crianças rir.
- Estava apaixonada por Rob, Nancy?
- Não. Eu estava numa gaiola... queria falar com alguém. Depois Rob disse o que eu lhe disse. Mas não era assim... não era assim. - A voz dela começou a subir de
tom.
A voz de Lendon tornou-se mais tranquilizante.
- Então levou as crianças ao centro comercial às onze horas...
- Levei. Disse-lhes para ficarem no carro... Elas concordaram... Umas crianças tão amorosas... Nunca mais vi os meus filhos... nunca mais...
- Nancy, quanto tempo esteve no centro comercial?
- Não muito... dez minutos... Vim logo para o carro... As crianças tinham desaparecido. - A sua voz reflectia a incredulidade que a dominava.
- Que foi que fez, Nancy?
- Não sei que fazer... Talvez fossem comprar uma prenda para mim... . Peter tem dinheiro... Procuro na confeitaria... na loja ao lado... procuro as crianças...
- Perguntou a alguém se as viu?
- Não. É preciso que o Carl não saiba. Ele vai ficar zangado... Não quero que ele castigue os pequenos... E Lisa não molhou a cama.
- Que quer dizer?
- A cama seca... Porque lhe bateu Carl? Agora não tem importância... As crianças desapareceram... Michael. Missy também... Procurar os dois.
- Diga-nos como procurou Michael e Missy esta manhã.
- Tenho de procurar no lago. Depressa, depressa... Há alguma , coisa no lago... Há alguma coisa debaixo de água.
- O que é que estava debaixo de água?
- Uma coisa vermelha... Talvez seja a luva de Missy... Tenho de a apanhar... A água está tão fria... Não consigo chegar lá... não é uma luva.
- Que foi que fez?
- Sair... sair da água... caio na praia... Ele estava lá... no bosque... a observar-me.
Jed Coffin ergueu-se.
Lendon levantou a mão em sinal de aviso.
- Quem estava lá, Nancy? - perguntou. - Diga-me quem estava lá?
- Um homem... Eu conheço-o... Rob Legler... a olhar para mim. - Os olhos dela pestanejaram.
Ray empalidecera.
Dorothy respirava com força.
Lendon ergueu-se.
- O efeito do Amytal está a desaparecer.
- Doutor, posso falar consigo e com Jonathan lá fora? - A voz de Jed era reservada.
- Fique com ela, Ray - recomendou Lendon. - Ela pode acordar.
Na sala de jantar, Jed olhou de frente Lendon e Jonathan.
- Doutor, por quanto tempo vai isto prolongar-se? - A expressão de Jed era impenetrável.
- Penso que não devemos interrogar Nancy mais.
- E que foi que obtiveram de tudo isto, para além do facto de ela ter medo do primeiro marido e de Rob Legler ter podido estar no lago esta manhã?
Lendon olhou-o, estupefacto.
- Meu Deus, não ouviu o que aquela mulher disse? Não sabe o que esteve a ouvir?
- Só sei que não ouvi uma única coisa que me possa ajudar a encontrar os pequenos Eldredge. Ouvi Nancy Eldredge considerar-se culpada da morte da mãe, o que é natural,
dadas as circunstâncias. As suas reacções ao primeiro marido parecem bastante histéricas.
- Chefe, sabe o que é pedofilia? - Jonathan assentiu com a cabeça.
- Era nisso que eu estava a pensar.
Lendon não deu a Jed tempo para responder.
- Em termos legais, é uma aberração, que envolve actividade sexual com uma criança.
- Que é que isso tem a ver com o caso?
- Não tem a ver... completamente. Nancy tinha dezoito anos quando se casou. Mas parecia bastante infantil. Chefe, há alguma possibilidade de se conhecer o passado
de Carl Harmon?
Jed Coffin mostrou-se incrédulo. Apontou para o granizo que continuava a tamborilar na vidraça.
- Doutor - lembrou ele -, lá fora há duas crianças que ou estão por aí geladas até aos ossos, ou estão nas mãos sabe Deus de que louco, provavelmente mortas. Mas
é minha missão encontrá-las. E quer que perca o meu tempo a procurar o cadastro de um morto?
O telefone tocou. Bernie Mills, que se encontrava discretamente na sala, apressou-se a atendê-lo. Era o sargento Poler, da sede.
- Dá-me o chefe.
Lendon e Jonathan trocaram um olhar, enquanto o chefe Coffin ouvia, perguntando depois rapidamente:
- Há quanto tempo? Onde?
Lendon compreendeu que estava a rezar uma oração inarticulada e fervorosa, para que a mensagem não trouxesse más notícias sobre as crianças.
Jed bateu com o auscultador no descanso e voltou-se para eles.
- Rob Legler registou-se no motel de Adams Port cerca das dez e meia desta manhã. Um carro que pensamos que ele roubou espatifou-se na Estrada 6A, mas ele raspou-se.
Está a proceder-se a uma busca geral e eu vou dirigi-la. Deixo aqui o agente Mills.
Depois de a porta se ter fechado atrás do chefe, Lendon ficou durante um longo minuto a tentar compreender o sentido profundo do que Nancy dissera.
Estou muito ligado a isto", pensou. Vejo Priscilla a esse telefone... a ligar para mim. Carl Harmon deixou a mesa a seguir. Onde terá ido? Teria ouvido o que Priscilla
me disse? Nancy disse que o seu vestido estava manchado de óleo.
Não estaria ela, na realidade, a dizer que pensava que, quando Carl pousara a mão manchada de óleo no seu ombro, lhe sujara o vestido? Teria Carl Harmon feito qualquer
coisa ao carro de Priscilla? Mas aonde o levaria esse conhecimento, estando Carl Harmon na sepultura? O noticiário televisivo das cinco horas da tarde foi em grande
parte dedicado ao desaparecimento dos pequenos Eldredge e à rodagem de excertos de filmes do arquivo sobre o caso Harmon.
Foi prestada particular atenção a uma fotografia de Rob Legler a sair do tribunal de S. Francisco com o Prof. Carl Harmon, e a voz do apresentador tornou-se premente:
Rob Legler foi positivamente identificado como tendo estado esta manhã nas proximidades da casa dos Eldredges. Se pensa ter visto este homem, ou se possui qualquer
informação que possa conduzir à pessoa ou pessoas responsáveis pelo desaparecimento dos pequenos Eldredge, pedimos-lhe insistentemente que ligue para este número:
KL 5-380O. Eu repito: KL 5-380O.
Os Wiggins, que haviam fechado a sua loja quando a electricidade faltara, haviam chegado a casa a tempo de ouvir o noticiário no seu televisor, que funcionava a
pilhas.
- Aquele tipo parece-me conhecido - observou Mrs. Wiggins. - Tem um aspecto bastante desagradável.
Jack Wiggins olhou, estupefacto, a mulher.
- Pois eu estava exactamente a pensar que ele era do género capaz de seduzir qualquer mulher.
- Aquele? Ah, tu referes-te ao novo. Eu estou a falar do outro, do professor.
Jack fez notar em tom condescendente:
- Ninguém está a falar de Harmon. Ele suicidou-se. Estão a falar desse tipo Legler.
Mrs. Wiggins mordeu o lábio.
- Compreendo. É que... ora, deixa lá... Quando é que está pronto o jantar?
- Não falta muito. Mas custa estar uma pessoa a preocupar-se com a comida quando se pensa nessas crianças, sabe Deus onde. Faz com que os nossos pequenos aborrecimentos
deixem de ter importância, sabes...
- Que pequenos aborrecimentos? - perguntou, suspeitoso.
- Bem... - Mrs. Wiggins hesitou.
No Verão passado haviam sido tantos os aborrecimentos com os ladrões que roubavam objectos da loja... Jack ficava perturbado só de discutir o caso.
Era essa a razão por que, ao longo do dia, lhe parecera que não valia a pena dizer-lhe que estava absolutamente certa de que Mr. Parrish roubara nessa manhã, de
uma prateleira, uma lata de pó de talco para bebé.
O noticiário das cinco horas estava também a ser ouvido numa modesta casa de Hyannis Port que não fora afectada pela falta de corrente.
A família de Patrick Keeney preparava-se para começar a jantar quando a fotografia de Michael e Missy Eldredge surgiu no écran.
Involuntariamente, Ellen Keeney olhou para os seus filhos - Neil e Jimmy, Deirdre e Kit. Quando os levava à praia, contava-lhes incessantemente as cabeças. "Meu
Deus, que nunca isto nos aconteça, por favor.
- Ele engordou imenso - comentou Neil.
Ellen olhou para o filho mais velho.
- Quem é que engordou, querido?
- Aquele homem, aquele da frente. Foi ele que me deu o dólar para eu ir aos correios, no mês passado, levantar a correspondência. Lembra-se, eu mostrei-lhe a nota
que ele escreveu, quando a mãe não acreditou.
Na imagem via-se Rob Legler, que seguia o Prof. Carl Harmon à saída do tribunal.
- Neil, estás enganado - objectou Ellen. - Aquele homem morreu há bastante tempo.
Neil mostrou-se ofendido.
- Vê? Nunca acredita no que eu digo. Está muito mais gordo e caiu-lhe o cabelo, mas tinha a cabeça assim como que puxada para baixo sobre o pescoço, exactamente
como aquele homem.
O comentador dizia:... Qualquer informação, por mais irrelevante que a considerem...
- Desliga a televisão, Neil - ordenou Pat ao filho. - Vamos dar graças.
Durante a oração que se seguiu, o espírito de Ellen estava longe. Tinham pedido qualquer informação, por mais irrelevante que parecesse.
Quando a oração terminou, ela perguntou:
- Neil, ainda tens o papel que o homem te deu? Não o puseste no teu mealheiro com o dólar?
- Sim, eu guardei-o.
- Então vai buscá-lo. Quero ver qual é o nome que lá está.
Pat estava a observá-la.
Quando Neil saiu, ergueu os olhos por sobre a cabeça dos outros filhos e observou:
- Não me digas que esse papel dá dividendos.
Subitamente, ela sentiu-se ridícula.
- Acho que só me dá nervoso...
***
CAPÍTULO 8.

TUDO corria mal! Primeiro a visita daquela mulher louca e depois a pequenita; teria de esperar até ela acordar, se é que ela acordaria.
Finalmente, o rapaz a fugir-lhe, a esconder-se. A sensação de prazer e de ansiedade experimentada por Courtney transformara-se em ressentimento.
O rapaz representava uma ameaça. Se se escapasse, seria o fim. Era preferível acabar imediatamente com ambas as crianças. A sensação de perigo apurava sempre a
sua percepção. Como da outra vez.
De facto, ele não sabia o que iria fazer quando atravessara furtivamente os terrenos da faculdade, dirigindo-se ao centro comercial.
Apenas sabia que não podia deixar que Nancy levasse Lisa ao médico. Estacionara o automóvel no caminho de acesso destinado aos fornecedores, entre o centro comercial
e a universidade. Vira-a chegar e entrar no centro. Não havia vivalma perto.
Num instante soubera o que tinha a fazer. As crianças tinham sido tão obedientes... Haviam ficado estupefactas quando ele abrira a porta do automóvel, mas, ao ouvi-lo
dizer: Vá, depressa, vamos fazer uma partida à mãe pelo seu dia de anos , imediatamente haviam entrado na mala do carro, e num instante tudo estava acabado.
Os sacos de plástico enfiados nas suas cabeças, as mãos dele a segurá-las até pararem de se agitar; a mala do carro fechada, e ele de regresso às aulas.
A aplicação dos alunos nas suas experiências laboratoriais - ninguém dera pela sua falta. E uma sala cheia de testemunhas prontas a afirmarem a sua presença, caso
necessário. Nessa noite dirigira-se de automóvel até à praia e lançara os corpos ao mar. Aproveitara a oportunidade e evitara o perigo.
E agora o perigo tinha de ser outra vez evitado. Depois ficaria em segurança, sem nada que o ameaçasse, a gozar com o tormento de Nancy.
E no dia seguinte, quando a noite caísse, seguiria no carro para o continente. E provavelmente encontraria alguma pequenita sozinha, a quem diria que era o novo
professor. Resultava sempre. Estava ainda na cozinha.
Chamou de novo.
- Michael, não queres ir para casa, para a tua mãe? Ela não foi para o céu, está melhor.
Começou a dirigir-se para o átrio, mas deteve-se, lembrando-se da sala das traseiras.
Entrou nesta divisão, segurando o candeeiro bem alto, acima da cabeça, perscrutando os objectos que surgiam das trevas. Ao dar uma volta sobre si, fez oscilar o
candeeiro. Soltou então uma exclamação aguda. Recortada no chão mal iluminado, tal como um coelho gigantesco, via-se a sombra de uma pequena figura curvada atrás
do sofá.
- Apanhei-te, Michael - gritou ele, casquinando uma gargalhada. - E desta vez não te deixo fugir.
QUANDO John Kragopoulos deixou a Estrada 6A e iniciou a subida íngreme que conduzia até à Vigia, a visibilidade era bastante reduzida. Conduziu cautelosamente,
sentindo que o automóvel facilmente derraparia no piso escorregadio.
Alguns minutos depois entrou no caminho que conduzia até às traseiras da Vigia. Quando estacionou o automóvel, viu-se envolvido pela escuridão agoirenta da grande
casa. Mesmo o andar de cima estava completamente às escuras.
Provavelmente verificara-se um corte de corrente, mas o homem tinha com certeza candeeiros. Cortes de corrente em ocasiões de tempestade não deviam ser raros no
Cape.
E supondo que Parrish adormecera e não se apercebera de que a electricidade faltara? E supondo - apenas supondo - que o fora visitar uma mulher que não queria ser
vista? Era a primeira vez que essa possibilidade ocorria a John.
Porque não pensara que Parrish podia ter uma visitante que ficaria embaraçada se fosse vista? Sentindo-se subitamente ridículo, John decidiu afastar-se, a fim de
não ser importuno.
Preparava-se para se retirar quando viu, através da última janela do lado esquerdo da cozinha, um vislumbre de luz movendo-se rapidamente, que alguns segundos depois
pareceu dirigir-se para o átrio. Alguém caminhava pela casa com um candeeiro.
John retirou a lanterna do automóvel e, abrindo silenciosamente a porta, seguiu pela beira do caminho. Mentalmente, reviu a disposição da casa. Por detrás do átrio
chegava-se à escada das traseiras, bem como à pequena sala de visitas do outro lado.
Abrigando-se da chuva, deslocou-se rapidamente pelas traseiras da casa, até à janela que devia corresponder à sala de visitas, encolhendo-se quando o candeeiro
se tornou visível. Podia agora ver Parrish, que chamava alguém.
John apurou o ouvido.
- Michael - chamava Parrish -, Michael! , Um arrepio de medo percorreu a coluna vertebral de John. Aquelas crianças estavam na casa. O candeeiro descrevia círculos,
iluminando o vulto de Parrish.
John tinha consciência de que não podia competir fisicamente com aquele homem. Deveria ir pedir auxílio? Porém, se Parrish encontrasse Michael, alguns minutos poderiam
fazer diferença.
Então, perante os seus olhos horrorizados, Parrish estendeu o braço por detrás do sofá, de onde retirou uma pequena figura que tentava desesperadamente escapar-se,
pousou o candeeiro e cerrou ambas as mãos em torno do pescoço da criança.
Actuando tão instintivamente como quando em combate na Guerra da Coreia, John ergueu o braço e quebrou a vidraça da janela com a lanterna.
Quando Parrish se voltou, já ele estendera a mão e abrira o fecho da janela, que ergueu para cima com força sobre-humana, saltando para dentro da sala.
Largou a lanterna no momento em que tocava com os pés no chão. Parrish agarrou-a e elevou-a sobre a cabeça, como uma arma.
- Foge, Michael! Pede socorro! - conseguiu John gritar, um instante antes de a lanterna se abater sobre o seu crânio.
RIGIDAMENTE sentada no sofá, Nancy olhava fixamente à sua frente.
Na lareira, que Ray acendera, as chamas começavam a lamber os ramos e troncos.
Ontem. Fora ontem, não fora? Ela e Michael tinham estado a limpar o relvado com um ancinho, e ele apanhara os ramos partidos. São bons para a lareira, comentara
ele. Era tão bom, tão parecido com Ray.
Nancy compreendia que, de uma forma indefinível, sentia um certo conforto por saber que Michael se encontrava junto de Missy. Se lhe fosse possível, ele cuidaria
dela.
- Oh, meu Deus! - Só percebeu que falava em voz alta quando Ray a olhou, alarmado.
Estava sentado no seu cadeirão, o rosto tenso de ansiedade. Parecia saber que agora ela não queria que ele lhe tocasse, que precisava de pensar. Tinha de acreditar
que os pequenos estavam vivos. Eles podiam não estar mortos. Porque sentia ela aquela pequena réstia de esperança?
- Rob Legler - observou. - Eu disse-te que o vi esta manhã.
- Disseste - assentiu Ray.
- Será possível que eu estivesse a sonhar? O médico acredita em mim?
- O médico acha que fizeste um relato correcto do que aconteceu - respondeu Ray. - E, Nancy, devo dizer-te que Rob Legler foi visto na vizinhança, sem qualquer
dúvida. Abandonou um carro roubado a cerca de três quilómetros da Estrada 6A. Mas não te preocupes. Ele não irá longe a pé com este tempo.
- Rob não faria mal aos pequenos - observou Nancy de modo terminante.
Lendon entrou na sala, seguido por Jonathan.
- Como se sente, Nancy? - Estudando-lhe atentamente o rosto, Lendon achou-a menos transtornada do que esperava.
- Sinto-me bem. Falei muito sobre o Carl, não falei?
- Falou.
- Havia qualquer coisa de que eu estava a tentar lembrar-me; qualquer coisa importante que lhe queria dizer.
- E agora, sabe o que é? - perguntou Lendon.
- Não. - Nancy ergueu-se e dirigiu-se impacientemente para a janela. Queria clarear as ideias. Olhou para si, apercebendo-se, pela primeira vez, que vestia o roupão.
- Vou-me arranjar - disse.
Lá em cima no seu quarto, sentindo-se entontecida, apoiou a testa na parede fria.
A porta abriu-se, e ouviu Ray gritar:
- Nancy... - Ele correu para ela e voltou-a para si.
- Estou bem - tranquilizou-o. - A sério.
Ele fê-la erguer a cabeça. A sua boca fechou-se sobre a dela, enquanto Nancy colava o corpo ao dele. Sempre fora assim. Ela quisera-o tanto, logo desde o início.
Não como Carl. Pobre Carl, ela apenas o tolerara. Depois de Lisa ter nascido, ele nunca mais... não como marido. Teria ele sentido a sua repulsa? Ela sempre se sentira
culpada.
- Amo-te. - Ela não soube que o dissera; palavras ditas tão frequentemente, palavras que murmurava a Ray mesmo durante o sono.
- Eu também te amo. Oh, Nancy, deve ter-te custado tanto. Eu julgava que entendia, mas não.
- Ray, achas que recuperamos os nossos filhos? - A voz dela tremia.
Ele apertou-a de encontro a si.
- Não sei, querida. Mas, aconteça o que acontecer, temo-nos um ao outro. Não há nada que altere isso... Nancy, encontraram Rob Legler no bosque próximo da baía.
O Dr. Miles foi até à sede da Polícia, e Jonathan e eu vamos também.
- Eu quero ir. Talvez ele me diga...
- Não, Jonathan tem uma ideia, e eu acho que pode resultar. Mas se Rob te vê, talvez se recuse a dizer qualquer coisa.
- Ray... - Nancy ouviu o desespero da sua própria voz.
- Querida, tem esperança. Já não deve faltar muito. Dorothy fica contigo. Eu volto assim que puder. - Durante um instante, afundou os lábios no cabelo dela; depois,
saiu.
Mecanicamente, Nancy entrou na casa de banho e abriu o chuveiro. Despiu o roupão e, apertando o cabelo num nó, entrou na banheira. O jacto de água fustigou violentamente
os seus músculos rigidamente tensos. Ergueu o rosto para a água quente e agradável, experimentando prazer com aquela sensação de limpeza.
Nunca, nunca mais tomara um banho de imersão, depois dos anos que vivera com Carl.
Uma recordação muito viva surgiu enquanto a água lhe batia no rosto. A banheira... a insistência de Carl em lhe dar banho. Uma vez, quando ela tentara afastá-lo,
ele escorregara e ficara com o rosto submerso. O incidente surgira tão inesperadamente que, por instantes, Carl não conseguira erguer-se. Quando o fizera, começara
a falar precipitadamente e a tremer. Mais do que irado, mostrava-se assustado. Aterrorizara-o sentir a cara coberta de água. Fora isso. Fora isso que ela tentara
recordar: esse pavor secreto da água. Oh, meu Deus!, Nancy saiu cambaleante do chuveiro e começou a vomitar irresistivelmente.
O sargento que se encontrava na recepção ergueu os olhos quando Ray e Jonathan entraram.
- Não esperava vê-lo aqui esta noite. Sinto muito acerca dos pequenos, Mr. Eldredge.
Ray inclinou a cabeça, num assentimento.
- Onde estão a interrogar Rob Legler? - O sargento mostrou-se alarmado.
- Não pode intervir, Mr. Eldredge.
Ray observou calmamente:
- Diga ao chefe que eu tenho de lhe falar agora.
O protesto do sargento morreu-lhe nos lábios. Voltando-se para um polícia que surgia, vindo do corredor, ordenou-lhe:
- Diga ao chefe que Ray Eldredge lhe quer falar.
Do outro lado da sala, Ray viu, sentado num banco, um casal de aparência agradável, aproximadamente da mesma idade dele e de Nancy.
Interrogou-se sobre os motivos que os teriam conduzido à esquadra. O homem parecia embaraçado, a mulher determinada. Seria possível que se tivessem batido e que
ela viesse apresentar queixa? O chefe Coffin entrou precipitadamente na sala.
- Que se passa, Ray?
- Tem cá o Rob Legler?
- Tenho. O Dr. Miles está comigo. O Legler não responde a nenhuma pergunta e quer um advogado.
- Foi isso que pensei. É por isso que estou aqui. - E, em voz baixa, expôs o seu plano.
O chefe sacudiu a cabeça.
- Não vai resultar. Este tipo é muito frio.
- Vamos tentar. Não vê como o tempo é importante? Se ele tem um cúmplice que está agora com as crianças, essa pessoa pode entrar em pânico.
- Bem... falem com ele. Mas não alimentem muitas esperanças.
Quando Ray e Jonathan começaram a seguir o chefe ao longo do corredor, a mulher ergueu-se do banco.
- Chefe Coffin. - A voz dela era hesitante. - Posso falar-lhe só por um minuto?
O chefe olhou-a apreciadoramente.
- É importante?
- Bem, talvez não seja. É uma coisa que o meu filho...
- Então sente-se, por favor, minha senhora. Eu atendo-a assim que puder.
Ellen Keeney deixou-se cair no banco enquanto os três homens se afastavam.
O sargento recepcionista compreendeu o seu desapontamento.
- Talvez eu possa ajudá-la, minha senhora.
Mas Ellen não confiou no sargento. à chegada, ela e Pat haviam tentado dizer-lhe que, segundo pensavam, o seu filho poderia saber qualquer coisa sobre o caso Eldredge.
O sargento mostrara-se indiferente.
- Sabe quantas chamadas já tivemos? É melhor sentar-se. O chefe recebe-a assim que puder.
Agora, Ellen negava-se a relatar-lhe os factos.
Estava resolvida a permanecer ali sentada até ter oportunidade de contar a sua história. A porta da esquadra abriu-se, dando entrada a outro casal.
- Olá, Mr. Wiggins, Mrs. Wiggins - saudou-os o sargento.
- Não vai acreditar - bradava Wiggins. - Numa noite como esta a minha mulher quer participar que alguém surripiou uma lata de pó de talco para bebé, esta manhã,
lá da loja.
Mrs. Wiggins parecia preocupada.
- Não me importo que pareça uma coisa estúpida. Quero falar com o chefe Coffin.
- Ele deve estar quase a aparecer. Sentem-se, está bem? - E apontou para o banco onde os Keeneys já estavam sentados.
Enquanto se instalavam, Mr. Wiggins murmurou, irritado:
- Continuo a não saber por que motivo estamos aqui.
A simpatia pronta de Ellen Keeney fê-la voltar-se para eles.
- Nós também não sabemos verdadeiramente porque estamos aqui - disse ela. - Mas não é uma coisa horrível essas crianças desaparecidas?
No gabinete, ao fundo do corredor, Rob Legler contemplava Jonathan Knowles com um olhar hostil. O medo apertava-lhe o estômago. Os pequenos Eldredge não haviam
sido encontrados. Se algo lhes acontecesse, poderiam tentar acusá-lo. Mas ninguém o vira perto da casa dos Eldredges. Ninguém, excepto aquele homem gordo que conduzia
a station.
- Você encontra-se numa situação muito grave - dizia Jonathan. - É um desertor que acaba de ser preso. Por mais culpado ou inocente que seja no desaparecimento
dos pequenos Eldredge, vai passar anos na cadeia.
- Veremos. - Mas Rob sabia que Jonathan podia ter razão.
Ray ergueu-se e inclinou-se sobre a mesa até os seus olhos ficarem ao nível dos de Rob.
- Oiça, seu vagabundo, e oiça bem. A minha mulher viu-o junto da nossa casa esta manhã. O que significa que tem de saber alguma coisa sobre o que se passou. Se
for franco connosco e nós recuperarmos as crianças, não será acusado de rapto. E Mr. Knowles, que é um dos melhores advogados do país, fá-lo apanhar a pena mais
leve possível por deserção. Que lhe parece? Aceita este acordo? - Ray moveu-se para a frente até os seus olhos ficarem a centímetros dos de Rob. - Porque, se não
aceita e eu venho a saber que nos poderia ter ajudado a recuperar os nossos filhos e não o fez, não importa em que cadeia o meterem, vou lá e mato-o.
- Ray. - Jonathan puxou-o energicamente para trás.
Rob sabia reconhecer o momento em que não lhe restavam trunfos para jogar.
Encolheu os ombros e olhou para Jonathan.
- O senhor defende-me?
- Defendo.
Rob recostou-se na cadeira, evitando olhar para Ray.
- Muito bem - disse. - Isto começou assim. Um camarada meu no Canadá...
Ouviram-no atentamente.
Rob escolheu as palavras cuidadosamente quando declarou que vinha pedir dinheiro a Nancy.
- Compreendem, eu nunca acreditei que ela tivesse tocado num único cabelo desses pequenos Harmon. Não era o género dela. Mas ouvi dizer que se preparavam para me
acusar de cumplicidade, que era melhor eu limitar-me a responder às perguntas e abster-me de emitir opiniões.
- Fale desta manhã - ordenou o chefe Coffin. - A que horas chegou a casa dos Eldredges?
- Faltavam alguns minutos para as dez horas - respondeu Rob. - Eu vinha a conduzir bastante devagar, à procura dessa estrada de terra que o meu amigo desenhara
no seu esboço, e tive de afrouxar por causa do outro carro. Depois compreendi que esse carro saía dessa estrada, dei a volta e retrocedi.
- O outro carro? - repetiu Ray. - Que outro carro?
A porta do gabinete abriu-se bruscamente e o sargento precipitou-se na sala:
- Chefe, acho que é muito importante que fale com os Wiggins e com o outro casal. Penso que têm informações de interesse.
FINALMENTE, Nancy conseguiu erguer-se, lavar a cara e bochechar... As crianças. Oh, não, que não acontecesse o mesmo outra vez. Por favor! Vestiu-se rapidamente,
enfiou os pés numas alpargatas e apressou-se a descer as escadas.
Dorothy estava à sua espera na sala de jantar, com sanduíches e um bule de chá.
- Nancy, sente-se. E tente comer alguma coisa...
Nancy interrompeu-a:
- Tenho de falar ao chefe Coffin. Tenho uma coisa para lhe dizer. - Cerrou os dentes ao sentir a histeria na própria voz. Voltou-se para Bernie Mills, que
estava de pé, junto à porta da cozinha - Não se importa de ligar para a esquadra. - pediu-lhe.
- Não, eu ligo. - Correu para o telefone, e estava a estender a mão para o auscultador quando o aparelho tocou.
Bernie Mills precipitou-se para o atender, mas Nancy antecipou-se e ergueu o auscultador.
- Está lá? - A voz dela era rápida e impaciente.
Depois ouviu. Tão baixo, que teve de se esforçar para perceber as palavras.
- Mãe. Mãe, por favor venha buscar-nos. A Missy está doente.
- Michael! - gritou ela. - Michael, onde é que estás?
- Estamos em... - A voz da criança desapareceu e a ligação foi cortada.
Nancy bateu repetidas vezes ao telefone.
- Telefonista - gritou -, não corte a ligação! Telefonista... - Mas era demasiado tarde. O sinal de linha chegava-lhe aos ouvidos.
- Nancy, que foi? - Dorothy estava a seu lado.
- Era o Michael. Disse que a Missy está doente. - Nancy viu a dúvida na expressão de Dorothy. - Não compreende? Era o Michael! - Freneticamente, ligou para a central.
- Pode dar-me uma informação sobre a chamada que acabo de receber? De onde é que falavam?
- Sinto muito, minha senhora. Não temos forma de saber isso. Estamos mesmo a ter bastantes problemas por causa da tempestade.
- Tenho de saber de onde veio essa chamada! Não há qualquer forma de descobrirmos de onde uma chamada é feita depois de a ligação ser cortada, minha senhora.
Como que paralisada, Nancy largou o auscultador.
- Alguém deve ter desligado o telefone - disse ela. - Alguém que tem os pequenos.
- Tem a certeza de que era o seu filho, Mrs. Eldredge? A senhora está muito perturbada. - Bernie Mills tentou falar numa voz tranquilizante.
Agarrando-se à beira da mesa para se recompor, Nancy disse em voz calma:
- Podem pensar que estou histérica, mas era a voz do meu filho. Qual é o número da esquadra da polícia?
- Ligue para KL 5-3800 - respondeu Bernie relutantemente. O chefe não lhe perdoaria por não ter sido ele a atender o telefone. O número atendeu. Uma voz áspera
disse:
- Quartel-General da Polícia de Adams Port. Sargento...
Nancy começou a dizer Chefe Coffin, quando compreendeu que não falava para ninguém.
- A ligação foi cortada - disse.
Bernie Mills pegou no telefone.
- Tem razão.
- Leve-me à Polícia. Não, vá o senhor. Se o telefone voltar a funcionar e Michael telefonar outra vez... Por favor, vá à Polícia. Nós ficamos aqui. Diga-lhes que
Michael telefonou.
- Eu não a posso deixar.
- Por favor! Quanto tempo é, de carro, daqui até lá? Cinco minutos. Não demora mais de dez a ir e voltar. Por favor!
Bernie Mills ponderou cuidadosamente o assunto.
O chefe ordenara-lhe que ficasse ali. Mas se tivesse sido o garoto ao telefone e ele não o informasse... Chegou a pensar em pedir a Dorothy que fosse à esquadra,
mas as estradas estavam cobertas de gelo e ela parecia muito preocupada.
- Eu vou - disse ele. - Fiquem aqui. - Sem perder tempo a procurar o capote, atravessou a correr a porta das traseiras, dirigindo-se para o carro-patrulha.
Nancy disse então:
- Dorothy, o Michael sabia onde estava. Ele disse: Estamos em... Que é que isso quererá dizer? Quando estamos numa rua ou numa estrada, dizemos Estamos na Estrada
6A, ou Estamos na praia. Mas se estamos numa casa, dizemos Estamos em casa da Dorothy... Percebe o que eu quero dizer? Oh, Dorothy, deve haver alguma forma de saber...
tem de haver... E ele disse que a Missy está doente. Eu quase a não deixei sair esta manhã. Mas pensei que não lhe faria mal sair apenas por meia hora. Enfiei-lhe
as luvas vermelhas, aquelas com as caras a rirem, e disse-lhe para não as tirar porque estava muito frio. Lembro-me de ter pensado que, uma vez para variar, ela
calçava duas luvas iguais. Mas ela perdeu uma junto do baloiço! Oh, Dorothy, ainda se eu não os tivesse deixado sair!
O rosto de Dorothy alterou-se convulsivamente.
- Que é que disse? Eu pensava que Missy só tinha uma luva com uma cara a rir.
- E tinha. Mas ontem à noite eu encontrei-lhe o par.
Com um soluço, Dorothy cobriu o rosto.
- Eu sei onde eles estão. Oh, meu Deus, como fui estúpida! - Introduziu a mão na algibeira, de onde retirou a luva. - Estava lá, esta tarde no chão da garagem.
Eu julguei que ela me tinha caído do carro. É aquele homem horrível... - Nancy agarrou a luva.
- Dorothy, onde foi que a encontrou?
Dorothy reconheceu sem energia:
- Na Vigia, quando hoje a estava a mostrar.
- A Vigia... onde vive esse Mr. Parrish. Eu nunca o vi, senão ao longe. Oh, não! - Num instante de total entendimento, Nancy descortinou a verdade e compreendeu
que podia ser já demasiado tarde.
- Dorothy, eu vou à Vigia. Agora. Pode ser que ainda vá a tempo. Você vá ter com Ray e a Polícia. Diga-lhes para virem. Eu posso entrar na casa?
A voz de Dorothy tornou-se calma. Mais tarde poderia ceder à auto-recriminação.
- A porta da cozinha tem um fecho. Se ele o correu, não pode entrar. Mas a porta da frente... nunca lhe dei a chave. - Enfiou a mão na algibeira, de onde retirou
um jogo de chaves. - Esta abre as duas fechaduras. - E as duas mulheres saíram a correr pela porta das traseiras.
A visibilidade era praticamente nula. Deslizando sobre o pavimento coberto de granizo, Nancy conduziu rapidamente o automóvel ao longo da estrada e atravessou a
6A em direcção ao atalho para A Vigia. Quando iniciou a subida íngreme e sinuosa, o carro começou a derrapar sobre o gelo. Uma árvore surgiu à sua frente. Nancy
conseguiu fazer o volante dar meia volta.
A parte dianteira do automóvel desviou-se para a direita e embateu ruidosamente na árvore. Nancy abriu a porta do automóvel e iniciou a penosa subida. Próximo do
caminho que dava directamente acesso à casa escorregou e caiu. Ignorando a dor aguda no joelho, alcançou a casa, que contornou rapidamente até chegar à entrada principal.
Os dedos, entorpecidos, tiveram dificuldade em manusear a chave.
Oh, meu Deus, faz com que ela abra! As fechaduras, ferrugentas, só dificilmente cederam. Nancy abriu a porta. A casa estava mergulhada na escuridão - num terrível
silêncio. Resistiu ao impulso de gritar o nome de Michael.
Dorothy mencionara a existência de duas escadas no átrio, depois da grande sala da frente. Insegura, Nancy começou a andar, tacteando à sua frente, na escuridão.
As escadas... três lanços. Retirou as alpargatas. Estavam tão empapadas de água que o ruído que provocavam a denunciaria.
No começo da escadaria, parou para controlar a respiração ofegante. A porta no cimo das escadas encontrava-se aberta.
Foi então que ouviu uma voz - a voz de Michael: Não faça isso!
Subiu a correr as escadas silenciosamente, furiosamente. Michael! Missy! No cimo das escadas hesitou. Do hall chegava-lhe uma réstia de luz.
Ainda em silêncio, correu através da sala de estar mergulhada em sombras até à luz do candeeiro no quarto de dormir, em direcção à volumosa figura de costas para
ela que segurava com uma mão, sobre a cama, um pequeno ser que se debatia, enquanto com a outra enfiava um saco de plástico numa cabecita loura.
Nancy teve a visão rápida dos olhos azuis aterrorizados de Michael e do plástico que se lhe colava às pálpebras e narinas, ao mesmo tempo que gritava:
- Larga-o, Carl! - Só soube que dissera Carl quando ouviu o nome saído dos seus lábios.
O homem deu uma volta sobre si. A figura desgrenhada e seminua de Missy jazia sobre a cama, a camisola vermelho-vivo enrodilhada a seu lado.
Viu o ar de estupefacção do homem transformar-se em astúcia.
- Tu! - Dirigiu-se a ela ameaçadoramente.
Sentiu que ele lhe apertava o pulso com força, mas afastou-se e lançou-se sobre a cama, rasgando com as unhas o apertado saco de plástico que já estava a tornar
azuladas as faces de Michael.
Ouviu a sua respiração pesada quando se voltou para enfrentar o ataque de Carl. Os braços dele apertaram-na com força de encontro a si. Sentiu o calor doentio do
corpo dele. Enquanto tentava libertar-se, sentiu o pé de Missy que se movia. Missy estava viva.
Começou a gritar - um grito constante, exigente, pedindo socorro; depois a mão de Carl cobriu-lhe a boca e as narinas, impedindo-a de respirar e fazendo com que
grandes cortinas negras descessem diante dos seus olhos.
Bruscamente, as mãos afrouxaram. Tossiu, sufocada - num som gorgolejante.
Algures, alguém gritava o seu nome. Ray! Era Ray! Tentou responder, mas nenhum som lhe saiu da garganta.
- Mãe, mãe, ele está a levar Missy! - A voz de Michael era premente, a mão dele sacudia-a.
Conseguiu sentar-se, enquanto Carl passava por ela, levando a pequenita, que agora começara a agitar-se e a chorar.
-Deixa-a, Carl! Não lhe toques! - Mas ele olhou-a selvaticamente e, apertando Missy de encontro a si, correu para a escuridão do quarto ao lado.
Ela cambaleou atrás dele, tentando afastar a tontura. Ouviam-se passos que subiam precipitadamente a escada. Desesperadamente, procurou Carl e viu a sua sombra
recortada na janela. Ele subia as escadas para o sótão.
- Cá em cima, Ray! Cá em cima! - Finalmente, conseguiu falar. Tropeçando às cegas, subiu a escada do sótão atrás de Carl.
Este, porém, agora subia os degraus pequenos e frágeis que conduziam ao passeio da viúva. Ela pensou na varanda estreita e perigosa que rodeava a chaminé por entre
os torreões da casa.
- Carl, não vás para aí. É muito perigoso! Volta! - Mas ele estava no cimo dos degraus, empurrando a porta que dava para o telhado.
Missy chorava agora - um lamento alto e aterrador:
- Mããe...
Carl atirou-se para a varanda.
Freneticamente, Nancy arrastou-se atrás dele, tentando puxá-lo para baixo.
Se ele caísse, ou deixasse cair Missy...
- Carl, pára. Pára! - O granizo fustigava-o.
Ele voltou-se e tentou dar-lhe um pontapé, mas oscilou para trás, apertando fortemente Missy. Baloiçou sobre o parapeito, mas conseguiu recuperar o equilíbrio.
Ela ouvia-lhe a respiração áspera, um som agudo entre o soluço e o riso. Ele segurava Missy sobre o parapeito.
- Não te aproximes mais - avisou-a. - Senão, deixo-a cair. Diz-lhes que têm de me deixar ir. Diz-lhes que não podem sequer tocar-me.
- Carl, eu ajudo-te. Dá-ma - suplicou. - Eu digo-lhes que tu estás doente.
- Tu não me ajudas. Só queres que eles me façam mal. - Passou um pé por sobre o parapeito.
- Carl, não. Não faças isso, Carl, tu detestas a água. Não queres que a água te cubra a cara. Quando o teu corpo não foi encontrado, eu devia ter percebido que
tu não te suicidaras. Tu não te podias ter afogado.
Então ouviu o som de algo que estalava.
O parapeito estava a quebrar-se! Carl, cuja cabeça tombou para trás, estendeu os braços.
Quando ele soltou o corpo de Missy, Nancy precipitou-se para a frente.
As suas mãos apanharam o cabelo comprido de Missy - apanharam-no, torceram-no e seguraram-no. Oscilava na berma do passeio da viúva, que se desfazia.
Sentiu a mão de Carl que, enquanto caía, lhe agarrava uma perna, gritando. Então uns braços firmes rodearam-na por trás.
Uma mão forte empurrou a cabeça de Missy para junto do seu pescoço e puxou ambas para trás.
Nancy desmaiou nos braços de Ray, enquanto, com um último grito desesperado, Carl deslizava pelo telhado inclinado e escorregadio, precipitando-se nas águas furiosas
em baixo.
***
CAPÍTULO 9.

AS chamas lambiam, esfomeadas, os troncos grossos. O aroma quente da lareira e o cheiro do café acabado de fazer impregnavam a sala.
Os Wiggins tinham aberto a loja, de onde haviam trazido carnes frias para sanduíches, e, juntamente com Dorothy, tinham posto a mesa, enquanto Nancy e Ray se encontravam
no hospital com as crianças.
Quando eles regressaram a casa, as equipas de televisão filmaram Nancy e Ray transportando os filhos do automóvel e receberam a promessa de uma entrevista no dia
seguinte.
- Entretanto - dissera Ray aos microfones - queremos agradecer a todos aqueles cujas orações ao longo deste dia mantiveram os nossos filhos salvos do perigo.
Agora Nancy encontrava-se sentada no sofá, apertando estreitamente Missy, que dormia tranquilamente ao colo da mãe, enrolada num cobertor. Michael, ao colo do pai,
falava com Lendon, contando-lhe tudo.
A sua voz era um tanto jactanciosa:
- E eu não quis ir-me embora daquela casa sem Missy quando o homem bom começou a lutar com o homem mau e me gritou para eu ir pedir ajuda. Por isso voltei a subir
as escadas para junto de Missy e telefonei à mãe. Mas o telefone deixou de funcionar. Depois o homem mau veio...
- Muito bem. Foste formidável, Mike. - Ray não podia afastar os olhos de Nancy e de Missy.
O rosto de Nancy estava tão serenamente belo que ele teve dificuldade em se libertar de um nó que se lhe formara na garganta.
O chefe Coffin pousou a chávena de café e releu a declaração que iria fazer à imprensa: O Prof. Carl Harmon, aliás Courtney Parnsh, foi retirado da água ainda com
vida. Antes de morrer, fez uma declaração confessando ser o único culpado do assassínio dos seus filhos, Peter e Lisa, há sete anos. Admitiu também ser o responsável
pela morte da mãe de Nancy Eldredge. Compreendendo que esta teria impedido o seu casamento com Nancy, avariou a direcção do seu automóvel enquanto ela se encontrava
num restaurante com a filha.
Mr. John Kragopoulos, a quem o Prof. Harmon atacou hoje, está internado no Hospital de Cape Cod, com uma concussão cerebral, mas espera-se que se restabeleça.
Os pequenos Eldredge foram examinados, não tendo sido sexualmente molestados, embora o rapaz, Michael, apresente uma equimose no rosto, resultante de uma violenta
bofetada.
O chefe sentia-se cansado até à medula dos ossos. Amanhã, reflectiu, teria de julgar a sua própria culpabilidade. Alimentara um preconceito contra Nancy, irritado
pelo facto de não a ter reconhecido, devido ao qual fechara o entendimento a tudo quanto Jonathan, Ray, o médico e a própria Nancy lhe haviam dito.
- Café? - Jonathan repetiu a pergunta de Dorothy.
- Sim, obrigado. Normalmente não tomo café tão tarde, mas não me parece que vá ter dificuldade em dormir esta noite. - Olhou de perto o rosto de Dorothy. - E você?
Deve estar bastante cansada. - Notando uma tristeza indefinível ensombrar-lhe o rosto, compreendeu o motivo. - Acho que devo dizer-lhe - murmurou com firmeza - que
qualquer sensação de culpa que porventura tenha é injustificada. Todos nós ignorámos hoje os factos. Ainda esta manhã eu considerei a hipótese de pedir a Ray que
falasse ao inquilino da Vigia sobre o que quer que fosse que ele tinha na janela e que reflectia luz. Uma investigação ter-nos-ia levado muito rapidamente até à
Vigia. E um facto indiscutível é que, se você não tivesse resolvido manter o compromisso com Mr. Kragopoulos e não o levasse àquela casa, Carl Harmon não teria sido
desviado das suas intenções malignas.
Dorothy ouviu, meditou por momentos e começou a sentir o peso da culpa a diluir-se.
- Obrigado, Jonathan. Precisava mesmo de ouvir isso.
Inconscientemente, apertou-lhe o braço.
Ele cobriu-lhe a mão com a sua.
- Os caminhos ainda estão traiçoeiros - disse ele. - Quando quiser ir para casa, preferia que me deixasse levá-la.
Acabou, pensava Nancy. Acabou.
" Os seus braços estreitaram-se em torno de Missy adormecida, enquanto olhava para Michael, encostado ao peito do pai.
Do mais íntimo do seu ser nascia uma oração que lhe enchia o espírito e o coração. Obrigada, meu Deus, obrigada. Obrigada. Tu livraste-nos do mal.
- Mãe - balbuciou Michael numa voz sonolenta. - Não lhe comprei o presente de anos.
- Não te preocupes, Mike - tranquilizou-o Ray. - Vamos festejar amanhã o aniversário da mãe, e sei exactamente que presentes havemos de lhe dar. - Miraculosamente,
a tensão que ainda lhe crispava o rosto desapareceu, e Nancy viu uma cintilação aparecer nos seus olhos.
Ray olhou directamente para ela.
- Até te vou dizer quais são as nossas prendas - adiantou. - Lições de arte de um bom professor são a prenda dos pequenos. E uma ida ao instituto de beleza é a
minha. Tenho cá um palpite de que darás uma ruiva sensacional, querida.
Mary Higgins Clark:
Mary Higgins Clark tem cinco filhos, pelo que compreende muito bem a agonia da sua heroína neste livro.
Na realidade, foi a força do seu amor pela família que lhe forneceu a ideia original que se concretizaria na obra Onde Estão as Crianças?, Todas as mães se preocupam
com a ideia de os filhos se perderem, explica ela.
Então, um dia, pensei na hipótese de uma mulher não só perder os filhos como também ser acusada de os assassinar... Além de um enorme talento, Mrs. Clark possui
uma coragem e uma determinação raras.
Tendo enviuvado em 1964, quando o seu filho mais novo, Patty, tinha apenas um ano, arcou animosamente, desde então, com a dupla responsabilidade de ser simultaneamente
mãe e ganha-pão da família.
Educada em Nova Iorque, Mrs. Clark trabalhou como hospedeira do ar na rota Europa-Ásia-África - até ao seu casamento, altura em que foi viver, com o marido, para
Nova Jérsisa.
Foi então que começou a desenvolver as suas faculdades de escritora, que iriam revelar-se de importância crucial no futuro, assistindo a aulas práticas dadas por
escritores, frequentando cursos universitários nocturnos e, finalmente, publicando com êxito alguns contos.
O seu casamento, que durou quinze anos, foi extremamente feliz.
Tive muita sorte, reconhece ela.
Com a morte do marido, porém, viu-se obrigada a transformar um passatempo agradável numa profissão séria, a que dedicou tanto do seu tempo quanto as exigências
da sua jovem família lho permitiam.
Escreveu principalmente para a rádio, mas arranjou tempo para escrever uma biografia de George Washington destinada às crianças, que teve muito bom acolhimento.
Tornou-se também sócia de uma agência nova-iorquina de textos para rádio.
Onde Estão as Crianças? é o seu primeiro romance, escrito ao longo de um período de três anos, principalmente entre as cinco e as seis e meia da manhã, antes de
arranjar as crianças para irem para a escola e de ela própria sair para o seu trabalho, em Nova Iorque.
FIM


Um perfume no ar.
Um passado que espreita a cada minuto.
Uma neblina que repentinamente
se dissipa no horizonte.


"Elas são gêmeas idênticas. Pelo menos na aparência... Márcia é a perfeita; Maralys, a ovelha negra. Márcia tem um marido rico, dois filhos lindos, um lar estruturado;
Maralys vive sozinha e ganha a vida como programadora e conselheira sentimental pela internet. Até que um dia Márcia foge de casa, deixando apenas um bilhete de
despedida. Aos poucos, Maralys percebe que a aparente harmonia da vida da irmã era apenas uma fachada. E acontecimentos inusitados vão colocá-la em confronto com
suas verdades e com um segredo enterrado no passado que de repente volta à luz."

Abas:

Este livro retoma, com romantismo e humor, o clássico tema das irmãs gêmeas idênticas na aparência, mas completamente diferentes em temperamento e valores. Márcia
sempre se comportou como o esperado. Seu marido, James, é um advogado bem-sucedido. Seus filhos são adoráveis; sua casa, elegante e organizada. Maralys, por sua
vez, sempre foi difícil e pouco convencional. Trabalha em casa, sozinha, com computadores - entre outras coisas, assina uma inusitada coluna de aconselhamento sentimental
via internet, embora seu único casamento tenha sido um fiasco. Um dia, Márcia foge de casa, deixando apenas um lacônico bilhete de despedida. Aos poucos, Maralys
percebe que a aparente harmonia da vida de sua irmã era apenas uma fachada. James está à beira da falência e os meninos desejam somente segurança e paz. Caberá a
ela, à gêmea rebelde e inadequada, reerguer a vida dos três. Uma façanha que a coloca em confronto com suas verdades mais profundas: a dor da solidão, a máscara
de indiferença e cinismo que assumiu ao longo do tempo e um segredo enterrado no passado que subitamente volta à luz - e que ainda pode transformar sua vida.

Assunto: que fazer... programa triste
Oi, Tia Mary:
Tio velhaco bateu as botas. Mãe diz que todos têm de ir ao enterro na SEXTA À NOITE!
Chato.com - eu preferia me encontrar com o homem da minha vida.
Ah! :-(
Seu conselho?
Garota Chique
Assunto: re: que fazer... programa triste
Querida Garota Chique:
Vá... e use algo simples e preto.
O herdeiro pode precisar de apoio, e talvez a noite de sexta não seja desperdiçada. ;-)
Tia Mary
Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary!
Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:
http://www.pergunte-a-tia-mary.com

Apoiei o queixo na mão e fiquei olhando para a mensagem. Acho que aquela brincadeira estava começando a me cansar. Tia Mary havia perdido um pouco do brilho - mais
parecia uma baranga velha e mal-humorada que uma irreverente freqüentadora de fórum. Mas, por outro lado, eram nove horas, e eu acabara de acordar.
Salvei a resposta sem postá-la no fórum - só para o caso de cair um raio durante a madrugada! -, bocejei e me espreguicei. Na realidade, eu não devia ter saído da
cama, não havia dormido bem. Algo me impedira de dormir naquela noite. A consciência pesada, talvez. Ah! Mais provavelmente, os trabalhadores que estavam esburacando
a rua lá embaixo.
Ainda me sentia confusa, meio dormindo, meio acordada. Contudo, havia muitas mensagens para aquela sábia da netiqueta, Tia Mary. Estava na hora de um café preto
bem quente para me animar.
O telefone tocou quando eu abria espaço na bancada da pia para o moedor de café. Você precisa moer os grãos se quiser tomar um café decente.
- Tia Maralys? É você?
Não era um horário assim tão estranho para meu sobrinho ligar, mas algo no tom de voz dele fez com que eu esquecesse o café. Teria apostado meu último centavo em
que aquele garoto de dez anos jamais hesitaria diante qualquer coisa, mas ele parecia... perdido.
Jimmy conseguiu minha atenção no mesmo instante. De fato, estava me causando arrepios. Não me entendo com crianças. Não sei lidar direito com dependência e vulnerabilidade.
O único motivo de manter contato com meus sobrinhos é que eles já estão crescidinhos - então eu os vejo como adultos pequenos, e assim dá certo.
Quase sempre.
Mas naquele momento Jimmy tinha aquela voz de 'Faça meu dodói sarar", e senti um nó na garganta.
- Claro, Jimmy, sou eu. O que houve?
Talvez eu tenha parecido um pouco mais animada que o necessário, mas era para reconfortá-lo. Só que não me reconfortou.
- Houston, temos um problema - disse ele, iniciando
uma brincadeira que sempre fazíamos.
Nesse faz-de-conta eu era o controle da Nasa, e ele, o capitão da intrépida nave espacial Calypso. Dizer que Jimmy era maluco por coisas do espaço seria a maior
obviedade do século.
Deu certo: uma espécie de encontro de mentes na terra das gírias tecnológicas.
- Entendido, Calypso. Estamos na escuta... - Devia ser um problema para o qual eu era a solução, e a idéia do que poderia ser já se delineava. Se eu ainda não disse,
minha irmã é uma egoísta idiota e desmiolada. - Quais são as suas coordenadas, Calypso?
- Hum, piscina.
- Você tem aula de natação esta noite?
- Positivo, Houston. Os exercícios de manobra foram concluídos com sucesso.
Seguiu-se uma longa pausa. Chegara a hora das habilidades psíquicas latentes se manifestarem. Infelizmente, elas não pegaram o fio da meada.
- Dá para descrever a natureza do problema, Calypso?
- Hum. Tia Maralys...
A voz dele falhou, e tremi dos pés à cabeça. Esse negócio de ter uma porção gente carente e com problemas no meu telefone - bem, era apenas uma pessoa, mas já bastava
- me dava vontade de sair correndo.
Fechei os olhos e forcei-me a imaginar o que estava acontecendo com o meu sobrinho.
- Já fez contato com a mini nave de transporte, Calypso?
Achei que havia chegado a hora de eu e minha irmã gêmea termos uma conversa, já que ela não conseguia nem mesmo se lembrar de pegar os filhos depois da aula de natação.
- Hum... não, Houston. Não há sinal da mini nave. O encontro deve ter sido abortado.
Fiquei uma fera! Aquilo era típico da Márcia: criar problemas para todo mundo e assustar os filhos para poder... O quê? Fazer as unhas? Provavelmente algo estúpido,
feminino e frívolo como isso.
- E o transporte reserva, Calypso? - Tentei não demonstrar raiva na voz, porque sabia que James trabalhava mais que qualquer outro ser humano. - Você tem
as coordenadas dele?
Jimmy hesitou.
- Califórnia, eu acho.
Contive um grito e tratei de respirar fundo. Não era culpa do Jimmy que os idiotas pudessem se reproduzir.
- Está bem, Calypso, entendido. Vamos repassar a lista de verificação. Você está no ponto de contato?
- Afirmativo, Houston.
- Há quanto tempo?
- Desde às oito e meia, quando a aula acabou.
- De acordo com meus cálculos, o transporte está atrasado trinta e dois minutos. Confirme, por favor, Calypso.
- Correto, Houston.
- Por favor, confirme se está em missão solo, Calypso.
Os filhos da Márcia tinham apenas dois anos de diferença, eram idênticos ao pai e pareciam irmãos siameses. Sempre achei estranho que fossem tão unidos, porque Márcia
e eu quase nos matamos quando éramos crianças, mas talvez minha irmã achasse mais conveniente mantê-los no mesmo lugar ao mesmo tempo. Talvez eles se odiassem secretamente,
como todos os irmãos sadios. Essa idéia sempre me animou.
- Não, Houston, o tenente John está a bordo nessa missão. A aula dele também já terminou. - A voz de Jimmy baixou, incerta, e de novo ele pareceu um menininho
perdido. - Tia Maralys, todo mundo já foi embora.
Xinguei minha irmã em pensamento e desejei que fosse verdade aquela história de comunicação telepática entre gêmeos. Assim, pelo menos eu poderia saber o que Márcia
estava fazendo.
Por outro lado, eu não queria saber mais do que sabia sobre o modo de pensar dela. Aquela irmã pervertida, acho que cheguei na frente dela quando estavam distribuindo
bom senso.
Era essa a razão de Márcia estar casada e ter dois filhos, enquanto eu permanecia solteira... e nunca passaria por essas duas fases. Crises periódicas como a que
acontecia naquele momento eram o bastante para impedir que meu relógio biológico fizesse o alarme soar. Além de muitas outras coisas muito bem enterradas no meu
passado paleolítico e destinadas a jamais serem exumadas.
- Entendido...
Eu tinha apenas uma opção, apesar de ser ultra-inconveniente. Parecia até que minha irmã havia planejado aquela situação só para me aborrecer.
- Mantenha sua posição. Repetindo: mantenha sua posição, Calypso. Temos um problema técnico aqui: não há veículo disponível para contato imediato. Copiou, Calypso?
- Afirmativo, Houston.
Dessa vez foi Johnny quem falou. Acho que estavam compartilhando o telefone.
- O controle da missão sugere que entre em órbita baixa, na qual possa manter a posição designada. Caso o transporte não apareça, por favor, mantenha posição
até que o substituto se aproxime para o contato. Repita suas ordens, Calypso.
Jimmy repetiu, então Johnny sussurrou:
- A sala do zelador fica bem aqui do lado, tia Maralys.
- Entendido, Calypso. Vamos realizar contato imediato nas coordenadas alternativas que você selecionou.
- Entendido, Houston.
- Desligo.
Vesti minha velha jaqueta de couro, corri para a porta e jurei quebrar cada osso do corpo de Márcia quando a encontrasse. Talvez arrancasse aquelas unhas perfeitas
uma a uma. Chamei um táxi, e o motorista pensou que tinha morrido e ido para o céu quando soube que eu queria ir a Lexington.
Bem, poderia ser até o Canadá. Ou a Califórnia. Ah! É isso, eu iria buscar o James e lhe passaria um sermão sobre a responsabilidade de ser pai. Ia ser divertido.
Mas a diversão teria de esperar. Os meninos eram minha prioridade máxima. Procurei nos bolsos com discrição, torcendo fervorosamente para que meu dinheiro fosse
o bastante para pagar a corrida.
Todavia, de uma coisa eu tinha certeza: Márcia era uma mulher morta.
Márcia não estava morta, apenas se encontrava ASLO - ausente, sem licença oficial.
Levei os garotos de volta à Casa Coxwell, e eles falaram durante o trajeto inteiro, demonstrando que o retorno à rotina lhes devolvera a confiança de que o mundo
deles era um ovo. Eu não poderia levá-los para minha casa. Nem pensar.
Ah, só faltava essa!
Todas as luzes da casa estavam acesas quando chegamos. Imaginei que alguém distraído esquecera de apagá-las. Os grandiosos Coxwell haviam instalado um daqueles sistemas
de alarme vagabundos. Tínhamos duas chaves da casa, Jimmy sabia a senha do alarme, e me faltavam cinqüenta centavos para pagar a corrida de táxi. O motorista decidiu
ser generoso.
Caso você não tenha acreditado, repito: não tenho muito jeito com crianças. Não fui domesticada o bastante e pelo menos tive o bom senso de manter meus maus hábitos
guardados comigo mesma. Deixei os garotos cuidarem sozinhos de suas rotinas noturnas - o mundo não ia acabar se não escovassem os dentes uma vez, e eles já estavam
agitados demais para me escutar. Provavelmente, ficariam acordados metade da noite, mas isso não era problema meu.
Bem, eu esperava que não fosse. Ah, que dor de estômago! Uma noite sozinha com meus sobrinhos. Procurei de imediatamente pistas sobre o paradeiro da minha irmã.
Havia uma mais que evidente na geladeira. Um envelope endereçado ao meu cunhado, com a letra caprichada de e pequenininha de Márcia.
Fiquei olhando para o envelope por cinco segundos antes de decidir que, por causa das circunstâncias, a invasão de privacidade era o menor dos problemas de James.
Além disso, depois daquele transtorno na minha vida, ele me devia uma.
Eu não esperava que meu cunhado concordasse comigo a esse respeito. Mas o fato é que ele jamais saberia que eu havia lido a carta.
A menos que me pegassem em flagrante.
Abri o envelope, mantendo os ouvidos atentos à aproximação dos pequenos, e li.
Querido James:
Cansei de você e dos seus problemas. Pegue os meninos na piscina esta noite, após a aula de natação. Eu não vou estar aqui e não voltarei mais.
Márcia.
Uma originalidade de tirar o fôlego. Márcia fazia Tia Mary parecer um gênio literário. E, como se não bastasse, havia assinado o nome com aquele coraçãozinho no
lugar do pingo do "i". Balancei a cabeça, maravilhada diante da constatação: incrível como uma mulher de trinta e oito anos podia se manter tão agarrada à adolescência.
Uma chave girou na porta da frente. Recoloquei depressa a carta no envelope e consegui estar encostada no batente da porta da cozinha quando James entrou.
Ele parou e ficou olhando. Sorri, como o proverbial gato que engoliu o canário, e saboreei a rara oportunidade de ter surpreendido meu cunhado.
James é um homem bem-apessoado: alto, esguio, cabelos castanhos, um tanto grisalhos nas têmporas, e eu já o tinha visto, uma ou duas vezes, com óculos para leitura.
Sabia parecer preocupado e interessado ou demonstrar a atenção ferina de um predador de olho na presa, em especial no tribunal. Sempre me dera a impressão de ser
uma máquina de calcular, passando por combinações, permutações e probabilidades, antes de dizer algo ou dar alguma resposta.
Apesar de entender a parte favorável dessas qualidades, elas sempre me deixam nervosa.
James tinha a tranqüilidade que só os homens criados com dinheiro têm. Por exemplo, mostrava-se à vontade nos ternos italianos feitos sob medida. Um homem do mundo
ou algo assim. Usava roupas finíssimas, com absoluta indiferença em relação ao preço delas, puxando para cima as mangas das malhas de caxemira que minha irmã comprava
como se fossem moletons da Gap. Jogava futebol com os meninos sem pensar nos sapatos de couro importados.
Essas coisas deixavam Márcia maluca: ela venera grifes e quer que todas as suas roupas se mantenham perfeitas como no dia em que foram compradas, mesmo que isso
signifique usá-las apenas por vinte minutos. Não sei como sobreviveu a dois filhos e a um marido com uma perspectiva dessas.
Pensando bem, talvez fosse por isso que minha irmã havia ido embora. Ou talvez fosse por isso que começara a ficar com a aparência terrível, enquanto seus "homens"
se mantinham perfeitos.
Hum. Talvez fosse por isso que ela tivesse ido embora.
Os modos de James são impecáveis, um legado de colégios particulares, e seus pensamentos são caracteristicamente difíceis de ler. É um daqueles homens que sempre
dizem a coisa certa.
O que me deixa louca.
Não acho que ele tenha qualquer emoção. Sempre me pareceu o tipo de homem que elimina o excesso de bagagem - como emoções. Anseios. Esperanças e sonhos. - Ou seja,
ele se livra de qualquer coisa que não contribua para sua meteórica ascensão ao sucesso.
Nunca consegui compreender por que James se casou com Márcia. A menos que uma esposa e filhos fossem acessórios necessários ao advogado-destinado-a-grandes-causas;
nesse caso, ela era uma escolha tão boa quanto qualquer outra. Nunca me pareceu que tivessem muito em comum, mas talvez houvesse algo básico entre eles. Tal como
desejo. Márcia tinha uma aparência e tanto, e digo isso com a indevida modéstia de sua irmã gêmea idêntica.
Todavia, naquela noite, James parecia surpreendentemente perturbado e aborrecido para o homem de pedra que era, e, como já disse, esse aspecto não melhorou quando
me viu.
- Que diabos você está fazendo aqui?
Oh, vulgaridade! Claro, a irmã vadia tinha invadido o último baluarte de propriedade do mundo livre. Pelo menos aquela atitude se ajustava ao nosso roteiro habitual.
O trabalho dele era garantir que eu não me sentisse bem-vinda o bastante para ficar por muito tempo e não estragasse os preciosos meninos. E conheço minhas falas
de cor.
Era uma pena eu não estar com roupa bem curta e justa, só para perturbá-lo mais. Relaxei por completo a postura, sabendo que o porte perfeito era sagrado para ele.
- Você devia demonstrar mais gratidão para alguém que está fazendo seu trabalho sujo.
James me olhou fixamente.
- Do que está falando?
- Seus filhos me ligaram da piscina porque ninguém foi buscá-los.
James lançou um olhar rápido escada acima e uma parte do pai que havia nele se tranqüilizou pelos barulhos que vinham do banheiro.
Onde está Márcia?
Onde você estava? É preciso dois para fazer a parte gostosa. Por que um tem de ficar com todo o trabalho depois?
Está vendo? Há um instinto que faz a gente defender nossa outra metade quando se é gêmea. Provavelmente grande parte do modo de agir de James se deve à certeza que
ele tem de que outra pessoa, a mulher, deve cuidar dos detalhes da sua vida.
Como se os meninos não fossem problema dele. ...
Mas o homem de pedra me surpreendeu. James balançou a cabeça e passou a mão por entre os cabelos, deixando-os despenteados. Coisa rara.
As palavras seguintes também foram estranhamente emocionais.
- Deus, vocês duas são iguais! Quem poderia imaginar?
Só resta me responsabilizar pelo atraso do tráfego aéreo no Aeroporto Logan.
Ele não esperou minha resposta. Apenas largou a pasta e a mala no chão e em seguida jogou o capote mais ou menos na direção de uma poltrona. O pesado agasalho caiu,
e ele não o pegou.
Márcia ficaria doida.
Bem, ficaria doida se estivesse ali. Mas não estava, então acho que não ficou.
Tive a impressão de que James não se importava. Era estranho ele não ter me colocado de volta em meu lugar - quer dizer, qualquer outro lugar, menos em sua casa
-; mas a bateria dele parecia estar pifando.
- Que droga! Pode me acusar pelo céu nublado e pelos atrasos no Aeroporto de LaGuardia também! - Ele ergueu as mãos. - Tudo que acontece por aqui é culpa
minha mesmo.
Soltando a gravata, passou por mim e entrou na cozinha. Continuava usando a mesma colônia, e eu ainda gostava dela, mas preferia morrer antes de admitir essa fraqueza.
James parecia tão desanimado quanto um homem depois de um dia de trabalho poderia estar, até olhar para os balcões vazios na cozinha impecável. Parecia impossível.
Porém seu rosto espelhou mais desânimo.
- Imagino que não haja nada para comer?
Dei de ombros.
- Não sei. Acabo de chegar. Quem sabe o restaurante atrasou a entrega.
Meu cunhado me lançou um daqueles olhares rápidos e incisivos, os quais sempre me esqueço que fazem parte do seu arsenal. Dei um pequeno passo para trás, como em
todas as vezes que ele me olhava assim, e James balançou a cabeça. Então murchou de vez, como se aquele olhar tivesse consumido o pouco de energia que lhe restava.
Parecia estar mesmo no fundo do poço.
- Sinto muito você ter sido obrigada a pegar os garotos, Maralys. - A raiva sumira da voz. - Nós moramos bem longe da sua casa, no centro da cidade.
Compreensão? Vinda do James?
Pisquei algumas vezes e fiquei olhando para ele, imaginando se aquilo era algum tipo de piada.
Suspirando, meu cunhado enfiou as mãos nos bolsos antes de olhar para mim.
- Sei que você não gosta dessas coisas de família. Obrigado por ajudar.
Pareceu-me que não haveria problema em relaxar um pouco. Afinal, não sou o tipo de pessoa que chuta quem está ao chão. Bem, nem sempre. Já estive lá, vi a paisagem
e sei que é terrível.
- Sinto que você tenha tido um dia ruim.
Olhamos um para o outro, desconfiados, e ele pegou a carteira.
- Quanto custou o táxi?
Por um momento, pensei nos méritos de ser orgulhosa e não aceitar o dinheiro. James deve ter imaginado o motivo da minha hesitação, porque quase sorriu quando estendeu
os vinte dólares.
- Pegue, Maralys. Você não estaria aqui se não fosse por meus filhos. Sei que trabalha à noite e não posso repor seu tempo. Então, ao menos, deixe-me pagar
o táxi.
Não era o tipo de compreensão que eu esperava de uma raposa dos tribunais. Além disso, o tom gentil de sua voz me parecia muito suspeito. Imaginei que alienígenas
teriam abduzido meu cunhado e deixado aquela réplica melhorada no lugar.
- Está se sentindo bem? - perguntei ao pegar o dinheiro e enfiá-lo no bolso.
- Não, mas desde quando isso importa?
James parecia não esperar resposta, o que foi bom, porque eu não sabia o que dizer. Voltou-se e, de repente, seu corpo se retesou.
Era evidente que acabava de ver o envelope. Aquele seria um bom momento para eu desaparecer, mas se o fizesse ficaria claro que sabia o que havia no bilhete.
Lutei para aparentar inocência. Não que importasse, pois ninguém estava olhando para. mim. James contraiu os lábios e continuou fitando o envelope, sem se mover
para pegá-lo e ler o que tinha dentro. Parecia que não precisava abri-lo para saber o que continha.
É... as coisas andavam realmente ruins por ali.
Por fim, sem olhar para mim, meu cunhado foi até a geladeira. Abriu o envelope com resignação, não demonstrou qualquer surpresa pelo conteúdo e colocou-o no balcão.
Como se fosse lixo.
- Você leu? - perguntou.
- Eu? Que tipo de pessoa pensa que sou?
James riu, mas não foi uma risada divertida.
- Sei que tipo de pessoa você é, Maralys. Claro que leu.
- Ele me deu uma piscada de olho tão inesperada que me sobressaltei. - Eu também teria lido. Os meninos sabem?
Depois disso, pareceu-me inútil mentir.
- Eu mandei que eles fossem direto para o banho antes de ver o envelope.
James assentiu, com o movimento decidido de um homem que tomava uma decisão e assumia de novo o controle da situação.
- Certo. Agradeço a ajuda. Sei que é um transtorno para você. Olhe, pegue um táxi e volte para a cidade. - Enfiou a mão no bolso, pegou outra nota de vinte
dólares e a entregou a mim.
Acho que aquela dispensa me incomodou porque eu estava acostumada com homens que esperam que as mulheres arrumem tudo para eles. Ou talvez tenha gostado do que via
e do que minha irmã não gostava. Apesar disso, ele estava esperando por ela. Não tinha importância. Pelo menos, foi o que disse a mim mesma.
- Fique quieto, coração idiota - murmurei enquanto dobrava o dinheiro.
- Tanta gratidão vai confundir minha cabeça.
Pensei que James não me ouviria, mas estava errada.
Já no corredor, ele se voltou, e dei um passo para trás. Ave de rapina no ataque. Seus olhos lançavam, fagulhas, e os músculos do maxilar estavam contraídos.
- O que mais você esperava, Maralys? Uma carta de agradecimento entregue em mãos, na sua porta?
Ele retornou à cozinha antes que eu pudesse dizer qualquer coisa - o que foi uma proeza, esclareço, caso você não saiba -, tão perturbado quanto jamais o vira. O
homem ficara muito agitado ou alcançara o ponto de ebulição. Estava bastante zangado e parecia muito mais viril do que quando se achava no comando de tudo que pudesse
acontecer.
Ah... Senti outra vez o perfume daquela colônia. Algo em mim, adormecido havia muito tempo, despertou de repente.
E rugiu.
No entanto, James não percebeu.
- Caso você não tenha entendido - disse, falando de maneira mais que clara -, minha mulher, sua irmã, acaba de ir embora de casa. Ela foi sabe-se lá para
onde. Abandonou a família. Meus filhos não sabem disso, não vão entender, e, é claro, continuo tendo de ir trabalhar amanhã cedo para tentar
impedir que um traficante de crack, condenado duas vezes, pegue a terceira condenação. Não espere que eu caia de joelhos para lhe agradecer, Maralys. Não tenho nem
tempo nem jeito para isso!
Eu o olhei de frente.
- Foi você quem escolheu sua profissão, caro amigo. Não me peça simpatia.
Os olhos dele se estreitaram.
- Não vá por esse caminho, Moça de Coração Mole. Você nem imagina o que...
- Ah, pare de choradeira, James. Por que não contrata alguém para resolver seus problemas? Não é a solução habitual por aqui? Alguém para limpar, cozinhar, cuidar
do jardim... Contrate uma prostituta e não sentirá a menor falta da Márcia!
O rosto dele congelou.
- Isso não teve graça, Maralys.
- Mas é verdade! Você não está defendendo um traficante de crack pé-rapado, e sei disso muito bem. Quem é você, o terceiro advogado criminalista mais importante
da cidade? Está ganhando quanto? Já chegou na casa do milhão? Ou ganha dez milhões, quando o ano é bom? Você tem todo tipo de cliente rico pagando muito por sua
língua de ouro e oh, coitadinho, hoje a sorte não está a seu favor! - Levei a mão ao peito. - Isso magoa meu coração!
- Você não sabe do que está falando...
- Ah, sei, sim. Minha irmã idiota o deixou, o que é uma vantagem, não importa de que modo veja a situação. Você tem dois filhos ótimos e saudáveis lá em cima, o
que vai contra as probabilidades genéticas, devo reconhecer. Essa casa é grande o suficiente para abrigar uma família de vinte pessoas e, espere, esqueci! Há três
ou quatro carros importados na garagem?
Dei aquelas palmadinhas irônicas no braço dele, apesar de ver que James fervia de raiva. Já ouviu falar em cutucar onça com vara curta?
- Pobrezinho! - acrescentei. - Não sei como consegue sair da cama todas as manhãs.
Os lábios dele empalideceram e se apertaram.
- Você também fez sua escolha, Maralys.
- Mas reconheça que não sou eu quem está despertando piedade.
- Tem razão. - Ele se encostou no batente da porta, tão relaxado que fiquei desconfiada e dei outro passo para trás. - Desculpe-me se a ofendo dizendo isso, Maralys,
mas dessa vez você entendeu tudo errado. Sua irmã fez a única coisa sensata que a vi fazer: deu o fora de um barco afundando.
- Afundando? Isso aqui? Não me diga que foi negligente com seus recursos, James. Que tipo de administrador idiota .você tem?
James balançou a cabeça.
- Não tem nada a ver com administradores ou investimentos, cunhada!
Ele enfiou as mãos nos bolsos e me fitou, desafiando-me a adivinhar. Bem que tentei, mas não consegui.
O que estava acontecendo?
A voz do meu cunhado soou baixa, calma, mas seus olhos continuavam sombrios.
- E só sangue ruim.
- Sangue ruim? De quem? Não o da minha irmã! Nossa genética é perfeita, posso garantir por mim mesma.
- Não, não da Márcia.

- Você? - fiz beicinho. Ele estava me provocando, não havia dúvida. - Você é o exemplo mais claro que já vi na vida do sonho de qualquer mamãe para sua filhinha.
- Reparei melhor no paletó de James; aquela única peça valia mais que tudo que eu tinha no meu guarda-roupa. Talvez tivesse custado mais do que eu já ganhara na
vida. - Dê uma olhada em seus ternos e sapatos italianos. Uau! Sangue ruim! Sei...
- Tudo errado, Maralys. - A exaustão apareceu no rosto dele outra vez, e senti mais pena do que devia. - Você entendeu tudo errado.
- Conversa fiada. Você manipula todos os acontecimentos como quer. Não vai me fazer sentir pena do rico e bem-sucedido James Coxwell.
Peguei o telefone para chamar um táxi.
James estendeu a mão e desligou. Estava atrás de mim, tão perto que dava para sentir seu calor. Minha respiração ficou difícil com aquela proximidade, sem contar
que ele cheirava bem demais.
Para dizer a verdade, eu estava gostando. Não é sempre que encontramos alguém que nos desperta esse tipo de sensação. Meu corpo todo formigava.
Desejo, meu bem, não é só uma questão de estímulo físico. Quando a mente participa, a coisa fica muito mais quente. E estava realmente em chamas naquele momento.
Eu poderia enrolar minha língua ao redor das amídalas daquele homem e gostar do que fazia. E, a julgar pela onda de calor e tensão que emanava dele, não era só eu
que sentia aquilo.
Interessante.
- Bem, o que acha disso? - O rosto de James estava bem ao lado do meu, e seus olhos brilhavam. - Meu pai está me expulsando da sociedade, com aquele jeito
sutil dele, mas muito eficiente. Estou perdendo tudo e sua irmã sabe. E por isso que foi embora.
Não foi apenas a proximidade dele que me fez ficar quieta. Aquela nova informação também.
Fitei-o incrédula e reparei de novo nos olhos dele. Eram cor de mel e passavam para o dourado, o verde ou o cinza. Naquele instante, pude perceber as nuances dessas
cores, a estrela de um dourado escuro ao redor das pupilas, os cílios negros e espessos.
Ele me fitava com dureza, instigando-me a desafiá-lo, e meu coração quase parou. Felizmente, meu cérebro engatou a primeira e seguiu em frente.
Todo mundo sabia que James era o orgulho, a alegria do juiz Robert Coxwell e seu sucessor escolhido a dedo. James era sócio no escritório de advocacia do pai e se
beneficiava dos contatos dele. Mas também trabalhara duro para chegar onde estava. Eu sabia porque minha irmã reclamara o tempo todo da extrema dedicação do marido
ao trabalho. Ele jogava de acordo com as regras do pai.
Apesar disso tudo, eu tinha de ficar do lado dele.
- Não.
- Sim, Maralys. - James parecia cuspir as palavras, deixando bem clara sua amargura. - E estou mesmo defendendo traficantes pés-de-chinelo, hoje em dia. - Ele balançou
a cabeça. - Meus livros de contabilidade provam isso.
James atravessou a cozinha, tirou o paletó e o pendurou em uma cadeira. Fui atrás.
- Mas isso é loucura! Você é bom no que faz!
James riu e se encostou ao balcão. Parecia mais relaxado por ter contado a verdade.
- Obrigado... Eu acho.
- Então, por que desistir?
- Para mudar a sorte.
Tão logo disse isso, James desviou os olhos, e eu soube que havia mais alguma coisa.
- Conversa fiada.
Ele me fitou, pensativo.
- Meu pai chamou meu irmão, Matt, para trabalhar no escritório.
- Pensei que Matt fosse advogado especializado em imóveis.
- Era. Está mudando de área. - Ele ergueu uma das grossas sobrancelhas, desafiando-me a acreditar no que ia dizer, apesar de falar com dissimulada suavidade. - Matt
vai ser o novo astro do tribunal.
- Acha que seu irmão é capaz de se sair bem em casos difíceis? - Revirei os olhos. Conhecia o irmão dele, que tinha jeitão de rato de biblioteca, e não conseguia
ver aquilo acontecendo. - Não acredito. Matt nunca será uma raposa dos tribunais como você.
Os lábios de James esboçaram um sorriso.
- Dois quase elogios em uma só noite! Você está perdendo a classe, Maralys.
Não pude evitar: sorri. Ele tem uma covinha linda. Claro que isso não era da minha conta.
- Bem, eu sempre apoio os mais fracos e parece que você entrou para esse grupo.
Ele tornou a ficar sério, franziu a testa e passou os olhos pela cozinha, como se pudesse fazer a comida aparecer apenas com a força do pensamento.
- Acha que não sei disso?
James precisava de um bom chute no traseiro, e eu era a pessoa certa para a missão. Apoiei-me na bancada ao lado dele e suspirei.
- Pobrezinho! É isso que devo esperar para quando tiver quarenta e dois anos? Quer saber, você deve acabar com tudo. Dirija aquele seu carro enorme direto para um
precipício e pronto! Mas me deixe um dos carros como herança, está bem?
Ele baixou os olhos para mim e deu um sorriso irônico, que durou pouco.
- Você é mesmo um pequeno pitbull, não?
- Vivendo e aprendendo. Quando a vida nos dá limões...
-Você sabe o restante do ditado. - Dei-lhe uma cutucada com o cotovelo, gostando daquele inesperado momento de jovialidade. - Devo avisá-lo de que minhas limonadas
são ótimas.
Experiência é o segredo.
Dessa vez James riu, e aquela covinha me fez ficar sem fôlego.
- Aposto que sim - murmurou ele, e havia algo mais no ar além da animosidade.
- O que não mata engorda - continuei a citar. - Esse é o meu provérbio favorito.
- Não é de admirar que seja tão durona.
A admiração que transpareceu na voz dele me fez ficar ruborizada.
Eu, ruborizada! A situação estava se tornando melosa demais para meu gosto. Meu coração palpitava, mas eu sabia bem que a última pessoa no mundo com quem poderia
ter alguma coisa era James Coxwell. E não me venha com essa de perder as referências. Aquele homem era errado para mim em cerca de quarenta e cinco mil maneiras
diferentes. E cada uma delas nada tinha a ver com o fato de que era casado com minha irmã.
Distanciei-me e coloquei as mãos nos quadris, só para mostrar que meus escudos estavam erguidos.
- Essa do Matt entrar para a sociedade... Não é justo.
James me fitou com expressão inescrutável, e sua voz soou áspera.
- Mas é assim, e a razão não tem importância.
Compreendi que havia muitos detalhes que James não queria me contar porque não mudaria o resultado. Qualquer que fosse o motivo, ele não era mais o maior astro do
escritório de advocacia. Vai ver havia perdido casos importantes, ou quem sabe o motivo seria outro.
De qualquer forma, não era mais o favorito do pai. Dava para entender aquela situação, apesar de eu preferir que fosse o contrário. O fato é que eu nunca tinha sido
a favorita do meu pai, mas tivera a vantagem de ser capaz de perceber e comparar como ele tratava a mim e a Márcia, minha irmã gêmea.
James estava certo em dizer que não importava o porquê de ter perdido a posição.
Eu não sabia o que dizer. Ficamos olhando um para o outro, com muita compreensão sendo telegrafada em uma e outra direção, pelo menos quando não era suplantada pelo
chiado da estática. Engoli em seco, e James observou minha garganta se mover.
- Maralys...
Ele deu um passo na minha direção... E o caos emergiu da escada naquele exato momento.
Percebendo que o pai estava em casa, os meninos haviam descido a escada na maior correria, e o tumulto familiar se instalara. A situação se tornou emotiva demais
para mim, e James notou que eu começava a ficar inquieta. Chamou um táxi e ficou olhando da porta até eu entrar no carro, daquele jeito antiquado e protetor que
os homens assumem, que, afinal, não é tão ruim.
Meu olhar percorreu a imensa casa enquanto o táxi se afastava, e pensei que talvez desse para compreender por que minha irmã tinha ido embora. Os dias de fartura
estavam acabando, e James Coxwell sem dinheiro não era o bastante para persuadi-la a ficar. Márcia sempre gostara de coisas boas e de viver bem. Um homem que não
podia lhe oferecer isso não a interessava.
Era simples assim. Percorremos o bairro rico, passando por antigos casarões, pegamos a longa marginal arborizada e imaginei quantas outras daquelas entradas esconderiam
histórias semelhantes.
Tinha a estranha sensação de que Márcia, com aquele seu jeito tão particular, fizera tudo errado. Apesar de James não ser o meu tipo, a conta bancária dele não era
sua única boa qualidade.
Está vendo? Não resisto a uma covinha.
Mas o que não eu não sabia naquele momento era que o motivo exato da mudança na situação de James Coxwell importava, sim. E muito.
E tinha sido por isso, é claro, que ele não me contara qual era.

Assunto: deve ser amor!
Querida Tia Mary:
Estou apaixonada! Encontrei minha alma gêmea em uma sala de
bate-papo!

:-D

Algum conselho sobre o 1o encontro ao vivo? Ou sobre... ::ops!::
mudar para o outro lado do país?
Gatinha de St. Paul
Dizem que a curiosidade matou o gato.
Essa teria sido a oportunidade perfeita para eu calar a boca e cuidar da minha vida. E pronto. Ninguém estava pedindo minha ajuda.
Mas, por outro lado, dizem também que satisfazer a curiosidade trouxe o gato de volta, certo? Essa é uma das minhas frases favoritas.
Naquela noite, no loft que passava por meu ninho seguro e aconchegante - isto é, aquele antigo armazém, cheio de frestas, por onde o vento entra e que fica num bairro
bem ruim -, eu não conseguia esquecer o que tinha acontecido. Não vou lhe dizer em que região de Boston ele se localiza porque não quero me sentir culpada por você
não dormir, noite após noite, e morrer de preocupação por minha causa.
Acredite, posso cuidar de mim mesma. Venho fazendo isso há trinta e oito anos.
Talvez seja conveniente dedicar algum tempo a descrever minha casa, pois você deve estar pensando que moro em uma fábrica abandonada, com janelas quebradas e bandidos
fazendo coisas terríveis nas ruas escuras ao redor. Na realidade, o prédio de dois andares foi construído no século XIX para abrigar uma fábrica de doces. As janelas
não estão quebradas porque são feitas de tijolos de vidro, e as pichações das gangues até que têm certa qualidade artística. Pelo menos decoram o exterior do que
é de fato uma estrutura puramente funcional, sem atrativos. E, até onde sei, pichadores se expressam pela caligrafia.
E isso é tudo que me interessa.
Concordo: no que diz respeito à lei de zoneamento, pode não ser exatamente legal que eu more aqui, mas isso não justificaria um processo - moro no meu escritório.
Por que não? Trabalho horas, vivo comendo e respirando meus códigos de programação.
Além do mais, com setecentos metros quadrados de paredes de tijolos, que têm seis metros de pé-direito e assoalhos muito antigos de madeira, feitos especialmente
para a fábrica, é claro que também existe espaço para mim. Tenho várias estantes vazadas, de aço e com rodinhas, compondo um conjunto que isola mais ou menos o espaço
que, por causa da pia, passa por minha cozinha. Durmo em um sofá que faz parte da "sala de visitas" durante o dia e não oferece a menor privacidade que um ser humano
necessita.
Talvez haja algo de paranóico no fundo da minha psique, algum trauma esquecido que deixou uma cicatriz indelével, mas preciso ver tudo a minha volta o tempo todo.
E a ex-fábrica me oferece isso. De qualquer ponto em que esteja vejo tudo, até as paredes, em todas as direções.
Sim, é claro que consigo ignorar o que fica por trás das paredes. Gostou desse truque?
Há apenas uma entrada lá embaixo, uma imensa coisa de aço que se enrola no alto, como uma porta de garagem. Não é seguro entrar muito rápido - o poço do elevador
de carga fica logo em frente, e algum esperto achou adequado remover a grade de proteção.
Também há uma escada de incêndio. Mas a porta de ferro que dá para ela está trancada por um ferrolho enferrujado. Então, é isso: preciso evitar não só os fiscais
da prefeitura, mas inclusive os bombeiros. O que acrescenta certo tempero a minha vida.
O aluguel é barato, considerando o espaço. E as janelas são incríveis. Fileiras de tijolos de vidro, subindo até o teto. Há apenas uma leve ondulação no vidro, que
não segue qualquer padrão, assim o mundo do outro lado parece um reflexo de si mesmo. Ou uma pintura de Monet. A luminosidade é fantástica, apesar de não ser comum
eu estar acordada para apreciá-la.
É um espaço ótimo, e levei meia eternidade para encontrá-lo. Uso metade do segundo andar do prédio - o primeiro é mais vistoso, mas fiquei preocupada com a segurança.
No segundo, posso trancar a porta e impedir o acesso ao meu espaço pelo elevador - e há um elevador menor nos fundos, para atender à outra metade desse andar.
Segurança perfeita.
Reconheço, não há nada de doméstico na minha verdadeira parede de monitores velhos e tubos de aparelhos de TV alterados para funcionar como telas de computador.
Ou nos montes de cadáveres de computadores, de discos rígidos e de CD-ROMs. As pessoas me dão caixas velhas, outras eu compro, e nos PCs fora de uso consigo peças
realmente boas para testes beta. Trabalhar como testadora beta não me rende muito dinheiro, mas me garante um ganho básico. E, como mantenho tudo ligado o tempo
todo, dedico algumas horas para "limpar" PCs bichados.
O que me dá contas de energia assustadoramente altas.
Os tubos são impressionantes. Quando tenho um pouco menos de trabalho, ligo todos em uma mesma fonte e, apenas com um movimento, posso animar a parede contra a qual
estão empilhados. Só um geek - esse termo, talvez você saiba, é usado no mundo da informática para designar os bizarros programadores de PCs que se orgulham de sua
inglória profissão - sabe como é fantástico ver montes de versões do seu código dançando ao mesmo tempo, em especial no meio da noite.
Esse também é um jeito incrível de brincar.
Mas naquela noite nada disso me ajudou. Até uma caneca de café fumegante, preparado com grãos jamaicanos bem torrados e moídos na hora, não me deu ânimo para trabalhar.
Sentei-me de lado numa das poltronas antigas - que comprei por uma ninharia no departamento de materiais usados da universidade, onde, aliás, comprei a maior parte
da minha decoração -, passei as pernas por cima de um dos braços e me encostei no outro.
Pensava em James. Não era uma preocupação saudável, eu sei, mas não conseguia parar. Ele estava tão abatido. Devia ser por isso. E quem imaginaria aquele sorriso
arrasador dele? Eu tinha certeza de que jamais o vira sorrir daquele jeito. Mas o pior é que estava acostumada a vê-lo no controle total da situação, comandando
até o universo.
Será que as finanças dos Coxwell estavam muito ruins? Quão era preciso estar arruinado para ser considerado falido do ponto de vista da minha irmã? James parecia
bastante preocupado com dinheiro, mas o fato é que somos de mundos diferentes: os Coxwell e os O'Reilly. Ele poderia estar reduzido a apenas cinco milhões no banco
e se sentindo um pobretão.
E Márcia era capaz de queimar dinheiro a uma velocidade assustadora, vir do nada não a ensinara a entender a linguagem das finanças.
Fiquei andando de um lado para o outro, como o proverbial felino quando caça, incapaz de me concentrar em quais quer das perguntas enviadas à querida Tia Mary. Se
quer saber, procurava me persuadir a parar de pensar no que andava acontecendo com meu cunhado. Minha mãe sempre dizia que minha mania de saber da vida dos outros
me traria problemas - o que até agora não aconteceu, mas ainda está em tempo. E eu tinha a sensação de que, se começasse a mexer naquele assunto, seria difícil parar.
A curiosidade venceu.
Ficar ali, pensando, não me levaria a nada, e eu acabaria não trabalhando. James não era o único que precisava somar horas de trabalho para fazer a matemática funcionar.
O jeito era tratar de descobrir logo a verdade e depois voltar ao trabalho. Claro, minha decisão nada tinha a ver com James ou Márcia. Eu pouco estava ligando para
se a veria de novo ou não.
Apenas gosto de saber das coisas. Gosto de descobrir o que faz as pessoas se moverem. O que as interessa. O que é preciso para que algo seja realizado. Minha irmã
havia cruzado um pequeno umbral sem retorno, e fiquei imaginando - aliás, atitude muito natural - o que teria acontecido para Márcia, ter tomado aquela decisão tão
séria. Até porque, se um dia voltasse, com certeza conversaríamos sobre tudo aquilo.
Peguei o telefone. Você sabe como são essas coisas: a gente conhece alguém que conhece outro alguém que conhece mais alguém, e cedo ou tarde acaba conseguindo o
número do telefone de um certo sujeito, em algum lugar, que negocia senhas que podem ser usadas apenas uma vez para acesso a uma grande empresa de crédito.
Se isso é ilegal? Deixe de besteira! O fato é que essa possibilidade existe, e não é problema para ninguém, a não ser para a mega corporação que cuida do banco de
dados. Que, diga-se de passagem, por acaso é a mesma que tentou arruinar minha vida em várias ocasiões, sem que eu tenha feito nada para merecer isso.
Não, não se trata de eu ter sede de vingança contra a empresa, mas tirar um pouco de dinheiro daquela gente, aqui e agora, não me deixaria com peso na consciência.
Entende? Fiz péssima escolha matrimonial, mas posso garantir que não estou sozinha nessa. Por que deveria pagar por um erro pelo resto da vida? Reconheço, ele era
um perdedor - eu devia ter insistido logo no divórcio e mandado tatuar um P na testa dele, como aviso para minhas irmãs desavisadas, mas há um limite. A última gota
do sangue que fui obrigada a dar para me livrar para sempre daquele traste cairá em algumas semanas, e vou começar a ficar com o que ganho com meu trabalho. E já
é tempo.
Em breve serei anistiada pelo IRS - Serviço de Receita Interna. Finalmente! Ia ficar livre daquele enorme peso nos ombros. Esse vem sendo meu cálice sagrado pelo
que parece ter sido a maior parte da minha vida, mas que, na realidade, se resumiu a apenas seis anos.
Apenas? Ah! Quer saber? Seria o caso de planejar uma comemoração. Vale muitíssimo a gente conseguir escapar com vida das mãos deles. Ninguém devolveria a cor natural
aos meus cabelos grisalhos.
Na verdade, gosto de triturar o sistema e de ajudar os que estão por baixo. No presente caso, e de forma conveniente, eu ainda estava por baixo, então se tratava
de um plano com dupla vantagem.
Assim que consegui o número mágico, percebi que não dava para esperar. Perdido por um centavo, perdido por um dólar. Peguei minha jaqueta de couro, um daqueles cartões
telefônicos pré-pagos e fui a uma confeitaria que tem telefone público razoavelmente isolado.
Se me preocupo em andar sozinha pela cidade no meio da noite? Pode apostar que sim. Mas não deixo o medo me deter. Você não pode permitir que o medo a domine ou
acabará vivendo em uma casa com três trancas na porta, comendo comida enlatada e esperando a morte.
Fique em casa e os bandidos vencem.
Isso não quer dizer que sou estúpida. Mantenha a cabeça erguida, caminhe com determinação e se mantenha nas áreas iluminadas.
Ah, sim. Tenho um soco-inglês que enfio nos dedos por baixo da luva, só por segurança. A surpresa é uma vantagem e tanto!
Você, é claro, vai ter o bom senso de não me perguntar onde o consegui.
A tal confeitaria serve um café horrível, mas é o preço que se paga para não ter ninguém se metendo na sua vida. Com um duplo-terrível numa das mãos, fui até o telefone,
inseri o cartão e disquei. Droga, esqueci meu anel decodificador de códigos secretos!
- Oi.
- Estou procurando o Dennis.
- Encontrou.
Fiquei imaginando como Dennis seria. Assobiava um pouco ao respirar, o que me fez lembrar de todos os geeks que conheci: viviam de salgadinhos e jamais saíam de
suas cavernas. E tinham barba comprida, porque fazê-la roubava tempo da decifração de códigos. Ou, pior, tinham uma daquelas pêras sob o lábio inferior. Estremeci.
Da próxima vez que for a uma conferência do mundo da informática, levarei um monte de navalhas e rasparei essas coisas horríveis de graça. Dennis - se é que seu
nome era esse mesmo - provavelmente tinha a pele cor de leite, dedos rápidos e era perigosamente inteligente.
- Preciso de um relatório de crédito. Ouvi dizer que devia ligar para aí.
Ele riu.
- Você mora no Paraíso das Rosquinhas, em Boston?
Ele tinha um identificador de chamada, como eu desconfiava. Deixei o desdém transparecer na minha voz.
- Sim, claro. Os sonhos com recheio de chocolate daqui não são ruins e não preciso sair para comer.
- Qual é o seu nome?
Até parece que eu ia dizer. No meu trabalho, aprende-se sobre o muito que pode ser rastreado em uma única ligação telefônica - sem falar no que pode ser descoberto
surfando por aí -, e ninguém ia me pegar fácil assim. Adoro cartões pré-pagos, tenho uma gaveta cheia deles, todos comprados em lojas de conveniência diferentes,
e os guardo por pelo menos seis meses antes de usá-los.
Cortei a conversa mole.
- Você vende ou não esse tipo de "mercadoria"?
- Claro, mas primeiro quero saber o que você tem para dar em troca. - Antes que eu pudesse interpretar aquelas palavras, ele continuou: - Sabe aquela microcervejaria
perto do porto?
- Sei. A Westphalian Lagers.
- Exato. Que tal doze cervejas de lá?
- Enlouqueceu, é? - Fiquei indignada. - Seu DDD é de Utah! Calculou quanto me custaria mandar doze cervejas a você? Eles usam garrafas de vidro! De meio litro cada!
- Mande pelo serviço noturno - ele sugeriu, calmo.
- Inacreditável. Isso é extorsão!
- É o preço.
-Cerveja! Você quer cerveja. Que tipo de maluco é?
Será que eu queria mesmo saber? Provavelmente não, mas o estrago já estava feito.
-Gosto de cerveja. - Quase consegui ouvi-lo sacudir os ombros. - Eles não mandam para fora do Estado e quero ficar com uma garrafa para minha coleção.
Soltei um palavrão sem dar a menor importância ao que Dennis pensaria. Fiz cálculos rápidos e xinguei outra vez. O serviço noturno de entregas não era assim tão
caro.
- Seis - sugeri, sempre otimista.
- Doze. É pegar ou largar.
- Eu poderia simplesmente ligar para a empresa e conseguir o relatório do modo legal.
- Ah. E os formulários?
Ouvi a cadeira dele ranger quando se inclinou para trás para defender sua tese. Revirei os olhos, o que felizmente não produz som. Não seria terrível ter olhos que
rangem, como alguns personagens de desenho animado? Não restaria privacidade no mundo.
E já não há quase mais nenhuma.
- Você viu o formulário deles? - perguntou o grande Dennis. - Fazem você declarar quem é, por que quer saber e para que quer a informação solicitada. Vai ter de
preenchê-lo em triplicata e assinar com sangue. Sim, isso aí. Ligue para eles.
- Ok, doze - concordei zangada e com um rosnado. - Espero que engasgue com elas.
Ele riu, então meu deu uma URL (endereço da web, caso você não saiba), uma senha e o comunicado de que a senha funcionaria apenas para um único acesso ao banco de
dados. Depois veio o charmoso e inevitável aviso.
- É melhor me mandar às cervejas logo. Se me ferrar, Moça do Paraíso das Rosquinhas, vou descobrir onde você mora.
- Oh, que medo - sussurrei e soltei minha melhor risada maníaca antes de desligar.
Eu ia mandar as cervejas - era uma questão de princípio -, mas ele não tinha como me encontrar. Quando a gente sabe de que jeito as coisas funcionam, é relativamente
fácil impedir.
Com os cartões telefônicos ninguém vê meu nome ou endereço no identificador de chamadas quando os uso. Vêem o endereço da confeitaria. Grande coisa. O telefone ali
é tão usado que é bastante improvável alguém conseguir me relacionar a determinada ligação. Desliguei o telefone e outra pessoa foi usá-lo, o que era a prova indiscutível
do que acabo de afirmar.
Porque, você sabe, assim que alguém tem seu nome e a cidade onde mora, pode conseguir seu endereço com facilidade. As listas telefônicas são ótimos recursos e estão
à disposição de todo mundo. Você pode encontrá-las em bibliotecas, em qualquer outro lugar e, ainda mais fácil, online.
E, por falar em internet, cada vez que você se conecta e surfa, fique sabendo que deixa uma trilha de migalhas de pão. São pequenos códigos que mostram e provam
onde você estava, para onde foi e contam às pessoas interessadas muita coisa sobre seus hábitos particulares. Gente que mexe com marketing adora esse tipo de informação
e a usa para sobrecarregar gente normal com spam e e-mails diretos.
Mas não sou uma pessoa normal. Fujo dos spans e escapo de e-mails diretos.
Pior, seu endereço de e-mail fica registrado aonde quer que vá. Equipados com esses endereços, qualquer hacker principiante pode entrar no provedor de internet e
conseguir nome, endereço e número do seu telefone. Se isso não for ruim o bastante, oh, tudo bem, ele pode pegar o número de cartão de crédito com o qual você paga
o provedor todo mês.
Já deu para se divertir? E, veja bem, não é preciso fazer compras online para ficar vulnerável. Ainda nem comecei a falar dos famosos cookies que vários sites colocam
em seu disco rígido quando você não está olhando. Esses pequenos espiões são inseridos e florescem sem ser detectados. Basta você estar online para se tornar alvo
de todo tipo de caçador.
Por outro lado, isso também acontece quando andamos pelas ruas da cidade à noite. Cada qual escolhe seus riscos, todos nós escolhemos e vivemos com eles.
Na minha área de trabalho, lido com muita gente que poderia ser hacker profissional. São muito bons. Sabem como as coisas funcionam, como encontrar um ponto fraco.
Há um grande fator de excentricidade lá fora, no mundo maluco da World Wide Web. Você nunca sabe o que vai acionar alguém.
Talvez seja por causa dos jogos de role-playing, nos quais somos todos viciados. Ou por passar tempo demais sozinho, por falta de uma cultura sexualmente integrada.
Ou, ainda, porque gente demais é rotulada muito cedo como prodígio, o fato é que esse pessoal jamais aprendeu o básico necessário para o convívio social.
Não importa. Sendo mais ou menos uma loba solitária em um covil de lobos excitados, trato de me proteger, muito obrigada.
Não que eu esteja fazendo qualquer coisa errada - provavelmente, você imagina que vendo drogas ou algo parecido. É apenas uma questão de orgulho que a experiência
me ensinou a ter. Fui caçada uma vez e sobrevivi para contar a história. Isso jamais acontecerá de novo.
Então, tenho um computador que não está conectado à rede do meu escritório. É uma pequena ilha solitária, isolada e absurdamente estúpida, uma risível máquina antiga.
Ele engasga com a maioria dos sites atuais, pois a pequena memória é incapaz de lidar com todos os dados. Mas é adequado as minhas necessidades. Não tem nada no
disco rígido, exceto aplicativos tão puros quanto a neve que cai. Qualquer pesquisa de um site remoto não vai encontrar nada. Eu o programei para limpar a memória
constantemente, então nem isso eles podem pegar.
A conta de e-mail desse computador é pré-paga. Mudo o nome e o endereço - que é sempre de uma caixa postal em lugar diferente e que não é minha de verdade. Quem
se importa? Toda correspondência que chega é lixo promocional de empresas que compram listas de e-mails que o pessoal fornecedor de créditos vende sempre que a quantia
pré-paga expira. Também vivo mudando de fornecedores de créditos, às vezes depois de algum tempo, outras bem depressa. Eles nunca me vêem, e ninguém sabe que todas
aquelas contas pré-pagas são da mesma pessoa.
Então, que o bom e velho Dennis tente me achar. São essas as chamadas informações que estarão à disposição dele.
De volta a minha caverna, usei o PC dinossauro, carregado com a senha mágica, para pesquisar os ilustres Coxwell.
Engasguei com o café quando o relatório apareceu. Letras e números foram passando pela tela, numa lista interminável de débitos.
Oh, meu bem, aquilo era uma verdadeira avalanche de cartões de crédito. Alguém tinha se divertido para valer. Aqueles cartões deviam estar tão quentes que gravavam
os numerozinhos em qualquer coisa, em um raio de dez centímetros. Imaginei James com o número do seu cartão Amex gravado a fogo numa das nádegas e tomei um grande
gole do café.
Para me distrair, tentei imaginar como seria ter tanto crédito assim - aquilo fazia minhas históricas aflições financeiras parecerem nada. Então, voltei ao início
e observei tudo de novo.
Os primeiros cartões - do tipo platina, um de cada empresa - estavam em nome de Márcia e James. Minha irmã tinha outro cartão, ou como quer que a empresa o chamasse,
e era evidente que James pagava a conta. O relatório de crédito mostrava que ele era o único gerador de dinheiro. E gerava muito, mas não o bastante para sustentar
aquela situação. Se os ganhos dele deste ano fossem inferiores aos do ano passado... Bem, qualquer idiota podia fazer a conta.
Havia um grande número de cartões novos, em nome apenas da minha irmã. Cartões de lojas, do tipo que os vendedores dão à cliente na hora se ela mostrar algum cartão
de crédito importante. Bastava minha irmã exibir o cartão platina para conseguir um limite de compra entre quinhentos e mil dólares por dia. E ela ia até o limite.
Obaaa! E os tais cartões deveriam estar todos estourados, provavelmente esquecidos no fundo de uma bolsa, já que não serviam para mais nada.
Algumas lojas tinham sido tolas o suficiente para lhe dar dois cartões.
Até que era interessante ver o, digamos, trajeto de cada um deles. O cartão de conta conjunta era usado para pagar gasolina. Vinte dólares aqui, outros vinte ali.
Cerca de uma vez por mês, havia uma conta de restaurante. Não de estabelecimentos caros, e as contas não eram altas. Cinqüenta dólares. Almoço com um cliente, sem
dúvida. Relatório de gastos e formulário de reembolso, com cópia, provavelmente entregues no mesmo dia. James era o tipo de sujeito detalhista.
O outro cartão, só de Márcia, estava lotado de gastos. Lojas de sapatos, de departamentos, de chocolates, cabeleireiros, spas. Pelo menos três almoços por semana,
e não dos baratos. Olhei todas aquelas faturas de compras e pensei se minha irmã fazia idéia de tudo que tinha.
Imaginei o que teria feito com todas aquelas coisas, porque não se vestia assim tão bem, com tanta elegância. Talvez comprasse presentes para as amigas. E, sim,
pensei que, afinal, ela poderia ter comprado algo para mim de vez em quando, já que estava tão determinada, a gastar. Talvez algumas daquelas faturas fossem de compras
feitas para os filhos. Precisava dar uma espiada no closet dela, se voltasse lá.
Só para saber, você entende?
Confesso que senti certa alegria ao pensar que a pequena e odiosa mensagem que agora aparecia ao lado do meu nome, em todos os bancos, seria logo incluída no relatório
de crédito dos Coxwell.
Lembrei-me de que estava demorando muito com o relatório e que devia haver um cronômetro correndo em algum lugar. Então, imprimi um resumo de tudo e depois relatórios
detalhados de alguns cartões. Eu não pretendia pagar por aquele acesso outra vez. Rangi os dentes quando imaginei quanto teria de pagar ao correio para mandar a
cerveja. Então, imprimi o relatório completo. A área de armazenamento de dados da impressora do meu dinossauro devia estar a ponto de explodir, mas começou a emitir
páginas impressas.
Ainda bem que não havia gráficos.
Não pude resistir à tentação. Claro, o que ia fazer poderia revelar minha identidade ao Dennis, mas calculei que tinha escondido bem meus caminhos. Eu precisava
saber. Pesquisei meu próprio nome e não devia ter ficado surpresa ao ver que ainda me encontrava no purgatório do crédito.
E aquilo continuava a me deixar enfurecida.
Mandei Neil para o inferno - mais uma vez! -> desconectei o computador e conferi a pilha de papéis impressos. Ali estavam os carros; o de Márcia era leasing. Quem
iria imaginar? O sedã grande estava quase todo pago.
E eu pensando que os ricos pagavam tudo à vista! Era evidente que James havia recorrido a financiamento. Naquele momento, compreendi um pouco melhor o conceito de
fazer o dinheiro trabalhar para a gente. Ele havia pegado dinheiro emprestado quando não precisava de empréstimo, quando tinha dinheiro sobrando, e conseguira crédito
bastante para desencadear uma tempestade.
Até que eu podia aprender algumas boas frases do mundo das finanças com meu cunhado!
Se aquilo pretendera ser um atalho para os problemas, eles poderiam ter ido direto a eles, sem perceber a diferença. Dei crédito a quem merecia - ah, ah - e notei
que a estratégia financeira havia feito o castelo de cartas se manter em pé por mais tempo do que ficaria sem ela. Agora, no entanto, ia cair graças a ventania que
minha irmã desencadeara.
O financiamento da casa fora renovado dois meses antes da data em que iria aumentar de valor - ah, aqueles bairros grã-finos! -, pois, do contrário, eles não teriam
dinheiro para pôr nada nela. E o dinheiro começara a ir, ir, ir. Constavam dois pagamentos gigantescos aos cartões de crédito, mas as cobranças continuavam a chegar,
e a conta no banco estava zerada.
Foi aí que notei: trinta dias antes, James havia vendido suas ações. Ai! O sr. Segurança a Longo Prazo deve ter odiado aquilo.
E Márcia deve ter se divertido a valer.
Foi uma sensação esquisita descobrir que eu tinha algo em comum com James. Podíamos escrever um livro juntos: Como o Casamento Arruinou Meu Crédito. Muito estranho.
Na realidade, eu sentia pena dele por se descobrir, de repente, nas inóspitas paragens que eu visitara. Não era de admirar que estivesse tão abatido.
Senti um impulso mais esquisito ainda: ligar para ele, oferecer-lhe consolo e conselhos.
Certo. Ali estava eu, misturando carreira com vida pessoal. Ninguém naquela casa queria ouvir o que Tia Mary tinha a dizer. Dava até para imaginar o tom professoral
de James ao me dizer que cuidasse da minha vida.
Eu não tinha nada com aquilo. Com seus conhecimentos e tudo mais, ele provavelmente poderia desatar aquele nó muito melhor do que eu poderia sugerir.
Mas havia uma pedra no meio do caminho.
Bem, devo dizer que, na verdade, havia dois vulcões ameaçando irromper na crosta terrestre. Inclinei a cadeira para trás, preocupada com os meninos. Não é meu departamento,
você sabe, mas imaginei se James culparia toda a nossa família pelo que minha irmã tinha feito. Não por mim, pois não me importo. Se nunca mais visse nenhum deles,
tudo bem. E não pretendia me envolver mais do que já me envolvera.
Só que havia um problema. Meu pai adora os netos. Ele e os pequenos formam muito bem aquela coisa de dependência mútua. Era essencial para ele estar com os netos
domingo sim, domingo não.
Será que James tiraria isso dele?
Fiquei aflita com essa possibilidade, caso obtivesse desse modo alguma vantagem. Afinal, era o que ele fazia na vida: jogava com as possibilidades. Uma raposa. Frio.
Manipulava pessoas para conseguir os resultados que desejava, e era bom nisso.
E que outra forma James teria para convencer minha irmã a voltar, além de negar ao meu pai o que ele mais queria no mundo?
Para dizer a verdade, fiquei um pouco enjoada.


Assunto: re: deve ser amor!
Querida Gatinha:
Talvez você me ache cética. Pode ser amor, mas pode não ser. Encare o fato de que a net é um grande lugar para viver fantasias de todos os tipos.
Verifique o crédito da sua recém-descoberta cara-metade antes de aceitar qualquer compromisso, encontrar-se com ela ou se mudar. A verdade (ou parte dela, pelo menos)
está na matemática. O restante pode estar em uma ficha criminal. Boa sorte.
Tia Mary
Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary!
Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:
http://www.pergunte-a-tia-mary.com
Enquanto digitava essa pequena resposta cínica, tive outra idéia. James manipulava situações e elaborava jogadas profissionais para viver. E se a implosão dos cartões
crédito fosse resultado de manipulação? Era duro acreditar... Não, era impossível acreditar que ele deixara de conseguir ganhar todo aquele dinheiro que ganhava.
Quer dizer, ele é muito bom no que faz.
Não dava para imaginar que qualquer confusão na Coxwell & Coxwell pudesse fazer James ou o pai dele fechar a torneira por onde jorrava o dinheiro.
Quer dizer, ninguém fica rico e permanece rico sem compreender de onde vem o dinheiro. Era uma péssima brincadeira tentar fazer Matt, o irmão de James, se tornar
uma raposa dos tribunais.
O que significava que talvez James não estivesse ganhando menos. Talvez fosse mentira, e só Deus sabia por quê. Vai ver que dar a impressão de que não tinha mais
dinheiro era um meio de garantir que Márcia não ficasse com metade de tudo que ele tinha.
Então, para onde estaria indo o dinheiro que entrava?
Fiz minha cadeira girar. Na certa, não estava indo para lugar nenhum de acordo com a lei ou teria aparecido no relatório de crédito.
Advogados. Ilhas Cayman. Contas bancárias numeradas. Algumas dessas coisas poderiam se encaixar. Califórnia coisa nenhuma! Eu podia apostar que James estava escondendo
dinheiro no exterior. O que um advogado do tribunal de Massachusetts tinha de fazer na Califórnia?
James era um rato oportunista. Márcia havia fugido dele em um momento de sanidade e perdera tudo ao dar esse passo.
Essa hipótese era ainda mais assustadora, porque eu tinha algo em comum com minha irmã mais do que com qualquer outra pessoa. Antes que conseguisse me adaptar a
essa idéia, o telefone tocou.
- Será que você esqueceu outra vez? - indagou meu pai, naquele tom agudo que usava ultimamente.
- Como poderia esquecer se você me lembra duas vezes ao dia? Precisa me dar uma chance de esquecer para descobrir se esqueci ou não.
Ele bufou.
- Como se eu fosse correr esse risco. Já são sete horas. Onde você está?
- Obviamente, em minha casa, já que acabo de atender ao telefone.
Reparei que o céu estava clareando. Sombras em tons de cinza e azul passavam pelos tijolos de vidro. Para onde tinha ido à noite?
- Seu horário é às onze, pai - acrescentei.
- Ah! Quer dizer que vamos sair às pressas, como da última vez.
Ele estava de mau humor, e fiquei tentada a concordar que havia esquecido, só para deixá-lo alegre outra vez. Não havia nada de que meu pai gostasse mais do que
comentar meus erros e oportunidades perdidas. E um tema que sempre o anima.
Mas eu também estava um pouco mal-humorada.
- Não foi da última vez - corrigi, com incrível paciência. - Foi em 1996. Lembra-se? Eu estava me divorciando do sujeito que você achava que era capaz de
caminhar sobre a água. Lembra-se dele? Neil não-sei-de-quê. Um canalha bem apessoado. Charmoso.
Papai decidiu ignorar esse pequeno detalhe, como de costume.
- Se você não fosse cabeça-dura demais para admitir que estava errada e tivesse arrumado outro namorado, hoje não estaria vivendo num inferno, Mary Elizabeth, comendo
comida de gato no jantar.
- Não como comida de gato, pai. - Fiz uma pausa, então lancei uma isca. - Pelo menos, não como mais.
Ele não mordeu.
- Se você tivesse se casado com um homem decente, teria uma vida normal, amigos e família. Em vez disso, vive sozinha no escuro, como se tivesse medo do mundo lá
fora.
- Ah, sei. E quando foi a última vez que se encontrou com seus amigos, pai? Estamos oferecendo de novo jantares formais para vinte e quatro pessoas? E logo depois
de termos vendido o aparelho de jantar com dez peças em prata... Que vergonha!
- Não faça isso, Mary Elizabeth - ralhou ele. Papai era mais recluso do que eu, e ambos sabíamos disso. - Você tem ou não tempo para me levar ao médico hoje?
- Claro que tenho. Eu disse que ia levá-lo. - Livrei-me de um pigarro. - Você me pediu para acompanhá-lo, lembra-se?
- É bom você acreditar que me lembro! Não estou me esquecendo das coisas, e é bom que se lembre disso!
Oh, a situação estava ficando divertida.
- São sete da manhã, pai. Ainda estou trabalhando.
Era mentira, mas quem ia saber?
- Como se você soubesse o que essa palavra quer dizer!
Pelo menos sua irmã teve o bom senso de se casar bem.
Mordi a língua com toda a força. Acho que ficou uma marca permanente. Mas eu não ia contar a papai o que Márcia tinha feito.
Ela que faça o serviço sujo.
- Então, do que se trata? Um convite para o café da manhã? Gosto dos meus ovos moles, você sabe.
Ele esbravejou, mas eu sabia que estava contente.
- Se você demorar muito e tudo estiver frio quando chegar, não vou aceitar reclamações.
- Está combinado.
- Bem, então venha depressa.
Meu pai bateu o telefone com tanta força que me fez encolher. Fui escovar os dentes, lavar o rosto e saí.
Precisava de um bom estoque de energia. A consulta ao médico não ia ser divertida. Elas nunca eram.

Assunto: bola de banha da cidade
Querida Tia Mary:
Desde que fui morar com meu amor, minha largura não pára de aumentar. 0 que devo fazer?
Gorda de Fresno:
Assunto: re: bola de banha da cidade
Querida Fresno
A aliada do índice de gordura corporal é a satisfação. A insatisfação, em contrapartida, é o método testado e aprovado que faz sumir os quilinhos extras... e talvez
um pouco mais. Pense nisso da próxima vez que olhar para aqueles sem-teto tão esguios. Você não seria uma insatisfeita infeliz se tivesse de viver com meio pedaço
de bolo por dia? Em compensação, uma camada de gordura subcutânea é um bom modo de minimizar as rugas. Então, escolha uma saída:
Saída n° 1: deixe o sujeito, torne-se insatisfeita e vire um palito.
Saída n° 2: matricule-se em uma academia e VÁ todos os dias. Compre um hidratante.
Saída n° 3: esqueça tudo e compre jeans maiores. A escolha, meu docinho, é toda sua.
Tia Mary
Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary! Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento: http://www.pergunte-a-tia-mary.com
Meu pai precisou de cerca de dois segundos para começar a reclamar quando abriu a porta e me viu.
- O que veio fazer aqui?
Me fiz de alegre.
- Como é possível resistir a uma recepção dessas?
Ele teria batido a porta na minha cara, mas hoje sou mais rápida. Enfiei a bota entre a porta e o batente. Papai olhou feio para a bota e para mim, virou as costas
e foi para dentro, arrastando os pés, me deixando ali.
Não, você não perdeu nada. Era o mesmo homem que havia me convidado para o café da manhã não fazia três horas. E não. Ele não tinha esquecido, apenas estava mal-humorado.
No final da vida, tornara-se uma espécie de duende caprichoso e intratável - bem, ele ficou assim desde que minha mãe morreu. Às vezes, papai pode ser muito engraçado,
mas muda de um instante para outro, e a mudança é imprevisível.
Acho que é esse o modo de ele lidar com o fato de estar sozinho. Não é segredo que, em geral, os maridos vão embora primeiro, mas minha mãe morreu já faz mais de
quinze anos.
Acho que ele vive zangado porque, após tantos anos se ajoelhando, não recebeu nada em troca. Deus brincou com Connor O'Reilly, e ele não gostou.
Acostumada a recepções daquele tipo e às mudanças de humor de papai, entrei, fechei a porta e o segui até a cozinha. Ele estava bastante perturbado com a idéia de
ir ao médico.
Recusei-me a entrar no jogo. Rudeza merece rudeza. Dei-lhe de volta o mesmo que recebi, o que geralmente provocava meu pai a ponto de fazê-lo rir.
Às vezes. Mas primeiro vinham os sermões.
- O problema é o que você é, Mary Elizabeth, e o que sempre foi: encrenca. - Papai sentou-se à mesa e serviu-se de uma xícara de chá forte antes de olhar
de novo para mim. - Sua irmã, bem, ela é uma menina que nunca criou o mínimo problema para mim e sua mãe. Nenhum, mesmo.
Ah, a Márcia santinha! Ela, que nunca levara meu pai ao médico, que jamais lhe telefonava, que raramente manchava a própria reputação aparecendo na casa dele. Surpreenda-se,
gentil leitor, porque apertei os dentes e não disse nada.
Aquilo quase acabou comigo. Olha, mamãe, eu sou Hércules! Quer dizer, talvez esteja mais para Atlas, sustentando o mundo e todas as suas misérias. Ah, ah.
Meu pai tentou não dar indícios de que estava tomando o café da manhã, mas a chaleira estava sobre o fogão e senti cheiro de bacon. Não me ofereceu nada, então fui
pegar uma xícara e me servi de chá.
Chegara atrasada, eu sabia, mas também preciso fazer minhas coisas.
- Que droga o serviço deste restaurante, sr. O'Reilly!
Tomei um bom gole do chá muito forte - quatro saqui nhos de chá por bule - e senti o choque da cafeína.
Ah, bem que estava precisando. Tinha ido despachar a cerveja naquela manhã, e a loja da cervejaria não abria antes das nove.
Além disso, as obrigações familiares iam acabar com minha rotina se continuassem aparecendo. Bastava o fato de me sentir necessária para eu ficar ansiosa. Pode classificar
meu atraso como saudável descanso mental.
- E também vive reclamando. - Meu pai usou a xícara para acentuar a crítica. - Esta é outra coisa diferente entre você e sua irmã.
- Talvez você devesse contratar alguém - falei, fingindo que não o escutara. - Uma garçonete, quem sabe, para receber as pessoas com um sorriso, servir o
chá, esse tipo de coisa. Daria uma boa animação a essa casa, e ela bem que precisa. Se a garota for bonita, vai dar uma animada em você
também.
Ele me fuzilou com os olhos, sedento por uma briga. Estava mais murcho a cada vez que eu ia lá e parecia ficar mais baixo a cada dia, no entanto e sem dúvida a idade
não tornara meu pai suave. Não, ele parecia um gnomo, pronto para lutar no tatame.
Provavelmente era isso que o mantinha vivo - e que mantinha minha irmã longe dali. Oh, ela, a moça de coração frágil. Já eu era do tipo que sempre dava um jeito
de brigar com o velho.
Um hábito, se quer saber.
- Olhe para si mesma! - ele exclamou com desprezo. - Quase quarenta anos e parece uma estudante desgrenhada e sem um tostão! Ninguém lhe disse que já cresceu, Mary
Elizabeth?
- Foi o estilo de vida que escolhi.
- Mas podia pelo menos lavar o jeans.
Sorri, sem arrependimento.
- E por isso que só compro calças pretas. Não precisam ser lavadas até eu conseguir escrever meu nome nelas com a unha.
Ele bufou.
- O cheiro ia tornar fácil achar você em uma multidão.
Não interprete mal esse comentário. Sou limpa. Minhas
roupas incomodam papai. Ele preferiria que eu me vestisse à Ia Doris Day, com luvinhas, sapatinhos, chapeuzinho e um daqueles vestidos com a cintura bem marcada
e saia rodada. Melhor ainda, de bolinhas. Ele permanecera perdido nos anos cinqüenta. Mas em compensação, naquela época havia alguns sapatos incríveis.
- Aqui estávamos nós, sua mãe e eu, fazendo o possível para criar direito nossas meninas, e veja só no que deu! Você parece um punhado de lixo deixado para
trás, por uma gangue de motocicleta.
- Olhe aqui, pai, não comece a me elogiar.
Surpresa. Ele se tornou ainda mais beligerante.
- Tenho certeza de que você não veio aqui só para tomar uma xícara de chá.
- Uma mulher não pode visitar o pai de vez em quando?
- Pois sim! Você está maquinando algo ou meu nome não é... - Muito zangado, papai sacudiu o dedo para mim. - Se pensa que vai me levar ao médico como se eu estivesse
mal quanto uma velha acabada, saiba que...
Fingi surpresa.
- Você tem hora no médico hoje?
- Até parece que você não sabe!
Ele tomou um gole do chá; parecia um homem desapontado com o mundo.
- Sei porque você acaba de me dizer.
- Mas iria descobrir de qualquer modo e insistir para ir junto. Conheço você muito bem.
- Nossa! Você está me fazendo um convite incrível.
- Não adianta, você sempre acaba indo comigo - murmurou ele, infeliz. - Acha que estou fraco e velho demais para andar dois quarteirões até o médico. É isso que
você pensa. - A voz dele assumiu um volume capaz de fazer os pratos tremerem no armário. - Ainda não estou morto!
- Claro que não. - Inclinei-me para a frente. - Cadáveres não falam - estalei a língua -, e você faz um barulho dos diabos. Vai me deixar com dor de cabeça antes
de eu tomar o café da manhã.
Ele bufou, feliz, mas tentou esconder.
- E tem mais: é fácil deixar os mortos de lado, e Deus sabe que você não tem esse problema.
Papai chegou a sorrir antes de tornar a sacudir o dedo para mim.
- Vou chegar atrasado se ficar aqui conversando com você.
- Então vamos agora mesmo.
- Ahá! Não confia em mim, acha que não posso me cuidar sozinho. Eu sabia, eu sabia!
- Não é nada disso. Mas, já que estou aqui, acho que devo ir para proteger o médico.
Os pêlos do nariz de papai se agitaram quando ele ouviu aquilo.
- O quê?
- Se você assustar o médico, ele vai precisar de tratamento por causa do trauma. E será obrigação da nossa família consegui-lo bem rápido e pagar as despesas. -
Dessa vez, sacudi o dedo para ele. - E você vive dizendo que sou irresponsável. Não fique muito desapontado. Tem mais chá nesse bule?
- Não é de admirar que eu esteja desconfiado. Por que essa súbita preocupação com um médico que você nem mesmo conhece?
Suspirei e ergui os olhos para o céu.
- Estou tentando mudar meus modos horríveis antes de encontrar o meu Criador.
- Seu Criador vive do outro lado, Mary Elizabeth 0'Reilly - declarou ele com a maior satisfação. - E não venha me dizer que não.
Ri e disfarcei, passando os olhos pela cozinha.
- Lembro-me de ter sido subornada com a promessa de café da manhã. Será que está velho a ponto de ter esquecido como gosto dos ovos?
Ele bufou outra vez, então se levantou.
- Nem pense isso. Não me esqueço de nada, nada, está ouvindo? - Bateu com a ponta de um dedo na têmpora. - Tudo que vi, tudo que ouvi, tudo que pensei está
claro como cristal aqui dentro, pode ter certeza.
- Bem, isso é um alívio. Não consigo me lembrar nem das minhas coisas, e, se tivesse de lembrar das suas, estaríamos com sérios problemas.
- Descarada. Você não passa de uma descarada - papai resmungou.
Pegou uma caixa de ovos na geladeira e colocou pão na torradeira, movendo-se com a economia de gestos que eu conhecia bem. Meu pai nunca desperdiçava energia, fosse
lá o que fizesse - mas seria capaz de passar o dia inteiro reclamando do que estava fazendo, e suas reclamações sempre levavam muito mais tempo que o trabalho feito.
- Imagino que seja minha função alimentar você, sendo o pai e tudo o mais - continuou a cantilena enquanto quebrava dois ovos na tigela. - Você comeu desde a última
vez em que esteve aqui?
- Só caviar e champanhe.
Papai me olhou feio, por cima do ombro.
- Não me venha com essa. Está magra demais, Mary Elizabeth, essa é a mais pura verdade. Devia ser como sua irmã, uma mulher com algumas curvas. - Virou-se de costas
para mim, e eu sabia o que viria a seguir. - Um homem gosta de ter algo para agarrar. Se você não fosse tão magra e não parecesse sempre tão durona, como se tivesse
acabado de sair de uma briga, não teria de enfrentar a vida sozinha.
- Uau, café da manhã com conselhos! - Servi-me de outra xícara de chá. - Pensei que aconselhamento fosse o meu trabalho.
- E isso é mais um problema...
Papai se mantinha atento aos ovos. Nunca comi ovos fritos melhores que os dele. Sempre conseguia fazer a gema ficar quase no centro da clara. Prosseguiu:
- Se tivesse um emprego de verdade, você poderia encontrar um homem decente.
- Tenho um emprego de verdade, pai.
Isso me fez ganhar uma bufadela dupla. E papai não disse mais nada, certo de que já dissera tudo que devia. Instantes depois, deslizou um prato a minha frente, e
eu o servi de mais chá. Notei nesse momento que havia apenas um prato na mesa.
- Não vai comer?
- Você demorou tanto que já comi.
Mergulhei um pedaço de torrada na gema e olhei para o relógio. Não tinha jeito, eu não agüentava, precisava falar.
- Se meu trabalho fosse de verdade, eu não poderia tomar café com você às dez da manhã de uma terça-feira.
- E isso seria uma grande perda - declarou ele. - Aqui estaria eu, um pobre velho, sabendo que a filha tinha o bastante para comer, que vivia em relativo conforto,
que estava feliz e saudável cuidando da família. Posso tomar meu café sozinho, muito obrigado.
Ele girou a xícara sobre a marca circular que deixara no linóleo da mesa. Em seguida, ficou parado por um minuto, olhando-me comer. Tinha os lábios contraídos, e
os olhos ainda eram do mesmo tom de azul-claro.
- Você não vai dizer ao médico que não posso mais morar sozinho, vai?
- Nossa, claro que não! - Revirei os olhos. - Se dissesse você teria de morar comigo, e eu não suportaria isso. Outra coisa: se tomasse um café da manhã como esse
todos os dias, minhas artérias ficariam entupidas de colesterol. Em pouquíssimo tempo eu seria uma mulher morta e tenho contratos a cumprir. - Apontei para ele com
a torrada. - Só vou à consulta para insistir que os médicos o deixem solto no mundo.
Ele riu consigo mesmo. Daí em diante, contentou-se em tomar chá e me olhar enquanto eu comia.
- Que delícia, pai - falei, quase lambendo o prato. - Obrigada.
Trocamos um sorriso, e papai se levantou, curvado como o velho que tão desesperadamente tentava não ser. Procurou os outros óculos e o casaco, depois pegou o melhor
par de sapatos e a bengala, "só para o caso de precisar". Terminei meu chá, levei a louça para a pia e a lavei.
A questão é que ele está ficando cada vez mais velho. Não é mais rápido como antes nem tão observador. E gosto de ficar perto dele. Pelo menos, em teoria. Papai
não iria andar nem mesmo dois quarteirões no meio do movimento maluco dessa cidade sem eu estar ao lado dele, e pronto. Ele tinha razão, de vez em quando eu ia à
casa dele e verificava a agenda, para ter certeza de que não estava me escondendo nada. Teria de agüentar meu serviço como acompanhante, quer gostasse ou não.
Minha irmã, você sabe, não poderia ser mais ausente. Se um dia Márcia se desse ao trabalho de acompanhar meu pai, falaria e reclamaria tanto que ele ficaria paranóico:
o modo como seu mundo mudara já o preocupava bastante sem a presença dela. Tenho certeza de que meu estilo isso-não-é-nada era melhor.
No entanto, eu tinha sérias dúvidas quanto à independência dele, porque ia se tornando cada vez mais alquebrado e frágil, apesar do modo duro de falar, e, sim -
não perca esse meu raro momento de suavidade -, eu me preocupo com ele.
E se ele caísse quando estivesse sozinho? Meu pior pesadelo é esse.
Epa! Espere um instante, meu estômago acaba de sofrer uma convulsão.
Se isso acontecesse, ninguém ficaria sabendo, porque ele jamais aceitara instalar um daqueles aparelhos de alarme em casa e fica uma fera se telefono ou apareço
"demais".
Se papai perder a independência, vai se entregar e acabará ainda mais depressa. Isso destruiria seu orgulho. Como não sei o que fazer a longo prazo, continuo o que
venho fazendo agora.
- É uma pena que Márcia não tenha vindo, em vez de você...
Meu pai disse essas palavras com jeito tão inocente que um observador casual não imaginaria que elas constituíam um golpe dirigido ao meu coração. Um golpe muito
bem treinado.
Apenas me remexi na cadeira, tão indiferente quanto uma motoqueira com casaco de couro pode ser. Você está pensando que a essa altura eu já devia estar acostumada
a esse tipo de besteira. Empurrei minhas madeixas sedosas por cima do ombro, personificando indiferença.
- Por quê?
- Ah, ela é a que tem modos adoráveis. Sempre teve. Você é a que tem o brilho do diabo nos olhos, desde o dia em que nasceu. Eu disse a sua mãe que você só criaria
encrenca. E ela não acreditou, até você começar a andar. - Papai balançou o dedo na minha direção. - Nada vinha de você, a não ser problemas. Lembra-se daquele livro
que eu lia para distraí-las? Vocês eram como aquelas duas princesas de uma das histórias: pérolas saíam da boca de uma das irmãs quando falava, e da boca da outra,
sapos.
- Sapos são legais.
- São? Realmente, não há esperança para você, e nunca haverá.
Suspirando e arrastando os pés, papai foi até a porta da casa. Peguei a chave dele e tranquei-a após sairmos.
- Não ouvi a segunda volta da fechadura - reclamou ele. - Gire a chave de novo.
- Eu ouvi.
- Bem, mas eu não, o que significa que você vai trancar de novo sem me criar problema ao menos uma vez na vida.
Destranquei a porta, abri, fechei-a e tranquei de novo. O mecanismo da fechadura movimentou-se duas vezes, emitindo um som bem audível. Olhei-o e ironizei:
- É bom ter certeza de que ninguém vai roubar a velha televisão.
Papai endireitou os ombros.
- E uma televisão perfeitamente boa.
- É a única coisa na casa que tem algum valor, apenas porque é velha o bastante para ser considerada antigüidade.
O queixo dele se projetou.
- Não quero que nenhum desses arruaceiros entre na minha casa.
Olhei para as janelas basculantes do porão e percebi que eram apenas as dez mil demãos de tinta que mantinham a armação inteira. Qualquer um que tivesse uma faca
de passar manteiga poderia invadir aquela casa em um segundo.
Mas não fazia sentido discutir isso. Se meu pai acreditava no poder de uma única fechadura para defender sua fortaleza dos desacertos do mundo, então que assim fosse.
Eu já havia tentado usar todos os outros argumentos, sem sucesso. Tudo era "perfeitamente bom", inclusive aquelas janelas. Só me restava torcer para que qualquer
possível ladrão avaliasse a casa, concluísse que não valia a pena assaltá-la e fosse "trabalhar" em outro lugar.
Começamos a descer a rua e, disfarçadamente, igualei meu passo ao dele.
- Ah, sim, Márcia sempre foi a que falou tudo certinho e de modo educado - recomeçou ele, me atacando para igualar o placar. - E ela que sempre sabe a coisa certa
a dizer, que tem dois filhos adoráveis e um marido bem-sucedido. Não preciso me preocupar com ela.
- É a Márcia que tem a moral de uma gata de rua - murmurei.
- O que foi que você disse?
- Nada.
- Você disse alguma coisa, eu ouvi.
- Então por que está me pedindo para repetir? Pensei que sua audição estivesse perfeitamente boa.
- Descarada! - acusou ele e saiu andando na frente.
Uma boa discussão o levaria animado até a metade do caminho ao consultório médico, por isso deixei que continuasse.
- Você nunca deixou de ser descarada, não importando quantas vezes teve de lamber sabão. Já a Márcia nasceu com uma língua de ouro.
- A querida e santa Márcia - resmunguei, tentada a contar o que minha irmã fizera.
Papai virou-se.
- Como é?
- Nada.
- Você disse alguma coisa, e exijo saber.
- Disse que a Márcia é mesmo adorável.
- Não foi isso, não!
Ele me fitou zangado, incrédulo, e dei de ombros.
- Você nunca vai saber.
Isso o provocou. Ele bateu a bengala no chão, mantendo-se um passo adiante de mim, gritando tão alto que poderia ser ouvido no Havaí.
- Você não vai me dizer que preciso de aparelho de audição, não vai, não! E não vai me enganar para me fazer usar um, não vai, não!
Balançou a bengala na minha direção quando parou na esquina, provando que realmente não precisava dela, e quase me decapitou no processo.
- Não vou usar! - rugiu ele. - Não preciso usar!
E marchou atravessando a rua, sem prestar atenção no trânsito. Quase cobri os olhos com as mãos. Mas ele ia com tanta confiança que dois carros brecaram, cantando
pneus. Aparentemente papai não os notou, apesar de nem eu acreditar nisso. Sacudi os ombros aos motoristas que xingavam e corri atrás dele.
Como desconfiava, havia um brilho maroto em seus olhos. Meu duende biruta.
- Malditos motoristas doidos! Já está na hora de essa gente aprender a dirigir devagar perto de uma escola.
- Quer dizer que, para ensiná-los, você acaba de se sacrificar pelos outros... Como sempre.
O brilho desapareceu dos olhos dele.
- Quantas vezes ainda vou precisar lhe dizer que não é educado caçoar dos mais velhos? Você não devia tentar me enganar falando em voz mais baixa.
- Quem, eu? - indaguei, mas apenas movendo os lábios, sem emitir som, e pensei por um instante que meu pai ia me esganar.
Então ele riu, soltando uma verdadeira risada de bruxo.
- Menina malvada! Você não vai me enganar, não vai, não.
Eu poderia ter pensado que aquele era o fim da história, porque papai praticamente subia saltando a escadaria do prédio onde ficava o consultório médico, mas parou,
com agilidade inesperada, no degrau acima do que eu estava e voltou-se.
- Quando você vai se casar de novo?
- Nunca, jamais cometerei esse erro outra vez. Não prenda a respiração, pai.
Ele balançou a cabeça e sorriu, com ar desconfiado.
- Ah, quer dizer que encontrou um homem. Não se esqueça de me convidar para o casamento.
Papai virou-me as costas novamente e seguiu adiante, com a agilidade de um Fred Astaire.
O que significavam aquelas palavras?
Grudei nos calcanhares dele e passei pela porta de vidro, ignorando as pessoas que pararam para olhar.
- Do que você está falando, pai?
Ele ficou deliciado parecia uma criança com um brinquedo novo.
- Você vive dizendo que não é do tipo que se casa.
Parei e tive de reconhecer que era verdade.
- Bem... e daí? Mudei o modo de dizer isso. Não é nada demais.
- Ahá! Eu soube que sua mãe ia se casar comigo quando ela disse que jamais se casaria. - Papai me lançou um olhar agudo, saboreando meu desconforto com certo exagero,
e apontou de novo um dedo para mim. - Case-se antes de eu morrer, está bem?
Apoiei as mãos nos quadris, sem me importar por estarmos entretendo as pessoas que se achavam no saguão.
- Acho que você está tão jovem e viril que viverá mais uns cinqüenta anos, pelo menos. Tenho tempo. Muito tempo. Talvez até tenha tempo para entender do que você
está falando.
- Ah!
Ele entrou saltitante no elevador, e quase virei as costas e fui embora. Mas acabei entrando também, encostei-me na parede e mantive os olhos fixos nos números luminosos
dos andares, considerando que, se meu pai podia "ver" o que eu pensava, sobrariam problemas para mim.
Maldita covinha!
- Ele é ela - disse papai quando as portas do elevador abriram.
Eu não fazia idéia do que ele dizia.
- O quê? Quem?
- Não é o médico. E a médica. Então, cuidado com os modos, para variar.
A. dra. Wendy Moss cumprimentou meu pai com um sorriso, mas expressão preocupada. Tinha cerca de cinqüenta anos e parecia capaz de se defender. Para meu alívio,
era clínica geral, não especialista em alguma enfermidade da qual eu jamais ouvira falar. Meu pai estava razoavelmente bem para a idade, vigorosos setenta e nove
anos.
- O que houve com o dr. Havermann, pai?
- Aposentou-se - disse ele, com certo desprezo. - Está velho.
- Ou talvez prefira jogar golfe em vez de lidar com pacientes como você. E um jogo interessante. Você sabe o que acho do golfe.
- Mulheres significam encrenca - meu pai falou para a nova médica, como se estivesse se apresentando, e me indicou com o polegar. - Ela está sempre me seguindo por
aí.
- Por favor, dra. Moss, não diga que meu pai não pode morar sozinho - implorei, determinada a empatar o placar.
Olhos se arregalaram na sala de espera. - Ele teria de morar comigo! Como não tem nada, teríamos de comer comida de gato e sei que acabaria com tudo de bom que há
em mim. Um dia eu teria de matá-lo para manter minha sanidade mental... - Suspirei. - Aí eu passaria o resto da vida na prisão e por quê? Ele que coma a própria
comida de gato!
Nos olhos de papai dançava um brilho de entusiasmo.
- É só conversa mole, isso é tudo que ganho dessa aí. A dra. Moss conteve um sorriso e acenou ao paciente.
- Prazer em conhecê-lo, sr. O'Reilly. Vamos entrar? Sentei-me para folhear revistas com orelhas, que já eram tediosas antes de virarem origami de consultório e não
haviam melhorado. The Economist. Ah, que alegria!
Onde eles achavam aqueles horrores? Sempre me vem à cabeça a imagem de médicos fuçando lixeiras e caminhões de reciclagem, tentando encontrar as revistas mais sem
graça jogadas fora para colocar em suas salas de espera. Devem dizer uns aos outros: "Ahá! Essa aqui vai fazê-los ter a impressão de estar esperando para sempre.
Essa fará com que reconheçam que sou um médico importante!".
Pior que isso só a seleção de revistas das salas de espera dos dentistas. Talvez a causa seja alguma coisa relacionada à insegurança. Quero dizer, por que alguém
se torna dentista? É difícil pensar que tenha sido a primeira escolha. Imagine passar a vida inteira com os dedos na boca dos outros. Imagine ter de fingir que bicúspides
são interessantes. Tem de ser segunda ou terceira opção.
Do mesmo modo que é manter uma coluna de aconselhamento na internet em vez de escrever códigos de programação de primeira linha. Humm. Aposto que os dentistas ganham
mais. Ah, sim, lá vai Tia Mary e seus incontáveis milhões de ganhos com anúncios na internet. Ah, ah, ah. Vai para as ilhas Cayman sem nenhuma preocupação na vida.
Acho que não.
Meu pai não foi assim tão longe, mas, quando voltou, estava com cara de quem entendeu tudo. Você sabe, aquele sorrisinho que diz "Não vou contar", muito mais eficiente
que falar.
Esses olhares me deixam apavorada, porque me fazem pensar em palavras más como câncer. Ah, sim, essa é uma palavra má.
Fiquei imaginando o que papai não queria me dizer.
- E daí?
- Nada.
- Mentira. Tem alguma coisa. O que ela disse? Ele seguiu adiante, com os olhos fixos em frente.
"Não é da sua conta.
- Adio que é, sim.
- Acho que não é, não.
- Que pena, eu venci - coloquei-me na frente dele, obrigando-o a parar.
Meu pai se desviou para a esquerda, depois para a direita e me encontrou sempre bloqueando o caminho. Como já disse, hoje em dia ele é mais lento que eu e ser obrigado
a se lembrar disso o deixa maluco. Papai praguejou e murmurou um palavrão por entre os dentes, para que não manchasse meus ouvidos virginais.
- Encrencas do começo ao fim. Arrogância também.
- Diga.
- Ou não vamos sair daqui?
- Mais ou menos por aí. - Olhei para a direita e para a esquerda. - Infelizmente, pai, não estou vendo ninguém servindo chá e eu bem que queria uma xícara. Vamos
em frente com a verdade, daí voltamos para casa e colocamos a chaleira no fogo.
Ele suspirou, exasperado.
- Já que insiste... Ela quis mexer nas minhas bolas. -
Ele se aproximou para sussurrar uma confidencia, os olhos outra vez com aquele brilho maroto. - Elas todas querem, você sabe.
- Elas?
- As mulheres. As mulheres médicas, em especial. Ah, têm sempre uma desculpa, mas sei o que querem. Não ia me incomodar caso simplesmente fizessem isso, mas essas
mulheres modernas... Elas só sabem falar.
Para minha surpresa e vergonha, ele começou a mexer no zíper.
- Pai, o que você está fazendo?
- Sei que você não quer perder nada...
- Não vou mexer nas suas bolas!
Gritei sem querer, e o sorrisinho de papai informou que eu havia caído direitinho na armadilha dele.
- Que tipo de homem você acha que sou? - exultou, triunfante.
Só não o chamei de duende biruta, que toma atitudes imprevisíveis, porque iria se sentir insultado, e não quero isso.
- Você não é assim tão durona quanto parece, não é, minha filha? Você também só sabe falar.
Meu pai sorriu abertamente para o mundo - que o observava com evidente interesse -, depois riu com vontade.
A dra. Moss balançou a cabeça, voltou ao consultório, e papai saiu para o corredor.
- Mary Elizabeth, deve ser amor - murmurou ele enquanto descíamos no elevador. - Não consigo me lembrar da última vez que a vi chocada duas vezes em uma hora. Mal
posso esperar para conhecer esse homem.
- Você está errado - garanti, e a reação dele foi a que eu esperava.
Começou a assobiar.
- Você está errado, pai. Está completamente errado.
Papai me ignorou. E se - se! - eu estivesse mantendo um relacionamento com um homem de covinha ele não ficaria feliz. Não, senhor. Teríamos uma discussão muito feia,
o que era um poderoso motivo para eu garantir que não acontecesse.
Lá veio aquela sensação de enjôo novamente. Tentei mudar de conversa.
- Isso quer dizer que a médica lhe deu boas notícias?
- Ela disse que vou viver até os cem anos.
- E qual é a boa notícia?
- Descarada e mais descarada ainda! - atacou ele, mas não conseguia esconder quão estava aliviado.
Sim, isso mesmo. Também senti o coração leve, apesar de papai não ser gentil o bastante para me contar os detalhes. Tê-lo por perto era um hábito.
- Então, o que vai fazer esta semana? Tem algum outro programa?
- Um. - O peito dele inflou de orgulho.
- Um encontro bem quente?
- Vou pescar domingo com os garotos. - O entusiasmo o fez andar um pouco mais depressa. - Sabe, uma filha fez a coisa certa e me deu netos para mimar. Você devia
aprender essa lição, Mary Elizabeth.
- Ou não. Meu pai riu.
- Fale com seu novo homem. Talvez ele queira ter filhos.
- Ah, isso é encorajador. A opção de uma pessoa que não existe vale mais que a minha, só porque se existisse se trataria de um homem. Alô, pai, bem-vindo
ao século XXI!
- Algumas coisas, Mary Elizabeth, não mudam nunca. Aquela era uma afirmativa que eu não podia contestar. Mas falaria com James. Isso aí. Iria caçá-lo já e
garantir
que os interesses do meu velho fossem defendidos.
Papai adorava os netos e nada, nada, ficaria entre ele e seu direito de ver os dois pequenos. Nem mesmo o fato de minha irmã ter abandonado os filhos. Eu tinha de
ir ao escritório de James e pôr aquela situação em pratos limpos.
Que Deus abençoasse Márcia por ter estragado meu dia. Talvez eu pudesse dormir um pouco naquela tarde antes de levantar para encarar meu trabalho noturno.
Uma mulher pode sonhar, não pode?
Meu pai saltitou pelos degraus que levavam à porta da casa, não aceitei o convite para uma xícara de chá e segui direto para o centro da cidade, onde ficava a Coxwell
& Coxwell.
E não, não era apenas uma missão altruísta. Não era nem mesmo uma racionalização. A luz do dia é uma coisa perigosa. Lide com ela tomando o maior cuidado. James
poderia não parecer nem um pouco atraente. Talvez aquela covinha tivesse desaparecido. Talvez vê-lo no trabalho, fazendo coisas de advogado, me levasse a odiá-lo
por princípio, como acontecera durante tanto tempo.
Valia a pena tentar.
Só que a simples perspectiva de vê-lo de novo fazia a palma das minhas mãos transpirar. Até fiz uma pequena prece - pela primeira vez em muito tempo - pedindo que
meu pai não estivesse certo.

