domingo, 23 de maio de 2010

La Civilización Inca - WALDEMAR ESPINOZA SORIANO.txt

El legado de la civilización inca parece revivir todavía en cl siglo ~ cada 24
dc julio en Sacsclllualllá con motivo de la celcbrLIción del Inti Raymi fiesta
q-lc sc dcdicLI al Sol y que evoca celebraciones tradicionales del .solsticio de
invicrno

WALDEMAR ESPINOZA SORIANO

LA CIVILIZACION INCA

Econom~a, Sociedad y Estado
en el umbral de la Conquista Hispana

Presentación del
Prof. MANUEL BALLESTEROS GAIBROIS

COLEGIO UNIVERSITARIO ~ EDICIONES ISTMO

Artes
Técnicas
Humanidades
PRESENTACION

Reservaclos toclc).s los derechos. De conformidad con lo dispuesto en los
Arts. 534 bi.s a) y siguientes del Código Penal vigente, podrán ser castigados
con penas de multa y pri--ación de libertad quienes sin la preceptiva autori-
zación reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artís-
tica o científica fijada en cualquier tipo de soporte.

Revisión filológica del prof. Jos¿ Luis Campal (Pola de Laviana, Asturias).

by Waldemar Espinoza Sorklno. lima. Perú 1990.
by José M. Gomez Tabanera. Madrid 1995, para la presente edición.
by José M. Góme7.-Tabanera y Ediciones Istmo. Madrid 1995.
ISBN: 84-7090-300-4
Depósito legal: M. 37.646-1995
Fotocomposición FP COMI'OSICIO~. S. L.
C/Víctor Chávarri, 19 1° oíicin.l 3. 33001 Oviedo (Asturias)
Impresión: ARTES GRAFICAS ROGAR. S. A.
Impreso en España - Pnnt~cl in .Sp~lin

A los veteranos--vamos a llamarnos así los viejos--que nos hemo
dedicado durante luengos anos a un estudio, se nos busca para qu~
demos, en cierto modo espaldarazo público a las obras de nuestros cole
gas más jovenes, que no por ello dejan de ser excelentes maestros. Tal e
el caso presente. Conozco hace muchos anos--y respeto su ingenio
sabiduría y buen hacer--a Waldemar Espinoza, con el que depart
ampliamente en Lima en mis frecuentes ~bajadas~ desde la Sierra, dond,
la Misión Arqueologica Espanola, que he dingido desde 1966 a 1986,
llevaba a cabo sus exploraciones de los palacios de Chinchero o del con-
junto imponente de Racchi, antes Cacha. Siempre estime--y una pre-
sentación personal del autor no sobra en un prólogo--en Espinoza s~
sencillez, la ausencia de pedantena y sus profundos conocimientos. E~
un paciente coleccionador de imagenes (como este libro revela), d,-
párrafos significativos de las fuentes, y posee una avidez de conocimien
tos que pregonaban su buena casta de investigador. Pero vamos al librc
que el lector va a rsaborear~ seguidamente.

Antes de hacerlo en profundidad, conviene una reflexion: la oportu
nidad de que se edite en Espana, que se reproduzca por obra de la sen-
sibilidad científica de José Manuel Gómez-Tabanera un libro de la
importancia del que nos ocupa. Oportunidad porque uno de los fenóme
nos más irritantes--y cuya solución no parece próxima de la pro-
ducción cient~fica simultánea a ambos lados del Atlántico es la incomu-
nicación entre las dos partes del mundo de habla espanola. La produc
ción cient~fica hispana es desconocida en Hispanoamérica, y rec~proca
mente sucede lo mismo con lo que aparece impreso en los pa~ses que
van desde la frontera de Mejico con Guatemala hacia el Sur, salvo en el
caso de Argentina. Puede decirse que el mutuo conocimiento es casi
total entre la banda pacZfica del cono sur Pnueba de ello es que la obra
que nos ocupa no hab~a llegado a nuestras bibliotecas y que Espinoza
no cita las ediciones españolas de Cieza (Crónicas de América, nums. 4,
5 y 17, Madrid 1984, 1985 y 1986 respectivamente) y Huamán Poma si
cita mi edición de Murúa es porque aconsejé al editor, Sr. Romero de
Lecea, que hiciera llegar unas docenas de ejemplares (de una edición
de 500) a un librero limeno, aunque este nunca le liquidó el importe de
la venta. Quizá sea ésta una de las razones de la incomunicación.
Felizmente, como cligo It~neas atrás, en este caso podemos gozarnos con
la lectura y cstuclio de lln lihro sing~lllar.

Ila1ilo singtlla)- a este lihro. ~ los peruanistas me darán la razón,
porque ro)ilpe los esque)ilas tradicionales, incorporando puntos de vista
nuevos y materiales gráficos que cumplen cabalmente aquello de que
~una image)l l ale por nlil palabras~. La mayor~a de los autores solo
emplea cronicas y textos coltiguos o estudios e interpretaciones cient~fi-
cas cle ulti)na hora y cleja para los estudios arqueologicos o folcloricos
lo relativo a vasijas, instno)le)ltos. tocados. trajes (usuales o de ceremo-
nia). I~Vo ast rlllestro aulor: Espinoza trae láminas con los aribalos (no
ar~balos, como clice), platos y jawas de los incas, y láminas de Huamán
Poma y Mtlnøa (lástima que no lo indiqlle en cada ocasion) y dibujos
tomaclos de textos antigtlos o reconstrt.~cciones suyas.

Allnqlle hace historia y m~ bien, no es sólo este su intento, sino
algo mas importa)lte. prese)ltc2)- al pueblo inca y, sobre todo, S21 perma-
nencia. Los q¿le he)~los convivicølo con ø~ste pueblo en los Andes, aplaudi-
mos el inte1lto. Iog,)-c~cø'o, ø1ø~ i-.-pinoza. ~ø' voy a razo1iarlo C071 ejemplos
paralelos ø1e otras culturas aci1elantanc~ lo que nos muestra en su libro
nuestro atltor Fijemo1l0s en que el titulo no cs El imperio de los Incas,
sino concretameilte Lo.s Inca.s. atlnque subtitule, ampliando, Economía,
sociedad y estado en la era del Tahuantinsuyo~. Porque los incas sub-
sisten, incluso los qtle no.i clesciencø'en de las antiguas panakas, su cos-
movisión st~s tradiciones socialø~s (la minga, las jefaturas, los sistemas
de construcció1t con aclohø. la Jø-~rmación de reservorios de agua, la
importancia de la tiana clel jø~fe, etc.). y los antigllos ayllus se convirtie-
ron, en la cpoca espanola en cotradías, i~ ayllu es un barrio o pedan~a.
El arte de graø'iar figurcls en la ntadercl de los Kleros pervive en las figu-
ras que se clihlljan a ptl1ttcl de cuchillo, en las calabazas que compran
los turistas. ~ las granci1es l asijas øle amplia capacidad siguen fabricán-
close con la sola facilicølacl. impo)tada. del torno del alfarero. Que la lle-
gada de modos nuevos c1e labrar la tierrcl fárado, tracción animal, etc.)
produjeron cambios es inclllc~able. As~ por ejemplo, si en Espana segui-
mos considerándonos hi.~cøutos a la romana, es porque se produjo tam-
bien la introducció1l de nlOCølOS nllevos por parte de la unificación
(incluso lingti~stica) cø2e Roma, y luego los nuevos aportes de germanos y
musulmanes Pese a ello segl~imos creyendo en la vigencia del viejo
substrato que llamamos hispánico. De ig~al modo los incas siguen exis-

~ Nombre que as~lme el Imperio {~ los Inc.ls (~ c.rio~) constituido por cuaíro ámbi-
tos: el Chinchaysuyo, el contis2øyo el Ailhsl~yø) y el Cø)yas2ø)~0. (N. del E )

tiendo, habiendo digerido las novedades, pero conservando sus viej(
mocø'os de entender la vida, de mirar al cielo para la predicción de Ic
variaciones, y siguen lanzando sus piedrecitas, al caminar por la onill
de las trochas y caminos, para engrosar las apachitas.

Por todo esto Waldemar Espinoza brinda, para la comprensión a
todos, lo que fue--y lo que e.~ el pueblo inca. Lo que el autor llam
migraciones forzadas, pero l~ien planificadas es un buen ejemplo de I
labor unificadora de un poder centralizado, pero al mismo tiempc
ø1iversificado. Especial atencion le merecen al autor, y debe merecérsela
el lector, los instrumentos, como la taclla ~que llama acertadamente
~tirapié~), interpretación andina del antiqll~simo palo cavadorn de lo

primeros plantadores. Este ejemplo, que he elegido, es muy caractenstico
de la buena organización de la obra, ya que no se limita el autor a
presentar las caracter~sticas del artefacto, sino que acompana la expli-
cacion con un elocuente mapa en que fija la zona donde se ~inventó~ ~
las areas de dispersión. Si el centro inicial es Cusco, esta aportacion
viene a engrosar el caudc.21 cle influencia2 del lugar inicia21, o corazón,
del mundo de los incas.
¨ Mi juicio--salvo algunas observaciones que ya he becho es que se
trc2ta de un estudio excelente, en que el lector hallara mucha útil ense-
na1lza, probablemente superior a libros mas especializados, no porquø
se trate de lo que llamamos ~divulgacion~, sino por la inteligente disposi-
ción de los elementos, que al final de la lectura dejan en el lector Icø
impresión de que por fin ha entendido lo que fueron y son los incas,
uno de los pueblos más interesantes del mundo.

Madrid, octut~re 1995

M. BALLESTEROS GAIBROIS
Catedrático emérito de la
Universidad Complutense
Cacique indígena acn lal, ataviado con su montera y poncho ~ie ht~:~Ld, ~
tando su ballaroc o bastón de mando, emblema de la autoridad sobre sus conve-
cinos, a los que normalmente está unido por lazos de sangre, a veces secularcs.

~1~

INDICE

Presentación

Prólogo

Introducción: EL PERU ANTES DE LOS INCAS .

1. EL MARCO ECOLOGICO ANDINO .................

2. LOS SENORIOS DEL CUSCO Y ORIGEN DE LA ETNIA INCA

Los diminutos curacazgos del Cusco preinca ...........
Ayarmacas y pinaguas .........................
El origen de la etnia Inca en el Cusco .........

3. LA LUCHA POR LA PERSISTENCIA. DE MANCO CAPAC A
INCA URCO. SIGLOS XII-XV .....
Manco Cápac ...............
Sinchi Roca ................
Lloque Yupanqui ............
Maita Cápac y Tarco Huamán . . .
Cápac Yupanqui .......................
Inca Roca. La restauración de la diarquía .......
Yáhuar Huacac ...................
Huiracocha
Inca Urco (siglo xv/¿1438?). Los belicosos chancas

4. EL TAHUANTINSUYO. ESTADO Y POLITICA. DE PACHACUTEC
A ATAHUALPA ..............................
Pachacútec: conquistador del mundo y rey de reyes (¿1438-1471?)
El correinado de Túpac Yupanqui ..................
La genial obra administrativa de Pachacútec ...........
Mitos para justificar el imperio ....................
Túpac Yupanqui. Otro gran período de expansión (¿1471-1493?)
Huayma Cápac (¿1493-1527?). Esplendor del Tahuantinsuyo . .
Huáscar y Atahualpa (¿1527?-1533). La caída del imperio . . .
Periodificación del incario .......................
5. AYLLU, FAMILIA, TIERRA Y OTROS ASPECTOS DE LA VIDA
COTIDIANA

El ayllu ..................................
Familia y parentesco ..........................
Uniones matrimoniales .........................
Situación de la mujer ..........................
Amor y sexo ...............................
Alimentación
Bebidas

Recursos naturales ............................
Los árboles ................................
Artesanos e intercambio ........................
El tupo agrario. Medidas ........................
Viviendas . . . .. . . .. . . . .. .. .. .. . .. . . .. . . . . . .
Atavíos y adornos ............................
Salud y enfermedad ..........................
Juegos y diversiones ..........................

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6. ESTRUCTURA DE LA PROPIEDAD Y POSESION DE LA TIERRA 209
Formas de propiedad ..................
Enclaves ecológicos ...........................
Usufructo de tierras y posesión de la cosecha ..........
Distribución de la cosecha ....................
El patrimonio del sapainca y de los curacas .........

7 ORGANIZACION DE LA FUERZA DE TRABAJO .........
Formas de trabajo ............................
Ayni o reciprocidad ...........................
Minga o colectivismo ..........................
La mita: un trabajo estatal muy bien organizado .........
Las acllas: escogidas pero cautivas .................
Control demográfico y de otros recursos .............
Grupos de edad .............................

8. TEcNoLoGIAs Y ARTES .......................

Tecnologías de la frontera agrícola. Andenes. Camellones.

Mahamaes. Cochas. Canchas. Melgas .
Plantas domesticadas ..........................
Clasificación de los suelos .......................
Sistemas de riego ............................

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263

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Instrumental agrícola ..........................
La tecnología de los tubérculos deshidratados ..........
Tecnología ganadera .........................

Tecnología de las carnes disecadas .................
Otros conocimientos ..................
Tecnologías simples con rendimientos óptimos . .
Artesanía textil ......
Alfarería
Arquitectura

Estatutaria y Escultura .........................
Metalistería

Pintura
Queros
Educación

9. LA ESTRUCTURA SOCIAL. JERARQUIAS. CLASES. CASTAS.
SENORES Y CAMPESINOS . . .
La elite gobernante y dirigente ...................

Alto sacerdocio .............................
Incas simbólicos .............................
Artesanos
Mercaderes

El jatunruna ................................
El ejército profesional .........................
Yanaconas y yanayacos ........................
Llacuaces, uros y changos .......................
Pinas o piñas (esclavos) ........................
Pampayrunas o mitahuarmis .
Una sociedad de clases ....

, 27

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. .. 28

. . . 28

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... 29

29

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29~J

296

10. EL SUPREMO Y ABSOLUTO PODER. LA ELITE INCA .........32'
El sapainca: descendiente de dioses y rey de reyes ...32'
La redistribución o recompensa a los amigos y buenos
servidores del poder .................................34'
Cusco: corazón del imperio y sede del poder supremo ..34í
Fiestas del Cusco ....................................35,
Otras llactas ........................................35~
Picchu (ahora Machupicchu) ...........................35(
El carácter de las llactas incaicas .................. 3~
11. EL SISTEl~fA AD.UINISTRATIVO. LOS AGENTES DEL PODER . 369
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12. LA TRADICION ANDINA. LITERATIJRA, HISTORIA Y CIENCIA 419
Lit~ratura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 419
Música. Canto y Danz~ ............................420
Historia y mito. La narraci¿)n oral ...............425
Derecho ...........................................429
Ciencia en general ................................434
Ciencias naturales ................................438
Aritmética Quipus y registros ....................440
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Los funcionarios estatales. Los apocunas .

Los tucricuts ...............................
Las jefaturas nativas ...........................
El ejército .................................
Las etnias en el contexto del Estado. La dualidad ........
Armamento

La guerra .................................
IJn imperio multilinguístico ...........
Migraciones forzadas, pero bien planificadas

Una infraestructura famosa: vías o caminos .
Puentes
Tambos y chasquis ..........................

Astronomía y astrología. Calendario .

13. LA RELIGION. DIOSES Y SACERI)OTES ..............
Crearon dioses a su semejanza. El rol de la religión .....

Dioses mayores .............................
Huiracocha
Tunupa

¿Hubo dios creador del mundo y de la humanidad? ......
El dios Sol y su gran templo . .

El rayo ...................................
Pa~h
~ dCdmdC ...............................
Pariacaca
Huari
Catequil y Piquerao ..............
Chicopaec y Aiapaec .............
Las diosas .................................
Oráculos y héroes ....
Pacarinas

Achachilas o huamanis o jircas ....................
Pachamama . . . . . . . .. . . . . . . .
Apachetas

Capacochas: sacrificios humanos ...................
Los guardianes del culto. El sacerdocio ..............
Jerarquías y rangos sacerdotales ...................
La muerte. El cadáver. La otra vida .................

14. EL ESTADO. SOCIEDAD E IDEOLOGIA ............
La elite en el poder ......
La naturaleza del Estado ....

Documentación Básica . .

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PROLOGO DEL AUTOR

Este libro trata de la civilizació1l andina durante el Horizonte Inc;
que se extendio aproximadame1lte durante 95 anos, desde 1438 has
1533. Es decir, se refiere Cl la fase final de la larga historia andina q
se originó probablemente dieciséis milenios antes de Jesucristo.

Como se desprende de lo que se acaba de indicar, se resaltaran so,
algunos aspectos ocurridos desde la primera mitad del siglo xv a I
cuarta década del x~, lapso que, en el escenario andino, corresponc
a la formación, desarrollo y destruccion del Estado imperial d~,
Tahuantinsuyo. La historia anterior se tomará como valiosa referencia,
y nada mas.

Es recomeildable recalcar que, cuando hablamos de la civilizaciór¡
andina: Horizonte Inca, nos referimos a una realidad histórica y geo-
gráfica concreta; porque el último Estado imperial andino se propagó

alcanzó gran auge en l.liZ ámbito y un tiempo cuya existencia ningú~
cientlfico serio ha discutido ni ha negado. Su presencia temporal ~
espacial es tan evidente como la de los antiguos egipcios, persas, grie-
gos, romanos, mayas y aztecas. Por eso precisamente se le prefier~
denominar formación económico-social, cuya naturaleza tratan d~
definir y sintetizar muchos especialistas, preocupados en descubrir lo~
diversos fenómenos que dieron unidad especifica a sus relaciones eco-
nómico-sociales.

Las fuentes para estudiarla ascienden a centenares. Hasta hace 2'
anos, escasamente se manejaban las crónicas de los siglos xvl y xvll
Pero ahora son las visitas, informaciones, memoriales, testamentos, car-
tas, etc., los que han venido a enriquecer y a revolucionar el análisi
de la etnohistoria andina, desde Pasto (sur de Colombia) a los huarpe
(centro de Argentina), o mejor dicho, de todo el per~metro donde lc
etnia Inca dejo sentir su soberanía. Entre crónicas y demás documen
tos, tales fuentes se enumeran, sin exageración, por docenas; a lo cua
hay que agregar las brillantes aportaciones de la arqueologia, linguls
tica y etnología o etnografía que, por Sll lado, también se cuentan po
centenares.

Los acontecimientos y objetos dcscritos por los cronistas y los elemen
tos que se hallan en las cxcavacioncs contribuyen a considerar a lo.
peruanos de los siglos .~l y Xl¡/ co1no a seres humanos de carne y hueso
Co1l necesic/ac/es emocio7le.s. apete1zcias, vicios y virtudes similares a los
de otros seres hU11lClnOS c1el mu1ldo, y no como a raras avis, o como a
entes excepcionales clifere1ltes a otros hombres de los demás continentes,
que es lo que intenta)l c1emost1-ar ciertos escritores idealistas. Las eviden-
cias documentales arqlleologicas lingulsticas y etnográficas permiten
ver como en el a1ltlguo Peru los ninos juegan, las niñas tienen muñe-
cas; hombres y mujeres c1anza1l ~ canta1l; los varones manejan los ara-
dos (taclla) ~ las hachas cle combate, se maquillan y adornan; los seno-
rios y reinos se pelecl7l por expa7lc1ir SUS temtorios; la gente esta estratifi-
cada en rangos, clases y hasta en castas, etc., etc.

En lo que respecta al Estado Inca se sabe, desde hace mas de 90
ano.s que no representa otra cOScl que el último eslabón de un proceso
económico-social y político autóctono, cuyas raíces yacen en las inmen-
sas profundidades cle 16.000 anos antes de Cristo, y tal vez más. Si
recordamos que el impeno c1el Tahua1ztinsuyo tuvo tan sólo una dura-
iO11, fehacientem~ntc~ c-071lprc)bccda, cle 9~ años (¿1438?-1533), llegare-
mos al conve17ci11lie7lto c1e que tc.?/ lapso tenuemente representa el (),~°/,
de la largleí.sima prehistoricl a1lcli1lce. l n período diminuto, donde se
conjugan y c01lcie7lsa7l n?ilenios cle experiencia creadora y tenaz a nivel
cientl~ico, tecnológico y artistico c1e decenas de generaciones preceden-
tes, en forma tan intensa y eficaz qlee la poblacion, en la época de los
inca.s, ya no tuvo cle hecho nacla nleevo que clescubrir, ni inventar, ni
crear Ahora c01l0cemos que ciertos elementos culturales, antes conside-
rados como típicamente incaicos (quipus o andenes, verbigracia) fue-
ron creaciones y procllecto.s de pueblos mucho más antiguos. Tal situa-
cion preocupa porque senclla que realmente se hab~a llegado a un
estancanlie1lto; u1la pceralizacion que se ven~a notando, sistemática-
mente desde la caícla de los Estados Huari y Puquina ~Tiahuanaco).
Los estimahles pro~,Jresos cien~yicos tecnológicos y a1tisticos andinos, que
tanta admiracio7? despie7lan hoy. pertenecen a los Horizontes Temprano
y Medio y--por c07?siguie1lte tamhien al Período Intermedio Tem-
prano. Desde las post7imerlas cle Huari y Tiahuanaco todo es una conti-
nua repeticion y aclormeci11?ie1lt). En otras palabras, a partir de Huari
y Tiahuanaco 1lO se percibe más clesarrollo de las fuerzas productivas.

En la historia incaiccl que es la ultima fase de ese largo proceso
auténticamente natit o de nleestra historia, hasta hace poco se distin-
guían restrictiva7ile7lte sólo c1Os elementos novedosos con respecto a los
honzontes y perioclos prececIe1lt~Is. 1° la aparicion del quipu como ins-
trumento estad~stico, y 2° Icl delegación hecha por Inca Roca de la
administracion del culto oficial a l~n sumo sacerdote, reservándose el

inca para s~ la dirección suprema de los asuntos pol~ticos, para lo CU~
incluso abandonó su residencia antigua (Inticancha), sin que ello impl
cara la separación del Estado y la religión. Sin embargo, se sabe aho~
que ambas cosas ya eran conocidas desde siglos antes.

No será este ensayo una descripcion de las instituciones incaicas ~
estilo habitual, porque consideramos que tal cosa no puede prestar

ningun servicio al estudiante contemporáneo, para quien va dirigic
este trabajo. Lo que se intenta es la caracterización de la econom~a
sociedad andina en su última fase: el Horizonte Inca. En consecuencia
se pondrá interes en lo que toca a los objetos que producían, per~
mucho mas en el cómo, con qué instrumentos y para quien los produ-
cían, es decir, en poder de qué grupos permanec~an los medios de pro
ducción. Sobre los art~culos que elaboraban se ha escrito ya tanto desd~
el siglo Xl/7 que en realidad, creemos, resultar~a sin importancia sólo rei-
terar lo que todas conocen. En lo que incumbe a las relaciones y modo
de producción, en cambio es poco lo que se ha hecho.

Por lo demás, se hará una exposición y una sintesis de conformi
dad a lo que proyectan e iwadian las fuentes concernientes al tema
pensando siempre que esta formación económico-social cowesponde c
un modo de produccion definido que se explicara a lo largo de esta
páginas.

Los incas prácticamente, ya se dijo, no crearon instituciones nuevaC
no agregaron en realidad nada a lo que ya ven~a funcionando y cono
c~an las sociedades andinas desde centenares y milenios antes de l~
apanción de la etnia Inca en el valle del C~usco. La acción de ésta s,
circunscribió a consolidar y a afianzar la subordinación de los pueblo
vecinos y a extender su imperio mediante la anexión de etnias o nacio
nalidades extranjeras. No anadieron nada. Ni siquiera adicionaro1
modernas prewogativas a la autoridad del sapainca. La aparición y cre
cimiento cuantitativo del Estado del Tahuantinsuyo, asimismo, no pro
vocó ninguna transformación cualitativa o estructural respecto a la
sociedades anteriores sobre c~cyas bases se impuso. Constituye simple
mente una faceta más de un vasto proceso histórico, virtualmente esta
cionario y repetitivo, o mejor dicho, ciclico, que es tal como conceb~a
al mundo y la historia ellos mismos.

El modo de vida andino, por lo tanto, no fue una creación ni un,
invencion de la etnia Inca. Pues, se ha dicho, ella no hizo otra cos,
que aplicar a nivel mucho más grande lo que ya se ven~a desawolland
en los ayllus, senor~os, curacazgos y reinos desde centenares de lustrc
anteriores a 1438. Lo que advierte que con antelación al incario y
funcionaron otros autenticos Estados de tipo imperial, con todos los
mecanismos que tipifican a dicho sistema. control total por parte de
una aristocracia g~eewera de las actividades economica, social y pol~tica
de miles de colectividades aldeanas, que en el area andina ten~an exac-
tamente el nombre de ayllus. Para lo cual fue necesario recrear un
gigantesco y nimio aparato burocrático o administrativo de corte cla-
sista, militansta, teocratico, despótico y centralista. Jlesto, esta aparente-
mente rara coexistencia de la comunidad campesina con todos los indi-
cadorcs que particularizan a una sociedad perteneciente al co1nunismo
primitivo, pero controladas, dominadas y explotadas por Icna cuplcla o
elite de privilegiados, es lo que admira y asombra, pese a que dicha
figura no constituye una singularidad en el mundo, ya que otras socie-
dades de la antigMedad también funcionaron igual.

Los episodios más clelicados y problemáticos de reconstruir son los
pertenecientes a la historia pol~tica y sucesión de los supremos mandata-
7-ios cus~luenos. íVO sólo existe el im~edimento de eslablecer una cr(JnolcJ-
gía rigurosa, sino tam~ién una sene de contradicciones por parte de los
antíglcos informantes indígenas. A lo que hay que anadir el prurito
censurador y condenador del grupo dominante y dirigente incaico, que
relegaba al olvido los nombres de personas y hechos, cuando estos deni-
graban o desdibujahan la imagen del linaje real. Por lo tanto, es casi
seguro que de la capacuna o lista de sapaincas fueron eliminaclos algu-
nos, borrandolos asl de la memoria histórica, en forma total. ~n este
aspecto, en consecuencia, lo que se expondrá al respecto en el prcsente
libro es, poco más o menos, una reconstruccion racional de lo que
debio de ocurrir

Este ensayo, finalmente, se refiere en lo fundamental a los pueblos de
las tierras altas del ámbito sewano y no a las bajas del ámbito litoral,
porque all~ desenvolv~anse ya otras estructuras en los siglos x~ y xvI,
mucho más avanzadas que las de las altas cordilleras. El desarrollo en
el Perú siempre ha sido inarmónico, V en todo caso la costa norcentro
ha tenido ventaja frente a la siewa y litoral sure~io.

INTRODUCCION*

El Perú antes de los Incas

La edad arcaica

El llamado mundo andino es un espacio donde la actividad y pre
cupaciones humanas bullen desde épocas muy antiguas. De ahí I
necesidad de una ligera revisión de cómo se fue generando este paí~
a fin de entender lo que fueron los incas, lo que ocurrió cuando llega
ron los espanoles y el estado actual de la población peruana.

Algunos arqueólogos y antropólogos-físicos sostienen que los primero
hombres pudieron haber llegado hace 22.000 anos. Sin embargo, lo qu
nadie discute es que en el 12.000 a. de J. C. (10.000 B.P.) el territori
andino estaba ya habitado por pequeña.s bandas que subsistían gracias

una combinación de recolección, caza y pesca: tres actividades económ
cas que les obligaban a cambiar de lugar constantemente. Tanto lc
peces como diversos vegetales silvestres comestibles abundaban invari
blemente ora en la costa (tierras bajas del Oeste), ora en los valles serr~
nos (tierras altas del Este). Los cazadores de entonces sabían lo que qu~
rían; sus piezas preferidas: camélidos, cérvidos, roedores, zorros d~
desierto (Dosicyon sechurae), vizcachas (Logidon peruanum), venados d
cola blanca (Odocoileus virginianus), falsas iguanas (Collopistes flavipun
tatum), el canán (Dicrodon guttulatum) y otras especies ya extinguidas.

Se sabe fehacientemente que conocían el fuego, que fabricaba
diversos instrumentos de piedra e incluso participaban de algunas fo
mas de creencia en lo sobrenatural, por lo que llevaban a cabo dete
minados ritos funerarios (realidad constatada en el litoral de Paiján
También pintaban o grababan dibujos en las paredes de las cuev~
donde vivían (por ejemplo en las alturas de Lauricocha y Toquepala
Por entonces ya habían conseguido domesticar al perro.

Precisamente los tres complejos líticos pertenecientes a dicha époc
caracterizada por las formas originales de sus instrumentos de pied:
en orden cronológico son Paiján (en la costa) y Lauricocha-Junín
Ichuna-Toquepala (en la sierra), ambos a más de 4.000 metros sobre

* Las presente.s página.s han sido redactadas excl-lsivamente por el autor pa
la prescnte edicion del lil~ro en España. (í~l del E.)
nivel del mar. Las pinturas rupestres de Toquepala representan a hom-
bres y animales, en su mayoría huanacos (Lama guanicoe) rodeados y
heridos por los cazadores. Son muy semejantes en sus motivaciones a
las escenas de arte rupestre europeo, con el mismo intento mágico-reli-
gioso-simbólico, y a su vez muy estéticas.

De aquella edad prehistórica se han encontrado apreciables cantida-
des de puntas de proyectil, raspadores, raederas, perforadores, etc. La
~punta de Paiján~ (1200 a. de C.) es la pieza más característica de tan
remotos tiempos. En Lauricocha-Junín (7500 a. de C.) fue donde usaron
de manera abundante la obsidiana para confeccionar sus puntas. En
Ichuña-Toquepala (6000 a. de C.), gracias a los anzuelos elaborados a
base de conchas marinas, se percibe que fueron grupos nómadas o
seminómadas, que seguían itinerarios regidos por los cambios estacio-
nales, rutas migratorias que unían costa-sierra y sierra-costa. Disminuyó
el nomadismo cuando los pescadores y marisqueros del litoral se
~eclentarizaron cerca del mar, mientras los cazadores de las alturas se
detenían en los pastizales.

Es en el valle de Chilca (al sur de Lima), en el lugar de Santa
María, donde se ha descubierto la aldea más antigua de nuestro país
(5.700 a. de C.). Se trata de una zona árida próxima a un oasis de coli-
nas. De allí se desplazaban a cazar, recolectar y pescar, o, dicho de
otro modo, a capturar recursos de las lomas, del valle y de las playas
marinas. Fue una comunidad sedentaria conformada por varios grupos
familiares con alrededor de 50 casas, conocido ahora con el nombre
de Pueblo de La Paloma. Sus moradores poseían su indumentaria tejida
con fibras de junco y maguey. Vivían rodeados de SUS útiles domésti-
cos: batanes con chungos (moledores), dardos con puntas de piedra,
anzuelos de huesos de camélidos, esteras tejidas de junco y un fogón
de piedras quemadas en el cual cocinaban sus alimentos. Los mencio-
nados pobladores convivían con sus muertos, inhumados debajo de
cada casa o contiguos a las mismas.

Como se ve, la cultura Paiján, al igual que las otras más o menos
contemporáneas a ella (Lauricocha-Junín y Toquepala-Ichuna) patenti-
zan que los peruanos procedemos de un pasado muy profundo. Tene-
mos una historia de más de doce millones de anos. Una edad que se
remonta al tiempo de los primeros runas (varones y mujeres andinos):
recolectores y cazadores trashumantes que sabían aprovechar la abun-
dancia de los recursos de las lomas y quebradas.

Domesticación de plantas y animales

De conformidad al estado actual de las investigaciones, las huella~
más tempranas del cultivo de plantas han sido descubiertas en la cueva
de El Guitarrero (Callejón de Huaylas/Ancash). Los fríjoles, ajís, zapa
llos, pallares, caiguas y otras especies evidencian con claridad su
domesticación a partir del ano 8500 antes de Cristo. Es una prueba de
cómo los agricultores peruanos están entre los más antiguos del
mundo. Exacto, el maíz allí encontrado tiene una presencia fechada en
el 8000 antes de Jesucristo. No hay inseguridad sobre su gran antigue-
dad. Es el maíz cultivado más remoto del planeta.

Pero en Los Gavilanes (Huarmey/costa de Ancash), aproximada-
mente en el 2700 a. de C., los campesinos de entonces cultivaban
hasta tres tipos de este grano que no tienen relación con otras varieda-
des americanas. En Los Gavilanes, asimismo, se han exhumado restos
del cultivo de yucas (ilIanihot esculenta), maní (Aracbis hypogaea), chi-
rimoya (Annona chirimolla) y otras plantas.

De todas maneras, los peruanos de aquellos lejanos milenios supie-
ron plantar tubérculos y raíces antes que cualquier otra cultura del
mundo. Las papas o patatas (Solanum tuberosa), fríjoles y maní son las
contribuciones más importantes del Perú arcaico a la alimentación
mundial.

Por su parte, el litoral marítimo jugaba un papel notabilísimo en el
desarrollo de la civilización en el centro del territorio. Su mar extrema
damente rico en especies ictiológicas y marisqueras, rindiendo fabulo
sos excedentes, creó las condiciones para la vida sedentaria desde el
tercer milenio a. de C. De la mencionada fecha datan en la costa cen
tral sus impresionantes templos y plataformas ceremoniales. Son las
más majestuosas de todo el continente americano. La mayor parte de la
dieta de sus constructores estaba conformada por los recursos marinos
(peces, mamíferos, mariscos, algas).

La domesticación de los animales en el Perú se inició poco más o
menos 4000 anos antes de nuestra era. Sus vestigios prístinos han sido
desenterrados en Telarmachay (Tarma/Junín), una puna o estepa a
4.120 metros sobre el nivel del mar. La cría de llamas y alpacas se pro-
dujo como resultado de los métodos de cacería practicados por ellos,
permitiéndoles capturar vivos a los animales. La iniciaron con la llama
(Lama glama) como animal favorito, dada su tendencia dócil. En lo~
primeros tiempos sólo se servían de su carne como alimento; pero máC
tarde aprendieron a sacar provecho de la pelambre y a emplearla
como bestia de carga. Del cuero comenzaron a elaborar sandalias y
correas; de sus huesos, herramientas e instrumentos musicales. Se
beneficiaron de su grasa como remedio, lubricante y combustible; y de
SU estiércol como abono y, una vez seco, también como combustible
de alto poder calorífico. He ahí por qué las llamas se transformaron en
unos animales de especial significado ritual en las ceremonias y en los
sacrificios más significativos. Por eso, análogamente, los chamanes y
sacerdotes interpretaban los designios de sus divinidades auscultando
la.s vísceras de sus llamas.

En cuanto a la alpaca (Lama pacos), si bien no aguanta carga
alguna, su carne es buen alimento y su pelo más fino. La vicuna
(Lama l~icugna) es la que produce la mejor fibra.

Paralelamente a la domesticación de camélidos, se produjo la de los
cuyes o conejillo de Indias (Ca2Jia cobaya). Con tales progresos la
adquisición de proteínas de origen animal iba a ser permanente.

Pero el gran avance y desarrollo agropecuario, al que más a menudo
llamamos la re7~clllcion neol~tica, se presentó expre.sivamente al finalizar
el paleolítico superior. En el ~oo0 a. de C. los runas comenzaron a cam-
biar radicalmente en sus maneras de vivir con la prosperidad de la agri-
cultura y domesticación de animales. Eso iba a estimular el abandono de
los procedimientos nómadas sustentados en la apropiación de los alimen-
tos que espontáneamente les brindaba la naturaleza, para dar paso a los
sistemas de producción con excedentes. Tal realidad, justamente, iba a
posibilitar una nueva era en la historia de la civilización peruana, dando
a los n~nas el control sobre las fuentes de sus alimentos, originando la
especialización del trabajo. Lo que a su vez iba a generar el descanso y
el desarrollo del pensamiento, la aparición de aldeas, santuarios y enor-
mes asentamientos urbanos y hasta el surgimiento de Estados. En fin,
toda una compleja forma de vida social que constituye la civilización.

Por cierto que no fue un acontecimiento brusco o violento, sino un
proceso paulatino donde el ingenio humano, desplegando poco a poco
su inventiva y esfuerzo, iba a lograr el dominio del ambiente para ase-
gurar su supervivencia. Aquel crecimiento económico-social se llevó a
cabo en el Per 1 de modo independiente, sin la más mínima influencia
de otras regiones del mundo. Y no sólo hubo domesticación de plantas
y animales y formación de aldeas, sino, igualmente, erección de edifi-
cios públicos relacionados con el culto a sus dioses. Fue en la franja
co.stera donde surgieron de manera independiente o mixta las aldeas y
centros ceremoniales de un modo simultáneo. mientras en la tierra los
santuarios precedieron largamente a las aldeas.

Los sitios que conservan reliquias de aquel período de la prehistori~
son Piruro y Huaricoto (Cotosh/Huánuco), La Galgad~
(Pallasca/Ancash), El Silencio (Lima), Las Salinas de Chao (Trujillo)
Aspero (Supe/Lima) y Huacaprieta (Chicama/Trujillo). En Cotosh, ade
más, es donde fue desvelado un asentamiento de gente sedentaria, d~
agricultores con conocimientos muy originales de arquitectura. Ahí, e
denominado Templo de las Manos Cruzadas contiene una de las escul
turas más antiguas de Arnérica, conservada hoy en el Museo Naciona
de Antropología y Arqueología de Lima. A Huacaprieta pertenecen dos
calabacines opulentamente decorados que muestran los testimonios del
origen de los símbolos paleoperuanos más conspicuos: el felino. Allí
mismo fueron ubicados los especímenes primordiales del tejido
peruano, ornado con símbolos artísticos que caracterizan al mundo
andino hasta hoy: cóndores (Vultur gryphus), cangrejos entrelazados
con serpientes de dos cabezas y otras aves entramadas. Fue el algodón
la fibra utilizada a partir de entonces para la confección de textilcs, en
tanto que la agricultura giraba en torno a la calabaza (Le~enaria cice-
raria), el pallar (Phaseolus lunatus), el maní (Arachis hipogea) y el
zapallo (Cucúrbita moschata). Pero también hay evidencias de que cul-
tivaban ají (Capsicum), la guindilla de los espanoles, achira (Canna
edulis), lúcumas (Lucuma abol~ata) y ciruelas del fraile (Bunchosi~
armeniaca).

Horizonte Formativo

Mejoras tan sobresalientes iban a desembocar en otra etapa llamada
ahora Horizonte Formati2Jo (1800-200 a. de C.). Sin incertidumbre posi-
ble, una de las épocas más ilustres de la historia antigua del Perú.
Apuntalada en las conquistas culturales precedentes la domesticación
de nuevas plantas y otros animales, más el despegue de la arquitectura
compleja y monumental de dimensiones colosales, alcanzaron impulso~
verdaderamente trascendentes. La irrigación artificial de las parcela~
comenzó a accederles a cultivos intensivos. En tanto que, coetánea-
mente, principió a emerger un flamante estilo de arte en sus decoracio-
nes; inventando nuevas técnicas para labrar la piedra, confeccionar tex-
tiles y elaborar cerámica. Y, por fin, iniciaron la metalistería.

Justamente la abundancia de figuras que simbolizan seres híbrido~
anuncian la presencia de religiones ligadas con el elemento más apre
ciado por el runa (o pueblo andino): el agua. Fue una forma de vida
de pensar que se extendió a lo largo de la costa y sierra, incluyendo
hasta el borde de selva, si bien con más intensidad en el norte del Perl.

El Horizonte ~ormativo se divide en Inferior (1800-1100 a. de C.):
Medio (1100-500 a. de C.) y Superior (500-200 a. de C.). El último muy
enlazado y compenetrado con el subsiguiente período de los desarro-
llos regionales.

En Sechín, perteneciente al Formativo Inferior, sus construcciones
de piedra labrada y las múltiples imágenes que decoran sus muros
exteriores datan del siglo xv antes de Jesucristo. Las horribles escenas
de descuartizamiento de cuerpos humanos son motivo de diversas
interpretaciones. Tal vez quisieron representar un conflicto bélico en el
que los invadidos y derrotados fueron despedazados. O acaso son sim-
bolizaciones de contextos ideológicos (mágico-religiosos). O quién sabe
figuraciones rituales.

El Formatil~o Medio se presenta conectado al fenómeno Chav~n lo
que equivale a decir al sitio de Chavín de Huántar. Es su manifestación
más típica, cuyo arte se convirtió en modelo para todas las comarcas
vinculadas a él. También se lo subdivide en tres subépocas: a, b y c. A
la primera pertenecen la Galeria de las Ofrendas, la Plaza Hundida y
el célebre obelisco Tello.

El obelisco Tello encarna a lo femenino y masculino, contactado con
la vida y la muerte, con la germinación y la madurez. Ahí se ven ele-
mentos en correspondencia con el agua (Strombus, Spondylus, peces y
águilas pescadoras). Enaltecen el simbolismo del agua como elemento
esencial para el funcionamiento del orden. Es una de las representacio-
nes más complicadas y bellas del antiguo Peri. Configura una de las
primeras expresiones del complejo de dualidad (anan-urin/arriba-
abajo), predominante en la cultura andina: macho y hembra, represen-
tando el cosmos.

Cupisnique (Jequetepeque-Pacasmayo) también se generó en el For-
mati2Jo Medio. Por ahí hubo templos, pueblos y cementerios, cuyos
habitantes vivían en un medio ambiente basado en una economía agrí-
cola estable. Cupisnique es famoso mundialmente por su bellísima
cerámica, con una iconografía inextricable y de carácter religioso,
donde el felino fue transfigurado en hombre-felino rodeado de serpien-
tes y aves de rapina. El ímpetu cultural de Cupisnique influyó en la
sierra de Cajamarca (Cunturhuasi y Pacopampa el uno y el otro cen-
tros ceremoniales), así como en la costa central (Lima), sierra central,
costa sur y cuenca de Ayacucho. Se lo subdivide en Temprano, Medio
y Tardio.

El Cupisnique Tard~o (400-200 a. de C.) con sus avances tecnológi
cos en sus trabajos utilizando metales preciosos (oro y plata) y en su
cerámica configura el cimiento sobre el que más tarde iba a plasmarse
el estilo Moche. Los objetos de oro más representativos de Cupisnique
se hallan en Chongoyape (Chiclayo). Son piezas repujadas y moldeadas
con motivos realistas y religiosos. El ejemplo arquitectónico más carac-
terístico (o inconfundible) de Cupisnique se alza en el sitio denomi-
nado Caballo Muerto (valle de Moche/Trujillo).

Las muchedumbres de Cupisnique desplegaban ya el comercio a
larga distancia para adquirir artículos de lujo y rituales. Lo prueba una
caracola Strombus galeatus encontrada en Collique (Chiclayo). El citado
molusco es una especie propia de aguas cálidas, o mejor dicho de los
mares ecuatoriales. El mar peruano no es su hábitat. He aquí por qué
se veían obligados a viajar al Ecuador para adquirirlas. Tenían gran
demanda para los ritos propiciatorios del agua, elemento harto apre
ciado por estos pueblos eminentemente agricultores.

El Formati20 Superior se caracteriza por la presencia de una cerá
mica, arquitectura monumental y arte textil técnicamente aventajada a
todo lo ocurrido en siglos anteriores. Son expresiones muy bien defini-
das con novísimas habilidades decorativas. Similarmente manufactura
ban vasos grandes de piedra con ornamentaciones más complicadas. La
arquitectura de barro polícromo, muy emotiva, se yergue en el valle d~
Casma (Moxeque) con visos de formidable monumentabilidad. Mientra~
que la de piedra, con idéntica idiosincrasia, se levanta en Sechín. All
todo exhibe un inaudito despliegue artístico.

Pero si bien hay un fondo cultural que unifica a los peruanos d~
aquellos siglos, lo indudable es que sus patrones arquitectónicos, alfa
reros y estéticos en general ostentan algunas diferencias de un lugar

otro, lo que constata la existencia de distintas áreas Formati2as en l~
que respecta a estilos.

La galería interior del templo viejo de Chavín, por su lado, perte
nece al Formati2o Medio. Es una de las partes más antiguas del centr(
cerernonial (siglo x a. de C.). Ahí está el Lanzón, que personifica a Ul
ente mitológico, de seguro uno de los seres míticos más importante
de su tiempo. Es la imagen de culto más antigua del Peru todavía con
servada en su lugar original. Es una deidad de cuerpo humano co]
cabeza (¿máscara?) de felino. Su ubicación en la oscuridad y parte cen
tral del templo revela que se trata de una deidad mayor que simulab
ser invisible. Es indudable que poquísimos podían llegar a verla. Sobr
su papel como oráculo nadie ahora lo cuestiona. Las paredes externa
del santuario estaban decoradas con cabezas de piedra clavadas, imi-
tando seres híbridos con rasgos humanos y felinos. Hay varias hipóte-
sis sobre la función que desempenaban, pero la más coherente es que
alegorizaban deidades menores guardianas del templo. Los peregrinos
que se acercaban, imposibilitados de ingresar al Sancta Sanctonum del
Lanzon, quedaban satisfechos con mirar y adorar a las cabezas clava-
das mencionadas.

En lo que toca a la celebérrima Estela Raimondi, ésta concierne a la
época del Formati2~0 Tardio o Superior Es otra de las obras de arte
más elaboradas del antiguo Perú. Encarna a la deidad conocida con el
nombre de dios de los Páculos o dios cie las Varas. Aparece como un
personaje híbrido (hombre-felino) con un gigantesco tocado en la
cabeza. Es una divinidad que va a mantenerse vigente en toda la
prehistoria y protohistoria del Perú, hasta la caída de los incas. Claro
que sabían adaptarla a los diversos estilos de las sociedades desarrolla-
das d través de lo.s siglos.

En consecuencia, pese a que lo.s elementos culturales Formativos
cubren una enorme extensión de la costa y sierra peruanas, ha que-
daclo desechada la hipótesis de que hubiera constituido una sociedad
unificada política y militarmente. Lo que se percibe es que las distintas
regiones, atraídas por el prestigio del santuario de Chavín de Huántar,
acudían a él con ofrendas, en vasos de cerámica de disímiles estilos
ayudan a reconocer con facilidad su origen periférico en un movi-
miento centrípeto que provocó la unificación estilística, mas no la polí-
tica-militar.

Por lo tanto, el Horizonte l~ormatiuo es sobre todo una época de
~lorecimiento religioso con un fuerte polo de atracción en el espacio
dc Chavín de Huántar, cuyo templo fue construido muy temprana-
mente. Su calidad lo convirtió en un lugar de convergencia y peregri-
naje para las sociedades contemporáneas unidas por ligámenes estilísti-
cos y culturales en variada intensidad.

El Horizonte Formativo tuvo tanta importancia y peso que forma el
pedestal y el modo de ser de las sociedades que aparecieron con pos-
terioridad en el Perú. He ahí por qué la llamamos cultura matriz de la
civilización andina. Es grande como tema y cuna de potenciación de
las ideologías que aunaron el perímetro peruano en una superficie eco-
lógica y orográfica de intensas dificultades y contradicciones.

El caso de Chavín (o Formativo en general) se produjo dos siglos
antes del nacimiento de Cristo. Las tendencias religiosas predominantes
en su tiempo comenzaron a desmoronarse, perdiendo fuerza, de
manera que muchos de sus centros político-religiosos se deteriorarol
Algunos fueron destruidos y reutilizados por pueblos de expresionc
culturales inferiores, comenzando enseguida a aparecer en el Perú ter
dencias regionales más independientes. ¿Qué fenómenos se presentaro
para que se suscitaran tales acontecimientos? Nada se sabe con veraci-
dad al respecto. Se piensa, no obstante, que pudo estar determinado
por cataclismos naturales (terremotos, inundaciones), o por enfrenta-
mientos violentos, o por simple erosión social. Lo indiscutible es que sc
gestaron camhios en la superestructura del poder, migraciones masivas
graves trastornos económicos, abandono de centros poblados, sufri
miento social, ~iolencia y muerte. Así acabó el Horizonte Formativo.

Las primeras transformaciones

Entre el 200 a. de C. al 200 después del misll1c), tra~ ~l crepúsculc
del fenómeno Chavín (u Horizonte Formativo) aparecieron v florecie
ron una serie de sociedades regionales diferenciadas unas de otras ape
nas por sus estilos artísticos, pero no por sus estructuras económico
sociales, que marchaban parejas por todas partes.

Se promovieron transformaciones en el arte y en la ideología, as
como en el orden político. Asomaron nuevos patrones de asenta-
miento, con la configuración de sociedades de ámbito local.

Cronológicamente, primero destacaron Virú (Trujillo), Paracas Caver-
nas y Necrópolis (Ica), Vicús (Piura), Salinar (Trujillo) y Lima Tem
prano. En todas ellas la cerámica, la metalurgia y los modelos funera
rios tuvieron un gran despegue. La cerámica continuaron haciéndola

mano, empleando la técnica de la pintura negativa. Los vicús trabaja
ban el oro y el cohre tanto por separado como aleándolos, dando ori
gen a la atractiva tumbaga. Se especializaron en narigueras y pectora
les de cobre decorado con pendientes.

Los pobladores de Paracas llegaron a niveles excelsos en lo qu~
toca a la cirugía del cráneo, realizando intervenciones quirúrgicas d~
gran altura. Así destapaban la calota craneal con el objetivo de extrae
lo que ellos pensahan que eran los móviles de los males cerebrales
Para culminar con éxito lograron íabricar un delicado instrumental o~
rúrgico y emplear anestésicos consistentes en bebidas embriagado
daturas (drogas) que adormecían.

Los de Paracas-Necropolis, producto de la evolución dc-
Cavernas, fueron análogamente protagonistas de formidabl
tecnológicos Confeccionaron los mejores textiles de toda la historia
andina. Sus mantos bordados, con una riqueza temática exquisita que
asombra y deleita, son ahora los más codiciados por la totalidad de los
museos del mundo. Se ha llegado a pagar hasta medio millón de dóla-
res por uno de ellos. Sus productos de alfar de color crema crudo, que
en algunos aspectos siguen la tradición Chavín, son muy bellos. Inven-
taron nuevas formas de botellas con asa-puente y en forma de figura
de calabazas. Los paracas-necropolis deformaban sus cabezas; y ellos
dieron origen a la cultura Nasca.

La era clásica

Entre el 200-600 d. de C. llegaron a su esplendor otras formaciones
económico-sociales desarrolladas en determinadas regiones, muy bien
definidas territorialmente. Entre ellas sobresalen Nasca (Ica-Acarí),
Moche (Lambayeque, Trujillo/Huarmey). Recuay (Callejón de Huaylas,
Santa/Ancash), Tiahuanaco clásico, Huarpa (Ayacucho), Maranga (o
Lima) y Cajamarca. Llegaron a un grado tan alto de desarrollo econó-
mico, social, militar, político, estético y tecnológico que la anunciada
época ha merecido ser denominada Era clásica andina.

Gracias a una agricultura intensiva con riego y abonos, más la inven-
ción de instrumentos de trabajo y confección de andenes, camellones
cochas y chacras (tierras) excavadas, aquellos pueblos pudieron gozar dé
cuantiosísimos excedentes económicos. Ello acarreó, como es lógico y
como corolario, la aparición de sociedades fuertemente diferenciadas con
clases dirigentes y dominantes respaldadas por guerreros que conformaban
apreciables batallones; y hasta por ideologías y superestructuras religiosas.
Coniormaban ya verdaderos Estados con sus respectivas jefaturas y agen-
tes del poder. El relevante desarrollo artístico y artesanal rebasó todo lo
anterior, aspectos en los que realmente no iban a ser superados por las
culhlras del futuro andino. Su arte traducía las diversas actitudes de sus
vidas y de SUS entornos. Unos, como los mochicas, realizaban diseños rea-
listas; en tanto que otros, como los nascas, abstractos y simbólicos.

Como lo confirma el armamento: cuchillos de obsidiana con mango
y estólicas (pieza utilizada para la propulsión de dardos, basada en el
principio de la palanca), no solamente practicaban con ellos la cacería
sino también la guerra. Por igual, la abundancia de cráneos decapita-
dos para lucirlos como cabezas-trofeo es otra muestra de su espíritu
hélico y hatallador.

Pero por tratarse de gentes que sabían divertirse, quedan ejemplc
abundantes y múltiples de sus instrumentos musicales: trompetas, fla
tas de pan (antaras), pitos, tambores grandes y pequeños, chungan~
o sonajas, caracolas, etc.

Nasca es ahora conocida en todo el orbe por su fina cerámica d
gran progreso técnico en la pigmentación y en el control de la coc
ción, dando lugar a deliciosas piezas policromadas de enorme varieda
de motivos mitológicos y religiosos. Su complejo mundo mágico-rel
gioso influyó fuertemente en su arte y en la totalidad de la materia]
dad de su vida cotidiana.

Y pese a vivir en un medio mayormente integrado por desierto~
fomentaron una eficiente agricultura mediante la apertura de canal~
subterráneos para colectar las aguas del subsuelo y de manantiales, qu
siguen todavía en uso. Vivían en aldeas, aunque su asentamiento má
extenso y mejor planificado estaba en Cahuachi: centro de arquitectur
monumental con objetivos espirituales, ceremoniales y administrativos.

Pero Na.sca es, asimismo, conocido universalmente por su giga
tesco mapa astronómico. Tenían necesidad de comprender la natur~
leza y dominarla. Y dicha inquietud les dio pie a complicados cálcul
astronómicos que los tradujeron en desmesurados jeroglíficos o dibuj~
de animales que todavía subsisten para deslumbramiento del mundo e
las llanuras nucleares de Nasca y Palpa. Son figuras geométricas, trap~
cios, espirales y rayas, y a la par imágenes estilizadas de ciertas esp~
cies zoológicas vinculadas a su mitología. Deben representar algu
constelaciones. En fin, allí llevaban a efecto sus observaciones astroI
micas y calendáricas, muy unidas a las actividades de los agricultor
todo en medio de infinitas connotaciones mágico-religiosas.

Pero en lo que concierne a las largas y larguísimas líneas de la a
dida pampa de Nasca, lo que podemos decir ahora es que tuvier
varias funciones, principalmente religiosas, sociales, políticas y calen,
ricas. De modo que parecen ser una de las muestras más vetustas
sistema de líneas llamados ceques, estrechamente vinculadas con
canales que distribuían las aguas de riego. Otras líneas, es incuestio:
ble, fueron caminos rituales, unas auténticas vías ceremoniales. En
las conclusiones hoy aceptadas es que los enunciados jeroglíficos y
líneas conforman un fenómeno muy sofisticado. Un examen acuci
confirma que cumplieron un papel integral e integrador en la socie~
de Nasca, idéntico a los ceques del Cusco durante los incas.

Las multitudes del Estado moche, por su parte, expresan
genial capacidad de síntesis en el diseño y dibujo naturalista. Es
muestrario más realista y expresivo del arte prehispánico de América.
Sucede que el alto grado de desarrollo artístico es la tipicidad más
destacable de Moche. Allí se destaca el sublime realismo en la repre-
sentación de personajes, cuadrúpedos, peces, aves, alimentos, etc.
Cada rostro humano moldeado refleja con nitidez la psicología de
cada retratado. Su cerámica la producían en serie, apreciándose en
SUS vestidos las diferentes clases sociales. En SUS trabajos de orfehre-
ría conquistaron una total magnificencia, creando y descubriendo la
integridad de técnicas metalúrgicas conocidas desde entonces en el
espacio andino.

Al Estado y época Moche pertenece la tan mentada y afamada
tumba del Senor de Sipán. un soberano que fue inhumado con SUS
esposas y sirvientes principales, que han sido ahora desenterrados
intactos. Ahí se ve que los mandatarios ya ostentaban orejeras de oro y
turquesas como muestras exteriores de su altísima dignidad. Sabemos
quc SU exhibición en la Exposición de Sevilla (1992) ha motivado una
extraordinaria sensación.

Los mochicas, al igual que los nascas, siguieron rindiendo culto al
antiguo dios de Los Baculos, pero en otro contexto, mezclándolo y
fusionándolo con las ideas propias de ellos. En moche tenía el nombre
de AlA PAFC: símbolo de la fertilidad, del poder y de la muerte bajo
variadas siluetas y representaciones. Es el mismo dios que aparecerá
después en Tiahuanaco y Huari.

La arquitectura moche también es de gran envergadura, como
puede apreciarse en las todavía subsistentes huacas (templos) del Sol y
de la Luna (Trujillo): imponente conjunto arquitectónico al sur del río
Moche. Sus paredes estaban exornadas con pinturas murales.

En lo que atañe al valle de Lima (Maranga) hay que destacar la
desmedida importancia religiosa de dicho entorno, asegurada con la
existencia de más de 500 templos y centros ceremoniales (huacas) que
aún estaban en pleno funcionamiento a la llegada de los españoles
(1532). Ello ha sido la causa para denominar a Lima el ¿~alle de las
pirámides de adobes y adobitos. De aquellas décadas, además, data el
culto al dios Pachacamac (controlador de los movimientos sísmicos) en
un templo piramidal majestuoso localizado en el valle de Ishmay (hoy
Lurín) a orillas del mar.

De Recuay y Cajamarca hay que decir que, aparte de la grandeza
agrícola y ganadera, llegaron a preparar una cerámica blanca similar al
caolín. I'ashash (Pallasca/Ancash) es el sitio más conspicuo de la all~a-
rería Recuay.

En lo que respecta al Tiahuanaco clásico, en los alrededores
lago Puquinacocha, conocido desde 1534 como Titicaca, pueblo d~
punas o estepas, principalmente ganadero y sembrador de tubérculc
de altura, perduran algunos de sus monumentos, en especial el Calasa
saya y el templete subterráneo. Exactamente en los contornos del citad
conjunto se levanta la muy conocida Puerta del Sol, bloque monolític(
en cuya parte superior aparece grabada en alto relieve la figura del dio
de Los Báculos, tradición andina que se prolongaba desde Chavín.

Como pueblo de economía ganadera y agrícola, en el Tiahuanac(
clásico la crianza de camélidos proliferó y mejoró mediante el cruce d,
diferentes especies con miras a obtener superiores bestias de carga
lana y carne. El altiplano es ideal para la reproducción de esto
rumiantes. Y en lo que incumbe al campo, allí se especializaron en c
cultivo, cosecha y conservación de papas (patatas), quinua (Chenopc
dium quinoa), cañigua (Chenopodium pallidiaauli) y mashuas (Tropac
lum tuberoslim). Pero también alcallzarl)n la posesión de tierras agrícc
las enclavada.s y ubicada.s en lejanos v/o lejanísimos parajes cálidos d
la costa y límite de selva para obtener coca (Erytroxylum coca), maíz
ají; como también peces, mariscos y algas.

El Tiahuanaco clásico jugó un papel de gran magnitud en la postc
rior aparición y funcionamiento de los Estados Puquina y Huari.

Y, por fin, en lo que corresponde a Huarpa, a 2.500 msnm, su
protagonistas construyeron terrazas de cultivo, levantaron edificios d
función pública, poniendo en articulación y movimiento muchos serv
cios y canales para el control de los recursos hidráulicos. Así derrotG
ron la aridez extrema que tipifica la indicada zona. Allí los aguacerc
escasamente caen tres o cuatro meses por año, dando lugar a la ag
cultura de secano. De modo que de no haber hecho depósitos pa
guardar el agua de las lluvias no habrían podido vencer los embat~
de la naturaleza.

Los Estados Huari y Puquina

Entre los años 500 y 1000 de nuestra Era se desarrolló en el esp~
cio peruano el denominado Horizonte Medio al que pertenece c
Estado Huari, de expectante apogeo y contemporáneo al otro vigoros
Estado sureño llamado Puquina, aunque más comúnmente, desde hac
un siglo, se le nombra Tiahuanaco ( Tihuanacu), en Bolivia, sur d~
Perú y norte de Chile. Ambos cubrieron amplias áreas geográficas.
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Qluawne e!lenaadol~e uQ!oonpold el anb olel~ 5
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sa 'e!auanaasuo~) u~ salelladw! sea!lsllalaele~ ap
-wel solsa anb elapualdwoo as 'eu!nbnd A uenE I a
.~ ua~ew! e opels~ ns la~)alqelsa e ueq. seaul so
metales con.siguieron la aleación del cobre con el estaño. originando el
hronce como nuevo elemento que vino a reforzar las obras cle metalis-
tería. Los huaris y puquinas taml)ién fueron los inventores cle los qlli
plls (cuerdas con nudillos para realizar cálculos aritmético.s y matemáti-
co.s). En fin. los huaris y puquinas alcanzaron un pocler pleno .sohre
lo.s diversos recurso.s naturale.s enmarcados por la producción y organi-
zación .socio-económica urbana.

Pero se presentó el momento en que ambo.s E.staclo.s se de.sintegra-
ron. Puquinas y huaris fueron de.struido.s por lo.s inva.sore.s aymara.s.
pueblo proceclente cie Coquimbc) (centro de Chile). A raíz de tal
suceso los centros de control regionales .se de.sligaron de la metrópoli
generando SU.S propio.s ámbitos políticos. con vitalidad en sus patrones
culturales locales. Esos acontecimientos debieron ocurrir a fines del
siglc) ~ll e inicios del Xlll d. de C.

La de.strucción de Huari y Puq-lina marca cl inicio de una época de
n1igraciones invasiones y guerra.s. E'ero muy pronto ihan a surgir de
nuevo otro.s puehlos aquí y allá para agruparse en florecientes ~ieñorío.s
y reinos.

Señoríos y re~nos

E.sfumada pues, la hegemonía Huari y Puquina, l)rotaron sociedade.s
independientes llamadas por no.sotros señoríos y rei~los, cacla uno ocu-
pando territorios pocas veces de gran extensión. por cuanto prevalc-
cían los de espacio limitado. Pero e.so sí algunos abrigando ansias
expansionistas con supremacía y preeminencia. Sin embargo fue una
época de contactos entre regiones y pueblos. lo que posibilito inter-
cambios cle productos y cost-lml)res.

Cronológicamente se inició a fines del .siglo Xll de nuestra Era, per-
sistiendo hasta la emergencia clel E.staclo imperial de los incas en 1438
(+ -). Precisamente el Estado Inca se iba a configurar y consolidar
sohre la hase de los elementos cult-lrales de la integridad dc aquellos
señoríos y reinos que los iba a conquistar y anexionar, y cuyo número
sobrepasaba del centenar.

Entre los señoríos y reinos más renombrados figura el de Chimor (o
Chimú), desde Tumbes al valle del Chillón en las cercanías de Lima.
Abarcó únicamente la costa por no haber.se atrevido a escalar las faldas
y cumbres de la cordillera temerosos del soroc~e (mal de altura por el
enrarecimiento del oxígeno). Dominaron los fértile.s valle.s del litoral
aprovechando las únicas fuentes de agua mediante intrincadas redes de
canales. Los productos que obtenían en sus terrenos de cultivo, en el
mar y otros que fabricaban sus artesanos a tiempo completo habían
dado origen a un animado intercambio de productos, con lo que apa-
recieron mercaderes y algunas formas específicas de moneda. Su capi-
tal era la citldad de Chanchán (Trujillo). Exorbitante centro urbano de
adobe, en la que debieron residir hasta 100.000 habitantes. Estaba sub-
dividida en nueve recintos amurallados. Pero fue destruida por los
incas cuando éstos la invadieron y conquistaron en la segunda mitad
del siglo xv, deportando masivamente a sus pobladores.

Otros señoríos de gran aventura fueron los de Chincha; Cashamarca
(o Caxamarca), llamado por nosotros hasta hace poco erróneamente
Cuismancu. Luego el Chanca (Andahuaylas), el Colla-Puquina (Puno),
el Lupaca (Puno); el de Ishma o Ishmay (Lima-Pacha-camac), etc.

El de Chincha, al norte de Inca, a similitud de los otros de la
costa central y norte, sobresalió por su organización social, alta espe-
cialización en el trabajo y dedicación exclusiva en cada ocupación
artesanal. Sus mercaderes cun1plieron un papel sobresaliente en el
intercambio de bienes a grandes distancias, especialmente en las rutas
marítimas. De sus 30.000 homhres con capacidad de trabajo: 12.000
se dedicaban a la agricultura, 10.000 a la pesca, 6.000 al mercado y
los otros a las artesanías.

En lo que se refiere a Ishma, además de participar de los mismos
elementos culhlrales que los Chimor y Chinchas llegaron a disfrutar de
una celebridad inigualable por ser la sede del glorioso oráculo de
Pachacamac. He ahí porqué acudían a Ishma grupos de peregrinos
procedentes de la costa para ofrendarle y consultarle.

Los reinos altiplánicos de tradición puquina y origen aymara, ubica-
dos en las proximidades de la cuenca del lago Titticaca pudieron
desenvolverse en óptimas condiciones gracias a un método muy singu-
lar de controlar la diversidad de microclimas que necesitaban para pro-
ducir alimentos inherentes a otras ecologías.

De todas estas gentes hoy conocemos bastante bien a los lupacas
(sur de Puno). Tenían sus enclaves agrarios para cosechar maíz, coca,
camotes (batatas), algodón, ají y otras plantas de clima cálido tanto en
parajes del litoral como en la selva alta del Este. Enclaves localizados
en comarcas tan distantes de .sus asentamientos nucleares tenían como
objeto poseer variados recursos naturales propios de pisos ecológicos
cálidos para equilil~rar su dieta cotidiana y realizar obsequios a sus
amigos. De la selva alta sacaban maderas y por allí sembraban coca:
elementos de infinita importancia que sumaban a los que explotaban
en sus territorios étnicos (tubérculos y rebaños de camélidos).

Entre esas numerosas etnias forjadas entre las postrimerías del híl e
inicios del xnl figura, asimismo, la Inca del Cusco. Ella, después de
muchas tribulaciones y vicisitudes, es la que iba a dar origen a lo que
conocemos como el impeno del Tahuantinsuyo. Representa el último
esfuerzo autóctono para unificar lo andino. En tal sentido es la culmi-
nación de un proceso expansivo iniciado aproximadamente en la
década de 1430-1440, el mismo que fue interrumpido en 1532 con la
llegada de los españoles, quienes invadieron y se apoderaron del Perú,
anexionándolo a su imperio de Indias.

El incaico, como Estado imperial apenas dominó durante un perí-
odo menor a los 100 años, pero lo hicieron en un dilatado territorio:
uno de los más extensos de la historia del planeta. El fundador del
referido Estado fue Pachacútec, muy pronto sucedido por su hijo
Túpac Yupanqui: dos eximios conductores de pueblos. Si bien el que
consumó la expansión territorial fue Huayna Cápac, el tercer sapainccl
(o 5a pallaninca) o soberano. Todo lo cual se logró gracias a la for-
mación de una poderosa teocracia, a un ejército muy bien organizado
y a un sistema económico-social en el cual imperaba la justicia, pese a
la diversidad de clases sociales y vivir en un suelo castigado por
sequías, inundaciones y terremotos.

Huáscar y Atahualpa, los sapaincas números 4 y 5 de la lista oficial
de mandatarios, representan el cénit del Tahuantinsuyo. Con la muerte
de ambos en 1533 acahó la historia genuinamente andina, de desarro-
llo autóctono y lihre de ingerencias extranjeras, para dar paso a un
nuevo amanecer: al Perú actual, una mezcla de lo andino y español,
ligados en tal forma que la identidad de los peruanos de ahora es irre-
versiblemente la combinación de los dos.

El valor de lo andino

En general la alta cultura andina, desde sus orígenes muchos miles
de años antes de Jesucristo tiene una importancia sumamente notable
en la historia universal. De ahí la existencia de museos, institutos y
cátedras en múltiples ciudades y universidades de los países europeos
y norteamericanos, donde los arqueólogos, etnohistoriadores, historia-
dores y antropólogos están dedicados a examinarla y explicarla. Es una
tarea en la que, felizmente, estudiosos de varias disciplinas comprome-
tidos con el Perú, concurren con sus esfuerzos e iniciativas. En el Perú
desde hace más de un siglo en los centros de instrucción de todos lo.
niveles, su enseñanza está garantizada como parte integrante de lo~
planes de estudios de las ciencias sociales. Con todo, es en las última-
décadas cuando nuestros conocimientos se han enriquecido gracias a
las investigaciones arqueológicas y hallazgos de nuevas fuentes docu-
mentales de los siglos xvl y XVII. Hechos que se han traducido directa
mente en una intensa admiración por el pasado andino, alimentando e
espíritu nacionalista de los peruanos, preocupados hoy por defini
nuestra identidad.

El recuerdo de un pretérito como el del Perú incentiva el empeñ-
para la conquista del futuro, aunque su evocación suene con distinta
tonalidad en el corazón de cada peruano para luchar por la supervi
vencia de la patria. Constituye un pasado con grandeza que pocos paí-
ses pueden emular. Lo que mantiene el rescoldo y el ánimo es l;
supervivencia de obras maestras de arquitectura, cerámica, industri~.
textil y metalistería que siguen fascinando al mundo.

Es cierto, la civilización andina (de Chavín a los incas) no logró uti
lizar el hierro, ni inventar la rueda, lo segundo por la sencilla razón d~
haber carecido de animales de tiro. Tampoco llegó a conocer la escri
tura, al menos como nosotros la entendemos (alfabética). Y sil.
embargo fue capaz, durante los incas, de construir un imperio ta
extenso como el Romano de Occidente; un orden social admirabl~
para su época; una cultura cuyas esencias no han podido ser socava
das; una tecnología con la que pudo edificar la maravilla de Machupic
chu; de convertir las tierras eriazas en fértiles parcelas mediante lo~
ingeniosos andenes desde las bases a los pináculos de los cerros quc
todavía hoy continúan produciendo. Pese a todo, pues, edificaron l;
civilización más grandiosa de la América meridional.

Hacia el sur del área nuclear andina (o, dicho de otro modo, de l
que abarcó el Tahuantinsuyo) no se encuentra nada que la historia d~
la civilización deba rememorar. Hacia el norte es preciso trasladars~
miles de kilómetros para hallar en los aztecas algo equiparable. Estos ¨~T'
los runas andinos fueron los más grandes de la América precolombina
Fuera de ellos, sólo trihus dispersas, insignificantes y de cultura rudi
mentaria, salvo dos focos interesantes: los mayasquichés (Yucatán) ~T
los chibchas (sierra central de Colombia), medio perdidos en la histo-
ria, ensombrecidos por aquellos dos gigantes: andinos y aztecas.

El proceso cultural en el Peru es, pues, milenario. Se trata del deve-
nir de pueblos y sociedades cada vez más perfectibles hasta coronal
con la civilización Inca: sumum de todas las conquistas científicas, tec-
nologicas, artísticas, políticas y morales inventadas, creadas y descubier-
tas desde muchos milenios antes que ellos. Una herencia cultural que
supo mantenerla y perfeccionarla para el hienestar de las masas huma-
nas que habital)an su territorio. La andina, reputada hoy entre las más
eximias civilizaciones del mundo, personaliza y simholiza a la antigua
América meridional, como la azteca lo es para la septentrional; o la
griega y romana para el Viejo Mundo.

Una de las inolvidables virtudes de los runas fue el de haber
estado entrañablemente vinculados a la tierra, sintiéndose en todo ins-
tante hijos de ella. Causa por la cual la tenían divinizada, llamándola
con cariño Pachamama (madre tierra). He ahí porqué estaban identifi-
cados con el campo y con el ayllu (comunidad). Una agrupación fami-
liar y agraria rohustecida con lazos religiosos y dotada de un hrioso
poder para cl trahajo solidario en hien de la integridad de la familia
extensa. Homhre y naturaleza se entendían y comprendían muy hien.

Los grancies éxitos de los incas y en general dc la totalidad de las
etnias andinas fueron consecuencia de su férreo pragmatismo. Ese
derroche de sentido realista hacía del Tahuantinsuyo un pueblo sin
mayores dificultades para gohernarse a sí mismo. Constituía una pobla-
ción cnteramente práctica. Y fue aquella unión, del impulso que da la
pasión con la frialdad que exige la praxis, lo que hizo la grandeza del
mundo andino. Ahí descansan los verdaderos móviles del porqué fue
un país sin crisis económicas, ni sociales, ni religiosas; aunque sí con
frccuentcs perturhaciones políticas provocadas por los nobles cusque-
ños que se disputaban unas veces el gobierno y otras el poder.

Inicios de la agricultura en el
mundo andino. A)nba: exca
vacic)nes en el yacimiento de
la Cueva del Guitarrero er.
Ios Ande.s centrales, doncle
Thomas Lynch encontró re.s
tos de las más antiguas plan
tas cultivaclas del Nucvo
Mundo (10000 años ~ P.).
Ahajo izquierda Util lítico
descubierto en el lugar, con
una atadura de cuerda
(Archivo GEA).
la e!~eTI lapua~sap Tlle ap eled 'saluawwa s,ew sepeAau salqwna se
e e~all aS sapu~ sol ua ellauad as saluala3Tp So~ oloaa sosTd opue

-e;)sa A elSOa el lod OpUaTpUa~Se 'lew lap OpUaTLTed OW,O~ sa TS~ alq
-WOTI la lod aluaweuald epewwop A epT~OUO;~ an3 an~ e~3el~oa~ eun

sa 'o~leqwa UTS alqellauadwT 'alq!sualdwo;)ul 'epemLTol 'lTa~3Tp A emp

e,3el~olo eun elolue as 'elSTA aldwTs ~ (selnlso~ue) so~uod A soped
-le~sa sollaa 'sauouea soTI~ansa 'solle solla~ 'sepelqan~ allua aluawep
-Td,el aslewlo3suen e ezuaTwo~ alesled oAn~ 'salol~as souanl~ad ua sep
-e~TIIT O seaTlT,asap sele3 lod opuesed 'lew la apsap elnlanTlsa ewsTw el
soweATasqo 'alleA un lod sa o1ualwezeldsap la TS sepeAau 'se,l3 Anw
'se,l3 'sepeldwal 'sep!le~ seuoz ua~alede opuen~ sa~uo1ua s~ eslaAa~TA
A '~ e ~ ap allo~al as opuen~ ue1uasald as seAne~T3Tu~Ts s,ew sapep
-TslaAIp se~I pn1!~uol el uo~ elauew elTaT~ ua uaTqwel A 'ptllTIIe el UO~
eT~uapuodsallo~ ua sa1senuoa salclTsuas Anw uo~ olad 'pn1nel el uo~
uoT~elal ua soTqwea saloAew u!s 'ouenTad oT~edsa la ua le!ln~ad Anw
:s~u~ lns o~l3,el~oa~ oulo1ua un oulpu~ opunul opewell le apuald
-wo~ a1uaweulapow an~ eal ,e la s ~ (leuoulualdas olsed) eTqwolo~ ap
ms la ualqwel 'o1uawow ollal~ ua 'A allll~ 'eullua~l~ 'elAI10~ 'lop

'mad lap se~llqndal sel uapualdwo;~ pepllenl~e el ua an~ sal~l31adns
sel ap a1led e1seA eun 'n~ap s ~ oAnsw1uenlle,L lap leuadwl ope1s ~
la oqol~ua anb onawllad la u!3 e oldl~wld ap aw~ sew~,ed selsa
ua sopelell sewal sol alqna an~) oal3el~oa~ ollqw,e la olue1 °l 10d
~w~ 001 e1seul ap seuoz uo;) 'a1uaw

-e~l1,eWIl:~ lel~uala31p ap ll~e,3 'e~ Qlo~a pepalleA!Ilnlu eun e11nsal an~
sol ap 'sewlp sopelleA sew sol uep as '~ e S ap A S e ~ ap 'sowal1xa
salel al1ua 'lemleu sa owo~ aAanll s,ewe~ apuop 'eweae1~ ap la owo~
so1nlosqe soUalsap e1sell opuen~ ua zaA ap A 'salel~el~ se~nsllal~ele~
ap sopeAau A soweled sol elsell sopawnll aluawewns san~socl uo~
le~ldoll la apsap 'odll OpOI ap solleua~sa epuuq 'elalllplo~ el ap sap
-n1llle seslaAIp sel lod opeAnow 'a!esled la apuop 'eplUelu~ el ap e~laa
elsell so;~ldQll sol apsap ealeq~ oal3l~ed oue,a~o iap owslw alual3
le 'InS lap eall,aw~ ap leluapl~o alled el ednao oulpue ollo1llla1 1

I

oulpu~ °~1~,°1°~ O~

ewpue elJolsn{oula el lealldxa
.~ Iapualdwo~ eled uaAJ!s anb sel uos elsa owoa selqo (~5SI 'elll~as) uoa~
ap l~Za!~ ap °IPad ap '~d I~P ~?110~ el ap uolalpa elawlld el ap epeuod

7 ~
lt~ o~ll!n~sduo~.~

n~5~Q~u ~ UO

~!7~°~P~20 ~ Ltrp ~ J.J~Q~tr
~t ~ O ~ ~O ~ qU
a ~-olu O ~ pl~pi~ ull~ lLr~ uoul~lun
~lu~ ull~2uoud~ J~sl:~tl~l~ulllo:d ~nJ,
5U~JUlll.~UIU~S.ll~ S~lU~d!l~QU~1llo:~
V ~1't1c1 31~1~1(1

l~:
Lo~ a.~

Oricntc ~1 aItUI-LIS c~ue Iindan con el nivel del mar. En menos de veintc
hor~l.s .se e~perilllent.ln y ~ iven los ecosistemas más variados que uno
puecl,l imagillar. con los frutos más di.spare.s. congénitos de cada piso
ccologico, que, al complelnentarse, hicieron y hacen la vidLI po. ible y
agrad.ll)le. .s~lcklllclo a Ias pol~laciones.

L~ ecologí~l dcl arco andino. y muy e.specialmente el del l'erú, llO
sólo es plu~ sino comp]cja en lo que incullll)c a su distril~ución gco-
gnífic cle c liln.l~. suelos. ~lora y fduna. Cada cual confoml.l una ecc)-
región, e.~ decil-. ull.l epicdermis geográfica que se tipifica por Lls mi.s-
lll.lS condiciolles clinl.íticas, edáficas, hídricas. fiorísticas y faunísticas.
en estrecha interclependencia, pertcctamente delimitadas y diferenciadas
de otras ~- cle utiliclacl práctica.

A csta s~lpcrl c c e.s conlún y corriente dividirla en el Perú cn tres
regioncs: Costc~ iel1zl y ;llontclna (selva), en clirecta alu.sión. rcspccti-
v amentc . al cle.sc rtico llano costeño, a los escarpados cordilleranos ~ a
la ~lore.st,l amazotlic,l.

Ll puc blo peruallo. desde el siglo x~ 1, buscando la scncillcz. prc
ficrc clistinguir solc) tres regio7lts natll7ales. Es la división más ele-
mc ntal pel-c:) clat.l descle que Cieza cle León la caracterizó así en
1~3. ~ost~/ cs la pal-te situada entre el mar y la corclillera de los
Andcs con un pai.s e clesértico, llano y ondulado, irrigaclo de cuando
en cuanclo pOI r íos c;ue bajan de la sierra en clirección al océano.
5ie7~7n son IaS altulas cle coIIlpleja orografía. con quebradas, cuest.ls.
mesc tas v cinl,l.s muy elevadas: clima advcrso y nevados. ¡1l07?ta7la o
sel~ a es cl bosc~uc oriental.

Sin embLll go. Ia c uc .stión no es tan elemental como aparenta, ya
que una ob. c r v.lcioll detcnida permite descubrir en la zona llamada
.Sie7rc/ (tierlas alta.s) una aprcciable cantidacl de diferentes pisos ecologi-
cos segúll su .situac ion cn las distintas altitudes de la cordillera, con
tc nlpcr,ltul-as opue.st.ls y, por consiguiente, con una flora y fauna
inconfunclil~lcs cluc tanlbiéll influyen en cliferentes formas de vida
hulllana L.l 7egi()7l Sie7-7cl. en efecto, ofrece tipos de climas diversos
que clifierell clcsclc el subtl-opical de los valles y quebradas interandinos
(como C.ISC,IS. Cajaballlba, l~alsas, Chosica, Chaupiguaranga, Yucay)
hast.l el .írtico clc l,I.S altas cordilleras (Junín, Choclococlla); con otra
infiniclacl dc CoIIILII-C ~S con temperat-lras intermedias. I)e ahí quc la sie-
rra sea clc sc I ita colllo ull territorio de definidos contrastes. Lo sin par
clc la sel-l-.lníLI pclu.llla es que las dispare.s altitudes haccn que ella. en
una c xten.sion r c(lucicl.l. por e jemplo de 200 km, se presente .super-
puesta con los más v ari.lclos cultivos y los más clisparc s climas Lo que

El marco ecológico andino 43

;~

4 ALGARROBAL 1

COSTA 10 %
O LOMAS

(~ SELVA 60 %

SIERRA 30 %

MOLLENDO --~ $
ILO

TACNA~

Las tres regiones naturales del Perú, de conformidad a criterios que datan
siglo X~,I.
-lle ap eTAJas sal anb ~uol~u~ld owTslluepuTlqe le sell>el~ ouewn~

~wnsuo~ eled easad el ap sa1uapaaold salewwe SeuTalold ap U,OT~
npold el ua eTnblelne euald aasod e1soa O ~ > uoT~al-o~a e~ I

:soTIeluawlle sosm~al soAnaadsal snS lod eplwnse 'elal~uoa u,o!~anp
d eun e1uasald oaT~olo;)a osTd o lemleu uoT~al epeo 'peplleal u3

soue lod o 'sasaw lod so1uawTIe leua~ewle eled UolaTAI!s sal
und so1sa anb uaTqweL sa!aadsa sello A seun ueZlleaol as sa~eled

~o~aTp ua OWQ~) ue.~lpw anb soww~odol ap sowaqes sol~edsa salel ap
~lelaos A seaTwQuoaa sapepTIellnaad sel ap owo~ se;~ls~ se~nsTIalaele~
el ap o1ue1 e1ou opuewo1 'sauoT~al u~aTqwel ows 'sa|eled e alqwou
ueqep olos ou :selqeled sel1o u~ epeuadwasap uOI~ull~ el ~ oplan~e
ap 'so~l3el~olo soulo1ua A salesTed sns uoleulwouap sou~mad son~
-l1ue sol anb lellsowap ua~aled sepelawnua sauoTaeulwouap se

eleq eAIas el 'pepTIeal ua 's~ lew la alqos ugTaeAala ap

w 08 e oo~7 sOl al1ua el1uan~ua as sOTI sns ap elanbsad ezanb
el e el~uala ~al e1~alTp ua ' ~aalnp en~e ap opeasad lap uol~al
el~ e~T IIU~IS aluaweal~olow!l~ (leal) Ua~lTA eAIas o '~n~u~o ~8
eAIaS ap al!wTl ° e1le eAlas el s~ lew lap laATU la alqos w 0001

A 001 SOI allua 'als~ le epezeldwa '(~alUaTple °I ) 2~dml~dn~ L
w 89L 9 e 008 ~ S°l ap ~U~ 9
w 00817 e oo0 ~7 s°l ap '~Und 5
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ewslw el apsap 'lew lap laATu e epen1Ts a~LTed '(e1so~

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uos 'a1uallo e a1uapl~o ap 'o1ualweuaplo ns e oplanae ap 'so1Tqu
SOTI~T(I o~lula olJollllal lap UoTonqlllsTp L~ euen~adol~e uoTa~npold

ap oTloaAold le~es A lezTITln 'leTauala~Tp ueTqes ~solla ap oluaTwTaouoa

eA ueTasod salopelqod son~Tlue sns anb lauodns eIap anb oI '~ q

-s~7um o ~nc~nb en~ual ua salqwou snS ueluasald 'o~el~oa~ aluau

-lwa 'lePTA le~lnd r olel~oa~ lap uoT~eoT,~Tsela el uo~ pepTwIo~uo~ ap
'owpue ollaw,lad lap sauoT~al-o~a o SO;~T~},OIO~a SoTlolu SoslaA!p SO~

seaT~oloaa se!uel~ o saIemleu sauoT~al ap IO~T~W
olawnu un peplaA ua :salua!qwe soaua~olalau, sew soI apualdwo~ pT~p
-TIeal eI ua oluen~ lod 'lolla un 'ol~allo~uI sa ielnleu uoT~al epun~aS~
ns eled mad Ia ua esn as anb ~ tS owwlal Ia anb lTaap alalnb~,

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mento, prolifcraban hasta hace poco las anchoas o bocartes, pec~
engráulidos, que, a su vez, servían de alimento a otras familias y
aves guaneras. La cadena biol¿)gic.l resultante determinaba que ning~
poblador del litoral tuviera problemas con el suministro de proteín;
de origen animal. Aparte. obteníall crustácec)s, moluscos, camotes. frij~
les, pallares, choclos, zapallos, pepinos. guayabas, por(:)poros, caigua
frijol loctáu, frijol de palo (leguminosas), atago. etc. Criahan perdicc
como las que vio Miguel de Estete en Huacllo. por lo cual los prim
ros espanoles llamaron al lugar Plleblo cle Las Perclices.

Los desiertos de la costa clel Pacífico .son de ancho vari,lble con
altura máxima de ~00 m .sobl-e el nivel del mar. y de tempcratu
tórrida en v c rano y templada en invierno, con neblinas y alta hume
dad, clando origen a la pintoresca vegetación de lolilas en los cerros

colinas. El relieve de su suelc) e.s por lo general llallo y onclulaclo. aun
que a vece.s escarpado en el cc ntro v .sur. En lo que ahora corres
ponde a la costa peruana, cle nor[e a ~ur se cont~biliz~ rí().~ u
nos con ag-las cauclalosa~. y const~lnte.s. otro.s de escaso caudal. no fal
tando los de cauce seco que cxcepcionLIlmente arrastran aguas clurant~
los meses de lluvia (diciembre-marzo).

2. En la ~ 1ga, cuando hay agua, se dan frutales: paltas, chirimo
yas, lúcumas, granadillas, papavias. tumbos grandes, tunas: que son fru
tos de cosechas extraordinarias, .sin requerir demasiadas precipitaciones
Aquí se hace posible la crianza dc cl~es. lJna variedacl de camote are
noso y la achira les .suministraban hidratos de carbono. El frijol, cono
cido con los nombres de pllcatorc), zarcl1lclajo y pl~shpo, de producció
continuada, facilitaba el sustento cle la gente. Su clima se prestaba a
cuidado y ceha de patos y perdices. Era abundante el pescado seco
fresco, ají y chi1lcho.

3. La Quechlla es una eco-regi¿)n cle ambiente estepario con preci
pitacioneS estivales que aumentan con la altura, que a su vez cleter
mina la disminución de las temperatul-as. El relieve se presenta abrupt
y los valles muy estrechos. Los ríos y riachuelos son torrenciales,
más agua abundante durante el verano.

La eco-región o zona Quecht~a, desde la perspectiva agrícola, es I
más rica del territorio andino. Se han aclimatado los productos de la
regioneS más altas y los cle la.s más bajas, que, unidos a los propio
del ecosistema Ql~echua, hacen de la región la de más variado
recurSo5 a cosechar en el paso de los meses: permitiendo dispone
de productos frescos durante nueve me.ses al ano, y de provisione
conservadas o .sencillamente almacenadas para un trimestre. Los hab:
tantes de la eco-región Quechua presentaban las mejores perspectivas
alimentarias.

Aquí el cereal clásico es el maíz, que se consumía ya verde (cho-
clo), ya maduro (mote, cancha, chococa, polenta, chicha). En orden de
importancia le seguían distintas variedades de papas o patatas (como la
chaucha); pero también la arracacha, de la que aprovechaban sus
tubérculos, hojas y tallos. Acto seguido, la achita (o achis o quihuicha
o comi), un presunto cereal nutritivo del que se aprovechaban incluso
sus hojas El frijol poroto de distintas variedades se sembraba junto al
maíz, al c~lal le suministraba el nitrógeno de sus raíces. El más común
es el frijol numia.

El pescado llegaba desecado y/o salado desde la costa. Entre los
frutales se sembraba el tumbito o pucumpuy, tomate de arbol o guan-
cash, papaya de olor gangapa, pucabato, pinas del monte, capuli. Entre
las verduras cat~e recordar la muna (sazonadora de chupes o sopas),
el rocoto ~- las hortaljza5 silvestres llamadas sheta o napus, pató o mas-
t~lerzo, atago o atag/~a, pichiuquita. Entre los animales se criaban

C~yes (agutíeS), alimentándolos con la panca del maíz y la planta sil-
vestre denominada magra.

4. La eco-región Suni conoció la cría y domesticación del agutio
CUy en gran escala~ merced a las hojas de la caña brava denominada
s2lni. Se imponen las carnes deshidratadas de llama (charqui). Pero lo
más notable Son unos vegetales muy ricos en proteínas, con aminoáci-
d<)s C°mparables a las proteínas animales: quinua, canagua y taure o

chochos Igualmente~ una enorme variedad de papas, al lado de ocas,
ullucos y mashuas.

Es ¨Ina eco-región de escasos frutales, entre los que puede recor-
darsc, prirnero, al arrayán peruano O valan de racimos rojinegros, ricos
en Vltamina C; y segundo, el cachucachu, masticable y oloroso.

La eCo-región Suni (a más de 3.500 m) presenta un clima frío,
húmedo, nuhladO y de intensas precipitaciones, no faltando heladas
nocturnaS, Ello posibilita la congelación, deshidratación y asoleamiento
de los tUbérCUIos (papas) y carnes de llama (Lama glama) transformán-
dolos en chuno y charqui, respectivamente. Con la técnica del asolea-
miento se endulzan las ocas. Así es como, empleando humildes tecno-
logías, obtenían moray depapas (o tanta: pan). Con las ocas elabora-
ban panes; con la mashua, shunlla; y del ulluco obtenían el chulec.
Con tales métod(>s podían y pueden conservarse durante bastante
tlempo otros productos~ que de ser guardados en su estado primitivo y
natural se e~stropearían Asimismo se prepara el tocosh (papa podrida
de gran valor medicinal). En la Suni, una fuente riquísima de alimenta-
ción la constituye la quinua, cuyas hojas tiernas se comen como ensa
lada, siendo muy ricas en proteínas, vitaminas y calcio. Como condi
mento, se utilizaba el shill-shill, semejante al guacatay, y por fin 1.
pachamuna.

5. La eco-región Puna, fría y carente de agricultura activa, es rica
en ganadería de llamas y alpacas, y también agutíes o cuyes salvajes
conocidos como caris. También hay que tener en cuenta a los guana
cos y venados, proveedores de buena carne.

Entre las papas hay varias especies amargas: luqui, mauna, shiri
etc. Para su consumo se someten al congelamiento, disecado y asolea-
miento, hasta convertirlas en chuno: harina que ha perdido su amargo
cuyos aminoácidos son parecidos a los de la leche. Con él preparabal
el potaje llamado otongo. Cultivaban las papas en terrenos llanos y er
andenes. También existían variedades de papas no amargas, resistente.
a las bajas temperaturas. Asimismo la cactácea ulluyma: opuntia de fru
tillos agridulces, comestibles. Por igual la totora de lagunas y pantanos
de raíz ingerible y pasto de cuyes. Propia de la Puna es una arcilL
digerible llamada chago o pasa, que contiene cal y magnesia, utilizad;
para regulación gastroduodenal.

La eco-región Puna, a 4.000 m sobre el nivel del mar, se caracteriz~
por la rarefacción de la atmósfera, debido a la altitud. Hay grande~
fluctuaciones de temperatura día-noche hasta de 40°C. Su relieve e
desigual, predominando mesetas y pisos sinuosos; no faltando suelo~
altamente escarpados sobrepasados los 4.500 m. Se dan ríos y riachue
los numerosos, y más de 12.000 lagos y lagunas, casi todos con totora
les o mimbreras. Su fauna es muy variada y original.

6. La eco-región Janca se caracteriza por su piso escarpado, por e
que pasan cientos de riachuelos que nacen en los deshielos y lagunas

7. La selva alta o Ruparrupa es una zona de variadísima producciór
vegetal y animal, con suculentas producciones cárnicas: sajinos, huan
ganas, venados, majaces, sachavacas, monos de diversidad de espe
cies, gallináceas, etC. Asimismo tortugas (motelo, matamata), caracola
y hormigas con abdómenes cargados de grasas y proteínas comestibles
Llueve continuamente, favoreciendo el desarrollo de plantas y flores.

Entre los frutales destacan la guayaba, la quinilla y el ojé, que pro
digan cuantiosas cantidades de frutos digeribles. La pituca (o huitina

uncucha) es una tuberosa de raíces rizomatosas que proporcion~
hidratos de carbono. Se le prepara como harina y presenta agradabl
sabor. Después de cocidas se secan al sol y se las muele, obteniend~
Los tres Perús. En lo alto de los Ande.s, como en el río I Jruhamba (fotografía
izquierda), los Incas construyeron ciudades fortificadas, carreteras y terraza~
para el riego. Hacia el Estc se extendía la vasta jungla (arriba), interrumpida
por los ríos cuyas aguas alimentan cl Amazonas. Al Oeste (abajo). el árid
desierto se extendía a lo largo de ILI costa.
un almidón para la alimentación. También se consumían sus hojas. En
la Ruparrupa asimismo abundaba la mandioca (que no es la yuca); el
árbol del pan, cuyos frutos cocinados son semejantes a las castañas
europeas. Desde luego también se dan yucas. Existen pocas hortalizas
debido a la abundancia de hongos e insectos. En esta línea habría que
recordar a la papaya del Peru. Y entre los condimentos cabe mencio-
nar el ají de varios colores y sabores, desde el no picante hasta el que
lo es excesivamente. Análogamente se da la curcuma, el palillo, el
achiote, la vainilla, etc.

La eco-región Ruparrupa, que se extiende por toda la vertiente
oriental de los Andes, queda entre 400 y 1.000 m sobre el nivel del
mar, con oscilaciones de latitud. Su clima es caluroso, disminuyendo
conforme se sube a las alturas templadas. La atmósfera predominante
es justamente la templada-moderada y la boreal. Su orografía es com-
pleja, atravesada por los ríos y contrafuertes cordilleranos, valles pro-
íundos y numerosas gargantas. Los lagos y lagunas son escasos, pero
abundan ríos y riachuelos torrentosos. En sus faldas se pueden distin-
guir hasta tres subpisos ecológicos. Su fauna es de tipo amazónico,
con pingiies elementos propios y otros con influencia de la selva
baja. Destacan los monos, osos, guacharros, reptiles, anfibios y un
sinfín de aves.

8. La Omagua o selva baja se parece en productos a la selva alta, y
además con ríos de abundante agua y riquísima pesca, para lo que
empleaban el barbasco (una ponzoña a disolver en las aguas). Hay
abundancia de yucas, ñames o sachapapas, frijoles cle las playas, cala-
bazas o chiclayos (chiuchis), frutos de piguayos, coquitos de chambira,
ungurahui, umari, caimito, tapariba, charichuela.

La Omagua es un bosque tropical, de clima muy cálido con una
temperatura media de 24°C, alta humedad relativa y precipitaciones
concentradas en el verano. Su suelo es de relieve plano y ondulado.
SUS ríos, abundantes, caudalosos y de tranquilo fluir, con tres clases de
aguas: negras, cristalinas y turbias. En los meses de lluvias inundan los
bosques. Abundan lagos, lagunas y pantanos. Su fauna es considerable
y diversificada, al extremo de que en esta eco-región se concentra el
50% de las especies peruanas. Hay más de 800 especies de aves; y la
ictiofauna se calcula en más de 2.000 variedades.

Estas ocho regiones enumeradas, acomodadas a la nomenclatura tra-
dicional, pueden encuadrarse así: 1° La Costa, con dos pisos ecológi-
cos: a) Chala y b) Yunga. 2° La Siewa,- con cuatro ecosistemas: a) Que-
chua, b) Suni, c) Puna y d) Janca. Y 3° La Montana o selva con dos

ECOL~EGIONES DEL PERLI

3 L~W LlEL ~AaRCO
~S"JE 5EOO ECU l~IAL
5 ~QUE TY~rlCAL L'EL ~ACIRCO
5E~IA ESlE~ArA

¨ 5ELVA AL~A O ~5
- SELVA WA O ~IE l~ICAL A~ICO

Mapa de las 11 zonas edafológicas del ~erú. estucliadas y dadas a conocer -
A. Brack Egg
grandes zonas: a) Ruparrupa y b) Omagua. En lo que respecta a la sie-
rra, las franjas denominadas Suni, Puna y Janca constituyen las llama-
das tierras altas. Y en lo que corresponde a la costa, los pisos deno-
minados Chala y Yunga configuran las designadas tierras bajas. La
zona Quechua es la más templada de todas, por ocupar las elevaciones
intermedias.

Aparte de lo expresado, hay especialistas (p. ej., A. Brack Egg) que,
tras estudios minuciosos, dividen el territorio peruano en once eco-
regiones o nichos ecológicos. 1° Mar frío de la Corriente Peruana. 2°
Mar tropical. 3° Desierto del Pacífico costeño, surcado por 52 ríos, con
un perfil de equilibrio que va de O a 100 m sobre el nivel del mar. 4°
Bosque seco ecuatorial, de 100 a 150 kilómetros de ancho, con 23 y
24°C de temperatura y entre 1.000 a 1.800 m sobre el nivel del mar. 5°
130sque tropical del Pacífico. 6" Serranía esteparia. 7° La Puna. 8" El
Páramo. 9° Selva alta o yunga. 10° Selva baja o bosque tropical amazó-
nico. Y 11'' ~abana de palmeras. Pero aquí no termina tan interesante
orclenación, ya que otro especialista (Holdrige) ha diferenciado hasta
86 formaciones ecc)lógicas, que hacen del ámbito peruanc) el de mayor
densidad ecológica del mundo.

La población andina, en un ~universo~ de tan compleja ecología,
como tenía que ocurrir, llegó a desarrollar un enorme grado de versati-
lidad frente al ambiente, de modo que jamás podía permanecer encasi-
llada o acomodada a un solo tipo de hábitat. La pluralidad de ecosiste-
mas, tan próximos los unos a los otros, como es natural, le abrió las
puertas para ramificar mecanismos de macroadaptación y de comple-
mentariedad ecológica. Tres de esos artificios fueron: 1° la trashuman-
cia; 2° el control directo de tierras enclavadas en diferentes pisos eco-
lógicos; y 3° el intercambio interecológico de productos. En el primer
caso los ganaderos de las estepas (pampas de Junín, por ejemplo)
practicaban una especie de trashumancia estacional dentro de un cir-
cuito más o menos extenso incluyendo diversos picos ecológicos en
busca de pasto. Así es como de junio a octubre lo pasaban en Las
Lc)mas de los valles costeños, mientras que de noviembre a mayo,
meses de lluvia, en la sierra, se desplazaban a las elevadas cimas de la
cordillera. Es cierto que ello no constituía una norma generalizada en
el mundo andino, por cuanto hubo y hay zonas con recursos suficien-
tes en cualquier época del año (por ejemplo, Cajamarca, Tarma, Gua-
yacondo, Huamachuco), en cuyo ámbito se presentan casi todos los
nichos ecológicos, lo que impedía practicar la trashumancia y controlar
parcelas de cultivo localizadas en otras etnias.

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~on~no~ ~nX~
lo ~ r ~c~o~ n
p C~ t,n k~ ~ ~g "~ p a c~ ~o~ rr~ C~A~

Página ~0 del original de Ll Nue~a colónica y buen gobiemo. cle Felipe Gualllar
Poma de Ayala (Sondc)ndo. 1~ ). En csta carilla l-.-bla de los Tocay C,ápac
líderes de la etnia Ayarmac.l TLImbien da rel'ercncias sobl-e Pinagua Gíp.lc.
Los incas

Al espacio andino ocupado por el Tahuantinsuyo, por donde corre,
de S a N, el largo y corpulento espinazo denominado Cordillera de Los
Andes, se lo secciona en grandes demarcaciones culturales: Andes Sep-
tentrionales, Andes Centrales y Andes Meridionales. La primera abraza
1o que ahora es la república del Ecuador; la segunda, la del Perú, y la
tercera, la de Bolivia, nor-centro de Chile y nor-centro de la Argentina.
De las tres, la segunda es la que se caracteriza por ser la más variada
en altitud, orografía y climatología.

Los señoríos del Cusco
y origen de la etnia Inca

Los diminutos curaca~gos del Cusco preinca

Antes de que llegaran los primeros emigrantes de la etnia Inca, el
valle del Cusco tenía sus pobladores autóctonos. Habitábanlo una serie
de pequeñas etnias, unas más antiguas que otras: Hualla, Alcahuisa,
Sahuasera, Antasa~Tac, Lare y Poque o Puqui, cada una de las cuales

~ comprendia algunós ayllus.
E_ La etnia Hualla habitaba en la.s tierras de Huavnapata, cerca del
lugar denominado por los españoles Arco de La Plata, canlino a Char-
cas, es decir, al sur de la ciudad actual. Los huallas aparecen como los
más antiguos habitantes del Cusco, con sus casas agrupadas en las fal-
das del cerro, al oriente de la ciudad, desde los andenes de San Blas.
Su aldea central se llamaba Pachatusán.

Los sahuaseras procedían de Sutijtoco (área Masca/Paruro), y
cuando llegaron al Cusco encontraron a los huallas. Tomaron posesión
de lo que siglos más tarde iba a ser la parte principal de la llacta
( ciudad"), la loma féltil donde después iba a ser construido el Intican-
cha (o Coricancha) y sus contornos. Los huallas no les opusieron resis-
tencia; al parecer se confederaron con los invasores sahuaseras. A
éstoS, debido a sU pacarina o lugar de origen, también se les llamaba
Sutijtoco Ayllu. Su pacarina o lugar de procedencia estaba pues en
Pacarictambo.

Los antasayas hicieron acto de presencia después de los sahuaseras.
Por su etimología se deduce que procedían de algún sitio de las pam-
pas de Anta. Se ubicaron en la parte norte, desde el actual monasterio
de Santa Clara hasta Collcampata. Llegaron dirigidos por su jefe Quisco
("ave agorera") y esto dio ocasión para nombrar Cusco al paraje, debido
a que allanaron el terreno, quitando piedras y peñascos. Los sahuaseras
no les ofrecieron resistencia, y hasta se confederaron con los huallas.
Posteriormente, de los antasayas llegaron al Cusco los ayaruchos

quienes aseguraban proceder de Pacarictampu (Masca), señalando
COII10 pacariilCl suya a Capactoco. Se detuvieron en el CUSCo dirigidos
por su caudillo que tenía el misnlo nombre: Ayar l.cho, estal~lecién-
close en Pucamarca. Fueron los incas los que en fecha posterior les
cambiaron de apelativo, llamándoles alcahtlisas. Al alcanzar el Cusco
encontral-on que allí estaban ya establecidos los huallas. sahua~eras y
antasava.s, con los cuales se aliaron. I,os ayaruchos, desaparc eido su
jcfe lla llado también Ayar Ucho, entre otros lícleres que los gol~rnaron
subsiguientelllente, tuvieron a los famosos Apomaita y Colull Ichima.
I'reci.~alllente cuanclo se produjo la invLlsión-migración de Manco
Cápac, lo.s aclministraba el sinc~7i Columcllima.

I'or entonces Acamama era el nombre de una aldea de 30 chozas
cle pirca y paja, a la que se le hal)ía dado el apelativo de Ctlsco. La
hal)ital)an ha.sta 30 t'amilias nucleare.s-simples y nucleares-conlpuesta.s.
Su cacique y .señor se llamaba Ayar IJcho. Y é.stos, como los antasayas
! sahuaseras, llegaron, pues, cuando ya los huallas tenían ocupaclas las
fdklL~.~ del C~lsco, ul)ic da.s al E.ste de Acamallla. Pero a los ayaruchos
~aml~ién ~e les decía Arairaca Ayllu Cu.sco Callán, y años má~ tardc
alcdlluisas. El topónimo de su a.sentamiento preciso .se denominaha
Pucamal-ca .

Pero veamos algunas cuestiones más. El hecho cle que la estatua de
Ayar Ucho fuera colocada en el cerro de Huanacauri, al sur del CUSCO,
cs indicio dC que allí estuvo desde un principio su templo principal y
que hasta allí llegahan sus tierras o posesiones. El ídolo clc Ayar I Jcho
en la huaca de Huanacauri era, por lo tanto, la divinidad de los
alcahuisas. F,n resumen, Ayar Ucho no es. en realidad. hermano de
Manco Cápac como aparece en una leyenda tardía.

Poques y lares vivían al oriente del Cusco, donde tenían levantadas
sus viviendas. Los poques se situaban a ambos lados de lo que siglos
despué.s sería el camino al Antisuyo. Las fuentes españolas les llaman
nacio7l Poque y nación Lare.

E.stas pequeñas etnias con las que il)a a chocar Manco Cápac o
A~yar Manco en el C-lScO nc) representaban la sihlación típica del área,
puesto que no lejos de allí existían otras de gran extensión, constitu-
ycndo respetahles Estados como reinos, entre los cuales, según los
mitos más antiguos, destacaban el Colla, el Pinagua y el Ayarmaca.
Exi.ste la hipótesis de que ayarmacas y pinaguas conformaban un solo
E.stado, en el q~le el primero representaha a Anan y el segundo a
/ '~ in. I.o que a su vez sugiere que las etnias Hualla, Sahuasera y
Alcahui.sa estarían. entonces, a punto de ser asimilada.s por los referi-
clos ayarmacas, o quizá ya lo estaban.

g~ ~
Ayarmacas y pinaguas

Pe.scador navcgando en el lagc) Puq-linacocha, llamado Titicaca desdc el siglo x~7,

Veamos la situación de ayarmacas y pinaguas. Se trata de un gra
reino que se configuró en lo que hoy son las provincias de Cusco

Anta en fecha posterior a la destrucción del imperio Huari. El territori
de los ayarmacas comenzaba en Quiquijana, por el sur, extendiéndos
hasta Jaquijaguana (pampas de Anta) y Ollantaitambo, en el nort~
Mientras que Pinagua dominaba desde Quiquijana hasta Quispicanch
englobando la pampa y laguna de Muyna. Los jefes de Ayarmaca rec
bían el nombre genérico de Tocay Cápac, y los otros Pinagua Cápac
pero el primero con más poder que el segundo. La cerámica Ayarmaca
ha sido identificada ahora con el nombre de Quilque.

Tocay Cápac y Pinagua Cápac siempre figuran juntos. En la docu-
mentación aparecen uno al lado del otro, lo que indica que cada uno
encarnaba a una mitad o saya (anan/urin). Imagen nada insólita, sino
muy común en los reinos andinos, donde en cada curacazgo de lo~
Andes meridionales y aun en los sureños de los Andes centrales gober-
naba una diarquía.

Tocay Cápac mandaba en el NO. del Cusco y Pinagua Cápac hacia el
Este. Y eran contemporáneos al reino de Jatuncolla o Colla a secas, ~
donde su rey era conocido con el mote usual de Colla Cápac. Todos esta-
ban en pleno apogeo cuando se produjo la aparición de Manco Cápac.

En el país Ayarmaca-Pinagua, en la parte localizada al SE. del
Cusco, existían ~18 pueblos~ a partir de Las Salinas (próxima al Cusco'
cubriendo un largo de tres leguas (18 kilómetros) rumbo a Quiquijana.
en lo que iba a ser el futuro camino real hacia el Collasuyo. Englo-
baba, en conseCuencia, un espacio territorial bastante grande. Entre su~
principales asientos se CUentan Maras, Tambocunga (Pucyura), Amaro-
cancha, Aguayrocancha, Suca, Challuamarca, Chinchero, Guaypón, Aca-
mama (Cusco), etC. Tres de sus huacas tenían por nombre Ayarmaca
Guaypón Huanacauri y Chinchero Huanacauri.

Los ayarmacas tenían sU pacarina o lugar de origen ubicado en su~
propios dominios, en un paraje situado en el camino hacia Yucay. Lc
distinguían señalándolo con una piedra, hecho que advierte que no er~
un Estado creado por invasores ni emigrantes, sino un reino que sc
hizo, formó y desarrolló gracias a un proceso político-social propio c
interno~ como auténticos nativos de la zona. Consiguientemente, 10!
ayllus del Cusco a que se ha hecho referencia, como se dijo, erar
subetnias pertenecientes al reino de Ayarmaca (Anan), o por lo meno
a punto de ser políticamente anexionados.
Conviene subrayar aquí que los ayaraucas, como lo denuncia su
nombre, debieron ser opositores a la etnia Inca. Por lo tanto, Ayar
Auca pudo ser la designación dada por Manco Cápac al jefe de los
ayarmacas. Es decir, Ayar Auca sería el mismo Tocay Capac (o acaso
el Pinagua Capac). Los argumentos prohatorios son: 1°, que ya
vivían desde antes de Manco Capac; y 2°, un diferente dato legen-
dario que atribuye a Ayar Auca el haber dado el nombre de CUSCO
al lugar de Acamama.

Como se verá más adelante, los ayarmacas cumplieron un papel
muy notable en tiempc)s de los primeros incas, con quienes tuvieron
prolongados enfrentamientos. Pero poco a poco fueron relegados,
quedando sus reyes reducidos a simples caciques de ayllus, situación
en la que los dejaron subsistir a través del tiempo que cluró el
Tahuantinsuyo .

El origen de la etnia Inca en el Cusco

El origen y presencia de la etnia Inca en el CUSCO y SU valle, como
ocurre en cualquier lugar del mundo, tienen su explicación histórica y
también su justificación mitológica y legendaria,

La lectura de los documentos de los siglos XVI y XVII, unos publica-
dos y otros inéditos, dejan ver que la etnia Inca no era otra cosa que
un grupo de emigrantes escapados de Taipicala (ahora Tiahuanaco)
que, aproximadamente a fines del siglo Xll de la Era actual, lograron
evadirse en busca de refugio en tierras situadas al norte de su hábitat
primigenio.

En las postrimerías de la mencionada centuria (Xll), el Estado de
hal)la puquina, denominado más comúnmente Tiahuanaco, fue asaltado
e invadido por grandes oleadas humanas procedentes del sur (de
Tucumán y Coquimbo), en forma tan repentina e impetuosa que no le
dejaron tiempo para preparar la resistencia. Tales invasores, a toclas
luces, no eran otros que los aymaras.

Los motivos del desplazamiento aymara de sur a norte V las causas
de la caída de los puquinas (o tiahuanacos) pudieron ser varias. En el
caso de los aymaras, posiblemente cambios climáticos (bajada de la
temperatura) pudieron llevarlos a un desalojamiento masivo rumho a
zonas septentrionales; o tal vez la presión de otros puebios que a su
vez los acometieron y empujaron; o tal vez sabe una migración volun-
taria en busca de mejores horizontes.

En la situación de los puquinas (o tiahuanacos), que por entonces
conformaban un poderoso F.stado. su rápida disolución pudo estar
determinado por 1o violento e inesperado de la incursión aymara, no
dándoles la posihilidad de organizar la clefensa; o quizás las aristocra-
cias o jelatul-as de los pueblos conquistados y dc)minados por ellos
ávidos dc liberación, coadyuvaron con los asaltantes dinamizando el
derrocamiento, Cualquiera de estos hecllos pudieron acaecer, o acaso

,~ todos juntc)s, Lo cierto es que el Estado de habla puquina y su capital
Taipicala fuc ron capturados y totalmente destruidos, Las evidencia~

. arqueológicas hallada.s por Francis cle Castelnau en 184~ y más tarde, a
fines del siglo XIX7, coníirmacla.s por Max I Jhle, constatan que Taipicala
fue agredida y desheclla cuanclo estaba habitada y cuando sus maes

tros de obra y artesanos tral-ajaban sin interrupción, construyendo edi-
ficios, I)e ahí que los bloq-les dc piedra, junto a cinceles y otras herra-
mienta.s, yacían clebajo de los muros. listos para ser alzados y coloca-

~F dos en su sitio,
~_ Triunfante la irrupción aymara. el grur)o dirigente v dominante de
Taipicala fue taml~ién perseguido y casi íntegramente aniquilaclo. Por lo
menos los líderes cle la mitad de Anantaipicala fueron liquidados en su
totalidad, logrando huir únicamente los de Urintaipicala, mitad o par-
cialidad que tenía a su cargo el cultc) y religión oficial. sin embargo
hubo oprovincias,~ puquinas enteras que no fueron arrasadas, como las
de Callahuaya y Capachica. La masa campesina no se preocupó pOI
huir, actitud predominante entre los ayllus que componían la clase diri-
gente y dominante.

En fin, los jefes de l~rintaipicala, con cinco ayllus pertenecientes a
esta mitad, otros cinco del de Anan y tres más de otra parcialidad,
dirigidos por el sumo sacerdote, con la finalidad de salvarse, se fuga
ron y se metieron en el lago de Mamacota o Puquinacocha para refu-
giarse en la isla de Titicaca, considerada por ellos inexpugnable a
causa de su sentido mágico y religioso, por ser la ínsula más sagrad~,
de los puquinas. Y, efectivamente, allí lograron guarecerse y permane-
cer a la defensiva durantc algunos años.

Pero cuando los aymaras se consolidaron en el Collao, reiniciaror
sus marchas, avanzando por norte y oeste para protagonizar otra inva
Sión que acabaría con la destrucción del Estado Huari, haciéndolo
según parece, de la misma forma que desintegraron a los puquinas
pero sobre todo cuanclo se instauró y consolidó el reino aymar~
hablante de Lupaca (Chucuito - Juli - Copacabana). Ante la amenaz~
de éstos, dirigido.s por el caudillo Cari, que avanzaban por Copaca
bana y Yampupata para meterse y tomar la isla de Titicaca, los sacer-
dotes y demás ayllus salvados de la hecatombe no tuvieron más
opción que salir navegando en balsas de totora para desembarcar en
las playas de Puno; y de allí continuar una larga, penosa y sacrificada
peregrinación hacia el noroeste en busca de un refugio más o menos
seguro para sobrevivir y proteger la tradición cultural y política de la
clase dirigente de la arrasada Taipicala. Quien dirigía el grupo era
nada menos que Apo Tambo, jefe de Urintaipicala, pues el jefe gue-
rrero de Anantaipicala ya no existía, dado que lo habían matado los
invasores durante el ataque.

De Puno prosiguió el éxodo hasta el país de los mascas (SO. de la
hoy provincia de Paruro), deteniéndose en Pacarictampu o Tambotoco.
Tal peregrinaje clebió de realizarse a finales del siglo Xll, y el desplaza-
miento debió de durar bastantes años. Pero cuando se detuvieron en
tierras mascas, justamente encontraron ahí la pacarirza o lugar legenda-
rio del origcn de los maras, o sea, la caverna de Marastoco. Allí per-
manecieron un tiempo considerable, tanto que Manco Cápac. hijo de
Apo Tambo, parece haber nacido en Tambotoco.

El Pacarictampu antiguo debe corresponder al asentamiento de Mau-
callacta (~ ciudad antiquísima") y Tambotoco debe relacionarse con el
actual Pumaurco. Maucallacta está a 18 kilómetros del actual pueblo de
Pacarictambo, Allí residieron muchos años. Sus jefes, entonces, comen-
zaron a recibir el nombre genérico de Apotambos, uno de los cuales, el
último, fue padre de Manco Cápac. Pacarictampu, en dicha época, se
convirtió en la secle de un débil señorío que mantenía a pequeña
escala la tradición y pompa exterior de la vieja y extinguida Taipicala.
Se podría sostener que Maucallacta fue fundada por aquellos migran-
tes-refugiados .

