HIS CITY-GIRL BRIDE
Penny Jordan
Prólogo
EL jefe del Departamento de Parejas Perfectas se rascó el ala irritado.
- Mira que es mala suerte - se quejó a su recluta más reciente y con menos experiencia -. Han convocado una reunión de todos los ángeles del Departamento de Cupido
para hablar del estado actual del romance. Cada vez más gente se niega a enamorarse y a comprometerse. Si esto continúa así, nos vamos a quedar sin trabajo. Y justo
tienen que convocarla cuando estoy casi sin gente y acabo de confeccionar una lista de parejas perfectas. Es demasiado tarde para pararlo y, además,... esta temporada
estoy decidido a que alcancemos los objetivos que nos hemos marcado. No quiero que el idiota de la Sección de la Tercera Edad me diga que ha conseguido más parejas
que nosotros. Pero no hay nadie para hacer el trabajo.
- Estoy yo - le recordó el nuevo.
El jefe suspiró y estudió la sonrisa esperanzada de su subordinado. Tener entusiasmo en el trabajo era muy importante, pero también lo era la experiencia. El problema
era que tenía que emparejar a seis parejas. No tenían ni idea de que estaban hechos el uno para el otro, había que organizar su romance.
No tenía más remedio que darle el caso al recién llegado.
- Todas estas parejas han sido estudiadas detenidamente. Son cien por cien compatibles. En este departamento, no unimos parejas si no estamos completamente seguros
de que serán duraderas. Nada puede salir mal. Tú solo tienes que ocuparte de que todos estén en el lugar y en el momento apropiado. Sigue mis instrucciones al pie
de la letra. No experimentes ni tomes atajos, ¿entendido?
Nadie había nacido sabiendo, pero aquel estudiante había tenido la mala suerte de hacer que un perro chino de pedigrí de Nueva York se enamorara perdidamente de
la siamesa de su vecino. Por suerte, todo había terminado bien. En realidad, él quería que la gata se emparejara con otro, pero...
- Hola, ¿qué tal?
El nuevo recluta hizo una mueca al ver a uno de los céfiros más traviesos.
- Estoy ocupado, así que vete a molestar a otro - le contestó. Al instante, se dio cuenta de que había hecho justo lo que no tenía que hacer porque a aquel céfiro
le gustaba especialmente saber que molestaba.
- ¿Que me vaya así, por ejemplo? - dijo soplando. Al hacerlo, los papeles que llevaba el nuevo en la mano, con todos los nombres de las parejas, salieron volando
junto con las instrucciones de su jefe.
El céfiro se arrepintió al momento y lo ayudó a recoger todo.
El recluta intentó desesperadamente averiguar quién iba con quién y, al final, creyó tenerlo claro.
- ¿De qué pareja te vas a ocupar primero? - preguntó el céfiro.
El nuevo tomó aire.
- De esta - contestó mostrándole los nombres.
El céfiro frunció el ceño al ver las direcciones.
- ¿Y cómo se van a conocer?
- No sé, ya se me ocurrirá algo.
- ¿Quieres que te ayude? - preguntó encantado. Aquello era mucho más divertido que soplar las hojas de los árboles, que era lo que le dejaban hacer.
- No - contestó, pero, al ver cómo tomaba aire de nuevo, cambió de parecer.
Lo primero era hacer que se conocieran.
Que se conocieran... sí...
Capítulo 1
MAGGIE no se podía creer que se hubiera puesto a llover con tanta fuerza de repente. Le dolía la cabeza de conducir tan concentrada en la carretera. Nada más ver
el anuncio, había decidido comprar la casa. Estaba segura de que era lo que su adorada abuela necesitaba para superar su tristeza.
Sabía que nada podría reemplazar a su abuelo, pero estaba convencida de que volver a vivir en la primera casa que habían compartido y que estaba llena de recuerdos
de su amor le haría mucho bien. Maggie era una mujer de las que tomaba una decisión y nada ni nadie podía hacerle cambiar de parecer. Por eso, era una mujer de negocios
de mucho éxito... lo suficiente como para ir a la subasta de la finca de Shorpshire en la que habían vivido sus abuelos.
Había crecido oyendo historias de aquel lugar, pero ella era de ciudad. Las fincas, el barro, los animales y los granjeros no eran para ella. A ella le gustaba su
empresa de cazatalentos, su piso en el centro y sus amigas, todas solteras y profesionales, como ella. A sus abuelos los adoraba porque habían estado ahí cuando
sus padres se habían separado, la habían apoyado, animado y querido. Le daba mucha pena ver a su abuela, que había sido una mujer muy fuerte, tan frágil y perdida.
Hasta que no vio el anuncio de la subasta de Shopcutte, la mansión georgiana, las tierras de labranza y los demás edificios, incluida la Dower House en la que habían
vivido sus abuelos, no había sabido qué hacer. Incluso había llegado a pensar que podía perder a su abuela también. Sin embargo, ahora sabía que había encontrado
la manera perfecta de alegrarla. Tenía que conseguir la casa.
Si no hubiera sido por el aguacero de agua que estaba cayendo, ya habría llegado al pequeño pueblo donde se iba a celebrar la subasta, situado junto a la propiedad,
y en cuyo hotel había reservado una habitación.
El cielo estaba negro y no había coches en la carretera, que se iba haciendo cada vez más angosta.
¿No se habría equivocado de salida? No solía, hacer cosas así. Ella siempre controlaba todo.
Desde el último pelo de su perfectamente cortado y arreglado cabello rubio hasta las uñas exquisitamente arregladas y pintadas de los pies, Maggie era la viva imagen
de la elegancia y la disciplina femeninas. Su cuerpo era la envidia de sus amigas, así como su cutis impecable... también su impecable vida personal, sin ningún
tipo de atadura emocional. Maggie era una de esas mujeres con las que los hombres no se atrevían a jugar. Después de ver el caos de sus padres con sus relaciones
sexuales y emocionales, ella había decidido mantenerse soltera y, hasta el momento, ninguno de los muchos hombres que conocía le había hecho cambiar de opinión.
- Pero eres demasiado guapa para estar sola - le había dicho un pretendiente, que había obtenido por respuesta una mirada fría y despreciativo.
A veces, se planteaba dejarse llevar por la intensidad emocional y el deseo físico que otras mujeres experimentaban, pero se apresuraba a apartar semejantes pensamientos
de su mente. ¿Para qué? Estaba muy bien como estaba. Y mejor iba a estar cuando fuera la propietaria de Dower House.
Era ridículo que la hubieran hecho ir hasta allí. Había intentado comprarla antes de que saliera a subasta, pero la agencia no se lo había permitido. Así que allí
estaba...
- No me lo creo - exclamó al ver que la carretera cruzaba por un río poco profundo y subía por la pendiente de enfrente.
Irritada, se metió en el agua. "Toma campo", pensó.
Además del ruido del motor, comenzó a oír otro ruido que, inexplicablemente, hizo que se le erizara el vello de la nuca. En seguida vio por qué. Una tromba de agua
iba directamente hacia ella a mucha velocidad.
Por primera vez en su vida, sintió pánico. Apretó el acelerador, las ruedas giraron, pero el coche no se movió...
Finn no estaba de buen humor. La reunión había durado mucho más de lo que había creído e iba a llegar tarde. Iba pensando en sus cosas cuando vio un coche que no
le sonaba de nada en mitad del río y una tromba de agua que se le iba encima.
No le apetecía tener que ponerse a rescatar a visitantes inesperados a los que no se les ocurría nada mejor que cruzar el río con la que estaba cayendo en un coche
tan poco apropiado. Redujo las marchas de su Land Rover y frunció el ceño.
Había amasado la fortuna que le había permitido retirarse gracias a aquel cerebro perfecto para los negocios que su maestro decía que tenía, pero no quería volver
a aquel mundo. Estaba contento con lo que tenía en aquellos momentos y quería que durara. El problema era que los propietarios de la granja Ryle no le iban a renovar
contrato dentro de tres meses, cuando finalizaba el anterior. Por eso, había decidido hacerse con Shopcutte. Sabía que subastaban la finca en lotes, pero él la quería
entera.
Era muy importante para él preservar la intimidad y la soledad. Gracias a los años que había trabajado en la City como uno de los mejores analistas financieros,
podía permitirse comprar ambas.
Los que lo habían conocido cuando tenía veintipocos años no se creerían el hombre en el que se había convertido. Era diez años mayor, por supuesto, que entonces...
Entonces, el dinero le había dado acceso a un mundo de empresas, modelos y drogas, pero pronto se había dado cuenta de que era un mundo gobernado por la avaricia
y el cinismo. Él no se había dejado embaucar por el sexo y las drogas, pero otros no habían tenido tanta suerte.
Tras la muerte de un compañero por sobredosis, la vida que llevaba comenzó a darle náuseas. Al ver cómo muchas mujeres se ofrecían a hombres de negocios a cambio
de droga y cómo aquel mundo valoraba la riqueza material y no la humana, un día se despertó y decidió que no quería seguir perteneciendo a él.
Quizás, injustamente culpó a la vida de la ciudad de pecados que cometían los seres humanos. Se cuestionó qué quería. Paz, una vida más sencilla, más sana y más
natural.
Su madre procedía del campo y, obviamente, él había heredado esos genes. Decidió irse. Sus jefes le suplicaron que se quedara, pero él ya había tomado una decisión.
Quería una granja donde tener cultivos biológicos y animales.
A diferencia de Maggie, en cuanto Finn oyó el rugido del agua supo lo que significaba, así que paró el coche. No se iba a poder cruzar, ni siquiera con su 4x4. Miró
el coche de Maggie, malhumorado. Era un descapotable último modelo con el que solo un tonto habría intentado cruzar.
El agua le llegaba ya por la mitad de la puerta y seguía subiendo. En pocos minutos, podría arrastrarlo la corriente con su rubia ocupante dentro.
Volvió a arrancar el coche y fue muy despacio hacia el de Maggie, que no se podía creer lo que le estaba ocurriendo. Esas cosas simplemente no pasaban... y, menos,
a ella. Ahogó un grito cuando el coche comenzó a moverse hacia un lado. Se la iba a llevar la corriente. Podía ahogarse incluso. Había visto un Land Rover detrás
y se dijo que se estaba poniendo nerviosa sin razón. Si él podía cruzar, ella también. Intentó poner el coche en marcha.
Finn no se lo podía creer. ¿Pero aquella mujer pensaba de verdad qué el coche iba a arrancar?
Se colocó a su lado y bajó la ventanilla.
Al verlo, Maggie lo miró de forma desdeñosa. Finn se dio cuenta de que era una mujer de ciudad y su enfado se multiplicó. Le hizo señas para que bajara la ventanilla
también mientras la miraba con el mismo desprecio.
Maggie no le hizo caso al principio, pero el coche comenzó a moverse de nuevo.
- ¿Qué diablos está haciendo? Es un coche, no un submarino.
Maggie se enfadó ante su tono de voz. Normalmente, su aspecto le garantizaba que el sexo contrario no le faltara el respeto.
- Intentando salir del río.
- Va a tener que abandonar el coche - le indicó Finn viendo que se volvía a mover. Estaba claro que, de un momento a otro, se lo podía llevar el agua.
- ¿Y cómo me sugiere que lo haga? - preguntó ella con frialdad -. ¿Abro la puerta y salgo nadando?
- Eso sería peligroso... la corriente tiene mucha fuerza - contestó él ignorando su sarcasmo -. Salga por la ventanilla y súbase al techo. Mi coche está cerca,
así que podrá llegar a él y meterse por la ventanilla del copiloto.
- ¿Qué? - dijo Maggie. No se lo podía creer -. Llevo un traje de diseño y unos zapatos muy caros. No quiero echar toda mi ropa a perder trepando por un Land Rover
lleno de barro.
Finn nunca había conocido a nadie que lo irritara más.
- Bueno, si se queda donde está, además de perder los zapatos, probablemente perderá también la vida. ¿Tiene idea ... ? - se interrumpió al sentir otra embestida
del agua. Ya estaba bien -. Vamos, muévase - le ordenó. Para su propia sorpresa, Maggie, obedeció sin miramientos. Al sentir dos brazos fuertes que tiraban de ella
para meterla por la ventanilla como si... fuera un saco de patatas hizo que se sintiera completamente ultrajada. Entró de cabeza, sin aliento y sin zapatos.
Sin ni siquiera tener la decencia de pararse a mirar si estaba bien, aquel hombre estaba avanzando hacia la otra orilla. Consiguió sentarse, miró hacia atrás y vio
que a su coche se lo acababa de llevar la corriente río abajo. Sintió que estaba temblando, pero el conductor del Land Rover no parecía preocupado por ella. Llegaron
a tierra firme y comenzó a subir la ladera.
"Unos segundos más y esta idiota habría muerto", pensó Finn furioso. Hasta que el río bajara, la finca estaría aislada.
- Déjeme en el centro - dijo Maggie en tono desdeñoso -. Si puede ser, frente a una zapatería- añadió. Se dio cuenta de que no tenía zapatos, ni maletas, ni bolso,
ni tarjetas de crédito...
- ¿En el centro de qué? - preguntó Finn incrédulo -. ¿Dónde diablos se cree que está?
- En una carretera nacional, a unos diez kilómetros de Lampton - contestó ella muy segura.
- ¿En una nacional? ¿Le parece esto una nacional? - dijo él con ironía.
No. Para empezar, era de una sola dirección, así que... así que se había equivocado. No podía ser, ella no se equivocaba nunca en ningún aspecto de su vida.
- En el campo, las cosas son diferentes - dijo -. Una vieja carretera podría ser una nacional.
Su arrogancia lo enfureció.
- Para su información... esta carretera es privada y solo lleva a una granja... la mía.
Maggie abrió como platos sus ojos marrones. Se quedó mirando a Finn mientras intentaba asimilar lo que le acababa de decir. Tenía el pelo muy oscuro y necesitaba
un buen corte. Hizo una mueca de desaprobación al ver que llevaba una cazadora muy usada. La hostilidad que sentía hacia ella era evidente y experimentó lo mismo
hacia él.
- Debo de haberme equivocado entonces - dijo encogiéndose de hombros. Solo ella sabía lo mucho que le costaba admitir que había hecho algo mal -. Si no me hubiera,
medio secuestrado, habría podido dar la vuelta...
- ¿Dar la vuelta? - la interrumpió Finn -. Si no hubiera aparecido, no creo que estuviera viva en estos momentos.
Sus palabras la hicieron estremecerse, pero disimuló.
- ¿Cuánto tiempo tarda el agua en bajar?
- Podrían ser días - contestó impaciente. Gente así no se debería perder en el campo. Tenían tanta idea de lo peligrosa que podía ser la Naturaleza como un niño
de lo arriesgado que era cruzar la autopista.
- ¿Días...?
Finn la miró y vio pánico en sus ojos. Se preguntó qué lo habría originado. ¿Y a él que le importaba aquella mujer?
- ¿Cuántos... días?
Finn se encogió de hombros.
- Depende. La última vez que hubo una inundación así, duró más de una semana.
- Una semana... - repitió desesperada. Si era cierto que esa carretera solo llevaba a casa de aquel hombre, la iba a tener que pasar con él.
Giró la cabeza y miró por el cristal de atrás. Vio su coche enganchado en una rama. Sintió pánico y ansiedad. Lo había perdido todo. A regañadientes, tuyo que admitirse
a sí misma que estaba a merced de su rescatador.
Finn la miró. ¿Qué estaría haciendo una chica de ciudad como ella en un lugar tan remoto? Desde luego, no tenía pinta de que le gustara el campo. Finn olió problemas.
Finn reconocía los problemas cuando los veía, pero, inexplicablemente, se metió solo en la boca del lobo.
- Si tiene amigos por aquí, puede llamarlos desde mi casa para decirles lo que ha ocurrido.
¿Qué diablos estaba haciendo, invitándola a involucrarlo en su vida? No quería eso. Aquella mujer lo sacaba de quicio. Tanto como para... tomarla entre sus brazos
y comprobar si aquellos labios sabían tan bien como parecía.
Apretó los dientes. ¿Qué le estaba sucediendo? Sacudió la cabeza.
- No he venido a visitar a unos amigos - dijo Maggie.
Finn esperó a que le dijera a qué había ido, pero ella no lo hizo y él se preguntó por qué lo fastidiaba tanto que no hubiera confiado en él. Normalmente, habría
agradecido que mantuviera las distancias.
Maggie se enfadó al darse cuenta de que aquel hombre estaba esperando que le contara a qué había ido a Shorpshire. Como si fuera una niña a la que un adulto le estuviera
pidiendo cuentas. No era asunto suyo. ¿Por qué iba a tener ella que contarle nada a aquel... granjero?
Estaban en lo alto de la colina. La carretera era todavía más estrecha y transcurría entre pastos verdes hasta una bonita casa de estilo Tudor. Maggie vio un rebaño
de animales que se apartaban de la valla al paso del coche.
- ¿Qué son? ¿Llamas?
- No, las llamas son más grandes. Son alpacas. Las tengo por la lana.
- ¿La lana? - repitió Maggie.
- Sí, la lana - insistió él con sarcasmo -. Es muy apreciada y muy cara. Seguro que su diseñador la ha empleado para hacer ese traje.
La molestó tanto cómo había dicho "diseñador" que fue a responderle, pero él encendió la radio y su voz quedó ahogada por la del locutor.
- Parece ser que no somos los únicos a los que ha pillado la tormenta - comentó Finn.
- Gracias - dijo Maggie -, pero no necesito traductor. Hablo inglés.
Faltaban seis días para la subasta. Seguro que las aguas habrían descendido para entonces. Ojalá no hubiera ido antes para hablar con la agencia para intentar convencerlos
cara a cara de que le vendieran la casa antes de salir a subasta. Estaba dispuesta a pagarles muy bien por Dower House. Todo por ver a su abuela feliz.
Estaban llegando a la granja. Maggie vio gallinas y patos. Una escena idílica. Para otros, claro, no para ella.
- Vamos a dejar las cosas claras - le dijo él -. Estoy tan descontento con la situación como usted, sobre todo, teniendo en cuenta que no he sido yo el estúpido
que ha intentado cruzar un río en plena crecida ni el que se ha equivocado...
- Cuando llegué al vado, no había agua - lo interrumpió Maggie bruscamente -. Salió de la nada, como si... - "como si la mala suerte me estuviera esperando", quería
decir, pero no lo hizo -. Como propietario de este lamentable lugar, supongo que tendrá usted la obligación legal de señalizar adecuadamente lo peligroso que es
el vado.
Finn no le dijo que no era el propietario de la granja. No era el momento.
- La carretera es privada - sonrió desafiante -. Por eso, no hay necesidad de poner ninguna señal.
- Me parece muy bien, pero explíqueme cómo lo sabe uno si no lo pone en ningún sitio.
- No hace falta que lo ponga en ningún sitio. Está muy claro cuando se ve en el mapa una carretera de un solo sentido que termina en mitad de la nada. Mujeres -
explotó irónicamente-. ¿Por qué son incapaces de mirar bien un mapa?
Maggie ya había escuchado suficiente. Sobre todo porque una vocecilla interior le estaba diciendo que él tenía parte de razón.
- Sé mirar un mapa perfectamente y sé cómo son las personas también. Usted es el hombre más rudo, arrogante e... irritante que he conocido en mi vida - le espetó.
- Y usted es la mujer más imposible del mundo - contestó él.
Se miraron en silencio con patente hostilidad.
Capítulo 2
MAGGIE llamó a su secretaria para darle orden de que cancelara todas sus tarjetas de crédito y pidiera otras nuevas. - ¿Quiere que se las mande donde está? - preguntó
Gayle.
- No... mejor al hotel, por favor - contestó Maggie -. Otra cosa. Cuando informes a la aseguradora y al taller de lo que le ha ocurrido al coche, diles que necesito
que me presten otro.
No quiso entrar en detalles y se apresuró a marcar el número de su abuela desde el teléfono móvil que Finn Gordon le había prestado. No le había dicho lo que iba
a hacer, solo que salía de viaje de negocios.
La fragilidad de la voz de Arabella Russell al contestar el teléfono la emocionó.
Finn estaba de pie junto a la puerta, con una taza de té en la mano.
- ¿Estás bien, cariño? - dijo Maggie con ternura.
Se alejó de la puerta preguntándose por qué lo molestaba que hubiera un hombre en su vida.
Se habían dado los nombres a regañadientes. A pesar del estado en el que se encontraba, Maggie era una mujer deseable. Intentó tranquilizarse repitiéndose que a
él siempre le habían gustado las morenas de ojos azules, pero se sorprendió mirándola.
Tras haber llamado a su abuela, Maggie miró a su alrededor. La habitación que Finn le había asignado era grande y, gracias a Dios, tenía baño. Por las ventanas se
veían los prados y las colinas cubiertas de árboles. La luz del otoño estaba desapareciendo. ¿Qué iba a hacer allí?, se preguntó con amargura.
Le había pedido que le dejara su ordenador para mandar un correo electrónico a Gayle contándole lo que había pasado.
- No tengo. Prefiero tener control sobre quién entra en mi vida - había sido su contestación.
Por supuesto, había sido un ataque contra ella. Maggie sospechó que odiaba la tecnología. Aquel hombre era un neanderthal. Todo el mundo tenía ordenador, menos él,
claro. No creía que hubiera en el mundo ningún hombre que la irritara más y, cuyo estilo de vida fuera más diferente al suyo. Rezó para que el cauce del río bajara
cuanto antes... y no solo por la subasta.
Finn estaba en la cocina escuchando el parte meteorológico en la radio. Nadie parecía poder explicar el origen de aquella tormenta, que, por lo visto, solo había
afectado a unos cuantos kilómetros a la redonda de su propiedad.
Finn cruzó los dedos para que el río bajara y pudiera ir a la subasta. Prefería pujar en persona que por teléfono. Le gustaba ver las caras de sus contrincantes
para ver sus puntos fuertes y sus puntos débiles. No esperaba que hubiera mucha gente interesada en la casa principal y en las tierras de cultivo, pero sí en las
casitas repartidas por la finca. Bajo ningún concepto quería compartirla con otros propietarios. Él necesitaba intimidad, él quería...
Se giró cuando se abrió la puerta de la cocina y entró Maggie. Se había quitado la chaqueta del traje y la blusa que llevaba le marcaba la silueta del pecho, agradablemente
voluminoso para un cuerpo tan delgado. Verla con camisa de seda, pendientes de oro, falda impecable negra y sin zapatos lo hizo sonreír.
Ella levantó el mentón inmediatamente.
- Una sola palabra - le advirtió -. Una sola palabra y lo...
- ¿Qué? - la retó -. ¿Me tirará algo a la cabeza? ¿Un zapato quizás?
- Soy una mujer madura - le dijo Maggie -. No arrojo cosas... nunca.
- ¿Tampoco se arroja en brazos de su novio? - se burló él -. Pobre.
Maggie no podía creerse lo que estaba oyendo. ¿Cómo diablos se atrevía a meterse en asuntos tan personales?
- No tengo novio - contestó.
Finn sabía que estaba mintiendo. Aquella mujer era la perfecta reencarnación de lo que más odiaba de la vida que había dejado atrás. Entonces, ¿por qué quería mirarla,
estar cerca de ella? Había visto mujeres más guapas y más dispuestas a tener relaciones sexuales. Aquella tenía una alambrada de cinco metros alrededor para alejarlo,
que era exactamente su intención. ¿Y por qué una parte de él no paraba de preguntarse qué sentiría abrazándola, besándola...?
Apretó los dientes ante aquellos pensamientos.
- Voy a encerrar a las gallinas. Si quiere cenar algo, el frigorífico es suyo.
"¿El frigorífico es mío? ¿Quiere que cene sola? Vaya hombre tan hospitalario", pensó mientras lo veía avanzar por el césped. Si hubiera estado en la City, habría
estado trabajando todavía. No solía salir antes de las ocho, a veces, incluso más tarde y la mayoría de las noches cenaba con clientes o amigos. Si cenaba con amigos,
elegían cualquier restaurante de moda de la City y, si iba con clientes, un sitio igual de caro, pero más discreto.
Su piso tenía una cocina de acero de vanguardia, pero no solía cocinar. Sabía cocinar, por supuesto. Bueno, más o menos. Su abuela cocinaba maravillosamente. Siempre
la había animado para que se concentrara en sus estudios y la verdad era que nunca había tenido tiempo para aprender las tareas del hogar.
Pensó en cenar algo y retirarse a su habitación. Miró la mesa que había en el centro de la estancia y vio que estaba cubierta de papeles. Había una vieja silla delante
de la estufa. Toda la casa tenía un aire viejo que evocó en ella sentimientos que prefirió no analizar.
Cuando era pequeña, su madre la había llevado de una casa alquilada a otra después del divorcio. Cada vez que conocía a un hombre, se iban a vivir con él y, cuando
la relación se terminaba, vuelta a hacer las maletas. A algunos, una vida así les habría hecho anhelar estabilidad comodidad y una relación, pero a ella le había
hecho tener muy claro que quería ser completamente independiente.
Aquella casa le recordaba aquellos tiempos y aquella vida, y no le gustaba. No había nada en su vida actual que fuera viejo, nada sucedía al azar. Todo lo que la
rodeaba era como ella: brillante, limpio, cuidado, planeado, ordenado y controlado.
Así había sido hasta el momento. Se miró los pies descalzos. Nunca iba descalza, ni siquiera cuando estaba sola en casa. Ir descalza era sinónimo de ser pobre y
vulnerable, algo que le hacía sentirse débil y tener miedo, lo que la enfurecía.
Abrió al puerta del frigorífico. Se estaba volviendo peligrosamente retrospectiva. Al mirar el interior, se quedó de piedra.
Finn abrió la puerta trasera y se quitó las botas Le había costado un buen rato poner a todas las aves a buen recaudo, pero finalmente lo había conseguido.
Tenía frío y hambre. La inesperada reunión con el criador de alpacas le había impedido preparar el chile que tenía pensado para la cena. Tenía muchos papeles que
mirar y no le apetecía lo más mínimo. Tal vez fuera buena idea comprar un ordenador.
Vio a Maggie mirando dentro del frigorífico con los ojos cómo platos.
- ¿Qué pasa? - le preguntó acercándose.
- No hay nada envasado - Contestó consternada.
Tenía hambre y había esperado una cena... bueno, por lo menos, una pizza.
Finn frunció el ceño.
- ¿Y qué esperaba? Esto es una granja, no un supermercado - le dijo con severidad -. Vivimos
al principio de la cadena alimenticia, no al final.
- Pero hay que cocinarlo todo - protestó Maggie. Lo estaba mirando con tanto desdén y arrogancia, que Finn tuvo ganas de zarandearla.
- No estamos en un restaurante de alta cocina. Por supuesto que hay que cocinarlo.
- No tengo hambre - dijo ella cerrando el frigorífico de un portazo.
- Ya se ve. Por su aspecto, cualquiera diría que se alimenta de hojas de la sobrevalorada achicoria - dijo él en tono desagradable.
Maggie no sabía qué la había molestado más, su desprecio hacia su cuerpo o hacia su forma de vida. ¿Cómo era posible que un hombre como él supiera el nombre del
ingrediente de moda del momento?.
- Bueno, pues yo sí tengo hambre - dijo él abriendo la nevera de nuevo.
Al tenerlo tan cerca, Maggie percibió el calor que desprendía su cuerpo y su fuerza masculina, que la perturbaba por mucho que se empezara en evitarlo. ¿Qué demonios
le estaba sucediendo?. Nunca se había dejado impresionar por un cuerpo musculoso. Y tenía una cara por la que cualquier modelo habría pagado miles de dólares. ¿Cómo
era posible que, con el pelo tan oscuro, tuviera unos ojos tan azules?
- ¿Ha cambiado de opinión? - le preguntó Finn.
Aunque, al principio, no le había parecido atractivo, tenía que reconocer que aquel hombre era muy guapo.
- ¿Qué ... ? ¿Yo ... ? - Maggie le preguntó si le estaba leyendo el pensamiento.
- Pareces hambrienta - le aclaró él.
¡Parecía hambrienta! Maggie sintió que se ruborizaba, pero se dio cuenta de que era imposible que Finn se refiriera a lo mismo que ella, era imposible que supiera
lo que estaba pensando y sintiendo... Sí, sintiendo.... por un hombre al que apenas conocía y al que no quería conocer. ¿Qué le estaba ocurriendo? Aquellos pensamientos
era imposibles, inadmisibles, impensables. Se quedaron mirándose con la puerta de la nevera abierta y Maggie sintió una sensación extraña, como un cosquilleo. Su
cercanía masculina, en el más puro estilo primitivo, la hizo sacudir la cabeza para intentar que se vaciara de las imágenes eróticas que la estaban haciendo ruborizarse.
Aquello no le había pasado nunca. Nunca había imaginado, soñado ni deseado imaginar ni soñar cosas así. Le pareció que él aire que estaba respirando estaba lleno
de deseo y excitación. No lo entendía. Era como si algo o alguien la estuviera obligando a ver a Finn de otra forma...
Finn se quedó mirando a Maggie al ver que se le dilataban las pupilas. Se le había acelerado la respiración, había abierto la boca y sus pechos subían y bajaban.
Era imposible no mirarla. Sintió deseos de cerrar la puerta de la nevera y tomarla en sus brazos...
Se apartó de ella.
- Iba a hacer chile para cenar. Hay para los dos - le dijo.
Lo había dicho en un tono raro, como si lo molestara compartir la cena y estuviera rezando para que ella dijera que no quería. ¿Por qué lo iba a hacer? No pensaba
irse a la cama sin cenar por satisfacer a aquel arrogante. De ninguna manera.
- ¿No irá a cocinar vestido así? - le preguntó mirando su vieja cazadora.
Él la miró y ella sintió una descarga eléctrica por la columna que no había sentido en su vida.
- No, claro que no - contestó él más amable -. ¿Por qué no va empezando usted mientras yo subo a darme una ducha? Aquí tiene la carne picada - añadió sacando una
bandeja -. No tardaré.
Maggie miró la bandeja, fue hacia la encimera y la abrió. Tendría que haberle dicho antes de que se hubiera ido que ella no era la sirvienta de nadie y que se hiciera
él la cena, pero ya era demasiado tarde y no tenía más remedio que ponerse a cocinar. No iba a admitir, ni bajo tortura, que no sabía cocinar.
No podía ser tan difícil. Recordó a su abuela cocinando mientras ella hacía los deberes en la mesa de la cocina. La vio sonriendo, yendo de la sartén, al fregadero
mientras la estancia se impregnaba de olores maravillosos...
Irguió los hombros. Podía hacerlo. Tenía que hacerlo. No iba a dar su brazo a torcer ante un... granjero.
Lo primero era una sartén. Obviamente, estarían junto a los fuegos. Encantada de lo inteligente que era, fue hacia el armario. Cinco minutos después, había abierto
todos los armarios hasta encontrar, en el del lado contrario, lo que buscaba. Y los hombres tenían la osadía de decir que las mujeres no empleaban la lógica. ¡Ja!
Echó el contenido de la bandeja en la sartén con una mueca de asco. Encendió uno de los fuegos, puso la sartén encima y se apartó. Solo tenía que esperar a que se
hiciera. Bien.
Finn se secó el pelo y dejó la toalla para agarrar una camisa. No quiso analizar por qué se había afeitado también.
Le llegó un olor penetrante. Aspiró y frunció el ceño. Algo se estaba quemando. Salió corriendo sin ponerse la camisa.
Maggie no entendía qué estaba pasando. La cocina entera estaba llena de humo. ¡Y qué olor!
Era imposible que la carne picada estuviera ya.
¡Recordaba que su abuela tardaba más!
Se acercó a los fuegos con cuidado. Estaba a punto de retirar la tapa de la sartén cuando Finn entró corriendo.
- ¿Qué diablos hace? - dijo dejando la sartén en el fregadero sin ceremonias. Quitó la tapa e hizo una mueca de disgusto.
- No es culpa mía que la cocina no funcione - se defendió Maggie.
- ¡La cocina! - exclamó él entre dientes -. Yo diría, más bien, que es la cocinera lo que falla. ¿Se puede saber por qué no le ha puesto agua?
Agua. Maggie tragó saliva y miró en otra dirección.
- Ha echado agua, ¿verdad?
Maggie volvió a tragar saliva. A su abuela no le gustaba que mintiera, pero en esa ocasión...
- No lo ha hecho - concluyó Finn sin poder creérselo.
Maggie se encogió de hombros.
- Somos de diferentes escuelas de cocina...
- Usted no tiene ni idea de cocinar. Qué buena suerte la mía. Tengo que hospedarla en mi casa y, además, hacerle la comida - dijo en tono hosco -. Dígame, ¿cuántos
defectos más posee usted? No sabe consultar un mapa, no sabe cocinar, no...
- Basta.
Maggie no sabía quién de los dos se había quedado más sorprendido de su voz al borde de las lágrimas.
Se hizo el silencio. El enfado dio paso a la sorpresa, que dio paso a una tensión sensual que desembocó en...
- Lo siento.
Maggie pensó que había sido la nota de sinceridad en su disculpa y las lágrimas que le impedían ver lo que hicieron que terminara entre sus brazos al intentar salir
de la habitación.
Capítulo 3
LO siento. No quería ofenderla - se disculpó Finn quitándole el pelo de la cara. Estaba temblando ligeramente y Finn notó que su cuerpo...
- No me ha ofendido - contestó ella con voz ronca. No podía dejar de mirarlo. Sus miradas se habían encontrado, se habían gustado y se habían fundido. No quería
dejar de mirarlo.
- Voy a preparar algo de cena - anunció él. Sabía que debía soltarla, pero no podía, no quería.
Maggie negó con la cabeza.
- Es a ti a quien me quiero comer - susurró -. No quiero comida. Solo a ti, Finn.
Levantó la cara hacia él y supo que aquello era lo mejor que había hecho en su vida.
Finn intentó frenar la escalada de deseo, pero, al mirarse en aquellos ojos llenos de pasión, fue como si se lo llevara la riada de agua que había acabado con el
coche de Maggie.
La besó tentativamente, al principio, explorando las curvas de sus labios, pero, al sentir que se apretaba contra él y se le aceleraba la respiración, terminó gimiendo.
- Bésame, Finn - susurró Maggie insistentemente -. De verdad.
- ¿Así?
Finn le puso la mano en la nuca y se miraron a los ojos. Se besaron con furia, pero sabiendo lo que hacían, sabiendo que se deseaban mutuamente. Se prodigaron infinidad
de besos apasionados y rápidos, como si temieran que aquello se fuera a terminar. Poco a poco, los besos se tomaron más lentos y lánguidos.
Maggie, con los ojos cerrados, saboreó la textura de la boca de Finn. Nunca un hombre la había besado de forma tan sensual. Con solo besarla y abrazarla había conseguido
que todo su cuerpo lo deseara. Todo él era como un afrodisíaco que hacía que lo anhelara con tanto ardor que le costaba respirar. Él también la deseaba. Aunque no
se lo hubiera dejado claro con sus besos, su cuerpo ya lo había traicionado.
Maggie se adentró cautelosamente en su boca. Notó que él se tensaba y temblaba.
- No lo hagas a no ser que sea de verdad - le advirtió Finn con los ojos consumidos por el fuego del deseo.
- Es de verdad - dijo Maggie. Miró a su alrededor. Finn se dio cuenta de lo que estaba buscando y la guió escaleras arriba en silencio.
Su dormitorio estaba enfrente del de Maggie. Estaba amueblado con sencillez y objetos normales. En cualquier otro momento, a ella le habría parecido vulgar y sin
estilo, pero lo único importante era que la cama era grande, de hierro.
Hacía frío y Maggie se estremeció.
Al verla, Finn recordó el frío que hacía cuando se mudó. No tenía calefacción central, pero se había acostumbrado.
Volvió a tiritar y se acercó instintivamente a él en busca de calor. La sensación de sus brazos alrededor de su cuerpo fue tan intensa, que Maggie sintió que se
le doblaban las piernas. Se besaron y le pareció que el calor de su cuerpo la estaba envolviendo por completo. Sintió sus manos por el cuerpo y comenzó a temblar,
pero no de frío sino de deseo.
Finn no pudo resistir la tentación y exploró la silueta de sus pechos. Notó sus pezones endurecidos a través de la seda de la blusa. Se embriagó del erotismo de
verlos apretados contra la tela y comenzó a hacer círculos a su alrededor con el pulgar.
Maggie se olvidó del frío. Deslizó las palmas de las manos por el torso desnudo de Finn. Se moría por verlo y por tocarlo. Ya, oh, sí, ya.
Descubrió que, si lo tocaba con las puntas de los dedos desde la base del cuello hasta las muñecas, se estremecía y, si bajaba por el pecho hasta descansar la mano
en el cinturón de los vaqueros, se estremecía mucho más.
Al recorrerle la columna vertebral arriba y abajo, Finn consiguió que Maggie dejar de pensar en la reacción de él para fijarse en la suya. La excitación hizo que
se le pusiera la piel de gallina.
Exhaló cuando se aproximó a los botones de su blusa. Al sentir sus dedos en la piel, le pareció que no le llegaba el aire.
Al quitarle la blusa, Finn se dio cuenta de que lo que estaba ocurriendo daba al traste con la vida que él creía querer.
Maggie suspiró al ver tanta sensualidad masculina en sus ojos.
Finn apretó los dientes al darse cuenta de lo mucho que la deseaba. La tensión sexual entre ellos era inaguantable.
Finn se inclinó para besarle primero un pecho y, luego, el otro. Maggie jadeó y su cuerpo se arqueó hacia él en muda súplica.
Aquello fue demasiado. Ella era demasiado. Finn perdió el control. La desnudó y la tumbó en la cama.
Maggie tembló al sentir la colcha fría en la espalda, pero el calor del deseo acabó con el frío rápidamente. Sentía sacudidas de deseo. Finn se tumbó sobre ella.
Gritó de placer al sentir sus manos en la piel.
- Finn - gritó abrazándolo con las piernas y besándolo con pasión -. Ahora, Finn - suplicó -. Ahora.
Era como una riada en su propio torrente sanguíneo, la calidez del sol en una play tropical, la claridad mágica del cielo helado y la pureza de los copos de nieve
recién caídos. Era el placer más intenso que Maggie había sentido en su vida. Finn llenó su cuerpo con tanta alegría y su corazón con tanta emoción, que sus ojos
lloraron y su boca dejó escapar palabras de amor. Era una revelación y, de alguna manera, una afirmación. Un mundo en el que ella nunca había creído, pero que, en
secreto, siempre había querido conocer. Era Finn y era amor. Su cuerpo descendió de las supremas cotas de placer que el suyo le había hecho alcanzar, se giró y miró
al hombre que había cambiado su vida para siempre.
Se miraron a los ojos y ella le acarició la cara. Finn se la agarró y la besó.
- Te quiero - dijo Maggie viendo la sorpresa seguida de emoción en los ojos de Finn.
Ella también se sorprendió de lo que acababa de decir y, de hecho, se enfadó consigo misma por haber pronunciado esas palabras porque la estaba haciendo sentirse
muy vulnerable. Intentó volverse, pero Finn se lo impidió.
- ¿Qué te pasa?
- Nada - contestó Maggie.
- Sí, te pasa algo - la contradijo él -. Te has enfadado porque me has dicho que me querías.
- No - negó Maggie con decisión viendo que él no la creía -. No sé por qué lo he dicho - añadió -. Ha debido de ser una estúpida reacción adolescente después de...
- ¿Haber hecho el amor? - concluyó Finn.
Maggie negó con la cabeza. Ella más bien iba a decir "habernos acostado" para recordarse a sí misma cuál era la situación real. Sin embargo, algo en los ojos de
Finn le había impedido decirlo.
- Maggie, somos adultos. ¿Por qué nos cuesta tanto decir la palabra "amor" para describir lo que acabamos de compartir? Ha sido amor lo que ha habido entre nosotros.
Negarlo...
- Pero si apenas nos conocemos - protestó ella -. No podemos.
- ¿Qué es lo que no podemos hacer? ¿No podemos decirnos que nos hemos enamorado cuando es la verdad? ¿No nos lo podemos demostrar? - dijo abrazándola con tanta
fuerza que no la dejaba respirar -. No sé qué nos ha pasado, Maggie, pero lo que sí sé es que ahora que ha...
Le acarició el pelo con ternura y ella dejó encantada que le demostrara aquel amor.
- ¿Qué?
- Ahora que... esto... - respondió él.
La besó mientras le acariciaba la espalda. Maggie cerró los ojos y gimió. Ya habría tiempo después de analizar sus sentimientos y controlarlos. De momento...
De momento, lo único que quería era sentir la piel de Finn, su cuerpo.
Maggie sonrió triunfar al destapar el guiso, que olía de maravilla. Había preparado coq au vin para comer, gracias a un viejo libro de recetas que había encontrado
en la cocina.
Sin duda, Finn lo llamaría "guiso de pollo".
Finn. Cerró los ojos y sucumbió a la tentación de recrear mentalmente todo su cuerpo, centímetro a centímetro.
Hacía cuatro días, ni sabía de su existencia. Hacía tres días, lo conocía, pero podría haber vivido sin él, pero ahora... ahora... sonrió amorosamente. Seguía sorprendida
de la rapidez con la que se habían enamorado a la vez que desesperada por recordarse continuamente todas las razones por las que no debía comportarse de manera tan
irracional e impulsiva, por qué no debía dejar que sus emociones la controlaran en lugar de ser al revés y por qué no debía sentirse tan encantada, subyugada y enamorada
de Finn.
Sin saber muy bien cómo, había dejado que él la convenciera de que lo que sentían el uno por el otro era demasiado especial como para ignorarlo. Estaban enamorados.
Se lo susurraban con pasión, lo decían juntos durante esos momentos, lo gritaban juntos al llegar a cotas de placer insospechadas y se lo prometían durante los momentos
de gloria que seguían.
Maggie había conseguido quitarse, con cautela, el escudo protector para pasar a creerse lo que estaba sintiendo, a hacer planes...
Aquella mañana, se había despertado y había visto a Finn mirándola.
- ¿Qué pasa? ¿Qué haces? - le había preguntado soñolienta acariciándole la cara.
- Mirarte - había contestado él con voz ronca -. ¿Sabías que te aletea la nariz cuando duermes?
- Eso no es cierto.
- Claro que sí - había insistido él con ternura -. Y abres la boca un poquito, - lo que me tienta a besarte para comprobar si tus labios son tan suaves y cálidos
como parecen.
- No será porque no hayas tenido oportunidad de comprobarlo ya... - bromeó ella.
- Sí, pero no es suficiente. Nunca, nunca, nunca tendré suficiente. ¿Quieres que te lo demuestre?
Maggie se había reído y habla intentado escapar en broma, pero él la había agarrado entre sus brazos para no dejarla marchar.
- Lo sé - había dicho Finn mirándola tan sensualmente, que Maggie había sentido mariposas en el estómago de excitación -. Y también sé que si te toco aquí... -
había añadido jugueteando con sus pezones.
Por fin, se habían levantado a las diez de la mañana. "Muy tarde para un granjero", - le había dicho él.
Estaba con los animales, no tardaría en volver. Y, entonces...
Maggie volvió a dejar la cacerola en el fuego y se concentró en el parte meteorológico que estaban dando en la radio.
El nivel de las aguas había descendido y no había nubarrones a la vista.
Eso quería decir... "que llego a la subasta", pensó con alivio.
Llevaba toda la mañana, mientras preparaba la comida, haciendo planes. La granja solo estaba alquilada, según le había dicho Finn. Eso quería decir que podía volver
a la ciudad con ella. Frunció el ceño. Para ser sincera consigo misma, la preocupaba un poco que un hombre de su edad solo tuviera una propiedad alquilada. Y, además,
una falta de ambición absoluta... claro que eso se podía arreglar.
Era inteligente y, con su apoyo y su ayuda, seguro que no tardaría en conseguir trabajo en la City. Si ella, con los contactos que tenía, no podía ayudarlo... Mientras
tanto, estaba dispuesta a mantenerlo económicamente. Se le hacía un poco raro imaginárselo viviendo en su pequeño piso decorado con elegancia minimalista, pero ya
se las arreglarían. Lo llevaría a una buena tienda para comprarle un buen traje y haría reserva en uno de sus restaurantes favoritos para presentarle a sus amigos.
Organizarían una boda pequeña y elegante y se irían de luna de miel a algún lugar lejano y romántico.
Enfrascada tan feliz en sus pensamientos, no oyó a Finn. Se quitó las botas y se quedó mirándola. ¿Era cierto que hacía solo cuatro días le había parecido la mujer
más inaguantable del mundo? Sonrió, se acercó a ella y la abrazó antes de besarla en el cuello.
- Mmm... qué bien huele - le dijo.
- Mi perfume - respondió ella con voz ronca. ¿Cómo era posible que con tan solo un beso quisiera...?
- No, me refería a la comida - dijo Finn.
Maggie fingió indignación mientras lo abrazaba.
- Han dicho en la radio que el nivel del río está bajando - ronroneó apretándose contra su cuerpo mientras él le acariciaba el brazo en el mismo lugar donde la
noche anterior su boca la había hecho gemir.
- Sí, yo también lo he oído.
Sin dejar de mirarlo a los ojos, Maggie recordó que no había hablado con su abuela. Estaba acostumbrada a que se fuera de viaje de negocios y estuviera ilocalizable
un par de días, pero quería llamar a Gayle para que le dijera a su abuela que pronto se pondría en contacto con ella.
No quería llamarla directamente porque, aunque Arabella Russell nunca había emitido juicios sobre los demás ni había querido imponer su forma de ver las cosas a
los que la rodeaban, quería explicarle lo sucedido en persona. No se sentía cómoda pensando que su abuela podía estar preocupada, pero tampoco quería que Finn le
tomara el pelo por preocuparse por ella.
Sabía que podía parecer ridículo que una mujer hecha y derecha como ella se preocupara por lo que a su abuela le pudiera parecer que se hubiera enamorado de un desconocido
y no quería arriesgarse a que Finn se burlara.
Al ver la preocupación en sus ojos, Finn no tuvo más remedio que admitirse a sí mismo lo que había creído saber desde la llamada que Maggie había hecho el primer
día. No era el único hombre en su vida. Al principio, se dijo que no importaba, pero no era así.
Quería sinceridad por encima de todo ya que el amor que sentía por ella así se lo pedía. ¿Y si le decía que ya lo sabía? Quizás...
- Finn, ¿puedo llamar por teléfono? Tengo que llamar a una persona - preguntó Maggie viendo que él fruncía el ceño.
- ¿A alguien especial? - preguntó él todo lo casualmente que pudo cruzando los dedos para que ella le confesara que había otro hombre, pero que, debido a lo que
compartía con él, la relación con el otro se había terminado.
Alguien especial. Maggie se tensó. Su abuela era especial, pero no quería hablarle a Finn aún de ella ni de por qué significaba tanto en su vida. La cautela que
había regido su vida hasta hacía cuatro días no la había abandonado por completo.
- No... A mi secretaria.
Finn se dio cuenta inmediatamente de que le estaba ocultando algo. En silencio, rezó para que se lo contara antes de...
Confundida, Maggie esperó una respuesta. ¿Por qué una simple llamada había hecho que se preocupara tanto?
"No hay nada que hacer", pensó Finn. Decidió que, si Maggie no se lo decía, tendría que forzar un poco el tema, dejar clara su postura, poner las cartas sobre la
mesa y decirle lo que esperaba de su relación y que solo admitía por su parte un completo compromiso.
Sabía que era una apuesta arriesgada. Lo habría sido incluso si no hubiera habido otro hombre en su vida porque hacía muy poco tiempo que se conocían. Sin embargo,
debía hacerlo. Tal vez, al ver lo que quería de ella, bajara la guardia y le dijera la verdad.
Finn tomó aire, la agarró de los hombros y la miró a los ojos.
- Antes de que hagas nada y de que hables con nadie, quiero decirte una cosa... una cosa que no le he dicho ni he querido decirle nunca a ninguna mujer.
Hizo una pausa. Maggie intentó adivinar de qué se trataba. Estaba impaciente por llamar a Gayle para decirle que pronto volvería a Londres para poder contarle
a Finn los estupendos planes que había estado haciendo para ambos. Cuanto antes volviera a la ciudad, antes podría ponerse manos a la obra para empezar la maravillosa
vida que iban a compartir.
- Dime - le dijo con curiosidad. Ya se habían confesado su amor, así que no podía ser eso.
- Quiero que te vengas a vivir conmigo.
Finn vio la sorpresa en sus ojos y sintió que el corazón le pesaba dentro del pecho.
- ¿Maggie? - le dijo al ver que ella no decía nada-. Sé que tienes tu vida y tus compromisos en la ciudad... - bajó la mirada para que no viera lo que estaba pensando.
La había escuchado cuando le había hablado de su empresa de cazatalentos intentando que no viera el asco que le daba la vida que le estaba recordando.
En un principio, Maggie pensó que estaba de broma, pero se dio cuenta de que no era así. Sintió nuevas emociones, pánico, miedo, furia, luchando contra el amor
que sentía por él. Ganó la traición, la desilusión y el retorno a la realidad desde un mundo de fantasía.
- ¿Que me venga a vivir aquí? Es imposible - contestó apartándose de él -. ¿Cómo has pensado ... ? - añadió mirando a su alrededor y de nuevo a él.
- ¿Imposible? ¿Por qué? -insistió él aunque sabía el motivo y se acababa de dar cuenta de que Maggie no le iba a contar la verdad. Aquello le dolía. Le había
dicho que lo quería, pero la había oído llamar "cariño" a otro hombre con tanta dulzura que estaba claro lo mucho que significaba para ella.
Había esperado y rezado para que se lo contara, para que dijera algo, lo que fuera, que explicara y excusara su falta de honestidad, pero no había dicho nada, se
había dado a él con dulce pasión y él había sido incapaz de resistirse aunque se despreciaba por ello. Por primera vez en su vida, había tenido que admitir que
no podía controlar sus sentimientos, que no podía dejar de quererla aún a sabiendas de que estaba con otra persona.
Cuando le había dicho que lo quería, le había mentido. Le había pedido que se fuera a vivir con él y se había negado... obviamente por el otro hombre, pero no quería
decírselo. ¿Si eso la convertía en una mentirosa, en qué lo convertía a él? ¿Qué había esperado oír, que lo que tenía con el otro no significaba nada, que solo le
importaba él, Finn? ¿Pero dónde se creía que vivía, en el mundo de Alicia en el País de las Maravillas?
Una aventura, unos días de sexo con un desconocido, eso era lo que había sido para ella. Cuántas mujeres así había conocido en el pasado y cuánta pena le habían
dado por lo que se estaban perdiendo de la vida. ¿Quién le iba a decir a él que se iba a terminar enamorando de una de ellas?
Maggie estaba sorprendida. ¿Cómo podía pretender Finn que viviera allí? Lo culpó por truncar sus maravillosos planes. En lugar de sentirse culpable, como debería
ser, Finn le estaba dando a entender que la culpa de todo la tenía ella. Si de verdad la quería, como había dicho, tendría que haberse dado cuenta de lo imposible
que le resultaría vivir en un lugar así.
Finn sintió que una capa de decepción y dolor envolvían su corazón. Sintió que lo embargaba de amargura.
- Tienes razón - dijo en tono duro -. Es imposible. ¿Qué vas a hacer? ¿Te vas a ir sin dar las gracias? Tendría que haber recordado que a las mujeres de ciudad
como tú les gusta pasárselo bien de vez en cuando... sobre todo, cuando nadie se tiene por qué enterar, cuando os podéis ir sin más. Bueno, antes de que te vayas,
te voy a dar una cosa para que no te olvides de mí.
Maggie no tuvo tiempo de reaccionar. Finn se abalanzó sobre ella y la presionó contra la pared. La besó con salvaje pasión, dejando al descubierto su furia...
y su deseo.
Maggie tuvo que admitirse a regañadientes que ella también lo deseaba. Abrió la boca y recibió besos enfadados de la suya. Cerró los puños y lo golpeó para intentar
quitárselo de encima. Quería que se apartara de ella, pero también quería consumirse con él en las llamas de la pasión. Lo odiaba y lo deseaba. Quería destrozarlo
y quería abrazarlo. Quería sentirlo dentro, no dejarlo salir, hacerlo su prisionero, hacer con él lo que quisiera, hacer que dependiera de ella, que la deseara,
que se muriera por ella, que...
Al soltarla Finn de repente, estuvo a punto de caerse. El hecho de que fuera él quien la rechazara hizo que lo mirara con furia.
Finn rompió el silencio. Habló sin emoción haciendo que Maggie sintiera un nudo en la garganta.
- No sé quién me da más asco de los dos.
- Esta mañana, me has dicho que me querías y ahora...
- No es amor - la interrumpió Finn -. Solo Dios sabe qué era, pero se parecía tanto al amor como un diablo a un ángel - añadió. Solo él sabía lo mucho que le había
costado negar sus sentimientos, anteponer el orgullo y la realidad a la intensidad y la vulnerabilidad de su amor, de aquel amor que se había jurado a sí mismo destruir.
Incapaz de hablar porque no sabía lo que podía decir, cómo podía traicionarse, Maggie giró sobre sus talones y se fue.
Capítulo 4
MAGGIE no se había dado cuenta de que Shrewsbury fuera una ciudad tan activa. Había llegado en el coche de alquiler que Gayle le había conseguido, lo había aparcado
y estaba buscando la tienda de ropa que su secretaria le había indicado para adquirir algunas cosas. La ciudad había resultado ser más interesante de lo que había
previsto. Tres cuartas partes estaban circundadas por el río, y tenía un rico pasado histórico.
Allí habían detenido la invasión galesa, allí habían llegado los ricos comerciantes de lana con sus rebaños. Maggie se paró en seco al ver una bonita casa con jardín
junto a uno de los arcos medievales. Al doblar la esquina, vio la tienda que andaba buscando, con un escaparate tan maravilloso como cualquiera de los comercios
que frecuentaba en Londres.
Maggie abrió la puerta y una mujer de amplia sonrisa la saludó. Llevaba un traje negro de corte inconfundible. Era de uno de los diseñadores de moda. Maggie le explicó
lo que le había ocurrido y lo que estaba buscando.
- Creo que tenemos justo lo que necesita - dijo la dependienta -. Una de nuestras clientas habituales, que tiene más o menos la misma talla que usted, acaba de
cancelar parte de su pedido. Ha conocido a un hombre en Nueva York y se queda allí con él.
Mientras le iba hablando, le iba dando diferentes cosas para que se probara. Maggie se enamoró al instante de un abrigo de cachemira de color caramelo, tan suave
como la mantequilla y muy calentito. Al probárselo y ver la mirada de aprobación de la dependienta, pensó que le gustaría que Finn la viera con él, una debilidad
que se apresuró a apartar de su cabeza recordándose una y otra vez que no debía pensar en él.
¿Para qué? No tenía necesidad. Al ver su cara de angustia mientras se quitaba el abrigo, la dependienta creyó que era por el precio y le aseguró que se trataba de
un diseño exclusivo.
- Está bien. Me encanta - la tranquilizó sin poder evitar volver a recordar a Finn.
Finn, Finn. ¿Por qué no podía dejar de pensar en él? ¿Por qué se dejaba arrastrar por aquella fuerza destructiva que la llevaba a vincularlo con todo lo que hacía?
Una hora después, salió de la tienda con el abrigo y con un traje de chaqueta.
Por primera vez en su vida, irse de compras no la había ayudado a recuperarse. A pesar del acogedor ambiente y del delicioso capuchino que la empleada le había preparado,
Maggie sentía un vacío frío en su interior. Tenía una sensación de tristeza y de pérdida parecida a la que había tenido de pequeña cuando se veía a sí misma como
a un bicho raro y envidiaba a sus amigos por tener familias felices. Eso había sido antes de irse a vivir con sus abuelos, con quienes había hallado amor y seguridad.
Con el tiempo, decidió que la soledad y la independencia, tanto económica como emocional, era mucho más valiosa que un sentimiento en el que no se podía confiar,
como tampoco podía hacerlo en los que aseguraban sentirlo por ella. De nuevo a salvo en su espacio personal, no podía entender cómo diablos se había comportado así
y cómo había creído haberse enamorado. Simplemente, no se lo explicaba. El amor era demasiado inestable, inseguro y volátil como para firmar¿??? parte de su vida.