Assunto: nada de um bom amor
Querida Tia Mary:
Meu CM e eu tínhamos uma excelente vida sexual. Mas agora nada. Estou preocupada que ele esteja fazendo compras em outro lugar. O que devo fazer?
Casta e odiando isso

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Assunto: re: nada de um bom amor
Querida Casta:
Variedade é o tempero do sexo bom. A emoção da descoberta se foi, então é preciso acrescentar alguma outra emoção. Há muito para escolher. Fazer num elevador. Compartilhar
fantasias e realizá-las. Ser ousada, indulgente. Não se deixar perseguir por um fracasso ocasional. E ser sensata - a inclusão de novos parceiros, por exemplo, precisa
ser acompanhada por camisinhas e exames de sangue. Infelizmente, ninguém conquista uma vida inteira de excelente sexo de graça. Temos de trabalhar continuamente
para a realização sexual, mesmo com nossa cara-metade. E um trabalho sujo, mas alguém tem de fazê-lo. ;-D
Divirta-se!
Tia Mary

Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary! Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento: http://www.pergunte-a-tia-mary.com

James ergueu os olhos quando apareci na porta da sala, e seu rosto se tornou gelado de imediato.
Aquela não foi uma mudança para melhor. Pensando bem, acho que ele já estava zangado antes de me ver, e meu aparecimento não ajudou a melhorar as coisas.
Até aqui, tudo bem.
Com a testa franzida e óculos para leitura, meu cunhado lia um documento e, ao erguer a cabeça, quase me destruiu com seu olhar cortante.
- Isso é um acontecimento.
Ele falou sem tirar os óculos, e imaginei que aquele era o modo como nas altas-rodas se dizia: "Não deixe que lhe dêem um pé no traseiro".
- Pois é. Esse não é o meu hábitat...
Sentei-me na cadeira diante da mesa, principalmente porque parecia que ele não queria que o fizesse.
Com um suspiro, James assumiu tamanho ar de paciência, o qual não pude deixar de notar. Em seguida, fez breve aceno de cabeça para a secretária que se encontrava
ao lado. Ela hesitou antes de sair, uma sutil combinação com a atitude dele, dando indícios para me demonstrar que eu e meu tipo, fosse qual fosse, não eram bem-vindos.
Era de imaginar que a moça já tinha visto muitos tipos sem reputação naquela sala.
Imaginei o que aquela srta. Certinha e afetada faria se eu me deitasse sobre a imensa mesa de mogno de James. Se batesse nele. Ou se o beijasse, dependendo do meu
humor.
Há mesmo algo de perverso em mim, como meu pai vive dizendo. Algo que me impele a desafiar as expectativas dos outros.
O problema é que aquele conjunto de expectativas em particular me induzia a ser educada, para não tornar real a óbvia expectativa de vulgaridade que esperavam de
mim. Chato, chato, chato. Pessoas desconfiadas não são nem um pouco divertidas.
- Seu cabelo continua da mesma cor que na última vez em que a vi - comentou James, sem nenhuma melhora no tom de voz. - Isso é inédito.
- Só a mudo uma vez por dia. - Dei um largo sorriso, e ele me observou, desconfiado. - Você tem muita sorte! Está me vendo outra vez em vinte e quatro horas.
Ele não parecia se achar assim tão sortudo. Recostou-se na cadeira. Juntou a ponta dos dedos e encostou os indicadores nos lábios. Ficou me olhando em silêncio.
Estava tão bem-vestido quanto na noite anterior e parecia um pouco cansado. Havia uma sombra escura sob seus olhos, mas o restante continuava perfeito. Um comercial
da Ralph Lauren em 3-D. Nenhuma covinha, mas ela importava menos do que eu esperava.
Devia ser a colônia. Aquele perfume precisava ser proibido. Inalei o aroma e gostei. Hugo Boss Number One, a menos que meu nariz estivesse perdendo a classe. Oh,
sim...
James me observava com os olhos entrecerrados, como se pudesse fazer todos os meus segredos sujos saltarem com apenas aquele olhar.
Como se fosse possível.
- A questão é: por quê?
Ele falou com suavidade, provavelmente um plano deliberado para encorajar uma rápida troca de confidencias. Por breve momento, fiquei tentada a lhe confiar algo,
qualquer coisa.
O quê? Você está surpreso por eu ter segredos? Vamos lá! Todo mundo tem! E sim, senhor, eu tenho alguns que não quero que James Coxwell fique sabendo.
Daqueles realmente bons.
Sorri, aparentando tanta frieza quanto consegui - que quer dizer muita frieza, caso você não saiba -, e sustentei o olhar dele sem hesitar. A questão era que minha
teoria das ilhas Cayman não se sustentava à luz cruel do dia, apesar de ter parecido perfeitamente plausível de madrugada.
Se James fosse fugir, já o teria feito. E, se havia armado um esquema, por que Márcia teria ido embora? Nós duas temos um bocado da agressividade irlandesa para
lutar pelo que é nosso.
No mínimo, ela teria se agarrado ao marido e ido com ele para ficar com o que pudesse daquelas contas bancárias.
Mas que diabo!
- É essa coisa das Cayman - falei, em tom de conversa.
A verdade é que ele parecia um ícone de respeitabilidade naquela caverna de painéis e estantes de mogno repletas de livros. Um pilar da comunidade e mais aquela
baboseira toda. Mas também não eram, em geral, esses "pilares" que tinham os maiores e mais terríveis segredos?
Meu cunhado piscou, sinal evidente de que minha teoria era furada. Inclinou-se para a frente e bateu com um dedo na mesa. Perdida por um centavo, perdida por um
dólar. Surpreendê-lo poderia garantir um ou dois pontos de vantagem.
- Você não vai conseguir. Se pensa que não posso ver o que está planejando, está muito enganado...
Um sorriso indulgente desenhou-se nos lábios dele.
- E será que devo saber do que você está falando?
- Descobri seu grande plano.
- Não fiz nenhum ultimamente. - James ergueu as sobrancelhas. - Só estou seguindo adiante, lidando com as expectativas dos outros.
O fato é que James parecia cansado demais para ter planejado até o almoço, mas, como o cachorro com o osso, eu não queria largar o assunto. Estava gostando daquela
situação, que se encaixava na minha preferência por melodramas e viradas de situação. Não ia desistir sem lutar. Todo mundo não deseja viver um filme do Grisham?
Serei Julia Roberts, e você, Denzel Washington. Ou Tom Cruise. Pode escolher.
- Pobrezinho - murmurei. - Imagino que deva sentir pena de você e lhe dar uma folga para que possa sair correndo.
- Sair correndo?
- Uma grande fuga para as Cayman, com todo o dinheiro e sem minha irmã. Levando os meninos. Aposto que já reservou uma cabana na praia, onde há uma geladeira cheia
de coquetéis de frutas.
Ele franziu a testa e se recostou na cadeira.
- Deus, isso promete! - James fechou os olhos e deu para perceber quanto estava estressado.
Antes que pudesse sentir pena, meu cunhado abriu abruptamente os olhos, e, se não o conhecesse, eu poderia ter pensado que havia neles um brilho à espreita. E mais
do que sabido que os homens não têm senso de humor.
- Quando saio em viagem?
- Você é que sabe as respostas. Sei as perguntas. - Falei em tom condescendente, porque imaginei que o deixaria louco. - Sei que essa não é sua maneira habitual
de agir, então vamos deixar as regras bem claras.
Uma sugestão de sorriso passou pelos lábios dele.
- Está bem, fale.
- Onde foi parar o dinheiro?
O sorriso desapareceu imediatamente, e James assumiu aquele aspecto de falcão.
- Que dinheiro?
Todo o dinheiro. As ações. O dinheiro do refinanciamento da casa. Os ganhos dos últimos oito meses. Onde você o escondeu? Tenho certeza de que deixou alguns dos
cartões de crédito estourarem para criar a imagem, mas onde está o restante?
Ele se inclinou para a frente, e seu olhar se havia tornado agressivo.
- Como sabe disso? Dei de ombros.
- Talvez minha irmã tenha me contado.
- De jeito nenhum! Ela não sabia.
Então, meu cunhado percebeu que sem querer havia me informado algo e se recostou outra vez, com evidente desagrado em relação a si mesmo. Girou a cadeira com lentidão,
enquanto decidia com cuidado qual seria o movimento seguinte. Estudava-me com atenção, imaginando quanto eu poderia saber.
Aquilo era interessante.
- Se você sabe sobre o dinheiro, sabe para onde ele foi.
Assenti, fingindo confiar na minha teoria. No pior dos casos, ele ia me corrigir, e eu ficaria sabendo a verdade.
- Contas numeradas. Ilhas Cayman. Grandes advogados. Essas coisas estão sempre juntas. - Estalei os dedos. - Ei, não está na época da sua temporada anual
no Caribe?
Para minha surpresa, James riu.
Fiquei olhando. Há muito tempo não o via rir, e aquela era uma risada que vinha lá do fundo. Na realidade, uma gargalhada. Fiquei ainda mais desencorajada quando
meu cunhado começou a se recompor, olhou para mim e voltou a rir. Chegou até a enxugar uma lágrima. Pensei se não era imaginação minha a sensação de que havia algo
desesperado naquele som que deveria ser alegre.
Então ele tornou a me olhar, já perfeitamente controlado.
- Se fosse assim tão fácil...
- Tudo é fácil para alguém como você.
- É mesmo?
A calma dele era incrível, o que poderia ser um aviso. Para minha surpresa, pegou o documento que estava sobre a mesa e o passou a mim.
Pisquei.
- Leia.
Li. Era a papelada de um divórcio.
O divórcio dele e de Márcia.
Ahhhh, o enredo se tornava mais denso.
- E daí? - Coloquei o documento sobre a mesa, mas ele não o pegou. - Isso não é novidade.
- Veja a data. E quem preparou o documento.
Odeio quando os homens agem dessa maneira. Sabem algo que você ignora e a fazem parecer idiota quando descobre do que se trata. Tive a sensação de que era isso que
acontecia, mas calculei que devia seguir adiante, mesmo que fosse para descobrir o pior.
Fui em frente.
Márcia havia feito a petição. Essa não! E a data em que assinara o pedido era de oito meses antes. Oito meses. A tinta ainda parecia molhada na assinatura de James,
feita naquele mesmo dia.
- Isso é mais do que você precisa saber. - Ele se mostrava decidido a me afastar como se afasta uma mosca chata.
- Não é hora de você ir embora?
Mas não me deixo afastar como se fosse uma mosca chata.
- Não, não está. Por que ela demorou tanto?
- Muito obrigado - murmurou ele, e fiquei vermelha.
- Não foi isso o que quis dizer. E que Márcia só foi embora ontem.
James suspirou e girou a cadeira. Fiquei esperando.
- Vivemos sob o mesmo teto há alguns anos - disse por fim, a voz cansada -, e Márcia resolveu terminar tudo. Pensei que seria melhor para os garotos se continuássemos
por mais algum tempo.
Ele deu de ombros. Apesar de falar sem paixão, parecia que haviam puxado o tapete sob seus pés e que não gostara do tombo. Com o maior empenho, tentei não sentir
pena dele quando acrescentou:
- Márcia não concordou.
- Talvez ela tenha outro.
- Pode ser.
Tive a impressão de que James não se importava, mas naquela altura já dera para perceber que ele era tão bom quanto eu em esconder sentimentos.
- E o dinheiro?
- Acho que você já sabe o suficiente sobre meus negócios. Seu olhar se tornou de aço. Pegou o documento, dobrou-
o com precisão e o guardou num bolso interno do paletó.
Com expressão austera e impressionante, ele sustentou meu olhar como se eu o estivesse desafiando. Tudo acabado. O casamento deixara de existir, a esposa tinha ido
embora, e ele aparentava não ter passado por nada pior que colocar a louça do dia na lavadora.
Aquilo me deixou louca. Para o melhor e para o pior, minha irmã passara dezoito anos casada com aquele homem, e, quando quis ir embora, ele não a atendeu porque
não lhe era conveniente.
- Não. Não é o suficiente. E não acredito em você, apesar desse documento. A conta não está batendo. Aonde você estava ontem à tarde? Posso não saber muito
sobre leis, mas ser advogado do Tribunal de Massachusetts não lhe dá o direito de advogar na Califórnia. Aonde você foi?
James olhou-me com renovada atenção e deu para ver que decidia quanto ia me dizer. Ficou evidente que meu cunhado concluíra que teria de falar um pouco mais para
se livrar de mim.
- Não posso advogar oficialmente, mas os contatos podem ajudar.
- E isso deveria responder a minha pergunta? Ele se recostou, estreitando os olhos.
- Você conhece meu irmão Zach?
- Não. Espere... É aquele que Márcia não quer que fique sozinho com os meninos?
James assentiu.
- É a ovelha negra da família.
- Pensei que ele havia ido para a Europa ou algo assim. - Eu começava a me lembrar. - Para ser fotógrafo, acho.
- Isso mesmo. Mas ficou sem dinheiro. Responsabilidade fiscal nunca foi o forte dele. Voltou e ficou apenas o tempo necessário para conseguir contribuições de todos
nós. Matt, Philippa e eu só percebemos que todos tínhamos sido enganados depois que Zach já havia ido embora.
- E não é para isso que serve a família?
- Para o Zach, pelo menos, é. Ele foi para a Califórnia e criou problemas em tempo recorde. Parece que essa é a grande vocação dele.
Havia algo importante naquilo, mas eu teria de descobrir sozinha o que era.
- Por que Márcia não o queria perto dos meninos?
- Zach gosta de maconha - disse James em tom informal. - Não é apenas usuário como também faz pequenas vendas. Vem fazendo isso há anos e tem a capacidade de sempre
cair de pé. E incrivelmente bom em escapar das conseqüências do que faz. Márcia e eu concordamos que ele não deveria ficar sozinho com os meninos.
- E o que aconteceu na Califórnia?
- Uma situação incomum para Zach. Foi apanhado dirigindo em alta velocidade e com uma boa quantidade de droga. Mas teve sorte de novo. O promotor daquela jurisdição
foi meu colega de classe.
- E você foi dar uma ajuda.
Fiquei impressionada, pois não pensava que James Coxwell seria capaz de fazer qualquer coisa que não fosse em proveito próprio. Não era lógico fazer favores a parentes:
é um gesto passional. E suas palavras seguintes provaram minha suspeita de que ele tinha emoções conflitantes a respeito.
- Contra a minha vontade. - James suspirou, franzindo o cenho. - Não creio que ele vá mudar. Acredito que qualquer dia desses Zach vai esgotar suas cotas
de vida. Mas é meu irmão, para o melhor e para o pior.
- Da mesma forma que Márcia é sua esposa, para o melhor e para o pior.
- Por pouco tempo, agora.
James ficou ainda mais abatido, e não pude resistir à tentação de provocá-lo. Eu não agüentava mais aquela história de estar "rodeada por pecadores".
- Ah, então minha irmã feriu seus sentimentos e magoou seu coraçãozinho, foi? Pobrezinho do Jimmy. E o que me diz dos sentimentos dela? Talvez você tenha
falhado deixando de ser o homem dos sonhos dela, hein?
Ganhei um olhar fulminante pela impertinência.
- Márcia rompeu um acordo.
Ergui as mãos para o céu.
- Portanto, a vingança divina da Coxwell & Coxwell e de todo o sistema legal do Estado de Massachusetts deve ser lançada sobre aquela Jezebel que ousou desafiar
a autoridade do seu homem. Como aquela bruxa se atreveu a não seguir a palavra do marido? - Ajeitei-me na cadeira, cruzei as pernas
e desejei estar com um cigarro na mão; teria feito uma ótima figura naquele momento. - Vê se me poupa, James!
Os olhos dele demonstraram profundo desagrado.
- Parece que consegue fazer piada até com as situações mais tristes. Há algo que seja importante para você, Maralys?
- Há, sim. Mas posso colocar meu ego de lado de vez em quando, ao contrário de certas pessoas. - Balancei um de meus pés ocultos pelas botas. - Você não gosta de
ser passado para trás, não é? Machuca seu orgulho ser descartado como um sapato velho? Ou é só porque até agora sempre teve tudo como queria?
James se pôs de pé, tirou os óculos e sacudiu o dedo no meu nariz. Estava furioso, e aquela era uma visão e tanto!
- Não tem. nada a ver comigo! Não ligo merda nenhuma para o fato de estarmos casados ou não!
Nossa! Ele sabia um palavrão!
Eu quis falar, mas ele estava tão embalado que não me deu a menor atenção.
- Meu casamento com Márcia foi uma farsa desde o início, mas me determinei a continuar casado por causa dos meninos, apenas por causa deles.
- Então por que você...
- Márcia rompeu o acordo que fizemos em relação aos nossos filhos. É o que mais importa. Sim, claro, o casamento também conta, mas havia anos sabíamos que o nosso
tinha acabado. No entanto, tínhamos um acordo que tornamos a confirmar quando ela percebeu que estava grávida do Jimmy. Concordamos com que as crianças precisavam
de um lar estável. Concordamos com que as havíamos trazido ao mundo, então assumiríamos a responsabilidade, e que, se preciso, deixaríamos nossos interesses pessoais
de lado pelo bem deles.
Ele voltou a sentar-se e abaixou o tom de voz.
- Concordamos com que eu trabalharia e ela ficaria em casa, que cuidaria dos meninos, e eu garantiria que não tivessem nenhuma preocupação financeira. Fizemos esse
acordo por Jimmy e Johnny para lhes dar segurança, pela auto-estima e pelo futuro deles. Mantive minha parte do acordo...
- Não é bem isso que se espera de um casamento... - comecei, mas James me ignorou e continuou falando.
- ... porém Márcia não. Fez uma escolha egoísta: não só abandonou os meninos como também acabou com tudo o que pretendíamos proporcionar a eles com seus gastos absurdos.
Abandonou os filhos, colocou em perigo a segurança deles e você acertou ao pensar que vou acusá-la por isso.
- Márcia não podia saber que você ia se atrasar.
- Não é preciso ser vidente para "descobrir" que vôos que chegam no Logan atrasam. Ela devia ter preparado um plano alternativo.
James sentou-se e passou a mão no cabelo, parecendo mais velho do que era. Sua voz estava embargada pela emoção.
- Meu Deus, Maralys! O que poderia ter acontecido com eles lá, sozinhos e à noite? Um milhão de coisas, e nenhuma delas seria boa. Como Márcia pôde fazer
isso? Não entendo.
Realmente, ele estava incrédulo e muito zangado. Eu não via como defender minha irmã.
Porque concordava com ele.
Fiquei observando-o, impressionada por ver que o Se-nhor-Que-Se-Achava-o-Número-Um na realidade se preocupava em primeiro lugar com os filhos. É um objetivo nobre,
não importa de que ângulo se olhe. Ficara mesmo perturbado pela irresponsabilidade de Márcia, e me senti tocada com seu apego aos pequenos.
James balançou a cabeça, respirou fundo e só então fitou meus olhos.
- Está bem... Antes que você diga, sei que não fui o pai mais dedicado do mundo e é verdade que deixei Márcia cuidando de tudo. Mas o que ela fez... Não posso perdoar,
simplesmente não posso.
- Por quê? Acha que sou um péssimo plano alternativo?
- Não. Você não era um plano alternativo porque Márcia não lhe pediu nada. Não teria acontecido tanta confusão se ela tivesse pedido, mas não pediu. Essa é a grande
diferença. - Ele me olhou como se pudesse ver meu coração, e sua voz suavizou-se. - Você diz muita besteira, Maralys, mas tenho certeza de que estaria lá na hora.
Ainda bem que meus meninos têm alguma iniciativa. Márcia simplesmente deixou o bem-estar deles ao acaso, e não posso admitir uma coisa dessas.
- Vai pedir a custódia...
O olhar do meu cunhado tornou-se devastador.
- Mas é claro! Sua irmã provou que é indiferente aos filhos.
Retribuí um olhar igual.
- Diga-me: qual é a diferença entre os meninos esperarem uma vez uma hora por mim e passarem dezoito horas por dia sozinhos pelo resto da vida?
- Tenho de trabalhar!
- E quem vai cuidar deles?
Para seu crédito, James parou e pensou. Minha pergunta era justa, e ele sabia disso. Olhou ao redor como quem procura um alvo.
- Nunca terei certeza de que meus filhos estarão bem se Márcia ficar com a custódia.
- Na realidade, você não terá certeza de jeito nenhum se estiver aqui e eles em algum outro lugar. - Lá vinha eu defendendo minha irmã outra vez. Precisava parar
com isso. - Além do mais, não é justo acusar uma pessoa de uma coisa para sempre.
- Uma coisa? - James quase começou a rir de novo. - Se você sabe sobre o dinheiro, então sabe sobre as contas. Com aquela orgia de gastos, a Márcia colocou tudo
em risco. Um mês ruim e lá se vai a casa.
- É lamentável perder os troféus.
- É lamentável para os garotos - ele explodiu -, que devem ficar perto dos amigos e num ambiente familiar. O divórcio é duro para os filhos, e eles precisam de toda
a estabilidade que puderem ter. Márcia colocou tudo em risco. Já foi bastante ruim ela ter ido embora, e é pior ainda porque tudo o que temos está por um fio. Não
me importo se tiver de morar num barracão, mas não vou perdoá-la se meus filhos tiverem de passar necessidade e enfrentar desconfortos que não merecem.
Aquelas palavras soaram tão firmes que acreditei nele.
- Num barracão?
James suspirou e esfregou as têmporas.
- Jimmy e Johnny precisam continuar na mesma escola. Precisam continuar em contato com os amigos. Precisam ter a oportunidade de cursar a faculdade, se for o que
quiserem. Seja o que for que eu tenha de fazer para garantir o bem-estar deles, será feito.
- Oh! A situação não é tão ruim...
- Ainda não - disse ele com uma suavidade que fez os cabelos da minha nuca se arrepiarem.
- O que significa?
Ficou claro que James não ia dizer mais nada. Começou a arrumar os papéis que estavam na mesa. Quando voltou a falar, o tom de voz era cuidadosamente neutro.
- Para variar, vá cuidar do que é da sua conta, Maralys.
- Mas isso é da minha conta. - Levantei-me, precisando da vantagem da altura, apesar de ser apenas ilusão. - Quero saber o que você pretende fazer.
Ele também se levantou, pronto para a briga, e acabou com minha vantagem. Pelo jeito, o verniz da civilidade estava bem fino naquele dia.
O mais engraçado é que eu gostava mais de James assim explosivo. Pelo menos tinha certeza de que estava vivo.
- Por quê? Só porque está curiosa? - Ele fez um aceno com a mão. - Só porque tudo é uma espécie de jogo para você? Garanto que não é um jogo para os meus
filhos!
A voz dele subira a cada frase, e eu sabia que a srta. Certinha estava escutando com atenção do outro lado da porta. Garanto que eu estaria.
- Isso não é brincadeira, Maralys! Não lhe devo nenhuma satisfação, está entendendo? Nada! Não lhe devo nenhuma explicação. Se não tenho mais nada com sua irmã,
com certeza tenho menos ainda com você!
- É aí que se engana - insisti com calma. - Você deve saber, a essa altura, que uma suposição errada pode acabar com todos os seus planos.
- Não existe nenhuma suposição errada.
- Enganou-se de novo.
- Deixe-me colocar a questão em termos bem simples.
James apoiou os punhos na mesa, tentando me intimidar: era a clássica linguagem corporal do macho, mas não se pode dizer que eu seja uma fêmea clássica. Sorri para
ele, sem medo nem arrependimento.
- Minha vida não é da sua maldita conta! - James gritou. - Dê o fora daqui!
Suspirei, dama que era sem compromissos e sem intenção de ir embora. Ajeitei-me na cadeira e sorri outra vez. Meu cunhado espumava de ódio.
- Você devia ao menos perguntar sobre quais suposições estou falando.
Mais uma vez, as sobrancelhas dele se ergueram e continuei:
- Podemos não ter o mesmo sangue, James, mas somos da mesma família, quer você queira ou não.
Forçando-se a se sentar, meu cunhado suspirou e passou a mão pelos cabelos. Em um instante, tornou-se de novo o advogado atarefado e voltou a falar em tom tão equilibrado
que me surpreendeu.
- Desculpe-me. Eu não devia ter erguido a voz. Você é realmente minha cunhada, pelo menos até esses papéis irem para a corte.
Deu para perceber que ele apertava os dentes e que seus olhos faiscaram.
- Agora dê o fora, Maralys, antes que eu faça ou diga algo de que me arrependa mais tarde. - Seu rosto escureceu.
- E estou lhe pedindo que vá embora da forma mais familiar.
Cruzei as pernas num gesto deliberado.
- Não reajo bem a ameaças.
James pareceu tomar gosto em me provocar.
- Surpresa, surpresa.
Deixei meu sorriso se ampliar.
E algo mudou. A tensão que pairava no ar ficou diferente, tornou-se menos combativa, porém não menos elétrica.
Como ele continuou me olhando, imaginei o que estaria vendo em mim. Quer dizer, conheço minha aparência, mas imaginei o que poderia ser visto além dos detalhes superficiais.
Aquele era um homem que lia as pessoas como profissão e tinha a fama de ser particularmente perceptivo.
E impassível.
As palavras dele ficaram flutuando no ar, e não pude ler nada na sua expressão. Mas percebi uma vibração: o olhar dele era do tipo macho-para-fêmea, aquele que faz
a gente querer se enfeitar um pouco.
James estaria vendo minha irmã, a esposa que fugira, enquanto olhava para mim? Aquele era um pensamento capaz de apagar a centelha que acabara de se acender entre
nós. Márcia e eu não nos vestíamos do mesmo jeito, e minha irmã tinha alguns quilos a menos - seu estilo chique tinha preço -, mas havia a semelhança de gêmeas idênticas
que não podia ser escondida.
Estaria vendo alguma vantagem potencial? Teria percebido que eu concordava com ele sobre a irresponsabilidade de Márcia? Esperaria que eu testemunhasse contra minha
irmã no tribunal para ajudá-lo a ficar com a custódia dos filhos?
Ou será que via uma mulher que decidira não crescer? A acusação do meu pai ainda ecoava na minha cabeça. Era claro que eu não me encaixava naquele ambiente com meu
cabelo pintado de vermelho, jeans preto, botas e jaqueta de couro. Márcia e eu somos altas, por causa de alguma mutação estranha - todos da nossa família são baixos,
baixos e baixos, exceto nós - e chamamos a atenção aonde vamos.
O olhar de James fixou-se no anel de prata que uso no polegar direito, nem eu sei por quê. Imaginei que um olhar quente como aquele deveria parar no pedacinho do
meu sutiã de rendas azuis que espiava pelo decote em V da minha blusa branca.
Será que ele sabia da tatuagem no meu traseiro? Minha imaginação enlouqueceu por completo e senti a boca seca.
Quando em dúvida, mude de assunto.
- Seu casamento sempre foi ruim, de verdade?
James balançou a cabeça e falou no tom frustrado de um homem que não entrava em ação fazia muito, muito tempo. É, parece que tínhamos alguma coisa em comum. A situação
estava ficando estranha.
- Acho que fizemos duas vezes.
- Jimmy e Johnny... - eu disse, rindo. - Eles se parecem tanto com você que sem dúvida nenhuma são seus filhos. Então, foram duas vezes.
Olhamos um para o outro por cima da mesa e a coisa começou a esquentar. Johnny, o mais novo, estava com oito anos, eu me lembrava. Ou nove? Nem mesmo eu me manteria
casta por tanto tempo.
- Nunca? - sussurrei, e ele demonstrou mágoa.
- Sempre trabalhei demais.
E passava muito tempo na academia, pensei. Lembrei-me da teoria favorita da minha amiga Lydia: "Só os castos conseguem ficar realmente em forma". Ela insistia em
que é o desejo não satisfeito que os impulsiona a praticar exercício o tempo todo, e que fazer sexo, de qualquer tipo, nos deixa satisfeitos, complacentes e gorduchos.
A srta. Certinha bateu gentilmente na porta.
- Sr. Coxwell?
- Está tudo bem, srta. McCready - falou James com autoridade.
Então, viu a renda azul e procurou meus olhos outra vez. Sorriu. Não um sorriso lascivo, mas de apreciação masculina que dizia: "Oh, Maralys, você não devia ser
tão tentadora!".
Senti que meu rosto pegava fogo.
O sorriso de James foi se alargando devagar. Aquela sala estava mesmo muito quente. Já lhe disse que meu cunhado tem uma covinha impressionante? Ah, sim, e mãos
elegantes, fortes.
Sei o bastante sobre desejo para reconhecê-lo quando surge, acompanhado por sirenes tocando e plumas vermelhas esvoaçantes. O desejo, desconfio, usa sapatos vermelhos
de salto agulha, boa de plumas vermelhas e não muito mais que isso. Talvez um batom vermelho brilhante.
Oh, sim. Eu me enfiara em um problema com P maiúsculo.
- Semper ubi süb ubi - murmurou ele, como se eu não devesse ouvir.
- O que isso quer dizer? - perguntei em tom desafiador, achando que ele estava esfregando sua cultura superior na minha cara, para realçar que eu não a tinha.
- E uma frase em latim.
- Frase legal. E para que serve, exatamente?
- Eu não queria interromper, Sr. Coxwell - disse a srta. Certinha, pigarreando e emitindo um sonzinho nada bem-vindo, porque deixava claro que tivera toda a intenção
de interromper. - O Sr. Coxwell sênior vai vê-lo agora, senhor.
- Obrigado. - James voltou a olhar para mim. - Acho que é a deixa para você sair de cena.
- O latim?
- Esqueça. Não era nada importante.
Cruzei os braços. Não me agradava o costume de James de sempre querer dar as cartas.
- Não vou a lugar nenhum. Primeiro, quero algo de você.
Ele se inclinou para trás e brincou com uma caneta, parecendo descontraído.
- Hum... Promete ser interessante.
Ah, sim. Olhou mais uma vez para a renda.
James flertando. Tive alguma dificuldade para enfiar a idéia na minha cabeça, mas por certo era o que ele estava fazendo. E para minha surpresa eu gostava tanto
que um calor me percorreu da cabeça aos pés. Antes que pudesse me conter, dei aquele meu sorriso tímido.
Imaginei que não causaria mal nenhum, ainda mais porque eu ia desaparecer para sempre. Prometi a mim mesma fazer muito mais ginástica da próxima vez, como cuidado
especial com meus hormônios exacerbados.
- Apenas uma promessa.
- O quê?
Inclinei-me sobre a mesa, pronta para negociar. Meu coração batia acelerado, e eu sabia que naquela posição oferecia a James uma boa amostra do material de primeira
guardado pelo meu sutiã.
- Meu pai continuará vendo os netos, não importa quão ruim fique a situação entre você e Márcia. Acesso irrestrito. - Fiz uma pausa e dei-lhe meu olhar mais desafiador.
- Eles combinaram uma pescaria no domingo.
- Eu sei.
- E o que fará a respeito?
- Que tipo de pessoa você acha que sou?
- Sei que tipo de pessoa você é.
- Então diga.
- Você é o tipo de pessoa que usa toda e qualquer situação para tirar vantagem. - Percebi que já não tinha tanta certeza do que dizia. - E um advogado manipulador,
esperto e experiente, que maneja a vida como um jogo de xadrez. Não vai deixar passar essa chance de conseguir o que quer.
- Fico orgulhoso por você pensar que sou tudo isso.
- Sim?
- Sim, coisa nenhuma! O que pretende fazer para salvar meus filhos das minhas cruéis garras?
James não sorriu, e voltei a desconfiar dele.
Você já viu um gato caçando, brincando com a presa antes de matá-la? Ele empurra, puxa, segura o camundongo ou o pardal ferido. Um predador se divertindo um pouco
antes do final inevitável. A vítima, é claro, não entende a piada e fica ali, tentando escapar, para maior diversão do gato.
A atenção vigilante do meu cunhado fez com que eu me sentisse mais ou menos um pardal ferido, se quer saber. Tive a clara sensação de que era apenas um peão num
jogo muito maior que eu, e que aquele flerte - que, admito, surgira e já desaparecera - havia sido apenas outra manobra dele para tentar conseguir o que queria.
A srta. Certinha bateu à porta outra vez.
- Sr. Coxwell?
- Sim, estou indo. - James se levantou, encerrando a entrevista. - Tudo bem, Maralys. Está combinado para domingo. Mais alguma coisa?
- E a longo prazo?
Meu cunhado suspirou, sustentou meu olhar com determinação, e me peguei querendo acreditar no que ele disse em voz baixa.
- Não negarei aos meninos qualquer chance de estarem com o avô, Maralys.
Aquele tom suave tinha muita força, e acreditei nele. E, veja, não é fácil eu acreditar no que me dizem. Pelo menos até então pensei que não fosse.
- Meus filhos adoram seu pai - prosseguiu James -, e é bom para eles terem um avô decente.
Ai! Antes que eu pudesse processar aquilo, ele foi até a porta e a abriu.
- Você vai me desculpar, é claro, por não acompanhá-la.
- E claro. - Apontei para o banheiro ao lado. - Antes, posso ir ali?
James assentiu com um aceno de cabeça e saiu. Eu tinha visto um dicionário latinvinglês na estante e queria consultá-lo. Pelo menos assim poderia entender o insulto.
Ainda bem que tenho boa memória. Ele havia dito para a srta. Certinha que ele e papai Coxwell não deveriam ser interrompidos por algum tempo. E eu já estava trancada
no banheiro, com o dicionário, antes de você ter tempo de dizer "bu".
Semper. Always - Sempre.
Ubi. VJhere - Onde.
Sub. Under, beneath - Sob, embaixo.
Ubi. Always - Onde.
Olhei as palavras de novo, para confirmar. Pronunciei a frase em voz baixa e matei a charada. Always where under where, que soou como Always wear unàerwear} E ele
dissera aquilo olhando para a beiradinha do meu sutiã. Se James tivesse senso de humor, eu poderia imaginar que aquilo havia sido uma piada. Mas meu cunhado não
tem senso de humor. Deve ter conjugado o verbo errado. O que era muito encorajador. Talvez ele não fosse assim tão esperto.
Ah.
Dei a descarga só para fazer barulho, abri a torneira, saí e fui recolocar o dicionário na estante. Quando ia sair da sala de James, não pude deixar de ouvir o "cumprimento"
com que o pai o recebeu.
- Por que diabos demorou tanto? - rugiu o homem, como se James fosse um menino mau. - Acha que tenho tão pouco a fazer que posso ficar horas esperando? Você nunca
entendeu o valor do tempo e o mérito do faturamento eficiente.
James se desculpou de modo que me pareceu indiferente.
E foi aí que percebi porque podia escutá-los com tanta clareza. Havia duas portas no escritório de James, além da que se abria para o reino da srta. Certinha. Uma
dava para o elegante e pequeno lavabo, e a outra, pelo jeito, para a sala do pai.
E, por sorte, aquela porta estava apenas encostada.
Ora, ora, ora.

1 . Use sempre roupa de baixo - roupa íntima ou lingerie. (N. de T.)

Assunto: o que é isso?
Querida Tia Mary:
Sou novata na internet e não compreendo muitas coisas. Por que há tantos sinais de pontuação nos e-mails? O que quer dizer <s>? Por que as pessoas não escrevem de
maneira normal?
Intrigada
Assunto: re: o que é isso?
Querida Intrigada:
Não fique mais confusa. Incline a cabeça para a esquerda - os sinais são pequenos rostos, com a intenção de demonstrar a atitude de quem escreveu.
:-) é um rosto sorridente ou um sorriso.
:- ( é um rosto triste.
{} ou [] significa abraços.
<s> quer dizer sorriso maldoso, irônico.
Podem-se usar também dois-pontos duplos, ou asteriscos, para ressaltar uma palavra ou expressão, como ::risada:: ou *muito* (já que palavras apenas com maiúsculas
significa que o escritor está gritando).
Uma série de acrônimos se tornaram formas simplificadas de falar na internet:
pqv: pelo que vale
pol: por outro lado
rdr: rolando de rir
cm: cara-metade
ps: por sinal
Há um vasto número de permutações desses sinais, todos usados para dar o tom da palavra escrita ou economizar tempo de digitação. Digite "emoticons" no programa
de busca para saber mais.
V8-)
Tia Mary, com seus óculos e de chapéu novo.
Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary!
Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:
http://www.pergunte-a-tia-mary.com
Então, tendo sido abandonada por Deus, fui em frente e voltei para casa, para pôr os pingos nos "is". O que quer que fosse que Coxwell pai tinha a dizer ao filho
não era da minha conta. Mas a triste verdade é que não tenho idéia do que foi dito, do que aconteceu depois e de como a história terminou.
Ah! Até parece que isso é possível!
Bem feito para você se acreditou em mim, nem que seja por um segundo. Está pensando que não ouvi seu comentário me condenando? Ah, ouvi, sim!
E você não foi muito sutil.
Acontece que é fácil dizer que alguém deve agir assim ou assado, mas quando se quer reconstruir uma história precisa-se de fatos.
Encare a realidade: se não fossem eu e meu saudável senso de curiosidade, não haveria nenhuma história aqui. Nem meio, nem fim, nem solução do conflito. Iríamos
apenas ser levados pela correnteza, sem saber nem influir em coisa alguma. Sou sua fonte de informação. Sou mulher. Eu perturbo.
Sou uma CATALISADORA.
Sugiro que você não se esqueça disso. Da próxima vez que pensar algo ruim sobre minhas escolhas nada convencionais, lembre-se de como você está sem graça agora.
Tudo bem, fim da bronca. E claro que escutei. Quem razoavelmente normal não escutaria? Era por obra do puro destino a meu favor que a porta estivesse entreaberta
e que James sentisse a compulsão de dar aquele aviso a srta. Certinha, que, aliás, já devia saber que eles não atenderiam a nenhuma ligação enquanto estivessem conversando.
Se não fosse para eu ouvir, ele teria passado pela porta interna, e eu, ficado sem opções.
Talvez devesse chamar aquela secretária de srta. Certinha-e-Burra.
Imaginei por um instante que talvez James quisesse que eu ouvisse e ajeitara deliberadamente as coisas para que isso ocorresse.
Mas por quê, por quê? Não havia motivo para ele agir assim. Bem, foi o que pensei no momento. Achei que fosse apenas pura sorte. A sorte do irlandês. Ah, ah!
Como não sou daquelas que cospem no olho da boa sorte, ajoelhei-me e engatinhei para mais perto da porta, porque não queria perder nenhuma sílaba. Tinha absoluta
certeza de que aquilo seria algo bom - e, oh, meu bem, foi mesmo!
Na realidade, eu não teria perdido nenhuma palavra até se ficasse no corredor. O velho estava tão mal-humorado que passei a gostar ainda mais do meu pai.
- Que porcaria é essa? - bradou o Coxwell mais velho.
- Você pede para falar comigo e me faz esperar?! Sou um homem ocupado, como você já deve ter percebido. Preciso estar no tribunal em uma hora e ainda tenho
de ler alguns documentos. Vamos logo com isso!
- Quero saber o que está acontecendo - James falou de maneira calma e sensata.
Todavia, eu começava a imaginar quanto daquela atitude não seria pura fachada. James daria um bom jogador de pôquer.
- Do que está falando?
- Fale-me sobre Matt.
- Falar sobre seu irmão? Falar o que sobre seu irmão?
Ouvi um rangido de couro e imaginei que James fazia o jogo de se ajeitar numa posição mais confortável só para incomodar o velho. Sorri.
- Bem, que tal me dizer por que ele está aqui?
O tom de James era casual e me fez sorrir no estilo Cheshire. Você sabe, o gato de Alice no País das Maravilhas.
- Ele está aqui porque é onde sempre deveria ter estado
- rugiu o querido papai. - Não é minha culpa que seu irmão tenha levado tanto tempo para perceber que escolha deveria ter feito, nem que tenha, de fato, tanta
competência para desempenhar o papel que lhe foi destinado ao nascer.
- Essa é a essência da situação, não é?
Dessa vez, a voz do velho deu a impressão de que ele se tornara cauteloso.
- Como assim?
- Imagino que você deve ter visto o resultado do exame de paternidade.
Oh, filhos ilegítimos no ilustre clã Coxwell! Essa era a maior! A história prometia ser um bocado sórdida. Meus ouvidos deviam estar do tamanho dos anéis de Saturno.
- Claro que vi os resultados do exame. Fui eu que mandei fazer, não foi? Fui eu que paguei por ele, não foi? Você não tinha o direito de ir buscá-los.
- Eu tinha todo o direito, e você sabe muito bem disso.
O mundo pareceu parar. A hostilidade escapava daquela sala, uma pequena nuvem de testosterona contrariada, deslizando pela fresta da porta.
Então James pigarreou e falou com calma:
- Acredito que poderíamos agir de forma razoável em relação a isso.
Era mais que evidente que ele se esforçava para manter uma atitude razoável.
- Razoável? - repetiu o pai. - E o que há de razoável
em viver uma mentira? O que há de razoável em ser envergonhado perante toda a comunidade? Em ver a própria existência despedaçada? Em saber que passou a vida inteira
como vítima de cruel engano e sendo alvo de milhares de piadas maliciosas, porque a esposa escondeu o fato de estar grávida de outro homem quando se casou com você?
Trabalhei duro para construir o que tenho, para fazer de mim mesmo um alguém, e não quero ver tudo ir parar nas mãos de um filho bastardo que...
James interrompeu o pai de forma educada.
- Que por acaso trabalhou tão duro quanto você para ajudá-lo a construir esta sociedade... Repare que eu disse sociedade, que é a condição legal desta organização,
algo que implica que cada um dos sócios têm palavra sobre o futuro dela.
- O nome é Coxwell & Coxwell, não Coxwell & Sei-Lá-Quem-É-O-Pai!
Minha nossa! Seguiu-se profundo silêncio, o que foi bom, porque eu precisava de um minuto para entender o que ouvira. James não era filho do pai dele. Hum.
Eu tinha ouvido bem.
Era evidente que Robert havia sido enganado por uns bons, hum, quarenta e dois anos.
- Então você quer mesmo me pôr para fora daqui - disse James, suavemente.
- Não tenho escolha.
- Tem todas as escolhas, sim. - A voz de James tornou-se dura. - Você é o sócio mais velho. Tem a escolha de reconhecer meus quase vinte anos de trabalho, de que
um homem é mais o produto de quarenta e dois anos de experiência que de cinco minutos de células colidindo, de dar crédito ao talento e à perseverança, de garantir
que os netos recebam uma boa educação.
- Eles não têm o meu sangue!
James ignorou a interrupção, porém sua voz endureceu mais.
- Como alternativa, você tem a escolha de tirar de mim tudo o que possuo, de destruir a minha vida e depois fazer o mesmo com a de Matt.
- Matt não será destruído por seguir seu destino.
- Ele nunca quis trabalhar aqui, e você sabe disso muito bem! Você o deixou viver a vida dele como preferiu, mas agora decidiu arruiná-lo só por causa do seu orgulho
e ambição.
- Sou um juiz! - trovejou Robert Coxwell. - Há anos sou o mais proeminente juiz criminal dessa cidade! Estou me candidatando à reeleição com uma plataforma conservadora
que é a base das minhas crenças. Claro que até você entende que um divórcio e um herdeiro bastardo comprometeriam minha posição.
- Em oposição à compaixão e ao reconhecimento do mérito, independentemente do direito de nascença. Sim, posso ver que esse é um grande problema.
Boa, James, boa! Um ponto para os mocinhos.
- Não tente virar a situação contra mim! Seu desrespeito é uma marca da sua ilegitimidade!
Você ficaria quieto se estivessem a ponto de lhe roubar tudo o que tem e trabalhou tanto para conseguir? Pior, por causa dos caprichos de um velho mais interessado
no orgulho que na moral?
- Que audácia! - gritou o Coxwell mais velho. - Saia dá da minha empresa!
- Você não pode se dar ao luxo de me mandar sair. Considere que deixou bem claro seu ponto de vista, e vamos voltar ao trabalho.
- Não quero você nesse escritório de advocacia nem por mais um minuto!
Silêncio de novo. Então escutei James se levantar.
- Deixe o caso Laforini comigo.
- De jeito nenhum!
- A empresa não vai ganhar esse caso sem mim. - Meu cunhado falava calmamente, mas com calor. - Matt não vai ganhar. É injusto que o faça tentar. Há muita coisa
importante em jogo, e o perfil do caso é alto demais. Não é o mais adequado para ser o primeiro dele.
- É, sim. Ele vai ganhar e fazer nome.
- E se não ganhar? Quanto valerá sua preciosa sociedade se não puder ganhar os casos mais altos? Quanto valerá seu filho se ele quebrar sob tanta pressão?
- Isso não vai acontecer.
- Mas pode acontecer. Matt e eu somos muito diferentes, apesar de não esperar que você tenha notado.
- A diferença é exatamente o ponto importante: Matt é meu filho. Você, não!
- Engraçado. - James emitiu um som parecido ao de uma risada. - A maioria das pessoas diria exatamente o oposto, considerando nossas personalidades.
- A maioria das pessoas não me interessa!
- Não mesmo, posso ver isso agora. Mas continuo pedindo que reconsidere a idéia de acabar com a vida do Matt.
- Isso não é da sua conta. Vá embora!
Ouvi o som de papel e alguém se sentando. O Coxwell mais velho limpou a garganta. Pelo jeito, pegara os documentos que precisava ler para demonstrar a James que
devia ir embora.
- Você sabia que Márcia me deixou? - perguntou James.
- Não quero nem saber.
- Entendo. E, já que não sou seu filho, então os meninos não são mais seus netos. Eles não valem nada para você, não é mesmo? O auto-retrato que está pintando de
si mesmo é muito dignificante, juiz Robert Coxwell.
- Matt vai ganhar o caso Laforini - insistiu o velho juiz. - Vai ganhar porque vou ajudá-lo. Não se esqueça de quem lhe ensinou tudo o que sabe.
- Mas você não ensinou a Matt tudo que sabe. E eu não creio que ele queira saber o que você sabe.
- Não se atreva a me desafiar!
- Ah, vou me atrever, sim! Você garantiu que não me resta nada a perder, afinal. Então, por que não deveria desafiá-lo? Por que não deveria defender meu irmão? Não
é isso que os irmãos mais velhos fazem?
- Vocês não são irmãos!
- Irmãos de criação, pelo menos. Aliás, Matt e eu conversamos sobre isso e decidimos que, como crescemos como irmãos, vamos continuar sendo irmãos. Um acidente de
concepção não importa para nossas percepções um do outro e não altera nosso relacionamento.
- Essa é uma questão crítica. Eu sempre soube que você não podia ser meu filho, porque jamais respeitou de forma adequada a autoridade.
- O curioso é que o restante do mundo diz que sou exatamente como você.
- Eles não sabem o que estão falando.
- Você mesmo disse isso várias vezes.
- Antes.
- Sim, antes dos resultados do exame.
O silêncio pesado que chegou até mim demonstrou que os dois estavam se encarando. James continuou a falar em tom de voz suave.
- Que tal isso: por que não pergunta a Matt o que ele quer? Nunca me perguntou, nunca se importou, mas talvez agora possa ser mais gentil.
Um livro bateu sobre a mesa.
- Não preciso dos seus conselhos, advogado! Tire tudo que é seu da sua sala até o final do dia ou faço esse trabalho para você! - Uma cadeira rangeu quando alguém
se levantou, sem dúvida o juiz. - Não quero vê-lo de novo e espero de você ao menos essa cortesia.
- Não vou a lugar nenhum. Ainda não.
- Então terei de chamar as autoridades para colocá-lo fora daqui.
- E eu direi a elas que comprei minha parte desta sociedade e aumentei o investimento com meu suor. Vou lhes dizer que, para fazê-lo, sacrifiquei a mim mesmo e aos
meus filhos, portanto quero reparações pelo sacrifício. E, se as autoridades não me ouvirem, procurarei a imprensa, juiz Coxwell, e pode ter certeza de que os jornalistas
vão adorar a história sobre seus valores familiares bem antes da eleição. - A voz tensa do meu cunhado dava veracidade à ameaça. - Se me pagar um valor justo pela
minha parte, aí vou embora.
- Para sempre?
- Não se preocupe, não me verá mais.
- Você é igualzinho a seu pai - disse Robert Coxwell, com desprezo. - Tudo tem seu preço. Você pode ser comprado e vendido, como bens de pouco valor.
- Não mereço tanta severidade - James retrucou com calma. - Mas, de várias formas, sou exatamente como você. Para mim, é uma grande oportunidade poder mudar isso
agora, antes que seja tarde.
O velho inalou o ar com tanta força que pensei que o carpete seria sugado do chão.
- Srta. McCready! - chamou. - Traga-me o talão de cheques, agora!
- Não tenha tanta pressa. - O tom de voz de James se mantinha baixo, porém agora era ameaçador. - Primeiro, temos de avaliar o escritório.
Tratei de aproveitar a chance e corri para a porta de saída da empresa assim que a srta. Certinha foi pegar o talão de cheques em outra sala. Que embrulhada! James
havia sido posto para fora do escritório de advocacia da família porque tecnicamente não fazia parte dela. Convenhamos, aquele era um detalhe chocante.
Mas, é claro, eu não tinha nada a ver com isso. Não, senhor. Já estava na hora de cuidar da minha vida. Eu tinha um contrato a cumprir. Sabe, meu cliente era exigente
quanto aos prazos, e eu queria que ele continuasse a trabalhar comigo. Ou que ao menos me desse uma recomendação. Também queria o pagamento contra a entrega para
saciar a Receita Federal.
O xis da questão é que, apesar de já estar mais que farta dos problemas daquela família, eu não conseguia parar de pensar no assunto. As grandes engrenagens da minha
mente continuavam girando para processar a última descoberta.
Achei que, considerando suas finalidades, Márcia dera o fora a tempo. Pensei em como James se adaptaria à nova situação. Imagine você ter nascido em berço de ouro
e depois de quarenta e dois anos descobrir que o berço não era seu!
Costumo cair de pé, mas venho fazendo isso a vida toda. Seria uma pena se o Homem de Granito se quebrasse em milhares de pedacinhos com aquela queda.
Nem pense numa coisa dessas, Maralys. Com Márcia sumida e James perdendo o controle, era possível que meus sobrinhos acabassem ficando comigo.
Senti um ataque de nervos se aproximando. Um súbito mal-estar me fez parar de repente na rua. Não havia dúvida, eu estava sofrendo de um caso sério de dependência.
Aquela situação pedia um sushi.
Nada melhor para livrar a mente de preocupações que algumas horas na cozinha, principalmente na minha. E eu precisava de muito apoio moral.
A causa principal do problema residia no fato de James não ser filho do pai. Era difícil acreditar, porque os dois pareciam ter sido feitos com a mesma massa e o
mesmo molde.
Pelo menos, era o que eu pensava até então. Os acontecimentos das últimas vinte e quatro horas estavam me levando a reavaliar o QI de James - quer dizer, seu Quociente
de Idiotice. - Era evidente que ele não tinha nada em comum com o pai nesse departamento.
Não era só a covinha... Era bom ver que ele estava mais preocupado com os filhos que consigo mesmo. Talvez estivesse impressionada pela surpresa. Gosto de coisas
imprevisíveis e pensava que aquele sujeito era tão previsível quanto a gente saber que o leite azeda duas semanas após o aviso melhor consumir antes de...
Minha curiosidade crescia, o que é uma perspectiva perigosa. E, confesso, gostava daquela capacidade de James de esconder os pensamentos como um profissional.
Perigo, perigo: hormônios em alerta total!
Era hora do sushi.
Sim, fazer sushi dá muito trabalho. Leva séculos para ficar no ponto certo, mas é uma ocupação relaxante. Movimentos repetitivos e detalhados. Não é muito diferente
de escrever programas, por sinal. Duas coisas que faço bem.
Muito bem.
Gosto muito de sushi, mas em geral fico desconfiada quando compro tudo preparado. Você não há de querer um prato feito no dia anterior; pelo menos, eu não quero.
Se não for preparado direito, as algas secas nori ficam encharcadas e grudadas umas nas outras. Argh!
O sushi tem de ser sempre fresco, não é?
Então, liguei o aparelho de som e fui trabalhar - se sushi não me animasse, a trilha sonora de Cabaré e aquele frasco de tintura cor de caqui para cabelo o fariam.
Fui abençoada com um cabelo grosso, sadio, e venho fazendo o possível para acabar com ele ao longo dos anos. Não consigo cortá-lo, aí o tinjo. Com freqüência. Com
cores loucas. É um hobby.
Aquela devia ser a quarta vez que escutava a trilha sonora do filme com Liza e acabava de perceber que, como de hábito, havia me deixado levar e comprara peixe demais,
quando o elevador de carga fez barulho e começou a se mover. Escutei, achando que deveria ser um dos meus vizinhos chegando, mas ao mesmo tempo fiquei desconfiada.
O problema era: eu tinha me animado tanto com o sushi que me esquecera de trancar a porta do elevador.
Há algumas desvantagens em morar onde moro. Eis uma das grandes: o pacote duplo que reúne falta de privacidade e segurança pessoal. Não me preocupo muito com isso,
mas quando o elevador funciona à noite meu pulso sempre acelera. Na maior parte do tempo, sou a única pessoa no prédio após as seis ou sete horas da tarde.
Juro que não é uma sensação boa.
O elevador fez aquele barulho inconfundível ao parar no meu andar. Eu não tinha convidado ninguém, como se fosse possível isso acontecer!, e uma rápida olhada para
a parede de vidro revelou a interpretação impressionista de um céu noturno. Tudo que dava para ver através da tela industrial que delimitava o elevador era uma silhueta
alta o bastante, larga o bastante e masculina o bastante para significar um sério problema.
Não conte a ninguém, a ninguém, entendeu?, Mas esse tipo de situação me deixa apavorada. Minha imaginação é vivida demais, e em momentos como esse penso que devia
ser contra a lei eu morar sozinha.
Por sorte, meus momentos de dependência potenciais passam e deixam poucas cicatrizes visíveis.
E, por mais sorte ainda, a porta do elevador leva algumas semanas para abrir. Peguei minha confiável frigideira de ferro de trinta e cinco centímetros e me coloquei
em posição. A porta gemeu ao ser aberta, ergui a frigideira acima da cabeça, e •m homem entrou no meu loft. Ele se movia com cautela na penumbra, como incerto do
que poderia encontrar pela frente. Eu tinha uma surpresa para ele.
- Ei! - gritei e, cara a cara com ele, desci a frigideira.
Afinal, não é bem-educado acertar alguém na cabeça pelas costas.
E gosto de ver o branco dos olhos deles.
O homem se virou, praguejou, e naquele instante vi que era James. Desviei o golpe no instante em que ele segurou meu pulso.
- Que tipo de recepção é essa?
- Sistema de segurança - esclareci, com o coração ainda disparado. - É primitivo, mas eficiente.
Ele bufou, parecendo a imagem viva do ceticismo.
- Desde que seja apenas um assaltante. Por que não mora em algum lugar mais seguro?
James falava sem soltar meu pulso. Não fazia muita força, e eu poderia ter me livrado, mas o toque era quente e justifiquei-me comigo mesma, concluindo que o contato
humano é bom após uma crise.
Isso considerando que, no momento, James não fosse um puro predador da distante classe genética dos répteis. Era possível que ele estivesse sentindo minha pulsação
acelerada, o cheiro do meu sangue e tudo o mais, o que explicaria o brilho em seus olhos.
- Porque sou pobre e esse loft é barato. Infelizmente, não
tenho tantas escolhas de onde morar quanto você.
Livrei meu pulso e voltei para a área da cozinha. Meu coração ainda batia descontrolado, e eu sabia que não era só por causa da surpresa.
Eu não tinha nada, nada a ver com o fato de James Coxwell estar ali parado no meu apartamento, pela primeira vez na vida, olhando ao redor sem disfarçar a curiosidade.
Alguém invadira minha caverna, e isso era muito ruim.
Comecei a cortar os ingredientes com furor vingativo, mas me forcei a parar quando quase destruí as algas nori em meu frenesi. Respirei fundo, porém não consegui
me livrar da sensação de inquietude que sentia por James estar no meu loft.
Claro que ele estava ali porque queria algo. O problema é que não havia um bom modo de chutá-lo para fora, pelo menos não sem a sua colaboração. Meu cunhado é bem
maior que eu e cabeça-dura o bastante para não ir embora sem fazer o que se determinara. E não adiantaria ser rude - não seria isso que o faria sair da minha casa.
Olhei-o com as pálpebras entrecerradas, apenas para verificar, e só então notei que ele não estava mais de terno. A calça caqui tinha caimento bom demais para ter
sido comprada em loja de roupas feitas, a camisa informal estava com o colarinho desabotoado, e a jaqueta de couro era marrom. O tipo da aparência suburbana. E incrivelmente
elegante.
Eu estava mesmo perdendo a linha. A castidade afetava meu julgamento de maneira adversa. Seria preciso aumentar o exercício na escada. No dia seguinte, dobraria
o tempo.
James me observava como se pudesse ler meus pensamentos ou perceber a intensidade da atração que exercia sobre mim. Eu era uma doente por pensar no marido da minha
irmã em termos sexuais. Sórdida. Brega. Estava abaixo de minha posição como pessoa sensata e razoável.
Mesmo que... Vamos deixar isso para lá, por enquanto.
A estratégia era dar a James o que ele queria e fazer isso bem depressa para recuperar minha preciosa privacidade.
- Há algum motivo especial para você me dar esse prazer inesperado? - perguntei, colocando nas palavras tanto calor quanto ele usara quando me recebera na
empresa.
James sorriu, enfiou as mãos nos bolsos da calça e se aproximou lentamente.
- Está me dando o troco pelo modo como a recebi hoje?
Apanhada em flagrante, dei de ombros, sem graça, e mexi no peixe.
- Algo assim.
- Desculpe. - Ele se encostou na bancada com rodinhas. Felizmente, as rodas estavam travadas, salvando-o de um
tombo nada gracioso. Mas até que poderia ser engraçado. Na certa, ele verificara antes de se apoiar. Era bom eu não me esquecer de que James era mais observador
que a média dos homens. Calculista.
Só Deus poderia saber o que ele estava concluindo a respeito do meu nervosismo. Para me defender, ataquei-o com uma dose dupla de agressividade.
- Bem, o que você quer?
- Conselhos.
Não pude evitar uma risada.
- Fale sério.
- Estou falando sério. Você é a única pessoa que sabe de tudo.
Uau!, aquela era uma afirmação assustadora. Fingi uma indiferença que não sentia.
- Eu? Não sei de nada...
- Fale sério também, Maralys. Você escutou minha conversa com meu pai, e sei disso.
E eu pensando que tinha sido tão furtiva! Dei uma olhada para ele; James parecia mais divertido que bravo.
- Que tipo de pessoa pensa que sou? - perguntei, sem conseguir o tom certo de indignação.
- O mesmo que eu. Você escutou. Eu teria escutado. Caso encerrado.
Bem, o que eu poderia dizer diante disso?
- Vá em frente - ele me provocou. - Diga que ficou curiosa.
- Bem...
- Bem. Eu ficaria surpreso se você não agisse assim.
Liza começou Farewell Mein Leibenherr mais uma vez e pensei que talvez aquela música não fosse a mais adequada à situação. Apertei o botão do controle remoto e o
CD seguinte começou a tocar. Uma coleção dos maiores sucessos de Ella Fitzgerald. Composições de Cole Porter. Um pouco mais íntimo do que eu queria, mas não ia até
lá trocar os CDs porque demonstraria que aquelas músicas me perturbavam.
James parecia não se irritar por esperar que eu dissesse alguma coisa. Avaliava-me atento, com um ar de observação cuidadosa que fazia os cabelos da minha nuca arrepiarem.
Ah, sim. E havia muito daquela vibração macho-fêmea. Falcão à caça do almoço. Ou pelo menos de uma boa diversão no ninho. Tornei-me um tanto consciente demais da
proximidade do sofá.
- Você não tem filhos? - perguntei.
- Aula de caratê. - Ele olhou o relógio, caro e discreto: deve-se admirar o estilo de um homem que não gasta seu dinheiro com lixo espalhafatoso. - Tenho quarenta
e cinco minutos para buscá-los.
- E veio a essa cidade do mal só para me ver... O que está errado nesse quadro, James?
- Você ficou modesta de repente.
Fitei-o com dureza, mas o rosto dele expressava pura inocência.
- Isso foi uma piada?
- O que você acha?
Meus olhos soltaram fogo. Desconfiei de que ele estava brincando comigo, mas não deu para verificar se era isso mesmo. Ainda.
- Não pode ser uma piada, porque você não tem senso de humor. Isso é fato, e um homem sem senso de humor não sabe fazer piadas, pelo menos não intencionalmente.
- Res ipsa loquitur.
Dessa vez, meu olhar se tornou venenoso.
- Se está tentando me fazer lembrar que teve uns oito anos de faculdade após o ensino médio, enquanto tive apenas um, conseguiu!
- Nada disso. É latim e quer dizer "A coisa fala por si mesma".
- Todos os advogados têm essa mania?
- Não muitos. Mas sempre gostei de latim.
- Porque é lógico é difícil de aprender?
- Porque adorava os clássicos. - James pegou uma faria de pepino e comeu. - Se tivesse tido escolha, teria me especializado em literatura clássica e talvez estivesse
ensinando história romana em algum lugar ou decifrando inscrições antigas.
Fiquei surpresa. Aquela declaração não se encaixava no que sabia sobre ele, mas nas últimas vinte e quatro horas eu tinha visto e ouvido sobre James Coxwell uma
porção de coisas que não se encaixavam com o que pensava que sabia a seu respeito. O que meu cunhado acabava de dizer era menos perturbador que o significado de
suas palavras.
- Não diga.
- É verdade.
- Por que não fez isso?
- Já disse: se tivesse escolha. - James arqueou uma sobrancelha, desafiando-me a duvidar. - Nunca tive escolha. Era algo desconhecido para mim.
- Mas mesmo assim poderia ter feito escolhas.
Ele deu uma risada, e percebi o que estava pensando. Eu tinha ouvido o pai dele. Como um menino poderia desafiar tanta força? E acho que, com o passar do tempo,
fazer o que mandam acaba se tornando um hábito.
O mesmo vale para não fazermos o que nos dizem que façamos.
- Seu pai foi sempre desse jeito?
- Como?
- Bombástico. Crítico. Furioso. Escolha qualquer característica negativa. Ele parece ter todas e em grande quantidade.
James se encolheu.
- Não. Só o vi agir assim algumas vezes, e todas há pouco tempo. Sempre foi impassível, o rei do autocontrole.
- Pelo menos você chegou honestamente aonde está.
Ele riu.
Eu não. Voltei a cortar o pepino e James olhou ao redor. Não encontrei o que dizer.
Bem, uma coisa me intrigava.
- Em resumo, você é vítima da forma como seu pai o criou?
- Como assim?
Obtivera a atenção dele, mas tinha de avançar com calma.
- É por isso que você se entrega tão pouco e é severo?
Minhas palavras significavam: "É por isso que seu casamento acabou?".
Antes de responder, James pensou por alguns instantes.
- Não. Sou produto disso.
- Explique.
- Sendo mais exato: fui criado sob o método de educação dele, porém sou responsável pelo que fiz com essa experiência. Não preciso, por exemplo, educar meus filhos
como ele me educou, apesar de, em geral, ter o impulso de agir da maneira que vi meu pai agir durante anos.
Lembrei-me de Márcia dizer como se sentia mal sempre que se surpreendia falando como nossa mãe quando repreendia os filhos. Assenti e olhei para ele.
- E segue esses impulsos?
- Muitas vezes, tentei não seguir.
- Pelo visto, até agora você não parece ter tirado nada de bom dessa experiência. Quero dizer, dá a impressão de que tem vivido uma repetição da vida de seu pai.
- Pode até ser - ele discordou, gentilmente. - Mas estou apenas me aquecendo. Talvez o grande teste seja o que vou fazer de agora em diante.
Nossos olhares se encontraram, e tudo se encaminhou para a terra das coisas agradáveis. Pensei que talvez não fosse algo totalmente ruim James ter descoberto que
Robert Coxwell não era seu pai legítimo. Desviei os olhos, fingindo-me fascinada pelo meu trabalho de cozinheira, e ele olhou em volta, o silêncio se instalando
entre nós.
- Em que você trabalha? - perguntou ele, por fim.
- Escrevo programas de computador - respondi, mas ele continuou esperando, como se minha resposta não fosse suficiente. - Além da coluna de aconselhamento, que
foi uma idéia que ainda está para gerar o retorno de publicidade que imaginei. Faço websites e crio soluções interativas para negócios pela internet.
- Tais como?
- Você não quer mesmo saber.
Ele puxou um banquinho alto e tirou a jaqueta.
- Quero, sim.
Olhei-o outra vez, intensamente, e James parecia mesmo interessado.
- Em quarenta e cinco minutos?
Ele sorriu.
- Quarenta, agora. Faça um resumo.
Larguei a faca e disparei com os dois canos. Ele tinha pedido por isso, mas eu achava que não ia sobreviver.
- Está bem, no momento estou fazendo uma solução de recursos humanos remota para uma empresa de software, com funcionários a distância e autônomos no mundo
inteiro. A empresa não quer despachar formulários pelo correio para todos os lados, então criei aos empregados um portal seguro
na web. Eles podem se conectar, atualizar registros, solicitar formulários e modificar sua cobertura, além de contarem com um plano de benefícios no estilo self-service,
o qual podem alterar à medida que suas necessidades mudarem. A única pessoa na empresa que cuida disso estava ficando soterrada em papéis. Com minha organização,
tudo funcionará quase sozinho, e a pessoa continuará controlando tudo.
Devo dar-lhe crédito: James nem piscou. Mas estava acabando com minhas fatias de pepino.
- Até que ponto um portal é seguro?
Era bem dele a capacidade de ir direto ao que de fato interessava.
- E tão seguro quanto eu o fizer ser. Ele me fitou bem nos olhos.
- E quanto isso é seguro?
- Na realidade, não o suficiente... - Sacudi os ombros. - O portal estará ótimo quando eu o entregar, mas com o tempo qualquer coisa pode ser invadida.
- Você tem contrato com essa empresa?
- Claro.
James estendeu-me a mão.
Eu sabia o que ele queria, mas sacudi a cabeça.
- Meu negócio é só meu, muito obrigada.
- E você não pode pagar um advogado experiente o bastante para protegê-la do tipo de acusações que pode ter de enfrentar com um trabalho desses.
- Desculpe-me, mas...
- Maralys, trata-se de números do Seguro Social, de dados sobre pagamento de impostos, salários, endereços, tudo em um só banco de dados. Vai ter problemas sérios
se alguém entrar no portal e usar essas informações de forma ilegal.
- Qualquer coisa pode ser invadida!
- E os hackers provavelmente sabem disso.
- Os donos da empresa também. Eu lhes disse.
Voltei a cortar e o fazia com força desnecessária.
- No entanto, se o pior acontecer, eles terão de fazer alguma coisa para se sair bem. Você é autônoma, Maralys, e a melhor opção como bode expiatório.
Havia um bocado de verdade horrível naquela afirmativa. James tinha razão, e nós dois sabíamos disso.
- A questão é que achei que eles tinham uma intranet, mas não têm.
- Intra: interna. Em oposição a inter: entre. - Ele brincou com uma fatia de pepino. - Você pensou que eles tinham uma rede particular, mas não têm, então
terá de passar esses dados por canais públicos. O que é ainda pior.
Assenti, impressionada.
- Quem foi que disse que o latim é uma língua morta?
- Não fui eu, garanto. Essa situação cria grande problema de segurança para você.
- Imenso - admiti, porque não havia sentido negar. - Uma intranet é muito mais fácil de controlar, porque há apenas determinado número de portais e você sabe o que
é e onde cada um está. Já a internet... - Tremi. - E cheia de armadilhas. Estou gastando toneladas de horas para tampar todos os buracos. Sou boa nisso, mas não
vou ficar cuidando do programa após a entrega. Eles não estão me pagando nem perto do necessário por esse trabalho.
- Por que eles não têm intranet?
- Custo. Têm poucos funcionários e todos muito espalhados - larguei a faca -, mas calculei que, como estão mandando seus códigos de um lado para outro, teriam visão
geral mais a longo prazo, e isso diminuiria o custo.
- Para proteger o investimento.
- Isso. - Continuei a cortar, com evidente desgosto. - Mas eles são um bando de aventureiros. Eu devia ter imaginado. Posso pagar caro pela falta de cuidado da minha
parte.
- Ou pela falta de abertura da parte deles - sugeriu James.
Ergui os olhos, com a expressão de um cachorro que espera ganhar os restos da comida.
- Você pode dizer a eles que houve falha de termos e condições - explicou ele. - Pode usar essa justificativa para mudar seus termos e condições, bem como talvez
o preço. Trata-se de uma variável muito ampla. Pode argumentar que era fundamental que tivessem deixado esse ponto claro desde o início.
Balancei a faca na direção dele.
-Cuidado, Coxwell. Estou começando a gostar de você.
De novo aquele sorriso assassino. James estalou os de
dos, como se isso fosse fazer o contrato aparecer em sua mão.
- Deixe-me ver o contrato.
- Não existe um ditado sobre o diabo discutindo as Escrituras? - perguntei.
- Deve existir. Pense na minha ajuda como um favor. Vou dormir melhor sabendo que seu traseiro está protegido por teflon.
- Por quê? Sou motivo de preocupações para você?
- Dificilmente. Chame isso de crise de consciência.
- Faz sentido - murmurei, mas fui pegar o contrato.
Estava contente, mas acho que você já percebeu. Sei cuidar de mim mesma, todavia existe um limite para o número de especialidades que uma pessoa pode ter.
Reconheço que uma raposa de estimação tem seu apelo. Principalmente, a que trabalha de graça.
James colocou os óculos e examinou rápido o contrato, com olhar tão afiado que quase deixava linhas marcadas no papel. Encolhi-me quando me fitou.
- Quem redigiu o contrato?
- Eu. Quem mais o faria?
- Faça apenas o seu trabalho, Maralys. Qualquer advogado de segunda poderia fazer passar um transatlântico pelos buracos que há nessas cláusulas.
- Não acho que...
- Eu acho. Talvez você e seus clientes devam se reunir e cantar Tonga da Mironga do Kabuletê.
- Por que será que isso me parece um insulto?
James largou os óculos na bancada.
- Esse contrato não tem dentes, Maralys. E o mesmo que não ter nada. - Decisão tomada, James dobrou o documento e o guardou num bolso da jaqueta, com os óculos.
- Farei outro em dois dias. Há tanto para modificar nesse aqui que o contrato ficará ilegível após eu usar a caneta.
Não gosto das pessoas tomando decisões por mim. Ajudar é uma coisa, decidir a vida da gente é outra.
E, a essa altura, você já deve saber que não sossego se não tornar bem claro o que penso e sinto.

Assunto: obrigado pelas cervas
Ei, darlingl
Perspicaz dama sem nome e de voz sedosa, Trouxe-me o correio o que estava aguardando. Dividiria contigo a bebida deliciosa Se tu viestes até mim, pelos ares, voando.
;-D>
O que acha?
Dennis
Apoiei as mãos nos quadris e lancei meu pior olhar a James. É um olhar "daqueles", mas ele nem ligou.
- Quem lhe pediu para bancar Deus? Não contratei você e não preciso de caridade!
- Errado - foi a resposta, evidentemente ecoando meu desafio de pouco antes. - Você não pode pagar meu preço e precisa de mim. Esse contrato é prova disso.
Ele sorriu e apoiou os cotovelos na bancada, fazendo visível esforço para me convencer a concordar.
E quase deu certo, mas o que ele disse em seguida era só o que faltava.
- Digamos que estou lhe devendo pelo socorro que prestou aos meus filhos. Você confia demais nos outros, Maralys.
Não é de admirar que tenha problemas. Deixe-me fazer o tipo de contrato que, tenho certeza, a protegerá. Deixe-me fazer isso por você.
Fiquei tocada e comecei a fraquejar, mas não pretendia demonstrar.
- O contrato já está assinado. É tarde demais para você bancar o super-herói.
- De jeito nenhum. Diga que não vai entregá-lo até que assinem meu adendo. - Ele me deu uma piscada. - Não se preocupe. Garanto-lhe que será um contrato de completa
boa-fé e um esclarecimento natural do acordo, levando em conta a situação presente. - Após breve pausa, continuou: - Diga-lhes que seu advogado chato a está forçando
a fazer isso. Eles vão acreditar.
Ri, e nós dois relaxamos um pouco.
- Acho que você me deve mesmo - murmurei.
- E de várias maneiras.
Não tive o que responder. A situação estava ficando íntima demais para o meu gosto.
- Bem, você não veio aqui para consertar meu contrato.
- Não.
- Então, para quê?
James ergueu-se, deu uma volta no meu loft e depois se aproximou de mim.
- Sabe, estou começando a sentir certa empatia com ga
rotas solitárias.
Tornei a rir. Não era isso que esperava que ele dissesse.
- Trate de se cuidar, James. Alguém que não o conhecesse poderia pensar que isso foi uma piada.
Não, foi outra coisa. Cada vez que olho ao meu redor vejo as coisas piores. - Voltou a sentar-se no banquinho e apoiou os cotovelos na bancada. - Todas as manhãs
me levanto e tenho de remar contra a corrente com mais força e depressa, só para atravessar o dia. Todos os dias penso que a situação não pode ficar pior, mas fica.
Todos os dias penso que não há mais nada que possa dar errado, mas sempre algo dá errado. - Fitou-me com ar intrigado. - Como faz isso, Maralys?
- Faço o quê?
- Você vem cutucando a adversidade com vara curta desde que a conheço, todos os dias. Sua autoconfiança nunca fraqueja.
- Digamos que é uma fraqueza.
- Não. É uma força, a que preciso ter nesse momento. Olhe, nós dois sabemos que Neil a deixou com uma dívida imensa. - James olhou ao redor. - Teve de lutar bastante
para sair do buraco, e acabo de descobrir que estou à beira de um enorme precipício. Vamos dizer que você, como "alpinista" profissional, poderia me dar umas dicas.
Ele também havia xeretado minha situação financeira. Pensei em comentar a idéia de escrevermos um livro juntos, mas achei que James não pegaria a graça da piada.
- Levei seis anos para sair do buraco. É bom você se preparar.
- Mas está tudo bem agora?
Havia preocupação na voz dele, uma preocupação tão inesperada que me balançou. Não que eu estivesse pronta para contar com alguém ou com algo tão maluco, mas não
é de todo ruim saber que pelo menos uma pessoa se importa com a gente.
Está vendo? Tape os buracos nos meus contratos e amoleço no mesmo instante, Estou ficando velha e vulnerável. Logo estarei comprando aquelas amêndoas cobertas com
chocolate, vendidas de porta em porta, apenas para ajudar instituições beneficentes.
- Sim - admiti. - Não estou escolhendo propriedades na Riviera, mas vou bem. Obrigada por perguntar. - Trocamos um olhar que fez a temperatura subir alguns
graus até eu retornar ao meu sushi. - Quer um pouco? - ofereci, sem ter intenção de que ele aceitasse.
James olhou para o peixe e torceu o nariz. Recompôs a expressão depressa, mas não o bastante.
- Não, obrigado.
Sim. O próprio demônio controlava minha língua, senhoras e senhores, e eu não ia deixar que ele escapasse tão fácil.
- Já experimentou? - perguntei, com perfeita inocência. Ele estremeceu.
- Hum, não. Não experimentei, mas...
Era evidente que o sushi não o atraía, que ele nunca havia experimentado, no entanto eu adorava provocá-lo e não queria parar.
- Mas?
- Não estou com fome.
- Escute aqui, a primeira coisa indispensável para enfrentar a adversidade é manter-se forte. - Exibi meu mais charmoso sorriso e ofereci a travessa de novo.
- A segunda é aceitar todas as refeições gratuitas que puder. Vamos, há bastante.
James olhou para o lado.
- Coragem, é gostoso...
Passei a travessa sob o nariz dele, e James recuou.
- Não, não, obrigado.
- Só um, pegue apenas um, para eu saber que não fiquei aqui cortando peixe à toa.
- Não como isca! - Uma vermelhidão se espalhou no pescoço dele, que tratou de se controlar. - Obrigado assim mesmo, Maralys. Ah, veja só que horas são!
- Seu bobo. - Coloquei a travessa no balcão, peguei um sushi e comi. - Está delicioso. Melhor, sobra mais para mim.
- Vá em frente e aproveite.
Comi mais um e fiz cena, demonstrando meu prazer.
- Aposto que você prefere um filé bem grosso, com todas as guarnições, não é?
- É, sim.
Ele se animou todo, como seu eu pudesse ter metade de um boi escondida em algum lugar.
- Espero que tenha reservado um quarto no Hotel do Ataque Cardíaco. Do jeito que trabalha, da forma como vive e comendo errado desse jeito logo se hospedará
lá.
O olhar frio me desafiou a continuar. Acontece que não sou medrosa, ainda mais quando se trata de dizer verdades.
- Não estou brincando, James. Sua vida é um inferno cardiovascular, e você acaba de triplicar seu estresse. - Comecei a contar nos dedos. - É piloto de escrivaninha,
vive de pratos rápidos e está sempre muito estressado. Enfim, você é um acidente de saúde prestes a acontecer. A máquina não pode ir além do limite.
- Não como porcarias e faço ginástica.
- E já passou dos quarenta. Quem vai cozinhar agora? Você terá de lutar para ganhar algum dinheiro e, enquanto isso, comerá pizzas, sanduíches e frituras com seus
filhos. Ouça o que digo: terá problemas.
- E eu não sei? - James suspirou, franziu a testa e depois me dirigiu um olhar de esperança. - Me diga que ficará mais fácil.
- Acha que dá para piorar?
Ele deu uma boa risada, daquelas que vêm de dentro.
Na minha opinião, quem consegue rir dos próprios problemas está a meio caminho de resolvê-los. James olhou para a travessa de sushi.
- Apenas jure que não há nenhum karaokê escondido aí.
- Juro, nenhum.
- Então está bem. Alguém me disse que qualquer coisa que não mata, engorda.
- Aposto que foi alguma mulher muito sábia - retorqui, e nós dois sorrimos.
Arrumei a mesa com as louças que havia trazido de Tóquio. James perguntava o que era cada ingrediente e, apesar de eu avisá-lo para tomar cuidado com a mostarda
wasabi, resolveu experimentar. Nós dois morremos de rir quando ele quase engasgou por causa da grande quantidade que pôs num sushi. James comeu bem e, admito, saiu-se
melhor do que pensei. Eu não tinha comprado saque - inúmeras lembranças de manhãs muito dolorosas -, então tomamos água com gás. Foi uma refeição incrivelmente agradável,
se bem que rápida.
- Você morou alguns anos no Japão...
O tom em que ele falou era tão neutro que não podia ser casual.
- Três.
- Márcia ficou desapontada por você não ir ao nosso casamento.
- Por favor, está partindo meu coração. Ele sorriu.
- Sério, foi uma época esquisita de viajar.
- Por quê? Acha que gêmeas são grudadas pelo quadril? Acha que eu deveria me casar no mesmo dia, usando vestido igual e com um noivo com o mesmo nome que você? Por
favor!
- Você não estava para se formar na faculdade?
- Formar, nada! Não terminei o curso. Na verdade, mal comecei.
- Mesmo?
- Mesmo. Estudar não é comigo. Um ano de faculdade foi mais que suficiente. Eu queria fazer alguma coisa.
- Aí, foi para o Japão.
- Isso. Ensinar inglês aos inocentes. James riu.
- Que tipo de inglês você ensinou?
- Oh, fiz tudo certinho. Só ensinava gíria e palavrões à noite, nos bares de saque. - Dei uma risadinha. - Dava aulas de campo para conseguir créditos extra.
Ele também riu.
- Pelo jeito, garantiu que seus alunos tivessem uma educação completa.
Pela primeira vez parecia que ele não desaprovava algo feito por mim. Ao contrário, demonstrava estar se divertindo. Era hora de desviar o rumo da curiosidade dele.
- Então, que tipo de conselhos quer?
- Para acertar as finanças.
- Sei, sei. Até parece que você não sabe lidar com dinheiro - brinquei.
- É fácil quando a gente tem muito. É a falta dele que está atrapalhando meu jogo.
Outra quase piada. Mas James parecia tão exasperado pelas circunstâncias que imaginei que a piada saíra por acaso e tratei o argumento com seriedade.
- Faça uma lista das coisas indispensáveis, realmente importantes, e trate de se restringir a elas. Deixe todo o restante de lado. Se for o caso, James, conserve
apenas o essencial para sobreviver.
- Foi isso que você fez?
- Foi, sim. Na realidade, com algum encorajamento por parte dos meus amigos da Receita Federal.
Simpatia suavizou a expressão de James.
- Ele a deixou mesmo em péssima situação, não foi?
- É. Mas fui idiota o bastante para acreditar nele quando não devia.
- Você era jovem.
- Mas já me livrei disso, não é? - Larguei meu hashi, você sabe, aqueles pauzinhos para comer. - O pior é que o massacre não parava. Quando eu pensava que estava
me acertando, aparecia outro débito. Foi muito desanimador.
- Devia ter pedido ajuda.
- Logo eu! - reagi, indignada.
- Podíamos ter ajudado.
- Ah, sim! E o cheque viria acompanhado de um pequeno sermão sobre o miserável fracasso que eu era. Aí Márcia poderia dizer ao meu pai que precisava me sustentar
por causa das minhas escolhas estúpidas etc. Nunca!
- Não teria sido assim tão ruim. - Nossos olhares se encontraram. Ergui uma sobrancelha diante do comentário bobo, e ele sorriu. - Ou talvez fosse.
- Obrigada pela compreensão. Prefiro não dever nada a ninguém e prosseguir sem expectativas, sem dependentes, sem chance de desapontar alguém. Quero manter minha
vida limpa e simples.
- São regras duras, Maralys.
- E uma reação aprendida. - Recolhi a louça e coloquei-a na bandeja ao lado da pia. - Preciso lavar tudo agora. Seus quarenta e cinco minutos já devem estar acabando.
Conselhos foram dados, o jantar foi consumido. Mande um e-maíl para Tia Mary se precisar de mais conselhos e se quiser que o mundo dê uma olhada nos seus problemas.
- Encarei-o com desafio. - Essa é a sua deixa para sair do palco pela esquerda.
James cruzou os braços e não saiu do lugar. Os olhos dele brilhavam daquele jeito que eu já sabia que significava problema.
- Tenho de sair justo quando as coisas estão ficando interessantes? Acho que não. - Ele me observava atento, em busca de sinais. - Como foi que aprendeu essa reação?
- Não é da sua conta.
Descruzando os braços, meu cunhado se pôs de pé e se aproximou, o olhar fixo no meu.
- Não? - sussurrou.
Naquele momento, senti medo, medo mesmo, de que ele soubesse.
- Não - confirmei, ofegante demais para ser enfática.
James parou a não mais que um passo de mim e tocou
meu rosto com um dedo. O toque foi leve, gentil. Nada tinha de ameaçador, mas meu coração disparou, a boca secou, e tudo que eu queria era sair correndo dali. Comecei
a pensar que o Sahara devia ser um lugar agradável. Aspirei não só o odor daquela colônia, mas também o da pele dele, e senti a força do seu olhar enquanto ele procurava
desvendar meus segredos.
Eu sabia qual dos segredos era o alvo. Tratei de escondê-lo. Depressa.
Como James continuava a me fitar, fechei os olhos e desviei o rosto. Era tudo que podia fazer.
- Maralys, você é impossível - murmurou num sussurro suave, mas insinuante.
Havia uma inesperada afeição em sua voz. O dedo deslizou até meu queixo, fazendo com que eu o olhasse novamente. Não havia mais ar algum no loft, o que era incrível.
- Não contei toda a verdade a você - ele disse.
Foram as palavras certas: ergui os olhos, surpresa, e não pude deixar de fitar seus olhos intensos. Não pude nem mesmo fazer a pergunta óbvia. O polegar dele deslizou
pelo meu lábio inferior, puxando suavemente a pele, e todo meu corpo formigou, ansioso.
- Vim aqui por outra coisa, além de conselhos.
Perigo, perigo! Alarmes disparando. Percebi que ele se inclinava. Sabia perfeitamente atrás do que viera, e eu também queria aquilo. Muito. O dedo começou a descer,
deslizou por meu pescoço e chegou à renda do sutiã.
Não recuei. Pelo contrário: desabotoei o segundo botão da blusa. Ele engoliu em seco, e a mão deslizou por dentro da blusa tão lentamente que eu poderia ter impedido
se quisesse. Mas não queria e prendi a respiração quando sua mão envolveu meu seio. O polegar moveu-se sobre o mamilo, que já havia algum tempo começara a corresponder
ao que James fazia.
Ficamos assim por uma eternidade, escondidos na penumbra do loft, ouvindo Ella cantar, o barulho distante do tráfego, olhando nos olhos um do outro enquanto o polegar
dele ia e vinha. Ah, sim, Ella: em Boston, até os gênios a escutam. Eu poderia jurar que conseguia ouvir o coração de James batendo quase tão alto quanto o meu.
Foi um dos momentos mais dolorosamente românticos da minha vida. Havia desejo no ar. Desejo, admiração e o despertar de anseios havia muito adormecidos. Foi um instante
de possibilidade e de promessa. Um instante que eu não queria que terminasse. Ou que só terminasse de uma forma.
James abaixou a cabeça devagar, dando-me tempo mais que suficiente para escapar. Você sabe que eu não queria escapar. Inclinei a cabeça para trás, fechei os olhos
e tive certeza de que senti o gosto do paraíso quando ele me beijou.
A outra mão pousou nas minhas costas, à altura da cintura, puxou-me para mais perto, e senti o calor da ereção dele contra meu ventre. Beijou-me lenta e calmamente,
como se familiarizando com um território desconhecido.
Então, por meio de algum tipo de consentimento silencioso e mútuo, começamos a dançar. Coloquei as mãos nos ombros dele e soube onde queria que aquela dança terminasse.
Não existia mais nada além de James, do seu beijo, da sua mão carinhosa, da sua gentileza e do seu calor.
Aquilo era perigoso, uma dança com o demônio, um beijo que me compelia a esquecer cada princípio em que sempre acreditei. Mas naquele momento nada me importava.
Deslizei a língua entre os dentes de James, que gemeu e me apertou mais contra si.
Foi aí que o alarme do relógio dele começou a tocar.
Separamo-nos ofegantes, e o desconforto caiu sobre nós em tempo recorde. James desativou o alarme e fez um gesto de quem pede desculpa.
- Acho que o momento certo é importante - ele mal respirava e estava rouco.
Respirei fundo e só então vi como chegara perto de cometer um grande erro. Mais um grande erro em uma longa lista de grandes erros. Eu tinha muita experiência na
grandeserros.com.
- Talvez seja melhor assim - falei com firmeza e virei-lhe as costas.
Marchei de volta para minha louça. Abotoei a blusa rápido, sentindo meu rosto em chamas.
James parou atrás de mim, e sua voz demonstrou aborrecimento.
- O que quer dizer?
- Que não vou ser substituta da minha irmã. - Espirrei detergente sobre a louça, com força desnecessária. - Então, não venha tentar de novo transar comigo.
- É só isso que você acha que estava acontecendo?
A atitude ultrajada dele indicava que pensava de outra maneira, mas sei quando tenho razão.
Sim, toda razão. Bem, talvez nem tanto, porque também estava a fim de fazer sexo com ele. Seja como for, era evidente que se tratava de um desejo antigo com roupagem
nova; um desejo que vinha carregando muita encrenca na pesada bagagem.
- Claro que sim! - Voltei-me e fitei-o com raiva. - O que mais poderia ser?
James sorriu, um sorriso de esfinge que me fez pensar no infeliz camundongo nas garras do gato, aproximou-se com os olhos cintilando e me pareceu bom o bastante
para ser devorado.
- Tenho uma hipótese, Maralys, na qual venho pensando faz muito tempo.
Aquilo era preocupante, mas não me deixei abater.
- Ah, ótimo. Agora lá vem filosofia! Hipótese não é uma proposição antecipada como explicação de fatos, que depois deve ser verificada pela dedução ou pela
experiência?
James prosseguiu como se não tivesse me ouvido, o que seria uma escolha incômoda.
- Essa hipótese é o verdadeiro motivo de eu ter vindo aqui esta noite.
- E qual é?
Ele não respondeu e estava indo embora, deixando-me com a curiosidade aguçada. Além de algumas outras coisas. Dirigiu-se ao elevador e pegou a jaqueta no caminho.
- Ei! Perguntei que hipótese é essa? - gritei, um bocado preocupada. Detesto ser ignorada, mas não era só isso.
O estúpido elevador ficara parado no meu andar, o que não me daria tempo para conseguir respostas. James entrou, voltou-se e me brindou com um leve sorriso antes
de apertar o botão.
- Você vai ficar sabendo. Mas, caso esteja interessada, tenho a forte impressão de que estou certo.
- E o que isso quer dizer? - esganicei através da tela, mas a única resposta foi o som da risada de James ecoando no poço do elevador.
Ele não ia responder. Apostava na minha curiosidade e achava que eu iria buscar a resposta. Só que seu truque não ia dar certo. Eu não iria atrás dele. Havia feito
minha parte, mais que qualquer um poderia exigir de mim, e não me envolveria mais. De maneira nenhuma.
Sou uma ilha. Existo sem precisar de qualquer ajuda ou apoio. Sou uma mulher independente, de uma raça rara que não necessita de companheiro, nem de manadas, nem
de filhotes. Sou uma amazona. Sugo os homens até secá-los e cuspo os ossos. Não preciso de proteção. Caço sozinha.
Voltei para minha louça e pontuei cada uma das conclusões, batendo algo com força.
Eu não ia me meter na areia movediça do divórcio deles.
Eu não ia consolar James até que superasse o abandono de Márcia.
Eu não ia ser a substituta da minha irmã. Nunca. Sem acordo. De jeito nenhum!
Eu não ia inflar o ego dele, que provavelmente precisava ser tratado com urgência. Eu não. Tinha meu trabalho a fazer, fim, e conselhos a dar.
Parecia uma alternativa desanimadora em comparação a uma noite selvagem entre lençóis e/ou saber qual era a tal teoria dele. James me conhecia bem - achava que,
na certa, eu ia ficar maluca por não saber do que ele estava falando.
Não era a primeira vez que me dava aquele impulso de assassinar James Coxwell bem devagar. E tinha certeza de que iria gostar. Tinha certeza de que ele merecia isso.
Só que havia uma pequena mosca na cândida paisagem. Eu não era inocente por completo. Tinha mentido para ele naquela noite. Minha consciência se retorceu, apesar
de ter sido uma mentirinha pequena e inocente.
Eu não havia odiado a faculdade. Eu a adorava. Só que, de repente, deixara de gostar de Boston. Precisava ir embora dali, ficar longe de tudo e de todos que conhecia.
O convite para dar aulas no Japão fora providencial, porque me dera uma escapatória perfeita. Fui embora porque queria fugir, não por querer viajar ou porque quisesse
ir ao Japão.
A coisa mais importante para mim era que Boston não ficava no Japão.
Foi por isso que fiquei lá um ano a mais. A princípio, os contratos são de dois anos, e só os audazes permanecem por mais tempo. Ao final de dois anos eu ainda não
estava pronta para voltar. Foi a doença terminal de minha mãe que acabou me fazendo vir, e, mesmo assim, retornei com relutância. O fato é que, de qualquer jeito,
voltando eu não iria melhorar o que estava acontecendo. Se fosse uma mulher de bom senso, teria ficado lá, falando japonês e vivendo no menor e mais limpo apartamento
que a humanidade já viu.
O motivo da minha partida tão repentina tantas luas atrás? Simples. Pessoas são ratos. A gente confia em alguém, conta com alguém e cedo ou tarde esse alguém nos
desaponta. Aprendi essa lição duas vezes e não quero mais passar por isso. Não confio em ninguém e não deixo ninguém confiar em mim.
Acrescentei esse item a minha lista.
A situação incômoda em relação a James era a violenta atração que havia entre nós, mas eu era capaz de me controlar. Se ele estava preparando uma armadilha, perdia
tempo: ao contrário da maioria dos espécimes da classe dos roedores que conheço, eu não ia abocanhar a isca.
Eu não.
Que meu caro cunhado passasse o resto da vida esperando que eu o procurasse. Fiz tudo que podia para ajudá-lo... Não. Fiz até mais do que qualquer cunhada faria,
porque havia bondade no meu coraçãozinho encarquilhado. E o que ganhei?
James dera um jeito de fazer com que eu é que me sentisse agradecida. Não era exatamente essa a lembrança certa, mas é a que prefiro.
Os portões estavam fechados, as barricadas, erguidas, o fosso cheio de água. Chame os dragões e os soldados, ninguém vai entrar aqui vivo. Que James elabore quantas
hipóteses quiser, pouco me importa. Não me importa mesmo. Vou pintar meus cabelos na cor "caqui apaixonante" e ir para a cama sozinha.
Mais uma vez.
Humm. O Capitão Consolo teria outra noite atribulada, pelo jeito. Nunca é tão bom quanto "aquela coisa" de verdade, mas em geral não me incomodava. Só que naquela
noite pensar em usá-lo me fez trincar os dentes. Não, apesar de o Capitão C ter seu charme, não havia nada tão bom quanto um homem ao nosso lado, aquecendo a cama
e rosnando para gente de manhã.
Entre outras coisas.
Eu não me sentia assim havia anos, o que deveria ter encarado como um aviso. Era apenas um impulso saudável torcer para que alguém tivesse riscado a lateral do carro
de James, estacionado na rua, ali em frente.
O Capitão C era o homem dos meus sonhos, naquela noite e em todas as outras. E para seu conhecimento, como também para todos que insistem em ver coisas onde não
existem, o Capitão C sempre teve olhos castanhos com uma espécie de coroa dourada ao redor da pupila. Então, não faça escândalo à toa.
Verifiquei meus e-mails no dinossauro, só para ver se algo havia acontecido desde minha pesquisa não autorizada sobre dados financeiros. Havia um pouco do inevitável
spam. e aquele poema horrível do Dennis.
Eu devia dizer a ele que se limitasse a sua pirataria e desistisse de bancar o conquistador-poeta, mas sabia que precisava fazer algo mais para me livrar daquele
sujeitinho para sempre.
Assunto: re: cervas
Boa idéia! Os gêmeos estão loucos por uma nova vida. Utah seria o lugar perfeito para morarmos! Não precisa se preocupar com transferência de escola: os dois foram
expulsos. Tenho certeza de que um bilhete seu de apoio persuadiria o juiz a deixar que eles saiam do Estado. E pode ficar frio, pois eles têm idade o bastante para
saber quando olhar para o outro lado. ::cutuca, cutuca, pisca, pisca::
Aposto que você é um cara que tem grana suficiente para fazei uma garota se sentir feliz, ao contrário da víbora que coloquei para fora uma noite dessas. :-P Grrr.
Só pose e nada por dentro.
Mande três passagens só de ida, Dennis darling, e vamos para aí. (Posso levar a bebê no colo, então não se preocupe com ela.) Ah, é melhor mandar passagens de primeira
classe. As poltronas da classe econômica são apertadas demais para mim, em especial em um vôo tão longo. (É tão *B0M* encontrar um cara online que não pede foto
antes!)
VEJO você logo.
Sua darling, a rainha das rosquinhas.
Ah. Esse e-mail deve resolver a parada. E agora, Capitão C, sou toda sua. Afinal, mereço recompensa pelo trabalho bem-feito.

Assunto: VIDA!
Querida Tia Mary:
Há tantas coisas que quero realizar na vida, mas tenho medo de fazer besteira. Como posso superar esse medo de correr riscos? Será que devo?
Tímida Tess
Assunto: re: VIDA!
Querida Tess:
Satisfação, conforto e conformidade são os sonhos das ovelhas. Realização, fortuna e fama, das pessoas. A menos que o Ql dos ovinos tenha crescido imensamente -
e também as habilidades manuais (patais?) -, você deve ser do segundo gênero e tem apenas uma vida, então sonhe alto. Sonhe de forma ousada. Tenha sonhos coloridos!
Tia Mary
Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary! Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento: http://www.pergunte-a-tia-mary.com


É claro, você já deve ter imaginado que fui convencida a apoiar a aventura de pesca no domingo.
Eu devia ter imaginado. Meu pai não dirige mais, um favor à população de Massachusetts que ama a vida, mas boba como sou fiquei esperando que James providenciasse
o transporte. Na idade em que está, papai não pode ir de ônibus.
O primeiro a atacar foi Jimmy, depois, Johnny, e por fim meu pai ligou, os três entoando o patético coro dos machos. A vida deles seria destruída sem mim, sem minha
carteira de motorista e sem meu domingo inteiro.
Grrr.
Preciso melhorar a capacidade de dizer não. Do contrário, vou me tornar um caso crônico de psoríase psicossomática. Já tenho sérias alergias por causa das pessoas
que dependem de mim. Aiii.
James se manteve notoriamente silencioso. James, notório? Está bem, eu sei. Também estou enfrentando problemas por isso. Parece um oximoro. Ele é certinho demais
para bancar o capitão pirata, mas a falta de envolvimento nos acontecimentos era prodigiosa. Bem, quem sabe eu é que estou ficando cada vez mais neurótica.
Se for isso, desconfio de que foi por causa daquele beijo. Ou, o mais provável, por causa da estratégia dele espicaçando minha curiosidade. Devia ter certeza de
que eu iria ceder e armou tudo, incluindo a mim, pode apostar até o último centavo nisso, só para me tentar um pouco mais.
É, concordei em bancar a motorista, sim, mas vou cair lutando.
De fato, em honra ao meu novo cabelo cor de laranja - opa, caqui -, decidi começar a luta pelo meu guarda-roupa. O que vestir foi um grande problema, porque não
queria parecer nem convidativa nem indiferente. Apenas informal. Mas boa. Eu precisava parecer muito, muito boa.
Gosto que os homens fiquem babando quando os dispenso. Dá sensação de poder.
As botas de um verde-amarelado eram definitivas. O couro é muito macio, suave, fino, e elas calçam como uma segunda pele. Saltos agulha, mas de apenas cinco centímetros.
Ah. Gosto da mensagem confusa que elas passam.
O bico é fino, claro, elas se ajustam bem quando o zíper é fechado e chegam ao meio da perna. São realmente verdadeiras botas do tipo "Venha me morder, meu bem".
Eram chamadas de botas go-go quando eu era criança. Bem, isso quando eram brancas, mas essas eu chamo de minhas botas Nancy Sinatra.
Botas "feitas para andar". Tchica tchica bum, tchica tchica bum, tchica.
O que, por puro acaso, elas absolutamente não são. Duas horas andando com aquelas botas e eu teria de deixar os pés de molho por uma semana. Mas não era essa a questão.
Elas faziam com que eu me sentisse bem. As mulheres me paravam na rua para perguntar de onde eram e onde podiam comprar um par igual. São botas iniciadoras de conversas
na linguagem arcana feminina sobre sapatos.
É evidente que a calça poder-das-flores, com zíper do lado, era uma escolha óbvia para acompanhar as botas, assim como o suéter amarelo, de malha grossa, com gola
ampla e enviesada. Óculos no jeitão do St. Laurent, com lentes em tons de amarelo, e eu estava pronta para arrasar.
Achei que funcionaria. Aliás, escolhi o sutiã esportivo, sem fecho nem costuras, só para causar curto-circuito em qualquer idéia que aquele homem pudesse ter. Você
e eu sabemos z'ie esse sutiã é tão sexy quanto meias elásticas. Ir sem sutiã - iria atrevimento, pois é fato que dificilmente passaria despercebido. Aliás, ele não
é um acessório opcional, e sua ausência pode ser considerada um convite.
Era um dia lindo do começo de março, o primeiro dia límpido da primavera. A luz do sol e o céu azul me fizeram feliz por ter acordado cedo. Fui de transporte público
até a casa do meu pai, porque sou pão-dura demais para pagar um táxi e não me sentia nem um pouco ansiosa por chegar na hora.
Papai ainda tinha carro, não me pergunte por quê. E um Dodge cinza em ótimas condições. Desconfio que ele acalenta o sonho secreto de, num momento miraculoso, recuperar
tanto a boa visão quanto os reflexos ágeis e assim voltar a dirigir nas avenidas.
E uma idéia assustadora. Mas naquele dia o Dodge foi providencial, se não elegante.
Cheguei quase adiantada, mas meu pai ainda insistiu em que me atrasara; disse que eu era desleixada e uma sombra pálida da luz brilhante da minha irmã. Estava preparado
para uma boa briga, provavelmente só para ter o que fazer. Era uma pena desperdiçar o plano, mas eu estava de excelente humor e pronta para perdoá-lo por haver preparado
uma firewall, quer dizer, uma parede de fogo, você sabe, proteção de primeira, para meu cliente, na noite anterior.
Essa boa disposição durou até meu pai começar a criticar meu modo de dirigir.
Peguei a 93, porque gosto de andar depressa e ela seguia mais ou menos na direção certa. Estava esperando que ele começasse a reclamar da minha escolha - o que fez
-, a me acusar do engarrafamento na nossa saída - o que fez -, mas não que criticasse minha péssima técnica de ultrapassagem, uma vez que fora ele quem me ensinara
a dirigir muitos anos atrás.
- Meu Deus! Você quase matou aquelas pessoas! Fui incrivelmente educada ao responder.
- Acho que não.
- Quase matou, sim. E também quase nos matou!
- O que o livraria da tortura de viver mais um dia à base de comida de gato. - Dei-lhe uma rápida olhada. - Você de via estar me agradecendo.
- Não vou lhe agradecer por arriscar minha vida!
Indignado, papai sacudia o dedo na minha direção. O que causava tanta distração quanto à silhueta que ficava aparecendo e desaparecendo no espelho retrovisor.
- Você não é digna de dirigir meu carro. Não merece dirigir carro nenhum. Aliás, você não sabe dirigir!
Dei um tapa na minha testa.
- Oh, meu Deus, tem razão, pai! Esqueci que não sei guiar!
- Não use o nome de Deus em vão, Mary Elizabeth!
- Vivi uma mentira todos esses anos! - gritei, desesperada e estalando os dedos.
Sabia que meu pai ficava maluco quando tirava uma das mãos do volante.
Então tirei as duas. O alinhamento do Dodge era perfeito, eu sabia disso porque fazia duas semanas que o levara para ser revisado.
Examinei o longo trecho deserto a nossa frente e me voltei para papai. Os olhos dele quase saltavam das órbitas.
- Pai, vou parar de dirigir já! Você tem razão. Eu não devia estar fazendo isso. Vou desligar o carro aqui mesmo - estendi a mão para a chave.
- Não toque na ignição quando estiver em uma rodovia!
- Ah, é verdade. Como sou idiota. Esqueci, considerando que não sei guiar e tudo o mais.
- Descarada! - ele berrou. - É por isso que está me causando um...
Fingi não escutar a reclamação.
- Acha que devo estacionar? Não. Vamos nos atrasar para a pescaria se pararmos. Como a estrada é reta, podemos muito bem trocar de lugar. É mais fácil. Ainda
bem que esse carro não tem assentos independentes. É só você esticar a perna para cá, enquanto estico a minha para...
Movi a perna direita na direção dele, e a velocidade do carro começou a diminuir quando tirei o pé do acelerador. Coloquei o câmbio em ponto morto e fiz o Dodge
andar em ziguezague, mexendo a direção com o joelho esquerdo. Não havia ninguém por perto, mas, assim mesmo, mantive o carro na pista da direita.
Meu pai começou a rugir.
- Mary Elizabeth O'Reilly, pare com essas loucuras agora mesmo!
Olhei-o com a cara mais inocente do mundo.
- Mas, pai, só posso parar se voltar a dirigir. E só posse fazê-lo se souber dirigir.
Ele aspirou metade da atmosfera do planeta ao mesmo tempo em que me incinerava com o olhar. Aí soltou o ar com um lento zumbido de concessão.
- Está bem. Só não ultrapasse mais ninguém daquele jeito.
Comecei a assobiar tão logo tornei a acelerar. Acenei alegremente para o sujeito que buzinou e ao passar nos mostrou o dedo do meio bem esticado, oferenda comum
aos motoristas que cometem o imperdoável pecado de se deslocar um pouco abaixo da velocidade máxima permitida.
Fizemos a maior parte do caminho restante em silêncio, meu pai encolhido no casaco e carrancudo como um velho rabugento.
Ele pigarreou quando estávamos quase chegando e tratei de me preparar. E assim que papai sempre age para ter certeza de dar a última palavra e ganhar a discussão.
A estratégia dele era desencadear o último ataque enquanto eu estacionava e, em seguida, pular fora do carro sem me dar tempo para responder.
Entramos na rua da casa dos Coxwell e ele começou:
- Sua irmã nunca me assustaria daquele jeito. Márcia nunca roubaria uma dúzia de anos da vida do pai.
Por fim, cheguei ao meu limite.
- Que pena Márcia não ter ido buscar você! Pode crer que eu tinha algo muito melhor para fazer do que bancar a motorista.
- Você tem uma língua impertinente. Tentei me controlar, de verdade.
- Não é como a da sua irmã...
Não o deixei terminar.
- Por que será que Márcia não foi buscar você hoje? Meu pai me olhou com ar cansado.
- Não sei.
- Falou com ela?
- Não.
- E não acha isso estranho?
Ele se inclinou para a frente, com ar desconfiado.
- O que você sabe que eu não sei?
- Ah, veja, chegamos.
Estacionei diante da entrada, desliguei o Dodge e dei um sorriso luminoso a meu pai. Ele abriu a boca, mas daquela vez eu saltei do carro e fiquei com a última palavra.
Ele caminhou atrás de mim, sem parar de falar, até chegarmos à porta. Toquei a campainha e esperei.
- O que você sabe que eu não sei? O que aconteceu com
sua irmã? Por que ela não pôde ir me buscar?
Dei de ombros.
- Não é da minha conta. Não sou eu quem deve dizer.
Johnny abriu a porta, o olhar indo de mim ao avô. O garoto sabia reconhecer o cheiro de conflito, o que era uma pena na idade dele. Imagino que tenha dado boas cheiradas
nesse tipo de coisa naquela casa.
- Johnny, meu garoto, onde está sua mãe?
A expressão do meu sobrinho mais novo ficou triste antes que Jimmy o empurrasse de lado e assumisse o comando.
- Abra direito essa porta, seu bobo. Não pode deixar as
pessoas lá fora o dia todo. Ei, vovô, vamos pegar uns grandões hoje?
Era isso que o avô sempre perguntava aos meninos, e percebi que Jimmy estava mesmo se tornando um jovem adulto. Vi nos olhos dele que não só tinha ouvido a pergunta,
mas também que a estava deliberadamente evitando. Mas ele precisaria melhorar muito até conseguir jogar aquele jogo com meu pai.
- Fiz uma pergunta, meu jovem, e estou esperando a resposta. Onde está sua mãe?
- Foi embora - Jimmy respondeu com voz apagada. - E ninguém sabe para onde.
- Como assim? - A pergunta de papai misturava horror e descrença. - Bem, ela deve ter tido um excelente motivo. Qual é a história? O que houve?
Johnny fungou, desviando o olhar, enquanto o irmão mais velho voltava os olhos para o alto. Jimmy demonstrava a indiferença despreocupada que estava na moda nos
jovens de quinze anos quando eu era garota. Só que ele estava com apenas dez.
Como os tempos haviam mudado.
Nenhum dos dois respondeu, provavelmente porque não sabiam o que dizer. Meu pai ia insistir, nervoso.
- Connor! Que bom ver você! - James atravessava a sala, chegando na hora certa, e cumprimentou meu pai com um aperto de mão firme. - Desculpe, mas eu estava
ao telefone com a corretora de imóveis.
Corretora de imóveis? Olhei para trás e só então notei a placa VENDE-SE no gramado. Pelo jeito, as surpresas não terminariam tão cedo. Eu não esperava que James
fizesse alguma escolha difícil ou mudança radical de vida. Não esperava que me desse ouvidos, que seguisse meu conselho.
Parece que eu havia subestimado o sr. James Coxwell mais uma vez. Olhei-o de novo e vi que a calça esporte elegante fora trocada por um jeans desbotado. A camiseta
que usava era justa o bastante para mostrar o investimento na academia e vermelha o suficiente para fazer o cabelo dele parecer acobreado. Por cima da camiseta havia
uma camisa de flanela xadrez, e ele calçava mocassins baratos. O cabelo estava despenteado, como se James, exasperado, tivesse passado os dedos nele várias vezes.
Todavia, tudo isso não servia para explicar por que minha boca ficou seca e muito menos por que eu não sabia o que dizer. Os olhos brilhantes me fitavam como se
pudessem ler meus pensamentos.
Devo convir que não eram só as minhas botas que convidavam "Venha me morder, meu bem"...
- Vai vender a casa? - indagou meu pai.
- Espero que sim. - James franziu a testa. - Já faz tempo que Márcia queria mudar para a cidade.
- E onde ela está? Procurando casa?
- Não, Connor. - James ficou sério e sustentou o olhar de meu pai. - Ela nos deixou. A escolha entre viver na cidade ou no campo foi apenas um entre os nossos muitos
desentendimentos.
Papai piscou e se apoiou mais pesadamente na bengala. Por fim, vê-lo desapontado por causa de uma atitude de Márcia foi um momento agridoce para mim.
Na realidade, em seguida fiquei muito brava com minha irmã por magoar papai daquele jeito.
- Ela o deixou? Deixou os garotos?
- Todos nós.

- Mas... Mas... Para onde ela foi? James ergueu os ombros.
- Não sei. Ela não nos disse.
- Márcia deve ter um bom motivo...
Meu pai vacilou visivelmente, mas James passou pela porta e segurou o cotovelo dele, dando-lhe apoio enquanto fingia que o conduzia para dentro. Foi um gesto muito
bonito.
- Sim, ela deve ter um bom motivo - concordou com segurança. - E espero que volte para nos dizer qual é.
- Mas...
- O que está feito está feito, Connor, e tenho certeza de que Márcia vai telefonar. Faz apenas alguns dias. Por que não entra? Johnny vai fazer um chá, do jeito
que você gosta, e podemos comer algo antes de ir ao seu riacho favorito.
As palavras de James foram pronunciadas em voz baixa e tom calmante, induzindo todos a fazerem o que dizia. Meu pai entrou na casa, provavelmente antes de perceber
o que fazia, e só parou no meio da sala.
Em seguida, voltou-se e me fitou com ar acusador.
- Você sabia! Você sabia disso e não me contou!
Fiz um gesto de desalento.
- Você passa o tempo todo dizendo para eu cuidar da minha vida. Não pode me acusar agora que fiz exatamente isso.
Ele virou para o outro lado tão depressa que quase caiu, mas James estava lá para ampará-lo, segurando-lhe o cotovelo. Jimmy começou a conversar com ele sobre peixes,
iscas e anzóis, acalmando a situação com a experiência de alguém muito mais velho. Na verdade, chegou a forçar uma resposta do meu pai, fazendo com que seguisse
seu hábito de corrigir todo mundo, ao mencionar a isca errada, quando disse qual delas iria usar num dia de sol como aquele.
Foi então que percebi Johnny ao meu lado.
- Tia Maralys?
Senti um tremor percorrer-me o corpo diante do tom choroso do menino, mas sorri para ele assim mesmo. Era mais do que visível no rosto dele quanto meu sobrinho sofria.
Tive a estranha vontade de passar a mão no cabelo dele.
- O que foi, Johnny?
Ele olhou para o gramado diante da casa e depois para mim.
- Não entendo...
Suspirei e me agachei para ficar na altura dele, que me olhava com atenção.
- Nenhum de nós entende, meu bem. Talvez nem mesmo sua mãe. Mas ela vai voltar. Ela ama vocês dois e por isso vai voltar.
Eu achava que aquilo era um monte de besteira, mas Johnny pareceu se tranqüilizar.
- Mas vamos embora, tia. Se papai vender a casa, mamãe chegará aqui e não nos encontrará. - A voz dele se tornou um tanto aguda, - E se ela não nos achar?
E se quiser voltar e não nos achar?
- Ah, não seja bobo! - falei em tom mais provocador que o do irmão dele. - Ela telefona para mim e digo onde vocês estão. Ou liga para o vovô. Sem problema.
Ele mordiscou o lábio inferior, observando-me com a mesma intensidade com que o pai o fazia.
- Você acha mesmo que minha mãe vai voltar? Sustentei o olhar dele.
- Sim. Tenho certeza.
Eu tinha certeza de que Márcia voltaria para buscar sua metade do que restasse, mas não contei ao meu sobrinho essa pequena e dura verdade. Talvez ela voltasse mesmo
por causa dos meninos. Não faria mal a ele acreditar nisso, apesar de eu não apostar nessa possibilidade.
Johnny deu um sorriso rápido, agradeceu-me educadamente e foi para a cozinha. Maldita Márcia, pensei com sede de vingança ao ir atrás dele. Será que minha irmã sabia
o que havia feito e se importava com as pessoas machucadas que deixara para trás?
- Tia Maralys, você vai pescar com a gente? - perguntou Jimmy, olhando para mim.
Antes que eu pudesse dizer qualquer coisa, James balançou a cabeça.
- Você não vai querer que ela vá... - Ele baixou a voz para um tom conspiratório. - Ela comeria toda a isca.
- Ouvi isso! - gritei, enquanto os meninos faziam caretas e gemiam. Sacudi o dedo no nariz de James, gostando muito do jeito que os olhos dele brilhavam. - É melhor
você se cuidar. Continue dizendo coisas assim e podem começar a pensar que você tem senso de humor.
A corretora de imóveis trabalhou muito naquela tarde de domingo. Fiquei impressionada com a quantidade de casais que levou para ver a casa depois que a expedição
de pesca partiu. Permaneci na cozinha, tomei um chá horrível e fiquei cuidando da casa. A moça declamava as qualidades do imóvel com a facilidade criada pelo hábito
da repetição, saltitando escada acima e abaixo, acendendo todas as luzes, apesar do sol que brilhava.
James havia esquecido o celular e não levou muito tempo para voltar, atravessar o hall e entrar na cozinha, jogando as chaves sobre a bancada.
- Casal número seis - eu disse, tomando um gole de chá. - Você está liquidando a casa?
- Disse para a corretora que poderá ficar com vinte e cinco mil se fechar a venda em duas semanas.
- Ela vai forçá-lo a lhe dar trinta.
- Eu sei. - Ele serviu-se de chá, cumprimentou com a xícara a corretora e os clientes que passavam, depois fez uma careta. - Que chá horrível!
- Bem do jeito que meu pai gosta. Forte o bastante para se andar em cima, como ele diz.
- Forte o bastante para arrancar a pele do estômago. - Ele me olhou, incrédulo. - E você está bebendo isso?
- É um gosto adquirido.
- Como seu pai?
- O que quer dizer?
- Ele é bem duro com você, mas continua a ajudá-lo. O jeito como ele falou...
- Aquilo não foi nada. - Joguei o restante do chá na pia, despreparada para confessar mais que isso. - Então, quando o serviço de limusine da Maralys deve voltar
para pegar o passageiro?
- Por que não fica?
- Porque posso enlouquecer nesse subúrbio bucólico se passar algumas horas aqui. - Eu estava mal-humorada, e James teve o azar de se achar ao meu alcance. - Como
pode haver gente que gosta de morar num lugar assim?
James sorriu, sem se abalar com meu mau humor.
- O que há de errado aqui? Sempre achei agradável. Tranqüilo.
- E mais para complacente. Pretensioso. E esse o sonho americano? É assustador que alguém possa sonhar com esse tipo de vida.
- Por quê?
- Não posso imaginar nada mais triste que uma pessoa de trinta e oito anos, cheia de possibilidades e juventude, levando a mão ao peito e declarando que não quer
nada além de um cão de caça, um cortador de grama, quatro quartos e dois banheiros e meio.
James ficou pensativo.
- Você insulta tudo, Maralys, ou só aquilo que não tem? Ignorei a pergunta e indaguei:
- Você sonhou com isso?
Antes de responder, meu cunhado desviou os olhos, evasivo, e fiquei mais interessada na resposta do que demonstrava.
- Pode-se dizer que estou aqui por causa de um sonho.
Aquilo me desagradou.
- Isso é triste. De fato, é patético. Vou lhe mandar um cartão de condolências. O mundo era sua concha e você sonhou com isso.
Ele me olhou de lado.
- Não disse que sonhei com isso.
Ah, os jogos de palavras próprios dos advogados. Fiquei esperando pelo latim.
- Disse mais ou menos, sim.
- Mas não exatamente.
James sorriu, e meu coração pareceu saltar. Ah, ratinho, sei como é quando brincam com a gente.
- Eu não disse que realizei meu sonho - ele acrescentou, afastando-se da bancada.
Fui atrás.
- Vai me dizer que não sonhou passar seus anos dourados aqui, de moletom e jogando golfe?
- O que há de errado com moletons?
Estremeci.
- Não são nada atraentes. Quase tão pouco atraentes
quanto roupas de golfe. Se Deus quisesse armar um esquema
para impedir que os norte-americanos se reproduzissem, roupas de golfe e moletons seriam ingredientes essenciais.
Ele deu uma risadinha.
- Essa é boa, golfe como anticoncepcional.
- Pense bem. Os fanáticos jogam golfe todas as manhãs do fim de semana, quando poderiam estar procriando, e assistem golfe pela televisão todas as tardes do fim
de semana.
- Que também são ótimos momentos para procriar.
Havia um brilho malicioso nos olhos dele, mas eu não ia demonstrar que havia notado nem desistir do assunto.
- É o único esporte que serve para os homens gordos.
- Ah. Estamos de novo diante do fator da ausência de atração sexual.
- Exatamente. E é o único esporte que parece requerer que os homens pareçam idiotas.
- Por causa dos moletons?
- Ou das bermudas largas com meias até os joelhos. Mais todas aquelas cores e padrões de mau gosto. A síndrome de uma luva só. - Consegui estremecer de maneira elaborada
e evidente. - Vá em frente, alegre o meu dia. Diga que adora jogar golfe.
James riu.
- Nunca joguei. E estou começando a ficar feliz por isso.
- O que está querendo dizer?
- Que não ia querer que você pensasse que não sou sexualmente atraente, é claro...
James inclinou-se e me beijou antes que eu percebesse o que acontecia. Foi rápido e eficiente, porque me senti fervendo. Ele ergueu a cabeça só um pouco e acrescentou
num sussurro, quando a voz da corretora chegou até a cozinha vinda da escada que dava para o porão.
- ...e porque acho que você é muito atraente, Maralys O'Reilly.
Oh, perigo, perigo! Recuei e ergui a mão, na frágil tentativa de defesa.
- Não me confunda com minha irmã. Não faça isso, moço!
O sorriso de James se alargou, e ele me olhou de cima a baixo, com apreciação.
- Isso não vai acontecer. - Sem tirar os olhos de mim, ele se encostou na parede e cruzou os braços. - Então, com o que a garotada deve sonhar?
Movimentei as mãos, num gesto abrangente, grata pela distração, e tentei fingir que o beijo me deixara fria.
- Fama. Fortuna. Glória. Os sonhos não devem ser sobre o que se pode comprar, mas sobre que marca você vai deixar no mundo. Se você comparar o feito de conseguir
mudar a perspectiva de alguém ou de tornar o mundo um lugar melhor com o de comprar um carro esporte prateado, o último é uma substituição bem pálida do primeiro.
- E qual era seu sonho?
Fiquei tentada a arrasá-lo só porque parecia que ele já sabia a resposta. Mas também sabia que James não a entendera direito, e era tentador demais surpreendê-lo.
Ergui o queixo.
- Desenterrar a verdade e mostrá-la. Ele não escondeu a dúvida.
- Você sonhou com isso quando era adolescente?
- Não seja bobo! Eu sonhava com fama, fortuna, um carro esporte prateado e todas essas coisas materialistas. A verdade fica em um distante segundo plano diante
de tanta tentação, mas acaba predominando.
James arqueou a sobrancelha.
- Nada de andar num cortador de grama?
- Nunca. Jamais quis ter um gramado.
Rindo, ele pegou minha mão. Ouvimos a corretora e o casal subindo a escada.
- Preciso da sua opinião sobre uma coisa.
- Espere um minuto - reagi, percebendo que ele havia redirecionado a conversa. - Ainda não me disse com o que sonhava quando era garoto.
- Isso não tem importância agora.
- O que quer dizer?
- Que não vou lhe contar - James declarou com firmeza, fitando meus olhos. - Como diz a garotada de hoje, esqueça! Venha.
Levou-me até a suíte principal.
Pisei no freio assim que vi para onde íamos. Era muito fácil identificar o objetivo.
- Ah, não. Não vou entrar aí.
- Alguém já lhe disse que é muito desconfiada? Só quero que veja uma coisa.
- Essa, sim, é uma frase convincente. - Cruzei os braços e parei no corredor. - "Venha conhecer minha coleção de CDs...". Até parece que nunca ouvi essa. Você não
tem também uma coleção de quadros?
James riu, e a expressão em seu rosto quase me fez mudar de idéia.
- Não sou tão maquiavélico, mas se você insiste...
Dei-lhe um tapa no braço, sem qualquer efeito visível.
Ele seguiu adiante sem mim, sabendo que eu ficaria curiosa o suficiente para segui-lo. Agüentei o quanto pude, então dei uma olhada. Para minha surpresa, James não
estava perto da cama.
O que talvez tenha me deixado desapontada. A corretora estava em algum lugar da casa... A possibilidade de sermos apanhados em flagrante acrescentava tempero à situação,
você não acha?
No entanto, meu cunhado tinha idéias mais pragmáticas em mente. Abrira uma porta do closet da minha irmã e olhava para dentro. Só quem já entrara nele sabia como
era grande. Estava repleto de caixas e sacolas, que faziam pilhas até o teto, literalmente. Três caíram quando ele abriu a porta e... Sim, a necessidade de saber
tomou conta de mim.
Entrei no closet e fiquei impressionada. Minha irmã havia redefinido o termo "fazer compras".