Pacarictampu, lugar de alberg-le de los expulsados y perseguidos
taipicalas, resultó incómodo para los ayllus, cuya población aumentaba
y para los cuales se presentaba la necesidad de poseer tierras para el
sustento. Por eso dirigieron sus miradas hacia el Cusco y valle de Uru-
bamba-Vilcamayo (río Sagrado o río del Sol), en busca de espacio vital,
y para alcanzarlo estaban decididos a protagonizar invasiones y guerra~
de conquista si la toma de posesión resultaba imposible por vías pací-
ficas. La fertilidad de los valles citados les impulsaba a ocuparlos.

Hay indicios de que en Pacarictampu también se produjo la escisión
del grupo migrante, prosiguiendo cada cual por rutas diversas unos,
los tampus, hacia el extremo norte (hoy Ollantaitambo), y los otros,
seguidores de Manco Cápac, al Cusco. En consecuencia, la .segunda

,~rA':

La ruta seguida por los legendarios hermanos Ayar, dcsdc Pacarictampu
Cusco, no es otra que la efectuada por Manco Cápac durante un largo y len~
peregrinaje en busca de un lugar seguro de refugio y permanencia.
fdceta de la migración, por ser la más reciente, está menos clesvirtuada
por la leyenda, El caudillo Manco Cápac empieza a figurar como
nuevo líder en el país Masca, o, en otras palabras, en Pacarictampu.
Manco aglutinó en torno suyo a los 10 ayllus migrantes, mientras que
Ayar Cachi, el posible jefe de los tampus, sólo a tres. Cada cual, pues,
se preparó para seguir itinerarios diferentes.

El avance de los 10 ayllus de Pacarictampu (S de Anan y S de
Urin) en son de conquista y bajo el mando de Manco se realizó en
fases suce.sivas con intervalos espaciados. Llegaban y tomaban posesión
de comarcas, acomodándose aledaños a los ayllus autóctonos que
hallaban, De Pacarictampu pasaron a Guaynacancha o Huanacancha,
permaneciendo allí un tiempo bastante largo, pues incluso sembraron y
cosecharon en las alquerías, Manco por entonces seguía siendo jefe
político, guerrero y religioso: suprema autoridad militar y sacerdotal de
los emigrantes, Ahí tomó como esposa a Mama Ocllo, en homenaje al
pa)lta)l~cc) o tincu)iacuspa ,(serl~inaclu

Reemprenclieron .~.u avance y el siguiente asentamiento fue en Tam-
puquiro (ahora Tambuqui), donde nació un hijo de Manco Cápac, posi-
blemente el primero, acontecimiento que dio motivo a singulares fies-
tas rituales. Ahí también se detuvieron algunos años.

La siguiente pczscana (lugar de descanso) fue Pallata (en Taray),
en la cual, igualmente, permanecieron mucho tiempo. Allí celebraron
el ceremonial del rutochicu o primer corte de pelo de su hijo, a
quien le pusieron el nombre de Roca. Después pasaron a Huaysqui-
rro (¿Yaurisque?). Prosiguieron el avance y llegaron a Quirirmanta,
donde contrajo matrimonio con la referida Mama Ocllo conforme a
los ritos usuales: aparte de ésta tenía otras esposas, entre ellas la
aguerrida Mama Huaco.

De allí se lanzó a la captura de Huanacauri, que pertenecía al
ámbito dc los ayaruchos (alcahuisas) encabezados por Ayar Ucho. En
la contienda murió éste defendiendo sus dominios ante el ataque de la
etnia Inca, hecho que les abrió el camino. Tomaron posesión de Hua-
nacauri, pasando a realizar lo mismo en Matagua (¿Matará?), punto en
el que iniciaron el asedio del valle del Cusco (Acamama), zona apete-
cida por reunir las condiciones que buscaban: buen clima, suelos y
aguas apropiados para la agricultura. Pero como el Cusco estaba habi-
tado por varias etnias: huallas, sahuaseras y antasayas, aparte de los
ayaruchos, Manco tuvo que planear un entendimiento, o un enl'renta-
miento con ellos. En Matagua celebraron el rito festivo del huarachico,
declarando mayor de edad a Roca, a quien le comenzaron a llamar
Sinchi Roca: le pusieron huaras (calzones) y le perforaron las orejas
para encajarle pequeños discos de oro que representaban al Sol.

Estos migrantes, como es lógico, avanzaban llevando consigo
muchísimas institUciones propias del sur, de Taipicala, de los puquinas,
Los ayllus estaban divididos en dos bandos: anan y urin, La única
diferencia es que los anan no tenían un jefe, por haber sido asesinado
en la destrucción de Taipicala (Tiahuanaco), En cambió los urin venían
mandados por el sumo sacerdote, su jefe nato, quien, debido a las cir-
cunstancias, se comportaba como caudillo de ambas mitades, el cual a
su vez estaba acompañado de su consorte y hermana: la diligente
Mama Ocllo, y de otra esposa principal: la aguerrida Mama Huaco.

Ante la inminencia de la acometida, Manco buscó alianzas con
etnias opositoras de las que poblaban el Cusco. Sus miradas e intereses
los fijó en los saños, cuyo sinchi o jefe llamado siticguamán lo acogió
con simpatía. Ambos señores ponderaron la situación y las posibilida-
des, cuyo punto culminante fue la concertación del matrimonio de sin-
chi Roca con Mama Coca o Mama Cora, hija del mencionado jefe de
Saño, de cuya unión nació un niño que llamaron después Manco
Sacapa. Con tal alianza matrimonial incas y saños comenzaron a operar
de acuerdo. Los huallas, como es lógico, se pusieron en pie de guerra
Pero la derrota de éstos fue total, gracias a que, en dicha campaña,
tuvo una actuación descollante Mama Huaco. Muchísimos fueron empa
lados y asaetados por disposición de ésta. Los huallas, con su sinchl
Apo Cagua, huyeron refugiándose en los lugares llamados actualmente
Hualla y vico, en los valles de Hualla y Pisaj, de clima cálido, en los
cuales se dedicaron, entre otros productos, a sembrar coca. No se les
dejó volver jamás al Cusco, por lo que ya no vuelven a figurar en nin
gún evento posterior. De ellos, en los ceques del Cusco, no quedó n
huella de su sepultura.

Producida la invasión y el triunfo de Manco, al ver que despojó de
tierras y agua a los huallas, poques, sahuaseras y otros ayllus, los aya-
ruchos o alcahuisas, con sU nuevo jefe Copalimaita, le cedieron volun
tariamente algunas parcelas más, aunque Manco porfiaba en apoderarse
de todas, e incluso de sus propias viviendas. La decisión de la valerosa
Mama Huaco determinó que los invasores tomaran la totalidad de las
aguas (manantiales y canales) privándoles de riego, con la finalidad de
presionar a los ayaruchos o alcahuisas para la entrega de sus tierras.
Entonces los ayaruchos se prepararon y presentaron una dura resisten-
cia, obligando a Manco Cápac a retroceder a su asentamiento de Huay-
napata, que había usurpado a los huallas.
El peligro común coaligó fuertemente a alcahuisas y sahuaseras,
Perc) I~Ianco los volvió a atacar, derrotándolos definitivamente, tras lo
c~lal les despojó de sus posesiones. El derrocado Copalimaita prefirió el
eXili° a seguir viviendo bajo el dominio y control de los invasores y
~'enCedores, De todos modos éstos dejaron una parte de terrenos para
da y cultivo de los demás ayaruchos que quedaron, quienes
nían una latente y profunda oposición contra Manco y su gente
Inostrándoles una falsa sumisión. Ambos rivales frecuentemente se
enfrentaban~ cosa que iba a durar hasta la época de Maita Cápac.

Los sahuaseras también fueron expulsados de sus posesiones ubica-
da~$ donde después se hizo levantar el Inticancha. SUS descendientes
exiStían en 1572, con sU residencia al sur, entre esta llacta y Huana-
CaUri, camino del Collao. Allí, en la huaca de Ayavilla o Ayavillai, esta-
las tumbas de sus caciques, junto a las de los alcahuisas.

Los poques fueron arrojados al oriente, hasta el nacimiento del río
I d~lCarlamho, I)e ellos sólo quedó la memoria de su huaca: Poquincan-
~ a, cerca del Cusco, en la ruta a Collasuyo (donde los incas levanta-
ron InáS tarde un "museo-archivo~). Del grupo desterrado al origen del
Cltado Paucartambo tampoco quedan vestigios ahora.

A los lares se los expulsó hacia el noroeste, al actual valle llamado
, donde continuaron viviendo en humildes chozas. De éstos resta
recuerdo el actual pueblo de Lares, al fondo del valle urubam-
)InC). A los antasayas, en cambio, en los tiempos de Lloque Yupanqui
(~Iglo XIII) se los expulsó a las afueras del Cusco, quecdando con el

l~oml~re de ayllu Quisco, patronímico de su caudillo o jefe. Sus descen-
dientes vivían en 1572

, PerO los ayaruchos o alcahuisas, como ~aliados~ de los primeros
, quedaron ocupando la parte oeste de la llacta hasta los años de
~I°qUe Yupanqui. (En esta época, oprimidos por el aumento de los
a~ ls de la etnia Inca, intentaron un ataque, pero fueron dominados
Por ~aita Cápac, obligándoles a vivir siempre fuera de la mencionada
aCta del Cusco. Parece que desde entonces tomaron el nomhre único
C~e Alcahuisa De ellos mismos se separó otro ayllu llamado Colun-
Cllin-~a. Sus descendientes vivían en 1572.)

AdemáS de los anteriormente referidos, Manco Cápac derrotó y des-
r~lyO totalmente a otras pequeñas etnias y ayllus que habitaban en los

lrededores del Cusco, como al de Humanamean que moraba contiguo

ntlcancha .

Los que acababan de llegar al Cusco en tales condiciones presenta-
an raSgOS que los diferenciaban de otros pueblos. Por ejemplo, el
cabello muy corto que de lejos daba la imagen de cráneos rasurados.
Usaban pendientes redondos, tan largos que encajados en los lóbulos
dilataban sus orejas llegándoles a rozar los hombros. El jefe, además,
exhibía en su frente el símbolo máximo de su encumbrada categoría:
la mascaipacha y tupacusi: una borla de color rojo con hilos de oro,
CUyOS flecos le caían hasta las pestañas, de modo que impedía que se
le vieran los ojos. Otras insignias que portaban eran el napa (llama
blanca), vasos rituales, el st~nturpatfcar (lanza o pica elaborada con
plumajes de colores sujetos a mimhres y cañas) y el hacha o yauri. Y
además el ave inti. un animalito que desempeñaba el papel de mensa-
jero entre los emigrados y los dioses del cielo: un oráculo. Todo el
grupo se autotitulaba Inca, es decir, la etnia o nacionalidad Inca. Se
notaba la ausencia del jefe de Anan, por haber sido liquidado en la
destrucción de Taipicala.

La ruta del desplazamiento de Taipicala a Pacarictampu y de ahí al
Cusco, como se puede aprc c iar, siguió el mismo periplc) que las
andanzas clel mitol(')gico dios Huiracocha y sus discípulos cuando
venían propagando su religión y fe. Tal derrotero dehió tener un sen-
tido: hacer coincidir el rumbo del supremo dios ordenador con la de
estos desdichados supervivientes, que iban en husca de una felicidad
duradera que aún no sabían dónde ni cómo encontrar.

Mientras tanto los tambos o tampus hacían lo mismo, avanzando
hasta tomar posesión del ahora llamado valle de Tambo, al oeste de
Urubamba. Estos, en su nuevo asentamiento, se sentían socialmente tar
importantes y nobles como el grupo establecido en el Cusco sin
embargo, éstos iban a ser los que restaurarían siglos después el Estadc
imperial con el nomhre de Tahuantinsuyo o Tahuansuyu.

Adueñados de las tierras del Cusco, Manco y la etnia Inca las ocu-
paron con el deseo de no salir ntlnca de ellas. He ahí por qué hiz<:
erigir, en lo que fue la tierra cde los sahuaseras, su vivienda y templo
edificio que simultáneamente comenzó a desempeñar cuatro funciones
dado que él seguía concentrando en su persona las jefaturas civil, mili
tar, judicial y religiosa. Era la única autoridad, pues aún no se habí~
restablecido la diarquía. El recinto fue llamado Inticancha (cercado de:
Sol). Simultáneamente tomó como esposas a las cónyuges de los sin-
chis muertos y a otras hijas y hermanas de éstos. Instaló de nuevo

los ayllus que habían emigrado bajo su dirección, emprendiendo un~
hábil propaganda para que IOS campesinos viesen en él y su grupo ~
los hijos de dios y consideraran su Ilegada como un hecho anunciadc
por designios divinos, y los consideraran a ellos como enviados de
~0 Los incas

dios ~ol para orcl~7lar !- cil iliza) a los ¡atunruna.s. Una gente superior a
las demás.

La elección del sitio para levantar .su aposento y templo se llevó a
caho de conformidad a lo.s ritos típicamente andinos: lanzando con
energía el haclla. símholo de manclo que portaba el caudillo. En el
lugar donde cayó. según parece esta vcz bien hundida, se construyó el
edificio para residencia de ese guerrero-sacerdote.

~os senor~'os del C115c0 ,y origen cle la éínia Inca

Los incas tenían la costumbre de
horadarse los lóbulos de sus ore-
jas y exhibir orejeras tal como
aparece en la figura de la dere-
cha. Esta figura representa a un
indio coto del río Napo CUya etnia
expresaba la misma costumbre.

El cráneo de un hombre pertene-
ciente a la etnia Inca. Exhibe su
cabellera rasurada, es decir, con
el pelo muy corto: uno de los
símbolos de su identidad.
Quero o vasija antropopro.s(:)pa en madera imiLlr~do í'orma.s ccrámicas, proce-
clcnte del ámbito Cuzqueño. (Archi~ o GI~A)

La lucha or la persistencia.
De Manco (~ápac a Inca Urco.
Siglos XII-XV

L~ Manco Cápac

Manco Cápac es un personaje de la protohistoria andina aparente-
mente nebuloso por la simple razón de que sólo en él se quiso com-
pendiar una larga y compleja época l~istórica desde la caída de Taipi-
cala hasta el establecimiento en el C-ISCO de un numeroso grupo de
supervivientes. Además, en fechas posteriores, se le cuhrió de leyen-

~as y mitos para, en torno a su persona, justifical- el imp~rio d~ sus
continuadores. Pero en la vida real personifica una lenta y difícil
huida-migración desde Pacarictampu al Cusco, trayecto en el que
empleó más de 20 años para cubrir una ruta de apenas 50 kilómetros.
Es un personaje historico, pero desvirtuado por aditamentos mitológi-
cos y legendarios que él mismo y sus sucesores en el mando se preo-
cuparon de fabricar y divulgar para hacer olvidar a los jatunrunas la
triste derrota de la realeza de Taipicala y su tan calamitosa huida al
norte. Después de todo es una saga que encubre una epopeya verí-
dica: el éxodo del grupo que pudo escabullirse después del desastre.
Así acabó transformándose en el héroe epónimo del origen de la etnia
Inca en el Cusco.

Manco Cápac, conocido también con el nombre de Ayar Manco, fue
pues quien logró establecer a su gente en el paraJe de Acamama
(Cusco). Y si bien pudo desmembrar a las etnias Hualla, Sahuasera y
Ayar Ucho o Alcahuisa, no pudo hacer lo mismo con otras.

El reino de Ayarmaca, que existía contiguo y se desarrollaha con
gran ímpetu, resultó sU más encarnizado adversario.

La vida de Manco Cápac en el Cusco fue de una incesante lucha
contra la reticencia y oposición de los ayarmacas. Estos jamás se ave-
nían a la presencia Inca en un sector de los territorios que les hahían
invadido y despojado. Se sabe que el mismo Manco tuvo enfrentamien-
tos con Tocay Cápac y Pinagua Cápac, destruyéndoles algunos ídolos.
La lucha, pues, entre l(js invasores incas y los invadidos ayarmacas era
ua oasn~ la ua seqaaq
selnJu!d seun ap aseq
e c,lgl ua sosaJdwl UOI
anT 'le~s,enH ap la elseq
~uan~ls an~ sol owo~
'uollepaw als~ aed,e~
o~uel~ ap oTellal 0l1o

'°IPO eul~ue~ alqwou lod elua~
e"o e~ ~ede~ oaue~ ap saledl~uud

~ede~ oaueV~ leA~ o ~ede~ oaue~ sesodsa sop sel ap eun 'o~enH ewwe~

-me~e o sesul-le.~le .i se.lasellules sellen[l sol ap elollap p
eao~ TqaU!s anb lapualua e ep anb o~ oasn~ le Ouepálp ? !
ueS AOU,) oueS ap nllAe lap louas lap elwl 'eao~ ewe~T (Uellseclas
'O~SIl~ la ua asla~alqelsa ap salue 'lolTua~old ns 'salupzll tl°o ose.~ ~I
-Iwe leue~ ap peplleuT~ el uo~ aluaweATI!U!~ap aslelua~.e ' a (~WTS O SO~
un~le ap e~snq ua allou e ms ap ueqezeldsap as salped nb ua le~lll
(e;~sey~T elula el ap sTed) oJ!nbndwel~ ua oploeu eTqeE IT ,0 nS opue

-,u~ew un ollnsa~ UIS) eoTpuT °l oAnelade ns OttTo~ ~e lallan~ 0.~,1,;

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epun~as el ua ITlln~suell ap gTqap saleuoslad solsa ~0 s lap pelTtll
e~ saluanl seslaA!p ap uawexa lap a~npap as TS~ .(e~e~llPol ap ep
-o~ewnbnd o elo~eweV\l o~el la ua ',leo~) ap elSI el e aplell AOTI) eTIo
sopelTodsuell uolanT 'SOpe~T,3!WOW owslwlse °IPO eTue~T a
solsal so~ o~sn~ la ua eula!Tla laaeTl eled ,olqwas ol anb P Salell°W
el ap euoslad elawTId el ella OpTS laqeTl ap Uo!~eloTlTatl~al tl' I eTUIa
elqwals ap solll SOI aluemp eqelauaA al as apuop '°~sn~ Z~Tew lap
A InS le 'olasneS ap epeualp elTall el ua opelTsOclap A le epe~ad
'opeAIasald an~ u,alqwel odlana ns 'o~TenH eTue~ °lln

ap enlelsa eun ol,os oasn~ la ua opuepanb 'e~e~lll,L lap ~e~ op
opelsell ns osndsTp uamb '~aln~eul~ed ap Sodwa!l sol e~se Oldwal le
la ua opeplen~ A (opeoT3Twow) ope~as!p an3 JaAepe~ nS ,eT t~T~UeollUl
-ell nllAe o ~ u~Cl el ua sopewlnl~e uolanTT salualpua~sa !tlo °PeTU

-sap A 'eao~ !UI~U!S OIITl ns e e!ula ns ap e,n~ °W°~ o!ap P snS sanC~
~ o~s ~

sopesedalue sns ap olnlTI la leATasuo~ ap oasap la Jod °los le~ldTP~l~ ap
eqeu~!sapolne as l,a 'o~leqwa u!~ so~snau!ln A so~sll;~u ('~aJ) ~7~7C~
-,aua~ uo!aeu!uTouap el uolewol sapellw sel apuop ~(~leslle~) ap e;~
-wele~ A (oaeqeL) eq~ue~al!eS '(salopala,L) eu~auea!qTunq~
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opuesed 'snllAe sew lels!nbuoa !u la~uaA opnd o~ en~aJI UIS
11 llj

Chimpu Urma, otra dc las esposas
principalcs de .~inchi Roca. ~icntía
gran atracción por las florcs.

chos, siendo ya joven y estando casado. Muerto su padre y sucedién-
dole en el cargo, se puso con gran satisfacción la maiscaipacha, para-
' fernalia máxima del poder entre los de su nacionalidad.

Dada la contradicción de las etnias vecinas, que exteriorizaban su
más fuerte rechazo a estos foráneos, no pudo ampliar nada su redu-
cido entorno geográfico, pese a ser un buen guerrero. El Cusco inva-
dido y tomado por la etnia Inca sólo se expandía hasta el cerro cer-
cano de singa (Tambomachay). Lo que pudo conseguir fue la amistad
de algunos señoríos colindantes, pero jamás la aceptación de Tocay
Cápac, rey de Ayarmaca, quien, en un enfrentamiento, arrancó a Sinchi
Roca dos dientes incisivos.

En la vida práctica y real sólo era un sinchi o jefe guerrero y
valiente; imposible de ser llamado inca (rey/emperador), puesto que el
territorio y la población que gobernaba eran muy exiguos. sin embargo
ostentaba la insignia llamada mascaipacha. siguió aliado con los saños
etnia de su madre.

-- Fallecido Sinchi Roca, debi¿) dc continuar con cl podcr su hijo
Manco Sacapa, nacido antes de llegar al Cusco; pero por razones que
se ignoran fue depuesto, prefiriéndose en su lugar a Lloque Yupanqui.
Manco Sacapa pasó a dirigir a los sucesores y descendientes de Sinchi
Roca, agrupados en la denominada Rauraupanaca.

Iloque Yupanqui

Lloque Yupanqui, hijo de Sinchi Roca, tampoco pudo expandir
mucho su diminuto territorio. vivió en un permanente estado de lucha
para subsistir. Continuó la guerra con los ayarmacas, confiando sus
guerreros a la dirección de su hijo Cusi Huamán Churi. Su habilidad
consistía en mantener el equilibrio con los curacas de los señoríos limí
trofes que veían en la etnia Inca un grupo de extranjeros e invasores
De todas maneras se ganó la simpatía del señor de Huaro (35 kilóme-
tros al sur del Cusco), llamado Guamay Samo. También la del cacique
nombradO Pachachulla Huiracocha; y por último la de los ayarmacas
de Tampucunca y la de los quilliscachis (cerca de Pucyura/Anta), estos
últimos gobernados por un jefe famoso. En lo que respecta a sus con-
versaciones con Pachachulla Huiracocha, parece que fue sólo una con-
sulta al oráculo de este nombre, ubicado en un alto cerro de Urcos. Lc
que no pudo conseguir fue el asentimiento del Tocay Cápac, sobre-
nombre con el que se distinguía entonces al rey de Ayarmaca, quien
estuvo a punto de echarlo del Cusco. Pero en uno de los combates
mataron a este rey, lo que determinó la conquista de las tierras del
ayllu Maras, y representó un rotundo triunfo Inca, si bien permitieron
seguir viviendo allí a los citados maras.

siempre con miras a ganarse amistades y aliados, Lloque Yupanqui
tomó como esposa a Mama Cagua, hija del curaca del ayllu de Oma,
a 11 kilómetros al sur del Cusco. Fue otra boda por ~razones de
Estado". Pero su territorio no era nada extenso, sino solamente un sec-
tor del valle cusqueño. Era en realidad un simple jefe amenazado por
otros más poderosos. Lo que le salvaba era su astucia: intrigas para
hacer pelear entre sí a los señores de los ayllus del Estado Ayarmaca.
Apenas pudo salir más allá de lo que su padre y abuelo le dejaron
como territorio.

Según la nomenclatura oficial que conservaban los de la etnia Inca
de sus respectivos dirigentes, a Lloque Yupanqui le sucedió su cuarto
hijo: Maita Cápac. Mientras sus demás descendientes se reunían en la
panaca de Agua1 ~ A,~llu.

Maita Capac y Tarco Huaman

Maita Cápac se hizo cargo del gobierno muy joven, por lo que fue
necesario que un hermano de su padre lo sustituyera en el mandato.
Fue entonces cuando la etnia Alcahuisa, gobernada por los Ayar Ucho,
se sublevó para recobrar su libertad y echar a los incas de esas tierras
que no les correspondían. Una noche atacaron el Inticancha, morada
del señor de la etnia Inca con la intención de matarlo. Ello no fue
posible debido a su agilidad atlética, pero la guerra estalló entre los
dos contrincantes. Se llevaron a cabo tres batallas. En la última cayó
prisionero Ayar Ucho, quien murió prisionero, quedando su etnia
derrotada definitivamente. La victoria afianzó la presencia de la etnia
Inca en el Cusco, hasta el extremo de pensar en una expedición hacia
el país de los cuntis, situado al suroeste.

En su tiempo la presencia de los invasores incas en el valle cus-
queño resultaba ya demasiado larga, lo que preocupaba a los ayllus
vecinos y a los ayarmacas en especial, porque ello les mermaba tierras,
aguas, pastos y otros medios de producción. Los incas, débiles militar y
políticamente, iban adquiriendo fuerza.

Maita Cápac tomó como esposa principal a Mama Tancaray, hija del
jatunmallco (rey) de Collagua (Cailloma). Y cuando expiró, tal como lo

Lloque Yupanqui.

.~ama Cora Ocllo, mujer principal d
Lloque Yupanqui.

~e,~

~J

Otro retrato de Lloque Yupanqui.
Maita Cápac.
Chimbo Mama Yache Urma. una de las
esposas de Maita Cápac.

Labía dispuesto en vida, fue declarado heredero su hijo Tarco Huamán
Lue fue reconocido y gobernó un tiempo. sin embargo, en la dur;
~cha por el poder, fue depuesto mediante un golpe de Estado maqui
,~ado por un primo suyo llamado Cápac Yupanqui. Tarco Huamán fu,
rdestituido~ aunque después se le permitió que gobernara a los descen
~lientes de su padre que se agruparon para formar el linaje de Usc
l~aita Panaca: una de las pruebas más palpables para demostrar que
~era vástago de Maita Cápac. Otro hijo de este inca, Condemaita, fue
~elegido sacerdote.

pac Yupanqui

Cápac Yupanqui, hijo de Curu Yaya, hermana de Maita Cápac, era
,~ pues sobrino de este inca y primo de Tarco Huamán.

Dadas las condiciones en que accedió a dirigir la etnia Inca, tuvo
que poner en funcionamiento una administracion draconiana. Apuntaló
el afianzamiento de su gohierno en una serie de asesinatos. Como pri-
mera medida hizo matar a nueve hermanos de Tarco Huamán, a fin de
que ninguno de ellos le estorbara y quitara el poder; a otros les obligó
a jurarle lealtad y a un tercer grupo lo alejó del Cusco.

Por entonces el pequeño señorío Inca había ya adquirido una apre-
ciable fuerza. De ahí que elaborara un plan de expediciones y con-
quistas. Con tal fin tUVo dos choques con los cuntis. Pero éstos se ade-
lantaron y no perdieron tiempo en lanzarse a un ataque sorpresivo. Se
llevaron a efecto dos combates que acabaron con el triunfo de Cápac
Yupanqui, el cual oCUpó y recorrió parte del país Cunti. Inmediata-
mente recibió una embajada enviada por los capaccuracas (reyes) de
la etnia Quichua o Quechua (Abancay), pidiendo ayuda a la etnia Inca
contra los poderosos chancas de Andahuaylas que los amenazaban con

invadirlos y anexionarlos a su Estado. El hecho sirvió para que lo~
anan y urinCUsCos se prestigiaran.

En efecto, simultáneamente los chancas por el norte y los collas pOI
el sur agrandaban sus posesiones con victoriosas conquistas, sobr~
todo los primeros, que--en verdad--constituían ya un Estado pode-
roso que se puede calificar de imperial. El Cusco, en cambio, pese a 1
derrota de los CUntis, seguía siendo un diminuto señorío.

En fecha posterior conquistó las etnias Cuyo y Anca, a 22 kilóme
tros del Cusco. Precisamente para Cuyo nomhró como tucricut (goher
nador) a Tarco Huamán, con el encargo expreso de remitir a Cápa
~2 los incas

Yupanqui, cada año, 1.000 jaulas de pájaros de la selva y de la pu~la
(estepas). Las avecillas eran necesarias para quemarlas en los ritos pro-
piciatorios antes de marchar a las campañas bélicas.

Como el renombre de Cápac Yupanqui se extendía, el jefe de los
ayarmacas buscó su alianza, dándole como esposa a su hija Curi Hil-
pay, quien fue agregada a su harén. Cusi Chimbo, entonces, otra de
sus csposas, cegada por los celos y las pasiones, envenenó a Cápac
Yupanqui, cuya desaparición motivó una crisis política en la etnia Inca.
Cusi Chimbo fue utilizada como instrumento de una conjura fraguada
de antemano por el entusiasta y convulsivo Roca. encomendándole a
ella el envenenamiento. El caos fue aprovechado por los chancas, quie-
nes invadieron el reino Quech-la. Con Cápac Yupanqui acabó el predo-
minio de los urincuscos, que tenían concentrados todos los poderes,
inclusive el religioso.

Cápac Yupanqui, aún vivo, había expresado el deseo de que su
sucesor fuera su hijo Quispe Yupanqui. Pero éste pereció en las gue-
rras cle .sucesión, y su nombre fue horraclo de la historia oficial por los
anancuscos. Cápac Yupanqui, además, fue el último señor anancusco
de la etnia Inca que vivió en el Inticancha. Sus descendientes formaron
la panaca de Apo Maita.

Inca Roca. La restauración de la diarquía

El homicidio en agravio de Cápac Yupanqui provocó el encumbra-
miento de los anancuscos. Estos asaltaron el templo del S(:)l (Intican-
cha), residencia de los jefes de la etnia Inca, que eran autoridades civi-
les y religiosas. El complot tuvo tanto éxito que los anan proclamaron
i~lca a uno de su grupo: Inca Roca, quien, entre las primeras medidas
que adopt(S, destaca la de tomar como esposa a Cusi Chimbo, viuda
clel extinto Cápac Yupanqui, a quien mató haciéndole beber una
p(Scima mortal, prueba de que los dos tramaron y convinieron la desa-
parición del referido Cápac Yupanqui. Fue un perfecto golpe de kstado,
con su asesinato y demás incidentes.

Inca Roca no ocultó sus desmedidas ambiciones. Restauró el sistema
polítieo de Taipicala, recuperando la jefatura de los anan. interrumpida
descie aquel año aciago en que los invasores aymaras destruyeron el
F,stado Puquina (:Tiahuanaco), dando muerte al rey de Anantaipicala.
Vividió los poderes cle tal forma que el jefe inca de la facción de Urin
quecló sólo a cargo del sacerdocio del Sol, con S-l residencia fija en el
IMcha ~or la ~ersistencia

Chimbo Mama Cagua, una de las es-
posas principales de Cápac Yupanqui.
Según Huamán Poma, padecía de ata
ques epilépticos.
Inca Roca y su hijo Guamán Cápac.
Cusi Chimbo Mama Micay, esposa
principal dc Inca Roca. Míujer apasio-
nada por la música y danza.

~cha por la persistencia ~,~

~Jhticancha Los incas de Anan, por el contrario, retomaban bajo su con
~1 la actividad Civil, política, económica, judicial y marcial. Dos incas
d de Anan con más potestad qlle el de Urin, dejado exclusivament~
para fines espirituales, salvo en ciertas ocasiones en que podía sustitui
al de Anan. De ahí por qué Roca es el primer jefe de la etnia Inca qu~
áparece oficialmente, en efecto, ostentando el nombre de inca.

En conseCUenCia, los invasores incas en el Cusco, a imitación de su
antiquísimos antepasados puquinas de Taipicala, otra ve7 comenzaron .
tener dos jefes: uno de Anan y otro de Urin. He ahí por qué Inc.
Roca tuvo que abandonar el Inticancha, dejando esta residencia para e
sumo sacerdote: mientras él se dedicaba a dirigir la construcción de s
propio aposento en otro lugar. Tales sUcesos son indiscutibles. El resta
blecimiento del régimen político que siglos antes había imperado el
Taipicala los ponía en una situación privilegiada para iniciar la expan
sión, pese a que los rodeaban Estados poderosos. Tuvo que enfren
~tars,e a los ayarmacas.

Se lanzó a la conquista dc la ctnia Masca (Paruro), amiga de lo
urincuscos. El rey masca, Cusi Huarllán, fue apresado y confinado en c
Cusco. Tras esto derrotó definitivamente a los pinaguas (Muyna), dand(
muerte al sinchi Muyna Pongo: en tanto el otro sinchi, Huamán Topac
se fugó sin que se supiera adónde. Después se introdujo por Quiqui
jana y conquistó Caitomarca a 30 kilómetros siguiendo la ruta sureña
territorio que perdió pronto por el error de no dejar guarniciones.

Por entonces los chancas ya estaban en las márgenes del Apurímal~
esperando la coyuntura para abalanzarse sobre el reino de Ayarmac
(Anta Jaquijaguana). sin embargo fueron retenidos merced a que Inc
Roca los contUvo gracias al auxilio de tropas mercenarias que contrat.
en Canas y Canchis, etnias libres y distintas a la Inca del Cusco. Año
más tarde avanzó por el Este, hacia Paucartambo, deteniéndose sól
ante la floresta del límite ~le selva. Su error, como el de sus antepasa
dos, fue invadir y conquistar, sin dejar guarniciones de inspección
vigilancia para apuntalar sus adquisiciones. Avanzó poniendo en fuga
los chancas, siendo posible que haya penetrado hasta Andahuayla~
pero sin ninguna resonancia política y militar de importancia.

sin embargo, todas ellas no pasaban de ser expediciones espectacl
lares, ya que sólo invadía para sacar botín, sin preocuparse de anexic
nar esos territorios de íorma definitiva. En lo que sí tenía éxito era e
afianzar su gobierno frente a los urin.

En vista de que Inca Roca abandonó el Inticancha, se hizo edific~
sU propio aposento en Anancusco. F,stableciéndose a partir de entonci-
la costumbre de que cada inca construyera su residencia personal, no
heredando ni ocupando la de su antecesor. Los incas de Urin, por el
contrarlo, unos tras otros seguirán viviendo en el Inticancha, de confor-
mldad al papel que desempeñaban.

Mejoró la llacta (~ciudad") canalizando el Huatanay y disponiendo
la apertura de canales para la conducción de agua limpia para el
abasteclmiento de los cuatro barrios. También se preocupó de que a
los muchachos y jóvenes de la elite, como en la vieja Taipicala, se les
mstruyera en el arte de las armas, manejo de los quipus (nudos y
cuerdas para los registros de contabilidad), conocimiento del idioma y
cle su historia étnica, incluyendo sus mitos y leyendas. Tomó como
esposa principal a Mama Micay, hija de Soma Inca, jefe de la etnia
Huallacán (Paulo/Yucay), de cuya unión nació Tito Cusi Huallpa
(Yahuar Huacac).

Pero como previamente Mamay Micay había estado prometida al rey
de Ayarmaca, éste, despechado, cleclaró la guerra a los huallacanes.
Después de algunos años de hostilidades. pactaron la paz bajo la con-
dición de que los huallacanes entregaran al niño Tito Cusi Huallpa a
los ayarmacas. Para ello tejieron un ardid: invitaron al niño a visitar
Huallacán, terruño de su progenitora, donde, fingiendo un descuido
deJaron que lo raptaran los ayarmacas, llevándoselo al pueblo de
Amaro. Cuando Tocay Cápac ordenó matarlo, el niño lloró desconsola-
damente, hasta el punto de caerle lágrimas de sangre según la leyenda.
Enternecido el capac de los ayarmacas, le conmutó la pena mandán-
dolo a pastorear sus rebaños. Desde donde, para seguridad, lo condu-
Jeron al pueblo de Aguayrocancha, capital del Estado Ayarmaca. Inca
Roca, por sU parte, no se atrevía a atacar y rescatar a su hijo temeroso
de que lo mataran en represalia.

Todo esto indica que el señorío o curacaz,~o de los incas seguía
siendo pequeño y débil, en comparación con los pujantes y activos
ayarmacas. Un año permaneció allí el pequeño, hasta que Chimbo
Orma, mujer de Tocay Cápac e hija del señor de Anta, que le había
tomado cariño, urdió con los parientes de su etnia un plan para libe-
rarlo. Así se hizo, pese a que alertados los ayarmacas los persiguieron
hasta la laguna de Guaypón (cerca de Chinchero), donde fueron derro-
tados en una escaramUZa. De allí fue devuelto al Cusco, donde, joven
ya, reinó al lado de su padre: una manera de investir al futuro sucesor
y Lllllbién una táctica para evitar luchas por la sucesiórl. Lo realizado
por los antas fue considerado un gran favor hacia los incas, por lo que
les dieron el trato de bermanos. Años después, para poner opunto

final~ a los líos con los ayarmacas, se pensó en un intercambio d
mujeres: Mama Chiquia, hija de Tocay Cápac, fue cedida a Tito Cu
Huallpa; mientras que la nusta (princesa) Curi Ocllo, hija de Inca Roc~

E~ fue dada como esposa al rey de los ayarmacas, con la que increment
su serrallo. Así fue como el jeíe del Cusco cimentó su poderío. Otr
de sus hijos famosos fue vicaquirao, brillante en las campañas conqui
tadoras de años posteriores. En su tiempo también nació Apo Mait;
otro guerrero insigne. Inca Roca, hombre que tuvo don de mando

que gobernó con mano dura a su etnia, dejó bastante descendencia, I
cual recibió el nombre de vicaquirao Panaca.

Yahuar Huacac

Según la versión de los anales cusqueños, el que sucedió a In
Roca fue su hijo Tito Cusi Huallpa, el cual, al tomar el mando

-- adulto, tomó el nombre de Yahuar Huacac, en alusión a sus lagrim
de sangre, es decir, a una conjuntivitis aguda que había padecido.

En su corto reinado conquistó muy pocos ayllus, entre ellos el c
Viccho. Desde un principio tuvo que hacer frente a un alzamiento c
los pinaguas (Muyna), que se sublevaron con la intención de indepe
dizarse; pero los redujo gracias a la estrategia de vicaquirao, que ~
convirtió en su brazo derecho. Desde entonces decidieron que pa]
asegurar sus posesiones era imprescindible dejar guarniciones de co.
trol, lo que significaba conquistar y anexionar, con el objetivo de ma
tener o conservar lo ganado por sus antecesores.

Pronto se apoderó de algunas tierras más de los cuntis, graci;
siempre a la habilidosa táctica de su hermano vicaquirao. No tuvo E~
blemas con los ayarmacas debido a S-l alianza matrimonial con Ma
Chiquia. Con la misma finalidad tomó esposas en otros ayllus.

De los hijos habidos con Mama Chiquia, escogió a Paguac Hual
para sucederle en el mando. Pero esto no agradó a los huallacar
quieneS preferían y proponían a Marcayuto, vástago procreado con I
mujer oriunda de Huallacán. Para hacer efectivos sus propósitos, é~
tramaron un ardid. Invitaron a Paguac Huallpa a visitar Huallacán,
que Yahuar Huacac aceptó, enviando a su hijo correinante pero ac(
pañado y escoltado con 40 guerreros con la orden expresa de mata
quien fuera necesario en caso de una traición. Los huallacanes, no c
tante, les tendieron una emboscacla tan sigilosa que mataron a Pag
Huallpa y a los 40 de su séquito. Yahuar Huacac, en represalia, ma
arrasar el pueblo de Paulo, sede principal de los huallacanes, asesi-
nando a los más culpal)les.

Planeó una expedición al Collasuyo, pero su empresa se frustró
debido a la sublevación de los cuntis, que estahan muy molestos con
las Irlitas (turnos de trabajo) que les imponía el inca para que le gene-
raran excedentes destinados a mantener a los nobles del Cusco. La
insurrección de los CUntis fue impetuosa. Aprovechando una fiesta ata-
caron el Cusco y Yahuar Huacac se vio obligado a buscar refugio en el
Inticancha: pero fue atrapado, herido en la cabeza y asesinado junto a
varios de sus hijos en la misma puerta de tan sagrado recinto. En el
CUSCO se produjo uno de los más grandes desconciertos y calamidades,

que sólo se apaciguaron cuando una tempestad cayó inesperadamente.
Tomándola como un presagio providencial, los cuntis retornaron a sus
tierras sin causar más daño a la etnia Inca.

Yahuar Huacac fue asesinado sin que pudiera para que hiciera
levantar su casa l'amiliar. Pero su Iinaje fue agrupado después en la
panaca de Aucaylli. Los chancas utilizaron el incidente y avanzaron
otra vez hasta el Apurímac.

La consumación de este regicidio demuestra una vez más cómo el
señorío Inca del Cusco carecía todavía de la firmeza necesaria y estaba
amenazado por latentes guerras y complots, al extremo de que la etnia
Huallacán linchó al auqui (príncipe) Paguac Huallpa, y los cuntis al
propio inca y en el mismísimo Inticancha. Y es que el Cusco vivía
rodeado de señores y reyes más potentes. Y tales acontecimientos
envalentonaban a los chancas.

Huiracocha

Hubo una enorme confusión para designar al nuevo inca, ya que
gran parte de los hijos de Yahuar Huacac acababan de morir. I'ero
pasado el estupor, después de varias dudas y debates, a propuesta de
una mujer todo concluyó cuando decidieron entronizar como inca a
Jatun Topac. Este no era hijo de Yahuar Huacac, pero pertenecía al
partido de los anan, lo que aseguraba la continuidad del supremo
poder en el citado sector social. De todos modos fue aconsejable pre-
sentarlo como hijo para no dañar la imagen del señorío Inca. Así es
como quisieron borrar las huellas de la sublevación y del magnicidio.

El Cusco, como se ve, seguía siendo un cacicazgo minúsculo,
rodeado de otros más extensos y poderosos que no disimulaban sus

,e

Yahuar Huacac.

Ipahuacol~amamaclli, e.sposLI principa
de Yahuar Huacac. ~entía infinit
cariñC) por las aves canoras, guacama
Mama Yunto Cayán, una de las espo-
sas de Huiracocha.

ansias expansionistas y hegemónicas. Entre ellos destacaban los rein
Lupaca, Colla (Puno), Chanca (Apurímac), aparte de los de Chinch
Collique (Chancay), Chimor, Ayarmaca y otros. Jatun Topac recibió

borla con el nombre de Huiracocha, patronímico que escogió pa:
afirmar su gobierno, como lo haría Atahualpa en 1532. Asegural
haber soñado con el dios Ticsi Huiracocha, bajo cuya protección

puso durante el huarachico (rito festivo de la madurez del hombrc
Con tal apelativo pretendía dar fuerza y renombre a su reinado, ap
rentando ser pariente del gran dios. A dicha ceremonia asistieron

integridad de los jefes de los ayllus y señoríos que ya tenían conquis-
tados. Incluso acudió como invitado especial el rey de Jatuncolla
Chuchi Cápac.

Tomó como cónyuge principal a Mama Runto, hija del señor d~
Anta, en quien engendró, entre otros, a Cusi Yupanqui (Pachacútec)
quien fue el tercero en nacer, y a Cápac Yupanqui. Mama Runto,

causa de su carácter afable, no podía tener influencia sobre s~
marido, a diferencia cle otras mujeres secundarias que sí lo hacían
Entre éstas, Curi Chulpi, del ayllu Ayavilla (Sahuasera), en la que pro
creó a su hijo Urco, joven al que Huiracocha tomó un entrañabl~
afecto. Huiracocha no daba ninguna preferencia a los vástagos habi
dos con su compañera principal.

Su afán conquistador lo encaminó a Yucay y Calca, a los cuale
anexionó con facilidad. En Calca mandó erigirse un bello y cómod
domicilio. Pero así y todo no pudo imponer una férrea autoridad. Tuv
que hacer frente a una pequeña irrupción de Pocoy Pacha (Pisaj) a 1
kilómetros del Cusco. Logró dominar los motines de los pinaguas d,
Muyna, a los que se unieron Rondocancha y Casacancha. Despué
sofocó los ataques de los ayarmacas y guayparmarcas, todo gracias a l;
labor represiva de los estrategas vicaquirao y Apo Maita. Son hecho
que demuestran la reticencia a aceptar la presencia y superioridad qu~
iba adquiriendo poco a poco la etnia Inca. Cuando ocurrían esto
acontecimientos, con el propósito de adueñarse del mando, un her
mano del desaparecido Yahuar Huacac tramó una conjura en el templ~
del Sol en complicidad con los urincuscos. Asesinaron al incap ranti
(sustituto del inca ausente); pero ante el escaso apoyo de la poblaciór
el conspirador pensó que lo mejor era suicidarse ingiriendo un venenc

De todos modos para Huiracocha fue una permanente inquietud I
contradicción del inca de Urin, a cuyo cargo corría el templo solar,

que desde Inca Roca había perdido la jerarquía política y militar, pr
vado del gobierno único del Cusco, sin ningún poder debido a la dia
quía. Huiracocha pensó resolver el problema designanclo él mismo a
los sumos sacerdotes, aunq~le siempre sacándolos del ayllu Tarpuntae
(ITrin), previa comprobación de lealtad. Esto dio pábulo para que el
sacerdocio, con la idea de hacer prevalecer sus opinioncs, llegara a
confabularse con los chancas, quienes amenazahan con invadir y con-
quistar no sólo a los ayarmacas sino también a la etnia Inca.

Años difíciles fueron los de Huiracocha, pese a lo cual dirigió la
edificación de nuevos aposentos, aumentó las tierras de cultivo y la
manufactura de textiles, productos que necesitaba para compensar los
servicios de sus guerreros, servidores, amigos y parientes. Agrandó las
arboledas y puso gran cuidado para que los trajes de la nobleza hlvie-
ran tocapus (adornos geométricos de índole simbólica).

Se sabe que después conquistó Canchis tras débil resistencia. En
Cacha hizo construir un templo dedicado al dios Ticsi Huiracocha
Pachayachachi. Mientras tanto los collas y lupacas se fortalecían en sus
iedes, sin enfrentarse unos a los otros por mutuo temor. Pero Huiraco-
cha apoyaba a los lupacas. Hizo un viaje y visitó a estc último reino
aymara, tiempo durante el cual dejó en el CUSCO a Urco en calidad de
incap rantin. Y llegó al reino libre de Jatuncolla (o Colla), al que halló
esta vez en guerra con los lupacas, lid que ganaron éstos. Asegurán-
close la amistad y confianza de ambos Estados volvió al CUSCo. Quecla-
ron establecidas las relaciones pacíficas con los collas y lupacas.

A su retorno del Collasuyo, entrado ya en años, decidió descansar y
retirarse a sU mansión de Calca. Precisamente por influjo de su esposa
secundaria Curi Chulpi, a la que amaba con obsesión, Huiracoclla
designó a Urco su sucesor y heredero en el gobierno, dejando la aclmi-
nistración soberana bajo la responsabilidacl de ese hienamado hijo
suyo, por lo que se llamaba ya Inca Urco, luciendo la mascaipacha o
parafernalia máxima del poder de la etnia Inca. En tanto que su hijo
Socso o Sucso, hermano de Urco, fue señalado como jefc del linaje de
Huiracocha: Sucso Panaca, suplantando a otros hijos principales. Huira-
cocha daba, pues, preferencia a sus hijos secundarios, y no a los prin-
cipales, robusteciendo los antagonismos.

El del Cusco continuaba siendo un pequeño señorío, circundado
de otros más vigorosos. Su territorio se componía de pocas leguas de
contorno de extremo a extremo: un reducido señorío, cuyos jefes se
autotitulaban incas para conservar ese remoto título de sus antepasa-
dos de Taipicala.

El gran problema del Cusco era la amenaza inmincnte de los chan-
cas, los cuales sí habían ya conformado un imperio conquistando seño-

ríos tras señoríos y reinos tras reinos, hasta completar un inmenso terri-
torio que lo ensanchaban cada vez más. Por el Este S-IS fronteras llega-
ban ya al río Apurímac, donde, parapetados, esperaban la coyuntura
apropiada para lanzarse sobre los ayarmacas e incas del Cusco, con el
deseo de invadirlos e incorporarlos a sus dominios.

Inca Urco (siglo xv/¿1438?). Los belicosos chancas

Aislado Huiracocha en Calca dejó en el Cusco a su hijo Inca Urco,
asignándole la competencia del gobierno, cargo que ejerció algunos
años con todos los atributos e insignias inherentes a un inca, con
plena autorización de su padre recluido en Calca, de donde le envió la
borla o mascaipacha, según costumbre. Este hizo los ayunos rituales
en medio de las consabidas ceremonias que se estilaban en el Intican-
cha, con sacrificios y fiestas. Inca Urco comenzó, pues, a mandar igual
que sus antecesores. ocupando más o menos el número 10 de la lista
conocida dc incas del Cusco, pues se presume de la existencia de
otros que fueron eliminados de la historia de forma total y absoluta.

Desgraciadamente su mandato resultó uno de los más oscuros, abo-
minables y nefastos de la historia andina. Su notoria cobardía y ausen-
cia integral de intuición y preparación táctica no le permitieron alistar
ninguna expedición ni conquista. si se mantenía en el poder era por la
imperiosa y absurda prepotencia de su renunciante y alejado progeni-
tor. Entregado a placeres y vicios bajos, no se preocupaba en regir r
gobernar. La mayor parte de los días los pasaba en casas de recrec
todo lo cual desagradó a los guerreros componentes de la etnia Inca
Su carácter morboso le impulsaba inclusive a buscar esposas entr~
mujeres pertenecientes a clases sociales bajas (campesinas, yanas);

en ocasiones hasta llegó a cometer estupro con algunas mamacona
(las más venerables señoras de los acllahuasis). Era habitual verle e
la llacta bebiendo y hasta ebrio, vomitando y miccionando sin ve
guenza alguna en las vías públicas. A cuantos se dirigía los tratab
como a hijos engendrados por él dando a entender haber tenido rela
cioneS con sus madres. En ningún instante intentó levantar su propi
vivienda~ ni edificar constrUcciones de ningún tipo. Y como guerrer
resultó una nulidad completa.

El descontento era unánime entre los de la etnia Inca, que veían e
Urco un jefe depravado y cobarde. He ahí por qué Apo Maita, niet
de Cápac Yupanqui, ideó una conspiración para eliminarlo; pero tem~
roso del poder y represalia que desataría Huiracocha se abstuvo, man-
teniendo silencio. El inca dimisionario apoyaba a su corrupto y torpe
hijo, debido a las intrigas de la ignominiosa madre de éste, Curi
Chulpi, a quien amaba con obsesión.

Pero el colmo de la crisis se avivó cuando los chancas, aprove-
chando coyuntura tan propicia, emprendieron su marcha para embestir
a los anan y urinCuscos, estacionando su campamento en Vilcacunca,
confiados en sus hazañas pasadas y seguros de que nadie iba a opo-
nérseles. Tomaron posiciones de ataque.

El anciano Huiracocha, según su modo de ver y reflexionar, llegó al
convencimiento de que todo acto de defensa sería inútil. ¿Cómo enca-
rar a los feroces chancas, a quienes temían los propios ayarmacas? Los
chancas hasta entonces eran invencibles; además, los incas vivían per-
manentemente asediados por otros ayllus y señoríos vecinos. Y Urco,
el inca que correinaba, con la pusilanimidad e ineptitud que lo distin-
guían, lo que hacía era reír, burlarse y, como última medida, escabu-
llirse y huir a un confortable escondite, muy retirado.

La situación de muchos de los señores de las etnias ubicadas al
Este y sur del río Apurímac era desesperada, por correr el inminente
peligro de ser arrasados por los chancas. Para Huiracocha, Urco y
Socso, a quienes les faltaba talento y valor, apenas quedaba una alter-
nativa: ¡fugarse!

El desaliento fue enorme en el Cusco, mucho más cuando Huiraco-
cha escapó en busca de refugio a Chita, llevando a sus hijos Urco y
Socso, a sus mujeres o esposas y también a su servidumbre. Estos tres
individuos, que pensaban de la misma forma, no se sentían capaces de
luchar y enfrentarse a los chancas. Con los ánimos totalmente derrota-
dos, dejaron desamparado a S-l señorío, para que fuese fácil presa de
la invasión. sin embargo, debió de influir también en tal decisión la
actitud de los sacerdotes, quienes, para vengarse de las pequeñas
reformas hechas por los anancuscos, estaban en conversaciones secre-
tas con los chancas.

Los chancas, según sus propias tradiciones, procedían de las alturas
de Chucurpu (Chocorvos/Castrovirreina actual, al oeste de Huancave-
lica), pues situaban a sU pacar~na en el lago de Choclococha, a 4.9~0
metros sobre el nivel del mar. De donde, estos aguerridos pastores de
altura de habla quechua, obligados por alteraciones climáticas, se vie-

~-o ~,

~\ \

-~J

Unico retrato que se conoce de Inca Urco, impreso en Madrid en 1615 a base de
un grabado hecho en el Cusco en 1571. Ia historia oficial lo conslderaba el noveno
inca, pero si se tiene en CUenta a Tarco Huamán, que sucedió a Maita Cápac, Urco
resulta ser el décimo inca que gobemó estando aún vivo su padre (Huiracocha).
ron forzados a salir y migrar siguiendo el curso de las aguas del río
Pampas. Se desplazaron llevando todo lo que pudieron: semillas,
ganado y enseres; ya no pensaban retornar. Pasaron por Paucaray
donde nació Usovilca, quien, maduro ya, iba a ser el fundador dei
reino Chanca. Hasta que por fin encontraron la tierra y el microclima
que anhelaban, estableciéndose en Andahuaylas, para lo cual hlvieron
que pelear y eliminar a los antiguos pobladores con quienes se enfren-
taron allí. Tales sUCesos debieron de ocurrir igualmente a inicios del
siglo ~111, en las décadas contemporáneas a la derrota y migración de
los incas de Taipicala, rumbo al Cusco.

Radicados en lo que después fue la provincia de Andahuaylas,
poco a poco se organizaron, hasta que I Jscovilca y otros adalides,
entre éstos Ancovilca, conformaron un reino perfecto de acuerdo a
lo.s patrones económicos, sociales, políticos y religiosos andinos,
heredados, no cabe duda, del destruido imperio Huari. Así por ejem-
plo, estaball configuraclos en dos mitades (Ananchanca y i rin-
chanca), cada cual con sU respectivo jefe o rev. Incluso conserval-an
los nomhres de los caudillos que los guiaron en este peregrinaje:
Uscovilca, líder de Ananchanca, y Ancovilca, de IJrinchanca: una
diarquía guerrera y ritual.

En Andahuaylas racionalizaron admirablemente S-l vida con un hábil
control de los pisos ecológicos, desde los bajos y cálidos valles inte-
randinos hasta las frías punas de las alturas. En su nuevo háhitat mon-
taron todo un Estado, cuyo territorio lo ensanchaban por los cuatro
puntos cardinales de forma incesante mediante invasiones y conquistas
con más éxito que el de la etnia Inca afincada en el Cusco. Posterior-
mente. en sus imparahles expediciones guerreras llevahan consigo la
momia de su caudillo IJscovilca. Los chancas nunca olvidaron el nom-
bre de siete aclalides suyos, gracias a cuya táctica y estrategia dilataron
sus posesiones: 1", Mallma y Rapa. que penetraron por el oeste de
Conclesuyo; 2°, Yanavilca y Teclovilca, que invadieron el Antisuyo; 3°,
Tomay Huaraca y Astohuaraca, que atacaron el CUSCO; y 4°, Huamán
Huaraca, que negoció la cobarde rendición del inca Huiracoc]la y de
su Ilijo Urco.

Los chancas, en las primeras décadas del siglo k~', fecha en la que
amenazaron a la etnia Inca, eran amos de todos los señoríos y reinos
ubicados en lo que ahora son los departamentos de Ayacucho y Apurí-
mac, más el norte del de Arequipa (Condesuyos). En el lapso de 1430-
1440 se preparahan para intervenir en el país de los ayarmacas, y
en.seguida lanzarse contra collas, lupacas y demás etnias intermedias.
por entonces los incas del Cusco estaban gobernados por Inca Urco, si
bien éste era continuamente asesorado por su decrépito padre Huiraco-
cha, que se había retirado a Calca.

Ante tan atormentada y dramática situación surgió la voz y figura
de Cusi Yupanqui, varón de 30 años más o menos y uno de los
hijos principales de Huiracocha. Intentó e invocó el regreso de su
padre para organizar la defensa, pero todo fue en vano. Entonces
este febril príncipe, favorecido sólo por otros dos valerosos y briosos
guerreros (vicaquirao y Apo Maita) ordenó la resistencia. Hizo un
llamamiento y convocatoria general al pequeño dominio de la etnia
Inca y requirió la ayuda de los señoríos y reinos vecinos. Canas acu-
dió como aliado; pero no faltaron algunos que se abstuvieron espe-
rando el resultado para adherirse al grupo ganador, como sucedió
~on los chilques (Paruro).

Los anan y urinchancas irrumpieron dirigidos por Asto Huaraca y
Tomay Huaraca, que prosiguieron avanzando hasta Ichubamba. Envia-
ron como embajador a Huamán Huaraca, presentándose ante Huiraco-
cha, quien pactó la sumisión y entrega del Cusco; después de lo cual
los chancas, como es comprensible, se mofaron de los preparativos del
ardiente auqui (príncipe) Cusi Yupanqui.

Más de una batalla hubo entre chancas y cusqueños. La primera, en
la propia llacta del Cusco. Fue un combate cuerpo a cuerpo, presen-
ciado por miles de espectadores de las etnias colindantes que para

ntervenir esperaban conocer al ganador. Y el triunfo fue de los incas.

Los chancas retrocedieron a Ichubamba, pero sin cejar en sus inten-

:os. En secreto llamaron a sus guerreros del interior de su país. Pero la
iiíuación era ya diferente. Ahora todas las etnias que circundaban al
~usco estaban decididas a ayudar a Cusi Yupanqui al ver que estaba
riunfando. Esta vez los ayarmacas (Jaquijaguana) se aliaron con los
:hancas. En la batalla, Cusi Yupanqui cercenó la cabeza a Asto Hua-
,aca, mientraS Tomay Huaraca moría en otro sector del campo de com-
ate. Cusi capturó al ídolo de Uscovilca, acto que, de conformidad a

aS costumbres~ determinó la victoria de la etnia Inca. El hecho sirvió
ara que más señoríos y reinos, que aún seguían indecisos y expectan-
~s, se unieran a Cusi Yupanqui. Realidad que después fue mitificada
~or los incas, difundiendo la creencia de que las piedras de Ichubamba
e transformaron en hombres por voluntad de los dioses para favorecer
Los incaS

a sus hijos predilectos: los anan y urincuscos. Tanta fue la sangre
derramada que a Ichubamba se le cambió de nombre, poniéndole
Yahuarpampa: Llanura de Sangre.

Con la desaparición de sus caudillos, los chancas se dieron a la
fuga. Los incas los persiguieron hasta la orilla derecha del Apurímac, a
12 kilómetros, donde todavía se llevó a cabo un tercer combate, en el
que murió vicaquirao, cuyo cadáver fue metido en el tronco de un
árbol que ahuecaron. Cusi Yupanqui continuó hasta Andahuaylas,
corazón de los chancas. Después regresó deteniéndose en Jaquija-
guana, lugar en el que los ayarmacas se hallaban tremendamente afli-
gidos, pensando en pedir clemencia, suponiendo que obtendrían el
perdón por pertenecer a un reino cle mucha antiguedad y prestigio.
Otros famosos héroes chancas prisioneros murieron en las alturas de
Carmenca. Sus CUerpos fueron convertidos en tambores, embutiéndo-
los con paja y ceniza para ser guardados en un depósito como trofeos
de la victoria.

El triunfo inca estaba consumadc). Con ello acababa el períoclo del
diminuto señorío del C-IScO. Ahora se daba inicio al gran imperio de
los Incas. Cusi Yupanqui, el vencedor, tomó posesión de todo lo que
arreható a sus enemigos: ídolos, armas, ropas, provisiones, vajilla,
joyas, hatos, prisioneros, etc. Y rápidamente se preparó a celebrar las
fiestas de triunfo. Los prisioneros fueron reunidos en Yahuarpampa y
llevados al C-IScO para festejar la victoria, pisándoles los cuerpos. Tam-
bién acarrearon el rico botín Chanca. Pero Cusi Yupanqui quería que
su padre fuera el que solemnizara las diversiones y a la par tomara
posesión de lo ganado a sus enemigos. Precisamente, cuando fue a
verlo lo halló parlamentando con Huamán Huaraca, quien había ya
logrado la capitulación de Huiracocha. Pero al enterarse de la verdad,
Huamán Huaraca lloró con insondable sentimiento. Huiracocha, con
todo, rechazó el ofrecimiento de Cusi Yupanqui, porfiando de que
IJrco era el llamado a recoger las palmas de la victoria por ser el coso-
berano legítimo o correinante, quien, pese a lo ocurrido debía prose-
guir en el poder. Hecho que indignó y ofendió a los héroes, quienes
se negaron tajantemente.

Entonces Huiracocha y Urco urdieron un plan para eliminar a Cusi
Yupanqui, recelosos de que sU reputación y frenesí batallador determi-
naran su encumbramiento en el supremo poder. El que más vehemen-
temente quería eliminarlo era Inca Urco. Así fue como estalló la gue-
rra civil entre los dos hermanos. sin emhargo, ante la certeza de los
hechos y frente a la inmensa popularidad de Cusi Yupanqui, recla-
t lucha por la p~rsist~ncia

ESCena de guerra interétnica, como la protagonizada cntre incas y chancas.
mado y proclamado como inca, aunque éste no aceptaba por estar
todavía vivo sU padre a quien le reconocía como soberano, el viejo
Huiracocha tuvo que convencerse y asentir, declarando y señalando
esta vez a Cusi como sU sUcesor. Para él sólo pidió que le terminaran
su casa en Calca.

Los de la etnia Inca acordaron no consentir jamás la entrada del
tímido y desvergonzado Urco al Cusco, pidiendo su destitución ipso
facto. Urco entonces quiso justificar su conducta, pero nadie le creyó
ni escuchó. Hasta su mujer, con la que tuvo hijos, le abandonó, trasla-
dándose al Cusco, donde Cusi Yupanqui la aceptó y admitió como una
esposa más de su serrallo. Pero ante la insistencia del canalla prosiguió
la guerra de forma cruenta.

Urco, al verse perdido, urdió una emboscada contra Cusi Yupanqui
que debería llevarse a cabo cuando estuviera de regreso al Cusco,
emhoscada dirigida por el mismo Urco con gente que reunió en
Yucay. Pero Cusi Yupanqui y sus generales, Apo Maita entre ellos, muy
preveniclos y precavidos, les salieron al encuentro en el preciso ins-
tante en que iban a ser asesinados, desbaratando a los cobardes en la
batalla de Paca (río Tambo). En un choque cuerpo a cuerpo, Urco
cayó desde un barranco al fondo del torrente, gracias a una certera
pedrada lanzada por Roca, hermano de Cusi. Urco se dejó arrastrar por
la corriente hasta Chuquillusca, seis kilómetros abajo de Tambo. Allí
fue apresado y luego asesinado en el lugar llamado Chaupillusca,
donde se le hizo pedazos, arrojando los trozos de su cuerpo a la
corriente. Huiracocha sintió muchísimo la muerte de Urco, al punto de
no querer ver ni recibir a Cusi, pese a que éste lo hizo descuartizar en
defensa de su propia vida. Su defunción fue motivo de infinita alegría,
aunque Huiracocha, atribulado y resentido por la desaparición de su
bien adorado Urco, no quería saber nada de nadie.

Cusi, con todo, continuó llamando a su padre al Cusco. Pero éste,
ruborizado, decidió seg~lir en Calca, hasta su deceso. En el Cusco ya,
Cusi Yupanqui redistribuyó el botín chanca entre los que le ayudaron a
combatir. Ante la victoria consumada, los propios partidarios de Huira-
cocha abandonaron y olvidaron a éste, adhiriéndose a Cusi Yupanqui,
que se había hecho muy popular.

De haber los chancas cosechado los laureles, la etnia Inca habría
pasado al anonimato y ahora todos hablaríamos solamente de la ~histo-
ria del imperio y cultura Cba~ca~ y de sus "formidables logros basados
en la reciprocidad y redistribución~. Pero como los chancas fueron los
derrotados, se los ha olvidado, dejándoles figurar apenas en la episó-
dica etapa de su enfrentamiento con lo, s incas del Cusco, arrojando al
limbo todo lo que fueron y representaron antes y después de dicho
acontecimiento De los chancas no se conoce ninguna relación de sus
reyes o capacs, mientras que sobre los de la etnia Inca las referencias
son abundantísimas. sin embargo, chancas e incas fueron partícipes de
una misma cultura y de la misma civilización: la andina. Y con la una
o con la otra, el rumbo de nuestra historia iba a ser igual.

v///J/

~///

quis de las constrUcciones fortificadas y fundiciones de plata en Curamba,
lugar perteneciente al país Chanca.

sellepun~as saJalnw seno oAn] elsa ap alJede :Qao~ ap
ouas lap ellu, 'anblen~eu~ ewe~ uo~ Qse~ as ell~uealluI OWSIW la U~
olJadwl osolapod ua olJouas aldwls ap olopuallllAuoo 'opels~ ns ap

A o~llllod oullsap la Qlqwea anb la ~ nu ~un ~zunu~o~
u~ln~ uoo ~uosl~d naap alalnb anb '~aln~e~)ed ap alqwou la QWoL
souanbsn~ sa3al ap eallqlld elsll el ap sopelloq saAal sol ap sop :o~ln
e A u,ewenH oaleL e soweluo~ Is 'o~sn~ lap salouas sol ap eplaouo~
auas el ap 11 olaw,nu la peplleal ua las e owA lclu~ la A

-ln1uns '~ 705~U~ OUoll~) ouc~sn lap ~Qlsasod opuewol 'lopualdsa
A edwod uel~ uo~ Qzlleal as anb '~u/ owo~ Inbuedn~ Isno ap uQ!;)ez
-wollua el Qledald as 'e~l~o~elwH opezllellnau A o~ln OplaaledeSaa
sola~al eqe~

-oAold anb °l lod 'ell~o~ellnH lod osnl~ul a os~os A o~ln lod opelp
-IAUa odwan OWSIW le olad 'SOpOI lod SopellWpe A sopellaTlqnd s,ew
sadl~ulld sol ap oun l,a ap uelae~ anb alqellwpe opeu,aap un 'UIJ
u~ SeSaWOld A elqeled ns ap loplldwn;~ 'sopeledwesap sol ap ow!s
-w~lwe 'pelTeaTsap A elnuaw eT ap o~lwaua 'selsandsal sns ua Den
-Ipun30ld 'lelqell la ua pepauqos 'peplllqe3e 'loleA 'e!~ua~!lalw :sapn
-I!A A sol!law ap asela epol lod opue;~elsap 'elle~ od~ A Oel!nbe~

od sep! ~ p selallan~ sesaldwa saledl~>u!ld sel ua alled QW°L o~ln
ouewlau, ns e ueqelle3 al anb sapepllen.~ 'eAIxaT3al zalnpew A pep
-!leuoslad elleulploellxa eun ap sellsanw olp pnluaAnl ns u ~ en~ua
A saAal 'snd!nb 'e!lolS!~ alopu,eUasua 'euewAn~!~ OAe ns an3 lal~,ele~
ns Qaplow ~ Q~npa al ualn~ oldwal ua opewlo3suell an3 aple
sew soue len~ la lod OAIlow '(~oasn~) ellaue~!luI la uoa aluepu!lo~
'ellaue~!sn~ ap soluasode sol ua op!aeu elqe~ 'elu~ ap louas lap el!~T
'olun~ ewey~ A e~°~el!nH ap ouolal '(OSOC~1a 1~) !nbuedn~ !sn~)

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Una de sus primeras decisiones fue suprimir de la historia oficial a
Inca Urco, lo que resultó difícil ya que SUS execrables fechorías eran
tan indelebles que fue imposible relegarlo al olvido total por los anan
y urincuscos, de modo que su imagen y recuerdo infames perduraron
durante más de 100 años entre los habitantes de aquella llacta, con
tanta nitidez que, en 1571, un pintor cusqueno reconstruyó su retrato
con suma facilidad. Lo que sí lograron fue eliminarlo de la relación
pública de los incas correinantes, considerado como el peor castigo
para un cápac que desprestigió a la etnia Inca.

Como se ve, vencidos los chancas, muy pronto la etnia Inca resultó
poseedora de magníficos medios de conquista y dominación exterior, y
con tanto éxito que los avances y sometimientos iban a sucederse,
pese a lo abrupto de la geografía.

Fundado e instaurado el imperio, Pachacútec emprendió sus expedi-
ciones de conquista y anexión de territorios. En primer término arre-
metió contra la cúpula Ayarmaca, llevándose a cabo algunas batallas,
hasta que en la última de Huamancancha la derrotó cn forma conclu-
yente. Después de esto el vencedor (Pachacútec) efectuó correrías y
asoló los pueblos o ayllus ayarmacas, exterminando a una cuantiosa
cantidad de opositores. Capturó al Tocay Cápac, a quien condenó a
prisión perpetua. Luego extinguió el reino de Ayarmaca de modo abso-
luto, fragmentando a su población y territorio en tres pequenos seno-
ríos, cada cual libre del otro como simples cacicazgos, con lo que que-
daron por completo desestructurados y abatidos, si bien se les permitió
el rango de incas simbolicos o de privilegio con uso de orejeras y pelo
corto. Con tal medida acabó el Estado libre e independiente de Ayar-
maca, otrora vigoroso rival de los incas. Pachacútec y sus sucesores
querían borrar de la historia el nombre Ayarmaca; y lo habrían logrado
si 95 anos más tarde no se hubiera producido la invasión espanola,
tiempo muy corto para borrar de la memoria a tan importante reino.
La pacarina o punto de origen de los ayarmacas fue considerado
como el quinto ceque del Chinchaysuyo. Del mismo modo, al octavo
ceque del Antisuyo, en lugar de llamarle Collana, Payán y Cayao, se le
decía Ayarmaca. Pachacútec también permitió a los supervivientes
derrotados tomar a su cargo la fiesta de Omawaime (agua y lluvias); y
juntamente con los ayllus de Oma, Quivios (Cusco) y Tambo la cele-
bración del huarachico. Siguieron, pues. conservando cierto rango en
la organización del Cusco.

Con su hermano Inca Roca sometió a los tambos (el futuro Ollantai-
tambo), que, como los incas, descendían de otra rama de emigrantes

Pachac~ltec Inca Yupan4ui, fundador Mama Anahuarque, esposa principal d_
del Estado imperial de los Incas apro- Pachacútec.
Yimadamente en 1438.

Otro retrato de Pachacú-
tec. Clemente Markham,
historiador inglés. Ie lla-
mó el Alejandro Magno
del Nuevo M-mdo.

~\
de Taipicala. Velozmente conquistó y se anexionó a los cuyos y más
rápidamente todavía a tres señoríos más: Amaybamba, Vitcos y Vilca-
bamba, incluyendo Piccho. Después sometió a las etnias Cugma y
Huata, gobernadas por Páucar Topac y Poma Lluqui. A continuación, a
16 leguas del Cusco, subyugó a los señoríos o ayllus de Huáncara y
Toguaro, trazándose poco después todo un plan de expediciones y
conquistas por regiones más lejanas. Su idea era conformar un Estado
imperial a imagen y semejanza de sus remotísimos antepasados de Tai-
picala y a ser posible también a semejanza del de Huari, cuya memoria
aún se mantenía viva. Para ello proyectó un meticuloso programa de
incorporaciones. ¡No cabe duda, Pachacútec estaba fundando y creando
el imperio de los Incas!

Resultó ser el emperador nato para establecer y organizar un
Estado. En su reinado de 33 años (¿1438-1471?) iba a extender sus
dominios territoriales por el norte. El mismo pensó agregar y anexionar
los curacazgos y reinos de la cuenca hidrcgrafica del Pampas (actual
departamento de Ayacucho). Sus hazañas eran tan notable.s y .su fama
de hombre bondadoso tan visible que los señores de Cotapampa, Cota-
nera, Omasayo y Aymarae (hoy departamento de Apurímac) acordaron
someterse pacíficamente.

Así fue como Pachacútec emprendió su primera gran campaña, esta
vez dirigida al Chinchaysuyo, para consumar la destrucción final de los
chancas (Andahuaylas) y tomar posesión de SU área nuclear. Sólo halló
resistencia en la fortaleza de Curamba. Para concertar la paz regaló al
jefe vencido una palla (señora de la nobleza) del Cusco, en calidad de
esposa. Seguidamente, con sus generales Apo Maita y a la cabeza de
sus tropas, que incrementaba con los guerreros de las etnias que iba
conquistando, intervino e incorporó a los soras, lucanas y chalcos,
apresando a los curacas Guacralla y Puxaico. En el espacio de los tan-
quiguas, éstos se refugiaron en la fortaleza de Auquimarca con la espe-
ranza de resistir, pero fue en vano.

Pasado el invierno organizó tres ejércitos. Uno, al mando de Apo
Maita, fue a Huamanga; otro, capitaneado por su hermano Cápac
Yupanqui, se preparó para sojuzgar hasta Chincha. Y el tercero, bajo
su propio comando, se pertrechó para maniobrar en apoyo de los dos
anteriores. Así fue como se consolidó la conquista de Sora, Parisa
Quinua, Tayacaja, Ancarae, Chocurpu y Pariguanacocha. Su hermano y
adalid Cápac Yupanqui, entretanto, se dirigió a la conquista de la
costa y anexionó Nasca, Chincha, Lunaguaná (Huarcu), donde fundó
la llacta de Incahuasi. Después avanzó sobre Mala e Ishmay (Pachaca-
mac-Rímac) Todo lo cual les supuso cuatro años de campaña. Mien-
tras por la sierra, Apo Maita prosiguió y conquistó Quinua, Parisa,
Tayacaja y Ancarae.

Pachacútec visitó Tanquigua, fundando allí la llacta de Vilcashua-
mán. Continuó al norte y en Pomacocha nació su hijo Amaro Yupan-
qui, ya que los incas acostumbraban a hacer expediciones y viajes en
cornpañía de sus esposas. Pronto paso a Quinua, de donde retornó al
Cusco. Acto seguido, fue a conquistar Acos (sur del Cusco), trasla-
dando su población, en gran parte, a Tanquigua y Quinua (mitmas).

Triunfos tan veloces y brillantes satisfacían a Pachacútec, quien no
cesaba de celebrar las victorias, y simultáneamente dictar medidas saga-
ces para organizar tan poderoso Estado que día a día crecía y se
ensanchaba.

Por ese tiempo falleció el anciano Huiracocha, hecho que motivó
las consabidas ceremonias fúnebres.

Después de la campaña al Chinchaysuyo se llevó a cabo la primera

~xpedición conquistadora al Collasuyo, con el fin de contener la
pujanza de los reinos Colla y Lupaca, cuyos jefes, Chuchi Cápac y Apo
Cari, se hacían llamar incas. Los derrotó gracias a la pericia del general
Apo Conde Maita, el cual, dejando guarniciones de mitmas, gobernado-
res y espías para el efectivo control del país anexionado, prosiguió
hacia el sur hasta someter Pacaje, en uno de cuyos parajes pudieron
contemplar los escombros de lo que otrora había sido la célebre Taipi-
cala (Tiahuanaco).

Por el oeste, mientras tanto, conquistaban Condesuyo, hasta
Camaná.

En cierta ocasión intentaron los anan y urincusco retornar a Taipi-
cala, el terruño de sus más remotos antepasados, lo que fue imposible
por diversas razones de índole táctica y estratégica.

En aquella época también se rebelaron los cuyos y cahuiñas. A ini-
ciativa de los primeros planearon asesinar a Pachacútec, y en efecto un
ollero lo aturdió de una pedrada, causándole al inca una herida cró-
nica en el cráneo. De haber triunfado, cuyos y cahuiñas habrían pro-
clamado su liberación. Pero como no sucedió así, se les castigó ejem-
plarmente devastando sus aldeas, matando a unos y deportando como
mitmaS a otros.

Sin pérdida de tiempo emprendió la segunda campaña del Chin-
Chaysuyo, confiándola a la habilidad y experiencia de su hermano, el
general Cápac Yupanqui, quien persistió en las conquistas por este
rumbo Con la colaboración de los guerreros chancas rindió a Huanca,
Huarochirí Yauyo, Chucurpu, Atapillo, Canta, Tarma, Chinchaycocha
Checra, Cajatambo y Lampacollana. Cuando había vencido a los huay-
las, los chancas se fugaron del tambo de Huaraz, internándose por
Conchucos, a Moyobamba, como precaución para salvar sus vidas
pues Cápac Yupanqui tenía pensado masacrarlos, temeroso de la
mportancia que iban adquiriendo.

Pero Cápac Yupanqui llegó a zonas más distantes. Por la sierra sep-
tentrional hasta Cajamarca, conquistando previamente Conchuco y Hua-
machuco. Por el Este, llamado El Antisuyo, en cambio, otros efectivos
avanzaban hacia Marcapata (Carabaya), en tal ocasión conspiraron los
collas, los cuales, después de dominados, fueron conducidos a Tambo
para edificar los andenes y aposentos de Pachacútec, y también la for-
taleza. Amaro Yupanqui fue el que reprimió a los collas, venciéndolos
en la batalla de Lampa. Tales hechos coincidían con el nacimiento de
Túpac Yupanqui en el Cusco.

Posteriormente se hizo una segunda expedición al Collasuyo, en la
cual Amaro Topac y Páucar Ushno, hijos de Pachacútec, conquistaron e
Incorporaron Quillaca-Asanaque, Charca, Paria, Caracara, Pocona, Chuy
y Chicha (Tarija). Amaro Yupanqui se distinguió como un gran con-
quistador.

Posteriormente, unidos Pachacútec y Amaro Yupanqui, ganaron para
Sl Yanaguara, Chumpivilca y Arone, en cuyo tiempo un terremoto des-
truyó las aldeas y cultivos de Arequipa. El inca mismo se trasladó allí
haciéndola repoblar con mitmas y fundando la llacta de La Chimba

Hacia 1468, cuando Pachacútec tenía más de 60 años de edad y 30
de reinado, nombró como heredero y sucesor a su muy querido hijo
Amaro Yupanqui, con el cual estableció un correinado. Lo hizo con la
finalidad acostumbrada de evitar intrigas y revueltas enseguida de su
falleclmiento. Pero Amaro Yupanqui, uno de los 100 hijos de Pachacú-
tec, resultó un joven extremadamente prudente y amable, con un
apego infinito a la agricultura y arquitectura: virtudes inapropiadas en
una época de intensas actividades bélicas, intrigas y represiones. De
todos modos, frente a la decisión de Pachacútec, Amaro Yupanqui fue
reconocido como correinante, dándosele el sobrenombre de Amaro
Inca Yupanqui, verdaderamente un jefe con poderes de rey. Desde un
principio se hizo acreedor del apodo de El Bueno. Se casó con su her-
mana Chimpu Ocllo. Tenía por entonces 26 años de edad.

Por cierto que Amaro Yupanqui, ahora Amaro Inca Yupanqui, cono-
cla bastante del arte militar y los mecanismos de la administración esta-
tal. Pero el Estado imperial en plena formación, requería más un hom-
bre de acción enérgica en el campo de la guerra para conquistar y
retener Y de tales atributos carecía Inca Yupanqui. De todas maneras
inició su correinado. Hizo una inspección o visita al territorio para
conocer las huacas o lugares sagrados. Y después se encaminó a sofo-
car un alzamiento llevado a cabo por el rey colla (Asángaro/Juliaca). Y
precisamente allí fue donde demostró carecer de toda cualidad para
dirigir y controlar un Estado como el de los Incas. Claro que los anan
y urincuscos reprimieron la conspiración, pero gracias a la estrategia de
su hermano Auqui Yupanqui y otros. Su ineptitud guerrera frente a los
collas fue comentada negativamente por sus parientes y demás estrate-
gas. Era patente que no servía para comandar un Estado ni para jefe
guerrero, lo que quedó demostrado cuando fue derrotado por los gua-
raníes en la frontera sureste. Lo que dejaba al descubierto su imposibi-
lidad para ensanchar y tal vez ni siquiera para conservar el territorio
adquirido por su padre y hermanos. De ahí que Pachacútec optó por
retirarlo del correinado, transfiriendo este cargo a otro de sus vástagos,
a Túpac Yupanqui, también hijo de Anahuarque.

La destitución de Amaro Yupanqui fue honrosa; incluso se le permi-
tió que instituyera su panaca o linaje (ayllu real), puesto que, como
coinca que acababa de ser, tenía numerosas esposas y mucha prole.
Amaro se retiró sin exteriorizar ninguna pretensión; él mismo más bien
se adelantó a los acontecimientos y abdicó, reconociendo y aplau-
diendo en su hermano las cualidades que le faltaban a él. Amaro
cogobernó, pues, muy pocos años; pero la historia oficial lo borró por
su debilidad de carácter. Su destitución fue lo más lógico que pudo
suceder, para sustituirle por un inca que reuniera auténticas dotes de
gobernante y de guerrero que exigían los momentos. Garcilaso, por su
parte, para esta época, habla de otro ~ soberano~ llamado Túpac Inca
Yupanqui que, al parecer, se trata solamente de un coweinante más,
igualmente sustituido por falta de aptitudes. De éste, por lo que refiere
el citado Garcilaso, descendía su madre (Isabel Chimpu Ocllo).

El correinado de Túpac Yupanqui

Así es como Túpac Yupanqui, de aproximadamente 16 años de
edad, fue elegido nuevo correinante. Era, pues, menor que su defenes-
trado hermano. El primero en postrarse y jurarle obediencia fue Amaro
Yupanqui Pachacútec, entonces, dispuso que su panaca, denominada
Jatun Ayllu, no comprendiera la de Amaro, sino que ésta fuera anexio-
nada a la de Túpac Yupanqui. Le hicieron un gran aposento, conce-
diéndole abundantes tierras.

Túpac Yupanqui, igualmente, se casó con su hermana de padre, la
coya Mama Ocllo. En vida de su progenitor se lanzó a varias conquis-
tas. El viejo Pachacútec, muy cansado y agotado, le dejó achlar solo y
con libertad por eso se deduce fácilmente que asumió todos los pode-
res cuando aún vivía el autor de sus días.

Túpac Yupanqui resultó un eximio auxiliar y colaborador de la obra
de SU antecesor. ~,Taliente y audaz recorrió de sur a norte como un
invencible conquistador. Mayor ya de edad, como jefe del ejército se
encaminó al Chinchaysuyo para anexionar algunas etnias que faltaban,
a.sesoraclo por otros impet-losos estrategas: Tilca Yupanqui, Auqui
Yupanqui y Túpac Capac, los tres hermanos del inca reinante: Pacha-
cútec. En el reino Quech-la apuntal(S la rendición de las fortalezas de
Tohara, Cayara y Curamba. En Huamanga aplastó definitivamente a
Urcocolla; y en los huancas a Siquilla Pucara (TunanmarcaJ. Reafirmó
la autoriclad inca en Chinchaycocha, fundando allí la llacta de Pumpu
o I3Ombón En Huaylas desmanteló las ~ortalezas nativas de Chungo-
marca y Pillaguamarca. Conquistó Huánuco y fundó la otra llacta de
Huánucopalnpa .

Avanzó y visitó Huamachuco y Cajamarca, donde estableció SU cuar-
tel general, punto desde el que se encaminó a la conquista de la parte
central y nuclear del imperio Chimor. Planteaba problemas atacarlo por
el inconveniente cle los arenales. La táctica seguida consistió en des-
cender de la corclillera por las quebradas para sitiar Chanchán. Para
alcanzarlo hizo desviar el caudal de los ríos en otro sentido para que
se perdieran en los arenales.

Despue.s marcho a la conquista de Chachapoyas, Huambos, Taba-
cona y Guavacondo ( Ayabaca/Huancabamba). Prosiguió triunfalmente
hasta Quito Cayambe y sur del reino Carangue. Regresó al Cusco con
un increíble hotín, rodeado de mucho lujo y esplendor. Así acabó la
primera expedición del príncipe Túpac Yupanqui, dejando caminos,
tambos ~ llac~a.~ (hospederías y ~(ciudades~) fundadas con todos sus ser-
vicios (templos. acllas, mitmas, mitas, etc.).

Dos años clescansó el correinante. Después salió otra vez a visitar y
sofocar rebeliones. Por el norte afianzó la anexión total de los guaya-
condos y siguió a Pacamoro, tribu selvática de la familia jíbaro, que no
pudo conquistar y de los cuales no se preocupó más debicio a su cul-
tura marginal o ~salvaje~. Acto seguido pasó a Palta, reino al que deses-
tructuró en varios y diminutos señoríos para restarle fuerza e importan-
cia a imitación de lo que su padre había hecho con los ayarmacas.
Pronto se adentró en el país de los cañares, que resistieron con heroi-
cidad gracias a una alianza con los señoríos colindantes. Pero con los
refuerzos llegados oportunamente del sur los venció. Fundó la llacta
de Tumebamba y edificó la fortaleza del Quinche, en Quito-Carangue.
En aquélla, tiempo después, nació su hijo Tito Cusi Huallpa (el futuro
Huayna Cápac), habido con la coya Mama Ocllo.

Pese a una sequía que asolaba al Cusco, llacta a la que no veía
desde hacía por lo menos cuatro años, por lo que se le reclamaba,
impulsado por sus incontenibles éxitos, se propuso hacer una expedi-
ción a Chono, Huancavilca (Guayaquil), Paches y La Puná. Fue una
ardua y complicada travesía a causa de la ecología tropical y selvática
de esas costas de calor húmedo y bochornoso, rebosantes de jungla,
aguas, pantanos, animales feroces y sabandijas venenosas. Avisado
por unos mercaderes sobre la existencia de unas islas lejanas, armó
una impresionante escuadra de balsas y un batallóll d~ 20.000 solda-
dos capitaneados, entre otros, por Huamán Achachi. Fue en pos de
ellas, llegando a las lejanas ínsulas de Ninachumbi y Aguacchumbi,
que no se preocupó por colonizar. En esta aventura, la más grande
de la historia Inca, invirtieron entre 9 y 12 meses. Un tiempo enorme,
hasta el punto de que se les creía víctimas de algún percance marí-
timo. Sin embargo, un día volvieron con algunos trofeos demostrati-
vos de su hazaña (gente negra, sillas de latón, pellejos y quijadas de
caballos) que fueron llevados a Saisachuamán para su conservación.
Tales objetos permiten deducir que pudo llegar a alguna isla de la
Polinesia, tal vez a la de Mangareva, donde en el siglo XVIII SUS habi-
tantes contaban la tradición de la llegada de un jefe llamado Inca,
que les visitó viniendo del Este. Tradición que también existe en las
islas Marquesas, lo que indicaría que Túpac Yupanqui recorrió varias
de aquellas ínsulas.

Posteriormente pasó a Tumebamba, donde ordenó que a las tropas
y al botín se los condujera al Cusco por la vía de la sierra. El, en cam-
bio, fue a las costas de Tallán (Piura) y Pacasmayo, deteniéndose en
Chanchán~ para de inmediato continuar a Paramonga, donde dispuso la
erección de un templo solar. Como quería conocer el santuario de
Pachacamac~ oráculo notabilísimo, prosiguió su ruta. 40 días pasó aquí
ayunando Decretó la ampliación de tan sacrosanto recinto y la edifica-
ción de otros. Acto seguido, ascendió por Huarochiri y Pariacaca hasta
ílegar a Jauja. Al acercarse al Cusco, la etnia Inca y otras, en número
de 30.000 personas, salieron a recibirlo hasta Vilcacunca, encabezados
por el anciano Pachacútec. Fue, en efecto, una recepción extraordina-
ria, brillantísima. Hasta se escenificaron batallas y acontecimientos his-
toricos. También estaban presentes el pequeño Tito Cusi Huallpa,
Amaro Yupanqui y otros próceres. Todos éstos, incluyendo a Túpac
Yupanqui, lucían mascaipachas y champis, cual representantes de una
triarquía. Los festejos duraron varios días, todo planeado por Pachacú-
tec para simbolizar que el pleno poder del imperio estaba constituido
y consolidado. Ya no quedaban reinos ni sinchis que pudieran rivalizar
con ellos. Su espacio se extendía por regiones ricas y variadas. Todo
estaba dominado, e incluso su sucesión asegurada. Poco después se
produjo la muerte de Pachacútec.

La genial obra administrativa de Pachacútec

Antes de seguir adelante, veamos algunos de los írutos de la inteli-
gencia y genial capacidad administrativa y organizadora del ~obierno
de E'achacútec.

En el Cusco procedió a una reorganización y reedificación total de
la llacta entre cuyos monumentos destacó el ilamante templo solar
llamado desde entonces Coricancha (cercado de oro) después de la
preparación de planos y maquetas, para lo que tuvieron que acarrear
bloques pétreos desde las canteras de ~año. Para dichas obras proyectó
con minuciosidad el servicio de mitayos (trabajaclores por turno) a
cluienes retribuía con alimentos, bebidas, coca y hasta ropa. Tamblén
hizo erigir el templo de Quishllarcancha, dedicado al Ticsi Huiracocha
Pachayachachi. Habilitó un santuario para albergar a los ídolos de los
dioses de las etnias conquistadas, reteniéndolos en el Cusco en calidad
de rehenes políticos para evitar sublevaciones. Enriqueció y agrandó el
acllahuasi. El Cusco, en fin, crecía a base de maquetas. Hizo levantar
colcas, desecar los pantanos del Cusco, abrir caminos, edificar posadas,
construir puentes y funclar llactas (~ciudades~) con todos sus servicios
en los lugares claves para la vigilancia política, administrativa, econó-
mica y civil de las zonas anexionadas. Organizó y reglamentó el sis-
tema de mitmas (traslado de poblaciones, dirigido por el Estado), en el
que hacía intervenir a orejones y a runas (campesinos). Delimitó las
herras y pastos, para confiscar las sobrantes a favor del Estado, con la
finalidad de dedicarlas a la producción de rentas que necesitaba el
imperio. Al sistema de contabilidad le otorgó gran importancia. decisiva
en el censo del Estado. Intensificó la construcción de andenes En pro-
vecho suyo incautó las tierras agrícolas y sobrantes de Tambo. Reorga-
nizó las nlitas agrícolas, ganaderas, textiles, etc., para ejecutar las obras
estatales. Reglamentó el chaco señalando sotos de caza. Comenzó a
hacer las redistribuciones a gran escala. Estableció la guardia personal
del sapainca. La demarcación política quedó configurada respetando la
de los señoríos y reinos incorporados. Redistribuyó las tierras y pastos,
confiscando las que no aprovechaban los ayllus para adjudicarlas al
Estado y al culto de las divinidades. El Cusco y sus alrededores fue
cedido a los linajes o panacas reales que configuraban la etnia Inca.

Pachacútec, cuando reordenó la llacta del Cusco reconoció definiti-
vamente varios privilegios a las etnias Sahuasera, Antasaya y Alcahuisa
(ayaruchos), confiriéndoles el rango de nobles y parientes ceremonia-
les o simbólicos de la etnia Inca. Les reconoció la propiedad colectiva
de sus tierras, quedando a salvo de futuras usurpaciones y muy orgu-
llosos de ser llamados simbólicamente incas, aunque bajo la disciplina
y sumisión de los incas verdaderos. Los alcahuisas o ayaruchos se
quedaron en Cayaucachi. Los mitmas carlares y chachas fueron reubi-
cados en Carmenca.

Igualmente, Pachacútec definió el sistema de panacas y de mitades:
Anancusco y Urincusco. Esta llacta fue convertida en la gran capital. Su
plaza la hizo rellenar con arena acarreada desde Chincha: un simbo-
lismo ritual por ser tierra sobrecargada de mullu (caracolas dilacera-
das). En Saño instaló cárceles duras (sancaihuasis) para castigar a los
delincuentes. Inició la edificación de terrazas y almacenes en el valle
del Vilcamayo. Dispuso la erección de la fortaleza-templo de Sacsaihua-
mán, para lo cual tomó como modelo las fábricas de Taipicala (Tiahua-
naco), motivo por el que sus arquitectos se desplazaron hasta ese
lugar. Dividió a su Estado en huamallis (~provincias~) tomando como
base los señoríos y reinos conquistados. E implantó el servicio de
tucricutS (gobernadores) y tucuiricuts (espías). Pachacútec, como se
ve, fue el perfecto y nato organizador del imperio. Legisló todo y uni-
ficó políticamente al mundo andino.

Fijó el papel de los curacas, del ejército, de los funcionarios y de
los administrador es, desde los más encumbrados apocunas (~virreyes~)
hasta los simples visitadores y espías de ~provincias~. Montó, pues, toda
una organización administrativo-burocrática. Y la etnia Inca comenzó a
ser preparada como casta dirigente y dominante. Disciplinó el ejército,
y para un eficiente funcionamiento de éste y de las cuadrillas de traba-
jadores respetó el sistema decimal que sus hijos hallaron vigente desde
Ica y Huanca hasta Guayacondo y Cajamarca. Las mitas debían cum-
plirse de acuerdo a los grupos de edad y sexos de los individuos, a
quienes retribuía y redistribuía para mantenerlos contentos. Quedó res-
tablecido el correinado del sapainca con uno de sus hijos más hábiles.
Acató las reglas de sucesión de los curacazgos regionales, con la finali-
dad de evitar tumultos y guerras civiles después de la muerte de cada
inca y/o cacique. Si bien esto último nunca produjo los frutos desea-
dos: las desavenencias y contiendas por el poder jamás desaparecieron
del escenario social y político del país.

También tuvo que reformar el sacerdocio y el calendario. Su anhelo
era disminuir el gran poder de los sumos sacerdotes del Sol, verdaderos
incas o reyes del bando de Urincusco, quienes hasta antes de Inca Roca
habían sido los únicos soberanos de la etnia Inca en el Cusco. Se pro-
pUSO castigar la descarada felonía del clero que llegó al extremo de con-
fabularse con los chancas para arruinar a los incas de Anan, es decir a
Huiracocha y a Urco, lo que no sucedió gracias a la oportuna interven-
ción del príncipe Cusi Yupanqui. Fue la única manera de quitarles la
tutela que de hecho .seguían manteniendo .sobre la realeza. T a táctica
consistió en c;ue el sapainca hizo matar a los "I~dlsos sacerdotes~; destituir
a otros y nombrar como tales, entre ellos al sumo sacerdote, a los más
manejables y obedientes, sacándolos de entre los más sumisos de los
urincuscos. Reorganizó e instituyó nuevas fiestas, determinando las princi-
pales y secundarias con un ordenamiento más exacto del calendario. Pero
la verdad es que el enfrentamiento con el sacerdocio sólo iba a terminar
durante el gobierno de Huayna Cápac. El sumo sacerdote (o inca de
Urin), sin embargo, no fue marginado del todo de las cuestiones políticas
y militares. Podía y de hecho se convertía en el primer personaje del
Estado cuando el sapainca fallecía hasta designar y dar posesión del
cargo oficialmente al sucesor previsto. Así ocurrió por ejemplo con Colla
Topac, sumo sacerdote del Sol, después de la muerte de Huayna Cápac.
Y hubo circunstancias en que no sólo sustituía al sapainca, sino que
incluso ejercía funciones militares, como acaeció con Villac Humo durante
el asedio del Cusco por Manco Inca para expulsar a los españoles.

De las dos parcialidades o mitades de la etnia Inca (anan y urin),
el bando de Anan quedó en definitiva con el mando supremo en lo
político, militar" civil, económico y judicial; mientras el de Urin quedó
sólo para los eventos concernientes a la dirección religiosa y espiritual,
salvo en las ocasiones ya anotadas. De ahí que al de Anan se le
agregó el titulc) de sapainca el único rey. Incluso se dispuso que el
apelativo de capac (hombre de más poder) fuese privativo clel sapainca
reinante y ya no de cualquier curaca regional.

Pachacútec fue, asimismo, un fino observador de la psicología
humana y elaboró al respecto muchas máximas y sentencias. Por ejem-
plo: ~el que procura contar las estrellas no sabiendo aún contar los
quipus, es digno de risa"; ~la envidia es una carcoma que roe y con-
sume las entrañas de los envidiosos~. Son dichos que demuestran su
prudencia y talentosa comprensión de la vida y de los hombres.

Así fue como Pachacútec, al simple curaca o señor del Cusco que
por tradición se llamaba ínca, lo transformó en el sapainca del Estado
imperial, es decir, en el rey de reyes, en el señor de señores, o mejor
dicho en el único gran emperador o gran soberano del mundo andino,
destino que les duró hasta 1533, apenas 95 años, período máximo de
continuidad del fabuloso imperio del Tahuantinsuyo.

Pachacútec desde un principio exteriorizó su genial visión de esta-
dista y caudillo guerrero. Consideró que la consolidación de un Estado
grande y poderoso dependía de la guerra y las armas; de una sólida
ideología expansionista y de objetivos que defender. He ahí por qué

~formó un Estado imperial a imagcn y semejanza del de sus antepasa-
dos de Taipicala. Esa tue su gran tarea histórica. Dejó, pues, confor-
mada la casta dirigente y dominante apoyada en un formidable ejército
y burocracia reforzada con mitos y leyendas fabricados ex profeso,
como la de Manco Cápac y Mama Ocllo: hijos del Sol, enviados por
éste para ~culturizar y civilizar a la humanidad~; o la de los cuatro Ayar,
en la que Ayar Ucho, Ayar Cachi y Ayar Auca, que fueron opositores
de Ayar Manco Cápac, resultan convertidos en sus hermanos. Tales
mitos les permitían desenvolverse libremente.

Desde Pachacútec, los de la etnia Inca comienzan a ser intensa-
mente mitificados, autopresentándose como los paradigmas que dan
origen y forma a la vida organizada y civilizada de la humanidad
andina Así es como Manco Cápac fue transfigurado en el organiza-
dor inicial y Pachacútec en el definitivo. Todo con el fin de justificar
la dominación y lograr la aceptación de las etnias que iban sojuz-
gando Cada inca anterior a Pachacútec, de los considerados en la
nomenclatura oficial, fue transmutado en arquetipo. A partir de
entonces todo lo bueno que existe en el área dominada por ellos es
atribuido a los incas. Por ejemplo, el de haber sido los distribuidores
del maíz. Y llega a tenérseles por hijos de los dioses, reverenciándo-
seles como a divinidades.

El gobierno del sapainca fue desde aquella fecha conceptuado
como un don de los dioses. De modo que Manco Cápac resultó
engendradot criado, educado y designado por el dios Sol. Por lo tanto,
todos los incas y sapaincas son divinizados, responsabilizados del bie-
nestar y felicidad del Estado; son los guías del pueblo y al mismo
tiempo ~vicarios~ del dios Sol, por eso las campañas represivas y gue-
rreras que capitanean son ponderadas como un servicio a dios. Se
afirma que el inca habla frecuentemente con el Sol para darle cuenta
de sus actos y simultáneamente recibir instrucciones.

Pero aparte de esas argucias políticas para cimentar el poder, se ve
que Pachacútec y su hijo correinante llevaron a cabo eso que se llama
una ~boda de conveniencia~ entre la vieja civilización andina, sobrc
todo con la de la sierra, incapaz de renovarse a sí misma, y la etnia
Inca que no destruía lo conquistado, sino que se apropiaba, lo asimi-
laba y se acreditaba como la legítima sucesora de los dioses estelares.

La aparición del imperio Inca, consecuentemente, no implicó la
desaparición de las culturas precedentes y de las demás etnias andinas,
aunque que los anan y urincuscos trataban de denigrarlas. Y eso fue
posible porque casi todas, prácticamente, participaban de los mismos
elementos culturales. La formación del imperio fue rápida ')7 fácil por-
qlle entre el Cusco y muchas etnias regionales existían varios puntos
en común, coincidencia en sus creencias y concepciones políticas y
morales, fenómeno que venía gestándose desde los vetustos tiempos
de Chavín, de tal manera que la expansión incaica venía a ser la victo-
ria del sincretismo.

En resumen, Pachacútec extendió sus dominios por el norte hasta
la cuenca hidrográfica del río Pampas. Por el suroeste, hasta la mitad
de los cuntis. Por el sureste hasta la planicie de Tiahuanaco. Luego,
gracias a su hermano Cápac Yupanqui, hasta la costa central y la
región comprendida desde Huamanga a Cajamarca y Chimor. Con
Amaro Topac y Apo Páucar Ushno llegó hasta Chincha. Con el correi-
nado de su hijo Túpac Yupanqui penetró hasta Chimbo, Cañar, Chono
y Huancavilca.

Pachacútec expiró en pleno apogeo imperial. Su momia fue colo-
cada en Tococache (San Blas/Cusco), en el templo dedicado al Trueno.
que él hizo edificar. A su lado pusieron el ídolo principal de los chan-
cas de acuerdo a la costumbre de conservar los dioses de los pueblos
vencidos como trofeos del inca que los subyugó. La citada momia tam-
bién conservaba la herida que recibió Pachacútec durante la guerra con
los cuyos. Exhaló el último suspiro muy viejo, completamente canoso,
pese a que los runas andinos no encanecen con facilidad. En 1471
debió cle ocurrir el deceso del creador del imperio Inca, al que dejó
bien organizado, legislado y administrado con disposiciones c~ue dura-

1533 y décadas posteriores. Todo lo planificó y dejó listo
sus hijos y demás descendientes llevaran al imperio a su
llla ~ esplendor. Los demás soberanos no harían otra cosa que
seguir sus pautas. No cabe duda: fue un hombre genial. Abarcó y
dominó todas las actividades. Fue el cerebro más insigne que ha pro-
ducido la América precolombina, sólo comparable a Alejandro Magno,
otro eximio conquistador y creador de un extraordinario imperio en el
Viejo Mundo. El territorio que legó fue la base del virreinato peruano y
,1,~ la república actual del Peni.

Mitos para justificar el imperio

A partir de entonces y con el transcurrir de los años, pero más
¨ que todo con Pachacútec (¿1438-1471?) la etnia Inca forjó mitos y
leyendas con la finalidad de ocultar su fin desastroso en Taipicala.
Para ellos la solución fue arrancar su tradición genealógica apcnas dc
dos lugares: el lago Titicaca y el valle de Pacarictampu. Inventaron e
hicieron creer que fueron creados y enviados por el dios Sol para
~civilizar al salvaje jatunruna andino". Idearon el mito de que ellos, si
bien fueron concebidos por dios en el Titicaca, de todas maneras
habían emergido a la Tierra por las cuevas ubicadas a un costado de
la de Marastoco, concavidades a las que precisamente les pusieron
Dor nombre Tambotoco o Sutijtoco y Capactoco, o sea la Ventana de
:os tambos y la ventana de los poderosos, es decir, de la gente de
~Ianco Cápac. De todos modos, el mito oficial, desde esa fecha,
elegó al olvido el peregrinaje de los tambos al Vilcamayo; ensal-
~ando sólo el de Manco hacia el Cusco. La aparición de Manco, pues,
dquiere relieve con su surgimiento en Pacarictampu. Desfiguraron
anto los hechos reales que su primera huida-migración la mezclaron
on las narraciones míticas la organización del mundo y de los hom-
res por el Ticsi Huiracocha Pachachayachic, haciéndolo coincidir con
l peregrinaje de este dios hacia el norte, de manera que Manco
,ápac aparece como un caudillo hijo de dioses, encomendado por
stos para regir a la humanidad. Inclusive aseguraron con énfasis que
I dios Ticsi Huiracocha les dio las insignias de mando y que formó

etnia Inca como a la elegida para administrar los destinos del
undo conocido por ellos.
Elaboraron la leyenda de que Ayar Cachi, encerrado en una de las
ernaS por un tal Tampumachay, dio tan estentóreas voces que hizo
temblar la tierra (terremotos); y que Tampumachay quedó convertido
en piedra como maldición por su crimen de haber matado al referido
Ayar Cachi. El mito también transformó en piedra a Ayar Auca, otro
oacompañante" de Manco Cápac, enorme roca que quedó clavada en el
Cusco como símbolo de la toma de posesión por el invasor Manco,
quien aseguraba dar ejecución a los mandatos divinos. Pero, sea lo que
fuere, en esas versiones quiméricas dejaban explícita una gran verdad:
su traslado o migración de Taipicala a Pacarictampu, si hien el avance
de Pacarictampu al Cusco quedó menos desfigurado; conservando por
igual el nombre de los ayllus trashumantes, los lugares cle parada y
clejando constancia de la lentitud del desplazamiento.

Ya fue explicada la verdad histórica respecto a los alcahuisas o aya-
ruchos, como una de las más antiguas etnias del Cusco, donde vivían
desde centenares de años antes de la invasión de Manco Cápac. Sin
embargo, cuando se creó la leyenda de los cuatro Ayar, fue señalado
como uno de los hermanos y grupos salidos de Capactoco (Pacaric-
tampu). Es decir, la narración oficial trató de disimular con la prcten-
dida hermanclad de los Ayar, varios periodos de sucesivas migraciones
y luchas encarnizadas en el Cusco contra los invasores incas. Su con-
versión en piedra en Huanacauri revela que fue derrotado por Manco
Cápac con ayuda de los saños. Por cierto que colocaron un monolito,
al que lo convirtieron en ídolo: un oráculo para comunicarse con el
Sol. Pronto hicieron creer que dicho oráculo expresó cómo el Sol dis-
puso que Manco debía ser llamado capac (rey). Inteligente medida
mágico-política para asentarse como s~lpremos mandatarios.

También inventaron la historia de que el Cusco y sus alrededores
habían sido el escenario de sólo ayllus libres y pequeñísimc)s curacaz-
gos de vida todavía salvaje, los cuales habrían seguido igual de nc
haber llegado la etnia Inca.

Como se observa, la conducta e ideología del grupo dominante y
dirigente del Cusco no difería en nada de otros sistemas imperiales que
han florecido en la historia universal.

Túpac Yupanqui. Otro gran período de expansión (¿1471-
1493?)

En 1471 (¿?) Túpac Yupanqui era ya un hombre maduro, con más
de 30 años de edad. Y una vez que aseguró SU puesto y cargo en e]
poder supremo, anunció oiicialmente la muerte de SU padre para cele-
brar los ritos del purucaya (funerales), que incluían sacrificio de niños
y llanto de mujeres especializadas en derramar lagrimones.

Hijo de la coya Mama Anahuarque, como hombre valiente y esfor-
zado desde un comienzo continuó con el proyecto político-militar que
había diseñado su progenitor. Consiguió no solamente conservar los
territorios legados por Pachacútec, sino que los extendió aun más. Ini-
ció su reinado personal en 1471 aproximadamente.

Cuando llegó al poder absoluto era un hombre ducho en la tác-
tica guerrera y un excelente administrador, virtudes plasmadas
durante su anterior correinado. Su tarea política y militar se redujo a
ensanchar sus posesiones y al mismo tiempo a mantener el orden y
la paz, perfeccionando la organización y la administración en todos
sus aspectos. En busca de tales metas llevó a cabo una campaña al
Antisuyo (selva). Con un ejército dividido en tres sectores entraron
por Aguatoma, Amaro y Pilcopata, dirigidos por él mismo y por
otros dos guerreros famosos: Otoronco Achachi y Chalco Yupanqui,

~espectivamente. Se concentraron en Opatari, perteneciente ya al
Antisuyo. Con audacia y tenacidad penetraron en la espesa selva, en
cuyo interior hasta se extraviaron. Pero terminaron conquistando y
anexionando a las tribus de Opatari, Manú y Yanasimi (bocas
negras). Avanzaron y pasando por el río Tono llegaron a Chipena-
guas. El apo Cusi Rimachi, otro de sus generales, siguiendo por la
ruta de Camata llegó al Paititi, al suroeste de Mapiri y a 2.150 metros
sobre el nivel del mar, donde puso las señales de las fronteras orien-
tales por ese lado. Hay bastante probabilidad de que alcanzaran
Moxos, sin tomar posesión de él. Su afán por incorporar esas etnias
era para proveerse de plumas de aves exóticas, yerbas medicinales,
aves canoras, plantas-insecticidas, tierras para cocales y también para
proveerSe de la afamada chonta, árbol de madera formidable para
lanzas de guerra. A partir de entonces cada vez que salía del Cusco
dejaba como incap rantin (sustituto) a su hermano Amaro Yupanqui,
,u fraternal y fiel colaborador.

Precisamente cuando estaba en la selva, Túpac Yupanqui fue avi-
~ado por su hermano Amaro Yupanqui de cómo las collas se habían
ebelado. Tuvo que salir dejando en la selva a su leal y devoto Oto-
onco Achachi. Pasó a Paucartambo y de aquí a Vilcanota para sofocar

los sublevados que contaban con la alianza de los puquinas
Callahuaya~ Capachica) y omasuyos, lo que les permitió resistir más de
los años. La oposición fue tan heroica que hasta pelearon en defensa
uya las mujeres collas (hl~armipucaras o huarmiaucas) Pero al fin

.
Mama Ocllo, mujer principal de Túpac Túpac Yupanqui.
Yupanqui

Otro retrato de Túpac Yupanqui.

Mapa de los cuatro ((suyos(( o distritos, des-
pués de que Túpac Yupanqui regionalizase
al Estado.
triunfaron los incas; de modo que el señor colla se fugó disfrazado de
campesina para refugiarse entre los lupacas.

Túpac Yupanqui, para afianzar su poder y dominio, emprendió la
persecuciOn, sobrepasando el Chacamarca (Desaguadero) y avanzando
hasta Charcas Venció definitivamente a los aymaras de Pacaje en la
batalla de Llallagua. De Charcas pasó al sur, no parando hasta Chile
donde sometió a los sinchis Michimalongo y Tangalongo. Prosiguió
hacia Coquimbo y por último arremetió contra El Puren, Tucapel y El
Arauco, deteniéndose en el río Maule, donde fijó los límites meridiona-
les de su imperio. Dejando allí gobernadores y guarniciones de mitmas
collas, retornó al norte. En Paucartambo lo esperaba Otoronco Achachi,
con quien hizo SU entrada en el Cusco.

Como se advierte, no sólo supo conservar el territorio legado por
su progenitor, sino que lo amplió. En lo político dominó a todos los
curacas; y en lo militar extendió el sistema decimal al ejército. Y divi-
dió al espaciO imperial en cuatro suyos (regiones) dándole el nombre
de Tahuantiniuyo el Estado de las cuatro regiones: Chinchaysuyo
Antisuyo, Collasuyo y Antisuyo. En el cual, la jatun tupac llacta dei
Cusco (((magnífica y gloriosa ciudad ) fue considerada como el centro
del perímetro jurisdiccional andino controlado por la etnia Inca; o
como decían ellos: en el ombligo del mundo, palabras metafóricas para
indicar que constituía el centro del nuevo imperio que se había gene-
raclo allí, y que a su vez sería el último en la historia autóctona de los
Andes. O en otros términos: la capital política militar, administrativa
religiosa y cultural: un inaudito centralismo. Mitos hábil y vivamente
elaborados la aureolaron con un hondo y penetrante prestigio sagrado
convirtiéndola en la llacta sagrada por excelencia. Se comenz(S a decir
entonces cle que había sido fundada por el dios Ticsi Huiracocha
Pachayachachi para sede de la etnia Inca, por lo que Manco Cápac
tomó posesión de ella por mandato del Sol.

Estuvo casado con Mama Ocllo, aparte de una infinidad de esposas
secundarias Justamente una de éstas, llamada Chuqui Ocllo, mujer
muy ambiciosa, consiguió que Túpac Yupanqui designara como correi-
nante y heredero a SU hijo Cápac Huari. Pero el sapainca titular des-
plazó a este príncipe, prefiriendo en su lugar a Tito Cusi Huallpa
(Huayna Cápac), hijo de Mama Ocllo, nacido en Tumebamba. El inci-
dente produjo toda una conjura del serrallo que acabó con el envene-
namiento y muerte de Túpac Yupanqui mediante un brebaje suminis-
trado por Chuqui Ocllo. Su óbito fue en Chinchero, cerca al Cusco, en
1493 más o menos. Su linaje o descenclencia se agrupó en la panaca
denominada Capac Ayllu, pero fraccionada en tres mitades: Collana,
Payán y Callao o Cayao; quedando la primera al cargo de un hijo del
soberano, la segunda al de su hermano Amaro Yupanqui, y la tercera
al de otro de sus hermanos llamado también Túpac Yupanqui Inca.

Huayna Cápac (¿1493-1527?). Esplendor del Tahuantinsuyo

La codiciosa Chuqui Ocllo, disconforme con la postrera voluntad de
Túpac Yupanqui y no satisfecha con el envenenamiento de su marido,
tejió la primera conspiración contra el joven Tito Cusi Huallpa, que aca-
baba de ser designado heredero. Aseguraba que su hijo era el legítimo
sucesor, porque Túpac Yupanqui así lo había decretado desde años antes,
y que sólo en el supremo momento de su vida, moribundo e incons-
ciente, había cambiado de parecer. A Chuqui Ocllo se le unieron otras
mujeres del gineceo o harén del difunto soberano que miraban con oje-
riza a Mama Ocllo, viuda principal de Túpac Yupanqui y madre de Tito
Cusi Huallpa. Chuqui Ocllo incitaba con sus arengas a la sublevación
palaciega para destituir al joven príncipe y entronizar a Cápac Huari.

Persuadidos muchos orejones (nobles) con esos discursos se apresu-
raron a fomentar la revuelta. Y cuando la intriga estaba a punto de tener
éxito surgió Mama Ocllo protestando enérgicamente por la absurda acti-
tud de Chuqui Ocllo. Mama Ocllo, para repeler la sedición de las viudas
secundarias (oconcubinas~) de Túpac Yupanqui, felizmente contaba con la
colaboración del fiel Huamán Achachi, militar de gran prestigio y expe-
riencia, cuya vida había transcurrido al lado de su hermano el sapainca
fallecido, asistiendo a casi todas las campañas guerreras.

Huamán Achachi enclaustró al ojovencito~ Tito Cusi Huallpa en la
fortaleza de Quispicanchis, para que no corriera riesgo alguno. Luego
se movilizó para anular la insurrección. Exterminó a los cabecillas y
arrestO a las viudas más comprometidas (Chuqui Ocllo y Curi Ocllo),
condenándolas a muerte. La primera fue acusada públicamente por
Mama Ocllo de haber envenenado a Túpac Yupanqui. El auqui Cápac
Huari fue perdonado por no tener culpa, pero se le desterró a Chin-
chero, para que muriese donde su madre atosigó a su padre.

La conspiración e intriga de alcoba fue desmantelada. Pero Tito
Cusi Huallpa y Huamán Achachi quedaron muy consternados por el
Significado de tan terribles ambiciones palaciegas. Y ahí no concluyó la
crisis política. Debido a su "excesiva~ juventud fue ineludible nombrarle
un incap rantin (regente), para que gobernase en tanto durara su
ominoría de edad. Dicho cargo recayó en su tío Apo Huallpaya, quien
al poco tiempo urdió a favor de un hijo suyo otra confabulación contra
el príncipe para despojarle del mando. Para justificar su perfidia recu-
rrió a la ~(extremada mocedad~ de Tito Cusi Huallpa, y para darle fuerza
a su traición entró en complicidad con algunos sacerdotes del Sol.

A Huamán Achachi, aposuyo del Chinchaysuyo, le fue posible des-
cubrir la conjura gracias a unos ladrones de las pampas de Anta, quie-
nes, al arrebatar varios cestos de coca a unos cargadores estatales que
transportaban tan preciada hoja al Cusco, hallaron en su interior armas
camufladas. Los salteadores denunciaron su descubrimiento. Hecha la
pesquisa, Huamán Achachi entró al Cusco para acusar a los culpables
de la conspiración. Los ladrones fueron indultados, mientras los leales
a Tito Cusi Huallpa se disponían a defender al legítimo sucesor.