Se felicitó a sí misma por haber recobrado la cordura. Lo que había ocurrido había sido vergonzoso, toda una debilidad desconocida en ella, pero, al menos, no había
sufrido daños irreversibles. Sin duda, para Finn, tan guapo y sensual, no había sido más que otra tonta que se había dejado engañar. Sintió que le ardía la cara
al obligarse a recordar hasta qué punto había sido una tonta. Menos mal que nunca lo iba a volver a ver, se dijo mientras miraba el reloj y se apresuraba a bajar
por las callejuelas hasta donde había dejado el coche.
Solo tardaría una media hora en volver al hotel de Lampton, al que había llegado la tarde anterior en el taxi que la había recogido en casa de Finn. Le había costado
mucha paciencia y todas sus dotes de negociadora convencer al director del hotel para que le dejara dinero para pagar al taxista y le permitiera llamar a Gayle,
quien no solo había dado razón de ella sino que le había dado al hombre el número de su propia tarjeta de crédito para pagar el hotel. Para alivio de Maggie, el
dinero que su secretaria le había dejado hasta que estuvieran sus tarjetas nuevas había llegado por giro postal aquella misma mañana.
Titubeó un momento al recordar la expresión de Finn al verla marchar. Finn. Lo que había ocurrido entre ellos había sido un acto inexplicablemente contrario a su
naturaleza y daba gracias porque, al final, hubiera triunfado la realidad y las cosas hubieran vuelto a la normalidad.
A pesar del calor que le daba su recién comprado abrigo, Maggie se estremeció. Su cabeza tardó dos segundos más que su cuerpo en darse cuenta de por qué. El hombre
que estaba de pie en mitad de la calle no era otro más que Finn.
- Finn - susurró mientras notaba la reacción de su cuerpo. Primero, un frío helado de sorpresa tan peligroso como un torrente y, luego, un calor incontrolable como
un fuego a punto de devorar el bosque.
- ¡Maggie! - gritó él bajando la guardia ante el inesperado encuentro. Le necesidad de tomarla entre sus brazos y de llevársela a un lugar apartado donde poderle
mostrar lo que su cuerpo deseaba fue tan fuerte, que se vio a sí mismo dando un paso al frente.
Al verlo ir con decisión hacia ella, Maggie, sintió pánico. Se apresuró a ver cómo podía escapar. No pensaba hablar con él porque en esos momentos emocionalmente
era muy vulnerable. Vio una calle estrecha a un lado y se apresuró a meterse por ella mientras el corazón le latía a mil por hora al oír a Finn gritar que lo esperara.
Después de que Maggie se hubiera ido, Finn se había intentado convencer de que se alegraba de que se hubiera ido y se había recordado todas las razones por las que
una relación entre ellos nunca funcionaría. Sin embargo, había soñado con ella, la había deseado, se había despertado a las seis de la mañana hambriento de ella
no solo físicamente, sino emocionalmente, sintiéndose desamparado sin ella y enfadado consigo mismo por ello.
- Era imposible que supiera que estaba en Shrewsbury. Maggie lo sabía y no podía dejar de pensar que verlo había sido el destino. Aquello la asustaba y la enfurecía,
como si ella hubiera tenido la culpa de alguna manera de su aparición, como si lo hubiera conjurado al pensar en él. Aunque estaba huyendo de él, una parte de ella
quería que la siguiera, que la alcanzara y que...
¿Y qué? ¿Que la estrechara entre sus brazos y le jurara que no iba a dejar que se fuera? ¿Que pudiera retroceder en el tiempo hasta... ? ¿Se estaba volviendo loca?
Era granjero, no mago.
Ignorando la vocecilla interior que le advertía que no iba a conseguir nada prolongando su agonía, Finn entró en la calle por la que se había metido Maggie. En ese
momento, apareció su vecino, que le cortó el paso y se puso a quejarse de cómo estaban los tiempos para las granjas. Como sabía que al hombre lo que le pasaba era
que estaba muy solo, Finn se obligó a escucharlo aunque aquello le impedía ir tras Maggie.
¿Qué estaba haciendo en Shrewsbury? ¿Por qué no había vuelto a Londres? Nunca le había contado qué la había llevado a Shorpshire ... habían tenido otras cosas más
interesantes que hacer que ponerse a hablar de su agenda cotidiana.
Maggie... Finn cerró los ojos y sintió que el dolor de su pérdida lo embargaba.
Maggie sacó la llave para abrir la puerta del coche y miró hacia atrás. No vio a Finn en el aparcamiento. Se dijo que se alegraba de que no la hubiera seguido. Si
lo hubiera hecho, le habría dicho que estaba perdiendo el tiempo. Lo habría hecho, ¿verdad? Arrancó, paró, volvió a mirar a su alrededor, y se fue lentamente.
La subasta no se iba a celebrar hasta el día siguiente por la mañana, pero el agente inmobiliario encargado había accedido a verla y Maggie tenía esperanzas de poder
convencerlo para que le vendiera Dower House sin sacarla a subasta. No le importaba tener que pagar lo que fuera. Tenía que comprarle la casa a su abuela; le había
parecido más triste que nunca cuando la había llamado desde el hotel.
Lampton era una localidad rural pequeña y tradicional, con una mezcla de varios estilos arquitectónicos que dejaba constancia de su crecimiento a través de los siglos.
Al aparcar en la puerta de la agencia, se dio cuenta de que habría tardado menos si hubiera ido andando. Aunque con los preciosos zapatos de tacón que llevaba...
Seguro que a Finn le habrían parecido poco prácticos y ridículos..., lo que, sin duda, quería decir que hacían juego con ella.
Finn. ¿Por qué volvía a pensar en él? ¿Había olvidado que él quería que se fuera a vivir a aquella granja apartada? Un movimiento muy inteligente. Sabía perfectamente
que lo que le estaba sugiriendo era completamente imposible. Lo habría sorprendido si hubiera dicho que sí.
Al menos, había sido una manera original de deshacerse de ella.
Mientras empujaba la puerta, tuvo que luchar contra un sentimiento de pérdida que quería anclarse en su corazón. Se dijo que debería dar gracias por haber vuelto
a la realidad en lugar de lamentarse por haber perdido una loca fantasía de la que había tenido suerte de poder escapar.
- Lo siento mucho - dijo Philip Crabtree, el agente inmobiliario -, pero tengo órdenes estrictas de subastar la finca y no vender antes.
- ¿Por qué? - insistió Maggie -. Estoy dispuesta a pagar lo que sea.
Al hombre le cayó bien. Era obvio lo importante que era para ella Dower House, pero no podía hacer nada.
- Lo único que le puedo decir es que son órdenes del propietario.
- ¿Quién es el propietario? - preguntó Maggie... Quizás pudiera hablar con él en persona.
- Un estadounidense que ha heredado sin esperarlo esta finca y otra más grande también en Gran Bretaña. Ha dejado muy claro cómo quiere que se lleve a cabo la venta.
Iba a venir en persona, pero no ha podido porque le ha surgido algo. Lo siento - repitió, al ver la cara de Maggie - Ya veo lo mucho que quiere la casa.
- No es para mí - le explicó -. Es para mi abuela - añadió resumiéndole la situación.
El hombre se mostró todavía más amable.
- Ojalá pudiera hacer algo, pero tengo que cumplir las exigencias del cliente. Quizás no debería decírselo, pero no hay mucha gente interesada, así que no debe
usted preocuparse por los demás postores.
Maggie le dio las gracias y se fue. Sabía que debería sentirse más tranquila, pero habría sido mejor si hubiera sabido que la Dower House ya era suya, sin tener
que esperar a la subasta.
Además, quería irse de Shorpshire cuanto antes. Por si acaso. Por si acaso, ¿qué? Por si volvía a ver a Finn y le decía que se había equivocado, que había recapacitado
y se había dado cuenta de su error, que la amaba locamente y que le diera una segunda oportunidad...
Por un momento, se permitió regocijarse ante aquel supuesto. No porque quisiera verlo, no, claro que no, sino para que quedara claro que era ella quien tenía razón.
Solo por eso. De hecho, era un alivio saber que no lo iba a volver a ver. "Sí, desde luego que lo era", pensó dé camino al hotel.
Al dejar la carretera principal y entrar en el camino arbolado que conducía a la mansión georgiana de la finca donde se iba a celebrar la subasta, Maggie no pudo
evitar fijarse en el esplendor de los alrededores. Los árboles estaban en toda su gloria otoñal y el sol bañaba el aparcamiento. La casa era impresionante, ni demasiado
grande ni con anejos que le hubieran restado solemnidad.
Tenía una amiga en Londres que se acababa de casar con treinta y tantos años y que estaba desesperada por encontrar una casa así y, sospechaba ella, desesperada
también por sacar a su flamante marido de la arena londinense donde otras muchas mujeres lo asediaban. Cuando le dijo que no le parecía bien que renunciara a su
excelente trabajo, su amiga le contestó que tenía pensado trabajar desde el campo y que lo único que necesitaba era la casa apropiada. Quería una casa de estilo
georgiano, como la que tenía frente a sí.
No se podía negar. Era preciosa. Maggie dejó el coche detrás de otros tres.
La puerta principal estaba abierta y pasó al salón donde se iba a celebrar la subasta, en el que había unos folletos como el que ella ya tenía con un listado de
los objetos que se iban a subastar.
La casa principal y sus jardines, la granja y sus edificios no le interesaban... aunque los pudiera haber comprado, que no era el caso. Solo una persona extremadamente
rica podría comprar el lote entero. No, a ella solo le interesaba Dower House, que era el lote número cuatro.
Estaba a unos dos kilómetros de la casa principal, tenía un bonito jardín privado y acceso directo a la carretera principal. Al entrar en el salón, comprobó que
Philip Crabtree tenía razón. Aparte del él y una joven que debía de ser su ayudante, solo había otras seis personas.
En cuanto la vio, el agente se acercó a ella y le presentó a su ayudante para pasar a decirle que el hombre fornido de traje que estaba examinando, con su contable,
la desgastada seda amarilla que cubría las paredes era un constructor que quería la casa principal, las cuadras y los garajes con fines inmobiliarios, que el hombre
que estaba mirando por la ventana, era granjero, había llegado acompañado por su hijo y estaba interesado en las tierras de labranza y que la joven pareja que estaba
de pie y nerviosa quería comprar una de las casitas.
- Normalmente, cuando hacemos subastas en la ciudad, vienen muchos curiosos. Si hubiéramos subastado muebles y otros objetos, habría venido mucha más gente, pero
no es el caso porque el mobiliario va con las casas y no tiene valor.
Philip miró el reloj. La subasta estaba a punto de comenzar y el agente parecía preocupado. Maggie le dio las gracias por la información y se alejó.
La tela de las paredes estaba descolorida por el sol y, a pesar de que había viejos radiadores en la estancia, hacía frío y olía a humedad y a viejo. A pesar de
ello, Maggie sintió una sensación de preocupación y compasión, como si la casa le estuviera diciendo lo mucho que anhelaban que la quisieran de nuevo, que le devolvieran
la vida.
Aquellos pensamientos intensos y repentinos la pillaron por sorpresa cuando el agente anunció que la subasta iba a empezar.
Mientras iba hacia el semicírculo de gente, Maggie vio que Philip estaba mirando detrás de ella, como si...
Se giró y se quedó de piedra al ver a Finn. Sintió que el corazón le daba un vuelco. ¿Cómo la había encontrado? ¿Cómo se había enterado...? Intentó recomponerse
diciéndose cómo debería estar reaccionando, lo que debería estar sintiendo. Desde luego, no aquella mezcla de angustia: dulcemente dolorosa y de alegría. Consiguió
controlarla. ¿Cómo demonios se atrevía a presentarse allí sabiendo que no tendría más remedio que hablar con él? Sí, así estaba mejor.
Sin embargo, bajo el enfado seguía sintiendo aquella excitación y aquel placer que su cuerpo había registrado nada más verlo. No pensaba ir a hablar con él en esos
momentos. Tendría que esperar a después de la subasta, hasta que estuviera preparada y en guardia...
- Vaya, Finn, menos mal. Empezaba a creer que no ibas a llegar.
Al ver la simpatía y el alivio con los que el agente lo saludaba, Maggie puso freno a sus pensamientos. Era desagradablemente obvio que Philip esperaba la llegada
de Finn.
- Siento llegar tarde - se disculpó Finn dejando de mirarla. En cuanto el agente volvió a su sitio, volvió a mirarla y Maggie tuvo claro, por la expresión seria
de su rostro, que no había ido a buscarla.
La ayudante de Philip, loca por hablar con Finn, casi se la llevó por delante. Llegó a su lado, le sonrió y se colocó tan cerca de él que, si se hubiera acercado
un centímetro más, le habría rozado. Era obvio que estaba tonteando con él.
Y Finn, por supuesto, estaba disfrutando de su atención. ¿Qué hombre no lo habría hecho?
Los miró con desprecio, pensando lo horrible que era dejarle tan claro a un hombre lo interesada que se estaba por él, y en ese momento Finn la miró.
¿Qué vio en aquellos ojos azules e invernales? Burla, vanidad, desprecio, furia, además de hostilidad y sospecha; todo aquello hizo que ella lo mirara con resentimiento
y orgullo. Aun así, no fue capaz de dejar de mirarlo, por lo que fue él quien dio por terminado aquel duelo.
La subasta había comenzado y Maggie decidió concentrarse en ella. El constructor había empezado pujando por la casa principal una cantidad que sorprendió a Maggie,
pero la verdadera se la llevó cuando vio al subastador mirar detrás de ella. No pudo evitarlo. Se giro y vio que Finn, un granjero sin granja, estaba pujando por
una casa que el constructor no estaba dispuesto a soltar así como así, como lo indicaba su movimiento de cabeza por dos millones de libras.
La batalla entre Finn y el constructor siguió.
Ella, que había creído que Finn debía de pasar apuros económicos, estaba viendo cómo la casa se aproximaba a los tres millones.
Al llegar a los tres millones doscientas cincuenta mil libras, Maggie vio que el constructor miraba a su contable y aceptaba la derrota de mala gana.
Sin poder creérselo, vio al agente dar la enhorabuena a Finn con visible alegría y pasar a subastar la tierra.
Si creía que ella iba a felicitarlo también, estaba muy equivocado, pensó dándole la espalda. Se iría ahora que había conseguido lo que quería, ¿verdad? Se ruborizó
al recordar el loco pensamiento de que había aparecido en la subasta buscándola. Menos mal que no le había dicho nada que le hubiera dejado ver lo que estaba pensando.
Eso la habría puesto a tiro de sus burlas y su rechazo.
Finn vio cómo Maggie se giraba. Todavía no se había repuesto de la sorpresa que le había causado encontrarla allí ni del dolor que le había provocado darse cuenta
de que no estaba allí por él.
Casi distraídamente, asintió al agente dando a entender que le interesaba la tierra. Había estado a punto de llegar tarde a la subasta por su culpa. Una noche en
la que apenas había dormido y en la que había soñado con ella había hecho que le ocurriera algo que nunca le ocurría: se había quedado dormido. Nada más enterarse
de que la finca iba a subastarse, había decidido comprarla. Sería el colofón de una década de búsqueda, pero, en lugar de concentrarse en la subasta, no podía dejar
de pensar en Maggie.
¿Qué estaba haciendo allí? Pujar por uno de los lotes, era obvio. ¿Cuál? Ni la casa principal, ni las tierras. Frunció el ceño y levantó el brazo para igualar la
cantidad que ofrecía Audley Slater, un granjero de la zona cuya familia llevaba varias generaciones allí. Sus tierras estaban junto a las de la finca y Finn entendía
muy bien por que quena comprarlas, pero Audley defendía la agricultura intensiva mientras que él sabía que podía drenar los prados y vender los derechos de pesca
del río. Lo que quería era quedarse con los prados y devolverles su aspecto original.
A Maggie no le interesaban las tierras, así que tenía que ser una de las casitas o la Dower House.
Finn volvió a fruncir el ceño. Philip no le había comentado nada de los demás compradores, solo que había gente interesada en las casitas y en Dower House. Él no
le había querido revelar sus intenciones y se había limitado a decirle que le interesaban la casa principal y las tierras.
Por el rabillo del ojo, Finn vio a Audley negar con la cabeza.
Cinco minutos después, cuando las tierras ya eran suyas, el otro granjero se acercó a él.
- Te va a llevar media vida rentabilizar las tierras al precio que has pagado por ellas - le espetó.
Maggie vio a Finn hablando con el granjero contra el que acababa de pujar. A su lado, la joven pareja se abrazaba y hablaba en voz baja.
- No queda mucho - le dijo el agente al pasar junto a ella.
La puja por las casitas no fue muy larga. En cuanto la pareja se dio cuenta de que Finn estaba interesado, casi se dieron por vencidos. Maggie sintió pena por ellos.
Sintió que el estómago se le revolvía cuando el subastador anunció la Dower House.
- Se trata de una preciosa casa georgiana con amplio jardín y excelente ubicación, que necesita algunas reformas. La puja comienza en doscientas mil libras.
Sin mirar a Finn, Maggie levantó el folleto.
- Doscientas mil libras - dijo con ansiedad.
Así que era la Dower House lo que le interesaba. Claro, perfecta para retirarse los fines de semana con su novio. El hombre del que no le había hablado, el que,
tal y cómo se le había entregado, él nunca habría adivinado que tenía si no hubiera sido por aquella llamada telefónica. Si Maggie se quedaba con la casa, sin duda,
la derribaría por dentro, llevaría a un equipo de arquitectos para rehacerla y, cuando estuviera terminada, desembarcaría el mejor decorador de interiores de Londres.
La Dower House pertenecía a la finca, era parte de su historia y bajo ningún concepto iba a permitir que ningún visitante de fin de semana viviera junto a él. Ninguno...
y, menos, Maggie y su pareja. Superó su puja. Le costara lo que le costara, no iba a dejar que Maggie comprara Dower House. No podría aguantar tenerla cerca, aunque
solo fuera de vez en cuando, recordándole ciertas cosas que no quería recordar.
Maggie apretó los dientes intentando que no se le notara el enfado. Lo estaba haciendo aposta, seguro. El subastador le había dicho prácticamente que la casa era
suya, que no había nadie más interesado. Desalentada, comprobó que Finn volvía a igualar su oferta. Trescientas mil libras. No podía pararse..
Ignorando el interés que su batalla estaba creando en los presentes, Maggie y Finn siguieron adelante. Trescientas cincuenta, trescientas setenta y cinco, cuatrocientas...
Cuando ofreció cuatrocientas veinticinco mil, vio que el agente la miraba con preocupación. Saber que sentía pena por ella no hizo más que azuzarla. Cuatrocientas
cincuenta, cuatrocientas setenta y cinco. Maggie estaba llegando a su límite, pero no le importaba. Solo quería ganar... solo quería que Finn no la ganara.
Estaba de pie a menos de dos metros y, sin poder evitarlo, se giró hacia él.
- ¿Por qué estás haciendo esto? - le dijo en voz baja.
- ¿Tú qué crees? - contestó él con la misma dureza -. No voy a permitir que te quedes con la Dower House, Maggie. No me importa lo que cueste.
Maggie sintió que la aprensión estaba a punto de igualar a la furia.
- ¡Quinientas mil!
Sintió un escalofrío que le recorría la espalda al oír a Finn pujar con voz fría y dura. Cuando él dejó de mirarla y miró al agente, Maggie sintió la inusual llamada
del riesgo y, en lugar de escuchar a la vocecilla interior que le pedía prudencia, se puso a hacer números. Tendría que volver a hipotecar su piso de Londres poniendo
de aval su empresa, además de dejar las cuentas a cero...
Al final, la ruina a la que se tendría que enfrentar si dejaba que su orgullo la arrastrara hizo mella en ella. Sentía la tensión que reinaba en el ambiente, la
fascinación que su duelo había creado entre los demás. Su orgullo le dijo que no tirara la toalla, pero la realidad era que no podía seguir. Al darse cuenta de su
vulnerabilidad, sintió fuego en los ojos y no quiso pararse a pensar qué amargas sensaciones lo provocaban. Con la cabeza bien alta, miró a Finn fijamente por primera
vez desde que había empezado la subasta. Él la miró también con ojos fríos e inexpresivos.
El agente estaba esperando que igualara la última cantidad que había dicho Finn. Maggie negó con la cabeza, horrorizada por las inesperadas lágrimas que brotaron
de sus ojos. No pudo soportar más y se fue hacia la puerta.
Acababa de llegar al coche cuando Finn llegó a su lado. Quería hablar con ella antes de que se fuera, pero se había retrasado negociando con la joven pareja. Resultó
que eran de la zona; él era ingeniero agrónomo y acababa de terminar la carrera con excelentes notas. Finn decidió alquilarle una de las casitas a buen precio a
cambio de que trabajara para él.
En cuanto a Maggie y a la Dower House, sabía que había hecho lo correcto, lo único que podía hacer, pero hubo algo en el modo en el ella lo había mirado aceptando
su derrota que... ¿Que qué? ¿Que le hizo pensar que se había comportado mal, que había sido injusto?
- Maggie...
Al oír su voz, sintió que las emociones la envolvían. Se giró y lo miró.
- Si vienes a pavonearte de tu victoria, no te molestes - rió amargamente -. Supongo que debería haber sabido que nunca me dejarías ganar. Qué bonito debe de ser
tirar así tanto dinero sin reparar en las consecuencias. Espero que te haya merecido la pena.
- Así ha sido - le aseguró Finn igual de enfadado -. Habría pagado el doble para impedir que gente como tú se hiciera con Dower House...
- ¿Gente como yo? - repitió ella furiosa.
- Gente de la ciudad que viene al campo a pasar solo el fin de semana - contestó él -. El campo es para vivirlo todos los días, no para venir de vez en cuando.
- Ah, ya entiendo. Soy lo suficientemente buena como para llevarme a la cama, pero no para tenerme de vecina. ¿Es eso lo que me estás diciendo? Mira, para tu información...
- se interrumpió al darse cuenta de que era la segunda vez en menos de media hora en la que sus sentimientos la llevaban al borde de las lágrimas.
- Que nos acostáramos no tiene nada que ver con Dower House - mintió Finn. En su fuero interno, sabía que el hecho de haber sido amantes tenía todo que ver con
no quererla de vecina. No quería que compartiera Dower House, y su cama, con el hombre al que había llamado "cariño", no cuando se había pasado toda la noche muriéndose
por estar con ella y seguía sin querer admitir que era imposible que hubiera una relación con Maggie.
- Has pujado por Dower House para fastidiarme - lo acusó al recobrar el control.
- No - negó - Finn -. Quería comprar la finca entera...
- No fue eso lo que me dijo el agente - protestó Maggie -. Él me dijo que nadie más iba a pujar por Dower House.
- Puede que creyera eso, pero...
- Pero, en cuanto te diste cuenta de que yo la quería, decidiste quitármela - lo interrumpió con amargura y furia.
- Hay otras casas - apuntó Finn.
- No para mí.
Parecía angustiada. Finn sintió ganas de consolarla. Había repuesto su vestuario desde que se había ido de su casa. Llevaba el abrigo de cachemira de color caramelo
con el que la había visto en Shrewsbury y unos pantalones a juego con un fino cuerpo de punto que le marcaba los pechos. Estaba elegante, pero vulnerable. La delicadeza
de su pequeño rostro con forma de corazón y aquellos enormes ojos castaños hicieron que Finn se enfadara consigo mismo por sentir lo que estaba sintiendo.
Se giró bruscamente y, al hacerlo, una ráfaga de viento le abrió el abrigo, que no llevaba abrochado. Automáticamente, se lo colocó y Finn hizo lo mismo. Sus manos
se tocaron y Maggie retiró la suya como si se hubiera quemado. La de Finn fue a parar a su cadera.
Finn se encontró recordando su fragilidad y el deseo se disparó en su cuerpo.
- Maggie.
La necesidad que se adivinaba en su voz tuvo en ella el mismo impacto que el alcohol en un estómago vacío. Se sorprendió a sí misma inclinándose hacia delante para
satisfacer aquel deseo condensado en su nombre. Los dos estaban pensando en lo mismo. Desnudos, en la cama...
- Suéltame - dijo en un hilo de voz. Sintió pánico de sí misma, de su reacción, de lo que podría revelar si seguía allí.
Se alejó de él, pero no podía ir a ningún sitio. Estaba atrapada entre Finn y el coche. Sintió el enfado y la excitación luchando por ganar la batalla interna. Finn
estaba inclinándose.
Sus labios dijeron "no", pero fue demasiado tarde. El beso que se dieron fue hostil y vengativo, una fiera presión de labios contra labios, boca contra boca, lengua
contra lengua durante la batalla que libraron uno contra otro y contra sí mismos.
El tiempo que había estado entre sus brazos le había enseñado el peligro que representaba para ella la sensualidad de Finn, y aquel beso le dejó claro que había
hecho bien alejándose de él.
Sentir emociones tan intensas la asustaba. Saber que era capaz de desear tan apasionadamente a un hombre que la enfurecía tanto, desearlo tanto que una parte de
ella estaba saboreando la salvaje pasión del encuentro, la sorprendió y horrorizó. Darse cuenta de que era capaz de dejarse llevar completamente por los sentimientos
de una manera que iba en contra de todo lo que era importante para ella le hizo sentir pánico. Un pánico que la ayudó a apartar la boca, a empujar a Finn, abrir
la puerta del coche y meterse dentro.
Mientras la veía alejarse dejando una estela de grava y polvo, Finn intentó recuperar la respiración y el control sobre sus sentimientos. ¿Por qué diablos había
hecho aquello? Distraídamente, se tocó el labio inferior e hizo una mueca de dolor al tocarse el lugar que Maggie le acababa de morder. Nunca había conocido a una
mujer tan apasionada, contradictoria y peligrosa... y deseó no haberla conocido nunca.
No haber conocido nunca a Maggie y, menos, sabiendo que estaba con otro hombre.
Capítulo 5
ME alegro de poderla ver antes de que se fuera de la ciudad - dijo Philip al llegar corriendo al vestíbulo del hotel de Maggie justo cuando ella se iba -. Siento
mucho lo de Dower House - añadió ignorando el frío recibimiento.
- Usted me dijo que nadie más iba a pujar por ella - le espetó Maggie incapaz de controlarse, tal y como había decidido hacer cuando lo había visto corriendo hacia
ella. Una humillación como la que había sufrido a manos de Finn no era fácil de soportar.
No había querido quedarse una noche más en Shorpshire, así que se iba a Londres.
- Yo creía que iba a ser así - insistió el agente.
Estaba tan angustiado que Maggie supo que le estaba diciendo la verdad.
- Finn me dijo que quería la casa principal y las tierras. Yo di por hecho que el resto no le interesaba. Él también me propuso comprar antes de la subasta y a
él también le expliqué el deseo del propietario de que se subastara en lotes. Normalmente, como ha sido él caso, se obtiene más dinero así. Finn llevaba tiempo buscando
una granja o una pequeña finca - hizo una pausa y se encogió de hombros incómodo -. Lo siento, de verdad. No tenía ni idea de que fuera a pujar por Dower House.
Maggie le sonrió levemente. Sospechaba lo que le había hecho cambiar de opinión tan de repente. En cuanto se había dado cuenta de que a ella le interesaba, había
decidido arrebatárselo a cualquier precio.
- Bueno, yo tampoco podía ofrecer más - dijo fingiendo una dejadez que no sentía en absoluto.
"No, pero lo ha intentado", pensó Philip recordando que la casa había alcanzado casi el doble de su precio de mercado.
Estaba acostumbrado a ver a dos personas ofuscadas por conseguir lo mismo en una subasta, la determinación que se apoderaba de ellos para superar la puja del contrario,
pero no recordaba un ambiente tan tenso como el que se había creado entre Finn y Maggie. Al ver la expresión de la cara de ella al abandonar la sala, se había preocupado
y había ido detrás para asegurarle que él no tenía conocimiento previo de las intenciones de Finn.
- Sé lo mucho que Dower House significaba para usted - añadió con la certeza de que había llorado al verse derrotada -. Finn es un hombre muy generoso, un filántropo.
Quizás, si fuera a hablar con él, se la alquilaría... Sé que lo va a hacer con una de las casitas, se la va a alquilar a Linda y Pete Hardy, la pareja que estaba
en la subasta. Están encantados con Finn. Además, Pete va a trabajar para él. Una de las razones por las que querían ver si podían obtener la casa a buen precio
era porque Linda es enfermera, pero Pete no tenía trabajo.
Mientras digería tanta generosidad por parte de Finn hacia la joven pareja, su respuesta fue inmediata.
- No.
Maggie se dio cuenta de que la fuerza de su negativa había sorprendido al agente.
- Quería regalarle la casa a mi abuela, no darle un contrato de alquiler - añadió intentando sonreír.
Aunque la explicación era algo ilógica, lo último que iba a hacer era contarle la verdad de por qué Finn se negaría a hacer cualquier cosa por ella.
- Bueno, si está segura, me voy a ir a ver a Finn - dijo Philip -. La compra de la finca va a dejar su cuenta reducida en varios millones de libras... no es que
no pueda permitírselo, no es eso.
Le estaba hablando de Finn como si ella supiera su situación exacta.
- No sabía que la agricultura diera tanto dinero - dijo sabiendo que se iba a arrepentir por dejar llevarse por la curiosidad.
El agente se rió.
- No es por la agricultura. De hecho, los planes de Finn en cuanto al cultivo biológico no tienen mucha aceptación por aquí, particularmente por parte de Audley
Slater, pero Finn no vive de la tierra. Amasó una auténtica fortuna como analista financiero en la City y tuvo el acierto de comprar acciones. Ganó millones - le
explicó.
Finn había sido analista financiero en la City. Maggie no se lo podía creen. Era incapaz de ver a Finn como uno de aquellos jóvenes de los que se contaban historias
increíbles de todo tipo de excesos.
La revelación del agente la afectó más de lo que quería admitir, pero consiguió sonreír educadamente y estrecharle la mano antes de irse.
¿Por qué no le había dicho nada? ¿Por qué le había hecho creer que no sabía nada de la ciudad? Darse cuenta de lo poco que sabía sobre él, de lo mucho que se había
equivocado, reforzó su miedo a las relaciones. La plaza estaba prácticamente vacía. ¿Qué esperaba? ¿Ver el Land Rover de Finn? ¡Un Land Rover lleno de barro! Los
analistas financieros llevaban deportivos rápidos y caros, salían con modelos y actrices. Les encantaba la vida de la ciudad y las mujeres de ciudad. Pero no, a
Finn.
Lo único que Finn sentía por las mujeres de ciudad era desprecio...
¿Por todas las mujeres de ciudad o solo por una? ¿Solo por ella?
Maggie se metió en el coche apesadumbrada. Tenía un largo trayecto por delante y estaba decidida a no seguir pensando en Finn Gordon. ¿Para qué? Al fin y al cabo,
no significaba nada para ella. Absolutamente nada.
Finn no sabía qué estaba haciendo. Tenía cosas mejores que hacer que perder el tiempo. ¿Por qué tenía que pedir perdón, además? Enfrascado en sus pensamientos, avanzó
por las estrechas calles hacia el hotel de Maggie. Cualquiera diría que estaba buscando cualquier excusa para verla y no era así en absoluto. Ya tenía a otro hombre
en su vida y, aunque no hubiera sido así, había dejado muy claro que no estaba dispuesta a dejar su vida en la ciudad.
Aparcó y se recordó que, de todas formas, tenía que ir al centro para ver a Philip.
- Finn, iba justo a la oficina para llamarte.
Finn maldijo en silencio y miró hacia el hotel. El recuerdo del beso que se habían dado tras la subasta todavía lo hacía acalorarse...
- Vengo de ver a Maggie Russell... me sentí obligado. No sabía que tú también estabas interesado en Dower House y me temo que le hice creer que era la única compradora
interesada.
Por suerte, he llegado antes de que se fuera.
¿De que se fuera? ¿Maggie se había ido?
Las repentinas ganas que le entraron de entrar en el coche no eran para salir corriendo tras ella, ¿verdad?
- Le sugerí que hablara contigo para ver si se la alquilabas - continuó Philip -. Porque, al fin y al cabo, para ti es mejor tenerla alquilada que vacía. Además,
sería una inquilina muy buena. Es una mujer mayor, viuda y...
- ¿Qué?
Finn se quedó mirando al agente. Su grito lo había dejado confundido.
- Una viuda mayor - repitió -. Es su abuela. Maggie me contó la historia cuando vino a verme para ver si podía comprar la casa antes de que saliera a subasta. No
creo que le importe que te la cuente.
Finn sí lo creía, pero le dio igual.
- Parece ser que sus abuelos vivieron en Dower House nada más casarse. Su abuelo murió hace poco y está preocupada por su abuela. Cuando vio que Dower House iba
a ser subastada, pensó en comprarla para ella, para animarla.
Su abuela. ¡Maggie quería la casa para su abuela! Finn digirió en silencio la información. Recordó la expresión de sus ojos cuando se dio cuenta de que le iba a
arrebatar la casa.
Aquello hizo que la viera de forma completamente diferente, como una mujer preocupada por sus seres queridos. No le había hablado de su abuela, solo de su empresa.
Tampoco había hablado de que tuviera pareja. Más bien, había dicho todo lo contrario.
Aquella tarde, mientras volvía a su casa, seguía pensando en ella. Al pasar por el vado, se sorprendió mirando el agua como para ver si encontraba uno de sus inadecuados
zapatos. Aquella mañana, se había dado cuenta de que llevaba otro par con tacones igual de altos, pero, en lugar de parecerle lo menos adecuado y más peligroso para
el campo, le pareció que había algo especial en su indumentaria que la hacía única.
No tener familia era algo que siempre lo había atormentado. Sus padres se habían casado mayores, así que él no había conocido a sus abuelos. Su padre había muerto
de un infarto poco después de que él cumpliera dieciocho años y su madre murió menos de un año después. Su experiencia le había enseñado lo importante que era la
familia.
- Y entonces Bas me dijo que no le importaba. Cuánto tiempo tuviera que estar pidiéndomelo, pero que no iba a parar hasta que le dijera que sí me quería casar con
él, así que decidí darle el sí inmediatamente para ahorrarnos tiempo los dos.
Maggie rió con las demás ante la historia de Lisa, que llevaba un inmenso solitario en la mano cuando semanas antes había jurado y perjurado que nunca se casaría.
Las ocho llevaban cinco años reuniéndose una vez a la semana. Todas eran mujeres trabajadoras, independientes, de entre veinte y treinta y tantos años, con casa
propia, coches, dinero suficiente para comprarse un solitario si quisieran y decididas a quedarse solteras. Pero las cosas estaban cambiando.
Maggie no estaba segura de poder decir a ciencia cierta cuándo se habían empezado a operar los cambios, pero sabía que era así. Habían pasado de hablar de negocios
a hablar de temas mucho más personales. Habían empezado a colarse los nombres de sus familiares en las conversaciones, así como las confesiones de las presiones
sufridas por parte de las familias por no estar casadas y no tener hijos. El vínculo se había hecho más fuerte. Maggie había disfrutado de aquel acercamiento porque
sus amigas eran importantes para ella y sabía que no era la única que pensaba así. Los amigos, tal y como sabía todo aquel que leyera la prensa, se habían convertido
en las nuevas familias.
Sin embargo, las cosas estaban volviendo a cambiar y a Maggie no le estaba gustando.
Había empezado Caitlin al volver de unas vacaciones en Irlanda y anunciar que se iba a vivir con su novio.
- Mi hermana tiene un bebé precioso - les había dicho -, y me he dado cuenta de que soy cinco años mayor que ella, así que, como no tenga cuidado...
- Es tú reloj biológico, que te llama - había dicho Lisa. Así había comenzado todo.
Ahora, todas tenían pareja... excepto ella, pensó Maggie mientras las demás se reían y tomaban el pelo a Lisa. Ellas habían cambiado, no ella. Ahora hablaban de
tener otros objetivos en la vida. Mientas hablaba con sus amigas, pensó que Finn, con su estilo de vida de vuelta a la naturaleza, estaba más cerca de sus amigas
que ella. Se sintió... sintió casi como si no las conociera, como si fuera una extraña. Y, sin querer analizar por qué, decidió que Finn tenía la culpa. ¿Por qué
no? Al fin y al cabo, era culpa suya que pensara en él.
- Por supuesto, mi madre ha saltado al ruedo - estaba diciendo Lisa - y no sé cómo voy a hacer para que no me organice una boda por todo lo alto... y Bas no me
es de mucha ayuda. Él la anima, más bien. Si se sale con la suya, no sé cómo voy a llegar al altar porque nunca he conocido a un hombre tan desesperado por ser padre...
- Es lo que se lleva ahora - interrumpió Charlotte -. A los hombres les encantan los niños. Todos están trabajando menos, haciendo menos horas, insisten en que
quieren pasar, más tiempo con sus familias. He perdido la cuenta de la cantidad de parejas que conozco que se han ido de la ciudad el año pasado y todo por los niños
- añadió encogiéndose de hombros -. La verdad es que no hay nada más acogedor que una gran casa en el campo desde la que puedes trabajar y en la que cabe toda la
familia. Mucha gente está convenciendo a sus padres para que se vayan con ellos, también. Porque, claro, ¿quién mejor para cuidarte a los niños que los abuelos?
Maggie escuchó el debate que se desencadenó a continuación y sintió una punzada de dolor, de no pertenecer allí, pero aquellas eran sus amigas, las mujeres con las
que había compartido sus sueños y esperanzas durante cinco años. Eran, junto a su abuela, su única familia.
- Irse a vivir al campo está de moda - apuntó Tanya -. Mirad Greta y Nigel. Los que tienen recursos económicos, quieren una casa en el campo y un pisito en la ciudad,
pe ro...
Mientras las demás seguían hablando, Maggie no dijo nada, enfrascada como estaba en su propio dolor.
- Estás muy callada, Maggie - dijo Charlotte mirándola. No le dio tiempo a contestar porque Lisa se dirigió a ella.
- A Maggie todo esto no le debe de hacer ninguna gracia. Te debemos de parecer todas unas traidoras, ¿verdad? - rió.
- No, claro que no - contestó Maggie. Vio que ninguna la creyó y que, de repente, había quedado excluida de su recién estrenada proximidad. - Anteponer las relaciones
es lo que todo el mundo hace ahora, Maggie - le dijo Tanya amablemente.
Tanya sabía lo que decía. Tenía un buen puesto de trabajo, pero hacía seis meses se había ido de vacaciones a una isla, había conocido a un hombre y lo iba a dejar
todo para irse con él a hacer senderismo por los Andes.
No hacía falta que nadie le dijera lo que ya sabía, últimamente, había hecho multitud de contratos con cláusulas en las que se dejaba muy claro que querían tiempo
para estar con sus familias.
En el pasado, sus reuniones se habían alargado, pero ahora parecía que todas tenían algo que hacer... menos ella. Volvió a casa andando y, a mitad de camino, se
metió en un supermercado.
Una vez fuera de nuevo, se preguntó por qué había sentido la imperiosa necesidad de comprar los ingredientes necesarios para hacer chile.
- Abuela, ¿por qué no te vienes a Londres conmigo? Podemos ir de compras y hay una obra de teatro muy buena - sugirió Maggie a su abuela aquel fin de semana.
- No... no. Te agradezco que pienses en mí, pero no tengo ánimo. Al menos, en esta casa me siento más cerca de tu abuelo aunque solo viviera aquí unos meses.
Sus abuelos se habían mudado a una casa más pequeña seis meses antes de la muerte de su abuelo. Maggie sintió un nudo en la garganta. Cada vez estaba peor. Estaba
cada vez más cansada y más derrotada, como si...
Sintió pánico. Si Finn no le hubiera impedido comprar Dower House, le podría estar diciendo a su abuela que tenía una sorpresa muy especial para ella. Podría estar
viendo su alegría al pensar en volver a la casa que había compartido con su marido recién casados. Sabía que en aquella casa, habría encontrado fuerzas para seguir
adelante.
Finn... Finn...
Se levantó y corrió a la cocina, abrió todos los armarios, buscando...
- Maggie, ¿qué haces?
Maggie miró a su abuela sintiéndose culpable.
- Ehh... voy a hacer chile.
- ¿Qué?
Maggie, roja como un tomate, cerró los armarios. ¿Qué le estaba sucediendo? ¿Por qué, cada vez que pensaba en Finn, sentías aquellas ganas irrefrenables de comer
chile?
La asociación de ideas era una cosa, pero llevarla hasta límites ridículos era otra. Sentir la necesidad física de preparar chile para sentirse más cerca de él,
de los momentos que habían compartido en la granja, estaba empezando a preocuparla. ¿Por qué necesitaba aferrarse a aquellos recuerdos como si... como si fueran
un manto protector que la librara de su ansiedad?
Había pasado más de un menos sin verlo.. bueno, cinco semanas, dos días y siete horas con cuarenta y cinco minutos, en realidad. No las había contado, no, si no
le importaba, qué va. En absoluto. Era completamente feliz tal y como estaba. Tenía una vida perfecta, tenía todo lo que siempre había querido tener. Si su abuela...
Maldito Finn. Maldito él y maldita su idea de que la gente de la ciudad no comprara casas en el campo. ¿Qué derecho tenía a decidir lo que los demás podían o no
podían hacer? Ninguno... Excepto tener dinero suficiente como para pagar dos veces más de lo que costaba una casa para quitársela a otra persona. Bueno, pues que
fuera feliz en su inmensa mansión, con sus tierras y sus alpacas y su Dower House vacía... No, en realidad, esperaba que fuera desdichado porque era lo que se merecía.
No como su adorada abuela, que no merecía ser desdichada en absoluto.
Finn miró con tristeza a su alrededor. Hacía tres días que había tomado posesión de la finca, había llevado el ganado y había contratado a un equipo de profesionales
de primer orden para trabajar con él. Entonces, ¿por qué no estaba feliz? En realidad, se sentía muy desdichado.
Desde la biblioteca, donde había instalado su despacho, veía por el ventanal Dower House, vacía tras su muro de ladrillo. A pesar de que la temperatura era agradable,
porque la calefacción, sorprendentemente, funcionaba bien, la casa le parecía fría.
Según la ayudante de Philip, necesitaba un toque femenino. Finn sabía exactamente a qué mujer se estaba refiriendo. Pero ella no era su tipo. No era... Maggie.
Se enfadó con la vocecilla que le había dicho aquello. El día anterior, había ido a ver Dower House. La estructura estaba bien, pero, por dentro necesitaba reformas,
como la casa principal.
- Es una pena que un sitio así esté vacío - le había dicho Shane Farrell, el hombre que había contratado como guarda -. A mí, no me importaría vivir aquí.
- Había pensado que tú te quedaras con la casita que hay junto a la de Pete - había contestado Finn.
Shane tenía razón. Era una pena que una casa así no tuviera ocupante, sobre todo sabiendo...
Se levantó y fue hacia la mesa. Descolgó el teléfono y buscó el número de su abogado.
Cuando llegó a casa, había una carta esperándola. Eran las nueve de la noche y había tenido un día agotador. Gayle estaba de baja con, bronquitis y, para rematarlos
la mujer con la que había contactado discretamente en nombre de uno, de sus mejores clientes la llamó enfadada para decirle que sus actuales jefes sabían lo que
estaba haciendo cuando ella había dejado muy claro que era imprescindible que las negociaciones sobre el nuevo puesto de trabajo fueran secretas. Maggie sospechaba
que había sido el socio de la mujer quien había filtrado la información. Trabajaban en lo mismo, pero él no estaba tan bien considerado. Aun así, no podía arriesgarse
a formular la acusación en voz alta.
También la habían llamado sus clientes, enfadados también tras haber recibido una llamada de la mujer. Había llegado tarde a comer con otro cliente, maniático de
la puntualidad, porque se había pasado un buen rato al teléfono intentando calmarlos. Después de comer, había llamado a su abuela y se había puesto muy nerviosa
al no poder localizarla ni en casa ni el móvil, que había insistido en que llevara.
Al final, cuando estaba a punto de irse a Sussex para comprobar que estaba bien, había contestado el móvil y le había dicho que no solía hacerlo cuando estaba visitando
la tumba de su abuelo porque le parecía mal.
Sin Gayle, Maggie se encontró con papeles hasta el cuello. Lo último que necesitaba era la llamada de un hombre al que le había buscado trabajo el año anterior y
que no había querido aceptarlo finalmente. De repente, le había dicho que "lo arreglara todo" con su cliente porque sí le interesaba.
Su profesionalidad había sido lo único que había hecho que sé mordiera la lengua y no le dijera cuatro cosas. Eso y la satisfacción de decirle amablemente que "arreglarlo
todo" no estaba en su mano.
Abrió la puerta de casa, recogió el correo y la cerró. El elegante edificio georgiano en el que vivía no tenía portero automático, entre otras cosas, porque no iban
con la estética arquitectónica del conjunto. Aquello a su abuela le había encantado.
- Lo siento, Maggie, pero no me fío de esos horribles aparatos. Me da la impresión de que no me oyen - le había dicho mientras Maggie se reía -. Estoy mucho más
tranquila sabiendo que estás protegida por un portero a la antigua usanza y que la puerta del portal tiene una buena cerradura. La tecnología está muy bien, pero
donde esté una buena cerradura de las de toda la vida...
Siempre que iba a visitarla, le llevaba algo de comer. No solo para ella, también para Bill, el portero, que era viudo y vivía en el sótano con un gran gato y que
no se entendía muy bien con los sistemas generales de calefacción y aire acondicionado.
Al entrar, percibió el insoportable calor. El silencio de su casa la ponía nerviosa. Incluso había soñado que se despertaba con pajaritos cantando y los sonidos
del campo.
Ridículo. Odiaba el campo. Era sucio, húmedo y estaba lleno de hombres con botas y Land Rover sucios, que se hacían pasar por modestos granjeros cuando tenían millones
de libras que utilizaban para impedir que gente como ella comprara una propiedad en su amado campo.
Se quitó el abrigo y abrió el correo. Se paró en seco furiosa. ¿Cómo se atrevía? Fue a la cocina y volvió a salir. Recogió la carta que había tirado y la releyó.
Finn se había enterado de que había querido comprar Dower House para su abuela y, con la condición de que ella nunca se fuera a vivir allí con su pareja, estaba
dispuesto a alquilársela por una suma adecuada, sobre la que tendrían que hablar. Si le escribía diciéndole que estaba de acuerdo, él se pondría en contacto con
sus abogados para que prepararan los documentos.
Maggie no se lo podía creer. Qué arrogancia. Atreverse a...
¿Se habría creído que iba a ... ? ¿A qué se refería con aquella condición de que no podía ir con su pareja? ¿Qué pareja? ¿Cómo había podido pensar que había estado
con él ... ? Sí, allí vio claramente al analista financiero. Claro, para él la idea de fidelidad debía de ser estúpida.
¿Escribirle? ¡No, tenía una idea mucho mejor!
Capítulo 6
EN la autopista, Maggie intentó pensar qué le iba a decir a Finn. Había creído que, tras una noche de sueño, se le habría pasado el enfado, pero no había sido así.
¡Cómo se atrevía a organizar su vida! ¿Con qué objeto había cambiado de opinión? ¿Para que le estuviera eternamente agradecida? ¿Después de esa condición tan insultante
que había puesto? ¿De verdad creía que, si hubiera estado con otro hombre, se habría comportado como lo había hecho con él? Por no decir que, si de verdad hubiera
estado con otro, jamás le habría permitido que le dijera cuándo o dónde tenía que verlo.
Enfrascada en su enfado, fue recorriendo kilómetros hasta que el hambre hizo mella en su estómago y le recordó el tiempo que hacía que no comía. La noche anterior
no había cenado porque estaba demasiado furiosa y aquella mañana estaba demasiado ocupada dilucidando qué le iba a decir para que no se atreviera a intentar controlar
su vida de nuevo como para pensar en desayunar. Se había tomado solo una taza de café y en esos momentos su cuerpo le estaba diciendo que necesitaba alimento.
Irritada, buscó un sitio donde comer. Hubiera preferido llegar a Shrewsbury enseguida, en lugar de tomar desvíos.
El lugar donde comió le recordó los lugares que solía frecuentar en Londres. Mientras esperaba a que le sirvieran la comida, estudió al grupo de jóvenes, hombres
y mujeres, sentados en la mesa de al lado. Vio que, si no fuera por la localización, no había mucha diferencia entre aquellas personas y sus amigos de Londres. Oyó
a uno de los jóvenes decir que había dicho que no a un trabajo en Londres porque, aunque le pagaban más, no quería renunciar a sus amigos ni a su familia.
Maggie se estremeció. ¿Habría acertado Tanya cuando le dijo que estaba en otro mundo, que se aferraba a valores y creencias que ya no eran viables? Las chicas le
habían asegurado que compromiso, con C mayúscula, era la palabra que corría de boca en boca, la que generaba expectación y esperanza y lo que todo el mundo quería.
- En el fondo, todos queremos que nos quieran - había dicho Lisa -. Lo que pasa es que a nuestra generación le ha costado mucho tiempo admitirlo. Nacimos cínicos.
Miramos a nuestros padres y sus estilos de vida y decimos "no, gracias". Preferimos ser solteros que arriesgarnos a pasar lo mismo que ellos. Los tiempos son diferentes...
nosotros somos diferentes. Vemos dónde se equivocaron ellos, lo importantes y valiosos que son los valores que ellos dejaron de lado por creerlos superfluos. Y lo
mejor es que, esta vez, son los hombres los que insisten en el compromiso. Amor, matrimonio, hijos, familia... de eso se trata ahora, Maggie. La generación "yo"
y todo lo que representaba ha desaparecido. Ahora, lo importante es el "nosotros"... compartir, querer, amar. Es maravilloso.
- ¿Desde cuándo ves todo de color de rosa? - había contestado Maggie secamente. Sin embargo, las palabras de Lisa habían quedado grabadas en su memoria a pesar
de querer desterrarlas de ella por cómo la hacían sentirse.
Sin querer darle más vueltas al asunto, pagó y salió. del restaurante. Estaba a tan solo una hora de la finca. No iba a tardar mucho en decirle lo que pensaba de
su carta y, como no iba a quedarse a escuchar lo que tuviera que decir, estaría de vuelta hacia Londres antes de que anocheciera.
Mientras iba hacia el coche, se dio cuenta de que había bajado la temperatura y se abrochó el abrigo.
- He estado buscando un abrigo así por todo Londres - se había quejado una amiga suya al vérselo -. Hay listas de espera de dos meses para comprarlo. ¿Dónde diablos
lo has encontrado?
Maggie se lo había dicho.
- ¿Shrewsbury? ¿Dónde está eso?
Maggie advirtió los nubarrones que se estaban formando en el horizonte. El campo estaba desnudo, las ovejas bien juntas unas al lado de las otras. Se acordó de las
alpacas de Finn y sonrió al recordar sus caritas, sus ojos tan grandes y aquellos cuellos tan largos que habían estirado cuando se había acercado a verlas.
¿Se estaba volviendo loca? ¿Qué hacía sonriendo ante el recuerdo de unos animales de granja? Y lo que era peor, ¿Por qué se preocupaba por ellas?
Aquella vez, encontró la carretera adecuada sin problema.
- Ni siquiera tuvo que mirar el mapa para encontrar la desviación a la finca Shopcutte.
Lo primero que vio al entrar fue que los árboles tenían menos hojas y lo segundo que el 4x4 de Finn estaba frente a la puerta principal.
Aquella sensación rara que se le estaba formando en el estómago no tenía nada que ver con arrepentimientos, ¿verdad? No, claro que no...
¡Claro que no!
Aun así, aparcó con cuidado. De hecho, hizo varias maniobras. "Para salir directa y airadamente", se dijo.
La semana anterior, para animarse, se había dado el capricho de comprarse unas preciosas sandalias de ante y tacón alto. Completamente inadecuadas para el invierno,
sí. También se había comprado el bolso a juego. Igual de inadecuado era el vestidito de gasa con un estampado de abejas que llevaba bajo el abrigo. La empleada había
dicho que estaba "monísima" con él. Aquel comentario había estado a punto de hacer que no lo comprara, pero, al final, no se había podido resistir.
Se lo había puesto para ir a ver a su abuela que le había dicho encantada que se parecía a uno que ella habla tenido en los años cuarenta.
- Era uno de los favoritos de tu abuelo...
La esclavina de piel falsa hacía efectivamente que pareciera de los años cuarenta. Era un vestido perfecto para salir por Londres, no para lucirlo en mitad de la
nada para un hombre que lo único que pensaría sería lo inadecuado que era y que, probablemente, se apresuraría a decírselo.
"Bien", pensó saliendo del coche y cerrando la puerta. Le encantó la idea de que Finn le diera más motivos de enfado. No se lo había puesto simplemente para contrariarle.
No, qué va.
Mientras avanzaba hacia la casa, se dio cuenta de lo tranquilo y silencioso que estaba todo. No había brisa y el cielo estaba plomizo. Miró hacia arriba y le pareció
que le caía un copo de nieve.
Nieve. En noviembre. Se cerró el abrigo y corrió hacia la puerta principal, que se abrió de repente.
- ¡Finn! - exclamó resentida.
- ¿Quién iba a ser? Vivo aquí - contestó él echándose a un lado para que entrara. El vestíbulo estaba mucho más limpio de lo que lo recordaba del día de la subasta.
Se fijó en el fuego de la chimenea y en los suelos de madera encerados mientras pensaba cómo se iba a enfrentar a Finn.
Tampoco era que necesitará preparación. Al fin y al cabo, solo era un hombre. Un hombre que... Como si se hubiera hartado de esperar a que dijera algo, Finn se colocó
ante ella. A pesar del frío que hacía solo llevaba una camiseta blanca que le marcaba el torso y le quedaba casi tan bien como los vaqueros desgastados.
Sin poder evitarlo, Maggie lo devoró con la mirada. No le costó mucho imaginárselo sin camiseta, aquellos abdominales marcados que ella había acariciado y besado.
Y aquella otra zona, un poco más abajo, por la que había seguido arrullada por sus gemidos...
Con la boca seca, intentó dejar de mirarlo y se dio cuenta de que él la estaba mirando igual de intensamente. Pero no fue deseo lo que vio en sus ojos, sino burla.
Desde el esmalte oscuro que llevaba en las uñas de los pies, pasando por sus sandalias y subiendo por el vestido. Se detuvo un momento en su cara y volvió a mirarle
los pies.
"Perfecto", pensó Maggie comenzando a enfurecerse. "Que diga una sola palabra de desaprobación y ... "
- Estás preciosa.
Maggie se quedó estupefacta y lo miró con la boca abierta. ¿Y las palabras de burla que había esperado oír?
Mientras la miraba, Finn le preguntó si Maggie sabría el efecto devastador que tenía sobre él aquel vestido que le marcaba deliciosamente cada centímetro de su femineidad.
Sin duda, lo habría comprado y se lo habría puesto pensando en su pareja. Finn se dejó arrastrar por los celos y la furia.
- Menos mal que la calefacción funciona bien porque, si no, menudo resfriado te ibas a agarrar. Tengo el despacho en la biblioteca. Por aquí - añadió -. Me sorprende
que te hayas molestado en venir hasta aquí. Los abogados podrían haberse encargado del contrato.
Maggie decidió no moverse de donde estaba.
- No va a haber ningún contrato - le dijo.
- ¿No? - dijo Finn girándose hacia ella.
Lo había dicho en un tono neutro y educado que hizo que Maggie se estremeciera levemente. No le había gustado lo que acababa de oír.
¡Bien! Y todavía le quedaba por oír algo más que tampoco, le iba a gustar.
- ¿Cómo te atreves a intentar tenerme controlada? - preguntó Maggie tomando aire -. ¿Cómo te atreves a decirme qué puedo y no puedo hacer y con quién?
- ¿Debo entender que lo que te ha traído aquí corriendo ha sido la condición de que no puedas acostarte con tu pareja en Dower House? - preguntó Finn mirando de
nuevo sus sandalias.