Assunto: com amigas assim
Querida Tia Mary:
Vou me casar com um cara incrível, mas minhas amigas não estão impressionadas. Algumas nem irão ao casamento! Bem, é verdade que ele é divorciado, e, sim, eu o conheci
quando ainda estava casado. Mas por que elas não ficam felizes por mim? Posso não ter sido a primeira, mas serei a última.
noiva triste
Assunto: re: com amigas assim
Querida Noiva Cega:
Por favoooor! Encare o fato de que você pode não ser nem a primeira nem a última, mas apenas a SEGUINTE. Suas amigas podem saber - ou ver - algo que você não percebe
nem enxerga. Claro, pode ser que você esteja a caminho do sol e da felicidade eterna, mas as pessoas são criaturas com hábitos. Mudar de parceira não muda os passos
da dança favorita de um homem.
Tia Mary
Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary!
Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:
http://www.pergunte-a-tia-mary.com


Fiquei parada ao lado dele, sentindo o cheiro da sua pele, e decidi que não havia nada mais atraente que um homem sem meias usando mocassins velhos.
- O que é tudo isso?
James encolheu os ombros.
- Descobri esta manhã, quando estava mostrando a casa
para a corretora. - Olhou ao redor com expressão que poderia ser de deslumbramento ou desgosto. - Ela disse que essa ralha toda demonstra como o closet é grande,
o que parece ser vantagem para a venda da casa.
Peguei uma das caixas que haviam caído e abri. Finíssimas sandálias italianas de salto alto, sem qualquer uso. Não eram do meu gosto, conservador demais, porém sei
reconhecer boa qualidade quando a vejo.
A caixa seguinte tinha um conjunto de blazer e saia, forrado, de corte maravilhoso e ainda com a etiqueta do preço pendurada na manga. Na terceira, a nota fiscal
da blusa de seda se achava em cima dela.
Bem, ali estavam as evidências. Ouve-se falar de mulheres que compram as mais variadas coisas apenas para colecionar, se bem que talvez o motivo de minha irmã fosse
melhor.
- Uma farra de compras - concluí, olhando para James.
- É o que estou pensando - ele concordou. - Pelo jeito, o closet está cheio de compras recentes. Acha que alguma casa de caridade viria buscar?
- Ficou maluco?
- Pensei que você aprovaria se eu as doasse...
- Tudo isso? Seria loucura! São coisas absolutamente novas e você precisa de dinheiro, não é?
- Se preciso! - assentiu ele, desanimado.
- A boa caridade começa em casa: devolva tudo.
- O quê? - James me fitou, horrorizado.
- Você nunca devolveu nada que comprou?
- Não!
- É possível devolver as coisas para as lojas - expliquei como se estivesse falando com uma criança lenta. - Chama-se devolução. Eles lhe dão o dinheiro de volta.
Pessoas normais fazem isso o tempo todo.
- Mas eu não.
- Bem, pense no caso. Está tudo na embalagem original, limpo e sem uso. Faça com que as lojas coloquem o crédito nos cartões que estão mais carregados de dívidas.
James estreitou os olhos e pensou, fitando os pacotes empilhados.
- Se esse closet estiver cheio...
- Você poderá liquidar toneladas do débito. Vamos descobrir isso, agora.
Comecei a verificação, olhando de vez em quando para James e pensando. Ele era inocente em muitos aspectos da vida, e eu estava disposta a ajudá-lo. Mas por quê?
Não podia ser por causa daquele beijo, não senhor.
- Você conhece o procedimento para devolução de compras? - indaguei.
- Como assim?
- Não pode entrar na loja e dizer: "Minha esposa me abandonou e estou devolvendo o que ela comprou porque preciso de dinheiro".
James olhou para mim com ar cansado.
- E o que vou dizer?
- Vai mentir, é óbvio. Vai dizer que comprou essa blusa adorável para dar de presente - mostrei a blusa de seda para ele -, mas sua esposa não gostou. Não, ela odiou.
- Tamanho errado?
- Você não pode dizer isso, senão eles vão querer trocar pelo tamanho certo. Também não pode dizer que ela não gostou da cor, porque com certeza essa blusa tem mais
dezesseis cores maravilhosas. Não. Precisa dizer que sua mulher detestou, que não é o presente que esperava. Diga que ela quer mesmo uma cacatua boliviana.
Tive a impressão que ele fez força para não rir.
- Uma cacatua boliviana?
Cruzou os braços e se encostou na parede, observando-me como se eu fosse alguma espécie de vida imprevisível, incomum e fascinante.
- É muito simples - prossegui, com meu jeito de falar mais pedante. - Você tem de escolher alguma coisa que eles não vendam. Não pode haver nenhuma chance de trocarem
a blusa por uma cacatua, ou de lhe darem crédito, ou ainda um vale-presente. Hoje, as lojas de departamento vendem tantas coisas malucas que é bom você ir direto
à Terra das Coisas Estranhas.
- Existem cacatuas bolivianas?
- Não faço a menor idéia! No entanto, se por algum incrível acaso eles venderem cacatuas, aposto que ninguém vai saber se são bolivianas ou não. E você pode fingir
que sabe. - Fiz a cara que achei que James faria se ficasse desapontado diante da ansiosa oferta do vendedor e imitei com perfeição o jeito bem-educado dele falar.
- "Oh, não! A genuína cacatua boliviana distingue-se por uma bela mancha vermelha na cauda. É evidente que essa ave não é uma delas. Sinto muito, mas não serve".
- Não posso mentir para conseguir alguns dólares de volta. -James ficou mais desanimado ainda. - Não sou você, Maralys.
- O que quer dizer?
- Que não conseguiria levar a farsa até o fim.
- Bobagem! - Apoiei as mãos nos quadris. - Até parece que mentir é novidade. Até parece que você nunca mentiu nem, digamos, persuadiu uns doze cidadãos de que a
verdade era bem diferente do que estavam pensando.
- Eu não minto.
- Mentira! Você construiu uma carreira mentindo.
Os olhos dele faiscaram.
- Não é verdade!
- Não? Quer dizer que todas as pessoas que defendeu eram inocentes? Que maravilha! Quem poderia imaginar?
Pelo menos, James ficou sem graça.
- Bem, tudo reside no jeito com que você apresenta a informação.
- Exato! E você faz isso com naturalidade.
Perturbado, ele pegou a nota fiscal de uma sacola em que havia uma bolsa novinha, examinou-a, então falou em tom casual.
- Não vai dar certo, Maralys. Esse aqui é o número do cartão de crédito de Márcia, fornecido pela loja onde ela comprou. Eles não vão colocar o crédito no
meu cartão. Vão querer o dela para fazer a devolução.
Eu não estava pronta para admitir a derrota. Examinei a bolsa e descobri a etiqueta da loja presa a ela. Coloquei a etiqueta debaixo do nariz dele.
- Olhe para isso. Loja, preço e número do estoque. -
Tirei a nota da mão dele, amassei-a, joguei-a por cima do ombro e estreitei os olhos, fingindo aflição. - Que pena que você perdeu a nota. Mas, pelo menos, sabe
onde a bolsa foi comprada e quanto custou, porque a etiqueta ainda está aqui. Ufa! Que alívio!
Um sorriso fez esforço corajoso para distender os lábios dele, mas se perdeu de novo.
- Nesse caso, não posso dizer que foi um presente, porque qualquer idiota tiraria a etiqueta antes de entregá-lo.
- Você que pensa! Muitos homens não fariam isso porque são idiotas.
- Então agora tenho de bancar o mentiroso idiota que não entende a esposa. Muito obrigado.
- Se preferir, pode dizer que sua mulher mudou de idéia quanto à compra feita por ela mesma, ou que engordou cinco quilos, ou que a plástica do nariz não deu certo
e ela não quer mais sair de casa... Seja criativo! Você é advogado! Deve ter de inventar coisas o tempo todo.
- Mas...
Encarei-o, exasperada com sua determinação de encontrar defeitos no que eu dizia.
- Se quiser parecer bonzinho, diga que sua esposa sofreu uma cirurgia, pobrezinha, e que você está cuidando de tudo para ela. Que marido adorável! - Dei uns
tapinhas leves no rosto dele, deixando-o furioso. - Lembre-se de que o cliente tem sempre razão, jogue no pessoal da loja um pouco desse
charme que você guarda de reserva e vai se sair bem.
Uma sobrancelha arqueou-se.
- Está querendo dizer que me acha charmoso?
- Na realidade, você mantém seu charme escondido, mas já o vi em ação.
- Parece que não sou assim tão atraente...
- Oh, não! Eu é que sou imune a qualquer charme. - Ergui os ombros e sorri. - Para seu azar, imagino.
Fiz mal em dizer aquilo. Devia ter previsto que James ficaria tentado a provar que eu estava errada.
- Você só sabe falar, Maralys - disse ele, com calma.
- É o que você que pensa.
- Como sabe disso?
Pisquei várias vezes, momentaneamente perdida, mas foi tempo bastante para James dar um passo na minha direção.
- Vou lhe mostrar quanto é imune.
Colocou apenas a ponta de um dedo no meu ombro, e engoli em seco, erguendo os olhos para ele, que provavelmente sentiu meu tremor e sorriu de leve. E lá estava a
maldita covinha de volta.
Foi quando percebi que vestir aquela blusa de gola enviesada fora um erro. Ficava fácil demais para ele tocar meu rosto e em seguida descer a mão pela gola ampla.
Fiquei arrepiada com o contato e soube que o sr. Observador Atento notou esse detalhe.
- Belo suéter.
Ele se curvou e apenas roçou os lábios no meu rosto. Me derreti. A sensação era tão boa que não quis me afastar, apesar de saber que devia fazê-lo.
- Devo me orgulhar por você não estar usando preto hoje, Maralys?
- O preto é uma cor urbana e não quis assustar os habitantes locais.
Ele olhou atento a gola da minha malha.
- Isso também é em benefício dos habitantes locais?
Se movimentasse um pouco a gola ele poderia ver o sutiã. Olha a encrenca, Maralys! www.grandeerro.com estava acessando meu banco de dados. Quem sabia que aquele
era um dos itens da minha lista de Favoritos?
Recuei para dentro do quarto com tanto ímpeto que quase caí quando o salto da bota prendeu no carpete. James me seguiu e comecei a falar depressa demais; seu olhar
me informou que ele não estava se deixando enganar.
- Olhe, você tem chance de minimizar boa parte do prejuízo que Márcia causou. A menos, é claro, que seja medroso.
- Agora, deixe-me ver se entendi. - Ele estava se divertindo um bocado. - Quem é o medroso aqui?
Abri a caixa que levara comigo, pronta para mudar de assunto.
- Oh, veja! Esses sapatos custaram quatrocentos e sessenta e nove dólares. Imagine, é dinheiro demais por um par de sapatos com aspecto bem comum. E, veja, estão
novinhos e na embalagem original! Não têm um risquinho sequer. Não é engraçado? Aposto que Márcia nem os experimentou. - Coloquei os sapatos sob o nariz dele. -
Aposto que ela os comprou porque eram muito caros. Aposto que fez essa compra só para deixar você zangado.
- O que me parece ser o divertimento preferido da família.
- E funciona?
- Você é melhor nisso do que ela.
Fiquei deliciada ao ouvir aquela declaração.
- É um elogio?
- Nem pensar! - James tirou os sapatos da minha mão, guardou-os de volta na caixa, tampou-a e a colocou no chão. - Está bem, vamos fazer uma pilha de compras para
cada loja e me livro dessas bugigangas durante a semana.
Fitei-o, consternada.
- Você não pode devolver tudo ao mesmo tempo.
Aí, ele ficou mesmo exasperado.
- Por quê? Quantas regras existem para isso? Por que é tão complicado?
Sentei-me no pufe macio e balancei a cabeça, enquanto o fitava.
- Pense! Você não pode dizer que gastou cinco mil dólares de presentes para sua esposa, e que ela detestou tudo. Ninguém vai acreditar. Vão achar que há algo
errado. Vão pensar que você é ladrão de lojas. Um assaltante muito bem vestido, aliás, mas não um homem confiável.
James sentou-se também, passou a mão no cabelo e lutou para reunir forças.
- Esse negócio é complicado demais. Não vai valer a pena.
Ele me olhava pensativo e não sei se estava mesmo se referindo às devoluções.
- Não será tão ruim. - consolei-o. - Mas é melhor levar uma ou duas compras por vez.
- Você podia me ajudar.
- De jeito nenhum! Nessas lojas de departamentos os vendedores trabalham em turnos de quatro horas. Você pode fazer até três devoluções por dia, na mesma
loja, sem chamar atenção.
- Vai levar uma eternidade - suspirou ele, passando os olhos pelo closet.
Ri, determinada a dar-lhe estímulo.
- Você está desempregado, amigo. O que não lhe falta é tempo.
- Que consolo! - Seu tom era puro desânimo.
- Não se preocupe. Poderá levar as coisas que não conseguir devolver a uma loja de consignação. Uma amiga minha tem uma, no North End, a Twice Loved.
James ficou me observando por longo tempo. Não parecia bravo, apesar de eu merecer, no mínimo, um rosnado por causa do comentário sobre ele estar desempregado.
- Existe algo que a atinja, Maralys? - perguntou por fim.
- Uma infinidade de coisas, mas faço o possível para não demonstrar.
- E faz isso muito bem. - James levantou-se, voltou para o closet, suspirou e avaliou os pacotes, antes de olhar de novo para mim. - Essa é uma das coisas que admiro
em você.
Meu coração saltou, e percebi que parecia estar ocorrendo uma atração genuína, não alguma espécie de substituição.
A verdade era que eu me tornava menos contrária à idéia de ter um pouco de interação com James. Mas queria ter absoluta certeza de que ele estava zerado emocionalmente,
antes de atravessar a fronteira.
- Você está perdendo a pose, Coxwell. Continue falando assim e alguém pode pensar que gosta de mim.
James riu, eu também, e voltamos ao trabalho.
Estávamos na cozinha tomando uma cerveja, satisfeitos com o resultado dos nossos esforços, quando alguém abriu a porta da frente. Pensei que fosse a corretora voltando
com outro casal feliz e me preparei para o trinado de boa-tarde dela.
- Então, quando você pretendia me contar?
A recém-chegada era uma mulher impositiva, que falava num tom de voz tão diferente do da corretora que dei um pulo. Virei-me e vi Beverly Coxwell se aproximando
pelo corredor.
Eu havia me encontrado com a grande dama do clã Coxwell algumas vezes, mas por pouco tempo. Minha irmã nunca se dera bem com ela e achava que era por não se ajustar
às expectativas da sogra.
Fazia sentido. Beverly era uma clássica figura do tipo família tradicional, acostumada a ter dinheiro e privilégios; sempre exibindo boas maneiras e majestade. Eu
a achei linda, maravilhosa, apesar de estar um tantinho bêbada na maioria das vezes em que a vi. Márcia dizia que Beverly nunca a perdoara por não pertencer a uma
das famílias "certas". Minha irmã se ressentia amargamente, porque os Coxwell não a consideravam boa o bastante para o filho querido.
Por outro lado, sempre tive a impressão de que Beverly, ao contrário do marido, tinha mente mais aberta que todos da família. Ela me parecia estar sempre preparada
para reavaliar o que pensava de qualquer pessoa que lhe desse um bom motivo para fazê-lo. Acho que minha irmã nunca se deu a esse Trabalho.
Talvez Beverly tivesse algum problema com a nora, ponto final, e não com quem era o pai de Márcia.
- Contar o quê? - perguntou James.
Ele falou com calma, mas o sorriso desaparecera, e aquele sombrio cansaço retornou aos seus olhos. Imediatamente, deduzi que ele não havia contado à mãe o que acontecera
com minha irmã e seu trabalho, e que agora só lhe contaria o mínimo possível.
Beverly parou à entrada da cozinha e se empertigou ao me ver. Em seguida, balançou a cabeça e me dispensou com um aceno de mão.
- Ah, você é a outra. - Então me olhou de novo. - Parece mais jovem que ela.
- Obrigada. A senhora também está ótima.
Eu ficara sabendo, é claro, que ela e o marido estavam se divorciando. A mudança parecia estar lhe fazendo bem. Nunca a tinha visto tão animada.
Ou tão sóbria.
Beverly sorriu brevemente, depois fechou a cara para o alho.
- Imagino que isso seja coisa da Márcia?
James permaneceu impassível.
- O quê?
- Como assim, o quê? O que mais seria? Aquela placa no gramado! Acha que eu não estaria interessada em saber que você vai se mudar? Aliás, para onde?
- Não sei. Ainda não procurei casa.
Isso porque o que ele recebesse pela venda da mansão determinaria quanto poderia pagar pela casa nova, depois de feitas as contas. Pelos traços endurecidos de seu
rosto, concluí que James achava que não sobraria muito.
Era bem dele resolver um problema por vez.
Depois de se sentar em uma das cadeiras da mesa, Beverly olhou fixamente para o filho, como se assim pudesse extrair os segredos dele e espalhá-los a nossa frente.
- O que está acontecendo? - perguntou mais calma. - Você não é de agir desse jeito.
- E quem sabe qual é ou não meu jeito de agir?
James levantou-se, pegou as duas garrafas de cerveja e foi colocá-las perto da porta dos fundos.
Ela se voltou para mim, talvez me considerando uma presa mais fácil.
- O que está fazendo aqui? Nunca a vi por esses lados.
- Olhou para ele e para mim outra vez. - O que aconteceu?
James ficou olhando fixamente para o quintal, pela janela da cozinha. Era mais que óbvio que não queria contar o que acontecera. Mas achei que a mãe dele tinha o
direito de saber o que minha irmã havia feito.
- Márcia foi embora. Primeiro, fez uma dívida imensa para que James se divorciasse dela. Como ele não o fez, ela foi embora.
Beverly voltou-se, apenas para ver o filho de costas.
- Mas você ainda pode manter esta casa, não é, James?
Eram no mínimo interessantes as prioridades dela. Queria saber da permanência do filho naquele local de status, não do paradeiro da minha irmã.
Ele meneou a cabeça.
- A casa ou a educação dos meninos. Essa é a escolha.
- Isso porque você tem que dar a metade dela. James quase riu.
- Ela já gastou mais que a metade.
Beverly abriu a boca e a fechou de novo. Olhou a cozinha inteira como se isso fosse ajudá-la a compreender e decidir o que perguntar ou não. A campainha tocou, e
os gorjeios da corretora elevaram-se no hall de entrada, tão animados quanto os de um pardal.
Tomei o último gole da minha cerveja.
- Se essa mulher continuar com isso - murmurei, enquanto passos soavam na escada e a corretora elogiava a mansão pela milésima vez -, terei que esganá-la.
Beverly soltou o ar que contivera.
- Pois é... Quero beber alguma coisa.
Ergueu as sobrancelhas para James, que não se moveu, então olhou para mim. Sacudi os ombros e me levantei. Mais uma cerveja não me faria mal.
- Diga o que quer.
- Vinho xerez, por favor. E não me venha com um cálice pequeno.
- Pensei que fosse parar - observou James com calma, enquanto eu atravessava a cozinha para pegar um copo.
A mãe demonstrou certo embaraço.
- Não é tão fácil.
Ah, problemas. Parei para observar. James virou-se e olhou para Beverly com tanta avidez quanto ela o fitara momentos antes. O ceticismo dele ficou evidente, apesar
de não falar duro com ela. Apenas queria a verdade.
- Você tentou?
Ela ergueu o queixo.
- Estou me acostumando com a idéia.
- Quantos já bebeu hoje?
- Apenas dois. E pequenos - ao afirmar isso, Beverly me deu um sorriso social. - Mas sofri um choque e preciso me recuperar. E vá depressa, Már... Moça que
não é a Márcia.
O olhar que James me lançou fez com que eu ficasse imóvel.
- Você prometeu.
- As pessoas quebram promessas o tempo todo, James. Estou velha, aborrecida, me divorciando e preciso de encorajamento extra.
- Foi à reunião do AA?
- Está brincando, não é?
- É lá que você deve buscar encorajamento.
- Com quem? Com pessoas medianas? Acho que não, James, não creio que seja apropriado.
- São pessoas que estão na mesma situação que você, mas tentando mudar.
Impaciente, Beverly estalou os dedos para mim. Puxei um banquinho e me sentei, numa atitude que a desanimou. Suas narinas fremiram, mas ela se voltou para o filho,
determinando que ele era o problema.
- Não vejo razão para mudar - informou. - O álcool me reconforta e não machuca ninguém, a não ser eu mesma. Além disso, me ajuda a encarar o dia com mais facilidade.
- Você não encara o dia, o evita.
Bom golpe. Aquela frase parecia algo que eu teria dito. Fiquei impressionada.
Contudo, Beverly não ficou.
- Você nunca falou comigo com tanta irnpertinência - atacou. - Sempre me ignorou. Com certeza, todos vocês me ignoraram, mas você nunca havia falado comigo
dessa maneira. Acho que talvez seja melhor ser ignorada.
James nem mesmo piscou.
- Talvez esteja na hora de alguém falar assim com você, de lhe mostrar a verdade.
- Quer a verdade? - Beverly endireitou o corpo, e seus olhos faiscaram. - Não estou surpresa por Márcia ter deixado você. Não gosto dela, é uma moça sem classe,
mas você não lhe fez nenhum favor. Vive copiando seu pai em tudo...
- Ele não é meu pai.
- Mas foi seu modelo! E ele bem que poderia ter sido seu pai. Vocês dois são farinha do mesmo saco! Se eu tivesse alguma iniciativa, teria deixado Robert há muito
tempo. Teria deixado vocês todos, homens que nunca me olharam nos olhos, que sempre fingiram que eu não existia. Se eu fosse mais forte, teria saído de casa sem
olhar para trás.
Se Beverly pensava que ia impressionar o filho, estava perdendo tempo.
James retribuiu o olhar de desafio da mãe de maneira impassível.
- Então o xerez é uma muleta - disse. - É um modo de encarar a amarga realidade de ser ignorada pela família.
- Não zombe de mim, James Edward Coxwell.
- Não estou zombando. - Ele foi se sentar na cadeira ao lado da mãe. Seus olhos brilhavam intensos, expressivos.
- Vamos nos dizer algumas verdades, já que todos parecem estar dispostos a isso. Não sei por que os outros a ignoraram, mas sei por que o fiz.
Beverly piscou depressa, como se quisesse segurar as lágrimas que lhe embaçavam os olhos.
- Porque tinha vergonha de mim, é claro.
- Não. Foi porque eu não a conhecia. Ela se empertigou.
- O que quer dizer com isso?
James sacudiu a cabeça e pegou a mão de mãe. Falou calmamente, como se a estivesse repreendendo.
- Você se esqueceu de que sou o filho mais velho.
- Não esqueci de nada. Não sou tão bêbada a ponto de esquecer a ordem do nascimento dos meus filhos! E não ouse dizer que estou ficando louca por causa do
xerez...
- Esqueceu-se de que sou o único que se lembra de como
você era quando não bebia.
Beverly abriu a boca e tornou a fechá-la, silenciada pelo choque. Ficou olhando para o filho.
As palavras de James soaram baixas e suaves quando voltou a falar, e me surpreendeu o carinho com que segurava a mão da mãe.
- Esqueceu-se de que me lembro de como era ter uma mãe sóbria. Os outros não têm como se lembrar.
- E daí?
- Daí que me lembro de você lendo para mim; ensinando-me os nomes das coisas, de barcos, das plantas e dos legumes; apresentando-me a novos gostos e maravilhas;
ensinando-me novas habilidades; ajudando-me a subir a escada pela primeira vez. Lembro-me de me aventurar no mundo, um lugar grande e assustador, sabendo que estaria
tudo bem porque minha mãe segurava minha mão. - Ele apertou a mão dela, e Beverly desviou os olhos. - Lembro-me de todas as coisas que você fazia e de todos os modos
como me amava. Essas são lembranças que me ajudam a ser um bom pai.
- Mas... mas...
- Lembro-me de como me doeu ver você mudar - continuou James, a voz grave e urgente. Uma lágrima deslizou pelo rosto de Beverly. - Já nessa época eu não podia olhar
para você porque doía demais. E não apenas por vê-la daquele jeito, mas por saber que não podia ajudá-la. E tinha medo de ser o culpado pelo que acontecia com todos
vocês.
- Nunca! Nunca foi sua culpa, nem dos seus irmãos!
- Mas fui o único a quem você deu amor e atenção, por isso não pude deixar de imaginar que havia feito algo errado, em algum momento, em algum lugar... Uma coisa
da qual não conseguia me lembrar, mas que fizera você não querer ser mais minha mãe...
- Não é verdade.
- Sei disso agora, mas naquele tempo não sabia. Era apenas um garoto e sentia falta da minha mãe.
Pensei em Johnny, preocupado se Márcia conseguiria achá-los se mudassem dali. O paralelo era evidente. Pelo jeito, a sensibilidade de Johnny não fora herdada da
mãe.
Beverly chorava abertamente, sem nenhum constrangimento. Inclinou-se e beijou o rosto do filho, depois limpou a marca de batom com a ponta do dedo.
- Sinto muito, sinto muito mesmo. Sei que errei com todos vocês, mas agora estão crescidos...
- Por mais que a gente cresça, nunca deixamos de precisar da mãe.
- Deixamos, sim, de vários modos.
- Não no que mais importa. - James apertou a mão dela, tentando fazê-la sorrir. - Volte para nós. Garanto que vai valer a pena.
Beverly respirou fundo, e os olhos encheram-se de lágrimas outra vez.
- Mas é tão difícil! - a voz falhou, ela desviou os olhos e balançou a cabeça. Então foi sua vez de tentar fazer o filho sorrir. - Sabe, o pessoal do AA,
eles esperam que você parede beber. Totalmente.
Mas a piada não funcionou. James não disse nada, apenas continuou segurando a mão dela. Com a mão livre, Beverly procurou um lenço na bolsa.
A corretora entrou toda animada na cozinha, trazendo um casal com astral sombrio.
- Vejam a luz maravilhosa que entra aqui. A cozinha precisa ser remodelada, é claro, mas por algum tempo vocês podem usá-la como está. Imaginem janelas francesas
para o jardim dos fundos, bancadas de mármore, armários novos. E essa ligação com a saleta íntima da família é maravilhosa. Se vocês deslocarem essa parede...
Era ofensivo ouvi-la falar do que havia de errado na casa que James e Márcia consideravam, na certa, mais que adequada. Ela e suas presas passaram para a saleta
íntima, e Beverly fungou.
- Vou com você - disse James com intensidade.
Aquelas palavras surpreenderam tanto a mãe dele quanto a mim.
- O quê?
- Vou com você às reuniões do AA. Sei que não vai ser fácil, então vou junto. - Ele apertou de leve a mão dela. - Lembra-se de que dizia que eu era seu pilar de
força?
Ela sorriu em meio às lágrimas.
- Você tinha quatro anos! - Beverly virou-se para mim, ansiosa por me fazer entender a história, provavelmente por que assim teria tempo para pensar no que
o filho lhe dissera.
- Sempre que fazíamos algo ousado, como quando o levei para atravessar uma rua pela primeira vez, eu fingia estar com medo e dizia a James que ele era meu pilar
de sustentação. E ele assumiu a responsabilidade com seriedade. Esse era o meu menino!
- Sorriu, sem disfarçar o orgulho. - Incrível você se lembrar!
- Eu me lembro de tudo. É por isso que quero ajudá-la. Vamos juntos, mãe. Vai ser mais fácil...
- Você não me chamava de mãe havia anos.
- Acho que é hora de recomeçar.
Beverly desenhou um círculo na mesa com o dedo; parecia hesitante, mas encorajada.
- Você não tem tempo. Sem Márcia e com os meninos, tem muito a fazer e...
James riu, olhou para mim e foi algo mais que ver a covinha que fez meu coração acelerar.
- Estou desempregado, mãe. De fato, tudo que tenho agora é tempo.
A raposa tinha coração, mas tratava de mantê-lo bem escondido. Fiquei emocionada por sua atitude com Beverly. Estávamos vivendo um verdadeiro momento Disney. Traga
de volta a mãe do Bambi, vamos cantar uma música e colocar um arco-íris na cena.
Então James acabou com toda aquela beleza.
- Há algum jeito de você nos ajudar, Maralys?
Fiz minha melhor personificação de um boneco de neve.
- O quê?
- Os meninos não podem ir às reuniões do AA conosco. Aquelas poucas palavras me fizeram ver tudo vermelho.
Imaginei uma seqüência interminável de noites da semana acampada com os pequenos adultos, e não foi demais. Durante quantos anos as pessoas vão ao AA? Eu não sabia
nem queria saber.
Como ele ousava querer que eu ocupasse o lugar da minha irmã? Como ousava me enfiar naquela história como babá conveniente?
Peguei um dos meus cartões de visita e joguei-o em cima da mesa. Eu os faço em cartão grosso, para que produzam barulho em momentos como aquele.
- Talvez você não tenha um dos meus cartões - falei friamente. Os dois me olharam; Beverly sem entender, James com ar cansado. - Pegue. O que diz nele?
- Maralys O'Reilly. Soluções para internet - ele leu com voz monótona.
- Aí está escrito casa de caridade?
- Não.
- Ou serviços de babá? De creche? - Minha voz subia a cada pergunta, mas não me importei. - Motorista? Serviços domésticos? Substituta?
- Humm - fez Beverly, olhando para o filho. O pescoço de James estava ficando vermelho.
- Maralys, só perguntei se...
- Sei o que perguntou. Escutei o que você perguntou! E o que vem perguntando desde que minha irmã foi embora. Se posso fazer de conta que sou ela de agora
em diante, porque assim seria bem mais fácil para você. Não! NÃO! Quantas vezes tenho que dizer? Eles não são meus filhos! Essa não é a
minha vida!
- Olhe aqui, só perguntei...
- Concordei em ajudar, mas já chega! O que fiz hoje não vai se tornar um hábito agradável. "Oh, Maralys pode dar essa mão para nós. Não há nada importante na vida
dela mesmo!". - Ergui as mãos para o céu, gesto que sempre quis fazer. - Não vou ser conveniente a ninguém! Não vou ser útil a ninguém! Não vou ajudar ninguém, muito
menos você!
- Muito menos a mim? - James agarrou-se ao ponto mais importante do que eu acabava de dizer.
Acho que dá para você imaginar que tratei de encobrir meu ato falho o melhor que pude. Aproximei-me alguns passos e sacudi o dedo no nariz dele. Minha voz soou baixa
e trêmula.
- Todos esses anos fui persona non grata nessa casa. Que tal meu latim, amigo? Fui insultada, menosprezada, julgada e evitada por você.
- Maralys, sinto...
- Muito conveniente você sentir! - Cortei-o, sem dar a mínima importância para o fato de ele parecer sinceramente arrependido. - E sabe se desculpar muito bem quando
precisa de uma babá em tempo integral. Fique sabendo que essa história não vai seguir o seu roteiro.
- Se me der uma chance de explicar...
- Não, não vou dar. Fiz o que fiz até agora pelos garotos e por meu pai, mas chega! Anos atrás, resolvi que não deixaria que ninguém me fizesse de idiota outra vez.
Se acha que vou voltar atrás por sua causa, não sabe o que o espera.
Peguei minhas chaves e virei-me para ir embora.
- Maralys!
- Desculpe, o prazo dessa oferta expirou. Era válida só até quinta-feira. Cumpri minha obrigação familiar.
- Que tal você escutar, para variar? - gritou James. - Que tal descobrir a verdade?
Olhei para trás, o que foi um grande erro. Ele estava muito zangado comigo. Quase voltei para escutar, mas tinha noção de que aquele momento era bom demais para
o inimigo.
Beverly nos observava com avidez, e senti que meu rosto começava a ficar ruborizado. Era só o que faltava!
E também estava muito, muito brava com ele, aliás.
- Você não sabe a verdade - rebati. - E não acreditaria se a ouvisse.
- Por que não tenta?
Os olhos dele brilhavam em desafio enquanto vinha na minha direção. Estava me provocando, e nós dois sabíamos disso. O ar entre nós parecia elétrico, mas fiquei
onde me encontrava, esperando que ele se aproximasse. Quando nossos olhares se cruzaram, compreendi que nós dois pensávamos a mesma coisa.
- Não vá embora. - Havia angústia na voz de James.
- Não gosto de sobras - sussurrei com a mesma angústia e virei-lhe as costas, antes de perder o controle.
- Isso não está acabado, Maralys.
- Isso nunca começou; logo, não há nada para acabar. - Voltei-me e fitei-o com raiva através da tela da porta externa. Lágrimas inesperadas dificultavam minha visão.
- Tudo o que eu sempre quis foi ficar em paz. Tudo que sempre esperei e espero das pessoas é que resolvam seus problemas. Tudo que sempre quis foi viver minha própria
vida e realizar meus sonhos. Acha que é pedir muito? É impossível me permitirem isso?
James enfiou as mãos nos bolsos da calça, e seu rosto se tornou impenetrável.
- Não - disse calmamente. - Não é.
Eu não esperava que ele concordasse ou, pelo menos, que o fizesse tão depressa. Fiquei algum tempo procurando forças, aí voltei para a briga.
- Ótimo! Então você pode levar meu pai para casa. Vou deixar o carro dele onde o peguei.
Marchei para o Dodge, sentindo-me mais idiota a cada passo que dava.
- Que maravilha! - trinou a corretora, e nem olhei para ver quem a moça vinha trazendo daquela vez. - Parece que vou conseguir uma pechincha por essa casa,
para vocês. Sabe, quase sempre se consegue um bom negócio quando ocorre um d-i-v-ó-r-c-i-o.
Saí cantando pneus, deliciada com a quantidade de vizinhos que foram olhar, e cheguei à casa de meu pai em metade do tempo que a viagem de ida levara. Sentia-me
mal, mas não tinha idéia de se era porque havia perdido a calma, por ter falado demais ou, simplesmente, porque havia feito a coisa errada.
Disse a mim mesma que pouco estava ligando.
Isso aí... Era mentira, mas eu teria que viver com ela. Esqueça o assunto agora mesmo. Sei que vou esquecer também.
Tive meu sonho naquela noite.
Bem, foi mais no início da manhã, já que não vou para a cama antes das quatro. Quatro da madrugada, é claro.
O sonho sempre começa do mesmo jeito. Há anos ele se repete, mas continuo sem conseguir explicá-lo. Estou em um aeroporto. Pode ser o Logan ou qualquer outro. Os
aeroportos são todos parecidos, mas no do meu sonho há algo errado. Essas coisas de sonho, sabe.
Quando ele começa, estou na área de retirar bagagens, onde fica a esteira rolante, o carrossel, ou seja lá o que for; aquela coisa que traz as malas que tiraram
do avião. No meu aeroporto, é uma esteira, e ainda está vazia e imóvel. Há um monte de pessoas paradas perto de mim, e essa multidão não pára de crescer.
O ambiente vai se tornando mais tenso. Dá para sentir o nervosismo no ar, a preocupação não mencionada com a possibilidade de a bagagem não ter vindo. Ou que uma
mala em particular, a da gente, tenha sido perdida. Talvez enviada para Xangai.
Então estou ali, em pé, olhando para a abertura por onde as malas vão surgir, pensando que é como uma pequena boca negra que vai dar sabe-se lá onde. Sempre penso
isso no início ZD sonho e também que é uma coisa estranha para pensar. Como os demais, sinto-me cética e um pouco nervosa com a chegada da minha bagagem.
A esteira começa a se mover, e a multidão avança, todos querendo se posicionar do melhor modo. As malas surgem, e is pessoas tratam de retirá-las depressa da esteira,
antes que desapareçam na pequena boca escura do outro lado. Talvez não retornem. A ansiedade muda de sabor. Velocidade é a ordem.
Vejo uma mala familiar e avanço em meio à multidão, regando-a com sensação de vitória. Ela é, por mais estranho que pareça, a valise incrivelmente cor-de-rosa em
que minha irmã guardava suas bonecas Barbie quando éramos crianças. - Eu não tinha Barbies. - Todavia, meu nome está na etiqueta, e ninguém acha estranho que uma
mulher adulta tenha embarcado com uma valise onde está escrito "Barbie" e com figuras da boneca dos lados.
Verifico o fecho com cuidado e em. todas as repetições do sonho fico surpresa com esse gesto esquisito. Aquilo é um brinquedo de criança. O fecho é um pedaço de
plástico que não conseguiria deter nem sequer um peixinho dourado, mas sempre me sinto aliviada ao constatar que permanece fechado. É uma daquelas bolsas redondas,
que seriam uma caixa de chapéu se não fossem as dobradiças na tampa e a alça do outro lado.
E cor-de-rosa, como já mencionei. Cor-de-rosa!
Enquanto isso, as pessoas pegam suas malas, empurram carrinhos, e a área parece que vai explodir. Ergo os olhos bem a tempo de ver passar na esteira a mochila que
me acompanhou na aventura japonesa. É uma mochila de lona preta, bem batida, que exibe orgulhosamente a marca dos quilômetros viajados como condecoração.
Estufada e muito pesada, ela está cheia de coisas. Retiro-a da esteira, verifico se as etiquetas com o escudo dos Ursos de Boston e a bandeira do país do sol nascente
estão intactas.
Há uma pegada poeirenta nela, a marca de uma bota masculina, provavelmente de algum carregador do aeroporto. Bato na lona para livrá-la da marca, mas ela não sai.
Em seguida, a esteira trás um longo tubo de plástico com tampa de pressão, parecendo um imenso tupperware, que comprei na Ikea e uso no meu escritório para guardar
documentos. Só Deus sabe por que ele foi levado ao avião, mas nenhuma das pessoas estranha o fato. Está pesado de tão cheio, mas felizmente tem rodinhas. Luto para
tirá-lo da esteira sozinha, coloco a mochila em cima dele e carrego a caixa de Barbies na outra mão.
E aí vem a parte mais esquisita. Não sei se aquela bagagem é tudo que devo pegar. Não consigo me lembrar. Não estou com o tíquete, então não dá para ter certeza.
Fico parada ali, numa dúvida estúpida, esperando que a esteira pare de trazer novas malas de suas entranhas sombrias.
Essa parte do sonho é a que me preocupa mais, e sei que a essa altura me agito, me debato. Continuo acordando nesse ponto até hoje, porque se tornou uma reação condicionada
pelas cotoveladas que Neil me dava nas costelas quando, casados, dormíamos na mesma cama.
Dessa vez não acordei. Isso já acontecera uma ou duas vezes, mas saber o que vinha em seguida não tinha tornado a situação mais fácil de suportar.
Quando saio da área de bagagens, estou ansiosa. Não paro de olhar para trás, preocupada com a idéia de ter esquecido alguma coisa. É a paranóia clássica dos viajantes
- onde está minha passagem, passaporte, carteira, chaves -, só que multiplicada por cem. Olho para trás, através do vidro, enquanto ando pelo corredor lá fora, na
área de segurança.
E é então que a vejo. Uma bolsa daquelas que a gente usa por baixo da roupa, como esconderijo secreto. É de couro vermelho, minha, sei que é minha, e há algo importante
nela. Está sozinha na esteira rolante. Foi colocada bem depois das outras bagagens. É minha e estou do lado errado da barreira de segurança. Naquele momento, o terminal
está vazio. Não há mais ninguém saindo da área de bagagem, não há jeito de eu entrar de novo e pegar minha bolsa.
Não posso pegá-la.
Aterrorizada, colo o rosto no vidro para ver minha bolsa sumir no outro buraco escuro e fico ali até ela aparecer de novo. Bato no vidro quando ela passa sem esforço
diante de mim, grito, berro, mas não há ninguém ali para me escutar. E a bolsa passa mais e mais vezes, aparecendo e desaparecendo, um prêmio glorioso que não tenho
como pegar e que ficará para sempre fora do meu alcance.
Aí ergui os olhos e vi acima da esteira rolante a placa, que até então não notara:
ÁREA DE BAGAGEM EMOCIONAL.
POR FAVOR, ASSEGURE-SE DE QUE A BAGAGEM
QUE PEGAR É MESMO A SUA.
Acordei ofegante, o coração disparado, os olhos querendo saltar das órbitas. Eram onze horas da manhã, e as cobertas estavam enroladas em mim, molhadas de suor.
Deitei de novo e fechei os olhos, tentando estabilizar a respiração, enquanto imaginava o que aquilo poderia significar.
Eu? Bagagem emocional? Acho que não.
Ou, pelo menos, acho que ela está muito bem guardada lá no fundo do meu ser. É claro que não posso estar errada.


Assunto: só pose, nada mais

Querida Tia Mary:

Tudo que meu namorado queria era sexo, sexo, sexo e mais sexo! Eu sempre lhe perguntava: "Há algo errado em querer conversar?". Sim, há sim! Agora eu sei. De repente,
ele passou a apenas conversar quando estamos juntos. Blablablá e nada de ação.

:-/

Acha que ele está conseguindo a outra coisa em outro lugar?

Preocupada


Assunto: re: só pose, nada mais

Querida Preocupada:

O que acontece com vocês? Sexo, sexo e mais sexo - é tudo sobre o que me perguntam. Estamos falando de fixação. Quanto a você, há um velho provérbio, minha querida:
cuidado com o que deseja, porque poderá conseguir. Você acaba de provar que o provérbio está certo. Talvez seu namorado esteja se divertindo por aí. Talvez o relacionamento
entre vocês tenha mudado de nível. Talvez você deva ficar feliz por ter conseguido o que queria.

Tia Mary

Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary! Seu único recurso em netiqueta e aconselhamento: http://www.pergunte-a-tia-mary.com


Ah, sim! É evidente que notei a ironia do pequeno e-mail ter aparecido naquele momento particular.
A questão é que ficara tudo calmo, calmo demais na minha vida, desde o dia em que perdi a calma na cozinha da casa de James havia três semanas. Três semanas. É bastante
tempo. Ele mandou pelo correio o contrato que ficara de fazer para mim - que belo toque pessoal! -, sem nem mesmo um bilhete rabiscado a mão. O contrato ficou maravilhoso,
uma beleza mais que terrível com aquela infinidade de termos legais, mas fora elaborado para me proteger. E havia sido um gesto muito gentil. Talvez não fosse de
todo ruim ter uma raposa de estimação.
Girei devagar na minha cadeira ortopedicamente correta e soltei aviõezinhos de papel pelo loft todo. Uni, duni, tê, salame mingüe, um sorvete colore, James, James,
James Coxwell onde está você?
Como já deu para perceber, não estou acostumada a que as pessoas sigam em frente sem mim. Estava esperando que James ligasse, implorando que eu reconsiderasse. Não
de imediato, mas após alguns dias.
Ele não ligou. A essa altura, calculei que não ligaria mais.
Não estou acostumada com homens que conseguem resolver certos problemas sozinhos. E não me refiro apenas ao meu pai. Teve aquele... Como é mesmo o nome dele? Neil,
o caubói original, o eterno garoto de seis anos, o mestre incontestável de tirar o corpo fora das responsabilidades. Não foi o primeiro nem o último, mas me deu
uma ótima lição sobre como consertar os estragos em mim mesma. Todos e quaisquer estragos.
Mas deixa isso para lá!
Passei a vida toda tentando defender minha privacidade e independência, mas não fui bem-sucedida. Agora que chegara à completa solidão, de repente a paisagem que
vejo do meu loft deixara de me interessar.
E, sim, eu queria saber. Queria as fofocas e os detalhes. Beverly começara a freqüentar o AA? James a acompanhava? Dava para imaginá-lo arrastando a mãe até lá.
Deixando de lado o sentimentalismo revelado que me surpreendeu, ele me parecera o tipo de sujeito capaz de fazer a gente comer bróco-lis porque faz bem. Será que
ele e meus sobrinhos haviam mudado? Se assim fosse, era estranho eu nem sequer saber onde estavam morando.
E não só porque minha irmã poderia aparecer e precisar da informação. Começava a parecer improvável que Márcia aparecesse.
Aliás, eu estava um pouco preocupada com ela também. Minha irmã não era exatamente a rainha do manter contato e não éramos muito chegadas. Mas três semanas de sumiço
é muito tempo. Tenho imaginação muito boa e, no meio da noite, ficava fantasiando todo tipo de fim trágico para ela. Ninguém parecia ter acionado o alarme, se não
talvez ela telefonasse ou aparecesse.
Girei na cadeira e soltei outro aviãozinho, ansiosa, tentando me convencer de que não estava com a sensação de ter sido posta de lado.
Por que me sentir rejeitada agora? Eu é que havia pedido por isso, não? Ah, sim, obrigada por me lembrar.
Será que James fora devolver as compras de Márcia? Juro que pagaria um dólar para vê-lo em ação. Seria até capaz de apostar que fora devolvê-las, sim. Mostrara-se
mais que motivado a levar as coisas até o fim. Sim. Nos olhos dele havia surgido um brilho estranho quando lhe mostrei a nota fiscal com o preço daqueles sapatos.
Márcia conseguira deixá-lo furioso, talvez um pouco mais tarde do que pretendia.
A recordação me fez pensar em outro brilho que vira nos olhos dele em mais de uma ocasião. Ah, sim, o brilho que faz o Capitão C parecer uma pálida sombra de sua
fama de garanhão glorioso.
Sei que não devia querer fazer parte de nada disso.
Mas... sentia-me como Eva iria se sentir se não tivesse mordido a maçã.
Ela deve ter pensado que aquela não era uma boa idéia, que talvez fosse melhor ir embora... Mas qual seria o gosto daquele pomo? Ela nunca saberia se não o mordesse.
E quem seria capaz de parar depois da primeira mordida? Ela não iria querer mais uma?
Aquele silêncio me incomodava.
O que não quer dizer, no entanto, que eu ia ligar para alguém e fazer uma confissão. De jeito nenhum! Minha irmã e eu temos uma coisa em comum: acreditamos que,
quando a situação complica, o melhor é fazer compras.
Além do mais, havia uma celebração chegando, e eu precisava encontrar algo sensacional para vestir no Dia da Anistia. E sabia onde conseguir - minha amiga Meg tem
a melhor loja de roupas novas e usadas de Boston -, o que quer dizer muito e não apenas que tenho opinião tendenciosa. Lá não só encontraria algo único e possivelmente
ultrajante, mas também seria uma pechincha. Talvez não encontrasse na primeira tentativa, é verdade, e precisasse dizer a Meg o que procurava.
A perspectiva de ter algum contato social me animou. O fato é que eu vinha trabalhando muito nos últimos tempos e chegara à hora de dar uma parada. Havia sido bom,
trabalhara pesado e merecia ir a uma festa.
Pelo menos, tomar um café feito por outra pessoa.
Estava chovendo até canivetes, mas fui pulando as poças d'água, com pressa de chegar à loja de Meg.
O quê? Você está insinuando que eu me sentia solitária?
Morda a língua! Eu acho que NÃO. Adiar a compra só serviria para chegar lá quando todas as coisas boas já tivessem sido vendidas.
Tá. Essa é a hora do jogo da verdade. Cheguei ao ponto de conversar com uma pessoa no metrô, sem motivo algum. Um papo banal sobre o tempo. Com um perfeito estranho.
E fui eu que iniciei a conversa.
Talvez esteja mesmo perdendo o controle.
Comprei um café extragrande, recompondo-me mais a cada gole, e segui adiante. A pequena loja de Meg fica em uma ruazinha no North End, aninhada entre uma padaria
e um estabelecimento que vende comida italiana semipronta. No mínimo, a loja dela sempre cheira bem.
Parei diante da atulhada vitrina, segurando o copo duplo de café que fumegava. Não foi o vestido que me fez parar, mas o terno masculino atrás dele. Parecia-me familiar.
Seria possível?
Só podia ser. Eu tinha certeza de que era idêntico ao que James usava no dia em que fui ao escritório dele. Meu coração deu aquela acelerada idiota, mas achei ridículo.
O que sei sobre ternos masculinos?
Já a respeito de homens eu sabia o bastante para acreditar que James jamais levaria minha sugestão em conta e muito menos a seguiria. Abrir mão de seus brinquedos
e troféus? De jeito nenhum! Tudo, até que os meninos passassem fome, menos isso.
Meu coração ainda estava acelerado quando entrei com passos firmes na loja. Dizer que Meg parecia alegre era minimizar as coisas. Ela brilhava como um sol e, quando
me viu, gritou de alegria, correu para mim e me deu um abraço tão apertado que quase derramei o néctar divino.
- Ei! Esse café é do bom!
- Desculpe, desculpe, desculpe! - Eu devia ter avisado você de que Meg fala para caramba, sem nem sequer parar para respirar. A princípio, a gente fica tonta, mas
depois se acostuma. - É tão fascinante tão perfeito e não posso acreditar que seja verdade você não vai acreditar o que aconteceu na semana passada na segunda...
- O que foi?
Eu estava preocupada com meu aluguel porque as coisas estão lentas demais, na verdade tão mas tão lentas, que eu pensei em mudar para Cambridge. Mas aí eu não teria
o dinheiro para mudar porque querem que eu pague o primeiro e o último aluguéis antecipados e não tenho nem como pagar o aluguel daqui, então estava me sentindo
realmente para baixo...
- E aquele cara, aquele gostosão que é só um pouco mais alto do que a média, muito bonito por sinal trouxe uma tonelada de coisas de grife em perfeitas condições
para cá para cá! São peças totalmente perfeitas, tudo é mesmo perfeito. Veja!
Meg quase mergulhou numa arara com roupas masculinas e começou a me exibir as mangas de vários e maravilhosos paletós. Acariciou-os como se fossem bichinhos de estimação,
os dedos deslizando no tecido, tocando etiquetas e subindo até os próprios lábios num gesto de reverência.
- Este aqui é Gucci, este outro Ermenegildo Zegna e este um Boss e este mais um Zegna igualmente maravilhoso, sinta a textura! E a mistura de algodão com
seda, a pura lã, o corte europeu e a condição perfeita... tudo lavado a seco e oh!
Emoldurou o próprio rosto ruborizado com as mãos, sentou-se em uma banqueta e respirou fundo.
- Tive certeza de que ele tinha vindo ao lugar errado e lhe disse que provavelmente conseguiria um preço melhor na Keezer's mas ele insistiu... Ah sim, aquele
homem insistiu e então me propus a pagar pelos ternos preços que jamais deve ria ter proposto porque estão todos em tão boas condições e ele foi tão gentil que não
pude oferecer menos do que ofereço pelas roupas finas em consignação e, oh Maralys!, já vendi mais da metade!
Lágrimas desciam dos olhos da minha amiga, que uniu as mãos.
- Foi tanta sorte e tão perfeito que eu apenas soube que alguém estava olhando por mim. Então fui ler as cartas e imagine o que elas disseram?
Meg deu alguns pulinhos, como sempre fazia após uma boa leitura do de taro. Sorri e tomei mais um gole do café.
- O quê?
Ela separou as mãos e ergueu os olhos para o teto, procurando lembrar-se do que queria me dizer, palavra por palavra. Admirei-a ao notar como minha amiga lembrava
a Nossa Senhora da igreja que freqüentávamos todos os domingos, quando éramos crianças. Seus cabelos eram longos e loiros, levemente ondulados, e se espalhavam sobre
os ombros como delicada escultura de ouro. O rosto era de um redondo suave e tinha expressão muito doce; os olhos eram os maiores e mais sinceros olhos castanhos
do mundo.
Bem, exceto talvez os de Nossa Senhora.
- Um homem vai surgir na sua vida - ela me contou, maravilhada. - Sua sorte vai mudar espantosamente para melhor por causa da influência dele. Você vai entrar
num verão repleto de excelentes possibilidades. - Ela me deu um sorriso luminoso. - Não é ótimo? Acha que ele pode ser o Homem Certo? Daria para eu estar grávida
no verão!
Ri disfarçadamente e passei a olhar as roupas.
- Meg, no começo você sempre pensa que todo e qualquer terno é do tal Homem Certo. Precisa se livrar dessa idéia de que sua vida não pode ser completa sem um homem.
- Não é apenas um homem, mas o Homem Certo, Maralys! - Ela saiu andando atrás de mim, incluindo no meio do que dizia suas opiniões sobre as roupas que eu tocava.
- Não apenas um homem em minha cama mas um amante em minha vida. - Suspirou, arrebatada. - Ele é lindo, da alta sociedade, com os cabelos castanhos, é alto, definitivamente
alto, tenho de encurtar as pernas das calças dos ternos dele para um comprador, seus olhos são...
- Castanhos.
Meg piscou e ficou me olhando, surpresa a ponto de emudecer por alguns instantes.
- Como você sabe?
- É o meu cunhado. Minha irmã o deixou, e ele queria se desfazer das coisas dela. A maior parte é nova, e eu lhe disse que devolvesse às lojas e trouxesse tudo mais
para cá.
O rosto dela se iluminou outra vez.
- Maralys! Amo você! - Passou os braços no meu pescoço, exuberante como sempre, e me deu um beijo estalado. - Você me salvou!
- Bem, na verdade não... - Fiquei embaraçada com a demonstração de afeto, e a solidão que vinha sentindo nos últimos dias explicava o fato inédito de eu aceitá-la.
- Não acreditei que ele viesse mesmo.
- Você mente tão mal, Maralys! - Meg me deu um soco num ombro, e sorrimos uma para a outra. Ela abaixou a cabeça. - Ele é bonito.
- Mais ou menos...
Andei pela loja para ficar de costas para ela. Meg me conhece muito bem.
- Então, por que veio aqui? - Ela estava bem atrás de mim. - Para ver se ele tinha vindo?
- Não. Preciso de algo chocante.
- Chocante... quanto?
- Muito chocante.
Voltei-me e estalei os dedos, como se tivesse me lembrado da idéia que acabava de ter. Afinal, é impossível fazer uma celebração sozinha. Espaço era o que mais havia
na minha casa.
- Ainda bem que me lembrei! - prossegui. - Vou dar uma festa daqui a dois meses e você está convidada.
- Vai festejar o quê?
- Minha liberdade financeira. A libertação oficial do peso fiscal que Neil deixou nos meus ombros.
- Grande! Ah, claro que vou comemorar com você! - Meg fez biquinho, olhando ao redor. - Só que agora precisamos de dois algo chocantes.
- James trouxe alguma roupa de mulher?
É. Talvez eu estivesse mesmo verificando o que ele havia feito. Ou talvez só me sentisse tentada pela possibilidade de fazer uma boa compra.
Seria muito esquisito eu comprar uma das roupas deixadas pela minha irmã, e duvido que o tivesse feito, mas estava só imaginando, entende?
Meg pegou embalo de novo e saiu passando os dedos pelo estoque.
- Sim, algumas coisas novas como você disse e recém-
lançadas, mas eu as peguei porque serão fáceis de vender. Algumas já vendi, mas acho que você não vai gostar de nada porque é o tipo da roupa conservadora e não
é do seu tamanho. - Ela havia retornado ao modo habitual, falando sem respirar e franzindo a testa. - As peças de grife são terríveis
de reformar com todos aqueles forros e as costuras difíceis de imitar e não valem a pena a menos que você não possa viver sem alguma das peças. Deixe-me mostrar.
Ela pegou um vestido de noite, e nós duas torcemos o nariz.
- Quem iria imaginar um tecido nesse tom de castanho- avermelhado?
Meg estalou a língua.
- O nome da cor é salmão suave, Maralys.
- Como você sabe? Ela mostrou a etiqueta.
- E daquela butique esnobe na Mass que não aceita devoluções e por isso sempre tenho coisas deles. Algumas pessoas vêm aqui procurar as roupas deles porque
gostam do produto mas detestam a loja.
Eu conhecia a Butique Mass, apesar de nunca ter ido até lá. Surgiu em minha mente uma imagem de James naquela butique, falando muito sério sobre cacatuas bolivianas.
Comecei a rir e quase derrubei meu café.
- Qual é a graça?
- Nada. Bem, nada que eu possa explicar agora. - Meg me deu Aquele Olhar. - Está bem, não avisei meu cunhado de como é a Mass. Acho que preciso lhe pedir desculpas.
- E transmita a ele os meus agradecimentos mais efusivos e já que vai falar com ele pode lhe levar um cheque? Devo a James Coxwell um bom dinheiro e ele disse que
ia se mudar logo por isso não tenho seu endereço.
Aquela me pareceu uma atitude muito improvável no nosso garotão.
- O que ele mandou você fazer com o dinheiro?
- Disse que passaria por aqui, mas eu não esperava vender tanto tão depressa e ele pode precisar do dinheiro.
Olhei para o vestido de noite e lembrei-me de James ter dito que Márcia e eu tínhamos em comum a capacidade genética de irritá-lo.
- Então é melhor você esperar ele vir - aconselhei, sorrindo. - Agora, preciso de um vestido chocante.
- Vou lhe dar o vestido que escolher por ter me ajudado tanto. Pode pegar qualquer um.
- Ah, isso é que é inteligência, Meg!
- O quê?
- Você está à beira da falência e começa a dar mercadoria. Sabe que vou escolher o vestido mais caro.
- Provavelmente, você tem ótimo gosto.
- E posso pagar por ele. Economizei minhas moedinhas. Então não fale mais nisso.
Meg ficou me olhando um tempão, e fiquei seriamente desconfiada de que ia chorar. Ergui as mãos.
- Onde eu compraria se não aqui? Foi uma decisão egoísta da minha parte. Preciso da sua loja.
- Você não sabe mentir, Maralys. - Havia profunda afeição disfarçada na voz enrouquecida de Meg.
Engraçado, não comecei a cocar. Acho que nossos corpos são capazes de desenvolver algum tipo de imunidade básica contra esse tipo de coisa piegas. Meg me fitou com
ar cético.
- Mas vou encontrar para você o melhor vestido entre os melhores. Que cor de cabelo estará usando em Quinze de Maio?
- A cor que for necessária. Você escolhe.
- Gostei disso. - Ela sorriu e começou a procurar.
Passaram-se horas até eu sair de lá e mais tantas outras
depois disso. De fato, no final da madrugada foi que comecei a ficar assustada com a idéia da festa. Dúzias de pessoas na minha caverna, pegando nas minhas coisas,
pensando que eram minhas grandes amigas. Calma, aí. Quem mais eu poderia convidar?
Quem eu não deveria convidar?
Ah, sim. E quanto ao caso James?
O fato era que eu andava sentindo falta dos seus comentários incisivos. Ele era capaz de perceber meus blefes tão depressa quanto eu percebia os dele. Talvez esses
combates entre iguais estivessem me fazendo falta.
James não se encolhia nem fugia como Neil. O bom e velho Neil. Imaginei se ele ainda estaria em Baja, se teria feito mais uma dívida tão enorme quanto a que eu estava
quase terminando de pagar. Sim, fora uma grande idiotice minha ter optado pela comunhão de bens. A Receita Federal localizara meu CPF, e eu tivera que pagar o proverbial
"pato".
Era possível que àquela altura alguma outra garota infeliz tivesse acabado de perceber que estava com uma imensa dívida, cortesia do Neil, que partira de repente
para local desconhecido. Para mim, aquela era uma história tão antiga quanto a dos romanos para James.
E James, eu sabia, não era o tipo que deixaria sua sujeira para os outros limparem. Essa era uma qualidade apreciável, e uma mulher como eu tinha mesmo que gostar
desse detalhe em um homem. Ainda assim, se telefonasse para ele, estaria demonstrando fraqueza. Não era meu estilo. Enquanto enrolava para decidir, soltei aviões
de papel suficientes para encher um porta-aviões, todos de desenho excelente. A luz que emanava dos monitores coloria de tons preto-e-branco a esquadrilha da indecisão
espalhada nas tábuas do assoalho.
Aí, como sempre acontece, o telefone tocou, e o destino decidiu o que ia acontecer.
- Alô?
Um longo silêncio foi a única resposta. Abaixei a música, os cabelos da minha nuca erguendo-se como loucos.
- Alô? Tem alguém aí?
- M... - foi só um sussurro rouco, mas eu o reconheceria em qualquer lugar.
- Pai? Pai, o que aconteceu? - A histeria tomou conta de mim, e comecei a tremer. - Você está aí? Está tudo bem? - Saí correndo para pegar o casaco e abençoei os
telefones sem fio enquanto andava de um lado para outro do loft feito barata tonta. - O que foi, pai? Fale comigo!
- Eu caí - as palavras saíram de uma vez, num único impulso sem força que fez meu sangue gelar.
Não, não, não, isso não estava no roteiro que eu havia encomendado. Faça parar. Faça parar, agora!
- Tudo bem, pai, escute. Estou indo aí. Chego em dez minutos. Não se mova, não faça nada, não atenda à porta. Tenho a chave. Entendeu?
Ele não respondeu, e eu mal conseguia ouvi-lo respirando acima do estardalhaço feito pelo meu coração. Respirei fundo. Hora de esfriar a cabeça, Maralys. Mostrar-me
assustada só faria meu velho se assustar também.
- Está me ouvindo, pai? - indaguei em tom severo. - Porque, se estiver, é melhor me dizer que não vai fazer nada estúpido, como começar a sapatear em cima
da mesa como sempre faz. Quero encontrá-lo tirando uma boa soneca perto do telefone quando entrar aí, está bem?
Percebi um leve som que poderia ter sido uma risada.
- Está.
Ótimo. Ia ficar tudo bem.
Óbvio, não acreditei nessa possibilidade nem por um minuto. Foi por isso que corri o máximo que pude. Corri e me enfiei na frente de um táxi - os motoristas não
gostam muito de parar no meu bairro àquela hora, e o meu comportamento doido não serviu para tranqüilizar o homem.
- Meu pai. Ele é velho, caiu e preciso ir para lá - gritei pela janela do carro.
O taxista abriu a porta de trás, persuadido por minha aflição ou por minha possível insanidade. Sei lá.
O fato é que ele acelerou um bocado. Saiu cantando pneus e disparou, antes que eu fechasse a porta. Não há como deixar de amar um estranho que faz tudo para ajudar.
- Você ligou para o resgate?
Enfiei nos bolsos as mãos fechadas com força e fiquei olhando passar as vitrinas escuras da cidade adormecida.
- Espero que não seja nada tão grave - sussurrei.
O motorista me lançou um olhar pelo retrovisor, e eu sabia que minha atitude dizia que aquela esperança era muito remota.
- Pode não ser assim tão grave - repeti e fechei os olhos.
Isso aí, Maralys. E a lua é feita de queijo suíço. Por que não se serve de um pedaço?
O sábio taxista me passou seu celular, e liguei.

Assunto: adolescentes
Querida Tia Mary:
Minhas filhas estão me deixando louca. Não me escutam. Não fazem o que lhes digo para fazer. Vestem-se como vagabundas e ficam na rua metade da noite. 0 que posso
fazer além de gritar até ficar rouca todos os dias?
No Fundo do Poço
Assunto: re: adolescentes
Querida Fundo do Poço:
Em supremo sacrifício por essa coluna de aconselhamento, que então não passava de um brilho nos olhos dela, Tia Mary removeu e queimou seus órgãos reprodutores,
só para ter certeza de que poderia adquirir muita experiência sobre relações sexuais sem precisar aprender absolutamente nada sobre crianças. Esse gesto altruísta
foi feito para que todas vocês pudessem colher os benefícios da minha sabedoria.
O que quer dizer: só você pode decidir como sair dessa. E está me devendo uma. Tia Mary
Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary!
Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:
http://www.pergunte-a-tia-mary

Então lá estava eu sentada na sala de espera do Hospital Mass General. A realidade é que não sou muito fã de hospitais, e o Mass General é o que menos me agrada.
Lembranças ruins de verdade. Eu me sinto mal só de entrar lá.
Mas que escolha tinha?
A dra. Moss estava no hospital e foi ver meu pai. Não perguntei o que ela fazia lá no meio da noite, por que parecia tão abatida, e apenas escutei o prognóstico.
Papai tinha lascado o osso da bacia ao cair e, apesar de não haver fratura, sentiria muita dor até se recuperar. A doutora achava que ele não podia mais morar sozinho,
e pensei que ele morreria se perdesse a independência.
Impasse.
Ela sugeriu todas as opções habituais de asilos, de casas de repouso e enfermagem para idosos, mas eu sabia que papai só sairia da sua casa em um caixão. Todavia,
não consegui dizer isso, porque ainda estava em choque por tê-lo encontrado enrodilhado no chão da cozinha, frágil como um passarinho, e o telefone apertado entre
as mãos.
A ambulância chegara logo depois de mim, o que foi ótimo, porque, naquele momento, eu não conseguiria lembrar que número teria de discar para pedir remoção. Os dólares
que gastávamos com o convênio médico haviam funcionado. Que Deus os abençoe!
A questão era que eu compreendia meu velho. Se escolhesse qualquer uma das opções da doutora, seria como lhe dizer que não tinha mais condições de ser um adulto,
e ele morreria por isso.
Eu dava o devido valor à determinação de papai de continuar na luta. No entanto, sua dignidade me parecia pouco para garanti-lo, e, ao mesmo tempo, parte de mim
insistia em que deveria protegê-lo da própria fragilidade.
Dele mesmo.
Estou sabendo. Qualquer pessoa com o mínimo senso de independência consideraria insultante esse meu impulso. E insultava a mim mesma só de pensar naquilo. Então
me sentei e fiquei remoendo o problema.
Papai estava sedado e dormia desde que a morfina pusera um ponto final em seus flertes com as enfermeiras e na insistência em afirmar que estava bem. Tudo fora resolvido,
mas eu não tinha coragem de ir para casa. Por isso, me sentei na sala de espera, tentando entender minhas emoções conturbadas.
Na sala não havia sequer uma revista, o que era pior que revistas ruins. Impossibilitada de fugir dos pensamentos, me deixei levar por eles e dei um pulo quando,
de repente, James sentou-se ao meu lado.
- Olá.
Ele agia com a maior calma, como se tivéssemos nos entrando por acaso no supermercado, e não na ala geriátrica de um hospital, às três e quarenta e cinco da manhã
de uma quinta-feira. Parecia cansado, mas sorriu para mim.
Meu coração saltou como se quisesse sair do peito. Não ajudou quando a perna dele encostou na minha. Estava outra vez de jeans e com uma camisa que parecia ter apanhado
no chão, os cabelos penteados com as mãos... Aqueles detalhes e a preocupação que transparecia em seus olhos explicavam por que estava ali.
James era terrivelmente atraente. E não consigo resistir a homens que fazem a coisa certa, ainda mais quando estou no fundo do poço.
- Como ficou sabendo?
- ligaram-me aqui do hospital. - James respirou fundo e soltou o ar com lentidão. - Seu pai está bem?
Dei de ombros.
- Lascou o quadril e está muito orgulhoso da proeza.
Vai sair dessa, mas não querem que ele fique sozinho em casa.
James me olhou com atenção, sem dúvida notando todo tipo de nuances da minha resposta.
- Disseram que tinham me ligado porque ele estava sozinho em casa.
- O quê? Sei! Para quem foi que ele ligou quando levou o tombo? - Dei uma risada que soou um tanto histérica. Minha voz erguia-se a cada sentença. - Quem
o levantou do chão? Quem veio na maldita ambulância com ele? Será que sou invisível?
James colocou a mão sobre a minha e a apertou, sem dizer nada.
Procurei normalizar a respiração, fechei os olhos, e por um instante saboreei a sensação de não estar sozinha. Então tirei a mão debaixo da dele, cruzei os braços,
impressionada por descobrir que estava tremendo, e tratei de fazer cara de brava. Surpresa.
- Quero dizer, burocracia é uma coisa, mas isso foi ridículo - desabafei.
- Acho que a enfermeira foi bem-intencionada - disse James. - Seu pai lhe disse que estava sozinho e a fez pegar meu telefone no bolso da calça dele. Telefonei para
ele ontem à noite e lhe dei meu novo endereço.
- Ah...
Fiquei olhando a parede em frente, com um nó na garganta. Queria estar acostumada com as artimanhas de papai mas elas sempre me perturbavam.
- Ele deve estar confuso, Maralys - justificou James suave.
- Sei, confuso! Papai foi quem me ligou e sabe mui:; bem que estou aqui. Acontece que não sou boa o bastante para o gosto dele, apesar de prestar para resolver suas
confusões - Levantei-me e fui para a porta, deixando minha amargura transparecer um pouco mais que o habitual. - É sempre a mesma merda!
James não falou. Talvez me achasse certa ou, quem sabe pouco estava ligando, já que eu não estava no clima de aceita pontos de vista alternativos.
Pouco me importava. Fui até o final do corredor e olhe: para a cidade com as mãos enfiadas no bolso. Engoli as lágrimas, chamei a mim mesma de maria-mole e retornei.
Larguei o corpo na cadeira ao lado da dele.
Era bom ter companhia. Como James parecia não ter intenções de se mexer e eu não tinha intenção de mandá-lo embora, resolvi puxar conversa.
- Então, vocês se mudaram...
Eu não ia demonstrar que ficara desapontada por ele não ter me comunicado a mudança, porque tinha dito que não queria saber. Se admitisse que queria, ele poderia
tirar conclusões erradas. Eu não queria saber, apesar de me esquecer disso de vez em quando. Era só para Johnny ficar tranqüilo. Nada mais.
James deu um sorriso forçado. Parecia exausto.
- É, mais ou menos.
- Como assim?
Ele balançou a cabeça, e a careta que fez lhe deu ar de menino.
- Eu não tinha idéia de quanta tralha juntamos naquela casa.
Sorri, apesar de tudo.
- O desemprego está servindo para alguma coisa.
Ele riu e se recostou. Em seguida, esticou as pernas, cruzou-as à altura dos tornozelos e fechou os olhos.
- Seria capaz de dormir por uma semana. Estou com dor em músculos que já nem sabia que existiam.
- Ah, isso faz bem.
Ele sorriu e mal entreabriu os olhos, que se tornaram duas rendas brilhantes.
- Está entoando aquela sua ladainha que diz O que não mata engorda, Maralys? Conhece alguma outra?
Resisti à tentação de sorrir também.
- Não, não conheço. Como foram as devoluções?
Ele balançou a cabeça, preocupado, e por um momento pensei que minha sugestão não havia dado certo.
- Sabe que há uma falta incrível de cacatuas bolivianas nessa cidade? É incrível!
Dessa vez, tive que dar uma boa risada.
- Putz! - entrei na brincadeira. - Era a única coisa que ela queria como presente de aniversário. O que você poderia fazer?
- Pois é. Ela teve toda razão de ir embora.
Rimos, porém eu estava surpresa por ele conseguir fazer piada com o abandono da minha irmã. Concluí que tudo havia realmente acabado entre eles fazia muito tempo.
E isso aí, pensei feliz. Era agradável estarmos conversando. Era fácil e estimulante. Eu me sentia muito melhor do que alguns minutos atrás, apesar de nada ter mudado.
Certo, agora havia um homem atraente flertando comigo. Essa é que era uma boa mudança. E, sim, sou mulher o bastante para gostar disso.
- Você está me devendo uma, por sinal - disse James, em voz baixa e insinuante.
- Pelo quê?
- Por não ter me avisado sobre a loja na avenida Mass.
Dominei o impulso de sorrir.
- Não deu certo? - perguntei com toda a inocência que pude aparentar.
O olhar que James me deu era um aviso de que não estava se deixando enganar. Comecei a rir, mas ele meneou a cabeça, personificando a solenidade.
- Eles poderiam ganhar uma fortuna engarrafando toda aquela arrogância e vendendo-a para advogados usarem no tribunal.
- Isso é piada? - indaguei. Mas prestei atenção no rosto de James e não vi nem sinal de risada. Ainda assim, pensei no ratinho indefeso e tive a clara sensação de
que ele estava brincando comigo.
- Não pode ser. Todo mundo sabe que não tenho senso de humor. - O sorriso dele foi tão maravilhoso quanto a luz do sol após uma tempestade. - Peguei você! - Seus
olhos brilhavam.
- Bobagem! Não me enganou nem por um minuto.
James me fitou com superioridade.
- Conversa fiada, Maralys. O que vai fazer quando finalmente alguém pagar para ver o seu blefe?
Aquele olhar de lado pareceu atear fogo em mim, e não consegui pensar na resposta. Na realidade, não consegui pensar em nada, a não ser em se James pretendia fazer
com que eu colocasse as cartas na mesa. Sem se importar com o que eu faria depois.
Tentei lembrar a. nós dois qual era a ligação que nos unia.
- Você soube da Márcia? Ela está bem? Ele riu.
- Lá vem você protegendo seus parentes outra vez.
- Não é isso!
- Claro que é. - Com os cotovelos apoiados nos joelhos, ele me observou por um instante. - Vamos, admita. Está preocupada com sua irmã, não é? Há uma pequena abertura
na sua armadura? Alguma preocupação vestigial com seus parentes? Vá em frente e confesse, Maralys. Seu segredo estará seguro comigo.
- Bem... - Inquieta, me ajeitei na cadeira. - O mundo lá fora é grande e assustador. Há muito maluco solto por aí. Quem não ficaria preocupado?
James assentiu, depois desviou os olhos.
- Fique tranqüila. Parece que ela tem telefonado para seu pai.
Humm. Procurei imaginar como James se sentia a esse respeito. Por mais mortos que os sentimentos estivessem entre eles, era um insulto Márcia falar com o pai, e
não com o marido. Outra coisa: ela deveria estar preocupada com os filhos. Por que não ligara para eles, pelo menos? Lembrei-me da ansiedade do Johnny e senti uma
nova onda de raiva da minha irmã.
- Onde ela está?
James deu de ombros.
- Não sei. Não perguntei. Evidentemente, está bem. Fez a sua escolha e estamos todos seguindo adiante.
Estranhei aquela falta de interesse. Olhei-o e toquei-lhe o braço com suavidade.
- A situação se tornou muito ruim, não é?
- A situação entre nós sempre foi ruim, Maralys. - O calor daquela resposta me pegou de surpresa. Ele parecia se sentir enganado. - Foi uma situação ruim desde o
dia em que nos casamos. Acho que já era bem ruim antes disso... Eu tentei, tentei de verdade. Você tem que acreditar. O casamento é importante, mas minhas tentativas
de mantê-lo nunca foram suficientes para resolver a situação. Nunca fui capaz o bastante para isso, porém insistia em acreditar que as coisas iam melhorar... Tinham
que melhorar com o tempo.
- E não melhoraram.
James acenou que sim com a cabeça. Apenas uma vez, mas com ênfase. Caso encerrado. Solilóquio terminado.
- Então por que vocês não se divorciaram?
Ele suspirou.
- A princípio, porque eu pensava que o casamento tinha que ser para sempre.
- Para o melhor e para o pior. Ele assentiu.
- E pensei em nossos filhos.
- Que vocês não encontraram no bico de uma cegonha... -Acho que pensamos que filhos tornariam as coisas mais fáceis entre nós, que era o que estava faltando.
- E?
- O fato é que a vinda deles complicou ainda mais nossa vida e acrescentou obrigações que tornaram mais difícil pensar em separação. Pelo menos para mim.
Pensei que seria melhor para as crianças se ficássemos juntos. Era a ilusão de ter uma família normal... Queria que eles sentissem segurança, não importa quão isso
estragasse minha própria vida. Afinal, eu havia feito minha escolha e teria de conviver com ela.
- Herói sacrifica toda chance de felicidade em prol dos filhos!
- Pode fazer piada quanto quiser, Maralys, mas essa é uma coisa importante para mim. A maior obrigação de um ser humano é criar direito os filhos.
- Mesmo sacrificando a própria vida?
James encolheu os ombros.
- Parece que é assim que deve ser. E, se quer saber, os pais não se importam de negar algo a si mesmos desde que possam dar a melhor chance aos filhos. Talvez
seja natural em ser bom pai querer deixar algo duradouro a eles. Viver já é duro, mesmo quando não temos dúvida sobre o apoio dos pais.
- Imagino que você tenha passado por isso.
- Não se esqueça de que cresci em uma família que parecia maravilhosa, para quem a via de fora, mas era uma baginça por dentro. Talvez eu tenha me convencido de
que delia ser assim.
- Mentiroso.
E lá estava aquele sorriso triste de novo.
- Certo, talvez Márcia e eu tenhamos avaliado mal nossa capacidade de esconder a verdade dos nossos filhos.
- Meus sobrinhos são espertos.
- E eu não sei? Pelo menos, essa é a coisa boa na história toda.
- Você os deixou sozinhos esta noite?
- Não, apesar do Jimmy estar louco para assumir alguma autoridade. Philippa e Nick foram nos ajudar com a mudança e decidiram passar a noite em nossa casa.
- Sua irmã?
- Sim. Ela está grávida e adormeceu no sofá por causa do cansaço. Nick não quis acordá-la para enfrentar o trajeto de volta a Rosemount.
- Você gosta do seu cunhado.
Dera para perceber isso no modo como James falava de Nick. Ele deu de ombros.
- Julguei Nick pela aparência durante muito tempo, mas ele me mostrou que esse peso e essa medida são errados. É bom para Philippa, ama-a de verdade e a faz
feliz. E isso que realmente conta.
Com um leve suspiro, James entrelaçou os dedos das mãos e deduzi que a escolha de sua irmã não havia sido aprovada pela família. A determinação de passar por cima
de preconceitos marcava muitos pontos a favor dele.
Mudei de assunto, querendo livrá-lo da tensão.
- Jimmy quer ter autoridade? Como assim? Ele acha que com dez anos já é adulto?
James torceu o nariz e em seguida bateu num bolso. Percebi o volume de um celular e um brilho fraco me informou que estava ligado.
- Ele está cansado do controle pelo celular. Considera-se bom demais para aceitar essas neuroses de pais. E acho que está cansado de mim.
Sorri, porque aquela reação lembrava bem minha rebeldia.
- É que você deve ser muito mais difícil de dobrar que Márcia.
- E por causa da mudança. Fico o tempo todo me lembrando de que Jimmy está se rebelando contra ela e de que sou eu que estou fazendo tudo acontecer.
Enquanto falava, meu cunhado se inclinou para a frente, e eu sabia que não era fácil ficar se lembrando daquilo sem parar.
- Não pode ser tão ruim assim.
- Você acha? - James me fitou com os olhos brilhando. - A pior parte é saber que não estou ajudando meus filhos. Cada vez que lhes digo alguma coisa, escuto Robert
Coxwell na minha voz. Cada vez que tento discipliná-los, cada vez que digo "não" e eles reagem com ressentimento, tenho medo de estar repetindo os erros do meu pai,
de estar transformando Jimmy e Johnny em pessoas que não querem ser, em homens que eu não quero que sejam.
Cruzou os braços e não escondeu a frustração de ser pai.
- É pior ainda quando eles me desafiam por qualquer coisinha e forçam a situação para ver quais são os meus limites. Lembrá-los de que devem usar meias provoca
uma crise global, com ameaças de lançamento de mísseis nucleares. Dizer que não se atrasem na escola faz de mim o déspota malva
do e o pior pai do planeta.
James esfregou a ponta do nariz, e percebi que os eventos recentes estavam lhe causando violento estresse. Aquele seu jeito de agir como se tudo fosse fácil fazia
quem olhava de fora se esquecer das violentas mudanças que ele enfrentava.
- Há manhãs - admitiu com voz desanimada - em que a idéia de afogar Jimmy nos flocos de milho me parece um ótimo investimento financeiro.
- O quê?
- Uma faculdade a menos para pagar.
- Você não faria isso.
- Não, não faria. - James respirou fundo. - Mas pensar nisso me assusta, Maralys. É um horror reconhecer um eco das atitudes duras do meu pai em mim.
- Tecnicamente, ele não é seu pai.
Eu me vi na obrigação de recordar-lhe esse fato, e a impaciência se espelhou outra vez no rosto dele.
- Robert Coxwell me criou. Instilou valores em mim. Pagou minha educação, minhas roupas, a casa onde morei, usou suas conexões para iniciar minha carreira e ajudar
a elevá-la. Se é ou não meu pai biológico, pouco importa: é o único pai que conheci.
- E você não pode aprender com os erros dele?
- Seria de esperar que sim. - James olhou para o chão. - Mas até agora só consegui ser durão e disciplinador.
E ficamos ali sentados, em silêncio. Eu compreendia, mas não sabia o que dizer para suavizar a tensão dele. Afinal, não tenho qualquer experiência em criar filhos,
então palpites nesse departamento estavam fora da minha alçada.
Coloquei minha mão sobre a dele, para demonstrar compreensão pelo desafio que enfrentava. Permanecemos em silêncio por longo tempo.
- Você acha - ele perguntou em voz baixa, sem olhar para mim - que as pessoas com maior dificuldade em dizer o que sentem são as que sentem com mais intensidade?
Como se fossem as únicas que de fato sabem o que significa amar alguém? Como se tivessem que manter as defesas armadas
porque se preocupam demais e têm muito a perder?
E James virou a cabeça de repente e me olhou, avaliando minhas feições, procurando no meu rosto algum indício de compreensão. Não consegui desviar o olhar. O mundo
inteiro sumiu a nossa volta e não havia mais nada, a não ser aquela pergunta.
Eu sabia do que ele estava falando. O mais impressionante é que naquele momento não senti impulso de negar. E foi bom, porque desconfiava de que James poderia ler
a verdade em meus olhos.
Bem, mais tarde eu pensaria nisso.
- Os corações mais vulneráveis têm, em geral, os escudos mais fortes - sussurrei.
Ficamos olhando um para o outro, duas almas amordaçadas que não podiam admitir a verdade.
- Ou talvez os mais medrosos gritem mais alto - acrescentei, procurando brincar para desfazer o clima denso, e retirei a mão.
James desviou os olhos e tornou a cruzar os braços. Seu ombro esbarrou no meu, o que voltou a provocar fervura no meu corpo todo. Ele indicou a direção do quarto
do meu pai antes que eu encontrasse o que dizer.
- Quando vão mandá-lo para casa?
Agarrei-me à mudança de tema como uma mulher se afogando agarraria a corda que lhe jogassem.
- Eles não querem que papai vá para casa. A médica quer que ele vá daqui direto para uma clínica de repouso ou para algum lugar onde haja cuidados médicos.
- Bem, não dá para ele morar com você - James falou como se não houvesse a menor possibilidade disso acontecer.
Apesar de eu concordar, não gostei do tom em que aqui-Io foi dito.
- Acha que sou incapaz de cuidar do meu pai?
- Ele não conseguiria lidar com o elevador, odiaria o bairro, estaria longe dos amigos e dos médicos. Os horários de vocês são diferentes, e você não conseguiria
trabalhar. - Comecei a protestar, mas James ergueu um dedo. - E, além disso vocês dois se matariam se ficassem no mesmo espaço confinados por algum tempo. Seja realista,
Maralys. Pode pagar o tipo de cuidados de que seu pai precisa? E ele pode? Olhei para minhas botas.
- A casa em que papai mora é tudo que temos.
- Foi o que pensei.
James franziu a testa e ficou olhando para a parede em frente, pensativo.
Fiquei tentada a deixá-lo resolver o problema, o que me assustou, por revelar quanto eu confiava nele. Quer dizer, em geral, resolvo tudo sozinha, porque sei que
assim tudo será feito como se deve. Mas James vinha demonstrando incrível habilidade em manejar os acontecimentos de forma razoável e o mínimo de confusão. Ele havia
perdido o emprego, a herança, a mulher, o dinheiro e a casa, mas a não ser por uma compreensível frustração parecia estar se saindo muito bem.
Uma enfermeira se aproximou; seus sapatos rangiam no linóleo, e o barulho ecoava alto no silêncio do hospital. Sorriu rápido para nós e seguiu para o quarto do meu
pai, empurrando o carrinho. Olhei para o relógio. Eles estavam conferindo os dados vitais dele a cada duas horas.
Não dissemos nada, os dois muito conscientes de que o futuro de papai não seria algo fácil de resolver. A enfermeira saiu momentos depois, sorriu-nos de novo e foi
para o quarto seguinte.
- Então, quais são as novidades? - perguntei, sentindo o peso do silêncio entre nós e pronta para uma mudança de assunto.
- Sem novidades, além da descoberta de que sou péssimo pai. Mas já falamos disso.
Dei-lhe um soco de brincadeira no ombro, sabendo que ele merecia mais de um.
- Não seja tão duro consigo mesmo. Está nesse papel duplo há apenas algumas semanas.
James fez uma exagerada expressão de surpresa.
- Não acha que já passou da idade de beijar meninos incautos e depois fazê-los chorar?
- Síndrome de Peter Pan! - Dei uma risada e vi que a covinha estava começando a aparecer. - Não vou crescer nunca. Política da casa.
- Mentira. Você é mais adulta que qualquer mulher que conheço.
Aquilo não me pareceu um elogio.
- E o que isso quer dizer?
- Que você se importa com o que acontece. Que não espera nada e dá muito. Que aparece, faz o que é preciso e desaparece. - Ele me olhou meio de lado. - E desconcertar-te
você ser tão auto-suficiente, se quer saber o que penso.
- Por quê? Eu deveria ser uma daquelas frágeis vitorianas que gritavam "Salve-me, salve-me"? - Revirei os olhos, horrorizada com a idéia.
Ele riu com vontade.
- Tenho enorme dificuldade de imaginar essa cena.
- E qual o problema em ser auto-suficiente? Você é melhor nisso do que eu - retorqui, sem nenhuma intenção d£ fazer a mínima confissão. - Olhe o que já realizou.
Veja tocai as mudanças que está fazendo e com que facilidade!
- Alguém tinha de fazer.
- Eu não esperava que você mudasse tanta coisa na sua vida, e tão depressa. Não achei possível.
- Eu ou qualquer outra pessoa? Sacudi os ombros.
- As duas opções.
- A gente faz o que é preciso fazer. E se existe alguém capaz de entender isso é você. Segui seu conselho, fiz minha lista e a conferi duas vezes. Está dando certo.
- Até parece que sei o que estou fazendo.
- É, sabe mesmo.
Nossos olhares se encontraram por um longo e vibrante instante. Passei a língua pelos lábios sem perceber o que fazia. E James me olhando. Juro que os olhos dele
ficaram mais verdes enquanto me fitavam.
- Vi seus ternos - sussurrei. Ele fez um gesto de desdém.
- Para o que me serviriam agora?
- Você está acostumado a se vestir daquela maneira... -
Passei a mão no braço dele, como se precisasse retirar um fiapo,
mas é que tinha urgência de fazer contato, mesmo por alguns
segundos. - Essa não é sua aparência, pelo menos não era.
Um brilho de impaciência passou pelos olhos de James.
- São apenas roupas, Maralys, coisas. As coisas vêm e vão, e, no fim, o importante, mesmo é como somos por dentro, o que fazemos e como deixamos nossa marca no mundo.
- Hum! Será que estou sentindo cheiro de crise de meia-idade? É, está na hora.
- Talvez se trate da correção do rumo para a meia-idade. - Dessa vez, o olhar dele parecia enxergar dentro de mim. - Ou vai ver que você não está acostumada com
homens adultos.
- Como assim?
- O canalha com quem você se casou queria uma mamãe, não uma companheira. - O olhar de James tinha tanta intensidade que parecia um contato físico. - Você é muito
independente, Maralys, e muito esperta. A maioria dos homens não saberia o que fazer com você, apesar de a achar atraente.
- Tocou de leve o canto da minha boca com a ponta de um dedo. - Essa boca e tudo o mais.
- O que há de errado com a minha boca?
- Apenas o que sai dela. Você cospe fogo, Maralys, só para manter todo mundo a distância.
Torci o nariz.
- Mas parece que essa jogada não funciona com você.
James riu suavemente, e o som grave fez meu coração acelerar.
- Você não se parece com ninguém que já enfrentei no tribunal. - Ele voltou a se recostar na cadeira e deu para sentir sua tensão; estava por dizer algo de
que eu não iria gostar.
- Talvez você devesse sair com um homem, para variar. Um adulto.
- E isso faria diferença para você?
Fiz a pergunta sabendo muito bem o que ele estava querendo dizer, e a perspectiva era mais interessante do que imaginei que seria.
- Uma grande diferença.
Ele se aproximou, encostando o ombro no meu. Estávamos sentados com os braços cruzados e as pernas esticadas, uma sobre a outra, na região dos tornozelos. Alguém
que passasse poderia pensar que éramos velhos amigos, mas havia uma vibrante eletricidade entre nós.
Notei que as mãos de James estavam morenas e sem marca de aliança. Eram mãos impressionantes... Eu já disse isso? Sempre as considerei atraentes. Olhei-as e deixei
aquela sensação crescer dentro de mim. As pernas dele também são longas. Há alguma coisa de incrível nos homens altos.
Em uma gaveta muito distante dali, o Capitão C estava ficando com ciúme.
- Quando foi à última vez que alguém a escutou, Maralys? - perguntou ele suavemente. - Escutou você de verdade, sabendo que valia a pena prestar atenção no
que dizia?
A resposta era "nunca", e ele sabia disso. Então fiquei de roca fechada.
- Quando foi a última vez que um homem fez algo que
você pediu que fizesse?
Consegui conter minha língua.
- Ou resolveu os próprios problemas em vez de esperar que você os resolvesse para ele? Quando foi a última vez que saiu com um homem que não precisasse de você para
amarrar os cordões dos sapatos para ele? Vamos. Admita.
- Nunca vou admitir, e você sabe disso! O que importa o tipo de homens que me atrai?
- Bem, vai ver que você prefere homens que, na realidade, são meninos. Talvez goste de ficar no comando. Talvez não queira confiar em alguém para não perder o controle.
- James virou-se para mim, sem esconder a ansiedade. Estava me desafiando, e me aprontei para enfrentá-lo. - Talvez você tenha medo de encontrar alguém do seu nível.
- Não é provável - declarei, mas minhas palavras não tiveram o peso que eu queria.
James sorriu de maneira ameaçadora e não consegui desviar os olhos, por mais que tentasse. Fitou meus lábios.
- Aquele beijo foi mesmo tão quente quanto me lembro? - indagou.
Minha boca ficou seca.
- E evidente que você tem imaginação muito fértil - comentei, com esforço.
- Ah! Isso é verdade - concordou ele. - E ela tem um tema constante. Talvez seja melhor dizer que ela tem um personagem constante.
James se calou e ficou me observando por um minuto, talvez esperando que eu dissesse ou fizesse algo. Mas não disse nem fiz nada. Ele inclinou a cabeça, e seus lábios
apenas tocaram os meus.
Foi um beijo incrível. Suave, porém exigente, e tão delicioso que eu quis mais. Muito mais. E tinha que ser naquele momento.
Comecei a me virar para fazer o beijo se tornar do jeito que eu desejava. James também se pôs de frente para mim. Aí, nós dois nos esquecemos de onde estávamos e
por quê; esquecemo-nos de quem éramos.
Meu pai resolveu o problema.
- Estou com sede! - gritou, numa versão suavizada do seu tom habitual, e tossiu. - Estou com sede!
Interrompi o beijo e saltei de pé. James também se levantou e me ajudou a manter o equilíbrio, pondo a mão nas minhas costas. Acho que disse meu nome, mas não tenho
certeza, porque saí correndo, querendo ficar longe dele. Entrei no quarto do meu pai como se estivesse bêbada, tal a pressa que sentia de colocar alguma distância
entre nós.
Eu tinha lembranças demais e fiquei chocada por ter sido tão fácil aceitar o beijo de James e esquecer tudo o mais ao nosso redor. Era perigoso se perder em outra
pessoa, em especial em alguém que você não deveria estar beijando e de quem não conhecia os motivos para agir daquele modo.
Não, era preciso encher o fosso de água e fechar os portões imediatamente.
Achei o copo com água e coloquei o canudinho entre os lábios secos do meu pai, minha mão tremia como se estivesse na contagem zero de uma explosão nuclear. Ele estava
muito pálido e com as pupilas dilatadas por causa dos analgésicos. A luz no quarto era difusa, pensei, talvez procurando uma desculpa para sua aparência abatida.
Papai sorriu, realmente sorriu para mim, e meu coração só teve tempo de se encher de gratidão antes que ele estragasse tudo de novo.
- Eu sabia que você viria - sussurrou, erguendo a mão até meu rosto. - Diga a Mary Elizabeth que vá para casa. Você vai ficar comigo. Você é tudo de que preciso.
Meu pai deve ter visto como fiquei chocada, mas sorriu de novo, e de um jeito beatífico, como se fosse um anjo.
Você já deve ter ouvido falar da proverbial gota d'água que faz o copo transbordar. No caso, o modo como recebi a mensagem foi mais como um balde de água fria. Não
importava se papai nos confundia ou não, o fato é que queria minha irmã a seu lado, não a mim, e os sedativos o faziam dizer a verdade.
Deixei o copo na mesinha-de-cabeceira e saí do quarto. Aquilo já era demais. Decidi ir embora.
- Maralys! - gritou James.
Não respondi. Não ia voltar por causa de ninguém. Não naquele momento. Nem nunca. Os portões estavam fechados e bem protegidos, o castelo se tornara inviolável.
Peguei minha jaqueta sem perder o passo e segui adiante. Percorri o corredor, passei pelo balcão das enfermeiras sem ver para onde ia, as lágrimas acumuladas nos
olhos e dificultando a visão. Era dirigida pelo piloto automático e saía da vida do meu pai. Estava entorpecida, pelo menos durante o tempo que levei para chegar
ao elevador.
Parei e, enquanto esperava, comecei a tremer. Eu tinha sido incrivelmente idiota pensando que devia muito a meu pai, que com minhas atitudes poderia mudar a cabeça
das pessoas, achando que todos nós devíamos uns aos outros alguma coisa que ia além do parentesco e do respeito.
A tal gota d'água caíra como uma bomba, uma bomba altamente explosiva que despedaçara por completo o copo.
- Maralys!
Que se danassem todos! Eu ia voltar para Osaka.
O elevador estava demorando demais. Ouvi os passos de James e, num impulso, corri para a escada. Descia mais e mais depressa a cada andar, os saltos dos sapatos
fazendo barulho no pavimento. Era bom correr, sentir o sangue pulsando nas veias, os pulmões funcionando à toda. Era bom olhar por cima do corrimão e saber que poderia
cair para a morte.
Gostei de sentir o gosto da minha mortalidade.
Não sei quanto tempo levei naquela escada. Nem mesmo me lembro de quantos andares desci. O fato é que despencar degraus abaixo me fez ficar ainda mais determinada
a viver cada momento ao máximo, a pegar o que bem quisesse da vida, e que os outros se danassem! Todos! Não queria mais saber de deveres, de obrigações e de preocupações
com o futuro.
Durante anos eu achara que vinha agindo dessa maneira, mas era tudo mentira. Muita conversa fiada, como James dizia, porque minhas ações eram exatamente as de uma
filha dedicada.
Boa garota católica, eu jamais convencera qualquer pessoa do que realmente era, por mais que tivesse tentado. Uma dor esquisita, dormente, apertava-me o peito por
ter que encarar a realidade: meu pai nunca me amaria pelo que eu era. Tratei de reagir, empurrei a verdade para longe de mim e comecei a ir o mais depressa que podia
ao encontro da minha nova vida.
Quando cheguei ao térreo, sem fôlego e molhada de suor, empurrei a porta corta-fogo perto da escada e fiquei paralisada. Lá estava James, frio e composto, com os
olhos faiscando. Tive a impressão de que se tornara maior do que era.
- Vou lhe dar uma carona até sua casa - falou, em tom paterno.
- Errado. Eu cuido de mim mesma, obrigada.
Tentei passar por ele, mas James me segurou por um braço. Lutei, pensando que uma cena o faria mudar de idéia, porém havia pouca gente por perto e ninguém pareceu
se interessar. Disse-lhe algumas palavras bem escolhidas, que ele ouviu sem nem sequer piscar.
Ao contrário. Com determinação, segurou-me pelo braço e fez com que eu marchasse para a porta.
- Você vai perder essa briga, Maralys, então é melhor desistir.
- Não vou a lugar nenhum com você! - chutei, mordi e ele não me largou.
- Entenda, você vai para sua casa. Sou apenas o meio de transporte.
Sem a menor gentileza, ele praticamente me arrastou para o estacionamento.
- É uma questão de princípio! - bradei. - Nunca mais vou dever qualquer coisa a alguém de novo!
Ele não se abalou.
- Tudo bem. Eu devo a você por ter ido buscar os garotos na noite em que Márcia foi embora. Assim fica tudo empatado entre nós.
- O contrato já empatou tudo.
- Então lhe devo pelo conselho sobre como me livrar das compras.
James parou ao lado de uma motocicleta e soltou dela um par de capacetes. Entregou-me um deles, com um gesto decidido que não permitia argumentação.
Fiquei olhando a motocicleta, incrédula.
- Você comprou uma moto?
- Tenho essa moto há vinte anos.
- Não acredito.
Um sorriso surgiu nos lábios dele, mas logo sumiu.
- Essa é a questão.
- Eu não sabia...
- Ela estava guardada no fundo da garagem. Sua irmã a odiava, mas não tive coragem de vendê-la. - Ele assumira um ar beligerante que eu não conhecia. - Diga que
sou sentimental e estará livre para ir embora.
Minha boca abriu e fechou. Fiquei completamente perdida. Era uma moto antiga, mas muito bem cuidada, o cromado perfeito.
- Por que trouxe dois capacetes?
- Prevenção. Eu sabia que você estaria aqui. - James colocou o capacete, montou na moto, pisou no pedal, deu partida e equilibrou-se nos calcanhares, sem tentar
esconder a ansiedade. - Ponha o capacete ou não pode ir de moto.
Aquela, sim, é que era uma oferta por tempo limitado!
Obedeci, resolvida a aproveitar o momento. Verdade seja dita, a moto encaixou-se perfeitamente no meu estado de espírito. Saímos com um rugido do hospital silencioso
e zunimos pelas ruas calmas. Podia sentir a tensão em James, tanto na forma agressiva como pilotava quanto na rigidez dos músculos. É o tipo de coisa difícil de
não notar quando se está com os braços ao redor de um homem.
O vento salgado que vinha do mar acariciava meu rosto com certa rudeza. Havia milhões de estrelas no céu e um milhão de luzes na cidade. Aquele momento mágico, perfeito,
arrancou minha pele velha e poliu meu novo eu, até ele brilhar.
- Mais depressa - sussurrei.
Não sei se James conseguiu ouvir, mas acelerou em uma reta. Senti o coração dele na ponta dos meus dedos, meus seios comprimidos contra suas costas. Colei-me mais
ao seu corpo e passei a acompanhá-lo nas curvas, inclinando o meu, adorando a sensação de nos movermos juntos, indo na mesma direção.
Quando paramos diante do meu prédio e desci da moto, pareceu-me natural segurar-lhe o queixo e beijá-lo com ardor. Acho que a intenção inicial era apenas um beijinho
leve para agradecer-lhe por ter agüentado minha explosão, por ter me levado para casa, por bater a poeira que se acumulara na minha vida e me permitir ver uma nova
paisagem. Por não fazer perguntas ou exigências, por compreender que eu só podia ser o que era e como era.
E talvez por gostar de mim do jeito que sou.
Mas ele reagiu ao beijo com uma fome que eu sabia ser por mim. Aquela reação nada tinha a ver com minha irmã gêmea, não era por solidão, não era por nada, a não
ser pela eletricidade que explodia entre nós cada vez que os lábios dele tocavam os meus.
- Você deve levar a moto para dentro - aconselhei, quando ele por fim terminou o beijo. Nossas respirações acrescentavam nuvenzinhas de vapor à fria madrugada do
início de primavera. - Ela pode ser depenada se ficar aqui. James olhou para o relógio.
- Uma hora e meia no máximo - a voz dele soou contida. - Daqui a pouco os meninos vão acordar, precisam ir para a escola.
Seu olhar procurou o meu, tentando ler minha resposta, e vi quanto ele desejava subir.
Mas eu sabia que James tinha dois filhos e que levava suas responsabilidades a sério. O modo como ele estava lidando com tantos problemas era uma das coisas que
eu admirava. Por isso suas palavras não me causaram surpresa.
- Qual é o problema? Seu desempenho sexual só checou ao clímax até os vinte e um anos de idade? Vai levar tanto tempo assim? - provoquei.
Tornei a beijá-lo, ele me puxou para seu colo, e tive absoluta certeza de que não haveria qualquer dificuldade em seu desempenho.
Não sei dizer como subimos até o meu andar. Entramos no prédio nos beijando o tempo todo... Não, nos devorando, eu meio na moto, meio fora dela. Os capacetes rolaram
pelo chão do loft quando saímos do elevador, minha blusa estava desabotoada, e a língua de James deslizava por baixo do sutiã de renda. Ele sussurrou meu nome e
mordiscou meus mamilos antes de me erguer, cobrindo minhas nádegas com suas grandes mãos. Passei as pernas pela cintura dele, envolvi os dedos nos seus cabelos e
enfiei a língua no seu ouvido.
E depois disso a situação se tornou ainda mais entusiástica. A primeira vez foi frenética, alucinada, e culminou em um orgasmo comum, que nos deixou ambos trêmulos.
Na segunda vez, fomos com calma, saboreando um ao outro, tirando o restante das roupas e experimentando cada centímetro da nossa pele. Trocamos um longo e profundo
beijo ao gozarmos, James envolvendo meu rosto com as duas mãos. Meu orgasmo durou pelo menos uma semana. Depois caímos no sono, e, imaginem, minhas queridas amigas,
eu me tornei realmente luminosa depois do melhor sexo que já havia feito.
Ah, sim, o Capitão C estava definitivamente desempregado. Não há nada como a coisa de verdade.


Assunto: o que estou fazendo errado?

Tia Mary:

Todas as minhas amigas estão se casando, mas eu não. Até mesmo as que não estão se casando acharam o Homem Ideal. Eu procurei por todos os lados e não consegui encontrar
o meu. :-( e agora?

Solitária

Assunto: re: tome jeito!

Querida Solitária:

Mude seu modo de ver o mundo. Nenhuma mulher precisa de um homem para ter vida completa. O casamento só funciona quando alguém (quer dizer, a mulher) sacrifica a
vida aos pés do companheiro. Você pode ser casada e infeliz ou solteira e determinar o próprio caminho. Não existe nenhum Homem Ideal nesse nosso mundo pós-moderno.
No máximo existe (se você tiver sorte) uma longa fila de Senhores Agora. As velhas regras deixaram de ser verdadeiras. Você não se forçaria a escolher apenas chocolate
ou baunilha para o resto da vida, não é? É o mesmo com os homens. Pegue o homem do momento, aproveite e depois siga adiante. Durante a caminhada, delicie-se com
todos os trinta e um sabores maravilhosos. Quando houver provado todos, comece de novo.

Tia Mary

Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary!
Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:
http://www.pergunte-a-tia-mary.com


Acordei quando James se mexeu e seu peso movimentou o colchão. A luz por trás dos tijolos de vidro estava assumindo aquele tom perolado, aquele cinza da madrugada
que começa a pensar em amanhecer. Eu estava dormindo de bruços, e ele me beijou as costas, entre os ombros, depois o pescoço. Passou a mão nos meus cabelos e deixou-a
ali.
- Amanhecer cor de berinjela - murmurei, ouvindo a pergunta silenciosa.
Ele riu.
- Púrpura, para os mortais comuns...
Deitou-se sobre mim, cruzando os dedos com os meus. Senti os pêlos do seu peito nas minhas costas e algo bem mais rijo um pouco abaixo. Sorri com o rosto contra
o travesseiro.
O sussurro foi quente próximo ao meu pescoço.
- Qual é a cor natural do seu cabelo?
- Não sei.
- Quanto tempo faz desde a última vez que a viu?
- Humm... Tinjo o cabelo desde sempre.
James passou a língua no lóbulo da minha orelha.
- Aposto que é da cor exata de chocolate derretido. Chocolate meio amargo.
Era mais ou menos verdade, porém não havia necessidade de eu lhe dizer isso. Virei-me para beijá-lo e arrisquei.
- Você devia ser um demônio sobre rodas quando tinha vinte e um anos.
Os olhos dele brilharam num aviso momentâneo de que eu havia calculado mal.
- E você deve saber...
Depois de me dar uma piscadela, James saltou rápido da cama e, assobiando, foi para o banheiro.
Completamente desperta, eu me sentei.
- O que quis dizer? - berrei.
Não foi um som bonito. Aquela voz horrorosa era castigo: eu invocara a ira das cacatuas bolivianas por evocar o nome da espécie em vão.
- Você sabe o que eu quis dizer.
James estava sossegado, certo de que eu iria atrás dele. Murmurei um palavrão. Detestava ser previsível. Então saltei da cama e corri para o banheiro.
- Não. NÃO! Você vai explicar o que quis dizer!
Passei pela porta do banheiro, a única que havia no loft, e apertei o batente com tanta força que os nós dos meus dedos ficaram brancos. Minha respiração se tornara
tão rápida que mal pude falar:
- O que exatamente você quis dizer?
Já que estava ali, dei uma olhadinha e tive minhas suspeitas confirmadas. No loft estava escuro demais para ver. Ele estava em forma; na realidade, em ótima forma,
e muito confortável na própria pele. Seus movimentos eram felinos, de uma elegância masculina. Claro, a cintura aumentara um pouco naqueles anos todos, porém os
jeans não haviam mentido.
Ele me deu uma olhada enquanto lavava as mãos; uma olhada tão intensa que fiquei nervosa. Ou pelo menos meu coração se agitou.
Aí James estendeu a mão e tocou com a ponta de um dedo a pinta no meu seio esquerdo, ao lado do mamilo. O mamilo ficou duro como pedra, e tentei não estremecer.
Ele fitou meus olhos antes de falar. E quando começou, pelo tom de voz, apesar de suave, soube que ia dizer algo perigoso.
- Procurei essa pinta durante vinte anos, Maralys O'Reilly. E dessa vez você não vai se livrar de mim.
Meu coração parou. Senti o sangue sumir do rosto, mas em seguida fiquei furiosa comigo mesma por reagir daquele modo. Eu sabia que James era esperto demais.
- Quando você percebeu? - indaguei.
- Desconfiei por muito tempo, mas só tive certeza agora.
James lavou o rosto daquele jeito metódico que só os homens conseguem ter durante uma crise. Minhas defesas estavam derretendo, e ele, calmo, verificava o crescimento
das suas costeletas.
- Lembra-se daquela minha hipótese? - perguntou por fim.
- Era essa a sua hipótese?
Meu impulso era gritar como uma harpia. Estava furiosa por James ter levado tanto tempo para falar, por ter me ocultado sua suspeita tão bem, apesar de que, durante
todo aquele tempo, eu fizera o possível e o impossível para ele não descobrir a verdade.
Reconheço, aquele não foi o meu melhor momento. Imagine Scotty, lá na sala do reator, dizendo: A Enterprise está partindo, Capitão. Não sei quanto tempo mais vou
conseguir mantê-la inteira.
A muralha estava caindo aos pedaços, o fosso, sendo drenado, o portão de repente ficara tão enferrujado que não oferecia resistência.
James sabia, sempre havia desconfiado.
O jogo terminara.
- Não desconfiei até ser tarde demais. - O olhar dele se tornou frio. - E quando por fim você reapareceu pensei que fôssemos acertar tudo. Mas você deixou claro:
o que eu via não tinha nada a ver com o que eu procurava. Não foi? Você é tão responsável quanto eu pelo que houve.
Minha raiva encontrou uma saída.
- Não é culpa minha! - Enfurecida, sacudi o dedo na direção dele. - Não vai jogar isso em cima de mim! Você se casou com a minha irmã.
- Porque pensei que fosse você! Porque eu a estava procurando! - James virou-se e pude ver que estava muito mais zangado do que eu pensava. - Será que alguma vez
percebeu que você e Márcia são gêmeas idênticas?
- Mentiroso! Você não estava me procurando.
- Não pode afirmar uma coisa dessas.
- Eu lhe dei meu telefone. - A acusação que contive durante vinte anos explodiu. - Você nunca me ligou! Nenhuma vez!
- É que peguei o paletó errado no bar. Nunca consegui o meu de volta.
- Que história comovente!
- Mas verdadeira. - James passou a mão nos cabelos, exasperado. - Sabe quantas semanas andei pelo campus da universidade na esperança de encontrá-la?
- Ah! - ironizei. - Deve ter sido um sofrimento terrível demais para ser verdade. E aí você conheceu minha irmã.
- Sim, mas naquela hora não sabia que você tinha uma irmã. Pensei que a tivesse encontrado.
- Que monte de bobagens! - Fingi indiferença, apesar de o meu coração bater adoidado, como se eu estivesse correndo a cem quilômetros por hora. - Você não vive dizendo
que é impossível confundir nós duas?
- Mas o que eu sabia sobre você àquela altura, Maralys? Não sabia sequer seu nome ou não me lembrava...
- É que estávamos muito bêbados. - Abaixei a tampa da privada e me sentei, apoiando o rosto nas mãos. - Só que essa é uma história muito antiga, James, que não tem
nada a ver com nada.
- Tem tudo a ver com tudo, Maralys. - James se abaixou a minha frente e tirou minhas mãos do rosto de maneira tão carinhosa que tive vontade de chorar. - Eu a procurava
quando encontrei a Márcia e pensei que fosse você. Namoramos e me casei com ela pensando que fosse você.
- Oh, oh, oh!
Dei uma espiada rápida e vi o rosto dele se tornar de pedra.
- Você não fez nada para me persuadir do contrário. Manteve-se escondida, foi embora antes do casamento e voltou anos depois, com ares de rainha punk e fingindo
que não me conhecia. O que eu deveria pensar?
- O que você pensou?
Uma tristeza profunda escureceu os olhos dele.
- Exatamente o que acho que você queria que eu pensasse. Que era a vagabunda da família e nem se lembrava de ter dormido comigo.
Nossos olhares se encontraram, e tive vontade de me esconder.
- Mas você deve ter percebido - sussurrei, agarrando-me a minha suposição ridiculamente romântica. - Você disse que desde o começo teve a impressão de algo estar
errado.
- E verdade - James suspirou. - Não conseguia encaixar a personalidade de Márcia com a forma como me lembrava que você era. Racionalizei a situação de mil maneiras.
Ficamos bêbados naquela noite; desde que Márcia e eu começamos a namorar, vi que ela não bebia. Pensei que talvez estivesse sem jeito... - Entrelaçou os dedos com
os meus. - Lembrava-me de como você foi tímida quando ficamos sozinhos... Márcia quis esperar até a noite do nosso casamento para fazermos sexo e pensei que estava
tudo certo. Aquela atitude combinava com sua timidez. Resolvi que, se na noite de núpcias ela continuasse fugidia, era só fazê-la beber um pouco... Eu tinha certeza
de que no fim tudo ia ficar bem.
- Mas não ficou.
- Márcia não gosta de sexo, e essa é a maior diferença entre vocês duas, pelo que me lembro... - O olhar dele me fez ficar vermelha. - Eu sabia que ela não estava
fingindo, mas Acho que estava aturdido demais para perceber o que acontecia. - James fez uma pausa e apertou os lábios. - E a nossa situação piorou quando lhe perguntei
por que havia retirado à pinta.
Abaixei a cabeça. Márcia sabia muito bem que eu tinha uma pinta no seio esquerdo: vivíamos nos comparando quando éramos crianças, talvez por estarmos desesperadas
para encontrar um indício, pelo menos, de que não éramos exatamente iguais. Apoiei a cabeça nos joelhos e rezei para que o que ele dizia não fosse pura invenção.
- Se notou essa diferença desde o começo, por que não desfez o casamento?
James balançou a cabeça.
- Porque sou filho do meu pai, ou pelo menos acreditava nisso naquela época, e exigia não só dos outros que fizessem à coisa certa, mas também de mim mesmo. Você
era virgem, Maralys. Era minha obrigação me casar com você depois do que fizemos.
- Que péssimo motivo para se casar!
- Mas é um motivo que tem sido válido para muita gente ao longo das eras. E houve algo profundo entre nós naquela noite.
- O seu pênis.
- Além dele. Houve muito mais que isso. - James apertou meus dedos com tanta força que doeu, mas não liguei e não ergui o rosto porque sabia que não podia enfrentar
seu olhar. - Onde você estava? Se tivesse aparecido uma única vez enquanto Márcia e eu estávamos namorando, uma só vez, Maralys, tudo teria sido resolvido. - A voz
dele se ergueu um pouco. - Por que fugiu para o Japão?
Suspirei. Todos os vigorosos e emocionais motivos surgidos vinte anos atrás naquele momento me pareciam tão substanciais quanto poeira.
- Já havia algum tempo eu estava mesmo pensando em ir. Depois, você nunca telefonou, nunca mais nos vimos. Cheguei à conclusão de que o batido clichê se tornara
verdade para mim: você me queria apenas para "aquilo" e desaparecera depois de conseguir.
- Eu nunca faria isso.
- Como eu ia saber?
- É o tipo de homem que sou.
Soltei a mão, empurrei-o e me levantei, com evidente impaciência.
- Por favor! Estávamos bêbados! Mal nos conhecíamos! Nem sabíamos nossos nomesl
Eu estava ficando irritada de novo. Graças a Deus meus vizinhos usavam o andar de baixo apenas em horário comercial e não ficavam lá à noite. Se ficassem, teriam
adorado o espetáculo.
- O que eu deveria pensar quando minha irmã me mostrou a foto do namorado maravilhoso? O que deveria pensar quando ela falou sobre o fantástico entendimento entre
vocês? O que eu deveria fazer quando ela disse que vocês iam se casar e que seriam felizes para sempre?
- Márcia tinha uma foto minha?
- E de quem mais seria? Lá estavam vocês dois, em belas e brilhantes cores, perfeitamente felizes, de mãos dadas e tudo o mais. Se quer saber, era uma cena melosa,
além da conta!
- Bem que você podia ter aparecido ao menos uma vez - insistiu James. - Vocês são gêmeas, Maralys, e estavam acostumadas a que as confundissem.
- A culpa não foi minha! - desabafei. - Como eu ia saber se o amor de vocês era verdadeiro ou não? Márcia estava feliz. Meus pais estavam felizes. Você parecia feliz.
Que direito eu tinha de estragar o noivado dela? - Bati com o polegar no meu próprio peito. - Quem era eu para entrar nesse cenário feliz e dizer: "Ei, fiz aquilo
com James, e ele é bom". Pode imaginar o tamanho da confusão que ia dar?
- Não, mas estou começando a ter uma idéia.
- Éramos católicos, James. Não como os católicos são agora, mas do tipo que se ajoelha todas as noites para agradecer e se confessa uma vez por semana. Márcia e
eu deveríamos ser virgens até a noite do casamento e só tolerar o sexo depois disso, apenas para realizar a vontade de Deus de criar mais católicos.
Forcei-me a respirar fundo. Estava tremendo, mas era melhor despejar tudo para fora de uma vez.
- Meninas direitas não devem ter curiosidade sobre sexo a ponto de perder a virgindade por impulso. Meninas direitas não devem ficar bêbadas. Meninas direitas não
devem ficar até tarde com os amigos. Meninas direitas devem pensar primeiro nos outros, depois em si. - Fiz uma pausa para criar ênfase e para que James visse toda
a minha hostilidade. - Meninas direitas não ficam grávidas fora do casamento e não ficam sozinhas com esse tremendo problema.
Depois dessas palavras, saí do banheiro, consciente de que provavelmente havia chocado James pela primeira vez na vida dele. Seu queixo praticamente havia batido
no chão, mas não me importei.
Todos queriam a verdade? Bem, então seria melhor que apertassem os cintos. Eu tinha muitas verdades para espalhar por aí. Os mortos e feridos só podiam culpar a
si mesmos quando pediam a verdade antes de tudo.
Comecei a me vestir não sei por que, já que não ia a lugar nenhum. Talvez o tenha feito apenas porque precisava haver algum tipo de proteção entre mim e aquele homem.
Ah! Uma pequena "proteção" teria evitado muitos problemas vinte anos atrás. Eu me movia com gestos bruscos, atrapa-lhando-me com coisas simples, como passar o pé
pela calcinha.
Mas a calcinha não foi o seu grande problema, Maralys?
- Grávida? - James saiu do banheiro, parecendo aturdido. - Você ficou grávida? Naquela única vez?
Olhei para ele, furiosa.
- Não me venha com o papo da vagabunda! Sim, naquela única vez!
Virei-lhe as costas e subi o zíper do jeans, pensando em como era estúpida por me sentir tímida diante daquele homem que já havia visto tanto de mim. Mas era como
me sentia, e pronto!
Ouvi James se aproximar com cautela, como temendo que eu pudesse lançar outro coquetel Molotov na cara dele. Esperei uma explosão, mas aparentemente o choque que
eu provocara nele não permitia que ele explodisse.
Ele me segurou pelos ombros e apoiou o queixo na minha cabeça. Não era o que eu esperava. Foi uma reação quase gentil.
Você sabe que às vezes nem mesmo sei como vou reagir. Meu corpo se tornou rígido e não me virei, apesar de o meu coração estar começando a acelerar outra vez. Lágrimas
subiram-me aos olhos. Eu não iria agüentar se ele agisse de maneira decente depois de saber o que acontecera.
A voz de James soou grave.
- O que aconteceu com o bebê, Maralys?
Eu não devia ter ficado desapontada com essa pergunta. Não devia ter ficado surpresa diante da sua preocupação com o filho desconhecido, e não comigo. Não, nada
de: "Meu Deus, como você lidou com isso?", mas, sim: "O que você fez com o meu filho?".
Naquele momento, eu poderia ter me vingado dele. De verdade. Apertei os dentes e tentei libertar os ombros. Não consegui.
- Não importa - declarei, ainda procurando escapar. Mas James me desarmou de novo.
- Ah, importa, sim! - Ele me fez ficar de frente. - Você me deve a verdade.
- Até parece! - Eu estava pronta para lutar, mas James me desarmou outra vez.
É assim tão terrível que eu queira saber do nosso filho? - A voz dele se tornara suave. - Sei que cheguei atrasado onde deveria estar há muito tempo, e que não tenho
como Amenizar o que você deve ter passado, mas me conte, Maralys. Conte-me o que aconteceu. Por favor.
Foi o "por favor" que me pegou. Não há nada como a boa educação para acabar com minhas defesas. Acho que, afinal, uma das lições da minha mãe atingiu o alvo.
Desviei os olhos, e as lágrimas desceram.
- Ele morreu.
- "Ele"? Era menino ou menina?
Ele estava se tornando impositivo demais.
- Quem sabe? Que diferença faz?
Fiz um movimento para me afastar, porém James me segurou com mais força e me sacudiu.
- Você não sabe? Eu o fitei com ironia.
- Maravilha você achar que nem me importei em descobrir o sexo do meu bebê. Sofri um aborto. - Praticamente cuspi a palavra. - Com catorze semanas, num quarto de
hotel em Osaka. O sexo do bebê ainda não era definível para uma boba inexperiente e apavorada como eu.
Encarei-o com ar desafiador e deixei as lágrimas descerem como se fossem uma acusação, como minhas palavras.
- Eu estava sozinha num país estranho, sem saber falar o idioma, sem atendimento médico, sem um amigo, sem nem sequer uma pessoa para quem pudesse telefonar.
Para crédito de James, ele não desviou os olhos. Percebi que estava ficando tão zangado quanto eu.
- Sua família...
- Teria se afastado de mim se soubesse. Acredite. Meus pais e irmã não eram uma possibilidade de apoio. - Inclinei a cabeça. - Às vezes, acho que meu pai sabe, que
pelo menos desconfia, porque isso explicaria certas atitudes dele em relação a mim.
Hesitei e resolvi me fechar. Estava emocionada demais, e todo sofrimento da perda do meu bebê se renovara. Pela enésima vez eu queria chorar por meu filhinho morto,
mas queria ficar sozinha para fazer isso. Sozinha como das outras vezes. Sempre sozinha.
- Você não tem que ir embora? - perguntei, hesitante. Mas James não era de ceder tão fácil.
- Então foi por isso que você se tornou tão revoltada e agressiva.
Virei-me para ele, furiosa, chorando, quase perdendo o controle.
- Não fale como se fosse algo sem importância! Perdi um bebê! Perdi o meu filhol E com ele perdi tudo mais. Perdi minha inocência e a convicção de que no mundo havia
alguém ou algo em que eu podia confiar!
- E aí que se engana. - Ele se aproximou. - Não perdemos apenas nosso filho, Maralys. Perdemos também algo precioso que esteve ao nosso alcance só por um momento.
- Não me venha com demonstrações de piedade agora! Você não é o herói nessa história.
- Não. Você nunca me deu a chance de ser herói. Qual é o problema, Maralys? Ainda está com medo de que alguém possa corresponder as suas expectativas se lhe der
chance?
- Não. Não existe a menor possibilidade de isso acontecer.
Por instantes nos calamos e nos fitamos, zangados. James se aproximou, mas dessa vez não me tocou. Pude sentir o cheiro da pele dele, seu calor, e parte de mim desejou
ardentemente que seus braços fortes rodeassem meu corpo outra vez.
Mas pode deixar que eu mesma brigo nas minhas batalhas, muito obrigada.
Ele ficou me observando como se lesse meus pensamentos, então estreitou os olhos.
- Um dia qualquer, Maralys, você vai admitir que precisa de alguém ou acabará se destruindo.
Estremeci e abracei a mim mesma, já que nmguém iria fazê-lo.
- Vamos dizer que sou seletiva em relação às pessoas nas quais posso confiar.
James olhou ao redor.
- Seletiva a ponto de se isolar.
- Que horas são, sr. Lobo? - Falei em tom desafiador, rorque conhecia um bom modo de me livrar dele. - Não está na hora de ir para casa, para sua família?
Após consultar o relógio, ele tratou de se vestir, com o olhar sombrio fixo em mim.
- Isso não acabou, Maralys.
- Acabou, sim, James. Acabou há muito, muito tempo.
- Não, e nunca irá acabar.
Com passos largos e rápidos, James percorreu a distância entre nós e segurou meu queixo. Colocou o polegar sobre o ponto onde podia sentir minha pulsação acelerada,
ergueu minha mão, colocou-a no mesmo ponto no seu pescoço e acrescentou em voz baixa:
- Não vai acabar nunca, Maralys, porque a faísca que iniciou tudo nunca vai se apagar.
- Isso é que você não sabe!
- Sei, sim. Quando ela nos uniu na primeira vez...
- Não foi faísca nenhuma que nos uniu, mas muita cerveja barata e hormônios descontrolados de adolescentes.
- Cerveja barata foi o que nos permitiu ouvir o chamado, mesmo num bar repleto de hormônios descontrolados de adolescentes. - Ele colocou minha mão sobre o peito,
onde dava para sentir as batidas do seu coração, e cobriu-a com a dele, prendendo-a ali. - E é isso que importa, Maralys. Você sabe tão bem quanto eu.
- Não. - Quis me afastar, mas a certeza dele me deteve.
- Não concordo com você.
- Mensagem recebida - James falava num murmúrio.
- Vou ter que fazer você mudar de idéia.
Antes que eu pudesse escapar, ele me deu outro daqueles beijos que conseguiam me derreter até a alma. Aquele homem era persuasivo demais. Empurrei-o para longe,
o que não foi fácil, seja porque ele era bem maior que eu, seja porque o beijo estava incrivelmente bom. Só que havia um porém: eu não concordava em ser mais uma
coisa errada na vida dele que poderia ser consertada.
- Não me considere outra tarefa não cumprida, James.
- Não foi a isso que me referi.
- Foi, sim. Vá para sua casa. - As emoções liberadas haviam sido tantas que me sentia como se estivesse sangrando e rastejando pelo chão. Não conseguia pensar direito.
- Está acabado agora como deveria ter acabado há muito tempo. Agora você sabe tudo e podemos seguir adiante.
- Mentira.
Ele emoldurou meu rosto com as mãos.
- Não. É verdade - desafiei.
James sorriu, pronto para provar que eu estava errada, mas consegui escapar e recuei. Estava revoltada pelo que pensava que ele havia feito, de mal com a vida há
tanto tempo que não me parecia justo ficar sabendo só naquele dia que James tinha tentado fazer a coisa certa. Aquilo, sim, era perder o rumo!
Eu não podia aceitar um apelo sentimental naquele momento, porque, no estado de fraqueza e vulnerabilidade emocional em que me encontrava, poderia fazer tudo errado
e concordar com algo de que lamentaria mais tarde.
Na realidade, já tinha feito isso uma vez.
Ergui as mãos quando ele tentou se aproximar.
- Vá para a sua casa.
James fez que não com a cabeça e continuou a avançar.
- Onde está escrito que você faz as regras, Maralys? Isso é importante!
- Para mim, não!
- Mentirosa! -- A palavra saiu como um resmungo. - Maralys, passei minha vida alcançando metas e realizando expectativas. Entre nós, trata-se de seguir o instinto,
de reconhecer algo bom e não deixar que escape...
- Não vou ser sua crise da meia-idade! - gritei, recuando. - Dê o fora daqui agora mesmo!
Com o semblante transtornado, James ergueu uma das mãos, disposto a continuar discutindo. Eu não gostava nem um pouco, porém tinha de admitir que ele não fugia de
uma briga.
O telefone tocou, e corri para atender, sabendo muito bem que James ia interpretar como vitória dele minha gratidão por aquela interrupção.
- Alô? Alô!
- Onde diabos está o papai? - indagou Márcia, sem nem sequer dizer bom-dia. - Liguei para ele a noite toda e ninguém atende. O que você fez com o papai? O que fez
com ele?
Num impulso, voltei-me e joguei o telefone sem fio para James.
- É para você - informei, com ar de absoluta inocência. Desconfiado, ele pegou o telefone por instinto, e eu o
deixei sem opção. Entrei rápido no banheiro. Salva pelo gongo. Por assim dizer.