Huamán Achachi apresó a los secuaces de Huallpaya, después de lo
cual, a la cabeza de una gran cantidad de orejones sinceros se dirigió
al Coricancha para sacar el capac unancha (emblema de mimbres aci-
calado con plumas de varios colores) y marchar sobre los subversivos
hasta aplastarlos. Huamán Achachi agarró y tiró de los cabellos a
Huallpaya increpándole su conducta falsa, hipócrita, pérfida, desleal,
maldita. Incluso le dijo malnacido, verguenza y baldón del linaje Inca,
etc., etc. Huallpaya, apresado, fue conducido a la casa de su padre el
general Cápac Yupanqui, donde lo sentenciaron a morir por traidor.
Igual pena impuso a su hijo, a quien intentó subir al trono. Así finalizó
la sedición, la primera llevada a cabo en el Tahuantinsuyo por un
regente del propio inca. La revuelta fue, pues, ahogada.

Apagado el levantamiento, Tito Cusi Huallpa fue reconocido como
sapainca titular, y a partir de entonces tomó el nombre de Huayna
Cápac. Se casó y se hizo cargo directamente del gobierno, tomando
como asesor y consejero al auqui Topa Inca, tío suyo. La tarea que se
trazó fue una acción política en pro de la paz incaica. Su deseo era
mantener a la tierra pacificada. Para ello visitó varias veces su territo-
rio, nombró visitadores generales (encuestadores o censadores) y fun-
cionarios administrativos en todo tipo de actividades.

Como los de la isla de La Puná, Huancavilca y Chono se rebelaron
para recuperar su libertad, el sapainca los reprimió al mando de mag-
níficas tropas. De regreso al Cusco eligió a su hijo llamado también
Topa Cusi Huallpa (Huáscar) como al príncipe que debía sucederle,
permitiéndole correinar. Y dejándolo como incap rantin del Cusco,
preparó pronto una expedición a regiones más lejanas. Con un ejército
de 200.000 hombres, aparte de mu jeres y ya 7zas, salió rumbo al
extremo norte del Chinchaysuyo. De Jatunjauja se desvió para ofrendar
y pedir consejo al oráculo de Pachacamac: quería consultarle acerca de
su destino. En el valle Huanca dispuso la segregación de ese reino en
tres distritos o sayas autónomas, con el fin de poner coto a las rivali-
dades de los jatuncuracas de Anan y Urin. Con tal medida desarticuló
al poderoso reino Huanca. Y, luego, con los buenos vaticinios de
Pachacamac penetró en Chachapoyas que otra vez se habían sublevado
en busca de su independencia; pero los reprimió con facilidad emple-
ando crueles disposiciones militares y también otras de generosidad.
De allí emprendió la conquista de Chilcho a Moyobamba.

Prosiguió con el deseo de conquistar a los belicosos pacamoros, sin
lograrlo. De Tumebamba envió tropas para poner al orden a huancavilcas,
chonos y punaneños. Pero esta vez le fue imposible restablecer la domi-
nación y control directos, debido a que el clima húmedo, la selva impene-
trable y la infinidad de sabandijas ponzoñosas eran los mejores aliados de
esas nacionalidades o etnias. Sin embargo, ante la amenaza y peligro
latentes de los incas, los punaneños, huancavilcas y chonos acordaron un
tratado: pagar sus panas al sapainca, es decir, un tributo consistente en
caracolas, a cambio de lo cual el Cusco no les invadiría ni conquistaría.

En Tumebamba organizó un ejército multinacional. Avanzó hacia los
tallanes y tumbesinos; preparándose expresamente para cargar contra
los cayambes, carangues y pastos, etnias del extremo septentrional del
Chinchaysuyo, que sólo pudo derrotar después de 10 años de pelea
titánica en la que ambos despuntaron por su heroicidad y gallardía.
Los vencidos fueron masacrados en la batalla de Cocharangue, que a
partir de esa fecha se le dio el apelativo de Yaguarcoc~a: lago de San-
gre, en memoria de la mucha que fue derramada, quedando sus aguas
teñidas de rojo. Apenas dejó con vida a niños y mujeres, que por
miles desterró a distintos lugares, principalmente para confinarlos en
las plantaciones de coca, ubicadas en la selva alta, introduciéndose en
su lugar a miles de mitmas procedentes del Collao, Cusco y otros luga-
res para equilibrar la población de las etnias que acababa de conquis-
tar con tanto trabajo y tiempo.

De allí ordenó al capitán Yasca encaminarse al sur, al Collasuyo, a
contener el avance de las tribus guaraníes que, desde el Chaco para-
guayo marchaban hacia el oeste en busca del utópico paraíso, donde,
según sus mitos, nadie envejecía ni fallecía. Ya habían penetrado y ani-
quilado la guarnición inca de Cuscotullo. En Misqui y Tomina, Yasca hizo
prisioneros a decenas de guaraníes, ohligando a retroceder a los restan-
tes; pero de todas maneras no los derrotó. Reconstruyó las guarniciones
Rahua Ocllo, una de las mujeres prin- Huayna Cápac, en cuya época el Ta-
cipales de Huayna Cápac. huantinsuyo llego a su máxin1o apogeo.

lomia de Huayna Cápac conducida desde Tumebamba, lugar de su falleci-
~ento, al Cusco, para ser dcpositada en un aposento especial.
de frontera, instaló otras nuevas y retornó al Cusco. Debió ocurrir entre
1522 y 1523. A los prisioneros guaraníes los trasladaron a Vilcanota,
donde recibieron el nombre de Chiriguaná (escarmentados con el frío).

Mientras tanto Huayna Cápac pasó más al norte, llegando hasta
Quillasinga, que sometió y anexionó al imperio; pero que después
abandonó por sugerencia de sus asesores y consejeros, quienes le con-
vencieron de la inutilidad de retener a ese pueblo de ~(incapaces~, de
cultura tan ((primitiva~ que más bien ocasionaba gastos al eraric) estatal.
Retrocedieron, fijando la frontera, definitivamente, en el Ancasmayo, el
actual río Carchi (que separa Ecuador de Colombia). Hizo una expedi-
ción por las selvas costeñas del oeste, retornando a Tumebamba,
donde fue sorprendido por una epidemia.

En su época el imperio llegó a SU máxima expansión y a un
esplendor total. Cabalmente su nombre (Huayna Cápac), por tal razón,
adquirió una nueva acepción: sol en el cenit, en directa alusión al apo-
geo del Tahuantinsuyo. De ahí que su figura fuera apoteósica, conside-
rándosele como la encarnación del dios Sol, venerándosele como a un
dios viviente, con superioridad a todos los dioses regionales, a quienes
podía destruir si lo creyera conveniente.

En su época también adquirió relevante importancia la llacta de
Quito, localizada al norte, residencia de renombrados mitmas incas,
encargados del control de la con~ulsiva tierra de carangues, cayambes y
pastos. Pero el Cusco, núcleo de la etnia Inca, seguía con su rol hege-
mónico con el aval de su larga historia y halo mitológico-legendario. Sin
embargo, según parece, aquello determinó que, en un primer momento,
l~uayna Cápac pensase en dividir el territorio entre dos de sus hijos,
hecho que no se llegó a materializar debido a las presiones del grupo
dirigente que mantenía y defendía la predominancia y preponderancia
del Cusco, donde regía el correinante Topa Cusi Huallpa de conformi-
dad a una disposición emitida por el propio Huayna Cápac años antes.

En tal estado de cosas y pese a que, antes de dejar el Cusco, había
nombrado como correinante a Topa Cusi Huallpa, o mejor dicho, su
heredero, en SU Iecho de muerte y poco antes de exhalar el postrer sus-
piro en Tumebamba, modificó su dictamen, señalando a otro hijo suyo
llamado Ninan Cuyuchi. Pero éste, como el mismo sapainca, sucumbie-
ron casi al mismo tiempo, más o menos en 1526 o 1527, al parecer
envenenados por los curacas de Chachapoyas, quienes les profesaban
una inquina solapada y recóndita, hecho que se agudizó con la pande-
mia de viruelas traída por los españoles cuando desembarcaron en Tum-
bes y Pariñas durante el segundo viaje de Pizarro, y también por los

mercaderes nativos que tenían contactos con sus colegas de Centro Amé-
rica, donde los españoles ya venían operando desde 1501. La versión
oficial, no obstante, trató y logró convencer de que sus decesos habían
sido causados por la fiebre típica de aquella enfermedad.

Frente a circunstancia tan inesperada, los orejones del Cusco
acordaron exaltar como sapainca a Topa Cusi Huallpa, llevando a
cabo la primera decisión de Huayna Cápac. Las vísceras de éste fue-
ron inhumadas en el lugar donde había nacido (Tumebamba), su
corazón pulverizado fue metido en un ídolo del Sol y su momia tras-
ladada al Cusco. Su linaje o descendencia tomó el nombre de Tume-
óamba Panaca.

~Huáscar y Atahualpa (¿1527?-1533). La caída del imperio

~ Topa Cusi Huallpa, hijo de Huayna Cápac, nació en el pueblo de
J~uáscarquiguar o Huáscarpata, al sur del Cusco, donde lo trajo al
undo su madre Mama Ragua, segunda esposa y hermana del referido
~berano. Cuando se hizo cargo del imperio no era un hombre inex-
~rto, ya que por reemplazar a su predecesor en el Cusco durante las
rgas ausencias de éste, había adquirido una extraordinaria experiencia
los tejemanejes de la administración estatal. De manera que cuando
e ungido sapainca era ya un hombre hecho y derecho. Desde aquel
a tomó el nombre de Huáscar, en recuerdo del lugar donde vio la
imera luz.

Inició su mandato gobernando a todo el imperio, y no a la mitad
él como se cree vulgarmente. Desde un comienzo también, todos le
~onocieron como sapainca, incluso Atahualpa, que residía en los con-
es septentrionales del Chinchaysuyo, desde donde pidió a Huáscar el
mbramiento de incap rantin de Quito y su área de influencia, es
cir, el título de representante de Huáscar. Todo ello debió ocurrir
tre 1527 y 1528.

Huáscar se casó con su hermana, la princesa Choque Huipa o Cho-
e Huipa Coca. Y a lo largo de S-l reinado quiso seguir aplicando la
lítica de su padre. En consecuencia, fue piadoso y clemente con los
e le escuchaban y obedecían, en tanto que cruel e impulsivo con

que le desacataban o querían desacatar, sin tener en cuenta que
~ran o no sus parientes, aunque .sabía mostrar tolerancia cuando las

unstancias lo requerían. Los primeros años de SU mandato fueron
paz y tranquilidad.
En su tiempo ya no quedaba casi nada por conquistar. Las etnias
que rodeaban las fronteras imperiales, de conformidad a los criterios
de economía política de los anan y urincuscos no merecía la pena ane-
xionarlas debido al bajísimo nivel económico-social. Incorporarlas más
bien significaban un tremendo gasto para el erario estatal. De ahí que
solamente emprendió dos expediciones, una a Pomacocha y Honda, al
noroeste de Chachapoyas, encargándosela a Chuquisguamán, un fami-
liar suyo, a Tito Atauche y al tucricut Runto de Chachapoyas. Invadie-
ron y conquistaron los referidos señoríos de Pomacocha y Honda,
mientras Atahualpa hacía una incursión contra los huanca~7ilcas y puna-
neños que se negaban a pagar SUS par~as (sal y caracolas:), sofocándo-
los con celeridad y facilidad, por lo que regresó a Quito triunfante.
Para invadir y conquistar el valle de Moxo.s envió a SU hermano Manco
Inca Yupanqui.

Pero su tiempo también, desde un comienzo, hlvo que dedicarlo a
otras cosas: sofocar sediciones y conjuras íejidas en SU contra por opo-
sitores que pretendían el c argo de .sa~ainca l.os que iniciaron la sub-
versión en el Cusco fueron sus hermanos Chuquisguamán ~7 Conono,
quienes anhelaban colocar como sapainca a otro hermano suyo: Cusi
Atauchi, hombre estimado en la capital del Tahuantinsuyo. Pero no
pudieron conseguir nada porque el mismo Chuquisguamán, arrepentido
y miedoso, delató a sus hermanos. El resultado fue la veloz ejecución
de Conono y Cusi Atauchi, para cortar la propagación de la conjura.
Hizo lo posible para poner calma a las rivalidades existentes entre los
anan y urincuscos; pero la sublevación más tremenda que tuvo que
afrontar fue la de su otro hermano Atahualpa, incap ralltin en las
comarcas quiteñas, quien contaba con la inclinación, afinidad y simpa-
tía de los cayambes, carangues, pastos y de los entrenados mitmas
incas residentes en Quito y Carangue.

Huáscar comenzó a desconfiar de toclos, incluso de los que tiempo
atrás habían llegado al Cusco trayendo la momia de Huayna Cápac.
Los creyó cómplices de ocultos y remotos preparativos desestabilizado-
res de Atahualpa; los hizo apresar y torturar para obtener confesiones,
pero al no arrancarles ninguna revelación ordenó matarlos. Tal actitud
fue motivo para que le retiraran su confianza los anancuscos, a cuyo
linaje pertenecían los ejecutados, entre ellos algunos de gran intluencia.
Con todo esto, pues, condujo su gobierno sin brillo ni popularidad.

La guerra subversiva de Atahualpa fue provocada única y exclusiva-
mente por las ansias de poder, una más en la historia de la etnia Inca.
Para alcanzar sus objetivos consiguió el tavor de los pastos, carangues

y cayambes, aprovechando la escondida oposición de estos pueblos
hacia los cusqueños, quienes en años atrás habían liquidado a sus
padres y abuelos en Yaguarcocha. Los convenció para tomar la revan-
cha y venganza por la horrenda masacre dirigida y presenciada por
Huayna Cápac. Para lograr sus fines, Atahualpa adujo que su madre
había sido la reina viuda de Carangue (Otavalo), con lo que le fue
posible persuadirlos. También logró el apoyo de los mitmas incas acan-
tonados en Quito y Carangue. La beligerancia fue declarada cuando
Atahualpa se negó a viajar al Cusco, desoyendo una orden de Huáscar.

Iniciada la contienda, Huáscar confió la primera campaña a su her-
mano Atoc, quien derrotó a Atahualpa en la batalla de Mocha, pero sin
lograr hacerlo prisionero. Atahualpa, prosiguiendo la lucha, ganó en la
siguiente batalla de Ambato o Mulliambato, en la que aprehendieron a
Atoc. Tal acción de armas determinó que los efectivos huascaristas fue-
ran puestos bajo el mando del príncipe Huanca Auqui, quien sufrió
continuos reveses en Rumichaca y Mullituro, motivando su angustiosa
~tirada a Tumebamba y Cusibamba.

Aprovechando una tregua, Atahualpa invadió y conquistó espectacu-
larmente a los pueblos selváticos septentrionales de Quijos, Maspa,
Tosta y Cosanga, y poco después a los yumbos. Lo que impulsó a
Huanca Auqui para que atacara sin suerte a los pacamoros y huambu-
cos, quienes lo derrotaron en los combates de Callanga y altos de
Huambuco. Regresó totalmente desmoralizado.

Reiniciada la lucha entre los bandos de Atahualpa y Huáscar, las
victorias campales, unas tras otras, fueron obtenidas por los rebeldes
gracias a la destreza de los estrategas Quisquis y Chalcochimac. Ellas
permitierOn que Atahualpa avanzara triunfalmente hasta Huamachuco,
donde destruyó el templo del dios Catequil y persiguió al sacerdocio
de éste por haberse equivocado en sus augurios. De allí mismo hizo
una expedición punitiva hasta Pipos, en Chachapoyas, sofocando una
sublevación De regreso se quedó a descansar en los baños termales
de Pultamarca (Cajamarca), mientras sus tropas continuaban invictas
hasta tomar y avasallar el Cusco.

La derrota de Huáscar fue total, hecho que coincidía con la llegada
de los invasores hispanos capitaneados por Francisco Pizarro a Caja-
marca~ llacta en la que tomaron prisionero a Atahualpa.

Los mitmas incas de Quito con los cayambes, carangues y pastos

ezmaron a casi toda la familia de Huáscar y Túpac Yupanqui. Perpe
on destrozos increíbles en el Cusco; únicamente respetaron e

ahuasi y el Coricancha. De las momias incas, la de Túpac Yupan
El cadáver de Chuquillanto. csposa Huáscar prisionero.
pl incipal dc Huáscar. En vida también
fue muy dada a l~l crian~a dc pajaritos
y guacalllcly~ls cn sus aposentc)s.

/~

odcrna frccional de la figura del inca Atahualpa portando los atri-
~der real: plumas ccñidor y dilatadores dc orejas. Se trata de un
,antc en un Inti Raymi ficsta conmemorativa anual que se celebra
esde el siglo ~In (Archivo GEA)
qui fue vilipendiada y quemada. Huáscar, que había perdido en la
batalla de Cotabamba, la última de la guerra civil, fue sometido a un
lacerante escarnio. Sus esposas e hijos eran asesinados y desmembra-
dos en su presencia, incluso su personal de servicio. En fin, todos los
que habían simpatizado con él eran perseguidos, colgados y desvisce-
rados, exhibiendo sus cadáveres desde Jaquijaguana al Cusco. Así fue
como los cayambes, carangues y pastos se vengaron de la hecatombe
de Yaguarcocha, mientras que para los mitmas incas de Quito, que
colaboraban con Atahualpa, significaba hacerse con el poder y
gobierno del Tahuantinsuyo.

En la forma más indigna que pueda imaginarse, Huáscar fue sacado
para llevárselo ante la presencia de Atahualpa, no en andas como esti-
laban los soberanos incas, sino a pie, caminando cual un insignificante
plebeyo, con las manos amarradas a la espalda, tirándolo de él por
medio de cuerdas atadas en su cuello. Pero no pudo comparecer
frente a su hermano ~victorioso~, porque éste ordenó matarlo en el
paraje de Andamarca, al suroeste de Huamachuco, en la hoy provincia
de Santiago de Chuco. Cosa que fue cumplida por sus secuaces,
tirando sus restos mortales al río Yanamayo. Así evitó que se aliara con
los españoles.

Atahualpa, cautivo, hipócritamente simuló mucha congoja por la
desaparición de su hermano. Pero pocas semanas después los propios
españoles también lo sentenciaron a ser quemado vivo aunque
Atahualpa consiguió que se le conmutara la pena por la del garrote a
cambio de recibir el bautismo, ceremonia en la cual se le dio el nom-
bre de Don Francisco, en homenaje a su padrino: Francisco Pizarro. Lo
mataron en julio de 1533, en la llacta de Cajamarca, donde sus verdu-
gos lo enterraron en una iglesia católica que habían hecho construir.
De allí sus restos mortales fueron exhumados por los cayambes, caran-
gues y pastos, los cuales, por disposición de Quisquis --y cuando
derrotados por cusqueños y españoles retornaban a sus patrias--, lo
transportaron al norte, donde había transcurrido la mayor parte de su
vida. Así acabó el imperio del Tahuantinsuyo, asumiendo el mando y
poder Francisco Pizarro, que comenzó a regir el Perú en nombre de
Carlos V, en una empresa en la que recibió la premeditada y delibe-
rada colaboración de muchas etnias que ilusoriamente se imaginaban
ver en él un aliado para restaurar la autonomía de sus señoríos y rei-
nos que antaño fueron intervenidos por la etnia Inca. Sentimientos y
resentimientos que el invasor hispano supo explotar sacando ventajas
políticas y militares. Los españoles no venían a liberar pueblos, sino a
~plantar el colonialismo y la dependencia extranjera en las tierras y
~aíses que fueron del Tahuantinsuyo. Y no por breves años, sino por
Ir~c centurias.

~eriodificación del incario

~j Después de lo expresado en las páginas anteriores, se llega a la
~onclusión de que continúa vigente la antigua cronología de incas de
~Jnncusco e incas de Anancusco. La primera de Manco Cápac a Cápac
~upanqui, y la siguiente de Inca Roca a Atahualpa. Efectivamente hubo
~na época en que los señores de ~Tnn ejercieron el mando absoluto en
~as dos mitades o sayas de la etnia Inca; poder que quedó desdoblado
~ partir del citado Inca Roca, en que pasaron a cargo de los Anan las
_ILjefaturas supremas concernientes a lo político, militar, económico, judi-
pal y cívico; quedando para los de Urin únicamente el sumo sacerdo-
del Sol.

, Por cierto que ésta no es la única división. Hay otra tan efectiva e
importante como la precedente. Es la separación donde se toman en
~uenta dos periodos bien diferenciados: el primero que abarca aproxi-
madamente desde fines del siglo Xll al año 1438; es el tiempo de los
3rígenes y de los sinchis o jefes sin conquistas rutilantes, sin más
~ominio que el Cusco y sus entornos, o en otras palabras: sin imperio.
Y luego el segundo que se inicia, más o menos en 1438, con Pachacú-
ec. Es la etapa expansionista que corresponde a la formación, desarro-
lo y consolidación del Estado imperial del Tahuantinsuyo, de la unifi-
ación política del mundo andino. Duró apenas 95 años, hasta 1533,
~n que fue destruido por los españoles en colaboración con otras
~tnias de costa y sierra.

En consecuencia, la cronología del imperio es, pi215 minus2Je, la
iguiente:

1. Pachacútec
2. Túpac Yupanqui
3. Huayna Cápac
4. Huáscar
5. Atahualpa

1438-1471
1471-1493
1493-1527
1527-1532
1532-1533
COLOM BlA_~ ~

B P~ A~ S l L

Mapa del Tahuantinsuyo cn los tiempos de Huáscar y Atahualpa En el noro-
este del Chinchaysuyo, en lo que ahora es el litoral ecuatoriano. Io.s incas no
pudieron implantar una directa dominación política y militar Lo que hicieron
fue imponer un tributo en caracolas y sal. como condición para qUC cl pode-
roso Estado tahuantinsuyano no invadiera ni conquistara a esas etnias norcoste-
ñas Es lo que en el siglo ~1 recibía el nombre de sistema de parias.

\ ~

~o~ ~

~!

lano de una aldea en la etnia Tanquigua. ~e trata de la residencia de un ayllu
ucleado.

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~ooc~

~3~(~" ~ 3° ~

Plano de la marca o aldea de Purumachu, en la etnia Chachapoya. También se
trata del asiento en un ayllu nucleado.

Ayllu, familia, tierra y otros aspectos
de la vida cotldiana

El ayllu

El ayllu es una familia extensa, en la que sus miembros aglutinados
en familias nucleares-simples y familias nucleares-compuestas, estaban y
están vinculados por el parentesco real y no meramente ficticio. Regía
la prohibición del incesto o endogamia entre los sujetos componentes
ae una familia nuclear, mas no entre los del ayllu o familia extensa; o

~, que las uniones sexuales debían llevarse a cabo entre varones v
mujeres pertenecientes a un mismo ayllu. Esto en lo que respecta al
campesinado o jatunruna, pero no entre los señores o curacas, para
quienes se permitía tanto el incesto como la exogamia, por lo que fre-
cuentemente tomaban como cónyuges a personas nobles correspon-
dientes a otros ayllus. La aristocracia practicaba, pues, simultáneamente,
el incesto, la endogamia y la exogamia; mientras el jatunruna, for~osa-
mente la endogamia y monogamia.

Cada ayllu, integrado por varias familias nucleares, se consideraba
descendiente de una sola pareja de antepasados remotos. De ahí que,
por lo común, guardaban en algún lugar sagrado (cuevas/~uacas) a la
momia de ese primer progenitor y fundador del grupo, al que llama-
ban malqui, rindiéndole culto, haciendo lo mismo con las de sus ante-
pasados más cercanos. Y como aquel antiquísimo fundador había sido
el primer guía y jefe, los del ayllu reconocían la misma autoridad en
sus descendientes~ a los que les daban el nombre de curaca: el mayor
de todos; ocupando por tal hecho un rango superior dentro del ayllu,
pero sin facultades personales de mando, de modo que se le conside-
~aba como un auténtico primus interpares.

En general el campesinado .serrano y costeño estaba intensamente
vinculadO al suelo; en todo instante se sentía hermano e hijo de él,
hecho que determinaba la divinización de la Pac~amama o madre tierra.
De ahí que el sentido de oterruño~ y ~patria~ para ellos estaba identificado
con el terreno que ocupaba su ayllu~ robustecido con la~os religiosos.

,
La aglutinación de las unidades domésticas. denominada.s más espe-
cíficamente familias nuclea)-es-simpll~s i~ cleGlres-complleslGls para con
formar ayllus o comunidades fue necesaria en la pohlaci(Sn andina,
como ~nica manera de contrarrestar la fdlta de herramienta.s y maqui-;
naria que hubicran podido sustituir la energía humana. El trabajo
colectivo era la única re.spuesta que tenían para organizal y controlar
toda lab°r que redundara en bien de todos ellos. Sin esa unidad no
habrían realizado las asombrosas redes de canale.s cn lo.s valles coste
ños, ni llubieran llevado a su término otras impactantes construcciones
en las comarcas altas de la serranía. Pero esta.s tenclencias unificadoras
alcanzaron su pleno apogeo cuando se crearon los Estados tipo reinos
e imperiOS

E.s muy difícil determinar el número exacto cle familia.s nucleares y
de habitantes que componían cada ayllu. Pero debieron exi.stir hasta
con varios cientos de individuos en lo que toca al segundo rubro, por
cuanto se trataba de una familia extensa~ con parientes lejanos y cerca-
nos. Se~ún los pocos censos del siglo x~l que se conocen hul-o ayllus
de 20 personas y otroi de 600; pero tan importante diferencia se dehía
a las epidemias y migraciones forzadas a qlle eran sometidos por los
conquistadores hispanos.

Tal masa de población estaba integrada, en orden de importancia y
número, por agricultores, pastores y artesanos que vivían desde las
costas, a cero metros de altura, hasta lugares que superahan los 4.200,
ocupando desde las playas hasta las punas o estepas, aclemás de una
diversidad de elevaciones intermedias, donde cada cual constituía un
clistinto piso ecológico. Las comunicaciones para comunicar.se unos con
otros estaban aseguradas a través de vías naturales cercanas a ríos y
por valles que corren de Este a Oeste.

La ma~'°r parte de ayllus estaba configurada por agricultores cuyas
lamilias nucleares-simples y compuestas compartían diversos pisos eco-
lógicos; pero existían otros conformados tanto por agricultores como
por ganaderos En tal situación, los pastizales de forraje corto ubicados
en las p~ as (estepas) permanecían indivisos, de manera que cualquier
poseedor de ganado dentro del ayllu podía meter libremente a sus
pastores niños y adolc.scentes. Pero también existían ciertos parajes en
el Collao y Chinchaycocha (Junín) en clue sus ayllus eminentemente
ejercían de ganaderos, hasando su vida en la domesticación de llamas
y alpacas. de las qlle utilizaban la espesa pelamhre; sus carnes cecina-
das y secadas al sol (charqui); sus pellejos para preparar sandalias
(ojotas), correas, bolsas y sogas: sus huesos para manufacturar agujas,

L~lu, famllla, tiena )~ otros aspectos de la eida cotidiana 141

Cultivos andino.s escalonados c n los Ancles actuales (valle de l~rubamba) que
nos pueden dar idea del esfuerzo que llcvaron a cabo los ayllu.s o comunida-
des incas para uII máximo aprovechLllllientc) de los recursos quc les brindaba
un tcrrazgo inhóspito y nacla agraclecido.
En el dibujo .se muestra el ámbito denominado Huacjlasmarca, sede del ayllu
de Lurinhuaylla de Huacjlas. Quccla en un lugar fortificado. Por el norte y este,
un profundísimo acantilado lo hace inexpugnable; mientras que por el sur y
oeste tiene cuatro hileras de cercas o murallas concéntricas. Todo lo cual anun-
cia el carácter defensivo y ofensivo de su época (preinca). Hay corrales, vivien-
das circulares, callejones, recintos sagrados, puestos de vigilancia, espacios
abiertos (plazuelas), canales y estanques.

Huacjlasmarca fue despoblado en 1572, año en que sus pobladores fueron
obligados a trasladarse a la redl~ccióil de La Asunción de Mito ~Jauja).

~l/u, familia. tiena ~ otro~f aspectos de la ~ida cotidiana

.antaraS u otros instrumentos empleados en la industria textil; su excre-
mento (taquia) como comhustible en las cocinas de las apacentadoras.
~n algunas ocasiones ciertos ayllus de pastores tenían parcelas en pisos
ecológicoS templados y/o cálidos; pero también hay evidencias de
otros (verbigracia, en el reino Colla) en que sólo fueron única y exclu-
sivamente ganaderos. En tales ocasiones variaban su dieta con la
obtención de productos conseguidos mediante el trueque, para lo cual
caminaban docenas de kilómetros, rumbo a tierras bajas, en los meses
de cosechas.

Cada familia nuclear-simple y nuclear-compuesta poseía sus casas
unas veces situadas en forma nucleada conformando pequeñas aldeas
o marcas (~poblados"), como puede apreciarse en los restos que aún
subsisten en las áreas de Chachapoya, Ancarae, etc. Y en otras, innega-
blemente la mayoría, esparcidas en los bordes de sus tierras. En el pri-
mer caso procuraban levantarlas encima de promontorios o sobre coli-

~nas, buscando preferentemente sitios pedregosos o rocosos, o mejor

JL~ dicho, improductivos. Las paredes las levantahan con lo.s materiale.s
propios de cada ecología: en la sierra de pirca (barro con piedra) y de
adobe. En la costa, solamente de adobitos y adobes secados al sol. En
otros parajes, como en el espacio Tallán y Tumbes las hacían de senci-
llos bajareques (cañas sin embarrar, dejando espacios para la aireación,
debido al clima muy caluroso). Como en la sierra el piso es poco
parejo, las construcciones seguían las sinuosidades del suelo. Allí,
generalmente las levantaban de planta circular, no faltando las cuadran-
gulares (y en el ámbito Chacha las ovaladas); pero, eso sí, todas ínte-
gramente cubiertas con paja. Las fabricaban en desorden e indepen-
dientes unas de las otras, de manera que no había calles sino pasadi-
~os en laherinto. Cada asentamiento, por lo común, servía de residen-
ria a un solo ayllu; pero tamhién huho marcas (aldeas) que eran la
~stancia de varios ayllus, como sucedía en Tunanmarca, Jatunmarca y
Huajlasmarca en las alturas del reino Huanca. He ahí por qué en estos
~ugares y en otros parecidos existen centenares de casas redondas, a
iiferencia de las aldeas chachas en que solamente hay de 19 viviendas
aun menos, excepto en Cuelap, donde se han contado más de 300.

Las aldeas edificadas en la sierra procuraban asentarlas al lado de
antilados; y por donde el acceso resultaba relativamente cómodo se
e cercaba con muros de piedra que seguían diversos modelos: rectos.
micirculares~ en zigzag. Todo lo cual es muestra palpable del estadc
le inseguridad y de guerra permanente en que se habían desarrolladc
DS señoríos y reinos antes del imperio de los Incas. Estos reubicaron
144 Los incas

muchas aldeas ocupadas por ayllus, trasladándolas a parajes más llanos
y accesibles; así lo hicieron por ejemplo en el ámbito Lupaca. Sin
embargo, fueron los españoles (1550-1586) los que verdaderamente
consumaron la desocupación de las aldeas de altura para reubicarlas
en sitios planos o por lo menos en parajes más francos y accesibles.
Para que sus pobladores no retornaran, destruyeron las viejas aldeas.

Las aldeas andinas, no obstante, tenían un gran problema con el
abastecimiento de agua y control de sus tierras. Casi todas se veían
obligadas a ahastecerse de manantiales distantes, a varios kilómetros de
distancia; mientras sus parcelas permanecían localizadas en partes muy
bajas en relación al emplazamiento de sus respectivas marcas. Lo que
las hacía, a la larga, asentamientos vulnerables a los largos estados de
sitio impuestos por los atacantes. Con esta táctica los incas derrocaron
a varios señoríos y reinos, como a los huancas de Tunanmarca. Marca
en quechua y aymara equivale a aldea en castellano.

En el ayllu el hombre no era considerado como entidad indivi-
dual separado de la masa. Lo que imperaba era el concepto de
colectividad; el hombre se diluía en la multitud como la gota de agua
en el mar, con derechos y obligaciones colectivos o comunes. El
derecho a la tierra, vivienda, matrimonio y vestido correspondía a
todos por el simple hecho de existir, porque así convenía a la comu-
nidad y no porque fulano fuera un individuo y mengano otro. La
individualidad no era concebida, porque el hombre colectivizado es
una persona sin rostro, imposible de ser particularizado. No se dife-
renciahan por sujetos, sino por ayllus y etnias (o "naciones~) para lo
que, estas últimas, portaban distintos modelos de tocados y a veces
trajes de matices diversos.

En runashimi ( idioma del hombre~) a los bienes comunes del ayllu
se les decía sapsi. Precisamente las tierras que reunían este carácter
sólo eran administradas por sus jefes o camachic (curacas), sin jamás
disponer a su arbitrio de ellas, ni de los pastos, ni de las aguas. Y si
alguna vez les urgía desprenderse de alguna porción era indispensable
el acuerdo unánime de los integrantes del ayllu. Así sucedió en una
ocasión en Guaquis y Carania (Yauyos) en tiempos de Túpac Yupan-
qui. El camachic (jefe del ayllu) y demás runas (pobladores), por lo
tanto, únicamente tenían derecho al usufructo de las tierras, pero no a
la propiedad personal de ellas, por ser colectivas o comunes.

La propiedad conjunta de los ayllus adquiría diversas modalidades.
En unas las tenían localizadas en forma compacta; y en otras mediante
lotes diseminados en varios parajes ubicados a la misma altura o en

AyllU, familia, tierra ~ otros a.spectos de la vida cotidiana l45

distintos pisos ecológicos. En la sierra o tierras altas era donde preva-
lecía este último sistema, mas no así en la costa. Los ayllus de mitmas
también poseían sus tierras siguiendo estos mismos modelos. Pero, eso
sí, ya compactos o ya desperdigados, todo lote o tierra estaha perfec-
tamente delimitado. Fueron el ayni y la minga, más el control de
diferentes nichos ecológicos, los que permitieron al ayllu afirmar su
cohesión frente a su medio ambiente, al cual fue necesario dominar.
Dentro del ayllu, funcionaban el ayne o ayni (reciprocidad) y la
minga o minca (colectivismo), dos formas de trabajo que generaban
bastante autosuficiencia. El ayni o ayuda recíproca permitía que jamás
tuvieran problemas con el suministro de mano de obra, ni sintieran

~: necesidad de poseer dinero para comprar la energía ajena; pues el
ayni es el trabajo prestado que tienen que devolver en un momento
dado. Mediante la minga o faenas colectivas el ayllu construía canales,
puentes, senderos, templos, etc., de servicio comunal. Tanto el ayni
r como la minga son actividades laborales que brotan de la voluntad
f_ campesina, porque les benefician. He ahí por qué al surgir el imperio
Inca, éste desde un principio favoreció al ayllu, con el objeto de
extraer de él la fuerza de trabajo para generar las rentas que necesi-
taba para su funcionamiento.

Entre ellos, pues, lo más notorio resultó ser la persistencia de la
organización clánica de las familias extensas, llamada en n~nashi7~li
ayllu y en hácaro (o aymara) hatha, sobre cuyos fundamentos los
españoles del siglo XVI recrearon y/o reorganizaron las comunidades de
indígenas, cuyos restos suhsisten todavía hoy.

Esto explica por qué, en la sierra principalmente, el nacimiento de
un hijo, fuese varón o mujer, era imposihle que constituyera una
angustia económica, ni motivo de preocupación para nadie. Los
padres no tenían por qué sufrir por el presente y futuro del mucha-
cho, ni pensar si el presupuesto familiar alcanzaría o no para otra
boca que alimentar. Para solucionar la cuestión estaba la propia
comunidad o ayllu, que: 1°, había ya dado a cada hogar, en usu-
fructo, sus respectivas tierras donde cultivar y cosechar sus alimentos;
y 2°, tenía asegurada la entrega de terrenos al joven una vez que éste
llegara a la edad reglamentaria para unirse a una compañera o
esposa. Nadie, pues, temía a la desocupación ni al hambre, salvo
durante las sequías, heladas y granizadas. Sin embargo, no había des-
control de la natalidad.

Quien pertenecía a un ayllu gozaba de todos los beneficios y dere-
chos, siempre y cuando cumpliera con las obligaciones consuetudina-
146

Los incas

rias ~ ambas figuras funcionahan ora resicliera en el paraje nuclear
ora eStuviera en recintos periféricos. incluso a centenares de kilómetros
de dlStancia. Por eso los mitmas chupaichos (Huánuco) que ihan al
C~lScO a cumplir sus mitas (trabajos estatales por turnos), o los mihnas
lUpacas (Puno) que se hallahan en su enclave de Capinota (Cocha-
han1l~a/Bolivia) no perdían el derecho a las parcelas, pastos y redistri-

i°lles a que tenían derecho en sus etnias nacionales.

Lo que acabamos de decir implica que en el ayllu no todos eran
SuJetos de derecho. Había algunos a quienes se les podía suspender
sus l~eneficios, ventajas y obligaciones, por ejemplo expulsándolos por
negligencias e infracciones sociales cometidas. Al hacerse acreedores a
tal sanción~ se convertían en vagabundos-mendigos, o en handoleros, o
en ~a~as. Eran los indigentes del país, auténticos desl1ereclaclos, al
p-lnto de mendigar para poder sobrevivir. Hasta que su ayllu si es que
lo creía conveniente, les perdonaha y readmitía. Por lo menos así es
como lc) constata la fuente etnográfica.

La ~lnidad nuclear de tipo administrativo y local siempre fue el
ayll~l, cuyo número e importancia no fueron mermados antes ni
d~lrante los incas. Más hien se acrecentaban por la escisión de familias
nUcleares cuando la población crecía, como oc~lrrió con los Llucho y
Pldan del valle de Condebamba (Cajabamba/reino de Huamachuco). La
cantldad de ayllus en el Tahuantinsuyo sobrepasó los 2.000, casi todos
con tierraS de propiedad colectiva para usufructuarlas. Ya dispersos o
ya aglUtinados, dentro de ellos el usufr-lcto, más los aynis y mingas,
CC)nStltU~eron los únicos que funcionaban autónomamente sin interven-
CiOn eStatal Inca. Pero en cuanto a la prestación de mitas allí sí per-
manecían controlados por sus curacas, y éstos por los h~crictlts (~gober-
nadores nombrados por el Cusco).

Las tierras de las panacas o ayllus reales integrados por la etnia
Inca tanlbién tenían el carácter de multifamiliares o colectivas. La disi-
mllltud con los ayllus comunes estaba en que en las de las panacas
sus poseedores no trabajaban directamente la tierra, sino sus abundan-
tes yanc~conas llevados de todo el imperio. Las posesiones de las
panaCaS estaban ubicadas preferentemente en el Cusco y cercanías
pero tar~bién las había en comarcas lejanas, como en Quinua (Ayacu-
c 10), CUando se les trasladaba a reasentamientos distantes en calidad
cle mtt~as-incas para ejercer la vigilancia oficial en circunscripciones
blen delinlitadas.

Pa~ ca es una voz que servía para designar a los linajes de gente
nohle, de altísima alcurnia; es decir, de familias extensas pertenecientes

Ayllu, fa??lilia, tierra .1~ ot?os aipectos ~le la e ¿da cotidia?la

a la etnia Inca. donde sus componentes practicaban la endogamia y la
exogamia simúltáneamente, a diferencia de los ayllus plebeyos donde
reinaba la endogamia. Las panacas del Cusco estuvieron oficialmente
agrupadas en dos grandes mitades: Anan y l rin, según el inca del
cual procedían

Los ayllus de ~litmas también recibían tierras colectivas, llevando
internamente un régimen de vida idéntico a los ayllus de sus tierras de
origen. Claro que entre ellos, a la larga, el supremo dominio pertenecía
al inca, quien podía trasladarlos cuantas veces quería; pero mientras no
se produjera eso, como en efecto no se produjo, los 1nitlnas permane-
cían como poseedores mancomunados. Así ocurrió, por ejemplo, en
Chetilla (Cajamarca), sede de los mit)nas chilchos; en Millerea (Huan-
cané), asiento de los mitmas Chuquicachi.

El ayllu, por lo tanto, conformaba el elemento sobre el cual se
edificó la base de la sociedad andina. Y como los señoríos y reinos
estaban integrados por varios ayllus, entre éstos existían relaciones
c~ue, evidentemente, no eran iguales o simétricas. Había rangos, de
manera que la mayoría permanecía subordinada y dependiente a
otro que se le consideraha el ayllu líder. Y como cada ayllu tenía su
jefe o curaca (camachic), el primlls interpares del ayllu reconocido
como dominante, como es lógico, ejercía la jefatura de todo el rein
y/o señorío. Y c(:)mo cada ayllu tenía sus dioses y huacas, com(
lógico resultado, funcionaban huacas dominantes y huacas subalter
nas; lo que quiere decir que la huaca del ayllu dominante desempe
ñaba el papel de dios tutelar de la totalidad del señorío o reino. Así
por ejemplo, aconteció en el reino de Caxamarca, llamado ahor:
erróneamente Cuismanc-l.

Pan~lia y parentesco

Un ayllu integrado por agricultores, o por ganaderos, sin usufruc
tuar tierras y pastos no hubiera podido funcionar. Sin embargo, c
ayllu significaba por igual, precisos lazos de parentesco; y no Ul
merO parentesco simbólico o mítico, sino real, efectivo, enriquecidl
y revitalizado por los matrimonios ininterrumpidos entre los jóvene
que componían las familias nucleare.s-simples y nucleares-compuesta
que, como se sabe, configuraban un ayllu. De ahí que la terminolc
gía del parentesco estaba intensamente desarrollada, como lo atesti
guan los vocahularios y diccionarios quechuas y aymaras de lo
siglos X~-l y ~
Parientes lejanos................Caru ayllu
Tatarabuelo (paterno o materno)..Mach-lypa machun
Tatarabuela (paterna o materna)..Payaypa payan
Blsabuelo (paterno o materno)....Yayapa machun
Bisahuela (paterna o materna)....Mamapa payan
Abuelo (paterno o materno).......Maci1u
Abuela (paterna o materna).......Payu
Padre ...........................Yaya
Hijo del padre...................Churi
Hija del padre...................Ususi
Nieto, nieta ...............................Hahua
13isnieto, bisnieta .....................Huillca
Tataranieto, tataranieta.........Chup-lyu
Madre ...................
Hijo o hija de la madre.
~ ieto. nieta
Bisnieto, bisnieta
Tataranieto ............

........................ Mama
................. Huahua
.............................1 lahua
................ ...........Huillca
........................Chupuyu
Tío (hermano del paclre)....Yaya
Tía (hermana del padre).......................Caca
Tía (hermana de la madre) .........~fama
Hermano del hombre.................Hua-lq-le
Hermano de la mujer................T-lra
Hermana del homhre ................Pana
Hermana de mujer......................~aña
Sohrino de hombre....................Concha

.................................. ,~IUIILI

Sohrino de la mujer..
Primo 1 °

Prima j d

Primo 2'~'
I'rima 2a
Primo 3'
Prima 3~ de homhre ...

de hombre........Sispa huauqquc
de homble.......................Sispa pana
de hombre ...............Ccaylla huauqque
de homhre ..........................Ccaylla pana
' de homhre ..............Caru huauqque
...........Caru pana
Primo 1° de mujer..............Sispa tura
Prima 1~ de mujer .............Sispa ñaña
l'rimo 2° de mujer.............Ccaylla tura
l'rima 2~ dc mujer.............Ccaylla ñaña
PriIllo 3° de mujer............Caru tura
Prima 3~ de mujer..............Curu ñaña

~yllu~fan~ a helra.v otros clspecfos de la ~ida coh~lial~a

Como se ve, los varoncs de habla m1lclshimi (quechua) empleahan
¨una palabra especial para designar a sus parientes femeninos, y vice-
versa. Y se nota asimismo que tales términos no estaban faltos de con-
tenido, sino que transmitían una verdad sentida y respetada. En primer
lugar, los grados de consanguinidad eran numerosos. Otra característica
es que entre las voces para señalar al padre y tío paterno no existían
diferencias, siempre y cuando fueran del mismo género gramatical.
Para los tíos maternos era diferente. I'ero lo interesante es que los tíos
estaban considerados igualmente como padres. Lo que advierte que
cada individuo tenía muchos padres y madres. Los primos paternos y
maternos también se consideraban hermanos entre sí. He ahí por qué
el ayllu conformaba una gran parentela, es decir, una familia extensa,
que hacía del conjunto un grupo muy unido.

El porqué de usar tantos vocahlos diferentes para designar los gra-
dos de parentesco según el sexo de las personas se debía al sistema
de la descendencia paralela. Y el porqué de la existencia de la des-
~endencia paralela se hallaha en la creencia supraestructural de qlle los
hijos varones pertenecían al padre y las hijas mujeres a la madre. En lo
que respecta, pues, a la filiación de la prole imperaba a nivel andino
la descendencia paralela. En tal sentido, los hijos pertenecían teórica-
mente al padre y las hijas a la madre. o en otras palahras: los varones
derivábanse del padre y las chicas de la madre. Lo cual, evidente-
mente, traía varias consecuencias: 1° los homhres heredaban los bienes
inmuehles del progenitor; y las muchachas los de Su progenitora. 2°
Los varones cuidaban la momia de su antecesor; en tanto que las chi-
cas la de su antecesora. 3° Los hijos se hacían responsables de los
compromiSO5 dejados por sus padres fallecidos, y no de los de sus
madres; ocurriendo lo contrario con las hijas. Decimos teóricamente
porque, en la práctica, las progenitoras jamás dejab,an de sentirsc
madres del hijo al que hahían concehido y dado a luz. Y lo mismo

acaecía con los padres respecto a sus hijas, engendradas por ellos.

La descendencia paralela tenía tantísimo ímpetu y eficacia que, en
1575, un evangelizador de indígena.s planteó su radical extinción por
.onsiderarla perniciosa dada la desigualdad en que quedaban los hijos
hijas de un mismo matrimonio. Precisamente, por lo arraigado que

~staba, el Tercer Concilio Limense de 1582 la reconoció, legislándola
~ácitamente en uno de sus artículos. con el añadido de que a partir de
~ntonces los vástagos llevaran el apellido del paclre. y las ninas el de
¨a madre. Esta costumhre tuvo tanto peso que per.sistió hasta las prime-

¨as décadas del siglo xlx y en la sielra ecu;ltc)riana hasta hace poco. El
~JlL~n o estampad(:) en 16~0 para mostrar el funcionamiento de la dcscenciencia

~u, familia, fien-a ~ of ros aspecfos de la oi~fa cofidiana 151

stado que se ha expuesto es, en realidad, el léxico que usahan en la
~erminología de la descendencia paralela.

No obstante lo dicho, desde hace décadas ciertos autores vienen
ropugnando la teoría de que, por lo menos en la etnia Inca, debió de
~-imperar la filiación matrilineal. El iniciador y portaestandarte de esta
,~ teoría fue R. Latchan, y los argumentos que esgrimió en su defensa
rfueron: 1°, que los linajes reales tenían por nombre panaca, palabra
.~ que procedería de pana, es decir, hermana; y 2°, que el sapainca se
casaba con su hermana para legalizar su gobierno. Pero se trata tan
sólo de hipótesis que aún no se han podido comprobar.

Para las familias unidas mediante el pantanaco o tincunacuspa
(servinacuy) o por medio del matrimonio legal, fue una ansia latente
el de tener por lo menos dos hijos, tanto porque urgían un comple-
mento de ayuda para el trahajo hogareño inmediato, pero mucho
más porque necesitaban quienes velasen por ellos cuando fuesen
ancianos (laboreo de sus tierras~ y para que hubiese quienes cuida-
sen del culto dc sus cadáveres o momias, generación tras genera-
ción; y asimismo para que no desapareciese la continuidad del ayllu.
Era, pues, un deseo indeclinable el de procrear hijos. He ahí por
qué criaban con gusto a sus retoños; y en caso de imposibilidad de
engendrarlos, adoptaban niños ajenos, de preferencia huérfanos, ya
que era bastante difícil que los padres con vida se desprendieran de
los suyos. Con todo, pese al anhelo de poseer hijos y al hecho de
gozar todos de un futuro asegurado, puesto que todos tenían dere-
chos a tierras y aynis, lo cierto es que en los padrones del siglo xv.
no se percihe la existencia de jatunrunas con familias numerosas.
Parece que la explosión demográfica no fue posible debido a una
intensa mortalidad infantil.

Hubo varios modelos de familia: 1° la nuclear-simple, integrada por
los padres y sus hijos solteros. 2" La nuclear-compuesta, que no era
otra cosa que una familia nuclear simple a la que se añadían algunos
otros miembros, como niños adoptados, o uno de los abuelos, o un
huérfano o cualquier otro sujeto allegado al hogar. Pero en cualquiera
de los casos conformaba una unidad simple de producción y consumo;
un grupo doméstico donde ya operaba la división del trabajo según el
sexo y la edad. El hombre se dedicaba a las tareas consideradas pesa-
das y duras (labranza, por ejemplo), en tanto que las mujeres se dedi-
caban a las artes caseras: culinaria, crianza de niños. Pero había situa-
cioneS en que podían intervenir los unos y los otros, como sucedía en
el pastoreo, alfarería e industria textil.
I ~2
Los incas

Dentro de los ayllus a la gente se la dividía según sus edades hasta
en 10 grupos, determinados de acuerdo a la capacidad física para el
trabajo. Pero dichas categorías no abarcaban de los recién nacidos a
los más ancianos, ni viceversa; sino partiendo de los jóvenes que bor-
deaban más o menos los 25 años de edad. La segunda categoría com-
prendía a los adultos hasta aproximadamente los 80 años de edad. Y
así se iba bajando hasta los hebés. En cuarto lugar se tomaha en
cuenta a los enfermos e inválidos. Sin embargo, los 10 grupos de edad
pueden resumirse en tres: padres, abuelos e hijos; o en otras palabras:
las tres generaciones en que generalmente se divide la vida de un
hombre y de una mujer, respetando su sistema de parentesco.

(Sobre este punto volveremos con más amplitud en el párrafo refe-
rente a las formas de trabajo / mitas.)

Uniones matrimoniales

Todo matrimonio entre campesinos se formalizaba después de un
tiempc) más o menos largo de cohabitación prematrimonial llamaclo tin-
cunacuspa en el sur y pantanaco en el norte. En él se buscaba que
los futuros contrayentes pudieran descubrir la compatibilidad o incom-
patibilidad de sus psicologías, bajo la estricta vigilancia de sus padres;
por cuanto el pantanaco podía cumplirse tanto en casa del futuro
esposo como en la de la futura compañera. Lo que la mujer perseguía
en el varón era que no desatendiera las tierras, o sea, la producción; y
lo que apetecía el varón era que su cónyuge supiera manejar sin tor-
peza ni tituheos las cosas del hogar. Si la pareja se hallaha conforme
se realizaha el matrimonio en las fechas programadas por las autorida-
des estatales. Desde entonces el individuo adquiría su completa mayo-
ría de edad y también su entera autonomía, convirtiéndose en un
miemhro activo del ayllu, pasando a vivir en una casa sólo para ellos,
que podía ser levantada al lado de la de sus padres, o más lejos.

La edad para contraer matrimonio no era igual en todas las clases
sociales. Entre el campesinado o jatunruna la costumbre la fijaba en la
edad juvenil. Pero tratándose de las familias nobles, las bodas se lleva-
han a cabo en la infancia, con la finalidad de salvaguardar y garantizar
la pureza de sus linajes aristocráticos. Como es de imaginar, tales matri-
monios los concertaban sus padres. Como los casaban entre los cinco
y nueve años, al ser aún niños, después del rito, cada cual iha a resi-
dir en casa de sus padres respectivos hasta esperar la edad conve-

f AyllU, familia. tierra ~ otros aspectos cle la L icta cotidia~a 15~

niente para la relación marital. En la nobleza no había, pues, enamora-
miento ni cortejo para estas nupcias ya que eran arregladas y conveni-
das por los progenitores, o por otras personas mayores mteresadas en
perpetuar dicho sistema que emanaba de profundos intereses de casta
y asimismO económicos. Así lo demuestran los manuscritos referentes a
los señores del reino de Caxamarca.

Solamente el hombre casado recibía su lote de tierra para sembrar.
Mientras se mantenía soltero permanecía en la morada de sus padres,
dependiendo de los productos cosechados en las parcelas de éstos.
Además, sólo después de desposado quedaha obligado a cumplir mitas
al Estado; lo que explica por qué el incario se preocupaba y hasta pre-
sionaba para que se casaran al alcanzar el grupo de edad apropiado
para tener una compañera. Las autoridades estatales se encargaban de
señalar las fechas para la realización de estos casorios o enlaces. En el
campesinado las uniones eran monogátnicas, y su disolución podía
producirse por motivos muy graves. Estahan permiticdas las segun¿ia~

-nupcias después dc transcurrido un l-uen tiempo del fallecimiento del
cónyuge o de producida la separación (divorcio).

Situación de la mujer

La mujer no estaba totalmente descartada de la vida civil en los
ayllus, señoríos y reinos. I'ero por muy expectante que fuera su rol en
este aspecto, siempre permanecía subordinada al varón. En algunas
etnias norteñas (Tallan Huaylas, Carangue) se les asignaba un papel
preponderante~ incluso hasta para suceder en los curacazgos cuando fal-
taban herederos varones. Y a nivel general las viudas sin hijos adultos
y/o cualquier mujer con el marido ausente, se convertían en jefas dc
familia. Por lo demás, para las tareas estrictamente domésticas de la
casa, ellas eran las ~ reinas~ del hc)gar. Sin emhargo, nunca existieron
derechos iguales absolutos entre el sexo masculino y el femenino. S
alguna5 damas llegaban a puestos de gobierno es porque los hombre~
se lo permitían. Todos los varones de alto rango y con poder practica-
ban la poliginia (pluralidad de esposas). En cambio--se sabe fehacien
temente-- estaba prohibida la poliandria (pluralidad de esposos). L
totalidad de mujeres, entre ellas las capullanas de la nacionalidad Tallár
y las ma1nacuracaS de las etnias Huaylla y Carangue, tenían impuest~
una ajustada monogamia; la menor sospecha de adulterio en cualquie]
esposa se castigaha con severidacl, lo que no sucedía con los maridos.
iv~ eres ~ n 1~

~ ~ u~

M~ljeres pertenecientes a los estratos sociales l~ajos (campesinas).

familla. tien-a 1~ otros aspectos cte la oicla cotidiana

En ciertas ocasiones las mujeres jugaban un papel importante en l.
política y la guerra, sobre todo las señoras de las familias que gober
naban. En este aspecto no se las consideraba seres totalmente inferio
res. Las mujeres del Cusco, por ejemplo, se distinguieron en el con
flicto antichanca. Así, la curaca de Chocó dirigió a su gente y pele
heroicamente; se llamaba Curi Coca, quien degolló a un jefe enemigc
guardando en su poder y exhibiendo por mucho tiempo la cabeza-trc
feo de su proeza.

Las mujeres campesinas igualmente fueron incluidas en las activi
dades guerreras. Se las incluía en el sector servicios, haciéndolas pat
ticipar en las marchas, permanentemente a retaguardia, para cumpli
tareas en provecho de la tropa. Por lo común eran las esposas de
los mismos guerreros, y sumaban miles; sólo en el campamento caja-
marquino de Atahualpa ascendían a 5.000, y en el ejército de Quis-
quis a 4.000.

Amor y sexo

Aquí cabe anotar diversos aspectos. En lo que atañe a la poliginia
la practicahan únicamente los nohles y servidores privilegiados que se
habían hecho merecedores de dicho statlls. El campesinado y gente
común tenían en cambio, que contentarse con una sola compañera.
Como el Estado reglaba y controlaba los matrimonios, en fechas preci-
sas que podían ser una o más veces al año, en el Cusco el mismo inca
y en las ~provincias sus representantes celebraban las bodas en serie.
Así legitimahan la unión de las parejas previamente concertada~
mediante el pantanaco o tincunacuspa (~servinacuy ), cuyo tiempo d~
duración variaba de meses a anos.

El adulterio estaba severamente reprimido y los grados de paren
tesco también influían en la realización de los matrimonios. El inca

los curacas principales, además de polígamos, podían llevar a cabo e
incesto, y de hecho lo realizaban casándose con una de sus hermanas
Pero en cuanto a los habitantes del campo y de los ayllus en general
el citado incesto quedaba prohibido hasta el cuarto grado de consan
guinidad tanto horizontal como vertical. Tales normas regían la legali
dad amorosa.

Los jóvenes campesinos exteriorizaban su interés amatorio por la
muchachas tirándoles piedrecitas y, acto seguido, quitándoles la prend.
de vestir más a mano: la lliclla o manto, e incluso su tocado con uno
156

/os 'ncas

cuantos cabellos para después enredarlos con los suyos. Si ella respon 3
día al galanteo y enamoramiento. reclamaha su lliclla y ha.sta podía ~
corretear al varón so pretexto de recuperar .Sil mencionado manto ~.
Entonces el pretendiente le pedía una cita para devolvérselo. Si a la
refericla entrevista concurría sola es porque aceptaha el enamoramiento
pero si asistía acompañada es porque rehuía el cariño de ese hombre
Si no estaha interesada en el amor clel mllchacho, se le abalanzaba
agreslvamente a puñetazos y hasta le arrojaha piedras para golpearlo.

Asimismo, en los meses de siemhra y cosecha, cuando los jóvenes
de amhos sexos hailaban, quien estaba interesado en el amor de una
chica le daha jalones y empujones. La condescendencia de ellas signifi-
cai~a la aceptación; mientras que el enojo y la protesta por los empe-
llones expresahan rechazo.

I'ero en el mundo refinado de los nohles y grupo.s cle poder las
cc)sas presentahan otros v isos. Allí lo.s paclre.s acordabLIn v convenían
lo~ matrimonios cle SU5 hijc)s todavía niño.s, tal c(jm(l lo demuc. tran los
manuscritos cle Cajam¿ll~ca (1~73). Y en cuanto a la.s acllai v~ aclultas, -
el lnca tenía fdcultade.s para entregarlas y donal-las en calidad de espo-
SLIS a guerreros, curacas y a otros que .se habían hecl1c) merecedores a
tal dádiva; y a quiencs las mcncionaclas mujeres, cn multipliciclad de
veces, ni siquiera hahían conocido de vista ni de c)ídas.

Para tomar esposa existían variadas co.shlmhres. En no pocos luga-
res llevahan a caho el rapto, a veces sacando a la chica a la fuerza.
Sucedía a.sí cuando los paclres se oponían al matrimonio.

I'or otro lado, las adolescentes. con el deseo de agradar a los
varones, se adornahan, pulían y hasta usahan ciertos afeites para
maquillarse. Y en cuanto a los hombres, muchos solían concurrir a
romeríLI.s para solazarse contemplando a las mujeres. Igualmente eje-
cutahan tañidos musicalc.s y cantahan piezas con letras y tonos amo-
rosos. Sentían y creían en el amor. Y para ello crearon y/o clescuhrie-
ron medios para lograr sus fines. Al respccto utilizal~an sortilegios y
yerhas para la .seducción mut-la entre jo~enes cle los dos .sexos. sobre
toclo de los indiferentes al romance y erotismo. Con tales mira.s, tanto
v arones como mujeres ihan en pos de especialistas, en busca de ani-
males y plantas que propiciaran el enamoramiento y la atracción fdS-
cinante. Entre los vegetales empleaban el chotarpo huana1po (o hua-
)la~pO macho), e.specie afrodisíaca; y entre los animalitos al gusano
suca)nGt otro estimulante sexual La interesada en poseer a un varón,
o el preocupado en conqui.star el coraz¿)n cle una mujer, lo adminis-
traban por vía oral Al referido gusanito lo ofrecían cocido como ali-

~/u, familia. tielra ~ ¨)tros aspectos de la tida cotidialza 157

Lento, pero acompañado con ají. Con idéntico objetivo hacían uso
~e las libélulas.

~ El chotarpo huanarpo es un arbusto propio de las vertientes andi-
nas de terrenos húínedos y clima templado. Crece hasta los 2.700
,~netros de altura sohre el nivel del mar. Es de ramas gruesas adornadas
,I~on flores rojas y blancas que cuelgan hasta el suelo. Los runas lo cla-
~sificaban en hua~larpo 1nacho (chotarpo huanarpo) y huanarpo hem-
~ra (Jothropa ciliata y ~othropa perutiana). Según Francisco de Avila,
~el primero es el que constituye el auténtico afrodisíaco, mientras el
,~ segundo es su antídoto, apagando el desec) libidinoso. Las cabezuelas
~donde se forman las semillas del chota)po huanarpo tienen apariencia
fálica, en tanto las del huana1po hembra presentan la figura de una
nllva. De allí debieron emanar sus virtudes. De acuerdo a lo que
~ expresa Santa Cruz Pachacútec Yanqui, un inca muy dado a su uso fue
_~ Sinchi Roca con la finalidad de tener acceso a distintas mujeres. Al

~cbotarpo huanarpo lo con.sideraban fármaco cáliclo. En ~l jul, para

~uministrarlo en chicha, se valían dc us semillas seca.s v pulverizadas:
pero en do.sis limitadas por pulglldas, ya que su exceso podía llevar a
la umuerte dulce. En la costa y sierra central sus propiedades excitan-
tes las atrihuían al tallo del méncionado arhusto, motivo por el cual lo
macerahan en chicha durante una noche para consumirla al siguiente
día, aunque en otras ocasiones lo hervían. Los parinacochas estimahan
que hasta el humo del chotarpo huana1po, al ser cluemado confor-
maba un huen estimulante para la cópula carnal.

Entre los animales además del aludido sucanla, conocían pájaros
determinados (por ejemplo, el colihrí o quinde, avecilla panandina, y
al tunqui, propio del Antisuyo). Cuando el ruiseñor (ahora llamadc
santarrOSa) emitía sus trinos de cierta manera era porque la gentc
murmuraba de los amoríos de quien escuchaba esos gorjeos; mientra~
que cuando entonaba sus sonidos con otros tonos era porque a nadic
le inquietaban sus amores. Incluso culebras y ratas que encontrahan

su paso podían indicar a quien las observara la buena o mala fortun~
en el amor.

Otros elementos mágicos para el buen querer estaban representado~
por el agua de algunos manantiales, como el de la fuente Cuyan~
entre los chachapoyas y la de Chontapaccha entre los caxamarca.s
Igualnlente las hojas de ciertos árboles, tintes minerales y piedrecilla~
de forma singulares. Como excitante sexual las mujeres llevahan apre
hendidos en el interior de sus ClnaCos (:faldas) dos prendedores o tipa
nas de 10 centímetros de largo, unc) a la altura de sus caderas y e
otrc) al de su on1bligo. Con la acción del primero provocaban la consu-
mación genésica, en tanto que con el otro producían la impotencia.

A los animalitos y talismanes propiciadores del amor espiritual y
físico les dahan el nomhre global de huacanqal is. Tratándose de aves,
para que el sortilegio ejerciera su poder hacían uso de sus plumas. Pen-
sahan que el varón que las llevaba consigo en su chu.pa (holsa) era
amado por las mujeres, haciendo éstas lo que aquél deseaba. El hua-
canqui denominado carguayanchi, de conformidad a sus mentalidades,
tenía tantísima fuerza que, transitando el que lo portaba cerca a una
mujer, ésta no resistía la tentación e iba en su husca. El huacclnqui
designado huacalpachi, por su parte, hacía hasta llorar a las mujeres
para alcanzar el amor del varón propietario de tan oefectivo amuleto.

De manera análoga, para amar y ser amado, o mejor dicho, para
favorecer y facilitar las relaciones amorosas, llevahan huacanquis con-
sistentes en espinas de catus y de plantas de chachacomo (kscallonia
rc~sinosa) y qui shuar (Buddleía long¿folia). Y en el Collao, igualmente,
unos mosquitos. Creían, además, que quienes portahan en .sus holsas
la cola de un zorro vivo disfrutaban del amor de cuantas mujeres pasa-
ran por su lado.

Y así como los europeos conocían la manía de deshojar pétalos de
margaritas para descifrar si el ser amado les correspondía o no, los
runas andinos acostumhrahan a utilizar con el mismo ohjetivo el maíz.
Para ello, en los tiempos de cosecha los jóvenes de amhos sexos bus-
cahan entre las mazorcas a las llamadas sumacsara, mullisara y cuti-
sara, para ver si sus enamorados y enamoradas los querían; o en caso
cle estar distanciados o enemistados, volver a amarse. De concluir posi-
tivamente, para que tal hecho tuviera efecto, guardaban dichos maices.
I'ero con el mismo grano hacían otro sortilegio amoroso; cuando aca-
bahan de comer la mazorca cocinada, echaban la coronta o tusa, de
manera que si al caer la punta señalaba al que la tiró era porque la
damisela se acordaba de él. De no ocurrir así, cogía la coronta para
quebrarla y escupirla, pronunciando palahras de pesadumhre como si
la 12/sa fuese un ser que escuchara. Cutisara nombraban al maíz
nacido al revés, con los granos hoca ahajo. Y sumacsara a las mazor-
cas de gran perfección, belleza y hondad estética.

Otro ~secreto~ amoroso consistía en conseguir algunos o muchos
cabellos de la mujer apetecida para, entremezclándolos con otros cabe-
llos del pretendiente, confeccionar diminutas redecillas o holsas. Una
vez terminadas, las colocaban dehajo de la cabecera de las mantas y
pellejos sobre los que dormían. Y, por último, no faltaban holllhres

. Ay/lU, familia. tiena ~ otros a.spectos cle la ~ida cot¿diana

Otras t~lt~erosas andinas: camote, arracacha, achira.
Gramíncas andinas: quinua cañihua, quihuicha.

Plant.l y mLlzorcas de maíz producto muy apreciado en el antiguo ámt)ito andino.

Ayllu, familia, tierra v otros aspectos de la l~ida cotidiana

que emhiragaban a las mujeres con chicha, a la que añadían alguna
droga para tener acceso lúbrico con facilidad. Justamente el ingrediente
usado con más intensidad para tal fin era el chamico (Datura ferox),
que las hacía perder el juicio, hasta atontarlas y ponerlas en situación
de no darse cuenta de nada.

En el juego erótico ponían de relieve escenas como cualquiera de
los demás seres humanos del mundo. El varón abrazaba, besaba, pal-
paba y acariciaba los pechos, posaderas y zonas pudendas del sexo
opuesto, experimentando infinito deleite en tales actos. La bien amada,
por su lado, también se servía del tacto, hacía y sentía lo mismo. La
acción genésica la llevaban a efecto en una apreciable variedad de for-
mas: por lo menos en número de nueve, incluso en la posición prona.
Y no era nada raro que el mencionado ejercicio lo realizaban no por
el "vaso natural~ sino por el antinatural, de seguro para regular los
nacimientos. Según sus criterios, en la unión heterosexual el varón
debía estar encima y nunca al revés.

Sin embargo, no todo fue un dulce amor entre enamorac1Os y matri-
monios. Los malos tratos inferidos a las esposas fueron frecuentes
mediante empujones, bofetadas, golpes, heridas, gritos e insultos. Entre
ellos surgían disputas, disgustos, resentimientos y separaciones; y se
lanzaban los unos a los otros maldiciones y amenazas de muerte. La
violencia no estaba, pues, ausente en los hogares andinos. Hay eviden-
cias documentales de cómo la crueldad de ciertos maridos empujaba al
suicidio de sus compañeras, ya despeñándose o ya ahogándose en los
momentoS de desesperación.

Finalmente, en lo que concierne a la virginidad, de cuya existencia
tenían pleno conocimiento, no le daban la más mínima importancia en
la vida normal. En tal aspecto el sexo funcionaba verdaderamente libre
en la etapa prematrimonial. La fuente escrita asevera que más hien la
castidad de las chicas estaba mal vista. Las únicas obligadas y a quie-
nes les respetaban su virginidad era a las mamacorlas, es decir, a las
instructoras y superioras de los acllahuasis.

Tenían, igualmente, sueños eróticos. Y no constituía ninguna rareza
la existencia de alcahuetas y los actos de fornicación, estupro, adulterio
y hasta de incesto entre las clases sociales que lo tenían prohibido. Así
mismO, no faltaban consortes que se negaban a cumplir el débito con-
yugal Como es lógico, conocían el onanismo, hasta llegar al autoéxta
sis Del mismo modo la homosexualidad con sodomía, el lesbianismo y
la 200filia o bestialidad (contactos eróticos con animales), practicados
tanto por varones como por mujeres de diversas edades y estados
Los incaS

La homosexualidad serrana por lo común fue clandestina; pero
excepcionalmente habían etnias donde la ejercían sin restricciones. En
tal sentido el Inca Garcilaso menciona a los huaylas (Ancash) y colesu-
yos (Moquegua). Mientras Cieza de León refiere cómo en los valles
yungas o costeños de Guayaquil a Lima los pederastas se vestían y
de.splegaban funciones inherentes al sexo femenino. Se congregaban
inclusivo para vivir en aposentos aislados de los asentamientos urba-
nos, donde se entregaban a la sodomía no exenta de alusiones mági-
cas y rituales. Una verdadera prostitución homosexual. En cuanto al
leshianismo, que sí existió, las referencias documentales son muy
escuetas; pero hay palahras quechuas y aymaras para señalarla.

En lo que toca a la zo<)filia, los animales más apropiados para ella
fueron la llama (Lama glama) y las alpacas (Allchenia pact7s), aunque
algún autor menciona tamhién a los patos. Claro que todos los actos
de hestialidad no pueden ni dehen ser calificados de desviaciones, ya
c;ue en cletellllinado.s ritos de fecundiclacl ganadera el enunciado suceso
configuraba parte inexcusahle v de gran solc-mnicl~lcl e inspiración reli-
giosa como escena culminante de tales ceremonias para propiciar el
aumento de las manadas

En lo relacionado con el culto a la fertilidad agrícola. tanto costeños
como serranos llevahan a efecto la consumación sexual de carácter
ritual. Los esposos lo ponían en práctica en conocidas horas de la
noche en un lugar específico de sus tierras recién cultivadas, preferen-
temente al horde de una hl~anca o monolito largo clavado allí expro-
fcsamente para la protección del semhrío.

Existían danzas ceremoniales de tipo erótico. Los de la etnia Huaro-
chirí ejecutaban en junio el baile casa i~aco durante la fiesta llamada
chavcasna. Lo hacían en honor a Chaupiñamca: una especie de diosa
del amor. Los participantes danzaban desnuclos, si bien portando algu-
nos adornos. Referían que la dio.sa rehosaha de felicidad al contemplar
los genitales masculinos, hecho que agrandaba su capacidad tertiliza-
dora. Para el referido rito se congregahan los curacas de toda la etnia,
durante cinco días y cinco noches.

También existían divinidades eróticas relacionadas con el falo. En
Huarocllirí venerahan al dios Runacuto, vinculado a dicho culto. Su
estatua estaha erigida en el cerro de Mama (hoy Ricardo Palma). Los
mitos le atrihuían haher sido un homhre de pene corto, hasta que en
cierta ocasión tuvo contactos carnales con la diosa Chaupiñamca, acto
en el que, pese a su insuticiencia viril, la atihorró de placer. A raíz de
tal acontecimiento, ella lo prefirió entre todos los dioses, quedándose a

Aynu, fa)77ilia. ti~7ra ~ ~t~o.~ a.p~ctos ~ kJ ~ id~l coti~7ia77a 163

Verdolaga At~lgo
VERDURAS ANDINAS

l rocoto y el aií, dos solanáceas anclinas, llamadas a extendcrse por todo e
~- Indo. GrabLados impresos en 1640.
Los incaS

Chirimoya
ALGUNAS FRUTAS

~IyUu, familia. tiena v otros aspectos ct7e la eida cotidia77a 1c~5

vivir con él para siempre. Las efigies de ambos estaban labradas en
piedra. Por tal razón, quienes tenían el falo diminuto imploraban a
~unacoto para que se lo aumentara.

~limentación

Los conceptos y prácticas nutricionales fueron abundantes. Era un
sistema ejemplar el que conocían con el fin de extraer el máximo
aprovechamiento de las plantas que semhraban par su alimentación,
aparte de otra gran cantidad de especies salvajes. A los vegetales los
clasificahan en silvestres y domesticados, así como en venenosos y
comestihles, y éstos a su vez en alimenticios y mágico-medicinales,
además de los de aplicación artesanal.

El número de plantas andinas cultivadas pasa de 80, sembrando
sólo las que conocían por tradición y siempre y cuando sdcdran utili-

~ad en la dieta, farmacopea, tintorería o en alguna artesanía. Por eso
no se preocupahan del cultivo de flores.

En el ayllu la gente no moría de hamhre. Sus proteínas las sacaban
y obtenían de mariscos y peces de mar, ríos y lagos. Las especies ictio-
lógicas las consumían inmediatamente después de pescarlas, o bien
deshidratadas, saladas o saosaclas. en cuya condición podían transpor-
tarlas para su comercialización en lo más interno de las altas serranías.
El pejerrey, extraído de lagos y ríos, era uno de los platos exquisitos.
Comían poca carne, y entre ésta la mayor parte procedente de aves
domésticas (patos, perdices) y de otras cazadas mediante diversas téc-
nicas. En segundo lugar, carnes de venado, loho marino, zorros, vizca-
chas y camélidos, especialmente llama (Lama glama). En la costa
norte paladeaban con delicia igua71as y cañanes (un saurio diminuto).
También consumían carne de C7.~y, difusamente conocido en todo el
perímetrO andino, hallándoseles tanto en condición salvaje como
doméstica. En la selva alta comían la carne del sajino o guangana y
del ronsoco y de muchos monos, fundamentalmente del capibara. Aun-
que no faltaron etnias en las que criaban perros exclusivamente para
aprovechar su carne (los huancas, p. ej.).

De la flora alimenticia obtenían, es evidente, más provecho que
los europeos. Los casos típicos están representados por las papas y el
maíz, con los que hacían variadísimas preparaciones. En los siglos xv
y xvl, gracias a una labor milenaria, dentro de las especies vegetales
tenían por lo menos 80 plantas seleccionadas y domesticadas de
forma intensísima, hasta tal punto que sin cultivo se hilhieran extin
guido. Y lo interesante es que cada especimen correspondía y corre

ponde a determinados pisos ecológicos. Citaremos los principales
papas, quinua, porotos, maíz, ají, camotes, yucas, calabazas, maní
paltas, que reclamaban terrenos templados y cálidos. Ullucos, ocas y
mashuas, como tami~ién otras variedades de papas, ocupan el piso
ccológico inmediatamente superior en las punas o estepas, con eleva-
clos rendimientos.

Entre los productos alimenticios propios y exclusivos del Perú, justa-
mente se encuentra la papa (Solanum tuberosun), encumbrada hoy a
la posición más alta en la categoría de nutrientes humanos a nivel
mundial. Alimento popular por excelencia, fue la más grande de las
fuentes alimenticias y la única capaz de mantener a enormes multitu-
des. Su valor nutritivo es excelente. No sólo es una buena fuente de
proteínas de alta calidad, sino también proporcionadora de carbohidra-
tos, hicrro, magnesio, potasio y ~ itaminas esenciales como la C y
muchas de las del complejo B. Gracias a la papa no se produjo l~
deficiencia nutricional en la pohlación andina, constituyendo la comida
básica de los campesinos de costa y sierra. Claro que es relativamente
baja de calorías: una papa mediana con piel contiene 90 calorías; pero
en cambio suministra 30% de vitamina C, 10% de hierro, 10% de tia-
nina, 3% de proteínas, 3% de calcio y 3% de riboflavina. A la papa
cocida la comían con piel y todo, lo que la hacía más sustanciosa.

Entre los derivados de la papa hay que mencionar el tocosh. Era
preparado hasta hace poco colocando en un pozo papas crudas inter-
caladas con paja (ichu). No dehía darles el sol porque las amargaba y
verdeaba. Se llenaba con agua corriente, permaneciendo así varios
días, hasta que se reducían y adquirían una consistencia gomosa, que-
dando sólo el almidón. Después se sacaba para ponerlo dentro de un
costal, donde se pisaba para estrujarle los últimos restos de agua; y
por último se dejaba bajo el peso de piedras con el mismo fin. Segui-
damente se secaba y guardaha en lugares sombreados para su uso
como alimento.

Otros de sus derivados son la papaseca y el chuno. Para conseguir
la primera se la cocía, pelaba y secaha, conservándola para el con-
sumo. Y el segundo mediante ciertos procedimientos sin cocinarlas, se
las deshidrataha para guardarlo largos períodos de tiémpo.

En fin, la subsistencia de la población andina dependía hásicamente
del cultivo de este tubérculo, del que lograron domesticar más de 200
variedade.s. A quienes lo ingerían se les llamaba papa7nicllc.

yl/u, familia, tierra ~ otros a~pectos de la ~ ida cohdiana 167

El cultivo de la papa, el producto más importante de las tierras
~Itas, requería y requiere rotación y descanso: el primer año se siembra
~apa; al siguiente ullucus u ocas. El tercero se echa quinua (y ahora
nabas). Cosechada esta última siembra, se deja descansar a la parcela
-inco y siete años, después de lo cual nuevamente se comienza a
repetir el ciclo agrícola anterior. Tal sistema de rotación de cultivos y
reposo de suelos ohligaba a que cada persona tuviera y tenga entre
eis y siete tupos de tierras, de manera que cuatro están en uso y las
~os o tres restantes en reposo; estos últimos sirviendo de campo de
pastoreo al ganado que siempre criaban y crían los punarunas (habi-
tantes de las estepas). Antes de empezar el siguiente ciclo de la siem-
bra de la papa, las familias nucleares del ayllu acudían para arreglar las
rercas de las tierras, en una labor que es ayni y minga al mismo
tiempo. Ahora lo que buscan es proteger sus labranzas de los anima-
les. Las parcelas de papas casi nunca estaban en andenes.

Entre los tubérculos también hay que enumerar a las ocas, ullu-
~s, llacones, yucas, pitucas, arracacbas, achiras, l7quimas o ashi

, macas mashuas. sachapapas y unc2lchas Algunas de estas raí-
es se comían crudas y otras cocidas; por ejemplo, el llacon no
equiere cocción

El conocido maíz constituía el más estimado producto en cualquier
arte. No es planta de estepas sino de tierras templadas, abrigadas y
alientes con hastante agua, ecologías fáciles de hallar en los valles
osteños y en el piso ecológico de la quechua serrana. Además de
uen alimento, el maíz no faltaha en la despensa hogareña para una
~rie de necesidades ceremoniales y rituales; por ejemplo, para la ela
oración de chicha (asua o acja ), de constante consumo en la vid2
iaria, pero sobre todo en los ayni.s, mingas, mitas, ritos de iniciacioK

fiestas en general.

También preparaban sango (mazamorra), ingrediente indispensabl~
los sacrificios y ofrendas de tipo mágico-religioso. Del maíz molidc
reparaban humintas o humitas. Una vez cocido, le dahan el nombr~
mote; y tostado, cancha: comidas imprescindihles en todo festejo
orgando desde el punto de vista social prestigio a sus consumidores
sus cañas verdes, por contener jugo dulce, las degustaban niños ~
ultos. Es evidente que el maíz tiene mayor valor energético que L
inua. Una vez seco y tostado, podía ser guardado mucho tiempo
ás que las papas, ullucos, mashuas y ocas. Sin embargo, tenía ur
emigO feroz: el gorgojo, cuyo peligro lo eludían, en la costa, mez
índolo con arena y almacenándolo en vasijas enterradas en el sub
suelo de los arenales. Y en la sierra, mediante el empleo de plantas de
efluvios repulsivos.

Entre las legumbres hay que mencionar los pallares y porotos
ambos con numerosas variedades, la mayoría ya exting-lidas. También
el tauri (o lupino o chocho), cuya preparación, para hacerlo comesti-
ble, requiere todo un proceso hasta eliminarle las sustancias muy amar-
gas que contienen sus frutos. Para ello lo metían en remojo varios días
preferentemente metidos en costales o costalillos que colocaban en
medio de aguas corrientes, para que éstas sacaran y arrastraran el
amargor. Después lo cocían para comerlo con sal, o con ají, o con los
dos sazonadores juntos. Tiene un gran valor proteínico y alto conte-
nido de grasa. Era cultivado entre los 2.000 y 4.000 metros de eleva-
ción sobre el nivel del mar, tanto en terrenos secos como húmedos, es
decir, en la sierra, casi siempre en los bordes de los campos de maíz
quinua, papas y otros sembrados, o en rotación de la siguiente forma.
papa, tauri. Los análisis demuestran que tiene de :39 a 42% de albú-
mina y de 18 a 21% de aceite.

Entre los seudocereales destacaban la quinua, que con la canigua y
papas conformaban los potajes propios de las estepas (punas), así
como la achita lo era en la quecllua (templada). De todos estos gra-
nos, al igual que del maíz, preparaban bebidas fermentadas. La quinua
requiere, análogamente, precipitaciones pluviales.

La quihuicha o achita o cuto, por su lado, es de notable importancia
nutritiva por contener un perfecto equilibrio de los aminoácidos esencia-
les. Guardan un alto valor alimenticio, semejante a la quinua, si bien sus
semillas son más pequeñas y de un color amarillo claro. Tostadas aumen-
tan de volumen, poniéndose esponjosas. Como pocos productos comesti-
hles es admirable por su riqueza en vitaminas. sales y aminoácidos.

En su dieta, asimismo, conocían muchas hortalizas y verduras; pero
por las que mostraban preferencia era por las algas marinas y por
dlversas variedades de ají, desde el menos picante al más ardiente
todos ellos disecados y enjutos para su larga conservación. Fueron
numerosas las hortalizas consumidas. Igualmente hay que mencionar
las hojas de la quinua, la achupalla, el cushuro y caiguas.

La verdolaga fue conocida tanto silvestre como cultivada. Es de
ponderable riqueza en vitaminas A y C (caroteno y otros carotenoides)
y por su apreciable contenido de hierro, por lo que previene la
ceguera y el escorbuto. Tiene, similarmente, propiedades medicinales:
diurética y laxante, con eficaces efectos en las afecciones del hígado,
veJIga y riñones, y una acción enérgica en la expulsión de lombrices.

Ay//U famllia tierra .v otros aspectos de la ~!ida cotidia~a 169

El atago o ataco (una de las especies de Amarant hus) de vasta
distribución geográfica en los Andes, crece en suelos pobres y ricos,
incluso en las fisuras y grietas de muros y pisos empedrados de los
caminos, y hasta en los escombros de las casas abandonadas. Es una
hortaliza de costa, sierra v selva. Es rústica y de crecimiento rápido. Se
utilizaba sus hojas en la alimentación. Unas veces se da por sí sola y
otras se la cultiva, pero siempre brota en cantidad abundante. Se las
comía solas o reweltas con papas, acompañándolas con sal y ají.

A las algas marinas, de las que existen distintas variedades, se las
consumía en la alimentación en su estado natural. Su denominación
común era y es cochayuyo (de cocha que significa laguna o charco, y
yuyo: yerba o vegetal acuático). También comprende, naturalmente,
decenas de especies, conocidas todas ellas por los pescadores y cam-
pesinos con el nombre genérico, ya se dijo, de cochayuyos, en las dis-
tintas zonas del país. Las algas, sean pardas o rojas, tienen sustancias
con características diferenciadas. Las rojas son las más estimadas por la
esencia o materia denominada agar; por ser propias de las aguas
tibias, se las halla en la costa norte.

Los yuyos marinos peruanos más cotizados en la alimentación eran
y siguen siendo las algas rojas Girartina chamissoi (yuyos), la Porphyra
columbina (cochayuyo) y el alga verde Uliafasciata (lechuga de mar).
Como todos los alimentos de origen marino contienen vitaminas que
son útiles para el mantenimiento, conservación, defensa, reproducción
y regeneración de las células, tejidos y órganos que forman el cuerpo
humano. Tales sustancias son las proteínas, enzimas, carbohidratos, gra-
sas, vitaminas, minerales, pigmentos. Como los peces, las algas marinas
nacen y crecen de forma natural. El hombre sólo las extrae.

La lechuga de mar contiene 87 mg. % de hierro, o sea 20 veces
más de lo que contiene la espinaca (3,3 mg. %); es mejor que la yema
de huevo (6,3 mg. %), que la carne de res (3,6 mg. %) y que la soya
~7 mg %). De ahí su importancia para combatir la malnutrición y la
anemia producida por la falta de hierro. Esta misma alga concentra 75C
mg. % de calcio; es decir, muy superior a los 100 mg. % de la leche.
al 65 mg. % del huevo, al 98 mg. % de la espinaca. Y como el calcic
~egula muchos procesos funcionales y metabólicos de la célula, sistema
neuromuscular~ funciones en el acople de la excitación con la contrac-
ión muscular, se comprenderá entonces la causa de la excelente saluc
ie los yungarunas (costeños). La lechuga de mar, además, pose~
3,63% de fósforo, 1,15% de magnesio, 10 mg. % de niacina, 10 mg. °~
le vitamina C y 0,50 % de vitamina B2.
170 Los ir~o

El yuyo, lechuga de mar y cochayuyo contienen 160 mg. %, 50 mg
% y 62 mg. % de yodo, respectivamente, a diferencia de los pescados,
mariscos y carnes que sólo tienen 0,29 mg., % 0,07 mg. % y 0,0005 mg
% de yodo. De ahí que sea suficiente comer unos miligramos de alga
seca que guardan de 0,1 a 0,2 mg. % de yodo para prevenir el bocio
en un adulto y las molestias endocrinas en las mujeres embarazadas.

El yuyo almacena 0,354% de fósforo, 3,80% de potasio, 0,424 de
calcio y 0,167% de magnesio. El cochayuyo del mar arequipeño encie-
rra 15 veces más vitamina A que las espinacas y 200 veces más que el
tomate. Agrupa betacarotenos y provitamina A, similar a los becarote-
nos de los alimentos terrestres. La vitamina A impide las afecciones
microbianas, pérdida de peso y apetito, xeroftalmia; y en las mujeres
es importante durante la gestación y lactancia.

La vitamina B1 (teamina) en el yuyo, cochayuyo y lechuga de mar
concentra la siguientes proporciones: 0,116%, 0,078% y 0,257%, respec-
ti~,amente, cantidades superiores a las que retiene el trigo, que sólo
posee 0,11 mg.%. En lo que compete a proteínas, la lechugJcl de mar
acumula 58,19%, el yuyo de 14 a ~9% y el cochayuyo, 32%, en algas
secas. En camhio las microalgas de agua dulce: Scenedesmus, Chlorella
y Spirulina acopian 55,21%, 55% y 67% de proteínas, respectivamente.

En fin, estas y otras virtudes tienen las algas del mar peruano. Pero
además son plantas que favorecen la digestión, y ellas mismas son
muy fácilmente digeridas y absorbidas por el organismo humano. Por
cierto que los habitantes andinos no conocían nada de esas sustancias
químicas, ni sus porcentajes. Pero, en cambio, sentían que su ingestión
les producía bienestar; por eso las buscaban, y no solamente los coste-
ños sino también los serranos de las tierras altas, adonde las llevaban
deshidratadas, en forma de bloques cuadrangulares. Conformaba un
activo comercio de trueque. Los yuyos de mar, en consecuencia, consti-
tuían los verdaderos sustitutos de la espinaca y acelga. Se los consumía
crudos y cocidos, como parte principal de la comida y diario sustento.

Así como las especies marinas recibían el nombre genérico de
cochayuyo, a las de ríos y lagos serranos se las llamaba pachayuyo y
pacsayuyo. Entre las terrestres hay más de 45 especies correspondien-
tes a géneros y familias distintas. Entre ellas el ataco o atago, que ya
vimos; la chita o mortaya o yuyo de sierra; el llutuyuyo o verdolaga;
el paico o amash, el tilcoyuyo o berro o michimichi; el canayuyo o
cerraja; el ticsauyuyo o mastuerzo o mallao, etc. Todos se dan desde el
nivel del mar a los 4.000 metros de altura, e incluso hasta en los terre-
nos más pobres.

AyJ/u, familia. tiewa l~ otros a.pectos de la oicJa cotidiana

De todas las plantas que podían sacaban algún provecho. De los
tallos de la Puya raimondi (conocido también con los nombres de
chancana~ tichancana y tincana) hacían y hacen, por ejemplo, ban-
quillos y asientos. Partidos en tamaño de diferente grosor los emplea-
ban para techar las chozas de los pastores y para el chaclleo del
cobertizo de las casas de las aldeas. La goma que segregan sus tallos,
que se secan en granitos rojo-amarillos, los saboreaban niños y adultos
cual agradable cancha. Su flor es la más bella de los Andes.

De estas plantas unas se dan en la sierra, otras en la costa, y otras
en ambas regiones. La quihuicha es un vegetal de altura, pero también
brota en la costa cuando se la siembra.

Entre los suplementos minerales utilizaban el cloruro de sodio, que
lo obtenían tanto de las aguas marinas como de manantiales salados y
canteras de sal. Tratándose de las primeras, lo conseguían mediante la
evaporación. De los puqlfios o fuentes gracias a la ebullición, o asper-
jándolo sobre la grama, de la cual, después de un tiempo, ya evapo-
~do, recogían los granos. De las cantcras lo arrancaba con picos de
metal. Pero la sal de canteras y manantiales, por lo común, carecía de
yodo, por lo que los habitantes de las tierras altas padecían con fre-
cuencia de bocio (coto), enfermedad cuyo origen ignoraban que se
producía por la falta de yodo. Ellos creían que un gusanito que se
introducía en la garganta generaba el coto, aunque los de la etnia
Quechua (Abancay) pensaban que lo motivaba el consumo de aguas
vertidas por los deshielos.

Entre los alimentos minerales también era bastante conocido, princi-
palmente en la sierra, la llamada pasa o chacu. una greda blanda con
rnanchas pardas como jabón, con la que adobaban sus papas y carnes
a manera de la mostaza europea. Es una pasta que contiene silicatos
tlobles de albúmina, con lo que suplían la carencia de otros elementos
minerales Era en realidad una arcilla, a la que también se le atribuían
propiedades curativas contra el cáncer.

Unos condimentos muy saboreados, por la grata sazón que propor-
ionaban a los potajes, eran el huacatay, el paico y la muna. Estas
~erbas, secas y desmenuzadas, frotándolas entre las palmas de las
nanOS, se espolvoreaban en los platos de chupe o sopa de papas.
~tras veces se molían con agua para echarlas en las ollas de la citada
~ianda En otras ocasiones se las mezclaba con ají y rocoto, en cuyo
neiunie embadurnaban sus yucas y papas.

La carne de camélidos, como es lógico, la consumían fresca; pero

ferían deshidratarla (charqui) para guardarla por mucho tiempo. Los
camélidos son buenos proveedores de proteínas y grasas, además de
proporcionar pelo para sogas y tejidos, cuero, huesos, pellejos, estiér-
col para combustible y abono, y por último como animal de transporte
pese a no soportar más de cuatro arrobas de carga y no poder caminar
más de 20 kilómetros por día.

Fueron los ayllus pastoriles del Collao y Chinchaycocha los que
desarrollaron toda una tecnología muy sofisticada para la crianza, creci-
miento y utilización de los camélidos. En este aspecto su máxima pre
ocupación la dirigían a las llamas y alpacas. Para criarlas y alimentar-
las idearon la manera de irrigar miles de hectáreas alto andinas hasta
formar los llamados ucus o bofedales o ciénagas para la producción
permanente de pastos. Incluso en la costa aclimataron una raza espe-
cial de llamas, aptas para soportar el calor. De los camélidos salvajes
(¿~icunas, guanacos) sacaban pelambre y carne mediante planificadas
cacerías, procurando sólo la mortandad de machos y de hemhras esté-
riles y viejas. El vocabulario que tenían para las prácticas ganaderas fue
amplísimo, indicador del enorme conocimiento que alcanzaron en
dicha actividad. Con todo, el ganado salvaje y doméstico, de cuando
en cuando era víctima de una epizootia llamada caracha o sarna, que
provocaba mortandades inmensas, sin poder detenerla por carecer de
los conocimientos curativos apropiados.

En fin, el ganado no fue tanto una fuente de alimentación en tér-
minos de carne para la unidad nuclear o familiar. Lo que interesab~
de él eran otros productos útiles a la economía doméstica: pelambre,
cuero, guano o estiércol, huesos y su ayuda para transportar carga.
Poseer ganado representaba tener una inversión importante, una
reserva de productos, susceptibles de aumentar con las crías. En los
pueblos pastores constituía el eje de sus reservas y en los agrarios un
complemento .

También conocían frutas domesticadas: lúcumas, chirimoyas,
piñas, maní, guayabas, pacaes, paltas, tumbos o poroporos, tintines o
granadillas. Pero mucho más numerosa fue la cantidad de frutas sil-
vestres, p. ej., el paruro o pajuro, achupalla, airampu, capulí, nogal,
chamburo, etc.

La coca era masticada cuando caminaban y cuando participaban en
aynis, mingas y mitas, es decir, en tareas que exigían desgaste d~
energía muscular. La coca les daba, entonces, vigor momentáneo.

Aparte de la exposición anterior, como resumen de este subcapítulG
va un listado de los vegetales, carnes y especies ictiológicas más pala-
deadas por los t~unas del espacio andino.

vllu, familia. tierra v otros aspectos de la ¿ Ida cotidiana

~ermosas hojas de coca ritual. La figurilla (de frene y perfil) lleva un bolo de
, coca en la boca.

~J

Algunas aves andinas: tre.s varicdades de patos de carne comestible.
Ires de las especies ictiológicas consumidas por los habitantes del litoral en su
alimentación cotidiana (chita. pejcrrey. jurel).

Cazzas o parca
Pallar
Tarhui

Chijchipa
Chulco
Hitcka
Paico

Domésticas
Ñuñuma o
Pato quele
Pato Choca
Perdices

pato peruano

Iguanas (costa norte)

Aynu. fa771¿1ia. tie7-~a ~ Ot705 a.ip~cto~ ~,7e 1~ T7a cotidiana I 75

Cultivaclas
Arracacha
Ashipa
Camote
Maca
Oca
Olluco
Papa
Sachapapa
Uncucha
Llacón
Yuca

TL,TBEROSAS
Silvestres
Achacana
Amapu
Capasu
Cochucho
Curao
Iguana (papa)
Layo
Quemillo
Papca

CFREALES Y ~ALSOS C~REALES (GRA~71/~7Il7VEA5)
Achis Cañigua
_Maíz Quinua

LEGl 7.'11~RFS

HORTALIZAS

Hemico
Poroto
Pashuro

Chonta
Llipcha
Patau

C'ARI~TE DE Al ES
Silvestres
Pavas del monte (Piura)
Gallaretas
Gallinas de papada (Moxos)

CARNE DE 5AIJRIOS
Cañanes (costa norte)
1 7~
Los incas

Domésticos
Cuy
Perro (huancas)
Llama
Guanaco
Alpaca
vicuña

FRI 7TAS
Aguaje
Tintin (granadilla)
Macambo
Palta
Pihuayo
Tumbo
l'oroporo

Sal

Amuy

Ají
Muña
Marmaquilla

Achupalla
Airampu
Carhuancho
Chontaruro

L enguado
Cazón
Sábalo

De mar

CARl\!E DE MAMIFEROS
Silvestres
Huangana (selva alta)
Tapir (selva alta)
Ronsoco
Capibara
Venado

Chambira
Lúcuma
Marañón
Pucha (papaya)
Puruncari
Yacu

SUPLkMENTOS MINERALES
Chaco o pasa Cal

O~EAGII~OSAS
Maní

SAZONADORAS

FLORES

PECF.S

Dorado
Mero
Liza

Castaña de Indias

Rocoto
Huacatay
Cuyuy

Ahuaymantu
Atago
Chañar

De agua dulce
Gona
Bagre
Sardina blanca de Yucay

~u, familia, tierra ,y otros aspectos de la cida cotidiana 177

~óbalo
~abrilla
Pámpano
~hita
Cavinza
~Caballa
Anchoveta
Borracho
Ç' Sardina
~ Bagre
E Muchuelo o
~ machete

| Ayanque

Peje sapo
rv Sierra de Paita
~ongrio

Bebidas

Corvina
Peje blanco
Pejerrey
Lorna

Coco
Bonito
Auja
Peje de peña
Chalacos
Bocón
Huancavilca
Peje volador
Cojinova
Sierra
Peje ángelo

Chaquechacllua o dorado
Suqui o pejerrey (Chili)
Cachule o carachi
Mauri suchi
Lluchcca
Ahuacuyamor
Cacas
Umani
Chichiñi chacllua o ispi
Coychi
Coriochoque
Moro

La bebida predilecta fue la asua o upi o acja o yamor tocto, lla
mada comúnmente chicha desde 1532, palabra de origen antillan
introducida por los invasores hispanos. Para prepararla, primero fer
mentaban el maíz seco humedeciéndolo con agua y colocándolo ent~
hojas de achira en un lugar abrigado de la casa. Cuando germinat
brotándole raicillas, lo retiraban para secarlo, quedando convertida c
~ora. Después molían la mayor parte de ella y otra la mascaban pa:
que la diastasa de la saliva motivara el fermento. En tal estado el
echada en ollas con abundante agua para hervirla por varias hora
Una vez fría, en cuyo estado recibía el nombre de sarayumbia, se
vertía en urpos o tinajas para su maceración. Para la chicha de quin~
preferían la de grano colorado.

El grado de fuerza ~ alcohólica" lo conseguían según los días q~
duraba la fermentación en los mencionados urpos o botijas de cer
mica, colocados en un rincón de la habitación, es decir, en el sitio m;
abrigado de la vivienda. Al sedimento o concho que quedaba en
fondo del urpo, se le decía mamaasua (madre de la chicha), utilizac
para acelerar el fermento de las posteriores.

Se consumía chicha en cantidades gigantescas tanto en ceremonia
rltos y fiestas como en aynis, mingas y mitas. Prácticamente constitu
La c(:)st Irnt~re de nnascar maíz para hacer chicha aún regí l en el siglo Yl~ d

Cuchara de palo
~"~

q

Tinajita Olla

Cazuela
C=~S=

Algunos de lo.s implemento.s para
elal)orar chiclla.

Ay//U, familia. tierra ,~ otros asp~tos cl~ la oida cotidiana

la bebida cotidiana para calmar la sed. Pero, eso sí, no era estricta-
mente una bebida alcohólica. La bebían en queros (vasos de madera y
metal) y en potos (calabazas pequeñitas) como aditamento imprescindi-
ble después de los alimentos. La falta de chicha, sostenían, les produ-
cía debilidad, ausencia de entusiasmo y hasta enfermedades. Es en ver-
dad bastante tonificante.

El Estado Inca, por su parte, requería ingentes cantidades de chicha
para brindarla a los que servían al imperio. De ahí la necesidad de la
existencia de mujeres especialmente dedicadas a su fabricación: unas
mascando el grano para dejar caer el bolo en enormes recipientes de
arcilla; otras hirviéndolo y otras cuidando de su maceración y distribu-
ción, aparte de las que preparaban la jora. En la costa central y nor-
teña, la chichería fue elevada a la categoría de trabajo especializado.
Los chicheros profesionales del litoral la expendían en tabernas, para
lo que empleaban el trueque, monedas mercancías, equivalencias e
incluso unas hachuelas de cohre que iuncionaban cual dinero. En otras

~alabras, mientras los campesinos de la sierra apenas la elaboraban
para ellos mismos, en la costa. por el contrario, la preparaban para
venderla fuera de casa.

Otras variedades de chicha las elaboraban a base de quinua, frutos
del guarango, yucas y frutillos del molle. Cuando empleaban estos últi-
mos no necesitaban mascarlos para conseguir la fermentación, puesto
que el propio frutillo concentra miel.

Recursos naturales

Los recursos naturales-materiales abundaban. Bancos de arcilla
existían por doquier, inagotables canteras, lavaderos de oro que com-
petían con las minas de plata e igual con las de cobre. El estaño lo
conseguían en Charcas, en tanto que a otras piedras preciosas (esme-
raldas~ turquesas, lapislázulis) las importaban de lugares lejanos
(Chile/Colombia) .

Pero faltaron algunos productos que en otras civilizaciones eran
y son indispensables: el hierro y las maderas largas y gruesas. El
único hierro que conocían era el de los aerolitos, que no sabían

~ darle ninguna aplicación. Y en cuanto a árboles, claro que los había
¨ pero de inferior calidad, de manera que cuando necesitaban made-
ras buena5 tenían que acarrearlas descie los bosques de la selva alta

i a homl,ros, a pie.
Como se dijo, era un país escaso de árboles; pero los pocos que
existían estaban muy bien adaptados al medio, muy resistentes al frío
en las altas cordilleras, por encima de los 3.300 metros sobre el nivel
del mar. De ellos sacaban madera, leña, frutos, colorantes para textiles,
protección y mejora de suelos. He aquí las especies más aprovechadas:

El aliso, conocido en toda la serranía, proliferante en las quebradas y
a veces en los linderos de las alquerías de cultivo sin que interfiera el
crecimiento de las plantas agrícolas, debido a su copa abierta que deja
filtrar la radiación solar, ayudando a mantener la fertilidad del terreno.

El colli o quishua~; también de ancha distribución, creciendo a
veces hasta presentar altísimos y frondosos árboles, como en Ñahuim-
puquio (Angaraes). Pero corrientemente son de talla mediana. Su
madera dura les servía para construcciones y herramientas. Sus hojas
las empleaban en medicina para tratar los dolores reumáticos.

El chachacomo, con muchas variedade.s, de tronco rojizo y brillante. Su~
hojas y madera las usaban para teñir telas. Sus hojas en infusión era tónico
cerebral. Crece en pisos de textura media y húmeda, sin exigir fertilidad.

La chacpa es un árbol que prefiere las vertientes orientales desde Pau-
cartambo a Moyobamba, pero también se encuentra en valles interandinos
con apreciable nivel de humedad ambiental y sin heladas. Es un buen
protector de las laderas. Con sus flores en infusión aliviaban los resfriados.

El mutuy es originario de quebradas húmedas y suelos pobres,
adaptándose a cualquier calidad de esos pisos. Lo empleaban para for-
mar cercos vivos y especies de terrazas naturales en tierras ubicadas en
declives (andenes), como manera muy práctica y efectiva de controlar
la erosión y mejorar el suelo. Sus flores y vainas tiernas las comían en
guisos, mientras que sus hojas y tallos los destinaban al tintado.

El sauco, principalmente en las alturas serranas, es planta poco exi-
gente de suelos, aunque se desarrolla mejor en pisos profundos y
limosos. Sus frutos se comen cuando están frescos y son hastante ricos
en vitamina C.

El capulí, eminentemente de la sierra, sembrado y cuidado por su
fuerte madera para confeccionar vigas, techar casas, labrar artel~actos y
como leña después de rajada. Sabían degustar su sahrosa frutilla.
<,apul~ es una palabra mexicana; en quechua se decía ussllm.

Los árboles citados tenían connotaciones y usos sobre todo hajo la
forma de leña. Pero como madera también guardaban una impoItancia
e.special para el techado de viviendas, confecci¿)n de puentes y fdbrica-

ofros aspectos de la ~ida cotidiana

R~~ S l)E ALGI TNOS ARE~OI.ES Al~iDlNOS

(,)uinnual o queñuar

~ - f~

~ductos artcsanales: rCCipieníes de calal~a~as. Ilamado.s mates en el l'erú.
ción de herramientas. Como tal intervenía en las relaciones de reciproci-
dad entre las familias, formaba parte importante de los rituales religioso5
motivo por el cual fue elevada a la categoría de tributo para el Estado
En la nacionalidad Huanca se señalan miles de rajas de leña amontona-
das en alma¿-enes. Lo cual, a su vez, indica que hubo alguna política de
protección hacia este recurso nahlral; por lo tanto, había cultivo de árbo-
les y oficios ligados a dicho asunto: leñadores, carpinteros, arboricultores.

A excepción de las mesetas y estepas del Collao y Chinchaycocha, los
demás valles interandinos y los de la costa estaban cubiertos de bosques
como lo indican los cronistas del siglo x~l que recorrieron el territorio de
sur a norte y de norte a sur. De todos modos, puede afirmarse que había
ya depredación de bosques con escaso interés entre los campesinos en
una permanente reforestación. Y si alguien se interesaba en plantar árboles
a pequeña escala, lo hacía en puntos próximos a sus mc)radas v sólo de
aquellos que servían para la fabricación de sus herramientas y cobertizo de
.sus casas. El Estado, por su lado, se preocupaha de plantar árholes en los
bordes de los caminos de los valles costeños para dar frescor y sombra a
los caminantes. Igualmente fijaban árboles en los bordes de los andenes
para dar consistencia a los muros; asimismo, en las orillas de las parcelas
para generar un microclima protector contra vientos y heladas. Pero de
toclas maneras no hubo afanes reforestadores masivos a cargo de ayllus, ni
del Estado, no se sabe por qué razón. La reforestación fue circunscrita.

En los lugares donde no hay árboles ni arbustos (Collao y Chin-
chaycocha/Junín), la recolección de taquia y champas para combusti-
hle representaba una pesada carga física para mujeres y niños, encarga-
dos de proveer del referido producto al hogar.

Algunos ayllus ubicaban sus pacarinas o lugares de origen en las
hases de los troncos huecos de ciertos árboles. o en los frutos de ellos.
En tales ocasiones se les veneraba generación tras generacion por
determinados linajes. Así ocurría con los tanquiguas y con los yauyos.

Artesanos e intercambio

En la sierra y costa sur no hui)o profesiones liberales. Médicos y arte-
sanos especialistas por allí permanecían al servicio del Estado y de la
religión (sacerdocio). Fue en la costa norcentro donde se desarrolló un
c stamento de hábiles artesanos independientes, que trabajahan diversas
materia.s primas como verdaderos mae.stros en su arte v técnica, aunque
no sabían distinguir al artista del artesano, ni tampoco diferenciar las pro-

,Ayllu, Jamilia. tiena ,~ otros a.s,pectos cie la eida cotidiana 18,~?

fesiones de los oficios. En la costa norcentro había ayllus íntegros que se
dedicaban a la vida del taller y lo mismo ocurría en barrios determinados
de las llactas imperiales. I'ero la diferencia estribaba en que los que tra-
bajaban en estos centros urbanos elaboraban para el Estado objetos, que
después los redistribuía para adornar templos y aposentos de los nobles
con la finalidad de rodear de artículos de lujo a los dioses, a los aristó-
cratas y a su corte en general. La gran masa de la población se conten-
taba con cerámica rustica y textiles mínimos. A los artesanos del Estadc
se les retribuía con alimentos, bebidas, tierras, ganado, ropa y otras cosas.

A pesar de existir en la sierra un al~án muy grande por el control de
pisos ecológicos y la redistribución de bienes por parte del poder, el
comercio o intercambio de productos no pudo ser suprimido. Desde
luego que en las tierras altas lue menos activo que en la costa. El
transporte lo resolvían cargando lc)s productos sobre sus hombros y
espaldas, o colocándolos encima del lomo de sus llamas. El número de
éstas, en las recuas, comprendía tanto a las que iban con fardaje com(~
a las descargadas, por cuanto las que conducían pe~-) un clía lenían
que descansar el otro o, mejor dicho, caminar sin peso el siguiente día.
Así era la costumbre. Para los viajes a larga distancia, p. ej. de Chinch~
a las islas ecuatoriales, usaban balsas de madera con velamen triangu-
lar, remos y timones (guaYes o gllaYas).

Pero el Estado tahuantinsuyano no estaba hecho para estimular e]
comercio o transacción de productos a nivel instihlcional ni privado. E
ideal del Estado Inca era retribuir y redistribuir los bienes guardado~
en sus almacenes a título de recompensas y/o salarios entre sus amigoc
y servidores: mitayos o trabajadores, chasq~lis, guerreros, espías, pania-
guados o áulicos y parientes, quienes, estas donaciones las agregabar
a los productos que obtenían en sus lotes ubicados en sus ayllus. Hl
ahí la causa de la existencia de un pequeño comercio serrano, innega-
blemente no bien desarrollado.

Pero en la costa era diferente. Aquí la intensa vida urbana y la vigen
cia de grupos dedicados exclusivamente a la artesanía daban vida a ur
animadO comercio. Incluso se abrían ventajosamente las relaciones extc
rioreS empleando diversos mecanismos transaccionales (trueque, equiva
lencias, monedas mercancías y hasta hachuelas de cobre con valor

dinero) La moneda signo, indispensable para la actividad comercial, f
desconocida en la sierra de los Andes centrales y meridionales y en
costa sur, pero no en la costa norcentro de los Andes centrales ni en
sierra de los Andes septentrionales, donde manipulaban las referid
hachitas de cobre, aunque sólo a partir de épocas tardías.
~, Pescadores de las pl.

El trueque en un cahl andino.

yas cosleñas. En esta
zona, la pesca consti-
tuía una ocupación a
tiempo completo, a car-
go de determinados
ayllus encargados inclu-
so de disecar y comer-
cializar el pescado.

,~yllu, familia. tierra ~ otros a.spectos de la ~ i~la cotidiana 185

En general el comercio exterior estaba orientado a procurarse caraco-
las de los mares ecuatoriales del nortc (incluso de Centro América),
cuyos mercaderes a su vez las traían para encontrarse con sus colegas
de la costa andina en la isla de La Plata, ubicada frente a las playas de
Paches (Manta/Ecuador) De modo que los peruanos no llegaban a
Mesoamérica~ ni los mesoamericanos llegaban al Perú, únicamente se
encontraban en una ínsula para el intercambio, de donde, consumadas
sus transacciones, cada cual retornaba a sus respectivas tierras de proce-
dencia. Sorprende, pues, cómo en muchas ocasiones ciertas materias pri-
mas recorrían distancias extremas. Claro que se trata de productos poco
pesados y destinados a fines mágicos y de lujo. Estaban conformados,
en lo fundamental, por caracolas Spond~lus, pictorum y pnnceps que las
expendían hasta en los bordes mismos del Titicaca y aun más allá.

El comercio exterior, como se percibe, se reducía a artículos de lujo
y rituales: moluscos de gran demanda para las ceremonias mágico-reli-
~giosas propiciadoras de lluvias. T odos reclamaban la presencia de las
~racolas rojiblancas: nobles, sacerdotes, guerreroc, aclmini.slraclore.s y
jatunrunas. Desdc luego que para este comercio los costeños tenían
medios materiales para hacerlo efectivo: embarcaciones manufacturadas
con palo de balsa, impulsadas con velas triangulares y remos y, ade-
más, bien dirigidas mediante timones llamados guares o guaras. La dis-
tribución del mullu por la sierra y costa meridional corría en forma de
monopolio a cargo de los mercaderes chincllanos.

~1 tupo agrario. Medidas

Tupo es una palabra de origen puquina asimilada al aymara y al
quechua Ordinariamente significa medida en general. La extensión que
abarca~ por lo tanto, era y es variable. En lo que respecta a las parce-
las usufructuadas por las familia.s, su tamaño dependía de la calidad
;lel suelo y del clima; por eso eran mayores en las tierras altas y
enoreS en las hondanadas, y todavía más pequeñas en las ecologías
~alientes El tupo parcelario difería, pues, de una etnia a otra. En lo
lUe había uniformidad era en el ideal de que produjera la cantidad

ficiente para subsistir de cosecha a cosecha, de manera que padres e
ijos mataran el hambre sin angustias de ningún matiz.

Entre los ayllus andinos sí se puede decir que cada niño nacía con
~l porvenir garantizado, porque cada hombre dentro de la comunidad
:enía asegurado su tupo de tierra o chacra para sembrar en un
momento dado; y cada mujer medio tupo. El joven iba al matrimonio
aportando su caudal agraric). Y la flamante pareja iba recibiendo tupos
conforme los necesitaba de acuerdo al descanso de los suelos de
labranza. Pero, eso sí, cuando fallecían, S~IS hijos no los retenían por
considerar que no se le habían entregado en propiedad, sino en usu-
fructo como fuente de alimentos.

El tllpO, en consecuencia, venía a constihlir la base de la subsisten-
cia para cubrir las necesidades vitales del jatunruna. Y tan solamente
para lo i)ásico, porque ningún jatunruna podía ni debía convertirse en
acaudalado, puesto que la costumbre le impedía transformar su mini-
/ilndio en latifilndio. En el ayllu había una mediocre uniformidad, sin
afdnes de ostentación; pero sin las zozobras de la miseria que caracte-
riza a las sociedades esclavistas, feudales y capitalistas. Sin embargo,
los curacas y señores podían disfrutar de posesiones más extensas,
como requisito imprescindible para acumular productos en mayor canti-
dacl, único modo de cilmplir sus funciones de hospitalidad y generosi-
dad. redistrihuyendo sus bienes. .Sobre esto se incidira mas adelantc.

Otras medidas conocidas por entonces eran:

1° Las de longitud, establecidas a partir del cuerpo humano: braza-
das (ncra), media braza (siquira), un codo (cuchZ~sh tllpO), del codo
al extremo de la mano, la cuarta o palmo (capa~), el jeme (yucu), el
paso (chilque), el ciedo (rucana), el ancho de la mano con los dedos
¡untos (tkhlll).

2" Entre las medidas de capacidad se mencionan: I) cl clfllopocha
(:1/2 I~dnega o 6 celemines, o sea 27,7 litros). Lo subdividían en iscay-
poccha (1/2 fanega) y patmapoccha (1/4 de fanega). Se le decía indis-
tintamente cllllo o poccha, o conjuntamente cZlllopoccha. Se confeccio-
naba de madera. II) El siquis (1/2 almud) de la costa central. III) Tam-
I~ién mates y tinajas, los últimos primordialmente para líquidos. IV)
Petacas y petaquillas (putres) de juncos y pajas para medir frutas y
otras comidas. V) Runco o cesto para medir la coca y el ají, de más o
menos 20 lil)ras. VI) Media canasta (checta ~nco). VII) Cuarta parte de
una canasta (clftmu). VIII) Octava parte de una canasta (sillcll). IX)
Cestillos para el algodón. X) Cestas (isangas) para medir papayas,
pepinos y otras frutas. XI) Almozada (poctoy), es decir, el cuenco de la
mano, para medir cualq~lier cosa que podía caber en una sola de ellas,
o en las dos unidas y juntas. Todo lo anterior en quechua.

En aymara quedaron recopiladas las siguientes frases: I) ~montoncito
ql~e c~n como medida las 2,endedoras en Sl~ mercaclo chala~ na
tincljita de barro llena hasta la boca. de maíz o chllno, ~ q2Je es

AyllU, familia. tietra 1~ otros aspectos de la z7da cotidiana

C~4Q ~

~' 1--7'',. 1~. b. b. L. L. 1.. b 1.. 1.. 1.

~s~

Este croquis dcmuestra la distribucion de los tZlpll.C
o lotes de terreno (chacras) usufructuados por un
solo individuo en distintos sitios. Se trata de la lla-
mada tenencia diseminada.

~1

~ I

Una balanza en red, utiliza{la para pesar I na balanza tipo hl~ipe para pesar las
oro, plata, coca, algoclón, lana y tinturas nlismas cosas clue en la de redes.
Los inca~

medida rasa de estas cosas cuando las 2enden. tanca vicchi~ Dar
med~da colmada: tancani, chunchuni churata~. Y IV) ~henchir la
medic1a justa, pero ra~da sin colmo: tancachatha~.

3° Entre las de contabilidad tenían un significativo vocabulario I)
cuentas: yupay. II) Tomar cuentas o hacer que las den: yupachicupuni,
III) Dar más o añadir: yapani. IV) Partir la mitad de algo o dividirla en
partes: patmani o pattmachani. V) Medir granos: camani. VI) Paclla
hato de ganado. VII) Llalla sacos para contabilizar los iardos de ropa.
almacenada. Llalla es el costal de cabuya. VIII) Huiri el trabajo de un
hombre durante el día. IX) Piernas po.siblemente la mitad de una
pleza de tela. Se ignora su equivalente fonético en quechua y aymara.