- Mis sandalias y con quién me acueste es asunto mío y solo mío - contestó Maggie furiosa.
- Y las condiciones que pongo para alquilar Dower House son asunto mío y solo mío - apuntó él -. ¿Acostarte con él es más importante que tu abuela, Maggie?
Era como tener una placa de acero en la cabeza. Había algo en él que le impedía pensar con lógica, que la hacía reaccionar emocionalmente. Aquello la enfureció...
- No, claro que no. Mi abuela... - se interrumpió al sentir un nudo en la garganta -. Esto no tiene nada que ver con lo que siento por mi abuela - añadió casi a
gritos -. Esto tiene que ver con mi derecho a vivir como quiera y a acostarme con quien quiera...
- Como los dos sabemos, es algo que se te da muy bien - intervino Finn con cruel énfasis. Maggie se sonrojó -. Pero que muy bien - añadió deliberadamente.
Maggie apretó los puños.
- Estoy dispuesto a alquilarle Dower House a tu abuela... Philip me contó su situación - continuó.
- No tenía derecho a hablarte de mi vida privada... - protestó Maggie.
- Deberías estarle agradecido - la interrumpió Finn de nuevo -. Por decirlo de alguna manera, te estaba defendiendo, me dio a entender que no querías la casa como
un juguecito al que venir con tu pareja, sino por razones más altruistas.
- ¿Le dijiste que tenía pareja? - preguntó Maggie alterada. Su abuela estaba chapada a la antigua y, si viviendo en Dower House, oyera algún tipo de cotilleo al
respeto, se sentiría sorprendida y dolida por que no se lo hubiera contado ella -. ¿Cómo te atreves ... ? ¿Cómo te atreves a decir esas mentiras sobre mí?
- ¿Mentiras? - intervino él echando chispas -. ¿Yo? Pero si te oí decirle "cariño" por teléfono desde mi casa - susurró imitando la voz de Maggie.
Maggie se quedó mirándolo estupefacta.
- Desde tu casa, solo llamé a mi secretaria y a mi abuela - le aclaró -. Sí, a mi abuela suelo llamarla "cariño" a menudo - añadió recalcando la palabra.
Finn se quedó de piedra. Era obvio que le estaba diciendo la verdad. También era obvio que estaba muy enfadada. Tal vez quedara más en él del analista financiero
de lo que creía. Se encogió de hombros y se preparó para salir airoso de todo aquello.
- Bueno, he cometido un error.
¡Un error! Maggie tomó aire y las abejas del vestido se movieron, o eso le pareció a Finn. Vio que le salía fuego por los ojos y hubiera jurado que había crecido
dos centímetros de repente.
- Has ensuciado mi reputación, me has arrebatado Dower House, me has enviado la carta mas repelente que he recibido en mi vida, me has intentado decir cómo tengo
que vivir... ¿y dices que has cometido un error?
Finn no podía apartar la mirada del enjambre de abejas que revoloteaban sobre el pecho de Maggie. Menos mal que ella, furiosa como estaba, no se daba cuenta. Aquellos
pechos... que sabían tan bien, eran tan femeninos como parecían.
- ¿No te has olvidado de un delito?
El tono suave de Finn pilló a Maggie por sorpresa. No quiso analizar por qué al verlo cruzarse de brazos y apoyarse en la pared sintió un leve escalofrío por todo
el cuerpo. Sus brazos, tan musculosos y fuertes, tan perfectos para abrazar y proteger, tan tiernos cuando la habían estrechado. Había algo en ellos que la hacía
desear...
Se obligó a concentrarse en sus palabras. Por lo visto, se había olvidado de algo en la lista acusatoria.
- Me he acostado contigo.
¿Acostarse con ella? ¿Era así como él lo veía? ¿Como un delito? No le gustó el dolor que sintió y decidió ignorarlo. ¡Así las cosas, le iba a dejar claro que hacer
el amor con él... no, acostarse con él... no había significado nada para ella!
Fingió desinterés, se encogió de hombros y desvió la mirada. Mentirle era una cosa, pero mentirle con aquella mirada penetrante suya era otra.
- Soy adulta. Me puedo meter en la cama con quien me guste.
- ¿Con quien te guste? - repitió rápidamente.
Maggie se ruborizó.
- Ninguno dijo que el sexo entre nosotros no estuviera bien.
Finn no quiso moverse. Si lo hacía, no podría evitar abrazarla...
- No he venido hasta aquí para hablar de sexo - dijo ella furiosa.
- No, hablar de sexo es una pérdida de tiempo, la verdad - contestó él con un brillo peculiar en los ojos -. Sobre todo si...
¿Sabría lo adorable que estaba furiosa, avergonzada, deseable, la única mujer...?
- He venido a hablar de tu carta - lo interrumpió Maggie -. ¿Cómo te atreves a organizarme la vida ofreciéndome Dower House a un precio módico? No necesito tu caridad,
Finn. Puedo pagar lo que cuestan las cosas y...
- No lo hago por ti, sino por tu abuela - dijo él dejándola sin palabras -. Tú te lo podrás permitir, pero no creo que sea su caso - añadió levantando la mano cuando
Maggie fue a interrumpirlo -. Sí, sí, ya sé que quieres pagar tú el alquiler, pero, si tu abuela es como los demás de su generación, y supongo que lo será porque,
después de todo, de algún sitio tiene que haber sacado su nieta tanta independencia, querrá pagarla ella.
Tenía razón. Sintió un inmenso nudo de dolor y de culpa en la garganta que le impedía hablar. ¿Cómo era posible que Finn hubiera encontrado un error en sus planes
que ella no había previsto? ¿Cómo había sabido lo que iba a sentir su abuela y ella no?
No sabía qué la molestaba más: aquella recién descubierta sensibilidad de Finn hacia los sentimientos de una persona mayor que ni siquiera conocía o que esa sensibilidad
la hiciera sentirse culpable porque sabía que tendría que haberla tenido ella. Era su abuela, no la de Finn.
- Ya encontraré otra casa para ella - dijo desafiante.
Finn la miró de una forma que, inexplicablemente, hizo que el corazón saltara en su pecho.
- Sí, estoy seguro dé que la encontrarás, pero, según tengo entendido, querías Dower House precisamente por la relación que hubo entre la casa y tus abuelos en
el pasado. Supongo que, después de tantos años casados, habrán vivido en mas casas...
Maggie lo miró furiosa.
- Dower House fue la primera casa donde vivieron nada más casarse - admitió.
Al mirarla, Finn sintió una peligrosa ternura hacia ella que le envolvió el corazón. Quería agarrarla y zarandearla por ser tan cabezota. Quería abrazarla y hacer
desaparecer el dolor que estaba percibiendo en sus ojos y en su voz.
- ¿Estabas muy unida a ellos?
Maggie no podía negarlo.
- Sí - contestó -. Me dieron un hogar, seguridad, amor, mientras que mis padres... - se interrumpió y se mordió la lengua. No debería de haber dicho todo aquello.
Finn ignoró su reacción y decidió presionarla. Lo intrigaba, lo sorprendía, lo enfurecía y lo excitaba. Quería saber por qué era tan opuesta a él.
- ¿Mientras que tus padres qué? - insistió.
Maggie cerró los ojos. Ojalá, aquella conversación no hubiera empezado nunca. No hablaba de sus padres con nadie. Ni siquiera su amigas sabían lo mucho que la actitud
despreocupada e indiferente de sus padres le había hecho sufrir.
Todavía veía la irritación de su madre cuando le suplicó que fuera a ver una obra de teatro en la que actuaba.
- Vaya, cariño, lo siento, pero James me ha invitado a cenar y, de todas formas, ya sabes lo mucho que me suelo aburrir en esas cosas...
Sí, claro que lo sabía, sabía lo mucho que se aburría con esas cosas y lo mucho que se aburría con su hija...
- Nada, - contestó Maggie.
Se giró para que no le viera la cara, pero él hizo un rápido movimiento y la agarró de los hombros.
- Te hicieron sufrir, ¿verdad?
- No - gritó Maggie todo lo fuerte qué pudo. Sin embargo, se dio cuenta de que él había percibido el miedo y la angustia que escondía su mentira.
- Maggie...
- No quiero hablar de ello. Además, no es asunto tuyo. Mis padres no eran diferentes a otros muchos de su generación, que creían que tenían derecho a anteponer
su felicidad a la de los demás. Su error fue tener una hija como yo, que quería...
Horrorizada, Maggie sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Intentó zafarse de Finn y lo miró con furia. Se enfureció todavía más al ver compasión en sus
ojos.
Su cuerpo emitió un grito silencioso de ultraje que Finn oyó. No quería que se compadeciera de ella.
- No, Maggie - le dijo con dulzura -. El error fue no valorar el regalo que tenían.
Algo en su cálida voz hizo que lo mirara, que se tranquilizara, que levantara la cara hacia él y...
En cuanto miró hacia abajo y se encontró con sus ojos nublados por le emoción, Finn supo que estaba perdido. Su mirada se paseó por su cara y por sus labios. Sus
labios...
Maggie sintió la vibración de su gemido. ¿Cómo? ¿Qué estaba haciendo tan cerca de él? Se apartó rápidamente y lo miró con furia.
- Ya está bien. Me voy... ahora mismo.
Se giró y fue hacia la puerta.
- Aunque te ha quedado muy bien esa salida airada, me temo que no vas a poder ir a ningún sitio - le dijo Finn.
¿No la iba a dejar? Maggie sintió furia mezclada con placer sensual y excitación... y pérdida.
- ¿Por qué? - preguntó pensando qué hacer si él insistía en que se quedara. Sintió que su cuerpo entero se calentaba ante ciertos pensamientos y recuerdos.
- Mira - contestó él abriendo la puerta.
Mientras discutían, el cielo se había vuelto negro. Maggie ahogó una exclamación, pero no era por eso, sino porque él no hubiera querido que se quedara. Estaba nevando
sin parar, todo estaba cubierto por un manto blanco y soplaba un viento muy frío. Apenas veía su coche.
Maggie tragó saliva y miró a Finn.
- No es para tanto. Cuando salga a la carretera principal...
- No - dijo Finn -. Hace un rato, estaban aconsejando que la gente no condujera porque había riesgo de ventisca. Las carreteras, incluso las principales, podrían
quedar bloqueadas. Ni siquiera con el Land Rover me atrevería yo a salir, así que no voy a permitir que te vayas en el tuyo.
- ¿Había riesgo de ventisca? ¿Y por qué no me lo has dicho?
Finn no tenía respuesta para eso. Se lo había preguntado desde que la había visto llegar...
- ¡Porque no me has dado ocasión! Venías a soltar tu retahíla y ya está...
- ¿Y ahora qué hago?
- Solo puedes hacer una cosa - contestó Finn -. Vas a tener que quedarte a dormir.
Maggie apretó los dientes.
- ¿Qué tipo de condado es este? - preguntó irritada. Aquellas condiciones meteorológicas tan cambiantes debían de ser exclusivas de la zona. ¡Ella no había oído
nada de ventiscas en la radio! Vados inundados, nevadas en noviembre -. Va la segunda que nos pilla juntos. En Londres, esto no pasa - añadió al ver la escena hostil
y peligrosa con la que se iba a tener que enfrentar.
El viento sopló echándole la nieve encima, dio un paso atrás y se metió en la casa. Tenía la cara y las manos heladas.
- ¿Y las alpacas? - preguntó preocupada. Finn cerró la puerta antes de contestar.
- Están bien, están acostumbradas al frío - contestó tan serio como pudo.
- ¿Y las pequeñitas? - protestó Maggie recordando las crías que había visto con sus madres.
- No les pasará nada - le aseguró Finn.
Maggie se quedó mirando la puerta cerrada como si fuera a salir corriendo a ver qué tal estaban los animales, lo que habría sido un tanto vergonzoso para ella porque
estaban en una zona especialmente acondicionada, con balas de heno y un cobertizo para protegerse. Shane y él las habían llevado allí aquella misma mañana tras oír
el parte meteorológico. ¡El mismo que le había ocultado a Maggie!
- En tiempos de tu abuela, seguro que había ciervos por aquí - dijo intentando distraería -. Me apetece mucho conocerla. Debe de saber mucho de esta casa si vivió
en la finca. Los dos hijos de la familia que la tenía entonces murieron en la guerra y pasó a un primo segundo que ya tenía una finca, todavía más grande, en Escocia.
- ¿Cómo que te apetece mucho conocer a mi abuela? - lo interrumpió Maggie -. Ya te he dicho que no va a venir a vivir aquí.
Finn se quedó en silencio.
- ¿De verdad vas a ser capaz, Maggie? Si fuera otra persona, y no yo, la que te ofreciera alquilar Dower House, ¿aceptarías?
Maggie se mordió el labio.
- No quiero seguir hablando del tema - contestó -. ¿Te importaría indicarme cuál es mi habitación? - añadió mirando a Finn.
- Tu habitación. Mmm... Mira tú por dónde, hay un pequeño problema. Solo hay una habitación habitable en estos momentos...
- ¿Una? - repitió ella sin dar crédito.
- Sí, una - contestó él tan contento.
Capítulo 7
UNA habitación!
Y se habían pasado lo poco que quedaba de día discutiendo quién de los dos iba a dormir en ella... más bien, quién de los dos se iba a ir a dormir a uno de los dos
sofás del salón.
Al final, había ganado Finn, pero solo porque ella se lo había permitido después de que él hubiera lanzado su órdago.
- Como esta es mi casa, creo que la decisión de quién duerme en el sofá es mía, así que, como anfitrión, quiero cederte mi cama a ti, en calidad de invitada.
Maggie apretó los dientes al oír "anfitrión" e "invitada", pero cedió. Y allí estaba, mirando por la ventana de la habitación de Finn al paisaje nevado e iluminado
por las estrellas. Se giró y miró la cama, algo que había estado intentando no hacer desde que él la había dejado allí arriba hacía una media hora tras sugerirle
que "se sintiera como en casa" mientras él preparaba la cena.
La cama era muy grande, como cabía esperar por el tamaño de la habitación y del propio Finn. Muy grande. Lo suficientemente grande no solo para dos adultos grandes
sino también para varios niños. ¡Niños! ¿De dónde había salido aquello? Y lo que era más desconcertante ¿por qué?.
"Piensa en la habitación y no fantasees con cosas que... simplemente no pueden ser. ¡Y que, además, no quieres que sean!", se dijo a sí misma.
Los techos altos con molduras eran típicos de la época en la que se construyó la casa. Finn había pintado las paredes de verde azulado y había dejado las molduras
en blanco. Aunque le gustaba la ropa de cama en blanco, tal y como estaba, y el suelo de grandes tablones de madera, la habitación pedía a gritos algo más cálido
y suave.
Aquel suelo estaría muy frío para los piececitos de los pequeños cuando llegaran al dormitorio de sus padres queriendo subirse a su cama, no invitaba a abrazos apasionados
de camino a la cama desde el baño. Le faltaba una buena alfombra. La habitación necesitaba las telas y los muebles originales como los que tenía su abuela, que,
una vez encerados con cera de abeja y esmalte de lavanda, quedaban preciosos.
Maggie suspiró y parpadeó. Durante el rato que se había quedado como traspuesta mirando la cama, había visto a Finn tumbado en ella, apoyado en las almohadas, desnudo,
con aquel cuerpo tan fibroso, musculoso y provocativo, con el pelo revuelto de dormir, sonriendo ante su mirada...
Maggie se apresuró a parpadear de nuevo para quitarse de la cabeza semejante imagen. Se acicaló en el baño contiguo y colocó las toallas limpias que Finn le había
dado. Puso el enorme albornoz, obviamente suyo, al final de la pila.
Había llegado el momento de bajar. Si no, Finn se iba a creer que quería que subiera a buscarla. Se apresuró a ir hacia la puerta, no sin antes volver a mirar por
la ventana. Frunció el ceno al ver que estaba nevando otra vez. El tiempo debía de haber decidido ponerse en su contra, obligarla a quedarse con Finn.
- Tendremos que cenar aquí - anunció él cuando Maggie entró en la cocina -. Supongo que tendré que contratar a algún decorador para que reforme la casa, pero, de
momento...
- ¿Por qué no me dijiste que habías trabajado en Londres?
Maggie deseó no habérselo preguntado de forma tan abrupta. Normalmente, se comportaba con seriedad y profesionalidad. Se sintió avergonzada, pero sintió alivio al
ver que él no se enfadaba, sino que contestaba.
- Es una etapa de mi vida que ha quedado atrás y que no tiene relevancia en la vida que llevo ahora. El dinero que gané entonces fue lo que me permitió elegir mi
futuro.
- ¿Cómo puedes decir eso? Todo lo que pasa en la vida de una persona tiene relevancia.
- ¿Te refieres a la relación de uno con sus padres?
Los ojos castaños de ella se encontraron con los azules de él. Los primeros miraban con dolor y orgullo. Los azules no pudieron abrirse paso a través de la coraza
a pesar de mirar con compasión.
- La infelicidad que me produjo el desinterés de mis padres fue suplido con creces por el amor que me dieron mis abuelos - contestó Maggie -. Tú. obviamente, sigues
desconfiando de la gente de ciudad y de su forma de vida.
Finn tuvo que admitir con admiración que tenía una mente rápida, e, incisiva. Si había algo que echaba de menos en su nueva vida solitaria era el murmullo de las
conversaciones, opiniones, noticias y puntos de vista de otras personas.
- No del todo - contestó encogiéndose de hombros -. Solo es que he cambiado por dentro y por fuera. El hombre que soy ahora quiere mucho más de la vida aparte del
éxito material. Además - hizo una pausa para abrir el horno y mirar en su interior -, he visto a tanta gente destrozada por querer ser rica y poderosa, he visto
a tanta gente abusar de si misma y de los demás: por miedo al fracaso, que no tengo esperanzas.
- No es vivir en la ciudad lo que origina eso - protestó Maggie.
- Puede que no, pero ayuda. La lasaña está casi lista - informó -. Dicen que no es bueno discutir antes de comer, así que sugiero que hablemos de otra cosa.
- Tengo una idea mejor - dijo Maggie -. ¿Por qué no comemos en silencio?
- ¡Una mujer que no hable! No sabía que existieran - se burló Finn sacando la lasaña del horno.
Maggie le dirigió una mirada de reproche, pero consiguió no hacer ningún comentario despectivo.
Media hora después, con el estómago lleno, olvidó su objetivo de no hablar.
- Estaba muy buena - dijo -. Qué hambre tenía - añadió dándose cuenta de que acababa de hablar. En lugar de burlarse por haber incumplido su propia norma, Finn
se quedó mirándola.
Cuando se olvidaba de estar a la defensiva, había una dulzura en ella que le atenazaba el corazón y la garganta. Y su cuerpo estaba reaccionando. Sabía que le estaba
mirando peligrosamente la boca, sintió un apetito que no tenía nada que ver con la comida y lo escondió antes de que ella se diera cuenta.
En el pasado, le había parecido que el estilo de vida de los analistas financieros era estresante, pero nada comparado con la tensión que Maggie y él estaban construyendo.
A pesar de lo que el sentido común y la prudencia le dictaban, no se podía contener.
- Una mujer de ciudad a la que le gusta comer. Menuda sorpresa. Aunque no debería sorprenderme tanto. Al fin y al cabo... - se interrumpió para mirarla.
Maggie se tensó esperando el golpe, pero, cuando lo recibió, no era lo que esperaba, como debió de dejar claro su expresión.
- Al fin y al cabo - repitió Finn con voz sensual -, dicen que una mujer a la que le gusta el sexo le gustan también los demás placeres de la vida. ¿Otra copa de
vino? - le ofreció señalando la botella de tinto que había abierto al empezar a cenar.
- ¡No! No, gracias - contestó Maggie intentando calmarse mientras luchaba contra la reacción de su suave tono de voz.
Una mujer a la que le gusta el sexo. ¿Tenía que recordarle.. que atormentaría ... ?
- No sé si habrá dejado de nevar. Tal vez pueda irme - dijo Maggie aun a sabiendas de que se le estaba notando que estaba muerta de miedo. Hizo amago de levantarse,
pero se volvió a sentar cuando Finn le retiró el plato vacío. Si se hubiera quedado de pie, habría estado demasiado cerca. Con solo pensarlo, se estremeció y sintió
pequeñas descargas de placer. Nerviosa, agarró la copa de vino y bebió. Sabía que Finn la estaba observando y aquello la ponía todavía más nerviosa.
- No ha dejado de nevar - dijo él -. No puedes irte. Aunque, no hubiera sido así, dudo mucho que, después de haberte tomado tres copas de vino, fuera aconsejable
que condujeras.
¿Tres copas? Maggie estaba horrorizada. ¿De verdad había bebido tanto? Miró la copa que tenía ante si.
- Solo he tomado dos y media.
- Me da igual. Sigue siendo más de lo permitido. Además, con esos zapatos tan ridículos que llevas, no puedes caminar sobre diez centímetros de nieve.
- ¿Diez centímetros? - repitió Maggie -. ¿Te importaría dejar de criticar mis zapatos solo porque no te gustan? - añadió con dureza.
Finn, que estaba metiendo los platos en el lavavajillas, se dio la vuelta y la miró con tanta sensualidad que la hizo jadear.
- Yo nunca he dicho que no me gustaran. Simplemente, son inadecuados.
- Dijiste "ridículos", no inadecuados - le recordó ella. Se sintió como si se estuviera agarrando a una pequeña roca en mitad de una gran tromba de agua. Se puso
de pie -. Estoy cansada... me voy a ir a la cama. Espero que haya dejado de nevar por la mañana y pueda irme pronto.
¿Por qué la mirada de Finn la estaba haciendo alejarse, sabiendo que los altos tacones estaban haciendo que su cuerpo se contoneara?
- Me equivoqué. No son ridículos ni inadecuados - dijo como si le hubiera leído la mente -. Son más bien... provocativos.
¡Provocativos! Si lo que quería decir era que ella era así...
Por alguna razón, en lugar de darse la vuelta y exigirle que retirara lo que acababa de decir, lo que hubiera sido ridículo e inadecuado, Maggie se encontró huyendo
de él. ¿De él o de lo que la hacía sentir?
En el silencio de la cocina, Finn se preguntó qué ingrediente sutil tenía su perfume que se quedaba tanto tiempo suspendido en el aire. La habitación de la granja
había olido a ella hasta el día que se había mudado y la volvía a tener en su dormitorio... en su dormitorio... en su vida... en su corazón...
Cerró la puerta del lavavajillas con amargura y lo puso en marcha mientras miraba el paisaje nevado a través de la ventana. ¿Nieve en noviembre? Inoportuna, inquietante
e imposible... ¿cómo sus sentimientos por Maggie?
Maggie se despertó de repente, preguntándose, a la luz de la lámpara que había dejado encendida, dónde estaba. Recordó que estaba en casa de Finn, en la cama de
Finn. Finn.
Tenía la boca seca del vino. Necesitaba un vaso de agua fresca. Se incorporó. Eran más de las doce, retiró las sábanas y se levantó. Al abrir la puerta de la habitación,
vio que todo estaba a oscuras. Se estremeció nerviosa. Aunque le costara admitirlo, le daba miedo la oscuridad.
Con dedos temblorosos, encendió el interruptor que había visto junto a la puerta. Sintió un inmenso alivio cuando se encendió la luz. La casa estaba en silencio.
Había preferido ponerse el abrigo antes que utilizar el albornoz de Finn. Le parecía demasiado peligroso ponerse algo suyo. Las luces de la escalera la hicieron
parpadear. Bajó las escaleras y llegó al vestíbulo. Estaba en medio cuando la puerta del salón de abrió de repente y apareció Finn.
Debía de estar dormido, como ella, pero, a diferencia de ella, no le debía de importar mucho estar medio desnudo. Maggie intentó frenéticamente apartar la vista
de su torso desnudo. Se preguntó por qué no podía dejar de mirar su cuerpo, apenas cubierto por unos pantalones cortos.
- ¿Dónde diablos vas?
La rudeza de su pregunta le hizo gracia.,
- A beber agua - contestó ella mirándolo.
- ¿Vestida así? ¿Crees que soy idiota? - dijo sin dejarla responder -. Ya veo las enormes ganas que tienes de irte, Maggie...
- ¿Irme? - repitió ella confundida -. Pero si no me voy...
- ¿Por qué llevas el abrigo puesto entonces?
¡El abrigo! Maggie había olvidado que lo llevaba puesto. Ruborizada, se encogió de hombros.
- Eh... bueno... yo... me lo he puesto para bajar... ya sabes... como si fuera la bata. No llevo zapatos - añadió -. Ni... - se calló.
- ¿Ni? - le instó él recuperando la sangre fría con una velocidad envidiable.
Ante su silencio, insistió.
- Si no me contestas, Maggie, voy a tener que fiarme de mi imaginación, que me dice que.... - se interrumpió y jadeó antes de acercarse a ella -. ¿Sabes cómo me
siento sabiendo que estás casi desnuda bajo el abrigo?
Maggie sintió que el corazón le latía con tanta fuerza que le resonaba en todo el cuerpo. La voz tan sensual de Finn hacía que le resultara prácticamente imposible
respirar. Se sorprendió al darse cuenta de que la excitaba sobremanera que la deseara. La voz de la prudencia le indicó que no dijera nada y siguiera andando, pero
hizo caso a otro instinto más básico que le decía que hiciera todo lo contrario, que lo retara.
- Si me estás intentando decir que me deseas...
- ¿Qué? - la interrumpió él -. ¿Prefieres que te lo demuestre?
Maggie ahogó un grito cuando la abrazó, pero no fue de sorpresa ni de protesta. No, era su propia reacción ante él lo que la hacía temblar violentamente. Sintió
el ritmo descontrolado del corazón de Finn a través del abrigo. Como si le leyera el pensamiento, abrió el abrigo y deslizó las manos dentro.
- Nada - lo oyó susurrar -. No llevas nada debajo.
- Estaba durmiendo - dijo ella intentando sonar indignada sin conseguirlo.
- Durmiendo... en mi cama. ¿Sabes cuánto me apetecía estar contigo? Desde que...
- ¿Desde que llegué? - preguntó Maggie intentando controlarse en mitad de un torrente de pasión que amenazaba con llevársela por delante.
- No - contestó él -. Desde que te fuiste.
Aquello fue demasiado. Maggie se rindió y cerró los ojos.
- No ha habido una sola noche en la que no te haya deseado - añadió Finn inclinándose hacia ella y besándola con besos lentos y seductores, una cadena de besos
eróticos que la ataron a él para siempre. Sus cuerpos se fundieron y Finn le acarició el cuello y el escote haciendo que se le pusiera la piel de gallina -. ¿Qué
prefieres? - continuó besándola en los labios -. ¿Tú cama o la mía? La mía está más cerca.. Podríamos utilizar las dos... El fuego del salón todavía está encendido...
¿Has hecho el amor alguna vez frente al fuego, Maggie, con la luz de las llamas iluminando tu adorable cuerpo y el de tu pareja?
Maggie se estremeció de placer ante las imágenes que su voz evocaba en ella.
- No... - contestó en un hilo de voz. Cerró los ojos al notar que se le estaban llenando de lágrimas. ¿Con cuántas mujeres habría compartido Finn semejante placer?
Ella, con nadie...
- ¿No? Claro, olvidaba que chimeneas y ciudad no pegan mucho, ¿verdad?
La dureza de su pregunta le dolió.
- No lo sé - contestó con sinceridad -. No he... no sé... no ha habido - se interrumpió. No quería hablar, no quería desaprovechar el tiempo hablando y, desde luego,
no quería pensar en las mujeres que había habido en la vida de Finn. Lo único que quería era... se estremeció al intentar ignorar lo que estaba sintiendo. ¿Qué le
ocurría cada vez que estaba cerca de él? ¿Qué era aquello tan fuerte que le hacía pensar que lo que había entre ellos era lo más importante del mundo?
- ¿Qué me estás intentando decir, Maggie? - preguntó él agarrándole la cara con ambas manos y mirándola a los ojos -. ¿Que no ha habido nadie más? - añadió con
desprecio -. ¿Quieres que me crea que una mujer tan inteligente, deseable e irresistible como tú lleva vida de monja?
Maggie se asustó ante el placer que le daba oírlo describirla así... y la expresión de deseo que había en sus ojos.
- Quería trabajar - contestó sinceramente -, así que no tenía tiempo para... relaciones.
Su mirada hizo que Maggie sintiera que se le salía el corazón del pecho.
- Oh, Maggie... Maggie...
Ahogó una exclamación ante su voz apasionada mientras le metía los dedos entre el pelo para besarla....
- Me haces sentir cosas que, ninguna otra mujer en mi vida me ha hecho sentir. ¿Lo sabías? - le preguntó él varios minutos después, tras besarla.
Maggie recuperó la respiración y sintió escalofríos al verlo inclinarse de nuevo hacia ella.
Abrazados, fueron lentamente hacia el salón, donde se besaron con pasión y Maggie gimió al sentir las caricias de Finn por su cuerpo desnudo. Al ver el reflejo de
las llamas en el cuerpo de Finn cuando retiró la manta del sofá para colocarla frente a la chimenea sintió punzadas de deseo y no pudo evitar gritar de excitación.
- ¿Qué te ocurre?
Su mirada ansiosa al dejar la manta en el suelo y correr hacia ella hicieron que se sonrojara ante lo explícito de sus pensamientos. Como si le hubiera leído el
pensamiento, su ceño fruncido dio paso a una mirada tan sensual, que Maggie sintió que se derretía y no precisamente por el fuego de la chimenea.
- Finn... - protestó tan sorprendida de su deseo que le echó rápidamente la culpa a él. Antes de conocerlo, había deseado más un par de zapatos nuevos que a un
hombre, pero las cosas habían cambiado...
- Ven - le ordenó él con ternura.
Maggie obedeció sin pensárselo sabiendo que no le estaba pidiendo nada sino ofreciéndole, más bien, lo que quisiera de él.
- Mujer de ciudad y hombre de campo - susurró mientras acariciaba su cuerpo, haciéndola temblar de placer -. Somos polos opuestos, pero nunca he deseado tanto nada
como tenerte cerca.
Maggie cerró los ojos para intentar bloquear el nudo que tenía en la garganta, provocado por sus confusos sentimientos.
- Bueno, ya me tienes cerca - consiguió decir. - No todo lo cerca que quiero - murmuró él mientras exploraba con las yemas de los dedos sus pezones -. Piel con
piel, cuerpo con cuerpo, boca con boca. Así de cerca quiero estar de ti, Maggie.
Oyó cómo se le aceleraba la respiración; lo sintió inclinarse sobre su cuello, besándola con pasión por el brazo, llegar a sus dedos, chupárselos y lamérselos hasta
que creyó que se iba a desmayar del deseo que había explotado en su interior.
Maggie gritó su nombre cuando se arrodilló frente a ella y le besó la cintura, la curva de la cadera, el ombligo... Se aferró a su brazo, sorprendida de cuánto lo
deseaba. A la luz del fuego, vio las marcas que le había dejado con las uñas y se inclinó sobre él. Se estremeció al sentir su aliento en la piel.
Finn estaba modelando sus caderas, tocándole las piernas. La tumbó en el suelo con delicadeza y se colocó encima. Maggie no dejó de mirarlo y de admirar su perfección.
Le puso la mano en el hombro y le acarició la clavícula, el pecho y los pezones con los ojos oscurecidos por la lujuria.
- ¿Cuánto tiempo más me vas a atormentar?
El apetito que detectó en su voz disparó sus sentimientos con el mismo efecto devastador que sus eróticos mordiscos habían tenido en su carne. Mil, más bien, un
millón de chispas de deseo se encendieron en su interior.
Finn la agarró del tobillo y acarició lentamente sus delicados huesos. Maggie se estremeció y emitió un sonido gutural de placer mientras él tomaba su pie entre
ambas manos y le besaba el empeine.
- ¿Yo te atormento?
Maggie lo dijo sin apenas darse cuenta. Se acercó a él y lo apretó contra sí con manos temblorosas mientras se maravillaba ante la calidez de su piel y la fuerza
de sus músculos.
Hicieron el amor de forma salvaje y apasionada. Finn la agarró de las caderas de forma posesiva mientras ella cabalgaba sobre su cuerpo, encantada de dominar el
momento y de controlar la fuerza de las embestidas. Con cada una, sentía la respuesta de su propio cuerpo y le pidió que fueran más profundas y rápidas... más fuertes,
para satisfacer el apetito sexual que él mismo había creado.
Con el cuerpo empapado en sudor, Maggie se arqueó para recibir el orgasmo y Finn la miró, asimilando el triunfo de verla sucumbir al placer. Los reflejos de las
llamas bañaron su cuerpo, sacudido por oleadas de placer. El gemido final de Finn se perdió con las respiraciones entrecortadas de ambos.
Capítulo 8
MAGGIE, soñolienta, se dio la vuelta disfrutando de la calidez de la cama de Finn, que estaba abajo preparando café para los dos. Maggie sonrió al estirarse sensualmente
bajo las sábanas. No solo estaba disfrutando de la calidez de la cama, sino del recuerdo del cuerpo de él y de cómo habían hecho el amor la noche anterior.
La ternura que había demostrado tras haber hecho el amor con tanta intensidad seguía emocionándola, como cuando se había levantado en busca de un par de enormes
y suaves toallas. Con una le había secado todo el cuerpo y con la otra la había tapado.
Maggie, completamente relajada, se había quedado dormida y Finn la había despertado al cabo de un rato dándole besos y diciéndole que estaría más cómoda en la cama.
- Si tú vienes también - había contestado ella.
Se había despertado con los primeros rayos de luz. Finn estaba durmiendo a su lado y se había quedado mirándolo y disfrutando de su cercanía. Había estudiado su
cara y tocado su cuello con las puntas de los dedos antes de deslizarlos hasta el vello de su torso para pasar a continuación a besarle el cuello para despertarlo.
Al ver que seguía dormido, había hecho amago de alejarse, pero, de repente, Finn dio un rugido y la atrapó entre sus brazos.
Durante la lucha que siguió, él le besó y acarició todas las zonas sensibles del cuerpo.
- No es justo - protestó Maggie al verse inmovilizada. Finn le había puesto los brazos a los lados del cuerpo y no se podía mover. Él, sin embargo, se lo estaba
pasando muy bien besándola desde la cara hasta el pecho. Al sentir la lengua en los pezones, arqueó la espalda y se abandonó, dejó de protestar y se olvidó del juego
porque él deseo había hecho acto de presencia.
Maggie cerró los ojos.
- No te has quedado dormida, ¿verdad? - dijo él entrando con la bandeja del desayuno.
Maggie se incorporó y sonrió.
- ¿Sigue estando nevado? - preguntó mientras él se inclinaba a dejar la bandeja. Maggie, convencida de que la iba a besar, se entristeció cuando no fue así. Finn
se irguió y miró por la ventana.
- Sí - contestó algo bruscamente -, pero se está derritiendo...
Derritiendo. Eso quería decir que se podía ir. Una parte de ella se habría alegrado increíblemente si le hubiera dicho que había nieve para varios días.
- El desayuno - anunció Finn señalando la bandeja que había dejado en la mesilla -. Y no te hagas la chica de ciudad y me digas que no quieres.
Maggie evitó adrede la mirada burlona de Finn. Normalmente no desayunaba, pero, siempre que dormía con él, se levantaba con tal hambre, de comida, que su abuela
habría estado encantada de verla tomarse un buen desayuno.
¡El que también se levantara con hambre de Finn era algo en lo que no quería pensar!
Se giró y tomó el vaso de zumo de naranja mientras se preguntaba qué le parecería a él si supiera lo que estaba pensando después de la noche que habían pasado. Se
suponía que su apetito sexual debería estar más que saciado.
Se ruborizó levemente. El letargo que estaba invadiendo su cuerpo era algo completamente nuevo, como había sido la noche de amor que habían compartido. Al haberse
criado con sus abuelos, era bastante pudorosa, aunque fuera ridículo para una mujer de su edad tan sofisticada como ella, pero así era. Se sentía cohibida a la hora
de hablar de ciertas cosas... por ejemplo, de lo que Finn le hacía sentir.
Bajó la mirada y vio cómo él daba un mordisco a la tostada. Se había puesto una bata antes de bajar, pero no se la había atado y... Maggie - paseó la mirada por
su torso desnudo y, sin poder evitarlo, bajó hasta que sintió que se le aceleraba la respiración al ritmo de los latidos del corazón.
Creía que Finn no se estaba dando cuenta, pero...
- No hagas eso - le advirtió - porque te voy a...
- Creí que habías dicho que tenías que ir a ver a las alpacas - le recordó ella.
No lo dijo porque no lo deseara, sino todo lo contrario.
- Hmm... ¿ya te has hartado de mí? - bromeó Finn.
- No... nunca... - contestó ella con vehemencia.
No le dio tiempo a avergonzarse por lo que acababa de decir. Finn dejó la taza de café y le agarró la cara con ambas manos.
- Eso no es lo mejor que me puedes decir si quieres que me vaya a ver al ganado.
Maggie aguantó la respiración hasta que sintió sus cálidos labios sobre su boca. Suspiró cuando el beso se hizo más profundo.
Para cuando Finn salió, por fin, de la habitación el café se había quedado frío.
Maggie se levantó sin prisas y bendijo las nuevas telas de la ropa interior, que permitía lavarla y tenerla seca al día siguiente. A juzgar por su experiencia, la
próxima vez que fuera a Shorpshire, haría mejor en llevarse una muda.
Estaba bajando las escaleras cuando sonó su móvil. Era un cliente que necesitaba con urgencia una directora, ya que la que tenía se iba a Boston para estar con su
novio.
Maggie tenía allí el ordenador portátil y, a los pocos minutos de la llamada, ya había confeccionado una lista de posibles sustitutas para su cliente y se la había
enviado por correo electrónico. Menos de una hora después, sentada en la cocina con una taza de café recién hecho, se felicitó a si misma por la eficiencia con la
que ya había concertado las entrevistas oportunas.
Mientras se paseaba por la cocina, se dio cuenta de que no era la rapidez con la que había solucionado el problema de su cliente lo que la había alegrado tanto.
No, lo que la tenía eufórica era haberse dado cuenta de lo fácil que le resultaba trabajar sin estar en Londres. Si se mudara a Shrewsbury, tendría que seguir manteniendo
sus contactos en Londres, pero, si se organizara bien, con reuniones cada dos semanas, reuniones que le permitieran ir a dormir a casa, claro...
A casa...
Se paró en seco y miró por la ventana. La nieve se estaba deshaciendo a toda velocidad, pero no era la nieve lo que estaba mirando. Casa... se le erizó el vello
de la nuca.
Casa y Finn. ¿Desde cuándo aquellas dos palabras se habían convertido en sinónimos? ¿Cuándo se había convertido Finn en algo tan importante y vital en su existencia
como para considerar su casa su hogar? ¿Y cuándo se había empezado ella a dar cuenta de todo aquello? ¿La noche anterior? ¿Porque habían hecho el amor? ¿No sería
más correcto admitir que esos sentimientos habían estado ahí desde la primera vez que se habían tocado?
Había luchado contra ellos, decidida a acabar con ellos, a negarlos y a aniquilarlos. Entonces, le había dado miedo lo que significaban, lo vulnerable que la dejarían,
pero las cosas habían cambiado. Algo había cambiado. Ella había cambiado. Cómo y por qué no lo sabía. La mente era incapaz, a veces, de analizar los sentimientos,
y la suya no acertaba a saber cómo la furia y el miedo habían dado paso a la aceptación de su amor, que había surgido como una pequeña chispa y había ido creciendo
desde que se conocieron.
Ahora lo veía claro, sabía lo que era... toda una revolución en su forma de ver las cosas. Tenía la necesidad de dejar entrar en su vida una ola de deseo que barriera
las antiguas represiones y barreras contra el amor a las que se había aferrado con tanto temor. Estaba sintiendo alivio al quitarse una carga que no sabía que llevara,
una carga que se había traducido en ver la vida con tanta responsabilidad, que creía que enamorarse era un lujo que no podía permitirse.
A diferencia de sus padres, que habían vivido de forma egoísta y hedonista, concentrados en disfrutar del momento y sin pensar en el daño que podrían generar a los
demás en el futuro, ella había decidido que tenía que ser responsable y suprimir sus sentimientos si fuera necesario para conseguirlo.
De repente, se dio cuenta de que algo tan radical, de que tamaño sacrificio, no era necesario. La inmadurez de sus padres era culpa suya y solo suya, no del amor
en sí. Ahora entendía que amor y responsabilidad podían ir de la mano, que compromiso e independencia podían coexistir.
La primera vez que le había dicho a Finn que lo quería, se había odiado a sí misma por el miedo que había sentido nada más hacerlo. Por eso, se había dicho que se
había equivocado, que no lo quería, pero ahora se daba cuenta de que tendría que haber escuchado a su corazón desde el principio. En el futuro... sonrió feliz mientras
canturreaba. Se ruborizó al darse cuenta de que estaba tarareando la Marcha Nupcial.
Se rió. Conociendo a Finn como lo estaba empezando a conocer, sospecho que, si hubiera podido leerle el pensamiento, habría sugerido con una de sus irresistibles
sonrisas que la composición de Haendel que tanto gustaba a los organizadores de fuegos artificiales habría sido mucho más apropiada.
Un cuarto de hora después, cuando Finn entró en la cocina, se la encontró trabajando con el portátil.
- Cinco minutos - le dijo - y termino.
En ese momento, sonó el teléfono y ella contestó con seriedad y profesionalidad.
- No te preocupes - dijo tras escuchar a una chica que acababa de colocar en una empresa financiera -. Si estamos hablando de acoso sexual, yo personalmente hablaré
con el director. Vuelvo esta tarde a Londres, así que podemos desayunar mañana, si quieres...
Finn, de pie detrás de ella, apretó los dientes. ¿Cómo demonios habla pensado que iban a poder compartir algo? Una relación a distancia, Maggie en la ciudad y él
en el campo, nunca funcionaría. Sería como tener que conformarse con comida basura cuando se quiere algo mejor... algo que se pueda saborear como él quería saborear
a Maggie y todo lo que sentía por ella. Aquellos sentimientos no podrían satisfacerse con breves encuentros ni convertirse en un compromiso serio. Sabía que, sintiendo
lo que sentía por Maggie, no se conformaría con formar parte de su vida de forma parcial.
Finn la miró. Estaba hablando sola, tan concentrada en lo que estaba haciendo que no había reparado en su presencia.
Unos segundos más y habría terminado... Maggie pensó en lo que iba a hacer. Las irreprimibles ganas que tenía de lanzarse en brazos de Finn y decirle lo que sentía
eran tan fuertes, que amenazaban con hacerla olvidarse de su trabajo, pero tenía sus obligaciones...
- Ya está - dijo suspirando aliviada -. Terminado. ¿Qué tal las alpacas? - sonrió dándose la vuelta hacia él -. Finn, ¿qué te pasa? - añadió dejando de sonreír
al ver la expresión de su cara.
- Maggie, esto no puede seguir - dijo bruscamente.
Tuvo que girarse para no mirarla. De lo contrario, traicionaría sus verdaderos sentimientos y lo último que quería era suplicarle que se quedara con él, que dejara
su vida de Londres y se fuera a vivir con él. Al fin y al cabo, ya sabía la respuesta.
Sus duras palabras, la dejaron helada y en silencio. Sabía que, si intentara hablar, se pondría a llorar.
Lo que se moría por oír era lo mucho que había significado la noche que habían pasado juntos, que le había abierto los ojos y había decidido que lo suyo no podía
ocupar un segundo plano en sus vidas. Como cualquier mujer enamorada, quería oír que sus sentimientos eran correspondidos. Quería que Finn le dijera que la quería
y que nunca se iba a separar de ella. Sin embargo, en lugar de eso, lo único que oía era el eco de sus palabras retumbando en su maltrecho corazón.
Desesperada, intentó hablar.
- Anoche... - consiguió decir en un hilo de voz.
- Sexualmente, la química entre nosotros es explosiva - la interrumpió -. Eso no lo podemos negar. Nunca he... - se calló entristecido.
- ¿Nunca has qué? - lo instó Maggie, decidida a hacer más daño -. ¿Nunca habías conocido a una mujer más dispuesta a irse a la cama contigo? - añadió con una sonrisa
que le impedía a él ver sus verdaderos sentimientos -. Disfrutar del sexo no es un delito, ¿no? Los hombres lo hacéis continuamente.
Se dio cuenta de que era como si el corazón se le estuviera secando, como si se estuviera marchitando, pero, de ninguna manera, iba a dejar que él se diera cuenta.
¿Cómo se podía haber equivocado tanto? ¿Cómo había sido tan tonta de creer que había algo especial, que algo había sucedido que iba a cambiar sus vidas? Solo porque...
solo porque la había mirado, la había tocado, la había hecho sentir y pensar que era importante para él...
Le temblaban tanto las manos, que apenas podía guardar el portátil.
- Ya casi no hay nieve - anunció -. No hay motivo para que quede más tiempo.
- ¿No te olvidas de algo? - dijo Finn mientras ella iba hacia la puerta.
Por un momento; Maggie pensó que solo había sido una broma, que la había puesto a prueba, pero, al darse la vuelta, vio que lo que le iba a decir no iba a ser precisamente
una declaración de amor. Apretó los dientes desesperada por no derrumbarse delante de él.
- ¿De qué?
- No hemos solucionado lo del alquiler de Dower House - le recordó Finn.
¿Cómo podía pensar en eso en un momento así?
"¿Cómo estoy tan loco?", se recrimino a sí mismo. Sabía que no debía arriesgarse a volver a verla, pero no podía evitarlo y allí estaba, agarrándose a la última
excusa que se le había ocurrido, aun a sabiendas de que, si su abuela vivía allí, Maggie iría a visitarla.
- Querías que cumpliera la condición de no venir nunca con mi inexistente novio a Dower House - contestó sin saber cómo no se le quebraba la voz -. Pues mira, te
voy a prometer algo mejor. No voy a venir nunca.
- ¿No vas a querer ver a tu abuela? - preguntó él con el ceño fruncido.
¿Se había creído que iba a poner de excusa a su abuela para verlo a él?. El orgullo la impidió irse abajo.
- Por supuesto que sí - contestó -, pero no tengo por qué molestarle con mi presencia. La puedo ver en Londres.
Abrió la puerta y pisó la nieve sin reparar en ella. Mientras la veía avanzar hacia el coche, Finn pensó que todavía estaba a tiempo de correr hasta ella y decirle
que no podía dejar que se fuera. Maggie abrió la puerta del coche y aguantó la respiración.
Finn estaba en la puerta principal, muy cerca. Solo la separaban de él unos pasos. Las lágrimas le nublaban la vista. ¿Qué le había dicho? "Esto no puede seguir
.. "
No podría haberle hecho más daño. Había dejado muy claro que no la quería volver a ver. No tenía más opción que alejarse de él. Al menos, su orgullo, lo único que
le quedaba, quedaría intacto porque su corazón estaba hecho pedazos.
Capítulo 9
PRONTO sería Navidad. Maggie ya sabía lo que le iba a regalar a su abuela. Siempre y cuando sus abogados y los de Finn tuvieran el contrato de alquiler de Dower
House listo y firmado a tiempo.
Finn.
Maggie se había ido de Shorpshire jurando que nunca volvería a tener contacto con él, pero, al visitar a su abuela, la había encontrado más triste y delicada que
nunca.
- Echo mucho de menos a tu abuelo - le dijo -. Esta casa está tan vacía sin él, sin su alegría, sin su sentido del humor, sin su amor por la vida. Él era mi fuerza,
Maggie, y sin él...
Se interrumpió y miró al horizonte. Maggie sintió que se le rompía el corazón.
Angustiada, se había puesto a hacer planes... lo más importante una carta a Finn que había escrito con todo su corazón al imaginárselo abriéndola y leyéndola.
El correo electrónico que le había enviado él la había pillado por sorpresa. Tal y como le explicaba escuetamente en el mensaje, se había tenido que comprar un ordenador
porque cada vez estaba más liado con las obras de la casa y la gestión de la finca.
Sabía que su abuela esperaba que pasara las fiestas navideñas con ella, como de costumbre, y que iba a querer ir a la tumba de su abuelo la mañana del día de Navidad,
así que, aunque el contrato estuviera en orden a tiempo, tal vez no pudieran ir a Dower House aquel mismo día. Por eso, estaba confeccionando un álbum con cosas
sobre la casa y sobre los primeros días de casados de sus abuelos para regalárselo a su abuela el día de Navidad.
Hasta el momento, había conseguido sacar de los álbumes de su abuela varias fotografías de los dos en Dower House. Al verlos tan jóvenes y enamorados, Maggie había
sentido que se le hacía un nudo en la garganta.
A través de sus abogados, Maggie le había pedido a Finn una fotografía actual de la casa explicándole para lo que era, pero no había obtenido respuesta aún.
Había preguntado a su abuela en varias ocasiones por los días felices de recién casados para ver si, así, conseguía animarla.
Le habló de las rosas preferidas de su abuelo y Maggie se había lanzado como una loca a buscarlas para plantarlas en el jardín de Dower House. Como era de esperar,
Gayle había dado con una empresa que las tenía y Maggie había ido a verlos para explicarles lo importante que era para ella conseguirlas. Para su alivio, le habían
dicho que no había ningún problema, pero que esa especie en concreto había que plantarla nada más llegar al destino.
Habría que esperar a que su abuela se hubiera mudado a Dower House y el jardín estuviera acondicionado para mandarlas llevar. La empresa le había regalado un libro
sobre la especie para regalo para su abuela.
Tenía una fotografía de su abuelo cuando era joven y quería hacer un montaje con la fotografía actual de Dower House, pero tendría que esperar hasta que Finn diera
señales de vida.
La inestimable ayuda de Gayle, la convenció de que su secretaria se merecía sin duda la paga extra que había pensado darle por lo bien que había trabajado durante
todo el año.
Al volver al trabajo le sorprendió que le dijera que había cambiado.
- ¿Cambiado... en qué sentido? - preguntó Maggie enseguida.
- No estoy segura - contestó Gayle -, pero pareces distinta, menos... acelerada - añadió casi en tono de disculpa.
- ¿Acelerada? - repitió, confusa. Desde luego, siempre se había enorgullecido de la entrega con la que trabajaba, pero no le gustó mucho que la describieran así.
Tampoco le gustaba descubrirse a sí misma mirando al vacío pensando en Finn.
Tenía su trabajo, sus amigas, su abuela y sus planes. No iba a ponerse a pensar a aquellas alturas que no era suficiente solo porque... ¿Por qué? ¿Porque Finn no
la quisiera?
Maggie frunció el ceño y agarró el abrigo. Tenía una cena con una cliente que le iba a proponer que se fusionaran.
Bella Jensen era una divorciada de cuarenta y pico años que, tras su ruptura, había montado una pequeña empresa de informática que iba muy bien. Le había contado
a Maggie que había tenido la satisfacción de que la empresa de su ex marido le hubiera rogado que trabajara para ellos porque, sin sus conocimientos de informática,
estaban perdidos.
Su marido había vendido la empresa que habían montado juntos antes de divorciarse diciendo que Bella no había contribuido en nada. Así que cuando había tenido que
desdecirse, ella había disfrutado de lo lindo. Aparte de la compensación económica que le había tenido que dar, claro...
De aquello sacó en claro que cada, vez más empresas demandaban personal con amplios conocimientos de informática y había tenido relación con Maggie precisamente
por eso.
A Maggie le caía bien y, en otra situación, habría estado encantada de salir con ella a cenar, pero parecía haber perdido la capacidad para disfrutar de las cosas.
Le parecía como si su vida, en presente y en futuro, se hubiera ido a pique... ¿Por qué?
¿De verdad no lo sabía?
Le costaba mucho no dejarse llevar por la idea de que el rechazo de Finn había sido el mismo que el de sus padres, que no la querían. No, eso habría sido hacerse
la víctima y eso no lo iba a permitir jamás.
Como era de esperar, Bella había elegido uno de los restaurantes más dé moda de Londres, que estaba situado en un hotel.
- Me encanta tu traje - le dijo entusiasmada al saludarse con un abrazo en el vestíbulo -. Has adelgazado - añadió mientras las conducían a su mesa -. Me he apuntado
a clases del método Pilatos, pero solo he ido a una - admitió mientras miraban la carta.
El restaurante estaba lleno. Maggie miró a su alrededor y vio varias caras conocidas de la prensa y la televisión.
- Me dijiste que tenías en mente un nuevo negocio del que querías hablarme, ¿no? - le recordó a Bella.
- Mmm... como sabrás, con la llegada de tantos bancos estadounidenses a la City, han llegado muchísimos ejecutivos del otro lado del Atlántico.
Maggie asintió.
- Más de la mitad de mis empleados vienen del Silicon Valley y estoy pensando seriamente expandir mi empresa por Estados Unidos. Tendré que conseguir un socio allí,
pero no hay problema. Lo que quiero saber es si a ti te interesaría quedarte con aquellos de mis empleados que quieran quedarse en el Reino Unido.
- Bella, yo soy cazatalentos, no...
- No me digas que no todavía. Piénsatelo - dijo Bella con determinación -. Tienes madera para hacerlo. No hay mejor para cuidar de mi gente que tú. Económicamente,
te vendrá bien. Al menos en teoría, uno puede trabajar desde cualquier rincón del mundo con todo la tecnología moderna y el hecho de que yo vaya a estar en Estados
Unidos no tendría por qué cambiar nada. Sin embargo, mis empleados son activos muy valiosos, algunos tienen personalidades muy frágiles que hay que mimar. Y eso,
a ti, se te da bien, Maggie. Lo que había pensado era una sociedad en la que... ¡Guau!
Bella se interrumpió.
- Mira esa mesa de ahí - dijo -. Mmm - suspiró -. No hay nada mejor en el mundo que un hombre fuerte y guapo para hacerla sentir a una mujer. Y ese de ahí, desde
luego, es muy hombre.
Maggie miró en la dirección que le estaba indicando Bella y se quedó petrificada. El hombre que había obnubilado a Bella era Finn. Finn, allí, en Londres, ciudad
que aborrecía, y cenando con una mujer de las que supuestamente huía: una deslumbrante y elegante castaña que estaba inclinándose sobre la mesa y poniéndole la mano
sobre la muñeca con un sonrisa...
- Maggie, ¿estás bien?
Sin saber muy bien cómo, consiguió tragarse la bola de dolor e ira y dejar de mirar a aquellos dos que, obviamente, no habían reparado en su presencia.
- Sí, sí, estoy bien - mintió -. Bella, lo siento, pero me temo que me voy a tener que ir. Se me olvidó cuando quedé a cenar contigo que tenía otra cosa que hacer.
Se levantó, desesperada por salir del restaurante antes de que Finn la viera, desesperada por escapar de aquella situación que la estaba destrozando.
Bella estaba muy sorprendida y no paraba de decirle que pensara en lo que le había propuesto.
- Sí, sí - le prometió Maggie.
Por favor, por favor, que pudiera irse sin que Finn la viera...
Finn intentó disimular su impaciencia mientras su abogada le contaba los problemas que habían tenido con el contrato de Dower House.
Maggie había pedido fotografías, así que él mismo se había pasado una tarde entera haciendo fotos de la casa por dentro y por fuera. Las tenía en el maletín y pensaba
llevárselas en persona. Las podría haber mandado por correo, pero, como tenía que ver a su abogada, le había parecido más lógico dárselas en mano.
- No me puedo creer que, por fin, haya conseguido que vengas a Londres - dijo Tina inclinándose y dándole un golpecito en la mano -. Finn, ¿estás ahí?
- Lo siento - se disculpó -. ¿Qué mes estabas diciendo ... ?
- He estado hablando con Paul y parece que, por fin, tenemos el contrato listo.
Paul era su marido y socio. Finn los conocía de sus tiempos en la City.
- Por cierto, ¿sabes qué? Paul quiere comprar un sitio más grande. Tienen contratos con tantas empresas que...
Se interrumpió cuando el ruido de una silla sobre el inmaculado suelo de madera rompió el silencio del local. Ambos miraron en la dirección oportuna.
Maggie... allí... Finn no se lo podía creer. Se levantó, pero Maggie ya estaba casi en la puerta. - Finn, ¿qué te pasa? - preguntó Tina divertida.