O problema de estar embaixo do chuveiro é que eu não podia escutar. Bom, mas eu só iria querer escutar se tivesse algum interesse emocional no sucesso ou fracasso
do casamento de James e Márcia. E não tinha. Isso aí.
Eu me molhei, me ensaboei e me enxaguei, chegando até a assobiar, mesmo consciente de que havia um homem perigosamente atraente solto na minha casa. Na realidade,
tentava a todo custo me esquecer disso. Fechei a água quando não agüentei mais e não ouvi nenhum som.
Nenhuma voz em tom de discussão. Nenhuma voz argumentando.
Nada. Nem mesmo o ranger e os estalidos do elevador, muito menos o ronronar do motor da moto se afastando.
O silêncio fez minha imaginação disparar. Fiquei ali no boxe, pingando água e imaginando o que James estaria fazendo. Ele era um sujeito esperto, muito mais imprevisível
do que eu pensava.
Você vai adorar minha atitude: decidi que ficar ali parada era idiotice, além de me fazer sentir frio. Então abri a cortina do boxe.
E quase tive um infarto.
James estava parado, imóvel, a pouco mais de meio metro, segurando a toalha. Esperando. Completamente vestido e pronto para ir embora. Obriguei meu coração alucinado
a se aquietar e estendi a mão para pegar a toalha, com tanta calma quanta consegui reunir.
Não deu, porque ele a mantinha a certa distância, pouco além do meu alcance.
- Depois telefono para você - ele disse, esperando uma discussão.
E estava certo. Dei de ombros.
- Economize seu dinheiro. Agora me dê a toalha.
- Não -- foi a resposta com dentes cerrados. - Maralys, vamos conversar sobre isso, quer você queira, quer não.
- Não, não vamos. Já conversamos o que havia para conversar e acabou.
Agarrei a toalha, mas só consegui porque ele deixou, o que me irritou além da conta. Enrolei-a no corpo com determinação, então o olhei de frente e perguntei:
- Aliás, como vai minha irmã? Você sabe, sua esposa...
- Minha esposa que foi embora - ele corrigiu, sem qualquer sinal de emoção. - Minha futura ex-esposa. Ela disse que está bem.
- E onde ela está?
Ele fez um gesto de pouco-caso.
- Não sei. Não perguntei.
Mais uma vez, eu o observei e só vi desinteresse frio. Foi um tanto assustador.
James virou-se e fez um gesto na direção da cozinha.
- Deixei meu novo endereço e telefone na sua geladeira, bem como o número do meu celular. - Seu rosto assumiu expressão compreensiva. -- Se de repente você sentir
uma vontade desesperada de falar comigo, terá como me achar.
- Não vou ligar para você.
- Então ainda bem que vou ligar para você -ele afirmou, enquanto se aproximava.
Beijou-me com intensidade suficiente para me causar tremor e saiu do banheiro.
- Você está sempre fazendo isso - reclamei, indo atrás.
Limpei a boca como se estivesse removendo uma mancha. Deveria ter sabido que James ia interpretar isso como um desafio. Ele parou perto da porta e me olhou por cima
do ombro.
- Prefere que eu não a beije mais? - perguntou, com voz rouca.
- E, prefiro.
Era mentira, mas uma mentira dita para um benefício maior. Ergui a cabeça e fitei-o com firmeza. E, claro, ele mordeu a isca. Com poucos e longos passos, ficou diante
de mim e segurou-me o queixo, com os lábios a um centímetro dos meus.
- Prefere, nada -- sussurrou e me beijou de modo ainda mais possessivo.
Oh, sim, eu o beijei também. Era uma maria-mole mesmo!
E James sabia disso. A língua dele fez um movimento lento, que me trouxe à memória as coisas que havíamos feito durante à noite. Seus dedos deslizaram entre meus
cabelos e comecei a derreter. Estava quase pronta para me render - ou para arrastá-lo para a cama - quando ele interrompeu o beijo.
Havia um brilho de antecipação em seus olhos. De repente, ele deslizou o polegar pelo meu lábio inferior, num gesto que só podia ser descrito como de proprietário.
- Mais tarde. Pode contar com isso - murmurou.
- Está acabado, James. O sexo catártico já cumpriu seu papel.
Ele arqueou uma sobrancelha, sem se deixar convencer.
- Então explique por que ainda há essa eletricidade entre nós, Maralys.
Beijou-me outra vez e foi embora, deixando-me sozinha no meu loft, com toda aquela eletricidade.
Fechei os olhos e escutei o elevador descendo, depois o som gutural do motor da moto. Ele acelerou diante do prédio, o som aumentou e em seguida começou a diminuir.
Fiquei ali parada, pegando fogo, e realizei um inventário. O fato incrível era que estava me sentindo razoavelmente bem. O que ia contra as expectativas, pensei.
Olhei ao redor, revisei tudo que acontecera e cheguei à mesma conclusão.
Estava me sentindo bem. De manhã. Ainda sem ter tomado café.
Acontece que eu havia jogado fora todo aquele lixo que arrastara sozinha por um tempo terrivelmente longo. Não era de admirar que me sentisse bem. E, por fim, após
tantas luas de anseios, conseguira jogar James Coxwell para fora do meu sistema. Havia dito todas as coisas que precisava lhe dizer e mais um pouco. Arrastara a
verdade terrível para o sol, onde todos a pudessem ver.
Pois é. Não era de admirar que me sentisse a Mulher Maravilha. Respirei fundo, pronta para um novo recomeço na vida, dessa vez sem nenhuma carga nos ombros.
Vesti um moletom, fiz café e fiquei olhando a parede de vidro que fazia aquela mágica de brincar com as cores da primeira luz da manhã. Como era bom! Meu loft se
mostrava mais aconchegante do que nunca com o cheiro de café e as cobertas em desordem no sofá, sem falar nas lembranças do que tinha acontecido nele havia tão pouco
tempo.
Uma das teorias da minha amiga Lydia afirmava que sexo bom era a melhor forma de acabar com a tensão. De fato, nenhuma ansiedade me oprimia mais; eu estava completamente
livre.
Bem, até quando pensei no meu pai. Fiz um favor a mim mesma, lembrando-me de que estava tudo bem, já que ele se encontrava no hospital, em mãos competentes, por
isso me dei a manhã de presente. Além do mais, papai havia me mandado embora, não? Talvez tivesse chegado a hora de eu lhe dar algum tempo para sentir falta do seu
velho saco de pancadas.
Havia algo de terapêutico em contar os segredos e extravasar a velha amargura. A fúria contra a injustiça que conduzira minhas atitudes por tanto tempo havia diminuído,
assim como a sensação de que havia recebido uma péssima mão de cartas no jogo da vida. Eu tinha feito as minhas escolhas, enfrentado minhas responsabilidades, sim,
mas também escolhera deixar a frustração florescer.
Até agora. E não era de todo ruim saber que tinha descarregado a raiva no homem que era o maior responsável pela minha infelicidade, apesar de na época ele não saber
disso.
Tomei meu café e li o bilhete de James na geladeira. Gostei da letra firme. Ele era forte, e eu respeitava isso.
Gostei de saber, sem qualquer dúvida, que James não iria se desmanchar por eu ter gritado com ele. Também era bom saber que não iria se pendurar num psicólogo pelo
resto da vida só porque eu ousara lhe mostrar uma verdade feia. E, sim, gostei de ver que ele não teve medo de me dizer que eu estava errada, quer concordasse com
ele ou não. Gostei de ver que não precisava protegê-lo de mim.
Outra coisa: James viera a minha procura, portanto eu não era tão ruim quanto parecia.
Era importante o fato de ter me tornado capaz de reconhecer que ele estava certo em uma coisa: eu havia namorado uma porção de garotinhos e me casara com um deles.
Na nossa batalha, James batera tanto quanto apanhara, mas não fugira da briga e fora atrás da verdade. Após encontrá-la, mostrava-se disposto a encarar as coisas
ruins para tirá-las do caminho. Eu gostava disso, gostava muito.
E naquele momento fiquei sabendo que não seria fácil assustá-lo e fazê-lo ir embora. Era bom eu começar a pensar no que ele dissera ao se defender do passado. Eu
tinha mesmo desempenhado papel tão ativo no que acontecera? Achava que não, mas talvez tivesse me sentado e ficado à espera de ser salva, como aquelas heroínas frágeis
de antigamente.
Humm. E muito mais fácil acusar que assumir a responsabilidade, não? Talvez não seja certo afirmar que a culpa é dessa ou daquela pessoa. Talvez a gente arme as
situações em conjunto, à medida que vamos vida afora, sem que ninguém saiba qual será o resultado.
Eu precisava pensar nisso.


Assunto: uma pergunta

Querida Tia Mary:

É verdade que você consegue achar qualquer pessoa pela internet?
Estou com saudade da minha mãe.

Calypso II


Ah, o reaparecimento dos pequenos adultos. Ou pelo menos de um deles. Armado com um punhal para atingir meu coração.
Isso é que é começar bem o dia! Foi o que ganhei por ter ligado o computador.
Também sinto falta da minha mãe.
Essa foi a primeira frase que digitei, mas apaguei-a. O menino não merecia ter pesadelos por minha causa, induzido a pensar que sua mãe estava morta como a minha.
Vai ver que aquilo era o tal do sincronismo. Bem que eu precisava de algo que me fizesse compreender que repetir com James a performance da noite anterior era tão
necessário para mim quanto um buraco na cabeça.
Não que estivesse com qualquer intenção de ir atrás ai outra dose. Não. Eu? Não, mesmo! Ele que ficasse com toda a sua eletricidade.
James tinha FILHOS. E não simplesmente filhos, mas filhos que eram o produto biológico do ventre da minha irmã. Esse era um fator mais que importante. Repare só
no aviso que vem entrando pela direita:

BEM-VINDA À

www.grande-erro.com

POPULAÇÃO: INCONTÁVEIS MILHÕES

Além disso, eu sentia um dó profundo do Johnny. Lembrava-me da preocupação, do medo dele ao pensar que a mãe poderia não encontrá-los após a mudança. Sei como é
ficar sem a mãe de repente. Claro, quando minha mãe morreu, eu era bem mais velha que ele e, teoricamente, mais preparada, mas assim mesmo foi terrível.
Como Márcia fora capaz de seguir aquele impulso sem pensar nos filhos? Será que ainda não telefonara para eles? A possibilidade de ela não ter ligado fez com que
eu visse tudo vermelho.
Imaginei se Jimmy não estaria fingindo quando demonstrara não se importar com o sumiço da mãe. Será possível uma criança não ter problemas quando a mãe a abandona
e sua vida se transforma num inferno?
Não dava para entender uma coisa dessas. Não, senhor. Eu não entendia.
Talvez Jimmy apenas aceitasse a opinião do pai de que ficariam melhor sem alguém que não queria jogar no time deles.
Ah, mas Johnny era menor que o irmão. Apenas dois anos, mas que pareciam mil quando se comparavam os dois garotos. Além disso, era mais quieto e talvez mais sensível.
O que eu poderia responder ao Calypso II? Pensei um pouco na resposta, não havia dúvida de que daria alguma, porque as consultas e respostas eram públicas, para
todos que se interessassem em ler. Eu sabia que spammers e oportunistas roubavam endereços de e-mails da minha página, mas isso é inevitável, e o mais importante
era proteger Johnny do vendedor de panaceias universais.

Assunto: re: uma pergunta

Querido Calypso II:

Neste mundo existem vigaristas prometendo que irão ajudá-lo a encontrar alguém que você procura, depois pegam seu dinheiro e desaparecem.
Acredite que sua mãe tem um bom motivo para fazer o que está fazendo. Tenho certeza de que ela vai voltar para você o mais depressa que puder.

Tia Mary

Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary!
Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:
http://www.pergunte-a-tia-mary.com


Péssimo, péssimo, péssimo. Mas a única outra solução que havia era sair por aí em busca de Márcia. Eu não sabia se isso devia ser feito. Está bem, confesso, eu hesitava
apenas por motivos pessoais e egoístas. Não tinha a mínima pressa de ver de novo minha irmã.
Resolvi ligar para Gwen, que me atendeu com a alegria de quem estava tendo um daqueles dias na sua mesa da companhia telefônica.
- Como vai? - perguntou-me.
- Melhor do que esperava. - Dei-lhe tempo até terminar de rir, então entrei no assunto. - Você consegue encontrai uma coisa para mim?
- Drogas, homens, Viagra... O quê?
- Um número de telefone.
- Que falta de criatividade, Maralys! Estou acostumada com pedidos mais interessantes vindos de você.
- E, vai ver que estou perdendo o jeito. Alguém me ligou na quarta à noite... Bom, na quinta de manhã.
- De ontem para hoje?
- Sim. Deve haver apenas duas chamadas na linha principal: uma do meu pai e depois essa outra, que quero saber de onde veio.
Passei-lhe meu número e o do meu pai e pude ouvi-la escrevendo.
- É algum admirador? Ou um perseguidor? - perguntou ela, com esperança. Gwen tinha um modo de pensar bem teatral. Vive procurando drama em todos os cantos da vida
cotidiana.
- Lamento, ainda não é dessa vez. Trata-se apenas minha irmã desaparecida.
- Seqüestrada?
- Fugindo da louça amontoada na pia.
- Oh. Está bem. - Deu para perceber não só a decepção na voz dela, mas também para ouvir o barulho de um molho de chaves. - Posso cuidar disso daqui mesmo - ela
cantarolou enquanto digitava. Então repetiu o número do meu pai. - Esse foi primeiro, certo?
- Exato...
Eu batia nervosamente um pé no chão, impaciente com a espera.
- Só há outro telefonema. Como você é popular! Minha amiga me deu o número, e eu anotei. Não reconheci o código de área.
- Tem idéia de onde fica isso?
- Bem, é o código de área do Novo México...
- Novo México! Tem certeza?
Não sei por que eu não esperava que Márcia tivesse ido tão longe. Pisquei algumas vezes e pensei que havia subestimado por completo o senso de aventura da minha
irmã.
- Computadores não mentem, meu bem.
- Exceto quando lhes dão informações erradas. Entra lixo, sai lixo, você sabe.
- Está bem. Mas esses aqui não mentem. Eles não têm tempo para isso.
Novo México, hein?
Gwen continuou digitando e cantarolando. Aí tornou a falar.
- Desculpe, amiga. É um telefone público.
- Ô, droga! Pode me dar o nome das ruas mais próximas?
- Desculpe, senhora, mas essa informação não está disponível...
Algum supervisor devia ter se aproximado de Gwen. Justo quando as coisas iam melhorar! Era tudo de que eu precisava.
- Oh, está bem. Obrigada.
- É nosso prazer servi-la, senhora. - A voz de Gwen parecia mel pingando. - Tenha um bom dia.
- Você também.
- Então, hoje à noite a gente se vê... - ela sussurrou antes de interromper a ligação.
Desliguei sem prestar muita atenção e fiquei imóvel, desanimada, olhando para o monitor e pensando em Márcia. Em seguida, entrei em um desses sites de busca reversa
de telefones e digitei o número que Gwen me passara.
E ali estava ele, o telefone público, em uma esquina de Santa Fé. Claro, era muito fácil mostrar o mapa da cidade e a localização do telefone público em questão.
O difícil era o que fazer com a informação. Um telefone público não é um alvo final. Gwen dissera que a ligação fora feita às cinco horas e três minutos no horário
do Leste, o que queria dizer três horas e três minutos no horário do Novo México. Eu acho.
Verifiquei o mapa dos fusos horários porque não podia imaginá-la andando sem destino pelas ruas no meio da noite.
Por outro lado, Márcia poderia estar dirigindo e parara no telefone público a caminho de algum lugar. Comecei a chamar os mapas da cidade, guias de hotéis, relações
de apartamentos e percebi que havia uma lista infindável de possibilidades de acomodações nos arredores daquele telefone público.
O que queria dizer que, de fato, eu não descobrira nada, a não ser que Márcia estava no Novo México em alguma aventura louca enquanto eu fazia loucuras com o marido
dela.
Sórdido, Maralys, realmente sórdido.
Havia um lado bom: era muito difícil Márcia se importar com isso. Como gostaria de ter ouvido o que James dissera a ela e o que minha irmã dissera a ele naquela
manhã!
Enquanto eu pensava, a campainha tocou, e alguém gritou lá de baixo dizendo que era um entregador e que estava atrasado. Peguei uma prancheta para facilitar a assinatura
no canhoto de recebimento e desci, sem pensar no que poderia estar chegando.
Se quer saber, fiquei desapontada porque não era um entregador do Fedex. Você já notou que eles só contratam bonitões? Juro que se trata de estratégia de marketing.
Pense nisso, é brilhante! Afinal, as mulheres controlam c negócio de entregas. Você acha que não? A vasta maioria das recepcionistas, assistentes pessoais e gerentes
de divisões de entregas são mulheres. E mulheres jovens. Em geral, os setores de entregas estão entre os primeiros empregos.
E aquele rio de hormônios correndo solto.
Alguma surpresa o FedEx ser a maior empresa do ramo? Algum espertalhão em desenvolvimento do tráfego de correspondência e entregas pensou nessa estratégia. Pode
apostar até o último centavo nisso. Todas as mulheres do mundo devem ter fantasias com entregadores do FedEx. Usamos os serviços da empresa só para ver os bonitões
de novo.
Então, cheguei lá embaixo em tempo recorde.
O entregador era apenas um rapaz comum, de bicicleta. Que pena! Era todo tatuado, cheio de piercings, e precisava cortar o cabelo.
- Como você faz para assoar o nariz? - perguntei, e ele me lançou um olhar estranho. - Quero dizer, se você estiver resfriado, esses piercings não atrapalham? Não
fica "tudo" grudado neles?
Ele sorriu. Até que era charmoso.
- Não é tão ruim assim. - Ele revirou a aba da narina para mostrar o lado interno. - Está vendo? E plano por dentro.
- Sem dúvida isso é muito mais do que eu precisava saber.
De novo o sorriso.
- Pense em mim como um emissário da terra dos piercings.
- Ah, sei. Bem, seu trabalho aqui está terminado, senhor embaixador - murmurei, assinando.
- Ei, estou às ordens! - gritou ele enquanto eu fechava a porta e corria para o elevador.
Rainha das distraídas, nem percebi que o pacote não tinha remetente, até estar lá em cima. Abri a caixa, olhei dentro dela com alguma cautela e vi uma concha. Dessas
que a gente chama de caramujo.
Um caramujo imenso.
Muito estranho.
Tirei-o da caixa e examinei seu interior, incapaz de imaginar quem poderia ter me mandado algo assim. Havia apenas uma pequena folha de papel amarelo no fundo da
caixa e a peguei. A letra era a mesma do bilhete pendurado na minha geladeira.
Ahá! Tem razão, eu sorri. Adoro coisas imprevisíveis.

O Náutilo, Nautilus pompilius - também conhecido como Náutilo Perolado -, contém várias câmaras sucessivas com as quais controla sua subida e descida nas águas dos
oceanos tropicais. O Náutilo pertence à classe Cephalopoda e é um dos moluscos mais altamente desenvolvidos. A família Cephalopodae - que inclui polvos e lulas -
é caracterizada pelos olhos extremamente desenvolvidos, pelo sexo diferenciado e pela habilidade da fêmea em gerar uma concha de proteção para seus ovos. Fato incomum
na classe, tanto o macho quanto a fêmea do Náutilo criam conchas com múltiplas câmaras.
E interessante notar que, apesar das impressionantes defesas e dieta carnívora, nem o macho nem a fêmea do Náutilo são tóxicos.
J.


Ele acabara de ganhar pontos por criatividade. Quem diria que James tinha essa qualidade? Tive que sorrir por ser considerada não-tóxica.
E a concha era linda. Grande e com um belo acabamento perolado. Aliás, pelo que sei, as pérolas vêm de conchas, não é? Gostei do peso dela - não seria uma arma desprezível
caso a frigideira não estivesse à mão - e de como era lisa.
Pensei em James segurando aquele caramujo com suas mãos elegantes. Acariciei a superfície, sem pensar no que fazia. Márcia sempre reclamara da briga anual para conseguir
quarto num hotel do Caribe que se ajustasse ao padrão dela e ao mesmo tempo ficasse perto de um bom local para mergulhar.
Será que o próprio James havia pegado aquela concha no fundo do mar?
De qualquer maneira, era linda. E achei maravilhoso ele me mandar aquele tesouro.
Contrariando meu bom senso, coloquei-a na mesa onde podia vê-la e estender a mão se a quisesse tocar. Ah, sim! Claro, eu estava com sérios problemas e tentava desesperadamente
não me conectar ao www.grande-erro.com.
A concha me fez pensar. A última frase de Gwen veio-me à mente pouco depois e dei uma espiada na agenda, incerta sobre o que ela quisera dizer. Aquela era a noite
do encontro mensal das Ariadnes e, para minha surpresa, daquela vez a reunião seria na minha casa. Como me esquecera? Tomei nota rara não deixar de me abastecer
de chocolate naquela tarde.
íamos precisar de muito.
Eu não lhe falei sobre as Ariadnes, não é? Bem, prepare-se. Pegue uma barra de chocolate e se ajeite. Vou me restringir a contar os pontos mais importantes.
Claro, eu nada tinha a ver com a fundação do grupo. Dá rara imaginar eu e clubes sociais? Se você calcular a probabilidade disso acontecer, verá que é nula.
Acabara me enredando naquilo por ter expressado minha pungente insatisfação e dito com franqueza o que pensara na reunião inaugural de um outro grupo, com o propósito
de promover o avanço da mulher nas indústrias de alta tecnologia. Cedo ou tarde, todas essas organizações decidem que os associados têm de pagar mensalidades e,
quanto mais você paga, menos elas lhe oferecem. E incrível, mas em geral essa ogada se resume a algum esperto ganhar um bom dinheiro supostamente ajudando mulheres
a fazer contatos com empresas nas quais talvez venham a trabalhar.
Foi isso que eu disse na tal reunião, em termos bem rudes - será possível? -, e assim me tornei o foco extra-oficial - e sem intenção - do fervente descontentamento.
E todas passaram a esperar que eu resolvesse a questão.
Assim nasceu a reunião mensal de um grupo de mulheres com idéias similares, e elas não tardaram a perceber que não precisavam de homens que lhes arranjassem carreiras
profissionais. Do grupo todo, restaram oito almas fortes, cada quc^ decidida a fazer uma reunião em troca de chocolate.
O nome do grupo, pode crer, não foi idéia minha. O crédito vai para Tracy. Ariadne - James provavelmente sabia, mas tive que procurar numa enciclopédia - era o nome
da mulher mitológica que ajudou Teseu a encontrar o caminho de volta no labirinto de Creta; ou seja, era uma garota de pensamento rápido que ajudou um rapaz meio
lento. Ela o aconselhou a ir desenrolando o fio de um rolo de barbante quand: entrasse no labirinto e que o seguisse para sair.
Você pode ver a associação entre os fios e nós, as garotas tecno da web. Antônia, nosso símbolo, adora falar sobre as implicações sociológicas do fato de que Ariadne,
a Deusa da Lua, perdeu status entre os gregos, que a rebaixaram a urna simples mortal. Depois a coisa vai se complicando com muito paternalismo, subordinação e o
começo de séculos e séculos de abuso. Mas essa é outra história. Devo admitir que nãc : escuto com muita atenção.
Quanto à especulação sobre Teseu ser realmente um bei: príncipe que arrebata Ariadne para sempre -- ou por algurr tempo, pelo menos -, e o que isso revela subliminarmente
a respeito do que nós, as oito inteligentes e independentes mulheres, realmente desejamos, faça um favor a si mesma e es-queça. No nosso grupo há uma ou duas feministas
fanáticas que fariam você se alimentar com o próprio fígado por insinuar uma monstruosidade dessas. Falando sério, em comparação com as minhas companheiras, sou
uma menina boazinha. Jamais apareça nas nossas reuniões.
Estou apenas pensando no seu bem-estar, entende?
Portanto, Ariadne era a garota do rolo de barbante que arquitetou o plano. O objetivo do nosso grupo é trocar contatos e conexões para ajudarmos umas às outras a
abrir caminho num território desconhecido para as mulheres.
Vamos deixar uma coisa bem clara antes que eu lhe fale de todas elas. Não se trata de um grupo terapêutico que se baseia no toque mútuo ou de um daqueles grupos
de mocinhas carentes. Nas nossas reuniões não lemos livros, não nos lamentamos por causa de homens e não choramos umas no ombro das outras. Não comentamos nossos
relacionamentos amorosos. Bem, quer dizer, não conversamos sobre os meus relacionamentos amorosos, e todas aceitam bem isso.
Para o que nos reunimos? Simples.
Então, vamos falar sobre as Ariadnes antes que elas cheguem para a reunião e comecem a devorar chocolates. É assim: todas nós levamos chocolates para a anfitriã
e nos dedicamos a comê-los o tempo todo, de maneira que lá pela meia-noite conseguimos atingir um nível de açúcar no organismo que nos envolverá em uma suave névoa
de bem-estar, pelo menos durante vinte e quatro horas pós-reunião.
Gwen: carinhosamente chamada de Doutora, é a nossa física-naturalista residente que defendeu tese e se doutorou. E famosa por não respeitar quaisquer regras e pela
habilidade de se acalmar - com absoluta perfeição -, de modo a manter os pés firmes no chão. Em sentido metafórico, claro, é uma manifestante da não-violência. -
Procure entender isso, pois não entendi até agora. - Só Deus sabe como ela conseguiu se tutorar, porque não há atoleiro mais perigoso que um curso de graduação acadêmica
para quem não tem jogo de cintura. E Gwen é a pessoa mais taxativa que conheço.
Minha teoria é que ela foi admitida para defender tese por um erro de avaliação, ganhou por meio de concurso uma gorda bolsa de estudos - o que é verdade em parte
-, e os acadêmicos não puderam chutá-la para fora porque a perda de prestígio é o que mais temem. Então, em vez de expulsá-la, trataram de fazer com que ela fizesse
o exame de doutorado no menor prazo possível, por terem concluído que a assassinariam, a seqüestrariam para sempre ou lhe dariam o título de doutora para se livrarem
dela o quanto antes.
Por mais amargo e difícil que um plano desses possa ser para uma pessoa, ela não só sobreviveu como também agüentou bravamente a pressão e se doutorou magna cum
laude. - Ei, isso é latim. E sei o que significa: com grande honra.
E claro que Gwen não se dedicou a especializações e jamais quis se tornar uma peça acadêmica, recusando-se a rastejar para consegui-lo. Hoje em dia, trabalha no
departamento de ajuda ao usuário da companhia telefônica. Ela diz que está farta do mundo acadêmico, mas nosso consenso é que, na realidade, está estocando munição
para atacar.
Brincadeira.
Gwen é apaixonada por melodramas, principalmente os das vidas alheias. E uma perene voluntária do teatro lírico, onde é conhecida por aterrorizar os assinantes para
que façam doações mais generosas. Vive procurando o lado tétrico da vida das pessoas que a rodeiam, talvez menos por curiosidade e mais pelo desejo de viver como
um vigário.
De mim, ela jamais conseguiu coisa alguma.
Khadija: um lindo e pequeno dínamo que tem o encanto de uma rainha e um sotaque sul-africano capaz de derreter manteiga até na geladeira. Não se deve subestimar
nossa magnólia de aço - ela não conhecia essa expressão, mas gostou assim que a ouviu. Segundo Meg, há também o fato de seu signo ser Escorpião. Esguia, elegante
e de fala mansa, mesmo quando você lhe diz "não" com a maior firmeza logo percebe que, de algum modo, ela conseguiu o que queria de você.
É um dom.
No entanto, Khadija não usa seus talentos para o mal - vive ocupada demais com sua causa. A causa dela. Mantem um site de informações médicas e apoio para pais de
criança com espinha bífida. Não hesita em fazer cálculos e arrecadações quando se trata de levantar fundos para pesquisas. Foi por isso que entrou para o nosso grupo
- assumiu que as mulheres que fazem parte dele não estavam apenas dispostas a divulgar a palavra, bem como a fazer doações para a causa.
Khadija estava certa. Fazia todas nós falarmos sobre ácido fólico a cada reunião, só para o caso de irmos para a cama com alguém. Uma preocupação potencial a menos
com que lidar, como ela diz. Não é só uma rainha tecno por natureza como também aprendeu o que precisava para defender sua causa do coração. A primeira filha de
Khadija tinha a espinha bífida e morreu jovem, após muito sofrimento - soubemos disso por intermédio do seu site; ela não fala a respeito.
Seu fosso de proteção é muito fundo; compreendo e aceito essa atitude. Desenvolvi alguns programas de primeira para ela, de graça, não por ter coração mole ou algo
parecido. Apenas porque a respeito. Tudo pela causa.
Lydia. Rainha das Teorias. Valquíria loira, sempre equipada com uma explicação para qualquer coisa; explicação essa que pode ser verdade ou não, mas que em geral
soa muito melhor que a verdade. Ela também não é ligada em tecnologia e só foi atraída pela web, por assim dizer, depois que conheceu Khadija. Gostamos dela e estávamos
com uma vaga - uma das nossas poucas regras é ter oito membros.
Igualmente apaixonada por bebês saudáveis e por bebês desejados, Lydia é enfermeira e trabalha no serviço de saúde rública. Enche as nossas mesinhas-de-cabeceira
com mais camisinhas que qualquer mortal saudável conseguirá usar durante a vida inteira. E mais: sempre verifica as datas de validade dos preservativos do fornecimento
anterior da associada que faz a reunião mensal. Um grama de prevenção vale por um quilo de tratamento, pontifica, e assim por diante. Na realidade, pode valer uns
quatro ou cinco quilos de tratamento e muitas lágrimas.
Talvez Lydia seja lésbica. Percebi alguns indícios, porém não fiz perguntas. Não é da minha conta... Entende? A gente se mete na vida dos outros e cedo ou tarde
eles acham que o oposto é válido. Não é esse meu jogo. Pego as camisinhas porque ela não nos dá escolha e, como num ritual, destruo a quantidade suficiente antes
da minha vez de fazer a reunião para ela não pensar que jogo no mesmo time.
Ah! Preciso me lembrar de queimar as camisinhas hoje à tarde. James e eu só usamos duas.
Phyllis tem cinqüenta anos e é fabulosa. De verdade. Quando crescer, quero ser uma raposa prateada como Phyllis. É a nossa feminista mais ardente, verdadeira máquina
de lutar; elegante, com um passado de vinte anos no serviço militar, tem licença para andar armada. É membro certificado da Associação Nacional do Rifle e defende
energicamente o uso responsável de armas de fogo. Conheça sua arma e... Dá para pensar que ela e Gwen fazem uma festinha de vez em quando.
Temos outra regra: nenhuma discussão sobre política pessoal, criada depois que Gwen levou um soco no nariz, manchou com sangue o tapete novo e marfim de Khadija,
e Phyllis quebrou a junta de alguns dedos...
O marido dela vivia tendo casos extraconjugais e a deixou após vinte e cinco anos do que ela considerava o paraíso nupcial dos dois. Aliás, nunca lhe perguntamos
o que aconteceu com o ex-marido: se ele saiu da separação com outros ferimentos além dos emocionais. Certas coisas é melhor não saber.
Solteira de novo, Phyllis sentou-se, olhou ao redor, decidiu que high-tech era o melhor modo de forjar o futuro - a frase é dela, não minha -, mudou-se para Cambridge,
formou-se em ciência da computação como estudante madura e ganhou o mundo. No meio do caminho, descobriu que era uma grande oradora motivacional, provavelmente por
ser quem sempre animava os colegas antes das provas.
Hoje, Phyllis opera o cache de código dos caubóis da Costa Leste sob o melhor dos contratos; ganha um bom dinheiro trabalhando para eles: praticamente imprime dinheiro
no porão. Caso você não tenha percebido, ela tem tolerância quase zero para besteiras. E também dispõe de alguns escudos muito poderosos montados para defender sua
privacidade. Estamos falando de Kevlar da próxima geração, segundo as especificações da Nasa. É impressionante.
Gosto de Phyllis, muito, e não só porque ela me arranja trabalho quando preciso desesperadamente de dinheiro. Respeito à dura luta que enfrentou para se reerguer
e por ter chegado lá sozinha. Um dia desses terei o bastante para retribuir.
Krystal é carinhosamente conhecida como a Policial da Moda. E como entende de comprar! Fazer compras com ela é interessante. Nós a chamávamos de A Grande Caçadora
Cor-de-rosa - adora a cor fúcsia -, até que começou a criticar nosso gosto para roupas e ajudou a refazer nossas imagens.
E... Temos algumas associadas que são, ou eram, meio indiferentes em relação à aparência. O que não durou muito. Krystal não aceita desculpas, uma vez que faz parte
da escola de psicologia pop que diz: Se você está com boa aparência é porque está bem. E tão sincera que a gente acaba pensando que ela apenas quer fazer o mundo
ficar com cara melhor ou talvez melhorar a paisagem.
Viva como é, trabalha para o mais miserável monstro da tecnologia comprometido com a feminilidade - um programa on-line de ajustes em roupas para um fabricante de
jeans. A princípio, pode-se pensar que se trata de trabalho relativamente rotineiro - tipo a cliente potencial digita suas medidas, às ezes se acrescenta um pouco
de modelagem em 3-D para o resultado ficar mais bonito e mostra-se o jeans pronto no mo--elo virtual, para que o pedido seja feito.
É claro, os problemas que surgem são incontáveis.
Primeiro, as clientes são de todos os formatos, com as próprias variações, e o jeans tem que ser justo. Medidas de cintura, quadris e cavalos não bastam para garantir
um bom caimento, muito menos um que melhore a silhueta. A empresa, produtora de jeans quer garantia de que o caimento dos jeans comprado on-line seja perfeito para
conquistar a confiança das cientes. Esse objetivo aterroriza Krystal.
Segundo, pode-se pedir que a cliente potencial meça de novo mais partes do corpo. No entanto, cada medição aumenta a probabilidade de que a interessada desista ou
meça de forma incorreta.
Terceiro e último, apesar desse ser o ponto mais importante, nós, mulheres, mentimos sobre nossas medidas com incrível facilidade e audácia desmedida. Em especial
quanto ao tamanho dos nossos traseiros. E, o que é mais sério, mentimos para um programa de computador que não nos vê. Percebe o pesadelo? Caso se acrescente uma
porcentagem de centímetros às medidas indicadas, acaba-se fazendo calças largas demais para as clientes que deram as medidas corretas!
O fato é que Krystal conseguiu um trabalho impossível de realizar direito. Eu só torço para que ela seja paga por todo o tempo que passar nesse purgatório.
Tracy, apesar de ser a filha maravilha, foi uma das primeiras vítimas de Krystal. Os óculos tipo fundo de garrafa tiveram que sumir - todo mundo sabia disso, menos
Tracy. Tem vinte e dois anos e é incrivelmente brilhante - bem, em algumas áreas.
Trabalha num laboratório associado a uma universidade, no departamento de desenvolvimento da inteligência artificial. Cuida especificamente dos pequenos módulos
investigativos que se engole - eles recolhem dados enquanto atravessam o trato digestivo e saem do corpo do paciente no final do passeio não só com imagens, mas
também com análises e sugestões de tratamento. Lembra o filme Viagem Fantástica.
Essa é a parte do trabalho desenvolvido nesse laboratório que está perto de ser comercializada. Depois, eles têm um plano de encolher esses módulos e torná-los ativos.
Tracy não nos contou nada além disso, no entanto imagino que o plano final seja o paciente engolir um copo de células guerreiras, as quais acabarão de vez com as
células malvadas.
Humm. James iria se divertir com as responsabilidades civis inerentes! E se os mocinhos se tornarem bandidos? E culpa do criador dos mocinhos ou se trata da autodeterminação
de cada guerreiro? Essa história está começando a parecer teologia. Bom, deixa para lá.
Tivemos algumas conversas sérias sobre a utilização errônea potencial de tais poderes e sobre a possibilidade do seu uso em guerras biológicas. Phyllis é teórica
da conspiração por excelência e insiste em que a Aids era, sim, uma "arma" que escapou dos laboratórios de desenvolvimento. Dá para você imaginar o que ela pensa
dessa tecnologia, não? Tracy é jovem o bastante para ser idealista - mas, apesar de não trabalhar diretamente para os federais, tem certo nível de acesso aos canais
de segurança. O que basta para fazer a anarquista se arrepiar toda.
E, sim, fico pensando em quanto do que discutimos Tracy conta a eles.
Por fim, temos a Antônia, cigana e alta sacerdotisa da religião de torcer a tecnologia para satisfazer as próprias necessidades. Não, ela não põe olho-gordo em ninguém
e não lê a sorte. É uma artista performática e faz usos inesperados da alta tecnologia. Seu propósito é desafiar nossos conceitos a respeito de nós mesmos e do nosso
mundo que vive em permanente mudança, revelando a impossibilidade de sustentação e a fragilidade fundamental da nossa compreensão da realidade.
Peguei esses dados no site dela.
Estudamos na mesma escola, séculos atrás, quando ela era apenas uma simples garota católica e reprimida como eu. Perdemos contato quando viajei para o Japão e nos
reencontramos há alguns anos, quando fui ver uma das performances dela, que havia sido comentada em destaque num jornal de tecnologia. Li a reportagem e fiquei curiosa.
Era um estranho espetáculo.
Ao longo de três horas, em um armazém com chão de concreto, luzes fracas e sons da selva como fundo, Antônia caçava computadores. Estava com uma roupa de pele falsa,
à la Wilma Flintstone, e um osso preso ao cabelo no alto da cabeça. Caixas-robôs se moviam; seus trajetos erráticos - e; portanto, evasivos - eram resultado de geradores
de números aleatórios que determinavam a direção e a velocidade delas. Várias tinham braços robóticos armados com lâminas de navalhas que agiam como dedos e se moviam
de vez em quando, fazendo de Antônia tanto predadora quanto presa.
O show não tinha programação nem coreografia, os numerosos robôs apenas iam se movendo mais e mais depressa. Como não havia palco e a ação acontecia no espaço todo,
a audiência também tinha que se mover para evitar os robôs, tornando-se parte da experiência da caçada. Duas vezes houve ameaça de pânico.
A caçadora primitiva eliminou os inimigos um a um, deixando alguns imóveis e outros fumegando. Quando derrubou o maior, portanto o mais perigoso, arrastou-o pelo
chão, acendeu uma fogueira, arrebentou as costas dele e arrancou os fios internos como se fossem espaguete. Eviscerou o robô e começou a assar pedaços dele no fogo,
emitindo grunhidos de antecipação enquanto o armazém se enchia de fumaça.
Adorei. Um sem-número de vezes eu havia passado por momentos em que sentira impulsos de arrancar as vísceras de computadores, então achei o espetáculo irresistível.
Antônia me tornou fã da arte performática no momento em que me vi participando do espetáculo. É uma sensação deliciosa demais para ser esquecida.
Retomamos o contato, apesar dos Anos Perdidos - como passamos a chamá-los - terem permanecido inexplorados por escolha mútua. Éramos solteiras, e isso era tudo que
precisávamos saber.
Quanto a mim, associada número oito, você já me conhece bem.
Naquela noite da reunião na minha casa eu me sentia um tanto sepulcral em relação à vida, ao universo e a tudo o maií então me vesti no estilo de completa glória
gótica. Calça de couro preto, mais justa que a pele, túnica de veludo roxo sobre uma blusa branca de poeta, com uns bons quinze centímetros de rendas pregueadas
na gola e nos punhos das mangas.
Pó-de-arroz é o truque para conseguir o rosto gótico pálido, muito pálido. E base por baixo, para igualar os tons da pele. Caprichei com delineador e sombra, estilo
Cleópatra, de um azul-escuro que fez meus olhos parecerem safiras e escondeu as olheiras. Escolhi um batom cor púrpura, adequadamente chamado Tom Noturno Mortal,
e decidi que estava muito bem. Passei mousse no cabelo cor de caqui e o despenteei, dizendo ao meu reflexo no espelho que aquela poderia ser uma noite diabólica.
As Ariadnes - que eram perversamente receptivas - poderiam perceber que havia algo errado. Poderiam querer saber o que era. Poderiam exigir que eu contasse, já que
todas haviam feito e faziam confidências de vez em quando. Eu era a única que nunca tinha relatado acontecimentos pessoais. E não pretendia perder essa qualidade.
Só a idéia me fez estremecer. Calcei as botas pretas de salto agulha que quase tive de vender a alma para comprar. E fiquei pronta.
Bem na hora.
Lydia foi a primeira a chegar, como de hábito, já que era reconhecida pelo grupo como a princesa da pontualidade. Trazia uma caixa grande de trufas e cerca de uma
centena de camisinhas fluorescentes.
- Você vai sempre saber onde ele está - disse a guisa de cumprimento, colocando uma dúzia na minha mão.
Tive que sorrir.
- Descobri uma nova teoria para você.
- Oh, que bom! Preciso mesmo me animar.
Só que não mordi a isca: nada de encorajar confissões tão cedo.
- O golfe é o plano de Deus para um anticoncepcional universal nos Estados Unidos.
- Nada mau. São aquelas roupas com estampas em xadrez, não é? Quero dizer, xadrez não é uma coisa muito boa quando em grande quantidade e de todo jeito! Mas os sulistas
enlouqueceram por ele e de repente cometeram o crime de criar o axadrezado tangerina.
- Aquelas calças! - acrescentei, e nós duas fingimos ter convulsões.
- Se ao menos eles usassem kilts.
- Daí não seria anticoncepcional.
- Verdade. Gostei. - Ela sacudiu o indicador para mim. - Minha mais nova teoria é que a popularidade da pêra, aquela manchinha de barba logo abaixo do lábio inferior
dos homens, é a responsável pelo súbito crescimento da castidade entre as mulheres que chegam à pós-puberdade.
A conversa animada foi interrompida pela chegada de Khadija, com três barras de chocolate inglês. Phyllis veio logo atrás, trazendo a costumeira contribuição sem
enfeites de uma caixa de Diamante Negro.
- E chocolate ao leite e meio amargo - explicou, como sempre. - Assim temos para todos os gostos.
Todas já tinham ido lá em casa vezes o bastante para encontrar o caminho da "sala de estar" - de fato, só um cego não se orientaria em uma enorme caixa quase vazia
como era o meu loft. Comecei a servir água com gás e seguiu-se o desfile habitual de bebidas diet.
Eu sei. Não faz sentido. Comemos muito chocolate, mas tomamos bebidas diet. Deixe-nos com nossas ilusões, por favor.
O celofane foi arrancado das caixas e as arrumamos no que no meu loft é mesinha para café - duas caixas de monitor unidas e cobertas por uma toalha de mesa -, e
elas foram pegar cadeiras que estavam espalhadas por todos os lados. Partimos as barras de chocolate inglês. Lá fora o céu escurecera, e os tons de azul-marinho
e de púrpura passavam pelos tijolos de vidro. Acendi cerca de mil velas. Foi quando a campainha tocou de novo.
- Quero essas botas - disse Krystal, assim que saiu do elevador, momentos depois.
- São minhas, muito minhas.
- Então me avise quando se cansar delas.
- Manolo Blahnick. - Fiz um mini desfile só para despertar inveja. - Nunca irão me cansar.
- Então as deixe para mim no testamento, meu bem. - Ela sorriu e olhou para a sala. - Graças a Deus por nenhuma de vocês estar de jeans!
Tracy chegou com ela - costumavam dar carona uma à outra - e sorriu timidamente ao me passar um pacote de Hershey's Kisses. Krystal contribuiu com uma caixa de chocolates
belgas, cumprimentou as outras com um aceno e se dirigiu à "sala de estar". Tracy, como de hábito, seguiu-a como uma sombra silenciosa, dando a impressão de que
nos considerava intimidantes.
Só Deus sabe por quê.
Gwen gritou lá debaixo, exigindo que mandassem o elevador imediatamente porque precisava ir ao banheiro. Fechei a porta para o elevador descer e ri, imaginando minha
amiga se contorcendo lá embaixo. E continuava a se contorcer ao sair do elevador, gastou apenas um momento para deixar os Ferrero Rocher nas minhas mãos e correu
direto para o banheiro.
Antônia foi a última a chegar, o que não era surpresa, com um pacote imenso de M&Ms debaixo do braço.
- Adoro a sua casa, Maralys. Quando quiser uma colega de quarto, é só me dizer.
- Nem pensar.
- E não sei disso?
- Nunca saberia o que você aprontaria aqui enquanto eu estivesse dormindo. Poderia acordar no meio da Arte.
- Faz parte da aventura.
- Aventura sem a qual prefiro viver.
Ela sorriu, então seu olhar examinou o meu, e o sorriso sumiu.
- Você está bem?
- Não. Mas obrigada pela gentileza. Vamos entrar.
Ela não tocou mais no assunto, nem eu. A conversa geral passou a ressoar no loft inteiro, mas Antônia não parou de me observar, e eu sabia que perguntaria de novo
quando decidisse que era o momento certo.
Tentei erguer meus escudos bem depressa.
O momento certo de Antônia não demorou a chegar. Tínhamos falado da viagem de Khadija ao Reino Unido para uma conferência - ela chegou a ficar ruborizada com os
elogios pela qualidade das informações em seu site - e expressado nossa compaixão por Krystal, porque o mais recente namorado dela era mesmo um rato. Escapei com
sucesso das perguntas lançadas na minha direção. Pelo menos foi o que pensei, até notar que Antônia estava preparando aquele olhar tipo laser. Comecei a me encolher.
Aí o telefone tocou.
Percebi tarde demais que tinha deixado o alto-falante da secretária eletrônica ligado. Comecei a me levantar, mas olhei para Antônia, vi aquele sorriso de gato tipo
"Ahá!" e me sentei de novo, torcendo pelo melhor.
Maralys, é o James.
Pronto, minha torcida não adiantara nada.
Entre risadas abafadas, minhas amigas passaram a fazer a coisa mais educada num instante daqueles: falavam sem parar e muito alto, de modo que ninguém conseguisse
ouvir o recado.
Apesar de todas estarem abrindo os ouvidos para escutar.
- Bela voz.
- Verdade. Como ele é?
- Como se isso fosse importante - respondi, o rubor se espalhando em meu rosto, por mais que lutasse contra.
Se puder, me dê uma ligada, ele continuou. Então deu uma risadinha e acrescentou: Sugeriu ele, com otimismo...
- Ah! Esse é o cara certo para você.
E sobre ontem à noite...
Oito mulheres ficaram em absoluto silêncio, fazendo força para não perder a mínima nuance na voz que vinha do telefone. Todas nós permanecemos imóveis, e pensei
em que aquele providencial buraco no chão bem que poderia se abrir para me livrar do linchamento, mas sabia que não ia acontecer.
Além disso, queria saber o que James ia dizer.
Acho que você devia fazer seu pai sentir sua falta por alguns dias. Fui vê-lo esta tarde, e ele está bem. Estão diminuindo os analgésicos e a dra. Moss quer mandá-lo
por uma semana para algum lugar onde possa ser vigiado. Tenho uma idéia a esse respeito e precisamos conversar logo.
Nesse ponto do recado, pareceu que ele sorria.
Com essa solução, Maralys, nós dois teremos algum tempo, mas existe um prazo. Cuide-se.
E, com um clique, ele se foi. As Ariadnes soltaram a respiração ao mesmo tempo e em seguida olharam para mim.
- Há alguma coisa que queira nos contar? - perguntou Antônia.
Eu mal consegui recuperar o fôlego.
- Eu? Não. Por quê?
Elas se entreolharam, depois todas me fitaram. Antônia parecia ter sido escolhida como porta-voz, porque mais ninguém disse nada.
Ela se inclinou e sustentou meu olhar.
- Olhe, Maralys, sabemos que você preza sua privacidade. Todas entendemos isso. Todas compartilhamos nossas histórias, menos você...
- Vai me dizer que andam marcando nossas pontuações?
- Não. Apenas queremos que saiba que está tudo bem. Estamos aqui para o que der e vier. Só queremos que saiba que compreenderemos, seja lá o que você decida fazer.
Minha respiração se tornara ofegante. Quando você não investe nada, está protegendo a si mesma do mundo e das demais pessoas, portanto não tem nada a perder. Mas
fica completamente sozinha. Já estive nesse cenário e posso garantir que a sensação não é nada boa.
Talvez estivesse na hora de tornar o clube da confiança um pouco menos exclusivista do que era. Talvez fosse melhor eu parar de pensar que tinha que salvar o mundo
- e me defender - sozinha. Eu sabia o que devia fazer, sabia que aquele era um lugar seguro para depositar minha confiança, mas mesmo assim... E difícil se livrar
dos velhos hábitos.
- Você já sabe que qualquer coisa dita aqui não sai daqui - acrescentou Antônia.
- Com certeza - disse Phyllis, com voz firme.
Todas me observavam e não tentavam escondê-lo. Era um grupo de pessoas honestas, confiáveis, e eu tivera a maior sorte em participar dele.
E nunca havia dito isso a elas.
Antônia percebeu que eu estava no limite. Ergueu-se com aqueles movimentos felinos, pegou a caixa dourada de chocolate e me ofereceu.
- Pegue um para dar coragem.
Cada qual pegou um bombom, e, depois que a caixa voltou à mesa e terminamos de mastigar, respirei fundo e comecei. As primeiras palavras foram difíceis e me surpreenderam.
Mais tarde, percebi que eram perfeitas. Talvez o único modo de contar minha história fosse começando por elas.
Uma coisa era certa: eu tinha a melhor audiência que se poderia querer. Aquele cenário, com as chamas das velas oscilando, o teto escondido no escuro, eu rodeada
por sete mulheres atentas e preocupadas, vai ficar gravado para sempre na minha memória.
Aquela foi a noite em que contei às Ariadnes sobre James, Márcia, o bebê e eu. Foi à noite em que deixei as Ariadnes se tornarem realmente minhas amigas.


Era uma vez duas irmãs exatamente iguais. Saíam pérolas dos lábios de uma e sapos da boca da outra...
Vocês já viram como é. Não é coisa boa apostar em duplas. Combinações de dois existem para chamar a atenção para os contrastes e não só para identificar, mas também
para acrescentar um julgamento moral sobre os extremos opostos do espectro das duas combinações. Apenas observando as palavras em si dá para perceber a verdade sobre
nossos preconceitos:
Transtorno bipolar. Duas caras. Dupla terrível. Dois pés esquerdos. Bigamia. Um casal estranho. Duas vezes infeliz. Faca de dois gumes... Nenhuma dessas palavras
ou expressões significa coisa boa.
Duplicata: cópia do original, com a implicação de que a cópia é inferior pelo simples fato de não ser o original. De que outra maneira - duplicidade poderia significar
inferioridade?
Duodeno, lugar particularmente terrível para ter câncer. Mas também acho que há poucos lugares bons para ter câncer. Talvez haja lugares mais fáceis de tratar que
outros, mas bons e ruins? Não é assim tão fácil.
Os gêmeos têm sempre o mesmo esquema de tratamento na área folclore e dos contos de fadas. Toda irmã boa tem uma irmã malvada. Toda fada madrinha boa requer uma
fada madrinha malévola, todo desejo é combinado a uma maldição. Cada herói precisa de um vilão. No final, fica-se imaginando por que os bonzinhos são tão inseguros
a ponto de precisarem de uma derrota que os faça partir para a luta.
Os opostos podem se atrair, mas nós certamente não lhes damos muitas oportunidades para ficarem juntos. Definimos qualidades com extremos, um extremo ou o outro
da escala. Preto-e-branco. Extrovertido ou introvertido. Alto ou baixo. Angelical ou demoníaco. Para cima e para baixo, dentro e fora, norte e sul, positivo e negativo,
cara ou coroa.
Parece que adoramos contrastes.
O que amamos de verdade são respostas simples. Parâmetros simples levam a escolhas simples e, em geral, a soluções simples. Porque, se a vida fosse simples, todos
nós saberíamos fazer as melhores escolhas. Haveria menos pessoas estragando o jogo da vida deforma tão eficiente se houvesse sempre uma resposta certa em vez de
apenas uma resposta melhor - ou mesmo uma menos pior.
Mas nos agarramos as nossas preconcepções, admitindo apenas o preto ou o branco em desafio a nossa experiência. Ela é boa? Ele é bonito? Essas crianças são boas?
Pior. Agarramo-nos aos preconceitos em oposição direta as nossas experiências diárias, apesar de que há muito tempo os acontecimentos vêm nos mostrando que essa
é uma atitude errada. Nos nossos corações, nos nossos corpos e nas nossas vidas há incontáveis tons de cinza. Em cada um de nós há qualidades humanas com nuances
de todas as cores: algumas em quantidades maiores e outras em quantidades menores, é verdade, mas nenhuma totalmente presente ou ausente.
Posso mudar a tela do meu computador de preto-e-branco para sessenta e quatro mil tons de cinza. E só apertar um botão e fico um pouco mais perto da verdade.
São esses numerosos tons de cinza que complicam as coisas, que tornam o jogo mais cheio de nuances e mais interessante. Falo em defesa dos tons de cinza - não há
crianças boas ou ruins, mas crianças que têm em si tanto coisas boas quanto ruins, em proporções que variam. Talvez se possa dizer crianças melhores e piores. Crianças
mais ou menos inclinadas a fazer sempre a boa escolha e jamais a pior. Sempre melhor.
Doutor Jekyll e Mr. Hyde estão vivos e bem, mas nunca nas situações de maior oposição. São primos sutilmente diferentes que moem em cada um de nós e em todos nós;
são eles que comandam o espetáculo de verdade.
Até mesmo a criança mais angelical tem algo de tortuoso em si. Ou deveria ter. Porque todo mundo que parece ser totalmente bom provavelmente está escondendo algo
do olhar distraído. Algo mais Assustador do que se pode imaginar. A natureza detesta a simplicidade, apesar de lidarmos com essa inconsistência pelos extremos de
dois.
Os Duplos - aquelas fantasmagóricas "cópias" de seres vivos que vivem atormentando o original -, os invasores de corpos e a duplicata, que lá no fundo não é realmente
uma duplicata. O substituto. O duble de corpo. A literatura está cheia de personagens que não são o que parecem - e que, de fato, são espécies de jaula. Não queremos
tomar conhecimento de que a superfície pode ser decepcionante, pois isso tornaria nosso mundo não só mais complicado como também muito mais perigoso.
Luz e sombra. Dia e noite. Luz do sol e escuridão. Silêncio... Há coisas que ficam melhores se deixadas em paz.
E foi então que me tornei a Vagabunda, sem ter opção, porque Márcia havia sido declarada a Nossa Senhora. Não havia outros papéis disponíveis; era um ou outro. Não
se pode ter duas Nossa Senhora, seja no sentido da cultura popular ou da religiosa. E impensável. É possível ter muitas vagabundas, mas isso é outra coisa.
Toda minha vida fui uma maçã ruim, desde o momento em que chorei pela primeira vez. Eu falava mais alto, mais duro e de modo mais impositivo. Eu era a semente do
demônio, a rebelde, a não-con-formista, aquela que largara a faculdade, que ficara grávida na hora errada e depois deixara de estar grávida na hora errada. Aquela
que fazia as amigas da mamãe menearem a cabeça: "Não é uma pena? Você sabe, ela sempre foi problemática".
Aquela que no final minha mãe não reconheceu.
Sou aquela que fugiu do país, que fez as escolhas erradas, que se casou com um perdedor charmoso que deveria estar na prisão, que se viu à beira da falência e, depois,
foi interrogada pela Receita Federal. Sou aquela que não pode ser redimida, que vai para o inferno, que só causa decepções. Sou aquela que sabe que é melhor não
pedir ajuda. Sou aquela que recolheu os cacos, que não merece agradecimentos, que não tem expectativas, que aprendeu a confiar apenas em si mesma, a quem a vida
convenceu de que amor e felicidade são coisas que acontecem só com os outros.
Com pessoas que não são más. Ou, talvez, com pessoas que chegaram primeiro, pegaram os melhores papéis e se agarraram a eles com todas as forças.
Tenho meus defeitos, mas não sou a gêmea má. Posso ter representado esse papel, mas você deve ser inteligente o bastante para não julgar tudo pelas aparências.
Não sou a vagabunda. Não sou a menina má. Não sou a problemática. Não estou além da redenção. Não sou aquela que recebeu o que merecia ou que fez a própria cama.
Não sou aquela incapaz de assumir responsabilidades. Não sou aquela que é um peso para os outros. Não sou a egoísta nem a descarada. Não sou a insensível. Não sou
a má.
Não sou a gêmea má.
Não sou a gêmea má. Repita duas vezes e faça acontecer.

Quando dei por mim, tinha ido parar no sofá e trazia o rosto molhado por lágrimas. Khadija estava de um lado, e Krystal, do outro.
- Torne o mundo um lugar melhor - sugeriu Krystal, passando-me um lenço. - Tire o que restou da sua máscara.
- Entendi...
Fiz o que ela disse. Krystal me abraçava, e todas as demais se mantinham em silêncio, pensando no que eu acabara de contar. Lydia me estendeu a caixa de trufas e
insistiu para que eu pegasse duas.
- Isso tudo é injusto! - desabafou Gwen, e todas concordamos enfaticamente.
Phyllis suspirou, levantou-se, foi até a cozinha e voltou pouco depois com uma caneca de chá.
- Obrigada, Phyllis. - Peguei a caneca, envolvendo-a com as duas mãos, apesar de não querer chá.
Antônia se achava sentada a minha frente, com os pés sob o corpo, parecendo um gato enrodilhado. Seu olhar firme e inquiridor também me fez pensar num felino curioso.
- Ela sabia - disse, de repente. Phyllis começou a rir e confirmou:
- Quando James perguntou pela pinta, é claro que ela se tocou.
- Não, não. -Antônia se desenrolou um pouco. -Antes disso. Aposto que ela sabia desde o início.
- Você está brincando! - eu quis reagir, porém já havia gastado toda minha indignação.
- Pense um pouco! O que ele deve ter dito quando encontrou sua irmã? Algo como: "E maravilhoso ver você de novo", se é que não mencionou a noite que passaram juntos.
James não sabia que você tinha uma irmã gêmea, mas Márcia sabia e deve ter entendido tudo desde o começo.
Olhei surpresa para Antônia, odiando como aquilo fazia sentido.
- A nojenta! - exclamou Tracy, tremendo de raiva. - Quer dizer que ela roubou o namorado da irmã? Que sujeira!
Antônia revirou os olhos.
- Reconheça, as mulheres fazem isso o tempo todo. - Estalou os dedos e voltou-se para mim. - Não achou estranho Márcia não lhe apresentar o namorado maravilhoso?
- Não. Eu vivia muito ocupada, vomitando todas as manhãs e tentando evitar que os ouvidos biônicos da minha mãe escutassem. Quando não estava vomitando, rezava para
James me telefonar. Quando não estava rezando nem vomitando, pensava desesperadamente no que fazer. - Tomei um gole do chá. - Pode-se dizer que andava bastante distraída
naquela época.
Antônia inclinou-se para a frente, os olhos brilhando.
- Lembra-se, Maralys? Quando éramos pequenas, chamávamos a Márcia de "Senhorita Me Dá"?
- E mesmo! Eu tinha esquecido. Há anos não penso nisso...
- Deveria ter pensado. Eu não esqueci. Márcia sempre queria o que era seu. Não sei quantas vezes a ouvi explicar que havia nascido primeiro e que não era para vocês
serem gêmeas, como se você tivesse jogado sujo e seu lugar fosse em outra família.
- Não há outros gêmeos na nossa família, pelo menos que se saiba. Brincávamos com mamãe dizendo que ela havia chegado perto demais da água pesada, no laboratório.
- Sua mãe era cientista? - Tracy perguntou.
- Era faxineira. - Minhas amigas riram, mas eu não. - Deixou de ser engraçado quando ela ficou doente.
- Câncer? - Lydia perguntou com delicadeza. Assenti apenas, pois não queria falar naquilo. Antônia abraçara a missão e não pretendia fazer o menor
desvio. O que era bom e ruim ao mesmo tempo. Estava praticamente caindo da cadeira de tão atenta.
- Aposto que Márcia deu um jeito de evitar que você atendesse ao telefone e falasse com James. Qual era a aparência dela quando lhe mostrou a tal foto? - perguntou-me.
- Lembra-se da expressão no rosto dela?
Fechei os olhos e me recostei, reconfortada pelo calor da caneca com chá. Eu não queria aceitar que Márcia tinha desempenhado o papel mais importante naquela história
sórdida, apesar dos desaforos que havíamos dito uma a outra ao longo dos anos.
Lembrei-me exatamente do que Antônia queria saber.
- Lembro-me de ter imaginado por que Márcia estava tão satisfeita consigo mesma, então calculei que deveria ser porque James era digno de ser agarrado, como minha
mãe dizia.
Antônia relaxou um pouco.
- Digno de ser agarrado desde que você o tivesse pegado primeiro e melhor ainda se a Senhorita Me Dá o roubasse. Sei que você não é idiota, Maralys. Sei que entende
que ela atraiu James deliberadamente e deve ter mentido muito para isso.
- Então por que Márcia ficou tão zangada quando ele falou da pinta?
Tracy pigarreou antes de falar.
- Talvez Márcia tenha começado tudo por capricho, mas depois descobriu que o amava. Quando se casaram, pensou que ele a amasse também.
- Se foi assim, ela sofreu um golpe cruel - sugeriu Gwen, e todas nós assentimos.
Antônia olhou-me com reprovação.
- E você fugiu. Que covardia, Maralys! Nunca pensei que fizesse algo assim. Tinha certeza de que você era capaz de lutar pelo que queria.
- Eu era jovem, estava grávida e confusa!
Sabendo que eu odiava que fizesse aquilo, Antônia acendeu um cigarro, deu uma profunda tragada e soprou a fumaça.
- E qual é a sua desculpa agora?
- Que desculpa? Já acertamos nossas diferenças e podemos seguir adiante. E quer saber? Estou feliz por ter deixado tudo aquilo para trás.
Estendi a mão e ia pegar um chocolate quando Antônia começou a imitar uma galinha. Eu me ouricei toda.
- O que isso quer dizer?
- Que você continua sendo covarde.
Ficamos nos encarando, furiosas. Havia anos que o grupo existia e nossas companheiras jamais nos tinham visto discutir. Contudo, eu não podia admitir que Antônia
se divertisse cutucando meus pontos fracos.
- Você quer é me azucrinar, Antônia.
- Isso aí! O suficiente para fazê-la reagir. Tem medo de ser feliz, Maralys? Tem medo de se apaixonar?
- Não, eu...
Comecei a falar agressivamente, mas Antônia me interrompeu abruptamente.
- Tem medo de se apaixonar, sim, porque teme perder o controle. Você não confia de verdade em nenhuma de nós, Maralys, nem em James. - Ela deu outra tragada e soltou
a fumaça, com ar confiante. - Mas se passar à vida se protegendo de tudo vai acabar ficando sozinha.
- Maralys já foi casada! - protestou Tracy, defendendo-me com sua ingenuidade.
- Com um garotinho que queria a mamãe - corrigi, com voz rouca. - Eu podia controlá-lo e ajeitar a vida dele. Pelo menos foi o que pensei.
- E quando não conseguiu salvá-lo de si mesmo pagou as dívidas dele... - falou Phyllis, com dureza.
- Eu sabia que ia ser assim!
Antônia se inclinou para a frente e me estendeu as mãos.
- Oh, toque-me com sua infinita sabedoria, onisciente Maralys!
Eu deveria me sentir insultada, mas minha amiga tinha toda razão para agir com tanta ironia.
- Não é justo! - reclamei. - Quase morri para esconder o que me aconteceu, hoje tive que falar, e lá vem você criando a maior confusão! E verdade que James e eu
tivemos uma história, é verdade que tínhamos que falar a respeito disso, mas também é verdade que agora está tudo acabado. De vez. Caso encerrado.
Antônia sorriu, sem se deixar convencer. Ficou fumando e me olhando. Meu coração acelerou de maneira assustadora. Engoli em seco, depois tomei um gole do chá.
- E preciso sacrifício para conseguir algo importante - disse Khadija, com calma.
Apertou meus ombros, e fitei-lhe os olhos negros. Vi neles os sacrifícios que a tinham levado ao sucesso. Lá estava uma mulher que perdera a filha por falta de uma
medida preventiva simples. Uma medida da qual ela não tinha a menor idéia, e era evidente que o médico também não.
- Você nunca fala sobre sua filha. Ela sorriu e balançou a cabeça.
- Talvez da próxima vez. - Lágrimas velaram-lhe os olhos. - Mas eu teria sido muito feliz se não viesse a saber por que tudo aquilo aconteceu. O problema e o sofrimento
físico da minha filha eram, em parte, culpa minha. Eu precisava ver algo de bom nos horrores pelos quais ela passou, para apaziguar meu remorso. Desde então, o que
mais me importa na vida é impedir que pelo menos um bebê tenha essa doença.
Diante de tanta coragem, me tornei mais humilde.
- Costuma falar sobre ela com suas outras filhas, Khadija?
Quando ela sorriu, uma das lágrimas desceu-lhe pelo rosto.
- O tempo todo. - Sua voz estava um pouco presa. - Penso todos os dias em como ela seria se não fosse a doença. Depois me pergunto se não houve um plano divino para
o que aconteceu.
Abaixou a cabeça por um instante, pensativa.
- Levantamos muito dinheiro para pesquisas da espinha bífida e para divulgação das providências que as mulheres grávidas podem tomar para evitar a doença. E o fiz
porque tive que dizer "Minha filhinha morreu", quando isso poderia ter sido evitado. Nunca imaginei que de tanta dor e tristeza pudesse nascer tanto êxito. - Ela
tornou a apertar meus ombros com força. - Corra o risco, Maralys, e poderá ter uma boa surpresa. A vida é curta demais para se acovardar.
A vida é curta demais para se acovardar. Gostei dessa frase. Olhei para cada uma delas, todas tensas com a expectativa, e amei cada uma daquelas mulheres com intensidade
dolorosa. Sabia que sempre estariam ao meu lado e do meu lado, apesar de eu só ter passado a confiar por completo nelas naquela noite.
Amava-as, apesar de saber que haviam torcido minha história, transformando-a em algo que não era verdade. Estavam bem-intencionadas, e a preocupação delas comigo
me emocionou.
- Está bem - comecei hesitante, depois passei a falar com veemência. - Chega de conselhos. Sou novata nesse tipo de situação, então vamos com calma. E, por favor,
não me digam que temos que nos unir num abraço grupai.
Elas riram. Celebramos comendo chocolate e falando como matracas o tempo todo. De madrugada, depois que minhas amigas se prepararam para ir embora, distribuindo-se
entre os carros de modo que nenhuma ficasse sozinha, cada uma delas me abraçou com força.
E. Uma de cada vez.
- Ligue se precisar - disse Antônia antes de quase quebrar minhas costelas.
- Ligo, sim. - Para minha surpresa, percebi que falava sério. - Ei, esperem aí! Esperem um minuto. Esqueci de dizer: vou dar uma festa, e todas vocês têm que vir.


Na noite seguinte, o sonho voltou, mas eu já o esperava. Ficara agitada na reunião com as Ariadnes, e sempre que isso acontecia lá vinha o sonho com o aeroporto.
Mas também poderia ter sido resultado do queijo derretido que comi antes de dormir. Estava irritada com James e com o prazo que ele mais ou menos estabelecera com
meu pai e minha vida, além de ter que entregar ao cliente o software perfeito na data prometida.
Não precisava de mais nada, certo?
O sonho foi tão perturbador quanto das outras vezes. E exatamente igual.
Menos o final. Daquela vez, ele não se interrompeu. Quando eu estava batendo no vidro e olhando minha bolsa na esteira, uma mulher passou por uma das portas que
tinham placas avisando: PROIBIDA A ENTRADA. APENAS PARA FUNCIONARIOS.
Aquela mulher não levava o menor jeito de trabalhar no aeroporto. Colei o rosto ao vidro para ver melhor. Ela estava com um avental hospitalar daquele verde horrível
e chinelos brancos, felpudos. Tinha uma agulha de soro espetada no braço, puxava o suporte do frasco, com rodinhas, e o usava como apoio. Cortou caminho, para ter
que andar menos, e foi direto rara a minha bolsa.
Tirou-a da esteira rolante. O avental abriu-se um pouco atrás quando ela se inclinou e vi que estava muito magra. Engoli em seco, talvez prevendo o que ia acontecer.
Mesmo num sonho, era estranho que uma mulher doente e em tratamento estivesse num lugar como aquele. Mesmo sonhando, eu sabia disso.
Alguma coisa importante ia acontecer.
Fiquei olhando, com as mãos fortemente fechadas, torcendo para que ela não roubasse minha bolsa. A mulher passou a tira no ombro contrário ao braço com soro, e meu
temor se confirmou. Virou-se devagar, como se o movimento causasse dor, e olhou direto para mim.
Perdi a respiração e dei um passo para trás. Você entende? Eu sabia quem ela era, apesar de não a ter reconhecido a princípio. Talvez não quisesse reconhecê-la.
Mas como poderia não reconhecer minha mãe?
Lembrei-me de que não a reconhecera quando fora ao hospital pela primeira vez, anos atrás. Mamãe havia emagrecido muito, estava pálida e tinha perdido todo o cabelo.
Era um espectro desbotado, sem nada que me ajudasse a reconhecê-la, e foi preciso procurar a verdade no sorriso dela, bem como esconder o choque.
Não que ela pudesse perceber. Oh, sim, meu pai não havia sido o único a decepcionar Mary Anne. Cheguei tarde demais e mudada demais para ela se lembrar de quem eu
era. E agora aquele espectro dançava diante de mim outra vez. Ou melhor, aquele espectro se arrastava sobre o linóleo barato do terminal de aeroporto do meu pesadelo,
como se pretendesse exigir um balanço dos meus erros. Fui para a porta automática, preparada para aceitar qualquer coisa que minha mãe fizesse. Arrependida e cabisbaixa.
Perdoe-me, mãe, pois pequei. A porta se abriu quando ela se aproximou, senti um sopro de vento e depois mais nada.
Ergui a cabeça lentamente e vi mamãe estendendo a bolsa para mim. Uma oferta que vinha do além. Mas não era o que eu queria.
Tentei segurar a mão dela, quis falar, mas mamãe meneou a cabeça.
- Isso é tudo de que você precisa - sussurrou, e as palavras chegaram a mim como uma brisa suave.
Ofereceu-me a bolsa outra vez, e então a peguei.
Ela ficou parada, como se esperasse alguma coisa, per isso a abri. O que fazia volume na bolsa era uma bola de lã. Retirei-a e olhei para minha mãe.
- Não tenha medo, Mary Elizabeth - disse-me, na mesma voz suave, e me jogou um beijo.
Inclinei-me para a frente, gostando daquele quase contato, esperando sentir o toque daquele beijo de ar, querendo alguma ligação física com mamãe antes que ela fosse
embora de novo.
Mas, em vez disso, ficou tudo negro ao meu redor. O terminal sumiu, minha bagagem desapareceu, e ela se desvaneceu sem deixar rastro. Só restaram a escuridão e as
sombrai impenetráveis, que fizeram parte primitiva do meu ser entrar em alerta total.
A bola de lã emitia um brilho fraco, e, quando olhei melhor, notei que o fio ia se desenrolando, sumindo na escuridão. Ele mantinha uma leve luminescência, como
se fosse para eu vê-lo.
Minha mãe havia me dito para não ter medo. Nunca tive medo do escuro, mas aquela escuridão era diferente. Era mais escura.
Triste.
Arfante.
Foi quando percebi que não estava sozinha naquele nada. Ouvi um animal grande mover-se bem longe, atrás de mim. Ele bufou, e tive impressão de que batia as patas.
Uma escuridão de profundidade incalculável à frente e uma ameaça sem identidade atrás. Fiz minha escolha bem depressa.
E juro que, quando comecei a correr, enrolando o fio tão rlepressa quanto avançava ao encontro de mistérios que não podia controlar, senti o calor da respiração
do Minotauro no meu traseiro.
Acordei suando, ofegando, e, como sempre, o loft me pareceu uma paisagem extraterrestre.
"Não tenha medo." O sussurro se agarrava ao limite da minha consciência como uma teia de aranha a um canto do jeto. E, como a teia, chamava minha atenção sem parar,
desa-tiando-me a acabar com ele, apesar de não ser fácil alcançá-lo.
Medo. Essa não era uma palavra que eu associava a mim, mas estava ali. E preciso dar algum crédito à sabedoria dos sonhos e à mãe da gente.
Medo. Hum. Tudo bem. Concordo. Eu tinha medo do que roderia parecer se James e eu tivéssemos um relacionamento que estaria totalmente fora da costumeira relação
cunhado/ cunhada - sórdido - e do que as pessoas poderiam pensar - vagabunda rouba o marido da irmã. Havia as questões de ror que James estava tão determinado a
me perseguir - sexo, sexo e mais sexo; conveniência - e do que tudo isso poderia causar no emocional dos meus sobrinhos - incapacidade de estabelecer um relacionamento
duradouro por toda a vida. E o problema mais sério era: daria certo no final ou meu coração seria arrancado do peito e pisoteado por aqueles sapatos italianos impecáveis
e perfeitamente engraxados?
Era isso aí. Inconscientemente, prendi a respiração. Um exército de medos surgia do chão. E quem poderia imaginar que eles estavam ali?
Ai, ai, ai. Nunca fiquei bem de vermelho.
Respirei fundo, joguei os pés para fora da cama e passei as mãos nos cabelos.
Precisava de um bom café, bem forte. Um café expresso seria a solução.


Esperei até domingo, para dar a meu pai alguns dias sem c prazer da minha companhia, então fui visitá-lo. Fora de grande ajuda James me informar que ele estava bem,
mas eu precisava ver o velho gnomo machucado.
Quando cheguei, papai estava deitado na cama, perto da janela, e olhava para fora. Aproveitei a chance para observar o ambiente antes de me anunciar. A outra cama
estava desocupada, e o colchão, forrado com uma manta de borracha, se achava à vista. A luz do sol entrava pela janela grande e tocava o rosto do meu pai, fazendo
a pele dele parecer tão frágil quanto papel-arroz.
O céu era de um azul inconstante, do mesmo tom da borracha que forrava o colchão e da camisola que meu pai usava. Aquela cor fazia os olhos dele parecerem tristes
e desbotados em vez de mostrar a cor e o brilho vibrantes de sempre. Estava mais pálido e magro do que eu me recordava e parecia que uma lufada de vento seria capaz
de carregá-lo, como a uma semente de dente-de-leão.
Aquilo me abalou, se você quer saber. Acho que me habituara a tê-lo por perto, a servir de alvo para suas implicâncias costumeiras e tudo o mais.
- Então, como vai? - perguntei, sem forçar aquele tom provocativo de sempre.
Papai se voltou e me fitou com os olhos brilhando. Deviam estar lhe dando algum remédio, porque as pupilas estavam bem fechadas, porém ele parecia alerta. Fitamo-nos
por alguns segundos e imaginei se as lembranças da noite em que fora internado estariam lhe passando pela cabeça. Voltou a olhar pela janela e ficou acompanhando
o vôo de duas gaivotas.
- Conversei com sua mãe - disse por fim, em voz baixa. Senti os cabelos da minha nuca se arrepiarem, mas me aproximei da cama como se nada tivesse acontecido.
- Esse truque é dos bons. Já faz um tempão que mamãe morreu.
Ele deu uma olhada na minha direção.
- Não me esqueci disso, Mary Elizabeth. - Seu tom de voz não era acusador.
Ficamos a nos olhar; parecia que não sabíamos como prosseguir. Parecia que nós dois havíamos sido abalados pelo tombo dele.
- Acho que se esqueceu, sim. Eu o avisei para não ficar esperando que eu me lembrasse tanto das suas coisas quanto das minhas. Já estou com pouco espaço no meu cache
RAM.
Papai ignorou o comentário, o que não era hábito seu. Tentei imaginar que tipo de medicamento haviam colocado no soro para deixá-lo tão gentil.
Após ficar parado por um instante, com a testa franzida, ele tornou a olhar para os pássaros.
- Talvez eu tenha sonhado com ela, deitado aqui. Sentei-me na beira da cama.
- E isso é novidade? Você nunca sonha com ela? Os olhos cansados se fixaram em mim.
- Você sonha?
Pareceu-me sem sentido fugir da pergunta.
- Sonho, sim.
Meu pai ficou intrigado.
- O que ela faz nos seus sonhos?
Eu não saberia dizer como tínhamos chegado a esse assunto, mas parecia que não sairíamos dele tão cedo.
- Ela fala comigo, às vezes. - Encolhi os ombros. Não ia contar a ele o sonho inteiro. - As vezes, não fala. E outras sorri para mim, como se dissesse que tudo vai
ficar bem.
Meu pai sorriu.
- E fica mesmo?
- De vez em quando, é difícil. Nós dois sorrimos.
De súbito, ele ficou sério e estreitou os olhos, voltando a fitar as aves.
- Não. É sempre difícil tudo ficar bem. Mas também é verdade que sua mãe sempre teve fé inabalável.
- O que ela faz nos seus sonhos? - perguntei, e ele pareceu ficar atrapalhado. Acrescentei: - Recentemente, nos sonhos que tem tido aqui.
Meu pai balançou a cabeça um pouquinho.
- Ela só fica aí...
Olhou ao redor do quarto, detendo-se um pouco nos aparelhos de aço inox e nas paredes em tom pastel, nos móveis funcionais, nos corrimões e no equipamento de monitoração.
Era como se precisasse ver a imagem dela naquele local quando estava acordado, talvez como prova de que mamãe o visitava à noite.
- Você sabe que ela não queria morrer aqui. Inclinei-me para a frente e apoiei os cotovelos nos joelhos.
- Acredito que mamãe não teve muita escolha.
Ele assumiu o ar severo do disciplinador da minha infância, de quem eu me lembrava com clareza.
- Todos temos escolha, Mary Elizabeth, e é bom fazermos o máximo para escolher as melhores opções, porque teremos que viver com elas - o vigor de papai desapareceu
- inclusive com as ruins.
Fiquei esperando, mas ele não continuou.
- Que escolhas ruins?
- Sua mãe não queria morrer aqui. Ela insistiu muito. Queria ir para casa.
- Não me lembro disso.
- Foi entre nós dois, como toda discussão deve ser. Duas pessoas se tornam uma quando fazem os votos de casamento. Assim, sempre fizemos escolhas juntos e ficamos
ao lado um do outro...
Meu pai suspirou de novo após falar sem o mínimo calor na voz. Parecia abatido e não era assim que eu estava acostumada a vê-lo.
- ...menos daquela última vez.
- Você quis que ela ficasse aqui, pai?
Ele franziu a testa, parecendo fascinado pelos pássaros.
- Eu não sabia que havia escolha. Naquela época, não se falava muito de atendimento em casa, aconselhamento e essas coisas. Os médicos achavam que ela devia ficar.
Acho que pensei que iam curá-la, que iam dar um jeito.
- No câncer?
- Especialmente no câncer. Eles pareciam ter os melhores meios para lidar com essa doença. - Papai balançou a cabeça. - Você deve saber, Mary Elizabeth, que na nossa
juventude não havia tantos hospitais quanto hoje. E os que existiam com certeza não eram para pessoas pobres como sua mãe e eu. Muitos anos atrás, nas aldeias da
Irlanda, os bebês nasciam nas mesas das cozinhas e os doentes morriam em suas camas. Um grande número deles sofria muito e outros tantos morriam jovens. Você não
pode nos acusar por acreditar, depois de tudo que vimos, que o sistema moderno era o melhor.
Não havia nada que eu pudesse dizer diante daquilo.
- E, quando chegamos ao final, todos nós voltamos a ser a criança que fomos um dia. Mary Anne apenas queria ir para casa, morrer na nossa cama, como era certo e
adequado. Talvez eu estivesse com medo. Talvez torcesse para que ela se recuperasse. Talvez tenha pensado que a única salvação para ela estava neste lugar de milagres.
- Os lábios dele se contraíram. - Talvez eu ainda pensasse que um Deus cheio de misericórdia responderia as minhas preces.
- Pai...
Estendi a mão para tocá-lo, pressentindo a tempestade-mas ele se endireitou, ultrajado.
- Não foi justo! - gritou, num volume surpreendente de voz. - Não foi certo! - Ele chorava, clamando contra a injustiça. - Minha Mary Anne era delicada, doce e amorosa;
tinha a bondade de um anjo. Eu é que criava problemas, era rude, não tomava cuidado com as palavras, magoava os outros e nunca olhava para trás. Não foi justo que
tenha sido ela a sofrer tanto.
A voz dele falhou diante da lembrança que também ainda me fazia sofrer. Peguei-lhe a mão, e ele se agarrou à minha.
- E como ela sofreu! Aquilo a devorou inteira, aquela doença maldita! Uma vez Mary Anne me disse sentir que aquilo a roia por dentro.
Meu pai inspirou o ar com força e balançou a cabeça. Fez-se um silêncio durante o qual eu poderia tê-lo interrompido.
- E não havia nada que eu pudesse fazer. Nada. Eu, o homem da casa, o homem em quem ela confiava. Eu não podia fazer nada. Nem minhas preces foram suficientes para
salvá-la, porque eu era um grande pecador.
- Pai, não acho que...
- E era isso o pior de tudo? Não! Cheguei a negar a ela a única coisa que me pediu no final. - Papai abaixou a cabeça. - Eu não estava aqui quando Mary Anne morreu,
Mary Elizabeth. Não fiz nem sequer a gentileza de lhe segurar a mão quando ela se foi, mesmo sabendo o doloroso medo que sentia.
Ele sacudiu a cabeça, e as lágrimas caíram na camisola do hospital.
- Falhei com Mary Anne de todas as maneiras possíveis. Que tipo de gratidão foi essa depois de tudo que ela fez por mim? Não, eu nunca fui bom o bastante para ser
marido dela. Falhei com sua mãe quando não tinha o menor direito de falhar.
- Pai, no final ela estava em coma. E você tinha que dormir. Ela não podia saber...
- Ah, ela sabia, sim, pode acreditar. Mas, como sempre, sua mãe me perdoou. Mary Anne era uma pessoa muito melhor do que eu jamais fui. É por isso que vem aqui para
me dizer que me perdoou que está esperando por mim para me ajudar, porque sabe que não sou tão forte quanto ela. Nunca fui.
A respiração dele se tornara pesada.
- E minha maior vergonha é que, apesar de tudo, eu sabia a verdade. Sabia que no lugar dela eu jamais seria tão benevolente. Jamais perdoaria alguém que me negasse
algo tão simples, algo tão possível de fazer. - Papai me fitou, com os olhos muito claros. - O que aprendi na vida, Mary Elizabeth? Que tipo de pecador eu sou que
não aprendi nada com uma mulher como ela, com a nossa tragédia?
- Papai...
Coloquei a outra mão no ombro dele. Papai tremia, e quando o toquei tive a impressão de que desmontava. Cobriu o rosto com as mãos, parecendo menor e mais frágil
que nunca.
Aquilo me deixou apavorada.
- Tenho medo de morrer, Mary Elizabeth - ele sussurrou entre os dedos. - Tenho medo de morrer e ter que prestar contas por tudo que fiz. Tenho tanto medo de morrer
nesse lugar quanto sua mãe tinha. - A voz dele fraquejou. - Não quero mais viver sozinho. Não quero morrer sozinho.
Então, pela primeira vez na vida, vi meu pai chorar como uma criança.
Sem pensar, abracei-o com força, pois me pareceu que ele precisava disso desesperadamente. Papai soluçou as lágrimas vindo lá do fundo em grandes golfadas trêmulas.
Era como se algo se tivesse partido dentro dele, libertando-se e sendo posto para fora. Agarrou-se a mim. Eu nunca tinha visto aquele homem forte tão devastado.
De fato, lembro-me de como foi estóico no funeral da minha mãe. Não derramou uma só lágrima, e durante todos aqueles anos considerei aquela atitude como evidência
de que ele não se importava com mamãe. Houve um período em que o odiei por isso. Mas agora eu compreendia: ele tivera medo de chorar porque não sabia se conseguiria
parar.
Você deve estar pensando que eu seria a pessoa mais capacitada do mundo para entender isso.
Embalei-o e sussurrei palavras doces para acalmá-lo e tentei imaginar o que eu iria fazer diante daquela situação. Após alguns momentos meu pai se recompôs e me
afastou com delicadeza, apesar de continuar agarrado às mangas do meu casaco.
- Onde você esteve?
- Você me mandou embora, e eu obedeci. - Sorri para ele. - Deve ter sido isso que o confundiu. Ele não sorriu.
- Como assim?
- Você me disse para ir embora. Ele piscou, incerto.
- Foi mesmo?
- Foi, logo depois que eu o trouxe para cá. Você gritou dizendo que tinha sede. Aí, entrei no quarto, e você pensou que eu fosse a Márcia. - Minha voz ficou dura.
- Você me disse para eu mandar a Mary Elizabeth embora.
A testa dele franziu, demonstrando confusão.
- Não, Márcia não está aqui. Ela não apareceu... Ela nos abandonou... Abandonou a nós todos... - Os olhos dele se iluminaram ao me fitarem. - Eu disse a sua mãe
que mandasse você para casa. Ela veio para cuidar de mim, e você precisava dormir.
Fiquei ali olhando para ele, e meus olhos se encheram de lágrimas. Papai havia pensado que eu era minha mãe. Balancei a cabeça.
- Não me pareço com mamãe.
- Não, não, mas de vez em quando surge no seu rosto uma expressão que a torna a imagem perfeita de Mary Anne. Issa que você está fazendo agora, por exemplo... Pare
com
isso!
Papai falava de maneira brusca, embaraçado pelo engano que cometera. Remexeu as cobertas.
Com a crise terminada, fui para a cadeira da visita, uma coisa" de vinil cor de laranja com idade respeitável. Sabia que se ficasse um pouco distante dele nós dois
nos sentiríamos mais confortáveis.
Após algum tempo, ele pigarreou e olhou para o chão.
- Márcia telefonou ontem. - Fez uma careta de evidente desaprovação. - De onde quer que ela esteja com o amante. Para que uma mulher casada precisa de amante, Mary
Elizabeth?
Você pode apostar que eu não ia embarcar nessa conversa, porque o corolário é que um homem casado também não precisa de amante. Apenas sacudi os ombros.
- Para nada, nada, é a pura verdade! - Meu pai respirou fundo e se endireitou, a irritação conferindo-lhe vigor incrível, como sempre. - Que direito Márcia tinha
de arranjar um amante, de deixar os filhos e o marido, de fugir para sabe-se lá onde? Sempre pensei que ela seria incapaz de atitude tão egoísta. - Olhou-me com
ar astuto. - É claro que não sabe o que dizer a respeito, porque é uma coisa que você jamais faria.
- Não tenho nada com isso. Ele quase sorriu.
- Eis um motivo que nunca deteve sua língua.
Uma auxiliar de enfermagem entrou carregando uma bandeja.
- Está com fome, Sr. O'Reilly? - Havia a música do Caribe na voz dela.
- Claro que estou! - bradou meu pai, o que me fez pensar que aquela mulher já o atendera e que ele gostava dela. - Como um homem não estaria com fome quando tudo
que lhe dão para comer é caldo e gelatina?
Ela sorriu, sem se abalar com toda aquela braveza. O que significava que também gostava dele.
- O senhor não terminou o café da manhã, então não pode estar com tanta fome assim.
- Estava salgado demais! Pensei que isso aqui fosse um hospital! Por que, pelo amor de Deus, tudo tem que ter tanto sal? Há muitas vagas na ala dos cardíacos para
preencher?
Ela riu e empurrou a mesa com rodinhas na direção da cama.
- Sr. O'Reilly, aposto que encanta todas as garotas que o conhecem.
A auxiliar piscou para ele, o que o fez ficar em silêncio por tempo suficiente para ela sair do quarto.
Meu pai destampou o prato de entrada e a testou com o garfo, mantendo expressão sombria.
- O que fizeram com essa pretensa comida? - murmurou aborrecido e examinando o restante. - E sobremesa de gelatina, de novo.
- Parece torta de frango...
- Você sempre foi a que teve mais imaginação.
- Aposto que quando esfria fica pior. E melhor você comer depressa.
Ele balbuciou uma reclamação, começou a comer, e pelo apetite com que o fez a comida não podia estar tão ruim. E claro, meu pai me explicou que estar perto da inanição
faz um homem comer qualquer coisa.
Fiquei feliz por ver que ele voltava à velha forma. Se conseguia reclamar daquele jeito, provavelmente ficaria bom.
Pelo menos dessa vez... Esse pequeno detalhe me deixou duplamente determinada a fazer o que papai me pedira, de preferência sem a ajuda de James.


Assunto: uma audiência

Querida Tia Mary:

Ela me disse não, mas sei que só está bancando a difícil. Devo mandar rosas? Um telegrama cantado?

James

Afastei-me do monitor em estado de choque. Tinha sido apanhada por um ping.
Um ping enviado por James, imagine!
Só para sua informação, quando não se sabe se um servidor remoto está online ou não, manda-se uma mensagem-teste Dara ver se ele responde. Esse tipo de ação chama-se
enviar um ping.
Era quarta-feira, passara-se quase uma semana após a reunião das Ariadnes, e era evidente que ele queria saber se eu estava viva ou morta.
Iria ficar sabendo logo.
Liguei para Tracy, que por pouco não se especializara em r.itologia comparada, e lhe pedi um favor. Como sempre, ela -ão negou fogo.


Assunto: re: auditoria para audiência

Desista, meu caro. Saber "o que ela realmente quer" vem sendo a racionalização de todos os assassinos e estupradores desde que Zeus pegou Leda. Você deve se lembrar
de que Leda terminou transformada em um cisne mudo.
Um *cavalheiro* sabe que não quer dizer não. Desista.

Tia Mary

Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary! Seu único recurso em netiqueta e aconselhamento: http://www.pergunte-a-tia-mary.com

Tive cerca de cinco segundos para ficar orgulhosa da minha referência à mitologia clássica antes que a resposta aparecesse na tela.

Assunto: re: auditoria mitológica

Querida Tia Mary:

Nem pensar! A persistência é a chave para o sucesso, e se você conhecesse a dama em questão saberia que ela é muito menos dura do que quer aparentar.

James

Era realmente estranho saber que James estava online ao mesmo tempo que eu. Desconectei rápido e peguei firme no trabalho à mão, combatendo a sensação de frio no
estômago.
Não tinha me saído muito bem, quero reestruturando meu cronograma de trabalho de forma a bater com meu ritmo diário, quer tentando encontrar a solução para o problema
do meu pai. Ele precisava permanecer no seu habitat, ou o mais perto possível dele! - na casa onde morava havia quase cinqüenta anos -, então comecei a ir lá todos
os dias.
Se eu não tivesse mais nada para fazer, tudo bem. Trabalhar à noite toda, dormir algumas horas e brincar de casinha. Todas as manhãs, assim que chegava lá, eu jogava
fora prospectos e volantes, colocava a correspondência de verdade sobre a mesa da cozinha - não havia muita, além de algumas contas -, depois andava pelos arredores,
indo em uma direção diferente a cada vez. Ao meio-dia encerrava o expediente.
Existem casas de repouso realmente assustadoras por aí, sabia? Há também algumas boas, tenho certeza, mas era só imaginar meu pai em cada uma delas para vê-lo sair
de lá correndo e gritando.
Eu visitava meu pai no hospital, na hora do almoço, antes de ir para casa comer. Ele me acusava de ir lá só para ter certeza de que estava comendo - o que era parcialmente
verdade - e para contar as últimas novidades da minha pesquisa. Fazia algumas sugestões e dava montes de palpites.
Voltava para meu loft, dormia mais um pouco e trabalhava de novo.
Mesmo as casas de repouso que podiam ser consideradas boas eram locais emocionalmente desolados. Era deprimente entrar naquelas casas e ver idosos de olhar vazio,
que permaneciam sentados no lugar onde haviam sido deixados. Todas as enfermeiras me pareciam tagarelas, e eu sentia verdadeiro alívio quando saía. Mas, se estivesse
lá, meu pai não poderia sair, nem que quisesse. E só de pensar nisso eu tinha arrepios.
Conheci alguns albergues para doentes, ou casas grupais, muito bem vigiadas. Parecia haver completa ausência de privacidade na determinação dos vigilantes em formar
uma grande família feliz. Ou de evitar as acusações de alguém que se machucasse, de não estar sendo cuidado como deveria. Não sei, mas calculei que em uma semana
meu pai enlouqueceria num lugar como qualquer um daqueles. Seria passar de um extremo ao outro.
Eu estava ficando sem opções. Papai insistia em que não moraria na minha casa, o que tornou mais fácil para eu defender a idéia de que não nos daríamos bem juntos.
James havia dito isso.
Além do mais, meu trabalho estava incrivelmente acumulado. Não só o cliente havia assinado o anexo de James ao contrato como também a realização do programa principal
havia gerado mil outros programas menores. E é evidente que o prazo continuou o mesmo. Phyllis chamava isso de "exploração", mas eu não me importava.
A realidade era que tinha trabalho a fazer com prazo impossível de cumprir e nenhum tempo para treinar alguém que me ajudasse. Mantive a cara enfiada no teclado.
James continuou persistente com seus lembretes, ou seja, eu estava começando uma coleção de conchas. Se você não acha isso sedutor, então não entende nada de nada.
Além disso, há algo verdadeiramente másculo num homem que sabe o que quer e vai atrás. Humm. Muito atraente.
E ele havia aderido aos moletons.
O e-mail que mandou me fez sentir saudade. E era - explico para aquelas de vocês que só pensam naquilo - saudade tanto do ótimo sexo que havíamos feito quanto da
sensação maravilhosa de não ter que enfrentar o mundo sozinha. Eu podia confiar em James, pelo menos em algumas coisas, e sabia que o bem-estar do meu pai era uma
delas.
Quer dizer, não me entenda mal, continuo com minha fobia por relacionamentos amorosos e pretendo morrer com os escudos de defesa erguidos, mas um pouco de calor
humano de vez em quando é muito bom.
Olha, serei franca. Seria bom transar agora mesmo. Realmente bom.
Lembra-se? James havia dito que tinha uma possível solução para o problema do meu pai. Essa era a desculpa que eu precisava.
Estava preparada para fazer um acordo. Sexo em troca da solução do problema paterno. Pura racionalização, estou pbendo, mas era isso mesmo. Peguei o casaco de pele
falsa de Lopardo, o endereço na porta da geladeira e saí.
Eu havia me vestido com certo cuidado. Você tinha alguma dúvida disso? Calça justa de camurça marrom e macia como manteiga. Suéter bege que se colava a todas as
minhas curvas e com gola olímpica que ia até o queixo. Óculos escuros como os das estrelas de cinema, lógico, e botas pontudas de caubói em couro de jacaré - ou
algo semelhante a isso.
Devo dizer que fiquei com uma aparência e tanto, em especial por meu cabelo estar totalmente preto. Batom vermelho, sutiã de renda vermelha. Bem que eu gostaria
de ter tido tempo para pintar as unhas de vermelho.
É claro que na minha agenda havia a anotação "sexo" e eu não queria criar dúvidas quanto ao motivo pelo qual ia à casa dele. Precisava aliviar a tensão. E como!
Não. A gente não pode saltar da posição de precisar desesperadamente de algo para o www.grande-erro.com.
Acontece que é impossível passar assim de uma posição para outra. Entendeu?
A casa nova dos Coxwell pareceu-me a mais esquisita do quarteirão, a única que ainda era de tábuas. A área havia renascido algumas vezes desde que aquela casa fora
construída. Parecia ter uns cem anos, pelo menos, e seu estilo casa de fazenda sem dúvida chamava a atenção. Ao longo da rua alinhavam-se bangalôs de tijolos à vista,
estilo pós-guerra, absolutamente iguais. Só não havia bangalôs nos espaços em que tinham sido demolidos e substituídos por prédios de três andares, que iam de um
limite do terreno até o outro e eram ocupados por pessoas mais abonadas.
A casa de James não era para pessoas mais abonadas. De fato, merecia mais ser classificada como casebre; no entanto, e apesar disso, tinha certo charme. A cerca
estava maltratada e precisava ser trocada, a varanda era grande e afundada de um lado.
"Especial para quem gosta de reformas" era o que deveria estar escrito na tabuleta de "vende-se". Não dava para imaginar que James apreciasse esse tipo de trabalho,
mas quem sabe ele gostaria de aprender. Não ouvi a campainha quando apertei o botão, então abri a porta de tela e bati na de madeira.
Jimmy atendeu, e a primeira coisa que notei foi o olho roxo, além da profunda decepção por ver que era apenas eu.
- Está esperando alguém?
- Pizza - ele disse, desanimado, virando as costas e me deixando parada ali.
Sem me abater, entrei no covil do leão.
- Belo olho.
- O que você tem com isso?
- Ah, pelo jeito melhorou suas atitudes, não é?
Jimmy revirou os olhos e se afastou. Eu ainda me lembrava bem de como era ser uma menina má para deixá-lo escapar tão fácil.
- Antigamente só se podia agir desse modo depois de ser oficialmente reconhecido como adolescente! - gritei, entrando atrás dele.
Pendurei o casaco no pilar terminal do corrimão, como, aliás, parecia que todos da casa tinham feito. Arrogante? Pode apostar. Havia tempos eu ansiava por me mostrar
assim. Definitivamente, meu andar solto era prova de como me sentia animada. Acrescentei:
- E naquele tempo o número mágico era o treze.
- Ah, eu sei, mas ma... Agora mudou tudo, não é?
- Já estava na hora de você perceber isso! Consegui um olhar feio em troca de tanto esforço, então
meu sobrinho foi na direção do som de atividade, mais adiante no corredor.
Fui atrás, ao mesmo tempo em que olhava tudo ao redor. A casa tinha disposição informal; era evidente que os quartos ficavam em cima, como indicava a grande escada
à direita. A sala de estar tinha caixas pequenas por todos os lados. As estantes de livros do escritório de James da casa antiga, vazias no momento, achavam-se encostadas
numa das paredes; o sofá e as poltronas sobressaíam no meio da bagunça. A menor das muitas televisões da família ocupava lugar de honra, com a lampadinha standby
e o relógio do videocassete acesos, indicando que já havia sido ligado tudo que era essencial - como os homens definem.
O que deveria ser a sala de jantar não tinha nenhum móvel e fora ocupado por caixas vazias e material de embalagem que cobriam todo o chão. Era de imaginar que os
sólidos móveis de mogno que compunham o impressionante conjunto que a ocuparia teriam rendido bom dinheiro, mesmo usados. A faxineira de Márcia polia os móveis com
regularidade religiosa.
Não que eu me importasse com essas coisas. De verdade. Sei de finalidades muito melhores para dar a vinte ou trinta mil dólares.
A cozinha era enorme, bem no estilo das casas de fazenda. Gostei muito, apesar do esquema das cores verde-abacate e dourado-trigo maduro. Ela dava impressão de berrar
"Bem-vinda a 1974", o que não era grande atrativo, mas tinha bases sólidas. Além disso, adoro coisas antigas, e, sem dúvida, aquela era uma cozinha bem antiga.
Havia bancadas por todos os lados, e, nos fundos, dando para a varanda, deparei com uma porta holandesa, daquelas que se pode abrir apenas a metade de cima. Os armários
eram antigos e de madeira. Os rodapés também eram de madeira, e, perto da porta dos fundos, havia espaço mais que suficiente para uma mesa grande. Alguns dos armários
tinham prateleiras abertas, mas todas estavam vazias.
Em outros ambientes da casa, aparadores, cômodas e lambris haviam sido pintados de um cinza fantasmagórico sombrio, mas aposto que por baixo da tinta havia madeira
de verdade. Material sólido como os móveis modernos jamais são. Valeria a pena remover a tinta deles. O carpete no chão era horrível, estava muito sujo e não devia
ter sido belo nem mesmo quando novo. Fez-me lembrar de uma tarde em que fui idiota o bastante para ficar cuidando de Jimmy, não muito depois dele ter nascido, e
assim que os pais saíram meu pequeno sobrinho vomitou o purê de nabo e ervilha.
Pode apostar que depois daquilo nunca me convenceram a brincar de babá outra vez. Só de lembrar começo a tremer.
Pois é... Ali estava eu, caçando um homem e preparada para tudo, apesar da presença de dois pequenos adultos na vida dele.
Dá para entender?
James e Johnny estavam curvados sobre jornais espalhados numa bancada grande, e o sol da primavera iluminava a cabeça dos dois. Jimmy continuou andando, saiu da
cozinha e bateu a porta. Os dois nem ergueram os olhos. Ambos estavam com os cabelos despenteados, de jeans, camisetas e tênis.
O pai explicava alguma coisa para o filho mais novo com uma paciência que meu pai nunca teve; deu para perceber, apesar de eu não escutar o que ele dizia. Johnny
assentia de vez em quando. Seu cabelo era mais claro que o do irmão, parecido com o da mãe.
E, sim... Imaginei por um instante qual seria a aparência do bebê que eu tinha perdido havia tanto tempo. Qual seria a cor dos cabelos dele? Tento deixar o passado
para trás, mas de vez em quando ele me surpreende: salta com tudo sobre mim.
Concentrados como estavam no que faziam, eles não me ouviram chegar, então tive um momento para me preparar Nem perceberam a passagem tempestuosa de Jimmy, o que
me esclareceu boa parte do comportamento recente do meu sobrinho mais velho. Quando James se moveu, vi as peças ce metal sobre o jornal e que as mãos deles estavam
pretas.
Peças de carro. Não é para isso que as bancadas da cozinha existem? A parte de cima da porta holandesa estava aberta, e do quintal vinha um cheiro de algo muito
ruim. James e Johnny estavam com as mãos cobertas de graxa e davam impressão de estarem em seu elemento: a sujeira. Senti odor de bacon.
Olhei a frigideira sobre o fogão e sorri. O que é uma manhã sem ovos e bacon?
- Não acendam nenhum fósforo - avisei, parada na porta. - Há testosterona suficiente nessa cozinha para fazer a cidade inteira ir pelos ares.
Os dois pularam de um jeito que me divertiu. Percebi que James me avaliava quando saí andando, indo olhar tudo na cozinha, e tive certeza de que ele tinha nos lábios
aquele sorriso que me fazia formigar. Olhei para a gordura do bacon dura na frigideira e empurrei a caixa vazia, de papelão, de pizza, com a ponta da bota.
- Lembrem-se de nunca me deixar comer nesse bistrô. Aqui deve ter baratas do tamanho da minha mão.
Quando me arrisquei a olhar, vi que a nuca de James estava ficando vermelha.
- Mal fomos domesticados - ele se justificou. - Mas estamos tentando nos aperfeiçoar. Quer nos dar algumas aulas?
- Não é meu estilo. O que recomendo é Nade ou afunde. Você sabe, aquela coisa de Só os mais fortes sobrevivem e tudo o mais.
- Estamos consertando a motocicleta, tia Maralys! - informou-me Johnny, bem mais animado que da última vez que o vira. Ele ainda era imune àquele negócio adulto
de consciência sexual. - Já limpamos o carburador, mas o motor está com um barulho estranho, então papai disse que precisávamos descobrir por quê.
Ele mostrou uma peça toda suja.
- Veja! Um dos pistões está rachado. Está vendo? Bem aqui. Fui eu que vi primeiro. Esse é o problema, e estamos consertando.
Cheguei mais perto, fingindo que entendia para o que serviam todas aquelas peças de metal espalhadas pela bancada.
- Ah! Esse é um momento de comunhão masculina' Igualzinho a um daqueles cartazes enormes de publicidade, só que com "um pouco" de sujeira.
- Não há outro jeito de consertar um motor. - James tocou o filho com o cotovelo. - E estamos nos divertindo, não é?
- É!
- Sabe do que precisamos? Lembra-se daquela chave estrela grande que deixamos na garagem? Acho que ela é c que falta para montarmos isso aqui.
- Vou buscar, pai. - E Johnny saiu correndo.
Fiquei olhando meu sobrinho até ele sair da cozinha, sabendo que James me observava. Havia um estúpido nó na minha garganta, sabe-se lá por quê, e não me sentia
pronta para encará-lo. Tinha a estranha sensação de que ele sabia por que eu estava ali, e ainda não queria lidar com isso.
- Johnny me parece mais alegre.
- Sim. Temos passado bastante tempo juntos. - James meneou a cabeça. - Eu não sabia o que estava perdendo. E bom para nós dois.
- Ele ainda está preocupado com Márcia? James assentiu:
- Ela tem telefonado para eles.
- Consciência pesada?
- Pode-se dizer que sim. - Ele quase sorriu.
- O que você fez?
- Quando ela ligou para sua casa, eu lhe disse que era melhor pensar bem no que estava fazendo. Lembrei-a de que nenhum juiz ia acreditar que ela era uma mãe abnegada
se nem mesmo telefonava para os filhos, e que isso influiria muito na possibilidade de ela conseguir direitos de visita. No dia seguinte Márcia ligou. - Ele suspirou.
- Fez muito bem aos dois, que se acalmaram bastante. E fácil esquecer como a imaginação deles é ativa.
- Pensei que você estivesse disposto a tirá-la por completo da sua vida.
- Estava, sim. - James se calou por um instante, olhando-me. - Mas a verdade é que Márcia é a mãe deles, que os meninos têm o direito de vê-la e de conviver com
ela. E bom que tenham contato com a mãe e o pai, não interessa o que eu pense a respeito.
- Está perdendo a classe, é? Ele deu um sorriso rápido.
- Estou fazendo muita força para não perdê-la. O homem que sempre considerei meu pai vê tudo em preto-e-branco. Para ele, só existe o certo e o errado. Tento não
ser duro com meus filhos como ele foi conosco.
- Você e seus irmãos parecem ter se saído bem.
- Mas tínhamos pavor de enfrentá-lo. Exceto Zach, é claro. Acho que o modo radical de pensar do velho Coxwell afetou nosso relacionamento. Ele nos forçava a escolher
as opções mais cruéis. Não quero que meus filhos cresçam pensando assim.
- Bem, tenho que lhe dar o crédito por tentar.
Eu admirava James. E o respeitava por colocar os filhos antes até de si mesmo. Aproximei-me e aspirei o ar profundamente. Ele cheirava a sol, vento e colônia. Meus
dedos do pé formigaram.
- Você rebaixou bem seu nível de vida - comentei. Ele assentiu, tranqüilo.
- Cada um de nós escolheu uma coisa cara que queria manter e vendemos tudo que pudemos do que foi descartado.
- E escolheram a casa ideal para quem gosta de reformas. Ele sorriu de um jeito que o remoçou muito, principalmente após a forma solene como vinha agindo.
- O preço dela era o que podíamos pagar. Praticamente mais nada nos servia além do preço. Ah, sim. O local também é ótimo. Ficamos sem carro, mas aqui estamos perto
de uma avenida movimentada.
- A casa é muito grande. -
- De fato. Pelo tamanho, vale mais do que paguei, mas esteve vaga durante um ano, e os donos estavam desesperados para vender antes que ela apodrecesse de vez e
desabasse. Os guaxinins não gostaram muito de ter que se mudar.
- Você é bom em reformas?
- Não sei, mas se não for tenho tempo para aprender.
- Ah, a confiança dos não-iniciados - provoquei, e nós dois rimos. - Como ficaram as contas?
- Não tão ruins quanto eu temia. - Ele fez uma careta. - Mas um emprego seria um bom acréscimo à mistura.
- Você está procurando?
- Claro. Tenho ido atrás de todos os velhos contatos. Cedo ou tarde vai aparecer alguma coisa.
- Pensei que os desempregados sempre passassem por uma crise de consciência.
James me fitou com aberta apreciação e sorriu.
- Sou bom no que faço, Maralys. Tudo o mais pode estar de pernas para o ar, mas isso continua. E parece que muitas outras coisas estão se ajeitando. Sinto-me bem
nesta casa e com o rumo que estamos tomando. - Olhou para a porta fechada por onde Jimmy tinha saído. - Estou contente com quase tudo...
Aquele não era um problema meu, então desviei o assunto. Apontei para o motor desmontado.
- Você fazia coisas assim com seu pai quando era garoto? Ele riu.
- Isso é uma piada?
- Não, não é.
- Não, de jeito nenhum! - respondeu, sério. - Meu pai jamais brincou com crianças, nunca me ajudou com a lição de casa. Tinha coisas mais importantes a fazer.
Pelo jeito que ele falou deu para perceber que se lembrava de uma recusa que ouvira inúmeras vezes.
- Ele não é seu pai - declarei com calma, porque achei que seria bom lembrá-lo disso.
- Tecnicamente.
- E quanto a seu pai verdadeiro?
James hesitou, surpreso, antes de responder.
- Não sei quem é.
- Aposto que sua mãe sabe.
Ele deu de ombros, como se não tivesse qualquer interesse em ficar sabendo.
- Pode ser.
Mas eu estava intrigada.
- Por que não pergunta a Beverly se ele era um homem gentil, desses que gostam de ensinar coisas aos filhos?
- Não quero ferir os sentimentos dela falando nisso.
- Grande coisa, James! O tema já está em discussão. Se me permite lembrá-lo, foi por causa disso que você ficou nessa situação. Sua mãe pode até querer falar a respeito.
Todos nós só estamos sabendo da história pela versão de Robert Coxwell.
- E por que eu iria atrás de um homem que não se importou com o filho?
- Talvez ele não saiba.
- Talvez essa seja uma coisa sem importância.
- Talvez seja importante. Quem sabe você venha a descobrir que tem algo em comum com ele, algo que não tinha em comum com o homem que o criou como pai. Dizem que
o meio ambiente e a genética determinam o resultado de todos os seres, você sabe. Talvez descubra que seu pai biológico é um sujeito que tem um modo diferente de
criar os filhos, assim terá outro modelo para se orientar.
James ficou me olhando por longo instante, e o ar entre nós começou a chiar. Então ele sorriu e balançou a cabeça, encaixando com cuidado uma peça do motor em outra.
- E você não entende por que sinto sua falta quando não está por perto. Você é a vassoura que limpa tudo, Maralys. Você vai atrás dos preconceitos, sacode-os e faz
com que eu os olhe outra vez.
- Até esse exato momento ninguém achou boa essa minha qualidade.
- Pois a considero um dom. Você é uma pensadora criativa e não aceita nada do jeito que é só porque alguém disse que deve ser assim. Gosto disso. - Ele se aproximou,
e parei de respirar. - Gosto de você, Maralys.
Inclinou-se rápido e tocou meus lábios com os seus uma, duas vezes. Em seguida, recuou apenas o bastante para fitar meus olhos.
- Senti sua falta - sussurrou. - Bem-vinda de novo.
Eu poderia ter correspondido ao beijo seguinte se ele acontecesse, mas os instintos paternos de James estavam alertas. Distanciou-se de mim e virou-se para a porta.
Lá estava o Johnny, uma mão na maçaneta, a expressão incerta.
- Pai? É essa?
- Sim, essa mesmo. Obrigado.
- Talvez seja melhor eu ir embora - sugeri.
James segurou-me por um cotovelo. Foi um gesto de propriedade, muito masculino, e nem eu nem Johnny deixamos de entender suas implicações.
- Não. Chegou a hora de deixarmos tudo bem claro. Ele sorriu. Johnny se descontraiu, aproximou-se e entregou a chave ao pai, apesar de ainda estar confuso.
- Obrigado, filho. Acho melhor você chamar o Jimmy. Precisamos ter uma conversa, todos juntos.
Johnny assentiu e saiu correndo na direção da outra porta. Ergueu a mão para segurar a maçaneta, mas James gritou. O pequeno olhou para trás, e o pai lhe mostrou
os dedos cheio de graxa, com uma expressão que um mês antes eu o consideraria incapaz de ter.
Johnny riu e bateu na porta com o cotovelo.
- Ei, idiota, venha aqui! Papai quer falar com a gente.
- Tenho que ir? - indagou Jimmy, do outro lado.
- Sim! - gritou James.
Meu sobrinho mais velho entrou na cozinha, com ar contrariado, e se deixou cair numa cadeira junto à mesa. Era evidente que tinha milhares de coisas melhores a fazer.
Johnny lavou as mãos e se sentou perto do irmão, sem tentar esconder a curiosidade. James também lavou as mãos, com cuidado, e sua testa permaneceu enrugada o tempo
todo. Devia estar preparando a declaração. Então, sentou-se à mesa do lado oposto ao que eu estava e abriu as mãos sobre o tampo.
Sem dúvida, qualquer resultado depende de como a gente dá a informação. Fiquei escutando e aprendi. Era evidente que eu não ia dizer nada porque havia muitos detalhes
feios naquela história e talvez a verdade não fosse totalmente bem-vinda àquela altura.
- Está na hora de conversarmos sobre o fato da mãe de vocês ter ido embora - começou James, com a voz controlada e olhando com firmeza para os filhos. - Não fiz
isso antes porque não sabia o que ia acontecer. Pensei que ela poderia mudar de idéia.
- Ela vai voltar? - Johnny estava ansioso.
- Não sei. Acho que não. Ou, pelo menos, não creio que volte logo. Ela falou sobre isso quando ligou para vocês?
Johnny fez que não, com carinha triste, e a expressão de Jimmy se tornou gelada.
- Então precisamos pensar que a mamãe não vai voltar a morar conosco - prosseguiu James -, mesmo que volte para Boston.
- É isso que vai acontecer? - perguntou Johnny.
- Estamos por nossa conta, rapazes. O que quero que vocês dois entendam é que nada têm a ver com tudo que aconteceu. Vocês não fizeram nada errado. Não deixaram
a mamãe tão brava que ela foi embora.
- E você, deixou? - perguntou Jimmy, acusador.
- De certo modo, deixei, sim, mas foi sem querer. James olhou para mim, pedindo em silêncio que eu apoiasse sua versão dos acontecimentos. Assenti. Ele conhecia
os filhos melhor que eu e sabia como apresentar aqueles fatos sórdidos de maneira a magoá-los o menos possível.
- Há muito tempo, conheci a mãe de vocês - disse James, deixando de fora a questão das gêmeas. - Gostei mesmo dela, ela pareceu gostar de mim, começamos a sair,
até que um dia decidimos nos casar.
- E vocês se casaram.
- Sim, nos casamos. - James fez um círculo na mesa com a ponta do dedo indicador. - Mas éramos muito jovens quando nos casamos, e agora fico pensando se sabíamos
mesmo o que queríamos, se sabíamos para onde pretendíamos ir. Ainda não tínhamos sequer descoberto a nós mesmos, porque estávamos nos tornando os adultos que iríamos
ser. Às vezes me pergunto se não nos casamos porque achávamos que isso era o que os outros esperavam que fizéssemos...
Depois de breve pausa, ele prosseguiu:
- Terminei a faculdade, passei no exame da Ordem dos Advogados e fui trabalhar com o avô de vocês. Trabalhei muito porque queria me sair bem. Meu pai sempre deu
duro, então achei que devia ser assim. Não percebemos na hora, principalmente porque eu trabalhava muito, mas sua mãe e eu estávamos nos modificando e nos distanciando
um do outro. Brigamos algumas vezes por causa de certos desacordos, basicamente por termos expectativas diferentes, mas achávamos que os casais brigavam de vez em
quando e não demos muita atenção.
Ele sorriu para os filhos.
- Então vocês chegaram. E não tivemos muito tempo para fazer qualquer outra coisa a não ser trocar fraldas, tomar cuidado com brinquedos que poderiam ser engolidos,
tratar infecções e lidar com dez mil outras coisas que os pais têm que enfrentar a cada pequeno passo. James pigarreou, emocionado.
- Depois que vocês começaram a ir à escola, as coisas acalmaram em casa, pelo menos foi o que pensei, e passei a trabalhar com mais intensidade. Seu avô tornou-se
juiz, deixou de advogar para o nosso escritório, e tive que cuidar também dos casos que antes ele assumia. Trabalhei ainda mais, porém ganhava muito dinheiro, e
pensei que sua mãe fosse feliz. É mais do que evidente que eu estava errado.
Ele franziu a testa e ficou calado por alguns instantes.
- Acho que o maior erro que cometemos foi não conversar, mas nós dois viemos de lares onde as pessoas não conversavam muito. Nossos pais mantinham a boca fechada
ao que se referia ao casamento deles e seguiam adiante, quer estivessem felizes ou não. Quero mudar isso aqui em casa. Quero começar tudo de novo.
Ele olhou com seriedade para cada um dos meninos.
- Quero que vocês falem comigo sobre tudo o que quiserem saber, mesmo que pareça que não temos tempo para isso. Está bem?
Os dois assentiram, apesar de Jimmy o fazer bem mais devagar.
- Sei que estamos passando por momentos difíceis, que houve mudanças demais em nossas vidas. Mas quero que vocês procurem respeitar a decisão da sua mãe de viver
a vida dela do jeito que quer. Não foi fácil para Márcia ir embora, principalmente por ter que deixar vocês. Ela fez uma escolha difícil, na certa esperando que
esse sacrifício lhe dê a chance de ser feliz, e isso é algo nobre, que deve ser respeitado.
Pensei que na realidade era nobre da parte dele dar tanto crédito a minha irmã egoísta, mas sabia por que o fazia. De qualquer modo, Márcia era a mãe deles, e os
pequenos a veriam de novo. Apreciei o esforço de James em minimizar os ferimentos emocionais dos filhos. Não era uma escolha fácil, e esperava que desse certo.
- Mamãe não era feliz com a gente?
- Ela não era feliz comigo, Johnny. - Ele apertou a mão do filho. - Em parte, a culpa é minha. Estou tentando me acostumar a passar mais tempo em casa, a falar para
fazer as pessoas verem o que penso e sinto. E uma grande mudança para todos nós, e quero que saibam que amo muito vocês dois.
- E a tia Maralys? - perguntou Johnny
- Bem, sua tia e eu tivemos uma grande briga faz alguns anos e ficamos realmente zangados um com o outro por muito tempo. Mas acho que isso passou, que não estamos
mais zangados. - James me olhou, sacudi a cabeça, e ele continuou firme: - Gosto da sua tia e, agora que paramos de brigar, acho que ela decidiu que também gosta
de mim. Talvez agora Maralys venha a nossa casa mais do que antes.
- Então vocês estão namorando? - perguntou Johnny. James sorriu para mim.
- Mais ou menos.
Jimmy fez cara de enjoado e por instantes olhou para o outro lado.
Aquilo era o máximo de comprometimento que eu podia aceitar sem interromper James para corrigi-lo, e fiquei feliz ao ver que ele me compreendera. Talvez tivesse
percebido que Márcia e eu éramos diferentes: ela sempre fora fã de garantias até o dia do juízo final, tudo em triplicata, assinado, selado e arquivado. Eu gostava
de deixar minhas opções em aberto.
Os meninos nos observavam alternadamente, com atenção, e torci para não ficar corada.
- Você preferia não ter se casado com a mamãe? - quis saber Jimmy.
James pensou por um minuto.
- Não. Se eu não tivesse me casado com sua mãe e vivido com ela durante esses anos, não teria aprendido o que aprendi, não seria a pessoa que sou. Tenho certeza
de que não teria sucesso que tive sem a ajuda dela. Não me arrependo de ter - e casado com Márcia e não posso mudar isso porque faz parte ío que sou.
Olhando com franqueza para os filhos, ele acrescentou:
- E se eu não tivesse me casado com sua mãe vocês dois não estariam aqui. - Apoiou-se nos cotovelos, a voz ficou rouca, e os olhos adquiriram um brilho suspeito
enquanto fitava filhos. - Essa é uma coisa que nem posso imaginar. Acho que talvez tudo o que aconteceu entre mim e Márcia foi só para que vocês dois viessem ao
mundo. Para o meu mundo.
Ahhhhhh! Chegara a hora de um grande abraço familiar. Enxugue essa lágrima. Estamos todos reconciliados ao redor da mesa da cozinha, exatamente como a natureza gosta.
Ou talvez não.

Assunto: grrr!

Querida Tia Mary:

Minha amiga é ótima e tem tanta sorte! Arranjou um namorado superlegal, tem um apartamento fabuloso e ganha rios de dinheiro no seu emprego. Amo muito essa amiga,
mas estou começando a odiá-la também. :-(
Devo romper com ela?

Garota de Olhos Verdes

Assunto: re: grrr! Querida Invejosa:

Obrigue o monstro da inveja a fazer dieta e talvez consiga se livrar dele. Enquanto isso, cuide-se. Você odeia seu emprego; Procure outro. Odeia seu apartamento?
Mude-se. Acho que já deu para entender, né? É mais fácil acusar os outros pelos seus problemas que resolvê-los. Coloque algumas coisas boas na sua vida e deixará
de se preocupar em fazer comparações. E se continuar a fazê-las é sinal de que você tem problemas mais sérios, com os quais não posso lidar.