4° Y entre las medidas de área o superficie conocían: I) la papacan-
c~a parcelas de papas sin dimensiones rígidas. II) El tupo ya referido
gualmente de magnitudes varial~les, si l~ien con un promedio de 25 por:
~0 brazas. Tenía muchas variantes: checta (1/2 hlpo); sillco (1/4 de tupo)

cutmu (1/~ de t2lpO ) En la quebrada de Chaupiguaranga no se le llama ~
tupo sino tongo, y cada tongo abarca una extensión aproximacla de 800 _
metros cuadrados. La palabra tupo también servía para señalar a la legua
andina, medida de longitud que cubría una legua y media española de
largo. Se le decía asimismo yapu. III) Chayana, un pedazo de tierra para
mantener a una o dos bestias de carga, lugar donde clescansaban las
cahalgaduras. IV) Acequias de tierra de sembradura. V) IJn mate de sem-
bradura VI) Collo. media hanega de sembradura. VII) Para la medición
de areas hacían uso de la chota o nni. soga estirada y tie.sa que ayu-
daba a definir espacios para distribuir las mingas de los ayllus que con-
~ormal~an una saya o distrito. Las chotas o chutas o sayguas venían a
ser espacios indeterminados que dependían del número de personas
para cumplir tareas en ellos; sin embargo, procuraban que tuvieran 100
brazas por lado. VIII) Ecca. medida de 10 l~razas.

La exactitud pasmosa y fascinante del sistema contable mediante
quipus está demostrada con la transcripción y traducción de los archi-
vos huancas llevadas a cabo en 1561 ante la Real Audiencia de Lima.
La precisión de las cifras y la i~acilidad con que las leían los quipuca-
ma~os permitían un control muy exacto de los ingresos de cualquier
renta estatal, comunal y familiar.

En este título también hay que tener en cuenta a las balanzas de
platlllos y redes y al muy típico huipe, algo parecido a las romanas
empleados apenas para enfielar y ponderar los pesos de metales pre-
ciosos, tintes, algodón, lana y coca. Su existencia enseña que nadie se
aventural~a a simples cálculos ni a operaciones de tanteo de oro, plata,

~ familia. tierra ~ otros aspectos de la oida cotidiana 189

~turas, coca y lana. Las manejaban los que practicaban el comercio, la
Irtesanía y funcionarios estatales que percibían la tributación consis-
ente en metales preciosos y artículos ya anotados.

1~ La cocada era una medida de tiempo y no itineraria, determinada por
h lapso que duraba la masticación de un bolo de coca en determinadas
~oras recorridas por un viandante que portaba un bulto de cuatro arro-
~as sobre sus espaldas. Por cierto que el espacio andado difería según
fuera en terreno quebrado, o en subidas, o en bajadas. La masticación
~e cada bolo de coca demoraba de 3S a 40 minutos, transcurso que
~dura su acción excitante, permitiendo recorrer a un individuo cargado
~tres kilómetros de terreno llano y dos tratándose de cuestas. Los cami-
~nantes tenían sus lugares fijos y preestablecidos para descansar y reem-
~plazar la bola de coca agotada. Tales descansos se producían siempre en
~lugares abiertos o en la cumbre de una pendiente. Como se advierte,
.~unas cocadas eran más largas que otras. Allí se sosegaban dejando caer
~I pesado fardaje que llevaban, quedando unos pocos miIlutos sin movi-
~miento. Luego comenzaban cle nuevo a mascar su dilecta hoja; y a los

o 10 minutos de nuevo se hallaban animados para reiniciar la marcha.

Así avanzaban transportando un máximo de cuatro arrobas hasta la otra
pascana, para recomenzar la subsiguiente cocada. La jornada de un día
la cubrían consumiendo entre seis y ocho cocadas.

En lo que respecta al sistema decimal, regía desde muy antiguo en
las etnias del territorio central del Chinchaysuyo, desde Ica y Huanca
hasta Cajamarca, Chachapoyas y Piura. Cuando los incas las conquista-
ron lo encontraron en pleno funcionamiento, y al percatarse de su
importancia en lo administrativo lo aplicaron en todo cuanto les fue
factible. Pero donde lo implantaron con más vigor y eficacia fue en la
organización del ejército. Concretamente el inca que lo alentó y aplic~
fue Túpac Yupanqui.

Viviendas

La monogamia generalizada en el jatunruna redundaba directa
mente en el plano y disposición de su recinto conyugal. Tanto en I
costa como en la sierra, ya fueran de quincha, pirca o adobes, tenía
un espacio limitado, lo suficiente para albergar a una familia nucleal
simple o a una familia nuclear-compuesta, siempre cortas. Las casa
cuadrangulares de la costa y las redondas de la sierra habitualment
exhibían de cinco a seis metros cle cliámetro, con techo formado d
Los inca~

.

varas de madera que se juntal~an en el vértice, cul~ierto con paja. No.
eran raras las viviendas cuadrangulares con cobertizos de dos aguas.

Las moradas de los hogares poligínicos (curacas y otros privilegia-
dos), en cambio, tenían que responder a las necesidades creadas para
dar alojamiento a varias esposas y numerosos hijos. He ahí por qué las
residencias de los capacs (señores poderosos) ostental~an mayor
tamaño, disponiendo de cuatro y más habitaciones. La edificación de
cualquier vivienda reclamaba ritos propiciatorios.

Otra particularidad de los domicilios en todas las clases sociales
fuera en las tierras altas o en las bajas era que tendían a la intimidad
doméstica; y dado el material del que echaban mano (piedra adobe
quincha), mostraban una apariencia de humildad. Las casas solían
tener una planta. En la sierra para la fuga del humo dejaban un orifi-
cio o tronera en la parte más alta y central del cielo raso que fatal-
mente nunca resolvía el problema a satisfacci(Sn. No solían tener cuar-
to.s destinados a hombres y a mujeres por separaclo.

Muchas de las casas serranas contaban con un grupo de hahitacio-
nes independientes construidas circundando un patio central. Todo el
conjunto permanecía rodeado por una cerca que sólo tenía una puerta
para entrar y salir. I~-o acostumbraban a ponerle ventanas y cuando la
había apenas era una muy pequeña de modo que la habitación per-
manecía muy oscura. La luz y el aire penetraban a través de la puerta
que daba al patio o cancha. En el interior sí tenían abiertas falsas
ventanas o ventanas ciegas {alacenas o nichos). La ausencia de venta-
nas-abiertas quedaba justificada para evitar el frío. El piso siempre era
de tierra apisonada salvo en las viviendas de los señores en cuyo
caso se empedraba.

En la construcción de las casas costeñas no preparaban bases de
cimientos cavando zanjas. Las paredes se levantaban directamente
sobre la superficie adosando los adobes unos encima de otros. La
cubierta la hacían colocando vigas de guarango (algarrobo) y encima
esteras u hojas y luego un manto de barro. Si el viento y las lloviznas
carcomían ese barro volvían a poner otra capa. En el área de Tallán y
Tumbes se veían asimismo casas de bajareques, o sea con paredes
cle cañas y carrizos espaciados y sin embarrar para posibilitar la airea-
ción de la vivienda.

Las casas costeñas no requerían por lo tanto una intensa laboriosi-
dad. Como había abundancia de tierra les bastaba aplastarla y escan-
ciarle agua. En seguida revuelta y aplastada con lo.s pies quedaha con-
vertida en barro excelente para hacer adobes pc queños (adobitc)s) en

~a cotidiana Z91

ccs (~slerra central del Peri)
~h.I~

°- c~ c ~ ~ tradición andina que aún pervive en la ~epuhllca ae

Ecuador.
Resiclencia de un noble inca en Ollantaitambo.

Plano clel ap(:)sento del .señor o curaca de Huanchihuaylas en el valle clel bajo
l~lmac. Ahor.l se llama Puruc¿luco.

Ayllu~ familia. tien-a ~ otros aspectc)s cle la oida cotidiana

moldes rectangulares de madera abiertos por arriba y por abajo. Se les
: secaba al sol, para lo cual se les volteaba una vez deshidratados por
uno de sus lados. Como en los meses de verano el calor es intenso,
los adobitos se deshumedecían pronto. Pero no acostumbraban que-
marlos, de modo que si no se desmoronaban con rapidez era porque
en el litoral no llueve, salvo, de vez en cuando, en el perímetro de
Tallán y Tumbes. Al levantar la pared, a los adobitos se los unía con
barro fresco. También conocían el uso de tapiales.

Su menaje y muebles estaban conformados por ollas y vasijas gran-
des; estas últimas para guardar ropa y granos. No conocían baúles de
madera. Se sentaban sobre bancos de piedra y tierra hechos a manera
de poyos o pircas. Hacían también bancos con el tallo del maguey de
la Puya raimondi. Sin embargo ellos preferían tomar asiento en el
suelo, a lo más sobre pellejos, esteras, petates o alfombras de pita
(agave) o pelambre basta de llamas. En caso de usar bancos, éstos
eran privativos para los varones. Ias mujeres invariablemente se senta-

~ban en el suelo. Sus camas estab.ln igualmente encima cle pC~J~O~ (- en
el piso mismo; no conocían almohadones ni colchones. Para almacenar
su bebida favorita, la chicha, poseían tinajas llamadas urpos, muy artís-
ticas en el Cusco, a las cuales hoy se las llama a~balos, palabra de
origen griego. En las cocinas, para que ciertos alimentos no fueran ata-
cados por los insectos, conocían unos artefactos que en la sierra norte
recibían la designación de shingas. aros con la superficie entrelazada
de cabuyas y otros mimbres, colgados mediante tres cordeles unidos
luego a uno solo que pendía de las trabas o tirantes más altos del
techo. Otros eran redes y bolsas suspendidas por una soguilla.

Las mansiones de la elite inca --es patente-- eran monumentales
debido a la magnitud de los bloques. Cómodas y limpias, tenían varios
compartimientos Por lo general, cuatro habitaciones ubicadas alrededor
de un patio central. Cada cuarto independiente del otro, de manera
que quedaban frente a frente I na de las salas se reservaba para el
señor y las restantes para sus esposas, criados y despensa. Podían
tenc-r corrales contiguos. Cuando se trataba del aposento del rey en
parajes donde manaban aguas termales, en el patio central abrían y
adornaban una pequeña piscina. Las techumbres de las residencias
señoriales del sur se confeccionaban con paja gruesa, levantándolas a
manera de cúpulas, tan altas como las paredes del primer y único piso,
lo que les proporcionaba belleza. Esto, preferentemente, se usaba en
las casas circulares que, al erguirse, simulaban pirámides. En quechua
recibían el nombre de sunturhuasis.
Los incas

Atavíos y adornos

En lo que se refiere al atavío, en los varones se reducía a un manto
(vacolla) y un unco o camiseta qlle les llegaba hasta las rodillas, desde
el cuello. En las mujeres, dicha túnica (anaco) descendía hasta los
tobillos y se la sujetaban con cinturón bastante artísticos. La segunda
prenda peculiar de éstas era la lliclla (manto). Ambos sexos usaban
aros y brazaletes en el antebrazo, sortijas en los dedos. Las orejas las
adornaban con pendientes; portaban pectorales, collares, hui1lchas.
Muchos de sus adornos constituían amuletos.

Los sacerdotes del sOí vestían con telas blancas, confeccionadas con
pelo de vicuña, tapándoles desde el cuellc) a los tobillos: modelo y
color que venían usando desde los gloriosos tiempos de Taipicala.

Sus pies los protegían con sandalias de cuero, o mocasine.s de piel
y lanas, sujetándolos mediante correas ataclas al empeine, o gracias a
un filete fijado entre los dedos gordo y segundo del pie.

El vestido tenía el mismo modelo y corte desde el sapainca al más
insignificante uro y chango. Todos gastaban el unco, la yacolla, el anaco
y la lliclla. La moda en el vestir y de los objetos de adorno personal
estaba estancada desde hacia milenios. Pero había diversidad de tocados
tanto en forma como en colorido, pues cada etnia poseía y exhibía el
suyo propio, dando al Tahuantinsuyo un espectáculo asaz divertido e inte-
resante. El tocado de los costeños, al mismo tiempo que les diferenciaba
étnicamente, los protegía del calor y radiación solar. En el traje, según la
clase social, lo que variaba era la calidad de la fibra y los decorados.

El cabello corto de los hombres de la etnia Inca influía en la
higiene de sus cabezas. Como carecían de vello en el rostro, los ralos
y raros pelitos que podían salirles los extirpaban sin pérdida de tiempo
con pinzas ad hoc. Un servicio regular de hombres expertos en el
manejo de cuchillos de obsidiana tenían por misión cortarles y atusar-
les el cabello a los llamados hijos del Sol.

Salud y enfermedad

La salud física, mental y moral la lograba el runa andino equili-
brando sus actos, para lo cual procuraba desenvolverse armoniosa-
mente en sU entorno. En consecuencia, dentro de ese critcrio, las
enfermedades, según sus concepciones y mentalidades, sólo se genera-
ban: 1°, por actos de brujería o hechicería, motivado.s por rivalidades
, Ayllu, fa7nilia. tiewa y otros aspectos cie la ~ icla cotidia77a 195

La huara, especie de tlusa. Portábanla los
varones debajo del unco, desde cuando
se les declaraba mayores de edad.

l~n tocado femenino del Cusco.
l~lodelos de collares, sortijas y aretes.

Adorno del tobillo y un modelo de cal7adc). Amb<)s ma.sculinos.

Ayllu, fanzilia. tiewa y otros aspectos de la ¿'ida cotidiarza 197

locales o conflictos interfamiliares. Y 2°, por transgresiones que moles-
taban a los seres sobrenaturales, a las normas de la naturaleza. A las
primeras~ muy frecuentes entonces, se las consideraba curables gracias
a la habilidad de otros hampis o curanderos; pero a las causadas por
la voluntad de las divinidades se las consideraba difíciles de curar. Las
primeras, por tanto, ponían en relieve las discordias entre los indivi-
duos y/o familias, mientras las otras buscaban la paz social.

Entre las producidas por la brujería malévola estaba el envenena-
miento, provocado exclusivamente por la acción humana, pudiendo
afectar a una persona o a una unidad doméstica entera dentro de un
ayllu. La basaban en sustancias letales propinadas, por lo general encu-
biertamente, por venganza, o por envidia ante el éxito ajeno. La envi-
dia consistía en evitar que otros nlnas comunes rompieran el equilibrio
de la comunidad igualitaria, acumulando excedentes.

Según los conceptos anteriores, todas las desgracias las imputa-

~ban o a la maldad ajena o a un origen sobrenatural. Las dolencias
enviadas por las divinidades se manifestaha después de haber trans-
~redido ciertas reglas de buena conducta y/o tabúes (incesto, cri-
nen, robo, inobservancia ritual), constituyendo en realidad ~enfer-
nedades-sanción.., no producidas por represalia o revancha de los
lioses, sino por castigo. Como los síntomas en ambas situaciones
~ran iguales, le correspondía al curandero discernir la calidad del
nfermo. si la defunción la causaba una enfermedad cuyo diagnós-
ico la atrihuía a un designio sobrenatural, el médico no se despres-
giaba por sU falta de pericia para sanar; pues entre los homhres es
asi imposihle que alguien se equipare a los dioses. Pero frente a
s males y decesos desatados por la venganza humana, la verdad
ra otra: se responsabilizaba al ha~npicamayoc impotente. En suma,
uando alguno enfermaba pensaban que había perdido o había
lido de su cuerpo su camaquen: esa fuerza vital que da movi-
iento y potencia a las cosas.

He ahí por qué entre ellos daban más importancia a las enfermeda-
~s estrictamente culturales que proliferaban más, con escasísima y tal
~z ninguna noción sobre las patológicas que, en efecto, también exis-
~n. La más corriente era y sigue siendo la del susto o jani, que
Iplica la pérdida temporal de la esencia vital que da vida, movi-
iento y ánimo al ser humano. La autosugestión de esta enfermedad
OVoca fliujos de vientre, sensación de frío, excesiva secreción salival y
ras alteraciones Solamente se cura con la mediación de un curan-
?ro ducho en prácticas mágicas.
Otra dolencia cultural consistía y consiste en la creencia de que, en
el cuerpo de un ser vivo, se introducían espíritus perversos, pertene-
cientes a hombres que han vivido en épocas muy antiguas. Para que
se produzca este malestar basta con transitar por las sepulturas anti-
guas, siendo mucho más grave posarse o recostarse en sus cercanías
Dicha indisposición se tipifica por un estado de depresión que se hace
más intenso con la aparición en todo el cuerpo de unas ronchas rojas
que producen escozor. El paciente tiene sueños en que se le aparecen
las ~almas de sus antepasados.

Otro achaque cultural era y es el shucaqui, muy frecuente en la
sierra norte (Cajamarca), producido por la inmensa preocupación que
siente una persona que sufre un desprecio o una fuerte verguenza cau-
sada por un equívoco o error cometido. El shucaqui es una verdadera
tormenta psicosomática, cuya gravedad depende del rango o clase
social u ocupación que ejerce la persona que genera la turbación Y i
sonrojo. Se produce en realidad una alteración neurohormonal que se
manifiesta con inten.so.s dolore.s de cabeza y abdominales, vómitos

diarreas incontenibles. El tratamiento consistía y consiste en que el cau-
sante de la verguenza coma los cabellos de la víctima, arrancándole el
mechón del centro mismo del cráneo, con tanta fuerza que se le des-
prenda el cuero cabelludo en ese pequeñísimo sector, cuyo ruido debe
ser escuchado.

La iriíua es otra afección cultural. Es propia de los niños, que la
adquieren cuando la madre tiene otro bebé, a quien se cree que le
prodiga mayores cariños que al anterior. Este se torna pensativo,
melancólico y malhumorado; se irrita con facilidad, llora y grita con
agresividad ante todo. Pierde el apetito y el sueño, y por lo tanto se
debilita física y mentalmente. Es muy raro que la irijúa la adquieran los
hijos menores. Se presenta en todas las clases sociales. Y, en verdad,
no es otra cosa que la envidia.

También hay que mencionar la mipa o yagua. Es propia asimismO
de niños que la adquieren en el vientre de su progenitora encinta, es
decir, cuando la gestante se impresiona o siente asco por un animal,
por ejemplo. Entonces el niño que nace presentará los signos directos
de ese animal (que puede ser un perro, un venado, una perdiz). Las
embarazadas, en consecuencia, deben tener cuidado de no mirar per-
sonas feas (inválidas, cojas, tuertas) para evitar que sus criaturas salgan
con estos defectos. Si la gestante pasa por un río caudaloso, es casi
seguro que su hijo saldrá llorón. Si ha visto un cadáver, su hijo nacerá
con mipa de difunto: cejas pohladas y ojos hinchados, muestras de

~luto por el excesivo llanto. La mipa se sana diagnosticando su causa,
~con el fin de neutralizar su influencia transmisora.

Otra molestia cultural estaba y está producida por el arco iris (turu-
~manya o cuichi). No se le debía apuntar con el dedo índice para evi-
~tar que éste se pudriera; no se podía reír y ni siquiera abrir la boca
~frente a él para no adquirir caries y piorrea. Las muchachas no dehían
~pasar por debajo de un arco iris, ni descansar en los sitios donde éste
~se asentaba para evitar que las fecundara y embarazara, dando a luz
seres muertos y monstruosos, que debían enterrar de inmediato para
~no originar enfermedades terribles en el ayllu.

El rayo, por igual, causaba y causa enfermedades. Se presenta en
| personas ~(tocadas" por él. Entonces les brotaba erupciones cutáneas
~generalizadas y dolorosas con un intenso olor a hierro. Los curanderos
~especializados las aliviaban con dietas exclusivas. Quienes sobrevivían
~al toque del rayo quedaban preparados para dedicarse al chamanismo,
~puesto que se les consideraba elegidos por esta divinidad.

- Las enfcrmcdades culturales sc diagnosticaban a través de la coba-
~omancia; mientras que la identificación funcional mediante la visce-
oscopía a cargo de curanderos especializados. Pero en otras ocasio-
es se acudía a oráculos para ponerse en contacto con los espíritus
le los antepasados; en tales ocasiones, como se advierte, intervenían
DS sacerdotes. Las prácticas curativas estahan rodeadas de muchas
naniohras mágicas y místicas: adivinación, ayunos y terapia del
uerpo del enfermo con cuyes vivos e invocaciones ininteligibles para
~s no iniciados.

En cada ayllu había por lo menos un hampicamayoc (o curan-
ero/médico) que conocía las manipulaciones mágicas y las yerbas,
nimales y minerales medicinales para las distintas enfermedades que
Lmbién sahían diagnosticar. Su ciencia la basaban en su propia expe-
encia y práctica, adquiridas y transmitidas de padres a hijos siglo tras
iglo. Pero había ayllus en los cuales sus hampicamayocs, por diversas
zones (vocación, mayor preocupación, etc.) tenían conocimientos más
rofundos sobre su ocupación, con un renombre que se extendía por
KtensaS comarcas. Eran eminentes especialistas. Los callaguayas del
ollasuyo~ por ejemplo, se contaban entre los más famosos. La curan-
ería y/o medicina la ejercían gentes de ambos sexos, pero no perso
as de todas las clases sociales; por lo común pertenecían al campesi

do (jatunrU7la).
Como se ve, existían hampicamayocs que sólo ejercían en sus ayllus
otros a quienes se les solicitaba por los demá.s ayllus de su reino, y

ID In ~ 7 ~Ati~if~nn 1-~,
k~.~ inc~s

también a quienes venían a huscar de otras etnias. En otras palahra5
unos 1~ledicc)s de fama internacional o interétnica: los de Huaro (Sur
del Cusco) y los callaguayas figurahan en esta segunda categoría.

~'o hay que confundir a los hampicanlayocs o curanderos con los
hechiceros o chamanes encargados de provocar el mal mediante vene-
nos y otros métodos mágicos encaminados a tal fin. Había chamanes
especializados en hacer daño al prójimo a petición de clientes interesa-
dos. Para ellc) se valían, en efecto, de diferentes medios, como el de ela-
horar muñec(:)s que representaran a la víctima, para ejercer, sohre éstos,
actos perversos, motivados por venganza, egoísmo y envidia. Contra la
hrujería proliferaban intinidad de amuletos y fetiches que para sus pose-
edores clesempeñaban el papel de ((seguros( o ((pólizas protectoraso, pre-
servándoles de la acción malévola de enemigos públicos y ocultos Los
mencionados ((seguros unas veces eran de origen vegetal y otras de pro-
ccdencia animal y mineral Los col(:)caban en algún rincón de sus casas,
o los pc)rtahan en sus talegas o quipes (atados) y chM.spas (bolsas)

Había chamanes que asegurahan tener podcres para convcrtirse en-
animales. Y en verdad las versiones que referían no eran por entero
imaginarias, puesto que tales personajes conocían e ingerían una serie
de daturas o alucinógenos (coca, tabaco, chamico cacto sampedro, flo-
ripondio, ayahuasca, etc.) que los hacía dc)rmir y ponerse en trance,
donde veían y hacían cosas fantásticas que después contaban como si
huhieran ocurrido realmente, hechos que ningún oyente ponía en duda.

En fin, en la Era del Tahuantinsuyo (1438-1~33) las t¿~cnicas curativas
y de cirugía continuahan siendo las mismas de siglo.s y milenios anterio-
res. Entre éstas la que más ha llamado la atención es la trepanación: per-
foración de la capa ósea del cráneo para extraer de su interior las causas
de la entermedad, por lo corriente un espíritu introclucido allí o extirpar
los huesos fracturados a cc)nsec~lencia de golpes. En cualquier caso usa-
han anestésicos (coca, hehidas embriagadoras, clrogas que aclormecían). Si
morían, tapahan la pequeña abertura con láminas de oro o plata, o con
el caparazón de las calabazas. En un porcentaje hastante apreciable por
lo que se observa en las calaveras que subsisten, fueron intervenciones
con éxito; pero otras, que parecen ser las más de las veces, los pacientes
ya no se levantaron jamás de la mesa de operaciones. Su instrumental
quirúrgico era palmariamente sencillo. por ejemplo el vilcachina para
extraer los objetos de cualquier órgano de una persona o de un animal;
o el t1lmi, para abrir lo cráneos sometidos a trepanación.

En las prácticas medicamentosa.s utilizaban yerhas trescas y secas,
animales vivos y muertos (disecados), minerales, oraciones incompren-

Ayllu. Jal)~ilia. tiena ~ otros aspcctos de la ~ ida cotidi~ola

Tumi para trepanar, escenificanclo la
operación quirUIgiCa (i7.q.). Y cr~ineo tre-
Danado ( der. ) .
c

Calaguala. antirreumática, anticefalál- Viravira, p~ra curar la l-ronquitis, cata=_
glca y contra las afecciones pulmona- rros y fiebres.
res crónicas.

Chilca, para el tratamiento de resfria- Canchalagua, antihepática. También
dos, gases, insomnio, gota, heridas para combatir la acidez estomacal, dis-
supurantes. pepsia, pulmonía, pleuresía, etc.

yllu, familia, tierra y otros aspectos de la uida cotidiana

sibles para los neófitos, canciones, música y hasta danza. Era una tera-
pia totalmente naturista acompañada de infinidad de imprescindibles
actos mágicos Pensaban que el olvido de cualquiera de esas cosas
enunciadas hacía ineficaz el tratamiento curativo

Algunas enfermedades, efectivamente, las trataban con danzas rituales
y ceremoniales ejecutadas ante sus ídolos durante las fiestas que les
dedicaban. En las danzas participaban niños, adultos y viejos, incluso
ancianos, preferentemente mujeres Causa asombro que gente tan decré-
pita haya bailado horas y horas en busca de salud. El deseo de alcanzar
largos años de vida y excelente bienestar físico y orgánico también se
descubre en la existencia de varias divinidades adoradas para tales fines.

Entre las enfermedades patológicas, pero que ellos no sabían distinguir
como tales, figuran la epilepsia, la sífilis (iso, huanti), neumonía, catarro,
anginas, alopesía, asma, hocio, conmoción cerebral, escalofríos, cáncer
(iscuoncoy), cataratas, caspa del cabello, congestión alcohólica, coquelu-
che, ceguera, cólicos, convulsiones, contusiones, desmayos, dolores de

-huesos, flujos de vientre, delirio, demencia, difteria, debilidad, disentería.
escoriación, escaldaduras, tos, erisipela, espasmo, escorbuto, fiebres, forún-
culos, flujos vaginales, fracturas de huesos, gonorrea (secru); hidropesía,
hinchazones, hemorragia, herpes, ictericia, infarto ganglionar (quelete),
lumbago, laringitis, lepra (lleptti oncoy), locura, náuseas, orzuelos, oftalmia,
pus, abscesos, parálisis, heridas purulentas, resfriados, retorcijones, reuma-
tismo, ronquera, ronchas, raquitismo (sittu), sarpullidos, sordera, sarna o
caracha, tartamudez, afasia completa, idiotismo, uta, verruga, tiña, tisis,
tumores~ acidez estomacal, soroche o mal de altura, mal del pinto, pian.
Para todas las cuales existe su respectivo vocablo quechua y/o aymara.

Tenían noción de lo que es la enfermedad (uncoy), la salud (cali-
cay), el diagnóstico (uncoy risiy), el contagio (ratay),la convalecencia
(alliyaray), la vida (causay) y la muerte (huanuy) Pero, como ya se
dijo, a todas estas dolencias les atrihuían sólo dos causas: el castigo de
sus divinidades por haber cometido faltas contra el sacerdocio o contra
la organización de las costumbres ancestrales, o la maldad de otros
individuos

Juegos y diversiones

Los niños conocían varios juegos, pero prácticamente desde los
Cinco años dejahan de lado las diversiones inherentes a su edad,
pasando las horas ayudando a sus padres. El niño campesino real-
mente no conocía la infancia, muy pronto quedaba incorporado a las
tareas de trabajo, dejándole escasísimo tiempo para S-IS entretenimien-
tos infantiles, que por lo general eran a base de frijoles y piedrecillas
y de algún que otro juguete. Además, a niños y niñas les encantaba
jugar imitando las labores de sus padres, escenificando la vida del
hogar, de la tierra, de la ganadería, de la cacería y de la guerra. Las
niñas tenían muñecas de trapo y barro, vestidas y adornadas con tra-
jes y tocados en miniatura. Se las llamaba guauachllqui. Mucho se
duda, no ohstante, de que el pasatiempo con muñecas haya estado
universalizado entre las chiquillas, pero las tumhas excavadas en
Chancay evidencian que por allí fue normal. De todos modos, como
las mujeres no acostumbraban a cargar demasiado a sus hijos, ni aun
para amamantarlos, ello influyó para que las niñas no imitaran en este
punto a sus madres.

Entre otros divertimientos los niños conocían el cumisitta cumisina,
o sea, el tres-en-raya, que todavía persiste.

Los niño.s y muchachos agarrandoce los unos a los otros por los
vestidos, formando una larga hilera, corrían de un lado a otro dando
vueltas, en lo que imitaban la curva de una serpiente. Tal diversión
tenía por nombre acutasitha, no siendo otra cosa que el trasunto de
la danza del Amaru que realizaban los adultos en determinadas oca-
siones solemnes.

Niños y muchachos también se distraían sentándc)se mutuamente
sohre el cuello del amigo, con las piernas abiertas colgando sobre los
pechos. Otros se recreaban volteando, saltando o jugueteando a la
ronda. Se entretenían bastante con el juego de papirotes (golpes suaves
y fuertes en la caheza), llamado en aymara tincat asitha. Para ello se
ponían unos tocados que suscitaban risa. En las imitaciones de escenas
de caza, manipulaban el lihui (holeadoras) simulando matar aves, fieras
y camélidos.

Precisamente en lo que respecta a lihuis los jóvenes del Collao se
deleitaban hasta el paroxismo jugando al ayllu, es decir, haciendo
maravillas con el manejo de las boleadoras. Había quienes lo efectua-
ban con tanta destreza que los llamaban para intervenir en competi-
ciones durante los festejos del hl,larachico en las llactas imperiales
más cercanas.

Donde existían rocas inclinadas cle superficies lisas, como el lla-
mado Rodadero en el Cusco, los niños acostumbraban a deslizarse
desde lo alto, acurrucándose en esas suaves pendientes. Diversión en
la que los modernos niños cusqueñc)s continúan ejercitándose.

Ayllu, fanZilia, tierra y otros aspectos de la l~ida cotidiana

Jóvenes y adultos pasaban, asimismo, horas de esparcimiento con el
juego de bolos que se llevaba a cabo con una pelota de madera lla-
mada cucho, si bien igualmente las había de caucho. Dicho deporte
tenía dos nombres: pecositha y pecopapa auqui.

Muchachos y adultos, empleando los frijoles llamados chuy, que
son redondos y de colores, jugaban tirándolos a un hoyo, en pares y
nones. Este entretenimiento tenía muchas variantes, en todas las cua-
les los citados frijoles poseían gran importancia. El triunfo o la
derrota se medía según cayeran fuera o dentro del referido hoyo. Los
niños exteriorizaban gran predilección por los frijoles de colores o
con pintas intercaladas.

Los enamorados usaban el juego simpasitha, enlazando un cordel
en sus dedos para, según esto, hacer vaticinios si sus amados o ama-
das los querían o no.

El chaco o caza constituía un deporte de jóvenes y adultos. Partici-
paban todos los estamentos sociales, previa convocatoria hecha por los

-funcionarios. La cacería mayor nunca fuc mal vist3~ ni mmusvalorada, al
punto que tomaban parte el mismísimo sapainca y sus parientes. De
allí obtenían pelambre y carnes, y eliminaban a los animales dañinos.

Pero la diversión deportiva y ceremonial más solemne de todas era
la del huarachicuy o huarachico, donde los jóvenes de la elite demos-
traban su madurez física y mental a través de pruebas muy duras. Des-
pués de cumplidas se les declaraba mayores de edad, aptos para
casarse y oCUpar puestos en los ejércitos y en la administración.

También hay que considerar entre las diversiones juveniles a los
enfrentamientos o peleas rituales efectuados entre las parcialidades de
Anan/Urin, Allauca/Ichoc, etc. Constituían disputados pugilatos tirán-
dose frutas compactas y secas que terminaban con heridos y muertos,
pero que jamás enemistaban a los bandos, ya que la sangre vertida
representaba una de las más excelsas ofrendas para la fertilidad de la
tierra. Recibía el nomhre de pucllay. Configuraba un auténtico ejercicio

.: militar. Lo realizaban en diciembre, pero más en febrero-marzo.
Durante la colonia lo transfirieron a la semana de carnaval.

El juego huairusitha o piscasitha o simplemente pishca, por lo
habitual en las noches de ~velorio~, tenía por objetivo evitar el sueño
de los que velahan. Se llevaba a cabo con una especie de dado grande
de cinco caras. En un lado tenía cinco puntos y en los otros uno, dos,
tres y el último Cuatro. La punta valía cinco y el suelo del dado 20. En
eSte entretenimiento apostaban cuyes, ganado y ropa, interviniendo
tantO hombres como mujeres. Se le llamaha pishca porque se realizaha
Muñecas de trapo (Chancay).

~uñeca de arcilla (ChancaY).

No eran abundantes los juegos y diversiones practicados por los niños y jóve-
nes en el antiguo espacio andino. En el grabado se vC El Rodadero (CUSCO),
conformación natural cle las rocas, a las que acudían para deslizar.se.

AyllU, familia. tierra y ot~os aspectos de la ¿~ida cotidiana 2C

únicamente en las cinco noches que duraba el ~velorio" de un difunt
en el espacio andino. Era, pues, un pasatiempo ritual con un dado d
hueso que, antes de dejarlo caer en un sitio plano, había que batirl
entre las dos manos, formando éstas una bóveda, o metido en algú
pequeño recipiente. Era un juego de azar.

Por último, en unos lugares dos veces y en otros tres por mes, s
reunían en un escampado para comer unos al lado de otros y despuc
dedicarse a juegos físicos. Lo que buscaban en estas ocasiones era I
reconciliación de los ánimos. En tales situaciones cada familia llevab
sus propios alimentos.
~0~ Los i77c~7

Hoy como ayer. Ia llamcl constituye uno de Ic,s recursos ecc,nómicos más
import.lntes ciel muncio inC.IiCo a la hora de e~xplotar el meclio circunciantc,

Estructura de la propiedad
y posesion de la tierra

Formas de propiedad

En lo que atañc a las formas cle posesión, recordemos previa-
mente que propiedad es la suma de derechc)s que uno o varios
hombre.s tienen sobre las cosas, Consec-lentemcnte. hay distintos
tipos de pertenellc: lo de biencs inmucbles (ticrras, casas, cami-
nos, puentc s, pozos. árboles); 2" de ohjetos domésticos, útiles de
trabajo v armas, que difieren según el sexo y la edad y que por lo
común se heredan de acuerdo al parentesco; 3° de efectos almace-
nados y acorralados (:alimentos, ganado) que, en el caso de los
aymaras y chinchaycochas, constituían su más preciada riqueza y
cuyo valor incluso estaba determinado por el color de la pelambre:
4° derechos sobre el uso económico (usufructo); 5" derecho sobre
personas y servicios humanos (yGIllas, pinas, mitayos), y 6° otras
modalidades de posesión, COIIIO derechos exclusivos sobre cancio-
nes, danzas, hechizos y artesanías concretas; así, por ejemplo, única-
mente los yaros o yarovilcas podían ejecutar el baile del Hl~acón
por considerarse dueños de él, O en el caso de los collas y lupacas
respecto a la danza de la choql~ela, privativa de los cazadores de
vicuñas y guanacos. Pero aquí lo que más nos interesa es la pose-
Sión del suelo, de la tierra.

En lo que concierne a este título hallamos derechos de personas, de
grupos y de institUCiones sobre el suelo. Para todos ellos el uso de los
terrenos conformaba un derecho fundamental, porque les permitía
tener parte o la totalidad de los productos, ya directamente, o ya como
renta, Existían, además, diversos tipos de tierras sobre las que se ejer-
cía ese derecho; y lógicamente la naturaleza de tales derechos tamhién
difería, Dependía, pues, de las personas, grupos e instihlciones que las
usufructuaban En este aspecto funcionaban las siguientes formas de
aprovechamiento territorial:
l~os incas

Del Estado.
Del sapainca, como patrimonio suyo.
De las panacas o aylll~s de la realeza cusqueña.

Colectivas de los ayllus, ya fueran de vasallaje natural, o de
mitma o extranjeros.
Del culto, a cargo de los sacerdotes.
De los nobles curacas regionales y/o locales.

Parcelas en usufructo a cargo de yanaconas y yanayacos en
tierras del Estado, del sapainca, de las panacas, del culto y de
curacas .

Lotes en usufructo a cargo de pinas, pero únicamente en los
aledaños a cocales del Estado y del sapainca.

Los únicos que no tenían acceso al usufructo de tierras eran
muchos de los artesanos orfebres y plateros del litoral centronorte, casi
todos los uros del Collao, los changos de las playas de Arequipa a i
Chile y los moyos de Caracara (Potosí). Igual ocurría con un número :1
bastante apreciable de personas de la costa norcentro, donde, por estar
ocupados en la mercadería a dedicación exclusiva, habían abandonado
las ocupaciones inherentes al campo, sin otro medio de vida que las
ganancias de sus ejercicios transaccionales.

Los pastizales seguían el mismo orden de distribución. Pero en
cuanto a minas, pertenecían todas al Estado. Las aguas eran de uso
comunal. Y los bosques y salinas, además de comunal también interét-
nico, o sea público. Y en lo que respecta a las islas guaneras, corres-
pondían colectivamente a las nacionalidades frente a cuyos territorios
estaban, aunque en el sur (Arequipa-Moquegua) tenían por igual, sin-
gularmente, entrada en ellas los ayllus puquinas de las serranías.

En cada etnia o nacionalidad anexionada, sin pérdida de tiempo, se
señalaban las tierras y pastos para dedicarlos a la producción agrope-
cuaria, cuyos excedentes debían pasar a incrementar las rentas del
Estado y de los sacerdotes dedicados al culto solar. En ambas situacio-
nes, bajo la responsabilidad de la población ayllal recién conquistada,
o de grandes colonias de mitmas traídas de otros lugares.

Los sapaincas y el Estado basaban su potestad sobre la tierra en el
derecho de conquista, pacificación y anexión de otras nacionalidades.
Los curacas y demás privilegiados, en cambio, por donaciones recibidas
tanto en sus zonas de residencia como en otros pisos ecológicos. Así,
los .señores del abra del alto Rímac tenían tierras para maíz en Hua-
manga y Jauja. Los funcionarios, salvo rarísimas excepciones, no perci-

ra de lapropiedad ~posesión de la tierra 211

bían donaciones de parcelas para sU usufructo; a ellos se les mantenía
dándoles productos extraídos de los almacenes durante el tiempo de
' sus actividades administrativas,

La problemática estriba en especificar quiénes detentaban más
extensión En tal cuestión los documentos demuestran que no impe-
raban reglas únicas. Las tierras que se adjudicaba para sí el Estado y
para el culto a las divinidades en cada etnia incorporada nunca
representaban el mismo porcentaje o porción que las dejadas para
los ayllus. Las extensiones de cada cual diferían mucho, depen-
diendo del número del material humano que poblaba la etnia. De
manera que en algunas partes el Estado y el sacerdocio tenían bas-
tante amplitud, en otras una mediocre porción y en otras muy poca.
Y lo mismo sucedía respecto a las tierras de los ayllus. El poder cus-

F queño ponía gran esmero en no dejar a los ayllus sin tierras; tomaba
únicamente las sobrantes, las que no hacían falta a los nativos. En
otras oportunidades el Estado y/o el sapainca habilitaba terrenos

~para sí, clesbrozalldo la maleza con la finalidad de hacerlas productl-
vas, tal como Huayna Cápac lo realizó en Matibamba, al sur dc
Ancara o Angaraes. Con el mismo objetivo, mandaban construir terra
zas o andenes con fuertes muros pétreos de contención, rellenados
con tierra vegetal en los que no cultivaban árboles ni arbustos, sino
sólo maíz y eventualmente papas.

La prueba de lo que acabamos de decir la ofrece la documentación
referente a Chincha. Allí las tierras afectas al cultivo estatal eran mucho
menos de las que disfrutaban los agricultores autóctonos: una exten-
sión inferior a 400 fanegadas, tanto entre las de buena como de infe
rior calidad. Pero también hubo lugares (como Cochabamba/Bolivia,
Abancay, Chaupiguaranga, El Quinche, etc.) donde las confiscó íntegra
mente el Estado para hacerlas productivas gracias a la energía de
yanayacos y mitmas multiétnicos.

Y en lo que respecta al Cusco y valle de Yucay, casi todas per
tenecían a las familias reales incaicas. De todas maneras y en térmi-
nos generales, parece que las tierras colectivas de los ayllus iguala
ban en tamaño a las del Estado. Los espacios territoriales conferido~
para el sustento del culto, así como las propiedades oprivadas" adju-
dicadas a los nobles provincianos no eran enormes, salvo contadísi-
mas excepciones.

sin embargo, para dichas concesiones a aristócratas y otros afortu-
nados se tenía en consicleración la fertilidad del suelo: a más rendi-
mientc~ menos amplitud; a menos productividad, más dimensión

Desde luego que taml~ién dependía del rango e importancia del agra-
clado Por eiemplo, al apo Hacho, señor de Latacunga, Huayna Cápac
le di)nó tierras inmensas~ hasta donde alcanzara la vista, en lontananza.

La posesión colectiva de las comunidades sobre SUS tierras, aguas
pasíos y bosq~les, y en caso de los costeños sobre algunas islas guane-
r' s~ derivaba cle un derecho ancestral. En torno a ella tenían elabora-
clos llermosos mitos~ leyendas y creencias para justificar o sustentar su
dominio Anál°g~mente existen pruebas documentales que constatan
cómo ciertas C°rnunidades podían ensanchar sus heredacles adquirién-
dc)las a otras mediante trueque con hombres. Así aconteció entre los
ayll~ls de Huaquis y Carania (Yauyos) durante Túpac Yupanqui. El
clerecllo sobre sus posesiones territoriales lo afianzaban con el culto a
.su.s muertos y pacarinas ubicadas en su contorno y/o entorno. Uno de
los rasgos más notables de la posesión colectiva de los ayllus fue la de
cllSfr-ltarla tanto en forma compacta como dispersa, o sea, por diversos
r)lSoS ecológicos o en parajes de la misma altitud, con la finalidad de
C°Participar, por ig~lal, de todas las contingencias y ventajas que pro-
voca la meteorología costeña y serrana.

La documentación de archivo evidencia que la totalidad de tierras
ora estuviesen localizadas de manera continua o compacta, ora disemi-
nadas por diferentes sitios, siempre estahan acotadas por señales natu-
rale~ y artificiales para evitar disputas; las cuales, de presentarse, se
rCSOlvían con jueceS ad hc)c. Como es lógico, los productos cosechados
II~an a sus p°Seeclores respectivos. La ubicación desperdigada en dife-
rentes parajes y rlichOs ecológicos tenía una finalidad: compartir por
Ig-lal entre todos las ventajas y desventajas ecológicas (heladas grani-
zadas~ sequías), Para que nadie fuera menos ni más perjudicado que
otr() Ponían, pUes, mucho cuidado en poseer parcelas en todos los
mlcroclimas a su ~Icance.

La.li tierras de pastoreo y el ganado seguían casi el mismo
modelo de los te~renos agrícolas. Por lo tanto, había pastos y gana-
~os del Estado, del sapainca, de las divinidades y de ayllus. Pero la
posesión del ganado era mucho más amplia, porque incluso podía
ser particular o ir~dividual como lo acreditan las visitas de Chucuito
(I-lpacas) redactadaS por Garci Díez de San Miguel (1567) y fray
Pedro Gutiérrez ~lores (1574). Allí vivían señores que tenían cente-
nares de cabezas de ganado, disfrutándolas como de su propiedad
prlvada, pc)r lo que es incontestable, se les consideraba ricos. La

~lo~ llentación al respecto, en lo que toca a las áreas aymara y
Chincllaycocha, e~ cc)nvincente.

En cuanto a la familia, la mujer, además de poder disolver
matrimonio~ tenía derecho a varias cosas que consideraba de su pro-
piedad personal, heredadas por S-IS hijas, excepto cuando hubiesc
tenido varones.

A diferencia de los pastizales, que no se distribuían por familias, la~
tierras de cultivo sí lo eran. Cada miembro del ayllu recibía su lote er
uno o más puntos; de ahí que cuando el individuo desaparecía, su~
tierras retornaban al fondo común para dárselo a otro que lo necesi
taba. Las parcelas se entregaban a las parejas que acababan de formali
zar sus uniones matrimoniales, y eran parcelas distribuidas en diverso~
parajes y/o pisos ecológicos de conformidad a las posesiones territoria
les que gozaba el ayllu. Así, la producción agrícola que precisaba e
hogar para su abastecimiento quedaba asegurada de por vida.

El tamaño de cada parcela difería de región a región; sus dimensio-
nes dependían de la fertilidad del suelo. En consecuencia, el tupo
medida agraria por antonomasia, divergía; debiendo entenderse por ta
el espacio suficiente que pcrmitía mantener a una familia de cosecha c
cosecha. De ahí que las parcelas localizadas en tierra de secano (llu
vias) daban una cosecha al año (como ocurren en las faldas y loma~
de las cordilleras), a diferencia de las situadas en valles cálidos benefi
ciadas con riegos permanentes, que les permitía obtener hasta tre~
cosechas anuales, como acontecía en el valle del Chira (Tallán/Piura).

En lo que atañe a cocales, había unos que pertenecían a curaca
individualmente por donación del sapainca; otros, a ayllus, señorío~
y/o reinos, y como es comprensible también al Estado y al sapainc
En los pertenecientes a curacas, trabajaban sus yanas; pero en los d
Estado y del sapainca, los pinas.

En la sierra, eran considerados los yacimientos de sal doméstica (
usufructo público, de acceso libre a cualquier persona de la etn
donde estaban ubicados, o de otras pertenecientes a etriias extranjera
No se impedía el ingreso a nadie. Así acaecía, por ejemplo, en I
salinas de Yanacachi (Yaros/Pasco), Cochac (Chinchaycocha), Cac
(Cajas/Tarma) y Cachicachi (Huanca). Constituían focos de concentr
ción multiétnica. Los interesados llegaban sin necesidad de opasapc
tes, ni licencias especiales. Pero en la costa era diferente. Aquí ca(
yacimiento de sal conformaba la propiedad de un ayllu de salinerc
que por lo general se especializaba en su explotación, transporte

¨ comercialización.
L Pero, aparte del cloruro de soclio, todo gran yacimiento o cent:
~ productor de materias primas minerales estaba a cargo del Estado.
sucedía con los lavaderos de oro y minas de plata, cobre y estaño,
adonde enviaban una cantidad numerosa de mitayos (jatunrunas o mit-
mas) para explotarlos.

Enclaves ecológicos

Una realidad interesantísima que despertó la curiosidad de los pro-
pios españoles en el siglo xvl y sigue provocando elogios en el 7~ es
la posesión que ejercían los reinos altiplánicos, y algunos otros ubica-
dos en distintas partes de las tierras altas, sobre terrenos emplazados o
enclavados en otros reinos administrativamente autónomos, y localiza-
dos en otras ecologías aptas para producir lo que no podían cosechar
en sus respectivos terrenos nucleares.

Los casos mejor conocidos al respecto son los enclaves ecológicos
Cl uc- gozaban los lupacas del Collao en las costas de Moquegua Y
Tacana o Tacna; de los chupaichos y yachas (Huánuco) en las monta-
ñas del Monzón; y de los cantas en el valle del Chillón. Pero además
de éstos también hay datos con relación a los enclaves carangas y hua-
rochirís en Arica y Huanchiguaylas, respectivamente.

IJnas veces dichos enclaves permanecían situados a corta distancia,
necesitándose para llegar a ellos sólo de uno a cuatro días de caminata,
como ocurría con los cantas, que disfrutaban de cocales en Quives; o con
los yauchas del alto Rímac, que poseían también cocales en el bajo Rímac
(Huanchiguaylas y Lima). Pero por lo contrario, en lo que incumbe a los
reinos aymaras, debido a razones geográficas, sus enclaves se hallaban
ubicados a centenares de kilómetros, precisando de 25 a 30 días para des-
plazarse por trochas que se extendían y atravesaban por distintos reinos.
Los lupacas, por ejemplo, tenían enclaves ecológicos localizados a 300
kilómetros en Larecaja y Cochabamba, al otro lado del lago Titicaca. Sus
enclaves más cercanos quedaban en el litoral de Moquegua-Tacna.

El aprovechamiento de nichos ecológicos de los altoandinos en las
tierras bajas tenía sus objetivos y metas: la producción y abastecimiento
directos, sin intermediarios ni intercambio, de artículos que no podían
generar en sus altiplanicies nativas por razones climatológicas y de alti-
tud, pero que necesitaban para equilibrar su dieta diaria y por la
perentoriedad de una gran cantidad de coca, planta ceremonial por
antonomasia. Sólo así los collas, aymaras y chinchaycochas, entre otros,
podían tener acceso a maíz, coca y algunas plantas inherentes a climas
tropicales y semitropicales.
¿Cómo lograron tener entrada a esos enclaves distribuidos en distin-
tos pisos ecológicos, ut)icad(:)s en los territorios de otros reinos y seño-
ríos? Solamente cabían tres alternativas: 1" el convenio entre las jefatu-
ras de las etnias o nacionalidades pactantes; 2° la toma de posesión
mecliante la violencia: y 3~ la consumación mediante una disposición
estatal emitida por el imperio. Las dos primeras ya funcionaron en la
época preinca y hay documentc)s del siglo XvI que así lo confirman,
por ejemplo los manuscritos referentes a Canta-Collique. Y en el tercer
caso, eso pudo ocurrir durante la dominación y reorganización impues-
tos por los sapaincas.

Pero hay otra pregunta: ¿cuánclo empezaron a aparecer los enclaves
ecológicos en el espacio andino? Evidentemente, ello constituía un afán
y una ilusión que inquietaba a los puehlos de las tierras altas (serranos
y altiplánicos) desde épocas remotísimas. La arqueología ha puesto de
manifiesto cómo los cazaclores trashulllantes del paleolítico seguían el
desplazamiento de las manadas desde las estepas (pl~nas) a las lomas
costeñas durante las lluvias del litoral para aprovcchar los pastos; tras-
humancia que se siguió practicando en los estadios económico-sociales
posteriores, incluso cuando la domesticación del ganado estaba ya ple-
namente desarrollada, y para cuya alimentación los pastores continua-
ron con la costumbre de la trashumancia de sierra-costa y costa-sierra
según las estacione.s. Lo que denota que los primeros enclaves ecológi-
cos de las tierra.s altas en la costa estuvieron conformados por la vege-
tacion cle lorna~s, buscada por los pastores de las altas mesetas. De allí
debió de arrancar la otra modalidad de tener también acceso a tierras
agrícolas emplazadas en los valles del litoral y límite de selva, lo que
parecería demostrar que tal costumbre ya se practicaba durante la Era
clásica andina (300 a. de C.-600 d. de C.), hecho que a todas luces,
fue ampliado y defendido por los grandes imperios del Horizonte
Medio (Puquina/Tiahuanaco y Huari). De manera que después de la
destrucción de estos dos organismos político-estatales, los que les suce-
dieron en el Collao, los aymaras, prosiguieron con la tradición, apode-
rándose de tierras situadas en la costa y límite de selva, realidad que
los incas, más tarde, no innovaron absolutamente en nada, sino más
bien la respetaron y hasta extendieron a otras etnias que precisaban tal
Sistema Lo difícil es decir qué enclaves ecológicos datan de tal época.
La documentación los retrotrae, por lo general, apenas al tiempo de los
incas Pero esto ahora es inadmisible, como lo prueban las fuentes
escritaS referentes a Canta, Chupaicho y Lupaca. Lo que ocurre es que,
en los años de la colonia, para defender dichas posesiones, las atri-
I)uían a decisiones del sapainca para así obtener del poder virreinal su
reconOcimientO y legalización.

El control de pisos ecológicos, por otro lado, no fue un fenómeno
panandino~ Las etnias costeñas, de conformidad a la documentación
existente~ no tenían ni se interesaban por poseer tierras en las faldas y
cimas de los cerros ni en los valles interandinos, por la simple razón
de que en los hábitat de las tierras bajas gozaban de una ecología
Ideal para producir lo que precisaban y porque el riquísimo mar les
proveía de una gran variedad de carnes (de pescado). Y en la misma
sierra hubo decenas de señoríos y reinos que tampoco se preocuparon
por controlar enclaves ecológicos en la costa, porque en sus respecti-
vos territorios detentaban todos los microclimas, como aconteció en las
etniaS Huaylla, Tarma, Quinua, Quechua, Ancara, Caxamarca, Huama-
chuco, Huambo, Guayacondo, Carangue, etc.

Ya se dijo que el deseo de disfrutar de enclaves ecológicos, muy
común en los reinos aymaras y en el de Chincl1aycocha, obedecía al
pensamiento de tener acceso directo a recursos sin depender de inter-
mediarios y de los mecanismos de intercambio modelo trueque: un
esfuerzo por llegar al estado de autarquía, ideal plenamente nunca
alcanzado~ por lo que era habitual, incluso entre los mismos lupacas
una de las etnias mejor beneficiadas con enclaves ecológicos en costa
y selva, ver a sus integrantes viajando para intercambiar parte de sus
produç~05 El sistema de los enclaves ecológicos, no obstante, redujo
entre los serranos en forma estimable las transacciones comerciales
quedando circunscritas a intercambios esporádicos. Esto en las tierras
altas, pero no en la costa; por cuanto aquí las actividades artesanales
con trabajadores a tiempo completo, desligados de las faenas agrícolas
y sm acceso a pisos ecológicos en las elevadas cordilleras, había gene-
rado un activo comercio.

La producción de especies vegetales de clima subtropical y tropical
en los enclaves de la costa y selva alta la realizaban con mano de obra
enteramente desplazada desde los centros nucleares de la etnia o
nacionalidad Al parecer eran trabajadores migrantes o temporeros que
descendían periódicamente a realizar la siembra y la cosecha mediante
turnos. Quienes se movilizaban a cumplir tales faenas no perdían sus
opclones en sus ayllus de procedencia; en éstos seguían conservando
sus tierras de cultivo, cabezas de ganado y derecho a pastizales. En fin
eran SUjetoS de derecho tanto en su país como en el enclave, con obli-
gacioneS, deberes y privilegios iguales a quienes no eran trasladados
de un lugar a otro.

Estructura de la propiedad y posesión de la tierra 219

Los enclaves de mitmas para controlar nichos ecológicos podían
estar vigilados por mitmas pertenecientes a una misma etnia, o reparti-
dos entre varias. Modelos del último caso son las tierras ubicadas en
Larecaja, donde vivían grupos salidos de todos los reinos o nacionali-
dades en que estaba dividida la etnia aymara. Y aunque los terrenos
ocupados por ellos podían estar y de hecho estaban formando un
mosaico, cada cual conformaba tupos perfectamente demarcados. No
había, pues, caos ni confusión.

Pero eso sí, los mitayos y mitmas reubicados en los enclaves ecoló-
gicos obtenían productos principalmente para que sus curacas tuvieran
materiales que redistribuir.

Usufructo de tierras y posesión de la cosecha

Algunos documentos hablan de que los repartos d~ tierras que lle-
vaban a cabo los curacas los efectuaban anualmente. Pero otras pági-
nas aseguran que lo hacían una sola vez, y que los hijos las hereda-
ban~ para usufructuarlas. Tales informes constituyen una aparente con-
tradicción. Lo que se ve es que existían tierras que les asignaban de
por vida y otras cada año. Las primeras serían a aquellas cuyos pro-
ductos sembrados no consumían los nutrientes del suelo por ser lotes
sometidos a un permanente riego y abonamiento. En cambio, cuando
los terrenos se debilitaban, unas veces debido al producto cultivado y
otras por no tener costumbre de fertilizarlos, se hacía necesario dejarlos
en descanso para reemplazarlos por otros uI)icados en distintos lugares.
Esto sucedía. sobre todo, con las papacanchas. Hay que tener en
cuenta, ademas, que los terrenos adjudicados para levantar sus casas y
corrales eran de por vida, y por lo común heredados~ y ocupados por
sus descendientes.

De ahí que cuando se dice que una persona sólo recibía un tupo
(parcela), hay que explicarlo; porque, en la práctica, en infinidad de
casos no solamente era un tupo sino varios, porque el reparto de
tierras 1o hacían tomando en consideración los largos períodos de
descanso a que quedaban sometidas las tierras debido a su agota-
miento, principalmente cuando se trataba de terrenos dedicados al
cultivo de papas.

En lo que toca, pues, a papacanchas (hijuelas destinadas a la
obtención de papas) fue inevitable conceder de seis a siete tupos en
las estepas o punas, debido a que jamás sembraban dicho tubérculc
año tras año en un mismo terreno, sino después de cinco años de
reposo en climas templados y de siete en ecologías frías, y después de
nueve en las punas mas bravas. De ahí la necesidad de redistribuir tie-
rras cuando se iniciaba el año agrícola y también la obligación de
repartir varios tupos a un solo individuo, porque darle sólo uno habría
significado dejarle en la miseria. En el Cusco cada papacancha (tupo
de papas) medía 20 varas por lado, o sea, 400 varas cuadradas.

Consecuentemente, lo que hacían los curacas era repartir derechos
de usufructo de tierras, o en otras palabras, terrenos en usufructo. Lo
que quiere decir que el suelo pertenecía al ayllu, pero lo sembrado y
cosechaclo allí correspondía al beneficiado clurante el reparto de lotes.
Pero, eso sí, las parcelas señaladas al curaca eran bastante extensas, lo
que equivale decir que comprendían varios tupos, lo que a SU vez exi-
gla un mayor número de yanas y mitayos para hacerlas productivas.
I'or lo ranto, en los ayllus había personas que por detentar gran canti-
dad de terrenos obtenían abundantes coscchas, realidad que los conver-
tía en individuos opulentos. riqueza necesitada para llevar a caho obras
de generosidad, o sea, la redistribución de bienes, que en el mundo
andino era una actividad obligatoria por parte de los grandes señores.

Los terrenos estaban acotados para SU identificación. En algunos
casos Ios lindes estaban marcados por canales de riego; en otros por
zanjas de drenaje; o por cercos de alisos y otras plantas pequeñas, de
preferencia espinosas; pero lo más corriente eran simples terrenos sin
cultivar, por donde trazaban senderos entre una y otra parcela, que no
sólo las separaba sino que permitía el desplazamiento de SUS u.sufr IChla-
rios. Escaseaban los muros de piedra (pirca) como líneas divisorias,
debido a la inexistencia de animales domésticos que motivaran daño. Sin
embargo, cuando se hacían, se empleaban las prc)pias piedras extraídas
de la misma parcela, retiradas para dejar el campo libre a la agricultura.

IJn hecho muy singular de estos lotes es que cada cual tenía su
propia toponimia: una palabra que reflejaba algo típico del paraje. Y
cuando no tenía designación taxativa, hecho muy raro, se particulari-
zaba llamándole por el nombre de su poseedor.

Distribución de la cosecha

De los productos de la tierra familiar separaban, calculando muy
hien, los porcentajes que necesitaban para su alimentación hasta la
próxima co.secha; también lo que precisaban para ofrendar a SUS divini-

/~struch~ra cle la propiedad ~,~ posesió~T de la tierra 221

dades; para regalar, para semillas y para trocar con otros productos,
cosa, esta última, que siempre la llevaban a cabo aun en la situación
de tener acceso a parcelas emplazadas en distintos pisos ecológicos.

Los alimentos logrados en las tierras familiares, comunales y estata-
les eran debidamente almacenados. Tenían, por consiguiente, trojes
para todo. Los instalados en las propias casas o viviendas recibían el
nombre de pirguas, especie de canastos, o rungos, hechos de totora y
otras fibras vegetales. Ahí guardaban sus productos secos o deshidrata-
dos, p. ej. el maíz, chuño. Mientras que las carnes secas las colgaban
en una estaca, o en cuerdas.

En otras viviendas, a los productos los embodegaban en los soterra-
dos y desvanes, que recibían el nombre de marcas. Las pir~uas y mar
cas cumplían sus funciones de almacenaje hasta la futura cosecha, con-
figurando incluso una apreciable reserva para los años de sequía, hela-
das, plagas y otras calamidades.
- Para evitar el agorgojamiento o ataque de insectos dañinos, en las
superficies de las colcas (almacenes) y/o entre los productos entroja-
dos, cc)locaban hojas y yerbas de olores intensamente repelentes que
los ahuyentaban. Entre éstas, las más utilizadas eran la coa, ishmuna o
muna y el izano.

Las colcas o almacenes del Estado eran incontables, es decir, muchí-
simos; erigidos por lo general en las laderas de los cerros cercanos a
las llactas o asentamientos urbanos imperiales. A unos los hacían
redondos, a otros cuadrangulares y hasta rectangulares. Sus formas
dependían del producto guardado en ellos. Al maíz lo guardaban tanto
crudo, pero seco, como tostado.

El patrimonio del sapainca y de los curacas

Párrafo especial merece el patrimonio personal de cada sapainca.
En efecto, desde Pachacútec se percibe la formación de propiedades
rurales o prediales en provecho de soberanos y de curacas, separadas
de las tierras estatales. Sin embargo, es imposible hablar de latifundios
andinos; a lo más se les podría calificar de "haciendas~.

La confusión sobre las tierras del Estado y del inca, que se creía
que eran una sola cosa hasta hace poco, estriba en los cronistas, prin-
cipalmente en los tempranos o en los del primer momento de la inva-
Sión colonial (siglo xvl), quienes, como recién llegados, desconocedores
del idioma y de las mentalidades, no podían captar la realidad de las
222 Los incaS

instituciones y costumbres, además de lo cual veían a la sociedad
andina de acuerdo a su propia óptica cristiana y occidental, típica del
Medioevo. En este sentido, a tierras del Estado y tierras del sapainca
las mezclaron, conlo si se hubiera tratado de un solo fenómeno. Error
del que, al fin y al cabo, también participaban los runas.

Pero la revisión de las fuentes permite descubrir que el sapainca,
como individuo, tenía sus propias rentas consistentes en tierras y pro-
ductos que, al fallecer, pasaban a sus descendientes, que con el trans-
curso del tiempo se multiplicaban geométricamente. Allegaban, pues,
rentas para el mantenimiento de su persona y parzaca, lo que les con-
ducía a proporcionarse suficientes territorios y servidores perpetuos
(yana.s). Por cierto que con tal medida también aseguraban el culto y
conservación de su cadáver o momia, dotándolo de bienes suficientes.
Cada sapainca formaba, pues, su propio patrimonio. Realidad que
implica, a su vez, que el patrimonio personal del sapainca no se here-
daba por el jerarca sucesor en el gobicrno, sino por sus hijos y nietos
que no iban a gobernar. De ahí que cada nuevo sapainca tenía que
incautar tierras y otros bienes para crear su flamante y propio patrimo-
nio. Y como el sapainca sabía que sus descendientes iban a multipli-
carse, de antemano procuraba acumular bastantes tierras y yanas.

Los derechos de un sapainca muerto eran, por lo tanto, escindidos
en dos partes: 1°, sus bienes heredados por todos sus familiares,
excepto el sucesor del reinado; y 2°, este último que sólo heredaba el
cargo, pero no los recursos. Lo que indica que cada sapainca se ini-
ciaba supuestamente (~pobre~, por lo que debía lanzarse a nuevas
adquisiciones de recursos para él y su futura panaca o linaje. Y así
acontecía sucesivamente con cada heredero.

Si el patrimonio personal de cada sapainca, a SU fallecimiento,
pasaba a ser propiedad de toda su panaca, esto quiere decir que ellas,
por igual, tenían el carácter de tierras colectivas: de la colectividad que
componía la panaca; sin que eso fuera obstáculo para que en algunos
momentos, ora varones ora mujeres, individualmente se hicieran acree-
dores a un tupo privado en otros parajes.

Con tal finalidad Pachacútec incautó para sí las tierras de Tambo
(Ollantaitambo) hasta Picchu (ahora Machupicchu); Túpac Yupanqui,
las de Tiobamba (Maras) y en Chincheros mismo, donde hizo construir
sus aposentos; y Huayna Cápac hizo igual tomando las tierras de
Yucay, Jaquijaguana, Gualaquija y Pucará, con sus correspondientes
servidores Cuando a los miembros de algunas panacas se les llevaba a
otros lugares por diversos fines, también se les otorgaban tierras en sus

Lstn~ch~ra cie la propieda~ pos~sion cie la tie~ra 223

Casas de Tantamayo, al norte de I luánucopampa. son de vario.s pis{)s; lo.s
superiores empleados como graneros o almacenes familiares.
nuev°S asentamientos. A las posesiones de las panacas jamás se las
dividía por individuos; su usufructo era colectivo.

En lo que respecta al grupo de poder, había, pues, tierras del Estado,
dominios patrimoniales de cada sapainca, posesiones conjuntas de cada
panaca y heredades personales concedidas a determinados hombres y
mujeres de la aristocracia imperial. Y tales terrenos podían estar en el
Cusco o desperdigados en diferentes etnias. En suma, los únicos que
podían ser ~terratenientes eran los sapaincas y los dioses (representados
por los sacerdotes), cuyos fundos o fincas eran trabajados por sus yana-
yacos, a los cuales se les consideraba parte de sus posesiones.

En las tierras patrimoniales de los sapaincas se sembraba primordial-
mente maíz, planta de prestigio, y muy rara vez papas. En otros luga-
res únicamente cocales, como ocurría en Picchu, Avisca y Tono. Las
trabajaban yanayacos de diferentes nacionalidades del Tahuantinsuyo.
Sólo de la etnia Cañar, sin contar a otras, trabajaban allí decenas de
braceros que, con sus mujeres e hijos, en la época de Huáscar y
Atahualpa aún obedecían a un señor llamado Chilche.

Los curacas también tenían su patrimonio personal consistente en
tierras que les donaba el Estado, en cuyo caso la concesión era hecha
en parajes ubicados en los países de otras etnias. En la situación de los
señores de Picoy y Yaucha (quebrada del medio y alto Rímac) recibie-
ron parcelas de tal condición en el valle de los huancas (Jauja-Huan-
cayo), Quinua (Ayacucho) y Vilcashuamán.

El regalo no solamente de tierras, sino también de ganado, coca,
ropa, joyas y hombres a los curacas regionales y/o locales tenía su
objetivo: fomentar y mantener alianzas. Con lo que no se hacía otra
cosa que dar origen a la aparición y formación de "dominios~ señoria

les con la respectiva presencia y multiplicación de yanas: verdaderos
siervos de la gleba. Como es natural, ello acrecentaba el prestigio de
los linajes étnicos.

Como se aprecia, los patrimonios territoriales de sapaincas y curacas
constituían las primeras formas de propiedad privada y familiar de los
recurSOS productivos tipo ~hacienda~ en los Andes. Y ello se inició de
forma sistemática desde Pachacútec, adquiriendo más amplitud durante
Huayna Cápac. Hombres, tierras y rebaños comienzan a ser enajenados
como parte de la política estatal, entregados en propiedad privada a
jefes de ~uarangas y jatuncllracazgos. Pero es aconsejable aclarar que
esto no era la tónica dominante todavía. Frente a la exigua cantidad de
tierras privadas prevalecía la posesión colectiva de los ayllus, la estatal
del imperio y la sacerdotal o bienes del culto.
En síntesis, en el imperio hubo tierras explotadas como un bien pri-
vado o personal del sapainca (y después de extinto por su panaca o
descendientes); y otras que dependían directamente como bienes del
Estado, sin que huhiese oposición entre lo uno y lo otro. En la práctica,
no obstante, el sapainca, como hijo de dioses y supremo mandatario,
disponía de todo, de la tierra y de los que vivían sobre ella. De ahí
que en la vida cotidiana los jatunrunas no distinguían cuál era la pro-
piedad personal del sapainca ni cuál la estatal, de manera que en los
informes suministrados a los cronistas daban a todas la categoría de ~tie-
rras del inca~,. El j~tl~nruna no comprendía esta diferencia planteada en
teoría porque dentro de la comunidad no estaba permitida la propiedad
privada del suelo. Tampoco esto pudo ser captado por los primeros
españoles, debido a sus concepciones diferentes, como ya se indicó.

Los lavaderos de CaraI~aya y Sandia se caracterizaban por el oro clue produce.
centenares de mitayos, controlados por el Estado, ~xtraían miles de pepitas y
pajillas de tan preciosO metal para que Ic)s orf~bres confeccionaran adornos y
~5tahlas de divinidades.

Organización de la fuerza de trabajo

Formas de trabajo

En el Estado Inca funcionaban varias: 1° El personal. 2° El familiar.
3° El ayni o reciprocidad. 4° La minga o colectivismo. 5° La mita o
estatal. 6° El del ejército profesionalizado. 7° El servil. 8° El de los
pinas o esclavos. 9° El libre de los artesanos centro y sur costeños. 10°
El de los mercaderes del litoral y del cxtremo norte del Chinchaysuyo.
11° El indirecto de los administradores del Estado.

~alvo las dos últimas (10 y 11), todas las formas de trabajo enume-
radas corresponden a sociedades de escaso desarrollo de sus fuerzas
productivas. Precisamente tales formas laborales se venían ejercitando
desde los lejanos tiempos de Chavín, Moche y Nasca. A partir de
entonces la tecnología no avanzó, lo que justamente determinó la per-
sistencia de la organización ayllal o clánica de los grupos, o sea, de la
comunidad, ya que gracias a su funcic)namiento eran posibles el ayne
o ayni, la mita y la minga. Hecho que, a su vez, favorecía que los
pueblos fueran bastante autosuficientes en lo esencial de su vida. Una
serie de mitos y máximas sostenían este ejercicio.

Mientras el trabajo familiar y el ayni dependían de los compromisos
y reciprocidades de cada grupo doméstico (familia nuclear), la minga,
por el contrario, dependía del consenso de quienes integraban el ayllu
(familia extensa), planificados y controlados por sus líderes (curacas,
camachico.s, camayos).

Ayni o reciprocidad

El ayni, una de las formas más antiguas y comunes de trabajo en el
planeta, operaba en el desarrollo del ciclo agrario y en toda actividad
inmanente a él (siembra, cosecha). Y por igual cuando se trataba de la
edificación de una casa; hechos quc no ocurrían todos los días.

El ayni es un intercambio de trabajo entre los grupos domésticos
(familias nucleares-simples y Idmilias nucleares-compuestas) que confor-
maban un ayllu. En otros términos: el préstamo de trabajo que una
persona o conjunto de personas hacían a otro individuo o conjunto de
individuos, respectivamente, a condición de que se les devolviera en
fecha oportuna y en iguales estipulaciones de tiempo y envergadura de
tarea. El ayni era sólo en apariencia una ayuda recíproca o mutua, que
no revestía caracteres rituales ni ceremoniales. Pero la verdad es que
no constituía un simple préstamo de energía, sino que a cargo del
beneficiario corría la alimentación y bebida los días que duraba la
faena, amén de regalos consistentes en algunos puñados de coca.
Estrictamente, entonces, no era una ayuda mutua, sino un perpetuo
negocio sujeto a intereses y conveniencias personales y familiares.

Cualquier hombre de un ayllu podía eludir el ayni, negándose a
prestar su ayuda al vecino; pero dicha actitud significaba que él ya no
podía pedir colaboración de otro. Por eso nadie, como perfecto conoce-
dor de que iba a necesitar auxilio en algún momento, rehusaba su ener-
gía a quien la requería, sino por el contrario, más bien andaba buscando
amigos para ofertarles su trabajo siempre que lo necesitaran. De modo
que el ayni no era exactamente un socorro mutuo de hermandad, sino
un trabajo interesado: un dar para recibir, un dame y toma sinfín.

Tenían un definido y ancho concepto de la reciprocidad generali-
zada e interesada: nadie debía proporcionar nada a otro por el ele-
mental hecho de regalar. Todo lo que se daba se hacía con la idea de
ser correspondido; o en otras palabras: se hacía pensando en la devo-
lución. De ahí que los favores que recibían de sus dioses tenían que
retribuir con ofrendas, sacrificios y oraciones. Lo mismo hacían con
relación al mar y la tierra; ante el primero para sacar peces y algas, y
con la segunda para alcanzar buenas cosechas.

Minga o colectivismo

El sujeto que pertenecía a un ayllu tenía obligaciones que cumplir
en tareas de trabajo tanto del modelo ayni como de otro denominado
minca o minga: faenas colectivas en obras de bienestar de toda la
familia extensa (ayllu). Pero si bien por cualquier motivo se podía elu-
dir el ayni, en cambio las mingas debían ser cumplidas obligatoria-
mente, salvo que se estuviera enfermo, o inválido, o ausente cum-
pliendo otras misiones justificadas.

Las mingas o trabajos colectivos engendraban y engendran vínculos
de solidaridad. Era una ocupación que garantizaba el confort de cada

Escena del ayni o d~ reciprocidad
interfamiliar.

Escena de trabajo familiar.
-Inw ua 'anb olel~ sewa1sls Sol10 ua apa;~ns owoa lelaos eloel eun ap
o1m~ la sewel A 'snllAe soldold sol lod e1sandwl lelaos lalaeJea ap UOI~
-ues eun ap ope1lnsal la anb esoa el1o ueln1nsuo;) ou a~ as owoa 'anb
SOIalOpUeq A so~Ipuaw lenuoaua o1llosul epeu ela ou ellals el ua anb
'~U2'~l ap peplle~ ua ualn~le ap ou~lAIas le aslauod o 'aleplp
-ueq le o 'peplalpuaw el e aslea!pap :sapeplllqlsod sal1 ueqe1sal al olos
anb elauew aa nllAe Ol1O e uolaellwlse w uolaelodloaul ns lell:a os
eled SeZUeladSa UIS A 'souesIed sns ap IuAe le w 'sellal1 ap o1om;lnsn
le o~Taalap ws '~(Aal ap elan~ eqepanb sa1ueladwl sem1otlllsaeldns sel e
oplanae ap anblod 'elled olapeplaA un ua opewlo~suel1 eqepanb euad
lel e lopaaalaw eI~eu, as anb 1~ odm~ lap uoIslndxa el :ewIxew uo

-ues el ap uoTaeallde el e elpaaold 'ol~nsald ap A saluaAn~uI saleuos
-lad sol1o uoa osuasuoa ua (nlll~e lap a~al) .~72~nL~2~ o 2~sn11,12~ la 'np
-laulal ap 'olad 'eqe1sauowe al as olawud ~fC~U/2L~ el eqeA!nbsa ualnb

alqeulwoqe las un ua OSIWO le enlaAuo~ anb o1llap un eln1nsuoa nllAe
ap a~a! la lod sepeaoAuo~ S~f~U2U~ sel Uoa lIldwn~ ou anb nle aa

nllAe o pepw
-nwoa el ap salqwodslp salqwou, A salalnw ap pepll~a1w el ewaL~Ialul
selaue1sunalla salel u ~ sesea sns salopuaAnllsuoa 'sopesea uaIaal sau
-aAQI sol e eqe1sald as anb la ela ~,~u~Lu~ odll oleqell ap olnsa ol1o

' 2'~f~U / Uf ap pep
-llepow el1o s ~ ows!w lap uoIallloAap lu oleqel1 la lod esuadwo~a
leldaae UTS sellaIl sns ueqeAIlln;) sal nll~e lap so1de solqwalw so
SOpOI seuoslad salel ap asopue1el l soueIaue A SOWIalUa 'SoUe~lall[l
'pepa ap salouaw 'sepnIA 'soplleAw sol ap loAel e ueqe1naala anb
el ela uolanloAap e e1allls ou zaA e1sa oleqell ap ewlo} el1o

sello .~ saluolsed-ol~e
sapeplsa~au seuanbad sns laAIosal eled el~ua~lA ua ewa1uelu sol a1sa
'OWSIW nllAe le sa1uaueww seale1 Oiuoo '2~f~U~U~ U~V 'elaUeAlaSqO
A o1ualwlldwna ns eled uolaedllaoald eun~uw ueqel1sow ou 'peplaA
ua 'saAal A Se~UIedeS OpelS,'~ lap IOIIUoa IU uolalsodwl 'uQIaua~alul e
ws oqe~ e ueqeAall sol 'leslaAwn laAw e on~l1ue AllW ua~llo un uelual
anb 'e~ww A wAe le leunwoa uolsalloa eun ap olpaw u~ seplqaq
A se1ualwellalI seldold SllS opueAall sel~a1ul selIlwe~ seI uellmauo~
ena Ie oallale un eqewlo;luo~ SOpOI ap oleqell la ollolualad elaeu, as
'sopo1 e ueqeIal~auaq anb sauol1sana se1sa laAIosal eled sa1ua~ln selqo
Sel1O A soldwal ap uolaaala 'solapuas ap eI~uell,'~L!A A elnllade 'S

-uand ap uolaeal~lpa 'sauapue ap opepln~ A uoIaanllsuoa 'o~au ap sal
-eue~ :soaIwouoaa-ol~os sewalqold soI laAIosal ap peplsa~au epun~old
el lod opeslndwl 'opeunwoauew o unwoa Olalalala la aluelpaW nllAe
Los iiLcas

tiples ocasiones, después de purgar su falta, si es que las partes llega-
ban a un entendimiento, se les indultaba, procediendo a su readmisión.
Así lo constata la fuente etnográfica recogida en la serranía.

La mita: un trabajo estatal muy bien organizado

La mita, entretanto, estaba ordenada, planificada y supervisada por
el Estado por mediación de sus numerosísimos administradores. La
mita le generaba rentas cultivando sus tierras, cuidando su ganado,
explotando sus minas y lavaderos, confeccionando armas, piezas y
objetos artesanales, prestando diferentes servicios personales (chasquis,
tambos, puentes, caminos, levas de ejército). Consistía en una labor
por turno, pero turnos llevados a efecto por millares de trabajadores,
por enjambres de mitayos hábiles (18-50 años de edad) reclutados
exclusivamente de los ayllus para la construcción y trabajo en obras
clel Estado. Este necesitaba productos alimenticios, textiles. artefactos,
vías y puentes, pastos. Pero a esos productores directos les retribuía y
redistribuía comidas, bebidas y otras cosas secundarias para que traba-
jaran con satisfacción. Los millones de brazos que represe~aban los
mitayos garantizaban el funcionamiento del Estado panandino. De otra
forma no lo hubieran podido lograr por carecer de dinero para pagar
servicios y de herramientas para reemplazar a los trabajadores. Los
mitayos configuraban, pues, los productores directos.

Como el trabajo era en grupos, colectivamente, con suficiente
comida y excitante bebida y música, se enardecían emulándose los
unos a los otros, cuyo corolario era la realización de obras extraordina-
rias y abundantes. La mita no extinguía, pues, la competencia; ésta
quedaba asegurada e incentivada con excelentes compensaciones a tra-
vés de redistribuciones ordenadas por el sapainca y verificadas por sus
funcionarios De modo que a quien producía más y mejor se le pre-
miaba con más coca, ropa y otras cosas. El esfuerzo bien retribuido a
los mitayos permitía al Estado acumular excedentes cuantiosísimos. A la
mita se la planificaba por cuadrillas salidas de cada uno de los ayllus,
sayas (mitades), huarangas, pachacas y nacionalidades de manera
que eran éstas las competidoras y no los individuos. Ello estimulaba la
emulación durante las tareas de producción.

Claro que también hubo división del trabajo por sexo y edades y
según la capacidad vocacional de la gente. Es innegable que existían
especialistas, pero que trabajaban sin desligarse de la agricultura,

Or~o,a)lizacióil de la f~¿erza del trahajo 233

excepto los artesanos centro-nor-costeños. El Estado sabía, por lo
tanto. sacar ventaja de todos quienes poseían capacidad innata o
adquirida para ciertas artesanías, por ejemplo en la platería, orfebre-
ría, tapicería, plumería. Para ello dictaban medidas extremas de previ-
sión, vigilancia, control y justicia. Para lograrlo el Estado tuvo que
poner en marcha una miríada de administradores, un exceso de buro-
cracia, pero una burocracia ágil, funcional, competente: unos perfec-
tos productores indirectos.

La verdad es que el pleno funcionamiento del ayllu o familia
extensa, colectivista y agraria, fue lo que permitió al Estado llevar a
cabo obras públicas colosales, ya sea en el campo de la agricultura
como de la ingeniería, industria textil, etc.

Es recomendable no olvidar que los trabajos del ayni, minga y
mita fueron cumplidos únicamente por los dirigidos y dominados,
jamás por los grupos de control y dirigencia imperial. En otras pala-
bras, los trabajadores directos estaban conformados por los rullas (ya
fueran vasallos reales, o mitmas). por ya1lavacos, yanaconas~ pinas y
artesanos sin tierras; los últimos en el litoral central y norteño.

La tributación, en consecuencia, era en trabajo. Es la forma común
de crear rentas al Estado. Por lo tanto había: 1°, rentas estatales ordina-
rias generadas por los mitayos, desde su inicio hasta el almacena-
miento; y 2°, rentas extraordinarias, constituidas por las mitas de los
artesanos que entregaban artículos típicos de su región.

Los obligados a prestar mitas eran solamente los hombres adultos y
casados (18-50 años de edad), por la simple razón de que recibían sus
parcelas únicamente al casarse, jamás antes. De ahí la inquietud y pre-
sión del Estado para que los jóvenes se casasen nada más ingresar en
el grupo de edad que les permitía tomar compañera.

Con el trabajo planificado y retribuido de las mitas el Estado ponía
en marcha todo lo que quería y le convenía en la producción agrope-
cuaria, textil, artesanal, arquitectónica, de ingeniería, militar, etc.

Otra división que se debe tener presente es que había: 1°, mitas de
servicio general (construcción de fortalezas, templos, llactas, caminos,
puentes, tambos); y 2°, mitas de servicios especiales (artesanos, dan-
zantes~ músicos, cargueros del sapainca, acllas, chasquis), que no las
cumplían cualquier hombre o mujer, sino gente seleccionada.

Corrientemente se realizaban las mitas, trabajando en obras programa-
das en los territorios de los mismos señoríos y reinos de donde eran
oriundos los mitayos. Sin embargo, tal figura no constituía una norma
general; porque existían tambos y minas atendidos por mitayos traídos de
señoríos y reinos vecinos. Por ejemplo, algunas hospederías de Cajamarca
y Huambo funcionaban servidos por mitayos llevados de la costa de Chi-
mor (Chepén, Moro, Collique, Cinto); mientras que ciertas minas de Huari
(Ancash) tenían entre sus trabajadores a mitayos de Ichoc Huánuco. Y en
cuanto a las obras monumentales ejecutadas en el Cusco, Vilcashuamán,
Huaytará, Jatunjauja, Bombón o Pumpu, Huánucopampa, Tumebamba y
otras similares, requerían la presencia y asistencia de miles de mitayos
sacados y llevados de etnias lejanísimas, como sucedió en Tambo, adonde,
entre otros, concurrieron los collas; o en el Cusco mismo, a la cual fueron
llamados, aparte de otros, centenares de chupaichos (Huánuco actual).

Los chasquis o corredores adiestrados llevaban las comunicaciones
de un lugar a otro, muy eficaces por su rapidez. Se trataba de un ser-
vicio que proporcionaba las etnias por las rutas mientras éstas cruzaran
por sus territorios. Las noticias las transmitía tanto mecliante quipus
como a 1'i¿U voce. Sólo tenían la misión de correr determinadas distan-
cias. entregando al siguiente chasqui el mcnsaje. sin parar, sino tro-
tando simultáneamente. En dicha forma una novedad salida de Ancas-
mayo, en la frontera norte, podía llegar al Cusco en siete días,
cubriendo una distancia de casi 2.000 kilómetros.

Pero los chasquis constituían un servicio exclusivo del grupo de
poder; de ellos no hacían uso los runas comunes, y pc)sible~iente ni
siquiera los curacas, salvo cuando éstos se dirigían a las cúpulas guber-
namentales del imperio.

Quienes trabajaban en las mitas de minas, lavaderos, tambos, chas-
quis, tierras, centros ganaderos, pastos, etc. no eran esclavos ni reclu-
sos condenados a pasar el resto de SUS vidas en las citadas unidades
de producción. Los minerales se procesaban en el prc)pio asiento
minero, del cual se acarreaban a las llactas, bajo cuya jurisdicción esta-
ban, o al Cusco.

Siempre ha despertado asombro la técnica y arte arquitectónico, al
pensar cómo movilizarían piedras tan enormes, de docenas de tonela-
das, sin haber conocido ruedas, poleas, ni máquinas. Sin embargo, la
respuesta es una sola: el potencial de la energía humana (mitas) de
miles y miles de mitayos campesinos que se turnaban trabajando tri-
mestre tras trimestre, o semestre tras semestre, o año tras año, para
construir llactas (centros urbanos), caminos, puentes, templos, aposen-
tos y fortalezas; campesinos que al tem1inar sus faenas o turnos retor-
naban a sus ayllus o comunidades.

Los mitayos trabajaban desde la salida del sol hasta el ocaso del
misn1o, unas 12 horas diarias, con los consabido.s intervalos para comer

Mitayos transportando y alma-
cenando los productos del
Estado.

La mujer tenía una participa-
ción decisiva en el trabajo agrí-
cola como colaboradora del
varón, tanto en labranzas fami-
liares como en colectivas y
estatales .
~ ~ ~

Mitayos o trabajadores controlados por el Estado trasladando peclregc)nes de un
lugar a otro. En este caso llevando un bloque del Cusco a Huánucoparrlpa.

y beber. En esos días no bregaban en sus casas. Para ir al trabajo los
convocaban sus curacas mediante los broncos sonidos de los pututos o
trompetas de caracola, llevándolos en seguida a las tareas preestableci-
das por el poder. Invariablemente trabajaban en conjunto, es decir, por
ayllus, o mitades (sayas), o grupos étnicos, cada cual en su respectiva
parcialiclad, con dos finalidades: que su etnia cumpliera con la faena
señalada y que hubiera emulación o competencia para rendir resulta-
dos óptimos por cada lado. Un sobrestante o capataz llevaba la cuenta
de todo lo que se hacía, de lo que no se hacía y de lo que se les
daba de beber y comer.

Los mitayos nunca se consideraron seres desgraciados: 1°, porque
no estaban sometidos a un trabajo intensivo todos los días de sus
vidas, sino por rigurosos turnos para que nadie trabajara más ni otros
menos; 2°, porque niños, mujeres, ancianos e inválidos no eran obliga-
dos a prestar servicios pesados, por quedar éstos a cargo de los adul-
tos de 18 a 50 años, personas con buen estado de salud, y 3°, porclue
en tanto se ocupaban en las mitas el Estado les daba alimento, chicha,
coca y hasta ropa a los que destacaban. He ahí por qué los mitayos
marchaban rumbo a las mitas tocando sus instrumentos musicales, can-
tando, danzando y exhibiendo flores en sus tocados. No llevaban,
pues, una vida miserable, ya que, además, mientras duraban las labo-
res, los mitayos no tocaban nada de sus pirguas para alimento, que-
dando dicho producto como un ahorro familiar.

Las relaciones de trabajo presentaban múltiples modalidades y
desempeñaban muy diversas funciones. En las mingas la beneficiaria
era la colectividad; en la reciprocidad, las personas o familias; en la
mita, el Estado. Estas tres formas tenían una serie de figuras internas
según los casos que se reciprocaban.

El yana es un siervo considerado eufemísticamente como "ayudante~
salido de entre los individuos de la clase baja en provecho de otros de
clase alta, al margen de las expectantes retribuciones y redistribuciones
a que se hacían merecedores los que iban sujetos al ayni y la mita.
Sobre el yana y los pinas se trata un capítulo aparte.

Como en toda sociedad dividida en clases, había personas liberadas
de mitas, o mejor dicho exoneradas de la fatiga física que genera el
trabajo en el campo agropecuario, en la explotación minera, obras de
construcción (edificios, caminos, puentes y talleres artesanales). En tal
senticlo los relevados del referido tipo de trabajos eran los de la etnia
Inca, los curacas, los guerreros en actividad, los quipucamayos y mer-
caderes. Todos los cuales, excepto los últimos, recibían sus raciones
alimenticias de los trojes y almacenes del Estado, a los que se les
reputaba también depósitos del rey.

Las acllas: escogidas pero cautivas

El poder estatal, que se había arrogado todas las facultades al
mismo tiempo que tomaba hogares y a veces ayllus íntegros para con-
vertirlos en yanas, también levaba muchachas para concentrarlas en
unos edificios singulares para entrenarlas y especializarlas en manufac-
turas que beneficiaran al Estado. A éstas se las denominaba acllacuna
(o acllas, castellanizado).

Aclla es una voz quechua que vertida al español quiere decir
muchacha escogida o seleccionada, pero no tanto por SU belleza como
engañaba la propaganda oficial del grupo de poder cusqueño, sino por
su vocación artesanal en el tejido. Se las reclutaba mediante dos proce-
dlmlentos: 1°, como tributo a que estaban constreñidas las etnias o
nacionalidades que componían el Tahuantinsuyo, en cuyas circunstan-
cias se prefería a las chicas mejor dotadas, las mejor parecidas de la
familla y de la comarca; y 2°, por entrega o ~donacióm que hacían al
Estado SUS propios padres, por lo común grandes jefes y hasta por el
mismo sapainca, desprendiéndose de una o más de SUS hijas para ser
encerradas en el acllahuasi (casa de las escogidas), institución aureo-
lada con la fama convencional de ser magníficos centros de aprendi-
zaJe de refinados conocimientos culinarios y textiles.

Todas las etnias y clases sociales fueron obligadas a contribuir con
un determinado número de chicas, cuya edad ~luctuaba entre los 8 y
10 años. Pero no era cualquier muchacha con deseos de ir, ni cual-
quier hija de la cual sus padres querían desprenderse. Tenían que ser
nmas que reunieran ciertos requisitos, como pericia manual para la tex-
tilería y alguna vocación de aislamiento para ser sometidas a una inin-
terrumpida tarea de entrenamiento y aprendizaje en la citada artesanía
u otros quehaceres domésticos (preparación de potajes y bebidas).
Cosas en verdad que sólo podían conseguir encerrándolas desde niñas
para moldearles la conducta y los hábitos que exigían tales actividades.
De ahí la urgencia de unos funcic)narios ad hoc denominados apo
panacas, los cuales salían en fechas prefijadas a practicar la selección
de las chicas. Por eso se les llamaba acllas, o sea, escogidas.

El poder, para encubrir la realidad, logró divulgar y hacer propa-
ganda de que las elegía por su belleza para declicarlas al servicio del
Sol; con lo que no solamente halagaban la vanidad de la preferida,
sino también de los progenitores, por imaginarse éstos que tenían hijas
lindas, con lo que al mismo tiempo fomentaban el deseo del mayor
número de muchachas para ser entresacadas de sus hogares y ser meti-
das en el acllahuasi.

A todas estas mujeres seleccionadas se las encerraba en esos apo-
sentos peculiares que, ya se dijo, recibían el nombre de acllahuasis,
cuya estructura y planificación hacen recordar en algo a los monaste-
rios católicos de la Edad Media puesto que apenas tenían una puerta
para entrar y salir, minuciosamente custodiada por guardas que cum-
plían ahí esa fc)rma de tributo. Y tales mansiones existían en la totali-
dad de los centros administrativos fundados por los incas (llactas). Allí
permanecían enclaustradas hasta llegar a la adolescencia bajo la tutela
del Estado, educadas por las acllas mayores de edad que recibían el
título de mamaconas (señoras, madres).

El sapainca disponía de ellas, cxtrayendo a unas para su serrallo, y
a otra.s para regalarlas como esposas a jefes guerreros, curacas, etc., es
decir, a personas a quienes qucría compensar servicios calificados.
Ropa, esposas y coca configuraban las mejores muestras de gratitud a
los fieles y sobresalientes servidores del Estado.

Los acllahuasis, en consecuencia, no eran establecimientos monjiles,
sino talleres textiles a cargo de mujeres jóvenes, de cuyo trabajo se
aprovechaba el Estado, el cual las compensaba facilitándoles alimentos,
bebida, vestidos, joyas y aposentos con habitaciones muy confortables.

Pero aparte de fábricas para tales menesteres, como se ve, consti-
tuían verdaderos almacenes de mujeres, de donde el sapainca las
sacaba para donarlas. Cumplían, por lo tanto, tres funclones esenciales:
1", el servicio al culto solar, por lo que los acllahuasis siempre estaban
cerca de los templos; 2°, un importante rol económico que consistía en
hilar, tejer y preparar miles de trajes con la pelambre y el algodón
tanto de los rebaños como de las plantaciones pertenecientes al Sol y
al Estado. El Inca necesitaba tales trajes para retribuir los servicios de
los leales servidores y amigos del poder. Asimismo los requería para
quemarlos durante los sacrificios al Sol y otras divinidades; y 3°, depó-
sitos de mujeres con las que el poder cc)mpensaba, premiaba y hala-
gaba a sus paniaguados, guerreros y servidores, dándolas como espo-
sas. En suma, las acllas no venían a ser otra cosa que expertas trabaja-
doras textiles que producían para q~le el gobierno pudiera utilizar las
prendas más codiciadas como elemento de pago a guerreros, adminis-
tradores y privilegiados en general.
Las acllas, sometidas a un régimen de alta producción textil, sus-
tentaban el sistema incaico, el cual, para lograr sus objetivos, les
imponía una soltería obligada mientras permanecieran encerradas, sin
libertad para tomar un marido, oprimiendo sus impulsos sexuales Y si
alguna incurría en esta falta, se le aplicaba penas severísimas. Vivían
sujetas a medidas muy rigurosas, consagradas a las ocupaciones pro-
gramadas por el Estado, en pleno aislamiento y castidad hasta que el
poder dispusiese lo contrario. Sus instintos los adormecían mediante
un intenso trabajo y la ejecución de piezas concernientes al arte musi-
cal y rítmico (danza). Existían grupos de acllas que únicamente se
dedicaban a esto último.

Sin embargo, es imposible tipificarlas como esclavas, por cuanto en
los acllahuasis gozaban de bastantes comodidades y porque allí perma-
necían encerradas hasta nustas y pallas (princesas y grandes senoras)
de la casta inca. A lo más podríamos llamarlas mujeres cautivas. Entra-
ban niñas y se las sacaba adolescentes y,'o adultas para regalarlas a
homl)res que habían reunido méritos en acciones en pro del sapainca
y del Estado. El mismo soberano seleccionaba también entre las acllas
a sus esposas secundarias. Y por cierto que había un grupo a quienes
se les respetaba su virginidad, quedando enclaustradas toda su vida
con el nombre de mamaconas, mujeres expertas para instruir a otras.
Vivían en medio de un nivel económico y social muy alto.

De todas maneras las acllas dan la idea de haber formado una
oesclavitud doméstica~, dado que como productoras o trabajadoras eran
propiedad del Estado, representado en la voluntad soberana del
sapainca, que incluso las podía regalar a sus amigos y servidores bene-
méritos. Y a pesar de dicha evidencia, ésta no ayuda a los que pro-
pugnan caracterizar al incario como un régimen esclavista.

Justo, las acllas pertenecientes a la alta nobleza eran las que desem-
peñaban las labores más importantes, dirigiendo la administración o
gobierno del centro de manufactura y más tarde, más o menos a partir
de los 30 años de edad, pasando a ocupar el rango de mamaconas.

De ahí que lo más atinado es llamarlas mujeres cauti¿us, que cons-
tituían, ante todo, una fuerza productiva, cumpliendo un rol de
segunclo orden como sacerdotisas del Sob. Por eso la arquitectura
donde moraban poseía toda clase de holguras para cumplir sus fines
artesanales: alacenas, clavos, descansaderos o poyc)s tallados sobre
rocas en la sierra y confeccionados de adobe en la costa, cocinas,
corrales, dormitorios, talleres, etc. Los acllahuasis guardaban relaciones
exclusivas y precisas entre sus formas plásticas y funciones: la produc-

1~

Plano del acllahuasi de la isla de coatí en el lago Puquinacocha, ahora lla-
mado Titicaca.
Organizacion de la fuerza del tra~ajo

ción textil, con un poco de propósito religioso, pese a que el Estado
sostenía que esto último era su verdadero destino.

En la producción, las acllas empleaban la técnica de la cooperación
en su forma más desarrollada y eficaz, trabajando en conjunto con la
mente puesta en un objetivo común. De modo que había concurrencia
entre las lavanderas de pelambre que paraban en los espacios cercanos
a las fuentes y/o corrientes de agua; entre las tintoreras, cuyas habita-
ciones poseían morteros; entre las hilanderas y las elaboradoras de
tapices. Un trabajo cooperativo interno, proporcional a cada especiali-
dad y siempre con miras a la producción estatal, realizándose ésta en
cada sector que reunía características arquitectónicas ad hoc. La coope-
ración sincronizada de las acllas, con el tiempo no solamente generó
el aumento de las fuerzas productivas, sino que acabó superespeciali-
zándolas en sus técnicas ocupacionales: lavanderas, tintoreras, hilande-
ras, tejedoras, confeccionadoras de trajes, mantos, etc., que las efectua-
ban de manera artesanal y manual. Las hilanderas manejaban con habi-
lidad husos y ruecas para producir hilos ora gruesos, ora finos, según
su predefinición: para ojotas, o para tapicería, etc. Las tejedoras de
tapices conocían estupendamente los secretos y técnicas de la elabora-
ción de tocapus: motivos geométricos-ornamentales entretejidos, cada
unc) de los cuales simbolizaba algo y al mismo tiempo adornaban los
unctls (trajes) del soberano y demás nobles de la etnia Inca. En ello
ponían todo su ingenio artístico.

La materia prima que empleaban consistía en pelos de vicuña y
alpaca, y por igual los de llama y guanaco. Tamhién conocían el algo-
dón obtenido en las tierras cálidas de los valles costeños e interandi-
nos, plantaciones controladas por el Estado. Los vestidos hechos para
arropar al sapainca y a los sumos sacerdotes, análogos a los que obse-
quiaban a los grandes personajes, eran de preferencia de pelo de
vicuña, de preparación muy ardua. Los trajes comunes se hacían con
pelo de alpaca, guanaco y llama, y también con algodón. Todo esto da
idea del complejo trabajo que cumplían las acllas en sus edificios: una
fabricación al por mayor, en la que los acllahuasis, es posible que
hayan rivalizado entre sí para producir cada vez más y mejor.

Como en cada acllahuasi concentraban mujeres escogidas de todas
las clases sociales, éstas conservaban sus diversas categorías dentro de
los aposentos. Desde luego que existían acllahuasis donde la mayoría
la integraban mujeres de alta alcurnia, como ocurría en el Cusco e isla
de Coatí (Titicaca) por razones políticas y mágico-religiosas; la primera,
por ser la capital política y sagrada del Estado; y la otra, por ser la
sede del templo mayor dedicado a la Luna en el espacio andino. El
número de mujeres que albergaba cada acllahuasi variaba. Los más
poblados eran justamente los del Cusco y Coatí cada cual con más de
1.S00 acllas. Pero el de Huánucopampa superó a todos: 2.000.

En los mencionados acllahuasis las mujeres se distribuían en las
siguientes categorías:

1. Yurac acllas, del linaje inca consagradas al servicio ritual del
Sol; no se les permitía tomar marido. Preparaban las bel~idas y el
sango para los ritos en que participaba el sapainca y el clero.
Eran las únicas que permanecían vírgenes perpetuamente
enclaustradas. Dirigían y vigilaban a las demás.

2. Huairuro acllas, mujeres procedentes de los ayllus que circunda-
ban el Cusco con rango de incas simbólicos, y también las hijas
y/o hermanas de los CUI acas provincianos De ellas el sapainca
tomaba a muchas para transformarlas en sus esposas secundarias.

3. Paco aclla.s, hijas de caciques regionales y locales de menor
categoría. De éstas daban esposas a los nobles provincianos y a
guerreros sobresalientes.

4. Yana acllas, que conformaban la servidumbre de los aclla~uasis.
Se las daba como esposas a runas comunes, por ejemplo a los
jefes de grupos de yanas.

S. Taqui acllas, que por sus dotes artísticas (canto, tañido de instru-
mentos y danzas) no tenían más ocupación que alegrar a las
otras acllas y a los incas cuando éstos las requerían.

Lo común de todas, excepto de las primeras, era que el sapainca
disponía de ellas según su capricho, gusto y conveniencia personales,
de grupo y según los intereses del Estado.

De conformidad a los informes de los cronistas, funcionaron acc-
llahuasis en los siguientes asentamientos, donde también se erguían tem-
plos solares: Caranqui o Carangue, Quito, Latacunga, Jatuncañar (Inga-
pirca), Tumibamba, Tumbes, Caxas, Huancabamba, Cajamarca, Cocha-
bamba (Leimebamba), Huamachuco, Jatunhuaylas, Huánucopampa, Bom-
bón o Pumpu, Tarmatambo, Jatunjauja, Paramonga, Huaytará, Pachaca-
mac, Lunahuaná, Huarcu, Chincha, Vilcas, Ollantaitambo, Cusco, Huana-
cauri, Vilcanota, Coropuna, Ayavirí, Jatuncolla, Chucuito, islas de Coatí y
Titicaca, Paria, Chuquiapu (La Paz), Jatuncana, Charcas, Pisaj, etc., etc.

Control demográfico y de otros recursos

El control min~ c oso de la fuerza de trabajo (mitayos, acllas) se
alcanzaba con la realización de censos de población a intervalos muy
cortos. En los quiptls registraban el número de jefes de familia; la can-
tidad de individuos que ocupaban una casa, un ayllu, una saya, un
reino, una región; también el número de animales aue les ~ertenecía
de las tierras en descanso y en producción; de los pastos, minas, bos-
ques, lagos, ríos. Todo lo cual se sometía a inspecciones y comproba-
ciones permanentes. Los recursos humanos y naturales estaban, pues,
inventariados .

Aquel exhaustivo conocimiento permitía al Estado asegurarse de la
totalidad de medios para poder vivir y reproducirse. De ahí que cual-
quier tipo de mitas se ejecutaban en nombre del sapainca, que perso-
nificaba al Estado, hecho que le permitía sacar enormes rentas del
territorio, para lo cual imponía prestaciones de toda clase: para culti-
vos, pastoreo, caminos, puentes, represas, andelle~, tran~poI t~s, colls-
trucciones múltiples, chasquis, levas militares, etc. En lo que respecta a
la etnia Chupaichu se conoce muy bien lo que ~tributaba al Estado y a
las divinidades.

Por lo tanto, como el único recurso efectivo para generar rentas era
la energía controlada y planificada de los mitayc)s, el poder cusqueño
no podía accionar ni proyectar nada si previamente no hacía censos de
los recursos humanos y naturales. Tenía necesidad de conocer el
número de recién nacidos, de niños, de adolescentes, de hombres
casados, de adultos, ancianos, huérfanos, inválidos, viudos, enfermos,
fallecidos; de artesanos, agricultore.~., pastores. Sólo así podía racionali-
zar lo inherente a la economía política. De lo contrario le habría sido
imposible movilizar trabajadores, mitlitas, guerreros, acllas. Y eso, lógi-
camente, sólo poclía cstablecerlo mediante censos o empadronamientos
periódicos, de forma tan completa y puntual que los márgenes de error
resultaban realmente imposibles. El control demográfico lo llevaban a
cabo unos especialistas llamados quiptlcamayo.s, ayudándose con cuer-
das de pelambre, algodón y cabuya a veces mezclados con pelos de
venado, debidamente anudados, donde cada uno de los bultitos repre-
sentaban cifras. En sus registros empleaban el sistema decimal, el mejor
artificio contable, sin que esto signifique que los ayllus y etnias hayan
estado en verdad divididos en un exactísimo procedimiento decimal.

Lo que se ve es que la preocupación, esencial y auténtica de la
etnia Inca, era extraer del vencido y conquistado el máximo de energía
para crear rentas Al invadir y anexionar una etnia, el vencedor consi-
deraba teóricamente a su civilización como superior a la derrotada, a la
que trataba de conservar y reservar en su beneficio. Conquistaba bie-
nes y cuerpos, preocupándose también por convencer de que el
sapainca administraba y gobernaba en nombre de los dioses mayores
del cosmos andino.

Grupos de edad

La ocupación de las personas, cuyo fin era extraerles un máximo
de trabajo y un máximo de producto, se llevaba a cabo en medio de
un asombroso control encaminado no sólo a la efectividad de la tarea
sino a la división social de la misma, de acuerdo a los sexos y a las
edades desde los cinco años. La división por edades difería según las
nacionalidades andinas; pero el ideal cusqueño, que por entonces
ejercía el dominio, se esforzó por uniformarlo n1ediante las siguientes
categorías:

V~rones Mujeres

De 25 a 50 anos

I Aucacamayoc Mita agrícola. Artesanos. 1. Aucacamayo huarmin Tejedoras de
.Uineros. Ejército. Mitmas.

cumhi (tapicería) para el Estado.

De 50 a 80 anos

2. Puricmachus Leñadores. Servicio de 2. Payac-cuna. Tejedoras de abasca para
limpieza en las casas de los nobles. el Estado. Porteras. Despenseras. Cama-
Camareros Despenseros. Porteros. Qui- reras. Cocineras. Mayorclomas. Criadas
p-lcamayos. Lacayos de la aristocracia. de acllas.

De 80 a más anos

3 Roctomachu. Por lo general descansa-
ban pero quien podía trenzaba sogas
cuidaba conejos y patos. Se les prefería
como porteros de los acllahuasis y casas
de coyas y sehoras mamacuracas. Otros
trabajaban en sus tierras. Eran los narra-
dores de mitos leyendas y cuentos. La
colllunid.ld les pedía su c(:)nsejo.

Punocpaya. Por lo usual no hacían
nada. Pero las que podían eran emplea-
das como porteras acompañantes teje-
doras de costales criadoras de conejos
y patos cuidadoras de niños. Despense-
ras y porteras de las señoras de la aris-
tocracia regional y estatal

De cualquier edad

4. Aquí estaban comprendidc)s los en~ermos crónicos lisiados. cojos. mancos. tullidos
mudos ciegos enanos baldados idiot.ls u opas y locos tanto del sexo masculino
como del femenino. Sin embargo. no se dispensaba a quienes poclían desempeñar
acti~idades apropiadas a SU estado. Ios enanos por ejemplo en la bufonería y choca-
rrería. Ios mancos como lazarillos: Ios tullidos como quipucamayos y tejedores. Los
enanos con dotes histriónicas eran reclutados por orden del sapainca para que divir-
tieran a sus esposas y otras señoras de la corte. A los enanitos jorobados se les pre-
fería como pajes de señoras y sehores por creer que traían suerte. Precisamente el
dios ialleco que ~elaba por la buena fortuna de la gente tenía figura de jorobado.

Lo mismo sucedía con las mujeres pertenecientes a este gr IpO. A las que podían se
les encargaban labores textiles. de bordado coníección de chu/7lhis y huinchas. prepa-
ración de potajes en las cocinas de algunas familias nobles. a Ias q~le eran donad.ls.

De 18 a 25 anos de edad

~. Sayclpayac Chasquis. I'astores. guerre- ~
ros. Míitavos.

. A/lin suma . ipasculla Acllas para ser
regaladas a los nobles y otros privile-
giados.

6. Mactaclola. Caz.l de a~ es. Di.sec.lción (~. Rotuscatasca. Hilado Pastoreo. Tareas
de su carne. Obtención de plum.ls Par- ag~rícolas en la.s tierras de los señores
ticipación en el ayni interfamiliar ~ min-
gas del ayllu. Ser~-icio al curaca.

De 9 a l clno.

7. Toc/layoc huarnacu1la. Caza de a~es. 7
Obtención de plumas. Hilandería Pasto-
res l.eñadores. ~Uuchachos de mano o
mandaderos de las autoridades.

. PalJIlapa//ac. Recojida de flores tintoreras.
Recolección de yerbas para la dieta fdmi-
liar y de los señores. Poclían ser llevadas a
la capacucha: sacnficios humanos.

De S a 9 anos

8. Puc//acoc hua7-acu7la. A~lclantes de SUS 8. Puc//acoc huan7li hua777-a. En lo mismo
padres por lo común cuid.lndo a sus q~le los varones y además en las labo
hemlanos menc)res. res de la cocina. También como pajes
de las señoras nobles.

De l a 5 anos

9 L/u//o//ocac huanracu7la l uera de la 9. L/ucac huarmiguagua. Igual que Ios
producción. Niños clados al juego y niños cle su edad
para que otrc)s los atiendan y c-liden.
De I dia a 1 ano

lo Guagua quiral~picoc sehés de teta. IO.Llu//u guagl~a huar7)li. Igu.ll q-le los
bebés de su edad.

Como se habrá podido apreciar, estaba nimiamente reglamentado
para que todos produjeran; pero el mayor peso del trabajo productivo
en provecho del Estado recaía innegablemente sobre los hombres y
mujeres de 18 a 50 años de edad.

En conclusión, 1nitai~0 era el hombre casado con o sin hijos. Mien-
tras estuvieran solteros, aun en el caso de tener prole, no podían ser
reputados ni reclutados como tales. A los z~iejos de 50 años para
arriba, incluso en l t circunstancia de estar casaclos no se les conside-
raba como mitayos I'ero en situaciones en que sus hijos solteros
tuvieran de ló a 20 años, éstos acostumbraban a colaborar ayudando
a sus padres adultos. El número de años fijado en la tabla anterior a
cada grupo de edad es aproximado, deducido de lo q~le consta en las
principales crónicas de los siglos ~1 y ~'11. La.s cifra.s exactas .son de.s-
conocidas por las razones ya aducidas. Nadie de los señalados para
ella podía escapar a los deberes de la mita, porque sin prestaciones
de e.ste tipo el Estado se habría visto obligado a detener su marcha.
Paralizar la m¿ta o permitir que escaparan de ella, hubiera forzado a
declarar en ~(recesión al país. Por eso, para quien se negaba a mitar
tuvieron que reelaborar un drástico derecho penal, como el de cerce-
nar los dedos de las extremidades superiores. aparte de acusarles de
~ociosos.~. Se asegura que Huayna Cápac fue quien impuso esta ley, lo
que sugiere que en su tiempo cieltos n~nas comenzaban a escabullirse
de las mitas, pues de lo contrario no se les habría amenazado con
una pena tan draconiana. Funcionario.s especiales vigilaban para que
nadie las eludiera.

Unicamente los que cumplían mitas de servicio militar, es decir, los
que permanecían ocupados en las expediciones de conquista, de repre-
sión y de guarnición se hacían acreedores a estupendos privilegios:
obsequios de ropa, esposas, comidas. coca, joyas, etc. No quedaban,
además, constreñidos a otras prestaciones para las que se exigía
entrega de energía física. Ahí cstuvo la razón para que muchos hom-
bres prefirieran servir como soldados del Estado y no como mitayos
agrícolas ni ganaderos.

Las diversas categorías de trabajo en utilidad del Estado y de los
señores recibían, pues, el nombre de mita, a la cual no hay que con-
fundir con la mi)lga, por cuanto ésta constituía el trabajo obligatorio

Ancklno a
c amina

Anciana
dormilc,na

Joven o
moza

GRUPOS DE EDAD SEGUN LOS SEXOS

Trabajadora

Anciana quc~
trabaja ~
J~ gate~a

10°
Rf~hZ.

xo

Niñc, que
jucga

GRUPOS DE EDAD SEGI-N LOS SEXOS

sebé 9"
(niño) qlle Bcb¿ (niña)

que ~ate

(niño) de 10°
cuna Bebé (niña)
de cuna

no en beneficio del poder, sino en provecho de la comunidad o ayllu
que urgía una serie de obras de infraestructura. Tampoco hay que
involucrarla con el ayni: préstamo de trabajo al pariente o al vecino
con cargo a reciprocidad igual. A nivel de runas no había entrega de
máximo de trabajo ni de máximo de producto; aquí las relaciones
eran de igual a igual, sin explotacion del hombre por el hombre. Las
asimetrías comenzaban a percibirse cuando las relaciones de produc-
ción se presentaban entre comuneros o jatunrunas y el poder, en lo
cual, naturalmente, la aristocracia dominante acaparaba lo mejor y la
mayor parte.

Hay que tener esto muy en cuenta para no seguir cometiendo los
errores en que cayeron los estudiosos hasta la generación anterior a
nosotrc)s, que confundieron lc)s términos y las figuras al extremo de
entender y definir la mita como un trabajo comunal que habría carac-
terizado al Estado del Tahuantinsuyo como una sociedad colectivista
y/o comunista-agraria. Efectivamente clue lo ~ra, pero soldmente a nivcl
del ayllu o comunidad campesina, jamás a nivel del Estado imperial, el
cual, como se ha visto, confiscaba tierras, pastizales y rebaños a los
vencidos, y en forma dulcificada y hasta compulsiva les extraía el

¨ máximo de trabajo y el máximo de producto para hacerse con las ren-
tas que necesitaba para poder funcionar.

Estas realidades, cabalmente, nos llevan a otra conclusión: que e'
Estado nunca se preocupó por la suerte de los ancianos, ni de los
huérfanos, ni inválidos. Las tierras de éstos eran trabajadas por los
miembros hábiles de sus ayllus respectivos, como fruto de una costum-
bre antiquísima que los incas no pudieron ni quisieron destruir. En
suma, sobre la responsabilidad de los jatunrunas recaía íntegramente
el peso de todo, hasta el de mantener a sus ancianos e inválidos.

Cuando el mitayo tenía el auxilio de su mujer e hijos, el trabajo en
lucro del Estado y de sus curacas le resultaba extraordinariamente leve
porque la ayuda de sus parientes le abreviaba el tiempo y la pesadez
de la faena. Pero cuando no ocurría eso la cosa era diferente, ya que
solo, sin el socorro de esposa ni hijos, tenía que hacer toda su mita.
Estos eran los huacc~ar2f na: los pobres. Los que tenían numerosa
prole eran los ricos.

La mita o cualquier otra forma de trabajo productivo, en cambio, no
afectaba a los miemlh,ros de las panacas; o, mejor dicho, al sapainca, ni
a sus familiares, ni a los sacerdotes, ni a los militares de la alta jerar-
quía, ni a la aristocracia imperial y curacazgal en general. El trabajo
productivo sólo era apremiante para los jatunrunas. Lo que equivale a
clecir que la actividad del trabajador era vista como una cosa indigna
de las elites, propia únicamente de las clases sociales bajas. Claro que
el sapainca y sus gobernadores, que también pertenecían a la clase
inca, daban inicio al año agrícola; el primero en la tierra de Sausero,
tomando una taclla y abriendo surcos para echar la semilla. Pero ello
configuraba apenas una mera escenificación simbólica y ritual; pues allí
comenzaba y allí concluía todo el trabajo físico del grupo dirigente y
dominante. Sausero quedaba en lo que hoy está el aeropuerto interna-
cional de la ciudad del Cuzco.

Los inválido.s, deformes de cuerpo y enfermo.s crónicos comprendían el cuarto
grupo demográficc, A diferencia de los otros, pertenecían a él tanto ~arones
como mujeres de cualquier edad, descle niños a ancianos.