- Nada... no quiero meterte prisa, pero tengo que ver a otra persona.
Maggie... Finn sintió que se le salía el corazón del pecho. Debería sentirse avergonzado por la satisfacción que le produjo ver que Maggie estaba cenando con una
mujer.
El dolor de perderla que se había convertido en algo permanente en su vida se convirtió en un agonizante deseo.
Si amarla era un infierno, vivir sin ella era todavía peor, pero no podría soportar una relación a tiempo parcial, saberse por detrás de su trabajo.
Finn quería que lo deseara y que lo amara con el mismo grado de compromiso que él la deseaba y la amaba.
Recogió los papeles que Tina le había dado y abrió el maletín para meterlos. Bajo el sobre de las fotografías de Dower House, llevaba unos cuantos folletos de apartamentos
de un dormitorio, por si Maggie...
Cerro él maletín y dio un beso de despedida a Tina.
No había avisado a Maggie de que quería verla por si se negaba. Tomó un taxi y le dio su dirección al conductor rezando para que se hubiera ido a casa.
En cuanto dejó el abrigo y el bolso y se hubo quitado los zapatos, Maggie entró como un huracán en la cocina y se puso a abrir todos los armarios. Daba igual que
tuviera el congelador lleno de chile, tenía que hacer más. Hacer chile la tranquilizaba y le recordaba que era una mujer adulta e independiente que podía hacer lo
que quisiera.
Excepto dejar de amar a Finn.
Se paró en seco al oír el timbre. Sería la vecina para contarle sus problemas con su actual novio.
No era su vecina... era Finn...
Se preguntó qué habría hecho para que Bill lo dejara entrar.
Finn supuso lo que estaba pensando mientras recordaba la historia lacrimógeno que le acababa de contar al portero.
- Me juego la vida dejándolo entrar sin avisar - le había dicho.
Finn rezó para que, si algún día la conocía, la abuela de Maggie le perdonara haber utilizado
su nombre, pero aquello fue mucho más eficaz que el dinero que le había dado.
Maggie se dejó invadir por el deseo y lo miró con hambre. El traje que llevaba enfatizaba su cuerpo musculoso.
Se apartó de la puerta y vio que tenía la marca de unos labios en la mejilla. Sin poder evitarlo, se quedó mirando imaginándose lo que la seductora castaña habría
hecho para convencerlo de que se quedara.
- Te he traído unas fotografías... de Dower House - dijo Finn cerrando la puerta -. No quería que se perdieran en el correo y, además, tenía que venir a Londres
a ver a una persona...
- Sí, ya te he visto con ella en el restaurante - lo interrumpió Maggie con fiereza mientras su cerebro le aconsejaba que se controlara su lengua -. Es obvio que
algunas mujeres de ciudad sí cuentan con tu aprobación. Será mejor que te vayas, por favor.
- Pero...
- Sí, que te vayas - insistió Maggie -. Ahora mismo.
Consiguió llegar a la puerta sin tocarlo.
- Es una suerte que en la ciudad no haya vados inundados de repente ni se desaten tormentas imprevistas - dijo agarrando el pomo de la puerta con dolor -, así que
no vas a tener que... ¡Oh! - dijo cuando se fue la luz.
Su secreto miedo a la oscuridad era un recuerdo de la infancia que la mortificaba, pero no puedo evitar sentir pánico.
Intentó controlarse.
- Han debido de ser los fusibles - dijo sin poder moverse del sitio.
- Más bien parece un apagón general - contestó él. Por su voz supo que iba hacia el salón -. Está todo a oscuras. No se ve ni una sola luz.
Todo a oscuras. Sin luz. Maggie empezó a temblar.
- Estamos en la ciudad. Aquí no se producen apagones de repente.
- Claro... igual que los vados no se inundan así como así y no nieva en noviembre - dijo él con sarcasmo -. Bueno, te guste o no, no pienso irme y dejarte sola
hasta que vuelva la luz.
Aunque le diera vergüenza reconocerlo, aquello la alivió profundamente.
- Seguro que la chica que te acompañaba en el restaurante sería más divertida que yo - añadió para castigarse por ello.
- ¿Tina? Es mi abogada. Su marido, Paul, y ella son amigos míos desde que trabajaba aquí.
Su abogada. Maggie dio gracias a la oscuridad por esconder su sonrojo y, más importante, la oleada de felicidad que la recorría de pies a cabeza.
- No hay necesidad de que te quedes - insistió sin embargo.
- Si crees que te voy a dejar sola en una situación así...
Maggie sintió que se le disparaba el corazón. Sabía que, si él se iba, ella se quedaría hecha un ovillo hasta que volviera la luz.
- ¿Tienes velas?
- Sí... sí, tengo. Están... en la cocina - contestó aterrada ante la idea de tener que ir a la cocina a oscuras. Prefería quedarse donde estaba.
Esperó con la boca seca a que Finn le dijera que fuera por ellas.
- Vamos a buscarlas - dijo -. Tú me guías - añadió agarrándola de la mano.
Oh, qué bendición. Maggie cerró los ojos y tomó aire. Finn estaba allí para protegerla y darle el valor que necesitaba para ordenar a sus piernas que se movieran
hacia la cocina.
Sentía a Finn detrás de ella mientras abría la puerta del armario donde estaban las velas y las cerillas. Al darse la vuelta para dárselo todo, se encontró con que
lo tenía tan cerca, que sus cuerpos se tocaron y, de la agitación, se le cayeron las cerillas.
Ambos se agacharon a recogerlas al mismo tiempo y Maggie sintió su aliento cálido en la cara. Sintió un salvaje deseo por él y luchó contra él como pudo.
Aunque se estuviera comportando como un caballero, no podía volver a creer que significaba algo y, menos, que ese algo fuera a impulsarla a decirle que ya no creía
imprescindible vivir en la ciudad, que podía vivir desde el campo y llevar la empresa desde allí. Y tampoco le iba a contar las innumerables noches que se había
pasado en vela pensando en él y en las que habría dado cualquier cosa, lo que fuera, por estar con él, por estar entre sus brazos, por verse en su cama, envuelta
en su amor.
Oyó el ruido de la cerilla al encenderse y vio los rasgos de la cara de Finn iluminados por la llama antes de que la tapara con la mano y encendiera las velas.
¿Qué tenían las velas que nada más encenderlas hacían que cualquier sitio, por muy normal que fuera, se convirtiera en un lugar sensual y romántico? Al levantarse,
vio que Finn miraba la cocina.
- ¿Estás haciendo chile? - preguntó con el ceño fruncido.
- Sí, ¿por qué? - dijo ella a la defensiva -. Me gusta. No creo que sea asunto tuyo.
- Espero que te guste, sí - dijo él ignorando la última frase - porque tienes para dar y regalar. ¿Has aprendido a hacerlo en estos meses?
Su mirada penetrante la estaba poniendo nerviosa.
- No llevas zapatos - añadió Finn -. Qué bajita eres - añadió sonriente.
- De eso nada - protestó Maggie indignada.
- ¿Cómo que no? Bajita, cabezota y... - se interrumpió para dejar la vela en la encimera antes de acercarse a ella.
Maggie se echó hacia atrás presa del pánico y, al hacerlo, tiró al suelo las velas, que se apagaron.
La oscuridad la hizo gritar.
- Maggie, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?
- No, no estoy bien - le espetó -. Odio la oscuridad. Me da miedo.
En el silencio que siguió a su confesión, se maldijo a sí misma por haber abierto la boca. ¿Por qué se lo había dicho? Iba a creer que era tonta, pero no pudo evitar
seguir.
- Me da miedo y me...
- Yo odio las arañas - dijo Finn -. Me dan pavor. Suelo tener pesadillas...
Maggie escuchó su respiración en la oscuridad. Saber que había algo que le daba miedo a Finn y el hecho de que sé lo hubiera contado hizo que sintiera una oleada
de amor protector.
- Lo tuyo, por lo menos, tiene solución, pero las arañas no se van.
Sin pensar en lo que estaba haciendo, Maggie dio un paso hacia él.
- ¿Qué te parece si tú me proteges de las arañas y yo te protejo de la oscuridad? - propuso Finn.
Debía de haberse acercado también porque oía su voz muy cerca de su oído y sentía su brazo alrededor de la cintura y sus labios...
- ¿De verdad crees que es una buena idea? - susurró Maggie. Con los labios de Finn tan cerca apenas podía respirar o hablar.
- Mmm. Sí, y esta es todavía mejor - murmuró abrazándola y besándola con pasión.
Maggie sintió que se le iba la cabeza cuando su cuerpo, completamente arrebatado por el deseo, se fundió con el de Finn.
- Dios mío, Maggie, si supieras lo mucho que te echado de menos. Cuánto te he deseado - gimió él.
Maggie solo pudo abrazarlo y abrir la boca a su lengua. Con los ojos cerrados, la oscuridad no le importaba porque veía lo único que le importaba. A Finn. Le tocó
la cara y percibió su excitación.
Con una necesidad que la sorprendió, Finn la estaba desnudando sin parar de temblar.
- Dios mío, qué suave eres - jadeó en su cuello -. Tu olor en mi cama me estaba volviendo loco. Todas las noches, cierro los ojos y te veo... y quiero tocarte.
Estás en el aire que respiro, Maggie, en todos mis pensamientos... en mi corazón... y en mi alma.
Maggie ahogó una exclamación al sentir la palma de su mano sobre su pecho desnudo.
- Desnúdame, Maggie. Méteme en tu cama. Demuéstrame que me deseas. Sé la mujer apasionada que sé que puedes ser, a la que no le da miedo que el amor sea lo más
importante de su vida.
Aquellas palabras llenaron su corazón de deseo salvaje.
- No hay nada más importante que tú... y esto - añadió Finn -. Bésame, Maggie. Demuéstrame que me deseas - suplicó besándola.
La oscuridad, temida y enemiga durante tantos años, se había convertido de repente en la aliada bajo cuyo cobijo podía dar rienda suelta a lo que le estaba pidiendo.
Hicieron el amor rápida y apasionadamente, entre ruido de botones y cremalleras, jadeos y gritos de placer, sobre todo, el de Maggie cuando Finn la colocó sobre
la encimera y se introdujo en su cuerpo. Entonces, se dio cuenta de lo mucho que lo había echado de menos, de lo mucho que su cuerpo anhelaba su posesión.
Tras su orgasmo, llegó el de Finn, que la inundó.
Mientras la retiraba de la encimera sin parar de besarla, Maggie no podía dejar de temblar y de intentar analizar lo que había ocurrido.
- Maggie, Maggie... - repetía acariciándole la cara con los pulgares y borrando las huellas de las lágrimas que habían seguido al orgasmo -. Quiero...
Ambos parpadearon cuando volvió la luz. Maggie vio que le había arañado el hombro. El suelo de la cocina estaba lleno de ropa y olía a pasión... y a Finn. Quería
suplicarle que se quedara, que haría lo que fuera para compartir su vida con él. La intensidad de sus sentimientos la hizo sentirse débil. Sintió deseos de meterse
en la cama y taparse hasta la cabeza. No, lo que quería en realidad era meterse en la cama con él y apretarse contra su cuerpo mientras él la abrazaba y le decía
cuánto la quería.
Pero no la quería.
Sin poder soportar la idea de mirarlo, se vistió a toda velocidad
- No te puedes quedar. Quiero que te vayas... - Finn también había terminado de vestirse.
- Maggie... - dijo.
Pero Maggie no quería oírlo, estaba a punto de suplicarle que le hiciera un hueco en su vida. Pasó de largo a su lado y se dirigió al salón.
Finn la siguió, maldiciéndose en silencio. ¿Cómo no iba a querer que se fuera después de cómo se había comportado? ¿Por qué diablos no había ido más despacio? ¿No
lo sabía acaso? Verla, olerla... había sido suficiente para desatar la pasión que sentía por ella. Al pensar en el momento en el que había entrado en su cuerpo,
en su húmedo y cálido interior, en...
Había cruzado el salón e iba hacia el pasillo, obviamente decidida a que se fuera.
- Maggie... espera... tengo el contrato para que lo mires. Tina me lo acaba de dar. Y las fotografías de las que te he hablado... - dijo agarrando el maletín y
abriéndolo.
Maggie se giró y lo miró. Llevado por la desesperación, Finn había tirado el maletín y se le habían caído todos los papeles al suelo. Lo vio recoger todo y se quedó
de piedra al ver los folletos de Londres -. ¿Te vas a comprar un piso aquí? - preguntó confundida.
Finn sintió ganas de mentir, de decirle que era para un amigo, pero ¿de qué le serviría?
- Sí - contestó -. No quiero una relación a tiempo parcial contigo. Creí que era mejor dejarlo por completo que vivir en los límites de tu vida, entre citas de
negocios, sabiendo que mi amor por ti era menos importante que el trabajo, pero lo que he sentido estas últimas semanas me ha hecho cambiar de opinión. Una de las
razones por las que he venido a Londres ha sido para verte y... decirte.. preguntarte si... sería de ayuda si durmiéramos un par de noches a la semana en Londres.
Así...
- ¿Harías eso por mí? - preguntó ella sin dejarlo terminar -. ¿Estarías dispuesto a comprarte un piso en Londres para verme...?
Su voz y su mirada hicieron que a Finn se le acelerara el corazón.
- Por tu amor, Maggie, haría... haría lo que fuera - admitió -. Puede que vivir en la ciudad sea un infierno, pero vivir sin ti es peor todavía, es el dolor total.
- Oh, Finn - suspiró Maggie corriendo a sus brazos.
Finn la abrazó y la besó con pasión.
- ¿Lo harías, Maggie? ¿Me dejas entrar en tu vida para compartirlo todo contigo?
- ¿Durante dos noches en Londres? - preguntó Maggie mirándolo a los ojos.
La esperanza y el dolor que vio en ellos le rompieron el corazón. Aunque no le hubiera dicho que la quería, no hacía falta. Lo estaba viendo en su cara.
- Sí. ¿Lo harías? - repitió Finn.
Maggie negó con la cabeza lentamente.
- No - dijo.
- No... - repitió él blanco de la impresión y de la angustia -. Maggie... - se interrumpió cuando ella le puso un dedo sobre los labios.
- No, Finn, tú ya has hablado - le dijo con ternura -. Ahora me toca a mí. Esta noche, cuando te vi en el restaurante, casi me muero de celos. Cuando me dijiste
que lo nuestro no podía ser, ¿recuerdas?, me sentí la mujer más desdichada del mundo.
- Recuerdo haber dicho algo, haber sentido... sabido que me iba a volver loco si no encontraba la manera de estar juntos como pareja y no como enemigos.
- Yo creí que me estabas diciendo que no me querías - susurró Maggie -. Te estaba esperando a que volvieras de ver al ganado para decirte...
Se interrumpió y le acarició el brazo con dedos temblorosos. Sintió que, pese a la inocencia de sus caricias, Finn se tensaba.
- ¿Maggie ... ? - suplicó Finn.
- Perdón - se disculpó sonrojándose -. No era mi intención... es que me encanta tocarte.
- Maggie - le advirtió casi gimiendo.
- Sí - dijo ella recordando al conversación -. Bueno, mientras tú estabas fuera estuve pensando que no me resultaría difícil en absoluto trabajar desde Shorpshire
- añadió mirándolo.
- ¿Por qué no me lo dijiste? - preguntó él desesperado.
- Yo... porque me pareció que me estabas rechazando - contestó Maggie.
- Rechazándote... - Finn cerró los ojos y tomó aire -. ¿Después de haber hecho el amor como lo habíamos hecho? ¿Me estás diciendo que hemos estado estas últimas
cuatro semanas separados y podríamos haber estado juntos? Me he pasado todos los días y todas las noches deseándote, Maggie. Dios, qué noches. ¿Te haces una idea
de...?
- Sí - contestó ella con sinceridad -. ¡Me lo imagino perfectamente! - exclamó intentando controlar la enorme felicidad de saber que la quería tanto.
- ¿De verdad estás dispuesta a trabajar desde Shorpshire para estar conmigo? - preguntó Finn sin podérselo creer.
- Me parece de sentido común - contestó ella -. Todo el mundo está frenando el ritmo de trabajo actualmente y anteponiendo la vida personal a la laboral. En mi
trabajo, es muy importante estar en la misma onda que el cliente.
- ¿O sea que es una decisión de negocios?
- No del todo - contestó ella encantada ante sus besos. De repente, abrió los ojos y lo miró muy seria -. No tendré que llevar botas, ¿verdad, Finn? Porque no me
las pienso poner a menos que...
- ¿Sean de marca?
- Mmm - dijo ella dejándose llevar por el placer de sus besos.
- Mmm - dijo él arrebatado por el deseo.
- Finn, ¿qué estás haciendo? - preguntó Maggie. Llevaban seis horas casados. Se habían reído en secreto al oír en el altar la Marcha Triunfal de Haendel, pieza
que habían elegido después de que Maggie le hubiera contado sus pensamientos de aquella fatídica mañana.
Después de haber dejado a su abuela en Dower House tras la celebración, estaban yendo hacia el aeropuerto para irse de luna de miel. Sin embargo, en lugar de ir
hacia el aeropuerto, Finn estaba...
Maggie miró por la ventanilla sin poderse creer que Finn estuviera yendo hacia el vado en el que se habían conocido.
Cuando paró el coche en mitad del agua, ella lo miró acusadora. Llevaba puestos unos pantalones blancos de seda y unas de sus sandalias de tacón de aguja preferidas.
- Cuando nos conocimos, hubo algo que quise hacer y que me arrepentí siempre de no hacer- dijo Finn.
Al ver el brillo en sus ojos, Maggie sintió una excitación femenina muy especial.
- ¿Y de qué se trata? - bromeó intuyendo a qué se refería. Si se hubieran besado entonces, tal vez, se habrían ahorrado muchos momentos amargos, pero de ellos habían
aprendido ambos el valor del amor de verdad y ambos se respetaban en una relación en la que los dos eran completamente iguales.
- De esto - contestó Finn bajando del coche y yendo hacia su puerta. Maggie dejó que la bajara y se rió encantada esperando que la besara. Sin embargo, Finn le
dio unos cuantos azotes en el trasero.
- Finn... - protestó indignada a pesar de que no le había hecho daño y que le había parecido de lo más sensual. Sin embargo, se calló porque, por fin, la estaba
besando y lo estaba haciendo con pasión.
- Y esto... - añadió él -. ¿Cómo fuiste tan loca como para jugarte tu precioso e irremplazable cuello cruzando el vado en tu coche? Cuando pienso en lo que te podría
haber pasado... ¿Qué te ocurre?
- Mis zapatos - contestó Maggie -. Se me han caído...
- Bien. Así no podrás escaparte de mí - dijo Finn volviéndola a meter en el coche. Maggie le dijo algo al oído.
- ¿Descalza y qué más?
- Ya me has oído - rió Maggie -. Además, no pienso escaparme nunca. Te quiero demasiado. - Tanto como yo a ti.
- La abuela está feliz en Dower House - comentó Maggie encantada de camino al aeropuerto.
- Mmm... y más que va a estar cuando le demos la buena nueva después del viaje.
Se miraron con amor. La noticia del embarazo de Maggie era demasiado reciente como para compartirla con nadie más. Tal y como Finn le había dicho aquella misma mañana
"era la prueba de amor más maravillosa que le podía haber dado, aparte de ella misma, claro ... "
- Lo dicho - dijo Maggie -. ¡Eres un hombre de campo chapado a la antigua que quiere que su mujer esté descalza y embarazada!
- No - la corrigió Finn con ternura -. Lo que quiero... lo único que quiero... es que seas feliz, Maggie.
- Bien - dijo el céfiro frotándose las manos y mirando por encima del ala del nuevo -. Esos dos ya están. Los siguientes...
??
??
??
??
UN FUTURO CONTIGO - PENNY JORDAN - 1
1
Audrey sempre amou o marido, mas a vida do casal estava se transformando em uma loucura!Decidida, resolveu largar York e tentar uma nova vida...Mas sete anos depois
eles se reencontraram, e York, para sua surpresa estava diferente...
Gaiola Dourada
Penny Jordan
"Long Cold Winters"
Este Livro faz parte do LivrosFlorzinha,
sem fins lucrativos e de fãs para fãs. A
comercialização deste produto é
estritamente proibida.
CAPITULO I
O pequeno avião circulou a Ilha de St. John, no Caribe. Audrey seguiu o pássaro prateado, protegendo os olhos do brilho forte do sol.
- Nosso peixe está chegando. - Alan sorriu, passando os braços nos ombros dela. - Espero que me ajude a pescá-lo.
Eles estavam em pé na areia macia, em frente ao hotel. Audrey era alta, magra e elegante, tinha os cabelos muito loiros, que esvoaçavam sob a brisa, e os olhos castanhos
claros de uma tonalidade profunda, chegando quase ao dourado. Seu companheiro aparentava trinta anos, não era muito alto e era um pouco cheio demais para ser considerado
elegante. Contrastando com o biquini moderno dela, estava vestido com terno e gravata.
Ao sentir o toque das mãos de Alan, Audrey instintivamente se afastou. Ela já nem notava mais que reagia assim, mas Alan Shields percebeu, e seus lábios se apertaram
numa linha fina
Alan era dono de uma companhia de turismo, a Travel Mates e, por conselho de sua secretária havia admitido Audrey na empresa. Em relação a trabalho, não tinha o
que se queixar dela, mas Audrey sempre se recusou a aceitar seus gracejos e mesmo tentativas de um contato um pouco mais pessoal. A princípio, Alan não acreditou
que essa maneira de reagir pudesse ser sincera, mas, com o correr do tempo, foi percebendo que era verdadeira e ficou apenas muito curioso.
Audrey tinha vinte e dois anos e com certeza já devia ter tido relações com outros homens, pois era demasiadamente atraente para que isso não tivesse acontecido.
Então, por que ela se mantinha distante dele? Não era feio, estava muito bem de vida, era livre, mostrava interesse por ela... Não conseguia entender por que ela
reagia dessa forma.
Alan tinha tentado saber maiores detalhes sobre Audrey com sua secretária, Sally Ferrara, mas ela se recusou a esclarecer as coisas.
"Deixe Audrey em paz", era tudo o que Sally, comentava. Ela era noiva de um piloto da British Airways e tratava o chefe com um carinho quase maternal.
- Temos que fazer o máximo para conseguir que esse peixe - Alan indicava o avião - nos salve a situação. Se ele não concordar com o que precisamos, a Agência Tropicana
vai nos engolir e vamos ficar sem emprego!
Audrey sabia que não havia exagero nenhum nas palavras de Alan.
Ele tinha investido tudo que possuía naquele projeto da ilha St. John, construindo o hotel e tentando, fazer daquele recanto um lugar turístico de grande procura.
Era um homem experiente em negócios, bem-sucedido e nada mostrava que a escolha de St. John como lugar da moda pudesse não dar certo. A primeira temporada do hotel
havia sido um sucesso, tendo as reservas se esgotado muito antes do prazo previsto. O que faltava para terminar as últimas obras do conjunto turístico estava em
bom andamento, e tudo estaria pronto para a próxima temporada.
Mas, um violento furacão havia se abatido sobre a ilha, destruindo boa parte do hotel e das instalações. As reservas já feitas foram canceladas e o dinheiro teve
que ser devolvido. Sendo assim, Alan tinha que encontrar alguém disposto a fazer um grande investimento em seu negócio ou enfrentar a falência.
As outras grandes companhias de turismo estavam na expectativa para ver o que podiam fazer com o que sobrasse, caso Alan Shields não conseguisse se recuperar. Por
isso, Audrey sabia como era importante esse encontro com o investidor que os bancos haviam arranjado. Se ele resolvesse reerguer St. John, tudo estaria bem de novo
e eles poderiam prosperar, como vinha acontecendo até então.
Mesmo assim, Audrey não tinha gostado da sugestão de Alan de que ela deveria usar todo seu charme, para conseguir que o homem se interessasse pelo investimento.
Gostava de Alan e gostaria de ajudá-lo. Sem o emprego que ele havia lhe dado, ela... Audrey suspirou.
- Hoje à noite, vamos jantar os três sozinhos na minha cabana - Alan preveniu-a, sorrindo. - Use um vestido bonito.
- Bonito ou sexy? - Havia desafio nos olhos de Audrey. - Não quero ser usada como isca, Alan. É bom que isso fique bem claro, desde o início.
Alan tinha uma expressão sentida no rosto corado.
- Não está entendendo direito. A única coisa que quero que faça é que seja simpática e agradável, para que ele se sinta bem e à vontade. Acho que não tem nada de
errado nisso, não é?
- Se ficar só nisso...
Audrey sabia que Alan a achava um enigma, mas ela tinha sido muito clara ao recusar os avanços dele; desde então, ele a tratava como um membro eficiente de seu pessoal.
Embora ainda houvesse ocasiões em que a conversa caía para o lado pessoal, Audrey sempre dava um jeito de mantê-lo à distância.
- Não quer vir comigo para receber nosso visitante?
O avião havia aterrissado além do recife e, deslizando sobre as águas calmas, aproximava-se da margem.
- Tenho o que fazer agora, Alan. Vejo você mais tarde.
Alan foi para a lancha, enquanto Audrey seguia pelo caminho que levava ao hotel, passando por entre folhagens muito verdes e tropicais. Esse caminho era cheio de
curvas e passava pela área destinada aos brinquedos das crianças, pelas quadras de tênis e pela piscina, de água azul-turquesa, no meio de um imenso gramado e atrás
do qual se abriam as escadas do terraço do hotel.
Audrey entrou na recepção, que estava vazia e silenciosa. O único som era o que vinha do aparelho de ar condicionado, que dava uma temperatura agradável ao aposento.
Por trás do balcão, uma nativa sorria para ela.
- Hoje não há clientes para você. Parece que os hóspedes estão se divertindo muito e não têm o que reclamar ou pedir! Não querem perder um minuto dag diversões programadas!
Esse emprego é maravilhoso, pensou Audrey. Até agora não tinha tido nenhuma queixa. Sabia que ser relações-públicas não era fácil, pois muitas vezes surgem problemas
difíceis de serem resolvidos. Mas estava com sorte. Até agora tudo havia corrido muito bem. Resolveu dar uma volta pelas dependências do hotel, para ver se tudo
estava em ordem.
Foi até o bar, uma sala ampla, de teto baixo, que se abria de um lado para o mar e de outro para o jardim muito bem tratado. O chão era recoberto por cerâmica, o
que dava uma sensação mais agradável. Por todos os cantos, havia grandes vasos com plantas e folhagens, xaxins com samambaias, avencas e outras plantas tropicais
colaboravam para tomar aquela sala um paraíso de frescor e cores.
Passando pelo restaurante, Audrey ouviu as duas araras, muito coloridas, que pareciam conversar. Essas aves eram o grande encanto das crianças, que não se cansavam
de olhá-las e que procuravam sempre lhes ensinar novas palavras.
Quando chegou ao terraço, Audrey se sentou numa das cadeiras e ficou olhando o mar, o movimento incessante das ondas que se erguiam para logo depois depositarem
sua coroa de espuma na areia fofa e branca da praia.
Tudo aqui é maravilhoso! - Audrey falou a si mesma. - Parece um sonho tornado realidade!
Alan tinha procurado fazer daquilo um lugar luxuoso e descontraído ao mesmo tempo, em que as pessoas pudessem gozar de todas as comodidades do mundo moderno, mas,
ao mesmo tempo, estar em contato íntimo com a natureza. E realmente tinha sido bem-sucedido. Isto é, se conseguisse que esse desconhecido resolvesse investir no
negócio. Senão... o sonho seria como um castelo de areia que se desfaz com a primeira onda!
O complexo turístico tinha tudo para proporcionar a seus hóspedes férias maravilhosas! Tinha duas piscinas, quadras de ténis, áreas de lazer para crianças, bosques,
lanchas, excursões de pesca, pesca submarina, golfe e ainda outras atrações menores. Era uma área muito grande, mas não tinha prédios altos, porque os apartamentos
estavam agrupados em edifícios baixos e pequenos, espalhados pela enorme área. Havia ainda algumas cabanas, para quem apreciasse maior privacidade.
O restaurante apresentava excelente cozinha francesa, cujos pratos também podiam ser servidos nos terraços de cada apartamento. No entanto, para aqueles que quisessem
se divertir preparando seus quitutes favoritos, havia cozinhas nas cabanas e também um bem sortido minimercado, com várias espécies de peixe e frutos do mar.
Completando esse lugar paradisíaco, elevava-se por trás do conjunto hoteleiro um magnífico vulcão, rodeado de uma densa floresta tropical.
- Como vai, Audrey? Alan me disse que eu a encontraria aqui. Aproveitando o sol?
- Tudo bem, Sally? Alan já lhe pediu que tentasse me convencer a ser delicada com o nosso investidor?
Sally Ferrars não pôde evitar uma gargalhada gostosa e alta.
- A culpa é toda sua, por parecer tão maravilhosa! - Com inveja, Sally reparou no bronzeado uniforme de Audrey, em suas pernas bem torneadas. - Espero ficar aqui
bastante tempo para conseguir um tom como o seu. Me sinto branca como um rato d'água! Rick vai ter um fim de semana de folga e quero estar bem atraente quando ele
chegar.
- Já tem planos definitivos para o casamento? - Audrey estava realmente interessada. Conhecia Sally há dois anos e sempre tinham sido amigas. Haviam se encontrado
na aula de alemão e quando Sally soubera que a amiga estava procurando um emprego, logo tratou de recomendá-la a Alan.
- Esperamos casar pouco antes do Natal, mas ainda não marcamos a data, precisamos primeiro terminar de construir nossa casa. - Sally sentou se ao lado de Audrey.
- Estou aqui há apenas três dias e já me acostumei a ser servida. Que delícia de vida!
- Tem razão. O clima, o sol, os serviços do hotel, tudo torna esse lugar perfeito!
Audrey estava lá desde a inauguração, há três meses. Por causa do problema do furacão, Alan tinha ficado muito tempo em Londres e deixou que ela continuasse tomando
conta das obras. Agora, felizmente, ele estava de volta e havia assumido essa responsabilidade.
- Alan foi aguardar nosso visitante. Acho que ele nunca esperou que alguém se interessasse tão depressa pelo negócio. Senão, provavelmente, teria ficado em Londres
mais tempo para resolver tudo lá mesmo.
- De qualquer jeito, o investidor ia querer ver tudo por aqui, não acha?
- Talvez. Estou torcendo para que tudo dê certo! Como será esse ricaço?
- Não está pensando em trocar Rick por esse homem, está?
- Audrey adorava brincar cora a amiga.
- Eu não! Sabe muito bem como amo Rick! - Entrando na brincadeira, Sally retrucou: - Ainda bem que você não foi com Alan! Vestida assim era capaz de causar um enfarte
no nosso investidor! Esse seu biquini é um convite à sedução.
- Não é mais ousado do que os que vemos constantemente na piscina e na praia.
- Sei disso. É o que está dentro dele que faz toda a diferença.
- Com um ar sério, Sally continuou: - Tem um corpo tão perfeito! Nunca pensou em ser modelo?
- Acho que tenho busto demais para isso. - Audrey olhou para seus seios, rijos e bem delineados sob a lycra vinho do biquini. - Além disso, já me disseram que é
um serviço chato e cansativo.
- Mas já pensou na oportunidade que teria de conhecer homens ricos, maravilhosos e interessantes?
Audrey não respondeu e seu rosto se tornou duro e sem expressão.
- Pensei que já tinha decidido pôr uma pedra em seu passado! Tem apenas vinte e dois anos, Audrey. Precisa começar a viver outra vez!
- Um casamento desfeito não pode ser embrulhado e colocado no fundo de uma gaveta. Além disso, essa é uma experiência que não quero ter de novo, nunca mais.
- Mesmo que o homem certo apareça?
- Não existe o homem certo, Sally. O que há é apenas uma porção de homens errados.
Embora elas fossem muito amigas, Sally não fazia idéia de que tipo de homem havia sido o marido de Audrey, como era seu casamento e o que acontecera para se separarem.
Sabia somente que a experiência a tinha deixado muito desconfiada e amarga. Como Audrey nunca quis falar no assunto, Sally havia respeitado a vontade da amiga:
- Você ainda se sente machucada, não é? Gostaria de falar a respeito?
- Não há nada a conversar, Sally. Cometi um erro, só isso.
- Errou por quê? Por amá-lo ou por ter casado com ele? A expressão de Audrey era triste é desiludida.
- Errei ao pensar que ele me amava. - Audrey levantou e andou até a beira do terraço, ficando diretamente sob o sol.
- Acho que os cabeleireiros fariam uma fortuna se conseguissem dar esse tom de loiro tão claro aos cabelos de suas freguesas. Sabe que seus cabelos ficaram ainda
mais claros, apanhando tanto sol? - Com muito tato, Sally mudou de assunto.
- Mas o sol e a água salgada estão estragando meus cabelos! Acho até que vou mandar cortá-los, assim compridos estão me dando muito trabalho.
- Se eu fosse sua rival, eu a levaria correndo para cortá-los. Mas, como já tenho meu noivo, posso lhe dar um conselho sincero. Deixe seus cabelos como estão. São
maravilhosos e ainda por cima muito sensual.
Audrey não se sentiu feliz com os elogios. Ser sexy não era bom, parecia que ela estava querendo atrair a atenção dos homens e isso era a última coisa que desejava
na vida. Havia sofrido muito por causa de sexo e as lições que aprendera no casamento já eram suficientes. Tinha tido como professor um homem super experiente, embora
na ocasião fosse muito ingênua para perceber que o homem que escolhera para marido não a amava. Mas agora que estava mais madura, não ia permitir todo o ardor que
havia em sua alma e que tanto a prejudicara no passado.
"Fria!", um de seus namorados havia dito dela, mas Audrey não se deixaria impressionar. Sabia que os homens usavam esse tipo de insulto como arma para conseguirem
o que queriam; era a chave que usavam para abrir uma porta fechada, mas isso não ia funcionar com ela.
- Alan já está voltando! E uma pena que a lancha ainda esteja tão longe! Não aguento de curiosidade de ver como é nosso investidor desconhecido.
- Deve ter uma barriga enorme, ser careca, estar beirando os cinquenta, e ainda se achar irresistível! - Audrey nem se esforçou para ver a embarcação que se aproximava.
- Então você vai ter um tempo quente hoje à noite! Tenho ordens expressas de Alan para me dedicar inteiramente a ele, de modo que você fique livre para entreter
nosso convidado.
- Já avisei a Alan que não quero servir de isca. - Audrey estava zangada por estarem querendo usá-la.
- Já sei disso, Audrey. Por isso mesmo convenci Alan de que devemos ficar na cabana dele, apenas para os aperitivos e que depois o melhor é irmos os quatro jantar
no restaurante do hotel. Foi para isso que vim falar com você. Alan quer que você esteja na cabana dele às seis e meia, mas só iremos jantar às oito.
Audrey ficou contente que Sally tivesse conseguido mudar um pouco os planos, tudo seria mais fácil no restaurante, no meio de mais gente e mais movimento. Ela não
se sentia nada ansiosa em enfrentar esse jantar, com um desconhecido, em que teria que parecer atraente para deixá-lo interessado no negócio, Mas, embora gostasse
muito de Alan e realmente lhe devesse favores pelo muito que ele a ajudara, não pretendia abrir mão de seus princípios.
- Já vou indo - Sally interrompeu os pensamentos da amiga. - Ainda tenho que bater alguns dados à maquina para apresentar ao ilustre desconhecido. Espero que tudo
dê certo. Seria um crime se Alan perdesse St. John depois de tudo que fez por aqui. Sei que ele enterrou seu último níquel nesse negócio!
- Vou fazer o que puder para ajudá-lo. Só me recuso a ser usada como uma isca sensual!
- Acho que nem Alan pretende mais do que uma paquera sem consequências, Audrey. Faz idéia de quem seja este desconhecido que vai ser nosso salvador?
- Não faço a menor idéia! Aliás, acho que esses homens de altas finanças adoram manter tudo em segredo, só dando detalhes de qualquer projeto depois que ele foi
resolvido. Vejo você mais tarde.
Sally foi embora, para tratar de seus afazeres.
Audrey reparou que o bar começava a ficar cheio de hóspedes. Levantou, para ver se o passeio de lancha programado para o dia seguinte tinha tido bastante aceitação,
e para sua satisfação viu que os lugares estavam quase todos preenchidos.
Seguiu para sua cabana e notou que já eram cinco e meia. Abriu o armário e escolheu um vestido de seda rosa escuro que combinava muito bem com seus cabelos. Deixou-o
sobre a cama e foi para o chuveiro.
Sentiu-se bem melhor depois do banho. Quando se enxugava, viu se no espelho grande que havia na porta do banheiro, mas no mesmo instante desviou o olhar. Logo depois
do rompimento de seu casamento, culpava seu corpo ardente por tudo o que tinha acontecido e, desde então, passou a usar roupas discretas, que escondessem seu corpo
bonito.
Sentou se na penteadeira e começou a escovar os cabelos. Enquanto isso, pensava na carta que havia recebido de seu advogado. Como ela só tinha sido casada durante
um ano antes de abandonar o marido, não poderia se divorciar a não ser depois de cinco anos de separação. Isso significava que ainda teria que esperar mais dois
até ser completamente livre. Audrey não tinha plano nenhum de voltar a casar, e esses dois anos passariam rapidamente. Mas só se sentiria independente e feliz outra
vez quando todos os laços tivessem sido rompidos.
Ela achava que, enquanto houvesse a menor ligação com o marido, mesmo que apenas no papel, era como se o ferimento que tinha na alma continuasse aberto e doendo,
envenenando-lhe a vida e o espírito. Sabia que seu raciocínio não era lógico, mas tinha certeza de que só se reconciliaria com a vida depois que o último elo desse
casamento infeliz estivesse rompido. Deveria pedir ao marido que a deixasse livre antes dos dois anos?
Talvez implorando ele acabasse concordando. Mas nunca! Jamais agiria de maneira tão humilhante!
A seda rosa, quase sulferina, realçava o tom claro de seus cabelos, seu tom bronzeado, seus olhos castanhos. O tecido fino aderia à sua pele, revelando os quadris,
a curva suave dos seios. Audrey completou a maquilagem com um batom claro e passou seu perfume predileto. Sempre achou que sua boca era um pouco grande demais, mas
acabou descobrindo que esse era um de seus traços mais apreciado pelos homens.
Saindo de sua cabana, Audrey atravessou o gramado. A noite estava quente e agradável, com cigarras cantando e uma brisa suave balançando as folhas dos coqueiros.
As estreias brilhavam altas no céu de veludo.
Ao abrir a porta da cabana de Alan, viu Sally que lhe sorria. Alan estava sentado na beira da cadeira, dando toda a atenção ao homem sentado à sua frente. Ele parecia
cansado e preocupado, as rugas profundas marcando seu rosto ansioso. Mesmo assim, conversava animadamente, mostrando papéis que depois colocava sobre a mesa de centro.
Sally se levantou e serviu um ponche a Audrey. E foi nesse momento que ela conseguiu ver o rosto do hóspede. Reconheceu-o imediatamente! Sentiu tamanho tremor que
precisou segurar o copo com ambas as mãos para não derrubá-lo no chão. O homem que ela via era moreno, tinha cabelos escuros e grisalhos nas têmporas e vestia uma
camisa de seda creme, sua jaqueta estava colocada displicentemente ao lado.
Alan havia parado de falar e estava escutando com atenção. Audrey, no entanto, tinha a sensação de estar vivendo um pesadelo. Aquela voz fria, os argumentos muito
claros e precisos, o tom profundo lhe eram tão familiares como se fossem os dela própria.
- Diz que tudo estaria às mil maravilhas se não fosse pelo furacão - o desconhecido falava em tom calmo e pausado. - Mas acho que furacões e ilhas tropicais são
duas coisas que se completam, não é verdade?
Alan deu várias explicações e novamente se pôs a ouvir seu hóspede. Como Audrey reconhecia aquele tom de "você não tem outra saída"! Sabia que Alan não conseguiria
vencê-lo com argumentos, fossem eles os mais razoáveis possíveis. Ela começou a sentir-se mal, um frio no estômago, uma vontade irreprimível de fugir. Mas nesse
momento Alan a viu e seu rosto mostrou uma expressão de alívio.
Levantou-se, e dirigindo-se a ela, pegou-a pelo braço e a levou para perto do desconhecido.
- Audrey, quero lhe apresentar York Laing, presidente da Companhia Laing de Aviação.
Embora Alan tentasse disfarçar, Audrey tinha certeza de que ele sabia quem York Laing era. Ela estendeu a mão e, com um sorriso frio e muito breve, cumprimentou-o.
- Como vai, York? - Não havia como fingir. Sentia que Sally a olhava muito espantada e ficou feliz por saber que pelo menos a amiga não fazia parte daquela trama.
Audrey não precisou ver os olhos muito verdes e irônicos de York para saber o que ia encontrar neles, já conhecia muito bem do que eles eram capazes.
York era um homem muito bonito, com uma beleza máscula, dura, viril, seu queixo era quadrado, sua expressão forte e determinada. Parecia não ter medo de nada e estar
sempre pronto para enfrentar desafios.
Meu Deus, pensou Audrey, Alan fisgou um peixe grande demais para seu anzol, e pensava em usá-la como isca!
York olhou Audrey de alto a baixo, examinando-a desde seus cabelos muito brilhantes até a ponta de seus pés, calçados com sandálias elegantes. Ele parecia despi-la,
deixando seu corpo a descoberto.
Audrey forçou-se a enfrentar esse olhar, conservando-se parada e quieta. Tempos atrás esse olhar seria suficiente para colocar seu corpo em chamas. Mas naquela época
era muito ingênua e podia perceber somente a atração sexual que exercia sobre ele, sem perceber a frieza que existia por baixo daquele ardor aparente.
As mulheres viviam perseguindo York. Ele era muito vivido e experiente e parecia conhecer tudo sobre elas: não só como proporcionar-lhes prazer como também elogiá-las.
- Acho que já podemos ir para o restaurante. Assim tomamos uns drinques antes do jantar. - Alan parecia ansioso por interromper a conversa com York. - Mais tarde
poderíamos discutir sobre nosso assunto de novo. Estaremos mais relaxados e nos compreenderemos melhor.
Alan foi encaminhando todos para a porta e Audrey foi a primeira a sair, sentindo o olhar espantado de Sally quase lhe pedindo explicações. York saiu logo a seguir
e Audrey sabia que ele continuava a examiná-la. Teria que manter seu sorriso gelado, capaz de desanimar qualquer homem com pretensões de dom-juan.
A sensualidade de York já estava causando efeitos em Sally que, embora loucamente apaixonada por Rick, se deliciava com a conversa dele.
Após fechar a porta da cabana, Alan chegou junto de York e ambos seguiram conversando. Sally aproveitou para ficar um pouco mais para trás e não conteve sua curiosidade.
- Não vai me contar tudo, Audrey? Senti como se uma corrente elétrica tivesse atingido a cabana quando você entrou! Além disso, você ficou branca como cera quando
viu York!
Audrey não pôde responder, pois nesse instante York virou-se para ela e comentou:
- Que esposa devotada você é, meu amor! Ainda bem que vim de tão longe só para vê-la! - Como se tivesse dito a coisa mais natural do mundo, York continuou a conversar
com Alan.
- Acho que estou ficando louca! - Sally não podia se conter. - Ele é mesmo seu marido?
Audrey ficou impressionada com o poder de atração de York. A amiga sabia muito bem o mal que o casamento com York havia lhe feito e, no entanto, parecia achá-la
uma idiota por tê-lo abandonado! Mas como ela podia culpar Sally, se ela mesma tinha caído pelos encantos diabólicos daquele homem?
Os quatros continuavam pelo caminho que levava ao restaurante. York agora conversava com Sally e Alan fazia companhia a Audrey.
- Sinto muito por ter causado esta situação, Audrey, mas ele não me deixou outra alternativa, Quando eu o conheci, não fazia idéia de que era seu marido. Ele, me
foi apresentado através do banco e parecia muito interessado pelo negócio. Foi somente depois que ele descobriu como minha situação era difícil que impôs a condição
de vir até aqui, só que fazia questão que você estivesse presente. Chegou até a me ameaçar de me deixar falido, se eu não concordasse com o que ele queria.
- E você concordou e me atirou na cova do leão, não é? - Ela procurou não demonstrar a raiva que sentia, mas não foi bem-sucedida. Lembrou os sonhos terríveis que
tinha logo depois de abandonar o marido, e tornar a vê-lo foi reviver a mesma situação. Nunca havia sido discutida a possibilidade dele querê-la de volta, pois os
dois acabaram com os vínculos que os mantinham unidos. Assim que se separou, Audrey voltou a usar seu nome de solteira e York nunca fez nenhuma tentativa de procurá-la.
Então, por que agora ele fazia tanta questão disso?
- Não faça uma tempestade num copo d'água, Audrey! Ele quer apenas conversar com você.
- Você não foi leal comigo, Alan. Sabia quem ele era e não me disse nada, pelo contrário, ficou sempre me dizendo que fosse simpática com ele!
- York me fez prometer que não contaria nada a você. Se eu não concordasse, ele me arruinaria com um estalar de dedos. Para ser honesto com você, ele ainda pode
fazê-lo, se quiser.
- Mesmo assim, Alan, você devia ter dito.
- Então, agora vou colocar minha vida em suas mãos. Sabe o que St. John significa para mim, não é? Não só financeiramente, e esse homem tem o poder de tornar essa
ilha meu sonho dourado ou me arruinar para sempre. Sei que não tenho o direito de lhe pedir, mas... pode me ajudar?
- Andem mais depressa - Sally chamou-os. - Deixem a conversa para depois.
Entraram no restaurante e York parecia não tomar conhecimento da presença de Audrey. No entanto, ela estava tão consciente da figura forte do marido que mal conseguia
respirar naturalmente.
Por que ele a estaria procurando agora? Será que ia pedir o
261 GAIOLA DOURADA
divórcio? Se fosse isso, não poderia ter tratado de tudo através dos advogados?
E ainda tinha que pensar em Alan! Será que ele compreendia que agora lhe seria impossível permanecer em St. John? Não. Com certeza ele não pensava em nada que não
fossem seus negócios, e York tinha um papel muito importante neles.
Sentaram-se numa mesa muito bem localizada. O restaurante era luxuosíssimo e decorado com muitas plantas e corais tirados dos recifes que circundavam parte da praia.
O salão tinha sido escavado na própria rocha e através de grossos vidros podia-se ver o fundo do mar, raso naquele lugar e repleto de plantas marinhas e peixes muito
coloridos. Era como se estivessem fazendo uma visita ao reino encantado do fundo do mar. A princípio, todos se entretiveram com a vida submarina, comentando sobre
a beleza das estrelas-do-mar, os corais, os peixes pequenos e grandes, que muitas vezes colocavam se ao vidro, olhando-os como se realmente pudessem se comunicar.
Logo a seguir a conversa na mesa começou. Só Audrey permaneceu quieta, enquanto observava a atitude do marido. Ele se dividia conversando ora com Sally, a quem fazia
rir com suas observações inteligentes, ora com Alan, com quem mantinha uma conversa trivial, mas interessante.
Como ela havia vibrado com essa voz intensa e profunda! Como tinha ficado excitada ao mais leve toque daquelas mãos! Lembrava-se ainda de seus desejos, desesperados
pelas carícias suaves e deliciosas que o marido tão bem sabia fazer! Audrey mantinha os olhos fixos no copo de vinho. Tinha medo de demonstrar no olhar seus pensamentos.
Mas o marido, agora com trinta e quatro anos, parecia bem diferente do homem que ela conhecera há três anos. Estava mais duro, mais desconfiado, com uma expressão
que não admitia concorrência, jamais permitiria que alguém se aproximasse de uma coisa que considerasse dele.
Até que ele tinha motivos para ser assim calejado! Tudo que sabia foi aprendido na escola dura da vida. Seu pai havia abandonado a esposa quando York tinha apenas
seis anos. Nunca mais o pai os procurara, preferindo dar apoio à filha que tivera com outra mulher.
262
GAIOLA DOURADA
York jamais esqueceu essa rejeição. Somente uma vez, enquanto casados, ele havia mencionado o nome do pai para Audrey. Ela perguntou sobre o sogro e York lhe contou
que o pai foi um construtor muito bem-sucedido mas que, quando morreu, não tinha deixado nada para ele nem para sua mãe.
Audrey sabia que, para York, o desejo de progredir era resultado dessa rejeição. Sua necessidade de mandar, de dominar a situação, provinha desse início de vida
amargo e difícil. Mas, sem dúvida nenhuma, ele tinha alcançado seus objetivos, pois se tornara um homem poderoso, rico, independente e dono de um império, representado
principalmente pela companhia aérea de sua propriedade, que era mundialmente conhecida.
O garçom trouxe a lagosta que Audrey havia pedido como entrada, mas ela estava tão nervosa que mal conseguiu prová-la. Desde que se separara de York, preparava-se
para o instante em que teria que enfrentá-lo de novo. Agora que o momento tinha chegado, ela se sentia amedrontada e evitava qualquer contato, mesmo visual, com
o marido. No entanto, podia sentir que ele estava sempre olhando na direção dela. 0 que ele queria? Todos já tinham terminado de saborear o prato de entrada e Audrey
mal havia tocado no seu.
- Alguma coisa a fez perder o apetite? - Era York que se dirigia a ela.
Audrey limitou-se a sorrir, mantendo a atitude distante. Tempos atrás ela não teria tido frieza suficiente para se manter assim alheia, pois em poucos minutos York
conseguia deixar seu corpo em brasas, seus sentidos ficavam completamente à mercê da vontade daquele sedutor! Naquela época, Audrey achava que o marido a amava,
e no fim tinha chegado à conclusão de que o que ele sentia era muito mais ódio do que amor. No fim de seu relacionamento, o casamento havia se tornado um inferno
e Audrey lutava com toda a força de sua mente para livrar o próprio corpo daquele domínio irresistível que York exercia. Não havia dúvida de que tanto Alan como
Sally estavam encantados com a presença marcante de York. Audrey sabia o que era isso, pois tinha lhe acontecido a mesma coisa. Agora, porém, mais experiente, conseguia
resistir ao sorriso simpático e sensual do marido e a sua única aspiração era sobreviver às poucas horas que ainda lhe restavam na companhia dele.
Por alguns instantes, Alan e York se envolveram num animado papo sobre negócios. Sally aproveitou o breve intervalo para conversar com Audrey.
- Adorei seu vestido! Ficou maravilhosa com ele! Acho que se pudessem, as outras mulheres aqui presentes a matariam de inveja... Em compensação, acho que todos os
homens dariam a vida para ver como você é na cama!
Audrey ficou vermelha ao ouvir o comentário da amiga. Estava acostumada com as idéias liberadas de Sally, mas desta vez estava realmente chocada. Sem saber por que,
olhou na direção de York. Infelizmente para ela, ele estava prestando atenção na conversa e ouviu o último comentário de Sally.
- E verdade, Audrey. Que tal você é? Já faz tanto tempo que praticamente esqueci como era.
- Acho que me acharia um fracasso. - Com coragem, Audrey olhou fundo nos olhos do marido e depois desceu o olhar pelo corpo dele, como se o estivesse avaliando.
Sabia que isso irritava o marido pois, como bom machão, achava justo que os homens fizessem isto com as mulheres, mas não o contrário.
No entanto, York não se mostrou abalado nem sem jeito, pelo contrário, lhe devolveu o mesmo olhar observador, detendo se por um longo tempo no ponto em que o vestido
de Audrey ousadamente, mostrava o inicio da curva dos seios. Ela se virou para Alan, como se estivesse muito interessada na conversa, mas na realidade tentava se
recompor emocionalmente.
Apenas o fato de estar na mesma sala com York já a deixava sem forças. Ele parecia um campo de força extrema, que a mantinha magnetizada e incapaz de pensar com
calma.
A comida devia estar deliciosa, pois todos a saboreavam com muito prazer. Audrey, porém, nem fazia idéia do que tinha no prato. Tinha o estômago fechado pela tensão
que sentia. Alguns casais estavam dançando e ela tremeu de medo ao pensar que York poderia convidá-la. Não iria! Isso seria superior às suas forças! Não poderia
sentir de novo os braços do marido!
Foi com alívio que ouviu a voz de Alan:
- Vamos dançar, Audrey?
Os dois foram para a pista, que estava bastante cheia. Pouco depois, York e Sally também começaram a dançar. Assim que uma nova música começou, Audrey sugeriu a
Alan que se sentassem.
- Ainda não me desculpou pelo que fiz, não é, Audrey? Não tive a menor chance de agir de outro modo, acredite. E acha que, mesmo que eu não tivesse concordado, ele
não teria dado um jeito de vir para cá? York está muito acostumado a ter tudo o que deseja e a transformar sua vontade era lei.
- Sei disso, Alan, mas devia ter me prevenido. - Audrey levou o copo de vinho aos lábios para tomar mais coragem. - Vou deixar a Travei Mates, não posso mais continuar
nela depois do que aconteceu.
Alan praguejou em voz baixa e ficou olhando para York e Sally que dançavam muito juntos. Audrey seguiu o olhar dele e, para sua surpresa, não se sentiu magoada ao
ver York abraçando outra mulher. Em outros tempos, talvez tivesse ficado desesperada e infeliz, mas agora já conseguia enfrentar essa situação com calma e frieza.
A música parou e o casal se separou. Continuaram juntos e conversando e, pelo jeito de York, Audrey tinha certeza de que ele estava passando uma cantada em Sally,
exatamente como anteriormente havia feito com ela.
Num movimento rápido, Audrey se levantou, pegou a bolsa e avisou Alan que ia ao toalete retocar a maquilagem. Sentada em frente ao espelho, ela penteava os cabelos,
quando a porta se abriu e Sally entrou.
- Você está bem? - Sally perguntou, solícita.
- Tão bem como se pode estar quando se é posta frente a frente com um passado que se julgava morto e enterrado.
- E que passado! - Sally suspirou, os olhos sonhadores.
- O que quer dizer com isso? Que se você tivesse sido casada com ele jamais o teria deixado escapar?
Sally percebeu a amargura na voz da amiga, sentou-se a seu lado e manteve-se calma.
- Já somos amigas há muito tempo, Audrey, e sei que espécie de pessoa você é. Tenho que admitir que York não é nem de leve o marido que você descrevia. Ele é muito
mais excitante, sensual e maravilhoso do que você contava. E acho que pode compará-lo com tudo, menos com um pedaço de aço gelado. Acho que ele é muito insinuante,
mas morreria de medo de tê-lo como inimigo. Quanto a Alan, acho que ele agiu muito mal, não a prevenindo que era York a pessoa esperada. Mas acredito que manter
isso em segredo tenha sido idéia do próprio York. Audrey concordou com a cabeça.
- Então Alan deve ter sido obrigado a guardar segredo sobre quem vinha para cá. Pense bem, ele não foi inteiramente culpado por mantê-la na ignorância.
- York ameaçou destruir a Travel Mates se Alan não fizesse como ele queria. - Audrey confirmou as suspeitas de Sally.
- E agora, o que pretende fazer?
- Vou embora daqui assim que puder. Não sei o que York quer, e não tenho a menor vontade de saber. Só há uma coisa que quero dele: o divórcio!
Sally estava preocupada com o estado de ânimo da amiga.
- Quer que eu fique com você esta noite? Parece tão agitada!
- Não, obrigada, não é necessário, mas agradeço por ter se oferecido.
Audrey saiu do restaurante e se sentiu melhor ao respirar o ar fresco e perfumado da noite tropical. Logo começou a pensar em como poderia escapar daquele lugar.
No dia seguinte tinha que participar do passeio de lancha em redor da ilha, pois ela mesma o organizara e não havia ninguém que a pudesse substituir. Mas sabia que
saía um vôo direto de Santa Lúcia, uma ilha próxima, para Londres. Poderia dar um jeito de seguir nesse avião.
Quanto ao que faria quando chegasse em Londres, achava melhor não pensar agora, mais tarde teria tempo suficiente para isso. O mais importante naquele momento era
pôr a maior distância possível entre ela e York. Será que o Atlântico era distância suficiente para mantê-lo afastado?