Tia Mary

Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary!
Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:
http://www.pergunte-a-tia-mary.com


Johnny levantou-se e foi para junto do pai. James beijou-lhe a testa, abraçou-o, afagou-lhe o cabelo e olhou para Jimmy. A expressão do garoto era hostil.
- Que monte de besteira! - declarou e correu para o quarto, que era uma saleta no piso térreo.
Ao sair, bateu a porta com força, e James se pôs de pé no mesmo instante.
- Cansei desse tipo de atitude - murmurou, mas eu o detive com um gesto.
- Deixe-me falar com ele. Dou um jeito nisso...
Foi um gesto impulsivo, que surpreendeu a nós dois. James me deu o olhar mais descrente que eu já vira.
- Você vive dizendo que não sabe lidar com crianças, Maralys.
- E que sempre agia como Jimmy quando era pequena. Acredite, sei como chegar nele de um modo que cavalheiros certinhos como você nunca vão entender.
James fez uma leve mesura e indicou a porta.
- Então, por favor, fique à vontade.
No momento não pensei, mas depois fiquei imaginando se eu não teria agido daquela forma pela vontade inconsciente de provar que podia ajudar.
Não. Por que eu iria querer ajudar? Pode ser que nenhum homem seja uma ilha, mas essa mulher aqui vem sendo uma há muito, muito tempo. E vai continuar. Claro, com
ocasionais incursões diplomáticas na terra do sexo selvagem.
Aquela era apenas uma oportunidade para eu me exibir. Certo?
Atravessei a cozinha e abri a porta do quarto com um belo chute, numa saudável amostra da minha determinação.
- Ei, você! - gritei quando a porta bateu na parede.
Jimmy deu um salto e me olhou, alarmado, antes de conseguir dominar a surpresa e voltar a atenção para um jogo eletrônico. Era um daqueles aparelhos, mais ou menos
do tamanho de um controle remoto de televisão, que podem ser carregados com jogos diferentes.
- Dê o fora. Estou ocupado.
- E eu estou velha demais para agüentar esse tipo de atitude idiota.
- Não sou obrigado a ouvir você.
- Não. Não é mesmo.
O fato de eu concordar desarmou-o e deixei que ficasse preocupado.
Entrei no quarto, um verdadeiro caos que honrava a tradição dos garotos do mundo inteiro. A mudança era apenas uma desculpa temporária para a bagunça. A caixa enorme
do PC Pentium estava num canto, e em cima dela se encontrava o imenso monitor que me fazia babar desde que James o comprara aos meninos, havia dois anos. Acho que
Jimmy escolhera aquele item para conservar.
Fiquei desconfiada do joguinho portátil. Emitia todo tipo de sons enquanto ele jogava. Um exame mais atento me revelou que se tratava de um modelo recente. Jimmy
tentava desesperadamente ignorar minha presença, porém estava nervoso demais.
Excessivamente nervoso.
E eu sabia por quê. Já me encontrara naquela mesma situação por fazer o que ele havia feito; já tinha lido o livro daquela história e pago o preço da entrada para
assistir à versão filmada. Jimmy estava furioso porque fatores além do seu controle transtornavam sua vida. Tudo bem. O olho roxo e a atitude rebelde eram apenas
a ponta do iceberg. Tudo bem, ainda.
Mas roubar não era "tudo bem".
Eu havia brincado ao dizer que um cavalheiro certinho nunca entenderia, mas a situação nada tinha de engraçada. Provavelmente James nem desconfiava. Eu não teria
desconfiado se Jimmy aparecesse com aquele jogo na mansão Coxwell. Mas tudo indicava que ele o mantinha escondido, e eu sabia que desde a mudança James não comprara
produtos caros.
Às vezes, principalmente quando se procura a verdade, dá certo ser desconfiada.
Parei atrás do Jimmy, e ele se distanciou, demonstrando que era assim que agiria o tempo todo, mas não pôde ir longe. Estava num espaço limitado e tentando esconder
o aparelho de qualquer pessoa que chegasse à porta. Principalmente do pai. Não era evidente? Por enquanto meu sobrinho achava que estava ganhando a parada e não
queria desistir.
Sou manhosa. E rápida. Comigo ele ia perder a parada.
Estalei os dedos da mão esquerda, Jimmy ergueu o rosto e peguei o aparelho com a mão direita. Com um grito, ele saltou para me tirar o brinquedo, mas recuei, mantendo-o
no alto. James apareceu à porta e ficou parado, olhando, sem entender o que estava acontecendo. Mas ficou quieto, confiava em mim. Você iria gostar de assistir ao
espetáculo. Johnny estava atrás do pai, com os olhos redondos como pires e apenas espiando aquele inesperado drama familiar.
- Onde conseguiu isso, Jimmy? - perguntei.
- É meu!
Mostrei o aparelho a James.
- Você comprou este jogo?
- Não sei. Todos esses jogos me parecem iguais.
- Só eu para encontrar o homem mais refratário à informática em toda Boston! - Fiz cara de desalento, depois sorri. - Diga-me, pelo menos você tem uma agenda eletrônica?
James balançou a cabeça, surpreso.
- Não... Tenho uma daquelas agendas grandes, com capa de couro.
Pensar na sensação que a textura do couro provoca em mim poderia ter me distraído, porém James se dirigiu ao filho com a voz mais alta que o normal:
- Eu comprei isso ou foi sua mãe?
Jimmy tentou se safar, agindo de maneira ousada. Às vezes dá certo, e tive que conceder algum crédito a ele por tentar.
- Ora, não chateia!
James prendeu a respiração, e percebi que lutava contra os demônios do pai. Sem dúvida ele teria sido esfolado vivo se desafiasse Robert Coxwell daquele modo, quando
tinha a mesma idade do filho.
Jimmy me estendeu a mão, mas mantive o jogo fora do alcance dele. Então forneci alguma munição para James enquanto sustentava o olhar de Jimmy, desafiando-o a argumentar
comigo.
- Esse jogo é tecnologia da mais recente. Próxima geração. Um brinquedo muito, muito legal, e muito, muito tentador. Aliás, é um produto difícil de encontrar. Com
ele, pode-se jogar de forma interativa offline ou na net. Tem emissor infravermelho, por isso os competidores podem ficar andando daqui para lá na sala.
- Legal! - entusiasmou-se Johnny impressionado.
- Esse jogo acaba de sair da fábrica - expliquei a James.
- Você só poderia tê-lo comprado de duas semanas para cá; antes, não.
- Não comprei nada semelhante, recentemente.
- E notaria o alto preço na sua fatura do cartão de crédito caso Márcia tivesse comprado. - Eu disse quanto o brinquedo custava e James se transformou no Homem de
Granito com Olhos de Fogo. - Além disso, os jogos para colocar nele não são nada baratos. - Acenei com o aparelho para Jimmy.
- Quantos jogos você tem? Vinte? É uma coleção e tanto!
- Onde conseguiu isso, filho?
Pelo tom em que James fez a pergunta ficou claro que ele havia feito todas as deduções necessárias para chegar à mesma conclusão que eu.
Jimmy enfrentou-o de modo desafiador.
- Meu amigo me deu.
- Que amigo? - perguntou James.
- Amigo, porra nenhuma! - eu disse ao mesmo tempo.
Os dois meninos olharam para mim, chocados por alguém pronunciar um palavrão na casa deles. A situação era muito séria. Jimmy tinha apenas dez anos, então havia
uma chance de evitar que fosse para o lado errado.
Alguém me agarrou pela nuca quando eu tinha doze e compreendi que era a minha vez de passar o bastão adiante. Sou grande fã da responsabilidade civil, entende?
Balancei o brinquedo sob o nariz do Jimmy.
- Você roubou isso! Confesse!
Ele não se demonstrou arrependido.
- E daí se roubei?
James parecia a ponto de explodir, mas eu o contive com um gesto de mão.
- Daí que você vai consertar as coisas.
- Ah, por favor! - Jimmy revirou os olhos. - Só gente estúpida pensa que é assim que o mundo funciona!
Bum! E não tive chance de dizer mais nada.
- O que está querendo dizer? - James atravessou o quarto com os olhos faiscando.
- Ah, sem essa, pai! Você solta bandidos o tempo todo! - Jimmy acrescentou, imitando a maneira de falar do pai. - E você é tão bom no que faz!
James imobilizou-se, apanhado na própria inconsistência.
- Que problema ter filhos inteligentes - murmurei, mas ninguém prestava atenção em mim.
A compostura de James fora abalada, mas ele se recuperou em tempo recorde.
- E isso que você pensa que faço?
- Foi o que mamãe disse. Você foi para a Califórnia para tirar o tio Zach da cadeia. Não foi? Não foi?
- Fui, mas isso é diferente!
- Porra nenhuma! - berrou Jimmy, usando minha expressão com o maior entusiasmo.
James passou a mão no cabelo e sentou-se na beira da cama. Enfrentou o demônio de Robert Coxwell que, imagino, teria chicoteado a criança que falasse assim com ele.
Ou isso, ou James e os irmãos tinham crescido tão aterrorizados pelo que o pai poderia fazer que nenhum deles jamais havia ousado desafiá-lo.
James venceu a batalha e não fez o filho passar por sua experiência. Respirou fundo e voltou a atenção para Jimmy. O que disse estava sob absoluto controle, mas
acho que aquela calma não enganava nenhum de nós.
- O que faço é garantir que as pessoas sejam tratadas com justiça.
- Acho que não... - disse Jimmy.
A raiva de James voltou. Ele apontou para a cadeira da escrivaninha.
- Sente-se. Cale a boca. Escute.
Os dois meninos se sentaram. Até eu me sentei.
Daria para ouvir as baratas respirando na cozinha. James nos fez esperar um pouco. E nós esperamos.
- Temos um sistema legal feito para impedir que pessoas inocentes sejam punidas por algo que não fizeram - ele começou, por fim. - E uma forma de equilibrar a autoridade
do Estado e da polícia. As pessoas são inocentes até que se prove que são culpadas. Esse é um princípio fundamental, o direito de todos os cidadãos do país. E se
a culpa não puder ser provada o acusado é considerado inocente.
- Mesmo que se saiba que ele é culpado! - Jimmy não estava disposto a ceder.
- Só se pode saber que ele é culpado se alguém provar isso -- declarou James. - As pessoas mentem, e os fatos são obscurecidos o tempo todo. A verdade é elusiva.
Nosso sistema exige que a culpa seja provada além de qualquer dúvida razoável, senão a acusação tem que ser retirada.
- E tudo um jogo.
- Não, não é um jogo - discordou James. - É uma pedra fundamental, a pedra fundamental da sociedade livre. O direito de se defender contra acusações falsas, de ser
ouvido com justiça e de ter um advogado de defesa são pedras fundamentais da nossa liberdade.
James abriu os braços, animado pelo tema diante do óbvio ceticismo do filho.
- Pode soar falso, mas há muitos lugares no mundo onde as pessoas não dispõem desses direitos. Como nasceu e cresceu aqui, você não tem como avaliar o que possui.
Em muitos lugares do mundo, alguém poderia entrar nesse quarto, dizer que seu Pentium foi roubado, prender você e jogar a chave fora. Ninguém o veria de novo nem
ficaria sabendo o que lhe havia acontecido. E todos teriam medo de perguntar, porque o mesmo poderia lhes acontecer.
- Mas não roubei!
- Naqueles lugares, você não teria sequer a chance de dizer isso; não teria oportunidade de se defender de acusações maliciosas e falsas.
Ele se inclinou para a frente e enfrentou o olhar do filho. Tinha atravessado a primeira barreira da hostilidade e conseguido que os meninos o escutassem.
- O que quer dizer maliciosa? - perguntou Johnny.
- Maldosa, astuciosa, prejudicial. Acusações mentirosas que alguém faz só por maldade.
James tornou a encarar Jimmy. Ele não estava mais falando apenas ao filho, mas sua explicação era fácil de compreender. Até mesmo eu acabava de entender o que ele
fazia e por quê.
Quem poderia imaginar que James Coxwell era um idealista? Preciso confessar que fiquei feliz por estar sentada.
- O sistema só funciona se os dois lados fizerem tudo o que for possível para revelar a verdade - continuou James. - Às vezes é difícil encontrar a verdade, então
o sistema legal é feito para errar a favor dos inocentes.
- Mas aí pessoas culpadas podem se livrar!
Jimmy era um advogado do diabo por excelência. Obviamente aquele era um gene dominante nos Coxwell.
- Se não houver provas suficientes da culpa, sim - admitiu James. - O reverso dessa medalha é que, teoricamente, uma pessoa inocente jamais será condenada por algo
que não fez. Não haverá provas suficientes para considerá-la culpada. Entende? Acontece de culpados saírem livres, sim, mas esse é o preço para garantir que nenhum
inocente pague pelo mal que não fez.
Os filhos o ouviam com atenção, e James os observou para verificar se tinham compreendido.
- O que faço, ou o que fazia, era garantir que o Estado cumprisse de forma correta sua obrigação. Procurava e demonstrava as falhas nos argumentos ou os erros que
haviam sido cometidos nos procedimentos. Encontrava pontos nos quais havia dúvida razoável ou evidências de que a lei fora quebrada ou os direitos de alguém desrespeitados.
As regras só funcionam quando todos as seguem.
- Mas os bandidos não as seguem - lembrou Johnny.
- Não. E de certo modo a situação se torna injusta, mas, entenda, os policiais, o Estado e as pessoas boas precisam seguir as regras, pois, do contrário, se tornam
iguais aos bandidos. Em uma sociedade sem lei não há justiça para ninguém.
Meus sobrinhos ficaram pensativos, até que, finalmente, Johnny perguntou:
- Você livrou algum bandido, pai?
James olhou para o chão, com expressão muito séria. Pensei que iria mentir ou pelo menos enfeitar a verdade, mas ele foi sincero.
- Os casos mais duros que já defendi foram os que os réus eram claramente culpados, mas a polícia não havia seguido as regras na hora de recolher as evidências contra
eles.
- O que quer dizer? - Johnny estava intrigado.
- Uma lei diz que a polícia não pode entrar na sua casa e revistá-la apenas porque quer. Os policiais precisam de um mandado para fazer isso, e só o conseguem se
tiverem um bom motivo. Precisam apresentar alguma prova de que na sua casa rode haver algo relacionado ao crime para ser encontrado. Johnny foi sentar-se na cama,
ao lado do pai.
- E se eles não tiverem mandado?
- Tudo que encontrarem na sua casa não vale.
- Mesmo se for algo ruim?
James assentiu.
- Quando os policiais não seguem as regras, a evidência não pode ser aceita no tribunal. Não pode ser usada como trova.
- Então por que eles não seguem sempre as regras?
- Porque há policiais que ficam desesperados para pegar os bandidos... - James sorriu para o filho. - Qualquer um pode esquecer as regras quando se convence de que
está certo sobre alguma coisa, quando se entusiasma ou pensa que é preciso agir depressa. Mas a lei diz que até mesmo os bandidos têm direitos.
- Isso é idiota! - comentou Johnny, aborrecido.
- Não acharia idiota se alguém dissesse que você é um bandido.
- Mas eu não sou!
- Exatamente. Graças à lei, você teria a chance de dizer e de provar isso. Seria inocente, até prova em contrário. Meu Trabalho, assim como o de todos os demais
advogados e juízes, é garantir que ninguém se esqueça de seguir a lei, mesmo quando acha que está certo. Não é um sistema perfeito, mas é muito bom e merece ser
defendido.
Johnny ficou pensativo. Jimmy, que ouvira tudo com atenção, cruzou os braços com ar desafiador.
- E quanto ao tio Zach?
Eu tinha que admirar a inteligência do meu sobrinho; ele fora direto ao ponto, sem hesitação. Além disso, tinha muita simpatia pelo pequeno adulto.
James assentiu, sem se perturbar.
- Você está certo. Tio Zach era culpado, e eu sabia disso.
- Mesmo assim o livrou? James assentiu de novo.
- Está vendo?
Mas o triunfo de Jimmy não durou muito.
- Sim, estou vendo. E você tem razão em dizer que eu não devia ter ajudado tio Zach. Eu não devia ter ido até a Califórnia. Estava errado, Jimmy. Cometi um erro.
Obrigado por ter deixado isso claro para mim.
O menino ficou olhando desconfiado para o pai, e tinha motivo. James deu um breve sorriso e indagou:
- Sabe o que acontece agora?
- O quê?
- Aprendi com meu erro e não vou repeti-lo. Imediatamente, Jimmy compreendeu as implicações. - Isso não é justo!
- É, sim. Esse é o ponto. O que é justo? O que é a lei? O que está certo? Seu argumento é bom. Todo mundo sempre salvou tio Zach dele mesmo. E, você sabe, isso nunca
o ajudou. Hoje pude ver isso. Ele se envolve em problemas cada vez mais sérios porque nunca lhe aconteceu nada. Zach acha que alguém sempre o ajudará a se safar.
- Sempre fitando o filho, James se inclinou para a frente, apoiou os cotovelos nos joelhos e abaixou a voz. - Exatamente como você está fazendo agora.
Jimmy cruzou os braços e tentou olhar feio para o pai. O resultado não foi ruim, mas ele teria que melhorar muito para conseguir intimidar o tigre.
- Se na primeira vez alguém tivesse feito Zach entender que estava errado, talvez ele não tivesse mais se metido em confusões - continuou James, com calma. - Se
alguém tivesse feito isso, seu tio saberia que ninguém iria ajudá-lo a se livrar dos seus erros e que teria de acertar as coisas sozinho.
- Quer dizer que você não vai acertar "isso"?
Jimmy mostrou o aparelho ao pai, e sua hostilidade cresceu visivelmente.
James ergueu os ombros.
- Não, você é que vai. - Olhou para a porta. - Onde será que anda nossa pizza?
Levantou-se para sair, e Jimmy perdeu a calma. Saltou para cima da cama e começou a pular furiosamente, como o garoto de dez anos que era, e gritou com o pai.
- Como você pode fazer isso comigo? Como pode ser tão mau?
- Às vezes é preciso ser cruel para ser bom. Pelo menos é o que dizem.
- Mentiroso! Mentiroso, mentiroso, mentiroso!
Jimmy não parava de pular; estava completamente descontrolado. Aquilo era um bom lembrete: meu sobrinho era um menino.
- Odeio você, odeio esta casa, odeio não poder viajar e odeio não ter nada! Queria que a mamãe nunca tivesse ido embora! Ela me amava! Ela teria me comprado esse
jogo! Mas ela não estava aqui e você não me ama, então peguei o jogo! Resolvi o problema!
James não disse nada. Apenas ficou parado, olhando para o filho, até o rosto dele ficar vermelho e as lágrimas começarem a escorrer.
- Talvez seja esse o problema, Jimmy. Talvez esteja na hora de alguém dizer "não" a você.
- Talvez seja por muitas outras coisas - acrescentei.
Eu sabia, graças a minha própria experiência, que ninguém pode ser responsável pelas escolhas que um adolescente faz.
Jimmy virou-se para mim.
- O que você sabe disso? - perguntou-me, com sarcasmo. - Você só quer transar com meu pai! Vai ver que foi por sua culpa que minha mãe foi embora!
- Ei, espere aí... - começou James.
Mas o garoto estava enlouquecido e descarregou a raiva no alvo que lhe parecia mais óbvio.
- Foi você, é tudo sua culpa! Você fez a mamãe ir embora, fez meu pai me odiar! Você acabou com a minha vida, sua, sua... Sua PUTA!
Oh! Como tive vontade de bater nele! Minhas mãos tremiam. Se meu sobrinho fosse adulto, eu o teria atacado. James foi muito rápido: agarrou a camiseta do filho junto
ao pescoço e o sacudiu.
- Peça desculpas! Agora!
- Não!
- Peça desculpas a sua tia, e bem depressa!
Devo reconhecer que havia um pouco de Robert Coxwell em James. Ele olhava para Jimmy de um jeito que deve ter feito coagular o sangue do garoto. Mas ele ergueu o
queixo e enfrentou o pai.
- Você vai dar um jeito?
James deu o frio sorriso de tribunal.
- Você não está em posição de exigir acordos.
- Dê um jeito e peço desculpas.
- Não vou negociar com você.
Algo naquele olhar de aço fez o menino perceber que estava perdendo, e ele mudou de tática. Deve ter achado que valia a pena implorar.
- Você tem que dar um jeito, pai!
- Não como você quer.
A expressão de Jimmy tornou-se desconfiada.
- O que quer dizer?
- Peça desculpas.
- Desculpe - disse Jimmy, sem o mínimo de tristeza na voz.
James balançou a cabeça e sacudiu o garoto.
- Tente de novo. Vai aprender agora a nunca mais dizer aquele nome a uma mulher e a nunca mais insultar sua tia. Tente de novo, dessa vez com sentimento.
Jimmy respirou fundo, pronto para argumentar, mas James impediu que falasse.
- Estou avisando: não force mais a barra, Jimmy Coxwell. Talvez esteja na hora de você se lembrar... Para quem Ligou na noite em que sua mãe foi embora? Para quem
ligou quando estava com medo? Quem largou tudo e foi ajudá-lo? - Deu uma leve sacudida no menino. - Você deve gratidão e respeito a sua tia, e sabe disso muito bem.
Não responsabilize a pessoa que o apanhou em flagrante pelo crime que você cometeu.
Jimmy piscou os olhos várias vezes, seu corpo perdeu a postura de combate, e ele me olhou com rebeldia.
- Desculpe - murmurou.
James o colocou no chão.
- De novo. Mais claro.
Por fim, Jimmy me olhou com ar de arrependimento.
- Desculpe, tia Maralys.
- Tudo bem, Jimmy - assenti.
Antes que qualquer um de nós recuperasse a calma, James colocou a mão nas costas do filho e o conduziu à porta. De passagem, pegou o brinquedo da minha mão.
- Temos algo a fazer. Pegue seu casaco, por favor.
- Aonde a gente vai? - perguntou Jimmy, mas fez o que o pai mandou.
- Você vai dar um jeito no que fez.
- Aonde a gente vai? - insistiu meu sobrinho.
-Ao local de onde você tirou isso. Está na hora de aprender a corrigir os erros que comete.
- Mas...
O garoto começou a protestar, porém James lhe lançou um olhar mortal.
- Nada de mas. Vamos!
Naquele momento bateram à porta, e James atendeu enquanto vestia a jaqueta. Pagou a pizza e a passou a mim.
- Importam-se de nos esperar aqui? - perguntou, dirigindo-se a mim e ao Johnny.
- Não. Estou faminta... E preciso falar com você. Por mais divertido que tenha sido, não vim por causa do show... - Cutuquei Johnny. - É bom vocês dois voltarem
logo, se não o camaradinha aqui e eu vamos comer tudo, não é?
Os dois saíram: o pai determinado e o rebelde que perdera a causa. Johnny e eu fomos para a cozinha. Encontrei pratos, um refrigerante e copos e guardanapos de papel.
Fiz meu sobrinho lavar bem as mãos e sentamos para comer. A casa se tornara silenciosa demais, e comecei a pensar na defesa que James fizera da sua carreira.
Ergui a cabeça. Johnny me fitava com os olhos cheios de perguntas. Ele parecia incrivelmente uma miniatura do pai. Mastigou, engoliu e inclinou a cabeça.
- Você está mesmo transando com meu pai? Contive um sorriso.
- Você tem idéia do que quer dizer "transar"? Ele meneou a cabeça, indicando que não.
- É como beijar? - perguntou e fez uma careta que expressava o que achava da idéia.
-- Mais ou menos.
- Argh! Por que vocês fazem isso?
- Bem, quando as pessoas gostam muito uma da outra fazem sexo, que é como isso se chama de verdade.
Ele ficou pensativo.
- Você gosta muito do meu pai? Mesmo depois daquela grande briga?
Como não havia mais ninguém ali para escutar, fiz minha confissão. Não foi assim tão doloroso. - Sim. Gosto muito do seu pai. - Queria não ter brigado com ele?
- Bem, brigar não é divertido, mas seu pai estava certo. Estou me acostumando a ter vocês por perto.
O sorriso que meu sobrinho deu poderia iluminar a cidade inteira.
- Também gosto de você, tia Maralys. - Pensou um pouquinho e me olhou, preocupado. - Algum dia vou ter que transar com uma menina só porque gosto dela?
- Não. - Tive que rir diante do evidente alívio dele. - Você deve transar com alguém de quem goste de verdade, alguém com quem queira ficar a vida toda. Vai saber
quando a conhecer. - Deixei de fora os detalhes e benefícios da monogamia serial e me inclinei sobre a mesa para pegar outro pedaço de pizza. - Acredite, um dia
você vai conhecer uma garota e quando pensar em beijá-la não vai lhe parecer algo horrível.
Johnny revirou os olhos e usou aquele tom de voz que as crianças reservam para as idiotices dos adultos.
- Acho que não, tia Maralys.
Os dois voltaram mais quietos e menos zangados. James foi até a sala e retornou à cozinha com uma folha de livro-caixa. Para minha surpresa, vi que Jimmy ainda estava
com o brinquedo.
Entendi tudo quando James escreveu o nome de Jimmy no alto da folha, anotou uma grande quantia na coluna de débitos e prendeu-a na porta da geladeira.
- Você vai pagar sua dívida do jeito que combinamos - disse, com firmeza. - Quando é preciso, economizamos para comprar o que queremos. Você começou errado e vai
pagar pelo brinquedo.
Jimmy ergueu os olhos.
- Como?
- Trabalhando, ajudando em casa.
Os olhos do meu sobrinho se iluminaram.
- Levo o lixo para fora por cem dólares.
- Sei. Essa é uma boa oportunidade para você aprender o valor do dinheiro. Vai pôr o lixo lá fora por vinte e cinco centavos e fará isso uma vez por dia, depois
do jantar.
Jimmy olhou para o alto e se recostou na cadeira. Não devia estar muito aflito com a situação, pois continuava a brincar com seu joguinho.
- Vai levar uma eternidade - ele resmungou.
- Praticamente - concordou James. - Amanhã vou fazer uma lista de outras tarefas, incluindo o valor de cada uma e quando devem ser realizadas.
James pegou dois pratos, serviu uma fatia de pizza em cada um, depois colocou o primeiro no microondas e, quando o aqueceu, deu-o a Jimmy. Aqueceu o segundo e sentou-se
para comer. Servi refrigerante para os dois.
- Era isso que o vovô fazia quando você queria alguma coisa? - perguntou Johnny.
- Não - respondeu James. - Ele tinha outro método. Ganhávamos cinqüenta centavos por semana cada um e tínhamos que fazer tudo que mandassem. Se quiséssemos comprar
alguma coisa que custasse mais que cinco dólares, precisávamos pedir permissão.
- Seu pai era muito bonzinho, não? - brinquei, e James sorriu.
Lembro-me de que na minha infância meu pai não era muito divertido, mas não chegava aos pés do velho Coxwell nessa questão de ser maníaco por controle. Os meninos
não entenderam esse detalhe da conversa.
- E eu? -- perguntou Johnny. - Também quero trabalhar e ganhar dinheiro.
Ah, os frutos do crime eram tentadores.
James ficou observando o filho mais novo por instantes.
- Tem razão... - Foi pegar outra folha de papel, colocou o nome de Johnny nela e prendeu-a na geladeira também. - Você vai comprar o que quiser com o que ganhar.
- Oba!
- Isso não é justo! - reclamou Jimmy.
- É mais que justo - retrucou James. - Foi muita sorte sua o dono da loja decidir não prestar queixa. Ele não precisava ser compreensivo.
- Vou fazer todas as tarefas antes - anunciou Johnny, mostrando a língua ao irmão. - E quando você tiver pago o seu jogo, o meu dinheiro vai dar para comprar um
novo. Aí você vai ter que juntar se quiser comprar alguma coisa.
- Tudo bem! Então não vou deixar você brincar com esse aqui.
- Acho - interferiu James com firmeza - que vocês podem fazer um acordo sobre isso.
- Alugo meu brinquedo a você - sugeriu Jimmy.
- Esse menino nasceu para ser advogado - murmurei. James manteve a atenção concentrada no filho mais velho, como se não tivesse me ouvido.
- Não, não vai fazer isso. Vocês têm que compartilhar. Se não compartilharem, guardo o jogo.
Eles comeram em silêncio, Jimmy ficou emburrado e olhava para o pai de vez em quando.
- Não está se sentindo um sortudo, Jimmy? - perguntei.
- Acho que não - murmurou ele, fazendo cara triste para dar ênfase.
James olhou-o com severidade, e, seguindo um impulso inexplicável, resolvi dar um salto que até um anjo teria medo de dar.
- Vocês não têm férias de primavera?
- Já acabaram - disse Jimmy, chutando o pé da mesa. - E nós nem fomos para a praia, como a mamãe prometeu. Todos os meus amigos estão bronzeados, e aonde eu fui?
Não mergulhei com cilindro de ar, como a mamãe prometeu. Nããão! Passei o tempo todo empacotando nossas coisas e agora vou ser obrigado a levar o lixo para fora por
vinte e cinco centavos!
- Espere aí - interrompeu James, levantando-se.
Fiz um gesto para acalmá-lo, e ele ficou quieto. Falei com minha melhor voz de Cruela Cruel:
- Entregue-me esse menino.
Sorri como se meu sobrinho fosse resultar num ótimo almoço, e ele se encolheu, sem saber o que vinha pela frente. Toda aquela pose sumiu. Ah, muito novo ainda e
ingênuo, a dureza de Jimmy era apenas um verniz fino. Sorri abertamente, e ele cruzou os braços, parecendo cada vez mais preocupado. Gostei disso.
- Tem certeza? - perguntou James, olhando para mim.
- Tenho. Por um dia, no sábado que vem.
- Mas eu não tenho certeza! - disse Jimmy, como última tentativa de desafio.
Dei minha melhor risada de imperadora maluca que tem um plano para dominar o mundo. Jimmy saiu correndo para o quarto, e coloquei mais um pedaço de pizza no microondas,
muito satisfeita comigo mesma.
- Quero aprender a jogar! - gritou Johnny.
Olhou para o pai pedindo aprovação para sair da mesa e voou para fora da cozinha quando ele assentiu. Os dois garotos começaram a discutir sobre quem ia jogar primeiro,
e James deixou que resolvessem o problema sozinhos.
Para ser franca, achei muito bom meus sobrinhos terem problemas entre si. Não é natural que dois irmãos se adorem. Tem que haver entre eles um pouco de competição,
que irá prepará-los para o mundo lá fora.
James tratou de limpar a mesa. Peguei os pratos e copos enquanto os meninos investigavam o jogo. De vez em quando, gritos de raiva nos informavam que estavam vivos
e sem ferimentos fatais.
- Fiquei surpreso com sua oferta - disse James. - Pensei que não quisesse saber dessas coisas de família.
- Meu limite de tolerância foi ultrapassado - respondi, apesar de ainda não ter pensado no assunto.
Discretamente, pelo menos pensei que estava sendo discreta, procurei sinais de alergia e não encontrei nenhum. Então vi que James me observava, sorrindo.
- Foi uma dose fatal? - perguntou, sem disfarçar quão se divertia.
- A alergia não apareceu. Acho que estou desenvolvendo resistência.
- Desde que não seja imunidade... Suspirei, com ar de vítima.
- Afinal, eu lhe devo uma por tê-lo mandado naquela loja de gente fresca sem preveni-lo.
James sorriu. Prestou mais atenção no barulho que vinha do quarto, então se aproximou de mim.
- Tinha me esquecido disso. Ainda bem que alguém está anotando os pontos.
Um brilho diferente em seus olhos dizia que ele pensava em outros tipos de compensação. Eu pensava o mesmo. Meu pulso acelerou, como era de esperar, e resolvi apresentar
o motivo da minha visita.
- Antes de passarmos para a fase de bonificações, quero lhe contar que andei procurando uma instituição onde internar meu pai, mas todas as casas de repouso são
horríveis. Você disse que tinha uma idéia a respeito e gostaria de ouvi-la.
James encostou-se na bancada, bem perto de mim.
- Acho que ele poderia vir morar aqui.
- Aqui?
- É. Tenho certeza de que vou conseguir tirar o príncipe valente do covil...
Indicou com um gesto a saleta da qual Jimmy se havia apossado para ser seu quarto. Sacudi a cabeça.
- Boa sorte.
James demonstrou certo desânimo.
- Será por uma boa causa. Há um banheiro aqui embaixo que poderia ser só do seu pai e outra saleta que ele usaria como escritório e refúgio sempre que quisesse se
livrar de nós.
Assim, não seria obrigado a se desfazer de todos os seus móveis, e suas coisas ficariam todas aqui no térreo. Ele teria companhia quando quisesse e privacidade quando
não quisesse. Fiquei surpresa com a generosidade da oferta.
- Você sabe, não temos dinheiro para pagar aluguel. Mas se papai vender a casa terá algum dinheiro e aí...
- Esse dinheiro deve ser investido para o caso de ele ficar doente. Não quero o dinheiro de Connor, Maralys. - James cruzou os braços, determinado a brigar por sua
idéia. - Acho que estamos perto o bastante do bairro dele para que continue a consultar os mesmos médicos e a ver os conhecidos. Não seria uma mudança assim tão
grande para ele.
- Não, não seria...
Olhei ao redor, achando aquela idéia incrível. Mas continuei hesitante.
- Poderia ser um benefício geral - insistiu James. - Mais um par de olhos nesta casa não faria mal algum. Os meninos já têm idade suficiente para tomar conta do
seu pai e eu me sentiria melhor sabendo que ele está olhando os dois arteiros.
- Está planejando fugir de casa?
- Estou planejando arrumar um emprego, Maralys. Ele pegou uma pilha de envelopes do peitoril da janela.
Notei os nomes dos destinatários escritos à mão com a letra de James.
Currículos.
- Você não pode simplesmente mandar e-mails? Ele sorriu.
- Nós, advogados, somos um tanto antiquados. Bem, pelo menos eu sou. Gosto de escrever e receber cartas. Gosto da aparência de um currículo bem-apresentado e da
sensação que ele dá. E também é uma boa maneira de fazer contatos. Eu os entrego pessoalmente, almoço com um, com outro, visito amigos e conhecidos.
- Tem algo em vista?
- Há várias possibilidades. Gostaria de trabalhar menos pesado, mas, de qualquer forma, ter seu pai morando aqui me deixaria mais tranqüilo. Creio que seria bom
para ele ter companhia. Acha que Connor gostará da idéia?
- Acho que vai adorar! - E era verdade. - Os meninos são o centro do universo dele. Tem certeza de que o quer aqui?
O rosto de James clareou com um amplo sorriso.
- Meu relacionamento com seu pai não é igual ao que há entre vocês. Gosto dele e o respeito. Acho que vamos nos dar bem.
- E se isso não acontecer vocês dois podem voltar para suas respectivas cavernas.
- Algo assim. - Ele me fitou, dessa vez incerto. - Acha que essa idéia faz sentido, Maralys? Ou é uma idéia idiota? Estou criando confusão ou ajudando?
Como eu poderia resistir àquilo? Ergui a mão e procurei apagar as rugas na testa dele com os dedos.
- Acho que você está se tornando um ótimo pai, James. Admiro sua determinação em fazer tudo do seu jeito. Tem razão, meu pai vir para cá pode ajudar a todos nós.
Ele sempre foi um bom pai, um pai diferente do seu, e é capaz tanto de dar apoio quanto sugestões.
- Um bom pai? Então, por que vocês vivem brigando? Sorri.
- E que somos muito parecidos um com o outro e sabemos disso. Vivo provocando meu pai.
Ele fingiu enorme espanto.
- Não! Você?
Dei um soco no braço dele, de brincadeira.
- Não sou tão ruim.
- Não, não é mesmo. Seu coração está no lugar certo, Maralys. - Olhou para o quarto do filho, e tive a impressão de ver as engrenagens do seu cérebro se colocarem
em movimento. - Me dê alguns minutos para colocar o motor na moto e a levo para casa. Acho que em meia hora os monstrinhos não vão pôr fogo na casa.
- Não conte com isso. Pego um táxi.
Mentira, eu ia tomar o ônibus, que era bem mais barato. O que James não soubesse não o magoaria. Ele não acreditou em mim.
- Não. Está ficando muito tarde.
Gostei da preocupação dele. Gostei muito. E me causou uma sensação boa. Fazia muito tempo que ninguém se preocupava comigo. Perigo. Eu começava a gostar também de
ser protegida. Devia ter alguma ligação com o Homem das Cavernas protegendo a namoradinha vulnerável, se bem que eu não gostava da premissa de que as mulheres são
vulneráveis por natureza.
Coloquei a mão na nuca de James, estiquei-me e lhe dei um beijo rápido, que o surpreendeu e o fez perder a respiração. Repeti a dose. Dessa vez ele se inclinou e
retribuiu o beijo, passando os braços pela minha cintura.
Vamos falar de coisas importantes. Esqueça a pizza. Juro que eu poderia viver só dos beijos dele. E deve ter sido por causa disso que acabei falando algo que era
ousado até mesmo para mim.
- Você é um homem esperto, James - sussurrei. - Seus filhos têm aula durante o dia. Você está desempregado. Eu trabalho à noite. Você sabe onde moro... E, como você
disse, estou lhe devendo uma...
Beijei-o de novo, fazendo acrobacias com a língua que fizeram à calça jeans dele ficar apertada, e saí da casa.
Meu coração estava a mil, e todo meu corpo vibrava. Corri até o ponto de ônibus mais próximo e não fiquei sem fôlego ao chegar lá.
Estava me sentindo viva. Naquela noite ia escrever programas quentes, *quentes*, quentes. Com certeza.

Assunto: Xeretando

Querida Tia Mary:

É grosseria a gente xeretar uma sala de bate-papa sem participar nem avisar a turma que esta lá? Meus amigas dizem que é errado, mas acha interessante. Quem esta
certa?

Lee Ouvindo


Assunto: re: xeretando antes de entrar

Oh, que orelhas grandes você tem!

Já que toda sala de bate-papo na net tem seu dialeto próprio e suas próprias regras de tolerância sobre o que é dito, é sempre bom xeretar um pouco antes de dar
sua contribuição. É um direito seu ficar "ouvindo" e aprendendo. No entanto, é grosseiro, apesar de não ser ilegal, repetir o que você "ouvir" ou observar. Muitos
grupos, como os dos seus amigos, não gostam que alguém permaneça em silencio, principalmente quando trocam confidencias.
Quando em duvida, consulte o moderador para saber quais são as regras daquele grupo e/ou as expectativas dos componentes.
Por outro lado, numa situação dessas, você nunca terá certeza de quem vai ler o você que escrever. Como regra geral, se houver algo que você não pode - ou não deve
- dizer na cara de ninguém ou que não quer que algum conhecido fique sabendo a seu respeito, não a escreva em uma sala de bate-papo.
Joguem limpo, meninos e meninas, e todos se divertirão muito.
0:-)

Tia Mary, que foi santificada par distribuir generosamente sua sabedoria.

Tia Mary

Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary!
Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:
http://www.pergunte-a-tia-mary.com

Não posso dizer que fiquei chocada quando o elevador começou a se mover na sexta-feira seguinte e parou no meu andar. Claro. Afinal eu o havia convidado.
Fiz a cadeira de rodinhas girar e fiquei olhando enquanto James saia do elevador.
Ele estava elegantíssimo, com aspecto impecável de europeu, em um terno de lã cinza-esverdeado. Punhos franceses na camisa bege, com pequenas abotoaduras de ouro,
e gravata em tom dourado-bronze. O, sobretudo era um Burberry dolorosamente previsível mas de bom gosto.
Voltara a ser o poderoso advogado no comando do universo.
Fiquei um pouco nervosa, lembrando-me da sua capacidade em torcer os detalhes a seu favor quando atuava no tribunal. Eu havia torcido para que viesse de jeans, porque
assim eu teria a sensação de que fazíamos parte do mesmo lado. Aquele refinamento todo me deixava ansiosa, consciente de uma grande quantidade de túneis escuros
que iam dar sei lá aonde, assim como das passagens sem saída de um labirinto.
Em algum lugar, um Minotauro urrou.
- Você esta com aparência muito cara - arrisquei.
Ele deu uma risadinha.
- Era essa a idéia.
- Como foi a caçada?
Seu olhar percorreu a tela do monitor, depois voltou para mim.
- Preciso falar com você. Tem um minuto?
Aquilo não era uma resposta e também não fora com essa finalidade que eu o convidara para vir a minha casa. Todavia, fiz que sim com a cabeça. James atravessou o
loft, sem perder tempo com detalhes técnicos. Parecia muito tenso, e a tensão foi aumentando a medida que se aproximava. Sentou-se na minha outra cadeira de rodinhas,
apoiou os cotovelos nos joelhos e me olhou de alto a baixo. Mantive os olhos nele, firmes, procurando aparentar indiferença a sua proximidade, mas sentindo cada
célula do meu corpo completamente alerta.
Caso você queira saber, eu estava com um jeans velho, minha calça mais confortável, e urna blusa de moletom imensa, de um vermelho desbotado, que eu adorava e que
felizmente Neil se esqueceu de levar quando deu o fora. Vai ver que foi porque a escondi quando o vi fazendo as malas e ele não tinha o menor jeito de caçador para
seguir o rastro dela. Atualmente, a blusa se mantinha inteira apenas pela força de vontade, pois já havia sido lavada vezes alem da conta.
E agora eu me defrontava com um caçador de verdade, e sua simples presença me fazia salivar. Havia algo a ser dito sobre estar na mira do predador, pelo menos sobre
a adrenalina que a emoção produz na caça. Gostaria de saber que ele vinha, assim teria vestido minha de minuta lingerie de renda preta. Mas não soubera e não estava
usando roupa nenhuma de baixo.
- Qual é o problema? - perguntei. James não perdeu tempo.
- Recebi uma oferta de emprego, mas não sei se devo aceitar.
- Dinheiro é sempre bem-vindo.
- E verdade.
Aquele meio sorriso apareceu e sumiu. James se pos de pé e percorreu o comprimento inteiro do loft com largas passadas. Era um bom espaço, então ele levou algum
tempo, mas nada o bastante para estar mais calmo quando parou de novo diante de mim. Para minha completa surpresa, pareceu-me indeciso.
- Que tipo de trabalho horrível e esse?
- Não se trata do trabalho.
- O pagamento e ruim?
- Não, o pagamento e bom ...
Enfiou as mãos nos bolsos da calça e olhou para os tijolos de vidro. Pelo jeito, admirava as mudanças de padrão na luminosidade, porque não dava para ver nada através
deles. - Esta preocupado com os garotos?
- Mais ou menos. Acho que eu deveria dar um jeito de trabalhar em casa, mas ainda assim seria uma mudança, mesmo com seu pai por perto.
Meu pai aceitara a idéia de sair da sua casa com paredes em tons pastel para morar com os netos, e a Dra. Wendy Moss a aprovara com entusiasmo. James iria buscá-lo
no dia seguinte, para levá-lo no Dodge.
Infelizmente, com meus sobrinhos, papai com suas tralhas e o motorista, não havia espaço para mim no carro. Oh, tristeza! Você sabe que partiria meu coração não
assistir a todo aquele trabalho sujo. Hum ... Quero dizer, sublime.
- Olhe aqui - avisei, erguendo-me e marchando para ele -, não tenho o dia todo para brincar de perguntas e respostas. Ainda não sei para que veio aqui. Diga logo
e me deixe trabalhar!
- Ah, Maralys! Sempre pronta para ir direto ao assunto, nao? - ironizou James, depois seu olhar se tornou serio. Vim porque nao sei o que fazer e quero seu conselho.
- Droga, pensei que tivesse vindo para fazermos sexo!
James riu, e fiquei desapontada por ele achar que era piada. Minha aparência nao podia ser tão ruim.
Ou seria?
A risada se transformou num sorriso malicioso.
- Você é ótima para visualizar fatos, Maralys, e avaliar o mérito de cada opção. Essa é uma das coisas que amo em você.
Amor? Quem foi que colocou palavras com a letra A nos dicionários? Dei um passo para trás, mas James estava pensativo e não notou.
Amor? Calma ai. Cuidado com a alergia. Vai ver que ele dissera aquilo apenas como força de expressão.
A malicia desapareceu do sorriso que, em seguida, se tornou triste.
- Nao sou bom de separar o emocional do racional, e isso me perturba.
Cruzei os braços e o fitei. Amor. Humm. - Seu pai esta querendo que você volte?
- De jeito nenhum! Pior.
Nao acreditei naquilo.
- O que poderia ser pior que lidar com o Lado Negro outra vez?
- Venha ...
James me levou de volta a minha cadeira, segurando-me de leve por um braço, e sentou-se na que ocupara pouco antes. Então apertou os lábios, cruzou as mãos e olhou
para o outro lado do loft. Parecia a ponto de despejar um balde de lógica e leis em cima de mim. Aquela nao seria uma luta "corpo-a-corpo".
Que pena.
- Você sabe que o motivo do meu pai nao me querer mais como sócio e eu nao ser seu filho biológico.
- Apesar dele ter criado você e o tratado como filho por quarenta e dois anos! - Nao pude evitar o comentário. - Esse fato da para desenvolvermos um argumento sobre
natureza versus educação.
- Da, sim. Mas isso nao importa. Meu pai tomou a decisão dele e eu decidi, mais ou menos ao mesmo tempo, que nao queria continuar a trabalhar naquele ambiente. Então
rompemos em definitivo.
- Ele nao tem que comprar sua parte da sociedade?
- Tem ... O preço ainda nao foi definido, mas nossos advogados vão cuidar de tudo.
- Vocês vivem passando trabalhos uns para os outros, nao é? Como uma espécie de ecossistema auto-sustentado. Advogados contratam advogados para fazer coisas de advogados
para outros advogados.
- Nao estou processando meu pai.
- E se orgulha por nao faze-lo?
- Poderia me orgulhar, mas nao.
- Esta bem. Talvez você tenha alma.
- Talvez? - O brilho típico de combate surgiu nos olhos de James, e sua voz se tornou metálica. - Ele quer me pagar definitivamente nada por todos os anos que passei
construindo o escritório, por todos os anos em que fui um igual. Você tem razão, eu poderia ficar quieto e deixar que ele fizesse isso.
- Mas nao vai ficar quieto.
- Claro que nao! Nao vou deixar meu pai roubar a mim e aos meus filhos! Trabalhei duro para chegar aonde cheguei, todos fizemos sacrifícios, e nao vou permitir ele
roube também o valor de tudo isso. - James deu de ombros e sorriu. Acontece que conheço muitos advogados bons.
- Aposto que você contratou um bom advogado para cuidar do divórcio.
- Pode ser ...
Ele desviou o assunto Márcia como se nao importasse. O que me anirnou um bocado, apesar daquela frase sobre amor ainda estar me provocando coceira. Será que havia
sido apenas um deslize?
James inclinou-se para a frente, concentrado no próprio problema, ao passo que minha mente doentia imaginava que outros deslizes ele poderia cometer.
- Essa é a questão - ele continuou. - Lembra-se de quando você questionou o mérito de defender meus sabidamente criminosos?
- E você explicou o valor que isso tem para a sociedade?
Claro que me lembro. Jimmy também questionou. - Bem, o time oposto quer me contratar.
- Como assim?
- O escritório da promotoria.
Nao entendi por que ele nao ficava contente com essa chance.
- Isso é bom, nao e? Você voltaria ao tribunal para discursar, tramar e arrancar a verdade das testemunhas, só que agora do lado dos mocinhos.
- Pois é ... - James olhou firme para mim. - Exceto quando houver um caso em particular que a promotoria exija que eu vença.
Endireitei as costas de repente, ao perceber o problema. - Deixe-me adivinhar.
James assentiu.
- 0 caso Laforini - murmurou.
- Aquele caso que você acha que vai quebrar os dentes do seu irmão Matt.
Fiquei parada e pensando que aquilo era um problema, mas sem perceber exatamente por que. Dava para entender a rivalidade entre irmãos, mas era evidente que James
estava bastante perturbado.
- Você acha que nao pode vencer o caso? Ele ficou impaciente com minha pergunta.
- Claro que posso vencer! A evidencia e impecável. Laforini é culpado, e os policiais fizeram tudo de acordo com as regras. Vai ser fácil vencer.
Inclinei a cabeça, avaliando-o com atenção.
- Você venceria se o defendesse?
James sorriu, e aquela expressão maliciosa fez meu coração acelerar.
- Provavelmente. Mas seria difícil.
- Tudo sempre depende da maneira como as informações são apresentadas ...
- E é exatamente o que faço bem, Maralys.
Eu podia imaginar. James tinha essa habilidade e nao se tratava apenas de charme ou inteligência. A mente dele era ágil vira e podia inverter os fatos em um segundo
para ganhar vantagem. Eu vira aquilo mil vezes. Respeitava essa capacidade e admirava a confiança dele no que era capaz de fazer, mas também a temia.
- Nao conheço bem seu irmão Matt - falei. - Como ele é?
- Caladão, sossegado ... Um bom sujeito.
Era clara a implicação no que ele acabava de dizer. Nao fiz outras perguntas porque sabia: ninguém jamais chamaria James de "bom sujeito". Na maioria das vezes,
bons sujeitos chegam em ultimo e ninguém com um pouco de cérebro procuraria James Coxwell no ultimo lugar.
Ele se levantou e ficou andando de um lado para o outro, com as mãos enfiadas nos bolsos.
- Matt e advogado especializado em direito imobiliário ha muitos anos. Nao e uma atividade sensacionalista, como a do advogado criminal, mas ele gosta. E chegado
a pesquisar títulos, escrituras e a descobrir fatos obscuros sobre a cidade. Ha anos vem escrevendo a história de Boston. Conversou comigo a respeito algumas vezes,
e achei fascinante.
James uniu as mãos, e sua voz demonstrou profunda admiração, como se o dom do irmão fosse algo maravilhoso.
- Matt é bom em pegar milhares de pedacinhos, descobrir um padrão geral neles e coloca-los no lugar, de modo a formar um conjunto coerente. A mulher dele é professora
de história, você sabe, e ambos têm essa habilidade.
- Por que seu pai nao cuida pessoalmente do caso?
- Conflito de interesses. Ele é juiz e nao pode representar ninguém de forma direta. Mas sempre da orientação e conselhos a seus advogados. Pretende comandar Matt
o tempo todo, mas nao é o que você diz no tribunal que conta ...
Terminei o pensamento: - ... mas, sim, como diz.
- Exato.
- Então, Matt e a outra melhor opção, mas ele nao tem a mesma capacidade no tribunal que você.
- Matt nao tem experiência de tribunal. - James sacudiu os ombros. - E nem sei se quer ter. Ele nao é ...
Fez um gesto, procurando a palavra certa para descrever a diferença entre os dois.
- Ele é rastreador - sugeri -, e nao caçador.
James ficou surpreso.
- Bem ... É isso ai.
- E se você assumir a defesa de Laforini vai comer o lanche dele no primeiro dia de aula.
- Alguém vai comer o lanche do Matt - ele garantiu, com uma careta, e desabou na cadeira, esfregando as temporas. - O que me preocupa é quão seria pior para meu
irmão se fosse eu.
- O que quer dizer?
- Meu pai sempre me usou como exemplo, sempre comparou Matt comigo, relatando os erros dele um a um. Mas meu irmão não cometia erros. Apenas era diferente de mim.
Todos nós somos diferentes, só que meu pai nunca prestou atenção nisso. - James voltou a ficar tenso. - Nao quero causar mais problemas para Matt com a escolha que
fizer.
Pensei por um instante.
- Bem, corte o bolo. Talvez você deva fazer uma reunião masculina, sabe, onde vocês dois possam bater tambores e por para fora toda suavidade interior.
- Nao faça piada, Maralys. - A voz dele soou seca. - É um dilema importante demais.
- Matt nao deve ser idiota. É claro que sabe que vai perder - ponderei.
James ergueu uma sobrancelha, pensando no que eu acabava de dizer.
Dei uma palmadinha num joelho dele. - Pode ser que Matt nao ligue.
- O que? Ele tem que ligar!
- Você ligaria, mas vocês não são diferentes? Ele não teria sobrevivido quarenta anos das comparações do seu pai se si importasse de verdade. Teria fugido do velho
Coxwell ha muito tempo. - Aproximei minha cadeira da dele. - Considere que Matt provavelmente esteja acostumado a navegar abaixo do radar do seu pai por assim dizer:
concorda com o velho, assentindo e murmurando, depois desaparece e faz o que bem entende.
James sorriu.
- Matt é assim mesmo.
- Ele deve estar odiando o escrutínio ao qual seu pai o submete agora. Aposto que vai ficar aliviado quando perder esse caso, porque poderá virar as costas e continuar
a viver a própria vida. Talvez ate queira perder o caso e, quanta mais terrível for à perda, melhor. Você tem outro irmão, não tem. Talvez Matt mal possa esperar
pela hora de passar a tocha adiante.
A essa altura, James sorria abertamente.
- Esta dizendo que é meu dever, como irmão mais velho, ajudar isso a acontecer?
- Nao. Estou dizendo que é bonito da sua parte se preocupar com Matt, mas nao acho que seja um problema tão grande quanta você pensa.
Ele ficou serio, pesando meu argumento, repassando-o. - É... Talvez você tenha razão.
- Em resumo, você deveria perguntar a Matt.
- Acho que é isso mesmo. Você já almoçou? Era quase uma hora, mas eu nao havia notado. - Nao, por quê?
- Porque vou te pagar um almoço como gesto de gratidão por ter me ajudado.
James se inclinou e pensei, pela expressão malandra em seus olhos, que pretendia me roubar um beijo. Pensei que seria ótimo, porem em vez disso ele girou minha cadeira
e se animou:
- Então vamos. Nao sei por que meu apetite voltou!
Não me mexi.
- E eu pensando que poderíamos celebrar fazendo sexo selvagem.
James também ficou imóvel. - Isso é um convite?
- Bem ... - Levantei-me, sem esconder minha decepção, peguei o casaco e fui para o elevador - Sei que você deve estar acostumado com aqueles convites em papel especial,
com monograma e tudo, mas ...
Nao consegui ir adiante. James me segurou por trás, virou-me de frente para ele e ergueu-me bem alto. Olhou com desdém para o sofá, que no momento estava fechado,
e me fitou.
- Você tem que arranjar urna cama de verdade. Ri e balancei os pés.
- Convença-me. Ah! Pegue um daqueles envelopinhos na gaveta da mesinha-de-cabeceira. Acho que o amarelo fosforescente combina com sua gravata.
- Nao planejei usar a gravata - ele resmungou.
E foi a ultima coisa dita no meu loft por algum tempo. Preciso reconhecer que o advogado James Coxwell e bastante persuasivo. O argumento dele em favor da troca
do sofá por uma cama foi apresentado de forma muito atraente, e eu estava praticamente convencida ... mas só ate estarmos sob o chuveiro, algum tempo depois.
Porque foi então que James cometeu um grande erro. Ou fui eu. Ainda nao sei direito.
Sem duvida, você notou que os chuveiros São lugares incríveis para praticar o ritmo, e nao, nao estou falando de dançar. E a água, o modo como ela cai sobre nossos
músculos, tornando tudo escorregadio e liso, como seu calor penetra na pele da gente. E é também o som da água ... Se você fechar os olhos, tem a impressão de estar
numa floresta, fazendo aquilo no meio da selva.
E, francamente, acho que deve haver criatividade. E preciso pensar no sexo de maneiras novas e diferentes. No chuveiro, "papai-e-mamãe" não acontece sem que alguém
se afogue no meio do caminho. Apesar dessa possibilidade ser atraente para algumas pessoas, não me associo a elas.
Entao, eu estava sob o chuveiro, com as pernas ao redor da cintura de James, quando aconteceu o grande erro.
- Amo você - ele sussurrou.
Estávamos colados um ao outro, e ele me comprimia contra os ladrilhos frios da parede.
- O que? - Apoiei as mãos nos ombros dele. Ele piscou.
-Amo você.
- Ah, nao, nao vamos entrar nessa!
Tentei me soltar, mas tinha grande desvantagem em termos de fuga. Imediatamente, James me empurrou mais para o canto e segurou minhas coxas, para que eu nao pudesse
abaixar os pés.
- Qual e o problema? - perguntou, estreitando os olhos e ainda quente dentro de mim.
- Isso aqui é sexo. Puro sexo. Puro prazer. Sem compromisso - falei.
- Não, não é.
- É, sim.
Segurando-me pela cintura, James me colocou em pé. Sua expressão se tornara sombria. Saiu do chuveiro e se enxugou rápido.
- Não sei de onde você tirou essa idéia idiota, Maralys - murmurou. - As pessoas normais fazem amor porque estão apaixonadas.
- Primeiro vem o amor, em seguida o casamento e depois a Maralys com o carrinho de bebe - entoei.
Juro que nao sei por que essa imagem me veio a cabeça, mas depois que a externei em palavras me senti uma completa idiota.
James olhou-me com ar estranho.
- Entao quer dizer que isso aqui nada tem a ver com amor, casamento, gravidez e uma vida juntos?
- Isso mesmo! Isso aqui só tem a ver com sexo. Estamos transando porque gostamos de fazer sexo um com o outro. Qualquer dia, um de nos, ou ambos, mudara de idéia
e iremos parar. Desde que nenhum de nos confunda sexo com amor, vai ser uma transição sem o menor sofrimento.
Ele ficou incrédulo.
- Acredita mesmo nisso, Maralys?
- Acredito. E é melhor desse jeito. - Sai do chuveiro e me enxuguei, com a sensação de que haviam me roubado mais um orgasmo. - Pode confiar em mim.
- Apesar de você não confiar em mim.
- O que?
- Você não confia em mim. É isso que pega, Maralys.
Apos me lançar um olhar furioso, James saiu do banheiro. Como eu poderia confiar nele? Será que James tinha alguma idéia do que me pedia?
Fui atrás e o encontrei vestindo-se em tempo recorde. - Você vai embora - eu disse, fazendo uma dedução brilhante.
- Bem ... - James estava mesmo bravo; fez o no na gravata com raiva, o olhar cravado no meu. - Acontece que eu nao fiz apenas sexo, Maralys. Nao quero ter um caso
secreto e não vou namorar uma mulher diante dos meus filhos, a nao ser que haja uma boa chance dela ficar conosco durante muito tempo.
- Nao ha garantias.
- Nao, mas se cada um de nos tiver condições exclusivistas não faz sentido sequer começar. Sempre achei que você estava esperando pelo relacionamento certo. Acho
que me enganei.
- Não existe relacionamento certo - retorqui, infeliz por ele estar pondo a culpa de tudo aquilo em mim. - Felicidade para sempre é urna mentira, uma mentira muito
adequada aos homens.
Ele parou e me fitou com frieza. - Você não acredita nisso.
- Acredito. Sei disso! Os casamentos só duram para sempre quando uma das pessoas apóia a outra de modo tão completo que sacrifica os próprios sonhos e objetivos,
tornando-se apenas um acessório.
- Não é tão simples assim ... Gritei ao interrompe-lo.
- O que Márcia era senão a esposa de James Coxwell. James se encolheu, e nos fitamos em silencio. Acontecera. Meu grande bicho-papão fora obrigado a sair debaixo
da cama e achava-se exposto entre nos, sobre o assoalho de madeira. Teria sido fácil demais sacrificar tudo que eu era, tudo que me havia tornado, pelo bem maior
de um relacionamento com James. Oh, sim, conheço essa ladeira escorregadia. Pelo menos, tento cometer novos erros em vez de repetir os antigos. Havia dado demais
a Neil, que nao valia o esforço nem mesmo pedira que eu o fizesse. James era ambicioso e exigente.
Eu precisava garantir a mim mesma que ele nao me disse tal coisa.
Nao. Precisava ter absoluta certeza de que ele jamais pediria. E nao tinha.
- Foi escolha dela - disse James por fim.
- Talvez sim, talvez nao. A questão principal é que não é a minha escolha.
O rosto dele pareceu se tomar de granito.
- Quer dizer que sexo é a sua escolha. Apenas sexo, sem esperar mais nada do parceiro. É uma escolha bem fraca, Maralys.
- Mas da certo. É realística. - Cruzei os braços, segurando a toalha ao meu redor.
- Mesmo? Foi por causa disso que Neil deu o fora? Porque seu casamento, ou seu sexo sem compromisso, estava sendo tão bom para os dois?
- Não devo explicações a você ...
- Nao, nao deve. E esse, acredito, e a ponto central. Você se machucou. Bem-vinda ao clube, Maralys. Você que em vez de voltar a luta e procurar algo ou alguém melhor,
você se acovardou. Nao quer arriscar nada, a que significa que jamais conseguira alguma coisa. Você não quer correr riscos. - Ele vestiu a paletó. - E pensei que
seria a ultima pessoa a desistir de tudo só para ficar em segurança.
Eu estava ficando zangada, apesar de ser difícil elaborar um argumento convincente quando se esta enrolada em uma toalha azul-ultra mar.
- Você não sabe nada sobre mim. Nao sabe a que quero ...
- Nao, acho que nao sei mesmo.
James pegou a sobretudo e percorreu a distancia que nos separava. Nao me tocou, mas falou com tal intensidade que senti como se estivesse apertando meu coração.
- Deixe-me lhe contar a que quero, Maralys.
Fiz tudo para desviar as olhos, mas nao consegui. O vigor das palavras dele penetrou em mim, tatuando-se no meu interior de forma que nunca poderia esquece-las.
- Quero uma companheira. Quero urna esposa e amiga, nao só uma amante. Quero passar minha vida com alguém em quem possa confiar e que também confie em mim.
- Não posso ser essa pessoa - consegui dizer. - Não quero ser essa pessoa.
James sorriu.
- Você esta errada, Maralys. Apenas tem medo de tentar.
- Nao tenho medo de nada!
- É o que você diz. É muito bonito todo esse papo sobre beber da taça da vida, correr riscos e se sentir viva, mas você não quer correr o risco de se magoar. Você
só fala, Maralys O'Reilly. - Ele ergueu as mãos, num gesto de desalento. - O que ha entre nós é algo bom. Como não consegue ver? Como pode não querer? Esse é o grande
premio, e você esta assustada demais para ter coragem de pega-Io. Considere seu blefe desafiado.
Virou-me as costas e saiu andando para ir embora, mas fui atrás.
- Você quer as coisas do seu jeito! Não ajudaria seu pedido de custódia se tivesse uma esposa e um belo arranjo familiar?
Aquela era urna coisa odiosa de dizer, mas eu estava irada o bastante para deixar as palavras saírem da minha boca. Ou talvez agisse daquele modo porque queria saber
com certeza. - Não sei muito a respeito disso, mas sei que o pai não costuma ficar com a custódia quando a mãe também a quer continuei. - Não é assim que a coisa
funciona?
James me olhou por cima do ombro e deu para ver com clareza o choque nas suas feições. Percebi que tinha exagerado.
E sabia que estava errada.
Ele se recompôs depressa, a expressão se tomando dura como pedra, mas nos seus olhos transparecia algo que eu havia colocado ali.
Quase desejei não ter dito tudo aquilo, e teria desejado se não precisasse tanto saber a verdade.
- O fato de você ter que perguntar me diz tudo que eu devia saber.
James falou com calma determinação, pegou a pasta e foi para o elevador.
Não! Não era aquilo que deveria acontecer! Ele precisava ter respondido. Precisava ter resistido a tudo que eu pudesse lhe dizer. Deveria ter me atacado no mesmo
nível.
Ele não devia ter levado um golpe mortal. Entrei em pânico.
- Onde esta escrito que e você quem faz as regras? gritei. - Onde diz que e você quem decide quais perguntas devem ser respondidas e quais não?
Ele se virou rápido e veio na minha direção, lançando faíscas pelos olhos. Mas não tive medo. Sabia que James lutava apenas com palavras.
o que não quer dizer que não pudesse causar danos.
- Não sou eu quem faz as regras - declarou. - Mas jogo para valer, Maralys, e você sabe disso. É tudo ou nada! Amor, casamento e confiança ou absolutamente nada!
Calou-se e ficou me olhando, zangado, desafiando-me a contestar.
Mas eu não podia. Não ia contestar. Não devia. - Impasse - sussurrei, cruzando os braços. Seu olhar perscrutou o meu loft um longo momento. - Você acha mesmo que
a estou usando?
- Não sei - respirei fundo. - Espero que não.
A expressão de raiva sumiu, e James suspirou. Aproximou-se mais de mim e afagou meu rosto, fazendo-me tremer. - Entao acho que e mesmo um impasse ...
Ele parecia derrotado, e eu também.
Formou-se um doloroso no na minha garganta quando James apertou o botão para chamar o elevador. O silencio entre nos era opressivo, cheio de magoa e desapontamento.
Eu sabia quem havia provocado aquela situação. Tive vontade de vomitar. Mas sabia que tinha agido da maneira certa.
Você acha que não? Mas alguém tem que fazer as perguntas difíceis, não tem?
O elevador chegou e parou com um gemido das engrenagens. James não olhou para trás. Estava terminando tudo comigo, assim como havia feito com Márcia. E aquilo doeu,
ah, como doeu!
- Meu pai? - perguntei, com voz fraca, quando queria me mostrar forte e independente.
Essa pergunta me rendeu um olhar gelado.
- Cumpro minhas promessas. Pelo menos nisso você pode acreditar. Ele ainda é o avo dos meninos.
- Também cumpro as minhas - reagi. - Vou buscar Jimmy no sábado, como prometi.
- Você é quem manda. - James deu de ombros e abriu a porta do elevador. Tornou a me fitar, e seu olhar foi perfurante. - Sempre será assim, não é, Maralys? Talvez
seja melhor eu ficar sabendo disso agora, para não criar muitas expectativas.
Jamais vou esquecer a expressão dele naquele momento.
Havia tantas coisas espelhadas nela: desejo, decepção e, sim, amor.
Quase corri para ele, mas se tratava de autopreservação.
Eu era velha e sabia o bastante para saber que se enfiasse os dedos em uma tomada de duzentos e vinte volts iria me machucar. E muito.
O que não explicava por que tinha tanta vontade de chorar. Havia feito a coisa certa. Havia garantido minha sobrevivência emocional. Sim, havia aprendido com a experiência.
Mas uma vozinha dentro de mim não parava de fazer "tsc, tsc, tsc".

Assunto: me queimando

Querida Tia Mary:

O que é flaming? O que é Flame war? Onde esta o fogo?
Não entendo!

Novato na net


Assunto: re: a defumada responde

Querido Novato:

Flaming - ou seja, flamejando, ardendo em chamas, - queimando - identifica uma das artes retóricas da internet, uma tradição de dizer o que nos passa pela cabeça,
sem qualquer controle. Dizer tudo mesmo que nos passa pela cabeça! Faz parte da cultura, e como isso é bom!
Flame war, no entanto, não significa boa coisa. Quando espalhamos fogo, ou chamas, por assim dizer, numa sala de bate-papo, respondendo a mesma altura a um comentário
agressivo e dando continuidade a uma troca pesada de hostilidades, jogamos no lixo a tempo de conexão de todo mundo. Uma atitude grosseira. Egoísta. Infantil.
Então diga o que você pensa, sim, mas arme suas brigas em um chat *privativo*.
Para aprender mais sobre o que se deve ou não fazer on-line, digite "netiqueta" em sua ferramenta de busca.
Lembre-se: você pode evitar a ocorrência de incêndios na floresta.

Tia Mary

Está em dúvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary!
Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:
http://www.pergunte-a-tia-mary.com

Ninguém ligou.
Nenhuma entrega foi feita. Ninguém pediu minha ajuda.
Trabalhei sem parar naquela noite, e na seguinte, e depois durante a semana inteira, sabendo que devia estar feliz por finalmente ter alguma paz e quietude.
Mas não estava. Ao contrario, sentia-me rodeada por um vazio sem fim. Era a privacidade. O silencio. A segurança. A solidão.
Solidão. Eu a via como uma penitencia e disse a mim mesma que gostava dela.
No final da semana, fiz os últimos acertos no trabalho e instalei o programa no servidor do cliente. Em seguida, entrei na rede para verificar e mandei um e-mail
à pessoa que era meu contato na empresa, pedindo-Ihe que me dissesse se tudo estava funcionando direito. Eu havia testado o programa inteiro de todas as maneiras
possíveis e não houve o menor problema.
Eu disse que era boa - em escrever softwares, pelo menos.
Imprimi a fatura e mandei-a pelo correio. Depois, pela décima milésima vez, fiquei andando pelo loft de um lado para o outro. A sexta-feira estava por terminar e
o telefone não tocava...
Maralys não tem namorado. Uuuu!
Minha imaginação começou a trabalhar. Não ter noticia nenhuma é boa noticia, não e? Significa que tudo esta certo. Meu pai com certeza se dera bem com a mudança.
James fizera a transição com cuidado. Claro que sim. Ele era muito organizado. Competente.
Não precisava da mamãe. Não precisava de mim. Senti um arrepio e vesti um suéter.
Havíamos decidido deixar a maior parte dos moveis de papai na casa dele, ate que fosse vendida, porem James levaria a cama e o armário para ele se sentir mais a
vontade. A mudança estava sendo feita com o Dodge, o que devia estar deliciando meu pai.
Através dos tijolos de vidro, apreciei o pôr-do-sol que se transformava rápido em noite. Naquele momento, era possível que Márcia estivesse fazendo à mesma coisa:
em algum lugar do deserto admirava o pôr-do-sol.
Do jeito que eu me sentia naquele momento, calculei que estaria com cerca de mil anos antes transar outra vez.
Não é comum que eu fique assim tão para baixo, e não ia me entregar sem luta. Na manha seguinte Jimmy ficaria comigo e seria bom ser obrigada a me concentrar totalmente
nele. Então peguei o telefone e tratei de fazer uns acordos.
Na realidade, não tive que ceder muito em troca do que pedi aos amigos. Fiquei surpresa. Nunca havia pedido nada as Ariadnes e descobri que elas não faziam exigências
em troca de favores: gostavam de ajudar. Ficaram contentes por eu ter ligado e todas deram boas sugestões. Foi ótimo falar com elas, ouvir suas vozes. Liguei para
Antonia só para me distrair, e o convite para jantar quase me fez chorar. Não aceitei, pois ainda restava em mim algum orgulho, mas me senti melhor por ter sido
convidada. Apos programar um sábado cheio, fui me deitar à meia-noite.
Ainda dava para sentir o cheiro de James nas roupas de cama, apesar daqueles lençóis já terem sido lavados duas vezes. Isso dificultou muito minha partida para a
terra dos sonhos. Piorou quando me lembrei de que havia perdido um orgasmo. Peguei o Capitão C e lhe pedi desculpas pela falta de atenção.
Tentei uma vez. Permaneci olhando para o teto enquanto meu fiel consorte trabalhava. Nada. Mudei de posição e tentei de novo. Zero. Hum ... Havia indícios de uma
infiltração no canto do teto, no outro extremo do loft. Levantei-me e fui ate lá com uma lanterna, certa de que a ameaça de água nos fios dos meus computadores é
que me impedia de gozar.
Mas não havia infiltração nenhuma.
Voltei para o sofá e por fim encontrei uma posição razoavelmente confortável. Tentei de novo. Sem sorte.
Sentei-me e afofei o travesseiro antes de me deitar outra vez. Era o sofá, decidi, frustrada. Ele me fazia ficar lembrando de James, e faria isso por muito tempo.
No jogo de comparações, aquele aparelho mecânico perdia feio.
Eu precisava de uma cama nova. Ela traria de volta o clima de romance entre mim e meu garanhão, o Capitão C. Mudança no cenário. Um novo ninho de amor. Sim, poderia
dar certo.
Garantido.
Ah! A cama havia sido idéia do James, e, se a comprasse, toda vez que olhasse para ela eu me lembraria do brilho nos olhos dele quando jurara que ia me convencer.
De repente, percebi que havia me mudado para www.grande-erro.com sem nem mesmo ter feito as malas.
E agora?
- Serviço de transporte e entrega de pivetes - eu disse em tom alegre na manha seguinte, quando Jimmy abriu a porta.
A mancha no olho dele se tornara de um amarelo-arroxeado com alguns e belos toques de verde.
Meu sobrinho soprou o ar entre os lábios, numa clara demonstração de impaciência, e correu para a cozinha.
- Não quero ir.
- E lhe dou toda razão - apoiei, indo atrás dele depois de fechar a porta.
Procurara me vestir de modo a ter aparência seria: motoqueira toda em couro preto. Infelizmente, ainda não havia colocado piercings no rosto.
- Realmente, esse amarelo não é a sua cor - comentei -, e todo mundo vai rir quando olhar para você.
- Muito obrigado.
Meu pai estava na cozinha e me pareceu animado, apesar de um pouco mais magro. Dei um beijo no rosto dele, disse "oi" para Johnny e por fim olhei para James.
Ele me fitou com uma frieza que gelou meu coração e em seguida se voltou para a torradeira. - Quer comer alguma coisa?
O tom indiferente me cortou como se fosse uma faca. - Não, obrigada.
Meu pai, capaz de pressentir a menor anormalidade, começou a falar sobre seu tema predileto. Pelo jeito, naquela manha, ele tomara um chá bom e forte.
- Vocês sabiam que quando Mary Elizabeth e Márcia nasceram foi a mãe delas quem teve a idéia de lhes dar nomes diferentes?
Meu corpo enrijeceu. Ouvir falar de mamãe não era o que eu queria naquela hora. Johnny ficou curioso.
- Como assim, diferentes?
- Bem, um nome em homenagem ao velho mundo, e outro, ao novo. Um bom nome católico irlandês em honra as nossas tradições, as nossas raízes, e outro bem moderno,
bem norte-americano, em homenagem ao nosso presente e futuro. - Papai riu. - Pensamos que estávamos sendo muito espertos escolhendo nomes com essas qualidades e
que começavam com a mesma letra.
- Márcia e Maralys - disse Johnny, sorrindo para mim.
A deliciosa inocência do meu sobrinho diminuiu um pouco minha tensão. Também sorri para ele.
- Márcia e Mary Elizabeth - corrigiu meu pai, rindo e balançando a cabeça. - Mas como os bebes eram idênticos e ainda não falavam aconteceu que trocamos os nomes.
- Como assim? - perguntou James, um tanto contido. Admirei-me ao ver que ele se envolvia na conversa.
- Bem, Mary Elizabeth sempre foi a mais agitada, a que desafiava qualquer ordem, a que forçava os limites sem parar. Ela era tão contraria as tradições que não aceitou
nem mesmo seu nome. Teve que muda-lo e deu um jeito para que soasse bem diferente do que era, a fim de que combinasse com sua personalidade e modos modernos.
Ficou mais do que claro que papai reprovava aqueles "modos modernos". Olhei para as minhas botas e disfarcei, porque não queria brigar em publico. Jimmy observava
a situação com indisfarçável interesse.
- Mas Márcia, que tinha nome moderno e bem norte-americano, sempre foi à garota boazinha, sensata. Ia bem na escola, tinha amigas educadas e não criava confusões.
Casou-se, e casou-se bem, deu-me netos ...
Ele sorriu para os meninos, e Johnny retribuiu o sorriso. Born, pelo menos eu já conhecia aquela cantilena. Não era surpresa para mim.
- Você esta pronto? - perguntei a Jimmy.
- Acho que você entendeu errado, Connor - disse James.
Todos pararam, e James olhou direto para mim. Seus olhos brilhavam, e eu sabia que aquele não tinha sido apenas um comentário casual. Era algo mais, e ele continuou:
- Acho que vocês deram os nomes certos para elas, porque o exterior não e tão importante quanta o que ha dentro de nos. - O que quer dizer?
Meu pai estava ficando indignado, porque não gostava que corrigissem suas historias.
James sustentou meu olhar, e me senti aquecida.
- Maralys é aquela com quem se pode contar. E aquela que não promete nada que não possa fazer, mesmo que você prefira ouvir outra coisa. Ela e honesta, o que poucas
pessoas podem dizer de si mesmas.
Fez uma pausa e olhou para Jimmy.
- Maralys e aquela a quem você pode recorrer a qualquer momento. Não se importa com o que à gente lhe pede nem em que tipo de confusão se meteu. E, mesmo que reclame
e critique o que a gente fez, ela ajuda. - Jimmy mordeu o lábio e abaixou os olhos. - E ela não espera nada em troca, a não ser talvez um pouco de cortesia.
O pescoço de Jimmy ficou vermelho.
Senti um grande nó na garganta diante dessa defesa do meu caráter, mas James não tinha terminado. Voltou-se para meu pai.
- Ela sacrifica o próprio tempo para ter certeza de que aqueles que ama estão seguros e bem tratados. Larga qualquer coisa por você, só porque você pediu. Cuida
das pessoas que considera sob seus cuidados. Dedica os dias e o tempo que mal lhe chegam procurando satisfazer as exigências mais caprichosas dos outros ... - Meu
pai se ruborizou e também abaixou a cabeça. - E ela nunca acusa ninguém par isso, nunca joga na cara da gente o que fez.
James tornou a olhar para mim, com um sorriso nos lábios.
- Maralys é capaz de dar tudo o que tem por alguém a quem protege. Chega ate a pagar contas e impostos desse alguém. Maralys e aquela que cumpre a palavra, que sem
duvida e o valor mais tradicional de todos. Com todo respeito, Connor, acho que você e sua esposa deram os nomes perfeitos para suas filhas.
Não estou acostumada a ser defendida por homens. Olhei para James sem saber o que dizer, e os outros três ficaram olhando para nos. Meu pai começou a dizer alguma
coisa, então apenas pigarreou e se manteve em silencio. Afinal, consegui sorrir e tentei fazer uma piada.
- Pode ser. Ou não. Acho que tudo depende do modo como se apresenta a informação.
James sacudiu a cabeça, e o sorriso sumiu. - Não, Maralys. Res ipsa loquitur.
Eu lembrava dessa. "A coisa fala por si mesma". James olhava para mim como querendo que eu dissesse alguma coisa ou como se acreditasse em algo, o que não me sentia
nem perto de ser capaz de processar.
- Ei, Jimmy, pegue seu casaco e vamos. Estamos perdendo tempo.
- Eu disse que não quero ir.
- Azar o seu. Vai assim mesmo. E já, porque temos hora marcada.
Sem mais explicações, acenei para os outros e sai pelo corredor, sentindo o olhar de James em mim o tempo todo.
Sorri dois minutos depois ao ouvir o barulho de pés com tênis me seguindo. A curiosidade matou o gato. Bem que eu desconfiava de que meu sobrinho mais velho se parecia
comigo.
Eu já estivera na pele daquele pequeno adulto.
Primeiro fomos a pé ate a casa do meu pai, para falar com o corretor. Ele morava na vizinhança, num daqueles prédio monstruosos construídos nos locais em que casas
antigas, como a dos meus pais, tinham sido demolidas. Portanto, ele conhecia tanto a casa quanto a área.
Entreguei-lhe a opção de venda assinada por papai, que o corretor levara para ele na semana anterior. Andamos pela casa para conferir alguns detalhes, depois saímos
para colocar a placa e fazer a lista do que deveria ser retirado.
Parei, dei uma boa olhada ao redor, provavelmente a ultima, e vi minha mãe em mil lugares.
- E esse o momento que você programou para me dizer como sua infância foi triste e difícil? - perguntou Jimmy.
- Não, mas já que falou nisso, quero lhe mostrar uma coisa.
Levei-o de novo para dentro da casa, fomos ate os fundos e o fiz entrar num quarto muito cor-de-rosa.
- Sua mãe e eu dividimos esse quarto ate fazermos dezoito anos - expliquei.
Ainda dava para ver a linha feita com caneta hidrocolor no soalho, bem no meio do quarto, e Jimmy ficou intrigado, olhando para ela.
- Isso e uma fronteira? Sorri.
- Exato. Fiz essa linha quando Márcia pegou uma coisa minha e quase morri por causa dessa minha expressão criativa.
Meu sobrinho ficou me olhando, sem entender nada, e expliquei:
- A linha no chão. Um grande pecado. Assim como era pecado colar fita adesiva na parede e enfiar tachinhas na porta.
Ele olhou ao redor.
- O quarto não e muito grande.
- Você quem disse ... Eu apenas odiava a cor.
Ele sorriu, depois começou a rir abertamente.
- Mamãe adora cor-de-rosa.
- Eu sei. Ela adorava esse quarto. Acho que isso me marcou para a vida toda. Não posso nem mesmo olhar para uma goma de mascar por causa da cor.
Ele riu de novo, depois me olhou um pouco sem jeito. Sorri, decidida a mante-lo preocupado.
- Vamos. Temos muitas coisas para ver, pessoas a visitar. Sai da casa, tranquei a porta e me afastei, levando comigo as lembranças da minha mãe viva e bem, muito
obrigada.
Enquanto andavarnos pela rua, quase podia ouvir os neurônios em atividade ao meu lado. Jimmy olhava o bairro; olhava de verdade, talvez imaginando Márcia e eu crescendo
ali. Andamos bastante antes dele falar.
- Como e ter uma irmã gêmea?
Não havia motivo para mentir.
- Sempre achei muito chato. Todo mundo pensa que os gêmeos são iguais, que devem se vestir do mesmo modo e falar do mesmo jeito. É cansativo.
- E vocês tinham que compartilhar as coisas - ele acrescentou, fazendo com que o olhasse, surpresa. - Foi o que mamãe me disse uma vez. Que eu devia me sentir feliz
por não ter que dividir meu aniversario com mais ninguém.
- Você se sente feliz?
Meu sobrinho esboçou um sorriso amarelo, sabendo que eu o estava provocando. -Não.
- Por que?
- lamos viajar para a Jamaica no inverno. Não é justo!
- Estou com tanta pena de você!
- Papai disse que eu não podia aprender a mergulhar até fazer dez anos.
- Ah! - A luz acendeu na minha cabeça. - E agora você tem dez anos, mas não esta numa praia com os mergulhadores profissionais. Entendi.
- É algo incrível você sabe. - Ele seguiu adiante com os tênis desamarrados e as mãos escondidas nos bolsos. - Se não formos no ano que vem, ai o Johnny e eu vamos
aprender a mergulhar ao mesmo tempo, o que vai ser uma droga.
- Você quer aprender primeiro.
- Quero ser o primeiro! Nasci primeiro! Não é justo! -
Jimmy chutou pedrinhas na calçada. - Alem disso, todos os me us amigos foram para lugares legais. E totalmente injusto. - Pobrezinho. Quantas vezes você foi ao Caribe?
- Fomos em todos os invernos. Exceto este.
- Eu nunca estive la. E acredite, amigo, vi muitos mais marços que você.
- Não me diga que devo sentir pena de você, tia!
- Eu nem sonharia em fazer tal coisa. Morei no Japão por três anos, e isso, sim, meu amigo, e ter sorte.
- O vovo pagou a viagem ?
Ri.
- Adivinhe! Trabalhei duro no Japão e foi assim que paguei minha viagem. Lembra-se da moral sobre pagar por aquilo que se quer?
Ele emitiu apenas um som fraco, porem eu não esperava mais que isso.
- Aqui esta outra coisa sobre a qual você deve pensar: sua mãe e eu somos gêmeas, o que quer dizer que tecnicamente nenhuma das duas é mais velha.
- Mamãe sempre disse que nasceu primeiro.
- Sim, foi o que nos disseram, e deve ser verdade. Mas garanto que ela não se lembra.
Ele fez uma careta.
- É esse o ponto, Jimmy. Você, sim, tem absoluta certeza de que nasceu primeiro e de que será sempre o mais velho, não importa o que aconteça. Sua mãe e eu não tivemos
isso. Nenhuma de nos era mais velha, nem mais alta, nem mais bonita. Éramos sempre exatamente iguais. As pessoas nos confundiam. Era muito chato, sabe?
- Aposto que sim.
- Então, a gente se vê tentando descobrir algo que nos tome diferente da outra. Algo que não seja superficial como ficar mais loira, ou ser mais velha, ou mesmo
mais inteligente.
Jimmy ficou interessado, apesar de provavelmente não querer.
- E o que é esse algo?
- Bem, talvez ser boa ou ma. Foi o que fizemos. E havia nisso certa elegância simplista.
Jimmy sorriu.
- Sei quem era o que.
- Bem, hum ... Você e mais o mundo inteiro. Mas, sabe, como elemento de diferenciação, ser ma não ajuda muito.
- Não?
- Não. Porque não leva a gente muito longe. É ótimo quando somos adolescentes, mas quando chegamos lá pelos vinte anos deixa de ser legal. Ai você se torna realmente
ruim e escolhe o crime como carreira ou tem que começar a fingir que e ruim, o que acaba sendo muito idiota. De qualquer modo, nesse caminho a gente sempre acaba
com mas opções e menos oportunidades. Entende? Eu estive la. Fiz isso e acho que um cara esperto como você pode ter uma idéia melhor do que se tornar mau.
Era evidente que Jimmy duvidava. - A idéia de ser bom?
- Por favor! Pense grande! Que tal ser o artista? Ou o maior em tecnologia? O historiador que pesquisa ou o mediúnico capaz de consertar ou construir qualquer coisa?
O que você quer ser? O que quer fazer?
- Como vou saber?
- Não precisa encontrar agora a resposta final. Mas precisa de um ponto por onde começar...
Prosseguimos andando, e gostei de ouvir o som do pensamento furioso dele. Aquele era um bom começo.
- Astronauta - disse Jimmy, assentindo com firmeza.
- O que você precisa fazer para ser astronauta?
Jimmy piscou.
- Não sei. Ir para o espaço.
- Antes disso. Como eles escolhem quem vai ser astronauta? - perguntei.
Meu sobrinho me olhou, esperando que eu mesma respondesse, mas balancei a cabeça.
- Você tem internet em casa. Descubra. Por que as pessoas devem sempre lhe dar as respostas prontas? Você acha que os astronautas não tem iniciativa?
- O que é iniciativa?
- Pegar as coisas com as próprias mãos, procurar informações, fazer o que é essencial, sem que te digam como é e o que precisa ser feito.
Reparei que Jimmy fazia a mesma cara que o pai quando se concentrava.
- Posso entrar no site da NASA - Jimmy falava com cuidado. - Talvez la digam o que é preciso fazer.
- Talvez tenham links para biografias de astronautas. Você pode procurar as coisas que os astronautas tem em comum - sugeri.
Ele se interessou pela idéia, e percebi que tinha enfiado o pé na porta. Mas não havia terminado. Era preciso que aquela lição fosse ate o fundo.
- Agora, vamos conversar com um velho amigo meu. Passei o braço nos ombros de Jimmy e o levei a delegacia de policia que ficava do outro lado da rua, mas ele não
havia notado.
Flaherty, e claro, estava nos esperando. Tentou fingir que não nos aguardava, mas falhou de maneira lamentável. Ele adorava montar aquele circo. Dissera-me por telefone
que era sua contribuição para a sociedade.
Dei um motivo para Flaherty continuar sendo um simples policial apos tantos anos na Força. Tem ótimo coração, mas é incapaz de ser discreto. E ótimo na rua como
patrulheiro; conhece e cumprimenta todo mundo e resolve os problemas. Também é bom em fazer com que o subestimem, o que lhe é de grande utilidade.
Meu amigo estava ficando cada vez mais velho e mais pesado, por isso calculei que continuasse comendo os adorados donuts os cabelos haviam recuado, mas as sobrancelhas
continuavam tão grossas e fartas quanto antes, se não ainda mais, só que haviam se tornado grisalhas. Como se não bastasse, as sobrancelhas impressionantes tentavam
se mover de forma independente, como taturanas que procurassem escapar desesperadamente de uma substancia grudenta que fora aplicada a testa dele.
- Mary Elizabeth O'Reilly! - trovejou Flaherty. - Que surpresa!
Surpresa coisa nenhuma, mas Jimmy não pareceu perceber. Por outro lado, o velho policial era uma figura imponente avançando para nos, os botões do uniforme quase
estourando. Meu sobrinho pareceu-me um pouco assustado. Flaherty também é alto, alem de gordo. Ha muita coisa naquele tira para fazer a gente gostar dele. Deu-me
uma piscadela rápida, adorando estar a ponto de enganar um garoto a meu pedido. Então falou mal da minha roupa.
- Você não aprendeu nada após tantos anos? - indagou com aquela voz de trovão. - O que anda fazendo para sobreviver, hein?
- Sou urna webmistress. - Ele piscou, e expliquei: - Senhora da Rede ... Coisa de informática, computador.
Flaherty tomou fôlego para dizer o que pensava sobre a industria high-tech, mas calou-se quando me aproximei e abaixei a voz para um tom confidencial ao lhe dizer:
- Sabe que você estava certo anos atrás? E verdade que o sangue ruim desaparece.
- Mesmo?
Ele usou aquele seu olhar com as pálpebras quase fechadas, o olhar que aterrorizava a mim e a Márcia quando éramos crianças, mas que agora me dava vontade de rir.
- Este é Jimmy, meu sobrinho.
- Filho da Márcia!
O policial apertou a mão de Jimmy com grande cerimônia. O menino assumira um ar anticético de tolerância, que eu esperava que não durasse muito.
Balancei a cabeça com ar triste. - Ele rouba, Flaherty.
Pronto! Jimmy acusou o choque. - Tia Maralys!
- Esse rapazinho? Bem, acontece com todo tipo de gente, sem duvida. O que você roubou?
Jimmy balbuciou o nome do brinquedo.
Flaherty estendeu a mão. Não me havia ocorrido que Jimmy poderia ter levado o jogo, mas ele o tirou do bolso da jaqueta e o entregou.
Seus olhos lançavam adagas em mim o tempo todo. Antes que Jimmy pudesse dizer qualquer coisa, Flaherty o fez virar-se de costas e colocou algemas nos pulsos dele.
Não era por acaso que meu amigo policial tinha um par de algemas pequenas no cinturão, mas fiquei impressionada com a velocidade com que ele ainda conseguia se mover.
- Vamos, rapaz. Ha apenas um lugar para os ladrões.
- Tia Maralys!
- Sinto muito, o que posso fazer?
Encolhi os ombros e me encostei ao balcão, aparentemente indiferente ao destino do meu sobrinho.
Eles tinham algumas revistas realmente ruins na área de espera; ruins o bastante, a ponto de me fazer imaginar que as pessoas que não conseguiam ser dentistas se
tornavam policiais.
Alguns minutos depois, Flaherty apareceu assobiando e sentou-se numa cadeira ao meu lado.
- Assustei o garoto de verdade! - disse, com satisfação.
- Vamos dar meia hora a ele.
- Obrigada. Obrigada de verdade por isso. Sei que é ilegal.
- Mas não deveria ser. Não adianta mais provocar o temor a Deus nas pessoas para corrigi-las: é preciso incutir-lhes bem cedo o temor a lei.
Abanei-me com a revista e a coloquei de volta na mesa. - Vocês tem algumas revistas bem ruins aqui, sabia?
- Isso aqui não é uma biblioteca, concorda? - Ele riu.
- Alem do mais, não queremos encorajar os advogados a ficarem por aqui.
Ri com ele, então me inclinei para a frente. - Você sabe quem é o pai dele?
Flaherty fez que não, então pareceu se lembrar.
- Espere um minuto. Márcia se casou com um advogado. Como você disse que e o sobrenome do menino? - Coxwell.
Flaherty fez uma careta, mas ficara impressionado.
- Mesmo? Então temos um deles aqui! - Assobiou entre dentes. - Eu teria caprichado mais no show se soubesse. - E, Jimmy e filho de James Coxwell ...
- Bem, isso é incrível. Foi idéia dele trazê-lo aqui?
- Não, foi minha. Nunca vou esquecer do que me aconteceu nessa delegacia ...
Ele deu um apertão paternal na minha mão.
- Mas endireitou você e a manteve firme todos esses anos.
- Sem duvida. Nunca mais quis ver o lado de dentro de uma cela.
- É simples, mas eficiente, como sempre digo. - Flaherty olhou ao redor. - James Coxwell, hein? E uma família de verdadeiras águias. Estão dizendo que um Coxwell
vai trabalhar no escritório do promotor. É ele?
Assenti e comentei: - As noticias voam.
Mas Flaherty já pensava em outra coisa.
- Uma vez, James Coxwell acabou comigo no tribunal. Sai de la me perguntando se ainda sabia meu nome. Ele é bom, perigosamente bom. É boa noticia saber que vai trabalhar
do nosso lado. É rígido quanto as pessoas seguirem as regras e com os tiras que não gostam que lhes digam como fazer seu trabalho, mas é o respeito a lei que diferencia
os mocinhos dos bandidos.
Antes que eu pudesse fazer qualquer comentário, meu amigo se inclinou e bateu no meu joelho com a ponta do dedo.
- Aqui vai uma dica para você: leve o garoto para ver o pai no tribunal um dia, principalmente agora que ele vai estar do lado certo.
- Boa idéia. Vou fazer isso.
- Vai ser educativo.
- Com certeza.
- Então esta bem, Mary Elizabeth. Tenho que fazer minha ronda, mas foi ótimo ver você. Se precisar da minha ajuda de novo, e só dizer. E de minhas lembranças a seu
pai. - Ele se pois de pé e passou as mãos na camisa do uniforme, alisando-a. - Ainda sabe o caminho?
-Ah, sim.
- Larissa a leva la embaixo. Solte-o só quando você estiver pronta.
Flaherty indicou a mulher negra de uniforme, que parecia uma estatua, e ela ergueu os olhos ao ouvir seu nome. Sorriu para mim.
- Talvez eu desça agora mesmo - disse eu, dando uma olhada no relógio. Estou ficando mesmo uma maria-mole. Não havia passado nem vinte minutos.
Flaherty tocou-me um ombro.
- Lembre-se de que não vai ter outra chance de causar uma primeira impressão como a de hoje, Mary Elizabeth aconselhou-me. - Deixe o menino esperar por meia hora.
Deixei.
Larissa desceu ate as celas comigo e ficou para trás, a fim de que eu falasse mais ou menos a sós com meu sobrinho. No momento Jimmy era o único hospede naquele
"hotel" do Estado de Massachusetts, quer porque as ruas estivessem menos ameaçadoras, quer porque ainda era cedo.
Ele parecia muito pequeno e criança.
Ergueu a cabeça quando me aproximei pelo corredor e em seguida tornou a olhar para os tênis. .Era evidente que estava aliviado par me ver, mas também decidido a
esconder o alivio. Eu me encostei na parede oposta e deixei o silencio se prolongar.
- Quando eu tinha doze anos - falei, por fim -, roubei um batom.
Passou um brilho de interesse nos olhos do garoto, que se encontrava atrás das grades.
- Que droga ... - sussurrou.
Sorri.
- Pode apostar que foi mesmo. Peguei-o de uma lojinha na esquina da minha casa. Ela não existe mais. Alem de eu não ter dinheiro para comprá-lo, estava proibida
de usar maquiagem ate fazer treze anos. Mas queria muito aquele batom. Tinha certeza de que era da cor perfeita para mim e talvez ate pensasse que o merecia. Alem
disso, achei que seria legal roubar alguma coisa e que não seria pega.
- Mas foi.
- Não na loja. Eles nem perceberam.
Ele olhou para mim, curioso apesar de tudo. - Alguém me denunciou ...
Não contei a meu sobrinho quem foi. Você já deve ter deduzido. Desenhei aquela linha no meio do quarto logo depois que sai da prisão. Tenho certeza de que foi naquele
momento que meus pais desistiram de mim.
- Então Flaherty foi a minha casa - continuei, com a voz meio presa. - Pensei que tinha ido visitar meu pai, mas ele colocou aquelas algemas em mim num instante
e me trouxe para ca. Pensei que fosse morrer, porque todos os meus amigos viram.
Jimmy nem pensou em continuar tentando esconder o interesse.
- E me deixaram aqui a noite toda.
- A noite toda? - ele ficou perplexo.
- Foi numa época diferente, Jimmy. O mundo não parecia perigoso como é agora, e muita gente acreditava que as crianças precisavam de lições. - Atravessei o corredor
e me encostei nas barras da cela. - E não fiquei sozinha.
- Você ficou aqui com bandidos?
- Duas velhas prostitutas. Elas falaram de muitas coisas que não consegui entender, mas talvez você conseguisse. Uma delas dormiu e a outra veio conversar comigo.
Fiquei apavorada, mas não ia deixar ela perceber.
Jimmy me fitava com avidez.
- Ela contou sobre sua vida, que o pai a havia estuprado e que tinha sido posta na rua quando estava com apenas nove anos. Contou como era procurar comida, estar
sozinha, com frio, e vender o corpo para comer. A voz da mulher era muito grave, rouca, por causa de cigarro e quem sabe o que mais. Contou muitas coisas que andara
fazendo, a maioria ilegal, e então segurou minha mão. Pensei que ela tivesse uns mil anos de idade, sabe? Cheirava mal.
Ele estremeceu.
- Eu não ia querer que ela me tocasse.
- Eu também não queria, mas não podia demonstrar quão estava assustada.
Jimmy assentiu, compreendendo.
- Então deixei, e o toque dela foi gentil, apesar de tudo que ela havia passado, apesar de falar de modo tão duro. Ela me disse - procurei imitar o melhor possível
a voz e o jeito de falar daquela mulher - "Aposto que você não esta muito feliz hoje, não e, menina?". Quando eu disse que não estava mesmo, ela sorriu e apertou-me
a mão. "Mas você e feliz, sim, e não se esqueça disso. Eu queria que alguém me amasse 0 suficiente para ter me tirado da beira do abismo em que cai".
Jimmy olhou para mim par longo instante, antes de abaixar o rosto.
- Devo me sentir feliz agora? - indagou.
- Você não se sente?
Ele não ergueu os olhos nem respondeu. Fiz sinal para Larissa, satisfeita com o resultado conseguido, e ela destrancou a cela.
- Não quero ver você aqui de novo! - adverti Jimmy em tom duro enquanto saiamos.
Meu sobrinho não disse nada, mas estava pensando em tudo aquilo. Paramos no balcão da recepção e uma policial devolveu-lhe o joguinho. Antes de guarda-Io, ele o
observou durante algum tempo.
A primeira aula da Universidade Maralys estava sendo processada.
A parada seguinte foi na loja de Meg para verificar o progresso de o Vestido, mas não havia nenhum. Atendendo ao meu pedido, ela colocara em evidencia os ternos
de James não só com o preço nas etiquetas, mas também com o nome dele. Afinal, Jimmy sabia ler, leu e não disse nada, nem mesmo quando seus olhos se arregalaram
por causa dos preços. Permaneceu calado par bom tempo após sairmos da loja.
- Você compra roupas usadas, tia Maralys?
- O tempo todo.
- Isso não é meio nojento? Saber que alguém já usou a roupa que a gente vai vestir ...
- As roupas são sempre bem lavadas e limpas. E que diferença faz entre usar a roupa que veio de um primo ou de outra pessoa? - Ergui a mão. - Espere, não me diga!
Você nunca "herdou" e usou roupas que vieram de um primo mais velho?
Ele fez que não.
- Acredite, é terrível - afirmei, com tristeza. - Escolher o que a gente quer e bem melhor.
Jimmy sorriu, e achei que estava na hora de um intervalo. Passamos por baixo daqueles imensos arcos dourados que a garotada adora, e ele ficou mais animado.
- Por que nunca fomos a sua casa? - perguntou-me quando estávamos comendo.
- Pode esquecer! Negativo! - Roubei uma das batatinhas dele. - Acha que vou deixar alguém com os dedos engordurados entrar na minha caverna? Esta muito enganado,
Calypso!
- Aposto que você tem coisas legais.
- Tenho coisas muito legais. Arrependa-se das suas atitudes ruins e ai falaremos a respeito.
Ate mesmo cobaias de laboratório ganham as vezes um pedaço de queijo. Bem, pelo menos podem cheirá-lo, não é?
Fomos ver Tracy, que havia preparado uma visita ao laboratório de informática para nós. Não nos mostraram as coisas realmente mais importantes, porem o que vimos
foi o suficiente para fascinar Jimmy, já bastante inclinado para a tecnologia. Phylpis mostrou-lhe o programa em que trabalhava, falando com ele como se fosse um
candidato a trabalhar ali, o que o deixou muito animado. Depois, ela lembrou-se de que precisava fazer um teste beta ainda naquele mês e, como estava muito ocupada,
pediu-me que o fizesse.
- Se você melhorar - disse ao Jimmy -, deixo que me ajude a aplicar o teste beta.
- O que e isso?
- O ultimo dos testes aos quais se submetem os softwares
antes de serem embalados para vender. Tentamos invadi-los e, se conseguirmos, significa que ha erros e pontos fracos na programação.
- Que legal!
- É mesmo, desde que não seja você o encarregado de consertar os programas ruins. As vezes, e algo muito chato de fazer. - Encarei-o com seriedade. - Claro que eu
pagaria pelo seu trabalho, mas não contrato bandidos. Ninguém contrata.
Ele me olhou com dureza.
- Acha que tenho chance de melhorar, tia?
- Sempre ha chance de melhorar. Vamos, estamos atrasados - falei para mudar de assunto.
Fomos dali a um seminário que Lydia ajudara a organizar. Era parte de um programa associado a um dos hospitais da cidade onde se faziam muitas cirurgias faciais
em crianças. A idéia era ensinar os pequenos a olharem alem das deformidades dos outros pequenos, a fim de que se tornassem menos conscientes das suas próprias.
Acho que a finalidade principal era estimular a auto-estima. Lydia já me convidara varias vezes para ir lá, mas eu não me sentia preparada para o contato com crianças,
muito menos com as que tinham problemas.
Não. Não é verdade. Fiquei sabendo que, na realidade, não estava preparada para ver os rostinhos devastados.
Aquilo partiu meu coração. Existe um pequeno impulso terrível em cada um de nós, ou talvez se trate do cérebro reptiliano que ainda perdura em nos. Ele faz com que
sintamos repulsa quando vemos outro da nossa espécie que ultrapassou os limites de tolerância das mutações; faz com que entendamos por que pardais bicam seus iguais
doentes ate que morram. E um impulso horrível, ainda mais porque não é possível nos livrarmos dele. Não e civilizado, mas ele ainda esta presente. E provavelmente
sempre estará, escondido dentro de todos nós.
Fiquei espantada com a for<;a com que minha garganta se apertou. Tantas crianças, tantas anomalias! Chegamos na hora de um dos intervalos, de acordo com o combinado,
e, como todas as outras, aquelas crianças faziam grande balburdia. Assim que entramos, fui obrigada a me sentar e a lutar mentalmente com o réptil que ha em mim.
Jimmy manteve-se em silencio.
Observei as crianças e conclui que haviam se livrado desse impulso horrível - ou, pelo menos, tinham passado por cima dele. Talvez se consiga tolerância maior com
o método de, todos os dias, olhar no espelho o próprio lábio leporino em processo de ser reparado ou o tumor que não pode ser operado. Talvez seja possível anular
esse impulso se tentarmos de verdade. Olhei com atenção e vi que aquelas crianças defeituos as brincavam, riam, gritavam e corriam como todas as outras. Tratei de
me concentrar nisso.
Assim que nos viu, Lydia aproximou-se com um sorriso luminoso.
- Oh, esta indo tudo tão bem! - contou, entusiasmada.
- Aqui esta a confirmação da minha teoria: "Para sermos melhores, e preciso que, de vez em quando, nos lembrem de que não somos os únicos".
- Comigo sempre da certo - garanti.
E expliquei minha teoria sobre o FedEx, claro que com alguns reparos por causa das crianças. Lydia pensou um momento antes de assentir.
- Gostei! Essa teoria tem potencial.
Jimmy olhou ao redor, então se voltou para mim. - O que viemos fazer aqui, tia Maralys?
Sorri e menti.
- Pensei que você gostaria de brincar com crianças que não conhece.
Ele ficou me olhando, avaliando-me de um modo muito parecido ao do pai. Então assentiu e observou as demais crianças. Juro que meu sobrinho tinha certeza de que
eu pensava que ele não conseguiria e resolvera provar que me enganara.
O garoto tinha determinação. Jimmy marchou direto para o menor garoto do grupo, o único que não estava brincando com a turma. O menininho só estava ali, sentado
no meio do pátio, com o corpinho curvado. Vi a mancha de nascença que cobria grande parte do rosto dele.
Um momento depois, percebi o que Jimmy vira: o garoto tinha nas mãos um jogo igual ao que ele roubara. O pequeno não estava sozinho por causa da mancha cor de vinho
no rosto, mas porque jogava com tanta concentração que excluirá os demais. Tomei-me mais humilde por não ter notado o que meu sobrinho considerara a qualidade mais
interessante naquele menino.
Lydia e eu trocamos um olhar e nos distanciamos um pouquinho, em silencio.
-Esse e um modelo novo?-perguntou Jimmy, mencionando o nome do jogo.

-É.-O garoto não tirou os olhos do aparelho, numa atitude distante, como se a presença de Jimmy o atrapalhasse. -Meu pai comprou para mim.
-Dizem que da para jogar junto.
O menino deu de ombros, sem sequer desviar os olhos do brinquedo.
-E.
-E da certo?
-Não sei. Não conheço ninguém que também tenha um.
-Nem eu-disse Jimmy.
Naquele instante, o menino deu uma olhada para ele, e Jimmy tirou o jogo do bolso.
-Quer tentar?-perguntou.-Quer dizer, se achar que esta com sorte.
Os dois sorriram, mas logo o outro menino ficou serio e examinou o rosto de Jimmy.
- que ha de errado com você!
Jimmy deu uma olhada rápida para mim.
-Tenho um problema de comportamento.
-Eu também.
Os dois riram, como se aquilo fosse à coisa mais engraçada do mundo, e bateram um na palma da mão do outro. Sem duvida, teriam de carregar seus aparelhos com o mesmo
jogo depois faze-los se reconhecerem. Os dois meninos trabalharam de forma aplicada nisso, trocando informações para chegar ao ponto mais depressa.
De novo, senti o grande n6 na garganta.
Em um instante, os dois esqueceram tudo o mais, exceto o jogo. Estavam absolutamente concentrados, atirando um contra o outro, franzindo as testas e mordendo os
lábios, gritando de alegria quando acertavam um disparo. E riam.
Algumas das outras crianças se aproximaram, e Jimmy emprestou seu aparelho para uma delas, depois que terminaram o primeiro jogo. O outro menino fez o mesmo, e as
crianças se separaram de forma orgânica em times, Jimmy e o novo amigo explicando aos combatentes novatos como jogar. Eles não perdiam tempo sequer olhando um para
o outro ou para qualquer das crianças que assistiam.
O jogo era o que importava: rompia muralhas e unia todos eles.
Como não amar a tecnologia? As barreiras haviam caído porque Jimmy fora ate lá e compartilhara. Tive que desviar os olhos da cena. Estava tão orgulhosa do meu sobrinho,
tão impressionada com o que ele havia feito!
Jimmy tinha aceitado meu desafio e me mostrara a massa de que era feito. Pensei que meu coração fosse explodir, de tão rápido que batia.
Lydia abracou-me por trás, e segurei as mãos dela, sem confiar o bastante na minha voz para falar.
-Ei, Maralys, esta na hora de criar uma nova teoria.
-Qual?
-Você tem uma habilidade natural, menina.
Virei o rosto para olhá-la.
-Habilidade para o que?
-Para ser mãe. Conseguiu ir lá dentro desse garoto e tocou o coração dele, Maralys. Tocou de verdade.
Ela sorriu e correspondi, sentindo-me uma grande boba. Fiquei imaginando se seria mesmo capaz de lidar com aquela coisa de cuidar de crianças. Então imaginei se
não seria inevitável eu fracassar, acabando por deixar James e os meninos na mão, mais cedo ou mais tarde.
Porque era isso que realmente me preocupava. Naquela hora, tive um momento zen de absoluta clareza. Estava com medo de falhar com eles porque não sabia como lidar
com crianças, com casamento, com essas coisas.
Por outro lado, James tinha alguma experiência. E vinha lidando muito bem com meus deslizes, ate então.
Perguntei-me se meu pior inimigo não seria eu mesma. Talvez controlasse meu habitat e meu modo de agir com tanta determinação só para ter certeza de que nunca seria
avaliada. Talvez vivesse me garantindo de maneira a jamais aceitar um desafio que não pudesse superar.
Talvez tivesse chegado a hora de tentar escalar picos novos, selvagens e imprevisíveis.
Alguém chamou Lydia, e ela voltou ao seu trabalho, fazendo-me o sinal de positivo. Sentei-me ali perto e fiquei olhando, examinando minhas reações aquelas crianças,
que afinal não eram nada alem de crianças. E meu coração alegrou-se quando comecei a imaginar e criar esperanças.
Foi com grande relutância que Jimmy voltou para junto de mim. Tinha apenas alguns minutos para me apresentar ao seu oponente e a mãe dele, que os acompanhava.
-Steve mora perto de nós-informou Jimmy.
Steve assentiu, entusiasmado. Percebi que eles provavelmente não se conheciam porque iam a escolas diferentes. James mantivera os garotos na mesma escola particular
de antes.
-Sei onde e a casa dele, tia Maralys. Você acha que Steve pode ir lá em casa?
-Acho que pode, sim. Mas pergunte ao seu pai quando voltarmos.
-Esta bem.
-Talvez seja bom vocês pegarem o numero do telefone um do outro-sugeriu a mãe de Steve. Seu sorriso mostrava quão estava contente quando se aproximou de mim e sussurrou:-Ele
passa o tempo todo com esse joguinho. Pensei que nunca brincaria com outras crianças.
-Pelo menos eles podem brincar juntos com o jogo...
Enquanto falava, peguei papel e caneta de um bolso, e realizou-se o ritual da troca de endereços e telefones. Steve precisava voltar ao seminário. A mãe dele sorriu
e acenou, encaminhando-se com o filho para a sala de conferencia.
Jimmy guardou o brinquedo num bolso e olhou expectante para mim.
-E agora?
-Agora não sei.
-Pensei que você tinha tudo planejado.
-Tinha, sim.-Passei um braço nos ombros dele, e fomos para a porta.-Preparei um esquema de como transmitir a você a sabedoria da idade em sete passos simples. Ou,
pelo menos, minha sabedoria. Queria que percebesse como tem sorte, Jimmy, mas acontece que você já sabe muitas coisas. Eu o trouxe aqui para lhe dar uma lição, mas
foi você quem me ensinou.
-Mesmo?
-Mesmo. Você fez algo muito bom, garotão. Estou orgulhosa de você e feliz por ver que tem um novo amigo.
Ele deu de ombros.

-Só fui brincar, como você disse.
-Eu sei. E foi isso que tornou tudo tão legal.
Jimmy me deu aquela olhada cética, a lá Coxwell.
-Esta se sentindo bem, tia Maralys?
Estou me sentindo ótima. Vamos, Calypso, vamos voltar à base. Nossa missão aqui esta concluída.
Saímos, fazendo um ultimo aceno para Lydia, pegamos um ônibus e fomos para casa.
Quando andávamos pela rua, a cerca de um quarteirão da casa dele, Jimmy olhou para mim.
-Sabe, tia Maralys, pensei que hoje ia ser um dia super chato.
-O começo ate que foi não é?
Jimmy sorriu.
-Você sabe que sim. Mas me diverti com o Steve. Fico feliz por termos ido lá.
Apos me dar um abraço rápido, embaraçado por ter cedido ao impulso, saiu correndo na frente ate chegarmos.
-Ei!-gritei a ele.-Conte-me como foi que ficou com esse olho roxo!
Ele parou na varanda, novamente desconfiado.
-Tenho que contar?
-Não. Mas eu queria saber.
-Vai contar para o meu pai?
Aquele menino era mesmo desconfiado.
-Depende. Se não quiser que eu conte, então não conto.
-Não quero.
-Esta bem, não vou contar.
-Promete?
-Prometo.
Ele suspirou e olhou para a rua, franzindo a testa.
-Quando estávamos nos trocando para a aula de ginástica, o Louie disse que a mamãe nos deixou porque o papai e um babaca.
-Ai!
-Ele disse que todo mundo sabe disso e que foi minha mãe que contou para a mãe dele.-Jimmy olhou para mim com a expressão zangada.-Eu não podia deixar ele dizer
isso do meu pai porque não e verdade.
Eu me agachei para ficar do tamanho dele.
-Não, não e verdade. Seu pai perguntou sobre o olho roxo?
-Perguntou. Lá na escola contaram a ele que eu e Louie tínhamos brigado, mas não o porque. Eu não podia dizer ao papai que andam dizendo por ai que ele e um babaca,
não e?
-Acho que ele esta mais acostumado com isso do que você imagina-respondi sorrindo.-As pessoas vivem dizendo isso dos advogados.
-Bem, não deviam. Não e verdade.
-Acho que você poderia ter contado tudo ao seu pai. Ele provavelmente lhe diria para não dar ouvidos as besteiras que os outros dizem.
-Acha isso mesmo?
-Acho que você devia perguntar a ele. Quer dizer, você deve ter notado que não sou homem, e muito menos seu pai. -Sorrimos um para o outro.-Política e reações masculinas
não fazem parte do meu departamento. Deve haver uma maneira certa de lidar com esse tipo de coisas, mas nos pobres mulheres, não ganhamos o livro de protocolo.

-O que você teria feito, tia?
Ergui os ombros.
-Provavelmente faria uma piada com Louie e ficaria na minha.
-Tipo... Um babaca sempre reconhece o outro?
-Algo assim. Ou... e por isso que sua mãe também foi embora.
-Ah, isso ai, tia!-Jimmy ficou animado.-Os pais dele são divorciados!
-Fico feliz por você estar tão bem adaptado.
-Coisas ruins acontecem, tia Maralys...-Jimmy deu de ombros, despreocupado como sempre.-Só precisamos lidar com elas e seguir adiante.
Olhei direto para ele.
-Você tem mesmo apenas dez anos? Ou e alguma espécie de impostor? Um invasor de corpos, um alienígena que, na realidade, tem cento e dez anos, mas esta preso nesse
corpo de menino? Deve ser isso! Você tem o caule de uma melancia no lugar do umbigo?
-Não!
Eu o ataquei e comecei a fazer cócegas, fingindo procurar algo que provasse que ele era uma alienígena. Jimmy riu, se contorceu e acabamos chegando em casa, vermelhos
e desarrumados. James estava saindo para levar a mãe a reunião do AA, e meu pai reclamava do jantar, mas tiveram que reparar em nos tanta bagunça que fazíamos.
-Lembre-se, Calypso, nossa missão foi secreta-sussurrei ao abraçá-lo.
Jimmy assentiu, satisfeito.
-Entendido, Houston. Desligo.


Assunto: homens!

Querida Tia Mary:

Então, onde estão os homens bons? Todo cara com quem saio e um perdedor. As coisas começam bem, mas depois vão por água abaixo. Sai com homens quietos e com desordeiros,
doutores e ladrões; conheci homens de todo jeito, dos melhores aos mais doidos. Que tipo de mutação genética e essa? Onde posso achar um homem que valha a pena?

Procurando um Herói

Assunto: homens... e você

Querida Garota Perdida:

Qual e a variável comum na "equação" apresentada? Você. O problema pode estar no seu comportamento, que talvez esteja provocando a repetição dos resultados. Outro
modo de dizer a mesma coisa: a vida e curta demais para cometer o mesmo erro duas vezes. Ou também pode ser dito assim: aprenda com os erros dos outros.

A vida e curta demais para você cometer todos os erros. De uma boa olhada nas suas escolhas antes de culpar metade do mundo pelos seus erros.

Tia Mary


Esta em duvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary!

Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:

http//:www.pergunte-a-tia-mary.com


Esta em duvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary!

Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:

http//:www.pergunte-a-tia-mary.com

Muito, muito mais tarde escutei James entrar e a porta da frente fechar com um clique que ecoou por toda a casa adormecida. Fiquei exatamente onde estava apesar
do meu coração disparar.

Escutei-o trancar a porta, depois percorrer o corredor ate a cozinha, porque as tabuas do assoalho rangiam a cada passo. Fechei os olhos e o imaginei andando pela
casa, verificando fechaduras e janelas, garantindo que meu pai estivesse bem.
Sorri por causa daquela atitude protetora. James não ficara fora muito tempo, mas eu sabia que papai já estava dormindo ha algum tempo.
Ouvi os passos cuidadosos subindo a escada. Escutei quando pararam diante dos quartos de cada um dos meninos e ouvi os boas-noites que não tiveram resposta. Depois
os passos se encaminharam para o quarto dele e sorri, dizendo a mim mesma que James pensava que ia passar mais uma noite sozinho.
Adoro fazer surpresas.
Ele não acendeu a luz, mas a veneziana estava aberta, e a luminosidade da rua o delineava enquanto se movimentava pelo quarto. Tirou a camisa, o jeans, as meias.
Dobrou a calca e a colocou na única cadeira que havia ali, depois jogou as outras pecas no cesto de roupa suja. Parou meio de lado junto a janela, para olhar a rua,
e deu para perceber sua expressão preocupada.
Cansada. Abatida.
Meu coração se apertou e me ergui, apoiando o peso nos cotovelos. Ele girou ao ouvir o som inesperado e quase saiu como um foguete pelo telhado ao me ver ali.
Sorri.
-Perdeu a aposta, Coxwell.
Ele também sorriu e fechou à veneziana.
-Pensei que tivesse ido embora...
A voz dele soou baixa e aveludada na penumbra do quarto. Tremi pela antecipação.
-Meu pai caiu no sono. Eu não podia abandonar o forte e deixa-lo sem comando.
O colchão rangeu quando ele se sentou. Mesmo na fraca luminosidade, deu para ver que me fitava.
-Devo lhe pedir desculpas-reconheci. Eu não devia ter dito o que disse. Estava errada.
James assentiu, aceitando meu ato de contrição.
-E só por isso que esta no meu quarto?
-Não. Pensei que seria bom experimentar uma cama de verdade, para ver se vale à pena fazer o investimento.
James abafou uma risada, então sua mão tocou a minha.
-Realmente, Maralys!
Sentei-me e me aproximei um pouco. Quase esbarrei num dos ombros largos e consegui ver melhor seu perfil. Cheguei mais perto, beijei-lhe o ombro e não fui empurrada
para longe.
-Eu tinha que lhe dizer que estava errado, James.
-Como assim?
Ele respirou fundo, como se estivesse tão envolvido pelo meu cheiro quanto eu estava pelo dele. Mas não se moveu, apenas esperou minha explicação. Qualquer outro
teria me jogado de costas na cama e feito às perguntas depois. Mas não James.
Tudo ou nada. Eu tinha que respeitar aquilo.
E compreendi que talvez eu não fosse a única que sentia medo por causa da intensidade das emoções. Passei os dedos pelo rosto dele, senti a barba por fazer e acariciei
os lábios. Seu rosto me parecia novo. E era novo diante da minha percepção do que realmente acontecia entre nós. Eu poderia ficar afagando-o a noite toda, explorando-o,
conhecendo-o por inteiro.
Mas James segurou minha mão, e sua voz soou rouca.

-Diga.
-Você disse que eu estava com método - sussurrei.- Estou, sim. Mas não se trata apenas de uma questão de correr o risco. O que mais temo e desapontar você.
-Maralys!
-Não fale. E verdade. Não sei como lidar com essas coisas de família. Tenho medo de agir da maneira errada e estragar tudo. E se houver outro rompimento os meninos
ficarão marcados para sempre.
Senti sua mão forte deslizar nos meus cabelos, segurar minha nuca e me puxar para mais perto.
-Todos cometemos erros, Maralys...-sussurrou.
Sua respiração tocava meus lábios. Meus olhos, acostumados à penumbra, viam-no melhor a cada instante que passava. James falava com muita intensidade, e eu queria
tanto acreditar!
Sorrindo com suavidade, ele continuou:
-...no entanto, você e a pessoa mais confiável que conheço. Confio em que vai se sair bem.
-Não sei...
Preparei-me para argumentar, querendo ter certeza de que ele havia compreendido.
O polegar de James deslizou pelos meus lábios.
-Pode ser. Mas mesmo quando você não sabe ou pensa que não entende age de maneira franca e mais intensa que qualquer outra pessoa.
-Quero tentar.
-E tudo que nos dois podemos querer.
-Mesmo que não seja o bastante?
-Vamos fazer com que seja bastante, Maralys. Vamos conseguir isso juntos.
Ele se calou e me fitou com atenção, esperando que eu concordasse.
Sorri e passei os braços no pescoço dele.
-Será que podemos passar para a parte da celebração?
James riu baixinho e se inclinou para me beijar.
-Você vai adorar essa cama-murmurou.
Eu estava feliz o bastante para não responder aquela ameaça.
O que, partindo de mim, e uma imensa concessão, você sabe.
Acordamos com um dia cheio de promessas da primavera. Pássaros cantavam, e o sol acabava de surgir no horizonte. O céu não tinha nenhuma nuvem, e o dia seria maravilhoso.
A ultima neve havia desaparecido, como verifiquei ao olhar pela janela. James se espreguiçou. Lembrou-me um grande leão satisfeito pelo modo que sorriu ao me ver
e me acrescentou a analogia.
-Aonde você vai?-indagou num sussurro.
-Descer para o sofá, enquanto ainda da tempo.
Ele se sentou depressa.
-Não vou esconder a verdade dos meninos, Maralys.
-Bem, mas pretendo esconde-la do meu pai.
-Você não pode estar falando serio. Se ha alguém nesta casa que vai perceber exatamente o que esta acontecendo e o seu pai.
-Errado.
James levantou-se e se aproximou de mim. Discutimos em voz baixa e tensa, enquanto eu me vestia.
-Maralys, você não e mais uma menininha. Seu pai já deve ter notado isso.
-Sim, mas sou a eterna virgem.
-O que? Você foi casada!
-Ah, aqui esta um rapaz que não conhece a doutrina. Ha três motivos para conseguir o divorcio aos olhos da igreja. -Ergui o polegar.-Primeiro, consangüinidade.
-Você e Neil não eram parentes.
-Exato.-Ergui o indicador.-Segundo, não ter havido, de fato, o casamento.
-Esse motivo baseia-se em simples técnica legal.
-Certo. Meu pai estava naquela igreja e viu quando me casei. Ele sabe que aconteceu e pagou pela recepção. Viu a certidão, por isso tem certeza de que o casamento
aconteceu mesmo.-Ergui o dedo médio e o movi varias vezes.-Sabe qual e o terceiro motivo?
James fez que não.
-A união não ser consumada fisicamente.
Por fim, vi a descrença no olhar dele.
-Ah, sim! Papai sabe que a união foi consumada, mas prefere pensar que não foi. Ou seja, imaginar que sou sexualmente ativa, apesar de não estar casada, e impensável.
Nos dois participamos da farsa, e, acredite, e melhor não mexer nessa pedra fundamental.
-Então e bom você se apressar.-Nos olhos de James, um brilho de malicia substituirá o de descrença.-Todos os dias, as seis horas, saio para correr, e Johnny as vezes
vai comigo.
-E o Jimmy?
-Ele nunca vai, mas sempre o chamo.
Faltavam cinco minutos para as seis. Uau! Peguei minhas coisas e sai do quarto, mas encontrei James no meio do caminho quando passei pela porta.
-Não pense que vai dormir no sofá ate estarmos casados-murmurou.
Fiz uma careta.
-Nem mesmo mencione a palavra com c.
-Quero tudo, Maralys. -O olhar de aço me avisou de que eu não ia vencer aquela disputa. -Você sabe disso.
-Deixe-me me acostumar com a idéia, por favor-pedi e fiquei na ponta dos pés para beijá-lo de leve.
-Sua sorte e ser tão bonita-ele resmungou. -Nunca deixei uma mulher tirar vantagem de mim dessa forma.
-Isso e piada?
James sorriu.
O beijo que me deu foi reconfortante, como deveria ser e correspondi. Pensei em levá-lo de volta para a cama, mas Johnny poderia entrar a qualquer momento para chamar
o pai. Era bom eu ir me acostumando a ter pequenos adultos mais ou menos constantemente diante de meus pés.
Bem, na verdade, eu não era obrigada me acostumar com aquilo. Poderia apenas sair pela porta da rua e deixa-los para trás. Todos.
Como se fosse possível. Beijei James, desejando dizer-lhe com aquele contato que não ia se livrar de mim. Mas sabia que, cedo ou tarde, teria que colocar aquilo
em palavras.
Tratei de me mexer antes que as coisas ficassem tão interessantes a ponto de nos esquecermos dos detalhes pertinentes. Desci ate o térreo na ponta dos pés, pisando
nas laterais dos degraus, para que a madeira não rangesse.
Mal deitei no sofá, na mesma posição em que estava na noite anterior, e acabava de puxar o cobertor para cima de mim, quando James saiu do quarto lá em cima com
grande estardalhaço.
-Johnny? Você vai comigo hoje?-Escutei-o bater na porta, então ouvi uma resposta balbuciada que calculei ser não. -Jimmy?-Outra batida, outro murmúrio.-Então, não
vão enlouquecer seu avo. Volto em uma hora.
James desceu a escada. Entrou na sala e abri um olho, surpresa por ve-lo não só de abrigo, mas parecendo totalmente desperto.
-Maralys!-exclamou, aparentemente surpreso.
Ele parecia a ponto de cair na risada, seus olhos brilhavam, e tive o impulso de bater nele. Por que depois de fazer sexo ele ficava parecido com aquele tigre do
ursinho Puf e eu me sentindo como o Garfield? Precisava conversar com Lydia para refinar essa teoria.
-Não sabia que você tinha dormido aqui-ele completou a cena.
Sentei-me e me senti toda desarrumada em comparação a aparência certinha dele. E o medi de alto a baixo, com ar cético.
-Você passa seu abrigo a ferro?
-Não, por que?
-E muito esquisito estar tão bem-arrumado quase de madrugada.
-Isso e um elogio?
-Não force a barra-avisei.-Não sou uma pessoa matinal, e você sabe disso. E falta de educação usar essa vantagem.-Então abaixei a voz.-Acho que devamos voltar para
a cama e acordar do jeito antigo...
Dei uma piscadela, e James sorriu, mas não mordeu a isca.
-Venha correr comigo-convidou, como se estivesse me desafiando.-Vai lhe fazer bem.
-Fibras e que me fazem bem.-Afofei o travesseiro, deitei-me outra vez e esclareci:-Prefiro um pãozinho com manteiga em vez de correr.
-Venha, Maralys. O dia esta perfeito.
E James fez uma dúzia de flexões, energético demais para eu acreditar.
Ajeitei-me no sofá e fechei os olhos.
-Acorde-me quando o café estiver pronto.
Senti que ele se aproximara e que estava a poucos centímetros de distancia.
-Não fazemos café pela manha-sussurrou, com pura maldade na voz, e mantive os olhos bem fechados.-Mas tenho algo no meu esconderijo secreto.
Minhas orelhas se ergueram.
-Café Jamaican Blue Mountain, bem torrado.
Abri um olho.
-Em grãos ou já esta moído?
James emitiu um som de zombaria. -Que tipo de bárbaro você acha que sou? Somos yuppies, Maralys. Temos um moedor de café feito na Alemanha e comprado antes do restante
do mundo saber o que era isso. Em grãos. Frescos. Perfeitos. Eu me sentei. -Vou descobrir onde estão enquanto você corre. James sorriu. -Boa sorte. Curvando-se,
ele verificou os cadarços dos tênis e virou-se para sair. Cruel demais.
-Você não vai me deixar aqui pensando no café! Seria crueldade!
-Não? Então olhe bem...
Ele foi para a porta e saiu num piscar de olhos.
Maldito!
-Não tenho nada para vestir!-gritei.
Esse e o lamento de toda mulher quando se defronta com homens que lhe fazem convites impulsivos e interessantes.
James abriu a porta de novo.
-Empresto um moletom.
-Tênis-tornei a gritar.-Preciso de tênis.
Ele apontou para uma caixa de plástico grande, que se achava num canto.
-As ultimas coisas que separamos para dar ao Exercito da Salvação. Acho que tem um par de tênis ai. Vamos, Maralys, estamos desperdiçando o dia.
E foi assim que me vi correndo as seis e cinco de uma perfeita manha de segunda-feira. Ainda estava frio, e nossas respirações formavam pequenas nuvens no ar. As
ruas estavam calmas, o sol apenas pensando em se levantar.-Mais ou menos como eu estaria, sem o maravilhoso encorajamento do meu colega de corrida.
O céu ficava cada vez mais brilhante, as luzes nas torres da cidade ainda se destacavam como estrelas no céu. Havia poucas pessoas passeando com cachorros, muito
agasalhadas contra o frio, e algumas corajosas já se dirigiam ao trabalho.
Ate mesmo na cidade malvada as pessoas são mais amistosas pela manha. Os outros corredores nos cumprimentavam com entusiasmo, os que passeavam com cachorros nos
davam bom-dia. Todos nos reconheçamos como vizinhos, de um modo que não fazemos depois que a cidade realmente acorda e começa a funcionar.
Olhe, não me entenda mal. Gosto de correr. Houve um tempo em que corria todas as manhas; reservava uma hora para mim mesma antes da escola e do trabalho etc. Isso
foi a.N.-antes do Neil. Depois, ingressei na cultura geek e me tornei uma nerd de software, exatamente como todos os jovens. Não tardei a inverter o horário e me
tornei vampiresca: passava as noites acordada e dormia enquanto o sol brilhava.
Graças a Deus, nunca entrei para a dieta dessa turma, segundo a qual só se pode comer o que vem de maquinas de salgadinhos. Neil era maníaco por comida sadia, porque
era absurdamente vaidoso, e devo agradecer a ele por gostar de grãos e de comida integral.
Sempre gostei de correr, apesar de ser terrível começar. Você fica esperando o momento e depois o transcende, quando correr se transforma de algo a ser suportado
em algo mágico. Quando a gente corre, ouve o sangue pulsando, sente os músculos agindo, toma mais consciência de si e do lugar que ocupa no mundo. Sente o ar no
rosto, o cheiro da cidade, escuta o bater dos pés na calcada e tem certeza de que pode continuar correndo para sempre.
Corri ao lado de James, pelo que devia ser seu trajeto habitual. Não falamos, só ouvíamos o ritmo dos tênis no chão e nossas respirações. Aquele bairro era onde
eu havia crescido, então para mim foi um passeio que me fez reviver muitas lembranças.
Reparei nos lugares em que as casas haviam sido demolidas, e novos prédios erguidos; em lojas que tinham se tornado restaurantes; vi que parques tinham sumido, e
arvores, crescido. Quando corremos ou caminhamos na cidade, ficamos mais perto dela do que ao passar a toda velocidade em um carro ou no metro. Grande parte de Boston
ainda mantem suas construções na escala humana: as ruas e casas são proporcionais às pessoas. São acessíveis, apreciáveis.
Corri e apreciei.
-Não sabia que você corria todas as manhas-comentei, por fim.
-Eu ia a academia.-James sorriu.-Pouco tempo atrás, a essa hora, eu já estaria no escritório cuidando da papelada atrasada. Saia antes dos meus filhos acordarem.
Olhei-o, intrigada.
-Parece que se surpreende com isso.
-Essa foi minha vida durante anos, mas, sim, me surpreendo por ter me mantido tão concentrado em um só objetivo, a ponto de excluir tudo o mais. Voltava para casa
quando os meninos já estavam dormindo. Então, sentava-me na beira da cama deles e os olhava dormir. Muitas vezes, me admirava por ver como tinham crescido. Parecia-me
que haviam nascido ontem.
-Dez anos significam uma porção de ontem.
-Sim, e verdade. Fui um péssimo pai.
Entramos em um parque, e nossos pés afundavam as pedrinhas na terra.
-Isso deve ser muito difícil de dizer.
-Mas e verdade. Eu trabalhava o tempo todo. E quando não estava trabalhando fazia o possível para conseguir mais trabalho. Ia à academia. Fazia contatos. Comia.
Dormia...- Os olhos de James se estreitaram, e não foi por causa do sol.- Márcia tinha razão. Minha vida era insustentável. Eu ia morrer jovem ou um infarto me tornaria
incapaz.
James forçou um sorriso e continuou:
-E, você sabe, se isso acontecesse, ninguém sentiria minha falta. Com todo aquele esforço para deixar minha marca no mundo, eu não causava a menor impressão justamente
as pessoas que importavam: minha mulher e meus filhos. Obcecado em obter sucesso e dinheiro, falhei nas coisas mais fundamentais.
Eu não disse nada, porque James estava dizendo tudo. Corremos um pouco mais antes de ele prosseguir.
-Márcia me deixou por ser um péssimo pai e um marido ruim. Teve toda razão.
-Mas, concorde, foi um "belo" jeito da minha irmã demonstrar isso.
-Foi o único jeito que daria certo.
-Você não parece amargurado por ela ter ido embora.
-E não estou. Acho que Márcia fez o que tinha que fazer.
-E acho que você esta ficando mole com a senilidade.
-Os garotos também são filhos da Márcia. -James sorriu de novo. -Apesar da minha vontade básica ser mante-los longe dela, como uma espécie de punição, sei que isso
seria uma solução típica do meu pai.
-E qual e a sua?
James franziu a testa.
-Jimmy e Johnny precisam da mãe. Nada vai mudar isso. Ha coisas que Márcia sabe, que faz, e que não sei nem posso fazer. Ha um motivo para os pais serem uma dupla:
podem cobrir melhor as deficiências um do outro.
-Você vai me ensinar à letra de Coração Materno?
James riu e balançou a cabeça.
-Você sabia que uma das melhores coisas de correr e ter tempo para pensar?
-O desemprego e ótimo para isso também. Deixa muito tempo livre.
Ele assentiu.
-Estive pensando, sim, e muito! Devo uma a Márcia por ter me feito pensar. Ela teve coragem de tomar a iniciativa.
Teve coragem de saltar da montanha-russa. Não concordo com o modo como o fez, mas o fato e que eu continuaria do mesmo jeito por mais vinte anos, e que se danassem
as conseqüências.
-Você não teria durado tanto assim.
-Eu não conseguia ver isso, mas agora vejo. Nosso casamento era péssimo, e contribui um bocado para isso. Não escutava Márcia. Não conversava com ela. Não investi
no relacionamento, como deveria ter feito. Não e de admirar que não tenha sobrado nada. Uma pessoa sozinha não pode fazer um casamento funcionar.
Mas eu não estava lá muito convencida de que minha irmã também tivesse tentado.
-Não creio que seja apenas culpa sua...
-Não, mas não e só da Márcia. Posso não ter sido o arquiteto do meu infortúnio, mas por certo fui um dos principais contribuintes. Devo a ela por ter me feito ver
isso. Devo a ela por ter agido do único modo que poderia chamar minha atenção para o que importa.
Ele se calou por instantes, depois continuou, com mais suavidade:
-Devo a ela pelo que esta acontecendo entre mim e os meninos. Tudo e novidade para mim, e pode ser a parte mais dura, porem também e a mais compensadora.
-Você esta se saindo muito bem.
-Isso tudo não estaria acontecendo se Márcia não forçasse a barra.
Aquilo provavelmente era verdade. Eu não tinha certeza de que os motivos da minha irmã tivessem sido altruístas, mas não ia dizer isso. Afinal, o que eu sabia, na
realidade?
-E quanto a você?-perguntou James.
Fitei-o, surpresa.
-Eu?
-Você e Neil. O que conseguiu daquela relação?
-Uma enorme divida. -Fiz uma careta. -O purgatório do credito. Um ceticismo saudável. Uma prolongada imunidade contra os homens e as palavras doces deles.
-Não, Maralys. Fale serio.
-E serio: ele me deixou no buraco. Num imenso buraco e sem jeito de escapar. A Receita Federal tornou-se minha inimiga intima.
-Não quero dizer que Neil não tenha feito algo terrível com essa armação e com a fuga para o México. Mas você deve ter desempenhado algum papel importante no que
aconteceu. Jamais as coisas acontecem por culpa de um só dos parceiros. E você deve ter aprendido alguma coisa sobre si mesma depois de tudo que passou.
-Por exemplo, como sou idiota?
James me encarou com firmeza.
-Você teria começado a trabalhar com informática se não tivesse ajudado Neil nessa profissão?
Precisei pensar a respeito durante dois quarteirões. Era uma boa pergunta.
-Não. Não teria. Tem razão. Eu não concordava com o modo como Neil dirigia os negócios, mas nunca teria tido a audácia de me meter nessa empreitada sem a ajuda dele.
Vi o que ele fez, o que levou tudo a dar errado, e percebi que poderia fazer melhor. Antes eu achava que s6 as mentes brilhantes podiam fazer um negocio dar certo.
-Por que acabou pagando as contas?
-Bem, éramos sócios, então tecnicamente as dividas também eram minhas. Não prestei atenção em como se estavam acumulando. Empenhava-me muito em escrever os programas
e assumi que esses problemas se resolveriam sozinhos. Assinava onde ele me dizia para assinar e continuava trabalhando sem parar.
-Sabe que o que acaba de me dizer esta me dando alergia?-James perguntou.
Ri.
-Outra piada. Terei que mudar de opinião a seu respeito, Sr. Coxwell.
Ele riu, e eu o acompanhei, apesar dos meus pensamentos ainda girarem em torno de Neil.
- Acho que notei que a derrocada foi em parte culpa minha por não ter feito perguntas nem mesmo ouvir quando ele falava.
-O que aconteceu com os programas que você escreveu? Não havia nada valioso?
-Sim e não. Eram programas de sistema operacional que se baseavam em um conceito muito controverso na época e que foram completamente superados por outros. Poderiam
ter tido algum valor se tivessem sido desenvolvidos na integra. Agora tudo se tornou poeira virtual jogada ao vento, e tudo aquilo nada mais foi que um aprendizado
para mim.
-E o casamento? Você ainda acha que não deu certo só por causa do Neil?
-Quer saber? Pensei que correr fosse divertido.
James sorriu, mas eu não tinha escapado do anzol, e sabia disso.
-Bem, ele fugiu para o México-continuei depois que ele manteve longo silencio-, deixando as dividas nas minhas mãos. Deixou também o pouco dinheiro que tínhamos,
o que não ajudou muito. Você esta certo: por mais que eu deteste admitir, não foi tudo culpa dele. Não posso nem dizer que Neil exigia coisas diferentes do nosso
casamento, porque a verdade e que não conseguíamos conversar sobre esses assuntos. Éramos péssimos nos comunicando e, apesar de fazermos sexo regularmente, fomos
nos separando cada vez mais.
Corremos um longo trecho em silencio, e durante esse tempo continuei pensando. Já estávamos voltando para casa quando tornei a falar.
-Quando me lembro das brigas que tivemos, vejo que sempre aconteciam pelo mesmo motivo. Ele dizia que eu queria controlar tudo, e era verdade, apesar de não conseguir
o controle. Por minha vez, eu não confiava nele, o que o deixava maluco. Claro, se confiasse nele, jamais conquistaria o controle, e só estando no controle de todas
as variáveis eu poderia impedir que Neil me magoasse. Pelo menos, era o que me parecia.
-O que aconteceu com o lado financeiro?
-Ah! Confiei nos consultores. Os assim chamados especialistas. E eles confiaram em Neil, que estava certo de que seriamos bem-sucedidos no futuro e de que poderíamos
ate mesmo vender gelo aos esquimós. Talvez hoje ele esteja vendendo luz do sol aos mexicanos...
-Devo reconhecer que Neil não era um completo inútil, Maralys.
-Todos eles contavam com uma grande entrada de dinheiro em algum momento futuro, e acho que eu também. Só soube a que ponto as coisas haviam chegado depois que Neil
foi embora.
Chegamos à rua em que James morava.
-Então acha que foi culpa dele o fracasso do trabalho e do casamento?

-Ah! Eis a pergunta de um milhão de dólares.
-Positivo.
-Não. Não acho, nem poderia achar.
Franzi a testa e voltei-me para James quando começamos a andar no ultimo quarteirão, para nos refrescar.
-Você tem razão-admiti. -Tive minha parcela de culpa em tudo o que aconteceu. Agora que reconheci, posso aprender muito com a lição e seguir adiante.
James deu um amplo sorriso. Era evidente que eu havia tirado pelo menos B naquela prova.
-Estamos onde estamos por que estivemos onde estivemos, Maralys, e por causa das pessoas com quem estivemos. As coisas teriam sido diferentes se nos dois tivéssemos
nos reencontrado vinte anos atrás, mas não seriam as mesmas agora porque seriamos diferentes.
-Talvez as coisas não estariam assim tão bem entre nos -ousei sugerir.
-E, e isso ai...
James não teve chance de processar a conclusão. Já nos aproximávamos da varanda dos fundos quando ouvimos a voz do meu pai vinda da cozinha.
-Coloque mais um saquinho de chá na chaleira. Eles não são feitos de ouro!
Não tive tempo de imaginar com quem ele estava falando, porque os meninos não deveriam estar fazendo chá para ele, então escutei outra voz familiar.
-E um homem tem que ter algum prazer na vida. Eu sei, pai, eu sei.
Márcia.
James ficou tão surpreso quanto eu. Subiu correndo os degraus que levavam a varanda e abriu a porta da cozinha. Bem, não sei se ele correu por estar morrendo de
saudade dela ou porque precisava ver para crer.-Alias, mais tarde passei bom tempo pensando nisso.
Tudo que vi foi o rosto do meu pai iluminado, como uma arvore de Natal. Os meninos também estavam felizes. E no meio daquele pequeno triangulo de amor estava ninguém
menos que minha querida irmã, com uma aparência de um milhão de dólares.
Mais ou menos.
Ela sempre foi uma pessoa matinal, maldita seja! Havia perdido algum peso naquela fuga e era evidente que recebera um bom trato. Com aparência de mulher cara, estava
mais esguia e bronzeada. Imaginei se não teria feito uma plástica, porque parecia muito mais jovem e mais tranqüila.
Será que tinha ido embora para isso? Um pequeno trabalho de restauração no deserto? Eu não descartaria a hipótese da minha irmã ter decidido fazer uma melhoria no
hardware antes de ingressar de novo no mercado de casamentos.
Mas talvez Márcia estivesse ali porque seu cartão de credito havia sido recusado.
Minha irmã voltou-se sorrindo, e sua expressão azedou quando me viu. O olhar foi de James para mim e voltou a ele. Grande coisa, eu sabia que nunca seria aceita
por ela.
Como também sabia que não tinha cacife para competir com aquela aparência de rosas-e-brilho-do-sol. Parei onde estava transpirando e cheirando a suor, com os cabelos
presos num rabo-de-cavalo improvisado, o rosto vermelho e vestida para matar, com um velho abrigo de moletom do marido dela. O contraste deveria ser adorável.
-Mary Elizabeth-disse meu pai.-Eu não sabia que você tinha passado a noite aqui.
-Ficou tarde demais para ir embora. Dormi no sofá.
Os olhos da minha irmã se estreitaram.
-Certo. Talvez seja melhor você ir para casa agora- sugeriu meu pai, com falsa alegria.-Parece-me que esse é um momento familiar.
O fato de papai se incluir na família e me deixar de fora não devia ter me machucado tanto quanto machucou.
-Boa idéia-concordei, bancando a animada, e fui para a sala em busca das minhas roupas.
-Maralys-chamou James, vindo atrás de mim, e senti que todos se viravam para olhar. -Obrigado por ontem... Obrigado por tudo.
Os olhos dele espelhavam milhares de coisas que não podia dizer.
James estava me dispensando ou o que?
Tirei os tênis e os coloquei de volta na caixa para o Exercito da Salvação. Ainda fumegavam.
-Nosso objetivo é agradar-declarei, e meu tom de voz o fez parar.
E dai? Fiz muito bem! Como ele ousara me agradecer como se eu fosse uma ajudante contratada?
-Se me der licença, vou me trocar e dar o fora daqui!
Olhei-o de um jeito que poderia deter torpedos nucleares, mas James não se abalou. Queria dizer alguma coisa, mas não diante daquela audiência.
Não era ele o tal que não queria esconder nada? Peguei a blusa de moletom pelo decote e puxei-a para cima. É bom que você saiba: eu estava cuspindo fogo!
Quando a blusa passou pela minha cabeça, vi que só eu estava ali.
Poderia ter me oferecido para lavar o abrigo, mas não me sentia caridosa naquele momento. Não podia saber o que James estava pensando, não sabia ate que ponto ia
a gratidão dele em relação a Márcia e não iria aproveitar a oportunidade para perguntar.
Estava furiosa.
Não me despedi de ninguém, apenas sai pela porta da frente e a bati com forca suficiente para balançar a louca na cozinha. Repassei a conversa que tinha tido com
James havia pouco, procurando pistas que me mostrassem se ele sabia do iminente retorno de Márcia ou indícios do que faria quando se defrontasse com essa eventualidade.
Tudo que consegui foi concluir que ele estava menos bravo com ela.
E que sentia que lhe devia algo.
Ótimo. Isso era muito tranqüilizador.