Tecnologías y artes

Tecnologías de la frontera agrícola. Andenes, camellones,
mahamaes, cochas, canchas, melgas

La producción agrícola era eficiente pese a la modestia de sus ins-
trumentos agrícolas: mazos de madera para desmenuzar los terrones,
azadas (lampas, racuanas) para aporcar y palos curvados y puntiagu-
dos provistos de un apoyo para excavar (tacllas).

Los peores enemigos de la agriculhlra eran y siguen siendo las incs-
tabilidades climatológicas y los accidentes naturales. Sequías prolonga-
das en unas ocasiones y meses diluviales en otros exponían la produc-
ción a severísimos riesgos, arruinando en muchas ocasiones la siembra
íntegra. En otras partes de la alta serranía, las heladas y granizadas
eran y son un verdadero azote, como sucede en los valles de Caja-
marca y El Mantaro. También la ubicación de las tierras, sobremanera,
en las laderas de cerros sujetos a una fuerte e incontenible erosión. En
el litoral el obstáculo número uno lo constituía la ausencia de lluvias,
salvo los esporádicos aguaceros torrenciales de Piura y Tumbes que
más bien originaban destrozos. De ahí la urgencia de aprovechar las
aguas de riego, que desaparecían en la mayor parte de valles durante
los meses de sequía. A todo lo cual había que agregar la presencia de
montaraces animales dañinos (aves, zorros; zarigueyas, etc.).

Tales dificultades obligaron a los runas a mantener en funciona-
miento una serie de técnicas agrarias, hidráulicas y de conservación de
alimentos que les permitía deshidratar papas y carnes mediante los
ardores del sol y los rigores del hielo, obteniendo así chuno y charqui,
respectivamente, para su almacenamiento. Mantenían en actividad
andenes o terrazas, mahamaes (tierras excavadas), camellones (surcos
gigantescos), cochas (tierras inundadas) y canchas (corrales convertidos
en tierras).

Las terrazas agrícolas, llamadas an~tenes en el Perú y Bolivia, son
superficies de cultivo niveladas en las pendientes con muros de con-
tención y retención normalmente de piedra, aunque también los hay
de tierra y de vegetación, si bien se prefería de piedra por S-l durabili-
dad. Pueden tener una capa de cascajo debajo, o dentro, o detrás del
muro para facilitar el drenaje y oxigenación. Las finalidades de las
terrazas eran concretas: frenar la erosión, ampliar la frontera agrícola,
retener la humedad y formar microclimas.

Los andenes se hacían en barrancos y laderas. Los había compactos,
cubriendo enormes extensiones, y también aislados. Las terrazas para
coca las confeccionaban más estrechas que las de maíz. Habitualmente,
estaban en lugares donde se daban épocas de .sequía y de lluvia (el
8~n/o). Se hacen de tal fc)rma que tienen desviaciones que permiten el
ric go, por lo que poseen canales que fonnan complejas redes, como
puecle verse en Tarmatambo y Macchupicchu.

Para el maíz fue necesario el acondicionamiento de terrazas hume-
clecidas con una complicada red de canales. Estos andenes son impre-
.sionantes escalones cortados y elaborados artificialmente en las falda.s
de los cerros, obras verdaderamente ciclópc as c- imponentes por su
inmensa magnitud. En su construcción intervenían mile.s de trabajado-
res concurriendo en turnos estrictos. Son obras que exigían la remo-
ción de millones de toneladas de tierra y piedra. Los escalones siguen
las sinuosidades del piso, sostenidos por muros de piedra de dist~to
tamaño, según el grado del declive. En el área de Cusco casi todo el
maíz producido en el valle del Vilcamayo fue posible gracias a los
andenes localizados en los cerros colaterales. como por ejemplo en
Pisaj. Allí todo fue dirigido y controladc) por los incas.

También abrían grandes excavacic)nes para acondicionar andenes
subterráneos con forma de anfiteatros, como los de Moray (Maras/lJru-
bamba), con el objetivo de crear microclimas adecuados, a modo de
invernaderos para el cultivo de ciertas plantas ceremoniales y de pres-
tigio en las alturas. Una fuente de comienzos del siglo XVIl habla de
chacras de este modelo en la isla de Titicaca, donde sembraban maíz
y coca de hoja menuda. Siempre las hacían en suelos filtrantes para
evitar inundaciones.

Las terrazas maiceras en el Cusco y en cualquier otro punto de la sie-
rra tenían como fin primordial el cultivo de este grano para la elite diri-
gente y gobernante, que necesitaba el mencionado cereal no para sumi-
nistrar alimentos a una población abundante, sino para acumular un pro-
ducto cle gran estimación y prestigio, muy apreciado y preferido para los
actos de retribución de servicios a guerreros, administradores y acllas, y
para concederlo como regalo a nobles metropolitanos y prolJincianos. De
ahí que la mayor parte de los andenes que todavía hoy existen fueran

cC~eo d.

~ecnolo~ía de los rellcnos de una tcrraza dispuestos en tal forma que tierra,
hutnedad y aireación funcionaron c.llcul.tdamente.
El sistema de camellones permitía a los campesinos de las alturas crear micro-
climas adecuados para la agricultura de tuberosas durante las noches frías.

I )iagrama de una coC~Ja circular. chacras que desempeñaron una gran utilidad
en las grandes alturas.

obras dirigidas y mandadas construir por los grupos de poder, quienes,
para lograrlo, aprovecharon infinidad de tecnologías que ya conocían con
anterioridad. De ahí también por qué, conforme avanzaba la expansión
del imperio, iban confiscando tierras laborables, para cristalizar la gran
preocupación del Estado por extender cada vez más los maizales. Porque
cualquier acto de retribución y redistribución sin algo de maíz se consi-
deraba incompleto. Lo mismo ocurría con las plantaciones de coca.

Los camellones, llamados en aymara y runashimi buarohuaro y
huachos, son surcos artificialmente elevados trasladando y amonto-
nando tierra por encima de la superficie natural, con el objetivo de
proporcionarse mejores condiciones de labranza. Sembraban en las par-
tes altas del terreno o gran surco. La función principal que cumplían
era la de facilitar el drenaje durante las lluvias torrenciales e inundacio-
nes, de ahí que se construían tanto en los valles costeños como serra-
nos. De manera que si los mahamaes configuraban tierras excavadas y
dragadas, los camellones constituían las tierras elevadas. Difieren en
tamaño, forma y orientación. Hay unos que son bastante bajos y
anchos, y otros más altos y angostos: dependía del carácter de la inun-
dación. Existen algunos que tienen hasta 2 metros de alto por 25 de
anchura y 500 de largo; de modo que entre camellón y camellón hay
una zanja, simulando en conjunto el lomo de un dromedario, de
donde deriva precisamente la palabra camellon. Las zanjas cumplían
funciones específicas: avenamiento del subsuelo, drenaje, riego, pisci-
cultura y fuente de nutrientes para el terreno.

Todos los camellones existentes en el área andina están en lugares
sujetos a inundaciones estacionales, donde la siembra es imposible sin
alguna clase de drenaje: bordes del Titicaca, valle de Casma, llano de
Moxos, tierras de Cayambe y Carangue, Huancavilca, etc. En Moxos las
zanjas miden un 1 metro de ancho y de 20 a 25 centímetros de
hondo, con un espacio de 2 a 10 metros entre ellos. Pero también
confeccionaban camellones estrechos.

Otra técnica para aprovechar los suelos con fines agrícolas fue la de
las hoyas o mahamaes o tierras ahondadas, privativa de los desiertos
costeños Las excavaban retirando toneladas tras toneladas de arena,
hasta alcanzar las proximidades de la napa freática para utilizar su
humedad alimentada por las aguas subterráneas. Jamás pasaban de la
napa para evitar inundaciones. Allí cultivaban valiéndose de las cabezas
de las anchovetas o anchoas, usadas como fertilizante.

Por poco, todos los mahamaes están ubicados en las partes bajas
de los valles de los ríos, donde el nivel acuífero queda cerca de la
superficie La arena retirada se amontonaba en los costados, formando
altas lomas, rodeando tierras de hasta 200 metros cuadrados, que se
sucedían unas al lado de otras. Ahí sembraban maíz y árboles frutales
con cosechas en cantidades paradisíacas. Los españoles se quedaron
atónitos al verlos en pleno funcionamiento y rendimiento en las pam-
pas de Villacurí (Pisco-Ica) y Chilca; pero también los había en Viru,
Chanchán y otros lugares del litoral norteño.

El antiquísimo USO de cochas es propio de las tierras altas localiza-
das en punas o estepas. Son hondonadas o depresiones artificiales
abiertas en el terreno para acumular el agua de las lluvias. La siembra
se realizaba en sus orillas, que por estar siempre mojadas resultaban
más fértiles que los otros terrenos de la meseta. Por cierto que lo que
allí cultivaban y siguen cultivando es sólo papas, con la finalidad de
que los aguaceros no erosionen el piso. En tiempo de sequía (que en
nuestro hemisferio corresponde al invierno) la tierra queda hecha un
secadal, reseca. Algunas exhiben hasta 50 metros de diámetro, por dos,
tres y cuatro de profundidad, lo que indica que eran preparadas
mediante el trabajo colectivo (minga) docenas de personas que inver-
tían miles de horas para coronar exitosamente obras tan extraordinarias,
aun en el caso de aprovechar concavidades naturales. Entre cocha y
cocha hay sangraderas para alimentarse de aguas unas a otras seg~n las
cirCunstanciaS Gracias a ellas fue posible vivir en las altufas extremas.

Las canchas o corrales cercados de pircas (piedras menudas y
medianas) servían y sirven para encerrar al ganado durante la noche.
La taquia (estiércol) acumulada allí, más la humedad de las lluvias, la
aprovechaban acondicionando terrenos de cultivo, en tanto el hato era
reubicado en otros rediles y majadas. También es un sistema inherente
a las tierras altas de la puna o estepa, ecología propia para los tubér-
culos, en especial papas.

Finalmente, cabe apuntar cómo en 1972 aún seguían en uso, en el
Perú solamente, 1.000.000 de hectáreas ubicadas en andenes 78.000
hectáreas localizadas en camellones y 53.000 situadas en cochas. Total:
1.128.000 hectáreas, lo que equivale al 48,15% de la superficie agrícola
de la sierra peruana en el mencionado año, que sumaba 2.342.604
hectáreas .

Como se aprecia, el suelo agrícola, ora en la sierra ora en la costa,
en un elevadísimo porcentaje fue el fruto de la preocupación y
esfuerzc) humano (recurso social) y no un don de la naturaleza. Los
terrenos andinos no llegaron a ser un obsequio de la naturaleza,
debido al escenario demasiado abrupto de la geografía. Por lo tanto,

Nombre quechua

1. Abinca
2. Achira

3. Achoojche

Genero

Cucúrbita
Canna

Cyclanthera

fue necesario que la sociedad los creara en gran número, sobre todo
donde no existían, e incluso donde los había pero en cantidad deficita-
ria. Así fue como, mediante prácticas artificiales, transformaron el sis-
tema natural tanto biológica como edáficamente, con el deseo de
extraer el máximo de provecho a corto plazo. Para asegurar el abaste-
cimiento de alimentos hacían uso de canales de riego, abonos, drena-
jes, rotación de cultivos y descanso de suelos, que contribuían a con-
servar las parcelas en forma excelente.

Otra táctica fue (y sigue siendo) el policultivo, o sea, la presencia
de distintas variedades y especies al lado de un cultivo principal, pero
en una sola tierra ubicada en cualquier piso ecológico. A través de
dicho procedimiento, que no tenía nada que ver con el monocultivo,
obtenían cosechas tan numerosas y heterogéneas como son las zonas
de vida en la sierra, venciendo a su vez los riesgos que conllevaban
los monocultivos. Los jatunrunas impusieron, pues, los policultivos,
sembrando por pedazos, en un solo lote, papas, ollucos, ocas, mas-
huas, quinua, tarhui, etc. Estas asociaciones de distintas semillas en una
sola hijuela, en Cajamarca, ahora reciben el nombre de melgas, consi-
derándoselas muy eficientes desde la óptica agrícola, porque cada
especie tiene diferentes requerimientos de nutrientes. Si a ello agrega-
mos los períodos de descanso para recuperar las materias orgánicas, la
fertilidad del terreno retornaba con fuerza. Las melgas cajamarquinas
son la mejor lección del ideal andino de diversificación de la agricul-
tura, hasta el punto de llevar a sus poseedores a subdividir sus parce-
las en lonjas de suelos destinados a una comunidad de semillas y plan-
tas contiguas a un producto importante.

Plantas domesticadas

A manera de síntesis, he aquí un listado de las plantas domesticada~
que los antiguos pobladores andinos sembraban en sus terrenos ubica-
dos en diferentes nichos ecológicos:

Nom/ore común

Calabaza

Achira (tubérculo de
clima cálido)
Caiguas
7:
8.
9.
10.
1 1 .
12.
13.

14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.

24.
25.
26.
27.
28.
29.

30.
31

32
33.
34.
35.
36.
37.
38.
39.
40.
41.

Achupalla
Ajipa
Amarucachu
Amancay
Ancara
Anyu
Apichu, cumara
Apincoya
Aricona o aricuma
Arracacha o racacha
Ayahuasca
Ayrampu
Cachuma o cachún
Cañigua
Cantu
Ocas
Chachacoma
Chinchi, uchu
Chirimoya
Chonta
Chuchao
Chuy
Coca
Cohuacho
Coimi
Cullash, variedad
de molle
Cuyuy
Huacatay

Huantuc
Huayau
Huillca o vilca
Huitoc;
Inchis
Jataco
Lacayote
Lambrán o ramran
Marcu
Masasamba

Ananas
Cacara
Polianthas
Amarillis
Legenaria

Tropaeolum
Ipomea

Passiflora
Polimnia
Arracacia
Banisteria
Opuntia

Solanum muricatum
Chenopodium

Cantua
Oxalis
Escallonia
Capsicum
Annona

Guileilma
Frucraea
Phasaeolus

Erythroxylum
Cucúrbita

Jícama
Amarucachu
Azucena de Indias
Calabaza
Anyu
Camote
Granadilla
Llacón
Zanahoria andina
Ayahuasca
Cactus
Pepino
Cañihua
Cantuta
Ocas
Chachacomo (árbol)
Ají
Chirimoya (fruta)
Chonta
Penca
Frijol o frejol
Coca
Calabaza
Amarantus Amarantu

Schinus
¿Ruda?
Tagetes

Datura
¿Salix?
Piptadenia
Genipa
Arachis
Amarantus
Cucúrbita
Alnus
Ambrosia
Annoa

Molle
Ruda (condimento)
Huacatay (condi-
mento)
Huantuc

Vitoc
Maní
Jataco
Calabaza
Aliso
Marco
Guanábana

~'.. ,,~1

Las melgas de cajamarca permitían obtener cosechas de varios productos en
una misma parcela de dimensiones modestas. En la actualidad continúan en
plena vigencia.
262

42.

43.

44.
45.
46.
47.
48.
49.
50.
51.
52
53.
54.
55.

~6.
S7

58.
59.
60.
61.
62.
63.

64.
65.
66.
67.
68.
69.
70.
71.

72.
73.

74.
75.

Matti
Mulli
Nucjchu
Pacay
Pacpa
Pallar
Palta
Pamuco
Pante
Papa
Papaya
Paico
Piris
Pirca

Pischic
Pisonay
Schinus
Salvia
Inga

Legenaria

Mate
Molle
Salvia
Pacay
Frucraea Maguey
Phaeaeolus Pallar
Aguacate
Pamuco
Panti

Persea
Crescentia
¿Polymnia?
Solanum
Carica
Chenopodium
Capsicum
Lycopersicum,
Cyphomandra
Sambucos
Erythrina

Paro o puru Legenaria
Purush Passiflora
Puruto, poroto Phasaeolus
Quenuar o quingual Polylepis
Quihuicha Marantus
Quinua, quihina Chenopodium
Quishuar
Rocoto
Rucma
Rumu
Sahuinto
Sapallu
Sara
Sarasara

Sairi
Suchi

Sulloco
Tara, taya

Duddleia
Capsicum
Lúcuma
Manihot
Psidium
Cucúrbita
Zea
Paspalum

Nicotiana
Plumieria

Sapindus

Caesalpinia

Patatas
Papaya
Paico
Variedad de ají

Tomate andino
Saúco
Pisonay (arbol de
flores escarlatas)
Calabaza
Pasionaria
Frejol, friioq
Quenñual
Quihuicha
Quinua
Quishuar
Rocoto, chili
Lucma
Yuca
Guayava, guava
Calabaza, Zapallo
Maíz
Maicillo,
yerba forrajera
Tabaco
Suchi (árbol de
hojas fragantes)
Sulloco
Tara (árbol para teñir
y de frutos comesti-
bles)

76. Tarh~iJ
77.- Tintin
78. Tumbo
79. Uchu
80. Ulluco, olluco
81. Uncucha
82. Unguna
83. Usum
84. Utcu
85. Yacón, llacón

Clasificacion de los suelos

Lupinus
Tacsonia
Tacsonia
Capsicum
Ullucus
Xanthosoma
¿Curcuma?
Prunus
Gossypium
Polymnia

Altramuz, chocho
Granadilla
Otra granadilla
Ají en general
Olluco
Uncucha
Unguna
Capulí
Algodón
Llacón, tuberosa
comestible

Gracias a la práctica y experiencia agrícola, tenían sus propias
maneras de clasificar a los suelos, basándose en el sistema natural,
resultando éste de las propiedades mismas del terreno. El punto de
partida era y es el perfil del suelo, tomando en cuenta su color, la
temperatura, la profundidad y otros aspectos, incluso los sociales.

Sin embargo, la fuente etnográfica advierte algunas diferencias en
lo que respecta a este título a lo largo y ancho del perímetro andino.
En Cajamarca, p. ej., los suelos eran clasificados en base a su fertili-
dad, a la que explicaban según el color de cada cual y de acuerdo al
grado de aceptación de éstos hacia las plantas. En tal faceta, en la
sierra septentrional se dividían (y se siguen dividiendo) en seis clases:
1° Yanaallpa o tierras negras, las más propicias y convenientes para
los cultivos; 2° Ancashallpa (o azulallpa), tierras azules, también de
bastante productividad; 3° Socoallpa o tierras marrones, de poco ren-
dimiento; 4° Carguallpa o tierras amarillas, casi improductivas; 5°
Shinshaallpa o tierras gredosas, totalmente improductivas; y 6° Yurac-
allpa o tierras blancas: áridas, cuarteadas e improductivas en abso-
luto. O sea que el color de los suelos anunciaba su nivel de fertilidad
o infertilidad.

Pero también hay evidencias etnográficas que señalan cómo en
cada nicho ecológico tenían una clasificación específica de suelos. En
el ecosistema Quechua de la zona del Cusco, por ejemplo, según lo
recogido por G. Rengifo, era la siguiente:

1° De conformidad a la temperatura o clima: a) coñiallpas o tierras
calientes; y b) chiriallpas o tierras frías.
Las coniallpas son suelos de textura predominantemente fresca
poco pedregosos, con leve incidencia de heladas y de riesgo eventual,
por lo que los sembrados proporcionaban (y proporcionan) cierto mar-
gen de seguridad y producción aceptable. Por allí los períodos largos
de descanso son prácticamente desconocidos. Sobre todo los utilizaban
de manera intensiva para el maíz.

Las chiriallpas, suelos de texturas diversas (francos, franco-arcillo-
sos) tienen reducidas capas de humus, lento índice de mineralización,
coloración oscura y p.h. ácido. El porcentaje de humedad de algunos
de estos terrenos es considerable. Están, sin embargo, expuestos a fuer-
tes incidencias de heladas y sometidos a rotación sectorial y descansos.

Tanto los suelos chiri como los coni no gozan de las mismas carac-
terísticas en todas partes. Y algo más: se pueden subdividir en varios
tipos, ya que ciertos factores, como la humedad, generan los subtipos
api y chaqui; la profundidad produce los tipos cara y atu1l, la topo-
grafía, los tipos pampa y cata; los riegos, los tipos carpaniyoc y
manaca 1paniyoc. Y cada variante la afecta cle distinta manera.

En los suelos chiri, precisa y particularmente, es donde las ~;ases de
actividad y descanso son básicas, con un intervalo de barbecho. Pero
ahí no concluye este proceso, porque en cada fase puede~ existir, a su
vez, estadios. Así, en la fase de actividad una tierra puecde estar en su
primer o segundo, o tercer período de rotación de cultivos. Y en la
fase de descanso, puede estar en el estadio del segundo, o tercer, o
cuarto año de recuperación.

2° De acuerdo a la profundidad, se clasificaban en: a) atun o
grueso, y b) cara o delgado.

Los atunallpas o jatunallpas o suelos gruesos o grandes se tipifican
por ser de mediana fertilidad, con textura predominantemente franco-
arcillosa y semiprofundos. El contenido de humus es bajo, con frecuen-
tes problemas de drenaje interno. Las heladas los afectan de forma
variable, según y cómo el lugar que ocupan. Preferentemente se hallan
en las partes más altas de este piso ecológico.

Los caraallpas o suelos superficiales, localizados primordialmente en
las pendientes, ya sean de zonas altas o bajas, se caracterizan por su
bajo contenido de materia orgánica. Del mismo modo, por estar erosio-
nados y ser de escasa cobertura vegetacional su textura es variable.

La taxonomía campesina que se acaba de referir muestra que
guarda algunos puntos de contacto con los modelos clásicos de clasifi-
cación de suelos, pero también ciertas diferencias. Ambos son modelos
operativos e instrumentales, por cuanto sirven para dar cuenta de las

peculiaridades del terreno y de su capacidad potencial de uso. Las dos
clasificaciones tienen en cuenta las propiedades físicas de los suelos:
humedad, drenaje, topografía, profundidad, fertilidad. Así determinaban
los tipos de calidad y sus capacidades agropecuarias. Análogamente,
los dos enfoques utilizan indicadores ecológicos como otra de sus
variables: presencia de heladas y temperatura. Según lo expuesto, no
obstante, parecería que para la taxonomía andina el factor de impor-
tancia capital era el térmico.

Las diferencias se descubren en la gestión de los recursos y en la
interpretación sobre la capacidad de uso de los suelos. Así, tenemos
que la clasificación moderna no toma en cuenta la gestión del suelo en
sí, ni tampoco le interesa si su uso está sometido a reglas colectivas o
no. En cambio, en el sistema taxonómico andino, en muchos tipos de
suelos se entrecruzaban (y siguen entrecruzándose) los factores físicos y
ecológicos con los sociales, conformando todos ellos una unidad, como
ocurría con las áreas nucleares y sus enclaves lejanos y/o cercanos.
- Para la clasificación moderna lo que más importa son los datos físico-
químicos, con la finalidad de fijar la capacidad de uso, señalando dónde
predominan los terrenos con gran capacidad de rendimiento, y dónde el
ejercicio agropecuario es temerario para tales y cuales productos.

Sistemas de riego

La agricultura constituía el grande e inagotable recurso del país, de
ahí la alegría y gratitud ante la llegada de las aguas. La tierra se prepa-
raba y sembraba en medio de fiestas, evitándose toda construcción de
edificios en terrenos labrantíos. Y producían una gran cantidad de pro-
ductos con un arado rudimentario: la taclla.

En la costa el hombre tuvo que dominar el agua, luchando contra
su exceso en ocasiones y contra su carencia en otras, tan nocivo en
una como en otra situación. Mediante canales de riego y drenaje
hacían retroceder al desierto y desecaban los pantanos. Con suma inge-
niosidad controlaban la producción agrícola del desierto, gracias a una
organización colectiva ligada al parentesco y a la magia. Las culturas y
civilizaciones del litoral surgieron por imperativo hidráulico y del
talento y energía de sus protagonistas o habitantes.

Durante el incario, tanto en las tierras altas (sierra) como en las
bajas (costa) continuaron en pleno uso los canales de riego en Lamba-
yeque y Chicama (de origen Mochica); en Piura (de raigambre Tallán);
~ ; 0 ~ ~r
en Lima (de procedencia Maranga) y también los acueductos subterrá-
neos de Nasca, verdaderas galerías filtrantes. Cuando las parcelas queda-
ban en terrenos llanos y en la superficie del suelo, que eran la mayoría,
se regaban empleando la técnica del surco, que podían ser rectos o
rectos con líneas perpendiculares para acumular el líquido. Los surcos,
por ser de tierra, sólo duraban mientras la planta necesitaba humedad.

Había canales intervalles en Chicama, Lambayeque y Tallán. En este
último, por ejemplo, gracias a esto el río Chira vertía sus aguas al Piura
durante los cinco meses que éste permanecía sin suministro propio. No
cabe duda, fueron unos insignes proyectistas en infraestructura hidráu-
lica. Sin ríos ni conductos de agua la vida habría sido imposible en el
litoral, lo que para ellos fue una verdad indiscutible. Pero hay valles
cuyos torrentes se secan algunos meses del año; en dichos lugares
solucionaban el problema cavando pozos ~ haciendo mahamaes.

El agua también era contenida en presas de tierra y piedra. En aque-
llos depósitos guardaban el líquido elemento para conducirlo a través de
acequias de riego y asimismo para SU empleo cloméstico. Se les daba,
por igual, el nombre de cochas, sobre las cuales los mitos y manuscritos
referentes a Huarochirí hacen alusiones incesantes. Las presas eran muy
frecuentes en lugares sujetos a largas sequías en las tierras altas.

Cuando los lagos y raudales amenazaban con desbordamientos, los
contenían edificando diques (paredes de piedra y tierra, o sólo de tie-
rra), o construyendo represas cerradas o parcialmente cerradas, como
esos vestigios que aún pueden verse en algunos sectores aledaños al
lago Titicaca.

Tales tecnologías hidráulicas resolvieron la necesidad de productos
alimenticios para saciar el apetito de los integrantes de los ayllus. Sin
embargo, las aguas acumuladas en las cochas de las punas del Collao
parece que no solamente sirvieron para abastecer a los ayllus, sino
también para producir excedentes a favor del Estado, el cual los preci-
saba para redistribuir alimentos a sus artesanos y especialistas que
vivían trabajando en las llactas del altiplano, pues algunas de ellas se
erigían en sus cercanías, como las de Ayaviri, Jatuncolla, Paria, etc.

Instrumental agrícoLa

Conocían un instrumento agrícola de distintas formas y de diversos
nombres según las zonas; pero más comúnmente se le llamaba chaqui-
taclla, cuya traducción al español es tirapie o arado depie un utensi-
lio de pie y mano para la labranza. En los Andes centrales y del sur es
una herramienta muy antigua, remontándose probablemente a 2500
años antes de Jesucristo. En los Andes del norte o septentrionales
comenzó a ser difundida por los incas, sin lograr la plena aceptación
de los campesinos de dicha zona.

Las chaquitacllas, por lo general, eran y siguen siendo de tres
modelos: 1° rectas, que permiten más facilidad y eficacia en terrenos
de poca pendiente; 2° semicurvas, de mayor longitud que las anterio-
res, pero muy funcionales en terrenos de alta pendiente; y 3° las cur-
vas, aptas para trabajar en suelos de poca inclinación.

En cualquiera de sus tipos consta de cuatro partes: timón (huire),
mancera (oisu), cuerpo bajo (takill pu) y cuchilla (corama). En con-
junto tiene la figura de una barra de palo, unas veces curva y otras
recta. También lleva un mango en el tercio superior del timón para
apoyar la mano con la finalidad de mantener el equilibrio y guiarla
durante el trabajo. Su tamaño varía de acuerdo a las regiones, sobrepa-
sando unas veces la estatura del trabajador, pero nunca más abajo de
los hombros. Las maderas preferidas son las más duras: lloque, chacha-
como, tassta, huarango, huranhuay, quenua y quishuar

La cuchilla es uno de sus órganos fundamentales, ya que con ella
se abren los hoyos o huecos para remover la tierra y meter las semi-
llas. Penetran de 15 a 20 centímetros gracias al impulso que se hace
con el pie izquierdo, lo que permite cortar verticalmente el suelo, for-
mando prismas de tierra (champas) para voltearlas con la misma cuchi-
lla, que en ese momento funciona como una palanca de primer
género. Las mencionadas cuchillas, por tal razón, tienen que ser muy
resistentes; he ahí por qué las había de piedra dura, previamente labra-
das y acondicionadas; también de bronce, y finalmente de madera muy
consistente, tostada. Las cambiaban continuamente debido a su des-
gaste. El uso de una u otra cuchilla dependía de la textura del terreno.

Para que la chaquitaclla funcione, el trabajador tiene que moverse
dando pequeños saltos, con la finalidad de presionar con casi todo el
peso de su cuerpo para que la cuchilla se introduzca en el suelo. Pre-
cisamente en esta operación influye la curvatura de la herramienta.
Como se ve, arado y hombre se articulan como si fueran una sola
máquina. En efecto, este modesto apero se mueve con el pie, práctica-
mente como si fuera una máquina simple, abriendo pequeñas cavida-
des tanto en lugares llanos como en laderas. Su utilidad era y es tan
enorme que la chaquitaclla les servía para preparar el terreno, sembrar
tubérculos y semillas, aporcar, desherbar, cosechar y hasta para abrir
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canales de riego. ~n las parcelas ubicadas en fuertes declives, con
superficies irregulares y espacios estrechos, sigue siendo la herramienta
agraria insustituible hasta nuestros días, debido a la imposibilidad de
meter allí yuntas de bueyes y equipos motorizados. Además, ayuda a
detener la erosión porque no disgrega las partículas que componen las
champas o prismas de tierra; tampoco modifican su contextura, como
sucede con el arado de vertedera.

Pero aparte de la admirable chaquitaclla, entre otras herramientas
figuran la jallmana, la raucana o racu ana, la chira o sichira, las
chlncas o astas de taruca (venado andino), la huactana, el allachu, el
huarmicpananan~ la cas-una y la cupana.

A la jall~nana la hacían de tres huesos de llama unidos, con filos
muy cortantes en sus extremos, amarrados con fuerza a un largo palo
de chachacomO. Empleando la percusión la introducían en el suelo
levantándola y dejándola caer de una altura variable. Con ella aporca-
ban tubérculos y maíz, desherbaban, escardaban y mullían la capa
superficial del terreno con el objetivo de conservar la humedad. En
suma, las jallmanas más largas tienen 85 centímetros, con un peso de
un kilo y medio.

La raucana (o racuana, como se dice en el departamento de Caja-
marca) no es otra cosa que un azadón, cuya lámina es de madera dura
de chachacomO~ y de donde el utensilio recibe el nombre de raucana,
que traducidO al castellano significa excavador Al gastarse por un lado,
se voltea por el otro, para prolongar su duración. Su longitud no
excede de 40 centímetros y se utiliza para cosechar tubérculos, en
eSpecial papas; pero también sirve para desherbar y sembrar granos
finos quinua, cañigua, quihuicha. Escasamente pesa medio kilo.

La chira o sichira es una hoja de madera de chachacomo, plana y
de figura oblonga Lleva un mango ligeramente curvado, que sirve de
empuñadura. La plancha tiene sus extremos cortantes que se hunden
en el suelo. Se utiliza en el aporque de tubérculos, maíz y apertura de
canales Es un buen complemento de la chaquitaclla. Es de poco peso
(500 gr) y de corto tamaño. Cuando se acaba el filo por un lado, se le
da la vuelta.

También se servían de las ramificaciones de los cachos o astas de
los venados andinos (taruca) para la cosecha de tubérculos. Una de
las citadas ramificaciones se aprovechaba como mango o empuñadura
y la otra para romper la tierra, a modo de un perfecto escarbador.
Tirando del mangO levantaban las tuberosas, extrayéndolas el trabaja-
dor por las hojas, para sacudir después la tierra y apilar el producto en
montoncitos. Así recolectaban papas, ullucus, ocas. Esta herramienta
duraba y dura muchos años. Son pequeñas (25 centímetros en total) y
apenas con un peso de 400 gramos.

La huactana es una pieza de madera resistente de estirada empuña-
dura, un tanto curvada. Les servía para trillar los manojos o gavillas de
quinua mediante movimientos oscilantes de vaivén, como si fuese un
cilindro trillador. No deteriora la paja, separando los granos con facili
dad. Por lo general, la trilla es realizada por dos personas.

Asimismo hay que mencionar el allachu, artefacto para excavar
tubérculos y sembrar cereales. Es un largo palo de chachacomo con
una lámina de piedra amarrada con cueros. También hay que citar e
huarmicpananan, herramienta igualmente de chachacomo, exclusiva
de las mujeres, quienes la manejaban y siguen manejando para deste-
rronar y como auxiliar de la taclla en el aporque de papas; en su cabo
inferior lleva adherida vigorosamente una piedra circular finamente
agujereada en el centro.

Y finalmente unas hachuelas de piedra, tan grandes como la palma
de la mano con los dedos unidos. Las empleaban para extraer papas y
fueron muy comunes en la sierra central (Huanca y Angarae).

La tecnología de los tubérculos deshidratados

La materia prima del chuño es la papa, pero no cualquier papa
sino la amarga (luque o ruque); y sólo en caso de faltar ésta se
tomaba la negra, o la blanca. Si el chuño era preparado para las elites,
se seleccionaban los tubérculos amargos grandes; pero cuando se hacía
para el resto utilizaban de todas, incluso las malogradas y engusanadas.
Existían, además, dos clases de chuño: el negro y el blanco (tunta),
cada cual con su tecnología propia.

Su elaboración siempre comenzaba a fines de mayo, concluyendo
a mediados de julio, tiempo propicio en las tierras altas debido a
las heladas y bajada de las temperaturas. Desde luego que en ese
lapso, según las zonas, hay noches más gélidas que otras; así, en
Llavi (territorio Lupaca) soportaban los fríos más crueles a mediados
de julio. En la isla de Amantaní (área Colla) consideraban como la
omás fría a la parte alta, mientras que al sector bajo lo considera-
ban ~muy cálido~.

Para el procesamiento del chuño negro realizaban en el Altiplano
las siguientes operaciones:
~'\

k

Raucana o Racuana

OTROS INSTRUMENTOS AGRICOLAS

Allachu Huarmicpananan Cupana

OTROS INSTRUM~NTOS AGRICOLAS
1" Escogían las papas.

2° Las acarreaban a una tierra en descanso, o a un pastizal cercano a
la vivienda, considerado como el más frío. Si no lo tenían, pedían pres-
tado el terreno a un pariente, para trabajar mediante la ayuda mutua
(ayni). En algunas ocasiones todo el ayllu trabajaba en un solo espacio
amplio que reunía los requisitos indispens~bles; pero no mezclados sino
separados, cada familia nuclear formando su grupo respectivo. Si este
sitio quedaba lejos de sus casas, levanta~n temporalmente una o más
chozas con palos de colli y piedras, techadas con paja, o totora si esta-
ban en puntos aledaños a lagos. El traslado lo efectuaban en llamas y/o
cargándolas (hombres y mujeres) sobre sus espaldas, en mantas.

3° Extendían las papas separadas unas de otras sobre la yerba. Pero si
ésta no existía, esparcían paja ex profeso. ~hí las dejaban por un tiempo
que variaba de acuerdo a la época elegida, o mejor dicho a la intensidad
de la helada y de la frialdad del lugar. De manera que durante heladas
muy crudas, bastaba de tres a cuatro días; pero en las que no reunían
~ virulencia se necesitaban siete días y a veces más. Como es lógico,
durante ese tiempo tamhién permanecían expuestas al sol.

4° Para avcriguar el estado de su ~maceración~, a algunas las apreta-
ban con la mano. Si brotaba un líquido chispeante, es que estaban lis-
tas. Hacían luego montoncitos en el suelo. Y ahí, las mujeres descalzas
las pisaban para exprimirles el jugo. Unicamente en ocasiones excep-
cionales intervenían en esta faena hombres y niños. El argumento que
esgrimían para tal hecho era que las mujeres pesan menos que los
varones Y sostenían que existían ciertas mujeres más hábiles que otras
para realizar el referido ejercicio.

5° Cumplida la tarea anterior, otra vez las extendían en forma raleada
quedando a la intemperie de tres a siete días, según la fuerza de la helada.

6° Transcurrido el plazo, hombres, mujeres y niños frotaban las
papas contra el suelo, hasta dejarlas peladas.

7° Tendían en el suelo una manta de dos a tres metros por lado,
encima de la cual colocaban el producto. Se amarraban otra pequeña
manta al cuello formando un bolsón, en el que depositaban el chuño.
Entonces, aprovechando el viento, los tomaban con las manos para arro-
jarlos, yendo a caer a la manta desplegada en el suelo, adonde el chuño
llegaba limpio, puesto que el aire se llevaba las partículas de cáscara seca.

8° Acto seguido, lo recogían en la misma manta extendida para
pasarlos a sus moradas, en donde lo metían en sus pirguas cilíndricas
cnmaromadas con sogas de paja, y erguidas en las partes más altas de
S-IS dcspcnsas. En pocas ocasiones confeccionaban pirguas de cuero.

La tecnología del chuño blanco en gran parte era similar a la del
negro, justo hasta el momento del pisado. Pero después de terminado
éste, se proseguía con los siguientes pasos: 1° En la madrugada, antes
de que el astro rey hiciera acto de presencia, lo recogían para ponerlo
en redes de cordeles hechos con una conocida especie de paja, en
cuyo fondo tenían amontonada otra calidad de paja. 2° Lo conducían a
charcos o a acequias corrientes si es que las había, dejándolo allí de 45
a 60 días y noches. Aunque también lo podían dejar solamente de 14 a
21 días, obteniendo un producto que recibía el nombre de moraya. A
las papas frescas congeladas apenas en una noche de helada se les
decía cachuchuño. 3° Transcurrido el período de 45 a 60 días, lo exten-
dían en terrenos especiales para secarlo con el sol diurno y con las
heladas nocturnas. Dicha operación duraba de dos a tres días. 4° Des-
pués recogían el chuño blanco, conduciéndolo a sus casas para almace-
narlo de la misma forma que al negro. Sólo cuando se trataba de muy
exiguas porciones, los guardaban en costales de pelo de llama.

El deshidratado de las ocas era idéntico al del chuño negro, reci-
biendo en tal circunstancia la designación de caya. Pero si la procesa-
ban siguiendo las fases de la moraya, se le decía umacaya.

En lo que toca a isaños y ollucos (papa lisa) no eran sometidos a nin-
gún tratamiento de deshidratación; al primero por excesivamente amargo,
y al segundo por demasiado pequeño. Por lo menos así lo aducían ellos.

El chuño tiene la ventaja de poder guardarse un tiempo largo, hasta
la próxima temporada de heladas, a diferencia de la papa fresca que se
arruga, envinagra y echa raíces a los pocos meses. Claro que el chuño
negro sólo representa algo más de la tercera parte de la cantidad de
papas empleadas en hacerlo, pero no pierde agua (19,6), calorías (321),
proteínas (1,8), carbohidratos (77,6), fibra (2,0), cenizas (0,4), calcio
(80), fósforo (57), hierro (3,5), tiamina (0,5), riboflavina (0,14) y grasa
(0,2). Tales son los porcentajes en 100 gramos de parte comestible.

Tecnología ganadera

Las fuentes linguísticas y la etnográfica evidencian que las etnias
ubicadas por encima de los 4.000 metros de altura, donde la agricul-
tura es ya marginal, la ganadería constituía (y constituye) la base de la
economía familiar. Ahí todas las unidades domésticas poseían animales
y sólo excepcionalmente carecían de ello algún que otro hogar. La
alpaca constituía la especie más importante, si bien llamas no les falta-
ban en ningún momento. La estrategia consistía en que cada familia
tuviera rebaños pequeños, pero mixtos, es decir, compuestos dç alpa-
cas y llamas, dando preferencia a las primeras. Su cantidad difería de
una unidad doméstica a otra.

Los mencionados camélidos les producían carne para alimentarse
fibras, cueros, huesos y guano, parte de lo cual cambiaban por produc-
tos de otras ecologías. Preferían la alpaca por su pelo de varios colores
y por su carne de poca grasa y elevado calor proteico. La piel de las
crías muertas las elegían para confeccionar alfombras y prendas de vestir.

La crianza de las alpacas tiene sus riesgos e inconvenientes. Las de
pelambre blanca exigen más cuidados por considerárselas más débiles
que las de colores. No todas las alpacas hembras pueden ser fecunda-
das (aproximadamente sólo el 80%), de las que apenas la mitad pueden
dar una cría al año, después de 11 meses de gestación. Y de las crías
nacidas a veces sucumben la mitad a causa de enfermedades, principal-
mente diarrea, para la cual las medicinas tradicionales no son efectivas.
Pero es en los meses de sequía, cuando má.s sufren por falta de pastos,
enflaqueciendo y quedando propensas al ataque de enfermedades. Sin
embargo, sus pezuñas almohadilladas no erosionan los pastos.

Las llamas, en cambio, como animales más resistentes que las alpacas,
corren pocos riesgos. Producen carne, fibras, pieles y abono, además de
proporcionar servicios como bestias de carga; pero económicamente rin-
den menos que las alpacas. El lento crecimiento de su pelambre dura tres
años; y como burda que es solamente sirve para elaborar sogas, costales y
telas tocas. Muy pocas de sus crias fallecen. Las llamas también tienen más
peso y, por lo tanto, rinden más carne utilizada para elaborar charqui.
Como animal de transporte resultó demasiado útil cuando los pastores rea-
lizaban viajes largos para efectuar sus intercambios o trueques.

Los rebaños mixtos permitían aprovechar las ventajas de ambos
rumiantes, y al mismo tiempo superar sus desventajas. Por eso combi-
naban proporcionalmente la cantidad de las dos especies, para que así
las deficiencias de las unas se compensasen con las bondades de las
otras: la alpaca por su fibra, en tanto que la llama por su carne y
constituir la mejor bestia de carga. El rebaño mixto les daba mayor
seguridad económica en tan hoscas ecologías.

Los pobladores de las alturas, desde niños, manifestaban ya sus
deseos de tener ganado. Disfrutaban de diferentes tipos de pasturas y
mano de obra familiar y vecinal para las tareas pecuarias, y cambién de
una serie de conocimientos para su crianza, manejo y control. Así, en
agosto era cuando separaban a las alpacas preñadas para arrearlas y
meterlas en los mejores pastos, mientras que las que no esperaban
crías iban con los machos a otros prados no tan copiosos.

La esquila la ponían en práctica los meses de noviembre y diciem-
bre, antes del inicio del verano con lluvias, utilizando para ella cuchi-
llos de obsidiana. Dicha operación preferían hacerla cada dos años. De
modo que quienes poseían bastantes cabezas esquilaban la mitad del
rebaño un año y la otra mitad al siguiente. Muchos, no obstante, las
esquilaban anualmente pese a no obtener una buena fibra. Pero de
todas maneras a los animales de color les arrancaban el pelo preferen-
temente cada dos años para así obtener una pelambre excelente para
hilar y hacer trueques. Durante la citada extracción de fibra, aprovecha-
ban la ocasión para: 1° curar la enfermedad de la caracha (sarna); 2°
clasificarlas por su rendimiento de fibra; y 3° seleccionar a los futuros
reproductores .

El parto de las alpacas se produce entre enero y marzo, aunque
pueden presentarse nacimientos extemporáneos en noviembre y junio,
cuando las hembras permanecen con los machos todo el año. Los pas-
tores se esmeran en ayudar a las parturientas en sus alumbramientos,
cercenando el cordón umbilical con una piedra filuda, jamás con ins-
trumentos metálicos para evitar la contaminación de enfermedades
(tétano). Los partos de enero, febrero y marzo permiten que las crías
encuentren alimento fresco y abundante gracias a las lluvias. Pero
cuando ocurren sequías pueden morir de inanición. Durante el parto,
asimismo, los pastores aislaban a los machos.

El emparejamiento lo llevan a cabo durante la misma época de la
parición, pero después de dos semanas del alumbramiento, plazo que
esperan los pastores para unirlas genésicamente. Por lo general dejan
que los machos se junten a voluntad con las hembras, aunque en oca-
siones agarran y amarran a éstas para agilizar el apareamiento. Las cua-
lidades de los machos las determinan por el tamaño, peso y rendi-
miento de su fibra. En junio-julio matan a las hembras viejas y también
a los machos que no sirven como reproductores.

Los pastos estaban continuamente regados, salvo en los meses de
lluvia, en que los aguaceros los mantenían lozanos. Incluso, para man-
tener herbajes frescos y abundantes, acondicionaban una especie de
pantanos llamados ucus u ocos (bofedales).

Asimismo, tienen su propia clasificación de las pasturas naturales,
considerando las características de los forrajes y sus formas de utiliza-
ción. P.e. reconocen una tipología en la que toman en cuenta la ausen-
cia o presencia de cal (catahui) en los pastos naturales. La consideran
un aditamento importante para el desarrollo físico y orgánico del ani-
mal. A su vez, la presencia de cal puede ser alta, mediana y baja.

La segunda tipología de herbaje está determinada por la forma de
riego que reciben en el ciclo anual. Luma es el pasto que se recupera
únicamente con lluvias y nevadas; y carpa el que crece con riego
durante los meses de sequía. Por consiguiente, los pastores abren cana-
les a veces hasta de varios kilómetros de largo para irrigar sus prados
y UCUs. Lo que significa que los campos tipo OCO (oconales) componen
el ambiente más adecuado y natural para las alpacas. Los OCOS ubica-
dos en partes planas reciben agua permanente los 12 meses del año,
pero bien calculada y controlada. Los buenos bofedales u oconales,
como obras artificiales, requieren para su conformación de tres a cinco
años. Por lo tanto, un excelente bofedal nunca se agota, por lo que
todos ansían tener acceso a uno de ellos.

Una tercera tipología de pastos está configurada por la estación de
lluvias y rotación de herbajes. Las pasturas de lluvias y rotación ofre-
cen buena calidad, utilizadas de noviembre a marzo, período cle agua-
ceros. La aludida época coincide con la parición, esquila y cubriciones
reguladas. Los pastos de la estación seca, de poca calidad, quedan pró-
ximos a los nevados; y a ellos no dejan entrar al ganado durante los
meses de lluvia para que las hierbas se recuperen plenamente y pue-
dan ser aprovechadas de abril a noviembre. Tenían grandes extensio-
nes para mantener a los rebaños a lo largo de toda una estación seca.

En la práctica las tres tipologías de pasturas están una a continua-
ción de las otras. De ahí que la unidad de producción ideal para una
familia ganadera deba estar conformada por herbajes que reunan estas
tres características.

De los pastos se beneficiaban comunalmente, de modo que la integri-
dad de las unidades domésticas que vivían en su hinterland tenían
acceso a ellos según las épocas del año y la cantidad y clase de animales
poseídos. No existían espacios acotadoss para el pastoreo de cada rebaño
familiar, porque en ámbitos estrechos es imposible mantener ganado. Por
eso preferían el condominio o propiedad colectiva de sus pasturas.

Tecnología de las carnes disecadas

El charqui (o chalona o cecina) es la carne deshidratada por la
acción del calor y del frío, gracias a los efectos del sol y de las hela-
das nocturnas.

Para ello: 1° cortaban la carne en lonjas, de más o menos 30 centí-
metros de largo. Haciendo estrías con un cuchillo, inmediatamente
partían los huesos con una piedra, pero sin deshuesarla. Rarísimas
veces le esparcían sal, procurando que le entrara por los rebajos. La
ponían en un recipiente de barro, dejándola de tres a cuatro días den-
tro de la vivienda, bajo techo. Después la colgaban de un cordel en el
patio de la casa, si bien más frecuentemente la depositaban en el
techo quedando a la intemperie de siete a catorce días y noches,
dependiendo de la frialdad del paraje. Una vez seca se guardaba en la
despensa, suspendida de alguna varilla o estaca, o metida en canastas
de paja, también colgadas para preservarla de los insectos y roedores,
listas para ser consumidas. Era apetecida por todos los estratos socia-
les. En tal estado la podían conservar mucho tiempo para el gasto
fdmiliar y también para el trueque interecológico. A partir de entonces
se le decía charqui.

Cuando se exponía al sol y a las heladas dos meses (60 clías)
podían guardarlo hasta dos y tres años. Pero como acostumhraban más
bien a dejarlo de siete a catorce días, les duraba únicamente ocho
meses. El de larga duración lo hacían para el intercambio.

La carne preferida era la de la llama (cauracharqui o llamachar-
qui) y de vez en cuando la de venado. Los uros de las orillas de los
lagos Mamacota (Titicaca) y Poopó igualmente disecaban a los peces
llamados ispi, boga y carachi; y lo mismo hacían con algunas aves
lacustres (chocacharqui), aunque éstas muy raramente.

Otros conociII~ientos

Es imposible hacer un catálogo de cosas que la etnia Inca haya
podido aportar a la civilización andina y, más aún, a la universal. Esto
se debe a que todo lo bueno que tuvieron los mismos incas fue
tomado de pueblos anteriores. Ningún adelanto científico ni tecnoló-
gico se produjo en los Andes durante el incario, puesto que agricul-
tura, canales, andenes, camellones, cochas, canchas, caminos, puentes,
tambos, chasquis (postas), organización político-militar, formas de tra-
bajo, clases sociales, matemáticas, quipus, astronomía, industria textil7
ganadería, deshidratación de tubérculos y carnes, etc., todo hahía sido
una magnífica creación, invención y descubrimiento de sociedades más
antiguas. Lo que quisieron hacer suyo, logrando que muchos les creye-
ran, es que ellos fueron los primeros y únicos civilizadores del Perú,
con el fin de justificar su intervención e imperialismo en docenas de
etnias o nacionalidades que invadían y anexionaban a su Estado.

En la época o Era Inca, científica y tecnológicamente nadie inten-
taba descubrir, crear o inventar nuevas cosas. Lo que se aprecia es un
total aferramiento a lo que venía del pasado. Más bien hay un rechazo
a cualquier innovación, salvo a aquella que fuera importante para el
afianzamiento del sistema. Por lo demás, ni siquiera les gustaba experi-
mentar, viviendo únicamente de la antiguedad y tradición. Sus ceremo-
nias religiosas y cívicas (huaracbico, p. ej.) constituían verdaderos
archivos o museos vivientes, o colecciones de ritos e himnos arcaicos
sin innovaciones de ningún tipo. No había desarrollo de las fuerzas
productivas, ni de nuevas formas de pensamiento.

Aclarado este aspecto, hay que subrayar que el nivel tecnológico
andino (inventos, creaciones y descubrimientos de miles de años atrás),
era el más avanzado en el continente americano, si bien mezclado con
mucho de mágico, mítico y supersticioso. Sobresalieron en la agricul-
tura intensiva con riego, terrazas, camellones, tierras excavadas, cochas
y canchas; y uso de abonos en mayor escala gracias a la existencia de
las islas guaneras. La ganadería era única en el continente. En metalur-
gia llegaron hasta el conocimiento del bronce, con el que fabricaban
instrumentos de producción. Dentro de este título también hay que
considerar la obra planificadora para la ejecución de trabajos multitudi-
narios (mitas) que requería la construcción de fortalezas, vías, templos.
Las técnicas textiles también fueron completas.

Otra figura importante es que los runas andinos para poner nombre
a las cosas, personas, animales, plantas y lugares geográficos, primero
observaban y hasta analizaban el sitio y/u objeto, y sólo después de
haber descubierto cuáles habían sido sus características más destacadas
más valiosas, sólo entonces procedían a nombrarlas. El apelativo, por
lo tanto, indicaba una o más de esas peculiaridades. De ahí que los
topónimos, los patronímicos y nombres en general describen el suelo,
el paisaje, la ecología, la flora, la fauna, la zoología y la anatomía y
psicología de las personas. He ahí por qué los nombres, sin distingos,
son una fuente importantísima de información etnohistórica.

En la zona Suni deshidrataban tubérculos y carnes, procedimiento que
les permitía conservarlos por mucho tiempo. En la misma región elabora-
ban el tocosh papas especialmente fermentadas en agua semicorriente
por varias semanas, hasta acumular microorganismos utilizados como ali-
mento-medicina de las parturientas y enfermos en general, con resultados
muy válidos, debido probablemente a sus posibilidades antibióticas.

En lo que incumbe a plantas curativas su empleo estaba intensa-
mente extendido, continuando hasta hoy su conocimiento y uso panan-
dino. Pero aparte de su manejo y conocimiento entre la gente, había
otros que eran expertos herbolarios en su recolección y preparación,
aplicando recetarios. En este tópico fueron célebres los callaguayas del
noreste del Titicaca, tan afamados que de entre ellos se sacaba y nom-
braba a los médicos de la corte incaica. Los callaguayas tenían un estu-
pendo conocimiento de los vegetales curativos de selva y sierra.

La defensa del territorio obligó al Estado a la necesidad de conocer
la lista de etnias que lo rodeaban, como también de las que dominaba,
con un perfecto conocimiento de sus ubicaciones y distancias medidas
por cocadas y jornadas o días de caminata. Se impulsó, pues, un cierto
desarrollo de carácter geográfico. En este aspecto, igualmente, sabían
diferenciar todo tipo de accidentes: cordilleras, cerros, nevados, valles,
montes, quebradas, ríos, golfos, cabos, bahías, islas, lagos, el mar, etc.

Según el pensamiento andino, cielo, tierra y abismos subterráneos no
se hallaban cósmicamente distanciados. Sólo estaban divididos pero no
separados. Los tres constituían un impresionante universo de notable cla-
ridad: todo un cosmos. El esquema de éste, tanto para los runas como
para no pocas de las tribus de la selva, presentaba pues con suma facili-
dad una estructura vertical fraccionada en tres planos: firmamento o
cielo (ananpacha), tierra (caypacha) e inframundo (ucupacha).

En el mundo de arriba o cielo moraban los dioses astrales y celestia-
les: Sol, Luna, estrellas, las constelaciones (Pléyades, Cruz del Sur, etcé-
tera), el Rayo, Trueno, Relámpago y otros. El firmamento o bóveda
celeste era concebido como un tumi (cuchillo), cuyos bordes se unían
con la tierra, determinando las márgenes del mundo. Por eso al cielo le
conocían con el poético y bucólico nombre de Tumibamba (o Tumi-
pampa): llanura cóncava como la hoja de un tumi o cuchillo andino. Por
su mismo centro circulaba el camino del Sol, el cual, cuando se salía de
su ruta, en dirección a la tierra, producía aquí mucho calor al punto de
provocar sequías y matar a la gente, como--decían--ocurrió una vez,
haciendo desaparecer a la población huari de la sierra central y norteña.

A la tierra (caypacha) la consideraban plana: un disco circular,
cuyos lindes u orillas lindaban con la cúpula celeste y, además, rode-
ado de una gran extensión de agua. Era la morada de los seres huma-
nos, de las diversas especies de animales y plantas, y también de infi-
nidad de espíritus.

El inframundo, a su vez, había sido el escenario y origen o cuna de
la humanidad primigenia y por igual de algunos animales y de muchí-
) 12

Telar andino y sus partes:
1 Estacas. 2 Barra del
telar y cuerdas que ajus-
tan la urdimbre. 3 l~rdi-
dera. 4 Lizo: caña
hueca. 5 y 6 Peine para
el cruce de los hilos. 7
Espada del tejedor o
apretador de la trama. 8
Urdimbre para tejer. 9
Amarre. 10 Urdimhre. 11
Lanzadera o bobina. 12
Trama para enhebrar. 13
Tela tejida o tramas
in.sertas. 14. Huesos de
llama para te jer. 15
Cuerda (cordel o laZO).
ló Hueso para tupir el
~U~ / tejiclo. 17 Baticola. 18
/,~ Huso. 19 Tortero o
piruro. 20 Eje giratorio.

Ollas

Técnicas de cintas de p~lnto, una de las varias conocidas en el arte textil.

Ocho modelos de cerámica incaica.

En el ámbito de la alfarería la pieza
típica de la etnia Inca fue el hermoso
Mrpo (llamado payanca en la sierra
norte/Cajamarca). Asentado en un leve
noyo abierto en el piso de la habita-
ción más abrigada de la casa, les ser-
vía para la fermentación de la asua o
acja (cllicha).
simas semillas, todos los cuales emergieron al caypacha por huecos
(puquios, lagos, lagunas, cuevas) que recibían el nombre de pacarinas
(lugares de procedencia). El Sol, durante las noches, se sumergía en el
mar y viajaba por el interior del inframundo, siguiendo un largo túnel
para de nuevo aparecer el día siguiente.

El único ser que podía poner en contacto estos tres mundos era el
sapainca, si bien antes del incario lo habían hecho los jatuncuracas o
señores principales de los reinos o etnias.

En lo que atañe al origen de los animales, pensaban que muchos
de éstos antes de ser tales habían sido seres humanos, por ejemplo el
venado De ahí por qué creían que dichas especies zoológicas tenían
las mismas necesidades, pensamientos y sentimientos que los seres
humanos.

Sus conocimientos del pasado (conciencia histórica) tenían como
soporte fundamental a los mitos y leyendas sobre la vida y hechos de
SUS dioses y jefes. Referían listas de héroes culturales con notas acerca
de sus actos más notables que conservaban oralmente, o con la ayuda
de dibujos y quipus.

Se orientaban colocándose frente al nacimiento del Sol. A lo que
quedaba a la mano derecha se le llamaba allauca, y a lo de la
izquierda ichoc, guardando la primera más relevancia que la segunda
por corresponder al órgano (brazo) que más se maneja en el cuerpo.
Lo del centro era llamado taipi o chauin.

Tecnolog~as simples con rendiIl~ientos óptimos

Con herramientas sencillas, poco avanzadas, hacían cosas estupen-
das a prueba de constantes y duros esfuerzos. El desprendimiento y
transporte de grandes bloques pétreos requerían disciplina y perseve-
rancia bajo la dirección de un guía que conducía al éxito dichas obras.
Para trasladar tan enormes rocas empleaban sogas y rodillos de madera
y toda la potencia muscular posible. Así desplazaban piedras gigantes-
cas. Un equipo numeroso de trabajadores empujaba el pedrejón, con
tanta destreza que casi siempre salían airosos de sus propósitos. Escasí-
simos eran los sillares monolíticos que quedaban abandonados en los
caminos y senderos por algún accidente, en cuyo caso solían llamarles
~piedras cansadas~, inventando en torno a ellas leyendas emocionantes.
Todo se realizaba, pues, en el imperio a base de la energía muscular
de millones de horas-hombre.

Cada artesano, por su parte, disponía de una cantidad de instru-
mentos bien diferenciados. Los tejedores, los ceramistas, los hampis
(médicos/trepanadores) poseían los suyos propios.

Artesanía textil

En el arte textil, sin haber inventado nada nuevo, hubo un gran
desarrollo, produciendo telas y trajes en cantidades cuantiosísimas. Al
algodón en la costa y al pelo de llama, alpaca y vicuña en la sierra,
previamente teñidos cuando lo querían, los hilaban en ruecas. Después
los tejían en diversos tipos de telares rudimentarios, generalmente en el
que se compone de dos lizos colocados sobre un plano horizontal,
uno de cuyos extremos se fijaba a un árbol o a un poste, mientras el
otro permanecía amarrado a la cintura de la tejedora gracias a una
correa o faja. Como útiles aclicionales empleaban una serie de peque-
ños artefactos de hueso de camélidos cuidadosamente pulidos.

En el arte textil se conocían casi todas las técnicas ahora en uso.
Los tejidos finos los realizaban unos especialistas llamados cumbicama-
yos, que confeccionaban piezas destinadas a la vestimenta de las elites,
del poder y para otros fines ceremoniales. Eran verdaderos tapices de
delicadísima calidad.

La producción textil adquirió un carácter masivo por la sencilla razón
de que el Estado necesitaba grandes cantidades de vestimentas para
redistribuir a sus servidores con el objetivo de compensar servicios y
ganar cada vez más simpatizantes, e igualmente para ofrendarlas a los
dioses, principalmente fajas, uncus, anacos y llicllas. La urgente necesi-
dad de telas y ropas por parte del Estado fue tan imperiosa que fue
necesario establecer por aquí y por allá fábricas de textiles para producir
exclusivamente en beneficio del Estado. Tales edificios recibían el nom-
bre de acllahuasis. El ropaje de los nobles lo elaboraban intercalándole
colores y ornamentándolo con tocapus: símbolos e ideogramas simétrica-
mente dispuestos, unas veces horizontalmente y otras de manera vertical.

Ali~arería

La cerámica de la etnia Inca tenía su estilo particular. Modelada a
mano por la falta de tornos, la fabricaban a base de moldes dándoles
diversos tamaños y formas, ya antropomorfas, ya zoomorfas, desde obje-
Estilo típico de arquitectura inca. caracterizado por el pulido de las piedras y la
juntura perfecta de los bloques cualquiera que hubieran sido sus formas. Hum-
boldt la calificó de sólida, sencilla y simétrica.

Las ventanas o huecos trapezoidales son otras de las singularidades que tipifi-
can a la arquitectura de los incas.

Puma tallado en piedra. El citado felino no estaba considerado ~ ~
como divinidad, pero le veneraban y rendían pleitc sía por~--
hat)er recibido sus atributos del más importante de los dioses.~É~
Según los mitos de Huarochirí, Iraya Huiracoclla premió su
franqueza y bondad (por haberle indicado la ruta que
seguía Cahuillaca, una mujer a la que amaba), dispo-~
niendo que todos le respetaran y temieran. Luego~
le encargó la misión de castigar a los perversos_,,~
devorándoles sus llamas. El mismo dios dis- 4~--
puso que el puma fuera honrado incluso
despues de muerto, conservando todo su ,.
pellejo y cráneo disecados como aditamen-~
tos medulares para ciertos bailes rituales en ~ ;~
las fiestas más notables. Pero los danzantes, antes
de poncrse este atuendo, debían sacrificar una llama.

~;, ,~ Mano cle 2 olL
mortero

OTROS ARTEFACTOS LABRADOS EN PIEDRA
tos en miniatura hasta colosales urpos ( arybalos~) para chicha y almace-
naje. Las piezas incaicas más características son las escudillas, platos hon-
dos, vasos de paredes ligeramente convexas y botellas esferoides. Sin
embargo, los ejemplares auténticamente genuinos de la etnia Inca, real-
mente su única creación, son los referidos urpos o urpus de cuello estre-
cho y cuerpo voluminoso con dos asas laterales y con la base terminada
en punta. Son los jarrones a los cuales Max Uhle rebautizó con el nom-
bre postizo de arybalos, palabra griega, totalmente extraña a las lenguas
andinas. Son de pasta bastante fina y pulida. Sus proporciones volumétri-
cas guardan armonía, ostentando decoraciones geométricas en las que
sobresalen helechos estilizados y otros símbolos mágico-religiosos.

La cerámica inca en general es bella, deslumbra por su delicadeza y
suavidad, destinada a una refinada clientela: curacas, incas, acllas, sacerdo-
tes. Sin embargo, ninguno de sus cacharros sobresale ni sobrepuja a los
muy estéticos especímenes de Nasca y Moche. Sus fragmentos se hallan
en gran abundancia sólo en el Cusco y en las llactas de provincias~, en
barrios que estuvieron ocupados por mitmas de Anan y Urincusco y a
veces en los aposentos que pertenecieron a los curacas, quienes la reci-
hían como donación. Cerámica inca no se encuentra en las sedes de los
ayllus o campesinos, lo que delata su nula difusión en dicha clase social.

Arquitectura

La arquitectura de la etnia Inca se caracteriza por el uso de la pie-
dra, a diferencia de otras que empleaban más la pirca; o en la costa,
exclusivamente la tierra. En lo que toca al plano, sus templos y apo-
sentos se tipifican por tener un solo piso y base rectangular. Claro que
previamente los arquitectos preparaban maquetas de piedra, gracias a
las cuales se guiaban los albañiles.

A los bloques pétreos los arrancaban con herramientas de cobre y
bronce, para luego frotarlos con arena húmeda. Muchísima gente los
transportaban arrastrándolos por medio de largas y poderosas cuerdas. Ya
en los muros, se colocaban de tal forma que encajaban a la perfección
unos con otros aun en el caso de que tuvieran bordes poligonales.
Muchas piedras exhibían el modelo almohadillado, es decir, con la cara
ligeramente abultada, produciendo una gratísima sensación estética. Con
todo, la fidedigna singularidad de la arquitectura inca son las formas tra-
pezoidales dadas a sus ventanas: anchas en la base y estrechas en el din-
tel, ya fuesen ciegas o abiertas; así, los lados y jambas aparecen oblicuos.

Los techos los hacían hasta de tres modelos: 1° de varillas y palos
cubiertos con paja (Stipa ichu). 2° De bóveda falsa, confeccionada con
lajas y barro duro, como las que vieron los españoles en el aposento
campestre donde descansaba Atahualpa en los baños termales de Pulta-
marca (Cajamarca), casi similar a los cielos rasos de los culpis de la sie-
rra central y a las chulpas del Collao. Y 3° cobertizos aterrazados o
rectos, tapados con esteras y lodo; esto tratándose de edificios levanta-
dos en la costa, donde nc) llueve, como todavía pueden contemplarse
en Pachamac y Pallasca (Tambocolorado).

De la arquitectura militar quedan algunas muestras: Ollantaitambo e
incluso Sacsaihuamán, si bien, según la fuente escrita, esta última más
bien tuvo funciones eminentemente religiosas. Ambas aparecen defen-
didas por murallas, la primera por dos y la otra por tres, edificadas
con bloques megalíticos de dimensic)nes ciclópeas.

El arte, como se ve, estaba al servicio de la política imperial y de la
religión. Había sido una larga evolución artística, en la cual, el de los
incas, resulta se el último eslabón de lo inconfundiblemente andino.
Pero los de la etnia Inca tuvieron sus genuinos prototipos, que se
manifiestan en lo esencial en la arquitectura, mas no así en la escul-
tura. El poder inca es incuestionable--está reflejado en sus realiza-
ciones arquitectónicas, como cualquier interesado puede observar en
los restos que quedan en el Cusco, Machupicchu, Vilcashuamán, Huay-
tará, Tambocolorado (Pallasca), Tarmatambo, Pachacamac, Huánuco-
pampa y Cochabamba (Leimebamba/Chachapoyas). Son moles de pie-
dra poligonales, labradas por sus caras exteriores.

Todos los soberanos incas, desde Pachacútec, fueron unos asiduos
constructores de edificios imponentes. Algunos tienen apariencia de
monstruosidad, como Sacsaihuamán, lc) que ha hecho imaginar a no
pocos arqueólogos y arquitectos que los incas practicaron la esclavitud
en tal tipo de obras.

Pero por más bellos y formidables que sean los edificios incas,
cuando se recorren y contemplan sus interiores, aparecen intensamente
Oscuros, tristes. Dan la sensación de una perpetua pesadez. Los escasos
adornos que suelen llevar en los marcos y dinteles de sus puerta casi
en nada atenúan su severidad. Se sabe que internamente los nobles
procuraban combatir la lobreguez de sus cuartos pintando los muros, o
revistiéndolos con tapices de cllmbi, o planchas de oro y plata. Esto
en cuanto a los edificios mandados erigir y ocupados por los grupos
de poder. En lo que atañe a las casas de los jatunr2lnas, la modestia
era extrema.
a~uolq ~p sallln SOllO

~11 ~

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wellH uglalpadxa el lod n~laaldn~lael~ ua sopelle~l aauolq ap sollnl~na .~ e~laeH

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Estatuaria y escultura

Tallahan piedras de gran dureza (granitos, dioritas), dándoles una
suavidad muy delicada. Cuando utilizaban oro y plata, en los ojos les
incrustaban piedras raras (turquesas, esmeraldas).

Entre la estatuaria hay que incluir las efigies de los sapaincas, todas
de tamaño natural, llamadas guaoquis (hermanos) por representar el otro
yo del soberano. Constituía una de las maneras efectivas para preservar
la figura y retrato de cada jefe supremo, como medida preventiva en
caso de que sus momias se consumieran o fueran a parar a otro sitio
como sucedió con la de Manco Cápac. Las fuentes del siglo XVI sólo
hablaban de los guaoquis o estatuas de cada inca, pero no las describen
ni siquiera levemente. Por lo que apenas podemos conjeturar que fueran
magníficas obras de arte, de gran realismo, representadas con la majes-
tad que correspondía a la categoría de los reyes. Además, solamente se
hallan referencias más concretas de los incas de Anan; de los Urin ape-
na.s clueda rastro, de quienes se sabe que no eran de oro, ni plata, ni
piedra, ni madera, sino de arcilla, por razones que se ignoran.

En este apartado también hay que citar el bulto de granito del dios
Ticsi Huiracocha en el templo de Cacha (Urcos). De todos modos,
como ya se dijo, la escultura no estuvo a tono con el desarrollo de la
arquitectura .

Los ídolos o imágenes de piedra y madera de sus divinidades y
héroes para ellos eran entes con vida, tan vivos como los dioses y seres
que representaban. De allí que los guaoquis de cada sapainca permitían
que éste siguiera sohreviviendo en la talla, por lo que recibían honores
de los hombres y mujeres vivos, quienes incluso acudían a rogarles para
algo. Los ídolos tenían, según sus mentalidades, toda la plenitud, fuerza y
dignidad de lo que figuraban y encarnaban. Además cada línea o dibujo
guardaba un significado y cada diseño iba en su correcta posición, cosa
que se podía apreciar muy bien en el altar mayor del Coricancha.

Metalisteria

La etnia Inca y sus contemporáneas, al igual que las culturas que
las precedieron en el espacio andino, no conocieron el uso del hierro.
Pero a falta de él tuvieron una gran experiencia en la manipulación del
oro, plata, cobre, estaño, bronce (aleación de cobre y estaño) y hasta
del platino y de la atractiva tumhaga (aleación de cobre y oro).

Recogiendo viejas tecnologías de pueblos remotos, fundían los
metales utilizando el viento y sopletes para producir fuego. Los hor-
nos que empleaban para tales fines recibían el nombre de huayras.
En lo que atañe a la aleación del cobre con el estaño para producir
bronce, resulta que al estaño lo utilizaban en una proporción infe-
rior al 12% respecto al cobre, por lo que el bronce resultante care-
cía de una dureza real, siendo a veces más débil que el propio
cohre, realidad que ha hecho dudar de que hayan elaborado bronce
intencionadamente .

Diversos procedimientos se utilizaban en la metalistería: el llamado
cera-perdida, consistente en modelar en cera el objeto que se quería
obtener, al que se revestía de arcilla. Tras haberse secado, se calentaba
metiéndolo en un fogón, lo que originaha el derretimiento de la cera y
su expulsión por un orificio que se dejaba libre. Después, por el
mismo hueco, se vertía en fusión el metal de oro, o plata, o cobre.
Finalmente, se rompía el revestimiento de arcilla, quedando libre el
artel~acto moclelado, al que pintaban para darle bellcza y finura.

El oro también se repujaba mediante el martilleo. A las joyas y figu-
rinas de oro, plata y tumbaga les incrustaban piedras preciosas y semi-
preciosas, ya que la metalistería estaba dirigida más a fines ornamenta-
les que utilitarios.

Por cierto que la propia etnia Inca no era experta en esta artesanía,
sino otros pueblos a los que conquistaba y obligaba a trabajar elabo-
rando las obras de arte que precisaba. Los ishmas y chimús fueron lle-
vados al Cusco y otras llactas para que cumplieran dicha función.
Estos producían aretes, orejeras, brazaletes, ajorcas, collares, sortijas,
prendedores, tumis rituales, placas, planchas, efigies de plantas, anima-
les y seres humanos para adornar los templos solares y aposentos rea-
les del Cusco y ~provincias~. La fabricación de joyas de oro y plata fue
una actividad que siempre corría a cargo de especialistas; no era de
conocimiento general en los ayllus. En la costa los orfebres y plateros
estaban por completo desligados de las tareas agropecuarias.

Pintura

Los de la etnia Inca y todas las demás que componían el Tahuan-
tinSuyo, en cuanto a pintura, no llegaron al esplendor de los nascas,
pero continuaron engalanando sus edificios de adobe (Tamhocolorado,
Pachacamac, Paramonga), queros, cerámica y textiles. A los mitos,
leyendas y acontecimientos también los dibujaban y pintaban en gran-
des tablones para guardarlos como testimonios gráficos en un inmueble
ad hoc llamado Puquincancha, aledaño a un templo solar, en el Cusco.
Allí estaban representados el mito del Ticsi Huiracocha y hechos rele-
vantes de cada sapainca.

Queros

Otro artefacto propio de la artesanía típica de la etnia Inca es el
quero vaso de madera decorado con incisiones y pinturas que son
escenas de la flora, fauna y vida de las elites del Cusco, agrupadas en
las panacas. De ahí SU extraordinario valor documental. Lo puramente
autóctono pertenece a las postrimerías del incario y primer siglo colo-
nial. Preferían hacerlos con la madera de chachacomo, o de cedro
(árbol de carácter mágico). Siempre elaboraban los queros por parejas,
guardando similitud en silueta y decoración. En esto también seguían
la división dual que imperaba en todo.

La decoración pintada la hacían mediante el sistema llamado
encáustico, lo que motivaba el craquelado de sus superficies colorea-
das. La figura más común del quero es la campanulada, muy abiertos
en la boca, angostos en la base y constreñidos en la cintura. Algunos
tienen apariencia de cabezas humanas, de hombres selváticos o antis, o
más raramente de cráneos de osos, felinos y alpacas.

Los queros incas tuvieron una producción creciente durante la colo-
nia, debido a que en ésta la elite cusqueña perdió su vajilla de oro y
plata, sustituyéndola por la de madera. Son en verdad vasos ceremo-
niales o rituales.

Educacion

Las castas incas y otras que completaban los cuadros militares reci-
bían una educación para gobernar, y tal educación era bastante férrea.
Antes de ser declarados maduros o mayores de edad pasaban por
severas pruebas de ejercicios físicos y de resistencia, cuya finalidad era
inculcarles disciplina, agilidad, atención, aguante en las marchas forza-
das, dejando de lado los aspectos atractivos. Todo lo cual tenía que ser
demostrado en una fiesta ritual y deportiva llamada huarachicuy
durante el capac-raimi (diciembre).

Queros del cusco, confcccionaclo.s con madera dura La superficie la tienen
decorada .
Había también quienes recibían una educación intelechlal más ele-
vada, es decir, los del ayllu Tarpuntae, grupo que tenía como misión
preparar a los sacerdotes del Sol. En dicho ayllu, desde niños apren-
dían las prácticas y todo lo referente a ritos, ceremonias, símbolos,
canciones, danzas, mitos y leyendas relacionado con la religión solar.
Por lo tanto, igualmente aprendían el manejo de quipus. Una vez en
condiciones de ejercer su ocupación especializada, de entre ellos el
sapainca escogía y designaba al sumo sacerdote, considerado como el
inca de los urincuscos.

El aprendizaje del sacerdocio se llevaba a efecto en el propio
ayllu de Tarpuntae, donde los mayores iniciaban a los menores
mediante una enseñanza eminentemente práctica tanto en el interior
como fuera del templo. Cuando algún cronista (Garcilaso) hablaba
de escuelas se refiere a este modelo de educación. Los auquis o
príncipes aprendían oyendo o imitando a sus padres y familiares en
sus propios aposentos y acompañándolos en tareas de gobierno
era y dentro del Cusco.

Entre los jatunrunas el niño aprendía la ocupación de SU progeni-
tor, cle tal forma que éste esperaba más tarde la ayuda de su hijo. Los
padres, pues, iniciaban a sus retoños en las aptitudes técnicas que
conc)cían. Allí intervenía la exhortación y el ejemplo. Y lo mismo hay
que decir en lo que respecta a las madres frente a sus hijas, quienes
aprendían al lado de sus progenitoras las tareas inherentes a la vida
doméstica y casera: tejer, lavar, cocinar, coser, criar bebés recién naci-
dos, la limpieza del hogar, etc.

En el caso de la chaquitaclla, p. ej., su manejo lo aprendían
desde niños, edad en la que sus padres se la entregaban como
juguetes en miniatura. Conforme el chico crecía, también aumentaba
de tamaño el nuevo ~juguete-herramienta~, de manera que al llegar a
adulto su organismo ya estaba adaptado a este tipo de trabajo, con
rendimiento muy eficiente. Así se les educaba, vinculándolos con el
arado y la tierra.

Es decir, ya en términos globales, en lo que atañe a la educación,
Ios padres instintivamente modelaban a sus hijos a su imagen y seme-
janza. De acuerdo al sexo del niño los iniciaban en SUS técnicas, aso-
ciándolos a su trabajo ya fuera de gobernante, de sacerdote, de cam-
pcsino agricultor o ganadero en la sierra; o de un oficio artesanal y de
comerciante si era costeño.

La participación temprana cle los niños en las labores agrícolas
explicaha y explica el conocimiento prolífico que tenían (y tienen)
sobre las labores de la labranza, acerca de las expectativas y problemas
de la siembra y cosecha.

En lo que toca a los quipucamayos, expertos en contabilidad, se
adiestraban desde pequeños observando la pericia de sus progenitores.
Lo que anhelaban y aprendían era el arte de componer los nudos y el
secreto de descifrarlos de acuerdo a cálculos precisos. Los quipucama-
yos representaban a las ciencias exactas: la aritmética y la matemática.
eaoda sel1 eaoda alqelallew elualuew
as eulpue pepalaos el ap peplllqelsa el ewanbsa lel e selael~ elauala~
el A owslAe1e ia lod sopewwop 'salqelnwul a1uawea!1a~eJd uln1.lu~u

p~ SOIalUelelel A SOIalUS!q 'SOIalU 'SO~ sns e 01~130 la opUalllWSUeJI

'souesalJe ap snIlAe soI uoa euJnao owslw °I ~ ~selaulAold~ ap A
-Ide~ eI ap soIdwal soI lapuale eJed 1°S Iap sa1opla~es soI 'uo!aeJaua~
seJI uolaeJaua~ 'uelIes anb oalun lap sa ~oasnaulJn e a1ualaauallad 'ae
-UndJe.L ap nllAe lap 'Oldwa~a J°d eunJunle~ la ua owo~ ezalqou e1le
el ua o1ue1 aql~Jad as anb peplleaJ 'olJe1lpaJa~ odll soleqel1 A SO~I
sopewwla1ap e sope~lpap sodm~ o so1uawe1sa lod epewlo~ 'se1se~
ua epezlnblela! pepalaos eun OAIllllSUO~ as ~owpue o1lqwe la u~
sepeu!ploqns 'le~nl opun~as un ua selopueaoloa 'uoJeA
lap e1ul1slp elnul~all eqelapIsuoa sel as 'OplS uelalqnul anb salqou
sew lod 'salalnw sel ~ soxas ap peplen~lsap eI uaIqwel ows Iel~os
U,OISIAIp el O10S OU A 'salemleualqos solu~lsap lod epIaalqelsa eqepanb
'ewloi esa ua 'lelaos UOI~W1Slp e~ s~un~unl2~ sol e ownln la A 'se~
-nel~o1slle salalnw sel s,a1ualn~ls la (salqou) seaeln~ sol e ua~TIo Olp
olawlld 1~ alqoa ap ola~la1 la A e1eld ap ol1o 'OIO ap oun :soAan~
sal1 laea o~ap 1°S la anb ap o1lw la uella~al lelluaa e1soa el u~ OU!AIp
ua~llo un uewa1 'sauol~daauo~ sns e oplan~e ap 'salelaos sasep se~
se~l1elao1slle ou seuoslad ap s~su~lx~ S~ U~U~,1U
-odu~o~ sol snllAe sol sellua!w 'ezalqou elle el ap a1ua~ lod sepel~a1u!
sesua1xa se!l!we;l sel e leu~!sap eled elAIas anb elqeled el sa 2~u~d
o1uena lod 'e~!1aalo~ ela seuallbsn~ s~7u?~d sel ap e!auaua1 ews!w
el anb l!I!wo anb Aeul o~ lelelsa A eA!I~alo~ sauo!sasod sel uela el~al
-eAaJd anb °l 'SOW!A eA 'sand a1ueu!-uopaJd em~l3 eI ella!1 el ap epeA
-!Id pepa!dold el las ou e asad 'le!~os uo!~eal3!1el1sa ep!~u eun (seau
sol ap sa1ue ou,~nw apsap) olaua~ oleqell A uo!sasod ap ewa1s!s

alua~p ~ alu~uJaqo~ a~a

souls~dw~ ~ s~louas
s~lsi~ ~ s~s~l~ 's~lñ ~ r
OS ~Inl~mls~ ~

6
~02
/0s ~ncas

1. En el lugar más encumbrado estaba la autoridad suprema, el gran
mandatario denominado en puquina y quechua sapainca o capac-inca
es decir, el único rey, o mejor dicho el rey de reyes. Casi en el mismo
sitial hay que considerar al sumo sacerdote del Sol: el inca de Urin, y
a la coya.

2. Sigue la alta realeza compuesta por las panacas o ayllus inte-
grados--ya se dijo--por los descendientes de cada soberano. Se tra-
taba de linajes de alcurnia, residentes por lo hahitual en el Cusco y
zonas aledañas con muchas tierras y servidumbre. De entre ellos se
seleccionaban muchos de los cuadros para los mandos militares
administrativos y hurocracia estatal en todos sus aspectos. Eran los
productores indirectos.

3. Unos privilegiados ascendidos a tal sitial por concesión especial
de Pachacútec. Este grupo estaba constituido por las nacionalidades
aliadas al Cusco en la guerra antichanca. El rango de incas de privile-
gio que se les dio contribuyó a ganar sus simpatías, transformándolos
en un leal clientelismo. Algunas etnias así honradas desempeñaron car-
gos administrativos hereditarios, por ejemplo, los quilliscachis, notables
como proveedores de verdugos para ejecutar las sentencias emitidas
por las autoridades. O los equeccos, encargados de castigar a los estu-
pradores de las acllas; o los mayores, que suprimían a los envenena-
dores; o los antas, de donde se sacaban a los tucricut.s, etc.

4. La nobleza de las nacionalidades derrotadas, lo que equivale a
decir sus curacas y su parentela que conformaban la aristocracia regio-
nal y local, pero colmada de honores formales para mantenerlos com-
placientes. Hubo, pues, nobleza imperial (incas) y nobleza regional o
nacional (curacas), entre las cuales los matrimonios secundarios no fue-
ron raros. Así, Huayna Cápac tuvo descendencia con las hijas de los
capaccuracas o reyes de Huaylla y Carangue. Hubo distintas categorías
de curacas, sobre lo cual se incidirá más adelante.

El grupo de poder, que recibía el nombre de capaccuna tratándose
cle la etnia Inca, y de apoCuna cuando se referían a las aristocracias
regionales, conformaba una minoría en comparación con los jatunru-
nas o campesinos. Los capaC y apos (reyes y señores) tenían el privile-
gio de vivir en hogares poligínicos (pluralidad de esposas) y de gozar
de una ponderable cantidad de servid-lmbre, a quienes tenían que ali-
mentar varias veces al día. Sus atavíos los confeccionaban con las
mcjores fihras (pelo de vicuña, por lo usual). y lucían tocados, jovas y
adornos faciales y corporales hechos de oro, plata y piedras preciosaS.
Sus casas .se componían de aposentos mucllo más amplios y bellos que

La esh7~ctl~m socia/. Ierarql~ias ~lase~ l~ castas. senc)res )~ carnpesinos ~0~

los del vulgo. Sus alimentos se preparaban con productos selecciona-
dos a base de carnes, legumbres, hortalizas, pescado, gramíneas, algas
y frutas, aparte de bebidas. Los de la elite desestimaban la papa por
considerarla comida de plebeyos. Y cuando los jefes salían a recorrer
sus dominios lo hacían conducidos en literas y/o hamacas llevadas por
cargadores sui géneris, acompañados por un numeroso séquito y músi-
cos a quienes también retribuían y brindaban bebidas refrescantes.
Cuando recibían embajadas, mensajeros o visitantes de su rango, siem-
pre los agasajaban y les regalaban algo: joyas y telas, preferentemente.
En cuanto a sus uniones matrimoniales, las regulaban según sus grados
de parentesco y de clase. En este aspecto sus prejuicios llegaron a
extremos tales que jamás se casahan con hombres o mujeres de posi-
ción social inferior; y con el objeto de impedirlo hasta comprometían a
SUS hijos siendo niños. Vivían en medio de una auténtica endogamia
familiar. Y si alguna vez algunas damas cohabitaban con un hombre
corriente por error (como lo admite un lllitO) al clejcubrir la falta, tanta
era la deshonra que sentían que ha.sta se suicidaban para no vivir en
medio de una perpetua verguenza. De ahí también la desmedida preo-
cupación por conservar SUS árboles genealógicos limpios de contamina-
ción con clases sociales bajas.

En lo que respecta a la etnia Inca, toda ella conformada por el grupo
dominante, entre las muestras exteriores de su altísima alcurnia y prosa-
pia figuraba el de trasquilarse el cabello, atusándolo o cortándolo hasta
dejarlo con la altura máxima de 2 a 3 centímetros, dando, a distancia, la
impresión de no tener pelo en la cabeza. Los de la etnia Inca, asimismo,
se deformaban el cráneo en forma tuh-llar erecta. Todo lo cual cumplía
una finalidad concreta: denotar nobleza, rango, distinción, diferenciación
y aire de mando o superioridad sobre los demás. Así lo expresan varios
cronistas que los conocieron en el siglo XVI. Atahualpa, p. ej., exhibía su
testa desfigurada. IJn testigo presencial manifiesta que los incas tenían
~cabeza de mortero~, o sea~ casquete sinsipital, deformación característica
del cráneo puntiagudo que dependía, al parecer, de la colocación de las
bandas deformadoras y no de la intensidad de la presión de las amarras.

Con todo, aparte de la etnia Inca que distorsionaha sus cahezas,
había otras etnias que hacían lo mismo, si bien adoptando distintas for-
mas, cuya imagen les pertenecía en manera tan particular que ninguna
otra podía repetirla. Así sucedía con los lupacas y collaguas. Los últi-
mos transformaban sus testas en silueta de volcán, con la achatadura
en el centro. Los paltas (Lojas/Ecuador) daban a SUS cráneos la apa-
riencia de e.ste fruto.
Los incas _ La estn~ctura social. Jerarquias, cklses

La deformación craneal comenzaban a moldearla desde recién naci-
dos, corriendo constantemente a cargo de personas conocedoras, aun-
que la mayoría de las veces quedaba al cuidado de la misma madre.
Los utensilios de que se servían eran tablas y cordeles para aplastar el
frontal y el occipital hasta los cuatro años de edad, tiempo necesario
para darles la figura que buscaban. I\-o siempre dicho proceso condu-
cía a un éxito total; las referencias a niños que fallecían con los apre-
tones es muy frecuente, motivo por el cual los Concilios Limenses y el
virrey Toledo lo prohibieron en términos generales, extinguiéndose su
uso y manía poco a poco.

En la etnia Inca, entre otras costumbres exclusivas y propias figu-
ran ritos particulares para declarar mayores de edad a los jóvenes,
con l~acultad para contraer matrimonio y ejercer cargos de responsabi-
lidad inherentes a la edad adulta. Aquella ceremonia de transición o
cle madurez recibía el nombre de huarachico o huarachicuy, del
cual no escapaba ni el mismísimo suce.sor del trono. Tal aconteci-
miento marcaba el fin de la adolescencia v el ingre.so en la vida
adulta en la pa~laca. Sólo entonces recibían el vestido viril (huara:
especie de trusa), armas de guerra y unos adornos redondos consis-
tentes en pequeñas placas de metal precioso para encajarlas en los
lobulos cle SUS orejas que ya las venían perforando y dilatando desde
niños. El en.sanchamiento del referido lóbulo les llegaba hasta rozar
el hombro; y dicho disquito representaba al Sol. En los de la etnia
Inca era de oro; pero en los incas .simbólicos o de privilegio difería
de material según el grado dc prestigio y ficlelidad al Cusco; por eso,
unos lo ostentaban de plata, otros de cobre, o de madera, o de jun-
cos. De allí emana el sobrenombre de orejolles con que les bautiza-
ron los españoles.

En esta sociedad, por consiguiente, los cle la etnia Inca ( anan y
urincuscos) eran simultáneamente jefes guerrero.s y jefes sacerdotales,
pues a ella permanecían adscritos el sapainca y los sumos sacerdotes
del Sol. La misión a la que se sentía predestinada la aristocracia cus-
queña era, en consecuencia, la clirección de la guerra y el gobierno de
la humanidad. El gobierno civil y militar marcllaban al unísono, en
poder de la misma clase y de las mismas personas.

Incas y jatuncuracas se casaban entre hermanos para mantener la
pureza cle la sangre, sobre todo la del sapainca, considerada de origen
divino. El incesto como la poligamia conformaba un privilegio de
nobles para no contaminarse con plebeyos. Claro que desde Sinchi
Roca a Pachacútec se suspendió dicha usanza, pero por razones emi-

~ castas. se~ior~s 1~ ~a~lpesi~los

La cabeza de un nohle inca

Pinahllasi o cárcel para nobles cusqueños l~s
bastante curioso que haya llevado el mismo
nombre que se daba a los esclavos quc tra-
bajaban de por vida en los cocalcs ~i~nifica
en todo caso, pérdida de la liberta~

arllas de la alta nobleza
La estn~ch~ra social ~erarql~ia.s, clases ~ castas, senc)res v campesinos 307

la par.lfernalia o insignias del sumo sacerdote clel Sol. Trátase de dc)s aditamen-
tos que confc)rmaban la mitra del sumc) sacerdote quien se la poní a en su
c.lbeza durlnte ll~s ficstas solemnes dedicadas al Tic.se o Tecse Huirlcoclla y al
Sol. Al casqucte más simple y sencillo llamábanle ~ilachl~co (gorro solal ). sobre
el cull colocaban el tocLIdo más elaborado y complicado que en verd.c venía
a constituir la parafernalia más sugestiva: se le clecía huá)npelrc-h2~co I stabcl con-
feccionado cle oro llevando en la frente la llgura del Sol en SU apogeo, rC)dead°
de cllalr.l.s de pedrería. Debljo de Ll barba exhibíl un.i meclil IUIl.l dc oro.

nenteínente de interés político y de supervivencia. Sin embargo, esta-
blecido el imperio, tal conducta y tradición fue restaurada.

Ya a partir de Túpac Yupanqui se percibe como los orejones del
Cusco comienzan a perfilarse como una verdadera clase ociosa. Due-
ños de las mejores tierras y abundantes yanaconas, y con redistribucio-
nes cuantiosas y continuas que percibían de los almacenes, pasaban
una vida rodeados de boato, lujo y lujuria. Las tardes las transcurrían
por costumbre en medio de animados taquis (diversiones con música y
danza), consumiendo chicha en ingentes cantidades. Huáscar alguna
vez mostró repugnancia por ese modo de vida; hasta amenazó con
quitar las tierras que disfrutaban las momias incas, que precisamente
daban pábulo a tanto consumismo. Pero su intento le costó caro, por-
que fue repudiado y abandonado por sus generales, que se plegaron a
Atahualpa .

El tratamiento y la con.servación del cadáver variaba según la
clase social del muerto. La ostentación envolvía a las momias de los
incas y curacas. La categoría de bijo de Dios que detentaba el sobe-
rano, obligaba a que sus restos mortales fueran tenidos como si
prosiguieran en estado vivo: lo sentaban en su trono (ushnu) lujosa-
mente ataviado, exhibiendo su 1nascaipacha y demás insignias,
cubriéndole su rostro con una delgadísima máscara de oro Aunque
difunto, una serie de mujeres le continuaban sirviendo en calidad
de esposas. Sus tierras seguían siéndo cultivadas por yanayacos,
cuyos productos les servían para el mantenimiento de sus mencio-
nadas ~(esposas~ y servicio, además de formar parte de las ofrendas
rituales. Muchas tierras del Cusco no tenían otra finalidad que ésta.
En las grandes solemnidades se sacaban procesionalmente para
pasearlas por las calles de la capital y la plaza de Aucaypata, para
rendirles homenajes. Pensaban que contribuían a eternizar el poder
y bienestar de los anan y urincuscos.

El corazón del sapainca, pulverizado, se guardaba en el interior
del ídolo Punchao (Sol), en el Coricancha. Mientras que sus vísce-
ras se enterraban en el solar donde había nacido. Si moría lejos,
sus restos mortales eran llevados al Cusco para ser guardados y
cuidados en los que habían sido sus aposentos, mientras que una
estatua suya era colocada en el interior del Coricancha. La conser-
vación y culto de las momias referidas no demandaba gastos al era-
rio real ni a los ayllus comunes, ya que cada una de ellas era man-
tenida con el patrimonio personal formado y acumulado por cada
inca mientras vivía.
~08 Los iilcas

Alto sacerdocio

El sumo sacerdote del Sol, debido a su condición de jefe de los
urincuscos, gozaba de derechos y preeminencias que, por poco, se
equiparaban al jefe de Anancusco. En general, el grupo sacerdotal,
encargado del culto solar, componía una casta específica. Todos ellos
pertenecían privativamente a la saya de I rincusco. El clero del Sol
estaba, por lo tanto, enquistado y configuraba una comunidad cerrada,
celosa centinela de sus prerrogativas. El santuario supremo donde ofi-
ciaban tenía por nombre Coricancha.

He ahí por qué ellos y sus templos usufruchlaban extensos domi-
nios territoriales. Al igual que los nobles de Anancusco no participaban
en avnis, ni mingas, ni mitas.

Pero aparte de lo que acaecía con los tarpuntaes, había templos y
comunidades sacerdotales que tenían tantos que parecían emular al
E.stado. Por ejemplo, los de Titicaca y Pachacamac. El último, además
cle estar enriquecido con propiedades prediales, acumulaban grandcs
cantidades de metales preciosos y otros productos de ofrendas que le
llegaban y traían de todas partes.

Incas simbólicos

Como corolario de la elevación al rango de incas simbólicos o de
privilegio a las etnias vecinas, el área denominada estrictamente Inca
se extendió en un gran espacio alrededor del valle del Cusco. La
etnia Inca (de sangre) los absorbió de tal forma que la asimilación
fue completa, con lo que la alianza y confederación quedó consoli-
dada desde Canas y Canchis por el sur hasta Ollantaitambo y pam-
pas de Anta por el oeste; o sea, desde el valle del Apurímac hasta el
de Vilcanota.

A los incas simbólicos también se les pe~mitió celebrar el huarachi-
cuy, horadarse las orejas y cortarse el cabello; por cierto con diversos
tamaños y materiales según el grado de fidelidad y muestras de adhe-
sión en la contienda antichanca. Algunos ayllus de incas simbólicos
fueron elegidos para cumplir funciones en la organización política y
administrativa del Estado; ya se mencionó el caso de los quilliscachis,
equeccos y mayos.

La estructura del Estado tahuantinsuyano motivaba que los adminis-
tradores ocuparan un puesto muy alto en el orden social. Dirigían el

La ~srructura social /erarqu~as, clas~s y casras senor~s y campesinos 309

trabajo de otros y permanecían exentos de mitas (labores que exigían
desgaste de energía física).

Artesanos

Entre los artesanos existían categorías y status. Los más expertos y
más antiguos se sentían superiores a los menos avispados y novatos en
el oficio. Los que servían al inca se consideraban por encima de los
que fabricaban por su cuenta para el trueque. E igualmente a los arte-
sanos orfebres y plateros se les consideraba superiores a los olleros,
chicheros, carpinteros y aparejadores. Los artesanos famosos, entre ellos
los célebres orfebres procedentes de la costa, o los cumbicamayos del
Collao, se creían mejores que los simples artesanos y tejedores de telas
de abasca (corriente). Y así sucesivamente.

Mercaderes

Mención aparte merecen los mercaderes, individuos que operaban
primordialmente en la costa centro-norte, e incluso en la isla de La
Puná y en los países de los huancavilcas y chonos, y asimismo en el
extremo septentrional del Chinchaysuyo (Quito, Cayambi, Carangue,
Pasto), donde recibían el nombre de mindalas (mindala). Esencial-
mente controlaban el comercio del mt~llu y de las caracolas coloradas.
Estaban exentos de ayni, minga y mitas. Claro que pagaban tributo a
sus curacas y al Estado, pero en especies. Cuando los mindalas reque-
rían el trabajo de otros, a éstos los contrataban y compensaban por sus
servicios entregándoles cosas exóticas y valiosas de su stock comercial.
Por deambular por lejanos pueblos y conocer otras lenguas, eran utili-
zados como agentes políticos y espías. Integraban un grupo rico y
poderoso que, actualmente, es tema de intensos estudios por parte de
los historiadores especializados en el espacio andino.

El jatunruna

Los jatunrunas, habitantes que componían los ayllus o comunida-
des eran el prototipo del habitante andino; representaban a la pobla-
ción del área y conformaban la mayoría de la pohlación. De vida emi-
~10 Los incaS

nentemente rural, proporcionaban energía para todo género de traba-
jos: familiar, colectivo y estatal. Socialmente eran los campesinos. De
entre ellos se sacaban, por turnos y tandas, a los mitayos para todo
tipo de labores y servicios. Incluso de allí se obtenían los mitmas,
acllas, artesanos y leva de reclutas para los ejércitos. La vida y tran-
quilidad de las familias, del ayllu, del sacerdocio, de las panacas, de
los curacas y del Estado descansaba en el trabajo de los jatunrunas,
que dependía del calendario y minuciosa planificación de las autorida-
des. En lo que respecta al Estado, éste demandaba trabajo mediante
estrictoS turnos debidamente remunerados para que nadie se sintiera
agraviado .

Por lo tanto, todos los runas no tenían el mismo status; unos
ostentaban más rango que otros. Así, los músicos y bailarines que
prestaban servicios en los aposentos reales y templos exhibían más
prestancia que los músicos y danzantes que sólo ejercían en sus
ayllus. Igualmente a los mitmas destacados para la represión y control
militar y político se les consideraba superiores a los mitmas deporta- S
dos por desleales.

No eran en realidad esclavos, como quieren ver algunos, sino más
bien campesinos sometidos a prestaciones de servicios calculadas por
turnos, porque nadie era obligado a trabajar toda su vida. La del jatun-
runa constituía la mano de obra indispensable; y sin ellos todo habría
perdido valor en el Tahuantinsuyo.

El jatunruna desde el instante que tomaba mujer tenía derecho a
tierras de labranza y a que sus parientes del ayllu le edificaran su casa,
ya aledaña, ya lejana a la de sus padres. Vivía en realidad feliz, no se
sentía desgraciado porque satisfacía todas sus necesidades vitales,
incluso durante las sequías, heladas y terremotos, gracias a las donacio-
nes que, en tales ocasiones, le hacía el sapainca de sus inagotables
almacenes, siempre repletos gracias a la labor de los mitayos. Ya se
vio que las tareas en las mitas no eran perpetuas y además se remune-
raban con alimentos, bebidas y coca durante esos días. Tampoco iba a
las mitas solo, sino con su familia nuclear y camaradas de su ayllu,
donde el trato era igual para todos. Y por encima de todo lo hacía en
servicio del sapainca: el hijo del Sol. Los únicos que se sentían amar-
gados eran los curacas o aristócratas de las etnias conquistadas, quie-
nes, deseosos de recobrar SUS poderes absolutos y fueros perdidos, no
vacilahan en provocar revueltas contra el poder imperial, alentando
suhlevacione5 entre sus campesinos, como aconteció con los reyes
collas, tanquiguas, chachas, cayambes, carangues, huancas, etc.

/a esrmcrura social. Jerarquias. clases ~ casras senores V campesin~s

~3alsa de totora, por lo común unipersonLll, llamada ahora caballito
para la pesca (cerámica Chimú).

31 1

Muy útil

una almadía en balsa, en la que se navegaba a veces de Pauta a Panama y
Chindra Esta embarcación inspiró en nuestros días al aventurero norueg(:) Thor
Heyerdyal para elaborar sus teorías sobre navegaciones transpacíficas.
Los i7lcas

. ~ O ~ ~ 3 ~ O ~
/~

~o

/o esr17/crura social ~era/quias clases ) costos. .enoles 1 calll/~esill-)s 313

El ejército profesional

I'or igual, merecen mención especial los soldados profesionales que
por sus servicios percibían tierras del rey y que obtenían cada vez
mayor influencia y poder. En ciertas zonas, como en Charcas, confor-
mahan ya castas, legando a sus hijos SUS cargos y posiciones, figura
común y corriente a partir de Tupac Yupanqui en los territorios Chuy,
Caranga, Charca, Caracara y otros.

Yanaconas y yanayacos

Otra categoría social hastante notable es la del yana, persona que
dcliberadamente vivía en condición servil en beneficio de los grupos
elitistas y de otros privilegiíldos. Con1o todo lo demás, no fue una cre-
ación o invención de los incas, puesto que dicha institución ya existía
clescle epocíls al1teriores, como lo demuestran los manuscritos de Yarrl
pará y Charcas (siglo XVI). Pero en el Tahuantinsuyo, por razones
explicables, adquirió un importante incremento, principalmente cuando
Túpac Yupanqui avasalló y reprimió a los reheldes tanquiguas que
habían provocado una re~,uelta de excepcional gravedad. Por interven-
ción de la coya no continuó con la masacre, transformando a los
supervivientes en homhres y mujeres de condición servil, repartiéndo-
los entre los parientes y favorecidos del sistema. Entonces una de las
fuentes del yanaconazgo era la guerra represiva o, en otras palabras, el
prisionero.

Pero tamhién hubo otras: la herencia familiar, de padres a hijos; o
el simple capricho de un curaca y del sapainca de tomar individuos de
cualquier comunidad para donarlos a otros en calidad de yanas, a
veces en gran cantidad, como ocurrió con los caciques Cusichaca, Gua-
crapáucar y Apo Alanya, del valle Huanca, quienes entregaron a Fran-
cisco Pizarro decenas de suhordinados suyos en condición de yanas.

El sapainca donaha yanas a jefes guerreros, a altos funcionarios, a
curacas, a señores y señoras de la alta clase social. Una vez que pasa-
ban al citado servicio, quedahan desvinculados de sus ayllus y adscri-
tos a perpetuidad a sus nuevos amos, transmitiendo su status y catego-
ría hereditariamente, de modo que el beneficiario y sus descendientes
no sólo conservaban sino acrecentahan el número de yanas con los
hijos y nietos de los antiguos. Los yanas pertenecientes a personas o a
familias no percibían redistribuciones.
314
Los incas

El yana, por lo general, era un siervo de por vida, transfiriendo su
clase a sus descendientes ad infinittlm. Era excepcional que alguno
hubiera podido recuperar u ohtener su lihertad, cosa que es mencio-
nada por el visitador Garci Díez de San Miguel; si bien no se sabe qué
pasos y procedimientos se seguían para ello. 3
Los yanacuna (o yanas, castellanizado) desempeñaban trabajos de
toda índole, pero en lo esencial tareas serviles en las lahores domésti-
cas, pastoriles y agrarias. Cuando destacahan por su inteligencia, o por J.
SU fidelidad, sus señores les encargaban misiones de alta confianza y
responsabilidad; así, por ejemplo, el poder cusqueño designó a deter-
mmados yanas para que ejercieran como curacas en Chachapoyas y en
Collique (valle bajo del Chillón/Huaral). En tales casos se hacían acree-
dores a retribuciones y redistribuciones. Por lo tanto, aunque el yana
conshtuía un trabajador servil, podía en ciertas ocasiones ejercer pues-
tos de elevada confianza.
Su ocupación se conceptuaba como una ayuda; es decir. como un
ayudante de algo. Lo cual, es evidente. no hace otríl cosa que confir-
mar su rol; porque a quien se le adjudica una tarea servil no hace otra
cosa que trabajar para desca*ar el cansancio del otro, con lo que rea-
firmaba su papel de fámulo o lacayo.
Entre los yanas había rangos o status, como los hay en toda agru-
paclon social. Así, los que se ocupaban de cargos públicos, administra-
tlVos y/o militares, incuestionablemente permanecían en el más alto
peldaño de SU clase, por cuanto en las ~(provincias~ donde iban a ejer-
cer los ~nas les acataban como a jefes máximos. Por igual los yanas
q~le prestaban servicios en aposentos regios de incas y coyas se sen-
han y estaban considerados como sirvientes y siervos de rango supe-
rlor a los yanas que asistían o ~(ayudaban en tareas bajas (lavandería
barrido, cocina). La gente plebeya no tenía yanaconas, excepto los
pongos de los mismos yanas.
Los yanas, por estar desligados de sus ayllus, perdían sus derechos
en éstos: p. ej., no se les repartía tierras, corriendo su mantenimiento a
cargo de sus señores y amos. Pero cuando algunos pasaban a desem-
peñar puestos prominentes (curacazgos) participahan de las retribucio-
nes y redistrihuciones del Estado. Si se les destinaha a las mansiones
de grandes personajes (curacas, guerreros de la plana mayor, aristócra-
tas), sus amos tenían que proporcionarles vivienda, ropa y alimentos.
Pero cuando se les destinaha al trahajo agrario, en tal situación los
señores (fuesen curacas, o el sapainca) les facilitaban un lote de
terreno en usufructo para que produjeran sus víveres; la citada parcela

La estructura social. Jerarquias clases ~ castas, senores y campesinos 315

estaba situada dentro de las posesiones que correspondían al señor o
amo, no en las del ayllu. Y cuando se les dedicaba a tareas pastoriles,
se les permitía poseer alguna cabeza de ganado, que les regalaba el
propio dueño o patrón. Todos estos hechos sirven para deducir que
durante los últimos incas se hahía iniciado el comienzo de una feudali-
zación, sin que ello quiera decir que estemos frente a un modo de
producción feudal.

Asimismo, recibían diversos nombres según a quien estuvieran sir-
viendo. Cuando lo hacían en beneficio de personas o familias, se les
llamaba yana o yanacuna; y cuando pasaban a formar parte de la ser-
vidumbre del sapainca y del Estado, se les denominaba yanayaco o
yanayacocuna. Otra diferencia es que cuando prestaban servicios en
tierras y casas de los magnates se les conceptuaba o consideraha indi-
vidual o familiarmente (padre, madre e hijos). Pero cuando habitaban
en las grandes posesiones territoriales del sapainca y del Estado, por
ser muchas familias nucleares, conformahan un ayllu de yanayacos,
pero desvinculados de sus tierras y etnias de origen. Así acaeció en
Porcón (que fueron pastos del Estado) y en Shultín, olleros que fabri-
cahan también para el Estado (ambos lugares en Cajamarca). En tales
circunstancias los referidos ayllus de yanayacos permanecían dirigidos
por un jefe al que corrientemente se le llamaba pongo, con derecho
incluso a tener varias esposas, y a que sus subalternos le prestaran ser-
vicios en su casa, tierra y otros menesteres. Así lo expresa también la
documentación de la huaranga de Huaraz (Urinhuaillas). O sea, que
existió un número suficiente de yanas que disfrutaban de cargos (pon
gos, p. ej.) que otorgaban prestigio y bienestar entre los de su clase;
aparte de lo que sucedía con los que pasaban a desempeñar otros
puestos estatales.

Los yanas desvinculados de toda obligación con sus ayllus de pro
cedencia, dependían exclusivamente de las personas y familias a quie
nes el jatuncuraca o sapainca les había distribuido y adjudicado. Tra-
tándose de yanayacos quedaban bajo la jurisdicción directa del
sapainca, a quien le representaba SU respectivo tucricut que regía en
su nombre en cada circunscripción regional, el cual a su vez se ponía
en contacto con el ayllu de yanayacos por medio del mencionado
pongo Los yanas y yanayacos comprendían, pues, a hombres, mujeres
y chicos, a familias íntegras.

Sin embargo, pese a lo que acabamos de decir, es imposible califi-
carlos de esclal~os por las siguientes razones: 1° porque, ya se dijo,
recibían una parcela para levantar su choza y sembrar sus alimentos; 2°
31ú LOS incas

porque se les reconocía la propiedad de bienes inmuebles y semovien-
tes (ganado); 3" porque, tratándose de ayllus de yanayacos, tenían su
jefe con un estatuto parecido al de un curaca de ayllu libre: y 4° los
yanayacos al servicio del sapainca en el Cusco y otras grandes llactas
gozahan de un alto nivel de vida, participando holgadamente en fies-
tas, banquetes y en todo acto de redistribución, a veces en mejor situa-
ción que muchos curacas de etnias lejanas que para tales acontecimien-
tos también ihan al Cusco y derllás llactas

Pero si bien no constituía una institución esclavista, en cambio fue
--es evidente-- una institución de carácter servil, por los siguientes
motivos: 1° vivían en casas y tierras uhicadas en terrenos y pastos de
sus señores, usutructuando parcelas de cultivo que se les asignaba; 2°
sus amos podían castigarlos y resolver sus pleitos, pues dependían de
ellos; 3" el trato que se les daha no era inhumano: no se les traspa-
saha, ni vendía, ni alquilaba, ni empeñaba, aunque parece que sí eran
prestados a otros; 4~ nc) se abandonaba a nadie, por viejo, ni enfermo;
~° en casos de injusticia podían apelar al sapainca; 6~ podían ser testi-
gos; 7" se agrupaban en ayllus de yanas, CUyos jetes a SU vez podían
tener sirvientes; ~o heredahan algunas cosas de SUS señores; 9° podían
ser ~liberados~ y reincorporados a SUS comunidades de origen: 10° se
casahan solamente entre yanas y estaban exentos de determinadas
ocupaciones y obligaciones (mitas); y 11° a los ~anayacos también se
les utilizaba en la guerra como transportistas de armas y vituallas.

El trato que se les daha divergía. Algunos gozaban de enorme
confianza por parte de sus señores, hasta el punto cle hacerlos espías,
jefes de algunas tropas de soldados e incluso promocionándolos al
puesto de curacas. Para los trabajos que desempeñaban se tenía en
cuenta SUS edades y sexo. Entre ellos mismos practicahan el ayni.
i~saban ropa y adornos propios de su clase. Por consiguiente, entre
ellos mismos había rangos y status diferentes. ~o constituían mayoría
frente a los mitayos, aunque a partir de Huayna Cápac parece que
iba en aumento.

Llacuaces, uros y changos

En la sierra central y norteña había otros ayllus de ganaderos con
SU hábitat en las punas y jalcas, muy despreciados por sus vecinos por
diversos motivos; entre éstos por descender de unos invasores que
destruyeron a los hua1is los remotos habitantes nativos de la región; y

La estn~ctura social. ~erarqu~as. clases ~ castas serlores ~ campesinos 317

Yana actual ingiriendo cbicba. bebida termentadí- de maíz~ especLI.s y azúcar, de
Signiticación ritilal, con indepcnclencia cle sus valorcs proteínico.s (Archivc) GEA).
lap sale~o~ sol ua eqez~ n sol aluawea!ull len~ la e~uledes lap s~ulc
eqelaplsuo~ sal as SopOI ~ sauol~nlllsul e !u sonp!AIpul e ep!l!wlad
eqelsa ou uolsasod ns oluena lod olnl ap leuas eun ueln1!1suo~ o~

ow!slllqelou laded un ueqeuadwasap
abune lelol uol~elqod el uo~ uQ!aeledwo~ ua opeAala an~ e~unu
olawnu llS SOIIU, a salalnw sns e elpualxa as an~ uo!aeu~lsap '5~7UtC/
ap alqwou la eqep saT as seAIsal~e aluawelapeplaA sel~olo~a ua e~oa
ap uola~npold el ua eplA lod ap sollealdwa eled eAIas ap a1!wll o
elle eAIas el ua eqe~lqnal sal as sell~e~l~ A saleue~ sollnb saqwe.~e~
san~uele~ so1sed ap saleua1uaa soun~le uo~ o!pa~ns owo~ e1ollap
el uel1lwpe ou uol~enlls lel ua une an~ ellan~ ap solauo!s!ld sollal~
uela ella e sop!lawos ueqepan~ anb so~ pnllAel~sa el ecle~llaeld as
an~ ap saleluawn~op A Seallslll~Ull Sel~UaplAa 'alUaWeA!I~ala 'AeH

~un~uld A 7~U~QT eqewell sal as enul~anb
u ~ ~ede~ euAenH oplla ~al lap ll1led e selallsod sepeaap sel ua sew
olad seauI sol ap olladwl la ua oqn~ sol ls an~ ap o1ualull~uaAuo;~
e ope~all ell oAesua aluasald lap lolne la pnllAel~sa e oluen~ u ~

(soA~l~sa) s~ld o S~UId

aluawelasol~ eqeze~al al as
an~lod en~e ap oseA un llpad e selewAe soAe1!w lod op!~as oqwel
un ua iel1ua elpod ela!n~ls !u oln ul I sol~asu! a sellpueqes owoo
ows souewn~ salas lod e ual sal as o~ euen~adol~e pep!ladsold
epezueAe ap pepal~os selewAe sol ap olpaw ua o e~la~ l!A!A ap lesad

e salopezea A SalOI~alO~al 'SalOpe~Sad :SO/~II!WTld AllW SO~!UIOUO~a

solpelsa e salualaauallad sal1 sel 'SOAOW A so~uell~ 'SC)IIl SOI ap e1e
aS Sale!.~el elSeil A salel~os saleJnlln.~ so!~ln~ald ap seulTIolA sepeu
-apsap A sepeul~lew aluawzolle sauo!~edm~e sello uells!xa sewap~
pepalleluawaldwo~ a1uel~adxa eun ap o!paw ua
-;)npold sns lelqwe~lalul eled e~l~aso;~ ap se~oda ua ueqellslA as u(?!~
-~lpel1uo~ esa e asad 'SOI10 A soun ~ ewellas el ap seleq sel ua ueq

-el!qell SlJen~l sol Sel1Ua!W selle salled sel ua uelA!A sa~en~ell so~
salua!~al aluaweAnelal se~oda
ua sope~all solalselol soauelo~ eqelaplsuoa sal as (e~eqeA~-eqweq
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52~1.71 ~ ø77

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La est17lct~ 1 s-)cial.,/e~ qloas, clases ~ castas se~ores ~ ca~npesi~los

porque SU propia vida huraña y hosca, inherente a los pastores de las
altas cordilleras. Ios hacía repelentes. Se les llamaha llacuaces, palahra
muy despectiva. cuya área de dispersión cubría desde las punas de
Yauyos y de los huancas hasta Cajamarca y Guayacondo (:Huanca-
bamba-Ayabaca). Se les consideraba foráneos forasteros llegados en
épocas relativamente recientes.

Los llacuaces vivían en las partes altas, mientras los huaris hahita-
ban en las hajas de la serranía. Y unos y otros, pese a esa contradic-
ción se visitaban en épocas de cosecha para intercambiar sus produc-
tos, en medio de una expectante complementariedad.

Además existían otras agrupaciones atrozmente marginadas y desde-
ñadas, víctimas de prejuicios culturales, sociales y hasta raciales. Se
trata de los uros, changos y moyos, las tres pertenecientes a estadios
económicos muy primitivos: pescadores, recolect(:)res y cazadores, a
pesar de vivir cerca o en medio de k)s aymaras, sociedad de avanzada
prosperidad agropecuaria. No se les tenía por seres humanos, sino
como sabandijas e insectos I Jn uro ni siquiera podía entrar en un
tambo servido por mitayos aymaras a pedir un vaso de agua porque
se le rechazaba groseramente.

L Pinas o piñas (esclavos)

En cuanto a esclavitud, el autor del presente ensayo ha llegado al
L convencimiento de que sí los hubo en el imperio de los Incas, pero
más en las décadas postreras, a partir del referido Huayna Cápac. En
quechua se les llamaba pina y pinacuna.