CAPÍTULO II
Saindo do restaurante, Audrey não foi diretamente para sua cabana, preferindo andar pela praia, para refrescar as idéias. Tirou as sandálias e caminhou pela areia
ainda quente do calor do dia.
Ela se sentia ansiosa e tensa, aproveitava a amplidão do mar para se acalmar. Como seria bom entrar na água e caminhar, até que a água a envolvesse completamente
e pusesse um fim a todos seus sentimentos.
Depois de andar bastante, molhando os pés na beira d'água, Audrey finalmente se encaminhou para sua cabana. Assim que entrou, seu sexto sentido a preveniu de que
não estava sozinha. Havia um cheiro suave de tabaco na sala escurecida e no mesmo instante ela reconheceu o odor. Sabia quem estava ali, envolto na sombra, perto
da janela.
Antes que ela esboçasse qualquer reação, ele cruzou a sala e segurou-a pelo pulso. Puxando-a para mais perto de si, fechou a porta, trancou-a e colocou a chave no
bolso.
- Você continua a mesma, Audrey. Nunca luta quando pode fugir.
- Não estava rugindo, York. Na verdade, estava tão cansada pelo dia exaustivo que tive, que já estava indo para a cama.
Imediatamente ela percebeu a inconveniência do que tinha dito. Se conhecia bem o marido, ele entenderia com malícia suas palavras. Os olhos verdes de York adquiriram
um brilho maroto e seu tom foi bastante irônico.
- Eu também.
- Quis dizer: ir para a cama sozinha. - Audrey nem tentou disfarçar, fingindo que não tinha entendido a sugestão. -Acho muito mais agradável, principalmente com
o calor que faz aqui.
Embora com a cabeça erguida, em atitude de desafio, Audrey mal alcançava o queixo de York. Ela sentiu que sua resposta o tinha surpreendido. Normalmente teria ficado
zangada com a sugestão dele, e se poria na defensiva. Mas agora procurava agir de modo mais adulto.
- Está ficando mais experiente! Com quem tem ido para a cama? Não deve ter sido com seu amigo Alan, não é? Diga a verdade, Audrey, já dormiu com ele?
- Acho que isso não é da sua conta. - Ela foi até o canto da sala e acendeu a luz. Ouviu o respirar pesado do marido e teve certeza de que ele estava zangado. Finalmente
tinha conseguido atingi-lo! Otimo! Ele sempre conseguia vencê-la com sua lógica e firme determinação, e ela, por amá-lo muito, sempre entregava os pontos. Mas agora
a situação era diferente!
- Dormiu com ele? - York insistiu.
- Por que não pergunta diretamente a ele?
Audrey tinha certeza de que York não faria tal coisa, por isso não teve medo de enfrentá-lo. Ia ser mais fácil do que supunha! Imaginara que ele fosse um adversário
invencível, mas, com o passar do tempo, ela havia crescido e passado de uma adolescente ingênua e inexperiente a uma mulher madura e resoluta, e o via agora com
outros olhos.
- Me entregue a chave e saia, York. Quero descansar porque preciso trabalhar amanhã cedo.
- Essa maneira fria e distante pode funcionar com outras pessoas, mas não comigo, Audrey. Sei muito bem o que existe por trás dessa aparência de gelo! Além disso,
não atravessei milhares de quilômetros para ser dispensado assim. - Ele fez uma pausa, olhou-a com interesse, detendo-se nas curvas bem feitas de seu corpo. - Aliás,
nós dois sabemos que essa frieza toda é apenas fachada, não é verdade?
- Que você quer? Não estou disposta a ficar aqui falando sobre minha pessoa. Diga o que quer de uma vez e vá embora. - Audrey apontou a porta.
Os olhos de York se estreitaram numa expressão de raiva tão grande que ela teve que reconhecer que ele representava o mesmo perigo de sempre. York deu um leve sorriso
e começou a fazer carícias sensuais nos pulsos dela.
- Quero você, Audrey...
Alguns anos atrás, esse modo de agradá-la teria sido suficiente para fazer com que ela se atirasse em seus braços, ardente de paixão, ansiando por fazer amor com
ele, única maneira de aplacar o desejo intenso que crescia em seu ser. Agora, no entanto, Audrey se controlava, e não havia nela o mais leve sinal de ardor, paixão
ou desejo.
- Acontece que eu não quero você!
Ele ficou surpreso com essa resposta, mas logo depois estava novamente senhor da situação, o rosto impassível.
- Pelo jeito, está querendo se vingar de mim! Tenho razão quando digo que por trás dessa aparência fria e calculista você é tão vulnerável quanto um bebê que perdeu
a mãe!
Audrey deu um risinho leve, frio, de zombaria. Procurava com isso se manter indiferente ao que ele dizia.
- É você que não me conhece, York. Já faz dois anos que não me vê e se engana quando pensa que essa dureza que tenho é apenas fachada... ela é profunda e está bem
enraizada em mim. Não sei por que resolveu colocar Alan em nossos assuntos particulares, mas já resolvi que vou deixar a Travei Mates. Vou pegar o primeiro avião
que me leve para bem longe daqui. A verdade é que não temos nada a dizer um para o outro.
- Você não vai a lugar nenhum. - York parecia estar muito firme e decidido. - Vou tomar minhas providências para que não vá. E não adianta fingir, Audrey. Não esqueça
que conheço tudo sobre você!
- Você conhecia tudo sobre uma jovem chamada Audrey que não existe mais. E não sabe nada a respeito da mulher em que essa garota se transformou.
- Então acho que preciso começar a conhecer. - York chegou mais perto, mas ela escapou, indo ficar junto da janela.
- Nosso casamento terminou, York, e a única coisa que quero de você é minha liberdade.
- Pode-se dar um jeito sobre isso.
- Então concorda com nosso divórcio? - Ela não pôde esconder a surpresa que sentia.
- Poderia concordar, se algumas condições fossem preenchidas.
- Que condições? - Audrey não conseguia imaginar o que ele pretendia dela.
- Quero você de volta, como minha esposa, morando na minha casa.
- Sua casa? E onde seria, York? Em seu apartamento em Londres, onde você só fica uma vez por mês, no intervalo de suas viagens de negócios? - Audrey estava indignada.
- Não, muito obrigada, mas isso não me serve e não tem como me convencer a voltar para você. Lembre-se de que um prisioneiro nunca é punido duas vezes pelo mesmo
crime,
- Era isso que nosso casamento representava para você? Uma prisão? No entanto, se me lembro bem, você concordou com ele com muita vontade e satisfação!
"Como ele era arrogante e seguro de sua vitória final!", pensou Audrey. Por dois anos ela tinha construído um muro que a separava de um passado que desejava esquecer,
e agora York queria derrubar essa parede!
- Por que está fingindo que nosso casamento significou alguma coisa para você? - A amargura aparecia claramente em sua voz. - Nós dois sabemos que, se eu não tivesse
partido voluntariamente, na certa você me obrigaria a isso. Já esqueceu que você mesmo disse que nosso casamento havia sido um erro e que eu o cansava e aborrecia?
Ou não se lembra mais da rapidez com que me substituiu?
Só de pensar nos maus momentos por que tinha passado durante o ano em que convivera com o marido, Audrey sentiu uma dor profunda em seu íntimo. Tornou-se tensa,
como se assim pudesse se livrar daquelas recordações.
- Por que não pediu o divórcio assim que o deixei?
- Para quê? Nada melhor que uma esposa para manter afastadas as mulheres que não se quer.
Ele era tão cínico que Audrey sentia o sangue ferver nas veias. York não a amava, nunca se dera ao trabalho de negar esse fato!
- Por que me quer de volta? Sei que não me ama.
- Porque preciso de você.
- Precisa? Nunca precisou de ninguém em toda a sua vida, York! Sempre se vangloriou disso, me dizendo como era auto-suficiente! Além disso, eu não preciso de você!
Já construí uma nova vida para mim e você não faz parte dela.
- Não quer o divórcio, Audrey? Concordo com ele, se me der quatro meses de sua vida. E só isso que quero, que fique junto comigo durante os próximos quatro meses.
Apesar da noite quente, Audrey sentia-se tremer. Durante o curto espaço de tempo em que estivera casada com York, tinha conseguido notar que, por baixo daquela atitude
charmosa e sedutora, o marido era dono de uma vontade indomável, que não admitia oposições à sua vontade. Então, se dizia que queria que ela ainda ficasse como sua
esposa durante algum tempo, era porque tinha o firme propósito de consegui-lo.
- Mas por quê? - acabou perguntando-lhe.
- Por motivos de negócios.
Esse homem era louco! Como, negócios, se foi esse o motivo da separação? York nunca quis realmente se casar com ela, o que ele pretendia, na verdade, era ter um
caso passageiro, nada de permanente. Audrey sabia que teria sido muito melhor manter um romance com ele, mas... na ocasião tinha somente de-zenove anos, era ingênua
e inexperiente, ainda uma menina inocente.
- Não vejo porque os negócios iriam nos unir, agora, York!
- Não foram eles que nos separaram. Se eu tivesse alguma coisa que me fizesse querer voltar para casa, as coisas teriam sido diferentes. - Seu tom de voz era cruel,
direto. - Mas não vamos falar do passado, Audrey, é o futuro que nos interessa. Sei que vão me oferecer o título de cavalheiro, vou passar a me chamar sir York Laing.
Essa homenagem me vai ser concedida por grandes serviços prestados à indústria do país... pelo menos foi essa a explicação que me deram.
Audrey sabia como o marido era ambicioso e trabalhador, mas jamais havia pensado que títulos e honrarias lhe fossem importantes. Ficou quieta, deixando que ele continuasse
com as explicações.
- Para mim é indiferente ter esse título, mas ele vai representar muito para minha companhia aérea. No entanto, fui prevenido de que, se eu for casado, o governo
verá com mais satisfação e rapidez essa honraria. É por isso que preciso de uma esposa.
- Você não vale nada, York! Vá arranjar esposa onde quiser e me deixe em paz!
- O que esperava, Audrey? Que eu dissesse que tinha atravessado meio mundo só para convidá-la para ir para a cama comigo? Seria muita pretensão de sua parte! Você
era atraente, mas não tanto, assim!
Tamanho sarcasmo deixava Audrey cada vez mais indignada.
- E para que devo procurar outra esposa, se já tenho uma aqui?
Ela procurava se manter fria e controlada, mas sua vontade era dar um sonoro tapa na cara de York e pô-lo dali para fora. Se agisse assim, porém, teria um inimigo
implacável pela frente.
- Pare com isso, York. Não sou propriedade sua e nada me fará voltar para você.
- Está com medo? Ainda continua fugindo assustada? Ainda fica apavorada de enfrentar a vida e viver a realidade das coisas?
Apesar de tudo, York a conhecia bastante bem, pois essas palavras tocaram um ponto sensível de Audrey, que foi obrigada a reconhecer que ele falava a verdade.
- Não tenho medo de você, nem de homem nenhum! O passado, para mim, está morto!
- Como pode dizer isso se continua ligada a mim, como minha esposa? Por mais que queira se livrar desse fato ou de suas recordações, não o consegue, não é? Posso
perceber claramente que odeia tudo que aconteceu, mas não pode esquecer!
- Já lhe disse que coloquei uma pedra sobre tudo e não quero mais falar sobre isso! - Audrey procurou manter a voz firme, mas sentia que seu corpo não parava de
tremer.
- Você é covarde, Audrey. Pensa que pode escapar de tudo
que aconteceu, fazendo de conta que o passado não existiu? Ou está tentando esconder alguma outra coisa da qual tem mais medo ainda? Talvez não seja tão indiferente
a mim como pro-
cura parecer?
- De fato, não sou indiferente, porque na realidade eu o odeio e vou continuar odiando até o dia em que morrer! Vá embora! Saia daqui, York!
Virou as costas, tentando se controlar. Esse tipo de cena já havia se repetido antes. Ela tomava atitudes desafiadoras, mas ele tinha certeza de que acabaria vencendo
sua resistência. Não ia deixar que isso acontecesse de novo! Não seria a perdedora dessa vez!, decidiu.
- Já não sou mais aquela que você conheceu e não vou deixar que me deixe tão revoltada a ponto de reagir como costumava fazer. O passado está morto e agora sou
imune a seus encantos e manobras. Sei que daqui a dois anos posso requerer o divórcio e ficar livre para sempre. Por isso, vou esperar com paciência é não há nada
que possa fazer para me convencer do contrário.
York se aproximou e puxou-a com força para junto de seu corpo quente, viril...
- Quero ver se está mesmo imunizada - ele murmurou e com movimentos selvagens a prendeu em seus braços, chegando aos lábios dela, apertando-os, forçando-os a se
abrirem e corresponderem, reavivando memórias, despertando em Audrey as lembranças de como se entregava ã menor carícia dele.
Ela sentiu a boca seca, os músculos retesados, os sentidos bem alertas. Quantas vezes ele não tinha vencido sua resistência, acabado com seu controle, dominado sua
vontade? Mas não ia conseguir nada dessa vez!
Audrey permaneceu fria, distante, indiferente, mantendo-se quieta, apertando as unhas contra as palmas da mão, para que sentindo essa dor não pensasse no encanto
másculo e dominador do homem que a beijava. Sentiu que a raiva tomava conta dele, que a pressão de seus lábios se tornava mais insistente, que York tentava de todas
as maneiras fazè-la corresponder a seus carinhos.
Quando finalmente ele ergueu a cabeça, Audrey pôde notar uma fúria quase assassina nos olhos do marido,
- Já terminou? - ela perguntou, gozando a própria vitória.
- Acabei coisa nenhuma! -Mais uma vez ele a beijou, com mais selvageria ainda.
Audrey conseguiu ficar nos braços dele como uma boneca de pano, inerte, enquanto York a beijava no pescoço, na boca, nos olhos, abrindo velhas feridas, deixando-a
com o coração em pedaços. Mesmo assim, ela não demonstrou emoção alguma.
York acabou soltando-a, e empurrou-a para o lado, ao mesmo tempo que demonstrava sua raiva.
- Vagabunda, bem que gostou disso, não foi?
- Não, York, não gostei, não. Nenhuma mulher gosta de ser humilhada e usada e, felizmente, aprendi a distinguir entre castigo e prazer. Talvez agora esteja convencido
de que nada no mundo me fará voltar a viver com você como sua esposa!
- Nem mesmo se eu prometesse lhe dar o divórcio assim que recebesse o título de sír? Pense bem, Audrey. Posso facilitar as coisas ou então arrastá-la aos tribunais
para conseguir o divórcio. Já pensou o que seria levar a público tudo que já aconteceu entre nós? Acho que teria mais a perder do que eu. No entanto, podemos fazer
nosso acordo amigavelmente e você ficará livre sem maiores dores de cabeça. Tudo que peço é que permaneça como minha esposa durante quatro meses. Se fizer isso,
prometo que meu advogado lhe entregará os papéis assinados assim que conseguir meu título.
Audrey sabia que York não a estava somente ameaçando, sabia que ele cumpriria tudo o que havia dito e ela não tinha a menor vontade de reviver o passado diante de
estranhos, deturpado por advogados, comentado pela imprensa ávida de fofocas e novidades.
- Sei que quer demais esse divórcio, Audrey. Portanto, consiga-o da maneira mais fácil. Se quiser, dou por escrito um documento, concordando com ele assim que meu
caso estiver resolvido.
- Então é melhor começar a escrever.
- Ainda bem que concordou comigo.
Aquele mesmo sorriso vitorioso aparecia nos lábios de York.
Mas... que alternativa ela tinha? Não era melhor aguentar a situação de esposa por mais quatro meses e ficar livre, de uma vez, do que ainda esperar dois anos e
ter que enfrentar o tribunal?
- Exijo, porém, duas condições, York. Que nosso divórcio seja concedido assim que conseguir o que quer e que ajude Alan a reerguer o que tinha aqui em St. John.
Você não vai perder nada com esse investimento, pois sei que, uma vez que tudo esteja reconstruído e pronto, vai dar muito lucro.
- Não vai exigir uma terceira condição? Que eu me mantenha afastado de sua cama? Só para se manter a salvo, caso derreta esse gelo que a cobre e se recorde de como
costumava ser conosco?
Ela engoliu em seco ao pensar em como costumava corresponder às carícias dele. Mas não queria pensar nisso!
- Não preciso dessa terceira condição. Como provavelmente, vamos morar em seu apartamento, sei que a cama é sua e não esqueci do que me disse: que a única maneira
de voltar a ela seria pedindo de joelhos. Acontece que não vou lhe pedir nada, mesmo que estivesse morrendo de sede não lhe pediria um copo d'água! Como vê, não
preciso impor essa condição. Quero deixar bem claro que vou voltar a morar com você, somente para ter o prazer de ficar completamente livre em muito pouco tempo.
York ficou pálido e Audrey exultou por ter tocado num ponto sensível. Ele não se importava com o quanto pudesse humilhar os outros mas, quando era ele que recebia
as humilhações, a situação era bem diferente. Ela sentiu um gosto amargo na boca ao recordar aquele dia distante em que ele a fizera sofrer tanto. Foi então que
resolveu partir, antes de ser destruída. Se tivesse continuado com ele acabaria por não resistir e provavelmente pediria que fizessem amor de novo, perdendo completamente
o respeito por si própria.
- Espero que Alan valorize o que está fazendo por ele - York disse, interrompendo os pensamentos dela.
- É por mim mesma que estou agindo assim. Na verdade, gostaria de lhe dizer que o contato com você me enche de desprezo e repugnância, mas isso não é verdade. O
que acontece é que não sinto absolutamente nada, nem por você nem por ninguém mais. Você simplesmente destruiu minha capacidade de sentir.
Muito devagar, York se dirigiu para a porta, tirou a chave do bolso, abriu a fechadura e lhe devolveu a chave.
- Não tente fugir de mim - ele avisou-a -, ou nunca mais a deixarei em paz. Vamos sair juntos daqui, assim que tiver resolvido as negociações com Alan.
Audrey não respondeu, pois mal tinha forças para respirar. Sentia-se como se tivesse morrido e renascido, como se tivesse passado por um holocausto, para reaparecer
como uma nova pessoa.
Encostando a cabeça no vidro frio da janela, Audrey se deixou ficar parada, sem pensar em nada, como que procurando recobrar as energias. Pouco depois ouviu que
alguém batia à porta. Era Sally, que entrou com uma expressão preocupada.
- Vi que York acabou de sair daqui. O que aconteceu?
- Ele concordou em me dar o divórcio, desde que eu ainda fique durante quatro meses com ele.
- Acha que se voltar a viver com ele vai conseguir vencer os fantasmas do passado, não é, Audrey?
- Acho que sim. Não é assim que os psiquiatras fazem para que as pessoas vençam seus traumas?
- Espero que saiba o que está fazendo. Talvez esteja brincando com fogo.
- Já estou vacinada contra York. - Era bom discutir o caso com Sally, parecia que tudo ficava mais claro e que ela ia perdendo o medo de enfrentar as situações.
De uma coisa estava certa: já não devia mais fugir e sim enfrentar de uma vez por todas seus problemas. Só então poderia se considerar uma mulher adulta.
- Não quer mesmo que eu fique aqui com você? - Sally quis saber.
- Prefiro ficar sozinha. Tenho muito o que pensar. Muito obrigada.
Quando a amiga saiu, Audrey foi até a janela e ficou olhando o movimento rítmico das ondas que iam e vinham. Essa imensidão azul a fazia ficar mais calma. Abriu
a porta e saiu para o terraço.
A praia estava deserta e escura. Ela se pôs a caminhar na areia macia, aproximando-se da beira d'água, molhando os pés. Aproveitava a liberdade que a solidão lhe
dava.
Sempre tinha gostado do mar, e ficava fascinada pelo seu movimento incessante. Era delicioso sentir o cheiro de maresia, ter os cabelos flutuando no vento, ouvir
o barulho cadenciado dos ondas se quebrando na areia. Quando alcançou o ponto em que a praia era interrompida por rochas, Audrey parou e se sentou, numa pedra. Suas
ideias pareciam ter clareado.
Desde que abandonou o marido, estava sempre se escondendo de suas recordações. Agora agiria diferente: ia enfrentar as situações, por mais dolorosas que fossem,
e sair vitoriosa! Há dois anos que ela se considerava livre, embora fosse prisioneira de seu passado. Só estaria realmente e completamente curada quando pudesse
se abandonar nos braços de York sem sentir nada...
CAPÍTULO III
Audrey trabalhava num hotel, como recepcio--nista, quando viu York pela primeira vez. No mesmo instante se impressionou com seu ar dominador, sua masculinidade,
seu poder de atração. Ele parecia saído de uma revista, dessas que anunciam seus produtos com homens dinâmicos, cercados de mulheres e carros de luxo.
A outra recepcionista, Mary, que estava lhe ensinando a função, ficou tão encantada quando o viu que não conseguia fechar a boca, maravilhada.
- Isso é que é homem, Audrey, o resto é conversa - Mary conseguiu murmurar baixinho. - E está sozinho! A única pena é que sendo moreno deve preferir as loiras, e
eu tenho cabelos tão escuros...
Audrey olhou espantada para a amiga. Será que os rapazes morenos realmente gostavam de loiras?
- Não fique me olhando feito uma boba, Audrey! Meu Deus, você não sabe nada de nada!
Audrey poderia ter dito que sabia um monte de coisas. No entanto, sabia o que Mary queria dizer com "nada de nada", ela referia-se a rapazes. Por isso, ficou quieta,
enquanto aquele homem maravilhoso se aproximava.
Mary o atendeu com o máximo de atenção e charme, mas ele nem reparou nela. Limitou-se a assinar o nome no livro de registros, enquanto esperava que o carregador
viesse para levar suas inalas.
Quem seria esse homem? O que estaria fazendo ali? Audrey não conseguia tirar os olhos do desconhecido. Num determinado momento, ele ergueu os olhos e encontrou os
dela, perdendo aquela expressão indiferente. Audrey sentiu que ficava vermelha e desviou o olhar.
York seguiu para o quarto e logo depois terminou o tempo de serviço para Audrey. Mas, no dia seguinte, Mary tinha muitas coisas para contar sobre o visitante.
Seu nome era York Laing e estava ali por ordem médica, para se recuperar de uma gripe muito forte. A princípio, aquele nome pareceu familiar para Audrey. Somente
depois é que lembrou que ele era o Presidente da Companhia Laing de Aviação, que fazia centenas de linhas dentro da Inglaterra e também para o exterior. Que fazía
um homem tão importante num lugar pacato como aquele, no norte da Inglaterra? A Riviera Francesa seria um lugar muito mais apropriado para ele!
- Que homem sensacional! - Mary comentou, quando York passou pela portaria. - E, pelo jeito, deve ter uma experiência incrível com as mulheres!
York se deteve por uns segundos diante do balcão da recepção, cumprimentou as duas com um sorriso e deteve seu olhar em Audrey, que corou como uma garotinha. Embora
tudo fosse muito rápido, nada passou despercebido a Mary.
Todo o pessoal do hotel considerava Audrey como sua mascote. Embora ela tivesse dezenove anos, sua inexperiência era tão gritante que todos procuravam protegê-la
de uma maneira carinhosa.
Somente quando começou a trabalhar nesse hotel é que Audrey se deu conta de como sua educação tinha sido à moda antiga. Ela havia perdido os pais num acidente de
carro, quando ainda era um bebê, sendo criada por uma tia solteirona, cujo noivo tinha morrido na Primeira Guerra Mundial. Emma Kane era um produto da época em que
as moças eram educadas para serem "moças direitas e honestas" e foi esse o tipo de educação que deu à sobrinha. A escola que Audrey havia frequentado era pequena
e lhe proporcionara boa cultura, mas, por ela ser muito tímida, nunca tinha tido amigas íntimas com quem pudesse conversar sobre maneiras de agir, ou com quem trocasse
ideias.
279
GAIOLA DOURADA
Assim, a diferença que existia entre o tipo de criação de Audrey e o das outras moças foi se tornando cada vez maior.
Quando tia Emma morreu, Audrey tinha ficado chocada, desanimada, completamente perdida. A casa em que viviam foi vendida e ela sentiu-se sozinha pela primeira vez
na vida, sem saber o que fazer. Por sorte, o advogado que cuidava dos negócios da tia teve pena dela e conseguiu-lhe um emprego de recepcionista.
Convivendo com outras moças de sua idade, Audrey tentou se adaptar. Todas caçoavam de sua ingenuidade, mas ela sentia o carinho com que as observações eram feitas
e não ligava. Chegou até a sair com alguns rapazes, mas nenhum deles a impressionou o bastante para que aceitasse um segundo convite.
Audrey nunca tinha se apaixonado na vida e, quando reparou no sorriso cheio de promessas de York Laing, começou a se sentir não só muito excitada ramo também amedrontada.
- Acho que ele tem uma quedinha por você - Mary observou com uma ponta de inveja. - Não lhe disse que os morenos gostam das loiras?
Audrey sorriu, achando que Mary estava brincando com ela.
- Você é o cúmulo da inocência! Aquela sua tia nunca lhe explicou nada da vida? - Sally levou a amiga para diante do espelho. - Dê uma boa olhada em si mesma.
Olhando seu reflexo no espelho, Audrey sentiu-se corar. Seus cabelos muito loiros lhe caíam sobre os ombros em ondas suaves, os olhos, de um castanho dourado, eram
sombreados por cílios compridos, o corpo, esguio, apresentava curva nos lugares certos, deixando sua cintura fina ainda em maior evidência.
- Não tem jeíto, mesmo, Audrey. Sem dúvida nenhuma, você é uma das moças mais lindas que já vi na minha vida! E, no entanto, você faz uso dessa beleza toda? Não!
Tem o ar de uma freira, vive se escondendo e não realça todas as coisas boas que Deus lhe deu. Nunca reparou como os homens a olham?
Na verdade, jamais tinha dado muita importância para isso, Audrey reconheceu. Mas, lembrando-se de como se sentira quando York Laing havia olhado e sorrido para
ela, reconheceu também que, pela primeira vez na vida, desejara que ele a achasse bonita.
- Estou de folga hoje à tarde. Vamos fazer compras juntas? - Mary propôs.
- Vamos sim, adoro ver vitrines. Como só trabalho até a hora do almoço, vamos ter tempo de sobra para sair.
Audrey acabou de se vestir e foi para a recepção cumprir seu turno de trabalho. A manhã não foi muito movimentada e quando já era quase hora de parar, ela ouviu
a voz de York. Virando-se para lhe responder, encarou-o vermelha e sem jeito.
- Posso servi-lo em alguma coisa? - Sua maneira de falar era forçada, sem nada da naturalidade que ela costumava ter.
- Gostaria de saber se pode ir comigo, hoje à tarde, dar um passeio pelas vizinhanças. Não conheço nada por aqui e talvez me pudesse servir de cicerone.
Audrey ficou entusiasmada com o convite, mas ao mesmo tempo triste, porque ele precisava apenas de alguém que conhecesse o lugar, e não dela, especialmente.
- Sinto muito, mas hoje vai ser impossível. Já combinei com Mary para irmos fazer compras.
- Fica então para qualquer outra ocasião. - Imediatamente York foi embora.
Mais tarde, estando com a amiga, Audrey lhe contou o que tinha acontecido e ouviu um bom sermão.
- Você é uma boba! Deveria ter dito a ele que estava livre e passar uma tarde maravilhosa! Só mesmo uma tonta como você deixaria de sair com aquele homem maravilhoso
para fazer compras comigo!
- Mas ele não fazia questão que fosse eu! Só queria alguém que pudesse lhe mostrar o que há de bonito por aqui.
- Homens como York Laing não precisam procurar companhia, sua boba. Eles têm mais gente à sua volta do que gostariam de ter. Por isso mesmo são eles que escolhem
com quem querem estar.
Audrey escutava atentamente o que a amiga dizia. Abria bem os olhos, tentando compreender melhor aquele mundo desconhecido para ela.
- Em parte, acho que foi melhor que não tivesse saído com ele. Você é tão ingênua e inocente que talvez não soubesse nem como agir com um homem daqueles, charmoso
e experiente!
- Deixe de ser exagerada! Ele me convidou apenas para um passeio de carro e não para um assalto à minha virtude.
- Acho que é um perigo deixá-la sozinha, Audrey! Você não entende bem como age um tipo de homem como York Laing. Ele não precisa forçar ninguém, ele obtém o que
quer com pouco esforço. York é perigoso, Audrey, e está na cara que está a fim de você. Se quer um conselho, não se envolva com ele!
Mary tinha intenções de faíar mais, de dizer que homens como York Laing não querem se envolver em nada permanente, que só pensam em satisfazer seus caprichos. Mas
achou que já tinha falado bastante e não quis destruir as ilusões de Audrey de uma vez só. Além disso, ela pensou, York Laing não iria convidar sua companheira para
sair outra vez, portanto, não precisava arrasar de vez com a ingenuidade dela.
Durante os dois dias que se seguiram, Audrey não viu York. Depois, o via sempre a distância e achava que ele lhe sorria, mas não tinha muita certeza se era um sorriso
feliz ou de zombaria. Ela não conseguia classificar seus sentimentos, porque nunca antes tinha se sentido assim.
Algumas noites depois, Audrey estava na recepção, acertando as contas de alguns hóspedes que partiam. Estava entretida em seu serviço, mas sentiu que alguém a observava
e, levantando os olhos, viu York encostado ao balcão. Quando o casal partiu, ele sorriu e se aproximou.
- Alguém já lhe disse que tem olhos maravilhosos? Às vezes são castanhos, às vezes tornam se dourados. E, para completar, são muito expressivos!
Audrey tentou fingir que estava acostumada a ouvir essa espécie de elogio e, para disfarçar sua timidez, inclinou a cabeça sobre alguns papéis de modo que os cabelos
lhe escondessem o rosto. Sentia o coração bater descompassadamente e estava consciente da excitação que percorria seu corpo. Aliás, já estava
começando a se acostumar com essas reações, porque elas aconteciam cada vez que o via.
- Sei que está de folga hoje à noite -York murmurou junto dela. - Vamos sair juntos? Podemos dar uma volta de carro.
- Eu... eu...
- Não vou mordê-la - ele brincou. - Não vai me deixar ficar a noite toda sozinho, vendo televisão, não é?
Audrey achou engraçada a maneira dele falar e deu uma boa risada. Antes que se desse conta do que fazia, estava concordando em passear com York.
O carro dele era grande, luxuoso, todo estofado em couro. Durante algum tempo ficaram em silêncio, o carro muito veloz vencendo a distância com facilidade. Audrey
tentou conversar com York, de maneira educada e própria para uma moça. Ele parecia divertir-se com o que ela dizia.
- Mal posso acreditar no que ouço, Audrey. Você me parece uma heroína dos romances do século XIX.
Ela sorriu, aborrecida. Pelo jeito, ele não estava gostando de sua conversa mole, sem consequências. Devia estar acostumado com mulheres sofisticadas e espertas,
capazes de mantê-lo interessado no que tinham a dizer e que usavam palavras de duplo sentido, cheias de conotações sensuais.
Eles foram a um barzinho e, para não demonstrar que ainda era uma adolescente, Audrey pediu um martíni. Não estava acostumada a bebidas alcoólicas e nem gostava
delas, mas isso a faria parecer mais velha. Foi um sacrifício tomar a bebida toda, a cada gole sentia sua garganta queimar. Só esperava que York não notasse nada,
mas nem nisso foi bem-sucedida, pois, quando ele pediu uma segunda rodada, mandou vir um suco de frutas para ela.
Para manter a conversa, Audrey lhe pediu que contasse o que fazia. York contou sobre sua companhia aérea e sobre suas viagens, pois, como tinha negócios em diferentes
partes do mundo, estava sempre viajando.
Ainda conversaram por mais algum tempo e depois foram embora. Enquanto voltavam, Audrey se deu conta de que nem uma vez York pareceu indeciso sobre aonde ir. Não
lhe perguntou o caminho e se movimentava por todos os lados como se conhecesse muito bem o lugar.
Quando pararam em frente ao hotel, ela estava nervosa, pensando em como seria a despedida. Os rapazes com quem tinha saído lhe deram um beijo de boa noite e foram
embora, mas, só de pensar que York poderia beijá-la, Audrey sentia tonturas e um frio no estômago.
Tia Emma a havia ensinado sobre "os fatos da vida" e sobre a maneira como uma jovem decente e honesta deveria se comportar diante deles. No entanto, quando contou
a Mary os ensinamentos que a tia lhe passara, a amiga se torceu de tanto rir! Era por isso que estava tão nervosa agora. Com os outros rapazes, os beijos lhe pareceram
inofensivos, mas agora... tinha medo! Sabia que as moças modernas, não consideravam uma coisa feia e cheia de pecado fazer amor com o namorado, mas, para ela, isso
ainda significava uma coisa proibida e por isso sentia medo desse beijo que poderia acontecer.
York já estava se aproximando dela quando um carro parou à frente do dele, e uma turma ruidosa, que falava e ria alto, desceu. Essa barulheira quebrou a intimidade
que havia dentro do carro. Antes que York chegasse perto dela de novo, Audrey abriu a porta e desceu, agradecendo-lhe pela noite agradável. Ele não fez o menor gesto
para detê-la e ela não sabia se isso a tinha deixado alegre ou infeliz.
No dia seguinte, ao começar seu trabalho, Audrey encontrou uma carta endereçada a ela, escrita com a letra personalíssima de York Laing. Suas mãos tremiam de emoção
ao abri-la. York a convidava para sair em seu próximo dia de folga. Então ele devia ter gostado dela! Se não gostasse pelo menos um pouquinho, não a teria convidado
outra vez. Naquela tarde, quando ele passou pela portaria, Audrey aceitou o convite com um sorriso radioso.
Era esquisita a maneira como ela se sentia em relação a ele. Tinha uma vontade louca de passar a mão em seu rosto, de sentir o calor de seu corpo, de acariciar aqueles
cabelos escuros... Será que poderia dizer que isto era amar?
Dois dias depois eles saíram juntos, a tarde tinha sido perfeita. Aproveitando a brisa fresca que o outono trazia, eles deram um longo passeio de carro para depois
pararem numa estrada secundária, onde deram uma volta a pé.
Audrey estava de calça jeans e malha leve, que marcava suas formas jovens. Quando desceu do carro, reparou que York a devorava com os olhos.
O dia estava claro, e o ar perfumado pelas flores. Eles seguiram um caminho cheio de curvas que levava a um pequeno lago, cujas margens eram cobertas por folhagens
que apresentavam os mais variados tons de verde. York se jogou no chão, estirando o corpo.
- Há muito tempo não andava tanto assim... Em Londres nunca tenho tempo para exercícios. Chego até a esquecer que existem lugares maravilhosos como esse!
- Tudo aqui deve ser quieto demais para você.
Audrey não sabia se devia permanecer de pé ou sentar-se. Mas não precisou decidir, pois York estendeu a mão, fazendo a abaixar-se até junto dele.
- Não pode imaginar como me faz falta essa calma e tranquilidade que encontrei aqui! - Ele colocou a jaqueta sob a cabeça e depois dirigiu o olhar para Audrey.
Ela tinha frio e calor, tremia e se sentia abafada sob aquele olhar intenso.
York segurou sua mão e começou a lhe fazer carícias leves, acabando por passar o polegar em seus pulsos latejantes. Audrey procurava se manter tranquila, mas era
a primeira vez que se via tão perto de um homem. Podia sentir o perfume seco e masculino que a deixava fascinada, reparava no peito forte de York que aparecia por
entre a camisa entreaberta, sentia a atração total que ele exercia sobre ela. Não conseguia tirar os olhos dele, numa observação muda mas total.
- Estou aprovado? - ele perguntou com um riso zombeteiro no olhar.
Audrey procurou se afastar, mas ele a segurou, colocando as pernas sobre as dela e mantendo-a firme no chão. Examinava cada detalhe de sua figura.
- Seu corpo é maravilhoso! - Havia um tom de admiração em sua voz. - Mas, naturalmente, não sou o primeiro a lhe dizer isso.
York baixou a cabeça, procurando os lábios dela, sentiu a resistência que eles ofereciam para logo depois se amoldarem ao dele.
Muito devagar, passou a língua sobre seus lábios, convidando-os a se abrirem. Os lábios de York eram macios, quentes, insistentes... Audrey estava em pânico é começou
a lutar para se libertar daqueles braços.
Ele soltou-a, mas segurou o rosto dela entre as mãos.
- Não posso acreditar. Você não pode ser real... Nunca foi beijada antes?
- Claro que sim. - Audrey queria parecer experiente e vivida.
- Devem ter sido beijos de garotos. - Ele ainda a mantinha sob a pressão de suas pernas e, mesmo com medo, Audrey achava delicioso sentir o corpo firme e forte de
York sobre o seu. - Ficou assustada?
Ela concordou com a cabeça, atrapalhada demais para tentar mentir.
- Devo estar louco - ele resmungou, antes de juntar seus lábios aos dela.
Dessa vez, Audrey se colou mais a ele, sentindo a volúpia daquele contato que a embriagava. Colocou as mãos ao redor do pescoço de York, sentindo os músculos fortes
das costas, e não protestou quando ele enfiou a mão sob sua malha, acariciando seu estômago e subindo até encontrar o redondo macio de seus seios. Ela quase perdeu
o fôlego ao sentir que o desejo crescia em seu corpo, ao receber as mãos de York em seus mamilos rijos. Entreabriu os lábios e ele pôde sentir a suavidade úmida
de sua boca, seu corpo se arqueava para ficar ainda mais perto do dele.
O contato de seus corpos se tornava mais íntimo, mais possessivo... Audrey correspondia às carícias com prazer e excitação, as mãos sob a camisa dele, sentindo sua
pele, seus músculos, sua presença. Nesse momento, ela nem se lembrava do que tia Emma havia lhe recomendado tantas vezes. A única coisa que importava no mundo era
estar ali, com York.
Ele se afastou primeiro, deixando-a com um sentimento de solidão e fracasso.
- Meu Deus! Você não existe, Audrey! Você é a mulher mais sensual que já tive nos braços e, no entanto, parece desconhecer qualquer coisa relativa a sexo! É incrível!
York levantou-se e passou a mão pelos cabelos, como se com esse gesto pudesse clarear as idéias e entender melhor a moça que estava com ele.
- Nunca deveria ter permissão de sair sozinha... Você não faz idéia do que seja tomar conta de si mesma. Acho que teria consentido que eu fizesse com você o que
eu quisesse sem dizer uma única palavra contra, não é? Nunca a preveniram contra homens como eu?
Essa mudança brusca de atitude deixou Audrey pálida e sem ação, principalmente pela importância do que ele estava dizendo. As lágrimas brotaram de seus olhos e lhe
escorreram pelo rosto. O que ele estaria pensando dela? Audrey levantou e arrumou a roupa com movimentos trêmulos. O que poderia dizer? Gostaria tanto de ser esperta
e viva e dar uma resposta que escondesse dele toda a emoção que estava sentindo.
- Não espere que eu lhe peça desculpas - York falou com secura e brutalidade. - Tem que dar graças a Deus por eu não ter me aproveitado da situação.
Audrey estava tão envergonhada que sentiu o rosto em fogo. Será que ele achava que ela tinha aceitado o convite sabendo o que poderia acontecer? Ao pensar nisso,
sentiu-se pior. Pela primeira vez na vida lastimou que a tia não a tivesse esclarecido melhor a respeito de assuntos sexuais. Tia Emma era antiquada e a tinha tornado
uma moça desatualizada. A verdade era que os homens não gostavam de virgens. Era isso o que Mary sempre havia lhe dito, e ela não queria acreditar. Mas York estava
aborrecido com ela justamente pela sua falta de experiência e habilidade. Senão, por que a teria largado assim tão de repente?
- Sinto muito, York. - Ela tentava engolir as lágrimas.
- Você sente muito? Não faz a menor idéia do que me causou? Audrey olhou-o, surpresa, cada vez entendia menos. Por um
instante achou que ele ia dizer alguma coisa, mas York continuou quieto. Depois, balançou a cabeça, parecendo cansado.
- Esqueça tudo isso, Audrey. Vamos embora, vou levá-la para o hotel antes que esqueça meus princípios. E, pelo amor de Deus, pare de chorar! Deve ficar feliz de
não ter realmente alguma coisa por que chorar.
- Estou triste porque o decepcionei. - Audrey torcia os dedos procurando se acalmar. - Não posso evitar de ser virgem. Fui criada de uma maneira que põe a castidade
acima de todas as outras virtudes.
- Castidade! - Ele a olhou sem poder acreditar. - Não é possível! Você pertence a um outro mundo, a uma época que já passou. Agora só falta me dizer que está guardando
sua virgindade para dá-la ao homem que for seu marido, e que ninguém a respeitará se não fizer assim!
Mas era isso exatamente o que tia Emma havia lhe ensinado! Por que ele estava tão surpreso? Não era assim que deveria ser?
Voltaram para o hotel em silêncio e o dia, que tinha começado com tanta alegria, teve um final cheio de desilusões.
No dia seguinte, Mary encontrou Audrey e encheu-a de perguntas. Queria saber onde ela estivera, o que fizera, enfim, tudo.
- York Laing tem perguntado sobre você, Audrey, Ouvi que ele queria saber uma porção de coisas a seu respeito, e conversava com o sr. Hopkins, nosso patrão.
Deve estar perguntando ao sr. Hopkins onde ele descobriu essa moça saída do século anterior, pensou Audrey com amargura. Ainda bem que York achou que ela tinha correspondido
às carícias com tanto ardor devido à sua inexperiência! Felizmente nem desconfiava que ela estava irremediavelmente apaixonada por ele!
Por alguns dias Audrey não viu York, e Mary acabou-lhe contando que ele havia ido embora. Ela sentiu um vazio tão grande em seu coração que só tinha vontade de chorar.
Mas seu bom senso falou mais alto, e ela começou a se considerar uma boba por pensar que um homem poderoso como York Laing pudesse algum dia se importar com ela.
O jeito era esquecer tudo e continuar vivendo.
O Natal chegou e o hotel estava borbulhante de movimento. Os funcionários trabalhavam além do horário, e Audrey mal tinha tempo para pensar. Ela achava que era melhor
assim: se afogar em trabalho para esquecer um amor impossível. As férias de Natal terminaram, o serviço acalmou um pouco e três meses se passaram.
Audrey andava pálida, emagrecera um pouco e seu rosto de menina tinha adquirido linhas mais maduras. Seus olhos já não viam o mundo com a inocência de uma criança,
neles já havia sinal de dor e sofrimento.
No final do inverno, o sr. Hopkins chamou Audrey em seu escritório. Ela já estava trabalhando ali há seis meses e o patrão queria lhe dizer como estava satisfeito
com seus serviços. Ao ouvir os elogios, Audrey ficou feliz e seus olhos brilharam com a mesma intensidade de antes.
Quando ela saiu da sala, o sr. Hopkins comentou com a secretária:
- Não posso acreditar que algum dia nós todos fomos jovens e inocentes como ela!
- Mas não se esqueça que Audrey é uma pessoa incomum, nos tempos de hoje, ela não é como todas as outras moças. Acho que foi devido à educação antiga que recebeu.
Ela é tão ingênua que até dá medo!
Ao sair do escritório do patrão, Audrey foi para seu quarto. Estava de folga naquela tarde e queria aproveitar para lavar os cabelos. Depois de lavá-los e penteá-los,
colocou uma calça de veludo preto e uma malha branca, leve mas quente. Tia Emma nunca tinha dito que ela usasse calça comprida, mas agora ela adorava vesti-la.
Resolveu ir até o bar, onde encontraria as outras moças. Ao cruzar o hall do hotel, deu de cara com uma pessoa ao mesmo tempo amada e temida.
- York... Sr. Laing!
- Como vai, Audrey?
York estava com o casaco coberto de flocos de neve, parecia mais magro, mas estava lindo como sempre.
- Por favor, Audrey, pare de me olhar desse jeito... Parece que está vendo alma do outro mundo! - Ele a segurava pelos pulsos e a puxava para mais perto,
- Não sabia que tinha voltado! - Ela procurava se manter controlada. - Está doente de novo?
- Não sei se posso dizer que é doença... - ele respondeu de maneira enigmática. Usava jeans, camisa xadrez e uma malha azul-clara.
Só de vê-lo, Audrey já sentiu o coração bater mais forte.
- Como assim? - Ela não conseguia afastar os olhos daquele rosto querido.
- Acho que estou doente por me sentir dessa maneira a respeito de uma criança como você.
- Já não sou mais criança! Tenho dezenove anos.
- Sei disso, mas é inexperiente como um bebê! Acho que estou perdendo o uso da razão. Esta manhã resolvi vir ver você, mesmo que para isso tivesse que deixar de
lado a resolução de que nunca mais iria procurá-la! E sabe por que vim, minha pequena feiticeira?
Audrey não conseguiu responder, tinha o olhar perdido no dele, incapaz de acreditar que o que estava ouvindo fosse verdade. Ele tinha vindo somente para vê-la!
- Venha comigo, Audrey!
- Agora não posso! Prometi às outras meninas que as encontraria no bar.
- Mande-as pro inferno e venha comigo! Quero ficar com você, Audrey! Quero tê-la em meus braços e lhe mostrar o que é o amor. - Ele falava baixinho, puxando-a para
mais perto. - Quero ser seu amante, minha fada encantada.
Essas palavras a deixaram completamente sem ação. Sentia um frio no estômago, tremores por todo o corpo, uma sensação de calor que lhe subia pelas pernas e se espalhava
por seu corpo inteiro.
- Não me recuse, Audrey! Não sabe o quanto sofri nos últimos meses! Minha vida se transformou num inferno, só via sua imagem na minha frente e sabia que você estava
a centenas de quilômetros de distância! Todas as noites, sonhava que fazíamos amor, nos beijávamos, nos dávamos um ao outro... Estou ficando louco por você, sabe
lá o que é isso?
York a tinha levado para um canto escondido e suas mãos a prendiam bem junto de seu corpo, fazendo com que ela sentisse o quanto ele a desejava.
- Não vou machucá-la, prometo! Meu Deus, como quero você, Audrey!
Seus lábios se fecharam sobre os de Audrey, que correspondeu feliz por saber o quanto ele a desejava. Todos os conselhos de tia Emma deixaram de existir. A única
coisa concreta era York, que tinha vindo de tão longe porque a queria! Ele devia amá-la tanto quanto ela o amava!
Audrey sorria feliz, encantada por descobrir que era amada pelo único homem por quem tinha sentido o domínio da paixão. Nesse momento, alguém passou por onde estavam
e os olhou com muita curiosidade.
- Onde é seu quarto, Audrey? Não posso levá-la para o meu, porque ainda nem preenchi a ficha de registro.
- Não posso levá-lo a meu quarto, York! Não é permitido... Perderia meu emprego!
- Não se preocupe com permissões! Você contínua agindo como criança! Sabe quantos anos tenho?
Audrey sabia que ele era bem mais velho que ela, mas não avaliava bem a idade dele, aliás, isso não fazia diferença alguma.
- Tenho trinta e um anos, doze a mais que você. No entanto, você, com esse sorriso bonito, está me deixando completamente louco. Tenho necessidade de estar com você.
Nada mais importa, Audrey, preciso ficar com você, me entende? Vamos para seu quarto, Audrey - ele falou em tom imperioso.
Audrey olhou em direção à recepção e viu que todos estavam ocupados, mas uma das moças os tinha notado naquele canto e os olhava com curiosidade. Talvez fosse melhor
levá-lo para
seu quarto, pensou Audrey. Não faria mal algum, ela poderia explicar tudo ao sr. Hopkins, caso fosse necessário. - Vamos, então. Venha, é por aqui.
O hotel tinha dependências muito bem arrumadas para seus empregados. O quarto de Audrey era pequeno, mas agradável, e o banheiro era partilhado apenas por ela e
pela moça que dormia no quarto ao lado.
Como não possuísse casa própria, Audrey havia transformado aquele quarto em seu lar. Tinha plantas nas janelas, fotografias sobre a cômoda. York pegou a fotografia
de uma senhora, vestida com muita austeridade, com uma criança a seu lado.
- Essa é tia Emma - Audrey explicou -, e a menininha sou eu, quando tinha oito anos.
Agora que estavam sozinhos no quarto, Audrey se sentia nervosa e ficava o tempo todo se reafirmando de que estava com York, o homem que amava e que a amava muito
também. York recolocou a fotografia no lugar e, voltando se para Audrey, tomou-a em seus braços, beijando lhe o rosto, o pescoço, conseguindo que arrepios de paixão-lhe
percorressem o corpo. Com uma das mãos, ele começou a desabotoar a malha que ela usava. Lembrando-se da reação anterior de York, Audrey olhou-o com ansiedade.
- Não se incomoda que eu... que eu seja virgem?
- Me incomodar? Que bobinha!
- Nunca fiz amor com ninguém e na realidade não sei... muito bem... não sei...
Ele não a deixou falar, colando os lábios aos dela, entreabrindo-os, enquanto a fazia deitar sobre a cama. Acabando de abrir a malha, expôs seus seios e os acariciou,
primeiro com as mãos, depois com lábios ardentes. Audrey estava tão arrebatada, tão tomada pela intensidade da paixão, que arqueava o corpo, sentia o calor do desejo,
a necessidade de tê-lo ainda mais perto...
York pousou a cabeça entre seus seios, o que a fez ficar ao mesmo tempo excitada e maravilhada. Sentiu que ele desabotoava o zíper de seu jeans e o jogava no chão,
onde já estava
sua malha. Logo depois, eram as roupas dele que faziam companhia às dela.
Como se tivesse recebido uma descarga elétrica, ela tremeu violentamente quando sentiu o peso do corpo dele sobre o seu. York lhe beijou o pescoço, as orelhas, deteve-se
por longo tempo nos lábios carnudos de Audrey, gozando as delícias daquela boca jovem que se abria para recebê-lo.
- Quero você, Audrey. Procure relaxar - York murmurou em seu ouvido.
Audrey entregou-se totalmente ao prazer daquele contato. Seus sentidos estavam dominados pela sensação de prazer e satisfação que sentia com os lábios de York beijando
seus seios, acariciando-os com a língua, explorando cada pedacinho de sua pele.
Ela gemeu e arqueou mais o corpo, num desejo incontido, ansiando apenas ser possuída pelo homem que amava. Por um instante, Audrey sentiu a pressão das coxas de
York sobre as suas, tentando, exigindo... mas um instante depois ele se afastou, sentando-se na beira da cama, a cabeça entre as mãos, espasmos sacudindo-lhe o corpo.
- Não posso - ele disse, zangado. - Simplesmente não posso fazer isso com você!
Audrey teve uma horrível sensação de fracasso e dor. York não a queria! Sua inexperiência o afastara, porque ela não sabia como manter a paixão e o prazer que havia
despertado nele! Ela estendeu a mão, segurou lhe o braço e viu que seus olhos estavam cheios de uma mistura de desejo e angústia.
York segurou o rosto dela nas mãos e puxou-a para perto de si. Apesar de se sentir infeliz, Audrey encontrou conforto na proximidade daquele corpo.
- O que fiz de errado? - ela perguntou, num fio de voz, controlando as lágrimas.
York a deitou novamente sobre o travesseiro. Estavam tão absorvidos neles mesmos que nem ouviram que a porta do quarto se abria e uma moça morena, muito alta e bem
vestida, os olhava com desprezo e raiva. O sr. Hopkins estava logo atrás dela e tinha a expressão chocada e aborrecida.
Com muita rapidez, York cobriu a nudez de Audrey com a colcha que estava no pé da cama. Mas ela se sentiu queimar de vergonha, pois os intrusos sabiam que ela estava
nua e tinham quase certeza do que ela e York estavam fazendo ali na cama.
York permaneceu sentado, apenas pegou um cigarro, acendeu-o e começou a fumar sem dizer uma palavra.
- Está vendo? Não lhe disse? - A morena apontava para Audrey. - E o senhor não queria acreditar, sr. Hopkins! Chegou até a dizer que Audrey seria incapaz de uma
coisa dessas! - Sua voz, estava exultante. - Ela é sonsa, isso sim, banca a inocente, mas vai correndo para a cama com o primeiro homem que aparece. - Então a morena
dirigiu sua raiva para York. - E quanto a você, York... Acho que seus outros sócios na companhia vão adorar saber o que faz quando diz que está viajando a negócios.
Também a imprensa vai achar essa notícia um prato cheio. Ainda bem que o segui até aqui! Imagine o furo que vai ser quando os jornais noticiarem que, em vez de estar
cuidando de negócios, você estava se divertindo com a primeira empregadinha que encontrou!
Apesar de se sentir arrasada de vergonha, Audrey não pôde deixar de comparar aquela moça com uma cobra fina, esguia e venenosa! Será que ela significava alguma coisa
para York?
- Audrey, quero vê-la em meu escritório em dez minutos - 0 sr. Hopkins ordenou com voz abatida. Ele não havia olhado para ela nem mesmo para lhe dar essa ordem.
Audrey queria morrer. Já estava se sentindo péssima, coberta de vergonha, e ainda por cima ia ser despedida.
- Como teve coragem, senhor? - Agora o sr. Hopkins se dirigia a York. - Não vê como ela é jovem e inocente?
- Acho que ele está começando a ficar velho - a morena se dirigiu ao sr. Hopkins. - Não é isso o que acontece, quando os homens maduros procuram mulheres muito mais
jovens?
- Vocês dois estão esquecendo o principal. - York estava calmo e falava em tom bem normal.
- E qual é o principal? - a morena perguntou, em atitude de desafio.
- Estão esquecendo que o grande público gosta muito de um bom romance de amor. E não é uma coisa absurda que um homem de trinta anos se case com uma garota de dezenove!
- Casar?! - A morena cuspiu a palavra.
Audrey abriu bem os olhos, incapaz de acreditar no que ouvia, o coração cheio de alegria. Todo o tempo ela tivera certeza de que ele a amava, mas essa declaração
a fez transbordar de felicidade.
- Não pode casar com ela, York! E nós dois? - Agora a morena não parecia mais uma cobra, mas sim uma barata esmagada.
- Nós dois? O que tem isso, Júlia? Você sempre soube como eu me sentia... Foi bom enquanto durou, mas agora está acabado e para sempre. Não vá fingir que eu fui
o único homem em sua vida! Não é porque seu pai é um acionista na minha empresa que isso lhe dá direitos sobre a minha pessoa!
- Você vai pagar por isso, York Laing. - Ela estava furiosa. - Você e essa cara de bolacha com quem vai casar. - Voltando-se para Audrey, Júlia continuou: - Ele
só está casando com você pelo que aconteceu, sua idiota! York é conhecido pelos inúmeros casos que tem e você não vai durar mais que cinco minutos no papel de esposa!
- Saiu do quarto batendo a porta, seguida imediatamente pelo sr. Hopkins.
York e Audrey estavam novamente sozinhos.
- Não precisa casar comigo só por causa desse incidente.
- Sei disso. - York parecia ter a cabeça noutro lugar. - Vista-se, vamos partir para Londres.
- Agora? Para Londres? - Ela estava espantadíssima. York já estava se vestindo e nem respondeu. Audrey não se
importou, a única coisa que sabia era que ele queria casar com ela. Não ligava a mínima para o que aquela morena invejosa tinha dito! Ela estava era com ciúme! E
que diferença fazia que York tivesse tido outras mulheres na vida, se escolhera ela para casar? Ela ia ser a última e a única permanente.
- Júlia foi sua amante? - Ela já estava se vestindo.
- Júlia é passado, Audrey, e o que ela foi não é da sua conta. Arrume tudo o que é seu, e me encontre lá embaixo.
Audrey sentiu como se ele tivesse fechado a porta de sua vida para ela, mas não ia ligar para isso. York devia estar zangado e nervoso pelo que havia acontecido.
Logo mais voltaria ao normal e eles poderiam começar uma vida nova, inteiramente dedicada ao amor!
CAPITULO IV
Eles se casaram uma semana mais tarde, em Londres. A cerimônia na igreja foi simples, seguida de uma recepção bastante sofisticada. Muitas das pessoas a que foi
apresentada faziam parte da alta sociedade, e Audrey já tinha visto suas fotografias na coluna social dos jornais.