Já havia percorrido metade da distancia ate minha casa quando recuperei a calma, pelo menos o bastante para pensar direito.
Se Márcia tinha ido embora porque James não estava sendo marido e pai bons o bastante, adoraria o James em nova versão. Ele arranjara um bom emprego, e logo o dinheiro
voltaria a jorrar-se bem que por bandidos na cadeia não e nem de longe tão lucrativo quanto mante-los fora dela.
A alegria do meu pai era significativa, e eu tinha certeza de que os meninos estavam muito felizes com o retorno da mãe.
Tudo havia sido apenas um sonho ruim. Vá embora, Maralys, você foi alem da sua utilidade.
No mínimo, seria muito mais fácil para James continuar no mesmo caminho. Eu não acreditava que ele fosse o tipo de sujeito que escolhe a estrada onde ha menor resistência,
mas havia enfrentado muitos obstáculos recentemente. Deveria estar exausto e ansioso para acertar a própria vida.
Talvez eu tivesse servido apenas para sua recuperação emocional. Conclusão muito irritante.
Afinal, talvez a verdade e que eu fora a única a pensar que poderia fazer parte da família.
Ainda assim, com meu brilhantismo habitual e espetacular senso de oportunidade, eu não havia jogado o único trunfo que tinha. James tinha dito que me amava... Bem,
isso acontecera havia alguns dias e fora antes de eu o insultar de forma grandiosa. Mas ele havia dito que me amava e não era um desses irresponsáveis que dizem
coisas assim e depois mudam de idéia.
Ou era?
Chegara à hora do meu estomago se retorcer. E claro que ele havia dito a Márcia que a amava, pelo menos uma vez, naqueles anos todos. E, sim, eu tinha confessado
meu amor por Neil, muitas luas bêbadas atrás, mas isso nada tem a ver com o caso.
Lembrei a mim mesma que James só se envolveria se nosso objetivo fosse casamento e felicidade eterna. Será que não dava para perceber que eu não estava interessada
nesse plano de longo prazo? E... Ele podia pensar que na noite anterior eu tinha ficado lá só por causa de sexo e que tinha dito o necessário para conseguir o que
queria.
Não havíamos conversado muito, era isso. Mas eu não tinha ido só atrás de sexo. Estava apaixonada por James Coxwell e determinada a fazer tudo para obter o que queria.
Que pena não ter feito a ele essa declaração de maneira direta.
Dali em diante, eu não teria mais a chance de lutar pelo que queria. Era mais uma repetição do que tinha acontecido todas às vezes em que a Senhorita Me Da entrara
em cena e pegara o que era meu, o que eu queria, e saia correndo.
Não. De novo, não!
Quase voltei, mas não o fiz porque percebi que aquela era uma situação em que não poderia vencer oficialmente. Se telefonasse e dissesse a James que o amava, ou,
pior, se voltasse e me humilhasse diante de todo mundo, ia parecer que estava competindo com minha irmã. Que tentava supera-la. Que queria tudo para mim. Que tirava
as coisas de Márcia.
Parece mentira, mas não era a primeira vez que víamos esse filme, não?
Voltei para meu loft. Tive a impressão de que durante minha ausência ele voltara a ser uma caverna cheia de ecos. Tomei um banho quente e demorado, enquanto tentava
decidir o que fazer.
Observei-me ao espelho, primeiro embaçado pelo vapor e depois límpido; dei boas-vindas à impiedosa luz da manha. Em geral, eu a deixava lá fora, e naquele dia ela
não se mostrava nada amistosa.
Fui tão impiedosa com minha aparência quanto a luz ao dia. Preto podia ter sido uma boa cor para o meu cabelo no passado, mas naquela manha contrastava demais com
meu rosto palido. Todas as pequeninas rugas ficavam evidentes graças ao contraste, assim como as olheiras escuras.
E, reconheço. Eu estava cansada, mas mesmo assim... Geralmente, minha aparência era boa para minha idade. O fato e que os dezesseis anos já haviam ficado lá para
trás, meu bem. Muito para trás. Naquele momento, eu parecia tão atraente quanto um bicho atropelado no meio da estrada. Tinha me tornado aquilo de que todas as mulheres
adoram caçoar: a mulher que se veste como se fosse mais jovem do que e, a que parece mais velha do que e.
Não que eu quisesse ser o tipo de mulher com quem um advogado de renome gostaria de almoçar, a menos que fosse sua cliente. E sabia que não era o tipo de mulher
que ele gostaria de ver do outro lado da mesa do café, todas as manhas, ate o fim da vida.
Vai me dizer que você esta achando que eu ia desistir? Assim, de graça? Não. Estava na hora de defender o que havia conquistado. Eu poderia perder, mas cairia na
arena com todo mundo sabendo o que eu queria e por que. Para isso, precisava de artilharia pesada.
Lembra-se daquela musica Meu Namorado Voltou? Comecei a cantá-la, mudando a letra do modo mais liberal do mundo, e fiz uma par6dia que se encaixasse no meu momento.
Minha irmã esta de volta e causando um problemão...
A questão complicada era que eu sabia que aquele "problemão" não atingia apenas Márcia e eu. James faria a escolha que considerasse melhor aos filhos, mesmo que
não fosse a melhor para ele. Eu poderia perdê-lo por causa de uma questão técnica.
Mas não o amaria menos por causa disso. Gostava do seu senso de honra e de responsabilidade. Gostava de como se dispunha seriamente a proteger os filhos.
Respirei fundo e avaliei melhor meu reflexo. Estava na hora de crescer, quer ficasse com James ou não. Estava na hora de pegar minha bagagem emocional e sair do
terminal por conta própria.
Sou o que sou. E isso ai e tudo mais, no entanto eu tinha a aparência da Maralys do passado, e não da Maralys de agora, da mulher que eu me tornara. Precisava ser
a imagem de uma adulta. Não de qualquer adulta, porem; não apenas a imagem de qualquer empresaria bem-sucedida e confiável para guardar os mais profundos segredos
dos colaboradores. Não apenas a imagem do tipo de mulher que podia conquistar o coração de James Coxwell e ficar para sempre com ele.
Eu precisava de elegância com um algo a mais. O algo a mais, ate que eu compreendia. Mas a elegância seria bem mais difícil.
Felizmente, eu conhecia a pessoa certa a quem pedir ajuda. Você sabe, essa coisa de ficar pedindo ajuda acaba viciando, mesmo quando se sabe que algum dia de algum
modo, a gente terá que retribuir, se bem que nem sempre da mesma forma.
Eu estava começando a gostar daquela rede de conexões. Peguei o telefone, disquei e entrei em contato com alguém. La la la, la la la, minha irmã esta de volta...


Assunto: perolas aos porcos

Querida Tia Mary:

Meu filho é um aluno que só tira nota A, bonito e atlético. Ele tem tudo a seu favor, mas insiste em se ligar as mulheres mais ordinárias que existem. Como convence-lo
de que pode conseguir coisa melhor?

Mãe Preocupada

Assunto: re: perolas aos porcos

Querida Mãe:

De meu telefone ao garoto.

;-D


Falando serio talvez ele veja nessas garotas algo que você não consegue ver. Talvez você tenha uma idéia exagerada dos maravilhosos encantos do seu filho. Talvez
algum povoado esteja sem o seu idiota de praxe, porque ele esta aqui. E difícil dizer sem conhece-lo.

Não importa como você veja a questão, ninguém pode salvar as pessoas delas mesmas. Acha que isso não e verdade? Digite "Prêmios Darwin" no seu programa de busca.
Algumas daquelas historias *tem* que ser mitos urbanos... Não acha?

Tia Mary

Esta em duvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary!

Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:

http //:www.pergunte-a-tia-mary.com


E assim, no sábado seguinte, fui parar no salão-spa mais exclusivo da cidade , com atendimento marcado no horário mais concorrido. Você conhece esse salão de beleza:
é aquele em que a madame tem que dormir com um nojento rico e famoso para admitirem que ela chegue ate perto da porta.
Pensando bem, foi mais ou menos isso o que fiz. Beverly Coxwell me levou, então eu estava sob a proteção dela, por assim dizer.
Quando lhe telefonei, diante do meu pedido no mínimo intrigante, ela me fez apenas uma pergunta:
-Quais são suas intenções com meu filho?
Prendi o telefone sob o queixo, não me sentindo confortável em dizer a mãe de James que queria o filho dela preso num anzol, com linha e tudo.

-O certo não seria perguntar isso a ele?-revidei.
Beverly riu.
-Sei quais são as intenções do James. Mas as suas são uma incógnita, Maralys. Eu não a conheço. O que quer com meu filho?
Respirei fundo.
-Estou apaixonada por ele. Quero descobrir se podemos fazer tudo dar certo.
-Não ha garantias para você, Maralys-ela me avisou com suavidade.
Então me lembrei de que a triste senhora estava se divorciando do pai de James. Bem, não exatamente do pai dele. Do Robert Coxwell.
-Para James também não-ela acrescentou.
-Eu sei. Mas ha situações em que vale a pena tentar.
-Acho que você esta enganada.
-Em que?
-Não creio que sua aparência vá fazer diferença a James, ou ele não a olharia daquele jeito quando fala com você.- Meu coração deu uma cambalhota diante do que Beverly
dizia.-Mas se isso a fizer se sentir mais confiante tenho a maior satisfação em ajudar. Nos, mulheres, às vezes confiamos pouco em nos mesmas, o que nos impede de
conseguirmos o que queremos.
-Obrigada.
-Espere ate eu terminar antes de agradecer-avisou Beverly, com um sorriso na voz.-Vou ligar para o meu salão e depois retorno. Você tem algum horário preferido ou
que não possa ir?
Então, cinco dias depois, lá estava eu naquele salão luxuoso, na primeira cadeira, nos domínios do grande coiffeur. Em vez de avaliar o fluxo de caixa daquele estabelecimento,
tema que geraria um bocado de operações matemáticas interessantes, eu pensava em que ninguém havia me ligado naquela semana. O que reforçava minha teoria de que
precisava contar a James o que sentia por ele ou perderia tudo. Mas não ligaria para a casa dele, porque correria o risco da Márcia atender. Também não mandaria
recado pela mamãe dele, muito obrigada.
Adrian passava as mãos nos meus cachos enquanto trocava idéias com Beverly. O rapaz tinha aquele jeito de mexer no cabelo da gente que todo cabeleireiro gay tem:
uma caricia possessiva que da a sensação de que aquele cabelo será emprestado a você durante três ou quatro semanas, entre cada ida ao salão.
Ele examinava as pontas, e a expressão evidenciava sua opinião.
-E um cabelo maravilhosamente grosso, muito saudável, apesar do evidente abuso.
Beverly estava ao meu lado, com os braços cruzados. Ela e eu vestíamos roupões beges, tão espessos e luxuosos que eu estava pensando num jeito de levar um comigo,
sem que ninguém percebesse.
-Acho pesado demais para o rosto dela-observou Beverly.
-Oh, sim, sem duvida preciso lhe dar forma.
-As macas do rosto tão adoráveis!
-E os olhos azuis são lindos!-Adrian ergueu meu cabelo, estudando-me no espelho, e simulou vários comprimentos antes de cortar. Soltou alguns cachos, ajeitando-os
sobre a testa. -Talvez fique melhor a altura dos ombros, e trabalharemos em camadas para diminuir o volume e conferir algum movimento. Talvez alguns cachos longos...

Adrian jogou meu cabelo de um lado para o outro, mostrando o que queria fazer.
Achei curioso que o "nos" não me incluía.
-Assim chamaria a atenção para esses olhos-continuou ele, concentrado em sua visão.-Depois, podemos pentear para cima para situações formais.-E fez o que dizia,
deixando meu pescoço descoberto.
-Queremos algo elegante-disse Beverly com firmeza -, gracioso e agradável.
O cabeleireiro ergueu uma sobrancelha.
-Mas que seja fácil manter.
Eu poderia me sentir insultada com a afirmação de que não tratava bem do meu cabelo, mas o fato e que ele tinha toda razão. Eu mesma tingia o cabelo e cortava as
pontas com uma tesoura de cozinha. E isso era o maximo de trato que ele recebia.
Acho que dava para notar.
-Nos queremos ter a possibilidade de fazer um rabo-de-cavalo-insisti.
E Adrian assentiu, no entanto mal me ouvira, ocupado demais em fazer uma careta.
-Mas a cor...-começou.
E foi incapaz de terminar. Esfregou meu cabelo entre os dedos e fez "tsc-tsc".
-Não pode ser preto-concordou Beverly. -E duro demais.
-Que tal a cor natural?-sugeri.
Os dois me olharam como se tivessem esquecido de que eu estava ali, o que era engraçado, uma vez que ele segurava meus cabelos.
-E qual e a cor natural?
-Louro-escuro-disse Beverly, muito desanimada.- Ou deve ser se for igual ao da Márcia.
-Beverly, todos sabemos quantas cores radiantes existem nas tinturas-admoestou Adrian, em tom alegre.
Ela passou uma das mãos no próprio cabelo, que era de um prateado radiante.
-E castanho-revelei, com um sorriso.-Exatamente da cor de chocolate derretido.
Adrian estudou minhas raízes e o tom das sobrancelhas, procurando confirmação do que eu havia dito.
-Pode ser isso mesmo-concordou, afinal.-Quanto tempo faz desde que você viu a cor natural pela ultima vez?
Dei de ombros.
-Uns vinte anos.
Ele se aproximou mais, com expressão de desagrado.
-Detesto informar, querida, mas a essa altura sua cor natural pode ser grisalho.
Ri, porque provavelmente era isso mesmo, e ele sorriu para mim pelo espelho. Em seguida, puxou meu cabelo de lá para cá de forma mais agressiva.
-Então esta bem! Vamos fazer assim, com algumas luzes bem sutis, em tons avermelhados que chamem a atenção para o rosto. -Deu uns tapinhas afetuosos no meu ombro.
- Você vai ter seu rabo-de-cavalo, mas ficara fabulosa com o cabelo preso ou solto.
Depois, estalou os dedos chamando as ajudantes.

-Pedicure e manicure também-Beverly falou com delicada autoridade, que fez todos ao redor assentirem. Sorriu diante da minha expressão de surpresa.-Não se preocupe,
Maralys. Tudo aqui e presente meu. Sinto enorme impulso de gastar parte do meu acordo do divorcio do Robert com você.
Almoçamos juntas, e foi à primeira vez para mim num restaurante de luxo, mas depois de todos os custosos mimos que recebera no salão de beleza qualquer outro lugar
seria impensável. Foi um almoço tardio, por causa das atribulações da manha. Gostei muito do meu cabelo. De fato, ele adquirira mesmo movimento, e a cor era algo
que eu nunca conseguiria sozinha. Não era exatamente natural, nem apagada, mas também não era berrante.
Eu ficara com aspecto de mulher cara. E estava gostando.
Fomos a loja da Meg, para ver como ia a Caca ao Grande Vestido. Ela estava toda animada e sorridente.
-Acabo de deixar recado na sua secretaria porque ele acabou de chegar e é maravilhoso! Um tipo de justiça cósmica Maralys, e absolutamente perfeito para você! Mais
ninguém poderia vesti-lo como você e veja só a cor! Seu cabelo vai combinar perfeitamente agora. Eu estava um pouco preocupada porque o vestido tem um que diferente
e poderia não dar certo, mas vejo que tudo vai se encaixar.
Beverly ficou alarmada com a enxurrada de palavras.
-Ela respira pelos poros-expliquei, quando minha amiga foi para os fundos da loja.-Meg sempre foi assim. Você vai se acostumar.
Beverly começou a assentir, então pareceu que os olhos dela iam saltar das órbitas. Eu me virei e não contive uma exclamação extasiada.
-E fantástico!
Aproximei-me do vestido, maravilhada com os detalhes. Era flamenco, provavelmente verdadeiro, a julgar pelos babados e franzidos. Tinha literalmente os tons das
chamas e grandes chances de ter sido usado em um palco por uma dançarina andaluz, com castanholas e tudo. Não havia outro motivo para ser cor de laranja, vermelho
e rosa quente.
Era difícil fixar o olhar nele.
Foi ve-lo e ficar enfeitiçada. Eu queria aquele vestido.
-Experimente, experimente. Espero que sirva Maralys porque só fiquei com ele por sua causa. Era de uma dançarina que faleceu e a filha o trouxe; seu valor sentimental
e tão alto que ela pede uma fortuna por ele mas olhe os detalhes e forrado as costuras tem acabamento francês e veja só como e feita a bainha...
Eu estava tirando as roupas ali mesmo no meio da loja, o que não era tão escandaloso quanto pode parecer. Havia tanta roupa, tantas araras repletas na sala enorme,
que era difícil ver qualquer coisa a dois metros de distancia, quanto mais passando pela rua. Em meu corpo não havia nada que não tivesse nos corpos de Beverly e
Meg, e eu queria experimentar o vestido imediatamente.
Ficou largo no peito, mas Meg começou a trabalhar com alfinetes antes de eu tocar no assunto. Ela disse que não seria difícil ajustar. O comprimento não tinha problema,
como costuma acontecer com vestidos com cauda. A cauda era mais curta em mim do que na dona original, mas quem ia saber?

Simulei um passo de dança flamenca e adorei a sensação que o vestido provocava. Era pesado nas costas, o que me forçava a mover os quadris de forma muito sedutora,
mas tinha um talho na frente que chegava ate os joelhos. Nas costas, o decote quase alcançava as nádegas, e o pouco que havia de corpete se colava as minhas curvas.
Meg o faria servir como uma segunda pele.
Era glamour, escrito em letras maiúsculas.
Mas Beverly estava com ar duvidoso.
-Onde você vai usar um vestido desses?
-Numa festa na minha casa. Você tem que ir!
Contei-lhe a versão resumida da saga do Neil, do dinheiro que sumira e da minha luta resultante com a Receita Federal.
Os olhos dela se estreitaram, examinando o vestido. Deu uma volta ao meu redor, pensativa.
-Ele fica bem em você. Mas precisa de algum tipo de suporte, e sutiã não serve.
-Que tal aquelas coisas que grudam na pele?-sugeriu Meg.
-Mas não vou ficar solta.-Ergui os braços acima da cabeça e sacudi o corpo, fazendo os seios balançarem.
Beverly me olhou com seriedade.
-Pensei que quisesse meus conselhos.
-Quero, sim.
-Vagabundas ficam soltas; garotas de dezesseis anos ficam soltas. Você não e nenhuma das duas e não deve mostrar os mamilos, o que, nesse vestido, significa usar
algum suporte. E também não vai tocar castanholas.
Fiquei irritada ao ver que ela parecia ter lido meus pensamentos. Eu estava mesmo imaginando que castanholas seriam uma boa surpresa.
-Se soubesse que você ia ser uma estraga-prazeres...
-Sem jóias. Elas servem apenas para poluir o visual.
-Pensei que algo dourado...
-Não. Simplicidade e o segredo com um vestido desses. -Beverly fez biquinho com os lábios.-Os sapatos e que irão valorizar ou destruir o conjunto-concluiu.-Precisam
ser da altura ideal e no tom perfeito de vermelho. Quando vai ser a festa?
-Sexta-feira que vem.
-Então não temos muito tempo. Precisamos comprar sapatos, e tem de ser ja.
Sorri, alegre.
-Agora estamos falando a mesma língua.
Eram seis da tarde quando Beverly me deixou em frente ao loft. Tínhamos encontrado os sapatos certos, depois de procurar muito, e eles estavam na estante de descontos.
Meg nos dera um pedaço de tecido do corpete, onde teria de cortar para reduzi-lo. Quando terminamos, descobri que sentia um novo e saudável respeito pelas habilidades
de Beverly em fazer compras.
Ao descer do carro, eu carregava varias sacolas.
Já havia decidido apresenta-la a Krystal, apesar do risco das duas mudarem o mundo para sempre se fossem fazer compras juntas.
-Não sei como agradecer, Beverly. Não esperava que me ajudasse tanto.
-Você precisava-disse ela de modo obliquo.
E nos duas rimos.

-Você vem na sexta?
-Adoraria. Vai ser aqui?
Olhei para o belo interior de couro do carro dela e assenti. -Acho melhor você vir de táxi.
-E o que vou fazer.
-E traga um amigo, se quiser. Ha muito espaço.
Ela ficou seria e suspirou.
-Acho que não ha muita chance disso acontecer, Maralys.
-Então quem sabe você pode conhecer alguém aqui.
Ela sorriu.
-Duvido que haja algum homem mais velho entre seus
-Você pode se surpreender.
Ela me olhou por um instante.
-Sim, pode ser. Você e uma mulher cheia de surpresas. Obrigada, Maralys.
-De que?
-Por um dia tão ocupado e interessante que me esqueci por completo da necessidade de um pouco de encorajamento no meio da tarde.
Ela ficou tão triste que estendi a mão e toquei seu braço.
-Como vai à coisa?
-Ah, e terrível. Sento lá com estranhos, e eles esperam que eu confesse todos os meus segredos e anseios.-Um estremecimento percorreu-lhe o corpo.-Fui ensinada desde
pequena a guardar meus pensamentos e emoções comigo mesma. Considero desagradável saber tudo o que sei daquelas pessoas. Ha gente que conheci durante décadas sem
saber um décimo do que fiquei sabendo sobre aquelas almas problemáticas em menos de três meses.
-E tem ajudado?
-Não sei.-Ela pareceu se impacientar por pensar naquilo.-Acho que estão certos quando dizem que não se pode resolver o problema que não encaramos. Estão certos em
dizer que e preciso compreender por que bebemos para pararmos de beber. E sabem que nada disso e fácil.
-Talvez alguma espécie de aconselhamento particular ajude mais.
-Oh, talvez. Não estou certa de que seria eficiente. Não posso deixar de pensar que parte do meu problema e justamente a teimosia em manter minhas historias sórdidas
comigo mesma e apresentar uma cara boa ao mundo. E essa e uma parte que precisa de atenção. Encara-la exigiria que eu assumisse uma espécie de honestidade que não
e fácil, nem bonita, nem totalmente bem-vinda. Mas, no entanto, acho que e saudável. -Beverly fez um gesto desamparado e sorriu. - Pelo menos nos bons momentos.
-E nos ruins?
-Fico pensando por que estou me dando tanto trabalho. O problema, claro, e que sempre bebi quando me sentia isolada ou solitária. Hoje, em pleno meio do divorcio,
minha vida transcorre quase totalmente nesse estado.
-Você sente falta do Robert?
Fiz a pergunta com ar de quem não acreditava que aquilo fosse possível, e ela deve ter notado, porque sorriu.
-Sinto falta de barulho de gente ao meu redor. Sinto falta de saber que posso descer do meu quarto e falar com alguém, apesar de nunca ter feito isso. Os condomínios
modernos, mesmo sendo uma boa solução, são muito frios...- Ela suspirou.-Sinto falta dos hábitos do Robert. Faz muito tempo que deixei de ama-lo, mas ele me era
familiar, e ha conforto na familiaridade. Na minha idade, e assustador enfrentar o mundo sozinha, em especial porque o mundo se tornou obcecado pela juventude e
pela saúde.-Beverly brincou com o cambio do carro.-Não tenho mais juventude e, se Robert conseguir o que quer, logo não terei saúde.
-Pensei que ele quisesse o divorcio.
-Ah, ele quer, sim. Também quer o dinheiro. -Ela meneou a cabeça.-E muito feio, Maralys, e não vale a pena falar a respeito. Em resumo, o orgulho de Robert esta
em questão, e ele se determinou a não vende-lo barato, sem se importar com quanto vai me custar.-Ergueu os olhos para mim.- Ele se aposentou como juiz, você sabe.
-Não, eu não sabia.
-E astuto o bastante para saber o que vai acontecer. E um grande tático.
-Não entendo.
-Robert é o que se costuma chamar de juiz duro e o apoio dele vem da direita conservadora. Aquelas pessoas não sentirão pena dele por ter sido enganado ou por estar
se divorciando quando forem votar. Então, Robert preferiu se aposentar a ter que enfrenta-las, apesar da explicação oficial ser que precisa reconstruir a Coxwell
& Coxwell apos a saída de James.
De repente, ela se mostrou tão cansada e abatida que me senti uma idiota por não a ter convidado para subir.
-Quer subir para tomar um chá?
A pergunta restaurou sua mascara graciosa, e ela sorriu.
-Não, obrigada, Maralys. Talvez nos vejamos na sexta. Se não se importa, posso lhe telefonar nas tardes em que me sentir fraca?
-Sempre que quiser e vou gostar que o faça.
Sorrimos uma para a outra. Ela ficou seria e murmurou:
-Um dia de cada vez...-Sorriu de novo.-Obrigada por esse dia tão gostoso. Agora, por favor, não se esqueça: nada de castanholas.
Deu-me uma piscada quando saído carro.
-E que tal cambalos de dedo? Dançarinas do ventre usam uns muito bonitinhos.
Ela riu abertamente, acenou, acelerou o Jaguar e foi embora. Fiquei na calcada olhando o carro se distanciar e sentindo profunda empatia por ela. Eu poderia ter
me tornado alguém como Beverly Coxwell se meus escudos não estivessem tão bem presos no lugar que seria preciso uma explosão nuclear para baixa-los.
Beverly ia ter uma surpresa. Tenho algumas armas poderosas a minha disposição. Quer James e eu consigamos ou não ajeitar nossas vidas, decidi estender a mão para
Beverly, mesmo que ela mordesse meus dedos de vez em quando.
Calculei que eu era a única pessoa com credenciais para compreende-la.
Consegui agüentar ate as nove e trinta e dois da manha da segunda-feira, antes de ligar para James em seu novo emprego. A recepcionista se divertiu um pouco procurando-o,
já que era o primeiro dia dele e ainda não devia estar na lista. Esperei batendo o pé.
-James Coxwell.-O tom ríspido quase me fez pular, mesmo sabendo que ele ia atender.
-Oi, marinheiro. Pensei em lhe dar os parabéns pelo novo emprego.
-Maralys!
Na maneira como ele disse meu nome havia calor e prazer suficientes para apaziguar minha ansiedade. Não o deixei continuar e fui logo falando.
-Olhe, eu queria lhe dizer uma coisa. Sei que você vai tomar as melhores decisões, mas precisa saber de todos os fatos.
-Tais como?
-Amo você!-confessei com ímpeto, sem querer que coisa alguma me distraísse do que tinha a dizer. -Amo você mais do que jamais pensei que pudesse amar alguém, o que
e muito assustador. Eu sempre soube que não e fácil.
-Maralys...
-Confio em você, James. Deve se lembrar de que sou péssima em confiar nos outros, e por isso acho que entende o que isso significa.
Ele riu.
-Obrigado, Maralys. O que acaba de dizer e muito importante para mim.
Fiquei meio decepcionada por ele não dizer a mesma coisa, apesar de estar no trabalho.
-Bem, essa e a idéia-acrescentei.-Não saio por a me apaixonando por todo mundo, você sabe.
-Sorte minha.
Ficamos calados. Dava para ouvir a respiração dele e meu coração batendo a toda. Tudo estava indo maravilhosamente bem...
-Vejo você na sexta? Vou dar uma festa e pensei que talvez quisesse vir.
-Não vou perder essa festa por nada! Estaremos todos ai, Maralys.
Aquilo era mais do que eu precisava saber. Naquele momento, alguém falou com James, ele me pediu licença e nos despedimos. Creio que a interrupção foi boa para nos
dois, mas fiquei parada, segurando o telefone, insatisfeita com o resultado da minha ousada excursão a terra das doces confissões.
Que maravilha!
Olha, mãe, estou ficando mais forte a cada minuto.


Bem, voce sabe que eu poderia ter me aproximado do James e aberto a forca espaço na vida dele para mim. Pensei nisso mil vezes naquela semana. Poderia ter assumido
o controle da situação e feito com que ela fosse na direção que eu queria.
Mas, veja, esse e o ponto. Eu precisava confiar nele ou perder tudo, mesmo que confiar viesse a significar perder tudo.
Fui falar com meu cliente, peguei o cheque e corri para o banco, como se ele pudesse derreter na minha mão se o segurasse por tempo demais. Em seguida, fiz uma visita
ao amistoso funcionário da Receita Federal, que e mesmo uma pessoa muito razoável, e paguei a ultima prestação da divida.
Assim, tive uma sensação muito boa. O sr. Morelli imprimiu meu recibo e sorriu ao entrega-lo, deslizando-o pelo topo da mesa entre os retratos da família Morelli.
-Deve estar orgulhosa, srta. O'Reilly. Não são muitos que conseguem ir ate o fim. Seu feito e impressionante.
-Obrigada. Sabe, vou dar uma festa na sexta para celebrar. Voce devia ir.
- Ah, não. Esse e um momento só seu, particular.
-Não seria se voce não tivesse me ajudado parcelando o pagamento. Voce tem que ir. Leve a sra. Morelli e seus filhos, por favor.
Ele me olhou por alguns instantes e sorriu. Era evidente que se orgulhava dos filhos, e achei que o fato de convidá-los faria com que aceitasse o convite.
-Esta bem. Vou dar um jeito para pelo menos dar uma passada lá. Obrigado.
E sai do prédio da Receita Federal pela ultima vez, com a cabeça erguida.


Estava vestida, mas ainda não terminara de ajeitar a bola de espelhos quando ouvi a campainha do elevador lá embaixo. Achei que era o pessoal da comida novamente,
e, para dizer a verdade, não estava lá de muito bom humor. Decidira me divertir na festa ou morrer tentando, no entanto começava a pensar que a segunda opção era
a mais provável. A campainha tocou outras duas vezes enquanto eu descia da escadinha mal me equilibrando nos saltos altos.
-O que foi?-gritei lá de cima.-Ainda não descobriu como o elevador funciona?
-Não e fácil, já que nunca estive aqui.
Era minha irmã.
Márcia chegou no elevador, cheia de pose, mas fiquei feliz por ver que estava sozinha. Vestia jeans e um blazer Lauren, que não se podia dizer que fosse roupa para
festa, mas era muito elegante.
-Voce chegou cedo demais-comentei, voltando a cuidar da minha bola de espelhos.-Volte daqui a uma hora.
-Queria chegar cedo mesmo. Preciso falar com voce a s6s.
Virei-me para olhá-la.
-Isso e piada, não e?
Márcia balançou a cabeça.
-Não, não é.
-Veio se regozijar?
Ela sorriu.
-Não. Voce e quem devia se regozijar. Sua casa e incrível!
Saiu andando pela minha caverna, sem tocar nada, mas devorando tudo com seu olhar ganancioso.
-Nunca pensei que meu loft pudesse fazer seu estilo.
A cerca de vinte passos de distancia, Márcia me fitou e quase sorriu. Era como se eu estivesse me olhando num espelho. Bem, quase. Daquela vez eu estava com O Vestido
Fabuloso. E um corte de cabelo melhor.
-Talvez seja esse o problema.-Foi a resposta enigmática. Ela abriu a bolsa e tirou um maço de cigarros.-Incomodo se fumar?
-Na realidade, sim.
-Voce vai superar isso.
Minha irmã acendeu o cigarro, e seu sorriso se alargou diante do meu choque por ver minha vontade desrespeitada. Soprou a fumaça para o teto.
-Não e seu estilo ser tão rude
Márcia estava hostil.
-Voce quer dizer que meu estilo e me curvar diante das expectativas de todo mundo e aceita-las.
-Não sei do que esta falando.
-Não? Olhe-se, pelo menos! Voce faz o que quer, diz o que bem entende, vive do modo que gosta, e ninguém ousa questionar o que faz. Ninguém cria expectativas a partir
de voce...

- observei, cautelosa.
-Isso mesmo! Todo mundo assumiu que eu ia morrer e ser enterrada na vala comum ou apodrecer na cadeia antes de chegar aos vinte anos de idade.
Ela apontou para mim com o cigarro.
-Errado. Eles sabiam que se a desafiassem voce arranharia a cara deles. Mamãe e papai a respeitavam. Acho que ate tinham um pouco de medo de voce, mas de mim...-Márcia
soprou a fumaça outra vez, e, quando voltou a falar, sua voz soou amarga.-Fui destinada a realizar cada um dos sonhos deles.
Pisquei sem dizer nada. Nunca tinha visto a situação por aquele prisma.
Márcia suspirou.
-Voce sempre fugiu por baixo da cerca, Maralys. Nunca descobri como fazia, mas tinha muita inveja. -Deu uma longa tragada e me olhou feio, com a fumaça envolvendo
seu rosto. -Odiei voce durante anos. Porra, eu a odiava de verdade.
Aproximei-me e roubei um cigarro do mac,o dela.
-Voce já tinha dito essa palavra antes?
-Não...-Márcia encostou seu cigarro no meu para acende-lo e demos uma boa tragada.-Quero dizer, nunca tinha dito "porra".
Olhamos uma para a outra e começamos a rir.
-Vou ligar para o papai e ele vai lavar sua boca com sabão-provoquei, mas Márcia fez que não com a cabeça.
-Não, não vai. Voce nunca entregou ninguém. Voce nunca fez o que se esperava que fizesse. Voce apenas desafiava a todos, e eles lavaram as mãos, afastando-se de
voce.
-Ninguém forçou voce a ser a mocinha boa.
-Mas depois que comecei não havia como parar. Todo e qualquer elogio, toda afeição que me davam se baseava no fato de eu ser uma boa menina. Eu sempre tinha que
fazer a coisa certa. Não podia desapontar ninguém. Que tipo de vida era aquela? Eu vivia mantendo meus sapatos limpos, só entrava nas brincadeiras aprovadas por
papai e mamãe, era a garotinha bonitinha, enquanto voce... Voce corria pela lama com os meninos e se divertia o tempo todo. Sabe? Voce teve sorte por eu não a ter
matado enquanto dormia.
-E isso que as moças boas fazem?
-Não. Mas eu não tinha idéia de como agir de outro modo sem ser pega. Voce sempre foi à gêmea de mente diabólica.
-Ei, calma aí! Foi voce que escolheu aquele cor-de-rosa para o nosso quarto. Preciso de terapia pelo resto da vida por causa daquela cor!
Rimos. Então fiquei seria e a fitei.
-Foi isso que a fez ir embora? Voce quis fazer um test-drive de garota ma?
Naquele momento, não perguntei por que ela havia voltado. Deixei para mais tarde.
-Não.
Márcia também ficou seria e olhou ao redor, procurando onde apagar o cigarro.
-Na pia-sugeri.
Ela examinou a área da cozinha com ar maravilhado.
-Tudo aqui e tão legal! E a sua cara!
Aquelas palavras seriam uma espécie de aviso? Quem poderia dizer?
-Obrigada.-Dei outra tragada profunda e esperei.

-Voce sabe-começou minha irmã-, o problema quando a gente vai ao encontro das expectativas dos outros e que se acostuma tanto a realizá-las que esquece de pensar
por si mesma. A ordem era cursarmos a faculdade, mas não aprender nada; agarrar um homem, casar e fazer bebes. -Ela me olhou com ar cansado.-Fique sabendo que depois
de todos aqueles anos de infância e adolescência bancando a boazinha fiquei furiosa ao descobrir que aquele bonitão só estava atrás de mim porque pensava que eu
fosse voce.
Foi a minha vez de apagar o cigarro. Não ia facilitar a situação para ela.
-Acho que já descobriu que menti para James, Maralys. E por que não mentiria? No inicio, era apenas uma piada da minha parte, um jeito de provoca-la.
-A fotografia também?
Ela abaixou a cabeça.
-Aquilo, sim, foi muita maldade. Mas adorei, sabe? Adorei quando vi quanto a magoava.-Márcia desviou os olhos.-Aquela altura, eu não sabia que voce tinha dormido
com ele, Maralys. Pensava que só tinham saído uma vez.
Achei melhor não contar os detalhes: a) sim, havíamos "saído" apenas uma vez; b) eu tinha ficado grávida. Ha momentos em que e melhor não dizer certas coisas.
-E, na realidade, eu gostava um pouco do James. Mas do que eu realmente gostava era dele ser tão desejável, tão bonito e vir de uma família tão boa. Alem de que
tinha um futuro muito promissor. Vibrei porque mamãe e papai o adoraram. Amei ele estar tão determinado a se casar comigo.
-Voce o amava?
-Não. Mas pensei que ele me amasse, e que isso bastaria. -Ela sacudiu os ombros e riu de suas certezas juvenis. - Claro que apreciei as vantagens de me casar com
ele. Alem de tudo, era o que se esperava que uma boa moca fizesse: terminada a faculdade, casamento. Eu estava realizando as expectativas. Sentia-me nas nuvens por
ele ser tão atraente, se quer saber.
Ah... Sim, eu sabia o que viria depois.
Peguei outro cigarro e o acendi. Márcia fez o mesmo e ficou me olhando, me examinando.
-Ele me contou sobre a pinta-admiti.
-E. Aquilo foi um amargo despertar. James ainda era louco por voce. Engraçado... Sabe que me senti enganada? Menti, menti e menti porque pensei que merecesse aquilo.
E tinha medo de larga-lo, não tanto por nossos pais se zangarem comigo, mas principalmente porque voce poderia ficar com ele.
-Isso não ia acontecer.
-Não. Voce se escondeu, foi embora e, quando voltou, brigou com ele. Ai fiquei procurando o que havia de errado em James. Todos esperavam que tivéssemos filhos,
então eu tinha que ter filhos. Como se isso fosse ajeitar tudo!-Márcia riu e balançou a cabeça, soprando a fumaça.-Maralys, passei a vida inteira sendo tão massacrada
que mal consigo acreditar.
-E o que mudou?
-Muito obrigada!
Aquilo foi dito em tom de brincadeira, e rimos. Sim, lá no fundo ainda éramos irmãs. Era só nos espetar bem forte com uma vara e admitiríamos esse fato.

Ela bateu a cinza na pia.
-Conheci um rapaz no ano passado. Sabia que ele s6 tinha papo, mas sua conversa era toda para mim. E entrei na dele. Estava tão por baixo que me convenci de que,
por mais errado que agisse, não poderia piorar a situação. E, voce sabe, eu queria fazer alguma coisa errada, para variar. Estava determinada a ser a menina ma.
Precisava descobrir o que queria em vez de aceitar o que todos diziam que era certo eu querer. Então dormi com ele e pedi o divorcio. James não concordou e tentei
forca-lo.
-Gastando tanto dinheiro quanto pudesse.
-Sim.-Ela deu outra tragada.-Ai, fugi com meu amante para o Novo México.
-Onde ele esta? Qual e o nome dele?
- Não importa. Logo depois que chegamos lá, percebi que não era aquele homem que eu queria, mas a fuga. Era a chance de ser ma.
-Acredite em mim-falei com sabedoria de e uma atitude supervalorizada.
-, ser rebelde.
-Mas eu precisava cometer um erro, Maralys. Olhe para mim! Tenho trinta e oito anos e nenhuma idéia do que quero da vida. Vivi ate agora como um robô, sempre fazendo
o que supostamente deveria fazer, sem questionar. Sem jamais insistir no que queria. A verdade e que nem eu mesma sei o que quero!-Minha irmã se calou por um instante
e me olhou.- Preciso descobrir o que quero, Maralys.
-E onde sua família fica nisso?
Marcia sorriu.
-James fica mais ou menos onde estava quando tudo começou. E meus filhos... Bem, eles são grandes o bastante para não precisarem de mim por perto o tempo todo. Talvez
seja melhor para eles se eu for feliz em vez de mãe e dona de casa deprimida.
-Quando Jimmy e Johnny nasceram, voce queria ficar em casa com eles?
-Oh, sim! Eu fazia questão de seguir o esquema clássico. E não queria trabalhar: preferia ter tudo do jeito mais fácil. Foi uma pena ter levado tanto tempo para
engravidar. Mas acho que fazer aquilo raramente com o marido tem alguma relação com o não aparecimento de filhos, pelo que ouvi dizer...
Márcia suspirou. - Eu queria o que a mamãe sempre nos disse que deveríamos querer. Queria não ter que trabalhar duro como ela trabalhava e queria marido, casa e
filhos, porque ela me disse que era o que mais queria para mim.
Olhamos uma para a outra por longo momento. De repente, tive certeza de que precisava saber.
-Voce sonha com ela?
-O tempo todo. -Minha irmã engoliu em seco.- Mamãe na nossa cozinha, lavando pratos e fazendo limpeza. Esta com uma roupa que parece dos anos cinqüenta, vermelha
e branca; usa ate aquelas luvas curtas, brancas com lacinhos vermelhos, e chapéu com uma espécie de véu tipo rede fininha. E a roupa de ir a igreja e não deveria
estar trabalhando em casa com ela. A cozinha esta literalmente brilhando. Tive esse sonho varias vezes. E sempre o mesmo.
Márcia me olhou com frieza, como se esperasse um desafio da minha parte. Como nada aconteceu, prosseguiu:
Então, no verão passado, o final do sonho mudou. Mamãe abriu a janela acima da pia, olhou para trás e piscou para mim, apesar de eu achar que não estava mesmo lá.
Ergueu os braços e saiu voando pela janela. Corri para olhar, mas havia apenas um pássaro voando cada vez mais para o alto, ate desaparecer no céu. Ela suspirou.
-Foi quando soube que tinha de ir embora. E foi o que fiz.
Minha irmã pigarreou e foi pegar outro cigarro.
-Estou fazendo um curso de interpretação de sonhos em Santa Fé e...
Ergui a mão.
- Não me diga! Gosto da interpretação que fiz do seu sonho.
-E voce, sonha com a mamãe? Sorri.
-Sim. Ela chuta meu traseiro num labirinto.
-O que?
-Não importa. Mamãe estava certa. Sabia o que era melhor para mim, assim como no seu sonho ela demonstrou o que era melhor para voce. O que vai fazer agora?
Márcia deu uma tragada profunda.
-Bem, James e eu já nos entendemos. Ele vai ficar com a cust6dia, mas posso visitar Jimmy e Johnny quando quiser. Conseguimos acertar tudo de modo bem amigável.
Não vou ficar com muito dinheiro, mas acho que vivi a custa dele por longo tempo. E minha a maior parte da culpa de James ter ficado quase sem um centavo. Minha
idéia e voltar para o Oeste. Gosto de lá. Tudo e novo, e as pessoas podem dar forma as pr6prias expectativas. Não sei o que vou fazer, mas acabarei descobrindo o
que realmente quero.
Concordei com um aceno de cabeça. Compreendera por fim o que levara minha irmã a tomar aquelas decisões.
-Sinto muito, Maralys-ela disse suavemente.-Sinto de verdade.
-Esta tudo bem.-Forcei um sorriso.
O sorriso dela foi igualmente incerto.
-Estou assustada, Maralys. As vezes acho que estou velha demais para recomeçar.
-A gente nunca fica velha demais para ir atrás do que quer.-E fiz outra daquelas ofertas impulsivas que me empurravam cada vez mais para o fundo da rede.-Pode me
ligar quando tiver que desabafar ou organizar as idéias.
Márcia jogou fora o cigarro e se aproximou.
-Não espero que me perdoe, Maralys, mas gostaria de tentarmos ser irmãs como as outras são.
-Eu também gostaria...
Voce sabe, tínhamos que nos abraçar. E o único modo de encerrar uma cena como aquela. Apesar de que, na realidade, a cena terminou com o pessoal da comida gritando
lá embaixo, pedindo o elevador, Lydia subindo com eles e a bola de espelhos finalmente começando a girar.
Quando olhei ao redor, cinco minutos depois, Márcia tinha ido embora.
A pergunta era: "Onde James esta?".
Minha vontade era morde-lo-de raiva, de verdade-, porque, alem do fato de não ter telefonado, mesmo sabendo que Márcia não ia voltar para casa, onde ele estaria
naquela noite? Meus convidados foram chegando; todas as Ariadnes, conhecidos da área do trabalho, os Morelli, meus vizinhos e alguns artistas que Antonia devia ter
encontrado embaixo de uma pedra, a julgar pela aparência deles.
Tudo bem. Deixe sua contribuição no bar e vamos dançar.
A festa ficou animada, e eu, feliz por ter assoalho industrial. A bola de espelhos dava a impressão de que nevava, a bebida fluía, e os táxis começavam a fazer fila
lá fora. Nada como algumas dicas quentes para a central telefônica da companhia de táxis para fazer com que sentissem o cheiro de trabalho. O pessoal da comida havia
preparado um bufe incrível, incluindo sushi de primeira. Um amigo de Tracy bancava o DJ, a musica era boa e não faltava espaço para dançar.
Mas não havia o menor sinal do convidado que eu mais queria ver. Confiava nele, lembrei a mim mesma, e fui resolver uma disputa pelo espaço na geladeira entre o
rapaz do bar e a moca da comida.
Senti dedos quentes nas minhas costas e soube, simplesmente soube, quem estava ali.
-Quer dançar?-murmurou James ao meu ouvido.
Olhei para trás e fingi não reconhece-lo. Também fingi não estar nas nuvens com sua chegada.
- Eu o conheço? Você me parece vagamente familiar. Ele sorriu. -O homem desaparecido, a seu dispor. Bati com o dedo esticado no ombro dele. Era duro como pedra.
-Você e real ou uma ilusão?
-Venha dançar e descubra.
-Pode ser que sim, pode ser que não. Convença-me.
Ele espalmou a mão no peito quando a musica animada mudou para outra, romântica.
-Você esta partindo meu coração. Alem de pagar ao DJ para por essa musica, eu lhe trouxe um presente.
-Oh, ha presentes envolvidos?-Mostrei-me animada.-Por que não disse antes?
James riu, sem se deixar enganar nem por um segundo, e foi maravilhoso dançar com ele. Estava de smoking sob medida. Não havia o menor defeito na sua atraente aparência.
Humm. E o perfume daquela colônia também tinha vindo a minha festa. Inspirei o ar profundamente para saborea-lo e cheguei mais perto. Os pequenos adultos corriam
por ali, interessados na festa, nas pessoas, na comida... E principalmente no hardware. Isso não me incomodou, o que era estranho. Bem, na verdade, os garotos eram
bem-comportados.
-Sem perguntas?-Os lábios de James mal tocavam minha orelha.-Estou surpreso.
-Confio em você, Coxwell, e isso esta quase me matando. Não abuse da sorte.
-Então esta na hora do presente. Procure nos meus bolsos.
Dei uma olhada em seu rosto, mas não vi o menor indicio. Mantive no lugar a mão que estava num ombro dele, que continuou a me conduzir, e com a outra comecei a tatear
os bolsos. Um deles emitiu aquele barulhinho de papel amassado e enfiei a mão. Era apenas um papel dobrado.
Só para você saber, fiquei desapontada.
-E esse o meu presente?
-Não. E o resultado do primeiro arrazoado da defesa no caso da mulher desaparecida: O'Reilly versus Coxwell.
Ri e desdobrei o papel. Era um documento oficial.
-E o seu divorcio!-Ergui os olhos, surpresa.-Como conseguiu? O meu levou um ano para sair.
-Tenho alguns contatos... -James deu-me uma piscada. -Então era isso que o manteve tão ocupado...

Li o documento, emocionada e quase incrédula, ao mesmo tempo em que fazia contas.
-Eu queria começar do zero, Maralys. Já perdemos muito tempo por causa das nossas confusões. Agora temos que recuperar.
Era uma perspectiva animadora. Sorri e não escondi o que sentia, para ele saber quanto aquilo significava para mim.
-Obrigada.
James também sorriu, e seu polegar deslizou pelas minhas costas descobertas, ate bem abaixo da cintura.
-Sei que, lá no fundo, você e uma mulher a moda antiga, Maralys. Essa e outra coisa que temos em comum. Eu tinha que desatar todos os nos para deixar a situação
bem clara.
Senti calor no rosto.
-Obrigada.
Ele estalou a mão e balançou a cabeça.
-Esse papel não e o seu presente, porque não vai ficar com ele. Dobre-o e o coloque onde estava.-Fiz o que ele mandou e só então reparei no seu olhar zombeteiro.-Agora,
procure nos bolsos que faltam.
Procurei num dos bolsos de fora do paletó e não achei nada. James riu, divertido. Continuávamos dançando. Enfiei a mão num bolso interno.
-Vão pensar que estou dando um amasso em você...
-Que pensem o que quiserem.
Meus dedos encontraram uma caixinha, então ergui os olhos para ele.
Sem discussão, aquele sorriso de James era o do gato de Cheshire.
-Por que tanta demora?-ele provocou.
Peguei a caixa e vi que se parecia muito com aquelas caixinhas antigas para anéis.
-Pensei que fosse curiosa-sussurrou James quando me viu hesitante.
Não tive coragem de lhe contar que estava torcendo para que não fosse um diamante. Eu teria que gostar dele só porque era presente de James. Mas odeio diamantes.
São pálidos, frios e, sim, muito prosaicos.
Abri a tampa, vi que me enganara e fiquei feliz. Aninhado no veludo gasto havia um anel de ouro, bem largo e grosso. Um belo pedaço de ouro todo gravado num padrão
tridimensional, que mostrava dois leões de frente um para o outro. Havia um rubi vermelho-escuro entre eles; uma grande pedra polida, mas não facetada, que devia
ter custado uma fortuna.
A cor da pedra me deixou incerta sobre a intenção. Ergui os olhos, e James chegou mais perto.
-Gostou?-Ele estava ansioso como eu nunca vira.
-E lindo. E deve ser antigo.
-Era da minha avó. Da mãe da minha mãe. Ela o usava o tempo todo, e eu adorava esse anel quando era criança. E uma peca bizantina, mas foi reformada tantas vezes
ao longo dos séculos que mais ninguém sabe como era a forma original. Viviam brigando comigo por querer brincar com ele a luz do sol.
Sorri.
-Uma vez clássico inferior, sempre clássico inferior.
Ele assentiu, também sorrindo.
-Acho que isso esta no sangue... Tecnicamente, e uma jóia de adorno, mas quando minha mãe quis que eu ficasse com ele pensei que poderia ser outra coisa...
James pegou minha mão esquerda e me olhou com expressão inquisitiva. Era uma grande novidade para mim vê-lo em duvida.
-Pensei que esse anel ficaria muito bem aqui-continuou, tocando de leve meu dedo anular.-Você tem mãos elegantes, Maralys, e o estilo pessoal perfeito para usar
uma peca como essa.
Fitei-o sem disfarçar minha confusão.
-Esta me dando esse anel como demonstração de joalheria antiga?
James sorriu e fez que não com a cabeça.
-Quer se casar comigo, Maralys?
Fiquei sem ar.
-Depende de por que esta me fazendo esse pedido.
-Já disse. Amo você.
-Apesar da coisa horrível que eu lhe disse?
-Você disse que tem medo e por que. Se o amor morresse quando surgem os problemas, não ia servir para muita coisa, não e?
Fiquei feliz com o que James acabava de dizer.
-Amo você, Maralys, e não pretendo deixar de amar... -A voz dele abaixou e se tornou rouca. -Case-se comigo.
Fiz que sim com a cabeça e estendi a mão. Ele deslizou o anel no meu dedo-ficou lindo!-e puxou-me para si. Acariciei-lhe o queixo e fitei aqueles amorosos olhos
azuis.
-Porque também amo você, com ou sem essa imensa pedra bizantina. Amo você, James, e também não pretendo deixar de amar.
-Para mim e o bastante.
James me beijou do modo mais profundo e completo.
Uma vaia estrondosa me fez perceber que não só a musica havia silenciado, mas também que todos, absolutamente todos, estavam olhando e vaiando.
-Seus bobocas!-gritei, e todos caíram na risada.
Todos, inclusive amigos e família. Segurei a mão de James com forca enquanto meus convidados desfilavam diante de nos dando-nos parabéns.
Então eu soube, do fundo do coração, que havia feito a coisa certa.
Aquilo era algo muito bom.
E eu ganhara o anel de latão-desculpe, de ouro-como prova.


Assunto: código de erro

Querida Tia Mary:

O que quer dizer código de erro 403?

Perdida no mundo da World Wide Web


Assunto: re: código de erro

Querida Perdida:

403 significa acesso proibido ao site, porque já ha usuários demais conectados a ele. Quer dizer, a linha esta ocupada. Vá navegar pela net e volte mais tarde.

Ou, se a principio não conseguir, tente de novo. :-)

Tia Mary

Esta em duvida? Confusa? Pergunte a Tia Mary! Seu único recurso para netiqueta e aconselhamento:

http//:www. pergunte-a-tia-mary.com


Depois disso, formou-se uma grande confusão, e não vou mentir dizendo que foi tudo uma maravilha. Abri mão de metade do loft, deixei apenas meu trabalho lá, e aluguei
a outra metade para Antonia. James, por sua vez, abriu mão da melhor parte do closet da suíte principal da casa. Às vezes, eu ia ao meu mundinho da Arte, mas pelo
menos não acordava todos os dias nele.
O verão foi como uma colcha de retalhos com as cores borradas: natação na terça, caratê na quarta, reuniões do AA de Beverly na quinta e o maldito futebol o tempo
todo. James era o técnico do time de Jimmy naquele ano, e eles chegaram a final.
Sim, e verdade. Graças a família misturada, tornei-me uma mamãe do futebol. Argh. Você tem de acreditar: fiz um discurso tão empolgante e forte na primeira reunião
de pais que as outras mães de futebol se viram obrigadas a melhorar seus conhecimentos do jogo. E coitado do juiz que fizesse marcação injusta contra um dos meus
meninos. Eles se encolhiam quando me viam chegando.
Insira uma risada diabólica aqui. Ahahah.
Durante os primeiros meses, e em certas ocasiões, tive que me refugiar no loft por algum tempo, só para recuperar o fôlego. Tanta intimidade e interdependência eram
demais para uma não iniciada. Havia dias, quando os meninos saiam para o mundo grande e mau, em que meu medo do que poderia acontecer com eles lá fora quase me fazia
cair de joelhos.
Nas vezes em que tive que passar algum tempo no loft, o mais encorajador foi que eles sabiam que eu ia voltar. Confiavam em mim, todos os três. Vá entender... E
esse foi o presente mais valioso que eu poderia ganhar. Não havia razão para me afligir, porque eu sabia que eles não morreriam de fome na minha ausência.
Por outro lado, havia a certeza de que eu tinha com o que contribuir. Afinal, era preciso ter uma voz feminina solitária bradando na selvageria infestada de testosterona
daquela casa. E grito que e uma beleza quando estou a serviço pelo bem do meu gênero.
E todas vocês estão em divida comigo. Oferendas e/ou pagamentos no altar de Maralys, por favor, e podem ser feitos na forma de sapatos tamanho 38. E nada daquelas
velharias detonadas!
Jimmy aos poucos foi perdendo a atitude negativa e ficou pronto para entrar naqueles temíveis anos da adolescência e desenvolver outro tipo de atitude negativa.
Descobriu as garotas. Calma, meu coração. Ensinei-lhe um pouco de programação informática e deixei que me ajudasse com o teste beta-ele adora alta tecnologia e precisa
do dinheiro para paga-la. Esta planejando fazer doutorado em física, a fim de se preparar para a carreira de astronauta.
Johnny começou a demonstrar interesse por animação. Krystal o viciou em desenhos animados japoneses, e Antonia às vezes o leva a shows. O danadinho também e um junkie
de hardware. Aqueles dedinhos ágeis são quase inacreditáveis. Deixo que ele troque meus drives e as placas de memória quando esse trabalho tem que ser feito.
James passou para o outro lado da sala do tribunal como um peixe indo para a água, mas deixou de ter horários absurdos. Claro, ha momentos em que precisa trabalhar
ate mais tarde, no entanto isso também acontece comigo. O truque e não deixar que aconteça ao mesmo tempo com os dois e procurar trabalhar em casa o Maximo possível.
Afinal, toda essa tecnologia que anda por ai tem que trazer algum beneficio ao nosso estilo de vida, não?
Fiz James adotar uma agenda eletrônica, cujos dados ate o mais ferrenho inimigo da informática consegue transferir do desktop para o palmtop. Uso o mesmo sistema
e escrevi para nossas agendas um código eficiente que atualiza as duas automaticamente, todas as vezes que nos conectamos a rede. Assim ficamos sincronizados. Que
os computadores façam o trabalho chato, e o que sempre digo.
Meu pai vive reclamando das injustiças, reais e imaginarias, grandes e pequenas. O quadril dele sarou, então de vez em quando mando que ele vá aterrorizar os vizinhos.
A sra. Carducci, da casa ao lado, não tem a menor idéia de como se cuida de dálias e, apesar disso, conseguiu sobreviver ate os oitenta e três anos cultivando dálias
incríveis; o fato e que tanto a boa senhora quanto as plantas não tem idéia de que ela não sabe nada de jardinagem. Meu pai também não sabe coisa nenhuma sobre dálias,
mas acredita que e seu dever instruí-la vez ou outra. Acho que a sra. Carducci concorda comigo.
Devo esclarecer que nosso jardim parece um terreno baldio. Talvez melhore no ano que vem.
Beverly vem jantar conosco de vez em quando. A batalha contra a bebida esta se tornando mais fácil com o passar do tempo. Ela se animou um bocado, porem ainda e
azeda o bastante para dar vontade de vomitar. Gosto dela. E gosto da irmã de James, Philippa, e do marido dela, Nick. Philippa me faz rir com suas piadas sobre gravidez.
Minha irmã mandou cartões-postais de locais estranhos e maravilhosos, em numero suficiente para cobrir a porta da geladeira, depois se instalou no Novo México, pouco
antes das festas de fim de ano. Trabalha como consultora de moda em uma grande loja de Scotsdale e se diverte um bocado dizendo aos clientes o que combina com o
que. Começou a praticar pára-quedismo, que os meninos acham legal.
James proibiu que eles fossem visitar a mãe durante algum tempo. Brinca com o fato dizendo que a proibição só vai durar ate Márcia recuperar a sanidade mental, mas
acho que os pára-quedas o deixam nervoso. Mas só os que não abrem, e claro.
Meu ritmo biológico se ajustou um pouco-apesar de eu saber que nunca serei uma pessoa matutina-e corro com James todos os dias. Trata-se de momentos preciosos para
nos, os únicos do dia em que estamos juntos e acordados. Às vezes, não falamos enquanto corremos; outras somos capazes de deixar as piores falastronas sem espaço
para dizer uma palavra.
Seguinte: preciso me dedicar a algo que se pareça com um emprego, das nove as cinco, ou pelo menos estar disponível ao trabalho durante esse período, já que minha
microempresa começou a decolar. Aquele cliente do ano passado gostou tanto do que fiz que me passou alguns contatos muito bons, e você sabe como essas coisas são.
Meu pai faz o café da manha enquanto corremos, e fico com ele durante parte da manha, quando os "homens" vão para o trabalho e para a escola. Depois passo à tarde
no loft cuidando do meu trabalho.
E, sim, o clã e capaz de se alimentar sozinho, se necessário. Milagres se tornam numerosos se você souber como provoca-los. Imagine, meus homens não vivem só de
pizza. Agradeço aos céus pela invenção do churrasco. E mais: os quatro conseguem fritar pedaços de carne, assar batatas no microondas e cozinhar alguns legumes.
O mais incrível e que nenhum deles acha que e a dona da casa que tem obrigação de manter as coisas funcionando. Ainda bem, porque meu trabalho vai cada vez melhor,
apesar da minha reputação de exigir a assinatura de contratos assustadores. Como James sempre mencionou "Você não tem que pertencer a nenhum gênero em especial para
cuidar das suas coisas ou ligar a maquina de lavar".
Da para não amar um homem como esse?
Às vezes, James vai me buscar no loft e jantamos fora; o mais comum e ele me pegar lá pelas nove, com o Dodge, que continua firme e forte-, outro milagre. Vai ver
que o chefão, lá em cima, nos incluiu na sua lista de VIPs, e os meninos no assento de trás, conversando animadíssimos sobre qualquer que tenha sido o esporte praticado
por eles naquela tarde.
Essa e a rotina da nossa vida. E boa, muito boa. Nunca imaginei que seres humanos pudessem ser tão felizes.
E foi assim que no cinzento fevereiro escapamos das amarras em Boston e seguimos para o sul, em busca de climas mais quentes e para estreitar em definitivo o laço
que unia James e eu. Especificamente, fomos para um belo hotel no Caribe, que ficava-que coincidência-perto de um ótimo local para mergulho. Eu queria aprender a
mergulhar, bem como os meninos. Eles faltaram à escola durante uma semana.
As Ariadnes estavam lá, e claro, algumas acompanha das e outras não, porem todas rindo como idiotas. Eu as fiz prometer que não cantariam. Beverly estava presente,
assim como Nick, Philippa e a linda filhinha deles. E evidente que também foram meu pai e os meninos, que, desconfio, estavam tão animados com o casamento quanto
com as aulas de mergulho. Márcia apareceu com seu novo namorado, um ex-policial que Antonia imediatamente batizou de Garanhão Invencível.
Alguns de nos fizemos à viagem ate lá no mesmo avião. E devo confessar que levamos uma quantidade de bagagem bem maior do que se pode imaginar. O hotel teve que
mandar outra van buscar o que não coube na primeira. Difícil supor que e possível levar tanta tralha para passar duas semanas na praia! Mas isso não me incomodou
nem um pouco. Minha bagagem não só foi despachada e recuperada, mas desfeita, lavada e guardada.
O que me entristeceu foi Lesley, Matt e a filha deles não terem ido. As coisas tinham ficado um pouco tensas entre nós, por causa do julgamento em que os irmãos
iam se defrontar, mas eu pensava que a família estava acima de tudo. James disse que não se surpreendeu quando Lesley recusou o convite no momento em que ele o fez.
Robert Coxwell, e claro, nem mesmo respondeu, o que foi ótimo, pois James não sabia que eu havia convidado o velho tolo. Tive a estranha idéia de que talvez os dois
pudessem se entender e esquecer tudo, mas descobri que não havia percebido quão o corte fora profundo. Queria que os meninos conhecessem também o outro avo, porem
não podia forçar o velho a aceitar o relacionamento.
Eu pensava que tudo era muito estranho na minha família, mas os Coxwell nos venciam de longe. Acho que nunca vou entender. Era incrível como nosso grupinho estava
se tornando razoavelmente normal após tudo que havíamos passado.
Então, James e eu nos casamos na praia, com o sol surgindo por trás de nós, rodeados por todos que eram mais queridos. Novos começos e tudo o mais.
Para o caso de você se interessar, eu estava com um vestidinho de renda de um azul elétrico, com alças, de corte reto, que chegava ate a metade das coxas. Meg forrou
o vestido com cetim pink, e o resultado foi de derreter os olhos. Eu tinha de me casar nas ilhas, pois era ilegal vestir algo assim impressionante em um casamento
nos quarenta e oito Estados contíguos. E nem dava para ver o que meu corpo começava a mostrar.
Ah, sim, vai haver uma adição a nossa família neste ano. Estou apavorada, mas James sabe cuidar de bebes, e as Ariadnes me importunam o tempo todo com vitaminas
e ultra-sons. Philippa parece estar lidando muito bem com a menininha dela. Tenho muitas fontes de informação e apoio, alem de uma recém descoberta certeza de que
não preciso saber tudo a respeito antes de assumir essa nova responsabilidade. Juntos, iremos nos sair bem.
Sabe? Mal posso esperar!
Não fiquei nem um pouco nervosa quando chegou à hora dos votos matrimoniais. Krystal colocou um hibisco cor-de-rosa atrás da minha orelha e fez sinal de positivo
antes de eu caminhar ao encontro de James, sobre a areia e com os pés descalços. Ele estava de smoking, tradicional como e, mas também descalço, com os cabelos despenteados
pelo vento e as pernas da calca enroladas para que as ondas não as molhassem. Estendeu-me as mãos quando me aproximei. Sorri, lembrando-me da sua lista curta de
objetivos na vida.
Ele queria uma companheira.
Uma amante.
Uma amiga e esposa.
Isso é que e acertar bem no alvo! O homem tinha a manha de ir direto ao assunto. Entreguei minhas mãos ao calor das dele e olhei ao redor, para todas as pessoas
que tinham gastado seu dinheiro, seu tempo e se dado ao trabalho de se preparar e viajar para estar conosco naquele momento.
Olhei para todos eles e senti aqueles hormônios traiçoeiros do primeiro trimestre de gravidez começando a me dominar. Eu ia chorar.
Entende? Eu havia seguido o fio do novelo da minha mãe e entrado em um labirinto complicado. Ou quem sabe fui eu quem o complicou tanto, criando a rede em que me
enredara. Seja como for, eu estava ali, mimada por um grupo de amigos e familiares, embalada numa rede de amor, uma rede que me levara as alturas mais incríveis
e me amparara na queda.
Quero que você saiba: sentia-me abençoada, e ate hoje me sinto assim. Apertei as mãos de James, e meu coração cresceu quando vi a firme convicção no olhar dele.
-Pronta?-perguntou ele, suavemente.
-Mais do que nunca-assenti, sorrindo.-Quero tudo a que tenho direito, por favor.
-Boa idéia!-Ele apertou minhas mãos.-Quero exatamente o mesmo que você, de agora em diante.
Sorrimos um para o outro como dois idiotas, então o sacerdote fez a parte dele. Johnny estava com a custodia do anel bizantino e o entregou solenemente a James no
momento certo. Jimmy me entregou a aliança de James-que ele não sabia que eu tinha comprado. Um joalheiro amigo de Antonia a fez. Era de ouro, mais larga que o habitual
para uma aliança masculina, com uma gravação sutil dos mesmos leões do meu anel. Uma jóia artística que causaria surpresa na mão de um homem aparentemente conservador.
Mas era uma jóia bem adequada. James me surpreendera varias vezes, então foi a minha vez de surpreende-lo com a aliança. Imediatamente vi que ele gostava dela, de
verdade.
Como se eu precisasse de alguma desculpa para me agarrar as mãos dele!
E aqui esta a parte terrível da minha historia: nos casamos e juramos amor eterno no Dia dos Namorados!
Argh! Não acredito que deixei isso acontecer! Você acredita? Foram os hormônios, estou lhe dizendo, foram os hormônios que conseguiram me dominar no estado sensível
em que me encontrava.


FIM


Créditos e Agradecimentos

Renata Sara


Comunidades


Traduções e Digitalizações

http://www.orkut.com.br/Community.aspx?cmm=20985974


Ebooks de A a Z

http://www.orkut.com.br/Community.aspx?cmm=47749604Mary Higgins Clark
Por Toda a Cidade

Laurie Kenyon esquecera o passado. Todos os que a tinham magoado haviam desaparecido. A dor estava enterrada para sempre. Já esquecera até o que se passara
ISSO era o que Laurie pensava, mas ela vai descobrir que o passado pode ser perigoso. Pode voltar para nos perseguir. às vezes, até pode matar.

1

Rigdewood, Nova Jérsia, Junho de 1974. Laurie
tinha quatro anos, e, dez minutos antes de aquilo acontecer, encontrava-se sentada de pernas cruzadas no chão do escritório a arrumar os móveis da sua casa de bonecas,
mas já estava cansada de brincar sozinha e queria ir para a piscina. Ouvia as vozes que vinham da casa de jantar, onde a mãe e as senhoras que tinham andado com
ela no colégio em Nova Iorque estavam a almoçar, conversando e rindo.
A mãe dissera-lhe que Beth, que às vezes tomava conta de Laurie à noite, vinha nadar com ela, porque Sarah, a irmã mais velha, tinha ido a uma festa de anos
de outras crianças de doze anos. Mas Beth, assim que chegou, começou a fazer telefonemas.
Laurie puxou para trás o cabelo louro comprido, que lhe fazia calor na cara. Já tinha ido lá cima, há muito tempo, vestir o novo fato de banho cor-de-rosa.
E se lembrasse Beth outra vez
Beth estava enrolada no sofá, com o auscultador seguro entre o ombro e a orelha. Laurie deu-lhe um puxão no braço.
- Já estou pronta!
Beth ficou com um ar zangado.
- Só um minuto, querida - exclamou ela. Laurie ouviu-a suspirar ao telefone: - Detesto tomar conta de crianças.
Laurie dirigiu-se à janela. Um carro comprido passava devagar à frente da casa. Atrás dele, vinha um carro aberto repleto de flores, seguido de outros com
as luzes acesas.
Sempre que Laurie via carros assim, dizia que vinha aí um cortejo, mas a mãe explicara-lhe que não era isso; eram funerais a caminho do cemitério. Mesmo
assim, Laurie associava-os a um cortejo, e adorava correr atrás dos carros para dizer adeus às pessoas que iam lá dentro, que às vezes também lhe acenavam.
Beth pousou o auscultador com um estalido. Laurie ia a perguntar-lhe se podiam sair para ver passar o resto dos carros quando Beth voltou a pegar no telefone.
- Beth era má, - disse Laurie para consigo. Saiu do vestíbulo em bicos de pés e espreitou para a casa de jantar. A mãe e as amigas continuavam a falar e
a rir. A mãe dizia:
- Não posso acreditar que nos formámos há trinta e dois anos!
A senhora que estava ao lado dela acrescentou:
- Bem, Marie, tu pelo menos podes mentir sobre a idade, porque tens uma filha de quatro anos, mas eu tenho uma neta da mesma idade!
- Ainda estamos com muito bom aspecto! - exclamou uma delas, e todas se riram.
A linda caixa de música que a amiga da mãe trouxera para Laurie estava em cima da mesa. Laurie agarrou nela. Eram apenas uns passos até à porta de vidro.
Abriu-a sem barulho, atravessou rapidamente o alpendre e correu pelo caminho do jardim até à estrada. Ainda estavam alguns carros a passar diante da casa.
Laurie disse-lhes adeus e ficou a olhar até os perder de vista; depois, suspirou, esperando que as visitas se fossem embora depressa. Deu corda à caixa de
música e ouviu um piano a tocar e vozes cantando: "A leste e a oeste... "
- Garota!
Laurie não tinha reparado num carro que encostara ao passeio e parara. Vinha uma mulher a guiar, e o homem que estava sentado ao lado dela saiu do carro
e agarrou em Laurie, e, antes de ela perceber o que estava a acontecer, viu-se apertada entre eles no banco da frente. Laurie estava demasiado admirada para dizer
o que quer que fosse. O homem sorria-lhe, mas não era um sorriso simpático. A mulher de cabelo solto à volta da cara não tinha bâton. O homem usava barba e tinha
os braços cheios de pêlos encaracolados.
O carro começou a andar. Laurie apertou a caixa de música. Agora as vozes cantavam: "Rapazes e raparigas... Andam juntos por toda a cidade... "
- Para onde vamos? - perguntou Laurie.
De repente, lembrou-se de que não devia ir sozinha até à rua. A mãe ia ficar zangada com ela. Laurie sentia as lágrimas nos olhos. A mulher tinha um ar furioso,
e o homem exclamou:
- Vamos andar por toda a cidade, garota. Por toda a cidade.

SARAH corria pelo passeio, tentando equilibrar com cuidado uma fatia de bolo de anos que trazia num prato de papel. Laurie adorava recheio de chocolate,
e Sarah queria compensá-la por não ter ficado a brincar com ela enquanto a mãe tinha visitas.
Sarah era uma rapariga de doze anos, magra, de pernas altas, olhos grandes cinzentos, cabelo cor de cenoura, que ficava encrespado. Não era nada parecida com a mãe
nem com o pai - a mãe era pequenina, loura e de pele branca e nariz salpicado de sardas. O cabelo do pai, agora grisalho, fora castanho-escuro.
Sarah preocupava-se com o facto de John e Marie Kenyon serem muito mais velhos do que os pais dos outros meninos, pois estava sempre com medo de que eles
morressem antes de ela ser crescida. Um dia, a mãe explicara-lhe:
- Estávamos casados há quinze anos e eu já perdera a esperança de vir a ter filhos; mas aos trinta e sete soube que vinhas a caminho. Foi como uma dádiva!
Depois, passados oito anos, nasceu Laurie... Foi um verdadeiro milagre, Sarah!
Sarah lembrava-se de ter perguntado à Irmã Catherine, quando estava na segunda classe, o que era melhor: uma dádiva ou um milagre? A Irmã Catherine respondera-lhe:
- Um milagre é a maior dádiva que um ser humano pode receber. Nessa tarde, Sarah começara de repente a chorar na aula.
Apesar de saber que Laurie era a filha preferida, Sarah amava os pais profundamente. Aos dez anos, fizera um acordo com Deus: se Ele não deixasse o pai ou
a mãe morrerem antes de ela ser crescida, ela arrumava a cozinha todas as noites e ajudava a tomar conta de Laurie... Sarah cumpria a sua parte, e Deus até ao momento
também.
Sarah dobrou a esquina da Twin Oaks Road com um sorriso inconsciente nos lábios e ficou pasmada. Estavam dois carros da Polícia com as luzes a piscarem na
entrada do jardim e muitos vizinhos em grupos cá fora. Tinham todos um ar triste e assustado e agarravam os filhos com força pela mão.
Sarah desatou a correr. Talvez o pai ou a mãe estivessem doentes. Richie Johnson, seu colega de aula, estava no relvado, e Sarah perguntou-lhe porque estavam
todos ali.
Ele ficou cheio de pena dela e disse-lhe que Laurie tinha desaparecido. Um vizinho vira um homem a enfiá-la num carro, mas não percebera que Laurie estava
a ser raptada.

2

Bethlehem, Pensilvânia, 1974-1976. Eles não iam levar Laurie para casa.
Andaram muito tempo de carro e levaram-na para uma casa suja, algures no meio de uma floresta, e davam-lhe uma bofetada se ela chorasse. O homem pegava-lhe
ao colo constantemente, abraçava-a e depois levava-a para o andar de cima. Laurie tentava impedi-lo, mas ele ria-se dela. Chamavam-lhe Lee, e eles eram Bic e Opal.
Passado algum tempo, Laurie arranjou maneira de se escapulir deles em pensamento. Por vezes, ficava suspensa no tecto a observar o que estava a acontecer à menina
dos cabelos compridos louros; e às vezes tinha pena dela, outras vezes fazia troça dela. Quando Bic e Opal a deixavam dormir sozinha, Laurie sonhava com a mãe, com
o pai e com Sarah. Mas aí ela começava a chorar, e eles batiam-lhe, por isso fez por esquecer a família.
Uma voz interior dizia-lhe: "Isso mesmo! Esquece-os!"

3

Ao PRINCÍPIO, a Polícia estava lá em casa todos os dias, e a fotografia de Laurie vinha na primeira página dos jornais de Nova Jérsia e Nova Iorque. De lágrimas
nos olhos, Sarah assistiu ao programa Bom Dia, América, em que os pais foram suplicar a quem levara Laurie para a entregar.
Telefonavam imensas pessoas dizendo que tinham visto Laurie, mas nenhuma das pistas conduziu a nada. A Polícia esperava um pedido de resgate, mas também
não surgiu.
O Verão arrastou-se lentamente. Sarah via a mãe com um ar angustiado e aéreo e o pai constantemente a pegar nos comprimidos de nitroglicerina. Todas as manhãs
rezavam pedindo o regresso de Laurie. Sarah acordava muitas vezes com a mãe a soluçar e o pai a tentar consolá-la por todos os meios.
Foi um milagre Laurie ter nascido, esperemos que outro milagre a traga de volta a casa.
As aulas recomeçaram. Sarah sempre fora boa aluna, e agora mergulhava nos livros para fugir àquele sofrimento que nunca a abandonava. Era uma atleta nata
e começou a ter aulas de golfe, mas no entanto continuava a sentir dolorosamente a falta da irmã. Sarah odiava-se a si própria por ter ido à festa de anos naquele
dia e nem pensava que Laurie estava absolutamente proibida de ir sozinha até à rua. Sarah prometeu que, se Deus fizesse que a irmã regressasse a casa, ela haveria
de tomar conta dela sempre, sempre.

O VERÃO acabou. O vento começou a entrar pelas fendas da parede. Laurie estava sempre com frio. Um dia, Opal chegou a casa com camisas de manga comprida,
macacões e um sobretudo. Quando voltou o calor, Bic e Opal deram outras peças de roupa a Laurie: calções, camisas e sandálias. Passou outro inverno. Laurie observava
as folhas da grande árvore velha em frente da casa a brotarem e depois todos os troncos ficavam cobertos de botões.
Bic tinha no quarto uma velha máquina de escrever que fazia uma barulheira terrível. Laurie ouvia aquele ruído quando estava a arrumar a cozinha ou a ver
televisão; e era bom sinal, queria dizer que Bic não a vinha incomodar.
Passado um bocado, Bic costumava sair do quarto com um monte de papéis na mão e começava a lê-los em voz alta. Tinha o hábito de gritar e terminava sempre
com as mesmas palavras: "Aleluia. Amen!" A seguir, Bic e Opal cantavam canções sobre Deus e o regresso a casa.
Casa. As vozes interiores de Laurie aconselhavam-na a não pensar naquela palavra.
Laurie nunca via ninguém para além de Bic e Opal. Quando eles saíam, fechavam-na na cave, e isso acontecia imensas vezes. Laurie tinha medo de estar lá em
baixo, porque a cave estava cheia de sombras, que às vezes até pareciam mexer-se. Laurie tentava sempre adormecer depressa no colchão no chão que eles lá deixavam.
Bic e Opal quase nunca tinham visitas, mas se alguém ia lá a casa, Laurie era mandada para a cave e atavam-lhe a perna a um cano para ela não poder subir
as escadas e bater à porta. Bic avisava-a sempre:
- Não te atrevas a chamar-nos que arranjas um sarilho. De qualquer maneira, nem te ouvíamos.
Geralmente, quando saíam, traziam sempre dinheiro para casa. às vezes, não era muito, mas outras vezes era bastante. Sobretudo moedas de vinte e cinco cêntimos
e notas de um dólar.
Bic e Opal deixavam Laurie ir para o pátio das traseiras com eles; ensinavam-na a sachar as ervas e a tirar os ovos da capoeira. Havia um pintaínho recém-nascido,
e eles disseram a Laurie que podia ficar com ele como animal de estimação. Sempre que ia lá para fora, Laurie brincava com ele, e, às vezes, deixavam-na levar o
pintaínho para a cave.
Isto até àquele triste dia em que Bic o matou.
Um dia, de manhã cedo, começaram a emalar coisas: só a roupa deles, a televisão e a máquina de escrever de Bic. Bic e Opal riam-se imenso.
- Uma estação de quinze mil watts em Ohio! Cá vamos nós, Bible Belt! gritava Bic.

ANDARAM duas horas de carro, depois Laurie, que ia no banco de trás esmagada contra as malas velhas que rangiam, ouviu Opal dizer:
- Vamos a um restaurante comer uma refeição como deve ser. Ninguém vai reparar nela. Não há razão para isso!
- Tens razão! - comentou Bic, e olhou para Laurie por cima do ombro. - Opal pede a tua comida, Lee. Não falas com ninguém, ouviste?
Foram a um sítio com um balcão comprido, mesas e cadeiras. Laurie tinha tanta fome que imaginava o sabor do bacon que estava a fritar só pelo cheiro. Mas
havia outra coisa: Laurie lembrava-se de ter estado num Sítio parecido, mas com os outros. Subiu-lhe um soluço à garganta. Bic deu-lhe um empurrão e ela começou
a chorar tanto que mal conseguia respirar. A empregada da caixa registadora começou a olhar. Bic agarrou em Laurie e levou-a para o parque de estacionamento, acompanhado
de Opal.
Bic atirou Laurie para o banco de trás do carro e entrou depressa com Opal para a frente. Enquanto Opal arrancava carregando com força no acelerador, ele
estendeu o braço para chegar a Laurie, que tentou fugir com a cabeça quando aquela mão peluda a esbofeteou; mas após a primeira bofetada, Laurie deixou de sentir
dor, só sentia pena daquela menina que chorava muito.

4

Ridgewood, Nova Jérsia, Junho de 1976. Sarah estava sentada
com a mãe e o pai a ver o programa sobre crianças desaparecidas. A última parte era dedicada a Laurie. Apresentaram fotografias dela tiradas pouco antes de ter desaparecido
e também um retrato-robô de Laurie com o aspecto que ela deveria ter dois anos depois de ter sido raptada.
Quando o programa terminou, Marie Kenyon saiu da sala a gritar:
- Eu quero o meu bebé! Eu quero o meu bebé!
De lágrimas a correr pela cara abaixo, Sarah ouviu os esforços desesperados do pai para consolar a mãe.
- Talvez este programa sirva como instrumento do milagre.
Foi Sarah quem atendeu o telefone passada uma hora. Era Bill Conners, o comandante da Polícia de Ridgewood, que sempre tratara Sarah como uma pessoa adulta.
- Não sei se devo dar esperanças aos teus pais, mas houve um telefonema que talvez seja promissor. Uma empregada da caixa de um restaurante em Harrisburg
tem a certeza de ter visto Laurie esta tarde.
- Esta tarde! - Sarah parou de respirar.
- Ela preocupou-se muito porque viu uma menina de repente a entrar em histeria e que ao tentar parar de chorar quase asfixava. A Polícia de Harrisburgjá
tem o retrato actualizado de Laurie.
- Quem estava com ela?
- Um homem e uma mulher estilo hippies. Infelizmente, a descrição deles é bastante vaga, porque a empregada da caixa tomou principalmente atenção à criança.
BilI deixou Sarah decidir se seria ou não prudente dizer aos pais e criar-lhes expectativas.
Sarah fez outro acordo com Deus:
- Meu Deus faz que isto seja o milagre! Faz que a Polícia de Harrisburg encontre Laurie. Eu hei-de tomar conta dela para sempre!
Sarah correu escada acima para dar uma nova esperança aos pais.

5

Pouco TEMPO depois de terem saído do restaurante, o carro começou a ter problemas. Cada vez que abrandavam por causa do trânsito, o motor começava a engasgar-se
e ia-se abaixo. A terceira vez, Bic mandou Opal procurar uma estação de serviço. Quando encontraram uma, Bic mandou Laurie deitar-se no chão e empilhou sacos de
lixo cheios de roupa velha em cima dela. O carro precisava de um grande arranjo e só estaria pronto no dia seguinte. O empregado da estação de serviço disse-lhes
que havia um motel barato ali ao lado. Foram de carro até lá e arranjaram um quarto onde enfiaram Laurie rapidamente. Depois, Bic levou o carro de novo para a estação
de serviço. Ficaram a ver televisão o resto da tarde, e ele trouxe hamburgers para o jantar. Laurie adormeceu precisamente quando estava a começar o programa sobre
crianças desaparecidas e acordou com Bic a praguejar. A voz interior avisou-a: "Mantém os olhos fechados, porque ele vai descarregar a raiva em ti."
- A empregada da caixa viu-a bastante bem, imagina que a mulher está a ver isto. Temos de nos desembaraçar de Lee! - dizia Opal.
No dia seguinte, à tarde, Bic foi sozinho buscar o carro. Quando voltou, sentou Laurie em cima da cama, apertou-lhe os braços junto ao corpo e avisou-a:
- Quero que nos esqueças. Nunca contes nada a nosso respeito, estás a perceber, Lee?
Laurie não percebia nada. "Diz sim", sussurrava-lhe uma voz impaciente. "Faz que sim com a cabeça."
- Sim - respondeu baixinho, acenando com a cabeça.
- Lembras-te de quando eu cortei o pescoço à galinha?
Laurie fechou os olhos. A galinha arrastara-se pelo pátio com sangue a espirrar-lhe do pescoço e acabara por cair em cima dos pés de Laurie. Ela
tentara gritar, mas não conseguira articular nenhum som. Depois disto, Laurie nunca mais se aproximara das galinhas.
- Lembras-te? - indagou Bic, apertando-lhe os braços com mais força.
- Sim.
- Nós temos de nos ir embora. Vamos deixar-te num Sítio onde alguém possa encontrar-te. Se alguma vez disseres o meu nome ou o nome de Opal a alguém, o nome
que te chamávamos, onde vivíamos ou o que fazíamos juntos, eu apareço com a faca da galinha e corto-te a cabeça. Estás a perceber?
A faca! Aquela faca comprida, afiada, com laivos de sangue.
Prometes que não contas a ninguém? exigiu Bic.
- Prometo, prometo! - murmurou Laurie, desesperada.
Meteram-se no carro e obrigaram-na mais uma vez a deitar-se no chão. Estava tanto calor! Os sacos do lixo colavam-se à pele de Laurie.
Quando já estava escuro, pararam em frente de um edifício grande. Bic tirou-a para fora do carro e explicou-lhe:
- Isto aqui é uma escola. Amanhã de manhã, chega muita gente. Fica aqui à espera. - Laurie encolheu-se quando Bic lhe deu um beijo húmido e um abraço violento.
- Sou louco por ti, mas não te esqueças, se disseres uma palavra sobre nós...
Bic levantou a mão e fez um gesto como se lhe fosse cortar a cabeça.
- Prometo, prometo! - soluçava Laurie.
Opal estendeu-lhe um pacote de biscoitos e uma coca-cola. Laurie viu-os afastarem-se no carro e sabia que, se não ficasse ali, eles voltavam para lhe fazer
mal. Estava muito escuro, e Laurie ouvia animais a correrem no bosque ali perto. Encostou-se à porta do edifício toda encolhida e envolveu o corpo com os braços.
Tivera calor durante todo o dia, mas agora tinha frio, estava aterrada e começou a tremer.
"Olha a mariquinhas!" Laurie deixou-se embalar, tornando-se a voz que troçava daquela criaturinha encolhida à porta da escola.

CONNERS, o comandante da Polícia, telefonou de novo de manhã e afirmou que a pista parecia prometedora. O guarda de uma escola numa zona rural perto de Pittsburgh,
quando fora abrir o edifício, encontrara uma criança que correspondia à descrição de Laurie. Tinham mandado para lá as impressões de Laurie o mais rapidamente possível.
Conners voltou a telefonar passada uma hora. As impressões digitais coincidiam, e Laurie ia voltar para casa.

JOHN e Marie Kenyon apanharam um avião para Pittsburgh. Laurie fora levada para um hospital para ser examinada. No dia seguinte, Sarah agachou-se em frente
da televisão para ver o telejornal do meio-dia: viu o pai e a mãe a sairem do hospital acompanhados de Laurie. Ela estava mais alta e muito magra, a cascata de cabelo
louro encontrava-se desalinhada. Embora mantivesse a cabeça baixa, Laurie virava os olhos de um lado para o outro como se estivesse à procura de alguma coisa que
tinha medo de encontrar.
Os jornalistas bombardeavam-nos com perguntas. Quando falou, a voz de John Kenyon deixava transparecer nervosismo e cansaço.
- Os médicos dizem que Laurie está bem de saúde, mas evidentemente um pouco confusa e assustada.
- Laurie contou alguma coisa sobre os raptores?
- Ela não contou nada. Agradecemos o vosso interesse e preocupação, mas, por favor, tenham a gentileza de permitir que a nossa família se reúna em paz.
- Há algum indício de que Laurie tenha sido vítima de abuso sexual?
Sarah viu pela expressão da mãe o choque que a pergunta lhe causara. Marie Kenyon assegurou com ar horrorizado:
- De maneira nenhuma. Pensamos que as pessoas que levaram Laurie apenas queriam uma criança. Só esperamos que elas não façam outra família passar por um
pesadelo como este!
Sarah precisava de expandir a energia louca que a agitava. Fez a cama de Laurie com os lençóis da Cinderela, de que ela tanto gostava, e dispôs os brinquedos
preferidos da irmã à volta do quarto: as bonecas gémeas nos carrinhos, a casa das bonecas, o urso e os livros de Peter Rabbit. Por fim, dobrou-lhe a mantinha sobre
a almofada.
Deviam chegar a casa às 6 horas. Perto das 5 e 30, Sarah meteu a lasanha no forno e pôs a mesa outra vez para quatro pessoas. Subiu as escadas para mudar
de roupa e olhou para o espelho. Será que Laurie se lembrava dela? Nos últimos dois anos, Sarah crescera uns oito centímetros. Antes não tinha formas, mas agora,
com catorze anos, começava a ter corpo de rapariga, e usava lentes de contacto em vez de óculos.
Quando o carro chegou, havia repórteres da televisão à entrada do jardim. Atrás deles, estavam os vizinhos e amigos à espera, e quando a porta do carro se
abriu e Laurie saiu, todos gritaram vivas.
Sarah correu para a irmãzinha, deixou-se cair de joelhos e murmurou:
- Laurie!
Ao estender-lhe as mãos, Sarah viu que Laurie tapou a cara instintivamente e pensou: "Ela está com medo de que eu lhe bata."
Foi Sarah quem pegou em Laurie ao colo e a levou para dentro de casa, enquanto os pais falavam outra vez aos jornalistas.
Laurie não mostrou qualquer sinal de se lembrar da casa e não disse uma palavra. Ao jantar, comeu com os olhos pousados no prato, e quando acabou de comer,
levantou-se e levou o prato para o lava-louça.
Marie levantou-se e explicou-lhe:
- Querida, não tens de...
- Deixe-a, mãe! - exclamou Sarah em voz baixa, e ajudou Laurie a levantar a mesa enquanto conversava com ela. Disse-lhe que ela estava muito crescida e perguntou-lhe
se se lembrava de que costumava sempre ajudar a levantar os pratos.
Depois, foram para o escritório e Sarah ligou a televisão. Laurie afastou-se a tremer quando Marie e John lhe pediram que se sentasse entre eles. Os olhos
da mãe encheram-se de lágrimas, mas conseguiu fingir que estava a tomar atenção ao programa. Laurie sentou-se no chão num sítio de onde via, mas não era vista.
às 9 horas, quando Marie sugeriu que fossem para a cama, Laurie entrou completamente em pânico. Apertou os joelhos com força contra o peito e escondeu a
cara entre as mãos. Sarah e o pai entreolharam-se
- Pobrezinha, não tens de ir para a cama agora - replicou o pai.
Sarah viu nos olhos do pai a mesma rejeição que vira nos olhos da mãe. Nessa altura, Marie já chorava.
- Ela tem medo de nós - murmurou.
"Não", pensou Sarah. "Ela tem medo é de ir para a cama. Porquê?"
A televisão continuou ligada. às 10 menos um quarto, Laurie estendeu-se no chão e adormeceu. Sarah levou-a ao colo para cima, despiu-a e aconchegou-a na
cama com a mantinha dela. John e Marie entraram no quarto pé ante pé e sentaram-se um de cada lado da caminha branca, pensando no milagre que Deus lhes concedera.
Laurie dormiu até muito tarde. Sarah foi espreitá-la de manhã e ficou maravilhada ao ver aquele espectáculo abençoado: o cabelo comprido espalhado sobre
a almofada e a pequena forma dormindo abraçada à manta.
Sarah repetiu a promessa de novo:
- Hei-de tomar sempre conta dela!
Os pais já se tinham levantado; estavam ambos exaustos, mas radiantes.
- Passámos a noite a ir ao quarto para ver se Laurie estava mesmo lá - comentou Marie.
Sarah ajudou a preparar o pequeno-almoço que Laurie mais gostava: panquecas e bacon frito.
Uns minutos depois, Laurie apareceu, arrastando a mantinha atrás dela. Tinha crescido realmente: o roupão, que antes lhe dava pelos tornozelos, chegava-lhe
agora à barriga das pernas.
Laurie trepou para o colo de Marie e disse num tom magoado:
- Mãe, eu ontem queria ir para a piscina, e Beth não parava de falar ao telefone.

6

Ridgewood, Nova Jérsia, 12 de Setembro de 1991. Durante a missa, Sarah de vez em quando olhava para o lado, para Laurie, que ficara completamente hipnotizada ao
ver os dois caixões nos degraus do altar. Laurie não tirava os olhos deles. Já não chorava, mas parecia não dar pela música, nem pelas orações, nem pela elegia aos
pais. Sarah teve de pôr a mão sob o cotovelo de Laurie para a lembrar de que tinha de levantar-se ou ajoelhar.
No fim da missa, enquanto monsenhor Fisher abençoava os caixões, Laurie murmurou:
- Mãe e pai desculpem. Não volto a ir sozinha até à rua.
O cântico final foi "Amazing Grace".
Um casal começou a cantar ao fundo da igreja, acompanhando os fiéis; primeiro baixinho, mas o homem, que estava habituado a conduzir os cânticos, entusiasmou-se,
como sempre, e começou a cantar muito alto, com aquela voz de barítono que abafou por completo a voz fraca do solista.
As pessoas distrairam-se e voltaram-se para o admirar.
"Andei perdido, mas voltei a encontrar-me... "
No meio da tristeza e desgosto profundos, Laurie sentiu-se invadida por um terror gélido. A voz martelava-lhe na cabeça. "Estou perdida. Estou perdida!",
gemia em silêncio.
Estavam a levar os caixões, e as rodas da carreta que transportava o caixão da mãe rangiam.
Então, Laurie começou a ouvir o barulho da máquina de escrever.
"Eu estava cego, mas agora vejo... "
Não! Laurie soltou um grito agudo e mergulhou numa escuridão misericordiosa.
Muitos colegas de Laurie da turma de Clinton Coilege e algumas outras pessoas também da faculdade assistiram à missa. Allan Grant, o professor de Inglês,
que também lá estava, ficou horrorizado ao ver Laurie desmaiar.
Grant era um dos professores mais populares de Clinton. Acabara de fazer quarenta anos e tinha um abundante cabelo castanho um pouco desalinhado e com alguns
fios prateados. A cara era sobre o comprido e nela sobressaíam uns olhos castanhos grandes com uma expressão alegre e inteligente. Era magro, vestia-se desportivamente
e o seu aspecto geral tornava-o irresistível aos olhos de muitas estudantes.
Grant era um professor que se interessava verdadeiramente pelos alunos. Conhecia a história pessoal de Laurie e sentira curiosidade em ver os efeitos que
o rapto tivera sobre ela. A única coisa que conseguira perceber fora a incapacidade de Laurie de escrever uma autobiografia, mas, por outro lado, as críticas literárias
que ela fazia eram bastante profundas.
Três dias antes, Laurie estava na aula de Grant quando recebeu um recado para ir imediatamente à secretaria. A aula já estava a acabar, e Grant acompanhou-a
porque pressentiu qualquer problema. Ao atravessarem rapidamente o campus da universidade, Laurie contou-lhe que os pais vinham ter com ela para trocarem de carros.
Ela esquecera-se de mandar o seu descapotável à revisão e regressara à faculdade no carro da mãe.
- Talvez se tenham atrasado - comentou Laurie, tentando obviamente tranquilizar-se a si própria.
O decano, com um ar triste, contou-lhes que houvera um acidente com vários veículos na Estrada 78.

Allan Grant levou Laurie de carro até ao hospital. Sarah, a irmã dela, já lá estava; o seu cabelo ruivo-escuro emoldurava-lhe o rosto, dominado por uns enormes olhos
cinzentos cheios de tristeza.
Grant já encontrara Sarah em várias festas da faculdade e ficara impressionado com a atitude protectora dela em relação à irmã. Sarah era magistrada
do Ministério Público.
Ao ver a cara da irmã, Laurie percebeu imediatamente que os pais tinham morrido.
- A culpa foi minha, a culpa foi minha!
Laurie não parava de repetir aquilo, parecendo nem ouvir Sarah, que, chorosa, insistia que ela não podia culpar-se.
Perturbado, Grant viu um porteiro, acompanhado por Sarah, levar Laurie da nave da igreja. O organista começou a tocar o cântico final da cerimónia.
Grant reparou num homem que estava na fila à sua frente tentando chegar à ponta do banco.
- Dêem-me licença, por favor. Eu sou médico - dizia baixinho. Instintivamente, Grant esgueirou-se para a coxia e seguiu o homem até uma pequena divisão ao
lado da sacristia para onde haviam levado Laurie. Ela estava deitada sobre duas cadeiras juntas, e Sarah, branca como a cal, encontrava-se curvada sobre a irmã.
Laurie mexeu-se e gemeu. O médico levantou-lhe as pálpebras e tomou-lhe o pulso.
- Está a voltar a si, mas tem de ser levada para casa. Não se encontra em condições de ir ao cemitério.
Allan percebeu que Sarah tentava desesperadamente manter-se calma e dirigiu-se-lhe:
- Sarah. - Ela virou-se para ele. - Sarah, deixe-me ir com Laurie para casa. Comigo ela fica bem entregue.
- Não se importa? - Por instantes, uma expressão de gratidão substituiu a tensão e a tristeza. - Laurie confia tanto em si. Eu ficava muito aliviada
se a levasse.

"ANDEI perdido, mas voltei a encontrar-me... " Aproximava-se dela uma mão empunhando a faca; a faca, a escorrer sangue, cortava o ar. Caiu aos pés
dela uma coisa qualquer. A faca aproximava-se cada vez mais
Laurie abriu os olhos. Encontrava-se deitada na cama, já no seu quarto. Estava tudo escuro. O que tinha acontecido?
De repente, lembrou-se da igreja, dos caixões e dos cânticos.
- Sarah! Sarah! Onde estás? gritou Laurie.

7

ELES ESTAVAM hospedados no Wyndham Hotel, na Rua Cinquenta e Oito Oeste, em Manhattan.
- Um hotel de primeira! Vai para lá muita gente do mundo do espectáculo. É o lugar ideal para fazer conhecimentos - explicara Bic.
Ele manteve-se em silêncio na viagem desde a missa do funeral até Nova Iorque. Iam almoçar com o reverendo Rutland Garrison, pastor da Igreja de Airways
e o produtor executivo do respectivo programa de televisão. Com setenta e Oito anos, o reverendo estava prestes a reformar-se e andava à procura de um sucessor.
Todas as semanas era convidado um pregador para apresentar o programa com Garrison.
Ela observava-o. Ele já vestira três indumentárias até se decidir por um fato azul-escuro, camisa branca e gravata cinzento-azulada.
- Se querem um pregador, vão ter um pregador! Que tal estou?
- Perfeito! - assegurou-lhe ela.
Ele também achava. Embora tivesse só quarenta e cinco anos, já tinha o cabelo grisalho. Treinara-se a manter uma postura muito direita e praticara também
um arregalar de olhos quando pregava em voz muito alta - até isso se transformar na sua expressão habitual.
Ele não concordou com o vestido aos quadrados vermelhos e brancos que ela escolheu em primeiro lugar.
- Esse vestido não tem classe suficiente para este encontro.
Então, ela pegou num vestido de linho preto, de corte direito, com um casaco a condizer.
- Esse está bem - comentou ele com um aceno de cabeça, e acrescentou de sobrolho franzido: - E não te esqueças...
- Nunca te chamar Bic em frente de ninguém - replicou ela num tom bajulador. - Há anos que não o faço.
Os olhos dele tinham o brilho febril que Opal bem conhecia e temia.
Já tinham passado três anos desde a última vez que Bic fora levado pela polícia local para ser interrogado, porque uma menina loura se queixara dele à mãe.
Bic conseguira sempre ridicularizar os queixosos, levando-os a balbuciarem desculpas, mas, mesmo assim, já acontecera demasiadas vezes e em muitas localidades diferentes.
Lee fora a única criança com que ele ficara. Desde o primeiro momento em que a vira com a mãe no centro comercial, Bic tornara-se obcecado por ela. Seguira
o carro delas nesse dia e depois passara frequentemente em frente à casa, na esperança de avistar a criança.
Nessa altura, Bic e Opal tocavam viola e cantavam num clube nocturno de terceira na Estrada 17 e estavam hospedados num motel a vinte minutos da casa dos
Kenyons. Ia ser a última vez que cantavam num clube. Bic começara a cantar cânticos religiosos em reuniões de igrejas e depois a pregar no interior do estado de
Nova iorque. O dono de uma pequena estação de rádio em Bethlehem, na Pensilvânia, ouviu Bic uma vez e pediu-lhe que começasse a fazer um programa religioso
Tinha sido uma pouca sorte Bic ter insistido em passarem pela casa quando iam a caminho da Pensilvânia. Lee estava sozinha cá fora. Bic agarrou nela e levou-a,
e durante dois anos Opal viveu num estado permanente de medo e ciúme, que no entanto jamais ousou deixar transparecer.
Há já quinze anos que tinham abandonado Lee no pátio da escola, mas Bic nunca se conformara. Tinha um retrato dela escondido na carteira, e às vezes Opal
apanhava-o a olhar para ele e a passar os dedos sobre a fotografia. Nos últimos anos, à medida que ia ficando mais famoso, Bic receava cada vez mais que um dia uns
agentes do FBI o prendessem por rapto e abuso sexual de menores.
Bic costumava comentar às vezes:
- Olha só aquela rapariga da Califórnia que meteu o pai na prisão porque começou a ir a um psiquiatra e a lembrar-se de coisas que mais valia continuarem
esquecidas.
Tinham acabado de chegar a Nova iorque quando Bic leu no Times a notícia do acidente mortal dos Kenyons. Bic não fizera caso nenhum dos protestos de Opal,
que implorara e tentara convencê-lo a não ir à missa do funeral.
- Opal, nós estamos diferentes como o dia da noite daqueles hippies que tocavam viola de que Lee se recorda - argumentou Bic.
Era verdade que o aspecto deles agora era totalmente diferente. Começaram a mudá-lo na mesma manhã em que abandonaram Lee. Bic cortara a barba, e Opal pintara
o cabelo de louro.
- Não vá alguém ter reparado bem em nós naquele restaurante - explicara ele.
Fora precisamente naquela altura que ele advertira Opal para não o tratar por Bic em frente de ninguém e que, a partir dali, em público passaria a chamar-lhe
Carla, que era o verdadeiro nome dela.
- A partir de agora, sou o reverendo Bobby Hawkins para todas as pessoas que conhecermos - acrescentara ainda.
Mesmo assim, Opal pressentira medo nele quando subiram à pressa as escadas da igreja. No fim da missa, quando o organista começou a tocar os primeiros acordes
de "Amazing Grace", Bic sussurrou:
- É a nossa canção. Minha e de Lee.
A voz dele elevou-se mais do que a das outras pessoas.
Quando passou por eles o porteiro que levava o corpo inerte de Lee, Opal teve de agarrar-lhe a mão para impedir que ele tocasse em Lee.

Foi AO DR. PETER CARPENTER, psiquiatra de Ridgewood, a quem Sarah recorreu dez dias após o funeral. Encontrara-se com ele algumas vezes, gostava dele e as
informações que recolheu a seu respeito confirmaram a impressão que ela tinha. O chefe de Sarah, Ed Ryan, procurador-geral de Bergen County, era o fá mais entusiástico
do Dr. Carpenter.
- Ele acerta sempre em cheio - dissera Ryan a Sarah.
Sarah pediu uma consulta urgente.
- A minha irmã auto-responsabiliza-se pelo acidente dos nossos pais - explicou Sarah ao médico, reparando entretanto que evitava articular a palavra
"morte". Ainda era tão irreal para ela! Segurando o telefone com mais força acrescentou: - Durante anos, Laurie teve um determinado pesadelo. Há imenso tempo que
não o tinha, mas agora tem-no outra vez com frequência.
O Dr. Carpenter, que tinha cinquenta e dois anos, lembrava-se perfeitamente do rapto de Laurie e do regresso dela a casa; por isso, estava muito
interessado em ver a rapariga. Mas, no entanto, esclareceu Sarah:
- Penso que seria aconselhável eu falar consigo antes de ver Laurie. Tenho uma hora livre esta tarde.
Quando Sarah entrou no confortável consultório, conduzida pela secretária, o médico analisou aquela rapariga atraente com um fato azul bastante simples.
Sarah era magra, tinha um corpo atlético e movia-se com agilidade. Não estava maquilhada e tinha algumas sardas no nariz. As sobrancelhas, muito escuras, acentuavam
a expressão triste dos seus olhos cinzentos cintilantes. O cabelo ruivo-escuro estava apanhado atrás com uma fita azul estreita, dando-lhe um ar austero.
Sarah não teve nenhuma dificuldade em responder às perguntas do Dr. Carpenter.
- Sim, Laurie estava diferente quando voltou. Tenho a certeza de que abusaram dela sexualmente, mas a minha mãe insistiu em dizer a toda a gente
que as pessoas que tinham levado Laurie eram boas, que queriam apenas ter uma criança. A nossa mãe precisava de acreditar nisso. Há quinze anos, as pessoas não falavam
dessa espécie de maus tratos, no entanto Laurie tinha imenso medo de ir para a cama, e, apesar de gostar muito do nosso pai, nunca mais voltou a sentar-se ao colo
dele nem queria que o pai lhe tocasse. Tinha medo de todos os homens!
- Com certeza que Laurie foi examinada quando a encontraram...
- Sim, foi, no hospital na Pensilvânia.
- Esses relatórios ainda devem existir. Gostava que pedisse para lhos enviarem. Agora fale-me do tal sonho.
- Laurie voltou a tê-lo esta noite, chama-lhe o "sonho da faca". Desde que voltou para casa, nunca deixou de ter medo de facas afiadas.
- Que mudanças notou na personalidade de Laurie? - indagou o Dr. Carpenter.
- A princípio, imensas. Antes de ser raptada, Laurie era uma criança extrovertida e sociável; um pouco mimada, creio, mas muito meiga. Tinha
um grande grupo de amigos com quem brincava e adorava andar sempre a visitá-los. Depois de ter voltado, parecia um pouco distante das crianças da mesma idade. Laurie
optou por ir para Clinton College por ser só a hora e meia de carro e vinha a casa muitos fins-de-semana
- Ela tem tido namorados? perguntou Carpenter.
- Como vai ter oportunidade de ver, a minha irmã é uma rapariga muito bonita. Claro que no liceu andaram muitos rapazes atrás dela, mas ela nunca pareceu
interessar-se por ninguém, até aparecer Gregg Bennett... e mesmo com esse ela acabou de repente.
-Porquê?
- Não sabemos e Gregg também não. Eles andaram um com o outro no ano passado. Ele também anda lá na faculdade e vinha muitas vezes com Laurie passar os fins-de-semana
lá a casa. Nós gostávamos imenso de Gregg, e Laurie parecia muito feliz com ele. Ambos são bons desportistas, sobretudo óptimos jogadores de golfe. Então, de repente,
um dia na Primavera passada, acabou tudo sem quaisquer explicações. Laurie não quer falar sobre o assunto e recusa-se a falar com Gregg. Ele veio visitar-nos e disse
não fazer ideia nenhuma do motivo que provocou a ruptura. Gregg está em Inglaterra este semestre.
- Gostava de ver a sua irmã amanhã, às onze horas.
Na manhã seguinte, Sarah levou Laurie de carro à consulta e prometeu-lhe voltar passados exactamente cinquenta minutos.
Laurie seguiu o Dr. Carpenter até ao consultório. Recusou deitar-se no sofá com um olhar que parecia de pânico, e sentou-se em frente do médico. Esperou
em silêncio com uma expressão triste e retraída.
- Gostava de ajudar-te, Laurie - começou o Dr. Carpenter.
- Pode trazer-me os meus pais?
- Oxalá pudesse! Laurie, os teus pais morreram porque um autocarro se avariou.
- Eles morreram porque não mandei o meu carro à revisão.
- Porque te esqueceste.
- Eu não me esqueci. Decidi não ir no dia em que tinha marcado a revisão. Fui eu que faltei de propósito. A culpa é minha.
- Porque é que não foste? - O médico observou-a com atenção, enquanto Laurie reflectia na pergunta.
- Houve um motivo, mas não sei qual foi.
Laurie parecia imersa nos seus pensamentos, por isso o médico tentou uma táctica diferente.
- Laurie, a tua irmã contou-me que andas outra vez a ter pesadelos, ou melhor, o mesmo pesadelo que costumavas ter.
Em pensamento, Laurie ouviu um grito choroso de sofrimento. Dobrou as pernas contra o peito e escondeu a cabeça. O choro não era só no seu íntimo, saía-lhe
do peito, da garganta, da boca.

O ENCONTRO de Bic e Opal com o pregador Rutland Garrison e o produtor de televisão decorreu com toda a calma. Tinham almoçado na sala de jantar privada da
Worldwide Cable empresa que comercializava o programa de Garrison para o público
internacional. Enquanto tomavam café, Garrison explicou com toda clareza:
- Fundei a Igreja de Airways quando as televisões de trinta e cinco centímetros a preto e branco ainda eram um luxo. Há anos que esta igreja conforta, dá
esperança e fé a milhões de pessoas. Tem angariado bastante dinheiro para obras de caridade meritórias. Tenciono zelar para que a pessoa adequada continue a minha
obra.
Bic e Opal acenavam com a cabeça, com uma expressão de deferência, respeito e devoção. No domingo seguinte, foram apresentados no programa da Igreja
de Airways, e Bic falou durante quarenta minutos.
Ele contou como desperdiçara ajuventude, o seu fútil desejo de ser uma estrela de rock. Falou da excelente voz que o bom Deus lhe deu e de como a
empregara mal cantando vis canções profanas. Bic contou o milagre da sua conversão: um dia, quando ele, Bobby, cantava canções de amor ordinárias naquele clube nocturno
imundo e cheio de gente, uma voz invadira-lhe coração e alma - uma voz forte mas muito triste, exaltada mas muito clemente - e perguntara-lhe: "Bobby, Bobby, porque
me blasfemas?" Neste ponto, Bobby começou a chorar.
No fim do sermão, o reverendo Rutland Garrison abraçou-o paternalmente. Bobby fez sinal a Carla para se lhe juntar. Ela subiu para o estrado com
os olhos húmidos, os lábios a tremerem, e conduziram ambos o cântico final.
Depois, chegaram os telefonemas felicitando o reverendo Bobby Hawkins, que foi convidado para voltar dali a duas semanas.
Na viagem de regresso à Geórgia, Bic exclamou:
- O Senhor anda a avisar-me de que é altura de recordar a Lee o que lhe pode acontecer se falar sobre nós.
Opal pressentia que Bic ia ser escolhido para suceder ao reverendo Garrison. Mas se Lee começasse a recordar...
- O que tencionas fazer relativamente a ela, Bic?
- Já tenho umas ideias. Ocorreram-me enquanto eu estava a rezar.

NA SUA SEGUNDA visita ao Dr. Carpenter, Laurie disse-lhe que ia regressar à faculdade na segunda-feira seguinte.
- É melhor para mim e para Sarah. Ela está tão preocupada comigo que ainda nem recomeçou a trabalhar, e o trabalho é o que lhe faz melhor. E eu vou
ter de estudar que nem uma louca para recuperar quase três semanas que perdi.
O Dr. Carpenter não estava muito certo daquilo que estava a ver. Havia algo de diferente em Laurie Kenyon: uma atitude decidida e realista, totalmente
diferente da da rapariga derrotada da semana anterior.
No primeiro dia, levara um casaco de caxemira, calças pretas de corte impecável, uma blusa de seda e o cabelo solto sobre os ombros. Daquela vez, estava de calças
de ganga, camisola grandalhona e cabelo apanhado com um gancho. Tinha uma expressão de total serenidade.
- Laurie, como hoje já te sentes mais calma, porque não te estendes no sofá, descontrais-te e depois conversamos?
A primeira reacção de Laurie foi de pânico, a que se seguiu uma expressão provocadora.
- Não preciso de me deitar. Sou perfeitamente capaz de falar sentada; além disso, não há muito de que falar. Correram-me duas coisas mal na vida e ambas
por minha culpa. É um facto e eu admito-o.
- Culpas-te de teres sido raptada quando tinhas quatro anos?
- Sem dúvida. Eu estava proibida de ir até à rua sozinha. Proibida mesmo! Como sabe, sou também responsável pela morte dos meus pais.
Não era o momento certo para explorar aquilo.
- Laurie, eu quero ajudar-te. Sarah contou-me que os teus pais pensaram que era melhor para ti não seres orientada por um psicólogo depois do rapto. Isso
talvez explique em parte a tua resistência em falar comigo agora. Porque não tentas aprender a estar à vontade comigo? Talvez possamos trabalhar em conjunto nas
próximas sessões.
- Tem assim tanta certeza de que haverá outras sessões?
- Espero que sim. Haverá ou não?
- Só para agradar a Sarah. Eu venho a casa aos fins-de-semana, por isso vai ter de ser aos sábados.
- Isso arranja-se. Vens a casa todos os fins-de-semana? É para estares com Sarah?
O assunto pareceu despertar interesse em Laurie. A atitude realista desapareceu. Laurie cruzou as pernas, levantou o queixo, levou a mão atrás e abriu o
gancho que prendia o rabo-de-cavalo.
Carpenter olhava-a, enquanto a massa de cabelo louro e brilhante lhe caía à volta da cara. Os lábios dela esboçavam um sorriso cúmplice.
- A mulher dele vai a casa aos fins-de-semana, por isso não vale a pena ficar lá pela faculdade - esclareceu Laurie.

8

LAURIE abriu a porta do carro e disse:
- começa a sentir-se o Outono!
As primeiras folhas começavam a cair das árvores.
- É verdade - concordou Sarah. - Bom, ouve, se achas que é demais para ti...
- Não vai ser. Tu metes os malandros todos na prisão e eu vou recuperar todas as aulas a que faltei para manter a minha média. Ainda tenho hipóteses de acabar
com uma média boa. Deixas-me ficar mal com a tua classificação de Muito Bom. Até sexta à noite. - Laurie começou a dar um abraço rápido à irmã, mas depois apertou
Sarah com força. - Sarah, nunca me deixes trocar de carro contigo!
Sarah afagou o cabelo da irmã.
- Olha, depois da consulta do Dr. Carpenter no sábado, podíamos ir jogar golfe.
- Quem ganhar paga o jantar - respondeu Laurie, forçando um sorriso.
- Isso é porque tu já sabes que me ganhas!
Sarah ficou a acenar até o carro desaparecer e em seguida voltou para casa. Estava tão silenciosa, tão vazia!
Depois de uma morte na família, o senso comum costuma aconselhar a não se fazerem mudanças repentinas. Mas os instintos de Sarah diziam-lhe que devia começar
imediatamente a procurar outra casa, talvez um andar, e pôr aquela à venda. Talvez fosse melhor pedir a opinião do Dr. Carpenter sobre o assunto.
Sarahjá estava vestida para ir trabalhar. Agarrou na pasta e na mala a tiracolo que estavam na mesa da entrada. Inconscientemente, olhou Para o espelho que
estava por cima da mesa e ficou chocada com o que viu.
u: estava branca como um cadáver, tinha umas olheiras profundas e os lábios acinzentados.
Lembrou-se de repente do que a mãe lhe sugerira na última manhã:
- Sarah, porque não te pintas um bocadinho? Um pouco de sombra realçava-te os olhos.
Ao recordar a última imagem da mãe com o seu roupão cor-de-rosa, tão bonita, terna e maternal, a dizer-lhe que pusesse um pouco de sombra nos olhos, Sarah
ficou com os olhos cheios de lágrimas - lágrimas que reprimira por causa de Laurie.

ERA BOM regressar àquele escritório abafado, com as paredes a largarem lascas de tinta, pilhas de dossiers e o telefone a tocar. Os colegas de escritório
de Sarah, que tinham ido todos ao funeral, pareceram compreender que Sarah queria que tudo voltasse à normalidade.
- Que bom ter-te de volta! - Deram-lhe um abraço rápido e as boas-vindas. - Sarah, avisa-me quando tiveres um minuto livre.
O almoço era queijo com pão de centeio e café trazidos do bar do Palácio da Justiça. Perto das 3, Sarah atendera mensagens urgentes de queixosos, testemunhas
e advogados. às 4horas, não conseguiu aguentar mais e telefonou para Laurie, para o quarto da faculdade.
Atenderam imediatamente.
-Está?
- Laurie, sou eu. Como vai tudo?
- Assim, assim. Fui a três aulas e faltei à última porque estava muito cansada.
- Não é para admirar. Há várias semanas que não dormes uma noite como deve ser. O que vais fazer logo à noite?
- Vou deitar-me. Tenho de descansar a cabeça.
- Está bem. Chego a casa por volta das oito, e se eu te telefonasse?
- Acho bem.
Sarah ficou no escritório até às 7 e um quarto, passou num restaurante e comprou um hamburger para levar para casa. às 8 e 30, telefonou a Laurie.
O telefone tocou muitas vezes do outro lado. Talvez ela estivesse a tomar um duche. Talvez tivesse tido qualquer reacção estranha. De auscultador na mão, o sinal
de chamada zumbia no ouvido de Sarah. Por fim, uma voz impaciente atendeu:
- Fala do quarto de Laurie Kenyon.
- Laurie está aí?
- Não, e, por favor, se ninguém atender até ao quinto ou sexto toque, não me mace, porque estou do outro lado do corredor e tenho de estudar
para um teste.
- Desculpe. Telefonei porque Laurie tencionava deitar-se cedo.
- Bom, ela mudou de ideias. Saiu há minutos, muito bem-vestida, como se fosse ter algum encontro.
Sarah voltou a telefonar às 10 horas, às 11, à meia-noite e à uma. Da última vez que ligou, Laurie atendeu com uma voz ensonada.
- Estou bem, Sarah. Fui para a cama logo a seguir ao jantar e desde então tenho estado a dormir.
- Laurie, eu deixei o telefone tocar tanto que a rapariga do outro lado do corredor veio atender e disse-me que tinhas saído.
- Ela está enganada, Sarah. Eu juro-te que estava aqui. Porque haveria de mentir? - Laurie parecia assustada.
"Não sei", pensou Sarah.
- Bem, desde que estejas bem... volta para a cama e dorme - respondeu-lhe Sarah, voltando a pousar o auscultador devagar.

O DR. CARPENTER sentiu uma diferença na atitude de Laurie logo que ela se recostou no grande cadeirão de cabedal. Não lhe sugeriu que se deitasse no sofá,
pois a última coisa que queria era fazê-la perder uma certa confiança nele que parecia começar a ter. Perguntou-lhe como tinha corrido a semana na faculdade.
- Bem, acho eu. Tenho tanta matéria atrasada para estudar que estou até altas horas da noite agarrada aos livros!
Laurie teve uma hesitação, depois parou.
Carpenter esperou e em seguida continuou com uma voz suave:
- O que se passa, Laurie?
- Ontem à noite, quando cheguei a casa, Sarah perguntou-me se eu tinha tido notícias de Gregg Bennett. Eu costumava sair com ele, e a minha família gostava muito
dele.
- E tu gostas dele?
- Gostei, até...
O médico esperou outra vez.
Laurie abriu muito os olhos e continuou:
- Ele não me largava.
- Queres dizer que estava a impor-se demasiado?
- Não. Ele beijou-me, e foi bom, eu gostei. Mas depois apertou-me os braços contra o corpo com as mãos dele.
- E isso assustou-te.
- Eu sabia o que ia acontecer.
- O que é que ia acontecer?
Laurie respondeu com um olhar distante:
- Não queremos falar sobre isso. - Ficou em silêncio e depois acrescentou num tom triste: - Aposto que Sarah não acreditou que eu não tinha saído
no outro dia à noite. Ela ficou preocupada.
Sarah telefonara ao Dr. Carpenter a contar o que se passara.
- Talvez tivesses saído - sugeriu o médico. - Fazia-te bem sair e estar com amigos.
- Não. Não me interessa sair com ninguém agora. Tenho muito que fazer.
- Tens sonhado?
- O sonho da faca.
Há duas semanas, quando Carpenter lhe fizera aquela pergunta, Laurie ficara histérica. Hoje, a sua voz quase denotava indiferença.
- Tenho de me habituar a ele. Vou continuar a tê-lo até a faca me apanhar.
- Laurie, em terapia, chamamos ab-reacção à representação de uma recordação que nos perturbou. Gostava que a representasses agora para mim. Mostra-me
o que vês nesse sonho, não precisas de falar. É só mostrar-me.
Laurie levantou-se devagar e depois ergueu a mão. Começou a andar à volta da secretária em direcção a ele, medindo os passos.
Movia a mão para cima e para baixo, brandindo uma lâmina imaginária, e parou imediatamente antes de o alcançar. A atitude de Laurie mudou. Ficou com um olhar
fixo e tentou afastar qualquer coisa da cara e do cabelo com uma mão. Olhou para baixo e deu um salto para trás, aterrorizada.
Laurie caiu no chão, com as duas mãos sobre o rosto, a seguir pôs-se de cócoras, a tremer e a fazer ruídos como um animal ferido. Passaram-se alguns minutos;
Laurie acalmou, levantou-se devagar e explicou:
- Este é o sonho da faca.
- Entras nesse sonho, Laurie?
-Sim.
- Quem és? A pessoa que segura a faca ou a que tem medo dela?
- Ambas. E no fim morremos todos.
- Laurie, eu gostaria de falar com um psiquiatra meu conhecido que tem muita experiência em casos de pessoas que sofreram traumas na infância. Deixas-me
expor-lhe o teu caso?
- Se quiser. Não me faz diferença nenhuma.
às 7 e 30 DA MANHÃ de segunda-feira, o Dr. Justin Donnelly subiu rapidamente a Quinta Avenida, desde o seu apartamento, no Central Park South, até ao Hospital
Lehman, na Rua Noventa e Seis. Era um homem grande e parecia um cowboy.
O aspecto dele era genuíno, pois Donnelly crescera num rancho de criação de cameiros na Austrália. O seu cabelo negro encaracolado tinha sempre um ar desgrenhado.
O bigode preto era exuberante, e quando sorria, realçava os dentes fortes e brancos. Os olhos eram de um azul intenso.
Logo no início do estágio em psiquiatria, Donnelly decidira especializar-se em distúrbios de múltipla personalidade, ou DMP.
Pioneiro persuasivo, fundou uma clínica para DMP na Nova Gales do Sul, e a investigação que fez tornou-o conhecido internacionalmente. Aos trinta e cinco
anos, foi convidado para instalar um centro de distúrbios de personalidade em Lehman. Agora, ao fim de dois anos em Manhattan, Justin considerava-se um verdadeiro
nova-iorquino.
Ia ser um dia com muito trabalho. Normalmente, Donnelly tentava manter um espaço livre das 10 às 11 para conversas com os seus assistentes, mas aquela manhã
era uma excepção. Recebera um telefonema urgente de um psiquiatra de Nova Jérsia que lhe despertara muito interesse. O Dr. Peter Carpenter pretendia trocar imediatamente
impressões com ele sobre uma doente que ele suspeitava ser um caso DMP com potenciais tendências suicidas. Justin combinara um encontro para as 10horas da manhã.
Justin chegou ao hospital em vinte e cinco minutos. A clínica DMP tinha uma entrada particular discreta na Rua Noventa e Seis.
O consultório de Justin era uma pequena suite ao fundo do corredor. A sala de entrada era cor de marfim, com uma decoração simples: uma secretária, uma cadeira
giratória, duas poltronas para as visitas, estantes de livros e algumas gravuras coloridas do porto de Sydney que animavam um pouco a divisão. A sala de dentro era
onde ele tratava os doentes.
O Dr. Carpenter chegou às 10horas em ponto. Agradeceu educadamente a atenção de Justin em recebê-lo e começou logo a falar sobre Laurie.
Justin Donnelly ouviu-o com atenção, tomou notas e interrompeu-o com algumas perguntas.
Peter Carpenter concluiu:
- Não sou especialista em DMP, mas creio que, no caso de Laurie, há fortes indícios de múltipla personalidade. Verificou-se uma nítida alteração na voz e na atitude
dela durante as duas últimas visitas ao meu consultório. Não há dúvida de que Laurie não tem consciência de nada do que se passou desde que saiu do quarto e durante
as várias horas que passou fora. Laurie tem um pesadelo recorrente de uma faca a golpeá-la com violência; no entanto, durante a ab-reacção até certa altura, ela
empunhou a faca e depois mudou, tentando fugir dela.
Justin leu o relatório de Laurie. O caso fascinava-o. Uma criança amada pela família, raptada aos quatro anos e abandonada pelos raptores aos seis, com uma
perda total de memória desse lapso de dois anos!
Quando pousou o relatório, disse:
- O relatório do hospital de Pittsburgh indica a probabilidade de abuso sexual e aconselha vivamente o apoio de um psicólogo, mas suponho que isso não se
verificou.
- Os pais negaram-se terminantemente e por isso não houve qualquer espécie de terapia - respondeu o Dr. Carpenter.
- Seria boa ideia se conseguíssemos convencer Laurie a vir aqui fazer uma avaliação do seu estado... quanto mais depressa, melhor! - observou o Dr. Donnelly.
- Tenho o pressentimento de que isso vai ser muito difícil.
- Se ela não quiser vir, eu gostava de falar com a irmã. Ela tem de estar atenta a quaisquer indícios de comportamento aberrante e, evidentemente, não pode
encarar de ânimo leve qualquer conversa que Laurie tenha sobre suicídio. - Em voz baixa, acrescentou: - Os doentes que sofreram traumas na infância correm um grande
risco porque tem tendência para a autodestruição.

NESSA tarde, quando Sarah chegou a casa depois do trabalho, o correio estava todo bem empilhado sobre a mesa da entrada. Sophie, empregada da casa dos Kenyons
há muito tempo, depois do funeral passara a ir apenas dois dias por semana, e segunda-feira era um deles, por isso o correio estava separado e as cortinas fechadas.
Chegar a uma casa vazia era a parte do dia mais difícil para Sarah. Antes do desastre, a mãe e o pai estavam sempre à espera dela para tomarem juntos um
aperitivo antes do jantar.
Sarah mordeu o lábio e afastou aquela recordação. A primeira carta da pilha era de Gregg Bennett, de Inglaterra. Sarah leu-a rapidamente.
Gregg acabara de saber do acidente, e a forma como expressava as suas condolências era profundamente comovente. Falava da amizade que sentia por John e Marie Kenyon,
sobre as visitas maravilhosas que fizera à casa deles e ainda sobre o mau momento que ela e Laurie deviam estar a passar.
O parágrafo final era perturbador:

Sarah, tentei falar com Laurie pelo telefone, mas ela pareceu-me muito desesperada quando atendeu e depois gritou uma coisa do género: "Não vou fazer
nada, não vou fazer nada!", e desligou-me o telefone. Estou muito preocupado com ela. Ela é tão frágil! Regresso a Clinton em Janeiro e gostava de te ver!
Saudades para ti e, por favor, dá um beijo a Laurie por mim.
Gregg

As mãos tremiam-lhe. Sarah levou o correio para a biblioteca. Amanhã ia telefonar ao Dr. Carpenter e ler-lhe aquilo. O gravador de chamadas estava a piscar;
o Dr. Carpenter telefonara.
Quando conseguiu encontrá-lo, contou-lhe da carta de Gregg e depois, bastante perturbada e assustada, ouviu a cuidadosa explicação dele sobre os motivos
que o tinham levado a Nova iorque para falar com o Dr. Donnelly e a razão pela qual era absolutamente necessário que ela fosse falar com o Dr. Donnelly sobre o caso
de Laurie o mais rapidamente possível. Ele deu-lhe o número do serviço de mensagens de Donnelly, e Sarah teve de repetir duas vezes o seu número de telefone para
a telefonista perceber, porque a sua voz estava fraca e tensa.
Sophie assara uma galinha e preparara uma salada. Sarah sentiu dificuldade em engolir a comida. Tinha acabado de fazer café quando o Dr. Donnelly retribuiu
a chamada dela.
Ele ia ter um dia muito ocupado, mas podia recebê-la às 6 horas da tarde do dia seguinte. Sarah desligou o telefone e marcou o número de Laurie com a sensação
de que era absolutamente urgente falar-lhe. Ninguém atendeu. Ligou de meia em meia hora, até que finalmente às 11 horas alguém levantou o auscultador. O "Está" de
Laurie foi bastante alegre, conversaram durante uns minutos e depois Laurie contou:
- Não imaginas o que me aconteceu. Depois do jantar, encostei-me na cama a estudar para o maldito teste e adormeci. Agora, vou ter de estudar até às tantas.