Hay, efectivamente, evidencias linguísticas y documentales de que
se practicaba la esclavitud. Los que quedaban sometidos a ella eran
ciertos prisioneros de guerra, que aun en tal situación no admitían la
derrota, como sucedió con algunos centenares de pastos, carangues,
cayambes, quitos, cañares y chachas. Se les reubicaba en la selva alta
o límite de selva para emplearlos de por vida en la producción de
coca en ecologías verdaderamente agresivas. Se les daha el nombre de
pinas, designación que se extendía a sus mujeres e hijos. Su número
nunca fue elevado en comparación con la pohlación total, aunqe
desempeñaban un papel notabilísimo.

No constituían una señal de lujo, por cuanto su posesión no estaba
permitida a individuos ni a instituciones. A todos se les consideraha
pinas del sapainca, el cual únicamente los utilizaba en los cocales del

320 Los incas

Estado y en los suyos propios. No se les destinaba al trabajo de minas~
canteras ni otras obras estatales, ya que en éstas trabajaban mitayos
proporcionados por los ayllus. Tampoco lo.s regalaba a sus favoritos, ni ~
a sus esposas, ni siquiera a los guerreros que expandían las fronteras :,
imperiales y reprimían a los rebeldes; tampoco eran objetos de comer- :~
cio, arrenclamiento, ni préstamo.

La suerte del pina era muy triste en los cocales de la selva alta,
pese a recibir por allí tierras de cultivo. Se trata de gente que no tenía
el status de hombres ni mujeres libres. Pero lo original de la esclavitud
andina es que todos eran propiedad del Estado y del sapainca sola-
mente, quien no acostumbraba a regalarlos ni venderlos a nadie.
Nunca se ha encontrado a ningún pina que hubiera sido propiedad de
personas (privada) o de instituciones tipo sacerdocio por ejemplo. No
hubo, pues, tráfico de pinas. Pero existieron familias y ayllus enteros
sometidos a esclavitud, todos con un status muy bajo y con obligacio-
nes estrictamente conocidas. Su proporción, sin embargo, fue exigua en
comparación con los runas libres e inclusivo ell r~lacioll con los j
ya1las. ~To se percibe que fuera en aumento. ~L

~o se han descubierto mitos sobre el origen de los pinas. Pero
para su adquisición por el Estado y el sapainca sólo existieron dos for-
mas: 1° prisioneros por delito de rebelión empecinada contra el
sapainca y el imperio; 2° por nacimiento o sucesión familiar. Además,
hubo un solo tipo de pinas, cualquiera que hubiera sido su origen,
por lo que el tratamiento fue igual para todos. Una sola ocupación les
estuvo reservada: el trabajo en los difíciles cocales de la selva alta, pro-
duciendo para el Estado y el sapainca, distribuyéndose la.s faenas con-
forme a sus edades y sexo. No se les utilizaba en la guerra. No se le.s
permitía llevar armas, ni viajar. Tampoco conformaban comunidades
con tierras colectivas ni privadas, aunque vivían en chozas configu-
rando aldeas. Tenían sus jefes, supeditados a los gobernadores incai-
cos. Se casaban entre ellos mismos. Exhibían insignias peculiares de su
clase para ser reconocidos como tales. Con todo, muy raros son los
que corrían el riego de ser convertidos en pinas: los prisioneros recal-
citrantes que no reconocían la derrota.

Unicamente el sapainca tenía derecho a la vida y muerte de los
pinas. Y si bien el Estado les facilitaba tierras en usufructo para la pro-
ducción y obtención de sus alimentos, arrastraban una vida cotidiana
muy penosa en los cocales, debido a las aguas contaminadas, al clima
caluroso y húmedo, a los enjambres de insectos dañino.s y, sobre todo,
a la terrible e incurable espundia o uta que desgarraba sus rostros.

La estnlctlll-a social Je~arqll~as, clase~ ~ castas. se~lores ~ campesinos 321

Se ha dicho ya que pertenecían al Estado; pero ellos podían ahorrar
productos y trocarlos, y tenían el usufructo de las tierras estatales que
ocupaban. Practicaban la endogamia y no se sabe si el sapainca conce-
dería la libertad manumitiendo a algunos.

Un documento de 1563 dice sobre ellos: oSabrás por cosa muy
cierta que los ingas, senores de esta tierra, cuando conquistaban una
pro¿~incia de gente brava y feroz y hacían dano al ejército de los ingas,
o que algunas tiewas ya conquistadas y pac~ficas se les rebelaban, des-
pués cle muertos m¿fchos millares de los delincuentes y hartos los ingas
de sangre y matar, los que dejaban ¿ i2Jos, a éstos en2 iaban a heneficiar
y cnar esta coca como por castigo y destiewo grandlsimo. Y destos es la
mayor parte de los que hallastes en el beneficio de la coca cuando
entrastes en esta tiewa. Y asi hallaras indios canares, cayampis, quitos,
pastos y de otras naciones muy remotas. Y que los ingas, senores desta
tiewa los trasplantaron, como está dicho, por destiewo y castigo de los
delitos que cometieron. Y no digas ni creas que indios de otras partes
entrasen a coger, ni a sacar. o heneficiar coca~.

Pampayrunas o mitahuarmis

La prostitución estaba permitida, reglamentada, controlada y garanti-
zada por el Estado. Pero no la ejercían mujeres que por su propia
voluntad y empujadas por la necesidad se hubiesen decidido a ejerci-
tarla. Lo cierto es que la practicaban por imposición del gobierno en
una actitud realmente esclavista. En efecto, con la finalidad de que los
solteros no alteraran el orden social violando a muchachas o deseando
a esposas ajenas, Pachacútec dio varias resoluciones reglamentando la
prostitución: 1°, que los prostíbulos estuviesen edificados fuera de las
llactas; 2°, que allí se ganaran la vida únicamente mujeres prisioneras,
capturadas en las guerras; 3°, que percibiesen un pago dado por cada
cliente que las solicitara; 4°, que en caso de resultar embarazadas y dar
a luz, se les quitara a los niños para alojarlos en casas especiales a
cargo de mujeres honestas que carecieran de hijos; 5°, considerar a
tales chiquillos, hijos de todos los hombres que habían cohabitado con
sus madres; y que una vez mayores se les llevara como trabajadores a
los cocales, al lado de los pinas; y 6°, debían vivir en chozas indivi-
duales, prohibiéndoseles la entrada en las llactas y ayllus. Precisamente
por vivir en el campo se les llamaba pampayrunas, o sea, mujeres
públicas, dispuestas a recibir a cuantos querían acercárseles, por lo que
también se les decía mitahuarmis: mujeres de turno. Los hombres
casados las trataban con desprecio; y las mujeres honestas ni siquiera
les dirigían la palabra, so pena de ser calificadas con el mismo nom-
bre, ser trasquiladas en público y declaradas infames, además de ser
repudiadas si estaban casadas. Así lo aseguran Betanzos y Garcilaso. Lo
que no se sabe es qué ocurría cuando eran ancianas, edad que las
imposibilitaba para seguir en el oficio que les había impuesto el
Estado.

Una sociedad de clases

Como vemos, la formación económico-social andina: Horizonte Inca,
fue una sociedad de clases, con grupos fuertemente cerrados, con dife-
rentes status y derechos condicionados por la descendencia l~amiliar y
étnica. Ello determinaba la riqueza, la ocupación u oficio, la vesti-
menta, sus adornos, su vida cotidiana. Configuraban grupos cxclusivos
y permanentes con barreras sociales insalvables, con actividades econó-
micas diferenciadas. Sin embargo, la diferencia estricta no era racial
sino económica y social. Cada grupo tenía derechos, obligaciones y
privilegios; cada cual poseía sus mitos y simbolismos mágicos; sus
miembros estaban sujetos a tabúes o prohibici(:)nes. La clase y casta se
heredaban. Con todo, se reconocían los méritos de los individuos de
los estratos inferiores. Así, los estrategas, guerreros valerosos artesanos
habilidosos y adivinos que no se equivocaban gozaban de prestigio;
pero los merecimientos de los progenitores no se transmitían a los
hijos, aunque éstos podían sentirse orgullc)sos de sus padres.

10

El supremo y absoluto poder.
La elite Inca

El sapainca: descendiente de dioses y rey de reyes

Ya se sabe que había dos incas simultáneamente, uno de Anan y
otro de Urin, aunque la doble presencia se revisó en el Cusco durante
Inca Roca, quien separó los poderes. Hubo, pues, dos administracio-
nes o jefes máximos, sin que ello signifique la existencia de dos
monarquías paralelas, sino de una sola debidamente unificada si bien
con intcrmitentes contradicciones internas. Lo~ clos gobernal an parale-
lamente; tenían bienes y tesoros similares. Sin embargo el de Anan
reunía más rango por ser el que manejaba la vida civil, política, eco-
nómica, social y militar. Por eso se le decía sapainca. a diferencia del
otro que concentraba en sí el más alto poder sacerdotal, dirigiendo el
culto solar, pero, qué duda cabe, con una enorme influencia. Cada
cual usaba sus símbolos y parafernalias bien determinados. En el
sapainca lo más destacable eran la mascaipacha, el yauri (cetro), el
sunturpaucar (especie de pica emplumada) y el ushno o trono de oro
para sentarse durante los actos públicos y oficiales. En ciertas ceremo-
nias religiosas añadía a los anteriores la famosa napa: una llama
blanca vestida con telas rojas y adornada con cintas de colores. El
otro, en cambio, ostentaba un tocado diferente y un traje talar consis-
tente en una túnica blanca que descendía de los hombros a los pies.
Pero eso sí, amhos poseían banquitos o tianas de oro, otro símbolo
de alto poder. Los adornos, vestidos y cualquier otra de sus prendas
estaban divinizados.

Debido precisamente a la vida religiosa del inca de Urin, que siem-
pre ejercía como sacerdote del Sol, poca relevancia tenía en las activi-
dades política y militar, pese a que casi continuamente acompañaba al
sapainca en sus campañas. Al sumo sacerdote se le consideraba el ser-
vidor o ~esclavo~ del Sol, a diferencia del sapainca a quien se le con-
ceptuaba como el ~hijo del Sol. El sumo sacerdote invariablemente
pertenecía a la estirpe de Urincusco, especialmente al ayllu Tarpuntae.
Podía reemplazar al sapainca en ciertas situaciones de ausencia, enfer-
medad y muerte, lo último en caso de no e~istir correinante, como
acaeció con el sumo sacerdote Colla Topac. que concentró las riendas
supremas del poder después de los decesos de Huayna Cápac y Ninan
Cuyuchi, mientras lc)s orejones de Anan se decantaban por Huáscar. El
supremo sacerdote llamado Huillac Huma también sustituyó a Manco
Inca los meses que duró el sitio del Cusco contra los españoles.

El de Anan, al asumir el mando como sapainca se cambiaba de
nomhre. Su aceptación y elección debían contar con la anuencia de
los orejones, o por lo menos de la mayoría de éstos. En ello, las
esposas del sapainca difunto jugaban un papel muy notable a través
de intrigas, devoradas por la ambición de ver a sus hijos luciendo la
mascaipacha .

La casta que detentaba los supremos poderes justificaba su status y
posición mediante dos mitos (el de Manco Cápac y el de los Ayar) que
simultáneamente cumplían dos papeles: 1" la ~aclaración~ de sus oríge-
nes y ~° la función que debían realizar en el mundo (andino). Esos
mitos constituían, en definitiva, la ~ley~ o ~carta magna~ que legitimaba
el ejercicio del poder desplegado por la casta Inca residente en el
Cusco. De ahí que la figura del fundador de la etnia Inca, Manco
Cápac, cada vez se mitificaba más convirtiéndola en un paradigma
ejemplar, en un arquetipo, hasta el extremo de que hoy algunos histo-
riadores dudan de su existencia real. Sin embargo, todo ese proceso de
ficción sólo tenía una meta: reforzar la posición de la clase dominante,
y ante todo la del sapainca, palabra que puede ser traducida al caste-
llano como emperador He ahí la causa de la preocupación de cada
nuevo soberano o sapainca de llevar una vida semejante a la de su
prcdecesor, reproduciendo sus grandes rasgos e imitando sus acciones,
hechos, obras, gestos y pensamientos: lo que ha dado tamhién pie
para que varios autores apresurados crean que se trata de un solo per-
sonaje y no de tantos soberanos.

Así como lo.s curacas aseveraban que procedían de un remoto pro-
genitor (mallqui), cuya momia era venerada como a la huaca del ayllu,
Ios incas idearon y convencieron de su vínculo o parentesco con el Sol
y la Luna, dos deidades astrales de quienes se sentían descendientes.
Por lo tanto, el sapainca era hijo de dioses. un hombre divinizado, por
lo que su vida y actos frente al público estaban sometidos a rigurosas
reglas ceremoniale.s. De ahí emana el porqué de que el origen del
poder supremo lo atribuyeran a la voluntad y decisión divina: un man-
dato del Sol, el cual, compadecido de la miseria e ignorancia suma en

-~ 9
e leuo!~al oulalqo~ la opuel~uo~ 'pepuo1ne el ap epllled ap o1und

la 'opels~ lap ollua~ la eqeln~l~uo~ e~uledes la oluawow OpOI U ~

lelodwal °l ua owoa lenlu
-Idsa °l ua o1ue1 'ew1a A aleu!l ns OpOI e OUIS la e olos ou opowwwo
apod un eqep al anb °l 'l1uI enu~anb ua opewell '1°S la :le!lIwel sOlp
ns 'aA as 'ewa1 ouelaqos owaldns l~ oAnsu!1uenlle~L lap A e~u!edes
ap o!a!AIas le lelsa elqap eumun1el la anb lu~e aa ellao~el!nH IS~!~
OWaldnS lap A 1°S SOlp lap pe1unloA el ap uo!saldxa las Jod OUIA!p
ua~!lo ap 'a1ueu!wop odm~ lap sasala1ul sol e oplan~e ap 'sand 'an~
'oAnsu!1uenule,L 1~ opunw lap osm~ A peplllqelsa el leznuele~ e ueq

SeaP! Sale.L opelS~ la A oUelaqoS la UO;) eled ~umun1~ lap sopellW!II

salaqap sol leu!wlalap e eql anb °l 'opunw la ua OUlAIp alUelUaSaldal
a owoa lse eqeqe~e e~uledes l ~ saso!p sosa ap elqo eun ope1s
A 'saloAew sasolp sol ap o!les!wa la las e eluaA e~uledes l:~

so1~adse sa1uell!lq sew sns ua pn1luald
el ap ol~ol la llpadw! e uelleA!nba sep!~apaqosap anb 'len~ epe~ e sau
-olae~llqo sesolawnu opua!~alqelsa 'o!ladwl la ua laaeu~ elqap as anb
°l uelplaap e1nlosqe pep!lo1ne eun ap sope1opo1n~ sopo1 ap salouas
A sowe 'so1~a~!p so!lela!dold ueqelap!suo~o1ne as sauo!aou salel a1u~

ell~eAeu,~ed ell~oael!nH !s~lL od~ OWTSlWS!W lap uola!q!~al ol anb
em~ase e uole~all sauo!se~)o se~od ou ua A '1°S So!p la oplpa~uo;~
elqell sol as 'solla uelanpe 'se!u~lsw a lapod ns sasolp sapuel~ sol ap
a1ueluasaldal owo~ o~lea la elala~a e~wedes la 'a1uawa1uan~asuo~

sodwa!1 sollanbe ap lelal~o ello1slu~
el A alueu!wop odm~ la eqeledold A elaap °l ls~ alqelo~ew eqeulo
as pep!ladsold el anb 'ueqepunqe seu~asoa sel anb 'I!AIA elpod UOI~
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-ll~ seu!sadwea sesew sel lod eplala pep!~!1ua1ne eun owo~ OUIS 'Sal
-opelnpe lod epeledoJd A epelaua~ else1ue~ elaw eun owo~ elql~al as
ou peplllq!pala e1sa anb opow aa o1lna elpual A eqelauaA 'eqe~as!p
al as laAepe~ ns e anb °l lod 'op!~alle~ ap sandsap e1seu, eqemplad
uo!~da~uoa ell~!p ~ e~uI elu1a el ap sale!.~uasa sapeplleln;~!lled sel
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el~uasald ns lezleal uolaln~!suo~ ls~ peplaA ela ou osa anb ua!q AllW
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parientes consanguíneos o a parientes ceremoniales suyos, mediante un
engranaje de sucesivas delegaciones estructurando permanentemente un
esquema administrativo de funcionarios. Enca en puquina (asimilado
después al aymara), o Inca ya quechuizado, significa exactamente el
principio generador o vital, la fuente y origen de la felicidad. Lo que
equivale a decir un arquetipo, un modelo original de todas las cosas,
un ser sagrado, un dios. Capac corresponde a grande, poderoso, rey; o
dicho de otro modo: grupo dominante y dirigente. Yupanqui es, en
cambio, memorable, digno de recordar.

Pero el sapainca, debido a las funciones prácticas que desempe-
ñaba, acabó significando lo que en castellano designamos como empe-
rador, o sea, la mayor de todas las jefaturas o, en otros términos, rey
de reyes. Por ello fue necesario anteponerle, para distinguirlo, esa otra
voz: sapa, es decir, sapainca: el único rey, el rey de reyes.

Es fácil comprender que la vida de un sapainca discurría como la
vida de un hijo de dios, por lo que era ot~jeto de culto y adoración.
Cotidianamcntc no se dejaba ver por las multitudes; pcro a su paso
éstas se prosternaban. Sus actos públicos se regían por estrictas reglas
de etiqueta. Tenía trajes y tocados sui generis según los actos y campa-
ñas en las que intervenía. Se le conducía en andas recargadas de joyas
y adornos de oro, plata, piedras preciosas y plumajes de gratísimos
colores. En público siempre aparecía con su parafernalia típica. De
continuo estaba sometido a breves prácticas de purificación ritual (con-
sistente en baños, privándose de sal, ají y chicha, además de una ligera
abstinencia sexual).

Dentro del mismo plan de divinizar su persona figura el sobrenom-
bre de intichun que cada sapainca recibía del sumo sacerdote el día
de su entronización. Dicha categoría lo convertía en el mediador privi-
legiado entre el mundo de aquí (ca~pacha) y el de las divinidades
(ananpacha). La mencionada invención y concepción ideológica justa-
mente lo transfiguraba en el ser que garantizaba el bienestar material y
moral de los millares de jatunrunas.

Como resultado del pensamiento anterior, él y su esposa principal
tenían que iniciar el año agrícola, para lo cual existía habilitada una
parcela especial llamada Sausero, al sur y muy cerca al Cusco. Allí,
cogiendo una taclla de oro abría el primer surco, con lo que esa y las
demás parcelas del imperio recobraban su vitalidad productiva. En tal
creencia también radica la explicación del porqué una vez al año,
durante la estación invernal, presidía la gran fiesta cusqueña del situa,
con la finalidad de echar del territorio la.s enfermedades y asegurar la
buena salud, la felicidad y longevidad de sus habitantes. Y, por fin, su
condición de intichuri o hijo del Sol lo ponía en posición de ser el
único ligamen entre el orden cósmico (natural) con el orden social, de
manera que canalizando las fuerzas del cosmos mantenía su equilibrio,
apareciendo como el único hombre que podía evitar cualquier catás-
trofe. Y tanta fue la vehemencia con que propagaron estas cuestiones
supraestructurales que lograron convencer a miles de habitantes de que
así era en efecto. Para ello, se aprovecharon, naturalmente, de cual-
quier tipo de accidentes, moldeándolos a sus intereses, como acaeció
con Pachacútec cuando se produjo la erupción de un volcán que asoló
Arequipa. Al respecto crearon el mito de que fue hasta el cráter, a
cuyo interior lanzó con una honda bolas de arcilla mojadas en sangre
de llamas sacrificadas, con lo que el volcán se apaciguó enseguida.

El traje del sapainca era de pelo de vicuña tejido y confeccionado
por los i~urac acllas del Cusco y Coatí, preferentemente. Jamás se
ponía un vestido y un par cle calzado dos veces; y cuando el que lle-
v aba lc caía la más simple pizca clc- algo que pudiera mancharlo, por
insignificante que í~uera. se cambiaba al instante, de manera que no era
nada raro que en un solo día se mudara hasta cuatro veces de ropa.
Cosa que no sucedía con otros personajes, y muchos menos con los
jatllnn~1las quienes, corrientemente apenas tenían dos trajes, no reem-
plazables hasta que estuvieran hechos unas piltrafas. La indumentaria
que se sacaba se guardaba en trajes especiales, para quemarla en
determinadas ceremonias rituales. Sus joyas quedaban para formar
parte de los adornos de su momia. La v estimenta del sapainca tenía
sus colores y decorados específicos, que tipificaban a quien la llevaba
como inca de sangre. I~adie en el imperio debía innovar su vestuario
nacional o étnico, adoptando las figuras y colores de otras. Pero de
dicha medida quedaba exceptuado el sapainca. Por eso Pachacútec,
cuaIldo emprendió una visita por sus posesiones, por cada etnia que
atravesat~a se ponía el atuendo que ahí acostumbraban a usar con la
finalidad de ganarse las simpatías, lográndolo plenamente.

Funcionaba a su lado un servicio singular y privativo encargado de
recolectar las sobras de sus alimentos, que también eran quemados, e
igual para juntar o acumular sus uñas, pelos y otros deshechos de su
cuerpo, para darles el mismo fin. Todo lo cual demuestra, una vez
más, que se le consideraba un ser clivino; pero también un hombre
que ponía gran prccaución para no dejar nada de lo suyo, evitando de
aquella manera que algún opositor, de los que nunca faltaban, lo
pudiera hechizar mediante la magia contaminante, que era practicada
330 LoS i;lCaS

con excesiva frecuencia. Incluso sus esputos los arrojaba en la palma
de la mano de una dc sus esposa.s para que ella los tragara sin pér-
dida de tiempo.

El sapainca era una de las personas más aseadas. Como tomaba los
alimentos con las manos, se las lavaba antes y después de comer en
una vasija de oro o plata so.stenida por otra de sus esposas, secándose
en seguida en scrvilletas o lienzos facilitados por otra de ellas. En los
caminos aleclaños a aguas termales mandaba abrir pozas y piscinas
para bañarse en companía de su.s mujeres. A estas pozas, como en la
de Pultamarca (Cajamarca:) conducían por medio de caños agua fría y
caliente para proporcionarle la temperatura deseada. Sus esposas le fro-
tahan el cuerpo con suave.s piedras pómez y hierbas jabonosas y aro-
máticas. Frecuentementc se depilaba con pinzas las ralas harbas que le
hrotaban en la cuijLlda. Y permanentemente se hacía cortar el cabello.

IJnicalllente en su casa. en los templos solares y en algunas fortale-
zas se clesplazaba a pie. andando hajo un quitasol portado por sus ser-
viclores enano.s y jorohacloj. Ell lo restante ineludiblemcnte lo hacía
sentado, y sólo en casos de guerra parado de pie sobre unas andas
inauditamente suntuosas, comhinando oro, plata y otras piedras precio-
sas, anda cuyo cobcrtizo era, justo, de hojas y ramas contrahechas de
oro. Elegantes y finísimos cortinajes lo aislaban y cubrían por los cua-
tro costado.s. Apenas cinco etnias podían proporcionarle cargadores: los
andamarca.s, soras, lucan.ls y pariguanacochas para las expediciones
guc rreras y los callahuayas para sus paseos. Delante de él se movili-
zaha un enjambre de servidore.s vestidos con distintas libreas (unifor-
mcs) para diferenciar las funciones que desempeñaban: limpiadores del
camino, danzantes, músicos. Casi nunca se dejaba ver por la muche-
dumbre, puesto que iba en su litera rocleado de colgaduras y velos
que escasamente dejahan percihir SU silueta algo borrosa, lo cual no
era obice para que los pueblos por donde transitara se le prosternaran
en cuclillas Y si a alguien se le pemlitía acercarse hasta él, tenía que
hacerlo descalzo y con una carga simbólica en la espalda como signo
de humildad, y sin mirarle de frente, hahlándole a través de un funcio-
nario acl hoc.

Cada sapainc a, para mantener la pureza de su casta tenía que
ca.sarsc con .su hcrlllana, la que se convertía en la mujer principal o
co~a aunclue podía rcunir en .su harén a señoras nobles pertenecienteS
a otras l:amilias y etnias. ~;iin emhargo, por razones coyunturales, desde
el scgullclo inca clc la relacic)n oficial (Sinchi Roca) al undécim°
(I'act1acútec) fue in1po.sihlc clue contrajeran nupcias incestuosas, por la

11 supremo l~ ahsoluto poder. La ¿lite Irlca 33l

Hahlando con los espíritus
srindando a la divinidad solar

I n saprinca entronizado
un saprinca llevado a la guerra

Estos dibujos de Eelipe Huamán Poma de Ayala evocan algunos aspectos tanto
de la vida cotidiana como ~le los ritos cercmoniales del sapainca.
necesidad de casarse con hijas o hermanas de reyes o curacas de los
señoríos y reinos colindantes al Cusco para generar vínculos de paz, o
de mutua ayuda, o de neutralidad mediante lazos de parentesco. Por
entonces las conveniencias políticas les obligaron a romper la norma
consuetudinaria practicando tan sólo la exogamia. Pero una vez que
Pachacútec fundó y consolidó el Estado imperial, al ver que la exoga-
mia interesada de los jefes incas perdía algo de su utilidad política,
volvió a implantar el incesto entre la alta realeza o, mejor dicho, la
endogamia familiar, tal como la habían llevado a cabo sus remotos
antepasados en Taipicala (Tiahuanaco) y tal como aún la había practi-
cado Manco Cápac. De ahí que Túpac Yupanqui se desposase con su
hermana por parte de padre, siguiendo análogo ejemplo Huayna
Cápac. Pero aparte de esas esposas principales podían tener decenas
de mujeres más, tomadas de entre las noblezas provincianas. Tal sis-
tema no fue inherente a los incas solamente, ya que los jatunctlracas
de los reinos también tenían por costumbre casarse con ~u~ h~rllldnaj,
además de la cual, asimismo, tenían derecho a otras compañeras
secundarias.

Los sapaincas o soberanos, desde el primero al último, en el
momento de acceder al poder se consideraban supuestamente pobres
(huacchas) por excluirse de su grupo de parentesco sin llevar consigo
ni retener ningún objeto como herencia, por cuanto las tierras y lo
demás que había pertenecido a su antecesor quedaban para sus herma-
nos y demás parientes que configuraban la panaca dejada por el
sapainca difunto que, por lo común, la conformaban centenares de
personas, además de la numerosa servidumbre adscrita al servicio de la
citada panaca. El nuevo inca, por lo tanto, tenía que agenciarse su
propio patrimonio (tierras, pastos, ganado, aposentos, yanas), lo que a
SU vez, a su fallecimiento, pasaba a sus hijos en conjunto, es decir a
su linaje o panaca, que tenía entre otros cometidos el de cuidar su
momia y conservar en la memoria la biografía del sapainca extinto,
conservando sus hechos gloriosos y manteniendo un culto permanente
al cadáver divinizado. A partir de Inca Roca, los jefes supremos del
Cusco incluso tenían que edificar cada cual un particular y flamante
aposento. Los cuatro anteriores a él habían residido por razones coyun-
turales en el propio Coricancha. Claro que panacas sólo fundaban los
que en realidad habían ejercido el mando, o se les había reconocido
en él. De los eliminados de la historia oficial, como ocurrió con Tarco
Huamán e Inca Urco, no quedó panaca alguna. Luego, debido a una
guerra civil y a la invasión española, ni Huáscar ni Atahualpa tuvieron
tiempo de conformar las suyas propias. Por eso en 1533 en el Cusco
sólo existían once panacas.

Como ya se dijo, el sapainca tenía derecho a poseer una cantidad
elevada de cónyuges. Una era la principal y las demás las secundarias.
Pero en ningún caso tomaba mujeres de la plebe tenían que ser
damas de alto rango. En caso de escogerlas en las etnias, se decantaha
por las hermanas o hijas de los jaluncuracas. Y hubo ocasiones en
que echaha mano de las reinas viudas, cuyos maridos hahían desapare-
cido en las campañas de conquista. Huayna Cápac fue muy dado a
este tipo de uniones.

El tomar esposas en cada etnia de las que componían el Tahuantin-
suyo no era un afán machista ni un exceso de líbido, sino estricta-
mente por razones políticas: convertirse en el yerno del rey regional
sometido al Cusco y en el padre de un niño habido con la hija, o her-
mana, o viuda del citado jefe regional. El infante, entonces, resultaba
ser hijo del sapainca y a SU vez el nieto del rey vencido. Pensaban
que con tales vínculos de linaje y parente.sco entre el pocler imperial y
el poder regional esos chiquillos iban a ser los mejores eslabones para
mantener latentes las relaciones de paz y dependencia a favor del
Cusco dominante.

Sin embargo, la existencia de una esposa principal y de compañeras
secundarias no daba origen a la división entre ~(mujeres legítimas~ y
~mujeres ilegítimas~, lo que a su vez tampoco connotaha la existencia
de ~legítimos~ ni ~hastardos~ en lo que atane a los hijos. Para ellos úni-
camente existían esposas e hijos principales y secundarios. Y tanto
unos como otros, fueran esposas o hijos, con derechos y privilegios;
ellas viviendo muy a menudo juntas, en una sola gran residencia, o
distribuidas en cada etnia del Tahuantinsuyo. Ellos, además, al expirar
el sapainca, pasaban a confc)rmar la panaca o ayllu del desaparecido.

Por su mismo carácter de jefe guerrero, el .sapainca, antes y des-
pués de hacerse cargo del supremo poder político y militar estaha
sometido a la continua realización de prácticas deportivas, muchas
veces de tinte violento para desarrollar y conservar su robustez física,
necesaria durante los esfuerzos de la guerra. De ahí su hal~ilidad para
manejar las armas, hecho, por lo demás, que ya lo tenía demostrado
desde las fiestas rituales del huarachico. Tomaba parte en guerras y
cacerías, donde siempre se esforzaha por mostrarse hábil, fuerte y pru-
dente, para que las especies productoras de buena lana no fueran
extinguidas y para que todos lo.s concurrentes recibieran SU debida
reclistrihuci¿)n l'ero también intervenía en festejos y danzas. En SUS

aposentos no le fdltaba servidumbre, varias esposas, abundantes y bue-
nc)s potajes y behidas, bufones, músicos, cantores y bailarines para ale-
grarlo a él, y a SUS esposas e hijos. Entre sus acompañantes domésticos
nunca faltaban jorobaditos de amhos sexos, sujetos considerados como
portadores de buena suerte y dicha permanentes.

En la sucesión del supremo poder jamás tenían en cuenta el dere-
cho de la primogenitura, ni que huhiese sido obligatoriamente engen-
drado en su esposa principal. Lo determinante para declarar a un hijo
heredero y correinante era que el sapainca gohernante lo juzgara capaz
física y mentalmente. Por lo menos esa era la teoría. En la práctica, los
hechc)s, sin embargo, dejaban mucl1o que desear. En primer lugar, las
numerosas esposas del sapainca. como es comprensible, unas por vani-
dad y otras por ambición, ansiahan que el sucesor hlera uno de sus
hijos respectivos. Por consiguiente. influenciaban a SU espo.so, el sobe-
rano, para conseguir lo que cada una de esas codiciosas ansiaha, para
lo que se valían de intrigas y conjuras en las que hasta se suministra-
ban veneno para eliminarsc entre sí y acahar con los pretendientes.

Hipotéticamente, en efecto, el correinado permitía al sapainca asegu-
rar la sucesión designando a SU heredero, asociándolo en vida como
~corregente~. En la vida real, no ohstante, las referidas precauciones ser-
vían para que las diversas esposas secundarias sacaran a relucir sus incli-
naciones voraces hasta conseguir que el soberano mostrara preferencias
por otros hijos que, en realidad, no reunían las condiciones requeridas.
Hubo ocasiones en que, por tales intrc)misiones, designaron como suce-
sores a sujetos innegablemente ineptos; así sucedió con Huiracocha
quien declaró heredero suyo al cobarde, inerme, corrompido y vil Urco,
que ejerció el mando algunos años, siendo borrado después de la lista
de reyes para evitar el deshon(:)r y verguenza de la etnia Inca.

La teoría, pues, pocas veces tenía buenos resultados efectivos, como
lo constatan las endémicas intrigas del serrallo y también las frecuentes
guerras civiles provocadas pc)r la sed de poder, como en cualquier otro
Estado del mundo, aunque la etnia Inca, a través de sus representantes
oficiales, trataha de negarlo u ocultarlo para no dañar su imagen de
cara a las masas, a quienes habían hecho creer que eran hijos de dio-
ses y bondadosos padres de la totalidad de los pobladores. De modo
que el óbito de un sapainca y la entronización de otro casi nunca se
llevaba a caho pacíficamente, porque los pretendientes y ambiciosos
emergían para estahlecerse en el poder mediante la fuerza.

Con la finalidad, pues, de que la tran.sferencia fuera legal, ordenada
L Y sin conjuras, se elaboraron una serie de mecanismos institucionaliza-
dos: principalmente el correinado y el secreto de la muerte de un
soberano, no anunciándose tal hecho hasta qlle el nuevo estuviera ya
seguro en el poder. El correinado consistía en que el sapainca reinante
escogía a su heredero, teniéndolo a SU Iado, adiestrándolo en el ejerci-
cio del mando, confiándole tareas de gran responsabilidad en lo admi-
nistrativo y expediciones guerreras. Así forma todos sabían quién iba a
ser el futuro sapainca. Sin embargo a veces se fracasaba por el falleci-
miento simultáneo de amhos, como sucedió con Huayna Cápac y su
apreciado hijo Ninan Cuyuchi, o por la muerte del soherano antes de
que designara correinante.

En cuanto al sigilo que dehían mantener sobre la muerte del
sapainca, lo hacían con el objeto de que los avariciosos no se aprove-
charan de la transferencia para dar algún golpe de Estado que pusiera
en apuros o en peligro al legítimo sucesor. Este hacía SU aparición
cuando ya tenía asegurado el gobierno, para anunciar la celebración de
los funerales de su predecesor. El mencionado secreto se mantenía
clurante un mes lunar.

A pesar de tantas cautelas, por regla general el final de cada reinado
y el estahlecimiento de uno nuevo daha lugar a un periodo de crisis
marcado por la violencia generada por algún pretendiente y conspirador
cuyas amhiciones insaciables contahan con simpatizantes. Entonces apa-
recían los otros hijos y algunos de los hermanos del sapainca muerto
para plantar batalla en pos del poder absoluto en el Estado, después de
las cuales las numerosas viudas del soberano jugaban un formidable
papel con intrigas de primera magnitud, e igualmente las rivalidades
existentes entre las distintas panacas, de tal Ic)rma que la etnia Inca
ponía en evidencia cómc) estaba dividida en facciones. La pugna, como
era de esperarse, concluía con el triunfo de uno de ellos. pero mientras
se decidiera eso el Cusco era un hervidero de intrigas y escaramuzas,
en la que envenenamientos y homicidios estaban a la orden del día.
Crisis que no pocas veces las aprovechahan los señores y reyes de los
señoríos y reinos para suhlevarse con la ilusión de proclamar su inde-
pendencia, lo que, si bien les parecía fácil dado el caos político, una
vez restablecido el orden, caía sobre ellos mismos sin piedad la zarpa
represiva. La Chachapuya resultó ser la etnia más castigada con este
tipo de acontecimientos: tres veces se rebeló y las tres fue aniquilada.
De ahí que algunos incas creyeran que el imperio renacía con cada uno
de ellos, lo que de cuando en cuando procural)an perpetuar en sus
nombres, como el referido Atahualpa que pensaha ponerse Ticsi Cápac
Yupanqui: conclusión e inicio de un nuevo período.

Ll s/lpremo ~ absol~fo poder. La élite Inca 337

Se sabe fehacientemente que los sapaincas que nombraron a sus
sucesores correinantes fueron Huiracocha, Pachacútec, Túpac Yupanqui
y Huayna Cápac, intentando y logrando que algunos de sus allegados
les reconocieran como a tales.

Como se ha visto, la superestructura del poder podía continuar con
golpes de Estado y luchas internas entre los diversos bandos de la
etnia Inca. Todo cambio de reinado daba lugar a la intervención gue-
t rrera apoyando a determinados caudillos. Se reconocía como sapainca
t al que resultaba victc)rioso. Por eso, decir que la transmisión se reali-
zaba sin violencia es un destemplado idealismo. De todas las guerras
de sucesión, las mejor documentadas son las que enfrentaron a Urco
con Pachacútec y Huáscar con Atahualpa, cuyas contiendas civiles
están relatadas minuciosamente por los cronistas.

Dentro del mismo apartado hay que considerar la permanente
zozobra por los levantamientos de las guarniciones cusqueñas acanto-
nadas en las etnias periféricas. Los sapaincas, para evitarlas y contro-
larlas, se esmc raban colocando a la cabeza de tales guarniciones a
sus hermanos, tíos, sobrinos e hijos. Pero ni así podían contener a
los intrigantes e insaciables, porque no poco.s mitmas incas o cuscos,
estimuladc)s por la lejanía y sintiéndose con poder y prestigio gue-
rrero, se alzaban, deseosos de ser reconocidos como sapaincas. Así le
ocurrió a Huáscar. quien se vio desplazado por Atahualpa. El mismo
Pachacútec tuvo que eliminar físicamente a su hermano Cápac Yupan-
qui, estratega victorioso que después de conquistar hasta Caxamarca
hahía adquirido una inmensa popularidad que puso en ascuas a
Pachacútec, quien, según él, optó por lo mejor: hacerlo desaparecer
de escena.

Los que procedían al nombramiento del sapainca eran los ayllus
custodios, quienes preferían al más capaz de los habidos con la esposa
principal, pero sin menospreciar a los procreados en las cónyuges
secundarias, como ya se mencionó. El nuevo sapainca para ser consi-
derado plenamente como tal tenía antes que cumplir algunas ceremo-
nias simbólicas: someterse a ayunos y recibir en el Coricancha las
insignias del mando: mascaipackJa, cetro y suntllrpáucar, objetos que
guardaban una enorme fuerza mágica y divina. Luego se sentaba en su
trono de oro llamado US/JIIU. Desde ese instante también cambiaba de
nomhre, poniéndose uno que aludiera al momento más notorio que
hul)iera atravesado en su vida él o SU etnia. Así es como Pachacútec
quiere decir persona con el que acaba una época y se inicia otra;
Túpac Yupanqui: el esplendoroso y memorable; Huayna Cápac: man-
ceho poderoso y sol en el cenit, en directa alusión al apogeo del
imperio. Atahualpa iba a ponerse Ticsi Cápac Yupanqui, palabras anun-
ciadoras, asimismo, de una nueva era.

Cada flamante sapainca tenía que visitar y recorrer los caminos y
parajes cruciales indicados por el mito de los hermanos Ayar. Pachacú-
tec fue hasta Pacarictampu, donde ingresó en la cueva de Capactoco,
de la que salió recordando y alegorizando a Manco Cápac, regresando
al Cusco por la misma ruta que siguió el primer inca centenares de
años antes. Sólo clespués de cumplir este ritual se les declaraha sapain-
cas, permitiéndoseles el uso de la mascaipacha.

Claro que Túpac Yupanqui y Huayna Cápac solamente hicierc)n el tra-
yecto desde Huanacauri al Cusco, pero de todas maneras caminaron algo.

El ascenso al trono, los momentos más críticos de su existencia
(guerras, sublevaciones, enfermedades) y SU muerte daban lugar a
sacrificios humanos y llantos generales, esto último fundamentalmente
a cargo de sus nun1erosísimas esposas secundarias que, indefectihle-
mente, derramahan lágrimas como únicc) modo de publicitar y demos-
trar SU cariño por el fallecido. Cuando sucumbió Huayna Cápac más
de 4.000 personas, entre esposas y yanaconas, fueron inmoladas para
acompañarle en su última morada, juntamente con innumerables canti-
dades de joyas. Otra prueba de que se le miraba como a un ser
ommpotente .

Por otro lado, los propios sapaincas, con el fin de afianzar y justifi-
car sus acciones, aprendían y realizaban una serie de prácticas adivina-
torias. I Jnas veces ellos mismos se presentaban como destinatarios de
revelaciones de SUS dioses y como peritos en manejar maravillosos orá-
culos, por intermedio de los cuales sus diviniclades les hablahan, acon-
sejahan, a~udahan y guiaban en las decisiones que dehían tomar para
conquistar, derrotar, reprimir, gc)hernar y regir a los puehlos. Afirmaban
que SUS dioses, en algunas ocasiones, hasta les habían enviado guerre-
ros para derrotar a sus opositores. Así ocurrió con Pachacútec, quien
repetía que le había caído del cielo un cristal de roca que le permitía
ver el pasado, el presente y el futuro. Fl sapainca utilizaba con habili-
dad lo sobrenatural para hacer prevalecer sus propósitos políticos de
conformidad a sus proyectos de dominación. De ahí también por qué
las prácticas cle adivinación se hicieron imprescindibles antes y después
de cada acto, principalmente leyendo los vaticinios en los pulmones y
corazones de cuyes y llamas sacrificados.

Así es como el sapainca, una vez que se estahlecía en el poder,
daha a SU gobierno un fundamento sagrado, con lo que legitimaha su
posición, con el objeto de ponerse a cubierto de cualquier contingen-
cia; a lo que añadían la fuerza de las armas y una serie de aplicacio-
nes mágicas para obtener la ayuda de sus divinidades y neutralizar a
los dioses de los pueblos enemigos u opositores. Religión, magia y
ejército robustecían su poder. Así se explica que muchos jefes guerre-
ros hayan sido al mismo tiempo sumos sacerdotes, como sucedió con
Colla Topac, que acompañó a Huayna Cápac en su expedición al
norte e incluso gobernó en su lugar mientras se decidía la sucesión
de Huáscar.

En fin, el Tahuantinsuyo estaba identificado con el sapainca, un
soberano todopoderoso, absoluto desde Inca Roca en adelante. Teóri-
camente gracias a él el país tenía asegurada una buena administración
y una estricta justicia. Su debilidad o desaparición de inmediato gene-
raba la idea de caos, que era aprovechada por los ambiciosos de
poder y mando. Su majestad no estaba sometida a ninguna restricción
por ser hijo de dioses. Por eso todo lo que ordenaba se realizaba con
prontitud; casi nadie le desobedecía. Consecuentemente, sus cleseos y
palabras eran dogmas que se cumplían aun en el caso de ser detesta-
bles. Las teorías que emanaban de la elite sostenían que las decisiones
del rey de reyes jamás podían ser arbitrarias. Así ejercía su poder des-
póticamente. Su divinidad y absolutismo aparecen apuntalados justa-
mente a partir de Pachacútec; por eso cualquier rebelión era sofocada
con ~severidad patriarcal~.

l n huen sapainca cumplía sus deheres religiosos para que los dio-
ses nunca le negaran sus dones. De hecho era un sacerdote, aunque
él ya no ejerciera ese cargo oficialmente, si bien intervenía en la
designación de los sumos sacerdotes. Justamente por eso se creía que
hablaba con las divinidades y cons-lltaba a otros oráculos para dictar
sus decisiones. Fingía pues obedecer las inspiraciones recibidas de los
dioses. Su Estado constituía una teocracia, por lo que cuidaba que las
divinidades tuvieran templos y sus sacerdotes gozaran de tierras agrí-
colas, pastos y servidores, y que constantemente se hicieran sacrifi-
cios en su nombre. Sabía aprovechar muy bien la religión para
gobernar.

Otro deber primordial del sapainca era la expansión territorial y
pohlacional de SUS dominios mediante el consenso de los pueblos, o
en su detecto por medio de la agresión despiadada. Tal inquietud se
explica por: 1~ el deseo de restaurar y sustentar un Estado como el
que perdieron en Taipicala; 2" mantenerse alerta en una posición geo-
gráfico-política como el Cusco, rodeados de etnias que los habían
/0s incas

rechazado durante centenares de años, realidad que les obligó a orga-
nizar la defensa y lograr la sumisión de los señoríos y reinos vecinos
Fue una lucha latente y creciente que acabó con la derrota de los
chancas y ayarmacas, que determinó la imparable y asombrosa expan-
sión territorial. Por ello, el sapainca reinaba sobre todas las etnias y
nacionalidades que hahían conquistado sus antecesores y las que incor-
poraban de nuevo.

La función del sapainca era gobernar. Los únicos que poseían
autoridad para criticar y enjuiciar S-IS actos eran sus propios familia-
res, quienes, a veces, hasta pedían su destitución, podían hacerle la
guerra y matarlo. Estas cosas, teóricamente, no podían ni debían
hacerlas las otras etnias bajo su dominio, las cuales sólo debían acep-
tarlo como un dios vivo, tributándole honores permanentes antes y
después de fallecido.

Hubo un gran centralismo. Todo dependía del gran rey, de los apo-
suyos y de los tucricuts. A fin de cuentas, el sapainca permanecía
informado de la totalidad de cosas y sucesos. Los apocunas permane-
cían a su lado asesorándole, transmitiendo y ejecutando órdenes. Visita-
dores y espías secretos le tenían advertido, notificado y avisado de
cuanto ocurría, los cuales eran nombrados y destituidos a voluntad del
sapainca, aun siendo personas de su parentela. El supremo mandatario
tenía, pues, una amplitud inconmensurable de atribuciones dentro de
una moral convencional que estereotipaha su figura política: era la ver-
dadera sede del poder imperial, el centro del imperio.

El centralismo, sin embargo, estaba frenado por las excesivas distan-
cias, a pesar de la velocidad de los chasquis y la excelencia de los
caminos. De ahí que las etnias periféricas se rebelaban y hasta procla-
maban su independencia. En otras circunstancias los mitmas incas des-
tacados a ~provincias~ lejanas generaban núcleos de resistencia, como
sucedió con Atahualpa que hizo tambalear y derrumbó a la administra-
ción central.

Los sapaincas, según sus ideas, al fallecer no morían. Como seres
inmortales, sus camaquenes marchaban a reunirse con su padre el Sol.
Dicho privilegio exigía conservarles su momia, sus estatuas, sus espo-
sas y demás servicios, incluyendo tierras donde sembrar para mantener
con sus cosechas a tantos servidores. Sus momias se guardaban con
gran esmero en un aposento especial, donde cada panaca trataha celo-
samente de protegerla con la finalidad de señalar cuál era su más anti-
guo ascendiente, al cual le rendían culto: uno de los más solícitos des-
velos de los antiguos peruanos.

E/ sllpremo ~ absoluto poder. La élite Inca

.

La redistribución o recompensa a los amigos y buenos ser-
vidores del poder

Una actividad que enorgullecía a los señores del mundo andino
era sus prácticas de generosidad, llamada ahora por los antropólogos
~redistribución~, que venía a ser la devolución, no de todo desde
luego, pero sí de una parte de lo que los propios mitayos habían
producido con su trabajo mediante las mitas a favor del poder. Pero
no vaya a creerse que las redistrihuciones eran totales y continuas.
Se encaminaban preferentemente a los servidores y amigos del
poder. Tampoco hay que pensar que beneficiaban a todos los habi-
tantes de las alturas. Al jatunruna no incluido en los requisitos ante-
riores la redistribución sólo le llegaba en épocas de crisis (sequías,
heladas, granizadas, catástrofes), motivo por el cual el intercambio
de productos o trueque interecológico e interétnico nunca pudo ser
eliminado por las redistribuciones, y ni siquiera entre los cotidiana-
mente beneficiados con ellas. Los uros del Altiplano, por su lado,
gente contra la cual abrigaban los más profundos prejuicios raciales
y sociales, tampoco participaban de redistribuciones, ni enclaves eco-
lógicos. Lo mismo hay que decir de los moyos de Caracara; de los
llacuaces de las altas estepas de la sierra central y norteña, y de los
changos y camanchacas del litoral Arequipa-Chile. Estos, por lo
tanto, también intervenían en un ponderable comercio de trueque
para lograr productos de otros climas.

Está claro que ni curacas ni sapaincas redistribuían la totalidad
de los productos que acumulaban gracias a la energía productiva
de los mitayos. Lo que explica la existencia permanente de almace-
nes repletos de los más diversos productos, destinados más bien a
hacer donaciones generosas en beneficio de las elites, minorías
adictas y pago a los servidores, o en otras palabras: en provecho
de los que la animaban. Al campesinado, como se ,manifestó, ape-
nas era beneficiado en ocasiones de desastre, las cuales no aconte-
cían todos los años. La redistribución, en consecuencia, no funcio-
naba para mantener la igualdad del grupo social, sino más bien
para diferenciarla, ya que el grupo de poder (capacuna/apocuna)
aparecía como el principal detentador de la riqueza generada por
el esluerzo del campesinado o jatunruna, en cuyo último peldaño
estahan los buaccbas o pobres del ayllu.
Cusco: corazón del imperio y sede del poder supremo

El poder imperial, geográficamente, tenía un territorio fijo: el valle
del Cusco, en uno de cuyos puntos, más o menos céntrico, se erguía
la llacta (~ciudad~) de igual designación. Como aldea databa de tiempos
muy antiguos, de fechas anteriores a Manco Cápac, cuando todavía ni
tenía el nombre de Cusco sino el de Acamama, asiento de los remotos
y pequeños señoríos de Hualla, Sahuaseray y Antasayac.

Pero desde la década de 1430-1440, en que fue fundado el imperio
por Pachacútec, aquel poco pintoresco villorrio fue transformado en un
amplio, hermoso e imponente asentamiento urbano que se hizo mere-
cedor el calificativo y sohrenombre de jatun hfpac llacta. Desde enton-
ces no solamente iban a vivir allí individuos pertenecientes a la pode-
rosa y aristocrática etnia Inca, sino una multihld de mitayos llevados de
todos los señoríos y reinos conquistados y anexionados para que traba-
jaran en obras dc construcción, canalización, siemhra, crianza de ani-
males, lahore.s domé.stica.s, etc. I.lego a .ser, por lo tanto, una llacta
~cosmopolita~, donde a los extranjeros fácilmente se les reconocía, por-
que nadie podía cambiar ni alterar sus insignias nacionales, simboliza-
das en el color y forma de los tocados. Es posible que durante su
esplendor haya albergado entre 60.000 y 100.000 habitantes.

Cusco fue el nombre impuesto a raíz de la llegada de los antasayas,
en directa alusión a la tarea que tuvieron para desecar y nivelar su
terreno pantanoso y pedregoso. Al crearse el imperio y convertirse en
el corazón y cerebro de tan extenso territorio, muy pronto el Cusco
adquirió otra acepción y significado: ombligo del mundo, es decir, del
mundo dominado por la etnia Inca. En lo cual no andaban nada equi-
vocados, porque toda capital de cualquier Estado centralista y despó-
tico constituye el lugar desde el cual se imparten y disponen la política
económica, social, militar e ideológica, convirtiendo a SUS habitantes en
el eje del funcionamiento del cosmos.

Su plano simulaba la silueta de un puma o león americano, cuya
caheza se hallaha en la ciudadela de Sacsaihuamán y la cola en la con-
fluencia de dos ríos que atravesaban la llacta, uno de ellos el Huata-
nay. Su trazo y distribución configuraba un verdadero microtahuantin-
suyo, de modo que sus espaciosos alrededores fueron dejados para
distrihuirlos entre los mitmas o ~extranjeros~ que llegaban a ella. pero
racionalizaclos y planificados de tal manera que guardahan la misma
distrihución y posición de cada etnia en la geografía tahuantinsuyana.
Y como eran cuatro los Sl(~'oS clel imperio y cuatro lo.s barrios de la
con el presente gráfico se explica la redistril~ución y el trat~ajo de los curacas y
jatunrunaS (mitayos). El sapainca dona parte de lo clue SUS mitayos le producen.
llacta, cada grupo de mitmas ocupaba el sector que le correspondía.
Los ídolos o huacas de cada etnia eran reunidos en un santuario ad
hoc. Y como es comprensible, cada curaca principal de cada uno de
los diversos señoríos y reinos tenía edificada su casa en ese sector
asignado a sus mitmas. Allí se alojaba cuando llegaba al Cusco a visitar
al sapainca, y allí vivía el heredero clel cacicazgo cuando residía en la
corte imperial. Como las tierras y aposentos de los mitmas guardaban
una distribución que dependía de la cronología en que fueron conquis-
tados, con sólo ver su ubicación bastaha para conocer la historia de la
expansión del imperio. He ahí por qué se la considera una llacta "cos-
mopolita~, deambulando por sus calles y plazas hombres y mujeres
pertenecientes a todas las etnias incorporadas al Tahuantinsuyo,
luciendo sus tocados nacionales y hablando en sus idiomas o dialectos
vernáculos. Sin que aquello significase que se hubiera convertido en
un crisol de pueblos, por la simple razón de que la endogamia lo
impedía, así como los conceptos del ius sanguinis y mecanismos de la
descendencia paralela.

Entre sus construcciones imponentes figuraba la de Sacsaihuamán,
llamada popularmente ~fortaleza~, pese a que, como dice Cieza de
León, fue un templo dedicado al Sol, aunque construido con magnitu-
des tan monumentales que a los españoles les pareció fortaleza, dán-
dole este falso nombre con el que ha quedado hasta hoy. Por cierto
que dicha obra fue dispuesta para ser utilizada como defensa en oca-
siones de emergencia. Por eso comprendía varios arsenales, casernas,
terrazas, murallas, escalinatas y una torre de cuatro a cinco pisos, en la
que 5.000 guerreros podían dar vida a una guarnición y soportar un
largo asedio. Es íntegramente una obra de piedra, muchas de propor-
ciones colosales que superan las 80 toneladas de peso. El que inició su
edificación fue Túpac Yupanqui, acabando después de 20 años gracias
a la persistente labor de 20.000 a 30.000 mitayos: una mano de obra
aportada por la totalidad de las etnias, que por turno enviaban a sus
trahajadores .

A la par de Sacsaihuamán, otro edificio impresionante por su impo-
nencia y riqueza era el de Coricancha, uno de los dos templos más
venerados por la etnia Inca, por estar dedicado a su progenitor mitoló-
gico: el dios Sol. El recinto central de forma rectangular tenía un área
de 400 pasos de perímetro. Su arquitectura, de pura piedra perfecta-
mente tallada y ajustada, no conocía mezcla alguna. Lo que allí des-
lumbraba era su opulencia de oro. En su interior se veía una cornisa
de dicho metal precioso de cuatro palmos de ancho. Sus puertas tam-
bién estaban revestidas con el mismo metal y a su lado se hallaba un
jardín, en el que la totalidad de las plantas, sobre todo maíz, habían
sido moldeadas en oro y plata simulando su tamaño natural e inclu-
yendo las efigies de jardineros y de otros cuidadores. Entre tan miliu-
nanochesca vegetación se vislumbraban 20 llamas de oro de tamaño
natural. En el interior del jardín se levantaban cuatro santuarios con sus
muros interiores y exteriores tapizados con placas de oro. El santuario
principal tenía en el testero mayor la imagen del dios Sol, y a los
lados de la gran nave conservaban las estatuas de los sapaincas hechas
con arte exquisito (huaoquis), sentados y vestidos con trajes como los
que habían usado en vida; también con sus joyas, e incluso los cabe-
llos y uñas de los soberanos que representaban. Solamente la estatua
de Huayna Cápac estaba colocada frente al ídolo del Sol, por conside-
rar que había sido su hijo más dilecto. Los otros santuarios estaban
consagrados a la Luna, Rayo, Arco Iris y estrella Venus.

La llacta del Cusco estaba dividida en dos mitades territoriales y
sociales por una línea imaginaria. La parte alta recibía la denominación
de Anancusco y la baja, Urincusco, repartición no inventada por los
incas sino que se venía ejercitando en las etnias centrales y meridiona-
les desde centurias antes de que se establecieran allí. Tal separación
servía para mantener un sistema muy curioso de oposición y comple-
mentariedad, como quien dice la unidad de los contrarios, una costum-
bre por entonces panandina.

A pesar de tener de 60.000 a 100.000 hai~itantes exhibía un trazo
muy amplio, debido a que las casas apenas tenían un solo piso. Pero
era un plano muy armonioso, ordenado por barrios, que en conjunto,
ya se dijo, aparentaba el cuerpo de un puma. Como era la sede central
del grupo de poder, sus viviendas conformaban verdaderas mansiones,
donde campeaba la riqueza y lo monumental. Y existían tantos aposen-
tos reales como sapaincas se contaban desde Inca Roca en adelante.
No todas las casas estaban hechas con bloques pétreos; también las
había de pirca y adobe con tan sólo la fachada de piedra; mientras las
de los arrabales totalmente de pircas y adobes. Lo homogéneo de
todas ellas consistía en la uniformidad de sus techos de paja. Sus
calles, muy estrechas, escasamente permitían la circulación de tres a
cuatro hombres en fila, y estaban adoquinadas, por uno de cuyos cos-
tados corrían canales conduciendo agua limpia y fresca. Su plaza
mayor, casi plana y cuadrada, también estaba embaldosada.

La llacta cusqueña permanecía dividida por cuatro líneas imaginarias
que se entrecruzaban en SU citada plaza mayor, y se prolongaban hasta
Plano de la gran llacta del cusco, cabecera del Tahuantinsuyo.
I Quishuarcancha. 2 cuyusmancu. 3 coracora. 4 casana. 5 Amarucancha. 6
Acllahuasi 7 Pucamarca. ~ Coricancha. 9 Jatuncancha.
El gran reducto inca de Sacsahuaman. Amba las murallas de Sacsahuaman
que fueron complctadas en el siglo .~ utilizando la mano de c,bra d~ 30.000
íorzados. Abajo izqllierda: portal inca de Cusco. Abajo derecha enormes blo-
ques poligonales que integran las murallas aterra~adas de Sacsahuaman
(Archivo GEA).

las fronteras más lejanas, determinando la fragmentación del territorio
en cuatro secciones; hecho que valía para nombrarle Tahuantinsuyo:
los cuatro distritos o regiones llamados Chinchaysuyo (l~orte), Antisuyo
(Este), Collasuyo (Sur) y Cuntisuyo (Oeste). Cada distrito o región se
componía a su vez de un determinado número de señoríos y reinos, y
a veces también de tribus. Precisamente cuando gobernaba Túpac
Yupanqui se le dio al imperio el nombre de Tahuantinsuyo.

Pero el centro de la llacta no se consideraba la plaza, sino el san-
tuario del Sol o Coricancha, en cuyo entorno por igual, estaba el apo-
sento donde se custodiaban las estatuas de los incas, función que
corría a cargo de sus panacas respectivas. En el mismo núcleo urbano
se apiñaban las casas de los linajes conspicuos que constituían la casta
imperial. En otras palabras, la zona central estaba reservada únicamente
a los linajes de la etnia Inca.

Del Coricancha arrancaban las r ayas llamadas ceques, que tenían un
valor religioso y social. Constituían líneas imaginarias qu~ d~ litdban lo

templos de los contornos de la liact~:, e.stando bajo la responsabilidad de
diferentes ayllus. Como santuarios antiguos y modernos se ubicaban en
los cuatro suyos que abarcaba el Cusco. Existían panacas, como las de
Sinchi Roca (Raurao) y la de Huayna Cápac (Tumebamba), que no
tenían ceques aunque sí huacas. Por tal motivo, el Cusco no solamente
configuraba la capital política y militar del imperio, sino también una
llacta profunda y totalmente sagrada, sacrosanta. Por residir allí los hijos
del dios Sol, era entonces la llacta donde el sapainca estaba en perma-
nente contacto con dios, con los runas del mundo y los muertos que
yacían en sus tumhas. En consecuencia, ningún jatunruna dudaba de
que en el Cusco se aparecía el Sol para hablar con su hijo predilecto,
para darle consejos con la finalidad de mantener el orden. Además, la
etnia Inca, de acuerdo al mit(:) inventado por ellos, se estableció ahí por-
que el Sol lo había determinado. Al Cusco se lo conceptuaba en un
rango tan supersagrado que se llegó al extremo de creer que toda per-
sona que nacía, vivía o simplcmente circulaba por allí se hacía acreedora
de más estima, respeto y aprecio que quien no había estado nunca. Se
pensaba que el Cusco contaminaba su santidad a los que moraban o
sólo pasaban por ella. A los cuscorunas se les consideraba como seres
divinos Resulta sorprendente que la etnia Inca haya logrado plasmar
esta ideología en apenas 95 años que duró su hegemonía. Y si ellos
pudieron hacer eso en un lapso de tiempo tan corto, fácil es vislumbrar
que cosas más asombrosas realizarían los puquinas (tiahuanacos) y hua-
ris, que gobernaron casi 600 años cada uno.
En la citada llacta, corazón y cabeza del Tahuantinsuyo, las huacas
y lugares sagrados estaban acomodados de tal forma que integraban
varios aspectos de la organización social y de la cosmovisión,
siguiendo una serie de líneas o rayas inmateriales llamadas ceques,
cuyo punto de partida era el Coricancha. Eran 41 líneas en las que se
agrupaban 328 huacas o santuarios; dichas líneas irradiaban abarcando
o cubriendo todos los rumbos de la llacta. De modo que cuando
dicha traza se esquematiza en un dibujo parece un enorme quipu
totalmente abierto, en el cual las líneas representan a las cuerdas y
cada huaca equivale a un nudo. Muchas de esas huacas, además,
constituían sitios u objetos que rememoraban algún acontecimiento
relacionado con la historia de la etnia Inca, por ejemplo el arribo de
Manco Cápac dirigiendo a sus 10 ayllus, o los sucesos más espectacu-
lares de la victoria contra los chancas, o experiencias individuales de
cada sapainca.

Cada ceque o línea imaginaria permanecía conliada a la custodia de
determinados ayllus, encargados de su limpieza y ritual. En la serie
también se encontraban unos pilares que los astrónomos utilizaban
para proyectar la sombra del sol durante el año, con el objetivo de
determinar, a base de dicha observación, ciertas actividades y ceremo-
nias (siembra, huarachico). Los ceques y sus huacas servían, pues,
para muchas cosas, desde recordar mitos, leyendas y tradiciones hasta
lo relacionado con la medida del tiempo.

Los ceques aparecían distribuidos según las mitades o su~os en que
estaba dividida la llacta del Cusco. Se comenzaba con los ceques de
Chinchaysuyo, al noroeste. Le seguía en orden el de Antisuyo, al
noreste. Luego el de Collasuyo, al sureste; y por último el de Cunti-
suyo, al suroeste. Se categorizaban en tres rangos, que de mayor a
menor eran: Collana (o capac, lo principal), Payán y Cayao. Y localiza-
dos de tal forma que había una división igual en la mitad norte o
Anancusco (Chinchaysuyo y Antisuyo:) y la otra mitad sur o I Trincusco
(Collasuyo y Cuntisuyo).

La división dentro de Anan apuntaba casi directamente al norte, de
manera que los dos suyos de esta mitad eran casi similares. Cada suyo
tenía tres ternos (o series) y cada terno tres ceques o rayas, o sea,
nueve líneas cada suyo. En la mitad del sur (Collasuyo-Cuntisuyo) es
donde se daban las mayores desigualdades, fácil de advertir en el
número de ternos y ceques: Collasuyo con tres ternos agrupaba a
nueve ceques, igual que los dos suyos anteriores; pero Cuntisuyo apa-
rece con 14 líneas o ceques, que se clasificaban con los mismos nom-

CUSCO. PLANO DE LA FORTALEZA DE SAQSAYWAMAN

I . CH I QUIPAMPA
~. TORREON DE Ml,YUCMARKA
3. TORREON DE ~iALLACMARKA
4. TORREOI~T l)E l'AI-CAMARKA
~. PIIERTA PRlNCli'AI, DE TIAPLNKU
ó. QOLLQA
CU~T SU~U // ///1

~ \~ COLLASUYU

3r AL ESl~ DEL Wll

El centro dc l cusco c ra el Coricancha. De allí salían unas rayas imaginarias
para contactar una serie de santuarios. El conjunto recibía el nombrc de ceque,
palahra quccllua que quiere decir raya o l~nea.

bres, pero de manera algo distinta: sólo en parte se agrupaban en ter-
nos (de 3), siendo uno de los ceques mitad Collana y mitad Cayao.

Los ceques estaban conectados con los linajes reales (panacas). Chi-
mapanaca, integrada por los descendientes de Manco Cápac, corría a
cargo de uno de los ceques de Cuntisuyo. Los panacas de Lloque
Yupanqui y Cápac Yupanqui cuidaban las huacas de los ceques de
Collasuyo, etc.

El Cusco fue, indiscutiblemente, la cabeza del imperio, manteniendo
dicha categoría durante Pachacútec, Túpac Yupanqui, Huayna Cápac y
Huáscar. Sin embargo, el penúltimo, por razones de estrategia militar,
se vio obligado a vivir en Tumebamba, llacta emplazada en el territo-
rio Cañar (sur del Ecuador actual). La obstinada resistencia de cayam-
bes, carangues y pastos, le compelieron a parar allí dirigiendo un
poderoso ejército. Tales hechos justificaban sus prolongadas ausencias
del Cusco, donde quedaba su correinante y heredero Topa Cusi
Huallpa, de manera que en ningún momento mermaba su importancia
sagrada, porque seguía siendo la s~d~ d~ k~ c~ucs, d~:l Coricarle a y
la residencia de la más rancia aristocracia, a la cual pertenecía el citado
correinante .

Fiestas del Cusco

El Cusco también era la llacta de las continuas fiestas. Cada mes,
regulado por las fases de la luna, se llevaba a cabo una con diversas
finalidades. Y todas eran presididas por el sapainca, o por lo menos
algún alto dignatario que lo representaba. Las 12 festividades eran
solemnes y multitudinarias, aunque había dos, las del Intirraimi (junio)
y capac-raimi (diciembre), que por estar dedicadas al dios Sol cobra-
han mucha relevancia. Las panacas sacaban a las momias de sus fun-
dadores, paseándolas por la llacta en literas al mismo tiempo que
entonaban canciones, tañían instrumentos musicales y danzaban. Des-
pués escenificaban y evocaban mediante cantares la historia de sus res-
pectivos reinados. En las dos grandes festividades la gente bebía sin
parar, mientras el soberano distribuía regalos.

Una de las más notables era cuando se iniciaba el solsticio de
invierno: el Intirraimi. La preparaba y la presidía el sapainca mismo
con precisos ayunos consistentes en la abstención de sal, ají, chicha y
sexo. Antes de que amaneciera ya estaba en la plaza principal, inva-
dicla por las panacas o ayllus reales. Al rayar el alba, el soberano de
354 L~JS ;)~CaS

pie y tomando un quero de oro ofrecía al Sol un brindis de i~amor
(chicha preparada por las huairuro acllas). Sacrificaban llamas especia-
les, a las que quemaban en hogueras encendidas mediante los reflejos
del sol en un espejo cóncavo en el que metían estopas de algodón.
Ese mismo fuego sagrado era recogido por los sacerdotes para conser-
varlo en el templo todo el año, alimentándolo con combustible sin
cesar.

En la del Intiwaimi o fiesta del Sol por antonomasia, le agradecían
las cosechas agrícolas, sin descartar las connotaciones políticas, ya que
manipulaban la fiesta quienes ejercían el poder para desplegar mayor
control y dominación sobre los gobernados. Los curacas asistían para
demostrar fidelidad y dar cuenta de las mitas cumplidas por sus traba-
jadores. Con tal procedimiento, el Intirraimi se transformaba en una
festividad aprovechada cada vez más para dominar a las etnias.

La del Capac-raimi también se hacía en honor al sapainca, utili-
zando la oportunidad para celebrar el rito de la iniciación o madurez
cle los adolescentes. Corresp-)nclía a dic lllbre, illiCiO (1~1 calellcldlio de
la etnia Inca, coincidiendo con el solsticio de verano.

Otros regocijos notables eran los del Omawaimi (octubre), relacio-
nado con el culto al agua; y el Coyawai1i?i (setiembre), en homenaje a
la Luna y a la coya o esposa del sapainca.

Las fiestas cumplían roles esenciales en la etnia Inca: la iniciación
de los jóvenes en la edad madura, el bienestar del Tahuantinsuyo, la
salud del soberano y del pueblo: la purificación general (setiembre), la
alegría de las tareas agrícolas. De ahí que en las más importantes inter-
venían el sapainca, los jatuncuracas y los funcionarios.

Otras llactas

Una de las pruebas más fidedignas del espírihl y plan imperial y
colonizador de la etnia Inca, que lo señala como un pueblo que con-
quistaba señoríos y reinos para dominarlos y controlarlos permanente-
mente, es su programa de fundación de llactas. En dicho aspecto se
comportaron como insignes constructores de asentamientos urbano-
administrativos siguiendo la tradición de Huari y Puquina.

Aparte del Cusco, a lo largo y ancho del territorio, pero siempre en
los bordes del camino real, establecieron una cantidad bastante notable
de asentamientos para la vigilancia económica, social, política y militar,
es decir llactas. Enumerémoslas de norte a sur: Carangue, Quitc), Tume-

kl sl~pr~no ~ ahsol~lto poder. La ¿lite /~lca 355

bamba, Caxas, Poechos, Caxamarca, Cochabamba (Leimebamba), Huama-
chuco, Huánucopampa, Bombón o Pumpu, Paramonga, Tarmatambo,
Jatunjauja, Pachacamac, Incahuasi, Huaytará, Pallasca (Tambocolorado),
Chincha, Vilcashuamán, Ollantaitambo, Ayaviri, Jatuncolla, Paria, Incarra-
cay, etc., etc. Todas, fundadas, trazadas y construidas con numerosas
prevenciones rituales y ceremoniales. Las dotaban de un templo solar, de
aposentos reales con baños termales si es que era factible, cárceles,
acllahuasis, almacenes. Cada llacta regional representaba una réplica de
la del Cusco, la cual servía de modelo para las demás. Se llegaba a
extremos de acarrear desde la capital imperial piedras y tierra para afian-
zar las paredes de los edificios oprovincianos~. Pero ninguno de éstos,
por muy grande que hubiera sido, podía compararse con los del Cusco;
la que, por su sacralidad era imposible de superar, de ahí la obligatorie-
dad de que cada nuevo sapainca fuera entronizado en el Coricancha, y
de que sus momias y estatuas fueran también conservadas allí.

Los llactas regionales surgieron como una necesidad para la estre-
cha vigilancia de los señoríos y reinos sometidos, que aconscjaba crcar
centros urbanos estatales tipo fortalezas. No eran fundaciones acciden-
tales, sino corolario de la conveniencia y estrategia estatales. Por eso
hubo otras llactas importantes. Las regionales tenían, pues, fines exclu-
sivamente de control económico, social, político y militar: asentamien-
tos estatales puestos al servicio del poder. Algunas adquirieron más
importancia que otras, debido a sus posiciones estratégicas: Tume-
bamba, Huánucopampa, Jatuncolla y Paria, que en volumen e impor-
tancia querían imitar al Cusco. En cada una había barrios, viviendas y
administradores para todo. Dadas sus funciones, en ellas jamás faltaba
la presencia de quipucamayos.

En el caso concreto de Vilcashuamán, configuraba el centro geográ-
fico del país tahuantinsuyano una especie de fiel de la balanza territo-
rial. Sabían perfectamente que constituía el verdadero punto central del
imperio; y no precisamente Cusco, a la que se daba el metafórico sig-
nificado de ombligo por ser la capital del Estado, por hecho y derecho.
Ahí descansaba también la nombradía de Vilcashuamán, asentamiento
trazado según el perl~il de un halcón (huaman en runashimi).

Tanto en la llacta de Ollantaitambo como en la de Machupicchu se
perciben planos cuadrangulares como base de su organización, modelo
que prevaleció en casi todas sus congéneres del espacio tahuantinsuyano.

En la costa el asentamiento administrativo mejor conservado, que
perdura aún hoy, e.s el de Pallasca (Tambocolorado), en el valle de
Pisco. Está hecho totalmente de adobes y tapiales.
Gracias a una reconstrucción, en Pachacamac también se mantiene
bastante bien el sector entonces ocupado por las acllas y mamaconas.

Lo que llama la atención es que la mayoría de los centros adminis-
trativos (llactas) se encuentran en la sierra norte (Chinchaysuyo), esca-
seando en el Cuntisuyo y Collasuyo. Por lo que cabe la pregunta: ¿por
qué no erigieron polos de poder en el extremo sur, y en cambio en el
septentrión muchísimos? Sencillamente porque en el sur no fue necesa-
rio concentrar masivas colonias de mitmas cuscos dirigidos por orejo-
nes de prestigio, como sí lo fue en el norte. Fueron, por lo tanto, los
mitmas incas, quienes, con el deseo de disfrutar de todas las comodi-
dades que los orejones gozaban en el Cusco, decidieron el engrandeci-
miento de las llactas regionales del norte.

Pero hay otro aspecto notable: las llactas incaicas tienen construc-
ciones hechas para la eternidad, incluso las de la costa, donde lalta la
piedra. Templos, fortalezas y aposentos son de bloques pétreos y gran-
des adobones y tapiales, con techumbres de madera y paja, y alguna
vez de bóvcda falsa empleando lajas y harro. En la costa bastaba con
esteras y lodo.

Picchu (ahora Machupicchu)

Picchu es una llacta que merece referencia especial por haber sido
levantada en un escondrijo recóndito de las tierras pertenecientes a
Pachacútec, aislada de los caminos principales, y además al borde de
gigantescos acantilados, en el filo de un cerro por cuyos lados se per-
filan gargantas excavadas por el río Urui)amba. Los cronistas españoles
no la mencionan, lo que quiere decir que nunca supieron de su exis-
tencia, y con toda seguridad ni la propia población andina, excepto los
sapaincas reinantes y los de la panaca de Pachacútec. ¡Un genuino
secreto militar! La erigieron para escapar y refugiarse en su interior en
situación de crisis, en caso de volver a repetirse otra invasión como la
que eclipsó a sus antepasados de Taipicala. Por eso la llacta de Picchu
fue una de las más efectivas desde la óptica defensiva en el incario.

Tiene un área de más de cinco kilómetros cuadrados, erigida sobre
una serie de picos y riscos muy pronunciados, imposibles de salvar, a
no ser por medio de caminos reservados y fortificados que sólo un
reducido grupo de incacunas lo sabían. Tiene terrazas o andenes simé-
tricos para el cultivo del maíz, coca, ají y otros frutos, gracias a un
intrincado sistema de riego con fuentes y acueductos Entre sus edifi-

~o
Vista delallactLIdc Glxas,alnorte de Huancahamba(Piura)

cios destacan el templo del Sol, el intihuatana, la plaza y el aposento
de las tres ventanas, en los que se reafirma la habilidad y perfección
de sus arquitectos e ingenieros.

El plano de Picchu responde a una organización racional con todos
los requisitos de una llacta incaica. Es decir, no puntualmente una ciu-
clad de conformidad al concepto que esta categoría tiene en las socie-
dades europeas desde el esclavismo en adelante, sino de acuerdo a las
concepciones inherentes a otro modo de producción: un asentamiento
humano fabricado por disposición del Estado y para el Estado. En tal
sentido guarda la precisión y armonía para cumplir los fines a que se
la destinó. De ahí por qué su acllahuasi supera a los del Cusco, Ollan-
taitambo y Pisaj, por cuanto debía dar protección a todas ellas en
algún momento desesperado.

Una detenida reflexión arroja como resultado que Picchu jugó un
papel evidentemente defensivo, una llacta de escondite con todos sus
servicios para aguantar un asedio e incomunicación de décadas. Por
eso la hicieron cn un punto elevado y rodeado de floresta, con puen-
tes secretos y levadizos, andenes con canales de regadío, templos,
cuarteles, talleres artesanales, un amplísimo acllahuasi, cementerios,
buen abastecimiento de agua, almacenes. En fin, no le faltó nada en lo
que toca a lo administrativo. En todo aplicaron sus mejores conoci-
mientos de planificación arquitectónica e ingeniera. Es una obra de arte
completa: civil, militar, religiosa, administrativa, económica, etc., supe-
rando a cualquier otra llacta del Tahuantinsuyo.

Su función defensiva y de refugio radica en su ubicación alta y
abrupta, circundada por un río torrentoso que se desliza a sus pies,
encerrada por un bosque tupido conformando una cortina poco menos
que infranqueable desde la base del monte hasta la llacta misma, cer-
cada por paredes de piedra y puentes levadizos que, por poco, la
apartaron y confinaron totalmente del mundo.

Y en efecto durante la invasión española cumplió su misión. Allí
fueron escondidas las acllas del Cusco y contornos, mientras los gue-
rreros combatían en el Cusco, causa por la cual en Picchu ha sido
donde se han exhumado más esqueletos de mujeres que de hombres.

También es interesante porque fue construida en parte de los terre-
nos pertenecientes al patrimonio privado o personal de Pachacútec,
seguramente por considerársele, por sus estrategas, como el punto más
invulnerable para una llacta de su categoría. Dada su función, de
haber sido alguna vez el posible escondite, su población administrativa
y servil fue poca. Por lo demás, la persecución llevada a cabo por los
españoles para capturar a los llamados i~lcas de Vilcahamba (1536-
1572), fue motivo para que los peninsulares incursionaran y conocieran
la llacta de Picchu, no interesándose por ella debido a SU Iejana ubica-
ción, salvo por quien estuviese preocupado por el cultivo de la coca.
Al ser redescubierta en 1911 por Hiram Bingham, la rebautizó nom-
brándolal~lachupicchu, topónimo con el que se conoce ahora.

El carácter de las llactas incaicas

Como se acaba de ver, entre llactas (o centros urbanos incaicos) y
ciudades no incaicas existía mucha desigualdad. La principal era que
las primeras, fundadas por disposición de los incas, surgieron como
creaciones artificiales y nunca como centros industriales ni comerciales,
aunque se hubiesen dotado de artesanos con sus respectivos talleres.
Los ~ciudadanos~ que vivían en las llactas imperiales apenas conocían
las ocupaciones administrativas, religiosas, militares y scrvilcs (acllas,
mitayos, yanaconas): todos empleados del Estado, el que los mantenía
con las rentas del imperio, pasando una existencia del modo más agra-
dable que podían, residiendo cada grupo en barrios fijos cumpliendo
las tareas señaladas por el gobierno. Allí todos eran trabajadores del
inca, para quien producían directa o indirectamente.

Fruto de una urbanización forzada, impuesta desde arriba, tenían
fines estrictamente de inspección, vigilancia y represión estatal. No
constituían el resultado de una evolución espontánea y paulatina.
Todos los sapaincas fundaron llactas para el control económico, polí-
tico y militar de las zonas que invadían, conquistaban y sojuzgaban. Su
función netamente administrativa y de control también estaba determi-
nada por sus ubicaciones en las vías principales del imperio, no exis-
tiendo en realidad llactas apartadas de ellas, excepto Picchu.

Sus habitantes conformaban una población flotante, cuya estancia
dependía de la voluntad del Estado. Las únicas que permanecían
durante mucho tiempo eran las tejedoras del acllahuasi, por convenir a
los intereses imperiales para el cual elaboraban ropa; hasta podían falle-
cer allí, por eso en Machupicchu y en el sector incaico de Pachacamac
el 90% de cadáveres desenterrados son de mujeres. Sólo el Cusco tenía
una población permanente de oriundos y mitmas excepto los mitayos
que se mudaban por tandas. Y nadie censuraba dicho sistema.

A decir verdad, lo que funcionaba en las llactas incaicas eran exac-
tamente fábricas, aunque su producción fuese siempre puramente arte-

E~taclo actu.ll de la llaetcl (le Piccllu, má.s conocicla como Machupicchu
L (Archi~ o GEA).
'I ;L Jl ~

sanal. No es conveniente discutir las palabras, pero lo cierto es que no
conocían grandes máquinas ni las colosales industrias de nuestro
tiempo, pese a que, a veces, había hasta 1.500 trabajadoras textiles en
algunas (Coati. Cusco, Nillerea).

En las llactas incaicas (tan diferentes en su estructura económica y
social a las ciudades no incaicas) el Estado imperial acumulaba vitua-
llas en los almacenes reales, lo que obligaba a un inmenso desarrollo
de los métodos burocráticos para administrar tales reservas. Mediante
inventarios, presupuestos, fijación de ingresos y gastos a gran escala,
ya de materias primas para manufacturar ya de las redistribuciones o
~pagos~ al personal. En efecto, las continuas reparticiones de maíz,
charqui, ají, coca, papas, porotos, pescado, ropa, sal, chicha, en canti-
dades proporcionales extraídas de los almacenes servían para compen-
sar los servicios prestados a la paz imperial.

Lo que quiere decir que las llactas fueron esencialmente centros
urhanos consumidores, debido ai factor d~ci~ivo d~ s~r únicamente
residencia de conspicuo.s señore.s que administraban. dirigían, controla-
ban y reprimían, todos los cuales gastaban y subsistían de las rentas
que generaban los mitayos que trabajaban en tierras, pastos, minas y
talleres del Estado. Estos producían los excedentes que el inca redistri-
buía o pagaba a sus favoritos y servidores.

En los asentamientos urbanos incas sus vecinos vivían, en conse-
cuencia, en un régimen de economía natural pura o de economía
doméstica más o menos absoluta, en la que la industria no se ejercía
sino para satisfacer las necesidades del Estado imperial. El Tahuantin-
suyo, en general, fue un país de economía natural, a pesar de que en
la costa de Chincha a Paches vivían homhres que autónomamente
tenían como ejercicio principal no la agricultura sino la fabricación
artesanal, gente libre que se ganaba la vida con el comercio.

Las llactas fundadas y controladas por el Estado Imperial no cum-
plían, pues, funciones industriales ni comerciales, a diferencia de las
ciudades no incaicas. En las llactas residían temporalmente artesanos,
pero sólo en número imprescindible vigilados por el Estado para con-
feccionar artículos adecuados que necesitaban los guerreros, administra-
dores, sacerdotes y otros servidores del imperio. La ausencia de indus-
trias y comerciantes permanentes en las llactas revela que tales "ciuda-
des" cumplían, en exclusiva, fines de control, represión y administra-
ción estatal centrados en los aposentos administrativos. Allí se llevaba a
cabo la redistribución en toda su magnitud, extrayendo los productos
de SUS profu.sos e inagotables almacenes.
El imperio Inca no concebía el comercio, no le interesaban los
intercambios, sino el tributo en trabajo de sus súbditos. El incaico,
como Estado, no compraba nada a países extranjeros, ni tampoco se
preocupaba por exportar. Los paches, chonos, huancavilcas y punane-
ños estaban obligados a pagar pa~ias en caracolas, chaquiras y balsas,
aunque se desconocen las cantidades: un verdadero tributo que aporta-
ban esos pueblos débiles en lo militar para que el más l~uerte no los
atacara y conquistara. El Estado imperial se apropiaba de tierras, bos-
ques de caza, minas, canteras, salinas, cocales, en los que ponía a tra-
bajar miles de mitayos por turnos y debidamente retribuidos. El mundo
serrano de los incas era diferente del escenario costeño de Chincha,
Ishmay, Collique, Chimor, Lambayeque, Tallán, Tumbes, La Puná,
Chono, Huancavilca y Paches.

A las llactas incas les faltó el principal factor de desarrollo y expan-
sión: el mercado. Ninguna sirvió de modelo para las ciudades de su
tiempo en la costa ni para las coloniales que trazaron los españoles.
No hay auténtica continuidad económica entre ellas, salvo en algunos
aspectos administrativos y religiosos, como el de ser sedes de oficinas
gubernamentales y templos para la propaganda espiritual.

Así fue como el Tahuantinsuyo redujo a sus llactas o centros urba-
nos a una contextura vacua, sin autonomía real, ni siquiera el Cusco. Y
en los territorios que sometía destruyó, a veces, totalmente las ciudades
que funcionaban de forma distinta, como acaeció con Chanchán.

Por eso las llactas incaicas no podían resistir vicisitudes duras. Claro
que la vida en ellas resultaba atractiva, agradable (aposentos, santua-
rios, plazas, calles, canales, depósitos, desfiles militares, fiestas, danzas),
reinaba la agitación y el movimiento (de soldados, burócratas, sacerdo-
tes, yanas, mitmas, acllas), se hablaba mucho y en diferentes idiomas
según la procedencia de los mitmas. Exhibían, en efecto, un urbanismo
extremado, con espectaculares complejos religiosos, administrativos,
castrenses, lugares de recreo y de opulentas residencias para la estan-
cia deliciosa de nobles y jefes. Pero toda aquella multitud de gente
estaba formada por empleados del Estado, que desconocían la industria
y el comercio, sin espíritu de producción sino de gasto y consumo de
toneladas de comidas, vestidos y otros bienes que el Estado les redis-
tribuía, bienes producidos por los mitayos del contorno y por las reclu-
tadas y enclaustradas en los acllahuasis para faenar en determinados
barrios de las mismas llactas. Tales fueron las razones para que las
"ciudades~ impuestas por los incas fueran consideradas por los runas
como una especie de cárcel. Por eso cuando se produjo la invasión
española y la caída del Estado imperial, los que las habitaban las aban-
donaron totalmente, saliendo de ellas como escapando de una prisión;
y en algunos casos hasta las arrasaron (p. ej., Cajamarca, Cocha-
bamba/sur de Leimebamba). Demuestra que los que estaban obligados
a residir en ellas lo hacían a la fuerza, gentes en todo reacias a la vida
urbana, individuos con una franca aversión hacía las ~ciudades". Los
serranos no habitaban por voluntad propia en las llactas incaicas, ni
siquiera toleraban vivir en casas juntas. Por ello las llactas imperiales
quedaron vacías, abandonadas. Sentían horror por las llactas, las mira-
ban como a presidios rodeados por muros, como a la tumba de la
libertad. En la costa no sucedía así: por eso encima de las vetustas ciu-
dades chimús y chinchas, los españoles fundaron reducciones. Y si
Chanchán quedó desierta, fue porque los incas ya la habían destro-
zado. Las llactas incas, en cambio, quedaron asoladas (Huánucopampa,
Incarracay, Cochabamba al mediodía de Leymebamba). Solamente en
las que los españoles decidieron quedarse a vivir (Cusco, Jauja, ~ilcas,
Tumbebamba, Quito, Caranqui, Cajamarca), prosiguió palpitando la
actividad humana.

Con el imperio de los incas, a partir de Pachacútec, hasta el ejerci-
cio comercial a base del trueque descendió en la sierra, porque fue
reemplazado por la cesión benévola que hacían de sus bienes ceremo-
niales entrojados. Se sabe fehacientemente que durante el imperio se
restringió el mercado de oro y plata que los serranos daban a los cos-
teños a cambio de comestibles. Quedaron subsistiendo sólo las permu-
taciones a base de los trajes de algodón contra lana o pescado y otros
alimentos. Pero el canje o tráfico de ropa apenas lo llevaban a cabo
los principales o nobles, mientras el de comidas lo practicaban los
plebeyos.

Los excesivos almacenes, nutridos prodigiosamente de todo, consti-
tuían un plus que restaba preocupaciones a los incas. Maravillosos
excedentes que obtenían a precios bastante bajos gracias a la labor de
sus innumerables mitayos, yanayacos y pinas. En primer lugar figura-
ban las tremendas cantidades de maíz; luego las telas, los tubérculos,
quinua, alpargatas, etc. que utilizaban, en parte, para recompensar a
sus servidores. Los comuneros, por lo demás, vivían en sus tierras
colectivas ayudándose mutuamente. En tal sistema no les interesaba el
comercio ni la moneda metálica o moneda-signo.

Una economía regulada y centralizada por el Estado, al crecer y
expandirse, implicó la restricción del volumen y frecuencia de las tran-
sacciones realizadas en el mercado serrano y sur costeño. Entre ellos
tenían más importancia no los mercaderes y artesanos sino los adminis-
tradores y guerreros, o en otras palabras: la burocracia y el ejército. De
todos modos no hay evidencias de la desaparición total de catus o pla-
zas de mercado durante el incario. La verdad es que convivían la eco-
nomía política centralizada y el mercado o catu. Pero, eso sí, el mer-
cado serrano y surcosteño permaneció como un fenómeno doméstico
colateral, subordinado a la economía redistributiva centralizada y sujeta
a leyes estatales, de tal manera que el catu y los mercaderes fueron
desplazados por la economía política. Lo que demuestra que los man-
datarios si bien no tenían la intención de eliminarlos, en cambio sí

J

l.7shilu o usbl~c) fue el nombre dado al trono del sapainca Pero con la misma
denominación también se conocía a unas construccione.s uhicLldas unas veces
en los ángulos de las pla~as mayores de laS llactas. y otras en sus centros mis-
mos En la sierra las levantaban de piedra o pirca: y en la costa de tierra.
I)esde ellas las autoridades presenciaban las ceremonias cívicas y religiosas, y
se pregonaban las dispo.siciones emanadas del Estado En fin, en las ~provin-
cia.s constituía el símbolo del poder inca El que aparece en el gral~.ldo es el
ush~ de Vilcaslluamán.

pensaban someterlos a su control. La presencia de catus en determina-
dos espacios públicos sugiere que jugaron un papel económico impor-
tante, aunque no contribuían al ensanchamiento y crecimiento del
poder económico del Estado.

Por eso, desmoronado el imperio de los Incas, subsistió el intercam-
bio comercial entre la costa-sierra-selva y de los pueblos interandinos
entre sí. Por eso, en la década de 1770 aún se podía ver a individuos
montaraces que armados con arco y flechas, pintados por completo
con achiote y añil, con sus cabezas adornadas y sus cinturones en~uel-
tos en plumas multicolores, llegaban al valle de Carangue (villa de Iba-
rra, al norte de Quito) con pequeñas cantidades de oro en grano, más
o menos un puñado. Con señas, porque no había quien comprendiera
su lengua, daban a entender que buscaban eslabones y pedernales. Por
cada eslabón con su pedernal pagaban con medio cascarón de huevo
lleno de granitos de oro. Procedían del oeste, de más allá de los pára-
mos del Angel y Pupiales, seguramente de la tierra de Barbacoas y
l\ iguas. Los contactos entre punarunas y sacharunas en los Andes se
prolongó igual que siempre, alargándose hasta comienzos del siglo ~.

Los españoles y mestizos coloniales, por su parte, se acomodaron
con cinismo al trueque indígena, con lo que se enriquecieron. En el
área de los cocamas, p. ej., por un ridículo cuchillo de carnicero, o
un irrisorio anzuelo, o por un grotesco cabo de cinta de badanilla
para abalorios y pendientes del labio inferior, entregaban hermosas y
laboriosas camisetas muy bien pintadas, que los españoles y mestizos
revendían a otros a precios excesivos. Demasiado tardaron los coca-
mas en darse cuenta de la deslealtad del negocio colonial; y a partir
de 1661 ya no querían cambiar sus vestimentas por un solo objeto
de aquéllos.
El sistema administrativo.
Los agentes del poder

Los funcionarios estatales. Los apocunas

Había en el país una extraordinaria cantidad de funcionarios,
mucllos permanentes y otros elegidos o nombrados temporalmente.
Existían ministrantes para controlar todo: puentes, caminos, tambos,
talleres diversos. Funcionahan mensajeros, informadores, inspectores
gobernaclores para aiegurar la mdl( hd y alti~uld-ión cl~l E~ita~l~), etc.,
etc. En realidad. vigilaban toclo. convirtiendo a los curacas en instru-
mentos al servicio de los interese.s del poder central.
- Todo administrador quc ejercía una plaza a nombre del sapainca
gozaba de una inmensa autoridad y de prestigio en su .sector. Los
excesos de dichos dirigentes, sin emhargo, eran corregidos y sanciona-
dos por el gobierno central.

El poder era el que organizaha y ponía en marcha a ese hormiguero
de funcionarios para cumplir y consumar los proyectos guhernamentales.
En primer lugar, el mismo sapainca designaba a cuatro homhres de SU
entera confianza como asesores para cualquier decisión de importancia.
Permanecían cerca del soberano para asistirle sin descanso. Llevahan el
nomhre de apocllnas, y cada cual representaba a un 511~0 clel imperio,
por eso sumaban cuatro. ~o eran cargos hereditarios, pero sí siempre
personas de la alta nobleza. y excepcionalmente de la aristocracia regio-
nal, eran acreedoras a tal puesto por su inteligencia, sagacidad, pruden-
cia, valor y fidelidad al Estado. Si algún hijo del titular reunía tales condi-
ciones, podía ser preferido para sustihlir al anterior. Muchas de las magní-
ficas disposiciones de Pachacútec, Túpac Yupanqui y Huayna Cápac, en
huena cuenta, no fueron otra cosa que el fruto de esos diligentes apocll-
1laS O apos ~ os. Los nombres de é.stos durante los primeros años del rei-
nado de Huayna Cápac fueron Apo Ancha, Apo Chularico Apo Cuyuchi
y Apo I lualpaya; pero también se menciona a Huamán Achachi.

Los apoc ~ as tenían bajo su dependencia a habilidosos quipucama-
yo.s, para guardar en sus nudos el registro de todo lo que podían con-
/os i~lcas

servar en sus cuerdas de algodón, pelo de caméliclos y otras fibras. A
cargo de los apocunas corrían las causas de desacato cometidos por
curacas y tucricuts (gobernadores). El sapainca era la única instancia
superior a los apocunas. Se desplazaban en andas.

Los tucricuts

Los tucricuts o totricuts o gohernad ores del sapainca en cada
huamani (oprovincia~) constituían los delegados o agentes del poder
que seguían en importancia a los apocunas. Residían en las llactas
estatales erigidas en las circunscripciones a las que servían de capi-
tal. Representaban al soberano en las etnias, teniendo bajo su com-
petencia la jurisdicción civil, penal, militar, económica y administra-
tiva. Práctica y realmente controlaban y dominaban todo lo concer-
niente a esos cinco apartados, cayendo bajo ju jefdt~lla incluso los
jatuncuracas regionales. los acllahuasis y colonias de mitmas. En con-
secuencia, tenían en su ámbito un amplísimo rol que cumplir. Ins-
peccionaban, vigilaban, fiscalizaban y resolvían todo. De manera que
a cargo de ellos corría la apertura, construcción, funcionamiento y
conservación de caminos, puentes, tambos, colcas, chasquis, mitas y
censos de recursos naturales y de población, e incluso el de casar
legalmente a los contrayentes de SU jurisdicción. Administraban tanto
a regnícolas como a mitmas. También tenían bajo su responsabilidad
a un selecto grupo de quipucamayos preparados para informarles de
cualquier cosa gracias a sus minuciosos registros. Los tucrict¿ts sólo
consultaban y elevaban sus informes al apocuna o aposuyo respec-
tivo, y al sapainca cuando las circunstancias lo aconsejaban. No era
empleo hereditario sino designado por el supremo poder, previa
consulta a los apocunas, haciéndolos recaer de preferencia en incas
de la etnia Tambo, si bien no faltaron algunos sacados de entre los
tíos y hermanos del soberano, o individuos tanto de Anancusco
como de Urincusco, y otros de las etnias Anta, Mayo, Quiguar, Hua-
roc, Aco y Cahuiña.

Inspeccionaban sus jurisdicciones sin ocasionar gastos a los runas,
quienes no tenían por qué recibirles con fiestas en honor suyo. Se los
mantenía y vestía con los productos estatales almacenados en las col-
cas. No desempeñaban la plaza vitaliciamente ni la ejercían por mucho
tiempo en una .sola demarcación, pero sí podían pasar de una hua-
mani a otra a ejercer el mismo cargo. Para prever los abusos y erroreS

E/ siste~na administ~wtieo Los a~entes ctel pocle~

Incaranti
(representante del sapainca)

Chacnai camayoc
("El que ejecuta la justicia o sanción~)

suyoyocc
( administrador de provinckls )

AD.'~IIIN TRAOOI~TFS Y FIINCIONARIOS l)E ll\-CA~ATO
i Sc~ún Felipc Huamán Poma dc Ayala)
Hunacaucho y conaraqui
(Guardianes de linderos)

1~

Capacñan tucricut
(administrador de caminos)

Chaca suyoyoc
(administrador de puentes)

Incap quipocnin
(secretario del Inca)

Tahuantinsuyo Quipoc
(recaudaclor del Estado)

Taripacoc
(visitador regio)

ADMINISTRAOORTES Y FUNCIONARIOS DE INCANATO
(Según Felipe Huzman Poma de Ayala)

generados por la amplitud de poderes de que estaban investidos,
periódicamente se les sometía a control, única vía para garantizar el
orden incaico impuesto a las etnias subordinadas al Cusco.

Su competencia y jurisdicción, con todo, tenía límites. En cuanto a
las l~altas graves cometidas por los curacas, sólo informaban a los apo-
cuilas para que el sapainca decidiera. E igual ocurría con las faltas y
delitos consumados por los incas de sangre, para que el soberano
diera su fallo.

Tales autoridades y jueces oprovinciales~ iban una vez al año al
CUSCO, en el mes de capac-raimi (diciembre) a dar cuenta de sus
gestiones y a saludar al sapainca. En sus sedes locales o llactas vivían
como pequeños incas: lucían magnífica ropa, residían en buenos apo-
sentos con servidumbre y varias esposas; practicaban la redistribución
de bienes y eran llevados de un lugar a otro en andas. Por pertene-
cer a las castas superiores y ejercer tan importante cargo recibían el
nombre de incas, y cualquier mandato dcl tucr¿cut era considerado
como una resolución del mismísimo sapainca. Su insignia consistía en
una mascaipacha y una vara de mando tan alta como la estatura de
su portador.

Sin embargo, todo eso no se cumplía al pie de la letra. Hubo
momentos cruciales en que los soberanos confiaban más en sus yana-
conas y sujetos de otras etnias que en sus propios parientes y conna-
cionales, quienes, en la vida diaria, ambicionaban mejores cargos. En la
época de Huayna Cápac, p. ej., se administró el territorio de Chacha-
poyas proveyendo como jefes supremos de ella a sucesivos yanaconas
suyos, personas totalmente desvinculadas del linaje de los incas de san-
gre y de privilegio.

Por lo demás, los tucricuts disminuían el poder de los señores loca-
les. El estado vigorizaba el gobierno de sus delegados, adoptando el
sistema decimal para la organización del ejército y las mitas. Al
teniente del tutricut se le decía michoc.

Por su lado, aparte de los aposuyos y tucricuts, proliferaba una
inmensa cantidad de funcionarios de menor categoría, como ya quedó
enunciado y representado en las láminas respectivas.

Las jefaturas nativas

La ingente administración o burocracia estatal en ningún momento
prescindió del servicio de los jefes locales y tradicionales de ayllus
~74 Los incas

(pachacas), huarangas, sayas y reinos, que en general recibían el nom-
bre de curacas.

No eran otros que los líderes tradicionales en sus respectivos
señoríos y reinos que se transmitían el cargo desde siglos antes de
que se instituyera el imperio Inca. De ahí que podían referir sus
árboles genealógicos retrotrayéndolos hasta sus más remotos fundado-
res que, según sus mitos, habían emergido por legendarias oqueda-
des, lagunas, puquios y cráteres. Y lo importante es que dichas gene-
alogías las referían y exhibían con orgullo ante los conquistadores
incas, con lo que no hacían otra cosa que revelar la extraordinaria
antiguedad de sus estirpes, frente a las cuales los incas aparecían
como un linaje relativamente moderno. Eso sucedía, p. ej., con los
reyes de Lambayeque, que podían vanagloriarse de un pasado muy
lejano y admirablemente documentado, gracias a una serie de regis-
tros y repertorios que sabían manejar. Tal realidad hacía de los cura-
cas una clase social que, hasta cierto punto, defendía la identidad
étnica y nacional de sus respectivos grupos.

Precisamente en la existencia de la momia o mallqui del fundador
los curacas apoyaban su autoridad, lo que a SU vez indica la gran
inquietud por conservarla de generación en generación, paralelamente
a las versiones orales y/o gráficas de S-IS linajes; causa por la cual, asi-
mismo, la historia entre ellos era más que nada genealógica. Era deber
principalísimo del curaca retener y custodiar las momias de sus prime-
ros progenitores, rindiéndoles permanente culto con fiestas rituales y
ofrendas de coca, chicha, ropa, etc.

Los curacazgos, ya se dijo, se dividían en varias categorías. 1° Los
jatun o capac-cllracas, verdaderos reyes en sus territorios repartidos en
mitades (sai~as), como ocurría con el Cuismancu o Guzmango Cápac
de Cajamarca, con el zapana de Jatuncolla, el Cari de Lupaca y el
Chimo Cápac de Chimor. 2° Los curacas de saya (anan, urin, chc~upi o
taipi, allauca, ichoc) que en conjunto conformaban un reino. 3° Cura-
cas de huaranga, muy común desde Ica y ~uanca hasta Guayacondo
y Cajamarca. Y 4" curacas de pachaca o ayllu. Los de la categoría la
habían gobernado auténticos reinos o Estados regionales.

Curac o curaca es una voz quechua que significa el primero o el
mavor entre todos los de su agrupación: jefes y autoridades conquis-
tados y anexionados por los anan y urincuscos, que los incorporaban
al Tahuantinsuyo señalándoles una serie de deberes obligaciones y
dcrechos dentro del Estado imperial según el rango y categoría que
ocuparan. ~ie dejó a cargo de ellos una serie de obligaciones y debe-

El sistema administratieo Los agentes del poder 375

res que ya tenían frente a SU grupo desde antiguo. Ante todo la pre-
ocupación por la seguridad material de todo ser humano sometido a
su jefatura. De ahí el anhelo de repartir lotes de tierras agrícolas a
toda pareja que formalizara su unión hogareña, la recuperación de las
parcelas dejadas por los muertos. También para que nunca dejaran de
sembrar y cosechar las tierras de los huérfanos, inválidos, viudas y
ancianos sin prole, que constituían los pohres o huacchas de la
comunidad, y a los cuales dirigía más a menudo su sensibilidad.
También de los que estaban fuera cumpliendo misiones oficiales, por
ejemplo de los guerreros en campaña. En la estación apropiada con-
vocaba para la limpieza de acequias de riego. Velaba para que los
linderos de sus tierras, sobre todo la de los pastos colectivos, no
sufrieran daños de ninguna índole. Organizaba las mingas o trabajos
comunales para la construcción o reparación de canales, senderos,
puentes, edificios colectivos (huacas). En caso de heladas, sequía,
granizada, inundaciones y terremotos que arrasaban los cultivos cam-
pcsinos, satisfacía las necesidades de los más afectados de su grupo
mediante subsidios extraídos de sus propios excedentes y reservas.
I'or eso sus pirguas, en no pocas ocasiones, permitían mitigar el
hambre motivado por dichos accidentes naturales. La citada generosi-
dad y liberalidad recibía el nombre de raquiy o aypuc, o achurac, a
la que ahora los antropólogos y etnohistoriadores prefieren denomi-
nar empleando una palabra extranjera, que no pertenece a los idio-
mas andinos: redistribución. Esto --es innegable-- contribuía a
robustecer su prestigio e influencia. Dicha filantropía desigual o asi-
métrica facilitaba a los curacas el mantenimiento de un servicio per-
manente para garantizar la estabilidad y reproducción del sistema
económico-social imperante.

Como curacas tenían derecho a poseer tierras y ganado de carácter
privado y acceso a pastos de la comunidad. Por igual, a un determi-
nado número de trabajadores tipo mita o mitayos, cuyo laboreo canali-
zaba en exclusivo provecho suyo en la producción agrícola, ganadera,
textil, artesanal, etc. En ambos casos, retribuyendo a sus servidores
mientras duraran las faenas, con comidas, bebidas, coca y otras recom-
pensas. En otros términos, les retribuía, compensaba o pagaba. No era
un trabajo gratuito. Por cierto que su dadivosidad~ institucionalizada no
representaba un pago justo o simétrico, sino que el curaca invariable-
mente donaba~, o mejor dicho retribuía con cantidades mucho meno-
res de las que producían los mitayos. El curaca siempre se queclaba
con la mayor y mejor parte. No cabe duda, existía plusvalía.
Cada curaca procuraba compensar con raciones alimenticias a base
de productos de rclativa escasez en su área de gobierno: pero de
todas maneras, en ninguna parte, se prescindía del maíz, coca y chi-
cha, sirviéndose la última a cada momento, lo que obligaba a fabri-
carla en enormes cantidades. El1t(:)nces los mitayos un poco embria-
gados, cumplían sus labores con más entusiasmo. Así se explica por
qué los trabajadol-es concurrían felices, acompañados de músicos v
portando sus tocaclos adornados con flores, adquiriendo tales faenas
aspectos festivo.s con clanzas y cantos. ~' lo que hacía con lo.s mitayos
agrarios, el curaca también lo realizaba con los mitayos ganaderos,
con los que lc tejían las tela.s que nece.sitaba. y con todos lo.s quc le
realizaban cualquier otra tarea. I'ero eso sí a uno y otro tipo de
mitayos tenía que proporcionarles alojamiento en caso de que el des-
plazamiento hul)iera sido clesde muy lejo.s. también herr.llnient.ls de
trabajo por el tiempo que durara el .servicio. Y. cuando concluían
regresal~an a sus casas no sólo después de haber comido y bebido
hien .sino con algunos rcgalos adicionLIles: coca. pluina.s. copc).i de
algc)dón y vellones de pelambl-e calllélida. y cle cuando en cuallclo
con alguna cahe~a de ganado si es que la labor del mitayo se hal)ía
hecllo merecedora a la dádiva. En tales concliciones los campe.iinos
que cumplían mitas se sentían dicho.sos. pe.se a la formLI hál)il con
que se les explotaba a lo cual no daban inlportancia y es po.sil)le de
que hasta ni se dieran cuenta.

Cuanclo el curaca convocaba a estos sel~ icios siempre lo hacía con
gesto patriarcal picliéndoselo como si fuera un ruego o favor. Los
yanas y mitayos sólo concurlían a trabajal- cuando los llamaball. Dicho
trabajo (mita) no lo ejercían pues en condiciones rigurosas. \~o se cum-
plía automáticalllente. sino cuanclo el curaca les solicital)a formalmente
en medio de una serie de actos despótico-paternales.

Las familias nucleares-simples y nucleares-compucstas (grupos
domé.sticos) que configuraban un ayllu estaban permanentemente v in-
culadas a SUS jefes autóctonos. Tenían una serie de obligacione.s que
indicaban la sujeción en la que permanecían: cultivaban. cuidahan
cosechaban y almacenaban lo que sacaban de las parcelas cle exten-
sión variahle poseídas por los curacas. lo que se llevaba a cabo
mediante estrictas mitas o turnos cle trabajo. Era una labor que desem-
peñaban todos los años dc acuerdo al calendario agrícola que se ini-
ciaba en junio o en agosto. La mita a favor del curaca significaba que
el ayllu tenía que proporcionar un determinaclo contingente de trabaja-
clores para que en forma permanente. pero por tandas le aseguraran

HU aman Chagua curac a principal o Los curacas de Anan y Lurin Huanca
jatuncuraca del reino de Huánuco. divi- vistiendo S-IS atuendos y tocados típicos.
dido en tres mitades: Allauca Huánuco
ichoc HuLlnuco y Huamali Huánuco.

Retratos de otros dos curacas en vías de aculturación. Siglo x~.
(Dibujos de Felipe Huamán Poma de Ayala)
I~n curaca de huarclnga ya his-
panizado. Jefatura típica en la
zona central del Chinchays~lyo.

i Dibujos de Felipe Huamán Poma de Ayala)

El sistema administratiuo Los agentes clel poder
3 79

la vigilancia, producción y reproducción de sus tierras, rebaños, textiles
y servidumbre doméstica. Era un servicio continuo, pero no desempe-
ñado por los mismos individuos, sino por grupos que se relevaban
después de cumplir sus plazos y tareas, que oscilaban entre tres meses
y un año. Sujetos a esta obligación estaban los varones adultos (18-50
años de edad), y de modo excepcional los niños, ancianos e inválidos.
Tal era el tributo que se pagaba o entregaba. De manera que los cura-
cas no tenían derecho a percibir los bienes que cada familia campesina
producía en su parcela y/o casa. En otras palabras: el curaca estaba
autorizado para exigir prestaciones personales (trabajo), pero no para
exigir prestaciones en especie (cosas), salvo de los mercaderes.

En el ayllu al que pertenecía, era considerado el cabecilla o líder de
la etnia, y vivía en una casa amplia con numerosa servidumbre de
ambos sexos. También tenía varias esposas conseguidas tanto en su
ayllu y en otros de su etnia como en señoríos y reinos vecinos, pues
los curacas podían practicar indistintamente tanto la endogamia como
la exogamia. Sin embargo, solamente a una de ellas ce la concicleraha
la esposa principal, con la cual llevaba a efecto los ritos del matrimo-
nio. Las demás eran consideradas como esposas secundarias.

Cada curaca, en cualquiera de sus niveles, nunca actuaba estricta-
mente solo. Aparte de que cada saya poseía su curaca, éstos tenían a
su vez un compañero al que los españoles llamaron segunda-persona,
pero que en runashimi y aru se les llamaba yanapaque, cuya traduc-
ción es ayudante o colega de trabajo. Era corrientemente un pariente
cercano del curaca titular, por lo común su hermano, quien le reem-
plazaba cuando caía enfermo, envejecía, se ausentaba o quedaba invá-
lido. Como se ve, eran numerosos los jefes y administradores locales.
Incluso las capullanas del espacio Tallán (Piura) tenían sus segundas-
personas. Había, pues, una rigurosa jerarquía de curacas.

El símbolo supremo de su parafernalia era la tiana o dúho; un
asiento de madera, o piedra, o metal, de apenas 20 centímetros de
altura, objeto del que tomaban posesión el día de su entronización o
aceptación oficial como curacas de su grupo. Sólo ellos tenían derecho
a usar tiana o dúho.

Todo lo anterior dentro de su propia etnia o nacionalidad. Pero
frente al Estado Inca, en contraste, ocupaban una posición dependiente
al servicio de los intereses del Cusco. En tal sentido se les despojaba
de la plena jurisdicción penal, impidiéndoseles aplicar sentencias de
muerte y mutilaciones. También del mando de las tropas en su propia
etnia, y por último se les desarmaba. La facultad para aplicar penas de
~80 LOS i71CaS

muerte y mutilaciones y la dirección de los guerreros pasaron a ser
responsabilidad de los tucricuts, o mejor dicho del gobernador estatal
que regía el señorío o reino conquistado a nombre del sapainca. El
Estado, como es lógico, no dejó a los curacas todas las competencias
que habían detentado antes. Y hasta dictaron ciertas medidas degradan-
tes: golpearlos fuertemente con piedras, dejándolas caer con violencia
sobre sus espaldas, en caso de incurrir en desacatos o violaciones con-
tra las disposiciones acordadas por y en el Cusco. Y en circunstancias
de reincidencia, el despojo del señorío y el destierro a pastorear los
ganados del Estado. Pero hay algo más dramático todavía: en la vida
cotidiana, los curacas perdían cada vez más firmeza y autoridad como
resultado del sistema de mitmas, lo que mermaba enormemente el
monto de familias a quienes administrar. Los forasteros o extranjeros,
introducidos en su territorio para sustituir a los trasladados, por lo
general ya no quedaban bajo su jurisdicción y competencia, sino de la
del tucricut, excepto cuando el desplazamiento era a lugares colindan-
tes. Otros reinos, por considerárseles peligrosos y sospechosos, fueron
desintegrados, dividiéndolos en diminutos señoríos, como hicieron con
el de Ayarmaca, Huanca, Chimor, Lambayeque, Tallán y Palta.

Los curacas, en consecuencia, quedaron circunscritos a labores inhe-
rentes a la producción de excedentes a favor del Estado y al papel de
colaboradores en toda acción que redundara en pro de la casta imperial:
control de mitas agrícolas, ganaderas, mineras, textiles, camineras, tambe-
ras, domésticas, etc. O sea que se les transformó en funcionarios subalter-
nos al servicio del Estado y de los cusqueños. El papel que se les dejó
fue el de mayordomos subordinados. Claro que representaban a su etnia,
y era Irecuente que reclamaran cosas a favor de ella. Pero lo real es que
los incas los mantuvieron en sus cargos con fines específicos de interés
estatal: poner en marcha y ejecución los contingentes de mitayos para el
trabajo agrícola, ganadero, minero, textil, artesanal, vial y de obras públi-
cas en general. En tal sentido no hacían otra labor que ejecutar las órde-
nes del tucricut, el cual a SU vez no hacía otra cosa que poner en mar-
cha lo que los aposuyos o apocunas y el sapainca disponían. Los curacas,
por lo tanto, cumplían el papel de bisagras conectando el poder hegemó-
nico con los ayllus de su señorío o reino. De manera que aunque pudie-
sen desplegar alguna capacidad de maniobra o iniciativa, apenas era posi-
ble a ese nivel de dependencia y subordinación. Aparte de las restriccio-
nes mencionadas, en lo restante los curacas quedaron con la jurisdicción
y competencia de siempre para resolver cualquiera de los problemas ele-
mentales dentro de sus ayllus, sayas y reinos.

El siste7na adrlinis~rati7~0. LOS agenles del poder

Como es comprensible, se generó una realidad que hería los senti-
mientos y el pundonor de los que habían sido reyes; por lo que en
algunas ocasiones, para recuperar sus poderes perdidos, sublevaban a
sus etnias para restaurar sus autonomías, como aconteció con los tan-
quiguas, chachapoyas, collas, pomaaucas, etc. Los incas, no obstante,
trataban y lograron en gran parte neutralizar ese descontento mediante
una serie de medidas, principalmente colmándolos de regalos consisten-
tes en yanas, ropas, joyas, coca, vajilla de oro y plata, tierras, ganado;
enviándolos al Cusco para que participaran en ceremonias de fidelidad
hacia el sapainca, dándoles una educación proinca. También donándo-
les esposas cusqueñas, sentándolos lado a lado del sapainca para que
comieran juntos o desplazándose a la misma altura en sus respectivas
andas, permitiéndoles capitanear a los guerreros de sus etnias (pero
bajo la dirección de generales incas) en las campañas de conquista y
represión en otras nacionalidades, como ocurrió con Huayna Cápac y
Apo Guagal, rey de los guayacondos. I'ero la iniciativa más pasmosa y
notoria se presentó con el rey de Chincha, a quien ce le permitía tener
una anda más lujosa y ostentosa que la del propio sapainca.

Algunas cosas que donaba el poder supremo (ropas, esposas, tie-
rras) pasaban a pertenecer al curaca o beneficiario, quien no podía
enajenarlas ni regalarlas. Dichos bienes apenas podía transmitirlos por
herencia al que le sucedía en el puesto de curaca. Esta figura es de
meridiana transparencia en las Informaciones del cacique Guarache de
Quillaca-Asanaque, las cuales enfatizan que a las piezas de cumhi
forradas con plumas y joyas de oro y plata que sus señores recibieron
de Túpac Yupanqui les dieron tal tratamiento. Además, eran artículos
que trataban de conservar el máximo tiempo posible, luciéndolos úni-
camente en actos indiscutiblemente solemnes.

Y algo más. El sapainca en cada etnia anexionada tomaba como
esposa o esposas a una de las hermanas, o a una de las hijas del rey
vencido; y en ciertas ocasiones a la propia reina viuda (capacmama),
cuyo marido había muerto en la guerra de conquista, como sucedió
con la gran señora de Otavalo, que fue tomada como esposa por
Huayna Cápac. Ello tenía su finalidad: generar vínculos de parentesco
entre el Cusco cesáreo y las noblezas regionales, de modo que los vás-
tagos habidos en esa forma, como hijos del sapainca y nietos del rey
vencido pudieran convertirse en los eslabones idóneos de la unión y
paz entre el imperio y la etnia o curacazgo. Como se ve, los cusque-
ños aplicaban diversos mecanismos para contentar y adormecer a las
aristocracias regionales o locales.
:382 L-)S inCaS

Otra táctica para debilitar al curaca vencido consistía en capturar a
la huaca o ídolo del dios principal del señorío o reino, transportándolo
al Cusco para guardarlo en uno de tantos santuarios de la capital. Así
lo convertían en rehén, sujeto a escarnios en caso de que el curaca
protagonizara una revuelta proindependentista. Según la mentalidad
andina de la época, constituía una de las represiones más audaces y
efectivas para dominar y acallar a las aristocracias provincianas.