A secretária de York, uma mulher de meia-idade, tinha tomado conta da organização da festa e provara sua eficiência. Ingenuamente, Audrey havia achado que o casamento
ia ser simples, sem convidados. Mas a secretária lhe explicou que York era um homem de projeção e que por isso precisava de uma certa pompa e publicidade em tudo
que fazia. Audrey começou a temer a hora em que precisasse conviver com esse pessoal sofisticado.
- Feliz? - Richard Harries, assistente de York, chegou junto dela oferecendo-lhe uma taça de champanhe. - York me pediu que lhe fizesse um pouco de companhia porque
precisa dar atenção às suas amizades comerciais.
Audrey estava linda. Seu vestido era creme claro e tinha sido comprado numa das melhores lojas de Londres. Era de seda leve, com aquela simplicidade perfeita que
só os grandes costureiros conseguem apresentar. Ela havia sido maquilada por especialistas, que realçaram seu perfil perfeito, sua jovialidade.
Na semana que antecedeu o casamento, Audrey reconheceu que existia uma enorme diferença entre o York que ela conhecera no hotelzinho do interior e esse York, magnata
de uma grande empresa. Mal teve tempo de vê-lo, e era sempre Beth, a secretária, que estava com ela e a acompanhava para comprar o que fosse necessário para o casamento.
Somente duas vezes York foi vê-la, à noite, e mesmo nessas ocasiões havia se mostrado preocupado com os negócios e quase não conversara com ela. Agora, ao ver essa
multidão, Audrey tinha medo de enfrentar a nova situação, quando teria ela mesma que organizar as próximas reuniões do marido.
- York é um homem muito feliz por ter uma noiva tão bonita! - Richard Harries ainda estava a seu lado e Audrey se deu conta que tinha até esquecido dele, tão distraída
estava com os próprios pensamentos.
- Venha, está na hora de trocar de roupa. - Beth se aproximou e, com gesto decidido, a levou embora.
Beth tinha ficado muito espantada quando York lhe telefonou dizendo que ia casar e que ela providenciasse a festa. Estava acostumada a ouvir o nome do chefe sempre
ligado ao de Júlia Harding, estranhou essa súbita mudança de planos. Mas, como não gostava de Júlia, ficou feliz por saber que ele não ia casar com ela. Ao ver Audrey,
tão jovem, tão inexperiente, teve pena dela, ia ser atirada numa sociedade implacável, onde seria esmagada pela concorrência das outras mulheres. Aliás, já estava
achando que a noiva se sentia insegura e um pouco solitária.
- É uma pena que não possa viajar na lua-de-mel! York está tão envolvido com novos negócios com os americanos, que seria impossível se ausentar agora - Beth comentou.
Que mau começo para um casamento, pensou. Sem lua-de-mel, com uma moça simples que não estava à altura das necessidades sociais do marido, bastante ingénua para
ser engolida pelas mulheres espertas que estavam sempre à volta dele. Audrey estava diante do espelho, parecendo ainda mais bonita no conjunto discreto que havia
escolhido para iniciar sua vida de casada. Mas em seus olhos havia ansiedade, medo, incerteza...
- Alegre-se, mocinha! Não deixe que a assustem assim. - Beth deu um abraço em Audrey.
York a estava esperando quando ela desceu. Audrey sentiu-se segura ao sentir o braço dele sob o seu. Levantando os olhos, ela lhe deu o mais lindo de seus sorrisos,
mas ele nem notou, pois estava ocupado, dando ordens a Richard.
Finalmente saíram e entraram no carro que os levou para o apartamento de York. Audrey ficou boquiaberta ao entrar, era enorme, decorado com muitos detalhes finos
e luxuosos, o que a deixou um pouco intimidada. Para disfarçar, começou a examinar um dos quadros.
- É um Matisse - York explicou. - Gosta dele?
- É muito bonito. - Ela não encontrava palavras para conversar sobre os diferentes pintores célebres e seus valores. Até nisso achava-se inferior às outras mulheres
que já deviam ter estado ali.
- Sente-se e fique à vontade, vou preparar unia bebida para nós. - Logo depois ele voltava com dois copos na mão. - E uísque, você gosta? - Ele entregou um dos copos
e tomou sua bebida de um gole só.
Audrey se sentia diante de um estranho, estava aterrorizada e sem querer olhava para a porta, como se ela representasse sua salvação.
- Não fique apavorada desse jeito, Audrey. Nunca pensei em passar minha noite de núpcias tendo que dizer à minha noiva que não precisa ter medo de mim.
Audrey sentiu o rosto em fogo. Se pelo menos fosse mais sofisticada, mais experiente... Pelo menos não ficaria sentada ali, tremendo como um coelho assustado. Ao
dar o primeiro gole na bebida, derrubou um pouco no couro da poltrona.
- Desculpe, foi sem querer. - Sua voz tinha um tom humilde.
- Não se preocupe com isso. - Ele foi até o bar, serviu-se de mais uma dose e voltou para junto dela. - Deve estar aborrecida porque não vamos ter lua-de-mel.
- Não estou não. - A única coisa que Audrey queria era que ele a segurasse nos braços, a beijasse e lhe dissesse que a amava! Mas York parecia impaciente, agitado,
como se a presença dela o incomodasse.
O telefone tocou e York deu suas instruções, esquecendo com-pletamente que ela existia.
Audrey levantou, foi até a janela e ficou olhando para as luzes da cidade que tremeluziam lá embaixo. O que estava fazendo ali? Ele não a queria, nem a amava, tinha
casado com ela num impulso de cavalheirismo e já deveria estar arrependido do que fizera.
York acabou de falar ao telefone e chegou junto dela.
- Por que casou comigo, York?
- Já está se lastimando por ter casado? Agora é muito tarde, minha querida, para qualquer um de nós.
Ele a abraçou e Audrey não pôde evitar um tremor. Instintivamente, tratou de se afastar. York a beijava com delicadeza, forçando-a a relaxar, mas ela continuava
tensa, sentindo apenas muito medo.
- Somos dois bobos que caíram na mesma armadilha, mas agora é tarde demais para pensar nisso, Audrey.
Ele a carregou para o quarto, depositando-a suavemente sobre a cama. Audrey só conseguia ver nele um estranho, duro e diferente do rapaz maravilhoso que a fizera
suspirar de amor.
- Sempre a mesma menina tímida e inocente. - Seu tom era sarcástico. - O que está pretendendo? Que eu não exerça meus direitos de marido?
Audrey sentiu que, por algum motivo, o tinha deixado zangado. Ficou mais apavorada ainda, um frio subindo por sua espinha.
- Não é muito tarde. - Ela achava que ele estava aborrecido por ter sido tão impulsivo a ponto de ter casado. - Poderia ir embora para casa e...
- Casa? Agora esta é sua casa. E nunca mais vai dizer que não é tarde demais, pois vou lhe mostrar que é, agora mesmo.
Ele se debruçou, colando os lábios aos dela. Seu hálito res-cendia a uísque e o medo que Audrey sentia aumentava cada vez mais. Achava que assim que York demonstrasse
seu amor, ela se esqueceria de tudo para apenas se deliciar com o conhecimento do que era amar e ser amada. Mas, quando ele colocou a mão sob sua blusa e lhe acariciou
a pele macia, ela não conseguiu corresponder.
- Agora não adianta pensar em arrependimentos, Audrey. Você é minha esposa e não casei para dormir sozinho. Eu a
quero e estou decidido a possuí-la, então, é melhor que aceite esse fato de uma vez.
York tinha falado sem emoção nenhuma, como se não sentisse absolutamente nada. Ela forçou-se a aceitá-lo, ao sentir que ele a abraçava com mais força, pressionando-lhe
os lábios e forçando-os a se abrirem.
Pouco a pouco, sob as carícias experientes do marido, ela sentiu que o medo e o nervosismo começavam a diminuir. Abraçou-o e, com a mão sob a camisa dele, acariciou
seu peito forte.
Com um gesto rápido, ele tirou a camisa, jogando-a no chão, do mesmo modo tirou a roupa dela, jogando-a ao lado da sua. Audrey sentia-se corar no corpo todo ao ficar
exposta e ver que York olhava todos os detalhes de sua figura jovem e bonita.
Ele começou a acariciar seus seios, primeiro por cima do sutiã, para depois tirá-lo e cobrir de beijos seus bicos rosados.
- Quero que me tire a roupa, Audrey, preciso sentir cada centímetro de seu corpo de encontro ao meu.
Com movimentos incertos, Audrey tentou abrir o zíper da calça e puxá-la para baixo, mas ela se prendeu nos quadris e ele acabou por tirá-la sozinho. Ela sentia-se
tão idiota por não saber como agir que só tinha vontade de chorar. York devia estar acostumado com mulheres que sabiam exatamente que atitude tomar, que carícias
fazer para excitá-lo, ao passo que ela tinha que ser mandada e mesmo assim, ainda não conseguia fazer as coisas direito. Como gostaria de agradá-lo e fazer com que
ele a amasse!
Aquele corpo rijo e quente sobre o dela acabou por despertar sua excitação, fazendo-a abrir os lábios, ansiosa por gozar as delícias daquele contato.
As mãos experientes de York a deixaram cheia de vida. Como se estivesse com os sentidos mais alertas, ela retribuía seus beijos, sentia a pele quente do marido com
a ponta da língua e gemia baixinho com as sensações maravilhosas que ele a fazia sentir.
Audrey sentiu o próprio desejo crescendo, grande e majestoso, trazendo consigo a vontade da posse completa. York a queria e a desejava, e estar com ele em tal intimidade
era estar no paraíso! Ele se tornava cada vez mais exigente, suas coxas obrigando as delas a se afastarem.
- Não lute contra mim, Audrey. Prometo não machucá-la. Ela podia sentir todo o desejo que havia naquele corpo másculo e teve certeza de que não havia um caminho
de volta.
Seus corpos se uniram e ela se sentiu levada a alturas jamais imaginadas, era o êxtase total, a fusão de dois corpos em apenas um!
Ela gemia, murmurando o nome dele, enquanto a respiração de York se tornava mais rápida. Ouviu o grito dele quando o mundo explodiu, e se sentiu cair pelo espaço,
extasiada, numa nuvem de intenso prazer, levada pela sensação máxima e completa de pertencer ao ser amado.
- Pelo menos não me enganei sobre isso - ele murmurou, assim que sua respiração voltou ao normal. - Foi bom, não foi?
Audrey tinha ura milhão de coisas para lhe dizer, mas não encontrava as palavras. Ainda estava tentando se compenetrar do que tinha acontecido, admirando-se de ter
sentido medo de viver uma experiência tão maravilhosa.
Virou-se para conversar com ele, mas York já estava dormindo, a cabeça encostada em seu ombro. Uma sensação de contentamento iluminou seu rosto. Tudo ia dar certo.
Foi somente quando já estava quase dormindo que se lembrou, de que nem uma vez York havia dito que a amava. Mas, que bobagem pensar nisso! Claro que a amava, tinha
que amá-la! No entanto, teria sido tão bom se o tivesse ouvido dizer as palavras mágicas e poder retribuí-las com todo o amor que sentia em seu coração!
Era tarde quando Audrey acordou, e York já não estava mais a seu lado. Ela levantou, tomou banho, colocou uma roupa confortável e foi até a cozinha. Sobre a mesinha
encontrou um bilhete de York dizendo que tinha ido para o escritório.
Ela não queira se sentir desanimada e se conformou, porque sabia que ele estava muito ocupado. Com certeza, não a acordará de manhã para deixá-la dormir o quanto
quisesse. Havia sido muita delicadeza da parte dele, mas ela bem que preferia que ele a tivesse acordado. Assim, saberia que o que acontecera na noite anterior não
tinha sido apenas um sonho.
O dia comprido, sem obrigações, num lugar que lhe era totalmente desconhecido, parecia se arrastar. Uma senhora, baixa e gordinha, tinha vindo para limpar o apartamento.
- Então o sr. Laing casou? Nunca pensei que isso fosse acontecer um dia. Era sempre tão procurado pelas moças, mas nunca pensei que chegasse a se amarrar. Onde
foram na lua-de-mel?
O telefone tocou e Audrey ficou feliz por poder sair de perto da mulher e evitar outras perguntas.
- York me pediu que lhe telefonasse. - Audrey ouviu a voz eficiente de Beth. - Ele está em reunião com os americanos, para estudar uma fusão. Este negócio surgiu
de repente, e hoje de manhã Richard pediu que ele viesse para cá. Talvez York vá para casa tarde, hoje à noite. Que tal se nós almoçássemos juntas?
Audrey se sentiu revoltada com o tom de piedade que percebeu na voz de Beth. Com o orgulho ferido, recusou o convite dizendo que precisava fazer umas compras e que
estaria ocupada o dia todo. Assim que desligou, resolveu que a melhor coisa a fazer era sair.
Durante três horas ela passeou pelo parque, olhando os patos no lago, procurando conversar com pessoas desconhecidas. Quando voltou para o apartamento, se convenceu
de que estava muito solitária, como jamais tinha estado na vida.
Ao chegar a hora do jantar, embora não tivesse fome, preparou uma refeição gostosa para esperar o marido. Mas o tempo passou e, como ele não aparecesse, ela acabou
por ir dormir.
Quando chegou, York foi para o quarto e olhou a esposa com cansaço no rosto fatigado. Audrey sentiu a presença dele, abriu os olhos, o coração batendo descompassado,
como acontecia cada vez que estava com ele. York já tinha ido para o banheiro.
Quando voltou, tinha os cabelos molhados, as pernas musculosas aparecendo por baixo do roupão curto. Quando ele puxou as cobertas, Audrey se retesou, uma expressão
de revolta nos olhos expressivos.
York não se impressionou com essa atitude dela. - Não estou disposto a brincar, Audrey. - Ele a segurou entre os braços. - O mínimo que um marido pode esperar de
sua mulher é que ela esteja sempre disposta a recebê-lo. Mesmo que ela seja uma menina recém-saída da escola.
Os protestos de Audrey dizendo que ela também tinha direitos foram abafados pelos beijos selvagens do marido. Ele tirou o roupão e, chegando perto dela, despiu-lhe
a camisola de seda fina. Passou a beijar-lhe o corpo todo, detendo-se, com mais ardor, nos mamilos excitados.
Dessa vez ela correspondeu imediatamente ao desejo de York, pedindo que ele realizasse a posse completa. Ela se sentiu saciada, completa, surpresa pelo total abandono
com que se dera. Pouco depois, mesmo sentindo o marido aconchegado a seu lado, dormindo profundamente, ela ainda permanecia acordada e inquieta, com um inexpressível
desejo de alguma coisa. Apesar de toda a satisfação que tinha sentido com ele, faltava ainda alguma coisa para que ela pudesse estar completamente feliz.
Embora Audrey tivesse o firme propósito de acordar antes que o marido saísse, conseguiu apenas ouvir a porta da frente que se fechava. O apartamento tinha um ar
vazio de lugar que não era usado, o que a deprimia muito. Precisava fazer alguma coisa! Não podia passar o dia inteiro naquela solidão.
Os dias que se seguiram foram passados do mesmo modo. York saía muito cedo do apartamento e voltava sempre muito tarde. Os únicos momentos que eles partilhavam eram
as noites, quando ele a acordava, tomava-a nos braços e lhe impunha seu corpo.
Os dias se transformaram em semanas, as semanas em meses e cada vez mais Audrey se ressentia da maneira como ele a deixava fora de sua vida real. Ela chegava a fingir
que estava dormindo quando York entrava, para ver se conseguia ficar em paz. Chegava a se recusar a participar daqueles atos de paixão, mas invariavelmente ele acabava
por vencer suas resistências.
York era bastante inteligente para perceber as manobras de Audrey, mas nunca se manifestou a respeito delas. No entanto, estava se tornando mais duro, mais exigente,
em vez de procurar conquistá-la com palavras de amor e carinho. Ao contrário, seus atos eram mais selvagens, mais frios e calculados, embora assim mesmo, ela não
pudesse deixar de corresponder ao que ele queria.
Durante os vários meses em que estiveram casados, nem uma vez York a convidou para sair ou ir com ele a algum lugar. Ele vinha para casa depois do trabalho, comia
o que ela tinha preparado sem nenhum comentário e depois se fechava no escritório, trabalhando até altas horas da madrugada.
Às vezes, Audrey lhe fazia perguntas sobre seu trabalho, interessada em participar da vida do marido.
- Nem pense sobre isso, Audrey. Não iria compreender. "Por que não?", era o que ela se perguntava. Ele a julgava
uma criança, mas ela era bastante esperta e viva para compreender as coisas, desde que houvesse um mínimo de explicação ou participação. Mas York a tratava como
um robô, sem raciocínio ou inteligência, que só servia para saciá-lo sexualmente. Nunca ele lhe dirigia palavras de carinho ou amor, apenas a usava como um objeto
necessário, que ficava de lado até ser usado novamente.
Audrey não sabia bem a quem ela odiava mais, se a ele, por tratá-la daquela maneira, ou se a ela mesma, que sempre correspondia, o corpo traiçoeiro vibrando sob
as mãos dele.
York chegava ao cúmulo de trabalhar até nos fins de semana. Um domingo, ela sugeriu que dessem uma volta a pé, mas, muito bravo, ele lhe disse que ali não era a
cidadezinha do interior onde ela sempre morara.
Certa noite, eles estavam jantando, sem conversar, como era costume. Audrey estava aborrecidíssima, pois Beth lhe havia telefonado à tarde, dizendo que York ia partir
para os Estados Unidos. Ela ficou louca da vida por ter sabido dos planos do marido através da secretária e não por ele mesmo.
- Vou ter que viajar para a América - ele começou a contar.
- Por que está me contando isso só agora? Todo mundo já sabe menos eu! - Não conseguiu controlar a raiva.
- Deixei para lhe dizer hoje justamente porque sabia que ia reagir desse modo. Você não percebe, Audrey, que estou envolvido num negócio importante e que preciso
dedicar a ele cada minuto do meu tempo? Deixe de ser criança e compreenda como esse negócio é fundamental para mim!
- Eu poderia ir com você... - Mesmo que ela não soubesse nada sobre o negócio porque York nunca tinha lhe contado nada.
- Que diabo! Pensa que não tenho mais nada a fazer senão ficar cuidando de você? Ou será que seu corpo ardente não pode passar uma semana sem mim?
- Não diga uma coisa tão horrorosa assim! - Ela ficou pálida, os lábios descorados, a voz trémula.
- Mas é verdade e não tente negá-la. Sou um homem vivido, minha querida, e sei quando uma mulher está correspondendo plenamente ao que faço com ela.
Esse é o problema, ela pensou com desprezo por si própria. Bastava York olhá-la para que ela se sentisse arder de desejo. Se ele chegasse um pouco mais perto e a
tocasse, ela derretia de paixão e daí para a frente era incapaz de se controlar.
Naquela noite, a paixão de York chegou aos limites inimagináveis. Seu corpo queimava, querendo não só que ela se submetesse como também que correspondesse com igual
calor e paixão. Ele a segurava com tal fúria, como se quisesse deixar a marca de seu corpo no dela.
Audrey se ouviu gemendo, esmagada pelo corpo dele, mas seus gemidos não eram de dor e sim de prazer, de realização, de completo abandono. Ela se sentia flutuando
no vácuo, onde nada mais existia a não ser a satisfação plena do desejo.
Quando tudo terminou, York ainda a manteve entre seus braços, de encontro ao peito. Audrey podia sentir o bater apressado do coração dele, que aos poucos foi diminuindo
de ritmo até voltar ao normal.
- Me leve com você, York - ela implorou com voz doce.
- Não, adianta, Audrey. Esta fusão vai tomar todo o meu tempo e atenção. Não adiantaria nada você estar comigo, pois mal iria me ver. Fique feliz com o que tem,
minha esposa, há muita gente que não tem nem a décima parte do que lhe dou. E havia outras que tinham muito mais, era o que ela gostaria de dizer. Havia as mulheres
que tinham carinho, amor, participação na vida dos maridos! E ela só tinha sexo! Era verdade que se sentia transportada para o paraíso a cada vez que unia seu corpo
ao dele, mas esperava muito mais de um casamento de amor!
Pela manhã, York havia partido. Ela tinha algumas manchas roxas na pele, evidenciando a selvageria da paixão que os tinha invadido. Tomou um banho rápido, sem querer
olhar para seu corpo que tantas vezes a traíra. Ele estava sempre pronto a corresponder à paixão, a se entregar, a vibrar com o prazer de cada contato mais íntimo...
Foi até a biblioteca para entregar os livros que tinha emprestado. Ao passar pelo parque, a neve a fez lembrar do tempo em que vivia no interior e da ocasião em
que vira York pela primeira vez. Ela se sentiu cem anos mais velha do que a garota que, há tão pouco, pensava ter encontrado o grande amor de sua vida! Com um choque,
lembrou-se de que completaria vinte anos daí a três dias.
Audrey andava por entre as prateleiras de livros procurando achar algum que lhe despertasse o interesse. Mas nem prestava atenção nos títulos, completamente absorvida
pelos próprios pensamentos.
Quando será que York ia partir para a América? Ela bem que poderia telefonar para Beth e perguntar. Não! Era orgulhosa demais para perguntar à secretária algo que
York não quisera lhe contar! Talvez ele sentisse vergonha dela! Talvez não a achasse bastante bonita e elegante para ser mostrada aos amigos e clientes! Por isso
a mantinha sempre só dentro de casa, escondida!
Pegou os livros e saiu da biblioteca, andando pela rua e vendo as vitrines. Numa delas, viu-se refletida no vidro. Tinha aprendido a usar roupas finas e elegantes
e se sentiu muito bem vestida e bonita com sua saia xadrez, pregueada, formando conjunto com um casaco azul-marinho de excelente corte. Ela se achava digna de qualquer
elogio, por que o marido não era da mesma opinião?
Continuando a andar, ela se dirigiu para Bond Street. O Natal não estava longe e seria uma boa idéia ver alguma coisa nova para usar nessa ocasião. Beth sempre dizia
que York fazia uma festa de Natal muito bonita para o pessoal da diretoria e ela queria fazer uma bela figura. Se fosse, convidada, claro!
De repente, ouviu uma voz que a chamava pelo nome. Voltando-se, viu-se frente a frente com Júlia Harding, usando um casaco de vison e um gorrinho do mesmo material.
- Como vai a noivinha? - Novamente, como naquela noite, Audrey sentiu que o veneno destilava daquela boca pintada com batom bem vermelho. - Distraindo-se com as
vitrines? É a única coisa que pode ver, não é, coitadinha? Ainda mais agora, que York vai viajar e não vai levá-la.
- É somente uma viagem de negócios, por isso, não há necessidade de minha presença.
- As viagens são sempre de negócios, não sabia? Ele não lhe disse que não teria tempo para ficar com você? - Audrey abriu os olhos, espantada. Como ela poderia saber
disso? - Não fique tão surpresa, eu conheço as táticas de York. A verdade é que a companhia americana com quem mantém negócios vai lhe dar um tratamento de príncipe
e ele não teria tempo para você, já que estará ocupadíssimo com outras mulheres!
- Não fique inventando coisas...
- É a verdade, minha cara. Não esqueça que conheço York há muito tempo e sei tudo sobre essas viagens.
Audrey sentiu um frio no estômago, tão grande era seu desespero ao ouvir a conversa de Júlia. Virou-se para ir embora, mas a outra segurou-lhe o braço.
- Parece que a deixei aborrecida! - Havia muita maldade por trás de seu sorriso. - Mas o que esperava? Achou mesmo que poderia manter o interesse de um homem como
York? Muitas outras mulheres, com melhores qualidades, tentaram e não conseguiram.
- Você inclusive?
- Até a mocinha inocente tem garras para se defender? - Júlia sorriu ironicamente. - Tenho pena de você, Audrey, verdade mesmo. Todos já estão começando a falar.
Tem gente que chega a duvidar de que York tenha realmente uma esposa.
- Podem dizer o que quiserem, mas a verdade é que sou eu a esposa dele e ninguém mais.
- E sabe muito bem por que ele casou com você, não é? Se York não tivesse sido apanhado em flagrante naquela ocasião e esse negócio grande da fusão não estivesse
para se realizar, você teria sido apenas um outro caso na vida dele, e dos menos importantes, pode ficar certa. Mas, com tantos interesses em jogo, ele achou melhor
casar e pôr um fim ao escândalo que a imprensa poderia fazer, acusando-o de sedução de menores. Ele está almejando coisas muito importantes, para se arriscar. Claro
que meu pai tentou fazer com que ele desistisse da idéia, mas York é muito teimoso e quando põe uma coisa na cabeça, ninguém consegue convencê-lo do contrário.
Audrey teria dado a vida para não precisar ouvir essas palavras. Como elas lhe faziam mal! Pensar que York casara com ela só para sair de uma situação embaraçosa
a fazia desejar a morte.
- Ouvi dizer que ele trabalha até tarde todas as noites.
- Nosso casamento não é da sua conta. - Audrey procurou ser bastante fria, mas perguntava-se como Júlia sabia tantos detalhes sobre sua vida com o marido. Por ele
mesmo?
- Que casamento? York só a quer como companheira de cama e mais nada. Você participa da vida dele? Se não fosse uma idiota muito ingénua, ele jamais teria casado
com você.
- Ou se você não tivesse entrado no quarto feito uma louca! Mas o fato é que estamos casados.
Júlia deu uma gargalhada cheia de ironia.
- Por quanto tempo? - Virou as costas e foi embora, deixando seu riso flutuando no ar.
Audrey teve a impressão de que haviam cravado agulhas em seu coração, podendo sentir a dor de cada picada. Desnorteada, voltou depressa para o apartamento, mas o
ar de arrumação, de não ser usado, a deixou ainda mais deprimida.
Sentou-se numa das poltronas de couro, examinando cada canto do apartamento e chegando à conclusão de que aquele não era o lugar onde uma família gostaria de viver.
Não era um lar, era uma vitrine! Não era a casa onde se poderia criar filhos e, lógico, um dia York os haveria de querer. Todo homem gosta de ter alguém que continue
o nome da família, alguém a quem possa entregar seus negócios e que seja a continuação de si próprio.
Realmente, Júlia tinha razão. Ele não se casara com ela para ter uma vida a dois, para ter mais tarde uma família, um lar. York só a queria na cama! E ela havia
correspondido plenamente a esses desejos, pois vibrava intensamente cada vez que ele a tocava!
Sua dor foi tão grande e intensa que começou a soluçar alto, um pranto seco, sem o consolo que só as lágrimas trazem. Ali ficou, gemendo, soluçando, até que as lágrimas
benditas começaram a descer por seu rosto e ela pôde chorar!
Como um autômato, sem plano delineado, sem nem saber direito o que fazia, Audrey foi para o quarto e começou a arrumar sua mala, colocando nela apenas suas roupas
de solteira. Desceu, chamou um táxi e mandou que ele seguisse para a estação de Euston.
A estação estava movimentada, cheia de gente que andava de um lado para o outro. Audrey se informou sobre o trem que saía para Yorkshire, onde o sr. Lopkins tinha
o hotel. Sentou-se num dos bancos do salão para esperar a hora de embarcar.
De repente, sentiu uma mão em seu ombro e, voltando-se depressa, viu-se cara a cara com os olhos furiosos do marido. Ele pegou a mala que estava ao lado e, segurando
Audrey pelo braço, começou a puxá-la para fora.
- York! O que está fazendo aqui? Disse que ia para Nova York!
- E você aproveitou a ocasião para partir! Foi só eu lhe virar as costas para você sair correndo de volta para Yorkshire! Para quê?
Audrey tremia como vara verde, mas não podia contar seu encontro com Júlia e o que isso tinha significado para ela.
- Não posso mais ficar com você, York. Já não posso mais viver sem amor!
Ele deu um sorriso duro, o rosto pálido e enfurecido.
- Por que não? Você não tem vivido assim durante os últimos meses? Ou já esqueceu disso? Muito próprio de você, Audrey! Acha difícil enfrentar a verdade, não é?
Audrey encarou-o, sem dizer nada. A estação Euston não era o melhor lugar para descobrir que o marido não a amava! Sentia-se insensível, incapaz de pensar, sofrer
ou reagir, e deixou-se levar por York. Entraram num táxi e, como num pesadelo, ela ouviu que ele dava o endereço do apartamento.
- Não quero voltar para lá - ela gritou em pânico. - Não me obrigue a isso, York! Não vou aguentar!
York tinha o rosto branco como papel, os olhos cheios de fúria. Apertava o pulso delicado de Audrey, deixando nele a marca de seus dedos.
- Mas vai ter que voltar!
Quando entraram no apartamento, ele jogou a mala para dentro do quarto e foi se servir de uma bebida.
- O que estava querendo fazer, sua criança desmiolada? Não entende que a essa hora eu deveria estar no avião, cruzando o Atlântico?
- Não sou mais criança, York...
- É criança, imatura e boba! Que diabo você estava tentando provar?
- Nada! E que não aguento mais a vida que estou levando, que nós estamos vivendo. Você nunca conta ou discute seus assuntos comigo, nunca partilha sua vida, nem
me quer junto de você. A não ser na cama! Tudo que quer de mim é um corpo onde possa demonstrar seus instintos sexuais!
- E é exatamente assim que acho que deve ser. O que, queria? Participar do conselho da firma? Ou talvez, até ficar com o meu cargo?
Audrey suspirou desanimada. Ele não procurava entendê-la, aliás, não queria compreendê-la, queria apenas ridicularizá-la.
- Nunca deveríamos ter casado, York.
- Concordo com isso. Mas, já que casamos, pretendo tirar o maior proveito dos meus direitos de marido. - Ele a carregou no colo, encaminhando-se para o quarto,
surdo aos protestos dela.
- Não me toque, sem-vergonha! - Audrey gritava, enquanto York colocava a mão sob sua malha, tentando chegar a seus seios. - Eu o odeio! Odeio!
- Isso é o que você diz, mas seu corpo está dizendo exata-mente o contrário! - Ele passava os dedos sobre seus mamilos rijos, mostrando como ela estava excitada
pelos carinhos que lhe fazia, enquanto Audrey se sentia derreter sob o calor das carícias de York.
Ele colocou-a na cama, abaixou-se sobre ela e beijou-a com brutalidade. Mesmo contra sua vontade, Audrey abriu os lábios, gozando da glória suprema de poder senti-lo
tão próximo, beijava-o com a mesma intensidade com que era beijada.
- Esqueça o amor - ele lhe disse com voz fria e controlada. - Por mais que diga que não me quer, sei que me deseja tanto quanto eu a desejo!
- Eu o quero, sim, York, mas não desse jeito! Não vê que assim você está me destruindo?
Sem lhe dar ouvidos, York continuou a acariciá-la, agora no corpo todo. Em cada parte que ele colocava as mãos ela sentia a pele queimar, o desejo se espalhar por
suas veias e num instante ocupar todo seu ser.
- Por favor, não faça assim comigo - ela implorou ainda. - Por favor... - Mas sabia que era inútil pedir, havia determinação nos olhos do marido e seu próprio corpo
já se entregava totalmente ao êxtase daquela paixão.
Depois de tudo acabado, Audrey se odiou pelo que tinha deixado acontecer. Deveria ter a firmeza necessária para impedi-lo de possuí-la. Mas York não tinha culpa
de tudo, ela também o quisera, o desejara, facilitara a posse...
Audrey virou-se para a beira da cama. Queria tanto que ele fosse embora e a deixasse em paz!
- Já está choramingando? - Ele sentou na cama para colocar o sapato.
Essa atitude fria, distante, deixou-a mais furiosa ainda. York nem ao menos tinha pensado em fazer sexo com ela, que dirá amor! Ele tinha feito guerra contra ela!
E ganhou a batalha com a maior facilidade!
Ela apoiou-se num braço e, com os olhos cheios de dor e desilusão, disse em tom calmo:
- Odeio você, York. Nunca mais dormirei em sua cama.
- Nem eu vou permitir que durma. A não ser que me peça de joelhos! Cresça, minha cara, e enfrente os fatos. Pode ser que sua mente me odeie, mas a verdade é que
seu corpo anseia por mim, e nenhuma palavra pode mudar essa situação.
Ele saiu do quarto batendo a porta e ela enterrou a cabeça no travesseiro, entregando-se a um pranto convulso e dolorido. Por muito tempo deixou-se tomar pelo desespero,
mas quando o choro cessou, Audrey sentia-se mais calma e esvaziada de seus sentimentos. Levantou-se tomou um banho, como se assim pudesse tirar as últimas marcas
da presença de York em seu corpo.
York a havia destruído, já não podia lutar contra ele. Seu orgulho tinha sido muito ferido e ela perderá o respeito próprio. Sabia que não poderia continuar a viver
com ele e sobreviver. Tinha que tomar um rumo diferente para reencontrar-se.
Precisava ir embora dali, para um lugar onde York jamais pudesse encontrá-la, não importa onde fosse. Claro que ele não faria a menor força para achá-la, pois não
ligava a mínima para ela. Sempre a tinha considerado como uma obsessão, um capricho, um objeto que ele havia sido obrigado a possuir devido a uma situação difícil.
Ela deixou o apartamento sem saber como tinha aguentado viver ali durante nove meses. Sua alma estava em pedaços e suas lágrimas eram tão sentidas que pareciam ser
de sangue.
Tinha entrado ali ardente de felicidade, encantada com o rumo de sua vida e agora saía derrotada, amarga, envelhecida, desiludida como se estivesse no fim da existência.
York nunca a amara! Por isso ele sempre se mostrou aborrecido por ter casado com ela. Por isso quis subjugá-la, mostrando que era seu dono e senhor e não o companheiro
sincero e leal que um marido deve ser. Ela tinha sido usada apenas para satisfazer as necessidades físicas do marido e, mesmo em seus momentos mais íntimos, nunca
houvera união de almas Era por isso que se sentia tão amargurada e infeliz!
CAPITULO V
O passado é passado e não adiante querer mudá-lo, Audrey disse para si mesma, colocando de lado os pensamentos tristes. Ela não era mais aquela garota que tinha
fugido desesperada do apartamento em Londres, em vez de ficar e enfrentar as coisas de frente. Não tivera coragem de encarar o fato de que York não a amava. Ele
nunca procurou encontrá-la e por muito tempo isso também havia contribuído para manter aberta a ferida em seu coração.
Ela não conseguia dormir, virando na cama de um lado para outro pondo a culpa no calor tropical. Mas em seu íntimo sabia muito bem que o problema era outro. Havia
alguma coisa em seu corpo atormentado que não a deixava descansar, que a perseguia com lembranças que não lhe davam paz.
Audrey acabou levantando cedo, aproveitando o frescor da manhã, contente de ver o mar de novo. Se suas lembranças pudessem ser limpas de sua memória, do mesmo modo
que as ondas nivelavam as coisas na areia...
Estava pronta para o passeio de lancha. Tinha colocado um biquini verde-água e por cima um macaquinho de tecido atoalhado. Na mão, levava uma sacola onde havia tudo
o que precisaria para o passeio.
Entrando na recepção, pegou a lista de passageiros, para ver se teria tudo o que precisava. Nesse momento, Sally e Alan entraram no hall do hotel.
- Não está arrumando as malas? - Sally lhe deu um beijo de bom-dia.
- Só vamos embora amanhã.
- York quer ir ainda hoje - Alan comunicou, sentindo-se meio culpado pela situação. - Sally pode tomar conta do passeio em seu lugar.
Isso é bem próprio de York! Queria mandar em tudo, e não ligava para o que os outros tinham vontade de fazer. Mas ela não conseguiu pensar num motivo que a impedisse
de partir um dia antes do combinado, por isso entregou a lista de passageiros para Sally.
- Obrigado... Nem sei como lhe agradecer por tudo. - Alan balbuciava as palavras, incapaz de falar, de modo direto. - York vai investir na Travel Mates e...
- Não é a mim que tem que agradecer. York não poria um níquel aqui, se não soubesse que o negócio ia dar lucro! Em primeiro lugar, para ele, estão os negócios.
- Mesmo assim, Audrey, fico aborrecido por não ter lhe contado tudo antes, mas...
- Compreendo, Alan. Não pense mais sobre isso.
Alan abraçou-a, agradecido porque ela não tinha ficado zangada. Beijou-a de leve nos lábios e, quando a soltou, viu que York os olhava com expressão sombria.
- Não se esqueça de que está beijando minha esposa! "Que homem hipócrita!", pensou Audrey. Agia como se se
importasse com ela!
- Já lhe avisaram que vamos partir hoje e não amanhã? - York falou com Audrey, sem esconder a raiva que sentia.
Ela apenas concordou com a cabeça e se encaminhou para a porta.
- Aonde pensa que vai? - Eleja a estava quase alcançando.
- Vou arrumar minhas coisas - Audrey, respondeu, impaciente. Além de hipócrita, o marido ainda era bobo! Numa ilha pequena, para onde ela poderia ir? Será que imaginava
que ela ia fugir? Para onde?
Audrey passou pela porta e saiu para o sol brilhante daquela manhã radiosa. Sentiu que York a seguia.
- Não preciso de um guarda atrás de mim, vigiando meus passos. Não vou fugir.
- O que há entre você e Alan? É por isso que está tão ansiosa por conseguir o divórcio? Está pensando em casar com ele?
Apesar do calor tórrido, Audrey se sentia gelada.
- Acha que eu teria a coragem de me casar de novo, depois do que nosso casamento me fez?
- Você não foi a única a sofrer! Também não foi muito agradável para mim!
- Não quero saber, York. Para mim, somos dois estranhos que vão viver juntos apenas para que eu possa ficar livre.
- Então não vai haver nada de diferente no nosso relacionamento. Não fomos sempre estranhos?
York a deixou e seguiu de volta ao hotel, os cabelos balançando sob a brisa suave.
Eles partiram logo depois do almoço. Audrey teve que sentar muito perto do marido, pois o aquaplano que os viera pegar tinha o espaço bastante reduzido. Em Santa
Lúcia, passaram rapidamente pela alfândega e embarcaram num enorme jato que pertencia à Companhia Laing de Aviação.
O comandante sorriu assim que entraram a bordo do avião.
- Já recebemos ordem de decolagem, senhor. Chegaremos na Inglaterra às seis horas da manhã.
- Avise pelo rádio que mandem o carro nos esperar no aeroporto. Tem algum recado para mim?
Enquanto o comandante dava as mensagens recebidas, Audrey foi para dentro do avião, ajeitando-se numa das poltronas. Ficou impressionada com o luxo que via. Havia
um terminal de computador de um dos lados da cabine, um bar com um enorme estoque de bebidas e quatro poltronas muito confortáveis, do outro lado. Ainda havia uma
mesa redonda e várias cadeiras a seu redor. Aquele avião devia servir York em suas viagens de negócios e estava aparelhado com tudo necessário para uma reunião comercial.
Era um verdadeiro escritório voador.
Logo após levantarem vôo, York foi para o fundo do avião e voltou pouco depois, parecendo mais descansado. Tinha trocado de roupa e seus cabelos ainda estavam úmidos
do banho.
- Há um chuveiro e um pequeno quarto no fundo, caso queira se refrescar.
Audrey estava vestindo um conjunto de linho, bastante agradável para o calor tropical da ilha, mas no ar condicionado da cabine estava até com um pouquinho de frio.
- Estou bem assim, obrigada.
Ele não disse mais nada e afastou-se para logo depois voltar trazendo uma malha, que colocou no colo dela.
- Acho que daqui a pouco vai precisar vesti-la, a não ser que prefira ficar gelada - foi o único comentário que fez.
Ela agradeceu, impressionada com tanta gentileza. O casaco tinha um leve odor que lembrava, até demais, dos momentos em que encostava a cabeça no peito forte do
marido, em seus momentos de paixão.
Suas mãos tremeram enquanto ela vestia o casaco. Sentiu-se quente e confortável e, virou-se para agradecer-lhe, mas York já tinha se sentado e examinava uns papéis.
O vôo ia ser longo e Audrey lamentou não ter lembrado de trazer um livro com que pudesse se distrair. Havia jornais sobre a mesa e ela os pegou. Ficou logo absorvida,
lendo um artigo que falava sobre a situação difícil entre árabes e israelenses. Ao terminar de ler, olhou para o lado e viu que York a observava, uma expressão estranha
no olhar.
Será que achava esquisito que ela se interessasse pela situação mundial? Mas ele logo abaixou os olhos para seus negócios e Audrey se perguntou se o que ele achava
fazia alguma diferença para ela. Ninguém sabia como ela tinha vasculhado os jornais, à procura de notícias sobre a Companhia Laing de Aviação, durante o tempo todo
em que estiveram separados. E foi nessa época que começou a se interessar pelas notícias sobre política e finanças.
Mais tarde, a aeromoça serviu o jantar, que era digno do mais fino restaurante de Paris: salmão com salada e o bife mais delicioso do mundo, acompanhado de molho
madeira. Audrey não estava com muita fome, mas estava tão delicioso que comeu tudo. A refeição era muito bem acompanhada por um precioso vinho tinto e Audrey congratulou
o marido pela refeição divina. - Esse é o tipo de comida que servimos a nossos passageiros de primeira classe. É uma comida leve, mas tentadora e muito bem apresentada,
não acha?
Audrey até estranhou que York lhe desse alguma explicação sobre a companhia que dirigia, jamais tinha feito isso antes!
Depois do café, Audrey se distraiu reparando nas mãos finas e eficientes de York, que lidavam com rapidez com aquele monte de papéis. Quantas lembranças aquelas
mãos lhe traziam! Quanto prazer elas lhe haviam dado!
- Se quiser, posso reclinar sua cadeira para descansar um pouco, podemos também escurecer a cabine. Gostaria disso? - York continuava solícito e preocupado com o
bem-estar dela. - Não é preciso, não estou cansada.
No entanto, o barulho monótono das turbinas do avião foi deixando-a amortecida e, sem sentir, acabou fechando os olhos, adormecendo.
Quando acordou, logo se deu conta que estava dentro do avião, voltando para a Inglaterra. Espreguiçou, sentindo-se muito confortável e bem acomodada. Sua cabeça
estava reclinada em alguma coisa familiar. Só então percebeu que estava deitada entre os braços de York, a cabeça no ombro dele.
Ele também estava dormindo, um vago sorriso pairando em seus lábios. Estavam tão juntos um do outro, que essa intimidade a fez tremer de emoção. Tentou se endireitar,
sem acordá-lo.
Mas no mesmo instante ele abriu os olhos, sentindo ainda os cabelos dela tocar-lhe o rosto.
- Você adormeceu e insistiu em me usar como travesseiro... Talvez por força do hábito!
- Que hábito? - Audrey falou, quase sem pensar. - Você sempre voltou as costas para mim!
- E gostaria que tivéssemos dormindo assim? Com você em meus braços?
As palavras de York tinham um toque tão sensual que Audrey começou a tremer, sentindo-se mole como se não tivesse ossos no corpo. Havia um brilho especial nos olhos
dele e ela imaginou se ele estava pensando em fazê-la partilhar não só a casa mas também a cama dele! Mas isso não ia acontecer, porque nada havia mudado! Talvez
ele ainda a desejasse, mas era
o mesmo sentimento que teria por qualquer mulher atraente e nada mais. Ela dizia que não sentia nada por York, mas isso não era verdade! Não tinha sentido nada enquanto
ele estava a milhares de quilômetros de distância. Agora porém, tão próximo, ela estava perturbada e insegura em relação a seus sentimentos.
- Acho que não vem ao caso o que eu sentia, York. O que importa é como me sinto agora.
- E o que sente?
- Nada!
Os dois ficaram se olhando, tentando descobrir seus verdadeiros pensamentos.
- Chegaremos em Londres em duas horas, senhor. - O capitão tinha entrado na cabine e estava ligeiramente embaraçado por julgar que havia interrompido algo importante.
- Repare no sol, querendo nascer sobre o Atlântico, Audrey. Veja como o céu está começando a ficar rosado. Bem, vou tomar uma ducha... Se o chuveiro não fosse tão
apertado a convidaria para ir junto.
Ela não respondeu a essa provocação e ficou olhando a aurora que se aproximava.
Ao saírem do aeroporto, um Rolls Royce os esperava. Depois de andarem por bastante tempo, Audrey começou a achar que não estavam indo para o apartamento que conhecia.
Reparou na estrada e viu um sinal que dizia "Bristol".
- Para onde estamos indo? - ela perguntou.
- Para casa.
Passaram por alguns vilarejos e os primeiros raios tímidos do sol começaram a surgir. Saíram da estrada principal e seguiram por uma secundária, com curvas suaves
e árvores plantadas em suas margens. Depois passaram por um imponente portão de ferro trabalhado, e seguiram por um caminho em curva até parar diante de uma enorme
casa em estilo Tudor.
- Venha, já pedi à governanta que nos esperasse. Entraram num hall muito grande, onde no centro havia uma
mesa redonda e sobre ela uma bacia e jarra de prata cheia de rosas que perfumavam o ambiente. Escadas de mármore muito amplas levavam ao andar superior.
- Gosta da casa? - York perguntou com voz suave.
Antes que ela respondesse, um cão pastor, grande e brincalhão, começou a lhe fazer festa. Inutilmente a governanta tentava segurá-lo.
- Não se incomode com ele, gosto muito de animais. - Audrey agradou a cabeça enorme do cão, que abanava a cauda, feliz.
- Vou mostrar-lhe o quarto, senhora.
- Pode deixar, sra. Jacobs, eu mesmo faço isso. - York já segurava o braço de Audrey para mostrar-lhe o caminho. - Mas acho que a sra. Laing gostaria de uma xícara
de chá.
Como era esquisito ser chamada assim de novo!
York abriu a porta de um dos quartos e Audrey não pôde reprimir uma exclamação de assombro ao entrar. Lindas janelas abriam para o jardim bem tratado e uma cama
antiga, de madeira torneada, ocupava a parte central do aposento. O chão estava coberto por um tapete verde-musgo e a colcha da cama e as cortinas eram de tecido
estampado combinando com o tom do carpete.
- Esta casa é bem antiga e pertenceu à mesma família durante muitos anos, antes que eu a comprasse. Já foi reformada várias vezes e eu ainda fiz mais uma. Gosto
muito dela! - York se encaminhou para uma porta que havia no fundo do quarto. - Aqui fica o banheiro.
Perto da porta havia outra e Audrey chegou até lá.
- E aí, o que é?
- O que você acha? Bem, a sra. Jacobs sabe que eu trouxe minha esposa comigo e que estivemos separados por muito tempo. Portanto, nada mais natural do que ela ter
nos preparado a suíte principal da casa. - Ele abriu a porta e entrou. - Este é meu quarto, Audrey. Mas não se preocupe porque essa porta jamais será aberta por
mim.
A porta se fechou atrás dele, deixando Audrey sozinha, até que um discreto empregado entrou no quarto, trazendo as malas.
- A sra. Jacobs me pediu que lhe dissesse que ela pode trazer a bandeja do chá aqui em cima, caso queira.
- Diga-lhe que não precisa, vou descer já.
Audrey abriu as malas e guardou suas coisas dentro de um armário. O que teria feito York comprar uma casa assim? Era grande demais para um homem sozinho! A não ser
que ele estivesse pensando em casar de novo.
Audrey desceu e foi direto para a cozinha, muito grande e bem aparelhada, mas que conservava o ar de fazenda. A sra. Jacobs indicou-lhe um carrinho, sobre o qual
havia xícaras, pires e um pratinho com biscoitos.
- Ia levar o chá à sala, mas o sr. Laing está no escritório.
- Não vou incomodá-lo, então - Audrey respondeu com um sorriso. - Tomo meu chá aqui mesmo e depois vou dar uma volta pelo jardim.
- Acho que o sr. Laing a está esperando para tomarem o chá juntos. Ele me pediu que lhe mostrasse onde fica o escritório.
Audrey concordou, tinha esquecido que precisava fazer seu papel de esposa que se reconciliara com o marido!
O escritório era sóbrio, com algumas paredes cobertas de estantes com livros. Uma janela ampla dava para os fundos da casa e, pouco além do gramado, havia uma parte
adicional da casa, que servia de acomodações extras-
- Gosto muito de morar aqui. É o lugar em que me escondo, para escapar um pouco dos negócios e poder descansar. - York ofereceu uma cadeira a Audrey.
- Mas ela é enorme! É boa para quem tem uma família grande, muitos filhos...
- Bem, o fato de não tê-los, não significa que um dia não venha a tê-los!
Será que ele estava pensando num novo casamento? Ela não tinha nada a ver com isso, mesmo assim, não pôde evitar uma dor no coração ao pensar em crianças brincando
lá fora! Filhos de York, com os mesmos cabelos escuros, os mesmos olhos expressivos...
Ela tremia tanto que a xícara começou a balançar no pires.
- Você está cansada Audrey! Vá descansar, darei ordens para que não a perturbem.
- Vai estar aqui para jantar? - Se ela tinha um papel a cumprir, era melhor começar a fazê-lo desde o início. Precisavam mostrar a todos que estavam reconciliados,
e sabia que se cometesse deslizes, York a puniria bem depressa.
- Estarei aqui o dia todo. Posso trabalhar tão bem aqui como em Londres, e de modo muito mais agradável! Aproveite para descansar bem. Assim que souberem que estamos
aqui, começaremos a receber convidados. Aliás, Beth e Richard vêm na sexta-feira. Quero conversar com ele sobre a Travel Mates.
- Vai avisá-los sobre a nossa falsa reconciliação?
- Quero que fique bem claro, Audrey, que para eles e para todo mundo, nós nos reconciliamos de fato. As únicas pessoas que sabem que é só fingimento somos eu e você!
Portanto, não cometa nenhum erro, nem tente chorar suas mágoas no ombro de Richard.
Se ela tivesse que chorar no ombro de alguém, seria no de Beth, nunca no de Richard! Beth, pelo menos, sempre tinha sido gentil com ela!
Embora achasse que não estava cansada, Audrey dormiu quase a tarde toda, acordando somente quando a sra. Jacobs entrou no quarto, carregando uma bandeja.
- Que pena que acordou, sra. Laing, não era essa a minha intenção.
- Não tem importância, já dormi mais do que o suficiente. Estou até triste por ter perdido uma tarde tão linda.
- Estamos tendo um fim de verão perfeito. A previsão é de tempo bom a semana toda, e terá muitas ocasiões para aproveitá-lo.
- O sr. Laing ainda está trabalhando?
- Não, senhora, ele saiu para passear com o cachorro. Normalmente sai a essa hora, sempre que está aqui. O jantar é servido às oito e meia. Está bem assim.
- Está ótimo. - Audrey não queria mudar a rotina da casa, ainda mais que ia ficar muito pouco tempo. Mas era um lugar tão lindo que qualquer mulher se sentiria feliz
por poder diri-
gi-lo, e a sra. Jacobs poderia achar estranho se ela não se interessasse por nada.
- Deve estar querendo suas malas, senhora. O sr. Laing deu ordens para que o motorista as trouxesse para cima assim que a senhora acordasse. Vou mandar trazê-las.
- Mas elas já estão aqui, sra. Jacobs! Já guardei minhas coisas.
- São as malas que vieram de Londres, senhora.
York tinha mandado vir suas roupas do apartamento de Londres? Como isso era possível?
Bem, com ele nada era impossível. As malas que subiram continham realmente as coisas que tinha deixado no apartamento.
Audrey escolheu um vestido com saia rodada e corpo bem justo para usar no seu primeiro jantar naquela casa maravilhosa. Vestiu-se com esmero, não para impressionar
o marido, mas para mostrar-lhe que a moça tímida e insegura que ele tinha conhecido dera lugar a uma mulher confiante, que sabia como se comportar em qualquer lugar.
A comida estava deliciosa, e Audrey elogiou a sra. Jacobs pelo magnífico jantar que havia preparado.
- Como está mudada, Audrey. Antigamente você ficava corada e sem jeito por qualquer coisa, principalmente quando íamos a restaurantes!
- Na verdade, você só me levou duas vezes para jantar fora, York. Acho que ficava com vergonha de ser visto comigo, e ainda por cima tinha medo que eu cometesse
uma gafe, não é? - Para surpresa de Audrey, ele ficou um pouco sem jeito. Então York não era invulnerável! - Acho que dessa vez quer tornar nosso casamento o mais
público possível. Estou certa?
- Exatamente. Vai precisar de roupas e jóias, Audrey. Já abri uma conta no banco, em seu nome, só falta você assinar os papéis.
- Não quero seu dinheiro, York. Azar seu, se minhas roupas não são bastante sofisticadas.
- Você concordou em agir como minha esposa e isso inclui roupas elegantes e jóias. Até mesmo isso!
York estendeu a mão e, à luz das velas que a Sra. Jacobs romanticamente tinha colocado na mesa, ela reconheceu o solitário de brilhante rodeado de safiras que ela
havia usado no início do casamento.
Instintivamente Audrey se afastou, com vontade de esconder as mãos. Mas York foi mais rápido e, segurando sua mão esquerda, colocou a magnífica jóia em seu dedo,
junto da aliança.
- Seja bem-vinda, Sra. Laing. Tenho também um presente pelo seu aniversário. Não esqueci que é hoje. - Ele colocou um pacote muito bem embrulhado no colo dela.
Com tanta mudança em sua vida, Audrey tinha até esquecido da data, e o presente a deixou espantada. Desfez o pacote devagar e se viu diante de uma caixa longa, de
couro marrom. Abriu-a e ficou boquiaberta: dentro havia um fabuloso colar de brilhantes e safiras.
- Deixe que eu o coloco em você. - Com movimentos precisos, York pôs o colar do mesmo estilo do anel no pescoço dela.
- Tinha certeza de que eu concordaria com você em fazer o papel de esposa dedicada, não é, York? - Um tom amargo dominava sua voz. - É melhor tirá-lo, não o quero.
Audrey começou a abrir o fecho, mas York colocou as mãos sobre as dela, que começaram a tremer, recordando outras vezes em que tinham estado muito perto um do outro.
Por mais que tentasse negar, ele não lhe era indiferente e, ficando assim tão junto dele, acabaria por vencer suas resoluções de evitá-lo a todo custo.
Tinha certeza apenas de que queria muito o divórcio, e faria tudo para obtê-lo.
- Não estou lhe dando as jóias como suborno, nem pense nisso. Lembre-se de que, para o mundo, somos um casal que acabou de fazer as pazes depois de dois anos de
separação. Nada mais natural do que eu lhe dar presentes valiosos, não é? Sou um homem rico, Audrey, e você é a esposa desse homem rico.
- Você só consegue pensar em dinheiro e há algumas coisas que ele não pode comprar, York.
- Como o quê?
- Amor! Mas você nunca fez questão de ter amor! - Ela saiu de perto de York, antes que ele pudesse responder. Gostaria de ir direto para o quarto, mas o orgulho
a obrigava a ficar, a viver seu papel de esposa, com o qual havia concordado. Ela foi até a mesinha e começou a servir o café.
- Quer creme ou açúcar com o café, York?
- Não lembra mais de como eu o tomo? Acho que não vai convencer ninguém como minha esposa adorada, se não sabe esses mínimos detalhes.
- Não se preocupe com isso, darei conta do recado. Mas seria uma boa idéia dizer a todos que sou muito reservada e que não gosto de demonstrar meus sentimentos.
- Não gosta, Audrey?
- Pare com isso, York. - Ele não havia se mexido e no entanto a atmosfera da sala parecia carregada de sensualidade. Audrey já sentia o coração bater mais forte.
- Talvez seja um golpe para seu ego, mas o fato é que você me é indiferente.
- Sou mesmo?
Ele chegou mais perto, o peito largo contra os seios dela, os braços ao redor de sua cintura fina. Audrey tentou se livrar, fazendo força para sair daquele abraço,
virando a cabeça de um lado para o outro para evitar que York a beijasse. Mas, ao reparar no brilho sensual que pairava nos olhos do marido, chegou à conclusão de
que, quanto mais lutava, mais ele ficava excitado. No entanto, agora ela não tinha mais dezenove anos e sabia bem o que significava a pressão das coxas dele contra
as suas.
- Me solte!
- Você parece estar coberta por uma camada de gelo, mas não pode se esconder por trás dela a vida inteira, Audrey. Um dia alguém vai derreter esse gelo todo e chegar
ao seu verdadeiro eu.