8>

NESSA segunda-feira, às 11 da noite, o Prof. Allan Grant espreguiçou-se na cama. A grande janela do quarto estava meio aberta, mas para ele o quarto não se encontrava
suficientemente fresco. Karen, a sua mulher, costumava implicar com ele, pois detestava o quarto frio. Mas ela já quase nunca estava em casa para o maçar, pensou
Grant, enquanto atirava o cobertor para trás e rodava os pés para o tapete.
Há três anos que Karen trabalhava numa agência de viagens no Hotel Madison Arms, em Manhattan. A princípio, só ficava a dormir em Nova iorque às vezes. Depois,
telefonava cada vez com mais frequência ao fim da tarde a dizer:
- Amor, estamos com muito trabalho, desenvencilhas-te sozinho?
Ele desenvencilhara-se sozinho durante trinta e dois anos antes de a conhecer, havia seis anos, numa viagem de turismo pela Itália. Voltar aos velhos hábitos
não era assim tão difícil. Karen agora tinha um apartamento no hotel, normalmente passava lá a maior parte da semana e vinha a casa aos fins-de-semana.
Grant atravessou o quarto em passos silenciosos e escancarou ajanela. Entrou uma rajada de ar bastante frio que fez as cortinas voarem para dentro.
Dirigiu-se rapidamente para a cama, mas depois hesitou e encaminhou-se para o corredor. Não valia a pena. Não tinha sono. Havia chegado no correio daquele
dia outra carta estranha ao seu gabinete. Que diabo, quem seria Leona? Não tinha nenhuma aluna com aquele nome.
Grant percorreu o corredor da sua confortável e espaçosa casa, estilo rancho, coçando a cabeça e puxando as calças do pijama para cima. Passou pelos quartos
de hóspedes, pela entrada principal, pela cozinha, casa de jantar e sala de estar e entrou no escritório. Acendeu as luzes do tecto, abriu a gaveta de cima da secretária
e tirou as cartas.
A primeira chegara há duas semanas e dizia:

Querido Allan
Estou a reviver as horas felizes que passámos ontem à noite. Custa-me a acreditar que não tenhamos estado sempre loucamente apaixonados. Sabes que
é muito difícil para mim não poder gritar do alto dos telhados que estou louca por ti? Sei que sentes o mesmo. Continua a amar-me e a querer-me como agora.
Leona

As cartas eram todas do mesmo género. Chegava uma dia sim, dia não, referindo sempre arrebatadas cenas de amor ocorridas no seu gabinete ou em sua casa.
Grant já dera seminários em casa, por isso muitos dos seus alunos conheciam os móveis e a sua disposição. Algumas cartas referiam-se ao cadeirão de cabedal
coçado do escritório, mas Grant não tivera um aluno sozinho lá em casa nem uma única vez.
Grant examinou as cartas com atenção, era óbvio que tinham sido escritas com uma máquina antiga. O o e o w estavam partidos. Já vira as pastas dos trabalhos dos
alunos, mas ninguém usara uma máquina de escrever semelhante e também não reconhecia o rabisco da assinatura.
Mais uma vez debateu-se com a dúvida se devia ou não mostrá-las a Karen e à administração. Era difícil prever a reacção de Karen, e não queria aborrecê-la
nem que ela largasse o emprego e ficasse em casa. Ele tinha de tomar uma decisão.
A administração. Grant apresentaria o caso ao decano encarregado dos alunos logo que descobrisse quem andava a mandar as cartas. O problema era que ele não
fazia a mínima ideia de quem era, e se alguém pensasse que as cartas tinham uma ponta de verdade, bem podia dizer adeus ao seu futuro.
Grant voltou a colocar as cartas na gaveta, espreguiçou-se e deu-se conta de que estava morto de cansaço e gelado. Parecia estar mesmo no meio de uma corrente
de ar. De onde viria ela?
Percebeu que a porta de correr de vidro do escritório para o pátio estava um pouco aberta. Talvez não a tivesse fechado completamente da última vez que saíra.
Foi até à porta, correu-a, fechou o trinco e, sem se preocupar em verificar se ficara bem trancada, apagou a luz e voltou para a cama.
Aconchegou-se debaixo dos cobertores no quarto frio, fechou os olhos e adormeceu imediatamente. Nem no mais louco dos seus sonhos Grant poderia imaginar
que, meia hora antes, uma elegante silhueta de cabelos louros se aninhara no seu cadeirão de cabedal e só se escapulira ao ouvir o barulho dos passos dele a aproximarem-se.

NA TERÇA-FEIRA, Sarah foi de carro até Nova iorque para a consulta com o Dr. Justin Donnelly, marcada para as 6 horas. Quando entrou no consultório, ficou
impressionada com a sua altura e físico, o cabelo escuro e os olhos azuis vivos. Sentado na sua secretária, o médico indicou a Sarah a cadeira para se sentar. Ela
sorriu ligeiramente e sentou-se, consciente de que ele a estudava, e foi direita ao assunto.
- Dr. Donnelly, pedi à minha secretária que fosse à biblioteca tirar fotocópias do material que lá houvesse sobre distúrbios de múltipla personalidade. O
que li assusta-me. Se percebi bem, uma das causas principais são traumas de infância, em especial o abuso sexual durante um período longo.
- Exactamente.
- Laurie sofreu sem dúvida o trauma de ter sido raptada e mantida prisioneira durante dois anos quando era pequena. Os médicos que a examinaram quando foi
encontrada ficaram convencidos de que ela fora vítima de abuso sexual.
- Posso tratá-la por Sarah? - perguntou o Dr. Donnelly.
- Com certeza.
- Muito bem, Sarah. Se Laurie passou a ter uma personalidade múltipla, essa mudança data da altura em que foi raptada. Partindo do princípio de que
foi vítima de abuso sexual, deve ter ficado tão assustada e aterrorizada que um ser humano tão pequeno não conseguia absorver tudo o que estava a acontecer.
Nesse momento, houve um abalo tremendo. Psicologicamente, Laurie, a criança que você conhecia, retraiu-se perante o sofrimento e o medo, e a mudança de personalidade
ajudou-a. A recordação desses anos está encerrada neles mesmos. Parece que as outras personalidades ainda não se tinham manifestado até agora, altura em que ela
sofreu outro trauma terrível com a morte dos vossos pais. O motivo pelo qual o Dr. Carpenter veio ter comigo tão depressa é porque ele receia que Laurie tenha tendências
suicidas.
Sarah sentiu a boca ficar seca.
- Evidentemente que Laurie tem estado deprimida, mas... Meu Deus, não pensa que isso seja possível, pois não?
- Sarah, consegue convencer Laurie a vir falar comigo?
Ela abanou a cabeça.
- Já é um caso sério fazê-la ir ao Dr. Carpenter. Os meus pais eram maravilhosos, mas não viam a utilidade da psiquiatria, e Laurie cresceu com essa
ideia. Eu sei que ela precisa da ajuda de um especialista, mas ela não se quer abrir com o Dr. Carpenter. É como se tivesse medo do que ele possa descobrir acerca
dela.
- Então, pelo menos por enquanto, é importante trabalhar à volta de Laurie. Reli o relatório dela e tomei umas notas. Sarah, tome atenção a qualquer
referência a suicídio, por muito vaga que possa parecer, e se se registar, informe logo o Dr. Carpenter e a mim também. Tenho a impressão de que vamos obter mais
informações através de si do que dela. Seja muito observadora, Sarah.
Sarah hesitou e em seguida perguntou:
- Doutor, não é verdade que até Laurie revelar o que guardou na memória desses anos perdidos nunca vai ficar realmente bem?
- Sim, é.
Percorreram ambos o comprido corredor até à porta de entrada. Não havia vento, mas o fim de tarde de Outubro tinha um ar cortante inconfundível. Sarah começou
a dar as boas-noites, mas o médico acompanhou-a até ao carro que estava no fim do quarteirão e disse-lhe:
- Vá dando notícias.
"Que indivíduo tão simpático", pensou Sarah enquanto arrancava no carro. Tentou analisar os seus próprios sentimentos, e uma coisa era certa: estava mais
preocupada com Laurie agora do que antes de falar com o Dr. Donnelly, mas pelo menos tinha a sensação de dispor de uma ajuda de confiança.

RUTLAND GARRISON pregava o evangelho desde 1947 e sabia melhor que ninguém como era possível grandes quantias serem desviadas de causas nobres para bolsas
de pessoas gananciosas; por isso, não tencionava que o seu ministério caísse em mãos de gente dessa índole.
Garrison também sabia que, pela sua própria natureza, um programa televisivo religioso precisava de um homem no púlpito que soubesse inspirar e guiar o seu
rebanho.
- Temos de escolher um homem carismático, mas não exibicionista. - Garrison preveniu os membros da Igreja de Airways.
No entanto, no fim de Outubro, após o reverendo Bobby Hawkins ter aparecido pela terceira vez como convidado, a assembleia aprovou por votação que ele fosse
convidado para pregador permanente.
Garrison, bastante irritado, advertiu os membros da assembleia.
- Não tenho a certeza de ser ele a pessoa indicada. Há algo nele que me perturba. Não há necessidade de precipitações. O próprio Messias avisou-nos para termos cuidado
com os falsos profetas.
Naquela noite, o reverendo morreu durante o sono.

Bic ficara irascível desde a última vez que pregara em Nova iorque.
- Aquele velho tem-me raiva, Opal. Tem ciúmes por causa dos telefonemas e das cartas que tem recebido sobre mim - comentou Bic.
- Bic, talvez fosse melhor ficarmos aqui, na Geórgia - sugeriu Opal, desviando-se do olhar de desprezo dele. Ela estava sentada à mesa da casa de
jantar rodeada de pilhas de envelopes.
- Como foram os donativos desta semana?
- Muito bons!
Todas as quintas-feiras, durante a transmissão do programa de rádio local e nas assembleias, Bic fazia apelos para várias obras de caridade no estrangeiro.
Opal e ele eram as únicas pessoas autorizadas a tocar nos donativos.
- Não são bons comparados com o que a Igreja de Airways recebe cada vez que eu falo.
No dia 28 de Outubro, receberam uma chamada de Nova iorque. Quando Bic desligou o telefone, olhou para Opal com uma cara radiante e os olhos a brilhar.
- Garrison morreu ontem à noite. Convidaram-me para ser o pastor da Igreja de Airways e querem que nos mudemos para Nova iorque.
Bic foi para o escritório e fechou a porta. Poucos minutos depois, Opal ouviu a música baixinho e percebeu logo que, uma vez mais, Bic tinha ido buscar a
caixa de música de Lee. Dirigiu-se até à porta em bicos de pés e ouviu vozes agudas a cantar. "Rapazes e raparigas... Andam juntos por toda a cidade.. "

10

LAURIE deixou de contar a Sarah e ao Dr. Carpenter quando tinha o sonho da faca. Não valia a pena falar acerca dele, ninguém conseguia compreender que a faca se
aproximava cada vez mais.
O Dr. Carpenter queria ajudá-la, mas ela tinha de ter bastante cuidado. às vezes, a hora da consulta com ele passava muito depressa, e Laurie sabia que lhe
contara coisas que nem sequer se lembrava de ter dito.
Laurie estava muito cansada. Se bem que ficasse no quarto a estudar quase todas as noites, lutava constantemente para manter em dia as suas obrigações. Por
vezes, encontrava os trabalhos em cima da secretária e não se lembrava de os ter feito.
Ela tinha muitos pensamentos que lhe matraqueavam na cabeça com tanto ruído que parecia gente a gritar numa divisão que fazia eco. Umas das vozes dizia-lhe
que ela era tonta e estúpida e só causava problemas a toda a gente. Outras vezes, ouvia uma criança que não parava de chorar. Havia ainda outra voz, mas baixa e
abafada, que falava como uma estrela.
Os fins-de-semana eram muito difíceis, porque Laurie nunca queria estar sozinha em casa, e ficou contente por Sarah a ter posto à venda numa agência imobiliária.
A única altura em que Laurie se sentia ela própria era quando jogava golfe com Sarah no clube e almoçavam ou jantavam com amigos. Esses dias recordavam-lhe
os seus jogos de golfe com Gregg. Tinha tantas saudades dele que era como se sentisse uma dor intensa, mas agora Gregg causava-lhe medo, e esse medo não a deixava
pensar em amor.

QUANDO Justin Donnelly conversou com o Dr. Carpenter, ficou logo com a ideia de que Sarah Kenyon era uma jovem extraordinariamente forte; no entanto, não
estava preparado para a impressão extremamente favorável que ela lhe causou quando a conheceu. Na primeira tarde no seu consultório, ela sentara-se em frente da
secretária com um fato caro azul-escuro de tweed, e logo a considerara uma mulher encantadora e segura de si; apenas o seu olhar sofredor denunciava a dor e ansiedade
que a invadiam.
Donnelly ficara impressionado com a atitude de Sarah ao saber que Laurie podia sofrer de distúrbios de múltipla personalidade: mesmo antes de ir falar com
ele, tivera a preocupação de recolher informações sobre o assunto. Por outro lado, também admirava a forma inteligente como Sarah compreendia a vulnerabilidade de
Laurie.
A partir daquela tarde, Justin passou a falar com o Dr. Carpenter e Sarah pelo menos uma vez por semana. O Dr. Carpenter informou-o de que Laurie cooperava cada
vez menos e explicou-lhe:
- Ela está a dissimular. à primeira vista, concorda que não deve sentir-se responsável pela morte dos pais, mas eu não acredito nela. Laurie fala deles como
se fosse um assunto qualquer, só refere recordações que lhe são queridas. Só que, quando se emociona, fala e chora como uma criança.
Sarah informou-o de que não detectava nenhum indício de depressão suicida e explicou-lhe:
- Laurie detesta ir à consulta do Dr. Carpenter aos sábados, diz que é deitar dinheiro à rua e que é perfeitamente normal ficar-se triste quando os pais
morrem. Algumas das classificações dela do meio do período foram bastante más, por isso disse-me para lhe telefonar por volta das oito horas quando quiser falar
com ela à noite, para depois disso poder estudar sem interrupções. Na minha opinião, Laurie não quer que eu a controle.
O Dr. Justin Donnelly não disse a Sarah que ele e o Dr. Carpenter pressentiam que Laurie estava a atravessar uma fase de acalmia antes de uma tempestade.
Em vez de a acalmar, Donnelly continuou a insistir com Sarah para observar atentamente a irmã. Sempre que desligava o telefone, ele notava que ficava ansioso por
receber o próximo telefonema de Sarah sem ser por motivos profissionais.

No ESCRITÓRIO, Sarah começara a trabalhar na instrução de um processo de homicídio. Era um caso extremamente maquiavélico de uma mulher de vinte e sete anos,
Maureen Mays, que tinha sido estrangulada por um jovem de dezanove, James Parker, que entrara no carro dela por arrombamento no parque de estacionamento da estação
de comboios.
Para variar, era bom mergulhar nos preparativos finais à medida que a data do julgamento se aproximava. Sarah estudou com atenção as declarações das testemunhas,
que tinham visto o arguido deambulando pela estação, e sabia que a prova física da tentativa desesperada da vitima para escapar ao agressor impressionaria bastante
ojúri.
O julgamento começou no dia 2 de Dezembro, mas o caso não foi nada tão fácil como parecia à partida, porque o advogado de defesa, Conner Marcus, um homem
de sessenta anos bem disposto e muito simpático, tentou habilmente destruir a acusação de Sarah. Ela entrou rapidamente no ritmo a que estava habituada nos últimos
cinco anos:
comia, bebia e dormia embrenhada no processo do Ministério Público contra James Parker.
Laurie começou a regressar à faculdade aos sábados, depois da consulta com o Dr. Carpenter, e explicou a Sarah:
- Tu estás muito ocupada e, além disso, também é bom para mim participar nas actividades lá da faculdade.

NA VÉSPERA de Natal, o Prof. Allan Grant teve uma cena desagradável com a sua mulher, Karen. Ela encontrara as cartas na gaveta da secretária e exigiu saber
porque é que ele as escondera dela e não as entregara à administração, já que afirmava serem invenções ridículas.
Allan explicou-lhe com paciência:
- Karen, não vi motivo para te aborrecer. Nem sequer tenho a certeza de que é uma aluna que as manda, embora suspeite fortemente. O que é que o decano vai
fazer, a não ser exactamente aquilo que tu estás a fazer agora, ou seja interrogar-se se haverá algum fundo de verdade nessas cartas.
Durante as férias de Natal, as cartas deixaram de chegar.
- Mais uma prova de que devem ser cartas de uma aluna - observou Allan.
Karen queria que o marido passasse a véspera de Ano Novo em Nova iorque. Tinham sido convidados para uma festa no Rainbow Room.
- Sabes que detesto festas grandes. Os Larkins convidaram-nos para irmos lá a casa - replicara o marido.
Walter Larkin era o decano encarregado dos assuntos dos estudantes.
Na véspera de Ano Novo, nevou muito, e Karen telefonou a Allan do escritório, dizendo:
- Querido, todos os comboios e autocarros estão atrasados. O que achas que devo fazer?
Allan sabia qual era a resposta esperada:
- Fica aí.
- Tens a certeza de que não te importas?
Allan Grant casara-se convicto de que era um compromisso para toda a vida. O seu pai abandonara a mãe, e ele jurara que nunca faria isso a nenhuma mulher.
Era evidente que Karen estava muito contente com aquele sistema. Primeiro, resultara bastante bem, mas agora Allan estava a ficar cada vez mais insatisfeito.
Karen era uma das mulheres mais bonitas que ele vira na vida e vestia-se como um modelo. Ao contrário dele, tinha um óptimo sentido para o negócio, e por isso era
ela quem administrava o dinheiro de ambos. Mas a atracção física de Karen por ele extinguira-se há muito tempo. O bom-senso pragmático e divertido dela tornara-se
completamente previsível.
Enquanto se vestia para ir a casa do decano, Allan perguntou insistentemente a si mesmo o que ele e Karen tinham realmente em comum.
Decidiu depois pôr aquela inquietante questão de lado. Naquela noite, queria apenas distrair-se e gozar a festa. Sabia quem ia lá encontrar, e eram todos pessoas
encantadoras e interessantes, em especial Vera West, a professora mais recente da faculdade.

No PRINCÍPIO de Janeiro, Laurie atravessou depressa o campus do Clinton Coliege até ao gabinete do Prof. Allan Grant. Tinha as mãos fechadas dentro dos bolsos
do blusão de esqui. Trazia o cabelo louro-acastanhado apanhado num rabo-de-cavalo, e para se preparar para aquele encontro, começara por pôr um pouco de sombra nos
olhos e báton, mas depois tirou tudo.
Não tentes enganar-te. És horrorosa!
Os pensamentos ruidosos assaltavam-na cada vez com mais frequência. Laurie apressou o passo como se assim fugisse deles. Laurie, tu és culpada de tudo. O
que aconteceu quando eras pequena foi culpa tua.
Laurie esperava não ter tido má nota no primeiro teste sobre escritoras da época vitoriana. Até àquele ano tivera sempre boas classificações, mas agora parecia
ter entrado numa montanha-russa: umas vezes tinha um A ou um B mais num teste, outras parecia que nunca tinha visto aquela matéria e mais tarde encontrava apontamentos
que não se lembrava de ter tirado.
Então, Laurie avistou Gregg. Ele ia a atravessar o arruamento entre dois dormitórios. Quando voltara de Inglaterra, na semana anterior, ele telefonara-lhe.
Laurie gritara-lhe que a deixasse em paz e desligara-lhe o telefone.
Ele ainda não a vira. Laurie correu até chegar ao edifício. Graças a Deus, o corredor estava vazio.
Olha a mariquinhas!
"Eu não sou mariquinhas", pensou ela desafiadoramente. Laurie endireitou as costas, conseguiu exibir um sorriso e bateu à porta entreaberta do minúsculo
gabinete de Allan Grant.
Quando Grant lhe deu as boas-vindas, Laurie sentiu-se invadida por um caloroso contentamento. Grant era sempre muito amável com ela.
- Entra, Laurie. Senta-te!
Ele tinha na mão o último trabalho de Laurie, que era sobre Emily Dickinson.
- Não gostou? - indagou ela, apreensiva.
- Achei que estava óptimo.
Ele gostara. Laurie sorriu, aliviada.
- Mas no período passado, quando escreveste sobre Emily Dickinson, defendeste acerbamente a vida dela como asceta, afirmando que fora a única forma de ela
exprimir totalmente o seu génio. Agora, defendes a tese de que a poesia dela podia ter alcançado maior expressão se a escritora não tivesse reprimido as emoções
e concluis que "teria sido bom para ela ter tido uma ligação amorosa com o seu preceptor e ídolo, Charles Wadsworth". O que é que te fez mudar de ideias?
O que teria sido? Laurie encontrou uma resposta.
- Talvez eu tivesse começado a interrogar-me sobre o que teria acontecido se Emily Dickinson tivesse encontrado um escape físico para as suas emoções em
vez de ter medo delas.
Grant acenou com a cabeça.
- Está bem. Foste tu que escreveste estas frases na margem?
Nem sequer parecia a letra de Laurie, mas a capa azul tinha o nome dela. Laurie fez que sim com a cabeça. Grant ficou com uma expressão apreensiva, talvez
mesmo perturbada. Será que ele estava apenas a ser simpático com ela? Se calhar, o trabalho estava péssimo...
- Laurie, eu gostava de fazer-te uma pergunta. Não estás melhor, pois não? - indagou o professor
Ela percebeu o que ele queria dizer.
- às vezes, concordo sinceramente com o médico... se houve culpa de alguém, foram os travões que falharam. Outras vezes acho que não.
Os gritos ecoavam na cabeça de Laurie: Roubaste o resto da vida à tua mãe e ao teu pai... tal como lhes roubaste dois anos quando foste acenar ao cortejo
fúnebre.
Laurie não queria chorar em frente do Prof. Grant. Ele tinha sido tão simpático com ela.
- Eu... tenho de me ir embora. Há mais alguma coisa? - exclamou Laurie, levantando-se.
Grant ficou com uma expressão perturbada ao ver Laurie sair. O exame daquele período que ele tinha na mão dera-lhe a primeira pista palpável para identificar
a autora misteriosa das cartas, que assinava com o nome "Leona". Havia um tom sensual naquele trabalho, totalmente diferente do estilo habitual de Laurie, mas no
entanto semelhante ao tom das cartas. O facto em si não era uma prova, mas pelo menos dava-lhe uma pista por onde começar.
Laurie era a última pessoa que Grant poderia imaginar ser a autora daquelas cartas. A atitude de Laurie para com ele sempre fora a atitude normal de uma
aluna respeitadora relativamente a um professor que admirava e de quem gostava.
Ao deitar a mão ao casaco, Allan Grant decidiu não dizer nada sobre as suas suspeitas nem a Karen nem à administração. Algumas das cartas eram francamente
obscenas, e seria embaraçoso fazer perguntas acerca delas a uma pessoa inocente, em especial a uma rapariga que estava a viver uma tragédia
como Laurie. Allan apagou a luz e foi para casa.
ESCONDIDA atrás de uma sebe de sempre-vivas, Leona viu-o partir com as unhas cravadas nas palmas das mãos.
Na noite anterior, estivera outra vez escondida junto à casa de Allan Grant. Como de costume, ele deixara as cortinas abertas, e ela observara-o durante
três horas.
Grant aquecera uma piza por volta das 9 e levara-a, juntamente com uma cerveja, para o seu escritório. Espreguiçara-se no velho cadeirão de cabedal, pusera
os pés em cima do canapé e começara a ler uma biografia de George Bernard Shaw.
Vira as notícias às 11 horas, depois apagara a luz e saira do escritório. Ele deixava sempre a janela aberta, mas corria as cortinas do quarto.
A maior parte das noites, Leona ia-se embora depois de Allan apagar a luz, mas uma noite ela puxou o fecho da porta de correr e descobriu que não estava
trancada. Então, durante algumas noites ela entrara em casa e enrolara-se no cadeirão dele, imaginando que daí a um bocadinho ele a chamava: "Querida, vem para a
cama. Sinto-me só."
Na noite anterior, ela estava muito cansada e cheia de frio, por isso fora para casa depois de ele ter apagado a luz do escritório.

COM FRIO e muito cansada. Cheia de frio.
Laurie esfregou as mãos. Ficara tão escuro de repente! Não tinha reparado que estava tão escuro quando saíra do gabinete do Prof. Grant há um minuto.

11

- É uma das melhores cidades de Nova Jérsia explicou Betsy à mulher discretamente vestida que estava com ela.
Opal acenava com a cabeça pensativamente. Era a terceira vez que ia à agência Lyons Realty. A história que inventara era que o marido estava para ser transferido
para Nova iorque, por isso ela andava já à procura de casa em zonas como Nova Jérsia, Connecticut e Westchester.
Bic dera-lhe instruções:
- Primeiro, deixa-a ganhar confiança em ti. Faz que te mostre a casa de Lee, distrai-a e depois...
Era uma sexta-feira ao principio da tarde e o plano estava em marcha. Opal ganhara a confiança de Betsy Lyons. Chegara a altura de ver a casa dos Kenyons,
e a irmã mais velha estava ocupada no tribunal com um julgamento muito publicitado. Opal ia estar sozinha dentro da casa de Lee com uma pessoa totalmente desprevenida.
Betsy Lyons era uma mulher interessante de sessenta e poucos anos. Gostava do trabalho que fazia e era muito competente. Gabava-se muitas vezes de cheirar
um impostor a um quilómetro de distância. O que lhe agradava em Cana Hawl:ins era ser uma pessoa equilibrada. Não se precipitava a dizer tolices sobre cada casa
que via e fazia perguntas inteligentes acerca das que lhe despertavam um certo interesse. Sem dúvida que era uma pessoa com dinheiro. Uma boa agente imobiliária
aprendia a reconhecer roupa cara. Betsy Lyons tinha a sensação de que podia efectuar uma boa venda.
- Esta casa tem um encanto muito especial, tem nove divisões e está situada numa rua pequena sem saída - explicou Betsy, apontando para a fotografia de uma
casa de tijolo estilo rancho.
Opal fingiu estar interessada, olhando para a lista com atenção.
- Interessante, mas vamos ver o resto. Oh, o que é isto? - perguntou Opal. Tinha chegado à página da fotografia da casa dos Kenyons.
- Bom, se quer uma casa realmente bonita, espaçosa e confortável, esta é uma boa compra. Tem mais de quatro mil metros quadrados de terreno, piscina e quatro
grandes quartos, todos com casa de banho privativa - explicou Betsy, cheia de entusiasmo.
- Vamos ver estas duas casas esta manhã. É o máximo que eu aguento com este tornozelo assim.
Bic enrolara-lhe uma ligadura à volta do tornozelo esquerdo e explicara:
- Diz à fulana da agência que torceste o tornozelo. Assim, quando lhe disseres que deves ter deixado cair uma luva lá em cima num dos quartos, ela não se
importa de te deixar na cozinha.
Elas passaram primeiro pela casa estilo rancho. Opal não se esquecera de fazer todas as perguntas adequadas. Por fim, seguiram para a casa dos Kenyons. Opal
reviu mentalmente todas as instruções que Bic lhe dera.
- É agradável pensar que a Primavera já vem a caminho. A propriedade dos Kenyons é mais alegre com as árvores em flor na Primavera. Abrunheiros... quem comprar
esta casa vai ter sorte - comentava Betsy Lyons ao percorrerem de carro as ruas calmas de Ridgewood.
Porque é que está à venda? Opal achou que não seria natural não fazer a pergunta. Ela detestava aquela rua, porque lhe recordava aqueles dois anos. Ainda
se lembrava da força com que o coração lhe batia sempre que dobravam a esquina da casa cor-de-rosa, que estava agora pintada de branco.
Betsy Lyons sabia que não valia a pena ocultar a verdade:
- Agora só lá vivem duas irmãs. Os pais delas morreram num desastre de automóvel em Setembro na Estrada Setenta e Oito.
Viraram para a alameda de entrada, saíram do carro e Betsy procurou a chave.
- Este é o átrio central. Está a ver como eu tinha razão? Não é uma verdadeira maravilha? comentou Betsy depois de abrir a porta toda. Andaram a ver o primeiro
piso, a sala ficava à esquerda; tinha um arco, janelas grandes, chão escuro encerado e lareira. De repente, Opal sentiu uma vontade louca de rir. Eles tinham levado
Lee de uma casa assim para aquela porcaria de quinta! Era para admirar como é que Lee nao ficara logo maluca.
As paredes da biblioteca estavam cobertas de retratos. O coração de Opal começou a bater com mais força. Numa ponta da mesa havia uma fotografia de Lee com
uma rapariga mais velha. Lee estava com o fato de banho cor-de-rosa que tinha no dia em que eles a haviam levado. Era uma loucura que Opal tivesse olhado precisamente
para aquela fotografia quando havia tantas molduras com retratos naquela sala.
Lá em cima, Opal decidiu fingir que dava um espirro, tirou o lenço do bolso do casaco e deixou cair uma luva no quarto de Lee. Embora Betsy Lyons não lhe
tivesse dito, era fácil perceber qual era o quarto de Lee, pois no quarto da irmã a secretária estava coberta de livros de direito.
Opal desceu as escadas atrás de Betsy e a seguir pediu para ver a cozinha novamente.
- Adoro esta cozinha - suspirou -, esta casa é um sonho! - Pelo menos aquilo era verdade, pensou Opal. Agora, é melhor irmo-nos embora, o meu tornozelo está
a dizer-me que devo parar de andar.
Opal sentou-se num banco alto em frente do balcão da cozinha. Enfiou a mão no bolso para tirar as luvas e franziu a testa. - - Eu sei que tinha as duas quando entrei.
- Procurou no outro bolso e tirou o lenço. - Oh, com certeza que quando espirrei puxei a luva juntamente com o lencinho. Foi no quarto do tapete azul. - Começou
a escorregar do banco.
Espere aí que eu vou a correr lá acima ver! - disse Betsy Lyons.
- Ah, não se importa?
Opal esperou até ouvir o barulho dos passos dela na escada ao longe, que lhe dava a certeza de que Betsy Lyons já ia a caminho do segundo andar. Saltou imediatamente
do banco e correu para a fila de facas penduradas na parede perto do fogão. Agarrou na maior, uma faca grande de trinchar, e atirou-a para dentro da sua mala enorme
a tiracolo.
Quando Betsy Lyons voltou toda contente com a luva que faltava na mão, já Opal estava outra vez sentada no banco a esfregar o tornozelo.

A PRIMEIRA parte da semana decorrera sem qualquer distinção entre os dias. Sarah trabalhou toda a noite de quinta-feira, reflectindo sobre as alegações finais.
Leu tudo atentamente, agarrando com clipes às folhas os pequenos cartões que introduzia com os pontos que queria salientar perante ojúri, realçados com canetas
de feltro fosforescentes.
A luz da manhã começou a penetrar no quarto. às 7 e um quarto, Sarah leu o último parágrafo. Tinha coberto todos os pontos, aquela quantidade de provas concludentes
era inegável. No entanto, Conner Marcus era o melhor especialista de direito criminal que ela jamais enfrentara; além disso, os jurados eram imprevisíveis.
Sarah levantou-se e espreguiçou-se. A adrenalina que sempre lhe percorria o corpo durante um julgamento atingia o seu máximo quando ela começava com as alegações
finais. Sarah estava a contar com isso. Foi para a casa de banho e abriu o chuveiro. Era uma tentação demorar-se sob aquela chuva de água quente, mas em vez disso
fechou a água quente e abriu a torneira da fria toda para a direita, aguentando aquela torrente gelada a fazer caretas.
Secou-se com uma toalha, enfiou um roupão de turco aveludado, enfiou os pés numas pantufas e desceu as escadas a correr para ir fazer café. Enquanto esperava,
olhou em volta. Betsy Lyons parecia pensar que tinha boas perspectivas de vender a casa. Sarah percebeu que ainda tinha sentimentos contraditórios relativamente
à venda; não baixaria o preço da casa de maneira nenhuma.
Quando o café ficou pronto, Sarah levou uma caneca para cima e foi beberricando, enquanto vestia o fato de tweed azul-acinzentado e se penteava.
Verificou o que levava na pasta. Tinha lá dentro todas as notas que tomara para a argumentação final. "Está cá tudo", pensou ela. Já ia quase no fundo das
escadas quando ouviu a porta da cozinha abrir-se.
- Sou eu, Sarah - gritou Sophie. Ouviu-se o ruído dos passos na cozinha. - Pensei vir um bocado mais cedo. Ah, que bonita que está!
- Obrigada.
Sorriram ambas, mas Sophie tinha um ar perturbado.
- Sarah, lembra-se daquele conjunto de facas boas ali ao pé do fogão?
- Sim - Sarah estava a abotoar o casaco.
- Tirou de lá alguma? Falta a faca maior de trinchar, que coisa tão estranha!
Sarah ficou alarmada de repente.
- Quando é que viu a faca pela última vez?
Sophie hesitou.
- Não tenho a certeza... Dei por falta dela na segunda-feira e comecei a procurá-la. Na cozinha não está, e acho que Laurie não ia precisar dela na faculdade.
Sophie sabia do sonho da faca.
- Acho que não é nada provável que Laurie a tenha levado. - Sarah engoliu em seco, sentindo um aperto na garganta. - Tenho de me despachar - concluiu.
Quando abriu a porta, olhou para Sophie e viu a expressão de pena que ela tinha. "Ela acha que foi Laurie quem levou a faca", pensou Sarah. "Meu Deus!"
Voltou para trás com um ar desvairado, correu para o telefone e marcou o número de Laurie. Atenderam ao primeiro toque, e Laurie respondeu com uma voz ensonada.
-Sarah... Claro que estou bem.
Sarah desligou, aliviada, e saiu a correr de casa para o carro. Ao sair da garagem, achou que de momento a irmã estava bem. Nessa noite, ia telefonar ao
Dr. Carpenter e ao Dr. Donnelly, mas agora tinha de deixar de pensar na faca. Não seria justo para Maureen Mays nem para a família dela não dar o seu melhor no julgamento.
Mas porque diabo havia Laurie de levar a faca de trinchar?

- O JÚRI de Sarah ainda está reunido - explicou Laurie ao Dr. Carpenter ao sentar-se em frente dele no consultório. - Invejo-a, ela é tão dedicada àquilo
que faz que consegue abstrair-se de tudo o resto.
Carpenter esperou. As coisas tinham mudado, Laurie estava diferente. Era a primeira vez que se mostrava agressiva em relação a Sarah. Os olhos dela reflectiam
raiva reprimida. Acontecera qualquer coisa.
- Tenho lido notícias sobre esse caso - replicou Carpenter.
- Claro que tem. Sarah é magistrada do Ministério Público, mas não é tão delicada quanto parece. Mal eu cheguei ontem a casa, entrou ela cheia de desculpas
por não ter estado em casa para me receber. Uma grande irmã, não haja dúvida! Eu disse-lhe: "Olha, Sarah, eu já tenho idade para tomar conta de mim, tenho vinte
e um anos, e não quatro!"
- Quatro?
- Essa era a idade que eu tinha quando Sarah devia ter ficado em casa em vez de ir àquela maldita festa. Eu não teria sido raptada se ela tivesse ficado
em casa! Acho que ela me detesta.
- Porque havia de te detestar? - perguntou o Dr. Carpenter.
- Ela não tem tempo para ter uma vida própria. Ela é que devia ser a sua doente. Isso é que sim! Ela foi toda a vida a irmã mais velha!
Laurie sentara-se de uma forma que denunciava uma atitude agressiva; os joelhos juntos, a cabeça bem levantada e as feições duras. Onde estava a cara jovem
meiga e perturbada e a voz hesitante?
- Porque estás aborrecida com Sarah?
- Por causa da faca. Ela pensa que eu tirei uma faca da cozinha.
- Porque é que ela havia de achar uma coisa dessas?
- Porque a faca desapareceu. Tenho a certeza absoluta de que não a levei. Não me importo de admitir que muitas coisas são da minha autoria, mas esta não,
doutor.
- Eu tinha a impressão de que tinhas medo de facas, Laurie.
Laurie estava deitada com um ar calmo.
- Laurie - disse Sarah, tocando-lhe na mão.
Ela abriu os olhos devagar, com esforço, e Sarah percebeu que Laurie devia estar sob o efeito de fortes sedativos. A voz dela era fraca, mas límpida:
- Sarah, prefiro matar-me a ter de ver aquele médico outra vez!

ALLAN GRANT estava na cozinha a comer uma sanduíche.
- Querido, desculpa não ter podido vir ontem à noite, mas era muito importante eu preparar a minha parte para o relatório Wharton.
- Karen abraçou-o.
Allan beijou-a rapidamente na cara e afastou-se.
- Então, Sr. Professor, o que é que se passa? - indagou Karen.
- O que se passa é que há cerca de uma hora tive a certeza de que é Laurie Kenyon quem anda a escrever aquelas cartas.
- Tens a certeza absoluta? - perguntou Karen, completamente atónita.
- Sim. Estava a classificar trabalhos, e o dela tinha um bilhete agarrado a explicar que o computador se avariara e por isso tivera de o acabar numa
máquina de escrever antiga que tem de reserva. Não há qualquer dúvida de que é a mesma máquina em que as cartas são escritas! - Allan meteu a mão no bolso, tirou
a última carta e estendeu-lha.
A carta dizia:

Meu querido Allan
Nunca esquecerei esta noite. Adoro ver-te a dormir. Adoro a forma como puxas os cobertores para cima. Porque deixas arrefecer tanto o quarto? Fechei
um pouco ajanela. Lembra-te, querido, se a tua mulher não gosta de ti o suficiente para estar sempre contigo, eu gosto. Com todo o meu amor.
Leona

Karen releu a carta devagar.
- Meu Deus! Allan, achas que essa rapariga entrou mesmo aqui?
- Penso que não. Com certeza que ela imagina todos esses encontros no meu gabinete, e este também.
- Vais entregar as cartas à administração?
- Claro. Estou certo de que o decano Larkin vai mandar um dos psicólogos falar com Laurie. Eu sei que ela anda a tratar-se com um psiquiatra, mas
talvez precise também de ser acompanhada por um médico aqui. Pobre rapariga!

LAURIE estava recostada na cama a ler quando Sarah chegou ao hospital no domingo ao fim da manhã e cumprimentou a irmã alegremente.
- Olá! Trouxeste a roupa. Óptimo. Visto-me e depois vamos até ao clube comer qualquer coisa.
Era o que ela dissera que queria fazer quando telefonara há uma hora.
- Tens a certeza de que não é demais para ti? - perguntou Sarah com ansiedade. - Ontem estiveste muito doente.
- Talvez seja é demais para ti. Oh, Sarah, porque é que não desapareces de uma vez? A sério. Eu só sirvo para te complicar a vida! Laurie fez um sorriso
triste quando Sarah se curvou e a abraçou.
Sarah não fizera ideia do que havia de esperar, mas aquela era a verdadeira Laurie, preocupada quando desconcertava alguém.
- Estás com óptimo aspecto - exclamou Sarah com sinceridade.
- Deram-me qualquer coisa que me pôs a dormir como uma pedra.
- É um barbitúrico fraco. O Dr. Carpenter receitou-te isso e um antidepressivo.
De repente, Laurie ficou tensa.
- Sarah, eu tomo os comprimidos, mas não faço mais terapia.
- Laurie, o Dr. Carpenter discutiu o teu caso com um psiquiatra de Nova iorque, o Dr. Donnelly. Se não quiseres ir a uma consulta dele, deixas-me
falar com ele?
- Oh, Sarah! Preferia que não falasses, mas se realmente queres lá ir, está bem... - Laurie saltou da cama. - Vamos embora daqui!
Laurie comeu bem no clube e estava de bom-humor. Ao olhar para ela, Sarah custava-lhe a acreditar que ainda na véspera ela tivesse estado à beira do desespero.
Quando saíram do clube, não foram logo para casa. Seguiram exactamente na direcção oposta.
Laurie levantou uma sobrancelha.
- Onde vamos?
- Vamos a Glen Rock, fica a dez minutos da nossa casa. Vão começar lá a vender uns andares. Lembrei-me de irmos lá dar uma olhadela.
- Sarah, talvez fosse melhor começarmos só por alugar uma casa por uns tempos. Supõe que decides ir trabalhar para uma firma de advogados em Nova
iorque? Tens tido ofertas. O lugar em que vivermos deve estar relacionado contigo, e não comigo.
- Não vou trabalhar para nenhuma firma privada, Laurie. Durmo muito mais descansada acusando criminosos do que defendendo-os.
Havia um andar modelo com três níveis de que ambas gostaram.
- Tem uma disposição bonita! - comentou Sarah. - Gosto mesmo da casa, aquelas casas de banho modernas são um espectáculo! - Sarah disse ao vendedor
que lhes estava a mostrar a casa: - Parece que há uma pessoa muito interessada na nossa casa. Quando soubermos se realmente a vendemos, voltamos cá.
Quando se dirigiam para o carro, Sarah deu o braço a Laurie com ar de camaradagem. Estava um dia frio, com o céu límpido e um vento fraco mas cortante. Havia,
no entanto, um ar de Primavera.
Chegaram ao parque de estacionamento, e Laurie declarou à irmã:
- Sarah, deixa-me dizer-te só uma coisa. Quando chegarmos a casa, não quero falar sobre o que se passou ontem. A nossa casa transformou-se num sítio em que
estás permanentemente a estudar-me com um ar preocupado e a fazer-me perguntas que não são tão por acaso como parecem. A partir deste momento, deixa-me dizer-te
apenas aquilo que eu quiser. Está bem?
- Está bem - respondeu Sarah num tom inexpressivo.
"Tens andado a tratá-la como uma criança pequena", disse para consigo. "Afinal, o que é que aconteceu ontem?"
Foi como se Laurie lhe lesse o pensamento.
- Sarah, não sei o que me fez desmaiar ontem. O que eu sei é que é um sacrifício tremendo ter o Dr. Carpenter sempre a fazer-me perguntas que sugerem determinada
resposta, mas que afinal são apenas armadilhas. É como tentar trancar todas as portas e janelas quando um intruso está a arrombá-las.
- Ele não é um intruso, é um médico. Mas tu não estás preparada para o tratamento dele. Concordo com tudo.
Sarah passou com o carro pelos seguranças do portão da entrada e reparou que todos os carros que chegavam eram mandados parar para serem inspeccionados.
Era evidente que Laurie também reparara e exclamou:
- Sarah, vamos dar um sinal para aquele apartamento. Gostava imenso de viver aqui. Com aquele portão e aqueles guardas estaríamos em segurança. Eu quero
sentir-me segura, e o que me assusta imenso é que nunca me sinto.
Sarah teve de fazer a pergunta que andava a torturá-la.
- Foi por isso que levaste a faca? Para te sentires segura? Laurie, eu compreendo, desde que não fiques deprimida a ponto de... fazeres mal a ti própria.
Laurie suspirou antes de dizer:
- Sarah, eu não tenciono suicidar-me. Quem me dera que acreditasses em mim. Juro-te que não levei a faca!
Nessa noite, já na faculdade, Laurie despejou em cima da cama o que estava dentro do saco para voltar a meter livros lá dentro. Caíram livros de estudo,
blocos de espiral e folhas soltas. O último objecto estivera dissimulado no fundo: era a faca de trinchar que faltava no conjunto de facas penduradas na cozinha.
Laurie deu uns passos para trás para se afastar da cama.
- Não, não, não! - Deixou-se cair dejoelhos e escondeu acaraentre as mãos. - Eu não a tirei, Sarah!
Uma voz trocista dominou o pensamento de Laurie. Está calada, miúda! Tu sabes porque a tens. Porque é que não aproveitas a deixa para a espetares no pescoço?
Preciso mesmo de um cigarro!

13

GREGG BENNETT disse para consigo que não se ralava. Para ser franco, o que ele realmente queria dizer é que não devia ralar-se. Havia imensas raparigas interessantes
naquela universidade e iria encontrar muitas mais na Califórnia. Ele acabava o curso em Junho e ia para Stanford tirar o M.B.A.
Gregg vivia num apartamento tipo estúdio por cima da garagem de uma casa particular a três quilómetros da universidade. Ter uma casa era bastante do seu
agrado, pois não gostava da ideia de ter de partilhar uma com três ou quatro tipos e acabar por ter farras constantemente.
Logo que chegara a Clinton pela primeira vez, Gregg reparara em Laurie no campus da universidade. Quem não repararia nela? Mas nunca tinham estado na mesma
turma. Posteriormente, há ano e meio atrás, ficaram sentados ao lado um do outro no auditório numa exibição do Cinema Paradiso. Quando se acenderam as luzes, Laurie
virou-se para ele e perguntou:
- Não foi uma maravilha?
Aquilo foi o princípio. A relação deles começou por se estreitar como amizade. Ela era mesmo um amor. No terceiro encontro, ele disse-lhe que se via mesmo
que ela fora uma criança mimada. Tinham ido jogar golfe, mas havia excesso de marcações, e eles tiveram de esperar mais uma hora para poderem começar. Laurie ficou
irritada com aquilo.
- Aposto que nunca tiveste de esperar por nada. Aposto que o papá e a mamã te chamavam "a minha princesinha" - dissera Gregg.
Laurie rira-se e dissera que era verdade. Nessa noite, ao jantar, Laurie contou-lhe que tinha sido raptada.
- A última coisa de que me lembro é de estar no jardim em frente da minha casa junto à rua com um fato de banho cor-de-rosa e de alguém me agarrar. A seguir,
lembro-me de acordar na minha cama, só que isto foi dois anos depois.
- Desculpa ter-te dito que eras mimada. Mereceste sê-lo.
- Fui mimada antes e depois.
Gregg sabia que era para Laurie um amigo de confiança, mas para ele não era assim tão simples. Não se passa tanto tempo com uma rapariga como Laurie, com
aquele cabelo louro maravilhoso e uns olhos azuis tão profundos, sem querer estar sempre com ela, pensou Gregg. Mas depois ela começou a convidá-lo para ir passar
fins-de-semana a sua casa, e Gregg teve a certeza de que ela também começara a apaixonar-se por ele.
Então, de repente, acabou tudo num domingo de manhã, no último mês de Maio. Gregg lembrava-se de tudo perfeitamente. Ele dormira até tarde, e Laurie
aparecera em casa dele, depois de ter ido à igreja, com vianas e queijo-creme. Deu umas pancadinhas na porta, e como ele não ouviu, Laurie gritou:
- Sei que estás aí!
Gregg abriu a porta e ficou a olhar para ela. Trazia um vestido de linho e tinha um ar calmo e fresco, como a própria manhã.
Laurie entrou, pôs café a fazer, preparou as vianas e disse-lhe para não se preocupar em fazer a cama, que era das recolhíveis, porque ela só podia
lá ficar uns minutos. Antes de sair, Laurie abraçou-o e deu-lhe um beijo ao de leve, dizendo-lhe que precisava de fazer a barba.
- Mas, mesmo assim, gosto da tua cara - comentou ela num tom provocador. - Tens um nariz bonito, um queixo marcante e um cabelo espetado muito giro. - Laurie
deu outro beijo a Gregg e virou-se para se ir embora.
Foi então que aquilo aconteceu. Gregg seguiu-a impulsivamente até à porta, agarrou-a pelos braços, levantou-a do chão e deu-lhe um abraço.
Laurie ficou louca: soluçou e esperneou para o afastar. Gregg largou-a e, irritado, perguntou-lhe que diabo estava a acontecer. Ela achava que ele
era "Jack, o Estripador"? Laurie saiu a correr do apartamento e nunca mais voltou sequer a falar com ele, a não ser para lhe dizer que a deixasse em paz.
Mas ele nunca conseguira deixar de pensar nela. Agora que voltara de Londres, ela continuava inflexível e recusava-se a vê-lo.

QUANDO Laurie foi ver a caixa de correio na terça-feira, encontrou um bilhete a pedir-lhe para telefonar ao decano encarregado dos assuntos dos estudantes
para marcar uma entrevista o mais rapidamente que lhe fosse possível. Ela interrogou-se sobre que seria aquilo. Quando fez o telefonema, a secretária do decano perguntou-lhe
se ela estaria livre para lá ir naquele dia às 3 horas.
Estava outro dia frio de céu limpo - o tipo de dia que a fazia respirar fundo e endireitar bem os ombros. Era um alívio tão grande saber que no sábado
de manhã não iria sentar-se naquele consultório com o Dr. Carpenter a tentar parecer simpático, mas sempre a experimentá-la, a sondar.
A faca. Como teria ido parar ao fundo do saco? Tinha a certeza de que a não tinha posto lá. Iria Sarah acreditar nela? Talvez ela sugerisse ir falar
outra vez com o Dr. Carpenter.
Agora, a faca estava escondida dentro da manga de um casaco velho no fundo do armário. O elástico do punho não a deixaria cair. Seria melhor simplesmente
deitá-la fora e deixar o mistério por desvendar? Quando Laurie chegou ao edifício da administração, o decano Larkin
não estava sozinho. Acompanhava-o o Dr. lovino, director do centro de apoio aos estudantes. Ao vê-lo, Laurie ficou tensa e ouviu uma voz a gritar-lhe dentro
da cabeça: Tem cuidado. É outro psiquiatra.
O decano convidou-a a sentar-se, perguntou-lhe como se sentia, como iam as aulas, e recordou-lhe que todos estavam a par da tragédia que atingira a família
dela. Depois, pediu que o desculpasse, mas que ia saír, pois o Dr. lovino queria ter uma pequena conversa com ela.
O decano saiu e fechou a porta, e o Dr. lovino sorriu e exclamou:
- Não fiques com ar assustado, Laurie. Só queria falar contigo acerca do Prof. Grant. O que pensas dele?
Era fácil.
-Penso que ele é uma pessoa fantástica. É óptimo professor e tem sido um grande amigo replicou Laurie.
- Laurie, não é nada fora do vulgar os alunos começarem a ligar-se afectivamente a um membro da faculdade. Num caso como o teu, porque te sentes muito só
e triste, não é invulgar interpretar-se essa relação de forma errada, fantasiar com ela. É compreensível.
- De que é que está a falar?
Ele estendeu-lhe um maço de cartas.
- Laurie, escreveste estas cartas?
Ela folheou as cartas, com os olhos cada vez mais abertos de espanto.
- Estão assinadas por uma pessoa chamada Leona. O que é que o levou a pensar que fui eu que as escrevi?
- Tens uma máquina de escrever, não tens, Laurie?
- Sim, tenho. É a velha máquina portátil da minha mãe, tenho-a de reserva. às vezes, o computador avaria-se quando eu tenho um trabalho para entregar.
- Entregaste este trabalho de fim do período a semana passada?
Laurie olhou-o de relance e respondeu:
- Sim, entreguei.
- Repara que o o e o w sempre que aparecem têm uma falha. Agora compara-os com o o e o w nas cartas enviadas ao professor Grant. Foram escritos pela mesma
máquina.
Laurie olhou fixamente para o Dr. lovino. A cara do Dr. Carpenter sobrepôs-se à do Dr. lovino. Inquisidores! Loucos!
Laurie levantou-se.
- Dr. lovino, de facto eu emprestei essa máquina de escrever a muita gente. Considero esta conversa simplesmente um insulto. Estou chocada por o professor
Grant ter tirado precipitadamente a conclusão de que fui eu que escrevi estas cartas nojentas. E estou chocada por ter mandado chamar-me para falar sobre este assunto.
- Agarrou nas cartas e atirou-as por cima da secretária. - Fico a aguardar um pedido de desculpas por escrito. Quanto ao professor Grant, eu considerava-o um bom
amigo, uma pessoa compreensiva que me apoiou nesta fase difícil da minha vida. Pelos vistos, estava completamente enganada a respeito dele. Os estudantes que lhe
chamam Sexy Allan e comentam que ele é atiradiço é que têm razão. Tenciono dizer-lhe isto pessoalmente, e já.
- Laurie virou-se e saiu rapidamente da sala.
Ela ia ter aula com Allan Grant dentro de um quarto de hora.
Laurie estava à espera dele quando ele percorreu o corredor em passos rápidos. No caminho até à sala de aula, Grant foi cumprimentando alegremente os alunos
que encontrava, mas ao ver Laurie isso acabou.
- Olá, Laurie. - A voz dele denunciava um certo nervosismo.
- Professor Grant, onde foi buscar a ideia absurda de que eu lhe escrevi aquelas cartas?
- Laurie, eu sei que tens atravessado momentos muito difíceis e...
- E o senhor pensou que me facilitava as coisas indo contar ao decano Larkin que eu andava a imaginar que ia consigo para a cama? Enlouqueceu?
- Laurie, não estejas aborrecida. Olha, estamos a começar a ter público.
Laurie não se importou com as pessoas que paravam para ouvir.
- O senhor é nojento. - Laurie tinha tanta raiva que até falava com dificuldade. - Há-de arrepender-se disto!
Abriu caminho por entre a multidão de estudantes espantados e voltou a correr para o dorrmitório. Fechou a porta à chave, deixou-se cair sobre a cama e pôs-se
a escutar vozes que lhe gritavam.
Uma voz dizia:
- Bom, pelo menos defendeste-te a ti própria para variar
Outra berrava:
- Como é que Allan foi capaz de me trair? Há-de arrepender-se disto. Ainda bem que tens afaca.

14

BIc E OPAL foram directamente para a Geórgia de avião depois do programa de domingo. Nessa noite, houve um banquete de despedida em honra deles. Terça-feira de manhã,
iniciaram a viagem de automóvel para Nova Iorque. Na bagageira levavam a máquina de escrever de Bic, as malas e uma lata com gasolina. Não seriam transportados mais
nenhuns bens pessoais.
Durante a viagem, Bic explicou o seu raciocínio a Opal.
- Imagina que o Senhor nos põe à prova permitindo a Lee começar a lembrar-se de fragmentos da nossa vida com ela. Imagina que ela fala sobre a casa da quinta
e que, por qualquer razão, a descobrem e começam a investigar tudo para saber quem a alugou durante aqueles anos. Aquela casa é uma prova visível de que ela estava
sob a nossa protecção, portanto temos de nos livrar dela. O Senhor deu-nos ordem para isso.
Estava escuro quando atravessaram Bethlehem, mas, mesmo assim, Bic evitou passar pela Mam Street e meteu por uma estrada secundária cinco quilómetros antes
da quinta. Ao aproximarem-se da casa, Bic apagou os faróis e, quando lá chegou, enfiou o carro atrás de uma fila de árvores.
Não havia sinais de vida.
- Queres dar uma espreitadela? - perguntou Bic.
- Só quero é sair daqui!
- Vem comigo, Opal! - Era uma ordem.
A casa não tinha sinais de estar habitada: estava completamente às escuras e os vidros das janelas estavam partidos. Bic rodou a maçaneta da porta, empurrou-a
com o ombro e ela abriu-se com um rangido.
Bic pousou a lata de gasolina e tirou do bolso uma lanterna da grossura de um lápis, apontando a luz da lanterna em volta da sala.
- Está praticamente igual - comentou. - Aquela é a mesma cadeira de baloiço em que eu costumava sentar-me com Lee. Uma criança muito querida, mesmo muito
querida.
- Bic, eu quero sair daqui. Está frio e esta casa causou-me sempre arrepios. Durante aqueles dois anos, estive sempre preocupada.
- Opal, vou despejar gasolina por toda a parte. Depois, vamos lá para fora e tu podes acender o fósforo.
Eles já iam no carro a grande velocidade quando as chamas irromperam acima da copa das árvores. Dez minutos depois, estavam novamente na estrada principal.
Não se tinham cruzado com nenhum carro durante a visita de meia hora.

ERAM 7 e 30 DA TARDE de terça-feira quando Sarah abriu a porta de casa. O desenrolar do processo que se segue sempre a um julgamento difícil durara toda
a tarde, e ela até comentara com um colega:
- Até já me começam a doer os ossos.
Vestiu imediatamente um pijama e um roupão a condizer, enfiou uns chinelos e foi ver o que havia no frigorífico. Estava lá uma caçarola pequena com carne
assada já pronta, e para aquecer havia legumes, batatas e molho de carne.
Ia justamente a levar o tabuleiro com o jantar para o escritório quando viu Allan. A saudação de Sarah desapareceu-lhe dos lábios quando o ouviu dizer
- Sarah, agora percebo que devia tê-la avisado, a si e a Laurie, antes de ir à administração.
- Avisado de quê?
Enquanto ouvia a explicação, Sarah sentiu as pernas a fraquejarem e sentou-se. Quando Allan lhe contou o confronto com Laurie, Sarah fechou os olhos e sentiu
vontade de poder também fechar os ouvidos.
- Não... pode imaginar como lamento o que se passou - exclamou Sarah. - Tem sido tão amável com Laurie. - A voz falhou-lhe e só conseguiu despedir-se.
Não podia de maneira nenhuma adiar a conversa com Laurie, mas qual seria a melhor forma de abordar o assunto com ela?
Sarah marcou o número de telefone da casa de Justin Donnelly, mas ninguém atendeu.
Conseguiu encontrar o Dr. Carpenter, que lhe fez algumas perguntas breves.
- Laurie nega ter escrito as cartas?... Estou a perceber... Não, ela não está a mentir, está a bloquear. Sarah, telefone-lhe e tranquilize-a com o seu apoio.
Sugira-lhe vir para casa. Temos de a levar ao Dr. Donnelly.
Sarah esqueceu-se do jantar por completo e marcou o número de telefone do quarto de Laurie. Ninguém atendeu. Continuou a tentar de meia em meia hora até
à meia-noite. Por fim, telefonou a Susan Grimes, a colega que ocupava o quarto em frente.
A voz sonolenta de Susan despertou completamente quando Sarah se identificou como irmã de Laurie. Sim, sabia o que acontecera. Claro que ia ver se Laurie
estava no quarto.
Enquanto esperava, Sarah apercebeu-se de que estava a rezar. "Por favor, meu Deus, não permitas que ela tenha feito mal a ela própria. Isso não!"
Susan levantou o auscultador.
- Fui lá ver. Laurie está a dormir ferrada, digo isto porque está a respirar calmamente. Quer que eu a acorde?
Sarah sentiu um alívio enorme.
- Com certeza que Laurie tomou um comprimido para dormir. Não, não a incomode e desculpe tê-la maçado.
Sarah estava completamente exausta, foi para a cama e adormeceu logo. Pelo menos não tinha de se preocupar com Laurie durante a noite.

"SÓ FALTAVA mais esta!", pensou Allan Grant depois de telefonar a Sarah. Ela parecera profundamente triste. Como é que não havia de estar triste? A mãe e
o pai tinham morrido há cinco meses, e a irmã mais nova estava com um esgotamento nervoso grave. Allan foi à cozinha. Só havia restos no frigorífico, ignorou-os
com uma careta, abriu o congelador e tirou uma piza congelada.
Enquanto a piza aquecia, Allan foi tomando uma bebida e não conseguia deixar de pensar na forma errada como conduzira o assunto com Laurie. O decano Larkin
e o Dr. Jovino tinham ficado impressionados com a veemência da negação de Laurie. "Agora, acham que eu desencadeei um processo que pode trazer problemas à faculdade",
pensou Allan. "Óptimo! Como é que hei-de lidar com Laurie?!"
Karen telefonou mesmo antes das 8.
- Querido, como é que correu?
- Infelizmente, não correu nada bem.
Falaram durante vinte minutos, e quando por fim desligaram, Allan sentia-se muito melhor.
O telefone tocou outra vez às 10 e 30.
- Sinto-me bem, a Sério - exclamou ele. - É bom despejar tudo. Agora, vou tomar um comprimido para dormir. Até amanhã. Amo-te - acrescentou.
Carregou no botão de SLEEP do rádio-despertador e adormeceu logo.
Allan Grant nem sequer ouviu os passos leves, não sentiu uma silhueta curvar-se sobre ele, nem acordou quando a faca o trespassou até ao coração. Momentos
depois, o barulho do movimento das cortinas abafou o seu estertor de morte.

Era oUTRA vez o sonho da faca, mas desta vez era diferente. A faca não vinha em direcção a ela. Laurie segurava-a e movia-a para cima e para baixo. Ela estava
sentada na cama com as costas bem direitas. Sentia a mão pegajosa. Porquê? Porque é que ainda estava de calças de ganga e de casaco vestidos? Porque é que tinha
a roupa manchada?
A mão esquerda de Laurie tocou numa coisa dura. Fechou os dedos à volta daquilo e sentiu uma dor repentina e aguda pela mão.
Atirou a roupa da cama para trás. A faca de trinchar estava meio escondida debaixo da almofada. Os lençóis estavam cobertos de manchas de sangue seco. O
que tinha acontecido? Quando é que se cortara? Porque tirara a faca do armário? Ainda estaria a sonhar?
Uma voz gritava-lhe
- Não percas nem um minuto. Lava as mãos. Lava afaca. Esconde-a no armário. Despacha-te. Tira o relógio, tem a correia toda suja. Lava também a Pulseira que tens
dentro do bolso.
Lava a faca. Laurie correu às cegas para a casa de banho, abriu as torneiras da banheira e segurou a faca debaixo do jacto de água.
Mete-a dentro do armário. Correu de novo para o quarto. Despe essa roupa toda. Tira jáos lençóis da cama. Atira tudo para a banheira. Laurie cambaleou até
à casa de banho, abriu rapidamente o chuveiro e deixou cair a roupa da cama dentro da banheira. Conforme se despia, ia atirando a roupa lá para dentro, e ficou estupefacta
a ver a água a ficar vermelha.
Laurie entrou para a banheira com os lençóis a ondularem à roda dos seus pés. Esfregou com força a viscosidade das mãos e da cara; depois, saiu da banheira,
enfiou o roupão, tapou o ralo e lavou a roupa dela e a da cama até a água sair limpa.
Laurie fez uma trouxa e meteu tudo num saco da lavandaria, vestiu-se e desceu para secar a roupa na cave. Esperou até o secador ter acabado a centrifugação.
Quando a máquina deu o estalido de desligar, Laurie dobrou os lençóis e a roupa dela bem dobrados e levou-os para o quarto.
Agora faz a cama e sai daqui. Vai à primeira aula e mantém-te calma. Desta vez, estás mesmo metida num sarilho.
Ao atravessar o campus universitário, Laurie continuava com curiosidade de saber quem seria aquela criança que não parava de chorar. Era um choro abafado,
como se tivesse a cabeça enterrada na almofada. A criança que estava a chorar tinha cabelo louro comprido e estava deitada numa cama num quarto frio.
Laurie entrou automaticamente no edifício e entrou no elevador. Ao passar pela sala onde Allan Grant ia dar aula, no terceiro andar, Laurie meteu a cabeça
pela porta e disse a uns estudantes que estavam reunidos em grupo à espera do professor:
- Estão a perder tempo. O Sexy Allan está morto e bem morto.

15

às 11 HORAS da manhã de quarta-feira, Laurie telefonou a Sarah da esquadra da Polícia.
Sarah mergulhou num tal entorpecimento geral que demorou uns minutos preciosos a telefonar ao Dr. Carpenter para lhe contar o que acontecera e pedir-lhe
para ele contactar o Dr. Donnelly. Depois, correu para o carro. A viagem de hora e meia até Clinton nunca mais acabava, era um verdadeiro inferno!
Laurie parecia atordoada e dissera num tom hesitante:
- Sarah, encontraram o professor Grant morto e pensam que fui eu que o matei, por isso prenderam-me.
Allan Grant fora apunhalado. Oh, meu Deus! Santo Deus, porquê? Sarah chegou à esquadra e disseram-lhe que Laurie estava a ser interrogada. Sarah exigiu ver
a irmã. O graduado sabia que Sarah era magistrada do Ministério Público e olhou para ela com um ar de pena.
- Miss Kenyon, sabe melhor do que eu que a única pessoa que pode entrar enquanto a sua irmã está a ser interrogada é o advogado dela.
- Eu sou a advogada dela - respondeu Sarah.
- A senhora não pode...
- Neste momento, larguei o meu emprego. Demito-me.
A sala de interrogatório era pequena. Uma câmara de vídeo filmava Laurie, que estava sentada numa cadeira frágil de madeira. Com ela encontravam-se dois
inspectores. Mal viu Sarah, Laurie correu para os braços dela.
- Sarah, isto é uma locura. Tenho imensa pena do professor Grant. Diz-lhes para procurarem a pessoa que escreveu aquelas cartas. Foi com certeza quem o matou
e é alguém louco. - Laurie começou a soluçar.
Sarah agarrou na cabeça de Laurie e encostou-a ao seu ombro, embalou-a um pouco e voltou a sentá-la devagar na cadeira.
- Vou ficar aqui contigo. Eu não quero que respondas a mais perguntas agora.
- Posso falar consigo, Miss Kenyon? Sou Frank Reeves. - O inspector mais velho puxou-a para o lado. - Infelizmente, parece um caso fácil de resolver. Ontem,
ela ameaçou o professor Grant, e esta manhã, antes de o corpo ter sido descoberto, ela anunciou a uma sala cheia de estudantes que ele morrera. Havia uma faca escondida
no quarto dela, que é com certeza a arma do crime. Ela tentou lavar a roupa dela e da cama, mas ainda tinha leves manchas de sangue em ambas.
- Sare-wuh.
Sarah voltou-se para olhar para Laurie. Era ela e não era. Tinha uma expressão diferente, a voz era a de uma criança de três anos.
Sare-wuh. Era assim que Laurie costumava pronunciar o nome da irmã quando começara a andar. "Sare-wuh, quero o meu ursinho!"
Sarah segurou a mão de Laurie quando ela foi acusada. Ojuiz fixou a fiança em cento e cinquenta mil dólares, no entanto Sarah prometeu à irmã:
- Dentro de poucas horas, tiro-te daqui!
Entorpecida pelo sofrimento, Sarah viu Laurie a ser levada de algemas, com uma expressão perplexa.
Gregg Bennett chegou ao tribunal quando Sarah estava a preencher os papéis para a fiança.
- Sarah.
Ela ergueu os olhos. Gregg tinha um ar tão abalado e pesaroso como ela própria.
- Sarah, Laurie nunca faria mal a ninguém de propósito. Deve ter sido um descontrole qualquer.
- Eu sei. A insanidade mental será a defesa dela. - Ao dizer estas palavras, Sarah recordou-se de todos os advogados de defesa que tinhham tentado aquela
estratégia e que ela derrotara em tribunal. Raramente resultava.
às 6 e 15, Laurie foi libertada sob fiança. Saiu da prisão acompanhada por uma grande mulher-polícia fardada. Ao ver Sarah e Gregg, os joelhos de Laurie
começaram a dobrar-se. Quando Gregg correu para a segurar, Laurie gemeu e depois começou a guinchar:
- Sarah, não o deixes fazer-me mal.

às 11 HORAS da manhã de quarta-feira, o telefone tocou na Agência de Viagens Global, no Madison Arms Hotel, em Manhattan.
Karen Grant ia a sair, mas hesitou e disse, voltando a cabeça para trás:
- Se for para mim, diz que volto daqui a dez minutos. Tenho de resolver isto antes de mais nada.
Connie Santini, a secretária, de vinte e dois anos, levantou o auscultador.
- Agência de Viagens Global, bom dia - disse com uma voz alegre e, depois de escutar, informou: - Karen acaba de sair. Volta daqui a uns minutos.
Anne Webster, a dona da agência, estava ao armário-ficheiro e virou-se para Connie, que dizia:
- Aconteceu alguma coisa?
Anne precipitou-se em direcção à secretária de Karen, agarrou no auscultador e fez sinal a Connie para ela desligar.
- Anne Webster, posso ajudá-la nalguma coisa?
Ao longo dos seus sessenta e nove anos, Anne Websterjá tinha recebido pelo telefone várias notícias tristes sobre alguém de família ou amigo. Quando a pessoa
do outro lado se identificou como o decano Larkin, do Clinton College, Anne ficou gelada, porque teve a certeza de que tinha acontecido alguma coisa a Allan Grant.
- Eu sou patroa e amiga de Karen. Ela está na joalharia mesmo aqui em frente. Se quiser, posso chamá-la.
Anne escutou com atenção, enquanto Larkin falava num tom de voz hesitante.
- Talvez fosse melhor dizer-lhe a si. Tenho medo de que Karen possa ouvir a notícia na rádio...
Anne Webster ficou horrorizada ao ouvir a notícia do assassínio de Allan Grant. respondeu ela, e desligou telefone.
-Eu trato do assunnto a seguir, - respondeu ela, e desligou telefone. de lágrimas nos olhos, contou à secretária o que acontecera. - Pobre Karen! -exclamou.
- Aí vem ela - disse Connie.
Viram Karen a aproximar-se através da parede de vidro que separava a agência de viagens do átrio de entrada. Vinha com um andar leve e um sorriso nos lábios.
Anne Webster mordeu o lábio. Como havia de dar uma notícia daquelas?
A porta abriu-se.
- Eles pediram desculpa! - exclamou Karen num tom triunfante. - Admitiram que foi culpa deles. - O Sorriso dela desapareceu. - o que é que aconteceu?
Anne Webster não soube como, mas saíram-lhe as palavras:
- Allan morreu.
- Allan? Morreu? - perguntou Karen com um ar perplexo. Depois, voltou a repetir: - Allan morreu?'
Anne e Connie viram Karen ficar branca. Correram para ela e ajudaram-na a sentar-se numa cadeira.
- Como? - perguntou Karen numa voz monocórdica. - Foi o carro? Eu avisei-o que estava a travar mal.
- Oh, Karen. - Anne Webster pôs os braços à volta dos ombros de Karen, que tremia.
Foi Connie Santini quem acabou por contar todos os pormenores que sabiam e telefonou para a garagem a pedir que trouxessem o carro de Karen imediatamente.
Connie ofereceu-se para ir com elas e guiar, mas Karen opôs-se à sugestão porque o escritório tinha de ficar entregue a alguém.
Karen não chorava quando desceram. Falava de Allan como se ele ainda estivesse vivo.
- Ele é o tipo mais simpático do Mundo. É tão bom... É o homem mais inteligente que eu conheci na vida!

Bic LIGOU a televisão para ouvir as notícias do meio-dia, enquanto almoçavam no seu gabinete no estúdio de televisão na Rua Sessenta e Um Oeste. A notícia
de abertura tinha como título ATRACÇÃO FATAL NO CLINTON COLLEGE.
Quando a fotografia de Laurie em criança apareceu no ecrã, Opal gemeu e Bic empalideceu.
- Quando tinha quatro anos, Laurie Kenyon foi vítima de rapto. Hoje, com vinte e um, ela é acusada de ter morto com uma facada um conhecido professor a quem
supostamente escreveu dezenas de cartas de amor.
Foi entrevistada uma estudante, excitada.
- Laurie fartou-se de gritar com o professor Grant no corredor. Acho que ele estava a tentar romper com ela, e Laurie ficou desvairada.
Quando a entrevista acabou, Bic ordenou:
- Desliga isso, Opal.
Ela obedeceu. Bic estava a tremer e tinha a cara suada. Tirou o casaco, enrolou as mangas para cima e depois estendeu os braços, cobertos de pêloS encaracolados,
agora grisalhos.
- Lembras-te do pânico dela quando eu lhe estendia os braços? - perguntou-lhe. - Mas Lee sabia que eu a amava. Tem-me perseguido todos estes anos. És testemunha
disso, Opal. E o que eu sofri durante estes últimos meses ao vê-la, ao estar tão perto dela que quase lhe podia tocar, preocupando-me com medo de que falasse de
mim àquele médico, enquanto ela andava a escrever cartas nojentas a outra pessoa.
Os olhos de Bic estavam enormes, deitavam chispas. Opal deu-lhe a resposta que ele esperava:
- Lee devia ser castigada, Bic.
- Vai ser. Se a tua mão roubar, corta-a. Não há dúvida de que Lee está sob a influência de Satanás. Tenho de a enviar para o perdão remissor do Senhor, obrigando-a
a virar a lâmina para ela própria.

SARAH subiu de carro a ampla Avenida Garden State, com Laurie a dormir ao lado. A mulher-polícia prometera telefonar ao Dr. Carpenter e a Sophie. Quando
Sarah chegou a Ridgewood e virou para entrar na rua onde morava, ficou consternada ao ver uma multidão de repórteres bloqueando o acesso a casa. Tocou a buzina e
deixaram-na passar, mas correram ao lado do carro até este parar à frente do alpendre.
Laurie estremeceu, abriu os olhos e olhou em volta.
- Sarah, porque é que estão aqui estas pessoas todas?
Para alívio de Sarah, a porta da casa abriu-se. O Dr. Carpenter e Sophie desceram os degraus a correr.
As máquinas fotográficas disparavam, e os repórteres gritavam perguntas a Laurie, enquanto o Dr. Carpenter, Sarah e Sophie a levavam pela escada acima até
casa e a deitavam no sofá do escritório.
- Vou dar-lhe um calmante forte - sussurrou o Dr. Carpenter a Sarah. Depois, levem-na para cima e metam-na na cama imediatamente. Deixei recado ao Dr. Donnelly.
Ele deve chegar hoje da Austrália.
Era como vestir uma boneca, pensava Sarah enquanto ela e Sophie tiravam a camisola pela cabeça de Laurie e lhe enfiavam a camisa de dormir. Laurie parecia
que nem dava pela presença delas.
Quando Sarah acendeu a luz da mesa-de-cabeceira, ouviu-se o primeiro barulho, semelhante ao miar de um gato. Era um choro de mágoa profunda que Laurie estava
a tentar abafar.
- Ela está a chorar e a dormir - exclamou Sophie. - Pobre criança!
E era mesmo. Se Sarah não estivesse a olhar para Laurie, teria pensado que o choro era de uma criança assustada. Tinha vontade de abraçar Laurie e consolá-la,
mas obrigou-se a si própria a esperar. Ficou ali no escuro a observá-la. Depois, à medida que os soluços foram desaparecendo e Laurie deixou de agarrar na almofada
com tanta força e começou a sibilar, Sarah debruçou-se sobre ela para ouvir.
- Eu quero o meu pai. Eu quero a minha mãe. Eu quero Sare-wuh. Eu quero ir para casa!

16

THOMASJNA PERKINS vivia numa pequena casa em Harrisburg, na Pensilvânia. Com setenta e dois anos, era uma pessoa alegre que adorava falar sobre o acontecimento mais
emocionante da sua vida: o seu envolvimento no caso de Laurie Kenyon; tinha sido ela a empregada da caixa que chamara a Polícia depois de Laurie ter entrado em histeria
no restaurante.
A sua grande pena era não ter reparado bem no casal e não conseguir lembrar-se do nome que a mulher chamara ao homem quando saíram a correr do restaurante.
às vezes, sonhava com eles, em especial com o homem, mas ele nunca tinha cara, só cabelo um pouco comprido, barba e uns braços fortes com bastantes pêlos encaracolados.
Thomasina ouviu a notícia da prisão de Laurie Kenyon no noticiário das 6 da televisão. "Que família infeliz!", pensou com tristeza. Os Kenyons tinham-lhe
ficado tão gratos! Ela aparecera com eles no Bom Dia, América depois de Laurie ter voltado para casa.
Thomasina tivera esperanças de que os Kenyons se mantivessem em contacto com ela. Escreveu-lhes com uma certa regularidade durante algum tempo. As
cartas eram compridas e contavam as reacções de todas as pessoas que iam ao restaurante e que queriam saber coisas sobre o caso e choravam quando Thomasina descrevia
o ar confrangedoramente assustado de Laurie.
Então, um dia, Thomasina recebeu uma carta de John Kenyon agradecendo-lhe mais uma vez a gentileza dela, mas dizendo que era preferível ela não voltar
a escrever-lhes, porque as cartas incomodavam muito a mulher e estavam todos a tentar esquecer aquela fase terrível. Thomasina ficara muito decepcionada; e embora
tivesse continuado a mandar cartões de Natal todos Os anos, nunca mais recebera resposta.
Posteriormente, mandara um cartão de pêsames a Sarah e a Laurie quando lera a notícia do acidente em Setembro.
Thomasina recebeu um bonito cartão de Sarah dizendo que os pais sentiram sempre que ela fora o instrumento de Deus para atender às orações deles
e agradecia-lhe os quinze anos de felicidade que a família vivera desde o regresso de Laurie.
Thomasina adorava ver televisão e era profundamente religiosa, por isso a Igreja de Airways era o seu programa preferido. Fora sempre dedicada ao
reverendo Rutland Garrison, mas o reverendo Bobby Hawkins era muito diferente, sentia algo estranho em relação a ele e não estava certa de poder confiar nele como
pessoa. Quando o via com Carla, tinha a impressão de que ambos a hipnotizavam, porque não conseguia desviar os olhos deles. Mas ele era sem dúvida uma pessoa com
um dom especial para pregar.
O telefone tocou às 9 horas da noite de quarta-feira. Era o produtor do programa da televisão local Bom Dia, Harrisburg. Desculpou-se por telefonar tão tarde
e perguntou a Thomasina se queria participar no programa da manhã seguinte para falar sobre Laurie.
Thomasina ficou muito empolgada.
- Estive a dar uma vista de olhos pelos arquivos do caso Kenyon, Miss Perkins - continuou o produtor. - É mesmo pena não conseguir lembrar-se do nome do
fulano que estava com Laurie.
- Pois é - concordou ela. - O nome ainda anda a matraquear-me na cabeça.
Naquela noite, quando Thomasina estava para se enfiar na cama, o reverendo Bobby Hawkins passou-lhe de repente pela cabeça.
Foi buscar o papel de carta com cheiro a alfazema, procurou a Bic nova que comprara no supermercado e escreveu uma longa carta a Hawkins, contando-lhe o
seu envolvimento no caso de Laurie Kenyon. Explicava-lhe que há uns anos se tinha recusado a ser hipnotizada para a ajudar a lembrar-se do nome que a mulher chamara
ao homem, porque sempre pensara que a hipnose significava pôr a alma nas mãos doutra pessoa e que isso não agradaria a Deus. Qual era a opinião do reverendo Bobby?
"Escreva depressa, por favor." Thomasina escreveu uma segunda carta a Sarah em que lhe explicava tudo.

O DR. JUSTIN DONNELLY fora à Austrália, a sua terra, passar as férias do Natal e tencionava ficar um mês. Lá era Verão, e ele visitou a família, viu os amigos,
ouviu as novidades dos antigos colegas e aproveitou ao máximo a oportunidade para descomprimir. Apercebeu-se de que pensava cada vez mais em Sarah Kenyon. Tinha
saudades das conversas que costumavam ter todas as semanas e arrependia-se de não ter sugerido a Sarah jantarem juntos.
Quando as férias acabaram, Justin Donnelly apanhou o avião e chegou a Nova iorque na quarta-feira ao meio-dia, exausto da longa viagem. Ao chegar ao apartamento,
caiu na cama e dormiu até às 10horas, depois foi ver se tinha algumas mensagens.
Passados cinco minutos, estava a telefonar a Sarah, e ficou abalado ao ouvi-la contar o que se passara com uma voz tensa e cansada.
- Tem de me trazer Laurie - disse-lhe. - Venha na sexta-feira de manhã, às dez horas.
Instantes depois, Sarah exclamou:
- Estou muito contente por ter regressado, Dr. Donnelly.
"Também eu", pensou Justin ao pousar o auscultador. Ele sabia que Sarah ainda não se apercebera completamente da situação extremamente difícil que se lhe
deparava.

BRFNDON MOODY regressou a Teaneck, na Nova Jérsia, quarta-feira à noite, já tarde, depois de uma semana de pesca com os amigos na Florida. A mulher, Betsy,
contou-lhe que Laurie Kenyon fora presa.
Laurie Kenyon! Brendon fora investigador da
Procuradoria-Geral de Bergen County há dezassete anos, quando Laurie desaparecera. Até se reformar, trabalhara lá no departamento de homicídios e conhecia bem Sarah.
Abanando a cabeça, ligou a televisão para ouvir o noticiário das 11.0 crime do campus universitário era a história principal do dia. Brendon assistiu à reportagem
com uma consternação crescente.
- É mesmo uma coisa séria! - exclamou.
Há trinta anos, quando Brendon namorava Betty, o pai dela dissera num tom irónico:
- Aquele frango pensa que é o manda-chuva!
Havia um fundo de verdade naquela observação. Quando Brendon estava aborrecido ou zangado, ficava ligado à electricidade. Aos sessenta anos, ainda não perdera
pitada daquela energia febril que fizera dele o melhor investigador da Procuradoria-Geral.
- Não podes fazer qualquer coisa? - perguntou Betty.
Ele tinha agora alvará de detective particular e só aceitava casos que lhe interessavam.
Brendon sorriu com uma expressão sombria.
- Vais ver! Sarah precisa de alguém que recolha informações. Amanhã vou lá ter com ela e sou contratado.

- CARLA, descreve-me em pormenor o quarto de Lee.
Opal ia a deitar café na chávena de Bic e parou.
- Porquê?
- Já te avisei muitas vezes para não questionares Os meus pedidos. - Opal ficou a tremer.
- Desculpa, foi só porque me surpreendeste. - Olhou para o outro lado da mesa, tentando sorrir. - Bom, vamos lá ver. Como te contei, o quarto dela e da irmã
ficam do lado direito da escada. Lee tem uma cama de casal com uma cabeceira de veludo, uma cómoda, uma secretária e uma estante de livros ao alto. É muito feminino,
o tecido da colcha e dos cortinados é de flores azuis e brancas. - Opal percebeu que Bic ainda não estava satisfeito. - Oh, ainda mais. Havia muitas fotografias
de família em cima da secretária.
- Estás a esquecer-te de qualquer coisa, Carla. Da última vez que falámos deste assunto, disseste-me que havia uma pilha de álbuns de fotografias da família na prateleira
de baixo da estante e que parecia que Lee tinha estado a folheá-los. Parecia haver muitas fotografias soltas de Lee e da irmã quando eram pequenas.
- É verdade. - Opal beberricava o café com nervosismo. O seu olhar cruzou-se com o olhar fixo de Bic. Os olhos dele tinham um brilho messiânico. Com o coração
apertado, Opal pressentiu que ele lhe ia exigir que fizesse qualquer coisa perigosa.

17

LAURIE acordou do sono provocado pelos sedativos ao meio-dia e um quarto de terça-feira. Abriu os olhos e olhou à volta do quarto. Uma cacofonia de pensamentos ressoava-lhe
na cabeça. Algures, uma criança chorava e duas mulheres berravam uma com a outra: Eu estava furiosa com ele, mas amava-o!, vociferava uma. A outra dizia: Eu disse-te
para ficares em casa naquela noite!
Laurie apertou as mãos sobre as orelhas com força.
Meu Deus, teria sonhado tudo aquilo? Estaria Allan Grant mesmo morto? Alguém julgaria que ela lhe havia feito mal? Não tinha acontecido, pois não? Onde estava
Sarah? Saiu da cama e correu para a porta.
-Sarah! Sarah!
- Ela não se demora. - Era a voz familiar de Sophie, tranquilizadora e consoladora. Sophie vinha a subir as escadas. - Como se sente, menina?
Laurie sentiu um grande alívio.
- Oh, Sophie, onde está Sarah?
- Teve de ir ao escritório. Volta daqui a umas horas. Tenho um almoço muito bom para si, um consommé e salada de atum.
- Só quero o consommé, Sophie. Desço daqui a dez minutos.
Entrou na casa de banho e abriu o chuveiro. A água quente massajava-lhe os músculos tensos do pescoço e dos ombros. A dor de cabeça provocada pelos calmantes
desapareceu, e Laurie começou a tomar consciência da barbaridade do que acontecera. Allan Grant, aquele ser humano afável e gentil, fora assassinado com a faca desaparecida.
"Sarah perguntou-me se eu tinha levado a faca", pensou Laurie ao sair do duche e enrolando-se numa toalha. "Depois, encontrei-a no meu saco. Alguém deve
tê-la levado do meu quarto. Se calhar, foi a mesma pessoa que escreveu aquelas cartas indecentes."
Laurie vestiu umas calças de ganga e um pulôver e depois pôs-se à frente do espelho a escovar o cabelo. "Eu não fiz nada", disse para a sua imagem reflectida
no espelho. De repente, apareceu-lhe uma imagem impressionantemente nítida da mãe. Quantas vezes a mãe lhe dissera: "Oh, Laurie, és mesmo parecida comigo quando
eu tinha a tua idade!" Mas a mãe nunca tivera aquele olhar assustado. A mãe fazia as pessoas felizes e não fazia toda a gente sofrer.
Olha lá, porque é que hás-de assumir a culpa toda, dizia uma voz sarcástica. Karen Grant não queria Allan. Ele sentia-se só e precisava de mim. Detesto Karen.
Quem me dera que ela morresse.
Laurie dirigiu-se à secretária.
Uns minutos depois, Sophie bateu à porta e chamou com uma voz preocupada.
- Laurie, o almoço está pronto. Sente-se bem?
- Por favor, deixa-me em paz! O consommé não se vai evaporar, pois não? - Irritada, Laurie acabou de dobrar a carta que acabara de escrever.
O carteiro veio perto do meio-dia e meia. Laurie observou-o da janela até ele começar a subir o caminho de acesso à casa; depois, desceu as escadas a correr
e abriu a porta quando ele vinha a chegar à entrada.
- Eu levo-lha e aqui tem uma carta para si.
Laurie fechou a porta.

QUARTA-FEIRA, ao princípio da noite, Karen Grant, pálida mas calma, voltou de carro para Nova iorque com Anne Webster.
- Sinto-me melhor na cidade - comentou Karen. - Não suportava ficar em casa.
Anne ofereceu-se para passar a noite com ela, mas Karen recusou.
- Vou tomar um comprimido para dormir e vou direita para a cama.
Karen dormiu bastante e profundamente. Eram quase 11 horas quando acordou na quinta-feira de manhã. Os três últimos pisos do edifício do hotel eram de apartamentos.
Karen tinha aquele apartamento há três anos e gradualmente acrescentara-lhe toques pessoais: alguns tapetes orientais, candeeiros antigos, almofadas de seda, estatuetas
de Lalique e quadros.
O efeito era encantador, luxuoso e pessoal. Não obstante, Karen adorava o conforto e a facilidade de viver num hotel, especialmente por dispor do room service
e do serviço de limpeza. Também gostava imenso de ter um armário cheio de roupa de grandes costureiros, sapatos Ferragamo e carteiras Gucci. Dava-lhe um prazer incrível!
Levantou-se e foi à casa de banho buscar o roupão de turco espesso. Ao vesti-lo, olhou para o espelho. Ainda tinha os olhos inchados, fora horrível ver Allan
na morgue. As lágrimas tinham sido verdadeiras e havia de chorar mais quando olhasse para o rosto dele pela última vez. A propósito disso, lembrou-se de que tinha
de tratar de tudo, mas agora não, queria tomar o pequeno-almoço.
Pediu o pequeno-almoço no quarto e estava a beber uns goles da primeira chávena de café quando bateram levemente à porta. Karen correu a abri-la. Era Edwin, cujas
atraentes feições aristocráticas tinham uma expressão de preocupação solícita.
- Oh, minha querida!
Abraçou-a, e Karen encostou a cara ao casaco macio de caxemira que lhe oferecera no Natal.

JUSTIN DONNELLY conheceu Laurie na sexta-feira de manhã. Já tinha visto fotografias dela, mas, mesmo assim, não estava preparado para aquela beleza impressionante:
uns olhos azuis fantásticos e um cabelo louro-dourado. Trazia uma roupa simples: calças azul-escuras, blusa de seda branca e casaco azul e branco. Havia nela uma
elegância inata, apesar de evidenciar um medo tangível.
Sarah sentou-se perto da irmã, um pouco mais atrás, pois Laurie recusara-se a entrar sozinha no consultório.
- Não consigo passar sem ela - explicou.
Talvez fosse devido à presença tranquilizadora de Sarah, mas, mesmo assim, Justin ficou admirado ao ouvir a pergunta directa de Laurie.
- Dr. Donnelly, pensa que eu matei o professor Allan Grant?
- Acha que eu tenho algum motivo para pensar uma coisa dessas?
- Eu diria que toda a gente tem motivos suficientes para suspeitar de mim. Mas nós nunca mataríamos um ser humano.
- Nós, Laurie?
No rosto de Laurie apareceu repentinamente uma expressão de embaraço, ou seria de culpa?
- Laurie, Sarahjá lhe falou das graves acusações contra si, que são motivo suficiente para estar assustada.
Laurie baixou a cabeça e o cabelo caiu-lhe para a frente. Arqueou os ombros, apertou as mãos com força no colo e levantou os pés, ficando com eles suspensos,
e começou a chorar baixinho, exactamente como Sarah a ouvira chorar várias vezes durante os últimos dias.
- Estás muito assustada, não estás, Laurie - perguntou o médico numa voz simpática. - Tu não és Laurie. Dizes-me o teu nome?
- Debbie.
- Debbie. Que nome tão bonito. Que idade tens, Debbie?
Quatro anos.
"Meu Deus", pensou Sarah enquanto o Dr. Donnelly falava com Laurie como se ela fosse uma criança. "Ele tem razão. Deve ter-lhe acontecido algo terrível durante
aqueles dois anos em que esteve desaparecida."
- Debbie, estás muito cansada, não estás?
- Estou.
- Queres ir para o teu quarto descansar?
-Não.? Não! Não!
- Está bem. Podes ficar aqui mesmo. Porque não dormes uma sesta naquela cadeira e pedes a Laurie para voltar e vir falar comigo?
A respiração dela tornou-se pesada. Passados momentos, levantou a cabeça, endireitou os ombros e voltou a pôr os pés no chão.
- Claro que estou muito assustada - explicou Laurie a Justin Donnelly -, mas, visto que não tenho nada a ver com a morte de Allan, sei que posso contar com
Sarah para descobrir a verdade. - Voltou-se, Sorriu a Sarah e depois olhou directamente para o médico outra vez. Sarah sempre percebeu tudo.
- Percebeu o quê, Laurie?
- Não sei - respondeu ela, encolhendo Os ombros.
Justin considerou que era altura de contar a Laurie o que Sarah já sabia. Durante os dois anos em que estivera desaparecida, acontecera-lhe uma coisa tão
horrível que ela, como criança, não conseguira controlar uma situação tão opressiva sozinha. Vieram outras pessoas ajudá-la, talvez uma ou duas ou mais, e transformou-se
de facto em alguém com uma personalidade múltipla.
Quando voltou a casa, o ambiente carinhoso tornou desnecessário a ajuda doutras Personalidades; mas a morte dos pais fora tão dolorosa que agora precisava
novamente delas.
Laurie ouviu com atenção.
Qual é o tratamento?
- Hipnose. Gostava de te filmar com uma câmara de vídeo durante as consultas.
- E se eu confessar que uma parte de mim, digamos uma das pessoas, matou realmente Allan Grant? O que é que acontece?
Foi a vez de Sarah responder:
- Laurie, temo que, como as coisas estão, seja quase inevitável a tua condenação. A nossa única esperança é provar que tu eras incapaz de perceber a natureza
do crime.
- Estou a compreender. Sarah, já houve outras pessoas que alegaram múltipla personalidade como defesa em casos de acusação de homicídio?
-Já.
- Quantas conseguiram safar-se?
Sarah não respondeu.
- Quantas, Sarah? - insistiu Laurie. - Uma? Duas? Nenhuma? É isso, não é? Nenhuma se safou. O melhor é sabermos a verdade. - Laurie parecia estar a reprimir
as lágrimas, depois a sua voz tornou-se estridente e furiosa: - Só uma coisa, doutor. Sarah fica comigo. Eu não vou ficar aqui sozinha consigo e não vou deitar-me
naquele sofá. Percebeu?
- Laurie, eu faço tudo para te facilitar as coisas. És uma pessoa muito simpática que teve um esgotamento grave.
Laurie deu uma gargalhada de escârnio.
- Qual é a simpatia dessa mariquinhas estúpida que nunca fez nada senão causar problemas?
- Parece-me que Laurie se foi embora - retorquiu Justin calmamente. - Tenho razão, não tenho?
- Tem razão, estou farta dela.
- Como te chamas?
- Kate.
- Que idade tens, Kate?
- Trinta e três. Ouça, eu não tinha intenção de aparecer. Só queria avisá-lo: não pense que vai hipnotizar Laurie e fazê-la falar sobre aqueles dois
anos. Vai só perder tempo. Até à vista.
Houve uma pausa, e depois Laurie suspirou de cansaço.
- Podemos parar de falar agora? Tenho uma terrível dor de cabeça.

NA SEXTA-FEIRA à tarde, Sarah estava em casa na biblioteca com Brendon Moody. Tinha um ar cansado quando puxou para trás uma madeixa de cabelo que lhe caíra
para a testa.
- Não imagina como estou contente por ter querido participar nesta investigação.
Sarah acabou de lhe contar tudo, inclusivamente o que se tinha passado no consultório do Dr. Donnelly.
Moody foi tomando notas. Tinha rugas de concentração na testa, e os óculos sem armação aumentavam-lhe os olhos vivos castanhos; a gravata apresentava um
nó impecável, e o fato clássico castanho-escuro dava-lhe um ar de ouvinte meticuloso. A sua imagem, que Sarah sabia ser verdadeira, era a de uma pessoa cuidadosa
e em quem se podia confiar. Quando Brendon Moody se encarregava de uma investigação, não lhe escapava nada.
Sarah esperou enquanto ele relia as notas que tomara. Era um método habitual; costumavam trabalhar assim juntos no gabinete do procurador-geral.
- Bom, penso que já tenho tudo - exclamou Moody repentinamente. - Tenho de concordar que os aspectos físicos estão bem à vista.
Sarah sentiu uma certa animação quando o ouviu acentuar aspectos físicos. Via-se perfeitamente que Moody percebera qual era a orientação da defesa.
- Que espécie de fulano era este Grant? Era casado. Porque é que a mulher não estava em casa nessa noite?
- Ela trabalha numa agência de viagens em Nova iorque e parece que fica a dormir na cidade durante a semana.
- Será que o professor era do tipo de homem de compensar a ausência da mulher, arrastando a asa às alunas?
- Estamos os dois na mesma onda. Allan Grant foi particularmente cuidadoso com Laurie quando ela desmaiou na missa do funeral e apressou-se a estar com ela.
Olhando para trás, interrogo-me se não seria uma preocupação pouco normal - suspirou. - Pelo menos é um ponto de partida.
- Já é um bom começo! - disse Moody, decidido. - Tenho de aclarar umas coisas e depois vou a Clinton e começo a investigar.
O telefone tocou.
- Sophie atende - informou Sarah. - Abençoada! Mudou-se cá para casa. Agora, vamos lá estabelecer as condições.
Sophie bateu levemente à porta e depois abriu-a.
- Desculpe interromper, Sarah, mas a senhora da agência imobiliária diz que é muito importante.
Sarah agarrou no auscultador, cumprimentou Betsy Lyons e a seguir ouviu-a com atenção. Por fim, disse calmamente, mas num tom firme:
- Penso que lhe devo essa atenção, Mrs. Betsy Lyons, mas deixe-me ser bem clara. Essa mulher não pode andar sempre a ver a casa. Nós saímos na segunda-feira
de manhã e pode trazê-la cá entre as dez horas e a uma, mas só isso.
Quando Sarah desligou, explicou a Brendon Moody:
- Há uma compradora em perspectiva que tem andado à volta da casa sem a largar. Parece que está mesmo decidida a pagar o preço que pedimos. Quer dar mais
uma volta e depois parece estar disposta a esperar para vir ocupar a casa até ficar livre. Vem cá na segunda-feira.

18

As EXÉQUIAS do Prof. Allan Grant celebraram-se na Igreja Episcopal de S. Lucas, perto do campus universitário de Clinton. Os membros da faculdade e os estudantes
reuniram-se para prestar a última homenagem ao professor que todos estimavam.
Brendon Moody assistiu à cerimónia religiosa como observador, e não como acompanhante do funeral. Estava especialmente interessado em observar a viúva de
Grant, que envergava um fato preto, ilusoriamente simples, e um colar de pérolas. Ao longo dos anos, Brendon desenvolvera um sentido especial para apreciar a moda.
A partir de um ordenado de professor de faculdade e do de uma funcionária de agência de viagens seria muito difícil a Karen Grant comprar roupa de costureiros. Seria
que ela ou o marido tinham dinheiro de familia? O tempo estava agreste e ventoso, mas, apesar disso, Karen não tinha casaco, o que queria dizer que devia tê-lo deixado
no carro, pois estaria muito frio no cemitério num dia como aquele.
Karen seguia atrás do caixão, chorosa, quando saíram da igreja. Brendon ficou surpreendido ao ver o director da faculdade e a mulher a acompanharem Karen
Grant. Ela não tinha familia? Nem amigos íntimos? A pergunta que Brendon fizera a si próprio acerca do casaco de Karen foi respondida no cemitério. Ela saiu da limusina
com um casaco comprido de vison preto.

A IGREJA DE AIRWAYS tinha uma assembleia de doze membros que costumava reunir-se no primeiro sábado de cada mês. Nem todos os membros estavam de acordo com
as mudanças demasiado rápidas que o reverendo Bobby Hawkins estava a instituir na hora do serviço religioso. A Fonte dos Milagres era particularmente detestada pelo
membro mais velho da assembleia.
Os espectadores eram convidados a escrever cartas a explicar porque precisavam de um milagre. As cartas eram colocadas na fonte e, antes do cântico final,
o reverendo Bobby Hawkins estendia as mãos sobre a fonte e rezava com emoção para que os pedidos fossem atendidos.
- Rutland Garrison deve andar às voltas no túmulo - recriminou o membro mais velho de assembleia a Bic durante a reunião mensal.
Bic olhou-o com uma expressão gélida.
- Os donativos aumentaram?
- Sim, mas...
- Mas o quê? - Olhou para todos os membros que se encontravam à volta da mesa. - Quando aceitei este ministério, eu disse que daria a esta igreja uma dimensão
diferente. Estive a estudar os registos e durante os últimos anos os donativos diminuíram. É verdade ou não? vociferou Hawkins.
Os membros da assembleia acenaram com a cabeça.
- Muito bem. Então, considero que quem não está de acordo comigo está contra mim e deve demitir-se desta assembleia. A reunião fica adiada.
Bobby Hawkins saiu da sala em grandes passadas e entrou no seu gabinete particular, onde Opal estava a analisar o correio enviado para a Fonte dos Milagres.
As cartas eram postas numa pilha e os donativos noutra. Opal estava com receio de lhe mostrar uma carta que pusera de lado.
- Bic - disse numa voz tímida.
Ele franziu o sobrolho.
- Neste gabinete não deves nunca...
- Já sei. Desculpa... É que eu... Bom, lê isto. - Opal atirou a Bic a carta confusa de Thomasina Perkins.

OPAL APARECEU no escritório da imobiliária pontualmente às 10 horas na segunda-feira de manhã. Betsy Lyons estava à sua espera e informou:
- Mrs. Hawkins, lamento, mas só a posso levar mais esta vez a casa dos Kenyons, por isso o melhor será fazer uma lista de tudo o que quer ver e perguntar,
por favor.
Opal manteve-se calada durante o trajecto de automóvel até à casa. E se deixar aquela fotografia de Lee tivesse o efeito oposto e a fizesse lembrar-se de
tudo? Mas, mesmo se fosse assim, iria recordar-lhe a ameaça de Bic.
Naquele dia, Bic estivera assustado. Ele encorajara Lee a afeiçoar-se àquela galinha idiota. Os olhos de Lee, normalmente tristes e pregados ao chão, iluminavam-se
sempre que ia para o pátio das traseiras. Lee precipitava-se em direcção à galinha e abraçava-a. Bic agarrara na faca grande da cozinha e piscara o olho a Opal.
- Vê bem isto! - exclamara ele.
A seguir, ele correra lá para fora, brandindo a faca para trás e para a frente diante de Lee. Ela ficara aterrada e abraçara a galinha com mais força. Bic
curvara-se e agarrara a galinha pelo pescoço; ela desatara a cacarejar, e Lee, mostrando-se invulgarmente corajosa, tentara arrebatá-la a Bic. Este dera-lhe uma
bofetada com tanta força que Lee caíra para trás; depois, ao pôr-se de pé com dificuldade, Bic levantara o braço e cortara a cabeça à galinha.
Opal sentira o seu sangue gelar quando Bic atirara o corpo da galinha para os pés de Lee; o bicho continuava ainda a dar voltas, batendo as asas. Então,
Bic levantara a cabeça do animal morto e apontara a faca ao pescoço de Lee. Os olhos dele tinham um brilho terrível, e, com uma voz assustadora, Bic jurara que seria
aquilo que aconteceria a Lee se alguma vez falasse acerca deles.
Betsy Lyons não achou desagradável o silêncio da sua passageira. Por experiência própria, sabia que as pessoas, quando estavam prestes a comprometerem-se
com uma compra, tinham tendência a ficar pensativas. No entanto, era preocupante que Carla Hawkins não tivesse trazido o marido para ver a casa. Betsy fez-lhe essa
pergunta ao entrar com o carro no acesso à casa.
- O meu marido deixa-me a mim a decisão - respondeu Opal com um ar calmo.
- Isso é um elogio para si - assegurou-lhe rapidamente Betsy.
Betsy estava prestes a meter a chave na fechadura quando a porta se abriu. De repente, Opal ficou desanimada ao ver aquela figura avantajada, que foi apresentada
como a governanta, Sophie Perosky. Se aquela mulher andasse atrás delas pela casa, talvez Opal não conseguisse deixar lá a fotografia.
Mas Sophie ficou na cozinha, e foi mais fácil deixar a fotografia do que Opal esperava. Em todas as divisões, ela dirigia-se às janelas para apreciar a vista.
- O meu marido pediu-me para me certificar de que não ficávamos demasiado perto de nenhuma outra casa - explicou Opal.
No quarto de Lee, Opal viu um caderno de espiral em cima da secretária e a ponta de uma caneta a aparecer por baixo dele.
- Quais são as medidas exactas deste quarto? - perguntou, ao inclinar-se sobre a secretária para olhar pela janela.
Tal como Opal esperava, Betsy Lyons procurou a planta da casa dentro da pasta. Opal olhou rapidamente para baixo e demorou apenas um instante a tirar a fotografia
do bolso e a enfiá-la no caderno. Era a fotografia que Bic tirara a Lee no primeiro dia ao chegar à quinta. Lee estava de pé, à frente da árvore grande, a tremer
de frio com o fato de banho cor-de-rosa e a chorar, com os braços muito apertados à volta do corpo.
Bic recortara a cabeça de Lee da fotografia e agrafara-a à parte de baixo. Agora, via-se a cara de Lee, de olhos inchados das lágrimas e cabelo embaraçado,
a olhar para cima para o seu próprio corpo decapitado.
- Realmente, esta casa tem bastante privacidade - comentou Opal, enquanto Betsy Lyons anunciava que a divisão tinha três metros e sessenta e cinco por cinco
metros e quarenta e cinco; era um tamanho excelente para quarto.

JUSTIN DONNELLY organizou o seu horário de modo a poder ter a consulta de Laurie todas as manhãs, de segunda a sexta-feira, às 10 horas. Marcou-lhe também
consultas com terapeutas pela arte e pela escrita.
Segunda-feira de manhã, Donnelly tinha uma câmara de vídeo instalada no consultório. Quando Sarah e Laurie entraram, Justin explicou que ia gravar as sessões
e esclareceu Laurie.
- Passado um tempo, mostro-te o filme.
Depois, hipnotizou Laurie pela primeira vez. Agarrando a mão de Sarah com força, ela escutou-o obedientemente quando ele lhe disse para se descontrair. Fechou
os olhos, recostou-se e largou a mão da
irmã.
- Como te sentes, Laurie?
- Triste. Estou sempre triste. - Falou em voz mais alta e parecia ciciar ligeiramente.
O cabelo de Laurie caiu para a frente e a expressão do rosto transformou-se. Ficou fluida e diferente até se fixar em traços infantis.
Sarah ouviu Justin perguntar:
- Penso que estou a falar com Debbie. Não é verdade? Foi contemplado com um tímido aceno de cabeça.
- Porque estás triste, Debbie?
- às vezes, faço coisas más.
- Como, por exemplo, Debbie?
- Deixa a criança em paz! Ela não sabe o que diz.
Sarah mordeu o lábio, agora era a voz furiosa que ela ouvira na sexta-feira. Justin Donnelly não pareceu perturbado.
- És tu, Kate?
- Você sabe que sou eu.
- Kate, eu não quero fazer mal a Laurie nem a Debbie. Já lhes fizeram mal suficiente. Se queres ajudá-las, porque não confias em mim?
Ouviu-se uma gargalhada terrível e mordaz antes da afirmação que deixou Sarah petrificada.
- Não podemos confiar em homem nenhum. Olhe para Allan Grant. Ele era tão bonzinho para Laurie, e veja sóo imbróglio em que a meteu. Ainda bem que
nos livrámos dele. Quem me dera que ele nunca tivesse nascido!
- Queres falar sobre isso, Kate?
- Não, não quero.
- Gostavas de escrever acerca disso no teu diário?
- O que eu não vou escrever é que lhe interessaria - declarou ela com uma gargalhada trocista.

QUANDO iam no carro para casa, Laurie estava exausta e, após ter depenicado um pouco do almoço que Sophie tinha à sua espera, decidiu ir deitar-se.
Sarah instalou-se à secretária para ver as mensagens que tinha. O tribunal iria debruçar-se sobre a queixa apresentada contra Laurie no dia 17, dali a duas
semanas apenas. O magistrado do Ministério Público devia estar convencido de que o caso já estava ganho.
Sarah analisou o correio com cuidado até que encontrou um envelope com um remetente bem claro. Thomasina Perkins! A empregada da caixa que descobrira Laurie
no restaurante há muitos anos. Sarah leu a carta, e nela a mulher indicava o número de telefone. Sarah ligou-lhe.
Thomasina atendeu ao primeiro toque e ficou empolgada com a chamada de Sarah.
- Oh, deixe-me contar-lhe - murmurou ela. - O reverendo Bobby Hawkins telefonou-me pessoalmente a convidar-me para estar presente no programa do próximo
domingo. Ele vai rezar com as mãos postas sobre mim para eu ouvir o nome daquele homem horrível que raptou Laurie.

No DOMINGO seguinte, de manhã, Thomasina, de mãos apertadas com força, olhava para Bic com um ar de veneração. Ele pousou-lhe as mãos sobre os ombros e exclamou:
- Há uns anos, o Senhor concedeu a esta boa mulher a capacidade de ver que uma criança precisava de ajuda. Mas ela não tem conseguido lembrar-se do
nome desse homem ignóbil que acompanhava Laurie Kenyon. Agora, Lee precisa de ajuda de novo. Thomasina, ordeno-te que te lembres do nome que tem estado no teu inconsciente
durante todos estes anos.
Thomasina mal cabia em si de contente, ela estava ali, na televisão! Não podia de maneira nenhuma deixar de obedecer à ordem do reverendo Bobby Hawkins e
concentrou-se ao máximo para ouvir. O órgão tocava baixinho, e Thomasina ouviu um murmúrio:
-Jim. Jim.
Thomasina endireitou as costas, estendeu os braços e gritou:
- O nome de que tenho andado à procura é Jim!

SARAH contou a Justin Donnelly que Thomasina Perkins fora convidada para aparecer no programa da Igreja de Airways. No domingo, às 10horas da manhã, ele
ligou a televisão e, no último instante, decidiu gravar o programa. Justin assistiu com um ar incrédulo ao teatro do reverendo Bobby Hawkins e à revelação de Perkins.
"Este tipo diz que faz milagres, mas nem sequer conseguiu dizer o nome de Laurie direito", pensou o médico, aborrecido, enquanto desligava de repente a televisão.
"Chamou-lhe Lee."
Sarah telefonou uns minutos depois.
- Não gosto de lhe telefonar para casa - desculpou-se. - Mas tinha de perguntar a sua opinião... Acha que Miss Perkins tem razão acerca do nome?
- Não - respondeu Justin, peremptório, e ouviu-a suspirar.
- Ainda vou pedir à Polícia de Harrisburg que verifique nos computadores se haverá algum Jim - explicou-lhe Sarah. - Talvez haja registo de qualquer
homem com esse nome que tenha abusado de crianças há dezassete anos.
- Lamento, mas penso que vai perder tempo. Aquela mulher, Thomasina Perkins, falou ao calhas. Laurie assistiu ao programa?
- Não. Ela recusa-se a ouvir música, qualquer tipo de música gospel. Além disso, estou a tentar mantê-la afastada de tudo isto. Vamos jogar golfe.
- óptimo. Até amanhã. - Justin desligou o telefone.

19

SGUNDA-FEIRA de manhã, dez dias após o funeral do marido Karen Grant entrou na agência de viagens com uma grande pilha de correio.
Anne Webster e Connie Santini já lá estavam. Karen cumprimentou-as rapidamente e sentou-se à secretária, começando imediatamente a analisar o correio. Passados
alguns minutos, Karen exclamou, estupefacta:
- Oh, meu Deus! - Connie e Anne levantaram-se de um salto e correram para Karen. - Telefonem para a Polícia de Clinton - disse ela bruscamente, branca
como a cal. - É uma carta de Laurie Kenyon, assinando outra vez com o nome de Leona. Agora aquela louca ameaça matar-me a mim.

A SESSÃO de segunda-feira de manhã com Laurie não produziu quaisquer resultados. Laurie esteve sempre calada e deprimida. Contou a Justin Donnelly que tinha
ido jogar golfe.
- Joguei pessimamente, Dr. Donnelly. Não conseguia concentrar-me. Tinha tantas vozes na cabeça!
Mas, no entanto, Donnelly não conseguiu fazê-la falar sobre as vozes. E também nenhum dos outros egos falou com ele.
Laurie esteve algum tempo no tratamento pela arte, depois ela e Sarah foram-se embora ao meio-dia. Sarah telefonou às 2 horas, e Justin Donnelly ouvia os
gritos de Laurie lá atrás.
Com a voz trémula, Sarah informou:
- Laurie está histérica. Estava a folhear uns álbuns de fotografias que tem no quarto e rasgou uma fotografia aos bocadinhos.
Donnelly conseguiu perceber o que Laurie guinchava:
- Prometo que não conto nada. Prometo que não conto nada.
- Diga-me como é que chego a sua casa - pediu Donnelly bruscamente. - E faça-a tomar dois valiums.

SOPHIE mandou-o entrar.
- Estão no quarto de Laurie, Sr. Doutor.
Sophie levou-o lá acima. Sarah estava sentada na cama, agarrando Laurie.
- Ela já se acalmou, agora está quase a passar - explicou-lhe Sarah, e largou Laurie, pousando-lhe a cabeça com cuidado sobre a almofada.
Justin examinou Laurie. As pulsações estavam aceleradas e desordenadas, a respiração arquejante, as pupilas dilatadas e a pele fria.
- Laurie está em estado de choque - observou Justin baixinho. - Tem ideia do que terá provocado isto?
- Não. Ela parecia bem quando chegámos a casa. Disse que ia escrever no diário. Depois, ouvia-a gritar. Há bocados de uma fotografia espalhados por toda a secretária
dela.
- Quero esses bocados recolhidos - acrescentou Justin. - Tente que não falte nenhum. - Justin começou a dar palmadinhas na cara de Laurie. - Laurie, sou
o Dr. Donnelly. Quero que fales comigo. Diz-me o teu nome - insistiu.
Laurie abriu os olhos e murmurou:
- Dr. Donnelly, quando chegou?
Sarah sentiu-se sem forças. A última hora fora uma agonia. O sedativo acalmara a histeria de Laurie, mas Sarah estava aterrada com a ideia de Laurie poder
estar tão longe que nunca mais voltasse.
Sarah dirigiu-se à secretária. A fotografia estava realmente toda rasgada. Laurie conseguira reduzi-la a pedacinhos minúsculos em poucos instantes. Seria
um milagre conseguir-se reconstitui-la.
- Não quero ficar aqui! - declarou Laurie. Sarah virou-se de repente. Laurie estava sentada, abraçada a si própria. - Não posso ficar aqui. Por favor!
- Está bem - replicou Justin Donnelly com calma.
Nesse momento, soou a campainha da porta. Estavam dois polícias fardados à entrada. Traziam um mandado de prisão para Laurie. Ao contactar a viúva de Allan
Grant, ela violara os termos da fiança, que por isso fora anulada.

NESSA NOITE, Sarah estava sentada no consultório do Dr. Donnelly, na clínica.
Se o senhor não estivesse lá em casa, Laurie estaria agora numa cela - disse-lhe. - Não imagina como lhe estou grata.
Era verdade. Quando Laurie compareceu perante o juiz, Justin Donnelly já o convencera de que ela estava sob uma grande tensão psicológica e precisava de
hospitalização num edifício com segurança. O juiz rectificou a ordem que emitira, para assim permitir a hospitalização para tratamento.
Justin escolheu as palavras com cuidado.
- Estou contente por ter Laurie aqui. Neste momento, ela precisa de ser constantemente observada e vigiada.
Sarah levantou-se.
- Já lhe tomei hoje muito tempo, doutor. Volto amanhã, logo de manhãzinha.
Eram quase 9 horas.
- Há um sítio mesmo aqui à esquina onde se come bem e o serviço é rápido. Porque não vem comigo comer qualquer coisa e depois chamo um carro para
a levar a casa?
Sarah sentiu-se confortada com a ideia de ir comer qualquer coisa e tomar café com Justim Donnelly, em vez de ir para casa.
- Gostava muito de ir! - respondeu Sarah com naturalidade.

LAURIE estava de pé junto àjanela do quarto; como não era grande, gostava dele e sentia-se em segurança. A janela para o exterior não se abria. Havia
uma janela que dava para o corredor e para a sala das enfermeiras que tinha uma cortina, mas Laurie deixara uma parte aberta. Nunca mais queria voltar a estar às
escuras.
O que acontecera hoje? A última coisa de que lembrava era de ter estado sentada à secretária a escrever. A certa altura, voltara a página e depois...
"Depois, mergulhei num vazio total até ver o Dr. Donnelly", pensou Laurie.
Laurie encostou a testa àjanela, que estava muito fria. Havia gente no passeio, percorrendo o quarteirão à pressa. Laurie estava cansada. Voltou-se
e enfiou-se na cama, puxou os cobertores e enrolou-se neles. Seria tão bom nunca mais ter de acordar!

SARAH passou a noite toda sem dormir. Levantou-se às 8 horas e foi para baixo, já vestida de calças e camisa.
O café estava a fazer. Sophie já estava na cozinha, com o seu rosto redondo e sem rugas evidenciando preocupação. A governanta deitou sumo no copo de Sarah.
- Fiquei preocupada ontem à noite. Laurie queria mesmo ir para o hospital?
- Ela pareceu perceber que a alternativa era ou a clínica ou a prisão. - Sarah passou a mão pela testa com um ar exausto. - Ontem, passou-se
qualquer coisa, Sophie. Não sei o que foi, mas Laurie disse que não voltava a dormir nem mais uma noite no quarto dela. - De repente, lembrou-se de uma coisa. -
Sophie, acha que conseguiu encontrar a maior parte dos bocadinhos daquela fotografia que Laurie rasgou?
Sophie sorriu com um ar vitorioso.
- Melhor que isso. Consegui juntá-los todos. - Mostrou a fotografia. - Está a ver, juntei tudo sobre um papel e depois colei. O único problema
é que é difícil perceber o que lá está.
- Olha! É apenas uma fotografia de Laurie quando era pequena - comentou Sarah. - Com certeza que não foi isto que a perturbou tanto.
- Encolheu os ombros. - Vou metê-la já na minha pasta. O Dr. Donnelly quer ver a fotografia.
Sophie olhou para Sarah com um ar preocupado, enquanto ela empurrava a cadeira para trás.
NA TERÇA-FEIRA de manhã, ao ouvirem as notícias, Bic e Opal souberam da carta de Laurie Kenyon a Karen Grant, da anulação da fiança e da detenção de Laurie no edifício
de uma clínica de distúrbios de múltipla personalidade.
- Achas que ela vai falar naquele sítio? - indagou Opal com nervosismo.
- Vão fazer todo o possível para Laurie recordar a infância. Temos de saber o que está a passar-se. Carla, telefona à mulher da agência.

BETSY LYONS apanhou Sarah quando ela já estava de saída para Nova iorque
- Sarah, tenho boas notícias - informou em voz baixa. - Mrs. Hawkins está louca com a casa e quer fechar negócio o mais depressa possível; está disposta
a dar-lhe até um ano para continuar a viver na casa. Só pede para ir de vez em quando ver a casa com o decorador.
- Bom, penso que tem de ser - disse Sarah calmamente. - Diga-lhes que podem mudar-se lá para Agosto. O nosso andar deve estar pronto nessa altura.
Não me importo que eles venham cá a casa com o decorador. Laurie vai ficar no hospital, e se eu estiver em casa, estou a trabalhar na biblioteca.
Sarah lembrou-se de repente que Laurie tinha ido para a clínica só com a roupa que tinha vestida. Por isso, antes de partir para Nova iorque, foi ao quarto
de Laurie e fez uma mala com a ajuda de Sophie.
O conteúdo da mala foi examinado na clínica, e uma enfermeira tirou discretamente da mala um cinto de cabedal.
- É só uma precaução - explicou ela.
- Toda a gente aqui pensa que a minha irmã é uma potencial suicida - comentou Sarah para Justin uns minutos depois, e a seguir desviou o olhar para evitar
o ar compreensivo nos olhos dele. Sarah sabia que suportava tudo, excepto a compaixão. "Não posso perder nunca este sentimento", jurou para si mesma.
- Sarah, eu disse-lhe ontem que Laurie está fragilizada e deprimida; mas posso prometer-lhe uma coisa, e esta é a nossa grande esperança, ela não
quer magoá-la mais.
- O pior que ela me pode fazer é fazer mal a si própria.
- Acho que Laurie sabe isso e creio que está também a começar a ter confiança em mim. Conseguiu descobrir o que foi que ela rasgou ontem?
- Sophie conseguiu reconstituir a fotografia.
Sarah mostrou-lha, e o médico estudou-a.
- É difícil dizer alguma coisa com tantos rasgões e tanta cola. Vou pedir à enfermeira que traga Laurie.
Laurie já tinha umas calças de ganga e uma camisola azul que Sarah trouxera e que acentuavam o azul dos seus olhos. Trazia o cabelo solto, não estava maquilhada
e parecia ter uns dezasseis anos. Ao ver Sarah, correu para ela e abraçaram-se. Sarah acariciou o cabelo da irmã e pensou: "Quando for a julgamento, é com este aspecto
que ela tem de aparecer, jovem e vulnerável."
Laurie sentou-se na cadeira de braços. Via-se que não tinha a mínima intenção de se aproximar do sofá e fez questão de o evidenciar.
- Aposto que pensou que a ia convencer a deitar-se. - Era de novo a voz estridente, e a expressão de Laurie endurecera-se.
- Acho que é Kate que está a falar, não é? - perguntou Justin.
- Sim, é. Quero agradecer-lhe por ter conseguido livrar ontem aquela mariquinhas da prisão. Aquilo iria desfazê-la. Tentei impedi-la de escrever aquela
carta louca à mulher de Allan no outro dia, mas ela não quis ouvir-me... Veja só o que aconteceu.
- Foi Laurie quem escreveu aquela carta ? - perguntou Justin.
- Não, foi Leona. A miúda teria escrito um cartão de condolências. Não a suporto, e quanto às outras duas...
- Sabe uma coisa, Kate? Laurie ontem ficou muito perturbada - disse o médico.
- O senhor devia saber isso. Estava lá.
- Eu estive lá depois. Sabe dizer-me o que provocou aquilo?
- Essa conversa está proibida!
O médico não pareceu ficar aborrecido.
- Está bem, então não se fala mais nisso.
Laurie voltou a cabeça.
- Oh, cala-te com esse fungar!
- Debbie está a chorar? - indagou Justin.
- Quem havia de ser? Eu disse caluda!
- Kate, talvez se eu falasse com ela conseguisse descobrir o que está a perturbá-la. Debbie, não tenhas medo, por favor! - A voz de Justin era meiga
e persuasiva. - Prometo que ninguém vai fazer-te mal. Fala comigo, está bem?
A alteração foi instantânea. O cabelo caiu-lhe para a frente, as feições suavizaram-se, os lábios tremiam e as pernas começaram a balançar. As lágrimas começaram
a rolar-lhe pela cara abaixo.
- Olá, Debbie - exclamou Justin. - Tens chorado muito hoje?
Ela acenou a cabeça com força.
- Aconteceu-te ontem qualquer coisa. Podes contar-me o que foi?
Ela abanou a cabeça de um lado para o outro.
- Então, podes mostrar-me o que aconteceu? Estavas a escrever no teu diário?
- Não. Laurie é que estava. - A voz dela era suave, infantil e triste. - Só comecei agora a aprender a ler.
- Está bem. Mostra-me o que Laurie estava a fazer.
Ela agarrou numa caneta imaginária, fez o movimento de abrir um livro e começou a escrever no ar. Hesitou, depois baixou a mão para voltar a página.
Laurie arregalou os olhos e abriu a boca como se desse um grito silencioso. Deu um salto, atirou com o livro e começou a fazer os movimentos de rasgar qualquer
coisa com muita força, contorcendo o rosto de pavor.
De repente, parou e gritou:
- Debbie, volta para dentro! Ouça, Sr. Doutor, eu posso estar farta da miúda, mas tomo conta dela. Não a faça olhar outra vez para essa fotografia!
- Kate assumira de novo o comando.

No FIM DA SESSÃO, veio uma funcionária buscar Laurie.
- Podes cá voltar mais logo? - implorou Laurie a Sarah quando ia a sair.
- Posso. às horas que o Dr. Donnelly disser que posso vir.
Depois de Laurie sair, Justin entregou a fotografia a Sarah.
- Consegue ver aqui alguma coisa que a possa assustar?
Sarah estudou a fotografia.
- Não consigo ver grande coisa com estes rasgões todos e a cola seca em cima. Vê-se que Laurie estava com frio pela maneira como tem os braços apertados
à volta dela própria. Está com o mesmo fato de banho que tem na fotografia de nós duas que temos na biblioteca. Na realidade, é o mesmo fato de banho que Laurie
tinha vestido no dia em que desapareceu.

20

O JÚRI DE ACUSAÇÃO reuniu-se no dia 17 de Fevereiro e não tardou em acusar Laurie do homicídio voluntário e premeditado de Allan Grant. O julgamento ficou marcado
para o dia 5 de Outubro.
No dia seguinte, Sarah encontrou-se com Brendon Moody para almoçar no Solari's, o conhecido restaurante mesmo ao virar da esquina do tribunal de Bergen County.
Brendon estivera no campus do Clinton College, investigando minuciosamente os estudantes e a própria faculdade, à procura de qualquer prova, mesmo pequena, que pudesse
eventualmente ajudar Laurie. Sarah, por outro lado, passara a manhã na biblioteca do tribunal pesquisando defesas por insanidade.
Brendon notou no olhar de Sarah imensa preocupação. Estava pálida e tinha covas nas maçãs do rosto. Por isso, o detective ficou contente por ela ter pedido
um almoço como deve ser e comentou o facto.
- A comida não me sabe a nada, mas eu não posso adoecer - exclamou Sarah com uma careta. - Como é a comida da faculdade?
- Boa. - Brendon deu uma dentada no hamburger de queijo para provar - Não estou a conseguir ir muito longe, Sarah. A testeemunha melhor, e talvez a mais perigosa,
é Susan Grimes, que vive no quarto em frente ao de Laurie. É a rapariga a quem você telefonou algumas vezes. Desde Outubro que ela tem notado que Laurie sai à noite
com certa regularidade e só volta às onze horas ou até mais tarde. Ela contou-me que Laurie sai com um aspecto muito diferente: muito pintada, botas de salto alto...
nada o estilo habitual dela.
- Há algum indício de ela alguma vez ter realmente estado com Allan Grant?
- Posso localizar datas específicas tiradas de algumas cartas que Laurie lhe escreveu, mas não fazem sentido nenhum - declarou Moody num tom brusco. Puxou
do bloco de notas e continuou: - No dia 16 de Novembro, Laurie escreveu que adorara estar nos braços de Allan na noite anterior. A noite anterior foi uma sexta-feira,
15 de Novembro, em que Allan e Karen Grant estiveram juntos numa festa da faculdade. Eu esperava provar que Allan Grant andava a atirar-se a Laurie. Nós sabemos
que ela andava a rondar a casa dele, mas não temos uma única prova de que ele soubesse disso.
- Então, está a dizer-me que era tudo imaginação de Laurie? Não podemos sequer sugerir que Grant possa ter-se aproveitado dela?
- Há uma outra pessoa com quem quero falar, uma professora chamada Vera West. Ouvi uns boatos sobre ela e Grant.
Sarah já sabia aquilo que Brendon Moody estava a sugerir. Se, na ausência de Karen, Allan tivesse iniciado uma relação com outra mulher e Laurie tivesse
sabido do assunto, isso daria mais crédito à argumentação da acusação de que ela matara Grant num acesso de ciúmes.
Sarah tomou o café e fez sinal para pedir a conta.
- É melhor ir-me embora. Tenho de me encontrar com as pessoas que querem comprar a nossa casa. Imagine só! É nem mais nem menos do que o reverendo Bobby
Hawkins.
- Quem é esse? - indagou Brendon.
- É aquele pregador novo, muito entusiasta, que faz o programa Igreja de Airw'avs.
- Esse tipo é um charlatão! Vai comprar a sua casa? Isso é uma grande coincidência, ele tem andado em contacto com aquela Thomasina Perkins.
- Não é propriamente uma coincidência. A mulher dele já andava a ver a casa antes de isto tudo ter acontecido. A Polícia de Harrisburgjá mandou alguma notícia
sobre Jim?
Moody estava com esperança de que Sarah não lhe perguntasse nada sobre aquele assunto e respondeu-lhe medindo as palavras com cuidado.
- Sarah, de facto, acabámos de receber notícias. Existe um tal Jim Bron em Harrisburg, conhecido por ter abusado de crianças, que andava naquela zona quando Laurie
foi vista no restaurante. Depois de ela ter sido encontrada, Jim desapareceu, mas morreu na prisão há seis anos.
Nenhum dos dois disse o que estava a pensar. Pelo andamento do caso, podiam ter de vir a pedir à acusação que entrasse em acordo. Se issso fosse
necessário, significaria que Laurie estaria presa no fim do Verão.

Bic E OPAL foram de carro com Betsy Lyons a casa dos Kenyons. Iam ambos vestidos muito formalmente. Bic levava um fato cinzento de riscas finas,
camisa branca e gravata cinzento-azulada. Opal tinha aclarado o cabelo e havia-o arranjado; envergava um vestido cinzento de lã com gola e punhos de veludo, e os
sapatos e a mala eram pretos, de pele de lagarto.
Bic ia sentado no banco do passageiro ao lado de Betsy, que enquanto conversava sobre a cidade olhava constantemente para o lado, para ele. Ela concluiu
que o reverendo Hawkins era um homem extremamente atraente e carismático. Bic falava sobre a hipótese de se mudar para Nova iorque.
- Quando fui chamado para o ministério da Igreja de Airways, sabia que íamos querer uma casa perto. Mas eu não sou nada citadino. Carla insistiu
sempre nesta cidade e nesta casa. A minha única hesitação - continuou o reverendo num tom suave e amável - foi por ter imenso medo de que Carla ficasse desiludida.
Honestamente, cheguei a pensar que a casa pudesse deixar de estar à venda.
"Também eu", pensou Betsy, tremendo só de pensar nessa possibilidade.
Viraram para a estrada de Twin Oaks. Opal, no banco de trás, agarrava as luvas com nervosismo. De cada vez que vinham a Ridgewood, ela tinha a sensação
de estarem a patinar sobre uma camada fina de gelo, insistindo em experimentá-la, aproximando-se cada vez mais do momento de ele quebrar.
Sarah estava à espera deles. Era bonita, pensou Opal ao vê-la bem ao perto. Era o género de pessoa que vai ficando melhor com a idade. Bic não lhe
teria ligado nenhuma quando ela era miúda.
"Um lobo com pele de cordeiro", pensou Sarah ao estender a mão a Opal. Depois, perguntou a si mesma porque lhe teria vindo de repente à cabeça aquela
expressão tão antiga. Mrs. Hawkins era uma mulher de quarenta e tal anos, bem-vestida e com um penteado moderno. Mas os lábios finos e o queixo pequeno davam-lhe
um ar frágil, quase dissimulado.
- Não sei se tem conhecimento de que no nosso serviço religioso rezámos para que Miss Thomasina Perkins se recordasse do nome do raptor da sua irmã - disse
Hawkins.
- Eu vi o programa - respondeu Sarah.
- Já investigou se o nome Jim tem alguma relação possível? O Senhor actua de formas estranhas.
- Não há nada que possa ser usado em defesa da minha irmã que não estejamos a investigar - afirmou Sarah num tom de quem encerra o assunto.
Hawkins percebeu.
- Se pudermos dar uma volta pela casa com Mrs. Lyons, depois o meu advogado entra em contacto com o seu.
A seguir, Hawkins explicou que gostava de levar o arquitecto dele lá a casa o mais depressa possível; mas claro que não quando Sarah estivesse a trabalhar.
Qual seria a hora mais conveniente?
- Amanhã ou depois, entre as nove e o meio-dia.
- Então, pode ser amanhã de manhã.
Quando Sarah regressou da clínica e entrou na biblioteca na tarde do dia seguinte, não fazia ideia de que a partir daquele momento qualquer palavra proferida
naquela divisão da casa activaria um equipamento sofisticado e que todas as suas conversas seriam gravadas por um gravador escondido.

21

LAURIE acordou com um murmúrio ténue de vozes no corredor. Era um som reconfortante que andava a ouvir há três meses: Fevereiro, Março e Abril. Estava-se no princípio
de Maio. Lá fora, Laurie começara a sentir-se em queda livre, incapaz de parar a descida. Ali, na clínica, sentia-se suspensa no tempo, a queda tornara-se mais lenta.
Sentia-se grata pela suspensão temporária, embora soubesse que no final ninguém podia salvá-la.
Nessa manhã, um pouco mais tarde, ela e Sarah sentaram-se em frente da secretária de Justin Donnelly. Laurie observou o médico com atenção enquanto ele lia
o seu diário.
"Que homem tão grande", pensou, "com aqueles ombros largos, feições bem marcadas e uma enorme cabeleira escura." Laurie gostava dos olhos dele, eram de um
azul-escuro intenso, e embora normalmente não gostasse nada de bigodes, o dele parecia mesmo adequado. Também gostava das mãos de Donnelly, grandes, bronzeadas e
sem pêlos nenhuns. Detestava pêlos nas mãos ou nos braços dos homens, e ouviu-se a si própria a dizê-lo.
Donnelly levantou a cabeça e olhou:
- Laurie, podes repetir isso?
- Eu disse que detesto pelos nas mãos ou nos braços dos homens.
- Porque achas que te lembraste disso de repente?
- Ela não vai responder a essa pergunta.
Sarah aprendera a reconhecer imediatamente a voz de Kate.
Justin não ficou perturbado.
- Vá lá, Kate - disse de bom-humor. - Não podes continuar a reprimir Laurie. Ela quer falar comigo.
Mas ela já se tinha ido embora.
Uma gargalhada indolente. Laurie cruzou as pernas, afundou-se um pouco na cadeira e passou a mão pelo cabelo com um gesto deliberadamente provocante.
Sarah ficou tensa. Aquela era Leona, a Outra personalidade que escrevia as cartas a Allan Grant. Aquela era a mulher desprezível que o matara. Ela só aparecera
duas vezes nestes últimos meses.
- Olá, Leona. - Justin dirigiu-se a ela como se estivesse a dar piropos a uma mulher atraente. - Eu estava com esperança de que nos fizesses uma visita.
- Bom, uma rapariga tem de fazer a sua vida, não pode andar eternamente a bater com a cabeça nas paredes. Tem um cigarro?
- Com certeza. - Justin tirou um maço de cigarros da gaveta e estendeu-lhe um cigarro já aceso. - Tens andado a bater com a cabeça nas paredes, Leona?
Ela encolheu os ombros.
- Oh, você sabe. Eu era louca pelo professor engatatão. Tenho pena dele, mas estas coisas acontecem.
- Que coisas?
- O ter-me denunciado ao decano.
- Ficaste zangada com ele por causa disso, não foi?
- E de que maneira! Laurie também ficou, mas por motivos diferentes.
- Sabes que Allan morreu?
- Oh, já me habituei à ideia. No entanto, tive um grande choque.
- Sabes como ele morreu?
- Claro que sei! Com a nossa faca de cozinha. - O ar de desafio ia desaparecendo. - Só desejava tê-la deixado ficar no quarto quando passei por casa
dele naquela noite. Eu era verdadeiramente louca por ele, sabia?