Pero las relaciones entre curacas y sapaincas estaban establecidas
de manera muy personal. No se llevaban a cabo utilizando la buro-
cracia intermedia. De ahí que los curacas, cada año, tras las cosechas,
viajaran al Cusco acarreando ellos mismos, simbólicamente, parte de
los bienes producidos en las tierras del Estado y del sapainca, como
muestra indiscutible del trabajo o mitas cumplidas por sus etnias. Lo
que a su vez propiciaba que el soberano les retribuyera con una
generosidad espectacular, porque les colmaba de obsequic)s consisten-
tes en ropa, joyas, coca, caracolas y hasta esposas, algunos de las
cuale.s (excepto los vestidos y las e.spo.sa.s) el cllraca, una vez de
regreso a su pueblo, podía redistribuirlos entre los curacas subalter-
nos a él (de saya, de huaranga, pacnaca, ayllu). Y es posible que ello
hubiera dado sus frutos como quería el mayor grupo de poder; pero
en los escasos 95 años que duró el Tahuantinsuyo no pudieron cris-
talizar tales deseos, por eso cuando los conquistadores españoles
hicieron acto de presencia, los disgustos ocultos salieron a flote
dando lugar a alianzas con Pizarro para derrocar a los incas. Eso
sucedió con los huancas, chachas, cañares, huayllas, tarmas, caran-
gues, quillacas, huarochirís, etc.

Las reglas de sucesión de los curacazgos, en términos globales,
eran parejas en el Tahuantinsuyo. No existía derecho de primogeni-
tura, pero sí cuidaban de que el continuador perteneciera a la familia
del curaca difunto. En consecuencia, lo que buscaban era la capaci-
dad del heredero. Las mujeres estaban descartadas del poder curacal,
salvo en algunas etnias determinadas del Chinchaysuyo: Tallán, Tum-
bes, Huancavilca, Chono y Carangue. Los incas no intervenían inno-
vando ni avalando las pautas de transmisión del mando curacal. Deja-
ban que las etnias la hicieran de acuerdo a S-IS costumbres ancestra-
les y locales. Así lo dispuso, p. ej., Túpac Yupanqui después que
apresó y llevó prisionero al Cusco al rey Lupaca que se había suble-
vado; los lupacas pacificados y privados de su jefe quedaron libres
para designar un nuevo mallcc) o capac-curaca según su derecho
consuetudinario.

El 5;5tema ad)?7i;?iS/rah7'0. LoS age?7teS de/PO;Ier 38

A los curacas les sucedían, pues, SUS hermanos, hijos y sobrinos. Se
prefería a uno de los hijos; pero, cuando era todavía niño o no lo
había, el cargo lo ocupaba el hermano del fallecido, y cuando faltaban
hermanos se echaba mano de los sobrinos.

El hijo escogido por el curaca titular le ayudaba a gobernar y admi-
nistrar. Así todos sabían de antemano quién iba a ser el próximo señor
o apo, pese a lo cual no faltaban a veces algunos ambiciosos que con-
juraban para alzarse con el cargo.

Con todo, el poder estatal podía también destituir y nombrar cura-
cas según las circunstancias. Esto se aplicó de forma continua en Cha-
chapoyas en todo el tiempo que duró el imperio Inca. Para ello el
soberano nombraba capaccuracas incluso a sus yanaconas más fieles.
En el valle de Lima Huayna Cápac también hizo lo mismo, nombrando
a su ya??a Caxapaja curaca de una de las parcialidades. Claro que fue
en coyunturas excepcionales.

El curaca declarado como sucesor tenía que ser reconocido por el
poder imperial, a quien el curaca estaba obligado a mostrarle su adhe-
sión y fidelidad. Y para que la fidelidad pudiera echar raíces y mante-
nerse firme, el hijo del curaca a quien se sindicaba como heredero era
llevado al Cusco, para que residiera allí cierto tiempo, con la finalidad
de inculcarle una mentalidad proinca, asimilando el modo de vida y
comportamiento dominante del grupo de poder imperial, de manera
que al retornar a su terruño fuera un obediente servidor y cumplidor
del sistema.

En suma, los curacas perdieron mucho de su importancia práctica,
quedándoles el cargo en algunas ocasiones sólo como título honorífico,
como sucedió con el Chimo Cápac, cuyo Estado fue fragmentado de
tal forma que cada valle y pueblo se convirtió en un cacicazgo ~autó-
nomo, dejando al referido Chimo Cápac apenas con mando en el pue-
blo de Mansiche (aledaño a la ciudad de Trujillo). El mismo procedi-
miento aplicaron contra los reinos Huanca, Palta y Ayarmaca.

l,na prueba de que los curacas jamás estuvieron interna y plena-
mente satisfechos con el papel de funcionarios subalternos y depen-
dientes, cumpliendo el papel de formidables administradores de los
servicios personales a favor del Estado Inca, fue la actitud que tomaron
frente a los conquistadores hispanos: los recibieron como a libertadores
para librarsc de la hegemonía del Cusco. La documentación al respecto
es muy apreciable, como lo constatan las fuentes concernientes a
Carangue, Cañar, Cajamarca, Chachapoyas, Huaylla, Mama, Picoy,
Huanca, Chanca, Charcas, Quillaca-Asanaque, etc.
~84 Los i?? cas

El ejército

Los ejércitos estaban integrados por campesinos convocados para
cumplir su mita o servicio militar obligatorio, aunque sin ninguna rigu-
rosidad para los yungas de la costa y algunas guarangas de Cajamarca.
Acabado el servicio, cada cual retornaba a sus ayllus. Pero el alto
mando estaba constituido por una oficialidad permanente, integrada
por incarunas.

Sin embargo, aparte de los levados eventualmente, según una
fuente escrita del siglo x~ (1582) se sabe con toda seguridad que, a
partir de Túpac Yupanqui, se habían creado pelotones con militares
profesionalizados, desligados por completo de las tareas productivas
y serviles. Nos referimos concretamente a la guardia personal del
sapainca integrada por cañares, chachas y en otras épocas por caran-
gues y huancas. Pero la figura mejor documentada y en verdad
impresionante es la de los charcas, caracaras, chuyes y chichas (en
el Collasuyo) que fueron convertidos en una casta guerrera perma-
nente y hereditaria, desvinculados ab.solutamente de otro tipo cle tra-
bajo; llegando, por lo tanto, a tener un sitio especial en la pirámide
de clases andina.

El ejército, entonces, se componía de dos sectores: uno variable y
otro permanente. El primero conformado por los que cumplían su ser-
vicio o mita militar de carácter transitorio. Y el otro, el fijo, constituido
por el alto mando, guardias personales del soberano y por ciertas
nacionalidades o etnias que alcanzaron aquel status. Consecuentemente,
había un ejército profesional como institución, a pesar de que los sol-
dados de la plana baja alternaban con frecuencia las laenas agropecua-
rias y las armas.

El ejército mismo no estaba unificado racionalmente, por cuanto
cada unidad correspondía o representaba a una nacionalidad o etnia.
Fehacientemente se sabe que jamás se produjo una amalgama. El por-
qué actuaban configurando unidades étnicas se debe a que el Estado
era un ente plurinacional o pluriétnico, y porque manteniéndolos divi-
didos por nacionalidades se fomentaba la competencia o emulación,
anulando las ambiciones de los jefes inferiores. Cuando fallecía un gue-
rrero en campaña, su etnia tenía que enviar un sustituto de inmediato.

El ejército, sin embargo, tenía una minoría de nobles cusqueños,
aunque era una minoría selecta, entre los cuales se distribuían y con-
centraban los cuadros y altos mandos que dirigían a una numerosa
tropa compuesta por escuadrones levados en todas las etnias que inte-

E/ sistema adrlinistrati¿o. k)s agentes clel poder 385

graban el Estado imperial, escuadrones que marchaban bajo la respon-
sabilidad de sus propios curacas, supeditados a la oficialidad cusqueña.
Así era como guiaban las tropas y obtenían aplastantes victorias y éxi-
tos rutilantes.

Los efectivos se distribuían por secciones de acuerdo a los ayllus,
sin mezclarlos unos con otros. Luego se agrupaban según sus sayas o
huarangas (mitades). Y por fin todos reunidos formaban el batallón de
la etnia o nacionalidad. Pero como todos siempre se dividían por lo
menos en dos mitades cada cual tenía su propio jefe, que competían
por despuntar; pese a lo cual trabajaban en gran convivencia y com-
plementariedad. Además el jefe de Anan, o el de la huaranga principal,
invariablemente tenía un rango y status más elevado. Así por ejemplo,
los chancas, que se separaban en Anan y Urin, tenían dos jefes; y los
cajamarcas, distribuidos en seis huarangas, poseían seis altos jefes,
siendo uno de ellos, el de la huaranga de Cuismancu o Guzmango, el
principal. Los ejércitos eran, pues, multitudinarios y multinacionales.
Pero había un supremo mando integrado por incas del Cusco, porque
de lo contrario habría reinado la confusión.

Las unidades estaban acuarteladas en campamentos y galpones ubi-
cados en las llactas estatales y en los campos abiertos durante las cam-
pañas, donde armaban ca~pas o toldos (tiendas de campaña). La orga-
nización prohibía, terminantemente, acampar en tierras útiles de los
ayllus, no pudiendo tomar y mucho menos saquear nada de los pue-
blos que vivían en paz. Era un método para que no incubaran odio ni
desconfianza hacia el poder. La manutención y vestuario de los guerre-
ros corrían a cargo de los almacenes del Estado.

Algunas guarniciones de frontera, en tiempos de paz, se comporta-
ban como colonias de trabajo, cultivando sus tierras y practicando
aynis y mingas.

La disciplina militar, por consiguiente, la aseguraban colocando a
los efectivos bajo la jefatura de la encumbrada aristocracia cusqueña,
consiguiendo éstos imponerse ventajosamente, mientras la plana subal-
terna únicamente acataba lo que se le ordenaba, dado que así lo pres-
cribía la subordinación. Pero el alto mando, totalmente en manos de
los más enaltecidos príncipes del Cusco, era alcanzado por sujetos que
demostraban condiciones físicas y mentales idóneas, fáciles de descu-
brir durante las pruebas rituales del huarachico.

El ejército tahuantinsuyano cumplía tres funciones principales: 1° El
ensanchamiento del territorio mediante conquistas planificadas. 2° La
defensa de la soberanía territorial, mediante el rechazo a invasores e incur-
386 Los incas

siones de pueblos y tribus fronterizas. Y 3° el mantenimiento del orden
establecido por la etnia Inca del Cusco. Dadas las circunstancias históricas
del periodo 1438-1533 la guerra se desarrolló en esos tres frentes desde
que surgió Pachacútec hasta que cayó Atahualpa. Gracias a esos tres obje-
tivos el Estado pudo mantener su supremacía durante 95 años.

La gran cantidad de voces relativas a la vida y actividades castren-
ses recopiladas en los diccionarios quechuas y aymaras del siglo XVI y
comienzos del xvll denuncian tangiblen1ente el grado sumo de milita-
rismo a que había llegado el último imperio andino como corolario de
las tres finalidades fundamentales que cumplió ya enumeradas. Y ello
a su vez, demuestra que los incas habían hecho de la guerra el mejor
expediente para cristalizar sus metas políticas, con1o cualquier otro
Estado imperial del mundo de ayer y de hoy.

Es incuestionable que sin guerreros los incas nunca hubieran
podido construir un Estado imperial con territorios tan extensos (casi 2
millones de kilómetros cuadrados) y aproximadamente 12.000.000 de
habitantes. Ello, includiblemente, tUVO que ser conseguido, consolidado
y conservado a base de conquistas y represiones permanentes en la
forma descrita por los informantes del virrey Toledo (1570-1572) y
Pedro Sarmiento de Gamboa. En tales aspectos su papel fue brillante.
De ahí que en la vida real el poder del Estado descansaba y se mante-
nía gracias al Ejército y las armas. Lo sabían perfectamente los incas,
por eso establecieron la mita militar obligatoria y grandes privilegios
para éstos y para los soldados profesionalizados.

Era lógico. El poder inca había nacido de la violencia, agresión e
invasión, por lo que tenía que mantenerse gracias a ella. De ahí que
cada sapainca pusiera gran esmero en incrementar y controlar el ejér-
cito, que poco a poco lo convertía en una institución profesional. El
ejército se engrosaba con reclutas conforme iban incorporando señoríos
y reinos. He ahí también las causas de por qué los guerreros obtenían
más notoriedad y status que cualquier otro ~na. Pero no todos goza-
ban del mismo rango; entre ellos imperaba la jerarquización que
dependía de la clase social de la que procedieran. ~l jatunr,lna reclu-
tado conformaba la tropa, la cual era dirigida por sus curacas; y por
fin el alto mando siempre en manos de los incas del Cusco. Pero hay
algo que diferenciaba al guerrero del no guerrero: aquél estaba muy
bicn rctribuido, y hasta se le permitía participar del botín y saqueo de
los pueblos vencidos y reprimidos.

La ocupación militar gozaba, pues, de reputación. Quien iba a pres-
tar servicios en tal ejercicio no perdía sus derechos en SUS respectivos

1 / SiSte))7a ad))7;n¿5trat;~o. LoS aRe)7te~ cJel poder 387

cuLltrc, retratos de guerreros en aclitudes inherentes a su dedicación. Aniha
izql~ierc1a. Aplicación de la penLI de ceguera. Aniha derecga, Presentado ante
el ~apainca lln decapitado. Ahajo izqMIerda. un caudillo con SU blasón (con-
trinci¿)n hispana). Abajo derecha, En plena refriega. Dibujos de Eelipe Huamán
la de Ayala.
ayllus, donde, mientras duraba su empleo, la comunidad le cultivaba
sus parcelas, de manera que podían contar con reservas o ahorros. Y
aparte de esto, en los campamentos donde actuaban, recibían de los
almacenes estatales abundantes raciones periódicas. Tampoco los jefes
se olvidaban de redistribuirles~ incesantemente, artículos de prestigio
(maíz, coca, ropa, joyas, etc.). Una vez que el imperio quedó consti-
tuido, olvidaron para siempre el uso de mercenarios. Ser guerrero
activo, por lo tanto, ofrecía suculentas ventajas, hay que tener presente
que percibían rentas del Estado y seguían conservando los productos
de sus parcelas.

Y como a los guerreros se les homenajeaba y retribuía con creces
para tenerlos afectos al sistema, trataban de distinguirse con sus haza-
ñas para lograr más dádivas y privilegios; para cGnseguirlos, muchas
v eces con más vehemencia que los mismos incas, pugnaban para
emprender nuevas conquistas, con miras a mejorar su status.

En el Estado Inca. dice Murúa, se tenía mucho aprecio por el ~el
ejercicio de la mil c a~, coIllo ~l nlas ~rave y nol)l~ de lodos~. Lo que
demuestra que configuraba un Estado imperial sostenido por batallones
de guerreros bien provistos, motivo por el cual el gobierno les abaste-
cía y aprovisionaba hasta la saciedad; y no solamente a ellos sino tam-
bién a sus familiares, .siempre y cuando estuvieran en el servicio activo.
Los incas reflexionaron que de otra manera habría sido imposible con-
vertirlos en buenos servidores del orden establecido. Pero los premios
y distinciones se aumentaban para los guerreros que observaban una
conducta valerosa inteligente y leal, cuyas acciones incrementaban la
celebridad y poderío del Estado Inca. En tales compensaciones se
incluía. ya se dijo, el obsequio de una o más esposas adicionales.

Las etnias en el contexto del Estado. La dualidad

Desde antes del Tahuantinsuyo hubo zonas en el espacio andino
donde existían ayllus auténticamente autónomos, sin reconocer más
jefe que el de su propia unidad de parentela extensa. En tales circuns-
tancias los españoles les dieron el nombre de behetnas, como ocurrió
en Chachapoyas, Chimbo, Pasto y otros ámbitos más.

En otros espacios, diversos ayllus, por razones explicables, común-
mente para defenderse de ataques externos, o para controlar equitativa-
mente los recursos (p. ej., las aguas de riego), se habían agrupado o
aliado, o confederado, dando lugar a la aparición y formación de seño-
390 LoS illCaS

ríos. donde varios ayllus con sus jefes permanecían bajo la dependen-
cia de uno de esos ayllus, en quien reconocían el liderazgo. Es posible
que éste lo detentase el ayllu autor de la idea o iniciador de la unión,
o el de mejor comportamiento durante la defensa. En tales casos, pues,
se habían configurado señoríos que, como vemos, eran agrupaciones
de algunos ayllus que acataban al curaca de uno solo de ellos. En
dicha situación, el curaca líder o superior reproducía, pero a mayor
escala, los deberes, obligaci(:)nes y derechos que disfrutaban los curacas
subalternos de SU señorío O dominio. Como sus obligaciones hahían
crecido, tenía derecho a más tierras, más ganado, más prestaciones de
servicic) (yanas, mitayos) y, por consiguiente, también más compromi-
sos para regalar, retribuir y redistribuir bienes.

Pero ahí no terminaba la cuestión, porque varios señoríos podían y
de hecho se unían bajo la superioridad de uno de ellos para constihlir
uno mayor, una organización ya de tipo Estado (reino), figura que se
generalizó bastante durante los siglos .~lv y x~. Cuando sucedieron esos
h~cl1os, los señoríos que sc aunahan par. conformar un reino, se aso- _i
ciaban en sai~as (mitades), unas iban a Anan (arriba) y otra.s a Urin
(abajo), o a Al/atlca (derecha), o a Taipi (medio o centro) e Ichoc
(izquierda), aunque otros preferían aglutinarse tomando como base el
sistema decimal de pachacas (cien/micromundo) y huarangas (mil). En
dichas circunstancias el señorío mayor o líder reproducía ampliándola
la estructura económico-social que imperaba a nivel de los otros, como
ello.s a SU vez habían reproducido lo que funcionaba en el ayllu. Era,
pues, una repetición de abajo hacia arriba, caminando el sistcma como
una rueda dentro de otra rueda: toda una jerarquía de curacas subordi-
nados unos a otros, operando en la totalidad de los niveles el mismo
régimen redistributivo, cada vez más amplificado. Pero, eso sí todos
acluellos jefe.s, en cualquiera de sus escalones piramidales recibían la
misma denominación: curacas, si bien para diferenciarlos se anteponía
a dicho título el nombre de la unidad que mandaban: aylluca1nayoc o
ayllusca o a~ ctlrclca, pachacacuraca, huarailcacuracGl, sa~acuraca,
allal~cacuraca, taipicuraca, ichocuraca, y por fin el capaccuraca o
jatullcUraca (rey). Así sucedió en Huambos, Cajamarca, Huamachuco,
Huanca, Chanca, Huánuco, etc.

En consecuencia, estos últimos (capaccurazgos o jatuncuracazgos),
que evidentemente se trataba de reinos (como el Lupaca, Huanca, Caja-
marca, Chanca, etc.), eran sistemas que, en múltiples ocasioneS,
cubrían espacios demasiado extensos y muy a menudo con una densa
población (100.000 habitantes en el ejemplo Lupaca) y muchos disfru-

El S;St ~ d ~ t1-at; ~ . L~S ~ teS ~lel ~o~e)

tando dentro de sus fronteras de la integridad de microclimas y pisos
ecológicos (como ocurría en Cajamarca, Huamachuco, Tarma, Ancara,
Chanca). Pero también existían otros de mediana territorialidad (Chu-
paichu, Yacha), e inclus(:) otros de pequeñísima superficie (Tabacona
Lacha, Pimampiro, Honda, Pomacocha).
Pero aparte de los reinos, como los que se acaban de mencionar,
había ciertas regiones donde uno de ellos, mediante conquistas e inva-
siones, se había anexionado el territorio y población de otros reinos.
De tal forma que la terminología correcta para distinguirlos es el cle
imperios pues no otro nombre merece el Estado que invade e inter-
viene en el destino de sus vecinos. Y eso ocurrió justamente con los
chimor y los chancas y, finalmente, con los incas del Cusco. Los Chi-
mor, cuyo foco nuclear floreció en el valle de Moche (Trujillo), logró
conquistar los reinos y señoríos costeños hasta Tumbes por el norte y
hasta Collique (Carabayllo/Lima) por el sur, de manera que dentro de
~u orl)ita cayeron incluso los reinos de Lamhayeque, Tallán, Huaura y
Collique entre otro.s. En cuanto a los chancas, em~igrante.s salido., dc
Chucurp(:) (Castrovirreina/Huancavelica), también mediante invasiones y
r conquistas habían conseguidl) anexionarse los señoríos y reinos por
entonces localizados en lo que hoy son los departamentos de Ayacu-
cho y Apurímac. Cuando exactamente se lanzaban a la conquista de
Ios ayarmacas y de la etnia Inca, comenzó a declinar y desmoronarse
SU poderío, heredando sus glorias y esfuerzos los incas del Cusco,
quienes, empleando los mismos métodos, se desplazaron por la totali-
dad de la esfera andina, no parando hasta conformar el Estado impe-
rial de territorio más amplio y de población más numerosa, como
nunca se había conocido antes en ninguna parte del subcontinente.
Incluso conquistó y desarticuló a los Chimor.
t La organización del Estado tahuantinsuyano generó su propia admi-
nistración. Básicamente mantuvo intacta la existencia de los ayllus y la
división de las macroetnias en dos o más mitades: Anan, Urin, Jatun,
Allauca, Taipi, Ichoc, Payán, Collana, Cayao, Pachaca y Huaranga.
Diversos apelativos según la región, pero una sola realidad supraestruc-
tural. Y cada jurisdicción con sus respectivos linderos ya naturales, o
ya artificiales, o simultáneamente los dos a la vez. Así permite afir-
marlo el examen de los juicios de sucesiones y de tierras colectivas lle-
vados a cabo desde mediados a fines del siglo XVI.
, La dualidad o sistema de mitades estaba presente en todas partes y
actos de la vida política, laboral, civil, militar y religiosa. Como ya
L quedó enunciado, hasta había dos incas, uno de Anan y otro de Urin.
Incluso los individuos tenían un ootro yo-, cuya imagen se reflejaba en
el espejo de las aguas y en las superficies de metales pulidos (plata y
piedra gallinazo). El ideal de los Jatunrllnas era que todo anduviera en
pareja; la idea de lo disparejo (1, 3, ~, 7, etc.) no les atraía demasiado.

Pero como ya se vio había también casos de trisecciones: Allauca,
Taipe e Ichoc; Jatun, Anan, Urin; Collana, Payan, Cayao. En tales
esquemas los jefes tenían asimismo rangos teóricamente iguales, pero
siempre uno de ellos (Allauca, Jatun, Anan, Collana) con más peso
que los otros.

En fin, el procedimiento de mitades, ya sea en dos, tres o más divi-
siones intervenía en cualquier modelo de organización económica-
social-política-religiosa. Entre los arriba señalados los más importantes
eran Anan, Allauca, Jatun y Collana. Tal regla y método servía para
diferenciar a la gente de acuerdo a sus roles jerárquicos, arrastrando a
su vez la permanente emulación y oposición, sin que significara forzo-
samente una guerra a muerte, sino, sencillamente, una latente pugna
por los cargos y por hacer mejor las cosas. Al fin y al caho redundaba
en una gran complementariedad: la unidad de los contrarios.

Sin embargo, como el territorio estaba dividido en cuatro regiones,
se hizo necesario el funcionamiento de cuatro aposuyos que representa-
ban al sapainca en cada una. Así se agilizaba la administración. Muy
pronto cada sector o sección de los respectivos suyos tuvo sus directo-
res especiales en estricta jerarquía, es decir dependiendo de un supe-
rior. Incluso los bienes patrimoniales del sapainca tenían sus ~mayordo-
mos~ o administradores propios.

La burocracia estaba, pues, muy desarrollada, un aparato gerencial
de gran capacidad y fidelidad, de cuya incorruptibilidad y ,honradez se
vanagloriaban los sapaincas. El Estado tenía funcionarios para todo:
control de mitas, almacenamiento de productos; vigilancia de caminos,
puentes, tambos, canales, andenes, talleres artesanales; para la direc-
ción de trabajos públicos, de realización incesante y por doquier, etc.
La burocracia hacía lo posible para la marcha del imperio, ya que gra-
cias a ella las disposiciones y órdenes del gran rey se cumplían.

Podemos afirmar que en términos generales era una organización
respetuosa con las fronteras étnicas que hallaban conforme iban dila-
tando sus posesiones, aunque no siempre era así. Hay referencias, p.
ej., de cómo a la etnia Huambo (Cutervo-Jaén) se la fragmentó, agre-
gando una gran parte de sus tierras y ayllus de su zona norte a Taba-
cona, con la finalidad de crearle a éste un macroambiente, pues era
demasiado pequeño. Pero en lo que incumbe a los c,himús, lambaye-
Vista cle un mcrcado inclígena de l(:)s Andcs, al que acostuml)ran a acudir ,~,,en-
te.s de diversas huara71gas con ot~jeto dc vender y cambiar los productos de su
tralrL~jo, contrihuycndo a la distril~ución de distintos hienes de consumo.

~I sistema adr,li~,listratieo. Los age,ltes del poder 395

ques, tallanes y paltas los desarticularon de tal forma que cada valle
y/o pueblo fue convertido en un diminuto señorío ~autónomo~. Sin
embargo, en otras partes, como en Chachapoyas, Chimbo y Pasto,
donde se encontraron con que cada ayllu funcionaba independiente
del otro, los aglutinaron bajo el mandato de un sólo jatuncuraca nom-
brado por los propios sapaincas.

El poder inca no se inmiscuía en los asuntos internos de los ayllus,
ni señoríos, ni reinos. Los dejaba regirse y vivir de acuerdo a sus cos-
tumbres milenarias y consuetudinarias. Y si alguna vez lo hacía era por
la urgente necesidad de poner orden, como cuando Túpac Yupanqui
intervino entre los aymaraes y los parihuanacochas con el objeto de
deslindar sus fronteras, poniendo fin a una lid bastante sangrienta; o
como cuando Huayna Cápac terció por las mismas razones en el área
del reino Huanca.

Armamento

- Entre las armas conocidas entonces hay que mencionar en primer
lugar las ofensivas: 1" Estólicas, que contemplaban hasta cuatro mode-
los, y estos mismos otras variantes, muy sencillas por la simplicidad de
sus mecanismos y facilidad de manejo. También reciben el nombre de
tiraderas. Tenían mangos de madera de longitud fluctuante entre 60 y
90 centímetros para hacerlos reposar en el antebrazo, simulando la
prolongación de dicho miembro. Permitían el lanzamiento de la flecha
o dardos con velocidad y dirección fijas.

2° Hondas o huaracas, compuestas por un lazo de longitud y
anchura ponderable. El proyectil se colocaba en la zona media. Se
doblaba el lazo, cogiéndolo por ambas puntas. Con ligereza se batía
alrededor de la cabeza, soltando luego uno de los cabos, de manera
que el proyectil salía disparado gracias a la fuerza centrífuga, siguiendo
la dirección de la tangente.

3° Libuis o ayllus, que no son otra cosa que las boleadoras. dos o
tres cuerdas sueltas, calculadamente de uno o dos metros de largo,
unidas en uno de los extremos para formar una sola cuerda trenzada
que podía tener de seis a ocho metros de longitud, uno muy largo,
unicorde al principio y tricorde al fin. En las puntas de las tres cuerdas
sueltas se ataban tres piedras redondeadas y acinturadas. Para ponerlas
en funcionamiento se batían alrededor del cráneo, igual que las hon-
das; pero al libui se lanzaba con cuerdas y todo para enredar las pier-
nas del enemigo y las patas de los camélidos, evitando su fuga. Los
lanzamientos certeros podían fracturar los huesos.

4° Clavas o mazas de cbonta, guayacán~ lloque y mutoy, maderas
bastante duras. Son una especie de mangos de 60 a 80 centímetros de
largo y de distinto grosor, de cinco a ocho centímetros. Con el gran
mango se descargaban golpes sobre los cuerpos y cabezas del contrin-
cante, produciendo gravísimas heridas.

5° Arcos y flecbas ponderablemente generalizados entre los batallo-
nes conformados por guerreros provenientes de la selva alta, y princi-
palmente de antisuyos (Amarumayo). A los arcos los fabricaban con lis-
tones de cbonta y mutuy. Ieños fibrosos; a las flechas, con varillas
livianas, por lo general con cañas y carrizos. Las puntas las confeccio-
naban de hueso, o trozos de yuayacán tostados; también las había de
sílex; pocas veces las hacían de metal. Su longitud variaba de 120 a
150 centímetros.

6° Hacbas o cbampis, temible arma ofensiva de piedra y de metal.

7° Lanzas de madera dura. Ilamadas cbuquis. Las adornaban con bor-
las y haces de plumas. Quienes las llevaban también portaban rodelas o
adargas de madera forradas con cuero, único modo de defenderse en
los ataques cuerpo a cuerpo a que daban lugar las peleas con lanzas.

Entre las armas defensivas hay que mencionar: 1° los cascos de
madera, con forma de conos, a veces protegidos con anillos de metal.
Se usaban más por la oficialidad. 2° Las pecberas de cobre, también
propias de la oficialidad, si bien eran más adornos que objetos de pro-
tección personal. 3° Escudos de madera forrados con cuero y adorna-
dos con planchetas de cobre y plata. 4° Petos usados para guarecerse
de dardos y hondazos. Iban embutidos en algodón con la finalidad de
proteger sus pechos y espaldas.

Todo ello conformaba el equipo defensivo y ofensivo de los guerre-
ros en campaña. Y era el Estado el que les proveía de tales artefactos,
que igualmente habían sido elaborados por mitayos especialmente elegi-
dos. No se sabe que hayan portado ni ostentado en los combates otros
arreos ni piezas para defenderse ni para impresionar a sus contrarios.

La guerra

A la guerra, teóricamente, la consideraban un azote. Sin embargO,
en la práctica el ataque y la muerte estaban a la orden del día.-
Parece que estaban convencidos que toda acción guerrera era urgente

e ineludible para hacer prevalecer la paz. A toda maniobra de con-
quista, represión y combate antecedía una invocación o requerimiento
para evitarlas; pero como los atacados y reprimidos usualmente
rechazaban los ataques, se sucedían las sangrientas luchas. La historia
incaica contiene abundantes muestras de esto. P. ej., el trato despia-
dado que se dio a los rebeldes tanquiguas (ahora provincias de Víc-
tor Fajardo y Cangallo), a quienes casi se aniquiló, convirtiendo en
yanaconas a los sobrevivientes gracias a la compasiva intercesión de
la coya. En el área de los cayambes-carangues-pastos la mortandad
tampoco tuvo clemencia, representó una verdadera hecatombe. Y en
cuanto al plan de deportaciones masivas, los incas no tuvieron riva-
les; etnias casi íntegras eran trasladadas de un sitio a otro, a centena-
res de kilómetros, como sucedió con los chachas y cañares; y a veces
para ubicarlas en zonaS de ecologías muy agresivas y en condiciones
de verdadera esclavitud (pinas), como ocurrió con no pocos de los
mitmas cayambis, quitoS, pastos, cañares y chachas en los cocales de
la selva alta.

A los vencidos, asimismo~ se les conducía a la capital con sus
armas y sus ídolos para ser pisoteados por los vencedores, ya que
acostumbraban a celebrar su victoria de ese modo. A otros los encarce-
laban en las temibles sancaibuasis ("casas del pavor~): unas concavida-
des subterráneas repletaS de fieras, serpientes, alacranes, arañas y otras
sabandijas De los cráne°s de sus opositores hacían copas para beber;
de sus huesos, flautas; de sus dientes y orejas, collares; de su piel,
tambores Aspectos, por lo demás, que fueron característicos o típicos
de todas las etnias andinas y otras del resto del mundo, y no sola-
mente del imperio Inca.

En efecto, cuando los ejércitos retornaban victoriosos al Cusco, los
conquistadores y represores desfilaban por las calles principales y la
plaza mayor (Aucaypata). La integridad de la etnia Inca, gente de
todos los sexos y edades, salía de sus casas para saludar y recibir a
sus héroes. Se llevaba a cabo un desfile triunfal en medio de los soni-
dos emitidos por múltiples instrumentos musicales. La multitud se api-
ñaba a los lados de las calles y plazas. Mientras, los soldados hacían
su entrada con el botín de guerra, entre el cual figuraban en sitio pre-
ferencial las estatuas de los dioses capturados, las momias o mallquis
de los fundadores mítiCos de los pueblos subyugados y también los
caudillos derrotados. ~odos en andas y en orden, de acuerdo a sus
i rangos; y detrás los centenareS de prisioneros a pie, arrastrados por
i una soga que llevaban atada al cuello. Había sacrificios y danzas. El
sapainca y los héroes eminentes pisoteaban, simbólicamente, los cuer-
pos de los rendidos y los trajes de S-IS enemigos muertos.

La guerra, como los guerreros, se hacía necesaria: 1°, para ampliar
el territorio del Estado; 2°, para la estabilidad del orden establecido en
el interior del imperio; 3°, para repeler cualquier invasión foránea; 4°,
para mantener en el gobierno al grupo de poder, reprimiendo a los
instigadores de conjuras.

El mencionado grupo de poder, para hacer realidad S-IS propósitos
confiaba más en el ejército. No se preocupaba por lo que ahora llama-
mos el ~(apoyo popular~, porque a las comunidades o ayllus, de vida
aislada y bastante autárquica, les tenía sin cuidado lo que acaecía a
nivel político y militar en el Estado imperial. No había, pues, contradic-
ción entre ayllu/Estado; pero sí con las aristocracias regionales, quie-
nes, pese a tantos halagos como les prodigaba el Cusco, mantenían
palpitante la nostalgia por sus perdidas independencias. De ahí que la
guerra y los guerreros se c()nvirti~ n uno de ios resor~es más
importantes del régimen. Como toda pax i~npenal. Ia paz inca sc s<).ste-
nía gracias al funcionamiento de los ayllus, a las permanentes retribu-
ciones y redistribuciones y a las guarniciones que forzaban a aceptar la
supremacía del Cusco.

Las tropas tahuantinsuyanas para ir a los enfrentamientos bélicos no
se pintarrajeaban la cara ni otras partes descubiertas del cuerpo, cosa
que sí sucedía en algunas etnias regionales. sobre todo en las peritéri-
cas. Lo que éstas buscaban con tal actitud era causar pavor en sus
contrincantes, utilizarla como arma psicológica para extenuarlos. Gene-
ralmente, se estilaba lanzarse al ataque profiriendo una ensordecedora
gritería, acompañada de atronadores ruidos producidos por pututos y
otros instrumentos musicales, que t(icaban ambos contendientes.

Según las fuentes, fue en la época de Huayna Cápac y de Huáscar
cuando se llevaron a cabo más expediciones guerreras, pero no para
conquistar nuevos territorios sino para contrarrestar las violentas con-
vulsiones locales. Análogamente en dichos reinados se emprendieron
más campañas militares para sofocar conspiraciones generadas en el
seno del grupo de poder, que para anexionar otras etnias. Era pues
un peligro incesante, motivado por el ensanchado imperio edificado
sobre la fragilidad de un mosaico plurinacional o pluriétnico y multi-
ling~iístico.

Pero a los pueblos rebeldes no se les exterminaba literalmente. No
les convenía eliminar a esas multit~ldes porque necesitaban su energía
para generar un plus o excedente a tavor del Estado. Lo que hacían

c~

6~

;
1
l

Armas mLís ~Itilizadas entrc los incas rompecabezas, boleadoras. percutor~

ondas. porr.ls, etc.
400
Los lncas

Dibujo rcconstruyendo idealmente una accic~n bélica.

El sisterna ad~ninistrati~o. Los agentes delpoder 401

era sacarlos y trasladarlos a otros lugares con diversos fines: destierro,
colonización, producción, guarnición, etc. Sólo en circunstancias excep-
cionalcs se procedía a aniquilamientos horrendos.

Un imperio multilinguístico

A la vez que multiétnico, funcionaba también un Estado plurilin-
giiístico. El idioma más extendido era el quechua o rtl1?Sh;mi, que sin
ser el habla originaria de la etnia Inca fue cogido por ella como ofi-
cial de sus dominios para imponerlo forzosamente entre la adminis-
tración y burocracia con la obligación de conocerlo. El dominio geo-
gráfico del quechua abarcaba todo el espacio por donde antes se
había extendido el imperio Huari, lugares donde, igualmente, existían
otros dialectos.

La segunda lengua en extensión era el aru Ihaque-aro) habiada por
los pueblos de filiación aymara, en un ámbito que no solarnent-- ¨ubrí~
lo que había sido el imperio Puquina (Tiahuanaco), sino también por
otros del norte, p. ej. hasta Yauyos, Huarochirí, Canta y Cajatambo.
Precisamente en Yauyos existe un residuo del aymara más arcaico: el
cauqui, huella de las oleadas de migrantes-invasores aymaras de los
siglos XII-XIII después de Cristo.

La tercera lengua en importancia era el puquina, hablada exacta-
mente en los lugares por donde antiguamente se expandió el Estado
Puquina (Tiahuanaco), con su base central en el altiplano del Collao.
Este idioma entró en crisis durante los siglos XII-XIII ante las oleadas
invasoras protagonizadas por los aymaras, los cuales si bien no liqui-
daron al puquina, pero al haberlo convertido en el habla de la~
mujeres, poco a poco se transformó en una lengua de segundo orden
en la zona.

Otros idiomas notables en el imperio tueron el mochica (Lambaye-
que-Chepén, Pacasmayo, Trujillo); el culli (Huambo, Cajamarca, Huama-
chuco, Conchucos); el colic (Moquegua); el cunza (Atacamna); el uro
(lagos y ríos del Titicaca-Poopó); el sec (pescadores de Sechura); el
tallán (Piura); el quignam (Trujillo). En el norte del Chinchaysuyo des
collaban el canar y el purguay o puruhae.

Una característica que uniformó a dichas lenguas fue que todas eran
aglutinantes y polisintéticas. Es decir, con una pequeña frase expresa-
ban ideas y conceptos mucho más amplios.
/o.i incas

Migraciones forzadas, pero bien planificadas

Los mitmaS (o mitmacll1za en quechua castizo) eran unas veces
enormcs y en otras pequeños grupos cle migrantes controlados por el
Estaclo. El traslado comprendía a hogares conformados por familias
nucleares-simples y nucleares-comp-lestas, y en ocasiones a ayllus ínte-
gros. Jamás se dispuso migraciones de hombre.s o de mujere.s solos.
I'or lo tanto, en los desplazamientos se incluía a sujetos de toda edad.
El número de migrante.s dependía cle lo planificado por el poder. De
ahí que en ciertos lugares la migración era masiva y en otras mínima.
Los mitmas chilques en el país Tanquigua sumaban miles en cambio
los mitmas cayampis en el área Chupaich-l no pasaban clc 20.

Los mitmas cumplían varias funciones: 1" En unos casos se les
llevaba de un extremo a otro para colonizar. conformando colonias
en puntos neurálgicos donde trabajaban en la explotación de minas,
.salinas maizales y cocales. En el último caso sometidos a un autén-
liCo rc-gimcn de esclavit-lcl s l-ien n() er! 1-- corriente. 2~ En otros,
para configurar guarniciones de fronteras, con la misión precisa de
contencr las invasiones de opueblos bárbaros~. 3" Destierro de gru-
pos peligrosos por .subversivos. 4" Como asentamientos político-mili-
tares fiele.s al sistema para mantener la paz del imperio y garantizar
el orden establecido por el E.stado. sobre todo en las etnias Iejanas
o periféricas. 5° Como deportados, para así disminuir el índice
demográfico y la fuerza de las etnias altaneras. 6° Para equilibrar la
demografía, descongestionando ~onas superpohladas e incrementar
las raleadas. 7° Para controlar enclaves ecológicos localizados en
terrenos de otras etnias, en beneficio de las jefahlras étnicas de las
alturas. 8° Para controlar pastos y ganados situados también cn otras
etnias: a) unas veces usufructuados por los grupos étnicos, y b)
otras explotados por el Estado. 9" Desplazamiento de artesanos
(olleros, plateros, orfebres, tejedores, plumereros), sacados de sus
terruños para instalarlos en lugares clonde se necesitaba su produc-
ción. 10° Despoblar valles y llanuras para adjudicar sus terrenos a
los nobles incas, al Estado y al sapainca mismo. 11° Traslados a
lugares sagrados para el servicio cle la.s huacas (Copacabana, p. ej.).
12" Reubicación de grupos en el Cusco para la guardia personal del
sapainca y servicio doméstico de las aristocracia.s. 13° l~ludallza de
familias pertenecientes a etnias consideradas social y racialmente
muy bajas, para declicarlas al consumo de los deshechos cle los ani-
males sacrificados.

El sistema admi~listratieo Los age~tes de/pocler 40;

Las distancias oscilaban desde pocos a miles de kilómetros. Así, los
mitmas de Cajamarca en Huambo realmente estaban en etnias conti-
guas: en contraste con los pastos, movilizados a Copacabana (sur del
Titicaca), casi a 2.500 kilómetros.

En cuanto a lo que ocurría en el Cusco está documentado que, a
partir de Pachacútec, los habitantes oriundos del valle, poco a poco,
fueron expulsados casi en su totalidad con el objetivo de dejar las tie-
rras vacantes para su ocupación y posesión en beneficio de la etnia
Inca. Pachacútec, en efecto reinició el sistema de mitmas; pero los
que lo llevaron a extremos inimaginables fueron Túpac Yupanqui y
Huayna Cápac. La documentación existente sobre ayllus de mitmas,
cuando refiere sus orígenes, invariablen1ente se remonta a estos dos.
Pero Huáscar y Atahualpa también continuaron con dicho mecanismo.

Hubo un sapainca (Huayna Cápac) que hizo despoblar los valles de
Yucay (norte del Cusco), Cochabamba (Bolivia), Cusibamba (Palta),
Chaupihuaranga (Pasco-Huanuc(l) ~ El Quinche (Quito), para concen-
trar allí colonias multiétnicas procedentes de distintos parajes del
Tahuantinsuyo, y dedicarlas a la producción maicera en provecho suyo
y del Estado, que cada vez necesitaba más y más para retribuir servi-
cios y practicar SUS reglas de hospitalidad y generosidad (redistribu-
ción). Como es lógico, a los desalojados los reubicó en otros lugares.

Los mitmas en sus nuevas tierras de asentamiento recibían terrenos
para levantar casas y cultivar sus prod-lctos. Continuaban conformando
ayllus, reproduciendo la misma estructura que habían tenido en sus
comarcas de origen: curacas, aynis, mingas y mitas. Por cierto que a
quienes cumplían funciones en beneficio del Estado se les respetaban
muchos de SUS privilegios, mas no así a los desterrados por subversi-
vos. De todos modos, no se dejaba a nadie sin medios de producción,
ni siquiera a los mitmas esclavos de las plantaciones cocaleras (pinas).
La situación de los mitmas salineros de Cachipuquio (Cajas/Tarma) era
muy especial. Es cierto que no se les dieron tierras; pero, en cambio,
se les compensó bien con otros productos, sin perder sus derechos en
sus ayllus de origen.

Los mit1nas-artesa1los tenían ventajas y privilegios, como los ishmas
en Ayarmaca que, al ser reasentados por Huayna Cápac en la pampa
de Picoy (Anta), no solamente los alojaron en aposentos y les propor-
cionaron la materia prima, sino que les dieron algo que los plateros
costenos no solían tener: tierras, pastos y ganado, con lo que quedaron
en una situaci¿)n superior a la de los artesanos yungas del litoral que
prosiguieron viviendo en SUS lares nativos.
De acuerdo a su economía política, las diversas modalidade5 de
mitmas enunciados pueden agruparse en tres tipos: 1° los que pasaban
a otros lugares en calidad de runas lib1~es; 2° los llevados a terrenos
pertenecientes unos al Estado y otros al soberano, en condición de
semilibres; y 3° los confinados en los cocales del límite de selva, ver
daderamente esclavizados.

En el primer caso se les otorgaba tierras o pastos de usufructo
colectivo, bien delimitados, donde quedaban conformando ayllus con
derechos y obligaciones, bajo la jefatura de un curaca que obedecía
directamente al gobernador o tucricut. En aquellas tierras y pastos
rehacían sus vidas. En el segundo caso, los reasentados o transferido

a tierras del Estado y del inca lo hacían en calidad de yanas, si bien
recibían el nombre específico de yanayacos (siervos del inca, o del
Estado). No recibían el usufructo de tierras colectivas; pero se les dab

un tupo dentro del gran patrimonio territorial que pertenecía al
sapainca o al Estado, para su usufructo solamente, de manera que per-
manecían en calidad de verdaderos siervos de la gleba. Así vivían los
mitmas-yanayacos en Cajamarca. Los mitmas recluidos en los cocales,
llamados pinas, aunque recibían tierras en usufructo estaban sometidos
a esclavitud, como quedó explicado.

Con el sistema de mitmas los señoríos y reinos se vieron muy mer-
mados no solamente en su potencialidad demográfica, sino también er
el espíritu étnico y nacional; porque S-IS curacas quedaban por 1~
general sin jurisdicción ni competencia sobre los otros mitmas o
.extranjeros" que eran instalados en sus tierras, quienes más bien llega
ban a "espiar~ para informar a los grupos de poder.

Para los traslados, teóricamente se propugnaba que fueran a comarcas
ecológicamente similares a las suyas, con lo que, según parece, querían
evitar los malestares y/o trastornos biológicos reubicando a personas de
las tierras bajas en las altas serranías, y viceversa. En la práctica, no obs-
tante, tal propósito fue imposible de cumplir en toda su dimensión. Por
eso es corriente hallar en la documentación yungas costeños en las altas
cordilleras, como los colliques de Chiclayo en Cajamarca, o los tallanes
de Piura en Cayambe (Quito), o los chinchas del norte de Ica en las ori-
llas del lago Titicaca. Aunque los casos más y mejor conocidos los cons-
tituyen las colonias lupacas, collas y carancas del altiplano que vivían en
el litoral de Moquegua, Tacna y Arica controlando tierras emplazadas en
ecologías cálidas, en un ambiente totalmente contrario al suyo.

Todos intervenían en el sistema de mitmas, desde los pertenecientes
a la etnia Inca hasta los despreciados uros. En lo que corresponde a

PROCEDENCIA DE
LOS MITMAS YUN-
GAS DEL PACHAI
CA.
51--LOS YV Y ~1

En el mapa se muestra la procedencia de los mitmas que, por disposición
tal, fueron reubicados en los valles de Pachachaca y Abancay (Apurímac).
Los incas

An-iba iZq71ierdCl. Detalle de la
ciudLId inca de l~íachupicchu
en el Antisuyll. Abaj~: llamas
y alpacas pastando en la puna,
cuya explotación constituyó el
principal recurso económico
para las gentes indígenas des-
plazadas en beneficio de la
e~tnia Inca (Archivo GFA).

11 sistema adn1inislratieo. L~s a,~entes cJel p-~de~

estos últimos, fueron arreados al valle del Vilcamayo para que allí
cdevoraran las sobras que dejaban otros y las vísceras de cuyes y llamas
que arrojaban los sacrificadores. Como gente de mentalidad mágica y
supersticiosa, creían que evitaban todo acto de hechicería obligando a
los uros a ingerir sus deshechos.

En el programa de 7;litmaS no estaban exceptuados, pues, ni los incas
de sangre ni los simbólicos o de privilegio. Con la finaliclad de afianzarse
en la integridad de las etnias ocupadas, desplazaban forzosamente a los
lugares estratégicos a individuos de SU Iinaje y clase para que allí ejercie-
ran una firme administración y c(:)ntrol económico, social, político y mili-
tar. Como lo constata la documentación de archivo, se hallaban m itmaS
incas en la totalidad de cabeceras de ~provincias~, instalados en los mejo-
res barrios de las llactas, al alcance cle puentes, almacenes, fortalezas y
caminos para garantizar su seguridad y clefensa en caso de revueltas. Los
tllC~iCUts regionales pertenecían a esos ayllus de mitmas incas.

Otra particularidad notahle es que a los incas simbólicos o de privi-
lc-gio, CCIIIIO )7lit;;laS ~11 ti~lldi diitdi1tc~j. sc les ¿úilccdídil Id~ iUgdii-
vas inherentes a los de sangre. Los oriundos de las etnias les miraban
como a verdaderos incas: aunque se cuidaban de guardar las distancias
de rango por saber perfectamente de dónde procedían.

Los mitmas irlcas que vivían en prot~incias estaban muy satisfechos
de pertenecer a la casta de los poderosos, ora de sangre, ora simbólicos;
se ufdnaban de ser palientes del sapainca, del hijo del Sol. Sin embargo,
hubo épocas en que, por residir demasiado lejos del Cusco, esos lazos
se debilitahan convirtiéndose en los peores opositores. Tales noblezas,
vigorizadas por la distancia, usurpaban los derechos del sapainca y hasta

¨ le declaraban la guerra logrando, a veces. el apoyo de los regnícolas,
generando anarquía. Así acaeci(S con Atahualpa frente a Huáscar.

En todas las etnias del Tahuantinsuyo fueron instalados grupos de mit-
mas de uno u otro modelo. En algunos su presencia era mayoritaria,
como acontecía en el país de los tanquiguas, donde apenas el 10% lo
componían nativos; pero cosa todavía más sobrecogedora sucedió en la
península de Copacabana, en la que el 100% lo componían mitmas. Pero
hay un hecho notable respecto a los mitmas cañares y chachas. grupos de
los cuales fueron reubicados en casi todo el territorio del Tahuantinsuyo.
,Con qué fines? Pues para otorgarles puestos de confianza del sapainca; y
en el CUSCO invariablemente formando parte de su guardia personal. Sin
embargo, se perseguía disgregarlos en todo lo posible, con el fin de debi-

~- litar a sus jefes, sobre todo a los chachas, que jamás estuvieron contentos
con la dominaci¿)n inca, contra la cual con.spiraron en tres ocasiones.
40~ Los i~cas

Entre mitmas y oriundos las relaciones no eran muy armoniosas que
digamos. El propio grupo de poder se comedía por fomentar rivalida-
des, como hábil medida para mantenerlos desunidos, previendo así
cualquier concertación entre ambos, que era precisamente lo que que-
rían evitar, y para lo cual, básicamente, se procedía a las migraciones.
He aquí por qué en algunos lugares como en Carabuco (Titicaca) los
nativos fueron aglomerados en I Trin y los mitmas o forasteros en
Anan, viviendo los dos en una permanente pero velada hostilidad por
considerar a los a~lan ~(extranjeros~ y usurpadores, realidad que aún
prevalecía en 1620, a más de 120 años de su migración.

Pero en el Tahuantinsuyo, donde, ante todo, imperahan las relacio-
nes de parentesco y no las territoriales. Ios mitmas, por muy lejo.s que
se los hubiera desplazado y por muchas generaciones que transcurrie-
ran, no perdían SU etnicidad (o nacionalidad). Esto era así porque en
las formaciones andinas el terruño, etnicidad y nacionalidad dependían
del linaje, clel parentesco, de la sangre, y no del lugar donde nacían y
vivían. Por cso el tataranieto dc un mitnla Cusco en Cajal11alcd ~n Li
segunda mitad del siglo ~Ill, pese a haber ya nacido aquí, su padre,
abuelo y bisabuelo, seguía siendo cusqueñ(:) como lo había sido su
tatarabuelo llegado en la segunda mitad del siglo x~-. En las forn1acio-
nes económico-sociales andinas, el terruño, etnicidad (o nacionalidad)
se adquirían, pues, por el ius sanguinis ~ no por el ius solis.

Justamente por imperar el ius sanguini.s, los );¿it1naS seguían pertene-
ciendo a su etnia de origen, continuando bajo la competencia y jurisdic-
ción de sus curacas nativos. Las mitas que cumplían en sus nuevos
k~áhitats eran consideradas y contabilizabas dentro de las que realizaban
los que continuaban residiendo en sus territorios étnicos. De todas
maneras estas concepciones supraestructurales funcionaban muy bien
tratándose de mitmaS que radicaban en territorios de etnias colindantes
a las suyas; pero con mucha dificultad cuando el desplazamiento era
sumamente lejano, como p. cj. Ios pastos del extremo norte reasentados
en Copacabana, o los huamachucos en Jauja, o los quitos en Chucurpo,
o los collas y lupacas en Carangue, etc., etc. En tales casos parece que
en la práctica quedaban desligados en lo económico y político, pero no
parentalmente. Entonces conformaban ayllus endógamos que podían ser
colocados bajo la jefatura del capaccuraca de la etnia a donde migra-
ban. Así por lo menos ocurrió en Cajamarca y Huamachuco. Pero, eso
sí, continuaban bajo la competencia de los curacas propios que regían a
cada ayllu de mitmas. Pero en uno y otro caso, todos estaban bajo el
control y vigilancia del tucricut o gobernador estatal.

El sistema aclo2in¿strati¿~0 Los C(~,~'ilteS df~ )ocl~r 409

De todos los mitmas, los que innegablemente padecían más que cual-
quier otro de los habitantes tahuantinsuyanos eran los confinados en los
cocales del límite de selva. Allí, el clima húmedo, las aguas contaminadas,
la proliferación de insectos y sobre todo la presencia de la mortificante
uta que desgarraba sus rostros representaba una auténtica penitencia de
la que nadie escapaba. Y lo peo~ es que los mitmas de los cocales esta-
tales y del sapainca permanecían ahí de por vida. Claro que también reci-
bían tierras para producir sus alimentos, pero éstas no mitigaban su vida
atormentada. En consecuencia, los que trabajaban en los cocales de la
selva alta no eran mitayos o hraceros que se mudaban por turnos, sino
trabajadores perpetuos, verdaderos esclavos. Por eso, quienes bregaban
allí no eran runas extraídos de ayllus pacíficos, sino rebeldes, sublevados
y subversivos que de forma recalcitrante habían rechazado la dominación
del Cusco; en otras palabras: prisioneros condenados y forzados a vivir
trabajando en un medio tan horrible. Dichos mitmas eran los pinas o
esclavos a que hacen alusión tres fuentes del siglo x~i. En suma, los mit-
mas de los cocales constituían los esclavos del Tahuantin~ly-)~ Feli7mc-nle
su número no ascendía a muchos miles en el imperio.

Hay atisbos de cómo ciertas categorías de mitmas estaban confor-
mando una nueva clase social, pero con diversos rangos y status de
acuerdo a la función que desempeñaban. Si eran desterrados por casti-
gos político-militares, ocupaban un peldaño bajo; si se trataba de
espías y vigilantes del Estado, su posición era expectante; en caso de
artesanos sucedía igual. Parece que en torno a los últimos estaba emer-
giendo una nueva categoría social.

Ni caminos ni chasquis contribuyeron a difundir el quechua, como
creen algunos historiadores; puesto que ambos servicios eran eminente-
mente burocraticos. Los incas, además, nunca tuvieron un proyecto
para extinguir las lenguas regionales, ni tampoco sus peculiaridades
materiales y espirituales. Lo que buscaban era el fácil cumplimiento de
las mitas, y nada más. Y si alguna vez hubo difusión de algo, ése fue
un mérito que hay que adjudicárselo y reconocérselo a los mitmas.

Una infraestructura famosa: vías o caminos

Existían varias vías; pero dos eran las famosas: las longitudinales de
la costa y sierra. La primera se prolongaba de Tumbes al Maule, y la
otra desde Pasto a Cuyo (Mendo7a/Argentina). Pero, aparte, funciona-
ban una gran cantidad de rutas transversales que enlazaban los valles
costeños con las tierras altas y límite de selva, conectando las dos
¨carreteras longitudinales y uniendo costa, sierra y montaña (selva).

Los caminos presentan algunas técnicas inconfundibles. Procuraban,
en lo posible, que en su trazo persistiera la línea recta con la finalidad
de acortar las distancias, determinación muy notable ya que permitía
disminuir el tiempo de los caminantes y la transmisión de noticias. He
ahí por qué las rutas bajaban, recorrían, subían, volvían a hajar y
ascender por cerros, cumbres, laderas, valles, etc. Se separaban tam-
bién para abrirlas por zonas de más fácil drenaje con el objetivo de
evitar deterioros y lograr una larga duración. Como las más importantes
eran las longitudinales, en la sierra seguían la clirección de las cadenas
montañosas, por eso no pocas avanzaban por las cimas. Su anchura
variaba de 2,50 a 6 metros.

Los lugares moderadamente empinados se vencían con rampas; y
aquéllos con mucha pendiente mediante escaleras, cuyos pasos siempre
se hacían inclinados hacia abajo, con una altura por lo habitual de 30
centímetros cle grada a grada. Para ello cortaban la roca, o colocaban
piedras superpuestas. A los pantanos los cubrían con rellenos de pie-
dras y arena, i~ormando una especie de calzadas, como la de Jaquija-
guana (pampas de Anta) o la del itinerario que avanzaba por la vera
lacustre del reino Lupaca. Cuando proseguía no en vertical sino parale-
lamente por las laderas, no abrían tajos en el cerro mismo sino que
levantaban plataformas utilizando relleno, la mayoría de las veces con
muros de piedra seca.

Como estaban hechos a escala humana y no mecánica, ofrecían
diversas perspectivas según la orografía y ecología por donde pasaban:
angostos senderos en las abruptas quebradas y al borde de precipicios,
con escalones de piedra en las empinadas cuestas, como las que se
veían en la subida de Pariacaca, donde se contaban hasta 3.000 pelda-
ños. Su anchura, en las pampas, alcanzaba hasta seis metros. En los
desiertos costeños ponían señales de madera y adobe para evitar el
extravío de los caminantes; mientras que en los valles de la misma
región se deslizaban delimitados por altos tapiales y sombreados por
frondosos árboles que daban frescor al ambiente. En las zonas lluviosas
y pantanosas elaboraban sistemas de drenaje y colocaban pisos de bal-
dosas para evitar charcos y fangos. Y, por último, un servicio cle mita-
yos permanentes proporcionado por los habitantes de su contorno
velaba para SU mantenimiento, evitando que jamás suírieran desperfec-
tos, todo bajo la vigilancia de unos administradores especiales y ad
hoc. Fue una de las obras que más admiración causaron a los españo-

Red viaria utilizadLl por los inca~ en su expan~i(>n civiliz~d(>ra (Archivo GE~A).
Los incas

les, para quienes las vías del imperio romano apenas aparecían como
lánguidas sombras en comparación con las del Tahuantinsuyo.

La extensión de las citadas vías cubría más de 30.000 kilómetros
entre longitudinales y transversales. Por cierto que los incas no hicie-
ron otra cosa que rehabilitar, reabrir o perfeccionar muchísimos de los
viejos itinerarios de los imperios Huari y Puquina (Tiahuanaco), pero
superándolos en magnitud. Su reapertura fue iniciada por Pachacútec y
continuada por los demás sapaincas: Túpac Yupanqui, Huayna Cápac,
Huáscar y Atahualpa.

Con todo, es necesario no olvidar que los caminos eran de propie-
dad estatal, estaban única y exclusivamente al servicio del poder: 1° Su
función consistía en íacilitar el rápido y fácil traslado de los guerreros
que iban a conquistar, reprimir o a contener invasiones extranjeras. 2°
Para que los chasquis pudieran trasladarse con agilidad, presteza y sin
estorbos conduciendo los mensajes y noticias que interesaban al
gobierno. 3~ Para que los mitayos-cargadores pudieran caminar sin pro-
blemas transportando los productos generados por los mitayos-produc-
tores a las colcas de las llactas regionales y al Cusco mismo. Y 4" para
que cualquier funcionario o administrador estatal, incluido el sapainca,
pudiera trasladarse cuantas veces quisiera a cumplir su función.

Lo.s caminos, como se advierte, no fueron abiertos ni estaban man-
tenidos con fines de ounificación nacional~, ni para propiciar el desa-
rrollo de un mercado interno, ni para que los pueblos o campesinos
pudieran cómodamente comunicarse con sus vecinos. Por el contra-
rio, el Estado restringía el tránsito de la gente. El ideal era que nacie-
ran, vivieran y murieran en sus propios terruños. Cuando se suscita-
ban movimientos migratorios, era porque el Estado los proyectaba y
permitía, después de minuciosos estudios sobre su conveniencia o
inconveniencia .

I as rutas camineras no sólo eran reparadoras y cuidadas solícita-
mente por mitayos, a quienes controlaban funcionarios exclusivos, sino
que cuando convenía al régimen abrían otras nuevas, paralelas a las
antiguas, quedando éstas virtualmente abandonadas. Huayna Cápac fue
el soberano que tuvo interés en los cambios de itinerarios, de ahí que
en algunas partes se hahlaba del camino de Tl~pac Yllpanqlli y del
cami1lo del Huayna Capac, indicando quién había sido su promotor.

Así fue como las vías permitieron vigilar más estrechamente a las
etnias; enviar mensajeros y recibir informes con pasmosa rapidez; des-
plazar tropas a las frontera.s y a etnias .sublevadas sin pérdida de
tiempo. Lo.s caminos, en dichos aspectos, cumplieron un papel formi-

kl sistema adminisfratiuo los agentes del poder

Dibujo de inicios del siglo XIX que presenta el puente colgante inca que unía
amhas riheras clel río Apurimac en la ruta de Curahuasi al cusco, conocido en
Europa hajo el nombre de uel puente de ~an Luis Rey~ famoso por la novela
de Thorhorn Wilder que le hizo famoso y que se utilizó hasta 1~90.
Grahado ochocentistcl que reproduce el puente flotantc dc ChacLImarca, en el
de.saguadero del lago Titicaca.

Artilugio de cables (orova), de tradición inca, utilizacla para transpoltílr per.sonas,
animales y hienes. ~'or lo gencral constaba de una ce.stLI que no íiguríl en el dih-ljo.

dable asegurando la paz imperial en todas partes. Permitieron también
la consolidación del centralismo cusqueño y la intervención de la etnia
Inca por doquier. Gracias a las vías, el Estado dejaba sentir su acción y
peso en todas partes.

Puentes

Ríos, quebradas y otras hondonadas las vencían gracias a varios
puentes, para lo cual dominaban una considerable tecnología. Los
construían según las características topográficas del terreno, de acuerdo
a los materiales disponibles en la región y a la importancia de la obra.
De conformidad a tales consideraciones los había hasta de cinco mode-
los: 1° de troncos o palos: 2" de piedras; 3° de una o dos cuerdas
(hllaros, oroyas, tarahitas); 4° flotantes y S° colgantes.

Los más sencillos y corrientes eran los cle tronco~ apoyado~ ~obrc
rocas o torrec cte albañilerí~ levantada.s para la ocasión v emplazadas
en sitios donde las orillas se estrechaban más. Los troncos, por lo
general dos o tres, los extendían de una a otra orilla. Luego, atravesa-
dos, ponían otros palos amarrados con cuerdas de cabuya, paja, lana,
o cuero. Encima colocaban ramas y tierra, allanándola; quedando listo
para el tránsito. (Todavía se hace así en muchos caseríos de la sierra.)

Para los de piedra seguían el procedimiento anterior, sólo reempla-
zando las vigas por largas losas pétreas, sobre las que ya no necesita-
ban poner nada. Un ejemplo típico de tal modalidad existía en Chavín
de Huántar, el mismo que fue destruido por el aluvión de 1943.

Las oroyas o huaros se reducían a un cable tirado de una margen a
otra, pero atado fuertemente a árboles, pilares o muros de piedra cons-
truidos ex profeso. Por el referido cable se deslizaba una canasta de
mimbres suspendida por una argolla de madera. Con una persona y
cosas metidas en la cesta, se tiraba del lado opuesto por medio de
sogas. Pero cuando el individuo era experto en el manejo, él solo
podía impulsar el cestón a lo largo de la cuerda.

Los puentes flotantes se confeccionaban uniendo unas balsas de
totora al costado de otras. Encima disponían algunas tablas y sufi-
ciente totora y luego una capa de tierra, quedando listos para el ser-
vicio, flotando sobre las aguas. Requerían un constante cuidado para
renovarlos oportunamente, antes de que la podredumbre los deshi-
ciera. En el Tahuantinsuyo se mencionan dos puentes famosos de
esta índole: uno en el Desaguadero (sur del Titicaca) y otro en Bal-
sas, en el río Marañón, entre Celendín y Leimebamba (Cajamarca-Cha-
chapoyas) .

Los colgantes eran los puentes más abundantes y característicos en
las vías estatales. Miguel de Estete, cronista del siglo xvl, asegura que
había dos en cada lugar donde funcionaban: uno destinado al pasaje de
los nobles, y el otro al de la gente común. Aseveración que ha sido
puesta en duda hace poco, admitiéndose más bien que, por tratarse de
estructuras íntegramente vegetales, de corta duración, el gobierno, para
que nunca se detuviera el tránsito, mientras se reemplazaba el puente
principal, el otro seguía prestando servicios. Consistían de dos a cinco
gruesos cables de fibras trenzadas (paja, o cabuya/Agave americano),
que alcanzaban el volumen de un cuerpo humano (0,60 centímetros de
diámetro), amarrados a resistentes muros de piedra erigidos frente a
frente en ambas riberas. Las cuerdas soportaban un piso conformado
por ramas unidas que atravesaban las maromas. Los parapetos estaban
hechos con otras dos sogas a manera de barandas, llenado el espacio
con un tejido de fil-rac que iha cle la barancla al tablero. Cuando los
tendían o construían en ríos de gran fondo, como el Apurímac, ofrecían
un aspecto impresionante, mucho más cuando oscilaban a los impulsos
del viento y del vaivén del caminar de los transeúntes. Por eso también
los denominaban simpacbaca, es decir, pasaderas de crisnejas o trenzas.

Aparte de lo indicado, hacían uso de algunos instrumentos flotantes
para cruzar los ríos de apreciable y enorme caudal: balsas de totora y
palo; e incluso conocían flotadores de calabazas, como los que maneja-
ban los chimbadores del Yaucha o Santa (Chimbote). En Piura y Tum-
bes, como en la selva, para el mismo fin, usaban canoas.

Tambos y chasquis

Cada cierta distancia, a lo largo de los caminos fueron establecidos
unos edificios particulares llamados tambos (tam pu) con la función de
servir de albergue, descanso y aprovisionamiento a quienes transitaban
cumpliendo mitas y comisiones encargadas por el poder estatal: chas-
quis, guerreros, funcionarios, administradores, visitadores, etc.

Los tambos también corrían a cargo de un servicio de mitayos, cuya
cifra fluctuaba según el número de compartimentos y la magnitud del
edificio. Dichos mitayos, por su cuenta y riesgo, igualmente, podían
expender algunas cosas en canje con otros productos (trueques) o a cam-
bio de monedas mercancías Lc)s mencionados mitayos tamberos eran

Calzada de tradición inca que llega a la aldea de Tambillo, en la región a-lrí-
fera de Carabaya, al E. del lago Titicaca.
sacados de los ayllus y señoríos cuyo área atravesaba la ca17-etera, o de
etnias vecinas por cuyos territorios los caminos no eran muy transitados.

Los chasquis (corredores, postas) hicieron posible que las noticias
fueran transmitidas a la mayor velocidad posible. El chasqui que lle-
gaba corriendo a un punto no se detenía a referir el informe al otro
chasqui que lo esperaba, sino que le comunicaba el recado conti-
nuando la carrera. Para que esto pudiera llevarse a cabo, el chasqui
que se acercaba anunciaba su llegada tocando una bocina de caracola
(hllayl/aqllepa o plltiltO), y como el otro chasqui siempre se encon-
traba alerta, esperando y preparado con las sandalias puestas, SU bolsa
lista y su manta liada en su casita levantada en las orillas del camino,
salía de inmediato a recibirle. Y, sin detener el trote, uno daba los
mensajes y el otro los recibía.

Las distancias fijas que debía recorrer por cada chasqui variaban
según la calidad del terreno. En los llanos adelantaban más kilómetros
que cuando subían por cuestas y graderíos. L)e todas maneras la veloci-
dad era portentosa. Se sabe de un mensale que llegó de Chuquiapu (La
Paz) a Tacna en tres días, después de que los chasquis trotaran una dis-
tancia de más o menos 300 kilómetros. Gutiérrez de Santa Clara y Pedro
Pizarro hablan de unas cartas enviadas del Cusco que llegaron a Quito
en cinco días. Y Fernández de Oviedo se refiere a otras comunicaciones
remitidas de Cajamarca que llegaron al Cusco parejamente en cinco días.

Chasqui o correo incaica en pleno trabajo. corricndo por una dc las vías del
Incanato. (Archivo GEA)

12

La tradición andina.
Literatura, historia y ciencia

Literatura

De la vida intelectual poca huella se encuentra en los documentos,
lo que aparentemente demostraría que sus realizaciones en este
campo fueron escasas. Piezas de su Iiteratura no quedan en abundan-
cia, y las poquísimas que fueron recogidas por algunos cronistas están
dirigidas a exaltar y a rogar a las divinidades, lo que indicaría que su
musa cstu~, O cncaminada más llacia lo ernlnentelllentc rcligioso. Las
recitaban cantándolas, igual que las epopeyas. Quienes preparaban
dichas composiciones, los amautas, quipucamayos y haral~ec, gozaban
de gran prestigio.

Los géneros líricos, poéticos. coreográficos, miméticos y recitados
fueron bastante notables en el repertorio. Existían varios géneros de
canto y numerosos subgéneros. Enunciaremos los más conspicuos: 1°
el ~aylli o canto de victoria: 2" el harahui o canción amatoria, amo-
rosa; 3° el huanllpac harahui o huaca payapuni: endechas; y 4° el
huaca ylli o canto plañidero solicitando lluvias.

Los pocos rezos e himnos que han llegado a nosotros fueron reco-
gidos por Cristóbal de Molina, Juan Santa Cruz Pachacútec y Guamán
Poma de Ayala. En ellos aparecen mezclados problemas morales y
materiales, como por ejemplo el siguiente:

~¡Oh Señor! antiguo Señor, diligente Señor, gran Señor,
Tarapaca Señor, quien dice: haya reyes, haya incas,
guarda en paz y seguridad al rey que tú has puesto,
al inca que tú has creado.

Que aumente su gente, sus sirvientes, que derrote a
cada uno de sus enemigos. Para siempre y jamás,
sin interrupción guarda sus hijos,
y sus descendientes tamhién, en paz ¡oh Señor!~.

420 Los incaS

En poesía es muy tierna y expresiva la amorosa, a la que aprecia
ban sohremanera. En ella evocan la nostalgia por la amada ausente, y
se lamentan del que ama sin esperanzas. A tales piezas, frecuente-
mente, también las cantaban con notas pentatónicas.

Como los pueblos andinos no tuvieron escritura, no dejaron testi-
monios escritos de sus composiciones literarias, de modo que no se
sabe de manera fehaciente si sus himnos sagrados adquirían la forma
de la prosa, o tal vez la de las estrofas poéticas. Los cronistas, cuando
coleccionaron algunos, los transcribieron en prosa, sin que ello sea
prueba concluyente de que sus referidos himno.s tuvieran ese origen,
por cuanto en el siglo XVI y primeros años del xvll, quienes redactaban
en el Perú, sobre todo los indígenas (Santa Cruz Pachacútec y Guamán
Poma) desconocían las reglas pertinentes, y ni siquiera por entonces se
habían establecido las pautas ortográficas.

Música, canto y danza

La música tenía objetivos profanos, religiosos y guerreros. Los dos
primeros con letra y tonalidad espirituales.

Música y danza estaban bastante extendidas entre todos los secto-
res sociales y en cualquier tipo de actividades. En la corte, el
sapainca y la coya tenían sus músicos y danzantes. Lo mismo ocurría
en los acllahuasis, donde un grupo social de ellas, las taqui acllas, se
dedicaban a tal ejercicio. Incluso cuando el jefe supremo iba de
paseo, hacía el camino con músicos y bailarines, aspecto en el cual
los curacas se le diferenciaban muy poco. Las acllas también danza-
ban y cantaban durante las fiestas solemnes ante la presencia del
soberano. Y si bien todas las clases sociales gustaban del baile, ello
no quiere decir que se mezclaran para divertirse; la separación de
clases era rígida hasta en eso.

Música, canto y danza en conjunto recibían el nombre genérico de
taqui, palabra que, exactamente, significa canto. Allí se conjugaban
ritmo, literatura y plasticidad corporal. Había infinidad de danzas; prác-
ticamente cada actividad humana tenía dedicada una, en cuyas figuras
y gestos se simholizaban o reproducían las escenas más importantes e
impactantes: la agricultura (siembra, cosecha, limpieza de canales),
ganadería, pastoreo, la guerra. Ia vida de las aves y animales domésti-
cos y salvajes; el matrimonio, Ios funerales, ritos de pasaje o de inicia-
ción, erotismo (fecundidad). En sus danzas y cantos tamhién escenifica-

La tradicio~z a1zdina. Lite1-at~ra, historia ~ cieizcia 421

ban y relataban sus hechos históricos, míticos y legendarios. En ambas
situaciones guardaban un hondo sentido religioso, como p. ej. Ias dan-
zas del Huacón, Mama Rayguana y otras que enumera Avila para la
etnia Huarochirí.

Ni música, ni danza, ni teatro se habían independizado de lo reli-
gioso; no estaban en realidad secularizados. Entonces se ponían sus
mejores tocados, sus trajes de gala que sacaban de sus vasijas o los
descolgaban de las estacas de madera y piedra que se veían en las
paredes interiores de sus casas oscuras. En los documentos más anti-
guos se mencionan el arahui, el huayno, la llamaya (pastores), el
harabuayo (agricultores); la cashua o cachua (alegría y galanteo); el
hal~lli arahui (victoria guerrera). Todas estaban relacionadas con las
fiestas rituales y agropecuarias. por lo que invariablemente los ejecu-
tantes consumían increíbles cantidades de chicha (cerveza andina),
hasta perder el conocimiento. Las realizadas para provocar la fertilidad
de la tierra y el ganado revestían un vigoroso carácter orgiástico, como
ocurría en Huarochirí en la danza de casayaco, en homenaje a la diosa
Chaupinamca, protectora de la fecundidad. La ejecutaban desnudos,
aunque portando algún que otro adorno. Pensaban que la diosa rebo-
saba de felicidad al contemplar los genitales masculinos, lo que agran-
daba su poder fertilizador.

En la sierra central eran muy típicas las danzas: 1° de la 2Jecosina y
amna, para dar vitalidad agrícola a la tierra; 2° del chanco, otra danza
erótica dedicada a Chaupiñamca, diosa de la fertilidad, propiciadora de
lluvias; 3° del huari, baile y canto en homenaje a este dios. Lo practi-
caban a lo largo de los canales de riego; 4° la airigua, antes y después
de las cosechas de maíz; y 5° el ayno, danzada por los que habían
cazado con éxito.

El huallco en el Chinchaysuyo también era un canto entonado por
doncellas y mozos percutiendo una tinya (pequeños tambores). Se les
unían varones que respondían soplando una calavera de venado. En el
Cuntisuyo tenían notabilidad las sainatas: danzas y canciones armoniza-
das por mujeres y hombres. También conocían la taquicachigua o
cachua, danza erótica pero elegante que gustaba a todo el ayllu. El
haylly arahui, en cuyos versos, ya sabemos, exteriorizaban el triunfo
guerrero. El llamaya, modulado por los pastores. El pachaca huarayo,
cantado y danzado por los lahradores. El quisquina collina, muy prefe-
rido por las collas. Y el aymarama, cuando iban a las tierras.

En la sierra central, en efecto, eran muy populares las danzas ritua-
les denominadas Mama Ravguana y Huacón. En la primera se reme-
moraha y rendía homenaje al pajarito zorzal (chicuaco) y al picaflor
(quinti), que hicieron posible el conocimiento de las semillas alimenti-
cias en el mundo, robándolas a Mama Rayguana cuando dormía,
según el mito. La del Huacón la escenificaban con trajes especiales y
máscaras de narices largas; se ejecutaha para verificar el control social,
denunciando y castigando a quienes no habían cumplido con las bue-
nas costumbres de la comunidad durante el año que terminaba. Princi-
palmente difundían la conducta de las mujeres.

Las danzas agrícolas, ganaderas y guerreras tenían un insondable
objetivo propiciatorio: congraciarse con las divinidades y mallquis para
favorecer las buenas cosechas, abundante caza y protección del ganado
doméstico y salvaje y el triunfo en los ataques y batallas. Otras para
atraer las lluvias y las aguas, o para ahuyentar los aguaceros, las hela-
das y granizadas.

Música y danza cumplían un brillante papel en el ayni, minga y
mitas, porque entretenían, divertían y daban la imE)resion ¨1~ que eran
trabajos fáciles. De ahí la costumbre de que quienes organizaban
dichas faenas se preocupaban de que no faltaran músicos, aparte de
las constantes retribuciones con chicha, comidas y coca.

La música era pentatónica; y el canto siempre estaha acompañado con
instrumentos de viento, o rimados con tintineos de cencerros, percusión
de tambores y toques de caracolas marinas y que1zas o flautas. Los instru-
mentos musicales más comunes eran: 1~ los pequeños tamhores o poma-
tinyas de piel de puma. 2" Las trompetas de caracola o guayllaquepas. 3°
Trompetas de calahaza o legendaria: pototo. 4° IJna especie de ílauta tra-
vesera: pi~zcullo. 5° Flautas de pan o antaras. Y aparte de éstos, otros
que en las fuentes aparecen unas veces hien y otras mal descritos: pipos,
catahuis, quenaquena, chiuca. nucaya, sonajeros, maichiles, silhatos, etc.

Tenían tambores de dos clases: los grandes (huailcar) y los peque-
ños (tinva). Los primeros para uso de homhres y los otros para ser
tañidos por las mujeres. Se hacían de cuero de llama, y en ocasiones
con piel humana. Hahía algunos tan enormes que necesitahan cuatro
tañedores adultos. Los hechos con piel humana los confeccionaban
empleando la de los caudillos reheldes y enemigos derrotados en las
batallas o ejecutados.

Igualmente preparahan unos instrumentos musicales con los cráneOS
de los venados y perros que, como las trompetas de oro, plata y
cohre, servían para las danzas rituales y para convocar a las fiestas en
homenaje a sus huacas. Cuanto más antiguos, más mérito acumulahan
A los de calavera de venado se les llamaba huauco.

~,OII~IS~Iyo

l)AI\ZAS DEI. TAHI'AI~TTI~ YO (Según Felipe Huamá~ Poma de Ayala)
Calabacín

zampoña

Wankar

ó~ Quena Baqueta

,.'t.,. Guayllaquepa de caracola,
también llama~o pututo.

DIVERSOS INSTRIJTMENTOS Ml SICALES DEL INCANATO

~o todas las piezas musicales y danzas eran idénticas o únicas a lo
largo y ancho del Tahuantinsuyo. Existían abundantes y evidentes
variantes según las zonas; y había etnias propietarias de sus danzas, no
permitiendo que fuesen bailadas y ni siquiera imitadas por otras. De
modo que puede afirmarse sobre la existencia de piezas musicales y
danzas que eran propiedad colectiva de algunas etnias, como la lla-
c~a y choquela que sólo las ejecutaban los pastores aymaras.

La etnia Inca, por supuesto, tenía igualmente sus propias danzas
para ejecutarlas durante las solemnes festividades del Intirraimi,
Capac-raimi, Situa y otras. Los incas tenían, incluso, almacenes donde
concentraban sus instrumentos musicales. En el Cusco dos eran los
hailes de más aceptación: el huayno, ejecutado por parejas, y la cas-
hua o cachua, danzada en coro. Ninguno de ellos contenía expresio-
nes grotescas.

Entre las representaciones se encuentran la aranyani, danza de
enmascarados, y la pun~c aya: procesión funeraria. El puruc aya era el
llanto general por la muerte del sapainca, llevando su vestido y estan-
darte real. Conformaba un marco ceremonial apropiado para las repre-
sentaciones de la historia incaica.

Historia y mito. La narracion oral

Los mitos y leyendas, e inclusivo los cuentos y fábulas, constituían
para el mna historias verdaderas. No ponían en duda los relatos que
referían el ordenamiento del mundo, del hombre, de los animales,
plantas y diferentes accidentes de la naturaleza y de la propia vida
social y conducta personal. Las narraciones citadas también explicaban
SUS ritos y ceremonias para garantizar su producción y reproducción.
Los campesinos nunca sospecharon que tales exposiciones pudieran ser
producto de la imaginación de los sacerdotes, de los grupos de poder
y de los narradores en general. Creían que los animales pensaban y
hahlahan, por la simple razón de que los mitos aseveraban que antes
de ser animales habían sido seres humanos.

Y a consecuencia de ello se suscitaba otro hecho que debemos
tener en cuenta, y es que aquellos eruditos narradores mezclaban
hechos francamente históricos con otros ficticios (mitos, cuentos). Así,
por ejemplo, los prodigios del pequeño niño Maita Cápac, conversio-
nes de hombres en piedras y animales, de dioses que descendían a la
tierra para ordenar el mundo o para dialogar con los incas y sacerdo-
tes. En fin, hahlahan a veces hasta de entes que jamás existieron en la
tierra: supais, lJisscuchus, sacras. japinunos y humapurics, o sea, fan-
tasmas, duendes y somhras tenebrosas. Pero, eso sí, nunca concibieron
un (diablo., al estilo del lucifer del Viejo Mundo.

Sus relatos mitológicos y legendarios los recitaban acompañados de
música y canto muy rítmicos, y lo mismo hacían con sus cantares his-
tóricos referentes a hechos de incas y otros próceres. Eran cantos épi-
cos y dramáticos con notas líricas y eglógicas o pastoriles. Sus relatos
épicos estaban acompañados de mucha ritualidad. Otros eran escenifi-
cados y dramatizados como si se tratara de auténtico teatro. Procura-
ban representarlo todo.

Las versiones históricas no eran tan fidedignas. Al igual que hoy
había una historia oficial en contraste con las explicaciones orales popu-
lares y/o campesinas. La etnia inca, como otras nacionalidades regiona-
les, exageraban y magnificahan falseando su historia con el objeto de
justificar sus acciones v tener el camino libre para lanzarse a sus empre-
sas de conquista y dominación. Además. como tradiciones que pasaban
de padres a hijos durante generacioIles, sufrían cambios adrede y no
adrede, como ocurre con los relatos acerca de Manco Cápac y los Her-
manos Ayar; sohre todo la de los últimos, que habiendo sido enemigos
de la etnia Inca, la historia oficial los modificó según sus conveniencias,
presentándolos como hermanos que por fuerzas y designios extraterres-
tres acabaron apoderándose del Cusco y convirtiéndose en piedras.

Hasta ahora nadie ha podido prohar en forma fehaciente que los
incas hayan tenido escritura. Los tocapus o adornos geométricos que
estampahan en los trajes de los soheranos y grababan en las superfi-
cies de los queros rituales son solamente ideogramas o símbolos, pero
de ninguna manera escritura. De modo que la retentiva de los aconte-
cimientos únicamente podían confiarla a dos elementos: la memoria y
los quipus, y de cuando en cuando a pinturas. Sin embargo, no hay
que olvidar que la memoria humana tiene sus límites; por lo general se
pueden recordar y evocar con bastante fidelidad sucesos de hasta 150
años atrás. Pasado este lapso, la transmisión oral se hace vulnerable,
hasta transformarse, quedando meros residuos y, por fin, perderse por
completo. Pero los antiguos peruanos, que poseían un perfecto conoci-
miento de tan ingrata verdad, trataron de conservar y salvar los hechos
que les interesaha del pasado, ayudando a su memoria con nudos y
dibujos de determinados sucesos y personajes de la antiguedad.

De tal manera que existían tantos ~historiadores" como aconteci-
mientos les convenía rememorar. Ios cuales tenían el encargo de rela-
tarlos con frecuencia a sus hijos y descendientes para que recordaran
el hecho. Como cada cual apenas se especializaba en uno de ellos,
era entonces bastante fácil la transmisión de los eventos. Por lo tanto,
cada sapainca tenía su biógrafo en su respectiva panaca. Y lo mismo
ocurría en los ayllus, sayas, señoríos y reinos. De suerte que no
hahía ~historiadores" que dominaran todos los anales del imperio, sino
historiadores particulares, para sucesos concretos o casuísticos.
Cuando los cronistas españoles quisieron escribir las biografías y fas-
tos andinos, tuvieron que entrevistar y escuchar a cada uno de aqué-
llos, en lo posible.

Como se apreciará, ello daba pábulo a la elaboración de una ~histo-
ria oficial", podada, porque ningún descendiente era ni es capaz de
conservar ni transmitir hechos que deshonran a su pueblo, linaje y
antecesores. Y si algunos acontecimientos nefastos pasahan a la poste-
ridad era a través de los historiadores o biógrafos pertenecientes a los
bandos contrarios y opositores. Gracias a ellos es posible hoy conocer
la vida y ohra de Inca Urco v Apu Ollanta, o los asesinatos de Cápac
Yupanqui y Túpac Yupanqui. Gracias a los referidos métodos fue,
pues, como pudieron retener los hechos selectivos cle cada sapainca,
de cada coya y de muchos curacas regionales.

Los personajes oficiales encargados de custodiar la tradición ora
legendaria, ora verídica, recibían en el Cusco el nombre de pacariscap
villa, personas que no tenían más ocupación que relatar a modo de
cantares la vida gloriosa de cada soberano, sus hazañas guerreras, las
bondades para con su pueblo. Si había alguien de vida totalmente
repudiable y abominable, era borrado de inmediato de los cantares,
pasando al olvido. Era, pues, una historia expurgada, sometida a la
censura oficial. Pero, así y todo, era una manera de seleccionar los
hechos vividos, desterrando lo indigno, lo cual no era acreedor a la
posteridad. Los pacariscap villa, pertenecientes al grupo de los amau-
tas, autores de relatos y cantares históricos, recibían colosales retribu-
ciones, lo que les permitía vivir en el Cusco y otras llactas con un
desahogado tren de vida. Por lo tanto, resulta fácil deducir el tipo de
historia que referían, para no desagradar a quienes les sostenían tan
opíparamente .

El oficio de pacariscap villa se transmitía de padres a hijos en el
seno de determinadas familias. Y precisamente por eso, por pertenecer
a panacas y familias fijas, entre la versión de unos y otros aparecían
diíerencias y contradicciones tan flagrantes que ahora hacen dudar a
los más avispados etnohistoriadores del incario, por cuanto los cantares
tendían más a celebrar las glorias que a presentar relatos concatenados
cronológicamente de los hechos, donde los historiadores se esforzaban
por dibujar a sus biografiados mejor que a los demás. Cada panaca
ponía especial énfasis en el mencionado aspecto.

Los conocimientos históricos, en realidad. Ios utilizaban sin consi-
deración al verdadero devenir. No existía un método científico que
entremezclara el aparato conceptual y el mundo de la práctica, por
eso en sus conocimientos históricos no sólo introducían eventos que
realmente sucedieron, sino análogamente ocurrencias ficticias fahrica-
das por la imaginación premeditada o no de alguien. No conocían,
pues, la ~ciencia histórica~. El desarrollo histórico, como corresponden-
cia entre causa y efecto, les era irreconocible. De ahí que no descu-
brieran ni inventaran ningún método para cronologizar las fechas
calendáricas de los acontecimientos; tan despreocupados se mostraban
en esto que ni siquiera contahan sus edades personales por años sola-
res ni lunares. En la cronología de sus señores y reyes se contentaban
con saber quiénes fueron antes y quiénes después, sin interesarles
cuándo o en qué año se había producido el cambio. En este aspecto,
después de un largo período de ciertos reinados, se iniciaba el adve-
nimiento de una nueva época, como acaeció con Pachacútec, quien
puso fin al ~caos~ político antiguo iniciando un nuevo orden en el
mundo andino, pero sólo en lo político, por cuanto todo lo demás
seguía igual que siempre.

De la historia oficial se extraía y hasta borraba todo aquello que no
aseguraba el auténtico curso del mundo. A cualquier personaje o acon-
tecimiento que contradecía la gloria del Estado o del grupo dominante
se lo consideraba inexistente. Ahí reside la verdadera causa de por qué
el incario nunca pudo desarrollar una ~ciencia histórica". No les intere-
saba el discurrir real de los hechos, sino que los hechos transcurrieran
de acuerdo a lo relatado por los mitos.

Conocían, pues, dos formas recitadas: el hucaripuni y el hahuari
cuycuna, dos formas importantes de versificar. Mediante el primero
contaban, referían y relataban a muchas personas lo que pasó o suce-
dió, entonando el relato en alta voz. El segundo servía para narrar
acontecimientos dantescos o extraordinarios de los antepasados. En el
primero se daba mucha importancia a acontecimientos de la historia
oficial. En cambio, en el otro, imperaba la exposición tipo pasatiempO
(sausa sauca hauuaricuycuna) y los relatos maravillosos o admirables
(hahua ricuy simi), también de entretenimiento. Representan, por lo
que se ve, dos modos fundamentales de narración: el histórico y el
prodigioso. Es lo que los cronistas llamaban, en cuanto al primero,
cantares épicos o de gesta, y a los segundos fábulas o ficciones.

El hucaripuni no era, pues, otra cosa que la epopeya, abarcando
los cantares de los hechos pasados y recientes, donde se incluían los
mitOs de Manco Cápac y de los Hermanos Ayar. Una de las funciones
del hucaripuni era la epopeya de las hazañas del sapainca reinante,
compuestas por quipucamayos y pacariscap villas especiales para diri-
girlos a asistentes que acudían a tertulias o reuniones específicas. La
mayor parte de su contenido se transmitía oralmente, la que fue reco-
gida en gran parte por los cronistas del siglo XVI.

Derecho

Así como la medicina era un muestrario de experiencias, el dere-
cho suponía otro tanto. Que se sepa, no existieron códigos armónica-
mente establecidos. Se regían por la memoria de casos precedentes.
Es lo que se denomina derecho consuetudinario. Sin embargo, lo
común era igualmente la casuística: para cada situación una solución
distinta según las circunstancias; por eso hechos similares tenían
desenlaces diferentes.

En suma, el derecho se basaba en las costumbres y en las disposi-
ciones del gran rey o de sus representantes. La administración de los
funcionarios iba pareja con el derecho, política, control económico y
militar. O sea que una sola persona podía tener todas esas jurisdic-
ciones y competencias, como ocurría con los tucricuts o gobernado-
res de ~provincias~. A ellos se les concedía facultad para resolver todo
lo que sucediera dentro de sus dependencias, lo que motivaba el
desconocimiento de un sólo código para la integridad del país. Cual-
quier proceso era oral, en el que la autoridad escuchaba a las partes
y a los testigos, procurando hacerlo en el lugar mismo de los inci-
dentes y accidentes.

Por lo demás, el sapainca constituía la cabeza de la administración
estatal. De su persona salían y en ella concluían la totalidad de los
hilos de la misma en que correspondía a unas u otras jurisdicciones y
competencias .

Costumbre y norma jurídica tenían naturaleza coercitiva, ambas fun-
cionaban ante la inobservancia de lo que disponían los ayllus, los cura-
cas y las ordenanzas emitidas por el Estado. Las costumbres actuaban
como normas a través de sentencias o frases transmitidas generación
tras generación, con el objetivo de regular la vida humana. Como se
dijo, en cada curacazgo, donde venían ya funcionando, local y regio-
nalmente, grupos dominantes y dirigentes, éstos, independientemente
de la voluntad popular, muchas veces imponían sus normas.

Exactamente, al constituirse el Estado Inca mediante conquistas,
impuso sobre las costumbres regionales su propio derecho. Para la
etnia Inca (o nacionalidad Cusco, como tamhién se la llama), primaha
ante todo la suhordinación política encaminada a la producción de ren-
tas estatales en medio de un extraordinario ordenamiento social, de tal
manera que cualquier infracción se consideraba delito púhlico. Basán-
dose en viejas costumbres y tradiciones de Taipicala penaban a todo lo
que alteraba el statu quo de lo establecido por el supremo gohierno.
No aceptaban violaciones a su derecho, ni atentados contra los dioses
de la etnia gobernante, ni menos contra quienes estaban al mando de
la nave del Estado, o en agravio de personas que merecían un respeto
especial (ancianos, acllas) y mucho menos contra los que amenazahan
la marcha económica del país.

Para lograr el último objetivo revivificaron una legislación que con-
vertida en refranes o máximas pasaron a desempeñar el papel de órde-
nes o mandatos comunicados oralmente: ~No seas ladron, no seas men-
tiroso, no seas ocioso", senten cias que pronunciahan sus jefes usual-
mente y sin cansarse, con la finalidad de conseguir su cumplimiento
escrupuloso, vivo y pleno en beneficio del Estado.

El derecho local consuetudinario que no se oponía a los dictados
de la etnia Inca, no fue tocado ni cambiado en nada. Por eso, el
poder de la totalidad de los curacas o señores regionales fue palmaria-
mente disminuido, dejándoles una jurisdicción limitada, supeditados al
control de los gobernadores y otros funcionarios destacados desde el
Cusco. Concretamente, los curacas quedaron sin competencia para apli-
car penas de muerte y mutilaciones de cualquier miemhro corporal.
También fueron desarmados, privándoseles de la atribución militar en
sus propios territorios étnicos o nacionales.

Las leyes tahuantinsuyanas se caracterizaban por su severidad
extrema. No permitían que las disposiciones dadas por el jefe supremo,
a quien se consideraba hijo de los dioses y rey de reyes, pudieran ser
incumplidas o transgredidas, porque eso significaba ir contra las divini-
dades mismas y su dilecto hijo: el sapainca. No hahía más opción que
imponer férreamente las leyes. Todo lo cual explica el porqué regla-
mentaron la integridad de las actividades económicas, sociales y púhli-
cas en forma tan nimia. Y asimismo el porqué toda contravención o

Sa~lca~7uasi o casa pavo-
rosa la temible cárcel donde
metían a delincucntes y sos-
pechosos no pertenecientes a
la nobleza I nca Estaba acon-
dicionada en subterráneos
oscuros y húmedos, en el
que concentraban sabandijas
ponzoñosas, aves rapaces y
cuadrúpedos feroces En tal
realidad, la muerte venía ine-
ludible. se cuent.l no ol>s-
tante cl caso exccpcional,
dcl joven Chucluis~uamán,
hijo de Chuquimis. culaca dc

Chacll.lpoyas, que no fue
lesionado por dichos anima-
les, moti~-o por cl quc se le
puso en libertad, clcclarando-
sele inocente. Chuquimis
había sido acusad(:) de haber
envenenado a Huayna cápac.

desobediencia tenía que ser ca.stigada de manera tal que la sanción
fuera escarmentadora y ejemplarizadora, no tanto para el inculpado
(que por lo común moría mediante la pena de muerte), sino para los
que quedaban vivos. El propósito, por lo tanto, era evitar el desajust~
del sistema económico, social y político, el cual debía funcionar de
fc)rma tan exacta y precisa que nada ni nadie constituyera un antece-
dente a seguir. Tal era la teoría y la praxis.

La gama de castigos fluctuaha desde las simples reprensiones hasta
la cruel aniquilación. Como daban más importancia a los delitos que
atentaban contra el Estado, aquéllos tenían el carácter de públicos.
Razón por la cual los juzgahan y sancionaban de oficio, y no a solici-
tud de una parte. Lo que equivale a decir que infringir una ley repre-
sentaha quebrantar una disposición del sapainca. Por eso, culpas y
excesos que ahora consideramos de índole privada, entonces eran teni-
dos como púhlicos. Por ejemplo el asesinato de un mitayo, por redun-
dar en la merma de la producción estatal, debido a la supresión de
dos hrazos que trabajaban creando excedentes o rentas al imperio.

I'ero como el derecho era escarmentador, la pena de muerte .se apli-
caha con hastante frecuencia a rebeldes, homicidas, adúlteros, hechiceros
castigos al estnupo

Muerte por apaleamiento
a los envenenadores

DIVERSAS PENAS Y CASTIGOS EN EI~ INCANATO
(según Eelipe Huamán Poma de Ayala)

La tradición andina. Iiteratura histo1ia ~ ciencia 433

o envenenadores, sodomitas, estupradores de acllas, a mitmas huidos, y
hasta en casos menores de holgazanería y embriaguez contumaces. Es
evidente que trataban de individualizar a los culpados, considerando los
atenuantes (edad, robo por necesidad), arrepentimiento y agravantes
(reincidencias, mala fe, alevosía y ventaja), y también la complicidad
voluntaria o involuntaria. No obstante, de cuando en cuando condena-
han colectivamente a sayas y ayllus íntegros en casos de reheldía perti-
naz, o de envenenadores y homosexuales activos. En estas ocasiones lle-
gaban al extremo de arrasar hasta las casas, tierras y objetos de los reos,
con la intención de no dejar ni memoria de los desdichados. En otras
coyunturas, por la culpabilidad de un individuo se castigaba a toda su
familia, alcanzando a los cadáveres de sus antepasados, violando las
tumbas y quemando las momias para esparcir sus cenizas, o reubicándo-
las en sitios degradantes, como hizo Atahualpa con la familia de Huás-
car, o como hizo Colla Topa con los restos mortales de dos curacas cha-
chapoyanos acusados de haber envenenado a Huayna Cápac. Las penas
estahan encaminadas a intimidar a los demás. Lo que hu.scaban con
ellas, decían los incas, era conseguir el bien. En consecuencia, las cárce-
les tenían como meta la expiación de los delitos y no la seguridad.

En la ejecución de las penas también funcionaban los prejuicios
de clase. A los nobles se les metía en (prisiones doradas~ y cuando
eran sentenciadas a muerte se les degollaba; mientras que a los cam-
pesinos o pleheyos se les arrojaba en fosas subterráneas, colmadas de
animales feroces y venenosos, y de ser ejecutados se les ahorcaba o
quemaba vivos.

Igualmente existían penas de afrenta (castigos en púhlico, por ejem-
plo), castigadas con el destierro. Pero, además, aplicahan el perdón y
el indulto a los que escuchaban los exhortos del soherano o de sus
representantes, arrepintiéndose.

No existían árbitros, ni ahogados defensores de los acusados. Es
cierto, como se mencionó, que los tucricuts o gohernadores de "provin-
cias" reunían en sus personas todas las jurisdicciones y competencias;
pero ello no era óbice para que no hubiera jueces. Por el contrario, exis-
tían jueces para todo; incluso jueces especiales para solventar los casos
motivados por los holgazanes, con la finalidad de mantenerlos ocupados
en alguna de las mitas. Tamhién jueces para asuntos religiosos.

Y era bastante común el funcionamiento de ordalías o ~juicios de
dios~. O mejor dicho, el sometimiento del encausado a pruebas terri-
bles y crueles, de las cuales, si salían indemnes, eran inocentes: como
el de introducirlos en esas bóvedas subterráneas ya citadas (sancaihua-
434 Los incas

sis/casas pavorosas) llenas de sabandijas venenosas y otras fieras hraví-
simas, donde, si el presunto malhechor no perdía la vida, se conside-
raba que no era responsable, siendo liberado de inmediato.

No conocían la imposición de multas, por considerar que los bienes
u objetos no tenían por qué ser castigados. Las sanciones se imponían
pronunciándolas efectivamente contra los individuos que infringían, ya
que de no escarmentar a los verdaderos delincuentes significaba no
atacar las transgresiones de los perversos.

Igualmente, tenían en cuenta los daños ocasionados a cualquiera,
existiendo costumbres y dispositivos definidos. Así, a quien quedaba
inválido o incapacitado físicamente durante una pendencia o por sim-
ple maldad, e incluso en forma casual, el culpable era obligado a sem-
hrarle y cosecharle su parcela hasta que el damnificado se recuperara,
o hasta que falleciera en caso de no sanar. A quien se le prendía
fuego a su casa, tenían que reconstruírsela. Si los animales de uno cau-
sahan daños en los bienes de otros, había que reponer los productos
dándolos en la misma cantidad y de la misma calidad.

Con todo, existían, sorprendentemente, castigos injustos, como el de
sancionar a un cargador de la litera del sapainca que tenía la desgracia
de tropezar o caer. En lo restante, las averiguaciones delictivas muchas
veces llevahan consigo la aplicación de torhlras.

Por argumentos de carácter metodológico y didáctico, ahora, quie-
nes repasamos la civilización andina de la era del Tahuantinsuyo tipifi-
camos los delitos hasta en 10 categorías: 1° Contra la seguridad del
Estado. 2° Contra el sapainca. 3° Contra la religión. 4° Contra la organi-
zación administrativa. 5° Contra la administración de la justicia. 6° Con-
tra los deheres de función. 7° Contra el honor sexual y las buenas cos-
tumbres. 8° Contra la vida y la salud. 9° Contra los hienes ajenos. Y
10° Contra la honra u honc)r.

Ciencia en general

La etnia Inca y mucIIas otras de su tiempo en el Tahuantinsuyo
realmente no aportaron casi nada. No inventaron, ni descubrieron, ni
crearon cosa alguna. Lo que hicieron fue recoger la herencia espiritual
y material de un largo pasadc), desde Chavín en adelante. Cuando
emergió la etnia Inca y fundó el Imperio del Tahuantinsuyo, todas las
artesanías, tecnologías y creencias estaban ya inventadas, experimenta-
das y desarrolladas hasta su más perfecta expresión. Por eso, hahlar de

La tradicion andina. Literatllra histo1ia ~ ciencia 435

cualquier cosa (tenencia, clases, instituciones, ideologías, artesanías,
arte, tecnologías, etc.) atrihuyéndolas a ellos es un error. El mérito de
la etnia Inca es que supo aprovechar costumbres, conocimientos y téc-
nicas anteriores, logrando restahlecer un Estado imperial, que de haher
funcionado algunos siglos tal vez habría acabado unificando al espacio
andino de forma definitiva, cosa que, parece, tampoco lo alcanzaron
los Estados imperiales precedentes (Huari y Puquina/Tiahuanaco).

Por lo demás, las etnias regionales, frente a la intervención inca vie-
ron interrumpidos sus desarrollos políticos, pero sin modificar sus otras
tradiciones ni usanzas. Más bien los incas se vieron poco a poco obli-
gados a alterar su rutina cotidiana conforme hallaban pueblos de vida
más refinada: chinchas, chimús, lambayeques, a quienes imitaban. Pese
a lo cual, como maniobra política para justificar su expansionismo,
difundían su gran programa y proyecto ~civilizador".

Todos los conocimientos cient~ficos de las etnias andinas, desde
hacía milenios, estaban orientados a la aplicación práctica, incluso la
división del año solar en 12 mese.s lunares. Dirigían su ciencia a la
práctica; no quedan pruebas de que alguna vez hayan hecho de deter-
minada reflexión teórica. No hay evidencias de que hayan tenido for-
mulas matemáticas. Sus prohlemas geométricos los resolvían excelente-
mente en forma empírica. Todo su interés en estos aspectos exprofeso
lo orientaban a lo que tenía un significado pragmático: cálculo de
dimensiones agrarias; recuento de adobes, de bloques, de la población
y de los soldados; cómputo de los gastos e ingresos de los almacenes.
Las medidas y la agricultura eran una recopilación de experiencias sin
consideración teórica ni investigación sistemática, si bien ahora se ha
elaborado la hipótesis de que los andenes subterráneos de Moray
( CUSCO) pudieron cumplir una función experimental encaminada a la
mejor producción, sobre todo del maíz; pero solamente es una hipóte-
sis, todavía no demostrada plenamente.

Por su lado, en todos los dominios de la ciencia y técnica se inmis-
cuía la magia y religión. En todo se hallaba presente. La siembra había
que hacerla en las fases de luna llena o plenilunio. Cualquier suminis-
tro de medicamentos iha protegido por actos mágicos, mucho más
cuando se trataba de rescatar el camaquen (alma) que le había salido
a alguien (susto). En las ciencias no iba el conocimiento en pos de la
deducción; sólo huscahan la eficacia práctica.

El sacrificio de animales, los vaticinios mediante la observación de
sus vísceras y la momificación de sus muertos, efectivamente favorecie-
ron el conocimiento anatómico de los seres vivos. Verdaderamente
conocieron y tuvieron un nombre para cada órgano y parte del orga-
nismo humano y animal en general. Pero en cuanto a su fisiología lo
ignoraban totalmente. Creían que en el corazón (sonco) residía ese ele-
mento vital llamado camaquen que da vida y movimiento a un ser
humano y a todos los animales. Incluso pensaban que en el corazón
residían todas las facultades del hombre. En el campo fisiológico no
sabían ni el más mínimo rudimento científico.

El arco iris, por su lado, para ellos constituía una ~faja~ de apenas
tres colores: verde, rosado y lila (opapatica: flor de papa). No podían
distinguir más tonalidades por carecer del instrumental pertinente. Cre-
ían que era una larga serpiente bicéfala, cuyas cabezas tenían la figura
de un gato montés, muy peligrosa para niños y mujeres jóvenes,
pudiendo dejarlas embarazadas, dando lugar a partos de hebés defor-
mados. El arco iris (o cuycbi, o turumanya) --decían-- se originaba
en un manantial, elevándose para formar una ahrazadera y descender e
introducirse en otro manantial.

A pesar del alto nivel alcanzado por la cultura andina desde mile-
nios anteriores, en los siglos x~ y XVI sus descubrimientos tecnológicos
fueron sorprendentemente nulos. Sus construcciones monumentales
eran llevadas a cabo mediante métodos simples. Las rocas pulidas las
arrastraban y elevaban gracias a rampas, sogas y fuerza humana, sin
poleas. Seguían usando las guayras para fundir metales, y continuaron
sin interesarse por la función de cada órgano en el cuerpo humano,
aunque conocían bien la existencia de cada uno de ellos.

Hacían mapas descriptivos de comarcas internas y extranjeras, tanto
en piedra como en telas, pero no por curiosidad científica, sino tam-
bién práctica: para conocer sus recursos naturales y proceder luego a
su explotación.

En cuanto a quimica todos sus conocimientos se reducían a una
actividad y técnica empíricas basadas en la experiencia inveterada. En
tal sentido conocían qué elementos minerales, vegetales y animales
podían producir tintes, y calculaban las proporciones de forma admira-
ble para obtener matices a su gusto y satisfacción. Igualmente para la
preparación y cocción de masas de arcilla con fines alfareros, y lo
mismo para alear metales; pero nadie sabía explicar "científicamente"
por qué esos elementos tenían tales propiedades. Para eso existían ya
hermosos mitos.

En las ciencias naturales también partían de la práctica, y carecieron
de toda preocupación sistemática. Hasta la observación de los astros
ohedecía a una necesidad practica: determinar las épocas referentes a
Relieve animalístico esculpido, conocido como ~Pie de Sayhuite~, en realidad un
simulacro topográfico inca esculpido en el que se figuran los recursos naturales
de Apurimac.

la agricultura, a las fiestas y otros actos administrativos. La necesidad
de medir el tiempo por meses los condujo a la continuidad del uso de
las sucangas (pilares), pero sin inquietarse por observar los planetas.

Muchas de sus enfermedades sabían tratarlas con yerbas medicinales
de costa, sierra y selva, en cuyo logro los curanderos o hampicamayos
llevaron a cabo un constante comercio de trueque. Conocían purgan-
tes, vomitivos, abortivos, alucinógenos y calmantes.

El arte de la adivinación agorera cumplía idénticamente un fin prác-
tico, como p. ej. el desciframiento de los sueños. Se adivinaba para
saber el destino, la suerte del individuo, de la cosecha, del ganado, etc.

Y aunque existían sabios y eruditos que conocían al dedillo los
mitos, leyendas, cuentos, farmacopea y vida de los animales, en cam-
bio carecían de una sistemática, ignorando el análisis, las teorías, la crí-
tica y la interpretación científica. Su ciencia no desarrollaba una teoría.
Solamente compilaban experiencias milenarias de aplicación práctica,
en cuyo aspecto desplegahan una eficiente tecnología para dominar
muy bien su medio ambiente. Los sabios recibían el nombre de amau-
tas y yachas, por lo habitual hombres adultos.
Veamos algunos puntos concretos más, descubiertos, inventados y
creados miles de años antes, conocimientos que perduraban con toda
su fuerza durante el Tahuantinsuyo.

Ciencias naturales

En el campo científico desde centenares de años atrás eran ya unos
magníficos naturalistas, con una contribución a las ciencias naturales
notabilísima en el Perú. Queda patente que tenían una inclinación par-
ticular para observar la naturaleza. Por cierto que no poseían el instru-
mental ni los medios técnicos y doctos que ahora emplean los científi-
cos; pero lo cierto es que desde las más antiguas épocas, todo ohjeto,
pero principalmente en lo que respecta al mundo de las plantas, llamó
su atención. En lo que concierne a los vegetales averiguaron sus pro-
piedades, sacando partido de un gran número de ellas, empleándolas
en la economía doméstica, en la tintorería en la.s con.strucciones, y
más que todo en la curación de diferentes enfermedades que alligían a
la población.

La prueba para demostrar que los runas, más que cualquier otro
puehlo del mundo, poseyeron una inclinación singular para la obser-
vación de las plantas son los nomhres etimológicos y ohjetivos que les
aplicaron. Su nomenclatura indica alguna similitud con la científica de
nuestros días. Los nombres que dieron a las plantas casi siempre están
formados por dos radicales que, de forma invariable, expresan alguna
cualidad. He aquí dos ejemplos: 1° quimsacuchos, cuya traducción
literal es tres esquinas (quimsa tres, cucho rincón o esquina); y su
denominación técnica o científica es Baccaris genistellaides, designa-
ción que los botánicos europeos le pusieron precisamente por la
figura particular de sus ramas: tres esquinas. 2° El otro es la ticllah
uasa, que quiere decir espalda pintada (ticlla: pintado, huasa:
espalda), cuyo nomhre cientíl~ico latino es Calcitum discolor, que tra-
ducido equivale a ~tiene dos colores~, por sus hojas que son verdes en
su parte superior y moradas en su cara inferior. Observando con dete-
nimiento, se ve que el apelativo quechua (nespalda pintada~) expresa
mejor que el latino discolor: particularidad que ofrecen por su matiz
las hojas de la mencionada planta.

La fuente etnológica documentada en Cajamarca aclara que a las
plantas silvestres las clasificahan: 1~ según el sexo (ollco y huarmi).
2 '~ Por el color (negras, hlancas, amarillas, grises, marrones, rojas, ver-

Canshalud o zarigueya

Pareja de perdiccs

multicolores) 3° Por el tamaño (grandes y
pequeñas). 4° Por el grosor (delgadas y gruesas). 5° Por la textura
(suaves y ásperas). 6° Por el olor (agradables y repelentes). Y 7° por
la sonoridad (calladas y bulliciosas/semillas alojadas en cáscaras secas:
maichiles, p. ej.).

Como muestra veamos la clasificación de los ollucos, según el
color: colorados, blancos, rosados, multicc)lores, morados, marrones,
rojos, amarillos y verdes. Por la forma y tamaño, en muy largos, gran-
des, pequeños y muy pequeños.

En cuanto a la ~lora cultivada, siempre para usarla en las comidas,
en su clasificación tenían más peso los elementos descriptivos del sexo,
color y forma, que los referentes al tamaño, o lugar de c)rigen.

En lo que atañe al sexo de las plantas, estaban persuadidos de su
existencia. Las separaban todas en masculinas y femeninas. Por eso las
cultivaban de dos en dos, dando el atributo de varón a una simiente y
de mujer a la otra. Incluso las semillas esparcidas al voleo, pensaban
que después de semhradas, se huscaban para poder germinar. Tal con-
cepto seguramente derivó de sus observaciones en lo que toca a la
reproducción de los animales y seres humanos.

Creían también que entre las plantas existían relaciones de paren-
tesco. Por ejemplo los tubérculos considerados como hermanos eran
semhrados empleando los mismos métodos y maneras.

A los animales cuadrúpedos los dividían en domésticos y salvajes. Y,
a su vez, en machos y hembras: principio fundamental para la repro-
ducción. Asimismo, por el color y tamaño. A los salvajes como zorros
luichus o venados, huayhuash o comadrejas, canshaluds o zarigueyas)
se les consideraha dañinos o perjudiciales. Zorros, huayhuash y cansha-
luds eran maléficos porque atacaban a las aves y despensas. Los vena-
dos, pese a ser las bestias de carga de los huamanis o jircas (según sus
creencias), eran tenidos como dañinos por comer los cultivos.

Las aves eran clasificadas: 1° por el tamaño (grandes y pequeñas);
pero estas últimas subdivididas, a su vez, en pishgos o pájaros (muy
pequeños) y pugas o palomas (algo más grandes), terminología que
tenía (y tiene) una gran connotación sexual, por cuanto la palahra
pishgo la empleaban para designar a los genitales masculinos y puga a
los femeninos. Los pajaritos o pishgos, sin embargo, motivaban otras
subdivisiones de acuerdo al color, tipo de trino, o por su relación con
los seres sobrenaturales. Y 2° en aves de buen y mal aguero.

Las aves grandes (cernícalos, perdices, águilas, cóndores, húhos o
tucos, shingos o gallinazos, liclics, etc.) eran divididas dentro de cada
una de sus especies: 1° según el color. 2° Su hábitat (peñas, montes,
punas o pajonales, zarzales, totorales, pantanos). 3° Por la forma de
agrupamiento. Y 4° por el sexo.

A las aves acuáticas, debido a su extraordinaria capacidad para
sumergirse en lagos y lagunas, las imaginaban capaces de penetrar en
las recónditas profundidades de la tierra, hasta las pacarinas o lugares
de origen.

Las aves, en general, estahan asociadas con el cielo.

Aritmética. Quipus y registros

Todos sus cálculos se basaban en el sistema numérico decimal. Y sus
operaciones las llevaban a cabo mediante dos técnicas: 1° el ábaco de
cinco hileras y de cuatro casilleros, en los que redistribuían series de
cinco granos de maíz. Y 2° los quipus, cuerdas en cuyos nudos anotaban
los guarismos. En éstos cada nudo figuraba el número 1; y conforme
aumentaban los pequeños bultos tamhién crecían las cifras. Dependía de
la colocación de los nudos para saher si equivalían a unidades, decenas,
centenas y millares. En el Cusco cada conjunto de quipus tenía su color
respectivo los cuales representahan algo. Por ejemplo el rojo significaba
guerra; el amarillo, oro; el blanco, plata, y así sucesivamente. Sin
embargo los colores y muchos nudillos no tenían un valor universal en
todas las etnias del Tahuantinsuyo. I)e manera que si el amarillo simboli-
zaba al oro en el Cusco, en Carangue tenía otra connotación, y en Caja-
marca una distinta, y así sucesivamente. Los quipus, por lo tanto, sólo
podían ser leídos en sus respectivas sedes y por sus propios quipucama-
yos. Por eso un quipucamayoc de Quito no podía leer los quipus de
Lipes; y los de Lipes no entendían a los de Guayacondo. Con todo, es
posible que hayan existido algunos quipucamayos que dominaran las téc-
nicas y secretos de las cuerdas de otras áreas. El hecho alerta de que en
caso de descubrirse la clave para Ieer los quipus del Cusco, ella no val-
dría para descifrar los quipus de Chachapoyas ni demás etnias andinas.