Audrey tremia, começando a sentir a antiga vontade de se dar toda a ele. Seu corpo e sua mente pareciam duas entidades diferentes, o corpo ansiava por York e a mente
o afastava. Com um gesto rápido, ela se soltou daquele abraço apertado.
- Você é covarde, Audrey! Eu tinha razão: a camada de gelo que a cobre é bem fininha.
- Vamos parar com isso! Afinal de contas, não estou aqui agindo como esposa dedicada apenas em meu benefício. Você também tem muito a ganhar. Por isso, quero que
saiba que não estou disposta a aceitar intimidades com você.
- No entanto, seu corpo correspondeu a meus carinhos. Pude sentir muito bem que você vibrou.
- Vibrei de medo e não de desejo. Acha que eu seria capaz de esquecer as lições que me deu? - Audrey tinha a expressão dolorosa de quem já sofreu muito. - Somos
seres humanos e não animais, York. Temos o poder de pensar e de sentir, meu corpo guarda lembranças de prazer e satisfação, ao passo que minha mente só lembra de
você com medo e revolta.
- Então não vai lhe fazer diferença nenhuma estar junto do meu corpo novamente. - Ele a segurou nos braços, aproximando sua boca da dela, obrigando-a a entreabrir
os lábios.
Audrey foi tomada pelo medo e pavor, e forçava os punhos fechados contra o peito dele, procurando afastá-lo. Quando York finalmente a largou, ela cruzou os braços
sobre os seios numa atitude de defesa.
- Não precisa tomar ares de mártir, Audrey. Você me provocou e não pude me controlar. Mas não ia violentá-la ou algo parecido, embora me sentisse tentado a isso.
Audrey se sentiu atingida por essas palavras. Lembrou que tia Emma dizia que só um determinado tipo de mulher permitia que um homem a desrespeitasse. Ela era esse
tipo de mulher? A que leva o homem à violência? Ficou enojada, doente de pensar no assunto. Virou as costas ao marido e saiu da sala, quase correndo, para chegar
logo à segurança de seu quarto.
York era o culpado de tudo! Por que tinha insistido em que vivessem aquela farsa? Ela não queria começar a sofrer de novo! Lutara tanto para conseguir levantar um
muro de indiferença a seu redor, e em pouco mais de vinte e quatro horas ele havia destruído sua proteção!
Ela queria dormir, para conseguir esquecer seus problemas, mas o sono não chegava. Foi até a janela, distraindo-se com a visão das árvores e flores do jardim. Nisso
avistou York entre as sombras e saiu depressa da janela para que ele não a visse.
Tinha vontade de fugir, para evitar encontrar-se com ele de novo. Ao mesmo tempo, uma outra parte de seu ser a obrigava a ficar. Por que se sentia assim dividida?
Por que não o odiava de uma vez e não punha um fim a seu sofrimento?
Somente depois de muito pensar, Audrey chegou à conclusão de que só quando conseguisse vencer as emoções que sentia pelo marido, é que estaria realmente livre.
CAPÍTULO VI
Ela estava no jardim quando viu que York saía de casa e se aproximava. Felizmente, não estava sozinho. A seu lado havia um homem de cerca de cinquenta anos e uma
garota muito bonita.
- Sir Giles, quero lhe apresentar minha esposa, Audrey. Este é Sir Giles Barlow, minha querida, e sua linda filha An-nette.
Sir Giles cumprimentou Audrey, não escondendo um olhar de profunda admiração. Em compensação, Annette mal olhou para ela, pois não tirava os olhos de York.
Annette, embora um pouco mais cheia que Audrey, tinha um corpo bonito, valorizado pela fina qualidade das roupas que vestia. Embora tentasse ostentar um ar de adulta,
não devia ter mais que dezessete anos, e era evidente que estava encantada por York. Não saía do lado dele e, sempre que possível, segurava-lhe o braço de modo que
seus seios encostassem nele.
- Fiquei muito feliz por saber que você e York se reconciliaram. - Sir Giles tinha uma voz muito agradável. - Um homem de posição, como ele, precisa de uma esposa
e, acima de tudo, da esposa certa.
A medida que a conversa prosseguia, Audrey deduziu que sir Giles era do Serviço Civil e provavelmente tinha sido ele quem avisara York sobre a entrega do título
de cavalheiro.
- O motivo da minha visita, hoje - sir Giles explicava - é convidá-los para conhecer Charles Phillips, secretário do pri-meiro-ministro. Ele vai ficar uns dias conosco,
na minha casa, e acho que seria muito interessante que se encontrasse com vocês.
Enquanto sir Giles falava, o pensamento de Audrey ia longe. Esse tal de Charles Phillips deveria ter sido encarregado de observar o casal para depois decidir sobre
o título a ser conferido a York.
- Você vai, não é, York? Senão vai ser tão chato. - Annette mais uma vez se pendurou no braço dele.
Audrey gostava cada vez menos da garota. Não sabia bem se não gostava de seus modos ou se sentia inveja porque a moça paquerava York descaradamente.
- Eu e minha esposa teremos imenso prazer em ir. - York soltou-se do braço da moça e começou a conversar animadamente com o pai dela.
- Papai vai me dar um vestido maravilhoso para a festa!
- Annette não teve outro remédio senão conversar com Audrey.
- E você, já resolveu que cor de vestido vai usar?
- Ainda não faço a menor idéia! - Virando se para sir Giles, Audrey convidou: - Não gostaria de tomar um café?
- Adoraria! Sabe, essa é a desvantagem de ser viúvo, sempre dependo de amigos carinhosos para me convidarem para tomar café, almoçar... Annette ainda não é muito
do tipo doméstica, não é, minha fílhinha?
Os quatro se dirigiram para casa e York teve o cuidado de andar ao lado da esposa, com a mão em seu ombro, demonstrando ser um marido delicado e atencioso.
Logo após o café, sir Giles e a filha foram embora.
- Esse convite é para que você possa ser observado, antes da entrega do título, não é, York? - Os dois tinham ficado na sala para conversar mais um pouco.
- Você é esperta, Audrey, é isso mesmo. Agora não temos mais como voltar atrás e desistir de nosso acordo.
- Então cabe a você fazer com que eu não desista. Que espécie de festa vai ser?
- Vai ser bastante sofisticada. Todas as pessoas importantes da comunidade estarão presentes. Não está preocupada, está?
- Não, claro que não! - Mas, em seu íntimo, ela não sabia o que usar para estar realmente à altura da ocasião. - Pena que eu não tenha sabido da festa antes, assim
teria comprado una vestido novo.
- Isso não é problema, podemos ir a Londres hoje à tarde. Passo pelo escritório para resolver alguns negócios, e você procura o vestido que achar mais bonito.
York foi guiando um carro esporte muito veloz. Seu interior não era espaçoso como o Rolls Royce e Audrey sentiu-se perturbada com tal intimidade.
Por um instante, York parou o carro em Bond Street para que ela descesse e colocou-lhe um cheque na mão. A quantia era tão grande que Audrey ficou de boca aberta.
Estendeu a mão para devolvê-lo, não queria aceitar dinheiro nenhum dele.
- Considere essa quantia como uma parte de seu trabalho e o vestido novo como um uniforme. Faria a mesma coisa com qualquer um dos meus funcionários. - Ele fechou
a porta do carro e foi embora.
Audrey olhou em várias lojas, tentando encontrar um vestido que estivesse de acordo com a ocasião e que combinasse com sua personalidade.
Acabou encontrando o que queria numa loja bastante exclusiva, em Mayfair. Ele era de seda creme, muito leve, a saia rodada, o que punha em evidência sua cintura
fina e delicada. As mangas eram bufantes e o decote redondo era bem baixo, mostrando a suave curva de seus seios. Era um vestido simples, mas muito elegante, e o
decote ousado o tornava sensual. Assim que o experimentou, Audrey não teve dúvidas, é esse o vestido que sonhei, ela se afirmou. Ficou impressionada com o preço,
mas ainda era bem inferior à quantia que York havia lhe dado.
- Escolheu muito bem, senhora. - A vendedora fazia o pacote. - É um modelo clássico e poderá usá-lo durante anos!
Audrey já estava saindo da loja quando viu um vestido pendurado num cabide próximo. Foi até lá e começou a examiná-lo.
- Esse é um modelo exclusivo, senhora. Foi feito sob medida, mas a cliente acabou mudando de idéia. E um tamanho bem pequeno.
- Vou experimentá-lo.
A roupa era sensacional! De seda preta e transparente, com várias saias sobrepostas era completado por um colete em cetim vermelho, muito justo, que dava ao conjunto
um aspecto flamengo, de um toureiro em plena exibição. Audrey se apaixonou pela roupa e, apesar do preço assustador, acabou comprando-o. Saiu da loja feliz e realizada.
Eles tinham combinado de se encontrar para o chá. Quando Audrey chegou ao Fortnum, uma confeitaria muito elegante, York já a estava esperando.
- Encontrou o que queria?
- Encontrei. - Ela não queria entrar em detalhes sobre o que tinha comprado, para fazer uma surpresa no dia da festa. Ao pensar no provocante vestido preto, ficou
um pouco arrependida de tê-lo comprado. Era sexy demais e não sabia quando iria usá-lo. Era o tipo de roupa que uma mulher usa quando quer atrair um homem, e esse
não era o seu caso.
- Quer ficar em Londres para jantar ou prefere ir para casa?
- Prefiro ir para casa. - Ela se sentia mais à vontade com York em casa do que num restaurante chique, sofisticado, que daria ocasião a uma conversa mais íntima
e romântica.
- Está bem. A propósito, Audrey, estou pensando que poderíamos dar uma festa em casa, pelo Natal. Que acha?
Audrey olhou para o marido com surpresa, ele nunca a consultara antes!
- Todos esperam que a gente ofereça uma reunião, para que possam ter a oportunidade de conhecer minha esposa, que por tanto tempo esteve ausente.
- O que disse para explicar nossa separação?
- Que meu trabalho tinha ficado entre nós dois e que por isso cada um tinha procurado levar a própria vida. Essa é uma situação bastante comum, acontece todos os
dias.
- Compreendo...
- O que esperava que eu dissesse, Audrey? Que de repente minha mulher se tornou frígida e preferiu me abandonar do que me ter na cama, a seu lado?
- Tenho certeza de que as mulheres, pelo menos, jamais iriam acreditar nessa explicação.
- Um elogio, Audrey? E vindo de você? - Seus olhos brilhavam, maliciosos e ela tratou de mudar de assunto.
- A sra. Jacobs sempre prepara o jantar para as oito e meia... É melhor não chegarmos atrasados.
No carro, Audrey se sentou o mais longe possível dele. O esforço constante de mante-lo a distância a deixava exausta e com os nervos a ponto de estourar! E ela só
estava morando com ele há uma semana! Como ia aguentar quatro meses?
O jantar, como sempre, estava perfeito. A sra. Jacobs era uma cozinheira excelente.
- Quantas pessoas virão para a festa de Natal, York? Se forem muitas, poderemos contratar mais gente para ajudar.
- Umas cinquenta ou sessenta pessoas. - Ele a olhava com interesse, imaginando como ela teria vivido durante o tempo em que ficaram separados. Audrey havia mudado,
e para melhor. Não parecia assustada, e mesmo ao pensar numa festa tão grande tinha o ar confiante e sossegado.
Audrey, por sua vez, já estava imaginando como organizaria a festa para que ela fosse um sucesso. O tempo que trabalhara com Alan tinha lhe dado experiência e confiança
em sua capacidade. Além disso, havia feito vários cursos noturnos, porque sabia que esse era o único jeito de conseguir sempre melhores posições. Tinha frequentado
cursos de boas maneiras, etiqueta, arranjos de mesa., decoração e tantos outros... e pôs tudo em prática, enquanto trabalhava com Alan.
Foram tomar um café na sala e Audrey se surpreendeu como York vivia bem o papel de marido dedicado. Quando moravam no apartamento, ele sempre ia para o escritório
assim que terminava a refeição. Agora, estava ali com ela, tomando o café com calma, na sala aquecida pela lareira.
York se aproximou e Audrey, no mesmo instante, se retesou.
- Meu Deus do céu! Que exagero, Audrey, eu não ia tocá-la. É melhor não se comportar assim amanhã, na casa de sir Giles, ou ninguém vai acreditar que somos um casal
feliz.
- Acho que muita gente ficaria feliz por saber que não somos esse casal perfeito. - Audrey estava pensando em Annette, mas deveria haver muitas outras mulheres que
pensavam do mesmo jeito.
- O que quer dizer com isso?
Na luz que vinha da lareira, Audrey percebeu que York estava zangado. Ela não devia esquecer que, por baixo daquela superfície calma estava o homem de quem um dia
tinha fugido apavorada.
- Quero dizer que Annette não deve ser a única mulher que não gosta da idéia da nossa "reconciliação".
- Está com ciúme?
- Por que deveria estar?
- Claro! Por baixo dessa crosta de gelo não pode mesmo sentir nada! - Mudando da ironia para o tom sério, ele continuou; - Annette é viva e muito observadora. Não
quero que ela suspeite de nada!
- Então vamos fazer o máximo para enganar a filha de sir Giles, não é? Podemos pôr em risco o seu título de cavalheiro! - Além de ironia havia amargura em suas palavras.
- Foi bem diferente comigo! Você nunca se importou em me humilhar e ferir meus sentimentos!
- Há um mundo de diferença entre vocês duas!
Com a voz entrecortada de raiva, ela disse com revolta:
- Tem toda razão! Desculpe se esqueci meu lugar! Claro que somos completamente diferentes! Annette é a filha de um barão, e eu sou apenas a moça órfã...
- Deixe de ser boba, Audrey. Não foi isso o que eu quis dizer!
- Então o que foi? Explique, se puder. E não vá me dizer que não sabe como Annette se sente a seu respeito, nem que não sabe que sir Giles ficaria muito feliz se
você seduzisse a filha dele como...
- Da mesma maneira como seduzi você? Era isso que ia dizer? Acho que está esquecendo de um pequeno detalhe... O que quer que tenha havido entre nós, foi mútuo!
Audrey ficou quieta, impressionada com a maneira como havia reagido. Em geral, ela era muito calma e raramente tinha essas explosões. Enquanto estivera separada
dele, não havia se exaltado nem uma vez, e agora, em poucos dias, parecia uma fera enjaulada, pronta para dar o bote.
- Annette é muito esperta, Audrey, e não a quero perto de mim. Ela significa problemas e já os tive suficientes para o resto da vida.
- Não espere que eu sirva de escudo contra ela! - Audrey se levantou. - Estou cansada, vou deitar.
Ao chegar ao quarto, Audrey já não sentia mais raiva, mas dor de cabeça. Estava sempre tendo que reprimir suas emoções e isso a deixava esgotada. Era incrível como
York exercia influência sobre ela! Bastava se aproximar um pouco para que logo ficasse alerta, desejando-o como sempre. Mas tinha que manter a mente comandando o
corpo, senão seria envolvida pelo charme do marido! Por mais que dissesse que não o amava mais, sabia que isso não era verdade. Cada fibra de seu ser vibrava ao
menor contato com ele!
Ela foi tomar banho, na esperança de relaxar. Colocou uma camisola azul-clara de que gostava muito e sentou-se na frente do espelho para escovar os cabelos. Continuava
imersa em suas recordações quando ouviu um ruído na porta do quarto. Esta se abriu e York entrou, fazendo com que Audrey derrubasse a escova no chão, tão grande
foi seu espanto ao vê-lo ali. Ele se abaixou para pegá-la e, ao erguer-se, percorreu o corpo dela com o olhar, detendo-se em cada pequeno detalhe daquele corpo mal
coberto pelo tecido transparente.
Audrey retesou o corpo, tentando fugir àquele vexame. York apertou os lábios, numa expressão zangada.
- Trouxe sua bolsa, você a esqueceu lá embaixo. Audrey nem se mexeu. Tinha tão pouco controle sobre si
mesma que, se o fizesse, era capaz de quebrar-se em mil pedaços. Ao ver York em seu quarto, ela de camisola, numa cena tão íntima, transportou-se para o apartamento
e os momentos de paixão que se desenrolaram entre as quatro paredes do quarto. Sentiu o mesmo frêmito de desejo, a mesma vontade incon-tida de senti-lo perto.
- Não respondo por mim se continuar a me olhar desse jeito,
335GAIOLA DOURADA
Audrey. - York veio mais perto e foi obrigando-a a se afastar, até que ela sentiu a beirada da cama atrás dos joelhos. Aí, ele segurou-a entre os braços. - Não é
de mim que tem medo! E de seus próprios sentimentos! Queira ou não, você é uma mulher capaz de grandes paixões, Audrey. Nunca tive que forçá-la...
Ela levou as mãos aos ouvidos, os olhos cheios de pavor e angústia.
- Pare com isso! Pare! Não quero ouvir mais nada! - Sua voz se quebrou, num soluço seco.
Ele a fez deitar na cama, prendendo-a com o corpo.
- Pois vai ter que ouvir! Pode tentar se enganar, pensando que é fria e intocável, mas a verdade, é que não é assim. Ainda não esqueci de como se entregava quando
estava em meus braços, Audrey. Era uma entrega total, de corpo e alma!
Audrey gemia baixinho, balançando a cabeça de um lado para o outro, tentando não ouvir aquelas palavras que reavivavam lembranças que ela queria esquecer.
- Não... Não... Nunca quis você! Eu não quero ninguém! O peso do corpo de York sobre o seu estava despertando sensações tão fortes e reais que Audrey já não sabia
mais como lutar contra elas. Batia no peito do marido com os punhos fechados para ver se ele a deixava em paz.
Com muita facilidade, York segurou-lhe os pulsos sobre a cabeça, enquanto continuava a olhar as curvas sensuais de seu corpo.
- Não fique preocupada comigo, Audrey. Quando fizermos amor você virá para mim de livre e espontânea vontade.
- Nunca! - Ela fixou os olhos nos dele, havia raiva e ódio em seus bonitos olhos que se mostravam dourados e brilhantes.
Ele aproximou o rosto do dela e ligeiramente, como uma borboleta pousa numa flor, passou os lábios nas faces, olhos e lábios de Audrey. Ela contraía os músculos
para se controlar, pois se sentia tentada a corresponder às carícias sensuais que só ele sabia fazer!
- Me deixe em paz, York, não sinto nada por você!
York continuou a acariciá-la como se nem a tivesse ouvido. Seus lábios ainda a tocavam levemente nas faces, nas orelhas, 336
GAIOLA DOURADA
junto à boca. Audrey se sentia tonta, carregada por um desejo que era mais forte que sua força de vontade... Sentia que ia parar de lutar e se abandonar ao prazer
de um contato mais íntimo. Ela suspirou fundo, pronta a se entregar.
York ouviu esse suspiro. Endireitou o corpo e, afastando um pouco o rosto, olhou-a com firmeza.
- Não, Audrey. Dessa vez não vou lhe dar a chance de dizer que eu a forcei. - Ele levantou e foi até a porta de comunicação entre os quartos. - Se você me quiser,
sabe onde me encontrar.
Audrey se sentiu mortificada pela traição de seu corpo. York tinha visto que, apesar das firmes decisões, por um breve instante ela havia esquecido tudo, disposta
a corresponder ao chamado da paixão.
Levantou-se e começou a andar pelo quarto, sentia-se amargurada ao pensar no que acontecera. O que estava havendo com ela?
Não conseguia se manter fria e distante daquele homem a quem devia odiar? E York? Por que a tinha feito partilhar da vida dele de novo? Seria apenas interesse em
obter o título de sir ou existia algum outro plano em sua mente?
Ele era muito orgulhoso e talvez algumas perguntas tivessem ficado sem resposta, quando ela partiu de repente. Será que ele ia usar esses quatro meses para castigá-la
pelo passado? Ele teria a coragem de forçá-la a implorar para voltar para a cama dele? Audrey se sentiu desesperada. Não ia aguentar tanta humilhação! Por que seu
corpo ansiava tanto pelo dele? E por que ele insistia tanto em despertá-la para a paixão? Aquele desejo imenso só podia ser sinal de amor e, no entanto, York não
a amava!
Perdida nesses pensamentos, só depois de muito tempo ela conseguiu dormir.
No dia seguinte, Audrey se recusou a pensar mais sobre o assunto. Quando desceu, York já estava tomando o café. Ela lhe deu um bom-dia seco e sentou-se, pegando
o jornal para ler, enquanto esperava que a sra. Jacobs lhe trouxesse o café quente.
Um artigo sobre St. John chamou sua atenção. Estava muito bem escrito e falava das maravilhas do hotel e da ilha, deixava que a fascinação do lugar despertasse desejo
nas pessoas de visitá-la.
Audrey sentiu que York estava de pé, atrás de sua cadeira, e acariciava seus ombros. Viu então que a ara. Jacobs tinha acabado de entrar na sala e provavelmente
ele quisera demonstrar à empregada que eram um casal muito amoroso.
York chegou a cabeça bem perto da dela.
- Esse rapaz que escreveu o artigo é sensacional. Acho que vai ajudar muito a promover a ilha e o hotel.
- Foi você quem encomendou o artigo?
- Foi. Tenho que fazer promoções para lá... Afinal de contas, foi um investimento muito grande! E não desisto facilmente das coisas em que invisto, sejam elas quais
forem. Bem, não se esqueça de avisar a sra. Jacobs que jantamos fora hoje. Vou para o escritório. Estarei lá, se me quiser.
- Nunca vai chegar esse dia - Audrey resmungou tão baixinho que ele não a ouviu.
Quando começou a se arrumar para a festa daquela noite, Audrey caprichou. Pintou-se com esmero e prendeu os cabelos num coque baixo, sobre a nuca. Colocou o vestido
creme que lhe caía como uma luva e usou seu perfume predileto. Estava quase pronta quando York bateu na porta e entrou.
Ele a examinou de alto a baixo e ela esperou, trêmula, sua opinião, mesmo que fosse de desaprovação.
- Parece uma estátua de marfim, Audrey, mas sob ela existe carne e sangue e nós dois sabemos disso!
Ao chegarem à festa, a casa estava toda iluminada e cheia de gente. A noite estava fria e em cada aposento havia uma lareira acesa, queimando madeira de sândalo,
que deixava a casa perfumada.
Assim que Annette os viu chegar, correu para junto de York e, segurando seu braço, beijou-o no rosto. Sir Giles pareceu ficar aborrecido com a atitude da filha e,
mais para deixá-lo sossegado, Audrey colocou a mão no braço do marido, chegando mais perto dele. York estranhou o procedimento da esposa, mas não teve tempo de dizer
nada, pois logo foram rodeados pelos outros hóspedes.
Pela prática adquirida como relações-públicas, Audrey conversou com todos com muita naturalidade, sorrindo calmamente ao contar sobre seu casamento refeito.
Annette não deixava escapar uma oportunidade para ficar ao lado de York. Quando olhava para Audrey tinha raiva e inveja no olhar. Ao ver que um grupo de grandes
industriais cercava York e começava uma conversa interessante, Audrey, discretamente, se afastou. - Então, você é a esposa de York!
Audrey virou-se para ver a dona dessa voz e viu-se diante de uma senhora pequena, de cabelos grisalhos, vestida com muita elegância.
- Desculpe, mas não sei...
- Não sabe quem eu sou? - Um sorriso sincero iluminou o rosto da mulher. - E, pelo jeito, seu marido não vai ter tempo de nos apresentar. Já reparou que quando homens
de negócios estão juntos falam mais do que nós, mulheres? Pode ser que não me conheça, minha querida, mas sempre segui muito de perto a carreira de York. Desde que
ele era criança sempre acreditei que ele conseguiria ser alguém.
- Conheceu York quando era menino?
- Morávamos nesta mesma cidade. Não sabia que ele foi criado em Cotswolds?
- Ele não fala muito sobre a infância. - Audrey achou melhor não mentir, porque a mulher parecia conhecê-lo muito bem.
- E muito justo que seja assim, em vista das circunstâncias. Nem sei como ele voltou para cá... Um homem precisa de muita coragem para voltar ao lugar onde existem
tantos fantasmas do passado. Fiquei ainda mais feliz quando soube que tinham vindo juntos!
- Obrigada. - Audrey sentia simpatia por aquela mulher tão agradável e que parecia gostar tanto de York.
- Já tinha ficado feliz ao saber que ele havia casado pois, mais do que ninguém, York precisava de um casamento sólido. Mas quando ele veio para cá sozinho e comprou
a casa, cheguei a achar que o passado tinha afinal acabado por vencê-lo. Ainda bem que estão juntos de novo! Merecem ser felizes. York nunca teve muita alegria,
enquanto garoto!
Audrey já estava pronta para perguntar mais quando sentiu que York colocava o braço no seu. Ele parecia muito contente por encontrar aquela mulher,
- Lady Morley, como vai? - Ele beijou-lhe a mão e a mulher lhe deu um sonoro beijo na face.
- Essa é uma das vantagens da idade! Posso fazer o que toda mulher nessa festa gostaria de fazer! - Mais uma vez o sorriso simpático apareceu no rosto de lady Morley.
- Seu marido é muito atraente e você é muito feliz por tê-lo, minha querida. Faço questão que venham à minha casa. Está bem na próxima quinta-feira?
Depois de aceitarem o convite, York apresentou Charles Phillips a Audrey. Ele era pequeno e tinha olhos escuros muito vivos, que pareciam examinar e pesar cada detalhe
da atitude do casal.
- Seu marido me disse que esteve trabalhando no Caribe. Deve achar Cotswolds muito diferente do que tinha por lá.
- Adoro estar aqui! Principalmente agora, que York consegue ficar mais tempo em casa.
- Tem razão. Soube que o trabalho demasiado de seu marido foi o motivo da separação.
- Essa é uma coisa que preferimos esquecer agora - York interrompeu. - Venha, querida, quero apresentá-la aos outros convidados.
Estavam se encaminhando para a outra sala quando Annette surgiu, o rosto um pouco alterado, talvez por ter bebido além da conta. Ela parou em frente a York, agarrando
lhe o braço, os olhos tentadoramente voltados para ele.
- Não vai dançar comigo, York? - Annette teimava em ignorar a presença de Audrey, que virou para o lado, procurando não participar daquele diálogo.
Foi então que ela viu o rosto familiar de Júlia Harding. Nunca esperara encontrá-la ali! Assim que Júlia percebeu a presença de Audrey, parou de conversar e lhe
sorriu com malícia.
- Audrey, minha querida, que bom vê-la novamente! - Júlia foi para junto de Audrey. - Ouvi dizer que você e York estavam juntos outra vez! Conhece meu amigo Toby,
colunista social do Daily Herald? - Júlia apresentou-a ao rapaz loiro que a acompanhava. - Para ele, nada é segredo!
Eles devem ser amantes, Audrey pensou. No entanto, pela maneira como Júlia olhava para York, não devia estar muito apaixonada pelo jornalista.
- O tempo passa e as coisas não mudam, não é, Audrey. - Júlia continuava destilando seu veneno. - Pelo jeito, York ainda tem uma queda por garotas bem jovens! Coitada
de você, Audrey, deve estar morrendo de ciúme!
- Não ligue para essa garotinha - Toby disse para Audrey. - Somente o pai de Annette não vê que espécie de moça ela é.
- Você não conhece as preferências de York, Toby. - Júlia se sentia feliz em demonstrar como conhecia bem York. - Audrey também era muito criança quando ele casou
com ela!
- Nem tanto - Audrey respondeu com frieza. - Tinha de-zenove anos.
- Exatamente! Mal saída da escola! E ele tinha trinta anos ou mais. E lembra-se de que eu já previa que o casamento não ia durar, Audrey?
- Lembro muito bem, Júlia. E, como vê, você estava errada. Com licença. - Audrey foi para junto de York, colocando a mão sobre o braço dele,
Annette ainda estava pedindo e insistindo que queria dançar com ele.
Audrey sentiu raiva da garota, principalmente depois da provocação de Júlia.
- Você prometeu que só dançaria comigo, meu querido. - Audrey olhava Annette, com ódio. As duas estavam, declara-damente, disputando a atenção de York.
Ele passou o braço pela cintura da esposa, segurando-a bem perto de si. Annette sentia tanto ciúmes que, se pudesse, mataria Audrey ali mesmo.
York foi com Audrey para o salão de danças. Assim que estavam longo de Annette, ele comentou:
- Obrigado! Você me salvou na hora certa... Está interpretando seu papel muito bem.
- Não sei como! Não sou muito boa para cenas de ciúme.
- Annette deve ter problemas. Acho que ela é ninfomaníaca e nem é atraente!
- Não mesmo? - Como Audrey se arrependeu do ter dito essas palavras. Estava parecendo uma esposa ciumenta!
- Achou que uma criança boba como ela podia ter alguma atração?
- Ela não é mais criança. Pelo menos, não no sentido sexual, York. E bem diferente quando a pessoa é mais infantil. Quando eu tinha a idade dela...
- Na idade dela e, bem mais velha, você era completamente inocente e ingênua, até que eu entrei na sua vida. Estava esperando que você me acusasse disso há muito
tempo! Agora só falta me acusar de tê-la seduzido!
Audrey queria responder à altura do desafio, mas Giles se aproximava com Annette e York imediatamente virou-se para ela.
- Vamos dançar, Audrey, antes que Annette chegue perto. Saíram dançando, o braço dele em redor da cintura de Audrey, mantendo-a tão próxima que ela podia sentir
o bater de seu coração debaixo das mãos que colocara habilmente sobre o peito de York, tentando mantê-lo um pouco mais afastado. Ao som da música romântica, ela
se sentia transportada ao mundo de magia, encantamento, que só a presença dele podia causar. Sentia-se mole, sem vontade, pensamentos eróticos lhe ocupando a mente.
Tinha que ficar mais longe de York! Empurrou o um pouco com as mãos. Ele chegou os lábios junto dos cabelos dela e, muito baixinho, murmurou: - Estão nós olhando,
tome cuidado!
Ela deixou-se ficar nos braços dele, sentindo que York acompanhava com os dedos a curvatura de sua espinha. Audrey tinha vontade de gritar! Ele a estava deixando
hipnotizada com esses carinhos, estava usando a dança como um pretexto para mantê-la bem unida ao corpo dele! A pressão das pernas fortes sobre as suas a fazia recordar
situações que ela preferia esquecer. Meu Deus! Como ele podia ter tanto domínio sobre seu corpo, a ponto de obscurecer seu raciocínio e sua vontade?
A música parecia não acabar nunca e, quando ela terminou, Audrey sentia os músculos doloridos e cansados de tanto se controlar.
Sir Giles se aproximou, sozinho dessa vez.
- Charles Phillips já vai embora.
- Vou me despedir dele, foi um prazer conhecê-lo. - York foi buscar o abrigo de Audrey enquanto ela ficava conversando com sir Giles.
- Sua casa é muito linda, sir Giles.
- Também gosto muito dela. Foi um meu ancestral que a construiu. Gostaria de ver o retrato dele, que um pintor famoso da época lhe deu de presente?
- Com muito prazer.
Audrey e sir Giles foram até a outra sala, onde a pintura estava exposta. Examinavam o quadro, quando perceberam, nas sombras, uma voz abafada.
- Quero que me beije, York... - Era Annette, que ainda não havia desistido de suas intenções.
Audrey ouviu perfeitamente bem as palavras, o mesmo acontecendo com sir Giles.
- Sinto muito sobre este pequeno incidente, mas Annette acha seu marido encantador. Não se preocupe, porém! Ela é apenas uma menina fascinada por um homem mais
velho. Coisa de criança!
- Isso não me afeta, sir Giles - Audrey disse com sinceridade, ou, pelo menos, achava que sim. Teve que se obrigar a sorrir quando viu Annette e York aparecerem
juntos e perceber uma expressão satisfeita no rosto da garota.
York não estava aborrecido nem embaraçado, apenas chegou junto de Audrey, colocando o abrigo sobre seus ombros. Sir Giles se afastou em companhia da filha.
- Pensei que tivesse esgotado sua cota de menininhas, York!
- Audrey mantinha seu tom mais gelado.- Ou garotas de escolas são uma presa muito mais fácil?
York apertou os olhos, com raiva. Parecia que ia estourar e Audrey até teve medo que se tornasse muito violento. Mas ele se limitou a comentar:
- Guarde as garras, Audrey. Não há motivo para tanto exagero!
- Estava apenas com pena de sir Giles! - Audrey tinha tido realmente pena do bom homem, mas sentira príncipalmen- te muito ciúme.
Claro que não ia admitir que se sentia assim, porque nem tinha razão para isso. Seu caso com o marido já terminara há muito tempo e ele a havia humilhado demais!
No entanto, daria tudo para trocar de papel com Annette. Como gostaria de poder demonstrar a York a paixão que ainda sentia. Mas tinha que se controlar, para
não sofrer de novo. Tudo estava acabado, precisava se convencer disso!
Foram para casa em silêncio. Mas o espaço pequeno do carro estava repleto do poder sensual de York e ela sentia os pulsos latejarem, o corpo doer de desejo contido!
O problema todo era que, quando concordara em voltar a viver com ele, havia deixado bem claro que uma das condições seria que não tivessem nenhum contato físico.
Tinha esquecido que no dia-a-dia de um casamento, qualquer pequeno contato poderia se transformar numa poderosa explosão sexual!
Aquele homem sentado a seu lado tinha ensinado a seu corpo o que era o prazer e o êxtase. Audrey havia procurado esquecer esses momentos de felicidade completa,
agindo como se eles nunca tivessem existido. Agora seu corpo se revoltava contra ela, na ânsia e procura de uma sensação maravilhosa que jamais poderia ser esquecida!
CAPITULO VII
Assim que chegaram em casa, Audrey foi direto para o quarto. Tratou logo de se despir, como se com movimentos rápidos, pudesse apagar as sensações que havia sentido
ao dançar cora o marido. Ainda podia sentir a pressão das pernas dele contra as suas, os braços quentes e aconchegantes que a tinham mantido tão próxima.
Do outro lado da porta de comunicação, vinham ruídos que demonstravam que York também se preparava para dormir. Com um frio na espinha, ela lembrou que ele tinha
sido muito firme ao dizer que aquela porta só abriria a pedido dela!
Audrey soltou os cabelos e tentou abrir o fecho do colar de brilhantes, que estava difícil de se desprender. Ela tentou várias vezes, mas não conseguiu.
Foi até o banheiro para ver se conseguia abri-lo em frente ao espelho. Foi então que viu sua imagem refletida, estava até engraçado! Ela, nua, com o colar brilhando
no pescoço! Depois de algum esforço inútil, acabou desistindo. Envolveu-se numa toalha e voltou para o quarto.
York estava lá, encostado a uma parede, apenas vestindo a calça do pijama, seu peito estava nu e Audrey não pôde deixar de admirar o físico perfeito do marido.
- Que você quer aqui? - Ela não escondeu sua raiva.
- O que acha que quero? - Ele tentou tirar a toalha que a cobria. - Viveu tão bem seu papel de esposa amante, que achei que talvez quisesse continuar sua atuação
por mais algum tempo.
O medo deixou-a paralisada, mas ela ainda teve presença de espírito para segurar a toalha. York, porém, foi mais rápido e num instante Audrey sentiu que esta lhe
era arrancada do corpo para ser jogada a um canto do aposento.
- Pare com isso, York. - Audrey se afastou. - Não pedi que viesse aqui!
- Você não fez outra coisa a noite toda, Audrey. Sei que me quer e por isso mesmo vai me ter!
York estava tão excitado que não adiantava mostrar-lhe a razão ou tentar convencê-lo pelo raciocínio. Seus olhos brilhavam de desejo intenso, o que provocava ondas
de calor no corpo nu de Audrey.
- Não quero você, York - insistiu, tentando não olhar para aquele peito onde gostaria tanto de estar aninhada. Por mais que seus lábios dissessem que não o queria,
ela sentia uma vontade imensa de lhe beijar o pescoço, de sentir o calor daqueles lábios, que sabiam beijar tão bem!
Ele continuou se aproximando e Audrey levantou as mãos para mantê-lo a distância. Num movimento brusco, York a segurou, apertando-a contra si. Com as mãos em seu
peito, ela tentava empurrá-lo, mas cada vez mais ele a apertava de encontro ao corpo forte.
- Você me deseja, Audrey, e antes que essa noite acabe vai ter que admitir isso, não só com palavras mas também com ações.
Audrey tremia! Gostaria de se entregar totalmente, mas sabia que isso seria sua destruição completa. York não a amava, ele apenas a desejava, e não era isso o que
ela queria.
- Me deixe em paz, York. - Ela estava quase sem fôlego, sentindo os lábios de York em seu rosto, seu pescoço, pressionando cada vez mais para que os corpos ficassem
juntos.
Começou então a bater com os punhos fechados no peito do marido para que ele a soltasse. Com muita facilidade, York segurou seus pulsos e os prendeu com unta das
mãos. atrás da cintura, ela protestava, mas ele fingia nem ouvir. Logo passou a lhe acariciar a pele do corpo com a ponta dos dedos e com lábios ardentes.
- Não faça assim, York. - O desejo crescia em seu corpo, já nem sabia mais como resistir! Tinha os olhos bem abertos e cheios de medo e raiva,
- Você gosta disso, Audrey. Não adianta fingir que não sente nada porque vejo que está querendo a mesma coisa que eu.
- Odeio suas carícias! Odeio você!
- Está vendo como está progredindo? Já não existe, mais indiferença. Aliás, nunca existiu, não é? - Ele passava os lábios bem de leve sobre o rosto dela. Foi descendo
pelo queixo, garganta, pescoço... - Você me deseja, Audrey! Posso sentir que me quer!
- Não! Não o quero! - Suas palavras foram esmagadas pela boca de York que a beijava, com fúria.
Ele a acariciava com selvageria, convidando, querendo, e exigindo completa rendição. Ela se sentia envolvida por um turbilhão de emoções, incapaz de pensar ou de
agir de modo racional.
Ouvia apenas seus próprios soluços secos, sua respiração forçada, sentia apenas os músculos doloridos pelo esforço de se livrar daquele abraço apertado.
De repente sentiu que York a soltava um pouco e, quando abriu os olhos, notou que ele a observava, enquanto passava os dedos sobre os lábios dela.
- Eu a machuquei? Desculpe, vou beijá-la com mais cuidado. Audrey sabia que ele estava fazendo um jogo com as emoções
dela, assumindo às vezes o papel de inimigo, outras de protetor. Tinha certeza de que ele só a deixaria quando tivesse conseguido o que queria.
Sempre havia pensado que a única maneira de se livrar do domínio do marido seria ficar em seus braços e chegar ao mais íntimo dos contatos sem sentir emoção alguma!
Mas agora sabia que isso era impossível, ele nunca lhe seria indiferente! Ela o desejava agora, como sempre o desejara, com a mesma intensidade, com a mesma vontade...
Tinha que reconhecer que não adiantava lutar contra esses sentimentos, pois eles eram mais fortes que sua própria vida, maiores que sua capacidade de raciocinar...
Não tinha mais forças para recusá-lo, quando seu coração ansiava pelos carinhos que só ele sabia fazer!
Pronta para a entrega total, Audrey passou os braços ao redor do pescoço do marido, suspirando fundo, entregando-se ao prazer do contato com seus lábios quentes
e sensuais. Passava os dedos por seus cabelos, sentia os músculos de suas costas, apertava-o contra os seios.
York levantou-a nos braços e a colocou sobre a cama, o corpo moreno tremendo de paixão e desejo. Beijou-a novamente, um beijo longo, explorador, sentindo a umidade
quente da boca ansiosa de Audrey. Com as mãos, fazia carícias em seu corpo, sentindo a rigidez de seus mamilos, a curva suave de seus seios, a cintura delicada,
os quadris redondos...
Ela também o acariciava, sentindo o calor da pele do marido, seguindo a linha de sua espinha, voltando ao pescoço forte.
Audrey só notou que estava chorando quando sentiu o gosto salgado de suas lágrimas na pele de York. Agora que tinha começado, não conseguia parar. As lágrimas rolavam
por seu rosto, esvaziando-a de suas dores, amarguras, angústias...
- Finalmente derreteu! Você é uma bobinha, Audrey! O que estava tentando fazer consigo mesma?
Como um animal perseguido, encurralado por seus caçadores, Audrey ainda tentou escapar. Mas York queria ter seu triunfo completo e continuou a segurá-la muito perto
até que ela soluçasse e chorasse, até ter vencido sua tempestade emocional.
Quando Audrey conseguiu se acalmar, ele deitou-a de lado e ela ficou quieta, exausta demais para reclamar quando as mãos do marido começaram de novo a passear pelo
seu corpo.
- Agora que já venceu esse tormento, sabe o que vou fazer com você? - York falava num tom de voz baixo, profundo, que mexia com cada fibra de Audrey. - Vou lhe fazer
tantos carinhos até que você me implore para que eu a possua. Quero que pronuncie meu nome com prazer e delícia e, por Deus, prometo que vou conseguir!
Ela devia protestar! Esse desejo incontido não era amor, era apenas sexo! Mas sentia-se tão esgotada, que não conseguia mais lutar, estava vencida pela intensidade
de suas emoções!
Não tinha mudado e havia sido uma boba de pensar que seus sentimentos pudessem ser diferentes! Não era possível amar uma pessoa a ponto de considerá-la uma obsessão
e depois tratá-la com indiferença! Ela sempre o amara e nada ia mudar essa situação!
Audrey podia sentir o peso do marido sobre seu corpo. Entregou-se ao prazer daquele contato, passando as mãos pelas costas tão queridas! O desejo obscureceu sua
mente e ela se apertava contra ele, tocando-o, acariciando-o, os olhos fechados pela força do prazer.
Os dois se davam inteiramente ao grande desejo que os consumia. York continuava com suas carícias alucinantes que faziam o sangue de Audrey circular mais rapidamente
nas veias, e ela, pela própria vontade, acariciava a corpo dele, sentindo cada pequeno detalhe de sua figura máscula.
Audrey já não se controlava mais. Deixava que o corpo seguisse os próprios impulsos e correspondia com paixão às carícias do marido, vibrando, participando, gozando
os momentos de grande intimidade.
- Diga que me deseja, Audrey! Diga!
Ela apenas gemeu, queria falar, mas não podia! York segurou o rosto dela entre as mãos.
- Diga, Audrey! Quero ouvi-la! - ele insistia, os lábios colados aos dela, as respirações se misturando, os corações batendo no mesmo compasso alucinado. - Seu corpo
já está dizendo o que sua boca ainda se recusa...
Lágrimas de frustração encheram os olhos de Audrey. Ela queria mandá-lo para o inferno e, no entanto, seus lábios já estavam murmurando palavras que traziam prazer
aos olhos de York.
- Diga outra vez, Audrey. Diga mais alto, agora. Quero ter a certeza de que nós dois estamos ouvindo!
- Eu o quero, York! Não posso evitá-lo, meu Deus! Eu o desejo... - Ela se sentiu aliviada pela dor da rendição e da angústia, mas York ainda não parecia satisfeito.
- Agora me peça, me implore que eu faça amor com você! Audrey ainda tentou escapar daquele encantamento, mas as mãos de York em seus seios mostravam que ele continuava
dominando a situação.
"Nunca!", o cérebro de Audrey gritava, mas o toque suave das mãos de York estava fazendo com que ela perdesse com-pletamente o domínio sobre si mesma. Com um gemido
desesperado, ela lhe deu a satisfação final. As palavras saíram de sua boca, calmas a princípio, depois mais inflamadas, até que pareciam o apelo desesperado de
um náufrago em busca da salvação.
A paixão explodiu entre aqueles dois seres de modo total, completo e absoluto! Não havia mais vencedor ou vencido, existia somente desejo. Eles pareciam estar pondo
sua alma em descoberto e dando vazão a um sentimento longamente reprimido.
Quando chegou ao clímax, Audrey sentiu-se muito mais feliz, completa e satisfeita do que jamais havia se sentido antes. Era como se o passado, presente e futuro
se interligassem, dando-lhe uma sensação de realidade!
Lentamente, como se fosse difícil focalizar, ela olhou para York. Ele estava pálido, mas com uma expressão de total satisfação. Meu Deus, eu ainda o amo! Audrey
sentiu o gosto amargo que só o amor não correspondido pode dar!
York abriu os olhos, parecendo estar a quilómetros de distância.
- Você me desejou, Audrey.
Essas palavras entraram fundo em sua alma e Audrey não pôde escapar da verdade que elas encerravam.
- É verdade... - Sofria ao ter que admitir sua rendição. Estava muito exausta para se mexer, mas sua mente estava clara e percebia tudo com objetividade. - Espero
que tenha valido a pena, York. Pouquíssimos homens teriam aguentado tanta degradação. Não possa negar o óbvio, mas quero que saiba que me odeio e desprezo pelo que
meu corpo exigiu. Se pudesse, carregaria você para dentro do meu inferno, eu o faria, sem dúvida alguma! Porque é assim que me sinto, York, no inferno! - Seu corpo
foi sacudido por soluços violentos e ela mal conseguia continuar a falar: - Você queria dominar meu corpo e conseguiu muito mais que isso! Conseguiu me destruir,
York! Conseguiu me marcar tão fundo como se o tivesse feito com um ferro em brasa.
- Estou pagando muito caro pelo que obtive! - Seu rosto estava duro como se fosse esculpido no mármore. Você terá o divórcio.
Ela começou a rir, um riso histérico, nervoso, o som de sua gargalhada parecia encher o quarto de amargura.
- E então eu estarei livre! Para quê? Para me casar de novo? Acha que eu teria coragem de dar a um outro homem os restos daquilo em que você me transformou?
Com a expressão transtornada pelo ódio, York levantou, apanhando suas roupas.
- Fizemos um acordo, Audrey.
- E vou cumprir minha parte. Porém, você não cumpriu a sua! Não disse que eu teria que implorar para tê-lo novamente na cama comigo? Não foi bem assim que as coisas
aconteceram!
Sem uma palavra York foi até a porta de comunicação, deu um último olhar à esposa e foi para seu quarto, batendo a porta com raiva, e fazendo Audrey tremer de apreensão.
Somente no dia seguinte, quando acordou, Audrey percebeu que ainda estava usando o colar de brilhantes. Olhando para o relógio, viu que não tinha muito tempo para
se arrumar, pois Beth e Richard vinham almoçar com eles. Colocou um conjunto de saía e malha azul-claro, que tornou seus olhos ainda mais profundos. Desceu depressa
e foi ao encontro da sra. Jacobs, na cozinha.
- Teria acordado a senhora, mas o sr. Laing disse que a deixasse dormir. A festa estava boa, ontem?
- Estava ótima. - O cão pastor estava perto dela e Audrey acariciava seu pêlo macio. - Meu marido ainda está em casa?
- Está no escritório. Posso lhe servir o café!
- Quero apenas um suco de laranja. A que horas acha que os convidados chegarão?
- Normalmente vêm por volta de onze horas.
Audrey foi para o escritório. Deveria ter pedido que a governanta a ajudasse a tirar o colar, mas achou melhor não, pois a sra. Jacobs poderia achar estranho que
ela lhe pedisse ajuda, em vez de pedir ao marido.
York não levantou os olhos quando ela entrou.
- Pode deixar a bandeja sobre a mesa, sra. Jacobs. Eu mesmo me sirvo.
Uma grande dor invadiu o coração de Audrey. Seria tão bom se York a amasse. Poderiam ser tão felizes! Mas a verdade era que ele não sentia nada por ela, e tinha
que enfrentar essa realidade.
- Não é a sra. Jacobs, York, sou eu. - Queria lhe demonstrar que os acontecimentos da noite passada não haviam mudado a situação. - Não consegui abrir o fecho do
colar e por isso vim pedir sua ajuda.
- Se outra pessoa estivesse me falando isso, pensaria que era um convite. Por que não pediu ã sra. Jacobs que a ajudasse?
- Porque achei que não devia lhe dar a chance de ficar pensando por que não tinha pedido a você.
- Uma atitude muito nobre. - Sua voz estava carregada de sarcasmo. - O que está querendo fazer comigo? Quer que eu me sinta culpado e tenha remorsos pelo que aconteceu?
York chegou junto dela e Audrey pôde sentir a mão dele em seu pescoço. Ela retesou os músculos, mas Jogo em seguida o colar se desprendeu.
Audrey virou-se, enfrentando o olhar do marido. - Nunca tento obter o impossível, York. Nós dois sabemos que você não tem compaixão nem generosidade e que tratou
de obter sua vingança até o ponto mais extremo. Foi uma pena que não deixasse o vinho amadurecer. Ainda temos três meses juntos e, se não fosse tão impetuoso, teria
tido a oportunidade de me humilhar durante esse tempo todo. Não acha que isso daria sabor extra à sua vingança?
Audrey sentiu-se satisfeita de ver que York ficava vermelho, com tanta raiva que parecia que ia estourar! Como se não tivesse conseguido esse resultado e estivesse
falando coisas muito corriqueiras e normais, ela continuou:
- Presumo que a farsa deva continuar e que Beth e Richard devem acreditar que estamos muito felizes com nossa reconciliação. É isso mesmo?
- Saia já daqui. sua... - York estava furioso. Voltou depressa para sua escrivaninha, como se ela não existisse.
Apesar de achar que tinha vencido essa pequena batalha, Audrey se sentia triste. Sua vontade era chegar perto dele, encostar a cabeça no peito forte e ali ficar,
acariciando-o. Já estava perto da porta quando ouviu que York se dirigia a ela.
- E não seja tonta de deixar que Beth ou Richard percebam a verdade! Se tentar, não respondo por meus atos.
"Beth continua a mesma. Já não a vejo há dois anos, mas é como se esse tempo não tivesse passado!", Audrey pensou, ao abraçar a secretária de York.
- Nem pode avaliar como estou contente em vê-la de volta, Beth - comentou no ouvido da amiga.
Audrey estendeu a mão para cumprimentar Richard, mas ele, muito à vontade, chegou mais perto e beijou-a no rosto.
- Lembre que está beijando minha esposa - York comentou, fazendo com que Richard soltasse Audrey.
- Desculpe, patrão! Às vezes esqueço como é possessivo! - Richard riu e as outras pessoas na sala o acompanharam.
Audrey, no entanto, sabia que York ainda estava zangado com ela e que não tinha gostado da brincadeira.
Durante o almoço, para surpresa do Audrey, York dirigiu a conversa para assuntos gerais, em vez de concentrá-la em negócios.
Mesmo assim, por vezes, Richard mencionou a questão da aviação comercial de uma maneira inteligente e sensata.
- Um almoço delicioso! - Beth acabava de saborear o último pedaço de seu doce. - Acho que vou precisar andar mais de uma hora, para fazer a digestão!
- Dê uma volta pelo jardim - York sugeriu. - Tenho alguns assuntos para discutir com Richard e não vou precisar de você imediatamente.
- Vou com você. - Audrey se pôs de pé. - Poderemos trocar idéias sobre a festa de Natal.
As duas mulheres foram para o jardim e, enquanto andavam, iam conversando.
- Estou muito feliz que você e York estejam juntos de novo. Logo que se casaram tive minhas dúvidas se o casamento iria dar certo. Havia muita diferença de idade
entre vocês e achei que York ia exigir muito da mulher com quem se casasse. Para ser sincera, não me surpreendi quando o deixou, mas fiquei apreensiva. Ele sentiu
muita falta de você, Audrey. Estes últimos dois anos foram longos e dolorosos para ele!
York era esperto, Audrey admitiu para si mesma. Devia ter pensado em buscá-la desde que teve a primeira notícia de que ia receber o título, e com isso conseguiu
enganar até mesmo Beth, com quem estava sempre em contato. Ele havia agido da maneira que lhe fora mais conveniente! Era muito mais fácil trazer de volta sua antiga
esposa do que casar-se com outra mulher, da qual mais tarde teria dificuldade em livrar-se. Mas como ele tinha conseguido achá-la? Quando o deixou, passou a usar
seu nome de solteira e nunca havia tocado num centavo do dinheiro que ele tinha depositado em seu nome no banco.
- Foram dois anos de separação, Beth. É bastante tempo e faz a gente pensar um pouco...
- Tem razão. A princípio, me preocupei quando ele começou a receber uns relatórios sobre suas atividades. Mas, quando soube que ele a procurava para que ficassem
juntos de novo, fiquei felicíssima!
Audrey não entendia como Beth podia ser tão cega! Será que acreditava que York se dera a todo esse trabalho apenas porque gostava dela? Que engano! Ele tinha agido
assim porque não queria se sentir derrotado!
- Você mudou muito nesse meio tempo, Audrey. Me parece mais madura, mais mulher.
- Estou apenas mais velha, Beth, e amadureci na dura escola da vida. Quem não mudou nada foi Júlia Harding. Nós nos vimos ontem à noite, numa festa.
- Espero que agora esteja mais apta a lidar com as Júlias da vida, minha amiga. Ela ficou com um ciúme louco, quando você e York casaram.
- Sei disso, Beth. E essa é uma ironia do destino, porque, se não fosse por ela, acho que não nos teríamos casado. York teve que escolher entre uma publicidade negativa
e um ato cavalheiresco, e optou pela segunda hipótese. - Vendo a expressão espantada de Beth, Audrey continuou: - Não fique chocada assim. Devia ter adivinhado que
se tratava de qualquer coisa no gênero. Ainda mais levando em consideração a diferença de idade e experiência entre York e eu.
- Só sei que quando York voltou daquela viagem era um homem completamente mudado - Beth respondeu com diplomacia. E para evitar dificuldades, passou a falar sobre
a festa de Natal e seus preparativos.
Enquanto voltavam para casa, Beth não podia deixar de se admirar por ver Audrey tão mudada. Tinha deixado de ser aquela criança insegura para se tornar uma mulher
madura, inteligente e interessante, que sabia conversar e expor suas opiniões.
Ao entrarem na sala, viram que York e Richard estavam sentados, tomando um conhaque.
- Gostariam de beber alguma coisa? - York ofereceu com gentileza.
As duas recusaram e Audrey notou que Richard a olhava com muita intensidade, parecendo gostar do que via. Ele já havia estado no Caribe e os dois começaram a conversar
animadamente sobre a política e a vida naquelas ilhas.
- A pobreza é tão grande e há tão pouca coisa para se fazer! - Audrey comentou.
- Acho que deve haver algo de errado comigo. - Richard deu uma gostosa gargalhada,. - Estou aqui, falando com uma linda mulher, e meu único assunto é sobre política!
Acho que seria muito mais interessante se tivesse lhe pedido que me mostrasse os jardins da casa!
Audrey se uniu a risada de Richard e somente depois de alguns segundos perceberam que York tinha a expressão carregada de aborrecimento.
Constrangida, Beth logo se levantou e, pegando Richard pelo braço, lembrou que já era tempo de irem embora. Audrey lamentou que a tarde tivesse passado tão depressa.
Após acompanharem as visitas até o carro, York puxou Audrey de volta para casa, sem esconder sua raiva.
- É assim que você gosta, não é? Fica provocando os homens e ao mesmo tempo os mantêm a uma distância conveniente, não? Não caiu na asneira de deixar Richard pensar
que você está disponível, espero.
- Estávamos apenas conversando, York, só isso. Não vejo motivos para tamanho escândalo,
- Só conversando, não, Audrey? Pois vá se olhar no espelho! Ninguém fica assim animada só de falar! Estava era paquerando aquele moleque e bem debaixo do meu nariz!
Como espera convencer alguém de que estamos bem um com o outro, se continua agindo dessa maneira?
- Está exagerando, York. Se era para ficar zangado eu teria muito mais motivos de ficar louca da vida ontem à noite, com a tal de Annette. Ou pensa que não estava
claro que vocês estavam muito mais do que paquerando?
- Annette que vá para o inferno! Já estou cansado de lhe dizer... - Ele estava ficando cada vez mais furioso. Ainda andaram mais uns passos até que ele parou e olhou-a
bem no fundo dos olhos. - Meu Deus, o que adianta tudo isso? - Ele a soltou e entrou no escritório, batendo a porta.
Audrey respirou fundo, tentando readquirir o controle. Quando York a tocava, mesmo com raiva, ela sentia que seu corpo vibrava e ainda ansiava por estar mais perto
dele, acariciá-lo, senti-lo... tinha que enfrentar três meses dessa situação!