EM TRÊS MESES, Brendon Moody tornara-se uma figura habitual no Clinton College, a conversar com os estudantes e a falar com vários professores. No fim de
Abril, havia apurado muito pouco que pudesse ajudar à defesa de Laurie, embora tivesse descoberto algumas coisas que podiam eventualmente ajudar a aliviar a pena.
Nos primeiros três anos de faculdade, Laurie fora uma aluna exemplar e querida por todos.
- Bom, toda a gente gostava dela, mas ela não se aproximava de ninguém, compreende? - apressou-se um aluno a explicar. - Havia nela qualquer coisa
de reservado.
A mulher do decano, Louise Larkin, gostava de falar com Moody. Foi ela quem lhe deu a entender que Allan Grant começara a interessar-se por uma das novas
professoras do departamento de inglês. Moody falou com Vera West, mas ela não lhe deu saída nenhuma.
- Allan Grant era um óptimo amigo de todos - afirmou Vera.
"Começa a investigar outra vez", pensou Brendon sombriamente. O problema era que o ano escolar ia terminar em breve, e os alunos do último ano, como Gregg
Bennett, que conheciam Laurie Kenyon iam acabar o curso.
"Mais outra semana sem resultados!", pensou Brendon quando ia ao volante a caminho de casa.
Ao saber que a mulher ia ter uma reunião Tupperware lá em casa nessa noite, Brendon ficou muito aborrecido.
- Vou comer qualquer coisa ao Solari's - replicou, plantando um beijo irritado na testa da mulher. - Diverte-te, querida. Faz-te bem pôr em dia as
conversas com as amigas.
Brendon teve o seu tão desejado descanso nessa noite. Estava no bar a falar com alguns dos velhos colegas da Procuradoria, e a conversa foi parar ao caso
Kenyon. Todos achavam que Laurie devia entrar em acordo.
- Se eles desistirem da acusação formal de homicídio premeditado, Laurie pode apanhar de quinze a trinta anos. Provavelmente, cumpre um terço da pena,
e assim estaria cá fora aos vinte e seis ou vinte e sete anos.
Bill Owens, investigador privado de uma companhia de seguros, que estava ao lado de Moody, esperou que o assunto mudasse e disse:
- Brendon, ninguém pode saber que eu te avisei.
O olhar de Moody desviou-se instantaneamente para o lado.
-Oqueé?
- Conheces Danny O'Toole?
- Danny, o Caçador de Mulheres? Claro que conheço. Quem é que ele tem andado a espiar?
- Essa é a questão. Uma noite destas, ele esteve aqui já com os copos, e, como de costume, veio à conversa qualquer coisa a respeito do caso Kenyon.
Ouve só isto: depois da morte dos pais, Danny foi contratado para investigar as irmãs. Era por qualquer coisa relacionada com uma reclamação de seguro, mas logo
que a irmã mais nova foi presa, o trabalho dele acabou.
- Parece-me estranho - comentou Moody. - Vou já investigar o assunto, e obrigado

- As PESSOAS que compraram a nossa casa andam a enervar Sarah - contou Laurie ao Dr. Donnelly.
Justin ficou surpreendido.
- Não me tinha apercebido disso.
- Pois é Sarah disse-me que eles andam enfiados demais lá em casa.
- Já os viste alguma vez na televisão, Laurie?
Ela abanou a cabeça.
- Não gosto daquele género de programa.
Justin esperou. Tinha o relatório da terapeuta pela arte em cima da secretária. Gradualmente, formara-se um padrão nos esboços de Laurie. Os últimos seis
eram colagens, e em cada uma delas Laurie incluíra duas cenas: uma era uma cadeira de baloiço com uma grande almofada, ao lado da qual se encontravam os contornos
de uma figura de mulher; a outra era uma árvore de tronco grosso em frente de uma casa sem janelas.
- Lembras-te de ter feito isto? - indagou Justin, apontando para as ilustrações.
- Claro. Não sou lá grande artista, pois não?
- Hás-de vir a ser. Laurie, és capaz de me descrever esta cadeira de baloiço?
Justin percebeu que ela estava a começar a afastar-se. Laurie abriu muito os olhos e o corpo ficou tenso de repente. Donnelly não queria que nenhuma das
outras personalidades o impedisse de falar com Laurie.
- Laurie, tenta. Lembraste-te agora mesmo de qualquer coisa, não foi? Não tenhas medo! Pela tua irmã, por favor, conta-me!
Ela apontou para a cadeira de baloiço e a seguir apertou fortemente os lábios.
- Laurie, se não consegues falar disso, mostra-me o que aconteceu.
- Está bem - balbuciou a voz ciosa de criança.
- Linda menina, Debbie! - Justin aguardou.
Laurie enganchou os pés debaixo da secretária e inclinou a cadeira para trás. Tinha os braços muito encostados ao corpo, como se uma força exterior os estivesse
a segurar naquela posição. Laurie fez a cadeira oscilar até ao chão e voltou a incliná-la para trás. Tinha O rosto desfigurado de medo.
- Graça maravilhosa, que som tão doce - cantou com uma voz fraca de menina.
A cadeira bateu no chão e inclinou-se novamente numa imitação de cadeira de baloiço. Com o corpo arqueado e os braços imóveis, Laurie estava a mimar uma
criança ao colo.
Justin olhou rapidamente para baixo, para o primeiro desenho. Era issso mesmo. A almofada parecia um colo. Era uma pessoa a agarrar uma criança e a cantar.
- E a graça divina há-de conduzir-me a casa.
A cadeira parou. Laurie começou a respirar depressa, com dificuldade. Levantou-se em bicos dos pés como se estivesse a ser levantada.
- É altura de ires para cima - ordenou numa voz grave.


22

- LÁ VêM ELES outra vez - comentou Sophie quando o conhecido Cadillac azul entrou no caminho de acesso à casa.
Sarah e Brendon Moody estavam na cozinha à espera que o café ficasse pronto.
- Valha-me Deus! - exclamou Sarah, irritada. - Sophie, leve-nos o café à biblioteca quando estiver pronto e diga-lhes que estou numa reunião. Não estou com
disposição para que rezem por mim.
Brendon seguiu-a, apressado, e fechou a porta da biblioteca exactamente quando a campainha tocou.
- Ainda bem que não lhes deu uma chave! - replicou Brendon.
Sarah sorriu.
- Não sou tão maluca como isso! A questão é que há imensas coisas nesta casa que eu não vou poder utilizar e que eles estão ansiosos por comprar!
Sarah puxou o cabelo para trás. O dia estava quente e húmido, e o cabelo dela encrespara-se de tal modo que parecia uma moldura de folhas escuras de Outono
em volta do seu rosto.
Brendon instalou-se no cadeirão de cabedal em frente da secretária.
- Já teve ocasião de olhar para as apólices de seguro? - perguntou ele.
- Sim, Brendon, mas não percebo. Não há nenhuma reclamação de especial ou questionável. O meu pai tinha tudo assente. O seguro dele era a favor da
minha mãe e depois revertia directamente para nós.
- E quanto à empresa de camionagem? - indagou Brendon. - Pôs alguma acção contra eles?
- Claro! Mas porque haviam eles de fazer investigações sobre nós? Não estivemos envolvidas no acidente.
Brendon acrescentou:
- Eu estava com esperança de chegar a alguma conclusão por este lado... Vou sondar o investigador, mas é talvez apenas a empresa de camionagem. Como está
Laurie?
Sarah reflectiu.
- Tu vez melhor nalguns aspectos. Penso que já começou a aceitar o facto de ter perdido o pai e a mãe. O Dr. Donnelly é fantástico.
- Ela lembra-se de alguma coisa acerca da morte de Allan Grant?
- Nada. No entanto, ela está a deitar cá para fora coisas que se passaram durante aqueles anos em que esteve desaparecida. Apenas factos isolados.
Justin tem a certeza de que abusaram sexualmente dela naquela altura.
- Será que Laurie vai alguma vez conseguir lembrar-se do que sucedeu?
- É possível, mas ninguém pode calcular quanto tempo demorará. Ela confia em Justin, ela sabe que pode acabar na prisão, mas no entanto parece não
ser capaz de ultrapassar aquele bloqueio.
Sophie entrou na biblioteca com o tabuleiro do café.
- Deixei-os sozinhos lá em cima - informou. - Hoje, estão a discutir a hipótese de juntar a sua casa de banho à de Laurie e de instalar um jacuzzi.
Pensei que os clérigos viviam modestamente. - Sophie pousou ruidosamente o tabuleiro sobre a secretária.
Bateram à porta. Sarah levantou os olhos e murmurou:
- Prepare-se para ser abençoado. - A seguir, gritou: - Entre!
Bic e Opal estavam à entrada da porta, ambos com Sorrisos solícitos e vestidos informalmente. Bic despira o casaco, e as mangas curtas da camisola deixavam
ver os braços musculados cobertos de pêlos grisalhos. Opal estava de calças e blusa de algodão.
- Não queremos incomodar, viemos apenas perguntar como vai tudo - disse Opal.
Sarah apresentou-lhes Brendon, que resmungou um cumprimento.
- Como vai a garota? - indagou Bic.

JUSTIN DONNELLY não queria confessar a Sarah que estava convencido de que Laurie não iria recordar factos importantes a tempo do julgamento.
Acompanhado de Pat e Kathie, as terapeutas suas colaboradoras que seguiam Laurie, Donnelly voltou a ver os filmes das sessões de terapia de Laurie.
- Reparem que as outras personalidades já confiam em mim e querem falar, mas fecham-me invariavelmente a porta quando eu tento voltar àquela noite
de 28 de Janeiro ou aos anos em que Laurie esteve raptada.
Pat, a terapeuta pela arte, com uma série de desenhos novos na mão, perguntou:
- Tem a fotografia que Laurie rasgou noutro dia em casa?
- Tenho, está aqui mesmo. - Justin procurou rapidamente no processo.
A terapeuta estudou a fotografia, comparou-a com alguns esboços de Laurie e depois pôs a fotografia ao lado deles.
- Está a ver isto? - apontou para uma figura imóvel. - E isto? E isto? O que consegue perceber daqui?
- Penso que ela está a começar a vestir a figura com um bibe ou um fato de banho.
- Exacto. Agora, repare que nestas três a figura tem cabelo comprido. Veja a diferença nestas duas: o cabelo é muito curto e o rosto dá a impressão
de ser de rapaz. Tem os braços cruzados da mesma maneira dos que aparecem na fotografia reconstituida. Penso que Laurie está a recriar a sua própria imagem, mas
transformando-se em rapaz.
Kathie, a terapeuta pela escrita, tinha a última redacção de Laurie na mão.
- Esta é a letra de Kate. Reparem como é tão diferente da que fazia em Fevereiro. É cada vez mais parecida com a caligrafia de Laurie, e ouçam o que diz:

Estou a ficar muito cansada. Laurie há-de ficar suficientemente forte para aceitar aquilo que tem de ser. Ela gostava de passear no Central Park,
de levar os tacos de golfe, ir de carro para o clube e jogar. Tinha sido divertido para ela entrar no circuito de golfe. Será possível que há menos de um ano lhe
chamassem a melhor jovem jogadora de Nova Jérsia?
Talvez a prisão não seja muito diferente disto aqui. Talvez seja tão segura como isto. Talvez o sonho da faca se mantenha longe de mim quando eu
estiver na prisão. Ninguém pode lá entrar com guardas por toda a parte. Na prisão, revistam toda a correspondência, o que significa que as fotografias não podem
enfiar-se sozinhas dentro dos livros.

Kathie estendeu a redacção a Justin.
- Doutor, isto pode ser sintoma de que Kate tenha começado a aceitar a culpa em vez de Laurie.
Justin levantou-se.
- Sarah e Laurie já devem estar no meu consultório. Pat, acho que você tem razão. Laurie anda a desenhar versões diferentes da fotografia rasgada.
Conhece alguém que consiga reparar os pedaços, retirar a cola toda e voltar a reconstruir a fotografia e ampliá-la para podermos ver melhor?
Ela acenou com a cabeça.
- Vou tentar.
- Está bem. Eu vou falar com Gregg Bennett e tentar perceber o que se passou naquele dia para que ela tivesse ficado com tanto medo dele.
O ARQuiTECTO que Bic levara a casa dos Kenyons numa das primeiras visItas era um ex-condenado do Kentucky. Foi ele quem fez as ligações do equipamento activado pela
voz na biblioteca e no telefone e escondeu um gravador no quarto de hóspedes, que ficava por cima do escritório.
Como Bic e Opal se passeavam no piso de cima com fitas métricas, tecidos e amostras de tinta, era fácil mudar as cassetes. Assim que chegava ao carro, Bic
começava logo a ouvir as cassetes, e continuava a ouvi-las na Suite do hotel.
Sarah começara a ter conversas telefónicas com Justin Donnelly todas as noites, e essas conversas eram uma mina de ouro. Bic ficou especialmente satisfeito
com a conversa da cadeira de baloiço.
- Que querida! - suspirou ele. - Lembras-te de como ela era bonita e que bem que cantava? Ensinámo-la bem. Meu Deus!
Bic abrira as janelas para deixar o ar quente de Maio encher o quarto. Andava a deixar crescer um bocado mais o cabelo, e naquele dia estava um pouco desgrenhado.
Tinha vestido um par de calças velhas e uma camisola de algodão de manga curta. Opal fitava-o com um olhar de adoração.
- O que estás a pensar, Opal? - perguntou Bic.
- Acabou de me ocorrer que neste preciso momento a única coisa que te falta para deixares de ser o reverendo Hawkins éo brinco de ouro que usavas
dantes. Voltavas a ser Bic, o cantor de bares.
Bic olhou-a fixamente. "Não devia ter-lhe dito isto", pensou Opal, aterrorizada. "Ele não quer nem pensar numa coisa dessas." Mas Bic declarou:
- Opal, foi Deus que te concedeu essa revelação. Eu estava a pensar naquela cadeira de baloiço onde costumava embalar aquele bebé adorável, e começava a
esboçar-se um plano. Acabaste de o completar!

23

KAren levantou os olhos e sorriu, radiante.
Aquele careca de testa enrugada era uma cara vagamente conhecida; convidou-o a sentar-se, ele mostrou-lhe o seu cartão e então Karen percebeu porque é que
o tinha reconhecido. Era o investigador que trabalhava para as Kenyons e estivera no funeral.
- Mrs. Grant, se não for boa altura para si, é só dizer - exclamou Moody,.
- É óptima altura - assegurou-lhe Karen. - Hoje a manhã está sossegada.
- Pelo que sei, o negócio de viagens em geral está bastante sossegado actualmente - acrescentou Moody, descontraído. - Pelo menos é o que os meus
amigos dizem!
- Oh, como tudo o resto, cada vez há menos movimento em tudo. Quer que lhe venda uma viagem?
"É muito espertinha!", pensou Brendon.
- Hoje não. Se me permite, gostava de lhe fazer umas perguntas sobre o seu defunto marido.
O sorriso de Karen desvaneceu-se.
- Mr. Moody, é muito doloroso para mim falar de Allan. Tenho imensa pena de Laurie, mas de facto ela matou o meu marido e fez-me uma ameaça de morte.
- Ela não se lembra de absolutamente nada. É uma rapariga muito doente! - exclamou Brendon baixinho. - A minha tarefa é tentar ajudar o tribunal a
compreender isso. Tenho andado a estudar as cópias das cartas que Laurie enviou ao professor Grant. Há quanto tempo é que a senhora sabia que ele recebia aquelas
cartas?
- A princípio, Allan não me mostrou as cartas. Creio que tinha medo de que eu ficasse aborrecida. Eu encontrei-as por acaso dentro da gaveta da secretária
e perguntei-lhe O que era aquilo.
- Estava em Nova iorque na noite em que o seu marido morreu?
- Estava no aeroporto, numa reunião com um cliente.
- Quando falou com o seu marido pela última vez?
- Telefonei-lhe nessa noite perto das oito. Allan estava muito aborrecido e contou-me a cena com Laurie Kenyon. Ele achava que não tinha conduzido
bem a situação. Disse-me que estava convencido de que Laurie não se lembrava nada de ter escrito aquelas cartas.
Moody semicerrou os olhos.
- Mrs. Grant, alguma vez teve dúvidas se o seu marido se teria ou não apaixonado por Laurie?
- Isso é absurdo! - exclamou Karen, estupefacta.
- Bem, claro que eu não a censurava se tivesse querido certificar-se, digamos que... investigando o assunto.
- Não percebo a que está a referir-se.
- Eu estou a sugerir a eventualidade de ter contratado um detective particular como eu.
Karen ficou mesmo zangada.
- Mr. Moody, eu nunca insultaria assim o meu marido, e o senhor está a insultar-me! Creio que não temos mais nada a dizer um ao outro!
Moody levantou-se devagar.
- Mrs. Grant, desculpe-me, por favor. Tente compreender que o meu trabalho é encontrar motivos para as acções de Laurie. Se havia alguma coisa entre
o professor Grant e Laurie, e ele a denunciou à administração, o que fez que ela ficasse desvairada
- Mr. Moody, não arruine a reputação do meu marido para tentar defender a rapariga que o assassinou.
Moody acenava com a cabeça para pedir desculpa, enquanto passava os olhos pelo escritório. A secretária de Karen não tinha papéis nenhuns, e desde que ele
ali estava o telefone nunca tocara.
- Mrs. Grant, quantas pessoas trabalham aqui? - perguntou Moody com naturalidade.
- A minha secretária foi fazer um recado, e Anne Webster hoje não veio porque está doente.
- Então, é a senhora que está encarregada de tudo?
- Anne vai reformar-se dentro de pouco tempo, e nessa altura eu assumo por completo a direcção.
- Compreendo. Bom, já lhe tomei tempo suficiente.
Moody não saiu logo do hotel, em vez disso sentou-se no átrio e ficou a observar a agência escondido atrás de um jornal. Passadas duas horas, não entrara
nem uma única pessoa na agência, e Karen não pegara no telefone uma única vez.

GREGG BENNETT meteu pela auto-estrada até à saída para Lincoln Tunnel. O seu Mustang novo, presente de fim de curso oferecido pelo avô, ia com a capota para
baixo. Na verdade, Gregg preferia o seu Ford em segunda mão com dez anos. Ainda se via a atirar os sacos de golfe para o porta-bagagem e imaginava Laurie a entrar
no carro a seu lado e a arreliá-lo por causa do jogo.
Gregg virou para a Estrada 3 de acesso ao túnel. Como de costume, o trânsito estava meio parado, mas ele tinha imenso tempo para chegar à clínica. Esperava
estar com boa aparência, e ficou com a boca seca ao pensar que, passados tantos meses, ia ver Laurie.
Sarah estava à espera dele na recepção. Ele cumprimentou-a com um beijo e viu logo pela cara dela que estava a atravessar uma fase de verdadeiro inferno.
Tinha umas olheiras muito profundas. Sarah foi apresentá-lo ao médico de Laurie.
Num tom formal, Justin Donnelly foi franco.
- Pode ser que um dia Laurie nos possa contar o que se passou naqueles anos em que esteve desaparecida e também a morte de Allan Grant; mas, por agora,
não consegue contar-nos nada a tempo de prepararmos a sua defesa. De facto, o que estamos a tentar fazer é "contorná-la". Você contou a Sarah o que se passou no
seu apartamento há um ano, e nós gostávamos de recriar esse episódio. Laurie está disposta a fazer a experiência, e vamos gravar em vídeo a cena entre você e ela.
Precisamos que descreva na presença dela o que fizeram, o que disseram e a posição em que estavam relativamente um ao outro.
Gregg acenou com a cabeça, e o Dr. Donnelly agarrou no telefone.
- Traga Laurie, por favor.
Gregg não sabia o que havia de esperar. Laurie apareceu com uma saia de algodão, uma camisola de manga curta e sandálias. Ao ver Gregg, ficou tensa, e ele
acenou-lhe informalmente sem se levantar:
- Olá, Laurie!
Laurie fez um aceno cauteloso e sentou-se ao lado da irmã.
- Gregg, há cerca de um ano Laurie foi visitá-lo e entrou em pânico por um motivo que desconhecemos. Conte-nos o que se passou.
Gregg não hesitou.
- Era domingo. Eu estava a dormir e, cerca das dez horas, Laurie bateu à porta e acordou-me. Ela fora à igreja e depois passara pela padaria. Quando
abri a porta, ela disse qualquer coisa do género: "Troco uma viana quente por um café, negócio fechado?"
- Qual era a disposição dela? - interrompeu Justin.
- Estava descontraída, a rir. Tínhamos jogado golfe no sábado e ela ganhara-me só por uma pancada. No domingo de manhã, Laurie estava com um aspecto
óptimo.
- Você deu-lhe um beijo?
Gregg olhou de relance para Laurie.
- Na cara. Eu estava habituado a interpretar os sinais dela. Tinha sempre muito cuidado; quando a beijava ou lhe punha o braço por cima, fazia-o sempre
devagar e de uma forma casual e via se ela ficava tensa. Se ficasse, desistia logo.
- Não achava isso muito frustrante? - perguntou Justin rapidamente.
- Claro. Mas eu creio que sempre percebi que tinha de esperar que ela ganhasse confiança em mim. - Gregg olhou para Laurie. - Eu seria incapaz de
lhe fazer mal. E se alguém quisesse fazer-lhe mal, eu preferia matar essa pessoa a permitir que lho fizesse.
Laurie olhava fixamente para ele, já não evitava encará-lo, e foi ela quem falou a seguir:
- Sentei-me no balcão ao lado de Gregg. Enquanto tomávamos café, combinámos quando íamos jogar outra partida de golfe. Sentia-me tão feliz naquele
dia! Estava uma manhã linda, tudo tão fresco e límpido! - A voz falhou-lhe ao pronunciar "límpido".
Gregg levantou-se e prosseguiu:
- Laurie disse que tinha de se ir embora. Deu-me um beijo e ia já a saír
- Laurie - Justin fez uma interrupção -, quero que te ponhas junto de Gregg exactamente como naquele dia. Finge que vais a sair do apartamento dele.
Laurie levantou-se, hesitante.
- Assim - sibilou ela de costas para Gregg, estendendo a mão para um puxador de porta imaginário.
- E eu comecei a levantá-la do chão - acrescentou Gregg. - Na brincadeira, claro. Queria dar-lhe outro beijo. Gregg pôs-se atrás de Laurie e começou
a levantá-la, com as suas mãos apertadas de encontro aos braços dela.
Laurie ficou muito tensa, começou a soluçar e Gregg largou-a.
- Laurie, diz-me porque tens medo! - atalhou Justin rapidamente. Os soluços transformaram-se num choro de criança abafado. - És tu que estás a chorar,
Debbie? - continuou Justin. - Diz-me porquê!
Ela apontou para baixo e para a direita, e uma vozinha frágil soluçou:
- Ele vai levar-me para ali.
Gregg ficou com uma expressão chocada e confusa.
- Esperem lá! - exclamou. - Se estivéssemos no meu apartamento, Laurie estaria a apontar para o sofá-cama. Eu tinha acabado de me levantar, por isso
ainda estava aberto, com a cama por fazer.
- Debbie, porque ficaste com medo quando pensaste que Gregg te ia levar para a cama? O que é que te podia acontecer lá? Conta-nos.
Laurie escondera a cara entre as mãos.
- Não posso!
- Porquê, Debbie? Nós gostamos muito de ti. Então, Laurie correu para Sarah.
- Sare-wuh, eu não sei o que aconteceu - balbuciou. - Sempre que íamos para a cama, eu vagueava para longe.

VERA WEST contava os dias que faltavam para acabar o período. Achava cada vez mais difícil manter a aparência tranquila, que ela sabia ser absolutamente
necessária. Ao atravessar o campus universitário naquele fim de tarde, com o saco de cabedal a abarrotar de exames finais, rezava para conseguir chegar ao refúgio
da sua casa alugada antes de começar a chorar.
Vera aceitara o emprego no departamento de inglês em Clinton porque, após ter voltado a estudar para fazer o doutoramento aos trinta e sete anos e de o ter
concluído aos quarenta, sentia-se agitada, pronta para sair de Boston.
Durante a sua vida, vários homens se haviam interessado por ela. às vezes, desejava imenso encontrar alguém especial, mas concluiu que estava destinada a
uma vida de solteirona.
Então, conhecera Allan Grant.
Até já ser demasiado tarde, nunca passara pela cabeça de Vera que estava a apaixonar-se por ele.
Começara em Outubro. Allan tinha deixado um livro em casa dela, e como Vera acabara de assar uma galinha, havia um cheiro convidativo espalhado pela casa.
Quando Allan comentou o dito aroma, Vera, impulsivamente, convidou-o para jantar.
Allan tinha o hábito de dar um grande passeio a pé antes de jantar. Começou por passar lá em casa de vez em quando e depois cada vez com mais frequência nas noites
em que Karen estava em Nova iorque. Auto-intitulava-se "o homem que vinha para jantar" e chegava sempre com vinho, um bocado de queijo ou fruta. Saía sempre pelas
8, 8 e 30.
Mesmo assim, Vera começou a pensar que não faltaria muito para as pessoas começarem a fazer comentários sobre eles. Embora não tivesse perguntado a Allan,
tinha a certeza de que ele não contava à mulher o tempo que passavam juntos.
A princípio, Allan parecia evitar deliberadamente qualquer tipo de conversa pessoal, mas depois, a pouco e pouco, começou a falar.
- O meu pai separou-se da minha mãe quando eu tinha oito meses. A minha mãe e a minha avó poupavam todos os tostões para a minha educação e investiam inteligentemente.
Eram ambas boas cozinheiras, e ainda me lembro de como era bom chegar a casa numa tarde fria, abrir a porta, sentir um bafo de calor e inalar aquele cheiro apetitoso
que vinha da cozinha.
Allan contara-lhe aquilo tudo uma semana antes de morrer. Depois, dissera-lhe:
- Vera, é exactamente o mesmo que eu sinto quando chego aqui: um bafo de calor e a sensação de chegar a casa e ter à minha espera alguém com quem gosto de
estar e que, espero, também gosta de estar comigo. - Abraçou-a. - Consegues ter paciência comigo? Tenho de resolver umas coisas.
Na noite em que morreu, Allan estivera em casa de Vera pela última vez. Estava deprimido e aborrecido.
- O decano perguntou-me sem rodeios se eu e Karen estávamos a ter problemas. - Beijara-a devagar à porta e dissera: - As coisas vão mudar. Amo-te e preciso
muito de ti.
Vera sentiu uma vontade instintiva de pedir a Allan que ficasse em casa dela. Quem lhe dera ter dado ouvidos ao instinto... Mas deixou-o ir embora e telefonou-lhe
pouco depois das 10 e 30. Allan estava com uma voz muito alegre. Tinha falado com Karen e pusera as cartas na mesa. Allan dissera-lhe outra vez:
- Amo-te. - Foram as últimas palavras que Vera ouviu dele.
Hoje, com a sua solidão bem presente, Vera caminhava depressa pelo passeio empedrado, de cabeça baixa, com o rosto de Allan preenchendo-lhe o pensamento.
Tinha saudades de o abraçar. Chegou aos degraus.
- Allan, Allan.
Vera só se apercebeu que dissera o nome dele em voz alta quando olhou para cima e deparou com os olhos perspicazes de Brendon Moody, que estava à sua espera.

24

JUSTIN DONNELLY foi a pé da clínica até ao seu apartamento de Central Park South sempre a pensar em Laurie Kenyon. Ela era de longe a doente mais interessante que
ele jamais tivera.
Fora vê-la antes de sair da clínica. O jantar já tinha acabado, e Laurie estava sentada no solário, calada e pensativa.
- Gregg foi muito simpático em ter vindo hoje - observou Laurie, acrescentando em seguida: - Eu sei que ele nunca me faria mal.
Justin arriscara dizer:
- Ele fez mais do que não te magoar, Laurie. Gregg ajudou-te a trazer à superfície uma recordação que, se tu conseguires libertar, te ajudará a ficar
boa. O resto é contigo.
- Eu sei que é. Vou tentar. Prometo. Doutor, sabe do que eu mais gostava no Mundo? - Laurie não esperara pela resposta. - Gostava de apanhar um avião
para a Escócia e jogar golfe em St. Andrews. Acha uma ideia muito maluca?
- Acho fantástico!
- Mas, é claro, isso nunca vai acontecer!
- Não vai acontecer, a não ser que te ajudes a ti própria
Quando Justin virou para o edifício do seu apartamento, pôs-se a pensar se não a teria pressionado demais. Interrogou-se se não seria um erro falar ao psiquiatra
designado pelo Ministério Público pedindo-lhe para reavaliar o estado de Laurie, com o objectivo de voltar a estabelecer uma fiança.
Minutos depois, quando Donnelly já estava sentado no terraço do seu apartamento, o telefone tocou. Era a enfermeira-chefe, que começou por, pedir desculpa
por telefonar.
- É a Miss Kenyon, que diz que tem de falar imediatamente com o Sr. Doutor.
- Laurie?
- Não é Laurie, doutor. É Kate, a outra personalidade dela.
- Passe o telefone a Miss Kenyon.
Foi uma voz estridente que falou:
- Doutor, há um miúdo que quer falar consigo sobre uma coisa violenta, mas Laurie tem medo de o deixar falar.
- Quem é esse miúdo, Kate? - perguntou Justin rapidamente, pensando: "Será que Laurie tem mais outra personalidade que ainda não veio à superfície?"
- Não sei o nome dele. Ele não me quer dizer, mas tem nove ou dez anos, é esperto e fez muito por Laurie. Continue a trabalhar no caso dela. Ele hoje
esteve mesmo quase a falar consigo.
Justin ouviu um estalido no auscultador.

No DIA 15 DE JUNHO, o reverendo Bobby Hawkins recebeu um telefonema de Liz Pierce, da revista People, a pedir uma entrevista. Ela fora encarregada de fazer uma reportagem
sobre ele para a edição de Setembro.
Bic protestou e depois disse que se sentia lisonjeado e contente. Mas assim que desligou o telefone, o tom caloroso da sua voz desapareceu.
- Opal, se eu recuso, a jornalista pode pensar que tenho alguma coisa para ocultar, e assim, pelo menos, posso influenciar aquilo que ela vai escrever.

BRENDON MOODY olhou para Sarah cheio de pena. "Quatro meses disto!", pensou Brendon. "Sarah tem comido, bebido e respirado uma defesa que não conduz a lado
nenhum; para além disso, tem passado os dias numa clínica psiquiátrica e ainda tem de se sentir grata pelo facto de a irmã estar ali e não na prisão!" Como se tudo
aquilo não bastasse, ele próprio estava prestes a derrubar a última esperança que ela tinha para uma defesa viável.
Sophie abriu a porta e entrou na biblioteca com um tabuleiro com café, pãezinhos e sumo de laranja.
- Mr. Moody, espero que consiga fazer Sarah engolir este pãozinho. Ela não come nada.
- Ora, Sophie! - protestou Sarah.
- Não diga "Ora, Sophie". Isto é a verdade. - Sophie pousou o tabuleiro com um ar preocupado e perguntou: - O homem dos milagres vai aparecer hoje?
Palavra de honra, Sarah, devia cobrar renda a essa gente!
- Quem lhes devia pagar renda era eu! - esclareceu Sarah. Eles são donos desta casa desde Março.
- Bem, eu tenho-os visto ultimamente na televisão e deixe-me que lhe diga, formam cá um par!... Prometem milagres em troca de dinheiro e falam como
se Deus lhes fizesse todos os dias uma visita para conversarem! - Sophie saiu da biblioteca a abanar a cabeça com um ar de censura.
Sarah estendeu uma chávena de café a Brendon.
- Como íamos dizendo...
Brendon agarrou na chávena.
- Gostava tanto de ter boas notícias! - exclamou ele. - Mas não é o caso. A nossa grande esperança era que Allan Grant estivesse a tentar aproveitar-se
da depressão e desgosto de Laurie e depois a tivesse feito perder a cabeça ao entregar as cartas dela à administração. Bem, Sarah, nunca seremos capazes de provar
se ele estava a aproveitar-se dela ou não, porque o casamento dele já estava desfeito. A mulher dele é um caso sério! O pessoal do hotel diz que ela tem tido vários
"amigos", no entanto, neste último ano tem andado sempre agarrada ao mesmo tipo. Chama-se Edwin Rand. É um daqueles fulanos polidos, um bonitão, que tem vivido toda
a vida à custa de mulheres. Um escritor de livros de viagens que é especialista em viver à conta!
- Imagine que Allan Grant sabia desse tipo, ficou magoado e voltou-se para Laurie, que, por sua vez, estava louca por ele! - observou Sarah.
- Isso não pega! - replicou Brendon com franqueza. - Allan andava a encontrar-se com Vera West, uma professora da faculdade, que me disse que falou
com ele perto das dez e meia na noite em que Grant morreu. Ele estava bem disposto e contou-lhe que dissera à mulher que queria o divórcio.
Brendon desviou os olhos para não ver o desespero nos olhos de Sarah. "Pobre rapariga!", pensou.
- De facto, você podia pôr um processo contra a mulher dele. A mãe de Allan deixou-lhe uma conta-depósito da qual ele recebia cerca de cem mil dólares
por ano de rendimento, mas não podia tocar no capital, cerca de um milhão e meio, que iria acumulando, até fazer sessenta anos. Pelo que ouvi, Karen Grant utilizava
esse rendimento como rendimento pessoal. No caso de divórcio, a dita conta não era um bem comum. Por muito que ela ganhasse na agência de viagens, nunca chegaria
para manter um apartamento tão caro, um guarda-roupa de alta costura e um amigo escritor. No entanto, com a morte de Allan ela ficou com tudo. O único problema -
concluiu Brendon - é que Karen Grant de certeza que não pediu a faca emprestada, matou o marido e depois devolveu a faca a Laurie.
Sarah nem deu conta de que o seu café estava apenas mal morno. Bebê-lo aos goles ajudava-a a relaxar os músculos tensos do pescoço e da garganta.
- Tive notícias da Procuradoria de Hunterdon County - informou Sarah. - O psiquiatra que foi examinar Laurie viu os filmes das sessões de terapia.
Eles admitem a hipótese de Laurie sofrer de distúrbios de múltipla personalidade.
Sarah passou a mão pela testa.
- Se Laurie se confessar culpada de homicídio involuntário, eles não pedirão a pena máxima, e talvez ela possa sair dentro de cinco anos ou menos;
mas se formos para julgamento, a acusação será homicídio voluntário e premeditado, e há grandes hipóteses de eles ganharem.

- JÁ PASSOU UM MÊS desde que Kate me telefonou a dizer que havia outra personalidade, um rapaz de nove ou dez anos, que queria falar comigo - disse
Justin Donnelly a Sarah. - Como sabe, desde então, Kate tem negado conhecer essa personalidade.
- Eu sei - confirmou Sarah com um aceno de cabeça.
Era a altura de dizer ao Dr. Donnelly que ela e Brendon Moody tinham concluído que o melhor para Laurie era chegarem a acordo.
Justin ouviu com atenção, sempre fitando o rosto de Sarah, enquanto pensava: "Se eu fosse artista, fazia um esboço da cara dela com a legenda: Sofrimento.
"
- Por isso, está a ver - concluiu Sarah -, eu não tenho o direito de pôr em jogo quase trinta anos da vida de Laurie.
- Quanto tempo mais pode adiar o julgamento?
A voz de Sarah ficou insegura.
- E para quê? Penso que o facto de se aliviar a pressão sobre Laurie para se lembrar talvez a longo prazo venha a ser benéfico para ela. O melhor
é deixar correr.
-Não, Sarah!
Justin empurrou a cadeira para trás e foi para o pé da janela, mas arrependeu-se logo. Laurie estava no solário, do outro lado do jardim, com as mãos na
parede de vidro, a olhar para o exterior. Mesmo do sítio em que estava, Justin sentia que ela era como um pássaro engaiolado, desejoso de voar. Então, voltou-se
para Sarah.
- Dê-me mais um tempo. Daqui a quanto tempo é que o juiz a deixará ir para casa?
- Na próxima semana.
- Está bem. Tem alguma coisa para fazer esta noite?
- Bom, deixe cá ver. - Sarah falou depressa, numa óbvia tentativa de controlar as suas emoções. - Se eu for para casa, pode acontecer uma de duas
coisas: ou os Hawkins aparecem lá a deixar mais coisas deles ou então Sophie está lá para me aliviar de um trabalho que eu tenho vindo a adiar, que é escolher e
oferecer a roupa dos meus pais.
- Com certeza que você tem amigos que a convidam para saír.
- Tenho imensos amigos, pessoas sensacionais. Mas, compreende, ao fim do dia eu não posso começar a explicar a toda a gente o que está a passar-se.
Não suporto ouvir mais promessas vãs de que tudo vai correr lindamente. Já não aguento!
Justin percebeu que uma palavra consoladora que fosse levaria Sarah às lágrimas, e ele não queria que isso acontecesse, pois Laurie ia ter com eles daí a
pouco.
- Ia sugerir-lhe que jantasse comigo esta noite - disse baixinho.
- Tenho aqui uma coisa que queria que visse agora. - Tirou do processo de Laurie uma fotografia de vinte por vinte e cinco com uns traços leves cruzados por cima.
- Esta fotografia é uma ampliação da que Laurie rasgou. Diga-me o que vê.
Sarah baixou os olhos para a fotografia e ficou boquiaberta.
- Da maneira como a fotografia estava, eu não tinha visto que Laurie está a chorar. Uma árvore, uma casa em ruínas. Eo que é aquilo, um celeiro por
detrás da casa? Não há nada assim em Ridgewood. Onde é que a fotografia foi tirada? - Sarah franziu o sobrolho e depois exclamou: - Ah, espere aí! Laurie andou num
jardim infantil que costumava levar os miúdos em excursão a parques e lagos. Há casas de quintas como esta à volta do Harriman State Park. Mas porque é que esta
fotografia terá perturbado tanto Laurie?
- Vou tentar descobrir - acrescentou Justin, ligando a câmara de vídeo quando Laurie abriu a porta.
Laurie fez um esforço para olhar para a fotografia e murmurou:
- A capoeira é atrás da casa. Acontecem lá coisas más.
- Que coisas más, Laurie? - perguntou Justin.
- Não fales, patife. Ele descobre e tujá sabes o que ele faz a seguir.
Sarah cravou as unhas nas palmas das mãos, ela nunca ouvira aquela: era uma voz grossa de rapaz. Laurie estava de sobrolho franzido, com uma expressão determinada
nos lábios.
- Olá! - disse Justin, descontraído. - És novo. Como te chamas?
- Volta lá para dentro! - Era o tom felino da voz de Leona, e uma mão a bater na outra. - Ouça, doutor, eu sei que a mandona da Kate tem andado a
tentar contornar-me, mas isso não vai acontecer.
- Leona, porque és sempre tu a arranjar sarilhos? - perguntou Justin num tom agressivo.
Sarah percebeu que ele estava a tentar uma nova táctica.
- Porque as pessoas andam sempre a fazer-me mal. Eu confiei em Allan e ele fez de mim parva. Confiei em si quando nos disse para fazermos um diário
e depois enfiou-me lá dentro aquela fotografia.
- Impossível! Tu não encontraste esta fotografia dentro do diário.
- Encontrei, sim, senhor! Da mesma maneira que encontrei aquela faca no meu saco. Eu estava tão bonita quando fui a casa de Allan para resolver tudo.
Ele tinha um ar tão calmo que eu nem sequer o acordei, e agora as pessoas culpam-me por ele ter morrido.
Sarah susteve a respiração. "Não reajas!", disse para consigo.
- Tentaste acordá-lo, Leona? - perguntou Justin.
- Não. Eu ia mostrar-lhe. Quero dizer, eu não tenho saída nenhuma. A faca da cozinha desaparecera.. toda a gente quer saber porque é que eu a levei,
mas não fui eu. Depois, Allan faz pouco de mim. Sabe o que decidi fazer? - Ela não esperou pela resposta. - Eu ia mostrar-lhe a ele como era. Matava-me mesmo ali
à frente dele, e assim ele ficava com pena do que me tinha feito. Não valia a pena continuar a viver!
- Ajanela estava aberta quando foste a casa dele?
- Não, eu não entro pelas janelas. A porta do terraço para o escritório tem uma fechadura que não tranca. Allan já estava na cama quando eu entrei
no quarto dele. - Os lábios de Laurie desenharam um sorriso. - Allan estava enrolado na cama, como um miúdo, a ressonar. Imagine só O meu grande espectáculo perdeu-se.
- E levavas a faca?
- Oh, essa coisa. Pus o meu saco no chão ao pé da cama e, nessa altura, já tinha a faca na mão e pousei-a em cima do saco. Eu estava muito cansada,
e sabe o que pensei?
- Conta-me!
A voz tornou-se mais suave, parecida com a de Debbie, a menina de quatro anos.
- Então, pensei em todas as vezes que não deixava o meu pai pegar-me ao colo depois de ter voltado da casa que tinha a capoeira e deitei-me na cama
ao lado de Allan, que continuou a ressonar.
- O que aconteceu a seguir, Debbie?
- Depois, fiquei assustada, com medo de que ele acordasse, se zangasse comigo e fosse outra vez denunciar-me ao decano. Por isso, levantei-me e saí
em bicos de pés. Ele nem sequer percebeu que eu lá estive!

JUSTIN levou Sarah a jantar ao Neary's Pub, na Rua Cinquenta e Sete Este.
- Sou cliente habitual - comentou Justin, enquanto um tal Jimmy Neary se apressou a cumprimentá-lo com um ar sorridente.
Justin apresentou-lhe Sarah.
- Tens aqui uma pessoa para engordar, Jimmy.
Sarah não teria acreditado que conseguia comer um bife inteiro. Quando Justin pediu uma garrafa de Chianti, Sarah protestou.
- Olhe lá, você pode ir para casa a pé, mas eu tenho de ir a guiar.
- Eu sei. São só nove horas. Vamos dar um grande passeio até minha casa e tomamos lá café.
"Nova iorque numa noite de Verão!", pensou Sarah quando estavam os dois sentados a beberricar um café expresso no pequeno terraço.
A folhagem viçosa, os cavalos e as carruagens, as pessoas a passearem
e a correrem, ficava tudo a um mundo de distância dos quartos fechados
à chave e das grades da prisão.
- Vamos falar do assunto - exclamou Sarah. - Será verdade aquilo que Laurie, ou seja Debbie, nos contou hoje de se ter deitado com Allan Grant e a
seguir se ter ido embora, continuando ele a dormir?
- Talvez seja verdade, segundo Debbie.
- Quer dizer que talvez Leona tivesse tomado o lugar de Debbie quando ela ia a sair.
- Leona ou outra personalidade que ainda não conhecemos.
- Estou a perceber. Eu acho que Laurie se lembrou de qualquer coisa ao ver aquela fotografia. O que poderá ser?
- Talvez houvesse uma capoeira no sítio onde Laurie sequestrada esteve naqueles dois anos. Aquela fotografia fê-la recordar o que lhe aconteceu lá. Com o decorrer
do tempo, talvez venhamos a saber o que foi.
- Mas o tempo está a esgotar-se! - Sarah não percebeu que começara a chorar, a não ser quando sentiu as lágrimas a correrem pela cara abaixo.
Ela tapou a boca com as mãos para tentar abafar os soluços violentos.
Justin envolveu-a nos braços com ternura.
- Chore, Sarah, que faz-lhe bem.

25

A VERDADEIRA oportunidade de Brendon Moody chegou no dia 25 de Junho de uma fonte inesperada. Don Fraser, um caloiro de Clinton, foi preso por tráfico de droga.
Quando percebeu que fora apanhado em flagrante, sugeriu que, em troca de clemência, podia fazer revelações sobre o paradeiro de Laurie Kenyon na noite em que matara
Allan Grant.
O juiz de instrução advertiu-o num tom áspero:
- Se nos deres qualquer informação útil, nós ajudamos-te. É o máximo que eu faço.
- Está bem. Eu estava por acaso na esquina de North Church com Maple na noite de 28 de Janeiro - começou Fraser.
- Por acaso! A que horas?
- às onze e dez. Estava à espera de uma pessoa que não apareceu. Estava imenso frio. De repente, Laurie apareceu nem sei de onde.
- Falaste com ela?
- Ela é que veio ter comigo. Pensei que ia tentar engatar-me, porque estava com um ar mesmo sexy.
- Espera aí um bocadinho. Essa esquina fica a cerca de dez quarteirões da casa de Grant, não é verdade?
- Mais ou menos. Bom, ela veio ter comigo e disse que precisava de um cigarro. Eu tinha e disse que lhe vendia um maço. Ela ia a deitar a
mão à carteira e depois disse uma coisa esquisita: "Bolas! Tenho de lá voltar. Aquele miúdo estúpido esqueceu-se..."
- Que miúdo? Esqueceu-se de quê?
- Não sei que miúdo. Ela disse-me para eu esperar que já voltava.
- Quanto tempo demorou a voltar?
- Talvez uns quinze minutos, mas não parou, corria que nem uma louca.
- Isto é muito importante. Ela trazia a mala?
- Ela ia a segurar qualquer coisa com as duas mãos, por isso acho que sim.

BIc E OPAL escutavam com atenção a cassete com a conversa entre Sarah e Brendon Moody sobre as declarações do estudante traficante de droga.
- Bate certo com o que Laurie nos contou - explicava Sarah a Moody. - Debbie, a personalidade de criança, lembra-se de ter deixado Allan Grant, mas
nenhuma outra personalidade falou em ter voltado.
Bic comentou num tom sinistro:
- Escapulir-se da casa de um homem, voltar lá e cometer um homicídio... é terrível! - Bic voltou a escutar a última parte da cassete. - O juiz vai
deixar Lee sair da clínica no dia 8 de Julho. É na próxima quarta-feira - comentou. - Vamos lá a casa fazer-lhe uma visita de boas-vindas.
- Bic, não queres com certeza dar de caras com ela!
- Eu sei o que estou a dizer, Opal.

KAREN GRANT chegou ao escritório às 9 horas e suspirou de alívio por Anne Webster ainda lá não estar. Karen estava com dificuldade em ocultar a raiva que
tinha à dona da agência. Anne ia reformar-se, mas não queria efectuar a venda da agência a Karen senão em finais de Julho; a seguir, ia à Austrália no voo inaugural
da New World Airlines.
Logo que Anne saísse do caminho, Edwin podia utilizar o escritório, mas teriam de esperar até ao fim do Outono para irem viver juntos. Era de melhor tom
Karen ir testemunhar no julgamento de Laurie Kenyon como a viúva sofredora. Se não fosse a presença de Anne, Karen seria completamente feliz. Estava louca por Edwin,
e o depósito herdado por Allan já estava em nome dela.
Karen adorava jóias. Era difícil passar pela boutique de L. Crown, no átrio do hotel, sem olhar para as jóias expostas. Quando Karen comprava qualquer coisa
que chamava a atenção, preocupava-se com medo que um dia Allan lhe pedisse para ver os extractos do banco. Ele pensava que a mulher depositava a maior parte do rendimento
numa conta-poupança. Agora, Karen já não tinha que se preocupar. Quando a maldita casa de Clinton fosse vendida, ia dar-se ao luxo de comprar um colar de esmeraldas.
A porta abriu-se. Karen forçou um sorriso de boas-vindas quando Anne Webster entrou e pensou: "Agora lá vou eu ouvir que ela não dormiu bem de noite, mas
que, como de costume, passou pelas brasas no comboio."
- Bom dia, Karen. Hoje está linda! Esse vestido é novo?
- É. Comprei-o ontem.
Anne suspirou e puxou para trás uma madeixa de cabelo grisalho.
- Ai, Jesus, hoje sinto-me mesmo como a velha que sou. Passei metade da noite acordada e depois, como sempre, dormi como uma pedra no comboio.
Karen riu-se com ela e pensou: "Deus me ajude. Quantas vezes mais terei eu de ouvir a história da Bela Adormecida? Só faltam três semanas para fecharmos
o negócio", consolou-se a si própria.

BRENdON MOODY estava a olhar quando, às 9 e 45, Connie Santini, a secretária, chegou e Karen Grant saiu da agência de viagens. Havia qualquer coisa que não
batia certo na história de Anne Webster sobre a noite que passara com Karen Grant no Aeroporto de Newark. Ele falara com Anne há uma semana, e hoje queria conversar
com ela outra vez. Dirigiu-se à agência e abriu a porta.
- Bom dia, Mrs. Webster! Tenho imenso prazer em voltar a vê-la. Estava com medo de que já estivesse reformada.
- É muito simpático da sua parte ainda se lembrar. Decidi esperar até ao fim do mês. Para ser franca, agora o negócio está a mexer.
- Bom, a senhora e Karen Grant fornecem um bom serviço aos clientes - comentou Moody. - Lembra-se de me ter contado que, na noite em que o professor Grant
morreu, a senhora esteve com Karen no Aeroporto de Newark? Não há muitos agentes que se dêem ao trabalho de ir ao aeroporto buscar nem que seja o melhor dos clientes!
Anne Webster ficou contente com o elogio.
- A senhora que fomos esperar é bastante idosa e adora viajar - explicou. - Naquela noite, ela tinha interrompido uma viagem porque não estava a sentir-se
bem, e como, por acaso, o motorista dela não estava, nós prontificámo-nos a ir buscá-la. Karen foi a guiar, e eu ia atrás com a senhora.
- O avião chegou às nove e meia - disse Brendon, descontraído.
- Não. Devia ter chegado às nove e meia. Nós chegámos ao aeroporto às nove horas, mas o voo vinha atrasado de Londres. Informaram-nos que o avião chegava
às dez e por isso fomos para a sala dos VTPs.
Brendon olhou para os apontamentos dele.
- Então, chegou às dez horas.
Anne Webster ficou atrapalhada.
- Enganei-me. Depois, pensei nisso e dei-me conta de que era quase meia-noite e meia.
- Meia-noite e meia!
- Sim. Quando chegámos à sala, disseram-nos que os computadores estavam sem funcionar e que ia haver um grande atraso, mas eu e Karen estávamos a ver um
filme na televisão, por isso o tempo passou muito depressa.
- Deve ter passado! - A secretária riu-se. - Vá lá, Mrs. Webster, se calhar, a senhora dormiu durante o filme todo!
- Não dormi, não, senhora! - replicou Anne Webster, indignada.
- Era o Spartacus, que é o meu filme preferido, e nem preguei olho! - Moody deixou passar.
- Karen Grant tem um amigo chamado Edwin que escreve livros de viagens, não tem? - Não escapou a Moody a expressão da secretária. Connie cerrara os lábios.
Era ela que ele queria interrogar, mas só quando estivesse sozinha.
- Mr. Moody, no mundo dos negócios uma mulher conhece muitos homens. - O tom de Anne Webster foi inflexível. - Karen Grant é uma mulher jovem, atraente e
trabalhadora. Era casada com um professor brilhante, que percebia que Karen precisava de fazer a sua própria vida. As relações dela com outros homens eram a nível
estritamente profissional.
A secretária de Connie Santini situava-se atrás e para a direita da de Anne Webster. Quando Brendon olhou para ela, Connie levantou os olhos com a clássica
expressão de total descrença.

26

A REUNIÃO de pessoal da clínica, no dia 8 de Julho, estava quase a acabar, só faltava discutir o caso de um doente: Laurie Kenyon.
- Temos feito progressos significativos - comentou Justin Donnelly. - O único problema éo tempo. Laurie vai esta tarde para casa. A partir de agora,
passa a ser doente externa. Dentro de algumas semanas, vai a tribunal confessar-se culpada de homicídio.
A sala estava em silêncio. Além do Dr. Donnelly, encontravam-se mais quatro especialistas na mesa de reuniões: dois psiquiatras e as terapeutas pela arte
e pela escrita. Kathie, a terapeuta pela escrita, abanou a cabeça.
- Doutor, independentemente da personalidade que escreve no diário, nenhuma delas admite ter assassinado Allan Grant.
- Eu sei - acrescentou Justin. - Pedi a Laurie que nos deixasse levá-la a casa de Grant, em Clinton, para representar aquilo que sucedeu naquela noite, mas
ela oferece resistência.
- Doutor, os últimos desenhos de Laurie têm sido muito mais pormenorizados quando ela desenha aquela figura de mulher. Olhe para estes! - Pat, a terapeuta
pela arte, passou-lhe os desenhos. - Agora, parece que a figura de mulher tem ao pescoço um berloque qualquer.

QUANDO Laurie foi ao consultório de Justin, uma hora depois, ia com um casaco de linho cor-de-rosa-pálido e uma saia de pregas branca. Sarah acompanhava-a
e apreciou discretamente o elogio que Justin fez à indumentária.
- Ontem à noite, quando andava a fazer compras, esta roupa cham'ou-me a atenção - explicou Sarah. - E hoje é um dia importante!
- Liberdade - disse Laurie num tom calmo, e a seguir, inesperadamente, afirmou: - Talvez seja altura de eu experimentar o seu sofá, doutor.
- Fazes favor! - replicou Justin, forçando-se a aparentar descontracção. - Mas porquê hoje?
- Talvez por estar muito à vontade com vocês e me sentir como dantes com esta roupa nova. - Laurie
espreguiçou-se - Além disso, era agradável rever a casa antes de nos mudarmos - hesitou. - Sarah diz que depois de eu confessar tenho perto de seis semanas antes
da sentença. O delegado do procurador concordou em deixar-me em liberdade sob fiança até essa altura. Por isso, tenciono distrair-me bastante durante essas seis
semanas. Vamos jogar golfe e arranjar o andar novo.
- Espero que não te esqueças de vir às consultas, Laurie.
- Oh, não. Havemos de vir todos os dias. Quero fazer tantas coisas. Vou jogar golfe com Gregg na semana que vem - informou Laurie, sorrindo.
- Laurie, posso falar com Kate? - perguntou Justin.
- Se quiser! - retorquiu com um tom de indiferença.
Há já algumas semanas que Justin não tinha de hipnotizar Laurie para chamar as outras personalidades. Laurie sentou-se muito direita, atirou os ombros para
trás e semicerrou os olhos.
- O que se passa agora, doutor? - Era a voz de Kate.
- Kate, estou um pouco perturbado - disse Justin. - Quero que Laurie faça as pazes com ela própria e com o que sucedeu, mas só quando toda a verdade
vier à superfície. Ela tem andado a enterrá-la cada vez mais, não é?
- Doutor, será possível que não consiga perceber? Ela está disposta a tomar o remédio. Jurou que nunca mais voltava a dormir em casa, mas agora está
ansiosa por lá voltar. Sabe que a morte dos pais foi um acidente. O tipo da garagem onde ela marcou a revisão do carro tinha os braços peludos. Laurie não teve culpa
de se assustar tanto com ele. O senhor nunca está satisfeito?
- Olha lá, Kate. Soubeste sempre a razão de Laurie ter desistido da revisão. Porque só me disseste agora?
Kate encolheu os ombros.
- Estou a contar-lhe iSto porque estou cansada de guardar segredos. Além disso, a miúda estará a salvo na prisão.
- A salvo de quê e de quem? - perguntou Justin rapidamente. - Não lhe faças isso, Kate. Diz-nos o que sabes!
- Enquanto ela estiver cá fora, eles podem apanhá-la, e ela sabe-o.
- Eles quem? Diz, Kate, por favor! - Justin estava a pedir que ela lhe respondesse, mas intencionalmente num tom de súplica.
Laurie abanou a cabeça.
- Doutor, já estou farta de lhe dizer que não sei tudo, e o miúdo que sabe não vai falar consigo!
Sarah viu que, à medida que Laurie escorregava para baixo e se estendia outra vez no sofá, a sua expressão agressiva ia desaparecendo.
- Kate não vai andar por aí muito mais tempo - sussurrou Justin a Sarah. - Não sei porquê, ela acha que já fez o trabalho dela. Sarah, olhe para isto.
- Estendeu-lhe os desenhos de Laurie. - Está a ver este esboço de figura. O que é que consegue perceber do colar que ela tem ao pescoço?
- Parece-me conhecido. Tenho a sensação dejá o ter visto - disse Sarah de sobrolho franzido.
- Compare estes dois desenhos - continuou Justin -, são os mais pormenorizados desta série. Repare bem como o centro parece ser oval e engastado sobre
um quadrado com brilhantes. Isto diz-lhe alguma coisa?
- Estou cá a pensar... A minha mãe tinha um pendente. A parte central... o que é ? Uma água-marinha? Não, é
- Não digas essa palavra, é proibido. - A ordem foi dada numa voz jovem e forte de rapaz, mas com um tom alarmado. Laurie estava sentada de costas direitas.
- Tu és o rapazinho que veio falar connosco no mês passado - replicou Justin. - Ainda não sabemos o teu nome.
- Não é permitido dizer nomes.
- Bem, talvez seja proibido para ti, mas para Sarah não é. Lembra-se da pedra do pendente da sua mãe, Sarah?
- Era uma opala - explicou Sarah baixinho.
- O que significa opala para ti? - Justin interrogou Laurie.
A expressão de Laurie voltou a ser a dela própria.
- Opala? Sarah, a mãe não tinha um pendente muito bonito com uma opala?

COMO SEMPRE, Opal sentiu uma tensão crescente dentro de si ao passar pelo letreiro que dizia: ENTRADA EM RIDGEWOOD. "Temos um aspecto totalmente diferente",
convenceu-se a si própria, alisando a saia do vestido clássico azul-escuro e branco. Tinha ido ao cabeleireiro há umas horas e trazia uns óculos de sol grandes com
lentes azuis.
- Estás com imensa classe, Carla! - exclamou Bic com um ar aprovador.
Ele tinha uma camisa branca e fresca de manga comprida e um fato de Verão castanho, com o casaco sem ser assertoado. O cabelo, penteado para trás, estava
totalmente grisalho e rapara os pêlos das costas das mãos. Era a imagem perfeita de um distinto pastor de igreja.
Estavam três carros no acesso à casa.
Reconheceram logo o da governanta; o segundo era o BMW de Sarah. mas de quem seria o Oidsmobile com matrícula de Nova iorque?
- É de alguma visita - comentou Bic. - Talvez seja uma testemunha enviada por Deus para testemunhar que Lee nos encontrou, se for necessário. - Bic entrou
com o carro no acesso do jardim. - Só demoramos um minuto.
- Sarah, Laurie e Justin estavam sentados no escritório, e Sophie, sorridente depois de ter abraçado Laurie, servia o chá.
Enquanto Laurie estava a fazer as malas, Justin surpreendera Sarah ao sugerir acompanhá-las:
- Penso que seria aconselhável estar convosco quando Laurie chegar a casa - explicou. - Há cinco meses que ela lá não entra e vai ser inundada por imensas
recordações. Podemos passar pela minha casa para eu ir buscar o carro e depois vou atrás de vocês.
- Na verdade, eu até agradecia! - exclamou Sarah. - Acho que estou tão assustada com este regresso a casa como Laurie.
Sarah estendeu a mão inconscientemente, e Justin agarrou-a. Por instantes, ao sentir o calor da mão de Justin, Sarah teve menos medo de tudo: da reacção
de Laurie ao estar em casa e do dia em que ela iria comparecer em tribunal para se confessar culpada de homicídio involuntário.
Quando a campainha da porta tocou, Sarah ficou especialmente agradecida por Justin lá estar. Laurie pareceu ficar alarmada.
- Eu não quero ver ninguém.
- Aposto que são aqueles dois! - sibilou Sophie.
Sarah mordeu o lábio de irritação. "Esta gente está a tornar-se omnipresente!" Sarah ouviu Hawkins explicar a Sophie que vinham à procura de uma caixa com
papéis importantes.
- Ficávamos muito gratos se pudéssemos ir num instante à cave buscá-la - disse Bic.
- São as pessoas que compraram a casa - explicou Sarah a Justin e Laurie.
Ouviram-se passos a atravessar a entrada, e no momento seguinte Bic apareceu à porta com Opal atrás.
- Sarah, minha querida, apresento-lhe as minhas desculpas. São uns papéis de negócios de que o meu contabilista necessita com urgência. E esta é Laurie?
- Laurie, que estivera sentada no sofá ao lado de Sarah, levantou-se. Bic não saiu da soleira da porta. - Temos muito prazer em conhecê-la, Laurie. A sua simpática
irmã fala imenso de si.
Ele voltou-se para Justin, e Sarah murmurou:
- O reverendo Hawkins e a mulher, o Dr. Donnelly.
Foi um alívio para Sarah ouvir Hawkins dizer a seguir:
- Não queremos incomodar. Se nos permite, vamos só lá abaixo buscar o que precisamos e saímos pela porta lateral. Bom dia.
Sarah percebeu que, só naqueles minutos, os Hawkins tinham conseguido estragar a felicidade momentânea do regresso de Laurie. Laurie ficou em silêncio e
nem reagiu quando Justin falou alegremente sobre a sua infância na Austrália, passada numa fazenda de criação de carneiros. Sarah ficou agradecida por Justin ter
aceitado o convite para jantar.
- Sophie fez comida suficiente para um batalhão! - comentou.
Laurie mostrou que também queria que Justin ficasse para jantar.
Não se esperava que o jantar fosse tão agradável. O frio que os Hawkins tinham introduzido em casa desapareceu ao comerem o delicioso faisão e o arroz de
Sophie.
Quando já estavam a acabar o café, Laurie desculpou-se baixinho e saiu da mesa. Quando voltou, trazia um saco pequeno e exclamou:
- Doutor, é superior a mim. Tenho de voltar consigo e dormir na clínica. Sarah, desculpa, mas eu sei que me vai acontecer uma coisa horrível nesta casa!

QUANDO Brendon Moody telefonou a Sarah na manhã seguinte, ouvia portas a abrir e a fechar e móveis a serem arrastados.
- Vamos sair daqui - explicou-lhe Sarah. - Não é bom para Laurie estar nesta casa. - Contou-lhe que Laurie tinha voltado para a clínica na noite anterior.
- Vou lá hoje buscá-la ao fim da tarde e vamos directas para o andar novo. Ainda não está totalmente pronto, mas ela pode ajudar-me a arranjá-lo.
- Deixe-me ir aí ajudá-la. Pelo menos, posso encaixotar livros.
A mudança já estava bastante adiantada quando Brendon chegou.
Sarah estava muito atarefada a pôr etiquetas nos móveis que os Hawkins haviam comprado.
Sophie estava na cozinha e comentou com Brendon:
- Nunca pensei ficar contente por sair desta casa! O descaramento daqueles Hawkins! Perguntaram-me se eu os ajudava a instalarem-se quando mudassem.
Brendon pôs as antenas no ar.
- Não gosta deles, Sophie?
Sophie fez uma careta de desprezo.
- Há ali qualquer coisa. Não se esqueça do que lhe estou a dizer. Quantas vezes têm de se estudar divisões e armários para decidir se se vai aumentá-los
ou encurtá-los? É conversa a mais. Palavra que nestes últimos meses o carro deles é como um radar nesta zona. E aquelas caixas que eles deixaram na cave... Experimente
pegar numa delas! São leves como uma pena!
- Sophie, você é uma mulher muito esperta! - observou Brendon em voz baixa.
Sarah encarregou Brendon de empacotar as coisas da secretária dela, inclusive da gaveta funda que continha todos os dossiers do processo de Laurie.
Brendon reparou num que tinha uma etiqueta que dizia GALINHA.
-Oqueéisto?
- Eu contei-lhe que a fotografia de Laurie que o Dr. Donnelly mandou recuperar e ampliar tinha uma capoeira ao fundo e que havia nela qualquer
coisa que aterrorizava Laurie.
Moody acenou com a cabeça.
- Contou, contou.
- Isso tem andado a martelar na minha cabeça, e agora já percebi porquê. No Inverno passado, Laurie ia às consultas do Dr. Carpenter, um psiquiatra de Ridgewood.
Uns dias antes da morte de Allan Grant, Laurie vinha a sair do consultório e entrou em estado de choque, que foi provocado por ter pisado a cabeça de uma galinha
que estava no chão da entrada particular de acesso ao consultório.
Moody levantou a cabeça.
- Sarah, está a dizer-me que uma cabeça de galinha estava por acaso caída no chão da entrada do consultório de um psiquiatra?
- O Dr. Carpenter andava a tratar um doente muito perturbado que a Polícia julgava estar envolvido em cultos estranhos. Brendon, na altura
nunca me passou pela cabeça, nem a mim nem ao Dr. Carpenter, que aquilo pudesse ter alguma relação com Laurie, mas agora pergunto a mim mesma se não teria.
- Não sei o que pensar - respondeu Moody. - Mas sei que alguém mandou Danny O'Toole investigar as suas actividades. Se Danny sabia que Laurie
andava a tratar-se com um psiquiatra em Ridgewood, a pessoa que lhe estava a pagar também sabia.
- Brendon, será possível que alguém que soubesse do efeito que isso ia ter em Laurie tivesse plantado lá aquela cabeça de galinha?
- Eu não sei, mas digo-lhe uma coisa: aquela ideia de ter sido uma companhia de seguros a contratar Danny não me pareceu plausível.

27

QUANDO Moody foi ao escritório de Danny, O Caçador de Mulheres, em Hackensack, às 9 horas da manhã, Dan cumprimentou-o com a exuberância do costume.
- Aqui vem o Brendon! Que agradável surpresa!
Brendon resmungou um cumprimento ao sentar-se em frente da secretária manhosa e exclamou:
- Danny, não vou estar com meias palavras. Sei que há tempos foste contratado para fazeres um relatório sobre Laurie Kenyon e a irmã. Alguém te contactou
para pedir mais informações sobre elas?
Danny ficou aflito.
- Brendon, sabes perfeitamente que a relação cliente-investigador étão sagrada como a confissão.
Brendon deu um murro na secretária.
- Isso não se aplica quando alguém pode estar em risco graças aos bons serviços do investigador.
- O que quer isso dizer? - indagou Danny, pálido.
- Quer dizer que alguém que soubesse os horários de Laurie podia ter tentado deliberadamente assustá-la ao pôr uma cabeça de galinha decapitada num sítio
em que tivesse a certeza de que ela a encontraria. Danny, vou fazer-te três perguntas e quero as respostas. Primeiro: quem te pagou e como? Segundo: para onde enviaste
as informações que recolheste? Terceiro: onde se encontra uma cópia delas?
Os dois homens entreolharam-se por momentos. Depois, Danny levantou-se, tirou uma chave, abriu o arquivo e procurou entre as pastas. Tirou uma para fora
e estendeu-a a Brendon.
- Tens aqui as respostas todas! - replicou. - Telefonou-me uma mulher que se apresentou com o nome de Jane Graves e disse que representava um dos possíveis
arguidos no caso do acidente dos Kenyons. Queria que eu fizesse uma investigação, e eu enviei os relatórios para um apartado particular de Nova iorque juntamente
com a conta. O sinal e as outras contas foram pagos por cheque visado do Citizen's Bank de Chicago. Podes fotocopiar o relatório na minha máquina. Lembra-te só de
que não soubeste nada por mim!
No dia seguinte, Brendon Moody passou pelo apartamento das Kenyons. Sarah estava lá com Sophie, mas Laurie fora a Nova Iorque.
- Foi ela a guiar. Queria muito ir sozinha. Não é óptimo? Ela estaciona o carro mesmo ao lado da clínica e, como agora tem telefone no carro, sente-se segura.
- É sempre melhor ter cuidado - aconselhou Brendon. Mas a seguir decidiu mudar de assunto e estendeu-lhe o relatório. - Veja isto!
Ela começou a ler e ficou de olhos esbugalhados.
- Santo Deus! É a nossa vida até ao mínimo pormenor. Quem quererá este tipo de informação sobre nós? E porquê?! - exclamou Sarah, levantando os olhos para
Moody.
- Eu tenciono descobrir quem foi, nem que para isso tenha de arrombar os arquivos do banco de Chicago - afirmou Moody num tom sério.
- Brendon, se conseguir provar que Laurie estava sob o constrangimento terrível de alguém que sabia como aterrorizá-la, tenho a certeza de que o juiz mudará
de opinião.
Moody desviou os olhos para evitar encarar a expressão de esperança no rosto de Sarah. Decidiu não lhe contar nada por ser apenas um palpite, mas estava a começar
a apertar o círculo à volta de Karen Grant. "Há muitas coisas que não batem certo", pensou, "e pelo menos uma delas tem a ver com Karen." O que quer que fosse, Brendon
estava decidido a descobrir.

MOODY telefonou para o Citizen's Bank de Chicago. O gerente do banco informou-o de que era política do banco só emitir cheques visados a clientes que sacassem
dinheiro de contas-poupança ou de contas à ordem. Moody telefonou a Sarah:
- Tenho um amigo advogado que exerce em Chicago - replicou Sarah. - Vou pedir-lhe que requeira ao tribunal uma intimação.
- Não se entusiasme demais por enquanto - advertiu Moody.
- Tenho uma teoria: Karen Grant de certeza que tinha dinheiro suficiente para contratar Danny, isso já nós sabemos. A verdadeira Laurie gostava do professor Grant
e confiava nele. Suponha que ela lhe contou qualquer coisa sobre o que a assustava e Grant comentou o assunto com a mulher.
- Está a sugerir que Karen Grant possa ter pensado que havia alguma coisa entre Allan e Laurie e por isso tentou assustá-la?
- É a única explicação, mas pode estar completamente errada. Deixe-me dizer-lhe uma coisa, Sarah, aquela mulher é uma impostora implacável.

No DIA 24 DE JULHO, Laurie, com a irmã ao lado, confessou-se culpada de homicídio involuntário no processo de assassínio do Prof. Allan Grant.
Na sala do tribunal, as bancadas da imprensa estavam apinhadas de jornalistas. Karen Grant, de túnica preta e jóias de ouro, sentara-se atrás do magistrado
do Ministério Público. Na bancada dos assistentes, havia estudantes de Clinton e o habitual contingente de viciados em salas de audiência, que não perdiam uma única
palavra. Justin Donnelly, Gregg Bennett e Brendon Moody estavam sentados na primeira fila, atrás de Laurie e Sarah.
Havia um ambiente de tristeza na sala, enquanto Laurie respondia calmamente às perguntas do juiz. Sim, ela compreendia o significado da declaração que prestara.
Sim, ela revira as provas com cuidado. Sim, ela e o seu advogado concordavam que ela matara Allan Grant num acesso de raiva e paixão, depois de ele ter entregado
as suas cartas à administração. Laurie terminou, declarando:
- A partir das provas, estou convencida de que cometi este crime. Não me lembro de nada, mas sei que sou culpada. Lamento muito! - Voltou-se para olhar para
Karen Grant. Se fosse possível, dava a minha vida para ressuscitar o seu marido!

O juiz marcou a leitura da sentença para o dia 31 de Agosto. Sarah fechou os olhos. Tudo estava a correr depressa demais. Tinha perdido os pais há menos
de um ano e agora também lhe iam levar a irmã.
Um agente da Polícia conduziu-os por uma saída lateral para fugirem à imprensa. Foram-se embora rapidamente. Gregg ia ao volante com Moody ao lado, e Justin
atrás com Laurie e Sarah. Estavam perto da Estrada 202 quando Laurie exclamou:
- Quero ir a casa do professor Grant.
- Porquê agora, Laurie? perguntou Sarah.
Laurie apertou a cabeça com as mãos.
- Quando eu estava no tribunal em frente do juiz, as vozes martelavam-me a cabeça e um garoto gritava que eu era uma mentirosa.
Gregg fez inversão de marcha num sítio proibido.
- Eu sei onde é a casa.
A casa tinha uma tabuleta da agência enterrada no relvado indicando as características; era branca, estilo casa de rancho e tinha aspecto de completamente
fechada. Moody sugeriu:
- Podíamos telefonar ao vendedor para saber como se arranja a chave.
- A fechadura da porta de vidro de correr que dá para o escritório não fecha bem - explicou Laurie com um risinho. - Eu que o diga, abria-a tantas
vezes!
Sarah ficou petrificada ao perceber que o riso abafado era de Leona. Seguiram todos atrás de Laurie, que contornou a parte lateral da casa até ao pátio,
escondido da estrada por altas sempre-vivas.
- Primeiro, parece que a porta está fechada à chave, mas se se abanar um bocadinho...
A porta deslizou e abriu-se. Leona entrou.
A divisão cheirava a mofo. Ainda havia alguns móveis por ali espalhados. Sarah observava Leona a apontar para o velho sofá de cabedal com a otomana à frente.
- Aquele era o sofá preferido de Allan. às vezes, depois de ele ir deitar-se, eu ficava ali enrolada.
- Leona, voltaste atrás para buscar a tua agenda na noite em que Allan Grant morreu. Mostra-nos o que aconteceu - pediu Justin.
Ela acenou com a cabeça e começou a percorrer o corredor que ia dar ao quarto, com cuidado e sem fazer barulho. Depois, parou.
- Está tudo tão silencioso. Ele já não está a ressonar. Talvez esteja acordado.
Foi pé ante pé até à porta do quarto e parou.
-Oh, não!
LaUrie cambaleou até ao meio do quarto e pregou os olhos no chão. A atitude dela mudou de imediato.
- Olhem para ele! Está morto! Vão culpar Laurie outra vez. Tenho de sair daqui! - exclamou Laurie, horrorizada, com voz de rapaz.
"Outra vez o rapaz", pensou Justin. "Tenho de me aproximar dele. Ele é a solução."
Sarah, horrorizada, observava Laurie. Laurie, que já não era Laurie! Tinha os pés afastados, as maçãs do rosto mais cheias e os lábios mais finos. Laurie
curvou-se e fez um gesto como se desse um puxão.
"Está a desenterrar a faca do corpo", pensou Sarah. "Meu Deus!"
Então, o rapaz pôs-se à procura de qualquer coisa no tapete.
"O saco", pensou Sarah. "Ele vai esconder lá a faca!"
- Tenho de sair daqui! - repetia o garoto com uma voz assustada.
Os pés, que não eram realmente os de Laurie, correram para ajanela e pararam. O corpo, que não era o corpo dela, voltou-se e curvou-se para apanhar qualquer
coisa e fingiu que a metia num bolso.
"É a pulseira encontrada nas calças de Laurie", pensou Sarah.
O rapaz abriu a janela de par em par e saltou do parapeito para o pátio das traseiras, continuando a carregar o saco imaginário.
- Vamos atrás dele lá para fora! - murmurou Justin.
Era Leona que estava à espera deles.
- Naquela noite, o miúdo não teve de abrir a janela - replicou Leona sem entusiasmo. - Já estava aberta quando eu lá voltei; foi por isso que o quarto arrefeceu
tanto.

Bic E OPAL passavam agora muito tempo na casa de Nova Jérsia. Opal detestava aquela casa. Aborrecia-se de ver Bic entrar tantas vezes no quarto de Lee. O
único móvel do quarto era uma cadeira de baloiço decrépita, parecida com a que tinham na quinta. Bic costumava baloiçar-se na cadeira durante horas, acariciando
o fato de banho cor-de-rosa já desbotado. às vezes, entoava cânticos; outras vezes, ouvia vezes sem conta aquela melodia da caixa de música de Lee: "Rapazes e raparigas...
Andam juntos por toda a cidade."
Liz Pierce,jornalista da revista People, contactara Bic e Opal várias vezes para confirmar alguns factos.
Opal ficou com arrepios quando percebeu que Pierce sabia as datas exactas do tempo que tinham vivido em Bethlehem, Pensilvânia. Mas, pelo menos, nunca ninguém
de lá vira Lee. "Não há-de ser nada", disse para consigo.
No próprio dia em que Lee confessou o homicídio involuntário, Liz Pierce telefonou para combinar a data para tirarem as fotografias. Eles tinham sido escolhidos
para a capa da People e iam ser o assunto principal da edição de 31 de Agosto.
- MUITO OBRIGADA por nos ter acompanhado na sexta-feira ao tribunal, Dr. Donnelly - agradeceu Laurie a Justin.
Laurie estava deitada no sofá e parecia calma, quase tranquila.
- Eu fazia questão de estar contigo e com Sarah, Laurie.
- Sarah está a sofrer imenso, sabe. Esta madrugada, perto das seis horas, ouvi-a chorar e fui ao quarto dela. É engraçado, durante todos estes anos
tem sido sempre ela a ir ter comigo. Espero que continue em contacto com Sarah enquanto eu estiver presa. Ela vai precisar de si.
- Tenciono manter-me em contacto com ela.
- Não quero ir para a prisão! - Laurie desatou a soluçar. - Quero ficar em casa com Sarah e Gregg.
Sentou-se muito direita, rodou os pés para o chão e cerrou os punhos. A expressão dela endureceu-se.
- Ouça, doutor, não pode permitir a Laurie ter ideias dessas. Ela tem de ser fechada à chave.
- Porquê, Kate, porquê? - perguntou Justin com insistência.
Laurie não respondeu.
- Kate, ontem, em casa dos Grants, Leona e o rapaz estavam a dizer a verdade? Será que eu devia falar com outra pessoa?
A cara de Laurie transformou-se quase instantaneamente outra vez. As feições ficaram mais suaves e os olhos semicerraram-se.
- Não devia fazer tantas perguntas a meu respeito - censurou o rapaz num tom educado, mas decidido.
- Olá! exclamou Justin, descontraído. - Gostei de tornar a ver-te ontem. Tomaste bem conta de Laurie na noite em que o professor morreu. És muito
esperto para quem só tem nove anos. Mas eu sou um adulto e acho que podia ajudar-te a tomar conta dela. Não é altura de confiares em mim?
- Você não toma conta dela. Deixa-a dizer às pessoas que foi ela que matou o Dr. Grant, e não foi ela. Que raio de amigo é você?
- Talvez quem o matou seja alguém que não falou comigo...?
- Só há quatro pessoas: Kate, Leona, Debbie e eu... E nenhum de nós matou ninguém.

28

BRENDON MOODY não conseguia deixar de sentir aversão por Karen. Na última semana de Julho, enquanto esperava com impaciência que a intimação fosse emitida pelo tribunal
de Chicago, andava às voltas no átrio do Madison Arms Hotel. Anne Webster reformara-se finalmente e a secretária dela fora substituida por uma elegante mesa de cerejeira.
Moody decidiu que era altura de fazer outra visita a Anne Webster, ex-patroa de Karen Grant, mas desta vez ia a casa dela, em Bronxville, Nova iorque.
Anne contou logo a Brendon que ficara muito ofendida com a atitude de Karen.
- Ainda a tinta do contrato não estava seca, já Karen me dizia que não era preciso eu ir ao escritório porque ela tratava de tudo. Sinto-me mesmo uma idiota
quando penso que eu a defendia quando alguém falava dela. Uma viúva pesarosa!
- Mrs. Webster, isto é muito importante. Por favor, tente voltar a lembrar-se da noite que passou com Karen Grant no aeroporto. Conte-me todos os pormenores
e comece pela viagem - pediu Moody.
- Saímos para o aeroporto logo depois das Oito horas. Karen estivera a falar com o marido e estava muito aborrecida. Contou-me que uma rapariga histérica
o ameaçara, e ele agora andava a descarregar nela.
- A descarregar nela? O que queria Karen dizer com isso?
- Não sei. Desde que Karen conheceu Edwin Rand, ficava cada vez mais vezes no apartamento de Nova Iorque. Tenho o pressentimento de que Allan Grant lhe disse
que estava mais que farto daquela situação. A caminho do aeroporto, ela disse qualquer coisa do género: "Eu devia era estar a esclarecer as coisas com Allan, em
vez de estar aqui a servir de motorista."
- Bom, o avião estava atrasado.
- Sim, e Karen ficou mesmo aborrecida com o atraso. Fomos para a sala VIP e tomámos uma bebida. Depois, começou o Spartacus na televisão. É o meu...
- O seu filme preferido de sempre, e também muito comprido. A senhora adormece quase sempre. Mrs. Webster, tem a certeza de que Karen esteve sentada a assistir
ao filme todo?
- Bem, eu sei que ela foi fazer uns telefonemas.
A casa dela em Clinton fica a sessenta e sete quilómetros do aeroporto. Houve alguma altura em que estivesse sem a ver durante mais ou menos duas horas,
duas horas e meia?
- Realmente, eu estava convencida de que não tinha dormido, mas... - Mrs. Webster parou.
- O que é, Mrs. Webster?
- É que, depois de irmos buscar a nossa cliente, quando saímos do aeroporto, o carro de Karen estava estacionado num sítio diferente.

"ERA EXACTAMENTE como naqueles meses antes de Lee ter sido fechada na clínica", pensou Opal.
Bic e Opal começaram a segui-la outra vez em carros alugados. Algumas vezes paravam do outro lado da rua e observavam Lee, que saía à pressa da garagem para
a clínica. Bic estava sempre de olhos pregados na porta, com medo de perder um único instante em que pudesse vê-la. Quando Lee voltava a aparecer, ele crispava as
mãos no volante.
Aos dias de semana, Lee ia à clínica de manhã e à tarde. Muitas vezes, jogava golfe com Sarah num dos campos daquela zona. Bic começou a telefonar para todos
os campos de golfe a perguntar se havia alguma marcação em nome de Kenyon. Quando havia, às vezes Bic e Opal iam até lá. Um dia, a meio de Agosto, Bic chamou Opal
para ir ter com ele ao quarto de Lee. As persianas estavam corridas, e Bic estava sentado na cadeira de baloiço.
- Tenho rezado para receber orientação e já tenho a resposta - disse Bic a Opal. - Lee vai até Nova iorque e vem sempre sozinha. Tem telefone no carro, e
eu já consegui arranjar o número.
Opal encolheu-se de medo quando a cara de Bic se contorceu e os olhos cintilaram com aquele brilho constrangedor.
- Opal - vociferou Bic -, eu sempre soube dos teus ciúmes. Proibo-te de voltares a incomodar-me com isso. A vida terrena de Lee está quase a acabar. Nos
dias que restam, tens de permitir que eu me encha com a imagem, a voz e o cheiro daquela linda criança.

THOMASINA PERIUNS ficou emocionada ao receber um bilhete de Sarah pedindo-lhe que escrevesse uma carta a favor de Laurie ao juiz que ia dar a sentença.
Thomasina contara tantas vezes a história de ter descoberto Laurie e de ter chamado a Polícia que a caneta quase que escreveu sozinha até chegar àquele ponto
em que emperrou. Naquele dia, a mulher não chamara Jim ao homem; agora, Thomasina tinha a certeza absoluta disso. Thomasina não podia dizer aquele nome ao juiz,
pois era como estar a mentir depois de ter jurado dizer a verdade. A idosa senhora estava a perder a fé no reverendo Bobby Hawkins. A sobrinha dela gravara o programa
Igreja de Air-'ays em que Thomasina aparecera, e esta gostava muito de rever a gravação. Só que reparava cada vez mais em certos pormenores do programa. A proximidade
da boca de Hawkins da sua orelha quando ela ouvira o nome. O facto de ele nem sequer ter dito bem o nome de Laurie, pois a certa altura chamara-lhe Lee.
Thomasina ficou com a consciência tranquila quando enviou uma carta veemente ao juiz a descrever o pânico e a histeria de Laurie com palavras bastante tristes,
mas sem mencionar o nome Jim. Mandou também uma cópia da carta a Sarah, acompanhada de uma explicação.

- ESTÁ A APROXIMAR-SE - disse Laurie ao Dr. Donnelly com um ar impassível, atirando com os sapatos e recostando-se no sofá.
- O que se passa, Laurie? - Donnelly esperava que ela falasse sobre a prisão.
- A faca.
Laurie espreguiçou-se e murmurou:
- Tenho uma dor de cabeça! Já não me vem à cabeça só à noite. Até ontem, no campo de golfe, vi de repente a mão que segura a faca.
- Laurie, as tuas recordações estão a vir cada vez mais à superfície. Não consegues deitá-las cá para fora?
- Não consigo libertar-me da minha culpa. Fiz coisas tão más e tão desprezíveis que uma parte secreta do meu eu continua a lembrar-se delas.
Justin tomou uma decisão repentina.
- Vem daí. Vamos dar um passeio pelo parque e sentamo-nos no parque infantil um bocado.
Os baloiços, os escorregas, os obstáculos de madeira para trepar e os balancés estavam cheios de crianças pequenas. Laurie e Justin sentaram-se num banco
perto das mães e das amas que vigiavam atentamente as crianças. Justin reparou numa criança com uns quatro anos que brincava, feliz, com uma bola. A ama chamou-a
várias vezes.
- Não vá para tão longe, Christy!
Mas a criança estava tão concentrada em fazer a bola saltar sem parar que parecia nem ouvir. Por fim, a ama levantou-se, dirigiu-se a ela a correr, apanhou
a bola com firmeza e ralhou:
- Eu já disse para não se afastar aqui dos baloiços!
- Esqueci-me. - A criança ficou com um ar desconsolado e arrependido; depois, quando se voltou e viu Laurie e Justin a olharem para ela, a sua expressão
iluminou-se imediatamente e correu para eles. - Gostam desta minha camisola bonita?
A ama aproximou-se com um sorriso.
- Christy, não deve maçar as pessoas. Ela acha bonito tudo o que veste.
- Bom e até é. A camisola é realmente bonita - comentou Laurie.
Passados uns minutos, iniciaram o caminho de regresso à clínica, e Justin exclamou:
- Supõe que aquela miúda se aproximava demasiado da estrada, alguém a apanhava, a metia num carro, desaparecia com ela e por fim abusava dela. Passados alguns
anos, ela deveria sentir-se culpada por isso lhe ter acontecido?
Os olhos de Laurie encheram-se de lágrimas.
- Tem toda a razão, doutor!
- Então, desculpa-te a ti própria da mesma maneira que desculpa rias aquela criança se hoje lhe tivesse sucedido alguma coisa que ela não pudesse
evitar.
Voltaram para o consultório de Justin. Laurie deitou-se.
- Se aquela miúda tivesse sido levada hoje... - Laurie hesitou.
- Talvez pudesses imaginar o que poderia ter acontecido à garota.
- Ela queria voltar a casa. A mãe dela zangava-se por ela ir até à estrada. A mãe dizia que a menina não podia ir lá para a frente porque um carro
podia magoá-la. Eles gostavam tanto da menina. Até lhe chamavam o milagre deles!
- Mas as pessoas não a levavam a casa?
- Não, andavam de automóvel sem parar. A garota chorava e a mulher dava-lhe bofetadas e dizia para ela se calar. O homem de braços peludos agarrou-a
e sentou-a ao colo. - Laurie cerrou os punhos.
Justím olhava-a enquanto Laurie punha os braços à volta dos ombros.
- Porque estás a fazer isso?
- Disseram à menina para sair do carro. Está frio, mas ele quer tirar-lhe uma fotografia e por isso mandou-a pôr-se junto da árvore.
- A fotografia que rasgaste no primeiro dia em que vieste para a clínica fez-te recordar isso, não fez?
- Fez, fez.
- E no resto do tempo em que a menina, tu, estava com ele?
- Ele violava-me - gritou Laurie. - Depois de cantarmos canções na cadeira de baloiço, ele levava-me sempre lá para cima. Sempre!
Justin correu para consolar Laurie, que soluçava, e disse-lhe:
- Já passou. Diz-me só uma coisa. Era tua culpa?
- Eu tentava lutar contra ele! - gritou Laurie.
Era altura de perguntar:
- E a opala?
- Opal é a mulher dele.
Laurie arquejou, mordeu o lábio e fechou um pouco os olhos.
- Doutor, já lhe disse que essa palavra estava proibida. - O garoto de nove anos não permitiria mais recordações naquele dia.

No DIA -7 DE AGOSTO, enquanto Gregg levou Laurie a jantar e ao teatro, Sarah e Brendon foram ao Aeroporto de Newark, onde chegaram às 8 e 55.
- Foi mais ou menos a esta hora que Karen Grant e Anne Webster chegaram aqui na noite em que Allan Grant morreu - informou Moody enquanto se dirigiam
ao parque de estacionamento. - O parque estava bastante cheio. Anne Webster contou-me que tiveram de andar uma distância grande até ao terminal.
Brendon estacionou o carro quase no fim do parque de propósito.
- É ainda uma boa caminhada até ao terminal! - comentou. - Vamos cronometrar o tempo andando a passo normal. Devemos demorar pelo menos cinco minutos.
Sarah acenou com a cabeça. Tinha jurado a si própria não se agarrar a qualquer coisa. Mas Justin havia-a encorajado com prudência relativamente à teoria de Moody,
segundo a qual Karen Grant tivera a oportunidade e o motivo para matar o marido.
Sarah entrou com Moody no terminal com ar condicionado. - Lembre-se de que foi só depois de Karen Grant e Anne Webster
terem chegado aqui que souberam que a chegada do avião estava prevista para a meia-noite e meia. - Moody parou ao olhar para o quadro das partidas e chegadas. -
Qual seria a sua reacção se fosse Karen Grant e estivesse irritada devido a um problema com o seu marido? Talvez até mais do que irritada, uma vez que quando lhe
telefonara ele lhe dissera que queria o divórcio.
Dirigiram-se à sala dos VIPs.
- Sabemos que a viúva Grant e Anne Webster foram para a sala e tomaram uma bebida. O filme Spartacus começou às nove horas. A recepcionista que estava
de serviço naquela noite também está hoje - explicou Brendon a Sarah.
A recepcionista não se lembrava da noite de 28 de Janeiro, mas conhecia Anne Webster e gostava imenso dela.
- Nunca conheci uma agente de viagens tão competente. O único problema com Anne é que, quando ela tem de matar tempo aqui à espera, monopoliza a televisão,
porque liga sempre para um canal que só transmite filmes.
- Que grande problema! - concordou Brendon.
A recepcionista riu-se.
- Oh, nem por isso! Eu costumo dizer às pessoas que só precisam de esperar cinco minutos. Anne Webster é a pessoa que eu conheço que mais depressa
adormece, e logo que ela adormece mudamos de canal.
Brendon e Sarah foram de carro do aeroporto até Clinton, e Moody ia expondo as suas teorias pelo caminho.
- Suponhamos que Karen andava às voltas pelo aeroporto naquela noite e estava cada vez mais preocupada por não conseguir convencer o marido a desistir
do divórcio. Anne está embrenhada num filme ou a dormir e não dará pela falta dela. O avião só chega à meia-noite e meia.
- Então, ela meteu-se no carro e foi até casa - concluiu Sarah.
- Exactamente. Suponha que Karen entrou em casa com a sua chave e foi ao quarto. Allan estava a dormir. Karen viu o saco de Laurie e a faca e percebeu
que, se o encontrassem morto com uma facada, Laurie seria acusada do crime.
Falaram sobre a intimação do banco de Chicago, que até então não os ajudara. A conta fora aberta em nome de Jane Graves, com uma morada das Baamas que era
também um apartado. O depósito tinha sido feito com dinheiro sacado de uma conta num banco suíço.
- É quase impossível obter informações sobre os depositantes na Suíça - afirmou Brendon.
Quando chegaram a casa de Allan Grant, ficaram uns minutos no carro a olhar para a casa.
- Podia ter acontecido, faz sentido. Mas como é que o provamos?! - exclamou Sarah.
- Voltei a falar hoje com a secretária, Connie Santini. Ela confirma tudo aquilo de que suspeitamos. Karen Grant utilizava o rendimento de Allan para seu
proveito. Fez o papel da triste viuvinha, mas nunca esteve tão bem na vida dela! Quero que me acompanhe no dia 26 de Agosto, quando Anne Webster voltar da Austrália.
Vamos os dois falar com ela.
- Cinco dias antes de Laurie ir para a prisão - rematou Sarah.

29

- É A ÚLTIMA semana! Ontem foi divertido, não foi? - perguntou Laurie a Justin Donnelly no dia 24 de Agosto.
- É verdade. Você é uma óptima jogadora de golfe. Ganha a toda a gente!
- Até a Gregg. Bom, daqui a pouco vou ficar destreinada. Ontem à noite, fiquei muito tempo acordada e comecei a pensar no dia em que fui raptada. Vi-me de
fato de banho cor-de-rosa a observar as pessoas que iam no funeral. Eu pensava que era um cortejo. Quando o homem de braços peludos me agarrou, eu ainda tinha
a caixa de música na mão, e tenho sempre a música dela a martelar-me na cabeça: "A este e a oeste... Rapazes e raparigas andam juntos por toda a cidade. " - Laurie
cantava baixinho, depois parou. - Por isso é que os outros vieram ter comigo. Éramos rapazes e raparigas e andávamos juntos.
- Rapazes? Há mais outro rapaz, Laurie?
Laurie começou a bater com uma mão na outra.
- Não, doutor. Sou só eu. - A voz de criança transformou-se em murmúrio: - Ela não precisava de mais ninguém. Eu mandava-a sempre embora quando Bic lhe fazia
mal. - Justin não conseguiu apanhar o nome pronunciado em voz tão baixa. - Oh, meu Deus! - exclamou o rapaz. - Eu não queria dizer!
Depois da sessão, Justin Donnelly disse para consigo que, embora não tivesse conseguido ouvir o nome que o rapaz dissera, ele já estava muito à superfície
e acabaria por sair outra vez.
Mas dali a uma semana, àquela hora, já Laurie estaria presa.

ANNE WEBSTER e o marido voltaram da viagem no dia 26 de Agosto, ainda cedo. Moody conseguiu falar com Anne ao meio-dia e convenceu-a a recebê-lo, a ele e
a Sarah, imediatamente. Quando chegaram a Bronxville, Anne falou sem rodeios.
- Tenho andado a pensar na noite em que Allan morreu. Sabe, tenho uma prova de que Karen mexeu no carro.
Moody levantou a cabeça, e Sarah ficou com a boca seca.
- Uma prova?
- Eu contei-lhe que Karen estava aborrecida na viagem até ao aeroporto, mas não lhe contei que ela foi desagradável comigo quando lhe chamei a atenção,
porque o carro tinha pouca gasolina. Bom, Karen não meteu gasolina à ida para o aeroporto nem à vinda, nem sequer na manhã seguinte, quando fui com ela a Clinton.
- Karen paga a gasolina com cartão ou com dinheiro? - perguntou Moody.
Webster sorriu com um ar sério.
- Pode ter a certeza de que, se ela meteu gasolina naquela noite, foi com o cartão de crédito da empresa.
- Onde estarão os extractos do cartão de Janeiro último?
- No escritório. Karen não me permitirá entrar por ali dentro e procurar no arquivo, mas Connie, se eu lhe pedir, faz-me esse favor. Vou telefonar-lhe
já.
Anne Webster contou em pormenor a Connie tudo o que se passava, e ao desligar comentou:
- Hoje está com sorte, porque Karen está fora. Connie tem muito prazer em procurar os extractos. Ela está furiosa porque pediu um aumento e Karen
recusou-lho.
Quando iam a caminho de Nova Iorque, Moody avisou Sarah:
- Com certeza que sabe que, mesmo que conseguíssemos provar que Karen Grant esteve na zona de Clinton naquela noite, não há a mínima prova que a relacione
com a morte do marido.
- Eu sei, mas tem de haver qualquer coisa

EM NOVA IORQUE, Connie Santini recebeu Sarah e Moody com um sorriso triunfante e exclamou:
- Aqui está a conta de Janeiro de uma bomba de gasolina da Exxon, mesmo à saída da Estrada 78, a seis quilómetros de Clinton. Também arranjei a cópia
do recibo com a assinatura de Karen. Eu vou largar este emprego; Karen é mesmo uma pessoa nojenta. Gasta mais dinheiro em jóias do que eu ganho num ano!
Connie apontou para a Joalharia Crown, do outro lado do átrio, e prosseguiu:
- Karen compra as jóias ali e também é nojenta com eles. No dia em que o marido morreu, ela tinha comprado uma pulseira e depois perdeu-a. Fez-me
andar de gatas à procura dela, e quando recebemos o telefonema a informar da morte de Allan, ela estava na Crown a fazer uma cena desgraçada, porque a pulseira tinha
um fecho péssimo! Voltou a perdê-la e para sempre, mas pode ter a certeza de que os obrigou a darem-lhe uma nova!
"Uma pulseira", pensou Sarah, "a pulseira!" No dia da sessão do tribunal, no quarto de Allan Grant, Laurie - ou antes, o garoto simulara apanhar qualquer
coisa do chão e metê-la no bolso. "Nunca me passou pela cabeça que a pulseira encontrada junto às calças de Laurie manchadas de sangue pudesse não ser dela", reflectiu
Sarah.
- Miss Santini, vai ficar aqui um bocado? - indagou Moody.
- Fico até às cinco. Não dou a Karen um único minuto a mais!
Atrás do balcão da Joalharia Crown estava um empregado jovem. Ao ouvir Moody insinuar que era de uma companhia de seguros, o rapaz ficou impressionado e
foi de boa vontade procurar os registos das vendas de pulseiras.
- Sim, senhor. Mrs. Grant comprou uma pulseira no dia 28 de Janeiro. Era um modelo novo, uma pulseira entrançada em ouro e prata, muito bonita! Mas não entendo
porque é que Mrs. Grant fez uma queixa por causa da pulseira, pois nós demos-lhe outra! Voltou na manhã seguinte muito aborrecida, dizendo que tinha a certeza de
que a pulseira lhe tinha caído do pulso pouco depois de a ter comprado!
- Porque é que ela tinha tanta certeza disso?
- Porque Mrs. Grant nos disse que a pulseira lhe tinha caído quando estava sentada à secretária, antes de a ter perdido de vez. Francamente, o problema foi
que a pulseira tinha um tipo novo de fecho muito seguro, mas que deixa de o ser quando não é fechado como deve ser.
- Tem o registo da venda? - perguntou Moody.
- Claro. Mas decidimos substituir a pulseira por uma nova.
- Por acaso, tem alguma pulseira parecida?
- Sim, mandámos fazer várias dúzias desde Janeiro.
Sarah e Moody voltaram para a Agência de Viagens Global com uma cópia do talão de venda do dia 28 de Janeiro e uma fotografia a cores da pulseira. Santini
marcou prontamente o número de telefone de Anne Webster e passou o aparelho a Moody.
- Mrs. Webster, sabe alguma coisa sobre uma pulseira que desapareceu na noite em que esteve no Aeroporto de Newark com Karen Grant?
- Sei, sim! Como já lhe contei, Karen vinha a guiar quando voltámos para Nova Iorque com a cliente e exclamou subitamente: "Não posso acreditar, perdia-a
outra vez!" Depois, voltou-se para mim muito aborrecida e perguntou-me se eu tinha reparado se ela ainda tinha a pulseira no aeroporto.
- E tinha?
- Preguei-lhe uma mentira. - Anne Webster hesitou. - De facto, eu sabia que Karen tinha a pulseira quando estávamos na sala dos VIPs, mas depois do espalhafato que
ela tinha feito quando pensou que a tinha perdido no escritório... Bem, eu não queria que ela perdesse a cabeça diante da cliente, por isso disse-lhe que não tinha
de certeza absoluta e que a pulseira devia estar caída perto da secretária dela.
"Meu Deus! Meu Deus!", pensou Sarah.
- Mrs. Webster, reconhecia a pulseira se a visse? - interrogou Moody.
- Claro. Ela mostrou a pulseira a Connie e a mim e falou-nos dela.
- Mrs. Webster, volto a telefonar-lhe daqui a um bocado. Deu-nos uma grande ajuda. - Moody desligou.
Só faltava encaixar um pormenor.
"Por favor! Por favor!", rezava Sarah ao marcar o número da Procuradoria de Hunterdon County. Sarah explicou o que precisava e disse prontamente:
- Eu espero. - Enquanto esperava pela resposta, Sarah explicou a Moody: - Vão mandar uma pessoa à sala onde guardam as provas.
Eles esperaram em silêncio durante dez minutos. Depois, Moody viu o rosto de Sarah iluminar-se como um raio de sol e a seguir um arco-íris com as lágrimas
a brotarem-lhe dos olhos.
- Entrançada em ouro e prata - repetiu Sarah. - Muito obrigada. Preciso de falar consigo amanhã logo de manhãzinha.

KAREN GRANT ficou muito aborrecida na quinta-feira de manhã quando viu que Connie Santini não se encontrava na secretária dela. "Vou despedi-la", pensou
Karen. Connie deixara-lhe um bilhete: tinha ido tratar de um assunto urgente e chegava mais tarde. "O que poderá haver de urgente na vida dela?", pensou Karen.
Karen abriu a secretária e tirou o primeiro rascunho da declaração que tencionava entregar no tribunal quando fosse lida a sentença de Laurie Kenyon. Começava
assim:
"Allan Grant era um marido sem igual."

"SE KAreN GRANT imaginasse onde eu estou!", pensou Connie Santini, aguardando com Anne Webster na salinha à entrada do gabinete do Delegado do Procurador-Geral
na quinta-feira de manhã.
Sarah Kenyon e Brendon Moody estavam lá dentro a falar com o delegado. Depois, Sarah abriu a porta e chamou:
- Podem fazer o favor de entrar agora.
Instantes depois, enquanto ouvia a apresentação do delegado Levine, Anne Webster olhou para a secretária dele e reparou num objecto com uma etiqueta dentro
de um saco de plástico e exclamou:
- Oh, meu Deus, a pulseira de Karen! Onde a encontraram?
Uma hora depois, o delegado Levine e Sarah estavam no gabinete do juiz
- Sr. Dr. Juiz - disse Levine. - Estou aqui acompanhado de Sarah Kenyon para pedirmos conjuntamente um adiamento da sentença de Laurie Kenyon por mais duas
semanas. Surgiu uma nova prova muito surpreendente que levanta sérias dúvidas quanto à culpabilidade de Miss Kenyon.
Sarah escutou em silêncio enquanto o delegado informava o juiz sobre a pulseira, a declaração do vendedor da joalharia e a compra de gasolina na estação
de serviço perto de Clinton. Depois, Levine entregou-lhe as declarações por escrito feitas sob juramento por Anne Webster e Connie Santini.
Durante os três minutos que o juiz demorou a ler as declarações e a examinar os recibos, eles ficaram sentados em silêncio. Quando terminou, o juiz abanou
a cabeça e comentou:
- Bem, há vinte anos que sou juiz e nunca vi um caso assim! Dadas as circunstâncias, claro que vou adiar a sentença.
O delegado Levine levantou-se.
- Eu estava para ir falar com Mrs. Grant sobre a declaração que ela queria fazer em tribunal, mas, em vez disso, acho que vou ter uma conversinha com ela
sobre a forma como o marido morreu!

- O QUÊ? ESTÁ A DIZER-ME que a sentença de Laurie não vai ser lida na segunda-feira? - perguntou Karen, indignada. - Que espécie de obstáculo inesperado?
Mr. Levine, o senhor devia compreender que isto é um sacrifício terrível para mim.
- Por vezes, surgem pormenores técnicos - explicou Levine num tom apaziguador. - Porque não vem falar comigo amanhã, por volta das dez horas? Eu revejo o
caso consigo.
No dia seguinte, Karen vestiu-se com cuidado para o encontro; escolheu um fato azul de linho e sapatos de salto alto a condizer e pintou-se ligeiramente.
O delegado não a fez esperar.
- Entre, Mrs. Grant. Tenho muito prazer em vê-la! - Levine era sempre amável.
- Já preparei a minha declaração para o juiz - disse Karen com um sorriso.
- Antes de passarmos a isso, surgiram aqui outros assuntos que temos de ver.
Karen ficou surpreendida por não irem para o gabinete dele. Em vez disso, Levine levou-a para uma sala mais pequena onde estavam vários homens e uma funcionária
com um taquígrafo. A atitude do delegado Levine tinha qualquer coisa de diferente. O tom de voz dele era profissional e impessoal ao dizer:
- Mrs. Grant, vou ler-lhe os seus direitos.
-O quê?!
- Tem o direito de permanecer calada. Está a compreender?
Karen Grant ficou branca.
-Sim.
- Tem direito a ter um advogado
- O que é que se passa? Eu sou a viúva da vítima.
Levine continuou a ler-lhe os direitos e a seguir interrogou-a:
- Quer ler e assinar o documento de renúncia de direitos e falar connosco?
- Sim, quero. Mas acho que estão todos loucos! - A mão de Karen Grant tremia ao assinar o papel.
Começaram as perguntas. Karen ignorou a câmara de vídeo e quase nem deu pelo ruído das teclas do taquígrafo.
- Não, eu não saí do aeroporto naquela noite. Não, o carro não estava parado num sítio diferente. Aquela velha podre da Anne Webster está sempre meio a dormir.
- Mostraram-lhe o recibo do cartão de crédito da compra de gasolina. - É um erro. A data está errada. - A pulseira. - Eles vendem montes de pulseiras dessas. Acham
que... eu sou a única cliente daquela loja? De qualquer maneira, eu perdi-a no escritório.
Karen começou a sentir marteladas na cabeça, e o delegado informou-a de que Anne Webster assegurava na declaração, sob juramento, ter visto a pulseira de
Karen no aeroporto. O tempo passava enquanto Karen respondia às perguntas deles com má vontade. As veias do pescoço latejavam-lhe e os seus olhos ficaram húmidos.
O delegado e os inspectores viram que Karen Grant começava a sentir o cerco a apertar-se à volta dela. Frank Reeves, o mais velho, adoptou uma atitude compreensiva.
- Eu compreendo como aconteceu. A senhora foi para casa para se reconciliar com o seu marido, mas ele estava a dormir. Quando viu o saco de Laurie no chão
ao lado da cama, talvez tenha pensado que Allan lhe tivesse mentido e que, de facto, tinha uma relação com Laurie. Então, perdeu a cabeça. A faca estava ali, e passados
segundos percebeu o que tinha feito.
Enquanto Reeves falava, Karen baixou a cabeça e o seu corpo pareceu cair para a frente. Com os olhos a transbordarem de lágrimas, ela explicou amargamente:
- Quando vi o saco de Laurie, pensei que Allan me mentira. Ele dissera-me ao telefone que queria o divórcio e que havia outra pessoa na vida dele. Eu nunca
tive intenção de o matar!
Karen olhou para o delegado e para os inspectores com um ar suplicante.
- Eu amava-o mesmo. Ele era tão generoso!

30

- QUE FIM-DE-SEMANA! - comentou Justin enquanto Laurie se instalava no sofá.
- Ainda me custa a acreditar! - exclamou Laurie.
Justin observou Laurie com atenção. O efeito de choque da tensão a que Laurie fora submetida ia durar mais algum tempo.
- Acho uma excelente ideia tu e Sarah irem para fora de férias durante umas semanas. Lembras-te de me teres dito que davas tudo para jogar golfe em St. Andrews,
na Escócia? Agora já podes fazê-lo!
- Posso?
- Claro, Laurie! Gostava de agradecer ao rapazinho que tomou tão bem conta de ti. Era ele quem sabia que estavas inocente! Posso falar com ele?
- Se quiser. - Laurie fechou os olhos, ficou imóvel, voltou a abri-los e sentou-se direita. A atitude dela alterou-se, e uma voz de garoto falou educadamente:
- Estou aqui, doutor.
- Só queria que soubesses que foste sensacional.
- Nem por isso! Se eu não tivesse levado a pulseira, Laurie não teria sido acusada de tudo.
- Isso não é culpa tua - afirmou Justin. - Fizeste o melhor possível e só tens nove anos. Laurie tem vinte e dois e está a ficar forte. Penso que tu, Kate,
Leona e Debbie deviam rapidamente pensar em unir-se completamente a ela. Não achas que é altura de revelar todos os segredos a Laurie e de ajudá-la a ficar boa?
Laurie suspirou antes de exclamar com a sua própria voz:
- Céus, hoje tenho uma dor de cabeça! Há qualquer coisa diferente hoje, doutor. Parece que os outros querem que seja eu a falar.
Justin percebeu que era um momento importante, daqueles que não se podem desperdiçar.
- Isso é porque eles querem fazer parte de ti, Laurie - explicou Justin com cuidado. - Eles sempre fizeram parte de ti: Kate é o teu desejo inato de tomares
conta de ti própria, é a autopreservação; Leona é a mulher que existe dentro de ti; reprimiste as tuas reacções femininas durante tanto tempo que elas vieram cá
para fora doutra maneira; e Debbie é a rapariguinha perdida, a criança que queria ir para casa. Agora já estás em casa, Laurie, estás em segurança.
- Estou? - perguntou Laurie.
- Vais ficar se deixares o rapaz de nove anos encaixar o resto das peças do puzzle. Ele já admitiu que um dos nomes que estás proibida de pronunciar é Opal.
Solta-o um pouco mais e faz que ele te revele as suas recordações. Sabes o nome do rapaz, Laurie?
- Agora, já sei.
- Diz-me o nome dele, Laurie. Prometo que não vai acontecer nada!.
- Espero que não - suspirou ela. - Ele chama-se Lee.

O TELEFONE não parava de tocar. Choviam felicitações. Sarah repetia a mesma coisa vezes sem conta.
- Eu sei que é um milagre e acho que ainda nem percebemos bem o que se passou.
Chegaram imensos cestos de flores, e o mais sofisticado foi o enviado pelo reverendo Bobby e Carla Hawkins, que vinha com um cartão de parabéns e
algumas orações.
Sophie torceu o nariz e comentou:
- É tão grande que até parece das pessoas mais desgostosas de um funeral. De certeza que não precisa mais de mim hoje, Sarah?
- Sophie, descanse um bocado hoje. - Sarah dirigiu-se a ela e abraçou-a. - Sem si, não tínhamos conseguido ultrapassar tudo isto. Gregg vem
hoje cá a casa e vai sair com Laurie.
- E a menina?
- Vou ficar em casa. Preciso de descansar.
- Hoje não há Dr. Donnelly?
- Esta noite, não. Ele tem de ir a um seminário no Connecticut.
- Gosto dele, Sarah.
- Eu também.
Sophie já ia a sair quando o telefone tocou. Sarah disse-lhe adeus.
- Não se preocupe que eu vou atender.
Era Justin. Ele cumprimentou Sarah tão depressa que ela achou logo que se passava qualquer coisa.
- Aconteceu alguma coisa má? - indagou Sarah.
- Não, não! - Justin tranquilizou-a. - É que Laurie disse hoje um nome que eu estou a tentar lembrar-me onde já o ouvi.
- Que nome?
-Lee.
Sarah franziu a testa.
- Deixe cá ver. Oh, já sei! Foi na carta que Thomasina Perkins me escreveu há umas semanas. Eu já lhe contei que ela decidiu não acreditar
mais nos milagres de Hawkins. Ao rezar com as mãos sobre a cabeça de Thomasina, Hawkins referiu-se a Laurie chamando-lhe Lee.
- É isso mesmo! - exclamou Justin. - Eu próprio notei isso.
- Como é que Laurie empregou esse nome? - perguntou Sarah.
- É o nome que o rapaz chama a ele próprio. Provavelmente, é só uma coincidência. Tenho de me despachar porque precisam de mim lá em cima. Laurie
já vai a caminho de casa. Eu telefono-lhe logo.
Sarah desligou o telefone devagar. Estava atormentada por uma ideia assustadora, inacreditável, mas no entanto possível. Marcou o número da agência imobiliária
para falar com Betsy Lyons.
- Mrs. Lyons, por favor, vá buscar os nossos documentos. Preciso de saber as datas exactas em que os Hawkins estiveram em nossa casa. Eu vou já para aí.
Laurie já vinha a caminho de casa, e Gregg estava mesmo a chegar. Sarah deixou uma chave escondida para ele e saiu de casa a correr.

LAURIE subiu a West Side Drive e passou pela Ponte George Washington, virou para oeste pela Estrada 4 Oeste e para norte pela Estrada 17 Norte. Ela sabia
a causa do pressentimento terrível que tinha de que o seu tempo estava a esgotar-se.
Era proibido dizer nomes. Era proibido contar o que ele lhe fizera. O telefone do carro tocou, e Laurie carregou no botão.
Era o reverendo Bobby Hawkins.
- Laurie, Sarah deu-me o seu número de telefone. Vai a caminho de casa?
- Vou. Onde está Sarah?
- Está aqui mesmo. Ela teve um pequeno acidente, mas está bem, querida.
- Acidente?! O que quer dizer com isso?
- Ela veio cá buscar o correio e torceu um tornozelo. Pode vir directamente para cá?
-Claro.
- Venha depressa, querida.

O NÚMERO da revista People com a fotografia do reverendo Bobby e de Carla Hawkins na capa chegou a caixas do correio do país inteiro.
Thomasina Perkins ficou admirada com as fotografias dos Hawkins ao receber a revista em Harrisburg; abriu-a na reportagem da fotografia da capa e ficou boquiaberta
ao ver a fotografia dos Hawkins tirada há vinte anos. Eles tinham um aspecto completamente diferente nessa época - Hawkins usava um brinco de ouro, tinha barba,
braços fortes e peludos. O cabelo era liso e escuro e apareciam os dois de viola na mão. Thomasina foi assaltada por recordações ao ler: "Bic e Opal, as potenciais
estrelas de rock..." Bic: o nome que a atormentava há tantos anos.
Um quarto de hora depois de ter falado com Sarah, Justin Donnelly saiu do consultório para ir para o Connecticut a um seminário. Ao passar pela sua secretária,
Justin reparou na revista que estava aberta em cima da mesa dela. Por acaso, viu uma das fotografias e ficou horrorizado. Agarrou na revista. Aquela árvore grande.
Já não havia nenhuma casa mas a capoeira ainda estava lá atrás... A legenda era: "Local da casa onde o reverendo Hawkins iniciou o seu ministério."
Justin saiu da clínica a correr. Tinha o carro parado na rua e ia telefonar a Sarah do carro. No caminho, ia imaginando o reverendo Bobby Hawkins a rezar
no programa de televisão.
Betty Moody instalou-se para ler o último número da revista People, muito entusiasmada, na sua casa de Teaneck. Brendon franziu o lábio ao ver a fotografia
dos Hawkins na capa.
- Não suporto esses dois - resmungou Brendon ao olhar para a fotografia por cima do ombro de Betty.
Betty folheou a revista até à reportagem principal.
- Olha para isto - murmurou Betty. - Bic e Opal, as potenciais estrelas de rock...
- O que se passa comigo? - gritou Brendon. - Era claro como água!
Correu para a entrada e agarrou a arma.

SARAH sentou-se à secretária de Betsy Lyons a analisar o dossier Kenyon-Hawkins.
- A primeira vez que Carla Hawkins veio a este escritório foi depois de a nossa casa ser posta à venda - observou Sarah. - Porque lhe mostrou a nossa
casa?
- Ela estava a folhear o catálogo e a casa chamou-lhe a atenção.
- Alguma vez a deixou sozinha em nossa casa?
- Nunca! - afirmou Betsy, indignada.
- Mrs. Lyons, mais ou menos no fim de Janeiro, desapareceu uma faca da nossa cozinha. Vejo aqui que Carla Hawkins andou a visitar a casa mesmo antes
dessa altura. Não é fácil roubar uma faca de trinchar de um suporte de parede, a não ser que se tenha no mínimo uns minutos em que se esteja sozinho. Lembra-se se
a deixou sozinha na cozinha?
Betsy mordeu o lábio e respondeu com uma certa relutância:
- Sim, Mrs. Hawkins deixou cair a luva no quarto de Laurie e ficou sentada na cozinha enquanto eu fui lá acima buscar a luva.
- Está bem. Outra coisa: olhe para estas datas. Mrs. Hawkins ia muitas vezes lá a casa aos sábados por volta das onze horas?
-Sim.
Sarah continuou em voz baixa:
- Era precisamente a hora em que Laurie estava no tratamento, e eles sabiam isso.
A cabeça de galinha que tanto aterrorizara Laurie. A faca. A fotografia dentro do diário. Aquela gente a entrar e sair de casa com caixas que mal pesavam
um quilo. A insistência de Laurie em regressar à clínica na noite em que de lá saíra, precisamente após os Hawkins terem passado lá por casa.
Sarah agarrou no telefone.
- Tenho de telefonar para casa.
Gregg atendeu.
- Gregg, ainda bem que estás aí. Não deixes Laurie sozinha.
- Ela não está cá! - replicou Gregg. - Eu pensava que Laurie estava consigo. Está cá Brendon Moody e Justin vai a sair agora mesmo. Sarah, foram os Hawkins
que raptaram Laurie. Justin e Moody têm a certeza disso. Onde é que ela está?
Com uma certeza que ultrapassava a racionalidade, naquele instante Sarah soube.
- Na casa! Vou já lá acasa! - exclamou Sarah.

31

LAURIE percorreu de carro aquela rua que conhecia tão bem. "Uma entorse no tornozelo não é nada de grave", dizia para consigo. Mas não era isso. Durante todo o dia,
tinha tido a sensação de que estava a passar-se algo terrível.
Laurie entrou com o carro no acesso do jardim. A casa já lhe parecia diferente. Os Hawkins tinham substituído as cortinas azuis da mãe dela por persianas
que, quando fechadas, eram pretas pela parte de fora. Então, aquelas persianas fizeram-na lembrar-se de outra casa... Uma casa escura e fechada onde aconteciam coisas
terríveis.
Laurie atravessou rapidamente o caminho do jardim até ao alpendre e subiu os degraus até à porta. Ao tocar a campainha, ouviu uma mulher dizer:
- A porta não está fechada à chave. Entre!
Laurie rodou o puxador da porta, entrou no vestíbulo e fechou a porta atrás de si. O vestíbulo estava na obscuridade. Laurie pestanejou e olhou em volta.
Não se ouvia barulho nenhum.
- Sarah! Sarah! - chamou Laurie.
- Estamos aqui no teu antigo quarto à tua espera - respondeu uma voz.
Laurie começou a subir as escadas.
Laurie subia com passos arrastados; apareceram-lhe gotas de suor na testa e a mão que agarrava o corrimão ficou molhada. A sua língua secou e ela ficou com
uma respiração ofegante. Chegou ao cimo das escadas. A porta do quarto dela estava fechada.
- Sarah - chamou Laurie.
- Entra, Lee! - Agora o tom de voz do homem era de impaciência; era o mesmo tom de voz de quando ela era pequena e não queria obedecer-lhe.
Laurie ficou desesperada à porta do quarto. Sabia que Sarah não estava lá. Sempre soubera que um dia eles haviam de estar à sua espera, e esse dia chegara.
Opal abriu a porta pelo lado de dentro. Tinha uns olhos frios e hostis. Trazia uma saia preta curta e uma camisola de algodão justa ao peito. Tinha o cabelo
solto e escorrido. Laurie não opôs resistência quando Opal a levou pela mão até ao sítio onde Bic estava sentado numa velha cadeira de baloiço. Bic estava descalço,
com umas calças pretas brilhantes desapertadas na cintura e a camisola de manga curta suja que deixava ver os braços cobertos de pêlos encaracolados.
Bic inclinou-se para a frente, agarrou as mãos de Laurie e obrigou-a a ficar de pé à frente dele. Lee é uma criança preguiçosa. Ele tinha uma coisa cor-de-rosa
sobre um dos joelhos: era o fato de banho dela.
Laurie sentia vozes aos guinchos na cabeça.
Uma voz zangada: Sua tonta, não devias ter vindo.
Uma criança a chorar: Não me obrigue afazer isso!
Uma voz de rapaz a gritar: Foge, foge.
Uma voz cansada dizia: Chegou a altura de morrer por todas as coisas más que fizemos.
- Lee - suspirou Bic -, esqueceste a tua promessa. Falaste de nós àquele médico. Sabes o que vai acontecer-te?
-Sei.
- O que aconteceu à galinha?
- Cortou-lhe a cabeça.
- Preferes seres tu a castigar-te a ti mesma?
-Sim.
- Linda menina. Estás a ver a faca?
Bic apontou para o canto do quarto. Laurie acenou afirmativamente com a cabeça.
- Agarra-a e volta para o pé de mim.
As vozes gritavam a Laurie enquanto ela atravessava o quarto.
Não! Foge...
Apanha-a. Faz o que ele diz.
Laurie fechou a mão sobre o cabo da faca e voltou para junto dele. Ela encolheu-se ao recordar a galinha a cair inerte aos seus pés. Agora, era a vez dela.
Bic estava muito perto de Laurie e abraçou-a. Ela estava ao colo dele, com as pernas penduradas e a cara dele a roçar na dela. Bic começou a baloiçar para
trás e para a frente, para trás e para a frente.
- Tens sido a minha tentação - sussurrou ele. - Quando morreres, libertas-me. Reza para pedir perdão enquanto cantamos a nossa linda canção. Depois, levantas-te,
dás-me um beijo de despedida, vais ali para o canto e enterras a faca no teu coração.
Quando ele começou a cantar, a sua voz era profunda e suave. "Graça maravilhosa... que som tão doce o teu... "
A cadeira de baloiço fez um estrondo.
- Canta, Lee - ordenou Bic num tom severo.
"Cantar salvou um malvado como eu..." As mãos de Bic acariciavam-lhe os ombros, os braços, o pescoço. Dentro de instantes, tudo ia acabar, prometia Laurie
a si própria. A voz de soprano de Laurie elevou-se límpida e doce.
"Andava perdido, mas voltei a encontrar-me! estava cego, mas agora vejo."
Os dedos de Laurie empurravam a lâmina da faca de encontro ao coração.

JUSTIN foi de Nova Iorque a Nova Jérsia o mais depressa possível. Laurie ia directamente para casa encontrar-se com Gregg. Mas nessa manhã ele ficara preocupado
ao notar algo estranho em Laurie. Resignação - essa era a palavra. Porquê?
Logo que chegou ao carro, Justin tentou telefonar a Sarah, mas ninguém atendeu lá de casa. De dez em dez minutos, voltava a carregar no botão de repetição
automática. Exactamente quando rumava a norte pela Estrada 17, Gregg atendeu e disse a Justin que Sarah não estava e que esperava Laurie a qualquer momento.
- Não perca Laurie de vista! - ordenou Justin. - Tenho a certeza de que foram os Hawkins que raptaram Laurie!
- Hawkins! Grande patife!
Ao ver o choque de Gregg, Justin apercebeu-se ainda mais do sofrimento terrível que Laurie suportara. Os Hawkins tinham andado à volta dela a aterrorizá-la
e a tentar enlouquecê-la. Justin carregou no acelerador a fundo e o carro disparou.
Justin estava na Ridgewood Avenue quando o telefone do carro tocou.
Era Gregg.
- Estou com Brendon Moody. Sarah pensa que Laurie pode estar com os Hawkins na antiga casa e nós já vamos a caminho de lá.

O BUICKde Laurie estava no acesso dojardim. Sarah saiu do carro a correr e subiu os degraus do alpendre. Tocou várias vezes à campainha e depois rodou o
puxador. A porta não estava fechada à chave, Sarah empurrou-a, abriu-a e, ao entrar a correr no vestíbulo, ouviu uma porta bater no andar de cima.
- Laurie! - chamou Sarah.
Carla Hawkins, de cabelo desgrenhado, vinha a descer as escadas e exclamou, desvairada:
- Sarah, Laurie chegou há minutos, trouxe uma faca e está a ameaçar suicidar-se. Bobby está a convencê-la a desistir. Não pode assustá-la. Fique aqui!
Sarah empurrou-a para o lado, voou pelas escadas acima e percorreu o corredor até ao quarto de Laurie, que estava de porta fechada. Sarah apressou-se a abri-la.
Laurie estava ao canto do quarto a olhar para Bobby Hawkins inexpressivamente, com a lâmina da faca encostada ao peito. A blusa já tinha uma gota de sangue.
- Lembra-te daquilo que espero de ti - dizia Hawkins. "Ele está a tentar que Laurie se suicide", pensou Sarah. Laurie, num estado semelhante ao de transe,
não tinha consciência da presença de Sarah, por isso esta estava com receio de fazer um movimento súbito em direcção à írmã.
- Laurie - chamou num murmúrio. - Laurie.
- Todos os pecados têm de ser castigados. Não deves pecar outra vez! - dizia Hawkins num tom hipnótico, monocórdico.
Olhando a expressão de Laurie, Sarah viu que o fim estava perto.
- Laurie, não faças isso! gritou Sarah. - Não faças isso!
As vozes gritavam para Laurie.
Lee berrava: Pára!
Debbie chorava, aterrorizada.
Kate gritava: Mariquinhas. Tonta.
A voz de Leona era a que se ouvia mais alto: Acaba com isso de uma vez!
Ainda havia outra pessoa a chorar. Era Sarah. Sarah, a irmã, sempre tão forte e protectora, dirigia-se a ela de braços estendidos, com lágrimas a correrem
pela cara e a implorar:
- Não me deixes! Amo-te!
As vozes calaram-se. Laurie atirou a faca para o outro lado do quarto e cambaleou em direcção a Sarah, que a envolveu nos braços.
A faca estava no chão. De olhos cintilantes, Bic inclinou-se para a frente e agarrou no cabo da faca.
Agora, Lee nunca iria ser dele! Tantos anos a desejá-la! Tudo acabara! Deixara de existir o reverendo Hawkins! Lee fora a sua tentação e a sua desgraça.
A irmã afastara-a dele. Que morram juntas!
Laurie ouviu o silvo e o assobio que a haviam perseguido durante tantos anos e avistou o brilho da lâmina cortando o ar na obscuridade, impelida pelo braço
forte e peludo.
- Não! - gemeu Laurie, e empurrou Sarah com força para fora do alcance da faca.
Sarah, desequilibrando-se, cambaleou para trás e caiu, batendo com a cabeça num dos lados da cadeira de baloiço. Bic, com um sorriso assustador, avançou
para Laurie medindo os passos, brandindo a faca para a impedir de fugir. Por fim, já não havia para onde fugir. Encostada à parede, Laurie fitava o rosto do seu
carrasco.

BRENDON MOODY desceu a Twin Oaks Road com o acelerador no fundo.
- Estão cá as duas - exclamou quando viu os carros.
Brendon correu para a casa, seguido de Gregg. Porque estaria a porta da rua escancarada? Pairava um silêncio sinistro naquelas salas meio escuras.
- Reviste este andar que eu vou lá acima - pediu Moody.
A porta ao fundo do corredor estava aberta. Era o quarto de Laurie. Brendon correu para lá de arma em punho. Quando chegou à porta, ouviu um gemido e deparou
com uma cena de pesadelo.
Sarah estava deitada no chão, atordoada, tentando levantar-se com esforço.
Carla Hawkins permanecia imóvel a uns metros de Sarah. Laurie, encurralada num canto, olhava a figura de olhos tresloucados que dela se aproximava, brandindo
uma faca em círculos cada vez maiores.
Bic Hawkins levantou muito a faca, olhou para baixo, para o rosto de Laurie, quase encostado ao dele, e murmurou:
Adeus, Lee!
Era o momento exacto de que Brendon precisava. A bala atingiu o alvo: o pescoço do raptor de Laurie. Justin entrou na casa a correr, enquanto Gregg atravessava
o vestíbulo a correr em direcção à escada.
- Lá em cima! - gritou Gregg.
Ao chegarem ao patamar, ouviram o tiro.
Laurie sempre soubera que aquilo ia ser assim: a faca a penetrar-lhe na garganta. O sangue viscoso e quente a salpicá-la toda.
Mas agora a faca desaparecera. As gotículas de sangue que a cobriam não eram do seu sangue. Fora Bic quem caíra, e não ela.
Laurie observava, imóvel, aqueles olhos constrangedores que pestanejaram com um brilho ténue e se fecharam para sempre.
Justin e Gregg chegaram à porta do quarto ao mesmo tempo. Carla Hawkins, ajoelhada ao lado do corpo, implorava:
- Volta, Bic. Faz um milagre. Tu consegues fazer milagres!
Brendon Moody observava-os, impassível, com o braço para baixo ainda agarrando a arma.
Sarah tentava levantar-se. Laurie dirigiu-se a ela de braços estendidos e ficaram a olhar-se por momentos. Depois, com voz firme, Laurie declarou:
- Acabou, Sarah! Acabou mesmo!

32

PASSADAS duas semanas, Sarah e Justin estavam na zona de controle de segurança do Aeroporto de Newark, observando Laurie a percorrer o corredor para a porta de embarque
do voo 19 da United Airlines para S. Francisco.
- Acabar o curso na Universidade de S. Francisco, junto de Gregg, é o melhor para Laurie agora - garantiu Justin a Sarah ao reparar na expressão preocupada
que substituiu o sorriso alegre de despedida.
- Eu sei que é. Ela pode jogar imenso golfe, como antigamente, acabar o curso, ser independente, e tem Gregg ao lado dela. Eles estão tão bem juntos que
Laurie já não precisa de mim, ou, pelo menos, como precisava dantes.
à esquina do corredor, Laurie voltou-se e atirou-lhes um beijo.
"Ela está diferente", pensou Sarah. "Sente-se confiante e segura de si. Nunca a vi assim!"
Sarah atirou também um beijo à irmã.
Quando a figura elegante de Laurie desapareceu na esquina do corredor, Sarah sentiu o braço reconfortante de Justin à volta dos seus ombros.
- Guarda uns beijos para mim, meu amor!

ACERCA DA AUTORA

Há dois anos, uma terapeuta especializada em distúrbios de múltipla personalidade pediu a Mary Higgins Clark para autografar um livro para uma das suas doentes.
- Eu respondi: "Com certeza. Como se chama ela?" - recorda Mrs. Mary Higgins Clark. - A terapeuta pensou um minuto e respondeu "Deixe-me lá ver... Qual das
personalidades dela lê os seus livros?"
Segundo a autora, naquele preciso momento surgiu-lhe a ideia para o seu próximo livro. Como de costume, o instinto de Mary Higgins Clark acertou em cheio.
Por Toda a Cidade foi o seu décimo best-seller e é o seu terceiro título publicado nos Livros Condensados.
Uma das fontes de inspiração desta prolífera autora é alimentada pelo acompanhamento de vários processos judiciais. O seu interesse pelos distúrbios de múltipla
personalidade aguçou-se ao tomar conhecimento de inúmeros casos em tribunal cuja defesa afirmava que o réu cometera o crime quando possuído por uma personalidade
diferente.
- É claro que isso de nada lhes serviu - afirma Mary Higgins Clark. - Porque os tribunais consideram que, ainda que as pessoas tenham múltiplas personalidades,
todas elas têm de obedecer à lei.
O conhecimento da autora de assuntos jurídicos tem origem numa relação familiar: a sua filha Marilyn, actualmente juiza em Nova Jérsia e anteriormente delegada
do Ministério Público, tal como Sarah Kenyon. Há ainda outra filha, Carol, que acaba de publicar o que a mãe chama "um romance de suspense cómico", cujo título é
Decked. Além destas duas filhas, Mrs. Clark tem ainda três filhos e cinco netos - todos eles costumam visitá-la muitas vezes na sua casa de Verão de Cape Cod, no
seu apartamento de Manhattan e na casa de Nova Jérsia (numa cidade perto de Ridgewood, onde os Kenyons vivem).
Mary Higgins Clark pensa escrever mais livros.
- Estou sempre a escrever - afirma. - Quando alguém se transforma em escritor profissional, é porque tem uma necessidade tão grande de escrever que encontra
sempre tempo para a escrita.
Felizmente, para os inúmeros leitores de Mary Higgins Clark, ela arranja sempre esse tempo.

FIM--
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