Audrey foi para a cozinha para combinar os detalhes da festa de Natal com a sra. Jacobs. Chegaram à conclusão de que precisariam apenas de alguns garçons e uma pessoa
para ajudar a preparar os pratos. A festa seria no sábado, antes do Natal, e, logo em seguida, os empregados da casa teriam uma semana de descanso para visitarem
suas famílias.
York não quis jantar. Andrey comeu sozinha e depois foi para a sala, onde ficou lendo. Mas o assunto parecia não interessá-la e ela se sentia agitada, preferindo
andar pela sala, sem conseguir ficar parada.
Às nove e meia ela ouviu que a porta do escritório se abria.
Ficou esperando que York entrasse na sala, mas pouco depois escutou o barulho de seu carro que se afastava ligeiro. Aonde ele estaria indo a essa hora? Para os braços
de Annette, onde encontraria consolo e satisfação para seus desejos? Audrey deixou escapar um gemido, o ciúme corroendo-lhe as entranhas.
Ainda tentou se distrair ouvindo música e jogando paciência, mas não conseguia concentrar a atenção em nada. Acabou indo deitar, embora soubesse que não conseguiria
dormir. Ainda estava acordada quando ouviu os ruídos de York que chegava. Olhou para o relógio e viu que eram duas e meia da manhã!
Prestando atenção aos ruídos, Audrey percebeu quando York subiu, logo depois ouviu o barulho do chuveiro e depois o silêncio. Então, ele não ia entrar no quarto
dela! Aliás, para quê? Já tinha conseguido o que queria na noite anterior, e então para que entrar ali agora? Durante muito tempo ela ainda ficou deitada, sem dormir,
até que conseguiu finalmente conciliar o sono.
Os dias se passavam em igual monotonia. Eles tomavam café juntos, mal se falando, a não ser quando a sra. Jacobs estava presente. Depois, York se fechava em seu
escritório e ela cuidava dos preparativos da festa ou ia dar uma volta com o cachorro.
Audrey cada vez mais ficava encantada com a paisagem. Adorava passear pelos campos, aproveitava o ar limpo e claro, parava junto a um regato cristalino...
Já tinha esquecido completamente do convite de lady Morley, quando ela telefonou para lembrá-la. York não estava, mas o motorista podia levá-la no Rolls Royce que
tinha ficado na garagem.
A casa era pintada de creme, na encosta de um morro, num lugar onde parecia haver muita calma e tranquilidade. Lady Morley veio receber Audrey na porta, parecendo
muito feliz por revê-la.
- Vamos para a biblioteca, minha cara. Aqui está muito frio para ficarmos conversando.
Elas entraram numa sala cujas paredes estavam cobertas por estantes repletas de livros. A mobília era de couro e tudo tinha um ar bem masculino.
- Este era o lugar predileto do meu marido - lady Morley explicou. - Agora, esta casa está grande demais para mim e tenho a maioria dos cômodos fechados. Fico normalmente
na salinha íntima que se abre para os jardins e quando estou nostálgica venho para cá, onde posso sentir mais a presença dele.
- Deve ser horrível perder se o companheiro de tantos anos! - Audrey sentiu pena daquela senhora.
- Ainda mais quando se passou a vida inteira juntos, minha filha. Quando nos casamos, eu tinha dezessete anos e ele trinta, Isso foi logo depois da Segunda Guerra
Mundial. Estávamos tremendamente apaixonados e esse amor durou a vida toda. Mas nem tudo foram rosas, claro. A guerra foi uma experiência traumatizante para todos
nós. Bem, não vamos falar de coisas tristes. Venha, vamos sentar, vou pedir que nos tragam chá.
Audrey tinha pensado que haveria outros convidados e ficou um pouco surpresa por ver que ela era a única.
- Acho delicioso ter alguém com quem conversar - Lady Morley ajeitou melhor a almofada em suas costas -, mas odeio muita gente ao meu redor. Somente fui a festa
de sir Giles para poder conhecer você. - Ela sorriu ao confessar isso. - Gosto demais do seu marido! Acho-o uma pessoa excelente!
- Fico contente por saber que ele tem uma boa amiga na senhora.
- Sabe, fiquei muito preocupada quando soube de seu casamento tão rápido! Pensei que York tivesse arranjado uma moça interessada somente em subir na vida e que
quisesse apenas os bens materiais que ele possui.
- Acha que York se deixaria enganar assim facilmente?
- Sei que York é muito inteligente, minha filha. Mas emo-cionalmente ainda acho que é imaturo. É como se fosse uma criança que tivesse se queimado e ficasse com
medo do fogo. Mas já deve ter notado isso por si mesma! Nunca pensei que ele conseguisse vencer os traumas da infância, e por isso fiquei tão feliz ao ver que havia
muito amor entre vocês dois. Já pensaram em ter filhos?
A intimidade dessa pergunta deixou Audrey sem jeito para responder.
- Sei que não devia ter perguntado. Mas, infelizmente, Geor-ge e eu não pudemos ter filhos, e sempre tenho imenso prazer de saber que um bebê está a caminho. Não
existe maior prova de amor do que ter-se um filho do homem que se ama, não concorda comigo?
Essas palavras de lady Morley tocaram fundo o coração de Audrey. Realmente, deveria ser delicioso carregar o filho de York em seu ventre, sentindo-o crescer, dia
após dia, mês após mês, até que a semente crescesse a tal ponto de aparecer como a prova viva do amor que os unia!
- Como era York quando criança? - Audrey sentia uma incrível necessidade de saber mais detalhes a respeito do marido.
- Já deve saber de tudo a respeito dele, mas em todo caso... Os pais se separaram quando ele tinha seis anos e o pior de tudo é que o pai, Ian, deixou a mulher para
viver com a filha de seu sócio. A mãe dele era muito ciumenta e fazia cenas de ciúmes que chegavam a ser violentas.
Lady Morley parou de falar para servir o chá e oferecer biscoitos à sua convidada. Só depois que estavam de novo instaladas no sofá, saboreando o chá. é que ela
continuou:
- Quando Ian a abandonou, todos pensaram que a mãe de York ia sair da cidade para nunca mais voltar. Mas ela achou melhor ficar, para permanecer como um espinho
perturbando a vida do marido. Era uma mulher amarga, orgulhosa e vingativa, e se recusou a dar o divórcio a Ian e ninguém ficou sabendo o que contou ao filho. O
fato é que sempre criticou o marido pelo que ele fizera. Talvez isso a ajudasse a vencer a própria dor, mas nem por um momento pensou como o filho reagiria a essas
circunstâncias.
- Uma criança não deve crescer achando que o pai agiu mal! - Audrey sentiu pena de York.
- A mãe dele nunca me pareceu muito normal. Em vez de tentar compensar o filho pela falta do pai, como geralmente acontece, ela parecia odiá-lo cada vez mais. Lembro
que uma vez os encontrei na cidade e ele, ainda um menininho, tinha caído e chorava de dor, segurando o joelho machucado. Pensei que ela fosse acariciá-lo e colocá-lo
nos braços, mas fez exata-mente o contrário. Empurrou-o para o lado e ainda ficou zangada porque ele tinha sujado a roupa! Quando olhei para a carinha de desespero
de York, senti meu coração se fechar de tanta tristeza.
- Não deviam ter permitido que ela continuasse com a criança! - Audrey estava revoltada.
- Todos na cidade sabiam o que acontecia e até chegamos a falar com Ian. Mas ele não ligava para o filho e não quis saber. As coisas ainda pioraram mais depois que
York cresceu. Faltava muito à escola e tentou fugir de casa várias vezes. Foi assim que eu e meu marido acabamos por conhecê-lo. Um dia ele estava fugindo tão apavorado
que só conseguia dizer que estava procurando o pai. No entanto, tanto York como nós, sabíamos que o pai não queria nada com ele.
- Mas York é hoje um homem tão preparado, tão culto! Como ele conseguiu vencer, Lady Morley?
- Conseguimos interná-lo num ótimo colégio, e mais tarde ele ganhou uma bolsa de estudos para a faculdade. York sempre foi um rapaz de grande valor e na primeira
oportunidade que teve demonstrou sua capacidade.
- Os pais dele ainda são vivos?
- A mãe morreu quando ele tinha quinze anos e o pai a seguiu dois ou três anos depois. Por incrível que pareça, nenhum dos dois deixou nada para o filho, nem ao
menos um pequeno objeto pessoal! Não conheci outra criança que tenha sido tratada tão sem amor como York. Sempre achei que esse rapaz não seria capaz de ter nenhuma
emoção ou sentimento. Por isso nunca pensei que ele fosse capaz de vencer essas barreiras da infância e encontrar a felicidade.
Audrey sentia que as lágrimas escapavam de seus olhos. Quanta coisa ficava explicada ao saber dos antecedentes do marido! Somente agora podia compreender por que
ele queria dominá-la, obrigá-la a implorar seu amor! Era talvez o que gostaria de ter feito com os pais!
Como uma pessoa podia agir assim com o próprio filho? Não conseguia entender! Mesmo que aquela criança tivesse se tornado intolerável, ao lembrá-la do amor que havia
sentido por Ian, ainda assim o amor de mãe deveria ter sido mais forte! Não se destrói a vida de um ser que se pôs no mundo!
- Não sabia de nenhum desses detalhes e nem sei como lhe agradecer por ter me contado, lady Morley. O que eu soube faz com que ame York ainda mais.
- Achei que iria ajudar, minha querida. Sou bem mais velha que você, acho que podia ser sua avó, e por isso enxergo mais longe. Vi que vocês dois estavam juntos
de novo, mas sinto que ainda existem algumas barreiras a serem vencidas. Não teria lhe contado nada se não soubesse que o amava.
- Nem pode avaliar como ajudou!
- Não, esqueça, Audrey, que mais do que ninguém York precisa de amor e compreensão. E se você tiver coragem, tenho certeza de que vencerá todos os obstáculos que
surgirão entre você e ele.
As duas ficaram conversando por mais algum tempo. Audrey se sentia muito ligada àquela mulher que a tinha feito entender muitas coisas que estavam atrapalhando sua
vida.
Ao se despedir, Audrey convidou-a para ir à festa de Natal.
- Já lhe expliquei que não sou muito sociável e que gosto de conversar com uma pessoa de cada vez, minha querida. Mas ficarei muito feliz se for convidada para o
batizado do bebê, quando ele vier. Aí, terei segurança absoluta de que todas as barreiras foram derrubadas e que vocês são realmente felizes!
CAPÍTULO VIII
As revelações de lady Morley levaram Audrey a observar o marido mais de perto, procurando por traços daquela infância de menino que não recebeu o amor dos pais.
As semanas se passaram, transcorreu novembro e chegou dezembro. A distância entre York e Audrey crescia cada vez mais. Ela já não ia mais para o quarto ansiosa,
pensando que ele a procuraria. York agia como um estranho educado e sua maneira fria e distante sugeria que ela não seria bem recebida no quarto dele.
Muitas vezes Audrey se perguntava se ele seria capaz de amar alguém ou se sua infância infeliz tinha terminado com seus sentimentos.
Na semana que antecedeu à festa de Natal, Audrey e a sra. Jacobs ficaram muito ocupadas na cozinha, separando louça e talheres, além de prepararem os pratos para
a festa que foram depois colocados no congelador, apenas para serem aquecidos no momento certo.
Além de vários convidados de natureza comercial, estariam presentes sir Giles, alguns visitantes, Beth e Richard. Quando Beth telefonou aceitando o convite, Audrey
brincou:
- Ainda bem que vem! Se a festa for um fracasso, posso contar com um ombro para chorar!
- Nada vai dar errado, Audrey. Acho que ainda tem muitos talentos escondidos, é só lançar mão deles.
Quando tudo estava bem adiantado, Audrey pensou em ir a Londres para arrumar os cabelos, comprar alguns presentes de Natal que ainda faltavam e também para se distrair
um pouco do muito trabalho que tivera.
O melhor seria passar o dia todo em Londres. Por isso, foi falar com York, pois poderia ir com ele de manhã e aproveitar também a carona para voltar.
Ele concordou, com uma resposta bastante seca. Estava com um copo de uísque na mão e já não era o primeiro do dia. Será que sua presença estava sendo tão desagradável
que ele havia começado a beber? Audrey se mostrava preocupada. Uma coisa tinha ficado bem clara: desde aquela noite em que estivera em seu quarto, ele havia tratado
de evitar qualquer conta to físico com ela, até mesmo o toque dos dedos para passar alguma coisa à mesa.
Talvez ele a tivesse desejado demais, pensava Audrey, mas sua entrega total havia matado aquela sede de desejo! Agora ele era o homem mais frio e distante que ela
já tinha visto. Parecia ate detestar o sexo feminino de um modo geral. Ela teria culpa nessa mudança ou a culpada seria a mãe, que não o tinha ensinado a amar?
- A que horas vamos para Londres amanhã? - Audrey queria estar pronta na hora certa.
- Esteja pronta às oito. - Ele acabou de tomar a bebida, e colocou o copo sobre a mesa. - Vou sair agora.
"De novo?", pensou Audrey. Ele saía todas as noites, e sempre voltava bem tarde. Nunca dizia aonde ia e ela ficava esperando acordada ate ouvir o ruído inconfundível
de seu carro.
Na manhã seguinte, na hora exata, Audrey estava pronta. Usava um conjunto de saia e casaco de tweed e uma blusa de seda rosa que combinava muito bem com ele. Estava
com sapatos de salto médio, pois pretendia andar bastante e não queria ficar cansada. Sentia-se elegante e atraente.
York estava acabando de tomar café, o jornal aberto à frente. Audrey reparou que ele tinha emagrecido, que os ossos de seu rosto estavam um pouco mais salientes.
Em seus olhos havia sempre um véu de tristeza e, no entanto, ele continuava sensual e atraente como sempre. Como sentia falta de estar entre aqueles braços fortes
e quentes!
O tráfego estava bastante intenso e York deu toda sua atenção a ele. Somente quando estacionou o carro para que ela descesse é que lhe dirigiu a palavra.
- Volto para casa às cinco horas e pego você aqui mesmo. Ele se inclinou para lhe abrir a porta e seu braço roçou no corpo de Audrey. Ela teve que se controlar para
não dar um suspiro de satisfação e prazer.
As compras levaram mais tempo do que Audrey tinha planejado. As lojas estavam todas cheias por causa do Natal e todos pareciam muito apressados.
Ainda não comprara um presente para York, porque não sabia o que lhe dar. Gostaria demais de presenteá-lo com algo que lhe mostrasse o quanto ela o queria, mas deveria
trair seus sentimentos? Não! Não havia nada que pudesse lhe dar para mostrar como ele lhe era importante, porque tudo o que York quisera dela, ele já tinha conseguido.
Ao passar por uma joalheria, escolheu um par de abotoadu-ras de ouro, de desenho simples e as pagou com o próprio dinheiro.
Já era quase hora do almoço e Audrey achou que seria uma boa ideia convidar Beth para almoçar. Estava bem perto do escritório de York e talvez pudesse alcançar Beth
e conversarem durante a refeição.
Andou mais alguns quarteirões, e já estava diante do prédio do escritório quando ouviu uma voz conhecida chamá-la.
- Alan! Que surpresa agradável. Não sabia que estava na Inglaterra!
- Cheguei há poucos dias. Estou muito contente em vê-la. Seu tom queimado de país tropical contrastava com a palidez
de inverno de Audrey.
- O que está fazendo por aqui?
- York mandou me chamar. Ele não lhe contou?
- Não, Ele tem estado muito ocupado e por isso não me disse nada.
- É, acho que tem coisas mais interessantes a fazer com você do que ficar falando de mim! - Havia tanta malícia em seu tom que Audrey ficou sem jeito.
- Ora, Alan, deixe de ser bobo! Sabe muito bem qual é meu relacionamento com York!
- Achei que sabia, até que a encontrei aqui, em frente ao escritório dele. As mulheres não procuram seus maridos em hora de trabalho, se eles lhes são indiferentes.
- Não vim ver York. Vou apenas deixar estes pacotes aqui.
- Então, venha almoçar comigo.
Ela aceitou o convite e Alan carregou os pacotes. Foram até um restaurante que ficava perto do escritório.
- Descobri este lugar antes de ir para St. John. - Alan puxou a cadeira para que ela se sentasse. - A comida é ótima, embora não seja um lugar sofisticado.
Realmente, a comida estava excelente. Durante toda a refeição os dois ficaram conversando sobre St. John.
- Aquele anúncio que York mandou fazer fez com que o hotel se transformasse num sucesso total! Acho que ele tem o instinto certo para negócios, Audrey. A melhor
coisa que podia ter me acontecido foi associar-me a ele.
- Ainda bem que pelo menos alguém ficou contente com a situação toda.
- Sei que sou culpado por ela, mas não acha que tudo saiu melhor do que se podia esperar?
- Melhor? - Audrey olhou-o sem entender.
- Como vocês continuam juntos, pensei que...
- Não tire conclusões apressadas, Alan. Acho que não conhece bem York. - Audrey desviou o olhar do rosto de Alan e quase morreu de susto ao ver o marido sentado
a alguma distância deles.
York estava com uma mulher morena e bonita, e Audrey sentiu que o ciúme a invadia como uma onda gigantesca. York não deu sinal de tê-la visto, dava toda sua atenção
à mulher que o acompanhava. Quem era ela? Era por isso que York passara a ir ao escritório todos os dias? Será que já a havia levado para o apartamento? Audrey tinha
vontade de matar aquela desconhecida que a perturbava tanto!
- Audrey, que aconteceu? Está tão pálida! - Alan ficou preocupado ao ver a expressão de desespero no rosto dela.
- Estou bem - ela mentiu.
- Acho que está precisando se distrair um pouco. Que tal sairmos hoje à noite? Poderemos ir jantar, depois ao teatro,
- Não posso, Alan. Tenho que ir ao cabeleireiro agora, amanhã vamos ter uma festa em casa. - Com o rabo dos olhos, Audrey vigiava York. Ele estava acendendo o cigarro
da morena, que lhe segurava as mãos, enquanto aproximava o cigarro da chama. Mais uma vez Audrey sentiu a mordida do ciúme. - Não precisamos fazer um programa longo,
Audrey... Prometo levá-la para casa até a meia-noite. Que tal?
Levada por um impulso repentino, Audrey aceitou. Seria bem-feito se ela estragasse a imagem de casai feliz e isso fizesse York perder o título de cavalheiro. Ele
bem que merecia isso! - Quando terminar o que tem que fazer, vá até o meu apartamento, e de lá sairemos para jantar. Ainda lembra onde é? - Alan estava muito entusiasmado.
Por várias vezes Audrey tinha levado papéis importantes ao apartamento de Alan, enquanto trabalhava para ele.
- Vou levar seus pacotes, comigo. Pode pegá-los mais tarde, quando eu for levá-la para casa. Que tipo de peça quer ir ver?
- Deixo a escolha a seu cargo.
Eles se levantaram para sair do restaurante e passaram perto da mesa de York, que não os olhou. Alan, distraído com os embrulhos que carregava, não prestou atenção.
No cabeleireiro onde Audrey tinha planejado passar uma tarde descansada, ela se sentia angustiada, pois não podia deixar de pensar no marido. Que pena que havia
concordado em sair com Alan! Preferia ir embora para casa!
Quando ficou pronta, pegou um táxi e foi até o escritório de York para lhe deixar o recado de que não ia voltar com ele. Com certeza, ia ficar furioso! Ou talvez
não. Assim teria a oportunidade de ficar mais tempo com a boneca morena com quem estava almoçando!
Ao chegar no apartamento de Alan, ele veio lhe abrir a porta, ainda com os cabelos molhados do banho.
- Deixei o banheiro livre, caso queira se arrumar.
Audrey entrou no banheiro e aproveitou para trocar sua roupa por um outro vestido, dos que tinha comprado naquela tarde, mais de acordo com o programa que iam fazer.
Quando saiu do banheiro, Alan assobiou mostrando sua aprovação. Brincando, pegou Audrey nos braços, comentando como ela estava bonita e lhe dando um beijo no rosto.
- Alan! Não esqueça que sou casada.
- Não esqueço, não, e acho que York é muito feliz por ser o marido. Às vezes me lastimo por não ser eu.
Alan era um companheiro ideal, alegre e brincalhão, mas Audrey não se sentia contente. Era a primeira vez que saía com um homem desde que tinha voltado a viver com
York e, por mais que quisesse, não conseguia tirá-lo da cabeça.
Depois de jantarem, foram a um teatro que apresentava um musical muito na moda. Quando saíram, Audrey tinha a cabeça doendo de tanto esforço para se mostrar contente,
quando na realidade só havia pensado e se preocupado com o marido.
- Vamos até o meu apartamento para um drinque de boa noite?
Audrey olhou-o aborrecida. Não deveria ter contado como estava seu relacionamento com York, pois acabou dando a Alan a oportunidade de pensar que ela estava disponível
para alguma coisa além de jantar e ir ao teatro.
- Não, obrigada, Alan. A noite foi muito agradável, mas prefiro ir para casa. Como você mesmo disse, lembre-se de que gosta de ser sócio de York.
Felizmente, Alan não insistiu e a levou para casa. Mesmo assim, Audrey chegou mais tarde do que esperava. Sua dor de cabeça tinha aumentado muito e ela sabia que
era de tensão e ansiedade. Não via a hora de poder relaxar em seu quarto,
Alan lhe entregou os pacotes e a levou até a porta.
- Não sei como se sente, Audrey, mas até acho que valeria a pena tentar roubá-la de York. Seria um golpe nos meus negócios, mas, quando estou com você, esqueço o
resto.
- Boa noite, Alan. - Audrey tratou de entrar logo em casa, cansada dos avanços de Alan.
O hall estava escuro e Audrey se encaminhou, rateando, para acender a luz. Um dos pacotes escorregou de suas mãos e caiu no chão, fazendo um barulho enorme em meio
ao silêncio. Ela se abaixou para pegá-lo e, nesse instante, as luzes se acenderam. York estava no alto de escada, o olhar furioso. - Onde diabo você andou até, agora?
Assim parado muito acima dela, Audrey teve a impressão de que ele era um gigante e começou a tremer de medo à medida que York se aproximava. Tinha vontade de largar
tudo no chão e sair correndo dali para só parar quando estivesse tão longe que ele não pudesse alcançá-la. Mas... por que estava tão apavorada? Não tinha feito nada
de errado! Levantou bem o queixo em atitude de desafio.
- Eu lhe fiz uma pergunta. Responda! - York chegava cada vez mais perto.
Audrey ficou parada, incapaz de se mexer, segurando os pacotes junto ao peito como se eles pudessem protegê-la. Foi somente quando York começou a retirar os embrulhos,
um a um, que ela conseguiu se movimentar. Tentou fugir, mas tinha as costas para a parede e não pôde ir longe. Ele se aproximou,
encostou-a contra a parede e colocou os braços um de cada lado
do corpo dela.
- Responda, Audrey, ou quer que lhe arranque as palavras?
- Sabe muito bem onde estive... Deixei recado para você. - Audrey conseguiu finalmente encontrar a própria voz.
- Disse que ia sair com Alan, mas não foi só isso que fez! Foi para o apartamento dele, não foi?
- Fui somente porque era mais conveniente encontrá-lo lá.
No mesmo instante, Audrey se arrependeu de seu tom defensivo, mas agora era tarde! York parecia não escutá-la, olhan-do e examinando-a de alto a baixo.
- Não esta com a mesma roupa com que saiu hoje de manhã. O que aconteceu? Alan agiu como cavalheiro, enquanto você se despia?
O sarcasmo dessas palavras ficou ressoando nos ouvidos de Audrey. Ela se sentiu tão revoltada, tão caluniada que não pôde mais controlar a raiva que lhe invadia
a alma.
- Como se atreve a falar assim comigo? Como se dá o direito de achar que eu agiria dessa maneira? E mesmo que eu quisesse fazer as coisas de que me acusa, o que
é que isso tem a ver com você? Ou já esqueceu que nosso casamento é apenas um acordo comercial?
- Tenho todo o direito de exigir que se comporte bem justamente porque é minha esposa!
- E por acaso não está esquecendo que a fidelidade deve funcionar de ambos os lados Como você passou sua tarde? A morena sensual teve que lhe implorar para que fizesse
amor com ela?
Audrey podia ver o quanto o marido estava furioso, mas não tinha medo nenhum. Estava até mesmo satisfeita em pôr para fora coisas que gostaria de ter dito há muito
tempo.
York chegou mais perto, o ódio estampado em seu rosto. E Audrey podia jurar que ele ia agarrá-la e tornar a beijá-la com ardor, para castigá-la. Chegou até a se
preparar para enfrentar mais um ataque sexual do marido: fechou os olhos, esperando ser tomada nos braços e talvez até carregada para a cama.
Mas não foi isso o que aconteceu! York virou as costas, praguejando alto, e foi para o quarto, batendo a porta com estrondo. O silêncio que se seguiu foi tão pesado,
que Audrey teve uma sensação enorme de solidão! Pegou os pacotes e reconheceu o embrulho bem-feito que continha as abotoaduras. Teve vontade de destruí-lo, como
York a tinha destruído também!
Precisava admitir que bem no fundo de seu coração sabia que, saindo com Alan, deixaria o marido furioso. Mas não esperava aquela reação dele. Das outras vezes em
que ele havia ficado zangado, tudo tinha terminado na cama. E era isso o que achava que ia acontecer! Sentia se frustrada, vazia, desesperada.
A festa de Natal estava sendo um sucesso! Audrey atendia a todos, maravilhosa, usando o vestido em estilo flamengo. Já tinha ouvido vários elogios e realmente havia
se achado bonita!
- Acho que não sou o primeiro a lhe dizer que está encantadora, e extremamente sensual, não é? - Richard a cobiçava com os olhos, - Acho que York vai ter muito
trabalho com os gaviões!
- Não é uma boa idéia? Assim eu o mantenho tão ocupado, que não dá tempo dele se distrair com outras mulheres.
- E você acha que ele iria querer outras? - Richard estava surpreso. - Deve saber como ele é louco por você!
- Não sei se é tão louco assim! Ainda ontem, sei que ele almoçou com uma mulher lindíssima.
- Lorraine Edwards? Realmente, ela é encantadora! Trabalha na companhia de publicidade que cuida das nossas propagandas. Mas é casada e ama o marido, com quem tem
dois filhos. Acho que não deve duvidar, Audrey, York é o tipo de homem que ama apenas uma mulher, e sem dúvida, essa mulher é você.
Ele devia trabalhar no teatro, foi o que Audrey comentou para si mesma. Durante a festa, em várias ocasiões o mesmo pensamento voltou à sua mente. York a mantinha
sempre junto dele, o brapo em volta de sua cintura. Puxava-a para mais perto, acariciava-lhe os cabelos, dava-lhe beijos no rosto... como um marido apaixonado faria.
- Que festa maravilhosa! - Sir Giles sorria contente. - Seu marido vai indo muito bem, Audrey. Talvez não devesse lhes contar, mas Charles Phillips ficou muito impressionado
com o casal!
De uma maneira velada, sir Giles procurava lhes dizer que York ia receber o título. Em vez de ficar feliz com a notícia, Audrey sentiu-se triste. Ele ia conseguir
ser cavalheiro e ela ia ficar livre. Por que não estava contente?
- Por que Annette não veio? - Audrey pôs seus pensamentos de lado.
- Ela está na Áustria, fazendo um curso. Só volta dentro de seis meses.
Coitado de sir Giles! Ia passar o Natal sozinho!
- Não quer vir passar o Natal conosco? - Audrey convidou.
- Agradeço muito, minha querida, mas não posso aceitar. Acho que seu marido deve querer toda sua atenção nesse dia.
Sei como esses momentos são preciosos e acho que fazem muito bem de aproveitá-los.
No fim da festa, quando o último convidado se foi, Audrey sabia que tinha sido aceita pela sociedade local. Haviam recebido vários convites para reuniões, mas sabia
que não iria aceitar nenhum. Não valia a pena cultivar amizades, se tinha que ir embora muito em breve.
Ela sentia-se cansada, mas satisfeita. Foi até a cozinha. Tudo já estava em ordem, pois no dia seguinte, bem cedo, os empregados sairiam para as férias de Natal.
Teve vontade de tomar um chá quente para depois ir dormir. Começou a prepará-lo, quando York entrou.
- Vou tomar uma xícara de chá, quer uma também?
- Quero, sim, acho que vai me ajudar a dormir. - York sentou-se.
Audrey reparou que ele parecia abatido e cansado, com olheiras. Talvez estivesse muito preocupado sobre a possibilidade de receber o título ou, talvez, fossem os
negócios.
- Não deve ficar preocupado agora, York. Pelo que sir Giles falou, já pode considerar como certo que eles vão aprová-lo como cavalheiro. - O chá ficou pronto e Audrey
serviu duas xícaras. Começaram a toma-lo em silêncio,
- Arrumo tudo depois. Se quiser, vá deitar - ela sugeriu. Muito irritado, York bateu a xícara na mesa, derramando
parte de seu conteúdo.
- Pare de me tratar como se eu fosse uma criança, Audrey! Não preciso da sua piedade nem da sua ajuda. - York levantou e saiu da cozinha, resmungando alguma coisa
que ela não pôde entender.
Audrey ficou na dúvida se devia ir atrás dele ou não. Ao pensar nos olhos cansados, na expressão abatida do marido, resolveu se aventurar, mesmo que sua presença
não fosse querida.
York ainda não tinha deitado. Estava sentado, vestido, numa poltrona em frente à janela. Tinha a cabeça entre as mãos e os cabelos estavam revoltos, como se tivesse
passado os dedos muitas vezes por eles.
Ele não a viu de imediato, mas depois, levantando a cabeça notou a figura delicada de Audrey oferecendo-lhe a xícara de chá inacabada. Parecia tão surpreso que nem
se mexeu. Pouco a pouco, seu rosto se encheu de fúria e, com um tapa, derrubou a xícara no chão.
Seguiu-se um silêncio pesado, enquanto o líquido se espalhava pelo carpete e eles apenas se mediam com o olhar.
- Saia já daqui, Audrey, antes que eu tome uma atitude que nos dois vamos lamentar mais tarde.
CAPITULO IX
Na véspera de Natal começou a nevar, os flocos leves e alvos cobrindo o chão com uma brancura imaculada. York tinha saído para comprar um árvore de Natal. Ele tinha
ficado muito surpreso quando Audrey fez questão de ter uma.
- Mas para que árvores? Ou está tentando dar um ar de festa a esse mausoléu? Acho que está perdendo seu tempo... Além disso, não temos nada para pendurar nela.
- Temos, sim. - Ele não tinha conseguido diminuir o entusiasmo de Audrey. - Comprei umas coisas quando estive em Londres, na última vez. - Não sabia dizer porque
era tão importante ter uma árvore, mas o fato é que lhe era fundamental.
Audrey estava na cozinha preparando umas tortas e doces, quando York voltou. Ele ficou muito surpreso em ver as coisas que ela tinha feito.
- Quer um pedacinho daquela? - Apontou uma torta de maçã que estava esfriando sobre a mesa.
York tirou um pedacinho e experimentou, guloso.
- Está ótima!
- Obrigada! - Ela ria de satisfação. - Conseguiu a árvore?
- Está no hall, venha ver.
Audrey enxugou as mãos e seguiu o marido até o hall, levando um susto ao ver o tamanho da árvore. Nunca iria ter coisas suficientes para enfeitá-la!
- Naquelas caixas trouxe algumas coisas para pendurar nela. Onde quer que a coloque?
- Ponha na sala. Assim poderemos abrir os presentes junto dela, logo depois do café da manhã. - Audrey ainda lembrava com saudade das manhãs de Natal com tia Emma,
em que havia uma porção de presentinhos debaixo da árvore. Eram coisas pequeninas, de pouco valor, mas altamente significativas. Tinha feito a mesma coisa com York:
comprou pequenas coisas que achava que ele poderia gostar.
- Presentes? De quem? - York colocou a árvore junto à janela.
- De Papai Noel...
Audrey passou uma boa parte do tempo arrumando a árvore, até que começou a descer a escada. Foi então que sentiu os dedos de York envolvendo seu tornozelo, olhou-o
com um ar de surpresa.
- Está presa, Audrey!
- Me solte, York! - Ela pediu, mas ele nem pareceu escutar. York continuou a olhá-la, movimentando a mão, subindo até
o joelho e, com muita ousadia, alcançando-lhe a coxa. O tempo todo seus olhos estavam desafiadores, esperando qual a reação de Audrey.
O telefone tocou, quebrando o encantamento em que eles se encontravam. A princípio, Audrey achou que York nem ia atender, mas depois de uma carícia em suas pernas,
ele se afastou para atender ao chamado insistente da campainha.
Quando voltou à sala, a árvore estava pronta e Audrey a salvo, no chão. Durante a tarde, ela preparou uma ceia ligeira e deixou tudo pronto porque queria ir à missa
de Natal.
Durante a ceia, York mal tocou na comida, parecendo impaciente. Continuava nevando, mas na sala havia o calor da lareira acesa.
- Não gostou do que fiz? Gosta mais da comida da sra. Jacobs?
- Gomo eu gostaria que o Natal nunca tivesse sido inventado! - Ele se levantou, zangado e saiu da sala.
Audrey sentia pena dele. Provavelmente suas lembranças anteriores de Natal não eram muito agradáveis. Achou melhor não lhe perguntar se ele a acompanharia à igreja,
não queria aborrecê-lo nesse dia tão bonito. Foi andando até a igreja, gozando aquela noite linda, os flocos de neve permitindo um Natal branco, as luzes da igreja
parecendo tão acolhedoras!
A missa foi simples e por isso mesmo muito tocante. Audrey cantou com emoção todas as canções de Natal, sentindo-se como uma parte daquelas comemorações. Lastimava
somente que York não estivesse ali.
Voltou para casa e foi direto para o quarto. Acabou de embrulhar os últimos presentes e deitou, dormindo profundamente. Acordou com a claridade forte que penetrava
por sua janela. A casa estava muito quieta, mas, olhando para o relógio, viu que eram nove horas. York já devia estar de pé há muito tempo!
Enquanto se vestia, Audrey notou que tinha parado de nevar, mas que o jardim estava coberto por um manto branco. O céu, muito límpido, indicava que a temperatura
devia estar bem baixa. Ela desceu até a sala e reacendeu as chamas na lareira. Foi até a cozinha, onde o cão pastor lhe fez muita festa, pedindo para sair. Abriu
a porta e o cachorro saiu, deixando as marcas de suas patas na neve fofa e funda. Audrey, atirou-lhe um pedaço de madeira, que o cão foi buscar com animação para
depois depositá-lo aos pés da dona. Durante uns minutos ela se divertiu com o animal e depois entrou em casa novamente.
A casa permanecia silenciosa, onde estaria York? De repente lhe passou pela cabeça que ele tinha saído deixando-a passar o dia de Natal completamente sozinha! Correu
para a garagem com o coração apertado, mas os dois carros estavam ali.
Ela se encostou num deles, suspirando aliviada! Tinha que admitir que a vida sem York lhe parecia insuportável. Precisava de sua companhia, de sua presença, até
mesmo de suas repreensões, enfim, precisava dele do mesmo jeito que precisava de oxigênio para viver! Não podia ficar sem ele!
Voltou para casa, sempre acompanhada do fiel cão, e tratou de pôr o peru no forno. Onde estaria York? Normalmente ele gostava de levantar cedo! Será que quis ficar
na cama por mais tempo, naquele dia?
Começou a preparar o café e decidiu que, se ele não aparecesse até que o café estivesse coado, ela iria levar-lhe uma xícara no quarto. York parecia estar aborrecido
desde que ela saíra com Alan, provavelmente estava cansado de ter que conviver com ela contra a própria vontade. Mas em breve estaria terminado. Ele teria o título
e ela estaria livre! Um suspiro fundo escapou de seus lábios.
O café ficou pronto e nada de York. Audrey preparou uma bandeja com café, leite e um pratinho com bolo e levou-a para cima. Chegando na porta do quarto dele, ela
bateu, mas não obteve resposta. Juntando toda sua coragem, abriu a porta e entrou.
As cortinas ainda estavam fechadas e Audrey achou melhor colocar a bandeja sobre a mesa, antes que fizesse um desastre e derrubasse tudo no chão. Depois foi até
a janela e puxou as Cortinas para deixar o quarto claro. York estava na cama, tinha os olhos fechados e respirava com bastante dificuldade. Assim que ela o viu notou
que estava doente. Chegou mais perto dele, chamou-o várias vezes, mas nem assim ele abriu os olhos. Colo- cou a mão em sua testa e viu que a pele estava úmida
e quente, e os lábios estavam secos e rachados. Estava com febre alta.
Audrey sentou-se na cama ao lado dele, para decidir o que fazer. Lembrou-se então da conversa que ouvira na igreja sobre o surto de gripe que havia atingido muitas
pessoas naquela região. Provavelmente, York a tinha pegado! Alcançou o tele- fone no criado-mudo e ligou para o hospital, para falar com um médico.
- Neste inverno a gripe veio muito forte - o doutor lhe explicou. - Não há muita coisa que se possa fazer contra ela, além de boa alimentação e repouso. Posso dar
um pulo aí e ver o doente, sei que isso a deixará mais sossegada. Mas não se preocupe, ele deverá se sentir melhor em dois ou três dias.
Audrey repôs o fone no gancho e ficou olhando para o rosto de York. Como o amava! Ainda mais sentindo-o assim indefeso, e sofrendo por causa da doença!
O dr. Meadows era um homem de seus quarenta anos, simpático e prestativo. Ele examinou York com o máximo de atenção.
- É gripe mesmo, sra. Laing. Os sintomas começaram há muito tempo?
- Acho que desde ontem, doutor. Ele já não tinha apetite nenhum no jantar de ontem.
- Esse é um sintoma clássico! E ele não deverá ter muito apetite enquanto estiver com febre. Estão sozinhos aqui, sra. Laing?
- Estamos, mas posso muito bem tomar conta dele!
- Sei disso, minha senhora, mas esse tipo de gripe produz temperaturas muito altas e será necessário tentar baixá-la não só com comprimido, como também mantendo
o corpo dele sempre úmido com uma esponja embebida em água morna. Em geral, esses grandes capitães da indústria detestam esse tipo de tratamento, mas é o mais indicado.
Além disso, devido à febre, ele poderá delirar. Conserve o quarto fechado, com temperatura média, é mantenha-o bem coberto. Se ele não melhorar dentro de dois dias,
no máximo três, me chame de novo. Vou lhe deixar um vidro com comprimidos de antibiótico, que ele deve tomar a cada seis horas.
- Obrigada, doutor, vou fazer o que mandou.
- De qualquer maneira, passo por aqui amanhã. Essa gripe é muito rápida e a senhora poderá ficar no mesmo estado que ele, sem perceber. Como estão sozinhos na casa,
não teria ninguém para acudi-los.
Depois que Audrey acompanhou o doutor até a porta, foi à cozinha, desligou o forno e foi para a sala. Olhou a árvore de Natal, tão linda e tão bem enfeitada. Como
era horrível ficar sozinha nesse dia. até o brilho dos enfeites parecia triste.
Audrey subiu novamente e ficou lendo no quarto de York, para observá-lo melhor. A tarde, a febre subiu demais e York começou a tremer, batendo os dentes como se
estivesse morrendo de frio. Ele tinha dormido quase que o dia todo e acordou enquanto ela estava passando a esponja em seu corpo, para manter a temperatura um pouco
mais baixa. Ele abriu os olhos, mas parecia não vê-la.
- Sou, eu, York, Audrey. Você está gripado, mas vai ficar abatido, parecia ter rejuvenescido. Audrey tentou levantar sem que York acordasse, mas ele se virou e abriu
os olhos.
- Você está aqui! Pensei que tivesse sonhado! Audrey... Audrey... - Seus lábios tremeram.
- Estou aqui com você. Descanse para recobrar suas forças... Audrey estava impressionada como o marido estava fraco.
- Não me deixe mais, Audrey - ele ainda sussurrava. - Não vá embora de novo... Eu não aguentaria!... Prometa que não vai. - Seus olhos brilhavam, mas pareciam não
reconhecê-la.
Audrey sabia que ele estava delirando, vagando por um mundo desconhecido do qual ela fazia parte.
- Não vou deixá-lo, York. Procure relaxar e dormir! - Acariciava seu rosto e cabelos com ternura.
- Dormir? Como posso dormir? Se eu adormecer, sei que não a encontrarei mais aqui quando acordar! - Uma expressão de sofrimento cobriu seu rosto. - Meu pai não
estava mais lá, quando acordei! - Seu corpo tremia de novo. - Audrey... Audrey...
Audrey continuava acariciando o marido para lhe dar segurança. Foi então que notou que os olhos de York estavam úmi-dos de lágrimas. Não podia acreditar! Segurou-o
entre os braços, aconchegando-o perto de si, como faria com uma criança que estivesse desesperada. Acalmou-o com palavras doces, com expressões de amor, para conseguir
que ele relaxasse e conseguisse descansar.
- Prometa que nunca vai me deixar, Audrey. Prometa... Por favor!
Por um breve instante, Audrey teve a sensação de que talvez ele estivesse falando a verdade! Talvez, com a febre alta e o consequente delírio, York tivesse posto
abaixo suas reservas e falasse sério! A alta temperatura tinha dominado seu raciocínio e ele dera vazão aos sentimentos que lhe enchiam a alma!
Não viva de ilusões, Audrey, ela se avisou. Isso não pode ser verdade! Não deixe que a vontade vença a lógica. York estava apenas delirando e juntando a imagem dela
à do pai. Não podia considerar o que ele dizia como uma expressão verdadeira de sua mente. Já tinha tido muitas provas de que ele não a amava, portanto, por que
criar ilusões agora?
No entanto, durante todo o dia, a mente de Audrey divagou sobre a possibilidade de York ter dito a verdade. Ela o observava atentamente para ver traços de sua melhora.
À noite, notou que a febre tinha sumido. Ele estava bem normal e podia reconhecê-la perfeitamente bem.
Audrey chegou perto da cama e pôs a mão sobre sua testa, agora fria.
- Está melhor?
Por um breve segundo York permaneceu quieto, mas logo
em seguida disse:
- Que diabo está fazendo aqui? Não tenho paz nem mesmo em meu quarto?
Audrey sentiu vontade de gritar, pensando na noite que tinham passado juntos, e nessa maneira estúpida como ele falava com ela.
- Você esteve doente, York. Teve uma gripe muito forte,
com muita febre e eu só vim para cuidar de você.
- Nunca estive doente na minha vida! - Ele levantou da cama, jogando as cobertas para o lado. No entanto, logo sentou de novo, sentindo-se tonto e incapaz de se
manter em pé.
- É melhor deitar de novo e nem tentar ficar de pé, sua gripe foi muito forte! Vou lá embaixo preparar alguma coisa para você comer.
- Pare de cuidar de mim com esse jeito maternal, Audrey!
Não gosto disso!
Audrey estava cansada da noite sem dormir, da preocupação que havia sentido. Ficou zangada com as palavras do marido e resolveu responder:
- Não foi isso o que disse ontem à noite!
Durante algum tempo eles se encararam. York estava pálido, apenas os olhos muito vivos mostravam sua preocupação.
- As pessoas dizem muitas bobagens quando deliram - ele falou com calma.
- É verdade.
Um plano começou a se formar na cabeça de Audrey, em uma tentativa desesperada, e ela nem sabia se teria coragem para executá-lo. No entanto, não podia ser medrosa
agora, pois havia muita coisa em ebulição. York poderia mesmo ter apenas delirado e dito palavras sem nexo. Mas era bem possível que tivesse posto para fora emoções
verdadeiras, reprimidas durante anos. Tinha que tentar!
- Agora que temos certeza de que vai receber o título de cavalheiro, acho que não preciso mais ficar aqui.
- É verdade - ele comentou sem expressão.
- Já que estamos acertados nesse ponto, vou lhe trazer alguma coisa para comer.
Ela desceu, preparou uma omelete e um copo de leite, colocou tudo numa bandeja e levou para cima. Não permitiu que York saísse da cama para fazer a refeição. Acomodou
a bandeja em seu colo, e colocou o guardanapo em seu peito para que não se sujasse.
- Só falta agora você me dar a comida na boca, mas como não sou criança, não preciso de tantos mimos.
- Acho que precisa, sim. Todo mundo precisa de carinhos e mimos de vez em quando, principalmente quando se está doente. Sua mãe não era mais carinhosa quando você
estava doente? - Audrey o observava bem de perto e notou o ligeiro tremor nas pálpebras dele.
- Já lhe disse que nunca estive doente na minha vida.
- Mas está agora. O médico virá vê-lo amanhã.
- E assim que ele me der alta e eu não precisar mais de enfermeira, você vai embora. - York mal tinha tocado na comida, apenas olhava para Audrey que estava de costas
para ele.
- É isso o que quer, York? Que eu deixe você?
Audrey tinha esperanças de que ele se lembrasse do que tinha dito durante o delírio, mas York não deu mostras de perceber coisa alguma.
No dia seguinte, o médico foi visitar seu paciente e achou-o muito bem, em plena convalescença:
- Teve muita sorte com sua enfermeira, York. - O médico sorriu, - Muita sorte mesmo!
O dr. Meadows se despediu e Audrey foi levá-lo até a porta. Quando voltou ao quarto de York, encontrou-o dormindo. Ajeitou as cobertas, reprimindo a vontade que
tinha de tocá-lo.
Mais tarde, ela desceu para preparar o jantar. O telefone tocou e, para sua surpresa, era o médico.
- Desculpe incomodá-la, sra. Laing. Bem, é que fui ver sir Giles e ele também pegou essa maldita gripe. Está sozinho, naquele casarão e fiquei pensando se...
- Quer que eu vá tomar conta dele? - Audrey não tinha vontade nenhuma de abandonar York em convalescença, mas não podia deixar de atender o pedido do médico.
- Seria apenas por algumas horas, até que eu arranje uma enfermeira para ficar lá com ele.
- Muito bem, doutor, eu vou.
Audrey subiu para pegar um casaco e avisar York. Mas ele estava dormindo e ela sabia como o marido precisava desse descanso. Não o acordou. Esperava apenas que a
tal enfermeira não demorasse muito para chegar, assim ela poderia vir correndo de volta para perto dele.
Sir Giles não estava tão doente como York tinha ficado, mas realmente não poderia ficar sozinho. Audrey cuidou dele, dando-lhe bastante líquido e fazendo-lhe companhia.
A enfermeira chegou assim que começou a escurecer.
Audrey dirigiu de volta muito devagar, pois a estrada estava coberta de gelo e ela não tinha muita prática com o carro esporte de York. Entrando pela porta da cozinha,
encontrou o cachorro pastor que a olhava com tristeza.
- Pensou que eu tivesse esquecido de você, Sansão? Voltei em tempo de lhe dar o jantar!
Ela alimentou o cachorro e resolveu tomar um banho, em busca de novas forças. Depois do chuveiro, colocou apenas a camisola e um robe, pois esperava poder dormir
cedo. Sentou diante da penteadeira e começou a escovar os cabelos.
De repente, a porta de comunicação foi aberta e York estava encostado no batente, pálido e abatido.
- Audrey! Pensei que tivesse ido embora! - Quando ela o olhou, surpresa, ele continuou: - Você tinha dito que ia!
York cambaleou, ainda fraco demais para estar de pé. Imediatamente Audrey correu para ampará-lo, mas ele se afastou, o rosto muito vermelho.
- Por favor, Audrey, não chegue perto de mim! Ou se diverte vendo meu tormento? - Ele fechou os olhos, a respiração ofegante. - Precisa sair daqui... Não aguento
mais! Nunca deveria ter pedido que voltasse a viver comigo! Já deveria ter aprendido com a primeira lição que tive, quando a forcei a casar, embora ainda não estivesse
preparada para isso!
Audrey o olhava com muita surpresa por causa do que ouvia, estava tão apalermada que nem conseguia falar!
- Não me olhe assim, Audrey! Pensa que não me reconheço? Pensa que não sei as bobagens que fiz? Eu mesmo, muitas vezes, me odiei tanto como você me odiava!
- York - ela finalmente encontrou a própria voz -, você é que não queria casar comigo! Você foi obrigado a casar para evitar o escândalo que haveria! Sei que queria
apenas um caso, sem maiores consequências.
- Nada disso, Audrey! Desde o primeiro instante eu queria possuir não só seu corpo, mas sua alma também. Eu já não podia mais viver sem você, mas, você era tão jovem...
tão inocente... tão inexperiente! Nem ao menos consegui fazer amor com você, sabendo que ainda era virgem. Quando Júlia chegou, me pareceu uma resposta às minhas
preces. Era a maneira de eu conseguir que você ficasse legalmente atada a mim. Mas, ao mesmo tempo, eu me odiava por lançar mão desse estratagema...
- Oh! York...
- Quando começou a se afastar de mim, pensei que fosse ficar louco! A única maneira que eu tinha de segurá-la era através do contato sexual, e eu ficava desesperado
por saber que podíamos nos entender muito bem fisicamente, mas que eu era incapaz de atingir seu coração!
- Por que não me disse como se sentia?
- Não conseguia.
Audrey sentiu o coração derreter de amor pelo marido. Claro que ele não podia ter dito nada! A criança que nunca havia recebido amor não conseguia pedir que lhe
desse algum. Ela chegou perto de York, colocando as mãos sobre seus braços.
- Não chegue perto de mim, Audrey... Sabe que não consigo me controlar.
Audrey chegou mais perto ainda, acariciando a mão do marido.
- Não quero sua piedade, Audrey. É melhor me deixar em paz.
- Não posso deixá-lo - Audrey falou com voz calma e doce, sentindo-se confiante. - Você está me pedindo o impossível! Do mesmo modo que não posso parar de respirar,
não posso viver sem você. Eu o amei desde o princípio. Eu o amo, York, e estou lhe pedindo que faça amor comigo... Estou implorando... - Ela colocou as mãos no peito
dele, arqueando a cabeça para trás, à espera de um beijo que selaria esse amor.
York imediatamente passou os braços ao redor de Audrey, os olhos brilhando intensamente, procurando no rosto dela a confirmação dessas palavras que o faziam tão
feliz.
- É verdade, York! Eu o amo, sempre o amei e vou amá-lo para sempre. Queria ter lhe confessado antes, mas pensei que tivesse casado comigo apenas para evitar um
escândalo. Em Londres você estava sempre tão distante, nossos mundos pareciam nunca se encontrar! Nosso único contato era na cama e cada vez mais eu me convencia
que você não me amava. Foi então que comecei a me irritar com seu domínio físico, e por isso abandonei você! Não podia mais continuar vivendo com você, sob o mesmo
teto, sem que me traísse e lhe contasse como me sentia!
- Como gostaria que tivesse dito, Audrey! Como temos sido bobos, minha pequena. Eu a queria tanto, que comecei a me portar como um carrasco! Mal tomava uma atitude
e já a lastimava profundamente!
- Meu querido... Como sofremos por não contarmos o que sentíamos! Cheguei até a deixá-lo!
- Logo que partiu, coloquei detetives à sua procura. Quando começou a trabalhar para Alan, e achei que as coisas estavam ficando sérias entre vocês dois, não pude
mais aguentar. Precisei trazê-la de volta.
- Você foi me buscar por causa do título de cavalheiro, não foi?
- Acha mesmo que eu me importava cora isso? Não! Isso foi só uma desculpa que arranjei para conseguir que voltasse. Quando fui a St. John, queria apenas falar com
você, conversar para ver se chegávamos a um acordo. Mas, assim que a vi, fiquei louco de paixão e sabia que tinha que trazê-la de volta...
- Mas depois que já estávamos aqui você se mantinha tão distante, saía tantas noites...
- Naquelas noites saía sem rumo e dirigia por várias horas, até ficar tão cansado que tinha a certeza de que seria capaz de deixá-la em paz.
- Eu me preocupava tanto com suas ausências!
- Tinha que agir assim, Audrey. Já tinha forçado a situação uma vez, obrigando-a a me aceitar, lembra-se? Tivemos um contato íntimo maravilhoso! Sabia que ainda
podia despertá-la fisicamente, mas senti que você continuava a me odiar.
- Não era a você que eu odiava! Era a mim mesma, por responder com tanta rapidez aos chamados do seu corpo, passando por cima do meu próprio orgulho!
- Devia ter esperado que você crescesse, antes de casarmos. Mas eu não podia esperar! Tinha medo de perdê-la!
- Eu já era crescida, York, mas era demasiado ingênua.
Eles se abraçaram, felizes porque tinham finalmente conseguido unir suas almas. Ela podia sentir nas mãos o bater do coração de York.
- Achou mesmo que eu tinha ido embora?
- Achei, sim. Quando acordei, procurei você em todos os cantos e não a encontrei.
- Me procurou? Nas suas condições de fraqueza? Não devia nem ter saído da cama!
- Tem razão! Mas estou cansado de dormir sozinho!
- Eu também! - Audrey suspirou, apertando-se mais contra ele. - Vai me obrigar a implorar de novo?
Por um instante eles ficaram se encarando, olhos nos olhos.
- Você imploraria? - ele perguntou com suavidade.
- E você imploraria?
Ela ficou imaginando se algum dia York seria capaz de pôr em palavras aquilo que sentia.
- Eu já pedi. Pelo menos foi o que fiz durante o tempo em que delirei. Lembro até de algumas palavras e sei que elas foram muito reveladoras.
- Mas me disse que tinha sido apenas o delírio inconsciente de sua mente atormentada pela febre!
- Sei que estava delirando, mas o que disse era o que tinha no coração durante muitos anos, sem nunca ter a coragem de dizê-lo. Mas assim que me viu melhor, você
logo tratou de dizer que ia embora!
- Não podia saber se o que tinha dito em seu delírio era verdade ou não, por isso achei que, dizendo que ia embora, eu o forçaria a me confessar como se sentia!
- Nossos corações se encontraram finalmente, Audrey, e não existe mais dúvida alguma pairando sobre nosso amor. Vamos ser felizes, minha querida.
Audrey inclinou a cabeça, entreabrindo os lábios, esperando por York, que logo juntou seus lábios aos dela, num beijo longo e cheio de promessas. Mantiveram-se num
abraço apertado, sentindo-se um ao outro. O tempo passava e eles nem sentiam.
Suas almas estavam unidas, abafando anos de tortura e sofrimento para renascer radiosas de amor.
York levou Audrey para a cama e tirou sua camisola com muito carinho. Examinou cada centímetro daquele corpo amado, com total admiração.
- Como é bom, Audrey, não precisar esconder o que se sente no coração!
Uma dimensão nova foi acrescentada ao seu amor, derrubando de uma vez o que restava daquelas velhas barreiras que tanto os tinha atrapalhado!
- Meu Deus, Audrey! Como a desejo! - York abraçou-a todinha, fazendo-a sentir a imensidão de sua paixão.
Ela o olhava com carinho, seu corpo tomado pelo desejo. No entanto, ainda havia um pequeno obstáculo, que tinha que ser derrubado.
- Mostre o quanto me deseja, York! - ela disse, provocante. - Ou vou ter que lhe implorar?
O passado estava vencido, os fantasmas já não existiam mais. O futuro se apresentava brilhante, cheio de uma felicidade madura, que parecia brotar daquelas duas
criaturas que finalmente descobriam o verdadeiro sentido do amor!
- Eu a amo, minha querida! - E nada mais precisou ser dito.
F I M
??
??
??
??
Gaiola Dourada (Long Cold Winters) Penny Jordan
Julia no. 172
Livros Florzinha - 1 ---
Visite também nossa comunidade no Orkut:
http://www.orkut.com/Community.aspx?cmm=14404700
Para entrar em contato com a moderação envie email para:
moderacao-CantinhoDaLeitura@googlegroups.com
Para postar neste grupo, envie um e-mail para
CantinhoDaLeitura@googlegroups.com
Para cancelar a sua inscrição neste grupo, envie um e-mail para
CantinhoDaLeitura-unsubscribe@googlegroups.com
Para ver mais opções, visite este grupo em
http://groups.google.com.br/group/CantinhoDaLeitura
Nenhum comentário:
Postar um comentário