Los que confeccionahan y leían los nudos tenían, en efecto, el
nomhre de quipuca~nayos, quienes transmitían su conocimiento práctica
v oralmente a sus herederos o a otras personas interesadas. Había qui-
pucamayos para anotar todo lo concerniente a las cuestiones contahles,
en lo cual los quipus eran infalihles, aunque servían también como ins-
trumentos nemotécnicos en lo que atañe a la conservación de relatos
literarios, jurídicos, históricos, etc.

Pero es en el cálculo donde demostrahan mucha preocupación para
registrar las cuentas del Estado. De ahí que la formación de quipuca-
mayos ocupaba un lugar importante. Y si hien aplicaban el sistema
decimal no consiguieron inventar un símbolo para indicar el cero.
Sabían sumar y restar con gran pericia.

La geometría, eminentemente práctica, marchaba al margen de toda
argumentación teórica, pero con asomhrosa exactitud en la apertura de
canales, construcción de caminos y puentes; erección de llactas (~ciuda-
des ) con fortalezas. calles, plazas y barrios hien distrihuidos. Elevahan
grandes casas con instrumentos y medios empíricos. Conocían la plo-
mada para nivelar las paredes de sus edificios.

Los quipucamayos, como funcionarios, integrahan los cuadros subal-
ternos pese a ser una función extraordinaria y altamente especializada.
Llevaban la contahilidad hasta de lo más mínimo de lo que entraba y
salía de los bienes del Estado. Apuntahan con exactitud encomiable las
estadísticas demográficas del Estado de acuerdo a los grupos de edad,
desde el nacimiento hasta la muerte, el número de efectivos militares, el
material logístico, de mitayos en activiclad, de los próximos a mitar, de
los recién casados, de los exceptuados de mitas, etc. Existían quipus
para todo, los cuales eran guardados tanto por los quipucamayos resi-
dentes en el Cusco como por otros pertenecientes a cada etnia. En este
aspecto existían auténticas quiputecas, como lo evidenciaron los señores
huancas en 1560-1~62 sacando sus cordones para probar ante los pode-
res del Estado colonial cómo habían ayudado a Francisco Pizarro a des-
truir el imperio de lc)s Incas. Tales cuerdas, que fueron vertidas al caste-
llano en los años indicados, patentizan tamhién que se podían conser-
var en ellas la uhicación de los acontecimientos históricos, en el sentido
de conocer qué ocurrió antes y que sucedió después cle tal o cual
hecho; pero nunca los años, meses ni días precisos. Incas, apostlyos,
tucricuts, visitadores y curacas tenían S-IS quipucamayos; siendo, por lo
tanto, unos magníficos archiveros y hasta ohistoriadoreso.

Las constataciones arqueológicas han demostrado que el quipu era
manejado desde el Hc)rizonte Medio (Huari, I'uquina/Iiahuanaco). Pero
lo.s informes más excelentes corresponden al incario, en el cual tuvie-
ron un amplísimo desarrollo dehido al control demográfico y contable

Escultura clc piedra. ~iobre SU función existen tres ~Tn pequeño manojo de
hipóte.sis 1° pucde tratar.se de un artefacto para quipus o cordones con
operaciones de cálculo. 2'~ o puede ser la maquetcl nudos mostrando lo.s nu-
cle algún edificio y 3'~ o 4uizá un implemento de merales y la técnica deci-

jucgo infantil o juvenil. mal.

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que exigía el Estado para vigilar el número de personas y de produc-
tos que entrahan y salían de sus almacenes, talleres y granjas estatales
y de las adjudicadas a las divinidades. El desarrollo del quipu no tuvo
razones mágicas ni sagradas, sino exclusivamente prácticas.

Astronom~a y astrología. Calendario

Un puehlo fundamentalmente agricultor como el andino había dado
motivo a una constante observación de los astros desde los más vetus-
tos tiempos de Chavín. Y en esto su conocimiento se circunscribió al
ámbito de los astros que poseían una utilidad práctica.

En tal sentido el cielo fue objeto de permanentes ohservaciones
por ser la morada de todos ellos, divinizados en su su totalidad. En
dicho apartado se distinguían los tarpuntaes, como sacerdotes del
Sol. Sus templos resultaron ser los mejores observatorios asíronollli-
cos. Dahan mucha importancia a los eclipses de Luna v Sol. que
imaginahan que eran unas veces el resultado del acto genérico de

El ábaco o yupana (contador) un
excelcnte tablero rectangular de cál-
culo de los matemáticos andinos,
quienes se colocaban en la parte

, más larga de la tabla al lado de los
casilleros con más círculos para e~i-
tar movimientos innecesariamente

j largos. Lo usaban utilizando piedre-
cillas y granos (quinua, maíz),
movilizándolos de unos hoyuelos a
otros, según sus colores (blanco y
negro) con la i upana llevaban a
cabo operaciones de suma, resta,
multiplicación y división constit-lía
una calcuLldora perfecta. El cronista
José de Acosta ( 1590) se quedó
perplejo ante la destreza y exactitud
puntualísima dc los VUpanaca)na-
voc.s que nunca erraban ni en una
tilde, más rápidos que los mejores
contadores españoles que emplea-
ban papel y tinta, y a los cuales
aventajaban enormemente.
los dos astros, y en otras el enojo o la agonía de los mismos, vícti-
mas de un ataque de animales feroces. Pero como no estaban deci-
didos a permitirlo, para salvarles y devolverles la vida, consultahan
a los agoreros y sin pérdida de tiempo realizaban profusos y costo-
sos sacrificios. Ofrendaban figuras de oro y plata, mataban ganado
e inmolaban a muchachos de ambos sexos. Para la mentalidad de
los runas, el eclipse solar también anunciaba el deceso de algún
gran jefe, que incluso podía ser el mismísimo sapainca; causa por
la cual, el Sol, por desaparición tan sentida, se ponía de luto para
denotar su pena. Las acllas ayunaban, se vestían con trajes que
simbolizahan tristeza y ofrecían sacrificios continuos. El sapainca
por su parte, se recogía en un lugar secreto, apartado de todos,
para ayunar varios días y llevar a cabo ritos. Durante aquel lapso
nadie prendía fuego en el Cusco.

Los eclipses solares eran explicados, por igual, hajo el argumento
de que se producían por el enojo del gran astro del día, por algún
pecado cometido contra él. En tal situación, el cclipsc en sí, consti-
tuía el rostro turbado y molesto que anunciaba un gigantesco castigo.

El eclipse de Luna estaba motivado, según sus mentalidades, por
una enfermedad o por el ataque de un feroz puma y una bravía ser-
piente. Temían angustiosamente que acahara de oscurecerse, hecho
que, de llegar a producirse, representaba su muerte y caída desde el
firmamento, aplastando a todos los runas hasta matarlos y destruir el
mundo. Un eclipse lunar, en consecuencia, provocaha pánico. Por
eso, desde que se iniciaba tocaban trompetas (pututos o bocinas de
caracolas marinas), tamhores de diversos tamaños y todo instrumento
con el que podían hacer ruido. Amarraban a sus perros grandes y
chicos, dándoles palos para que ladrasen y aullasen a la Luna. Cre-
ían firmemente que la Luna tenía en muchísima estimación a los
canes por cierto servicio que le habían hecho estos cuadrúpedos.
Ohligaban a sus hijos y a cualquier otro muchacho a que llorasen a
voces pronunciando a gritos ~/mamaquilla!" (madre Luna), implorán-
dole que no desfalleciese para evitar la desaparición de la humani-
dad y del planeta. Suscitaban una confusión y un ruido ensordece-
dor, en verdad indescriptibles. La gravedad del desmeioraíniento de
la Luna la consideraban según el tiempo que duraba el eclipse.
Cuando era total, se desesperaban hasta grados excesivos por imagi-
narse que el satélite de la noche ya se les venía encima y perecer
hecho añicos con tierra y todo. Ahí el llanto. quejidos, horror y
espanto alcanzahan extremos inenarrables.

El calendario era determinado observando al sol y a la luna. Para
fijar las fechas exactas del año y meses, Pachacútec dispuso la edifica-
ción de 12 torres o pilares localizados al Este de la llacta del Cusco,
llamados sucangas.

Los intihuatanas (palahra ya castellanizada) son unos pequeños
espigones o puntas de piedra que se yerguen sobre otras más o menos
planas. En quechua clásico se pronunciaba intiguata (singular) e inti-
guatacuna (plural). Inti es sol y huata, año. Su correcta traducción,
por consiguiente, es año calendárico, ciclo solar, o sea, "encasillar lo~
movimientos del sol, por sus sombras, en el curso de un año calendá-
rico~. Constituía un instrumento para definir los meses del año e
incluso las horas del día. Es una palabra que ya aparece en algunos
documentos coloniales.

Sabían distinguir el año solar, mientras que a los meses los dis-
tinguían según las fases de la luna. Pero el año no comenzaba en
la misma fecha en todas las etnias del territorio. En unas empezaba
en diciembre (solsticio de verano). Sin embargo, para los campesi-
nos y agricultores, pero con más incidencia en el Collao, el año se

~.10-40'5

Esquema de cómo los sacerdotes astrónomos del templo solar de Paramonga
debieron proceder para observar y calcular el tiempo a base de los movimien-
tos del astro del día.
iniciaba en agosto-setiembre, coincidiendo con las actividades agra-
rias de la siembra, acabando en junio-julio, después de las cose-
chas. En el Chinchaysuyo, no obstante, al año comenzaba a contar
en junio, con la aparición de las Pléyades, finalizando en mayo,
mes del aymoray o cosecha del maíz. Pero cualquiera que haya
sido la fecha del inicio y la conclusión del año, todos lo computa-
ban en 12 meses, cuyos nomhres en el Cusco, según la tradición
histórica, habían sido señalados por Maita Cápac, y cada cual con-
llevando una serie de actividades espirituales de carácter mágico,
económico y religioso, acompañado de festejos. He aquí la relación
de los referidos meses según el calendario usado en el Cusco por
la etnia Inca:

1. Diciembre . . .
2. Enero .....
3. Febrero ....

Raimi, la gran pascua del Sol. Hl~arach iCUi'.

. Camay, penitencias y ayunos de los incas.
atunpocoy, mes de las ~lores, sacrihcios con
oro y plata en abundancia.

Mojón tetraédrico levantado en el centro del lugar donde se amarra el sol
(Intihuatana, Machupiccll~l) donde el Sapclini a le rendía culto constituye un
auténtico reloj solar La voz Intih-latana es quech-l~l y se presenta registrada en
divcrsa documentL c ón coloni.a

4. Marzo ....

~. Ahril .....
6. Mayo .....

7. Junio .....

8. Julio .....

. Pachapucley, mes de mucha lluvia, sacrificio
de animales.
. Arihuaqllis, maduración de papas y maíz.
. latuncl~sql~i. mes de la cosecha, en que c,
almacena .
. Allcaycusqui, mes de la gran fiesta del inti-
rGIimi en honor al dios Sol.
. ChaguahMarq~lis mes del reparto de tierras
para preparar las siembras.
9. Agosto ...Yapaq2(i.s. el mes de la siembra.

1(). Setiemhre . . . Coya~rai)ni fiesta de la coya (reina) y del
situa para expulsar a los malos espíritus y a
las enfermedades.

. Hl~ma7raimi, para invocar las lluvias.

. A~a~l?arca. para rendir culto a los muertos.

11. Octuhre . . .

12. I~oviembre .

Sin eml-argo, no determinahan el año v meses únicamente valién-
dose clel curso del sol, fases lunares y aparición de las Pléyades. sino
tamhién. y esto era lo más frecuente cntre el campesinado, llevando la
cuenta mediante la observación del hrote de ciertas flores y frutos sil-
vestres que crecían y crecen en sus entornos; e igualmente por la apa-
rición de determinados animalillos, p. ej., sapitos. Los años, por ejem-
plo, se computahan según el número de floraciones de los árboles o
según el número de cultivos y cosechas obtenidas para su subsistencia
que, en la sierra, era y es por lo común una en cada año.

Consccuentemente, cuando un padre o una madre sostenían que su
hijo o hija ya hahían vivido el tiempo durante el cual la luna había muerto
tres veces, querían significar que tenía tres meses de edad. Y cuando afir-
maban que tal planta o talcs vegetales habían l1orecido tres veces, equivalía
a expresar que el chiquillo o chiquilla acabaha de cumplir tres años.

Pero lo cierto es que despues de cuatro o cinco años de dicha enu-
meración, comenzahan a embrollarse en sus cálculos, perdiendo la
cuenta de la 11oración de las plantas y el número de cosechas, al
punto que, con el correr del tiempo, olvidaban sus edades y las de sus
hijos. El tiempo pues, transcurría sin que siquiera se percataran, discu-
rriendo meses y años sin reparar en ellos, envejeciendo y muriendo sin
preocuparse por medir la distancia de la cuna a la tumha. La población
andina, incluso la perteneciente a las elites sacerdotales, era por com-
plcto nula en materia de computación de años, realidad en la que se
asemejahan a los hahitantes de la selva amazónica.
Sin embargo, según un documento de 1571 en lo que respecta
excepcionalmente a los últimos sapaincas, se deduce que ciertos qui-
pucamayos observaban y/o contaban el número de las floraciones de
las plantas y el curso del Sol. con el propósito de registrarlos en cuer-
das para computar las edades pero únicamente de los citados sobera-
nos. I Jn declarante cusqueño refirió que gracias a los enunciados qui-
pus y ~(otras tablas~ sabía que Pachacútec murió a los 100 años de vida,
Túpac Yupanqui a los 58 o 68 y Huayna Cápac a los 70. El presente
testimonio indicaría que sólo en el caso singular de los sapaincas
ponían un extremo cuidado en anotar la duración de sus vidas, cosa
que no ocurría con el resto de la población.

(Con todo, cuando en este ensayo se dan edacies de personas y
fechas historicas son cálculos aproximados.)

El campesinado distinguía las horas del día, por lo general, gracias
al grito o canto de algunos animales, en especial aves, que acostum-
hrahan a proferirlos cadd día a la mijnla llold in~/dlií~ nle. En cier-
tos parajes medían las ~horas por los vientos o hrisas que solían v s-le-
len prcsentarse por las tardes. Y por último, de acuerdo a las somhras
que proyectan los cerros a medida que avanzaha el astro rey. Son
prácticas, por lo demás, que suhsisten hasta hoy.

En lo restante, las fases de la luna reglahan la celehración de algu-
nos ritos. En enero las ceremonias tenían lugar durante la luna nueva y
la luna llena. En setiembre, igualmente el sih~a se iniciaba al salir la
referida luna nueva.

Hay referencias documentales de cómo cada mes tenía un período
fijo de 30 días, divididos a su vez en semanas de 10 días cada una,
con uno de ellos para descansar y celebrar el catl~ (mercadillos de
trueque). El día y la noche similarmente se dividían en: amanecer,
pleno día, mediodía, atardecer, anochecer, etc.

La observación del sol era parte esencial de los astrónomos tarpuntaes.
De ahí que lo relacionado con los solsticios daba lugar a dos fiestas impor-
tantes dedicadas al astro rey (capacraimi en diciembre e intirraimi en
junio:). La primera, muy importante por corresponder a la estación en que
comienzan a crecer los días. Había otras festividades de índole agrícola
concernientes a la maduración y cosecha. En diciembre, cuando los días
comienzan a ser más largos, se inauguraban los ritos de iniciación mascu-
lina (hl~arachic ~ ) que marcaban la entrada de los muchachos a la pleni-
tud vinl, aptos para ejercer ocupaciones y funciones de homhres adultos.

El calendario cumplía su papel definiendo las etapas del ciclo anual
y relacionando las actividades humanas con las fuerzas naturales que

EEBRERO: Mes de las flores: sacrifi- MARZ.
cios con oro y plata en abundancia

ENERO Penitencias y ayunos del Inca

O Mes de mucha lluvia; sacrifi-
cio cde animales

ABRIL Eiesta del Inca

MAYO Mes de cosecha, en que se la
almacena

LOS SEIS PRIMEROS ME~ES DEL CALENDAF;IO CUSQUEÑO
(Según Eelipc Huamán Poma de Ayala)
JUI\-IO: Se bebe con el Sol, en L
fiesta de este astro

Jl L10: Se reparte la tierra y se prepa-
ríln los sembríc)s

AGO.STO: La siembra en las chacríls
SETlE¡\íBRE: Sc)lemne fiesta de la

Coya y situa

OCTUBRE: Se invoca~ pidienclc, lluvias NOVIEMBRE: Ríndese culto a los

muertos

LC)S U LTIMOS I~IESES DEL CALENDARIO CUSQlJEÑo
(Scgún Felipc- Huamán Poma d~ Ayal.l)

las gohiernan. Constituía, en consecuencia, un principio ordenador fun-
damental que coordinaha las conexiones entre las divinidades, las acti-
vidades humanas, el espacio y el tiempo.

Pero en el calendario de la etnia Inca del Cusco hahía algunas
cosas más que merecen aclaración. El año solar no coincidía con exac-
titud con los 12 meses lunares. Siempre sobrahan 10,9 días del año
solar; fenómeno que resolvían distribuyendo los días sobrantes entre
los diferentes meses. Pero no se sahe fidedignamente cómo hacían
estos cálculos que tanto preocuparon a Huiracocha y Pachacútec.

De acuerdo a las fuentes escritas y etnográficas conocían la vía
láctea, a la cual denominahan ,llavu (río) que fluye en el sombrío
cielo nocturno. Distinguían dos tipos distintos de constelaciones. 1°
las de estrella a estrella; y 2° las constelaciones negras. Las primeras
semejantes a las de Europa occidental, cuyas figuras conceptuahan y
conceptúan según la vecindad de las aludidas estrellas. La mayoría
queda cerca a la vía láctea: Pléyades (Colca/almacén): Cruz del Sur
(Chacana); Scorpio (Amarc)); ~Itaer (Pachapczcclric); Orión (Orco-
rara), etc. Las constelaciones negras las localizaban donde las estre-
llas de la vía láctea están bastante aglomeradas y son más luminosas:
Llama (raya negra entre la Cruz del Sur y Scorpio); Yuto (saco de
carhón, contiguo a la Cruz del Sur); Ampatu (sapo/mancha negra cer-
cana a la Cruz del Sur); Atoc (zorro/ mancha negra entre la cola de
Scorpio y Sagitario); ll~achacuay (serpiente/raya negra entre Adhara y
la Cruz del Sur); etc.

Los astros, a su juicio, ejercían influencia en la vida de los seres
humanc)s, y aseguraban que revelahan algo para los hombres. La
luna, según su posición, anunciaha la lluvia fertilizante, o la sequía.
La luna llena era propicia para la siembra, cosecha, elaboración de
ohras que requerían el empleo de madera (techados de casa) para
evitar el apolillamiento. La luna, en fin, según sus creencias, desple-
gaha una considerahle influencia en las actividades humanas. En la
guerra sus fases ejercían mucho peso. En cada luna llena atacaban
por todos los llancos, por considerar al plenilunio como el período
más propicio para los asuntos militares. Pero durante el novilunio (o
luna nueva), en cambio, las tropas en contienda se retirahan 18 o 24
kilómetros cada cual, a un sector apartado para descansar y realizar
determinados sacrificios.

La presencia y paso raudo de cometas presagiaba guerras, desastres,
epidemias y muerte de personajes importantes. La aparición de las siete
cabrillas (Pléyades) anunciaha el inicio del año agrícola. La observación
de los astros interesaba más a los agricultores y ganaderos. Los ~políti-
cos" no le dahan mucha importancia, porque tenían otros medios de
prevención y vaticinio.

1.- YUTU I b pvdi-)

2.- ATOn ( ~ no)
3.- LLAMA
4.. YUTU

6.- HANP ATA 1-1 uro
7.. MACHACUAY ~b u~

MAYU bl rio) |

VIA LACTEA |

Algunas de las constelaciones que aún siguen distinguiendo los pobladores del

Cusco .

13

La reli~ión.
Dioses y sacer otes

Crearon dioses a su semejanza. El papel de la religión

La cultura y civilización andina es una desde sus orígenes, persis-
tiendo durante milenios. Por eso cuando la etnia Inca gobernaba el
Tahuantinsuyo, todos los otros señoríos y reinos dominados por aqué-
lla seguían rindiendo culto a sus dioses antiquísimos, venerados en
templos de construcción también remotísima (p. ej., Chavín, Pachaca-
mac, Tunupa, Apo Catequil), en cuyos interiores los ritos continuaban
siendo los mismos de antaño. Estas religiones que se mantuvieron
intactas a través de tantas invasiones y cambios políticos-militares sólo
entraron en crisis con la llegada de los invasores españoles.

Toda su vida material estaba reproducida en su ideología religiosa.
Por lo tanto, los dioses, principalmente los antropomorfos, tenían la
misma conducta que los seres humanos: participaban de sus acciones,
afectos, odios, sentimientos y pensamientos; pero en sus dioses tales
atributos estaban enaltecidos, sobre todo tratándose de sus divinidades
mayores. Así como los mandatarios en la tierra tenían sus esposas, que
eran las coyas y mamacuracas, los dioses también poseían sus mujeres
e hijos. Y si los supremos mandatarios se casaban con sus hermanas,
los dioses hacían lo mismo; de ahí que el dios Sol tenía como cónyuge
a su hermana la Luna. Son las parejas divinas.

Había dioses inmortales, como el Ticsi Huiracocha, Pachacamac, el
Sol, la Luna, el Rayo, etc. Pero otros fallecían, como Tunupa, que expiró
en una balsa cuando navegaha por el sur del lago Titicaca. Dicha embar-
cación, según el mito, al ser llevada por el viento, chocó en las orillas de
Chacamarca, abriendo con su proa el ríc> Desaguadero. En honor de ellos
componían oraciones y odas o himnos bellísimos, expresando lo que
sentían e indicando la función de cada cual, su fe y esperanza frente a
ellos. En tal sentido producían una literatura pulida, nohle y sincera.

Pero, como ya se dijo, bien analizados los mitos y leyendas se ve
que la vida y hechos de los dioses no hacían otra cosa que reproducir
la vida y acciones de los grupos étnicos. Las guerras entre seres sohre-
naturales (por ejemplo, Pariacaca velsus Huallallo Carguancho) simboli-
zan el enfrentamiento de diversos grupos étnicos (yaros/yauyos-huan-
cas), los unos invasores y los otros invadidos. De manera que a base
del eshldio de los mitos que relatan avances y/o retrocesos de dioses
se puede establecer la cronología histórica de las etnias, exhumando
sus éxitos y reveses. Así ocurre cuando se examinan los mitos de Hua-
machuco, Huarochirí y de otros sitios visitados por los tristemente céle-
hres extirpadores de idolatrías en la sierra central desde Huanca a
Cajatambo en los siglos X~,'l-XVII. Es un método idóneo para entender la
etnohistoria andina. El dios vencedor personifica a la etnia triunfadora.

Las ideas mágico-religiosas tenían mucho vigor y tales creencias
intervenían en todo. Para ellos, la religión ofrecía incluso la justifica-
ción del origen de la etnia Inca, del sapainca, del Estado y de la orga-
nización general; por eso los dioses tenían sus propiedades territorialcs
trabajadas por yanas y mitayos, cuyos hienes producidos permanecían
administrados por sus respcctivos saccrdotcs. La magia y religión
influían en todos los aspectos de la vida cotidiana y pública desde los
individuos pertenecientes a las clases sociales más bajas hasta los per-
sonajes e instituciones del mas alto nivel; y desde la concepción y
emharazo hasta la conservación del cadáver, e incluso hasta cuando
determinaban las rutas de sus conquistas, o las fechas en que dehían
llevarlas a caho. Pero donde se dejaha exteriorizar con más frecuencia
era en las prácticas agropecuarias, y aun en este campo las más noto-
rias constituían las concernientes al maíz y las papas, como tamhién las
relativas a la salud y fecundidad del ganado, para lo cual ofrendahan e
invocahan al Sol, al Huamani y a la Mamapacha.

Huho divinidades, en efecto, asociadas a la vida agrícola, tal como
la Pachamama (madre tierra). Cada planta alimenticia tenía un protec-
tor llamado conopa, gracias al cual el fruto rendía al máximo. A la
conopa del maíz se le nombraha saramama (madre del maíz); a la de
la papa: papamama; al del ají: uchuma1na; a la de la coca: coca-
mama, y así sucesivamente. A la conopa que protegía la casa y hogar
se le decía huasicamac. Las conopas vegetales eran los mejores frutos
de la respectiva planta: del maíz por ejemplo las mazorcas más grandes
de semillas graneadas, las cuales eran guardadas en el núcleo de sus
pirguas, prodigándoles atenciones.

Las conopas de los animales domésticos recihían la designación de
illas. Confeccionadas en piedra, representahan en miniatura al respec-
tivo animal. Se enterrahan en los corrales y sitios mágicos de los
cerros en honor al Huamani para conseguir la reproducción continua
de los hat(:)s.

Las figurillas naturales de piedra simulando cuerpos humanos o de
animales, que hallaban casualmente a su paso, las recogían y guarda-
han como amuletos y fetiches protectores de sus afortunados descuhri-
dores y de sus familiares. También se les decía conopas y/o illas.

Supersticiones y ritos aseguraban, pues, las diversas acciones de la
vida humana, animal y vegetal. En el ámhito andino existían muchas
adoraciones para garantizar la buena marcha de la lahranza, para cuya
finalidad tenían un servicio personal ad hoc. La ganadería también
tenía su ritual. Y, además, cada acto ritual su significado.

La función del culto reafirmaha el hienestar de la gente, lo que
implicaba la necesidad de mantener contentas a las divinidades con
ohlaciones y ceremonias. Por eso la organización religiosa no podía ir
separada de la administración civil o laica. El jatuncuraca en cada etnia
y el sapainca a nivel imperial tenían que velar por amhas, o sea que
vigilahan la religión para asegurar la buena marcha de lo segundo. ~To
se concehía que los dos poderes caminasen separados; por ello el jefe
de Urincusco era el sumo sacerdote y en ciertas oportunidades el
representante del sapainca. Este, continuamente, invocaha la voluntad
de los dioses, recihiendo, aducía él, respuestas a través de los oráculos,
contestaciones que tomaha como guía para regir los destinos del
Estado en nombre de dios. Los oráculos, entonces, dirigían la política
del rey, lo que explica el funcionamiento de múltiples donaciones del
sapainca a los dioses y a los sacerdotes.

En cuanto a ideología religiosa imperaba el politeísmo: una infini-
dad de divinidades, a cuyos templos e ídolos se les daha el nombre
genérico de huacas: lo sagrado. Les atribuían fuerzas congénitas y vita-
les causantes de sus impulsos y actuaciones, fuerzas que conocían con
la denominación de camasca o camaguem. Sin embargo, toda clase de
animales y plantas tenían tamhién esa fuerza vital (camaquem). No era
precisamente el alma tal como es entendida en las religiones del viejo
continente, sino mas bien un principio de movimiento de las cosas
(tanto seres humanos como ohjetos del mundo).

El camaquen del dios o ídolo, según decían, era una sustancia pri-
mordial, un fluido inmaterial, suma de fuerzas sobrenaturales. Pero
estas cc)sas sólo las entendían y explicaban las elites sacerdotales. Para
el jatunruna un dios era simplemente una huaca que castigaba si no
se le ofrendaba y respetaha, un ser poderoso que otorgaba bienes, por
1o cual había que hacerle ofrendas.
El número de dioses era inmenso y las funciones que cumplían
muy variadas. Pero esa multitud permaneCía ordenada con funciones
específicas, estableciendo una jerarquía, del mismo modo que se regla-
ban los grupos de poder aquí en la tierra.

Cielo y tierra estaban poblados de dioses para todos y para todo. Y
cada cual tenía su huaca o templo. Creían que sus dioses habitaban en
sus estatuas o ídolos de arcilla, piedra, madera y metal, infundiéndoles
vida, por lo que podían dar respuestas a las preguntas (oráculos). Esta-
ban persuadidos que las divinidades no podían equivocarse en sus
contestaciones; por eso, cuando los acontecimientos resultahan al revés
de lo que auguraban los oráculos, renegaban de ellos y hasta los des-
truían; así procedió Atahualpa con el oráculo de Catequil en Porcón
(Huamachuco) .

La aceptación de tantísimos dioses por los incas y demás etnias,
cuyas estatuas concentrahan en un panteón ubicado en el Cusco,
indica que no existían dogmas ni especulaciones sobre cada uno de
ellos. Desconocemos sus juicios de abstracción al respecto, al igual que
el manejo de sus metáforas y símholos. De lo que sí estamos seguros
es de que cada etnia creía que su dios o clioses respectivos estaban lo
suficientemente cualificados y ricos para proteger a su pueblo y/o aclo-
radores .

La multiplicidad de dioses revela la centuplicación de etnias. Y así
como las etnias tuvieron reyes rivales que combatieron por la hegemo-
nía, tamhién existían dioses antagónicos. Y así como hubo reyes que
triunfaron, reconociéndoseles como a únicos señores, también militaban
divinidades a las que por las mismas razones se les daha idéntica cate-
goría. Los de la etnia Inca utilizaban a su madre Luna y al Sol con este
fin, colocando sus figuras en los sitios preferidos de sus templos. Y si
no lograron difundirlos totalmente fue porque el imperio apenas tuvo
95 años de vigencia en su área nuclear y 25 en las zonas periféricas,
tiempo insuficiente para inculcar sus propias ideologías dominantes.

Coexistían dioses panandinos, regionales, locales, familiares y perso-
nales. Los uni2~ersales por excelencia eran Huiracocha y Pachacamac.
Huiracocha y el Sol constituían los dioses oficiales del imperio o
Estado, con un culto organizado y dirigido por el grupo de poder. Si
bien es cierto que todos los demás estaban favorecidos, conservando
cada cual su status antiguo en sus áreas respectivas.

Parra los jatunrunas, los ídolos de sus dioses locales les resultaban
más afectivos y efectivos. Por ello mostraban y sentían más interés por
sus propios dioses, cuya presencia les era más cercana. Por ejemplo
los cerros prominentes, en especial los de vértices coronados con
nieve, en cuyas faldas y/o cumhres erigían santuarios o huacas dedica-
dos al Huamani. Pensahan que los oídos de sus divinidades siempre
estaban atentos a las súplicas, antes que los de los grandes dioses leja-
nos. De ahí que el culto a los Huamanis o Jircas revestía un fervor
extraordinario. Los campesinos confiaban en sus dioses, e igual las eli-
tes en los suyos. Su piedad la exteriorizaban brindándoles ofrendas,
cultivando las tierras de los sacerdotes. Todos, incluyendo los grupos
de poder, consultahan con frecuencia a los oráculos, entre los cuales
los más célehres fueron los de Vilcanota, Titicaca, Pachacamac, Paria-
caca, Porcón.

La lista de dioses locales era, pues, inmensa. Pero dentro de aquella
infinidad, desde los vetustos tiempos de Chavín y Huari se percibe que
por razones de dominación y control crearon una jerarquía, cuya idea
se mantenía latente durante el reinado de los incas, dando la falsa
impresión de que las elites se acercahan a un monoteísmo. Pero todo
cra sólo un artificio para alinear hajo la subordinación de la.s divinida-
des del grupo de poder a los dioses de las etnias sojuzgadas. Lo que
ocurre es que en los Estados monárquicos y diárquicos jamás puede
tolerarse la existencia de numerosos gohernantes con la misma supre-
macía, concepto o idea que trasladaron al mundo de los dioses para
robustecer el rol hegemónico de la etnia mandataria aquí en la tierra.
Como los millones de jatunrunas no querían a los dioses de otras
etnias, las elites estahlecieron una categoría de dioses mayores y meno-
res; los primeros representando al grupo de poder y los otros a las
etnias anexionadas. Las únicas excepciones eran Ticsi Huiracocha y
Pachacamac .

Desde luego que todos los dioses tenían superioridad por creerlos
poseedores de un mana o principio superior, pero ello no quiere decir
que la totalidad hubieran sido iguales. Unos poseían más fuerza que
otros, de modo que mientras unos influían en cualquier parte otros
apenas en las etnias donde eran adorados. Pero, por ahora, resulta
todavía difícil explicar qué es lo que ellos entendían por di2~inidad en
sentido riguroso.

Realmente sus dioses tenían figura humana. Se afirmaba que des-
cendían a la tierra y conversaban como personas, de ahí que sus esta-
tuas guardaran esa forma, tal y como sucedía con Huiracocha, Tunupa,
Pachacamac y Coniraya. Sin embargo, en términos generales fueron
incapaces de ahandonar los ídolos zoomorfos. Pero corrientemente, tra-
tándose de dioses mayores, les daban silueta e imagen humana, atribu-
yéndoles las mismas pasiones, virtudes, apetitos, sentimientos, talentos
e ideas del hombre. Por consiguiente, pensahan que sus divinidades se
alimentahan, contraían nupcias, practicahan la poliginia, procreahan
hijos y hasta intervenían en guerras.

Claro que veneraban a muchos animales, pero no se les conside-
raba exactamente como a dioses, sino como a seres vinculados a los
dioses por algún motivo. La zoolatría andina se mantuvo vigente como
un residuo ideológico muy antiguo, mu i~ primitivo. Estampas de ser-
pientes, fdlcónidas y felinos se ven labradas en los ídolos y en los tem-
plos desde los remotos tiempos de Chavín (1000 a. de C.), pulidas y
colocadas de tal forma que es evidente su significado religioso. Los
propios incas venerahan al pájaro inti (una especie de lorito). por ser
el mensajero para comunicarse con el Sol. En Pachacamac se guardaba
la momia de una zorra. En las serranías centrales se homenajeaha a los
pájaros chihuaco o yucyuc (zorzal) y picaflor, por haber intervenido en
la propagación de las semillas en la tierra. Los del litoral en general
rendían pleitesía a la hallena. A muchas aves se las sindicaha como
mensajeras de los dioses.

Pero en cuanto a vegetales, pocos estahan deificados. Los tanqui-
guas profesahan culto a un árbol por cuyo tronco ahuecado, según la
leyenda, salieron sus primeros antepasados (pacarina). Al oro lo santi-
ficaron y adoraron por creerlo las lágrimas del Sol, y a la plata, los
lagrimones de la Luna.

Es posihle que para algunas etnias periféricas y ~primitivas ciertos
animales hayan constituido su única y verdadera religión, convirtiendo
a tales especies en bestias y alimañas sagradas. Un verdadero inmovi-
lismo cultural en las masas campesinas, mientras los amautas y los
sumos sacerdotes del Cusco y Pachacamac ya no pensaban en el
carácter sagrado de tales hichos, como lo demuestran los himnos a
Huiracocha y al Sol que transmiten Cristóbal de Molina, Santa Cruz
Pachacútec y Guamán Poma de Ayala, en los cuales hay una total
ausencia de alusiones al culto de los animales. No hay duda de que
había una religión ~tribal-campesina-popular~ y otra sofisticada, perte-
neciente a las elites, lo que no hace otra cosa que confirmar cómo el
Tahuantinsuyo configuraba una sociedad clasista, además de plurilin-
guística y multiétnica.

Y, por último, existían tamhién hombres divinizados o, en otras
palahras, fundadores de ayllus, sayas y reinos, a cuyas momias ( mall-
quis) guardaban y adorahan sus colectividades. En este sentido, a todos
lo.s reyes incas y a SUS esposas se los conceptuaha como dioses.

Las mansiones (templos) edificadas a sus seres todopoderosos y las
fiestas y ofrendas continuas que realizaban en SU honor las efectuaban,
precisamente, por creer que tenían las mismas aspiraciones que los
hombres. En tal sentido la huaca o templo representaba la casa del
ente divino, donde residía su hulto o ídolo que daha respuestas y con-
versaba (oráculo) con sus servidores más íntimos (sacerdocio). Una
multihld de asistentes y colaboradores no tenía más dedicación que
servirles con la finalidad de satisfacer plenamente sus gustos con
ropaje, alimentos, hebidas. adornos y diversiones, para lo cual prepara-
han y celehrahan festividades. El cultc), con oraciones y sacrificios, era
casi diario, pero en ocasiones especiales y solemnes se les sacrificahan
animales (cllyes, aves, ganado) e incluso seres humanos. En dichos fes-
tejos se danzaha, cantaba y tañían instrumentos musicales, donde cada
gesto, movimiento y nota significaban algo relacionado con la versión
mitológica de la divinidad homenajeada. Algunas fiestas durahan varios
días y noches.

Los dioses Ticsi Huiracocha y l'ach~camac, sin emhargo, no tenían
santuarios en todas partes, lo que inclica que no recihían un culto coti-
diano fuera de SUS sede.s centrales.

Dioses mayores

Como se observa, hahían inventado dioses mayores, dioses meno-
rcs héroes culturales y ayudantes de divinidades. Poseían también dio-
ses varones y diosas mujercs, y desde luego parejas de dioses (marido
y esposa).

Entre los dioses mayores hay que enumerar a Tunupa, Ticsi Huira-
cocha l'achayachachi, el Inti (Sol), Illapa (rayo), Pachacamac, Paria-
caca, Huari, Lihiac (rayo), Catequil, Piquerao, Chicopaec y Aiapaec.
F.ntre los superhomhres o héroes, a Tomayrricapa y Tumayhanampe, a
}~aco y Yanacolca, y a Yanarramán y Libiac Cancharco. Y entre las
parejas divinas, a IJrpaylluachac y Auca Atama, Condortocas y
Coyahuarmi.

Al Sol, Luna, trueno, rayo, relámpago, tierra y mar los conceptuaban
dioses porque se sentían desprotegidos ante esas fuerzas, situación que
los impulsó a divinizarlas. Les preocupaba hacerse acreedores de sus
hondades con miras a tener alimentos, salud y larga vida, cosas que
aún hoy siguen inquietando a la humanidad. Por eso eran dioses de
gran ventura.
Como dios panandino debió ser difundido e impuesto seguramente
desde el Horizonte Medio, cuando huaris y puquinas configurahan
Estados de gran extensión territorial en el perímetro andino. Los incas
no lo eliminaron, porque también lo veneraban y tenían mitos que vin-
culaban a ese dios con ellos mismos. Fue elevado a un sitial tan
encumbrado que se le convirtió en un dios mayor de la más alta
importancia. Los incas, una vez establecidos en el Cusco, lo siguieron
honrando, haciéndole estatuas y levantándole por lo menos siete tem-
plos (Cacha, Urcos, Quishuarcancha (Cusco), Amaihamba, Huaypar,
Chuquichaca y Tambo), todos en el área cusqueña.

Tunupa

Llamado también por algunos Tonapa, era un dios propio del alti-
plano del Collao y del Colesuyo (Arequipa-Moquegua), probablemente
desde la época prepuquina o pretiahuanaco, ya que, según se des-
prende de su mito, es anterior a Ticsi Huiracocha, divinidad de Huaris
y puquinas. Tenía dos ayudantes: Tarapacá y Taguapaca. Se le pintaba
como a un dios que vino a poner orden en el mundo, por lo que sus
hechos se confunden con los del Ticsi Huiracocha. Tunupa estuvo bas-
tante identificado con el rayo y los volcanes, o sea, con Illapa, Libiac,
Pariacaca (Yaro) y Catequil. Gobernaba a los volcanes, pero también a
las aguas controlando los aluviones.

Tunapa, de acuerdo al mito, al igual que todo dios que se com-
porta como los seres humanos, tuvo aventuras eróticas con dos herma-
nas (práctica del sororato) que después se convirtieron en peces, de
donde proceden todas las especies ictiológicas del lago Titicaca y lagu-
nas andinas.

¿Hubo dios creador del mundo y de la humanidad?

Se percibe la ausencia de un dios creador y hacedor de todo.
Cuando Tunupa y Huiracocha se presentaron, el globo terráqueo ya
existía. Y en cuanto al ser humano, éste había emergido al mundo sur-
giendo del interior de la tierra, haciendo su aparición por cavernas,
manantiales, cráteres, lagunas, o cualquier otra oquedad. Inclusive cier-
La presente escultura (ahora en el Museo de América/Madrid), según las má
recientes evidencia.s, corresponde a la cabeza de la estatua del dios Huiracocha
cuyo templo principal estaba ubicado en Cacha, al sur del cusco. Es de granit~
y tiene 39 centímetros de altura Fue exhumada del subsuelo de la iglesia de I
compañía de Jesús de la ciudad del cusco, donde fue enterrada por los espa
ñoles a mediados del siglo X~7 en su afán de borrar las religiones andinas.
I'resunta imagcn del gran dios creLI(lor Huiracoclla o Viracocha, su.síentad(>r de
la vida, a manifie.star.se en cl sol y en la luna. ESLI imagen se pre.scllta .sobrc el
clintcl de la imponcntc l'uerta del Sol cle Tihuan.lco en Iiticaca.

tos animales hahían tenido el mismo origen, por ejemplo las llamac
(Lama glama), si hien la mayoría de las especies zoológicas, según su~
mitos, no era otra cosa que personajes humanos transformados er
gusanos, aves y cuadrúpedos por alguna razón que la explicaban cor
bellas narraciones míticas. Algunas plantas, por su parte, suponían que
hahían hrotado gracias a la mutación de los órganos de determinadas
divinidades. Al respecto tenían elahorados hermosos relatos.

En consecuencia, Huiracocha y SUS ayudantes fueron héroes y
sahios dedicados a ordenar las cosas, modelándolas de acuerdo a un
esquema general de representación del que eran señores. Así expresa-
han la gran sahiduría de aquellos héroes, con lo que daban fc)rma a
todos los objetos que existían. Lo que hizo el aludido Huiracocha hle
señalar a los hombres, animales y vegetales el rol o función que
dehían cumplir en la tierra.

La etnohistoria ha llegado a la conclusión, pues, de que fueron los
misioneros católicos de España quienes colocaron a Huiracocha el dis-
fraz dcl dios U11iCO y creador de todo, empujados por las siguientes
premisas: 1" para continuar con la vieja teoría griega que el catolicismo
hizo suya (a partir de San Agustín de Hipona), en el sentido de que
todos los puehlos del mundo, y en cspecial los de alto nivel cultural,
tenían forz(:)samente la concepción de un Dios Supremo Creador que
llamaban principio o primera causa o móvil. Y 2° ITtilizando, entonces,
dicha tesis los aludidos misioneros coloniales justificaban su empresa y
campaña argumentando la facilidad de imponer el conocimiento del
~erdadero Dios, que para ellos era único, universal y todopoderoso.
Para eso se aprovecharon de todas las ventajas posihles con que topa-
han a su paso, como la rellexión filosófica de un inca que dudó de la
divinidad poderosa del Sol, por tener que viajar diariamente de Este a
Oeste y ser ocultado por las nubes de vez en cuando: indicio de que
sohre él existía otro dios más grandioso y en verdad superior.

El que Huiracocha fuera dios hacedor y creador de las cosas es,
por lo tanto, una exageración e invento, un fruto de los tristemente
célebres ~extirpadores de idolatrías~, nombre con el que se conoce a
los que persiguieron y destruyeron las religiones andinas.

Ticsi Huiracocha, como guía y ordenador de hombres, animales y
plantas se confunde mucho con Tunupa. Pero lo que se capta es que
Huiracoclla es un dios puquina. También se le llamaba Imaimana Hui-
racocha, atrihuyénciosele la existencia de siete ojos alrededor de su
caheza, lo que le perl~Titía ver todo lo que ocurría en el mundo. Tenía
un hermano llamado Caylla Huiracocha. Los nombres depcndían de la
función que le atribuían según las zonas y ocupaciones. Huiracocha
era venerado para todo. Los artesanos del telar lo reverenciaban para
no errar en sus finos tejidos de cumbi con adornos llamados tocapus:
el Tocapu Huiracocha. Los herbolarios, por su parte, preferían a Imai-
mana Huiracocha: el que lo ve todo.

El dios Sol y su gran templo

El dios privativo de la etnia Inca era el Sol, del que creían descen-
der. Conforme avanzaban sus conquistas, en cada llacta o centro admi-
nistrativo que fundaban le hacían levantar un templo, pero sin tratar de
imponerlo a la fuerza en los pueblos anexionados, a cuyos dioses loca-
les respetaban. También en determinados espacios territoriales de los
señoríos y etnias señalaban tierras para hacerlas producir en heneficio
de su culto. El Sol y la Luna eran hijos de Pachacamac y la Pacha-
mama, de acuerdo al mito del Huacón.

Al Sol se le consideraba un dios fertilizador de la tierra e incluso
para fecundar a ciertas mujeres, como sucedió en la costa de Ishmay
(Lima) con una dama creada por Pachacamac. Se le imaginaba un dios
que también daba salud, vida y paz. Todo lo cual lo exteriorizaban en
sus oraciones: ~¡Oh Sol~ que estás en paz y salvo, alumbra a estas perso-
nas que apacientas; no estén enfermas, guárdalas sanas y sall~as".

Al Sol se le adoraba, asimismo, por ser eterno. A su ídolo o imagen
la conocían con el nombre de Punchao, es decir, senor del d1a o crea-
dor de la luz. Estaba confeccionado con oro de los más altos quilates,
realmente puro, con oro procedente no de minas sino de lavaderos.
Presentaha figura humana, con un tamaño que parecía ser de un niño
de ocho a diez años de edad. Toda su silueta y parafernalia exhihía la
forma de un sapainca: orejas horadadas y largas, con sus respectivos
disquitos encajados en los lóbulos; una horla o mascaypacha con su
llauto ceñidos en la cabeza. A ambos lados, o sea a derecha e
izquierda, se veían dos serpientes bicéfalas y dos pumas o leones que
le servían de guarda y defensa, y una patena pectoral con facetas. La
efigie aparecía sentada sobre un dúho o tiana, igualmente de oro
puro. Pero también la mencionada imagen ofrecía una aureola colo-
cada encima de los hombros y tras la cabeza, evidencia de que repre-
sentaha o simulaba al Sol en la misma posición en la que surge en el
cielo todos los días: un disco de oro inmaculado, al que le añadían
rayos, y sin ningún otro aditamento que lo circundara. Según algunas

'~

vista del Coricancha, según la reciente construcción isométrica hecha por Gas-
parini y Margolies.
Idolo clel Sol llamado Punchao, vacia-
do en oro y del tamaño dc un niño.

Placa procedcnte clc Gltalll.lrca (Argen-
tina). Según todas las evidenckls re~pre-
selltLI otra mancl-a dc tigUl-ar al dios Sol.

fuentes, el interior de la estatua del Sol era fofo, para meter allí los
corazones de los incas fallecidos, pero de acuerdo a otras tal recipiente
e.staha conformado por una caja de modestas dimensiones, instalada en
la parte inferior de la pequeña estatua solar.

Sc les había metido en la cabeza que el referido dios tenía su fami-
lia, en la que la Luna deseínpeñaha el papel de esposa y las estrellas
el cle SU corte. Por ser el símbolo de la vida de la naturaleza entera se
le expresaba gratitud de manera permanente. Su albacara o gran disco
refulgía en la parte superior de los templos que le erigieron en el
Cusco y deínás llactas. Su alegoría en figura de una rodaja pequeñita,
de oro tamhién, la llevahan los incas ínetida en los lóbulos cnsancha-
dos dc SUS orejas.

E.s irrefutahle que los incas guardahan, hasta cierto punto, una gran
deferencia a los dioses locales y regionales, a pesar de estar convenci-
dos de la superioridad del suyo: el l)lti o .Sol. Tal concepción los arras-
tró a la devastación de algunas huacas regionaies, cuando ias respues-
tas cle S~lS oraculoc resultal-an f llcac. El que rnac ce cli.stinguió en acti-
idacl tan iconoclasta fue Atahualpa. Ordenó, p. ej., la destrucción e
incenclio de la 1.71laCa cleclicada al Apo Catequil en Porcón (Huama-
chuco), a cuyo sacerdocio per.siguió y asesinó en gran parte. ¿Las cau-
sas? l Jna sola: los ~pitonisos hahían vaticinado que la guerra civil la
gan.lría Huáscar, lo que no fue así. En consecuencia, una divinidad
que .se equivocaba no podía ser dios, por lo que, lógicamente, cayó en
de.scrcclito pro.scrihienclola. Y de no haber llegado Pizarro en 1~32, tal
vez hul)iera tomado medid.ls similares contra el sacerdocio de l'achaca-
nlac. quienes se hahían equivocaclo también cuando auguraron sobre
la salud y tratamiento a seguir para salvar a Huayna Cápac durante una
enfcrmedad que padecía. Atahualpa. además, tenía el peor de los con-
ceptos acerca de los sacerdotes ~ínercaderes~ de l'achacamac.

La diosa Luna. hermana y esposa del Sol, era la señora del mar, de
los vientos, de las esposas cle los sapaincas y de las nilslas del parto
cle las mujeres. Como reina clel cielo, estaha vinculada e identificada
con la /~lal7~clpacha ).~ Manlacocha. Sol y Luna, criaturas de Ticsi Huira-
cocha. según las creencias de los puquinas, eran los progenitores de la
etnia Inca. ~Iucllas supersticiones giraban en torno a la Luna.

El InticanchLl o Coricancha, casa del Sol, de la Luna y otros astros,
ohedecía a un plan político y religioso de suprema dominación. En su
fábrica y di.stribución todo fue calculado con meticulosidad. Tenía
varios cuerpos: el templo solar propiamente dicho, cuatro capillas
menores consagradas a la Luna. estrella Venus, al rayo y arco iris, más
los aposentos del sumo sacerdote que, hasta el mandato de Cápac
Yupanqui, habían ejercido al mismo tiempo como jefes civiles, políti-
cos, militares, judiciales y religiosos. Y otros cuartos más para vivienda
de gran número de sacerdotes y personal de servicio.

Era un templo de enormes dimensiones, con una arquitectura con-
sistente en voluminosas piedras pulidas. Allí se encontraban el ídolo y
gran disco del Sol despidiendo rayos, todo de oro macizo. De vez en
cuando colocaban, a uno y otro lado, las momias de los incas. En su
área también existía otro compartimiento destinado a panteón imperial.

Las paredes interiores permanecían cubiertas con planchas de oro.
Por la cara exterior del frontispicio circunvalaha por su perímetro un
friso del mismo metal, con un ancho más o menos de 83 centímetros.
En la capilla de la Luna estaba el disco del satélite nocturno.

En su área también se veía un maravilloso vergel: plantas, árboles,
flores, aves y otros animales vaciados en oro y plata. En ese jardín, el
césped, mariposas, sabandijas ~serpientes, caracolitos), hortalizas,
legumbrec y maizales estaban contrahechos de oro -y plata. E igual la
vajilla y las herramientas, y hasta estatuas de hombres, mujeres y niños
que simulahan ser hortelanos y zagales.

Por las razones que quedan aducidas constituía el templo del impe-
rio, con un poder espiritual, político y económico de primera. Su
tamaño, monumentalidad y riqueza conformaban el mejor testimonio
de la situación económica, social, política y cultural del Cusco. Estaba
muy vinculado a la institución diárquica, ya que el sapainca era el hijo
predilecto y favorito del Sol.

La etnia Inca no tuvo oportunidad de convertir al Sol en un dios
panandino de costa, sierra y selva alta. Pudo ser un dios unificador del
país, pero la falta de tiempo impidió su consecución. La invasión espa-
ñola detuvo su difusión. Derrocado el imperio, su culto fue perseguido
y aniquilado por el clero hispano, quedando escasamente recluido en
algunos ayllus de la sierra, como en Cajatambo y Vilcabamba hasta
mediados del siglo h ~

El Sol, dispensador de la vida, pudo ser transformado en el mejor
de todos los númenes, a pesar de que al jatunruna le era imposible
concebir la idea de un dios único; para éstos resultaba indiscutihle el
funcionamiento de innumerables fuerzas divinas, aunque muchas de
ellas podían estar relacionadas entre sí. De lo que estaha persuadido el
jatu71runa común y corriente era que el Sol configuraha el gran dios
de la etnia Inca y que el sapainca y la coya conformahan sus hijos
fdvoritos. Consecuentemente, el gran dios era el Sol, mientras que el

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sapainca, su prolongación, el que lo representaba en la tierra. Por eso
le llamaban intichuri.

El Rayo

El Rayo ocupaba el tercer lugar, después del Sol. Se le llamaha Cate-
quil, Libiac, Illapa, Chuquilla, Catuilla e Intiillapa, según los lugares y
las circunstancias. Se le concehía como un varón residente en el cielo
que con su honda y porra hacía tronar y llover. Era considerado un dios
panserrano en las cordilleras y estepas, sacrificándole llamas y niños.
Tuvo muchos templos, como uno muy notable en el Cusco, contiguo al
Coricancha, y otro en Porcón (Santiago de Chuco/Huamachuco).

Al Rayo, Trueno y Relampago se los creía elementos conformantes
de una sola unidad, por manifestarse los tres en una sola simultanei-
dad, dándose concatenados al interior de una totalidad. Pero a los tres
momcntos, en Cajamarca, se les conocía (y conoce) con el nombre
genérico y unitario de Lanya o Ranya. Lo conceptuaban como el arma
de ese dio.s, de modo que el trueno venía a ser el sonido producido
por dicha arma, y el relámpago, la luminosidad generada por la con-
tundencia de aquel golpe. Una tormenta con rayos, truenos y relámpa-
gos llenaha de miedo a los hogares. Aquí, la familia se acurrucaba
frente o alrededor del fogón, e.sperando que terminara el aguacero, en
medio de un silencio profundo, temerosa de que el rayo pudiera caer
sobre ellos y aniquilarlos. Eran (y son) momentos en los que tomaban
conciencia de su insignificancia en el mundo.

Se le atribuía el control de las tempestades. Y quienes más le vene
raban eran los llacuaces de la sierra central, ayllus de pastores que tam
bién recihían el nombre de yaros. Estos se sentían herederos y descen
dientes del rayo, fijando su pacarina en Huariaca. El dios Rayo o Libia
de los llacuaces enviaba lluvias. Los llacuaces vivían en las punas dl
Yauyos, Huarochiri, Huanca, Tarma, Canta, Cajatambo, Chinchaycocha
Huánuco, Huaylas, Cajamarca y Guayacondo; o sea, de las alturas huan
cas a la serranía piurana. Le homenajeahan con ofrendas y fiestas.

Pachacamac

A Pachacamac no se le consideraha el creador del universo o co~
mos, sino la divinidad que daba ánimo o movimiento a la tierra. H
ahí por qué se le tenía por el dios controlador de los movimientos sís-
micos, por lo que se le respetaba y ofrendaha mucho en la costa, zona
muy castigada por temblores y terremotos. Por eso le veneraban más
desde Tumbes a Arica. Su templo mayor estaba edificado en Ishmay
(valle de Lurín), donde constituía un oráculo famosísimo, consultado
hasta por los propios sapaincas.

Entre sus esposas figuraban la Pachamama, con la que tuvo hijos:
un niño y una niña que, cierta vez, fueron perseguidos por el mons-
truo llamado Huacón. El chiquillo, para salvarse, trepó al cielo, convir-
tiéndose en el Sol. En el mito de Pachacamac y el dios Con, el héroe
Vichama está vinculado al origen de las plantas. El ídolo de Pachaca-
mac estaba en una habitación muy oscura, simbolizando ser invisible.

De acuerdo al mito, como se acaba de ver, Pachacamac tenía espo-
sas e hijos. Sin embargo, parece que iba camino de ser conceptuado
como un dios andrógino (bisexual). De ahí que su efigie hincada en el
recinto principal de su templo, exhihía por un lado una cara y por el
otro un segundo rostro, los dos unidos en un mismo cuerpo de dos
brazos y dos piernas. Por lo menos en su alto clero ya bullía este pen-
samiento.

Pariacaca

Pariacaca, llamado Yaro en sus orígenes, fue el dios de las lluvias
torrenciales generadoras de los temibles huaycos (aluviones), pero tam-
bién podía y de hecho producía los rayos. Le rendían adoración los
llacuaces de las punas de la sierra central en templos muy notables
como el de Pariacaca, entre Huarochirí y Jauja. Su ídolo era un orá-
culo, a cuyo lado estaba la otra estatua del dios Shamuna o Xamuna.

Huari

Huari constituía un dios de la sierra central con templos en diversos
lugares, como el de Chavín de Huántar y el de Singa (Ichoc Huánuco).
Tenía facultades para transmutarse en hombre, o serpiente, o en aire
veloz. Su ídolo también poseía dos caras: una conocida con el nombre
de Cápac Huari y la otra con la de Ascay Huari. De conl ormidad al
mito, prodigaba abundantes cosechas, aguas de regadío y buena salud.
Comúnmente se le representaha como un monolito (huanca) que cla-
El ídolo del dios Pachacamac tenía un solo cuerpo y dos brazos; pero .su
cabeza poseía dos caras una mirando al oriente y otra al poniente. Aquí se
reproduce el ro.stro que miraba al Este.
La montaña cle Pariacaca. doncle se venerab.l al dios del miClllf) n--mbrc. Anti-
guamcnte sc le llamó Yaro.

F.n c sta formcl figura-
hLIn en Cajamclrca y
Huamachucc) al dios
Apo Catcquil. El apa-
rcntc tocado es el
huevo mítico dc
donde salió. Llcva
dos hondas, con IaS
que derrotó a SUS
émulos y prc)ducía
rayos y truenos. Fn
cada unLI de SU'
manos y en SU pie
derecllo tiene 7 dcdos
mientras que en el
izquierdo solamente
ó. De ahí que a toda
criatura que nacía con
un cleclc) más de lc
normal cn cualquiera

de .SUS extrcmidades

le atribuían ser hijc _
clel rayo.

vahan en el centro de una parcela, dándole el apelativo de Chacrayoc
el guardián de los sembrados. Tenía gran popularidad entre los oriun-
dos de la sierra central, agricultores por antonamasia.

Catequil y Piquerao

Dioses hermanos reverenciados con gran acatamiento en la sierra norte
hasta Cayamhe y Carangue. En Porcón (Santiago de Chuco/Huamachuco)
se erigía un célebre templo en su honor, donde su ídolo de piedra era
considerado un oráculo de enorme influencia. Se le relacionaba con el
rayo, trueno y relámpago, y por lo tanto también con las lluvias y tor-
mentas o, mejor dicho, con el agua que humedece las tierras de cultivo.

Chicopaec y Aiapaec

Respetados por los hahitantes de Lamhayeque (mochicas protohistó-
ricos). Mientras al primero se le presentaha como a una divinidad crea-
dora, al otro se lo conceptuaba como hacedor.

Las diosas

Huho diosas femeninas, a las que se creía encargadas de velar por
el mantenimiento humano. Sostenían que gracias a ellas, el mar y la
tierra, las dos fuentes más grandes y pródigas de recursos alimenticios,
eran de fecundidad inagotable. Se las denominaha Mamacocha y
.l~amapacha madre mar y madrc tierra, respectivamente.

Las diosas femeninas estaban muy vinculadas a la producción agra-
ria y a la pesca. Pero también hay que considerar entre ellas a la Luna,
que con las dos anteriores conformahan el trío de las diosas panandi-
nas. Era muy venerada por las ñustas, pallas y coyas de la etnia Inca.
Tenía infinidad de templos, pero los más conspicuos estahan en la isla
de Coatí y en la llacta del Cusco. Los incas incluso le dedicaron una
fiesta: la de Coyarraimi. Los yungas de Pacasmayo, del mismo modo,
adorahan a la Luna en un templo celehérrimo construido donde ahora
está el santuario de la Virgen de Guadalupe. Sin emhargo, había una
diferencia: los chimús lo considerahan varón en contraste a los serra-
nos que lo imaginaban mujer. Todo el reino Chimor fue dedicado a la
Luna. Chimor o Shimor quiere decir justamente Tierra de la Luna.
Pero a nivel regional admitían a otras. En la sierra norcentro, a
Mama Rayguana, guardiana de distintos alimentos: papas, ocas, ollucos,
mashuas y quinua. De acuerdo al mito, con la finalidad de obtener
dichos productos como semillas, el zorzal (chihuaco/tordus) logró que
un picaflor (quindi, sirhuar) le aceptara un puñado de pulgas que
echó en los ojos de Mama Rayguana. Esta, con la desesperación de
rascarse los párpados, soltó a su hijo llamado Conopa. Entonces un
águila le arreható al pequeño, ofreciendo devolvérselo sólo cuando
Rayguana repartiera aquellos frutos a los hombres. La diosa tuvo que
ceder, donando a los serranos sus papas, ollucos, ocas, mashuas y qui-
nua, en tanto que a los costeños les dio maíz, yucas, camotes y frijo-
les, comenzando a partir de aquella fecha el cultivo en los Andes. El
ídolo de Mama Rayguana era de piedra, pequeña y prieta. La homena-
jeaban cuando limpiaban las acequias.

c~rpal,~uachac fue otra esposa de Pachacamac, posiblemente una de
SUS mujeres principales. Se la consideraba madre de los peces y de las
aves marinas. Tuvo varios hijos, entre ellos Aucatama: protector del
campo y del ganado. Urpayguachac tenía poderes para convertirse en
paloma y volar por el firmamento.

Cata~uan fue otra diosa femenina de Huamachuco y Cajamarca.
Pero dehieron existir muchas diosas femeninas más. Solamente en el
área de Huanchor (alto Rímac) los extirpadores de religiones andinas
citan a Mamahamca (mujer de Huallallo Carguancho); a Chaupiñamca,
protectora del campo y de la fecundidad, por lo que en SUS festivida-
des sohresalían las escenas eróticas. Otra fue Cahuillaca, una especie
de diosa del amor; etc.

Oráculos y héroes

Como oráculos se tenía no únicamente a los ídolos de los dioses
sino también a los mallquis o momias de los progenitores de los ayllus
y etnias o nacionalidades.

En efecto, a los próceres y caudillos fundadores de ayllus y seño-
ríos se les veneraha después de muertos, conservando sus cuerpos
momificados con el nombre de mallquis. Los caciques y señores poste-
riores perpetuaban su memoria y se sentían felices de descender de
aquéllos. Se preocupaban de rendirles culto permanente mediante
ofrendas y ritos que tamhién comprendían fiestas y sacrificios. Los
paseahan procesionalmente por sus tierras para obtener huenas cose-

Diversas maneras con que fueron representados Aiapaec y Chicopac, divinida-
cles ¨eneradas por el pueblo Chimor o Chimú.
Tdmputocc): la pacarina o lugar cle origc~n cle los maras, sutijs e incas, según el
mitc). Tc~np~ltoc(l es un cerro ubicado cercano a Pacariptampu, pertenccicnte
en los siglos Xll-X~ a la etnia ~lasca. Ahí existían tres oqueclades, por cada una
de la.s cuale.s, clc conformiclacl a un mito oficial dcl Tahuantinsuy(:), cmergieron
a la supcrficie de la tierra los primeros antepasados clc tres etnias famosas:
Maras ~iutijs o Tampu.s y los cuatro Hermanos Ayar, uno de los cuales tenía
por nomhre Manco Cápac. 1~1 succso mítico convirtió al citaclo gran promonto-
rio pcñascoso en un auténtico santuaric), donde realizaban ceremonias rc ligio-
sas con toclos los rituales característicos. Constituía, ideoló£~icamcnte, la huaca
oficial por excelenckl por habcr jugado un rol muy imporLInte en el renaci
miento de la ctnia Inca, después de habelse refugiaclo allí luegc) de su éxodo
clue siguio a la caícla de Taipicala. A lamputocc) actualmentc se le llama l'uma-
OlCo, y clucda en Molleballlba provincia dc Paruro, al surocstc del Cusco.

chas y los llevaban a las campañas guerreras para conseguir victorias.
Así ocurrió con los chancas, que siempre acarreaban consigo en sus
expediciones a Uscovilca y Ancovilca.

Las momias o mallqtlis estaban divididos en categorías según fueran
de una familia extensa o ayllu, de una saya, de un reino, o de un
imperic:). Pero no sólo poseían ~nallqtlis preservados de manera momifi-
cada, sino otros convertidos en piedra, como el caso de Ayar Ucho y
Ayar Auca, considerados análogamente oráculos muy acatados.

En otras situaciones a los héroes fundadores los convertían en
cerros, como sucedía con los nevados de Raco y Yanacolca (Hua-
riaca/Yaros/Pascc:)), considerados como los dioses de las comidas guisa-
das, invocándolos durante las cosechas. Entre los héroes apreciados y
adorados asimismo hay que mencionar a Yanarramán y Libiac Can-
charco, venerados en el área Yacha (Huánuco) y que no son otra cosa
que los rayos que al caer en la tierra, de acuerdo al mito, se transfor-
maron en cerros, cerro.s clue los yachas los consideraban SUS pacartscas
o pacarina.i lugare.s de origen o proc-edencia

Pacarinas

Cada grupo étnico, integrado siempre por varios ayllus, señalaha
con gran facilidad y conocimiento el lugar de su origen mítico que,
igualmente, tenía la categoría de huacas. Habitualmente eran cerros,
puquios u ojos de agua (manantiales), lagunas, cráteres de volcanes,
cuevas o cavernas, o huecos existentes en ensanchados troncos de
árholes añosos. Tales lugares podían estar uhicados en los sitios más
inesperados: en las cumbres, en las faldas de las cordilleras, en acanti-
lados, en llanuras. Y podían estar localizados en los territorios de la
propia etnia o en los de otras, a veces en parajes muy lejanos. Así, los
chancas de Andahuaylas (Apurímac) consideraban como su pacarina a
la laguna de Choclococha sihlada en Chucurpu (Chocorvos/Ca.strovi-
rreina/Huancavelica). Los incas del Cuscc:) indicaban como su pacarina
a la cueva de Capactoco (Masca/Paruro). Tales figuras anuncian movi-
mientos migratorios y/o invasiones.

A las pacarinas .se las respetaba y rendía culto. Acudían a ellas con
ofrendas para pedirles la perpetuidad del grupo étnico en la tierra.

Pero, eso sí, se creía que la totalidad de pacarinas en el espacio
andino estaban suhterráneamente comunicadas con el lago Mamacota o
Puquinacocha (llamado Titicaca por los españoles).
Achachilas o huamanis, o jircas

Entre los campesinos había una divinidad muy popular: el Huamani
o Jirca, que gozaba y goza de inmensa aceptación. Le rendían culto y
le invocaban de una manera particular para lograr su apoyo en la
fecundidad humana, animal y vegetal. Pensaban que era un ente que
vivía en los cerros más altos de la comarca, tanto nevados como caren-
tes de nieve. Protegían a la etnia, y recibían diversos nombres según la
zona: Achachila y Yaya en el sur, Huamani en el centro y Jirca en el
norte. Pero también usaban un término generalizado: Taita, o sea,
Paclre. De ellos dependía, sobre todo, el abastecimiento de agua (a tra-
vés de lluvias, lagos, ríos y manantiales), elemento vital para la existen-
cia y reproducción de todo ser vivo. Protegía asimismo de las heladas
y granizadas. En fin, era y es una deidad controladora de los fenóme-
nos meteorológicos: aguaceros, nieve, relámpagos y truenos. Los altares
ceremoniales, para su culto, estaban c onstruiclc)s unas vec es en las
culllhre.s y otras en la.s falda.s y bases de determinados cerros.

En los dilatados viajes pedestres, como cualquier viandante, sentían
cansancic:). Para reposar se veían ohligados a sentarse y recostarse. Si
en tales situaciones les sohrevenía el sueño, creían que el Huamani les
había sustraído el corazón. Entonces se sentían déhiles, sin fuerzas y
tristes. Para recuperar lo perdido ofrendahan al Huamani hojas de
coca y un poco de chicha (si es que la tenían a mano).

Pachamama

La Pachamama o .~ladre Tiewa estaba identificada como la diosa de
la fertilidad, proporcionadora de los alimentos necesarios para la vida
de hombres y animales. Igualmente constituía la tierra donde el ser
humano edificaba sus viviendas, por donde caminaba y en la que ente-
rraba a sus difuntos. En el sur pensaban que en agosto, mes en que se
iniciaha el ciclo agrícola, la Tierra húmeda se ahría para recibir las
simientes. Por eso en la indicada fecha, en medio de cultos especiales
le ofrendaban chicha, coca, seho, mullu y otras cosas para agradarle y
pedirle huenas cosechas en el futuro. La chicha, bebida ritual por exce-
lencia, desempeñaba en dicho acto un gran rol. Con ella llevahan a
cabo la tinca, una suerte de brindis a la Madre Tiewa y a los huama-
nis. Se imaginaban que la Tierra pedía chicha, por lo que todo hombre
que hebía estaba ohligado a dársela o convidársela para que ella no se
resintiera ni castigara. Pero la ocasión en la que más ofrendas recibía
la .~Ianlapacha era cuando iniciaban la construcción de una casa, con
el ohjetivo de que no cayera, para que no fuera invadida por ladrones.
ni asaltada por enfermedades, ni para que pudiera ser atacada pOI
maleficios de brujería.

Creían que el olvido voluntario o involuntario de los citados rituale~
disgustaha y ofendía de tal forma a la Pacharnama que desencade-
naha su ira provocando una de las tres siguientes enfermedades mági
cas: o el huari, o el chacho, o la chapla, adquiridas al sentarse o
echarse sobre el suelo no ofrendado. Para recobrar la salud tenían que
realizar otros ritos con ofrendas. La tierra, pues, tenía poder para hacer
el bien y el mal.

Apachetas

Fue una costumhre universal en el perímelro andino v hasta entre
los araucanos, la relativa a las apachetas. No venían a ser otra cosa
que montones de piedras acumuladas en las cimas y encrucijadas por
donde pasaban los caminos, como resultado de los imparables ofreci-
mientos que efectuaban los transeúntes. Toda persona que iba a
ascender una cuesta recogía previa y oportunamente en la quebrada
adyacente una piedra que, a veces, pesaba hasta 10 kilos, para llevarla
consigo y arrojarla en el citado montón. Constituía un acto de reve-
rencia al Jirca o Huarnani que vivía en dicho lugar, o a la Madre
Tierra, en agradecimiento por haherles permitido llegar hasta allí sin
novedad. E igualmente para solicitarles su ayuda para continuar el tra-
yecto que les faltaba sin inconvenientes. Cuando por los reteridos iti-
nerarios caminahan al lado o frente a cuevas que contenían cadáveres,
dejahan allí lana colorada, sus calzados viejos, plumas, coca masticada
y maíz mascado solicitándoles permiso para proseguir su rumho y
reponer sus fuerzas. También tenían la costumhre de arrancarse una o
más pestañas y cejas para ofrendarlas al Sol, al Jirca y a las apachetas,
vientos, tempestades, quebradas y angosturas, pidiéndoles tranquilidad
y paz en el viaje.

Los apachetas conformaban, por lo tanto, una suerte de altares a la

Iadre Tierra y a los huamanis. Las palahras que pronunciaban ante
ellas tenían el siguiente texto: ~Padre Apacheta, con esta lana colorada,
con estas hojas de coca (etc.), te ofrendo. Ven a ayudarme en todos
mis trahajos~. O hien: ~Pachamama, no me agarres, no me hagas can-
sarme. Esta coca te ofrezco~ Pachamama no me pegues, que no me
golpee, o que no caiga. Te daré en ofrenda coca, chicha, maíz... (etc.)~.
Cuando no llevaban nada, sacahan algunas hilachas de sus prendas de
vestir, para depositarlas junto con las piedras.

Capacochas: sacrificios humanos

Las capacochas o capac-huchas constituían ceremonias extraordina-
rias dedicadas al inca, celebradas sólo en ocasiones solemnes (entroni-
zación del soberano, nacimientos de príncipes, victorias guerreras, epi-
demias). De aquellas ceremonias majestuosas unas eran cíclicas y otras
excepcionales. En el Cusco quien las restauró fue Pachacútec a propó-
sito de la inauguración del Coricancha remodelado.

Su celebración la difundían preventivamente por todos los ángulos
y rincones del Tahuantinsuyo. Los curacas principales, entonces, envia-
ban sus ofrendas a la capital del Estado (maíz, coca, mullu, ganado,
idolillos de oro y plata, cuyes, ropa de cumhi y ninos de ambos sexos
y de 10 años de edad, en cantidades que dependían de las posihilida-
des de cada etnia. En lo que respecta a ninos su número fluctuaba de
uno a dos. En consecuencia, el monto de productos naturales y cultu-
rales y de ninos era enorme, si tenemos en cuenta que las nacionalida-
des dependientes del Cusco pasaban de 100. Dichas ofrendas las con-
ducían a la metrópoli del incario sus respectivos curacas, sacerdotes y
otros jefes locales, desplazándose en imponentes procesiones. Los
ninos ihan acompañados de sus respectivas progenitoras.

F.n el Cusco ya, se concentrahan en la plaza mayor (Aucaypata),
adonde anticipadamente habían sacado las efigies de las divinidades
más importantes, alrededor de cuyas estahlas dahan ~uelta los peregri-
nos, observando figuras rihlales y ayunos. El inca se refregaha la totali-
dad de SU cuerpo con esas criaturas para participar de sus sacralidades.

Pero el sacrificio propiamente dicho iba a ser la inmolación de los
referidos niños y la quema o entierro de las otras ofrendas. A las lla-
mas las mataban metiéndoles la mano por un costado para extraerles
el corazón y vaticinar según sus palpitaciones. Tales ceremonias las
dirigían al Sol, Huiracocha Pachayachachis, al Trueno, Luna, Cielo,
Madre Tierra y a Huanacauri (huaca de los alcahuizas de Ayar Ucho
que fue adoptado por los incas). Cuando el sacrificio lo ofrecían direc-
tamente al dios Huiracocha le pedían para el sapainca larga vida,
salud, triunfos contra sus opositores, paz en el territorio, ahundancia

agropecuaria, aumento poblacional y, finalmente, ventura constante
para el referido mandatario.

Acabada la oración, daban de comer y beber a un grupo de los
niños hasta embriagarlos. Las respectivas madres estaban encargadas de
suministrar tales alimentos a los más chiquitos. Acto seguido, poco a
poco los ahogaban taconeándoles la garganta con coca en polvo, con
la idea de que arribaran sin hambre, ni sed, ni descontentos ante la
presencia del dios citado. De inmediato, a esos agónicos infantes les
ahrían sus pechitos para arrancarles sus pequeños corazones, todavía
estando vivos, de manera que pulsando y latiendo los ofrecían a sus
dioses en medio de actos muy ritualizados. Con la sangre de los niños
sacrificados untahan el rostro de las efigies sagradas, de una oreja a la
otra; si bien a otras imágenes las pintaban distintas partes de sus cuer-
pos. Después guardaban los cadáveres de los mencionados niños junta-
mente con las demás ofrendas en un lugar llamado Chuquicancha,
cerro no muy alto en la parte prominente dc Saño (San Sebastian), a
casi tres kilómetros al sur del Cu.';ico. que componía la tercera huaca
del sexto ceque del Antisuyo (Cayao).

Como a las capacochas las llevaban a cabo en el Coricancha, la
sangre de los niños inmolados y muchas ofrendas las repartían entre
las 328 huacas de los ceques de SU área, para embadurnar los rostros
de sus ídolos, en cantidades que diferían según la notabilidad de cada
huaca. Solamente las mayores recibían ofrendas de niños sacrificados.
Quienes conducían las citadas ofrendas siempre caminaban en línea
recta, por las rutas imaginarias de los ceques, sorteando de cualquier
modo los accidentes topográficos.

Terminada la redistribución de la sangre humana y ofrendas en el
espacio cusqueño, el inca convocaba a los sacerdotes regionales que
habían acudido a la capital, dividiéndolos de acuerdo a los cuatro
s~lyos. Les ordenaba tomar o coger parte de esas ofrendas para trans-
portarlas a sus tierras y ofrecerlas a sus divinidades locales mayores.
Entonces, cada grupo de sacerdotes salía, análogamente, avanzando en
línea recta y no por los caminos reales, hasta los lugares de sus desti-
nos. Marchaban en columna, unos tras otros, casi juntos y dando gritos
y alaridos de gran significado mágico y religioso. Las mencionadas
ofrendas consistían en los mismos ohjetos que habían traído, incluso
niños, y otras donadas por el soberano para sacrificarlas en sus terru-
ños. De los niños, los que podían se desplazaban a pie, y los que no,
lo hacían conducidos por sus madres. Durante el día no se detenían
en ningún lugar, ni aun en casos de llover y nevar. Sólo paraban al
caer la noche en cualquier paraje. Allí sacrificaban llamas traídas del
Cusco, cuya sangre recogían en vasijas pequeñas. Pero dicha comitiva
no marchaba sola, ya que cerca de ella iba otro grupo de carácter real
o estatal. En el mencionado trayecto de retorno, de las vasijas de san-
gre nada debía caer al suelo, so pena de muerte y de ser enterrado
ipsofacto. Para evitar la coagulación le ponían sal.

Una vez llegados a sus sedes étnicas, con esa sangre rociaban la
totalidad de sus lugares sagrados, la derramahan en los cerros altos y
hajos y pintaban el rostro de sus estatuas divinizadas. Cuando los sitios
sacralizados quedaban inaccesibles arrojaban la sangre empapada en
copos de lana sujetados en hondas. Así todas las huacas participaban
del rito cusqueño e incaico, reproduciendo las escenas estiladas en la
capital imperial. Y dichas ofrendas eran llevadas hasta las orillas del
mar y localidades más alejadas del Antisuyo que formaban parte del
espacio tahuantinsuyano. Concluido el ceremonial, los curacas y sacer-
dotes regionales quedaban en sus tierras, mientras los componentes de
las comitivas oficiales regresaban al Cusco.

Luego, en el Cusco mismo daban inicio a otros rituales de tinte
redistributivo a favor de los gobernadores ~provincianos~. (tutricut),
a quienes el sapainca regalaba ropa, mujeres, plumas, joyas, platos
y criados.

Los niños así sacrificados se convertían en huacas (seres sacraliza-
dos) con poderes para proteger a sus ayllus y etnias a los que habían
pertenecido en vida, prodigándoles la fecundidad de sus ganados y
campos. Consultaban a sus pequeñas momias por haberse transfor-
mado en oráculos. Consecuentemente, tenían sus santuarios y sacerdo-
tes que recibían y hacían ofrendas.

Todos los grupos étnicos tomaban parte en las capacochas, rito que
guardaba gran importancia simbólica porque relacionaba por los sacrifi-
cios a las huacas incas del Cusco con las regionales, estableciendo una
red de comunicaciones. Pero de los ayllus locales no sólo enviaban
niños al Cusco para ser sacrificados, sino también a Quito, Chile,
Pachacamac y a otras huacas. Los de Lampacollana y Recuay (Ancash),
por ejemplo, enviaron alguna vez niños para ahogarlos en la laguna de
Yaguarcocha (norte de Quito). Pero, sea lo que fuere, cualquier
ofrenda y niño sometido a la capacocha primero iban al Cusco, y de
allí hacían la redistribución de ellos al resto del Tahuantinsuyo.

En consecuencia, las capacochas funcionaban como una institución
de control social. Buscahan fusionar las etnias al Cusco, capital política
del imperio, con la meta de dar vida al Estado y al sapainca. Había la
intención de establecer con ellas relaciones armónicas entre el poder
central y las etnias regionales o, en otros términos, entre los grandes
curacas y el sapainca, con lo que a su vez quedaría asegurada la cohe-
sión ideológica entre ambos sectores político-sociales. De ahí que las
capacochas conformaban un formidable instrumento de control social,
cultural y económico a nivel estatal. A través de ellas se ve también
cómo la religión sostenía al Estado, por cuanto configuraba una de las
mejores herramientas de dominación. Ponía énfasis en demostrar que
los curacas poseían algunos poderes gracias a la generosidad del
sapainca. Un juego de reciprocidades entre el gran rey y los pequeños
reyes regionales (curacas). Las capacochas anhelaban la tranquilidad y
felicidad total de los grupos de poder cusqueños: ilusión que, en reali-
dad, no pudieron alcanzar nunca.

Cuando se quiere traducir al castellano, fehacientemente no se
sabe qué es lo que pueda significar con exactitud la palabra capaco-
cha o capac-hucha. L. E. ~alcárcel opinó que su traducción al espa-
ñol es "gran pecado-~. De ser correcta Sll hipótesis el mencionado rito
debió de tener cierto carácter propiciatorio y expiatorio relacionado
con el soberano.

Los guardianes del culto. El sacerdocio

Tenían mucha gente consagrada al servicio de los dioses. Unos para
dirigir los ritos, otros para custodiar los oráculos, otros para administrar
sus rentas, o para mantener la limpieza. Poseían sirvientes, chacareros
y pastores para cuidar sus terrenos de cultivo y rebaños, y asimismo
artesanos con sus respectivos talleres, y hasta bailarines, cantores y
tañedores de instrumentos musicales. En fin, no les faltaba ningún tipo
de auxiliares para cualquier clase de actividades y servicios, lo cual,
evidentemente, era mucho más notorio y abundante en los grandes
templos, p. ej., en los del Titicaca, Coricancha y Pachacamac.

El sacerdocio mismo era muy abundante y se dividía en varias cate-
gorías, a cuya cabeza estaba el sumo sacerdote de cada una de las res-
pectivas divinidades (Sol, Pachacamac, Huari). El clero tenía sus espo-
sas y descendencia, transmitiéndose la ocupación en gran parte de
padres a hijos.

Las huacas, ya hubiesen sido de ayllu, de saya, de reino o del
Estado, disfrutaban, pues, de un cuerpo sacerdotal y servidumbre. Los
cuales, para subsistir, ofrendar y retribuir trabajos ajenos también goza-
488 Los incas | La r~ligión Dioses ~ sacerdotes 489

ban de tierras de pansembrar y de pastizales con sus respectivos gana-
dos, cultivados y pastoreados por mitayos o trahajadores rotativos. a
quienes se compensaba y retribuía por las tareas ejecutadas, igual que
hacían los curacas y sapaincas.

El sacerdocio del Sol se reclutaba y formaba dentro de los miem-
bros de un ayllu específico perteneciente a la saya de Urincusco, una
de las que conformaban la etnia Inca o cuscoruna (cusqueña). Hasta
el quinto jefe conocido según la relación oficial, Capac Yupanqui, la
alta jerarquía política y sacerdotal se confundía en un solo individuo,
pero a partir de Inca Roca (sexto jefe de la lista oficial) se dividieron
los poderes: retomando los de Anan la jefatura civil, política, militar y
judicial, quedando los de Urin solamente con la potestad religiosa.
Desde entonces cada sapainca de Anan trataba de ejercer más y más
control sobre la jerarquía sacerdotal, hasta que por fin, a partir del
gobierno de Pachacútec en adelante, éste fue autoproclamado
sapainca: el único rey con poder para intervenir incluso en asuntos
religiosos. Por último, Túpac Yupanqui se arrogó el privilegio y facul-
tad de nombrar y destituir a los sumos sacerdotes, escogiéndolos entre
sus allegados más próximos y en el caso de Huayna Cápac, en algunos
momentos llegó a ejercer ambos cargos.

El ~UIIIo sacerdote del Sol, cscogido, elegido y preferido entre los
de la saya de Urincusco, tenía a su cargo todo lo relacionado al culto
solar. Bajo su potestad accionaban toda una multitud de otros sacerdo-
tes residentes en el Cusco y en las demás llactas del imperio, por
donde tenían sus respectivos templos. En su elección intervenía en
gran manera la propensión y lealtad hacia el sapainca. De todos
modos se trataba de sujetos con cualidades especiales que les daba
mucho prestigio y fuerza moral. Se comportaban igual que un funcio-
nario civil; algunos documentos les llaman mayordomos del Sol. Eran,
pues, los tarpuntaes los dueños de la enunciada profesión.

Los sacerdotes no estaban totalmente dedicados a sus deberes del
templo. Ya se vio que, igual que los demás hombres se casaban, tenían
su esposa e hijos. El sacerdocio de Pachacamac hasta se dedicaba al
comercio, y con gran éxito. He ahí por qué los prelados de Urincusco,
además de tener a su cargo la religión, también se comportaban como
políticos. Además de sus deberes, se ocupaban del calendario, anun-
ciando cuándo debían celebrarse las festividades. Los miembros de la
etnia Inca y nacionalidades vecinas estaban pendientes de esas fechas.

Asimismo existía un sacerdocio femenino, aunque las fuentes en tal
aspecto no proporcionan demasiada información. Entre ellas podemos
contar a las yuracacllas, consideradas esposas del Sol, perpetuamente
recluidas en los acllahuasis, las mismas que, en su edad adulta y
madura, eran llamadas mamaconas, versadas en la enseñanza de ritos
y prácticas textiles y domésticas a otras acllas en general. Las mamaco-
nas ineludiblemente pertenecían a las clases sociales altas (incas y
curacas). Fueron muy afamadas las mamaconas de la isla de Coati,
Cusco y Pachacamac.

También hay que citar a ciertas sacerdotisas a cuyo cargo corrían
algunos oráculos, como el de Apurímac, en un templo que se hallaba
emplazado en el sitio de Panca, precisamente en el borde izquierdo
del río y celebre puente del Apurímac.

Por lo demás, es de presumir que todo templo dedicado a una
diosa haya tenido un clero también femenino, si bien ello no fue ni es
torzoso en todas las religiones del mundo.

Jerarquías y rangos sacerdotales

En el ambiente de los sacerdotes no todos detentaban la misma
categoría y ran~o. ExistíaIl especialistas y jerarquías. Y, aunque los
docun1ento.s de lo.s siglos xVI v X~'ll no abundan sobre tales hechos, la
fuente etnográfica a nivel andino permite, por el contrario, diafanizar
muchas actitudes al respecto, pero solamente en lo que incumbe a la
organización del clero que servía al dios Huamani en las que fueron
las etnias Yaro, Cuyo, Masca, Colesuyo, Tacana y otras del sur. Como
toda etnia se subdividía por lo menos en dos mitades o sayas, en cada
una tenían (y tienen) presencia tres personajes: el ampec o guatoc, el
paco o pamparT~isayoc y el laica.

El ampec (o hampec o guatoc) constituye el ejercicio más humilde:
el de la curandería herbolaria y el de manifestar la buenaventura. Son
individuos de edad avanzada y tienen sus viviendas en partes solitarias,
en las márgenes de los asentamientos. No gozan de mucho poder ni
están asociados específicamente a ninguna de las sayas, por lo que
pueden ser solicitados por individuos de cualquier parte.

El paco y el laica, por su lado, conservan una ubicación jerárquica
mayor y pertenecen a una de las sayas, donde tienen esposa e hijos.
Como desempeñan una función al servicio de su propia saya, los actos
propiciatorios que realizan buscan el beneficio de ésta, y no el de las
otras sayas. en las cuales más bien los consideran "magos maléficos~.
Como se ve. eiercen dos papeles: 1° el de realizadores de prácticas de
490 Los i~lcas | La re/igióil Dioses 1~ sacerc1ote~

propiciación para los coterráneos suyos; y 2° el de ejecutores de actos
de hechizo o dañinos para los extraños. He ahí por qué se les miraba
(y mira) con franco respeto y temor. O sea, pues, que era dentro de su
comunidad donde se les admitía con el título de pacos, mientras que en
los grupos extraños los identifican como laicas, calificativo, a su vez,
que la gente de su grupo étnico da a los pacos de otras comunidades.

De acuerdo a sus mentalidades, los pacos tenían (y tienen) acceso a
las entidades sobrenaturales, invocando a los espíritus de los antepasa-
dos, pero esencialmente a los huamanis (o auquis, o achachilas, o jir-
cas), seres divinos que moran en las cumbres de los cerros locales.
Pero como también son propensos a suscitar perjuicios, saben igual-
mente manipular a las fuerzas maléficas inferiores.

Entre los pacos y laicas, además, hay rangos muy notorios. Los de
más alta posición y consideración son los que suministran informes a
los ampecs para el buen desempeño de sus funciones. En fin, retienen
poderes superiores e incluso hay pacos con atributos mucho mejores
que otros de su misma dedicación, quienes les reconocen su alta pre-
paración y condición. Ahora a estos pacos supremos también se les
llama pampamisayos o altomisayos, y son quienes pueden comunicarse
directamente con los más grandes jircas o huamanis regionales y con
otros dioses mucllo más importantcs quc los referidos huamanis. Se les
considera como formidables adivinos, motivo por el que les consultan
en casos complejos y concretos de robo de ganado, curación de enfer-
medades graves, o para neutralizar los maleficios terribles recibidos de
otros y también para escuchar sus consejos encaminados a superar
conflictos y enigmas que les preocupan.

El mencionado gran sacerdote local (paco o pampamisayoc) asi-
mismo, cual árbitro y conciliador supremo resuelve los conflictos surgi-
dos entre pacos menores que rivalizan. Intervienen por igual en opor-
tunidades de combates rituales (pucllas o tincus) entre pacos comunes
y entre sayas y ayllus. Todo lo cual es indicador de su alto prestigio y
que su poder rebasa la acción de otros pacos. Lo que también moti-
vaba para que se personaran ante ellos demandándoles consultas no
sólo campesinos, sino curacas y otros nobles incas.

Otro alto rango de los pacos está conformado por los anancagua-
yocs. Estos, gracias a sus continuos y estrechos contactos con los pam-
pamisayocs, son iniciados cuando jóvenes. Para eso deben reunir algu-
nos requisitos, por ejemplo estabilidad psíquica para no ser sojuzgados
tan fácilmente por un especialista superior. El pampamisayoc llama
~hijo~ al anancaguayoc.

Un anancaguayoc tiene facultades para ver el mundo superior. Se
le considera poseedor de actitudes para hablar directamente con los
dioses más eminentes y con más competencia y jurisdicción que todos
los demás pacos y laicas que ejercen en su área de influencia. Una
investigación etnográfica descubrió en 1969 que el anancaguamayoc
del apu o huamani Ausangati (o Ausancati) cubría un espacio de 150
kilómetros aproximadamente, a la redonda: casi la mitad del departa-
mento del Cusco. Por entonces vivía rodeado de una pequeña corte,
entre los que se contaban tres músicos y dos a tres ayudantes. Los
músicos no dejaban de ejecutar melodías en tanto el anancaguayoc
ejercitaba sus funciones. Dichos sacerdotes tenían (y siguen teniendo)
gran capacidad de sugestión y dotes singulares para persuadir, identifi-
car y tratar problemas psíquicos. Los anancaguayocs son muy estima-
dos por todos; hasta los pampamisayocs les consultan sus asuntos com-
plicados, escuchando sus advertencias y recibiendo la confirmación de
sus papeles.

Otro rango sacerdotal estaba (y está) representado por los camac-
guaqueac, al parecer especializados en comunicarse con Pachacamac.

Como se habrá captado, conformaban una jerarquía bastante consi-
derable, múltiple y entrelazada, cada cual con estatutos realmente
sacerdotalec. Por l-:~ que ~ie ha podido descubrir a nivel etnográfico
existe un esquema de cuatro series: paco, laica, ampac y pampamisa-
yoc cada uno con papeles opuestos: paco/laica y ampac/pampamisa-
yoc. pero a la vez complementarios.

En suma, el que es paco en su propia etnia es laica para las etnias
extrañas, por lo que vivían en estado de permanente conflicto, en una
inacabable competencia y confrontación por ocupar ambos un sitial de
articulación igual. Y en cuanto a los ampecs, en sus propias etnias se
les veía con poderes reducidos en comparación con los pampamisa-
yocs de otras comunidades. Como se nota, las posiciones de pampami-
sayoc y de ampec estaban definidos por términos jerárquicos. Los dos
se complementaban armónicamente.

La muerte. El cadáver. La otra vida

La muerte para ellos era sencillamente el pasaje de ésta a la otra
vida. Por eso nadie se atormentaba frente a ella, porque estaban segu-
ros de que sus descendientes y su ayllu cuidarían de su cadáver momi-
ficado, o simplemente disecado, llevándole comidas, bebidas y ropajes
492 Los i~lcas ~ elig~ 7 Dioses r sacel-~/ote.~ 49 ~

durante todos los años del futuro. En dicho aspecto lo único que les
acongojaba era que pudieran ser quemados o pulverizados porque eso
sí significaba su desaparición total.

No tenían la menor idea del paraíso celestial tampoco del infierno
y menos del purgatorio ni de la existencia de diablos al estilo de las
religiones del Viejo Mundo. Tampoco pensaban en la resurrección de
los muertos. Sin embargo creían en otras cosas: que el camaquem o
fuerza vital muere o desaparece cuando al cuerpo vivo o al cadáver se
lo quemaba o desintegraba. La etnia Huaro al sur del Cusco concebía
la reencarnación o transmigración del camaquem de un sujeto que aca-
baba de morir a otro que nacía.

En el sur una vez fallecido se bañaba el cuerpo yerto para purifi-
carlo. Luego se sobaba con seho y maíz blanco molido mullu y otros
ingredientes. Acto seguido se vestía. Los parientes lloraban y después
lo llevaban al machay (cueva) para colocarlo junto a otros difuntos del
ayllu. El camaquem no se retiraba del lado de los restos mortales sino
cinco días después de morir; fecha en la que los parientes iban al río
o arroyo más próximo a lavar los atuendos y otras telas dejadas por el
muerto los cuales una vez limpios se guardaban para seguir vistiendo
a la momia. Procedían así por estar convencidos de que después de
exhalar ~1 último suspiro esa fucrza vital de su propio ser seguía con
vida y creían igualmente que en el cadáver seguían latentes muchos
atributos del ser vivo: sed hambre calor frío. De ahí por qué para el
jatunruna era de primordial importancia la conservación del cadáver
lo que resultaba fácil en costa y sierra dadas las condiciones ecológi-
cas que coadyuvaban a su disecación y momificación.

Consecuentemente para que no padecieran hambre ni sed coloca-
ban cerca del muerto vasijas de alimentos y bebidas cosas que se le
continuaba llevando cada cierto tiempo en fechas conocidas. Tal
hecho explica la necesidad de dejar hijos y descendientes para asegu-
rar el abastecimiento permanente al fallecido. Tanta era su obsesión
que para evitar que alguna vez en el futuro el cuerpo muerto quedara
por alguna razón sin descendientes y por lo tanto abandonado que
colocaban a todos los cadáveres en una sola tumba común (machay),
para que allí recibieran culto y cuidado la totalidad de difuntos por
todos los vivos del ayllu quienes por respeto y tradición les llevaban
coca y les mudaban de vestimenta. Era un desvelo el que sus cadáve-
res no desaparecieran porque su conservación significaba seguir
viviendo. Fue pues la idea de la supervivencia después de la muerte
lo que condujo a la preservación de restos mortales. Entre los jatunru-
nas el muerto era envuelto con telas. dejanclole el ro.stro libl-e. pero
entre lo.s sapaincas se les CoIOCaba un.l másc.ll- a de oro clelgado que
seguramente reproducirí a los rasgos fisonólllicos del clifunto.

En lo que respecta a ILI momific.lcion de Ull inca. cl rcsguardo de
SU momia en SUS aposentos solariegos. rodeacla dc esposas v ycl1las
vivo.s, afianzaba SU COntimlidad l~lra Cl 1111lC~ aIldino no habíl nada
m.ís ~ngustioso quc la desap ll-ición de lo.~ cuerpos de .'.US antepasados.
o pensar de que el suyo propio ilb a corrcr ese luchlosísilllo clestino.
Constituía la peor de.sgr.lcia quc podí.l . uceclel-lc a ~Iguien l'or eso
Atahualpa prefirió y sopolto cl b autislllo. bajo la condicion del camhio
de pcna. de la hogucra por la dc g.lrrotc. y.l c;ue le iba a permitir l a
persistcncia prolongada de sus re.sto.. moltale...

Es así como los caclávcres recibían cuidado.s espccialcs. Se lo.~ di.-
ponía en tal forma para que .~e secar.lll v pudielLln consel-~ arse cente-
n~re.s de año.s. En la sierl-l. como .sc ha vi.stc) los pobl.lclores cle habla
quecllua por lo común no acost-llllbl ah-lll a entel r.ll-lo.i en la ticrra.
Después de arropados v aconclicionaclo~ en po.sicióll fetal. Io.s selltaban
con lo.s coclos entre las rodillas. v las mallo.~ s-ljetLlndo el mentón. pos-
turLI cn la que lo.s colocaban en la.s CUeV.1.5 llatUraleS o artificiales 1l.{-
madas mc7chcIis ubicada.s en canones v ladel-.l.s de los CCIIOS. LoS lode-
aban con objetos fa~ ale.: vajil!.i. he.-l-.llll e t.l5. conlicl.ls. bebidas.
Quedaban pues. prLícticamente al aile libre. a la ~ isLI cle toclos. Ha.st.l
allí acudían .SU.S pariente.s colaterales ! clirecto.s lle~-alldoles v dcjánclolcs
mat~s cle alimentos del-l-.llllLlnclo chicll.l v ponicnclo hoj.l.~ dc coca cn
la.s hocas de la.~ mollliLI.s. 'I'allll~ién a sacl if ical-le.~ c uve.l. v IIalllaS En la
costa en cambio. los . epultab.lll ba jo tiel r.l v al-en~l en po~iicion cle
cúbito dorsal o fetal. pero dispuest(:)s de tal forlllLl (lue la cámal-.l fune-
raria holgada. no aplastara al nluerto. par.l evit.ll que padeciel-.l con el
pcso cle tanto material encillla. ~'. por fin. .~ie aconcl c onab.l Ull tul~o de
caña para concctar la boca dcl cad.íver con ILI .supel~ficic exterior pala
vertcrle chicha ritual en las fechas q~le tcníall acostulllbraclas.

Los pueblos avlnarahal~lalltes c on.scrv~ibaIl a S~l.S nluel-tos ilustl-es
sobre cl suelo allededor cle los CULIICS ConStI~IíaII UIIO.'. nlausoleo.~ de
piedra v'o tierra dura que recibíLIll la denolllill.lción de C/?lllpC75 y
pzlcllllos. En el ámbitc) Chacllapu!a. los nobles eran inhulllados cn pin-
tore.scas urnas funerarkls hecll.ls de al-cilla pero con apariencia clc cucr-
POS hUIIIanOS~ inCIUYendo Una CabC7a l~rlla.s que .~.e instalal)an en altas
cuevas u oqucdades. cuyas vías cle acceso se destruí.ln totallllente. p.ll-a
evitar SU profanación. Enterrar a un noble b.ljo cl s~lelo. entrc lo.~. cha-
chas era signo de vilipenclio.
494 Los i7~ca~- | la re/¿gio~l Dioce.~ ace~ ote.~ ~95

Y mientras en la sierra se arreglaba a los cadáveres acomodándolos
en posición fetal, en la costa también se colocaban en posición de
cúbito dorsal. El muerto costeño era enterrado conservando los mismos
gestos con que había fallecido. Por lo demás, las tumbas constituían
lugares sagrados, y las momias de los antepasados, seres sagrados, acu-
diendo a ellas para solicitarles buenas cosechas y aguas, o la detención
de éstas cuando se excedían.

Como se advierte, existían dos categorías principales de culto: el
divino y funerario. El último en lo que toca a los difuntos. Implicaha
cuidarlos y conservarlos, visitarlos por lo menos una vez al año para
cambiarles de vestimenta y sacarlos para llevarlos cargados, en las
espaldas o sobre una parihuela, en procesión rumbo a la comunidad
para danzar con el cadáver. Pensaban que aquel rito contribuía a dar
bienestar y eternidad al ayllu. He ahí por qué guardahan con gran res-
peto a los muertos y por qué tenían la obligación de no olvidarlos. Un
oficiante encargado ex profeso hacía recordar las fechas y el compro-
miso intangihle de llevarles alimentos y bebida: un deber ineludihle de
los hijos, después de los hijos de éstos y así sucesivamente, una
cadena sinfín, eterna. Por cierto que la preservación y culto de las
momias de los plebeyos no demandaba tanto servicio y gasto como la
de los sapaincas y grandes curaca~.

El esmero y precaución que ponían en los cadáveres y la frecuencia
con que llegaban sus descendientes hacia ellos portándoles potajes,
chicha y coca es prueba de que creían en la vida sobrenatural. Se ima-
ginaban que los muertos seguían sintiendo casi todos los prohlemas y
necesidades de los seres vivos, incluso hamhre y sed. Y, además,
daban por hecho que sus (espíritus~ o camascas, por ser tan numerosí-
simas las defunciones a lo largo de la vida y trayectoria de los ayllus y
etnias, ya no cabían en cl mundo de los muertos, por falta de tierras y
de viviendas para todos. Suponían también que los camascas se agru-
paban en ayllus, igual que los jat2fn1~tnas vivos.

En la sierra, el espacio o recinto de los camascas estaba allí mismo,
en la caypacha; unos habitahan en campos floridos y otros en cumbres
nevadas, a los cuales, para llegar los citados camascas tenían que
caminar por caminos y puentes llenos de dificultades y ohstáculos. Era
necesario, por ejemplo, atravesar por escaleras de cuerdas y palos.
Dicha vía, además, era oscura, pudiendo vencerla sólo gracias a un
perro-guía, de preferencia negro, animal que tenía y tiene la facultad
de ver a los camascas en la noche. Como resultado de tal creencia
mataban DOr lo menos un perro durante los funerales. Los clue tenían

~n
\\~q ~

Funerales. El cadávcr momificado era acon~iiciollado cn folma fetal p.ll-a I e
varlo al cementerio.
Cámara.s funcrarias abieltas,
lrcljo el suelo en la costa:
central. Se las techLIba
para que el cadáver no
sufriera con el peso de
tanta tierra y piedras.

Los i)/cas ~ ~a r~li,r~Ji~JIl. oios~s ~ sac-~r~/~,t~s 497

T umbas ubicadas en
cuevas en lo.s alrede-
dores de Pisaj (Cusco).

ganado sacrificaban una llamcl. par a que el alma~ del citado cuadrú-
pedo ayudara a transportar la carga dcl mucrto.

En la costa por su lado estaban persuaciidos que las almas iban
a descansar a las islas uhicadas frente a su.s plcii~as. en la mamaco-
cha o mar.

En el Chinchaysuyo e.staban .seguro.s de que las almas se alejaban
de los cadáveres a los cinco días del a ecimiento. Y de.spués una vez
por año en el mes que conmenloraban a sus clifuntos (noviembre)
visitai~an las casas de .sus parientes ~i~os tomando la forma de mosco-
nes que. durante el vuelo emitían un suave ~ característico zumbido.
El hecho explica por qué no mataban a los rel~eridos animales.

Si el culto a los ancestros detemlinó la conservación del cadáver
lógicamente que S-l preservación generó la tecnica de la momificación.
A veces extraían las vísceras y el cerebro. El resto les resultaba fácil
gracias a las condiciones ecológicas cle la sierra y costa en la primera
por el gélido frío de las mesetas. y en la seguncla por la sequedad de
los arenales salitrosos. Las vísceras acostumbr.lban a enterrarlas en los
sitios donde habían nacido de preferencia en cl r~ t~
madres los arrojaron al mundo el día del parto.

,J -'

Mausoleos o chulpas avmaras de Quellen.lta ..~corl Lup.lca) En sus abiertos
espaciO5 interiore.s colocaban a Lls mollIias de su.s scñores.
Creían también que el sapainca muerto podía sobrevivir en una
estatua considerada como su segundo cuerpo. La mencionada efigie
recibía el nombre de guaoqui o ~uaoqui, a la que se le añadía el
nombre del soberano a quien simbolizaba y encarnaba. Les bastaha
entonces con mencionar dichas palabras para que la estatua. que tenía
vida escuchara. El culto que practicaba cada panaca en torno a ellas.
garantizaba su supervivencia. Así pensaban ellos.

Interior de una chulpa aymara en el cual yacen los cadáveres momificados de
sus jefes scñorcs v reyes. una ventanita mirando al oriente permitía. cada
mañana la entrada de los rayos solares para iluminar y calentar a los yertos
despojos .

14

El Estado.
Sociedad e ideología

La elite en el poder

Se ha visto que la etnia Inca. en el CUSCo en SUS primeros siglos
no era la única que abrigaba ansia.s expansioni.stas y hegemónicas de
tipo imperial. Había también otras. y alg-lnas en estaclo ya muy avan-
zado: basta citar a los costcños chimús. con territorios desde Tumbes al
valle del Chillón; a los chancas. que dominaban todo lo que ahora son
los departamentos de AyacuclIo y Apurímac más algunos .sectores del
norte de Arequipa. En el altiplano clcl sur sohresalían los reinos Lupaca
y Colla que tamhién pretendían asulllir roles cle suprcmacía. .Sin
embargo la diminuta ctnia Inc a del v llc clel CU.SCO fue la que se
impuso sobre todas fund nclo ~T cles.lrl ollancto un Estado impcrial de
magnitudes nunca vistas hasta entonces en el área andina.

Por qué les tocó descmpeñar este papel a los anan y urincuscos y
no a los chancas collas y otros de má.s poder y antigiiedad en los
Andes es un tema para discutil y esclarecel-. Sc observa que la razón
era una sola: el deseo inconteniblc de re.staurar o reconstruir el Estado
poderoso que gobernaron sus antcpasado.s dc Taipicala Estado des-
truido por los aymaras. Era un recucrdo imborrable resultaba imposi-
ble olvidar el pasado preemincnte cle .sus abuelo.s. Y para lograrlo ela-
boraron todo un aparato justificativo que mantuviel a latente la conve-
niencia de poder y dominio en los miembros de .su grupo presentán-
dose a sí mismo como el pucblo prcdestinado y elegido por los dio-
ses frente a las etnias ubicaclas en torno .suyo a las que de nuevo
querían subyugar. Para ello. en prilller t¿mlino. se autoproclamaron
hijos y enviados clel dios Sol e incluso dcl Apo Ticsi Huiracocha. es
decir como la casta escogida para una misión civilizadora~.

Como es lógico para hacer c fectiva su apología se esforzaron por
borrar todo lo referente al pa.sado hi.stól ico de las otras etnias andi-
nas con la ilusión de hacer creer que todo lo que les precedió estaba
en un nivel de supino sal-ajismo y barbal e l)e ahí por qué la versión
500 Los incas

oficial reelaboró toda una cuidadosa ~historia~ con el fin de hacer apa-
recer a las etnias no incas como antropófagas, adoradoras de inmundi-
cias; desconocedoras de la agricultura, ganadería, industria textil, cerá-
mica, viviendo en un estado permanente de guerras calamitosas, peor
que animales. Los incas, entonces, según sus planes e intereses, habían
llegado enviados por las potencias divinas para cambiar las relaciones
sociales de producción, generar auténticas relaciones de parentesco, el
arte humano de vivir; en otras palabras: acabar con el estado de salva-
jismo y brutalidad o de animalidad en el que se encontraban. Así es
como los incas del Cusco fabricaron toda una campaña para autopre-
sentarse como los salvadores de los pueblos. Y todo lo hacían con una
sola mira: recuperar el poder y la autoridad política en el caypacha: en
la tierra conocida por ellos.

Como se ve, se hicieron autopropaganda presentándose como los
únicos depositarios del progreso y la perfección, reclamando para sí la
exclusiva representación de la verdadera humanidad, de la auténtica
civilización. Todo con la indudable pretensión de reasumir y continuar
con su papel hegemónico. Claro que ello no fue suficiente. Por eso
tuvieron que inventar algunas cosas más: se autoproclamaron un grupo
excepcionalmente paternal, exaltando la tradicional generosidad y hos-
pitalidad practicada por los señores; al igual que la paz, considerando
a la guerra como un azote, pese a que en la práctica las campañas de
conquista y represión y las mismas luchas que tenían entre ellos por el
poder daban lugar a episodios sangrientos y hasta patéticos.

Así fue como en 1438 (más o menos), un dirigente y descendiente
de aquel remoto grupo fugado de Taipicala y refugiado en el Cusco,
logró práctica y realmente restaurar el imperio, pero esta vez supe-
rando en grandeza a todos los Estados precedentes (Huari y
Puquina/Tiahuanaco). A la llegada de los españoles su territorio se
extendía desde el Ancasmayo al Maule, cubriendo más de 4.000 kiló-
metros de longitud, con una superficie aproximada de 2 millones de
kilómetros cuadrados. Controlaba una larga costa marítima por el
Oeste, mientras por el Este una serie de tribus selváticas eran conteni-
das y expelidas por una hilera de fortificaciones guarnecidas por colo-
nias de mitmas.

Pero el Estado Inca o imperio del Tahuantinsuyo desde la óptica
político-militar no representa la culminación de la civilización andina.
Es apenas uno de sus momentos más culminantes, el más conocido,
interrumpido bárbaramente por la invasión colonialista de España. Era
c-l fruto de un lar~o y fecundo proceso cultural, cuyos antecedentes

El kstado Sociedad e ideol<~ia 501

más remotos arrancaron probablemente 18.000 años antes de Jesucristo.
Los incas, en consecuencia, sólo eran los herederos de largas e intrin-
cadas aventuras y sucesos protagonizados por ayllus, señoríos, reinos e
imperios, que con la debida anterioriclad de.sarrollaron los conceptos e
ideas que tipifican a la civilización andina. 8i hien de todos ellos, el
mejor conocido es el imperio de los Incas. debido a la abundancia de
fuentes arqueológicas, linguí.sticas. etnográficas y documentales.

La etnia Inca (como S-I contemporánea la Chanca tenía vocación
imperial, la cual se definió. cimentó y acrecentó inmediatamente des-
pués de su triunfo sobre los chanc as, cristalizando considerablemente
gracias a los constantes éxitos cosechadc)s allí donde se adentraban. El
Cusco, entonces, tomó a su cargo el liderazgo político y militar en los
Andes. Pero a pesar de haber llegado a una posición tan predominante,
permanentemente se sentía inquieto por los levantamientos de las elites
de algunos señorío.s y reinos anexionados, las cuales añoraban su inde-
pendencia, anhelantes por librarse de la dominación cusqueña.

La etnia Inca, según parece. conquistaba señorío tras señorío y
reino tras reino, entre otras razones: 1" porque no debían dejar Estados
que pudieran poner en peligro la estabilidad del Tahuantinsuyo. 2° Por
la necesidad, cada vez que agrandaban SUS territorios, de tener más tra-
bajadores (mitayos) cntre la gente joven y adulta (18 a 50 años de
edad), ejerciendo alguna ocupación y generando algún producto. Y 3°
porque no debían existir pequeños Estado.s que no acataran las dispo-
siciones del Cusco. De manera que una conquista y anexión provocaba
de inmediato otra conquista y anexión. De ahí que los incas se detu-
vieran tan sólo donde chocaban con pueblos o sociedades de bajísimo
nivel productivo. Por tales razones se abst-lvieron de invadir a más tri-
bus de la selva; por eso también desistieron de incorporar definitiva-
mente a los pastos septentrionales. quillasingas y a otras del sureste del
Tucumán, y del mismo modo a los pomaaucas del sur de Chile, etc.

Pero como todo hecho tiene SU excepción, aquí también hay salve-
dades. Por ejemplo, pese a SU ~primitivisn1o~ conquistaron y anexiona-
ron a los pastos meridionales, a los quijos, a las tribu.s de Moyo-
hamba, a las del Amarumayo (Madre de Dios) y a los churumatas del
Este de Jujuy (Argentina). Pero ello se debió a que la posesión de
tales territorios les proporcionaba otras ventajas: 1° adquisición de pro-
ductos que no podían obtener con facilidad en los señoríos v reinos
aledaños de cultura avanzada. 2~ porque estratégicamente les permitía
doblegar desde ellos a otros Estados de mayor desarrollo económico,
social y político.
Es patente que no todo señorío y reino fue forzosamente agregado
al Tahuantinsuyo mediante conquistas violentas. Se sabe de varios que,
conscientes de su debilidad para defenderse y de su aislamiento, se
pusieron deliberadamente bajo o dentro de la esfera del Cusco. Así
sucedió con el reino de Chincha, con los tallanes, tabaconas, cotabam-
bas, omasayos y yanahuaras. En esas ocasiones agasajaban a los seño-
res locales con suntuosos regalos de ropa, coca, joyas, tierras, siervos y
esposas adicionales. Pero en otras ocasiones, que fueron las más, los
enfrentamientos tomaron visos de crueldad, tal como ocurrió con los
caxamarcas, guayacondos, pariaguanacochas, tanquiguas, collas, cha-
chas, chimús, cayambes, carangues, pastos, etc. Contra los tres últimos
los incas tuvieron que batallar durante 10 años.

Pero haya acaecido de uno u otro modo, la velocidad con que se
formó el imperio a partir de Pachacútec es incontestable. La rapidez de
esta expansión tuvo sus razones: la simplicidad y habilidad de la etnia
Inca para adaptarse a las realidades económico-sociales de los reinos
que anexionaba, ya que las costumbres e ideologías no diferían pro-
fundamente entre ellos y muchísimos de los pueblos invadidos los
problemas y las soluciones eran los mismos en la mayoría. Lo que
hacían era ensamblar, rectificar y organizar las afinidades que compar-
tían los ayllus y señoríos. Cada senorío y reino tenía, además, una
larga experiencia de invasiones, conquistas y dominaciones de Estados
imperiales anteriores. El de los incas sólo era uno más de esa extensa
historia. De ahí también la gran comodidad con que los espanoles con-
quistaron y dominaron al Peru. Y por último los propios incas tenían
por igual una intensa tradición, por ser herederos de grupos de poder
que dominaron el Estado de los puquinas desde Taipicala (Tiahua-
naco). Por eso siguieron aprovechando la vitalidad del ayllu y apren-
diendo de los pueblos que conquistaban lo que les resultaba prove-
choso, sin alterar en lo sustancial la vida de los pueblos. De los chl-
mús recogieron el boato el refinamiento de las clases, mucho del sis-
tema administrativo, el avanzado trabajo de los especialistas, beneficián-
dose de éstos con su traslado masivo al Cusco y otras llactas. De los
chimús y chinchas también tomaron las fórmulas del ceremonial corte-
sano y los ritos de la mocha o mucba: actos por el cual, cada año, los
curacas viajaban al Cusco a renovar su fidelidad al sapainca.

Resulta difícil imaginar que la etnia Inca haya pensado en una
unidad de la especie humana del mundo que conocían y de la nece-
sidad de realizarla. La prehistoria había conocido muchos Estados
panandinos (Huari, Puquina, Yarovilca), cuyos orígenes, apogeos y

/,/ r~taclo .Soci~dad c~ iclc~(Jlo,!~,ía

caídas habían dejado huellas y expcriencias cle las que sabían sacar
partldo los Estados que surgían clespu¿~.s. con la vcntaja de que los
posteriores siempre dominal~an más territorio.s quc los prcccdentes.
Cada nuevo imperio que aparecía superaba al antel ior. y con gran
fuerza. Todo induce a pensar que el impulso aumentaba en cada
nueva era de conquista.s con el an.sia de forlnar un impelio cacla vez
más ouniversal~. Dc no haberse produciclo la invasión española. es
posible que ahora cl munclo anclino no .sólo fuera una uniclad territo-
rial sino igualmente nacional.

Constituía un Estado multiétnico. o mejor diríamos multinacional. No
comprendía 100 grupos como se clice u.sualmentc. .sino más cle 100
pues tan sólo en la selva alta existían má.s de 3() gnlpo.s diferentes
aunque de área geográfica peq-leña en comparación con lo.s de la sie-
rra y costa. No .se puede clecir q-le toclo.s estab.ln al mi.smo nivel eco-
nómico. social y político, por cuanto el dcsalrollo inarmónico o desi-
gual ya prevalecía de.sde aquello.s tiempo.s en el cspacio andino. Por
ejemplo los uros y moyos dcl Colla.suyo. mas lo.s chango.s y camancha-
cas de la costa sur, como los pa.sto.s clel c xtrel11c) norte ~ Ios grupos
que residían en los perímetros de ~lovoballlba. Amarulllávo v l~loj<).s.
aún no salían de su.s estruct-lras ~primitivas~ con1o cazaclores. rccolecto-
rcs y pescaclor~ lientras ios chinclla.s y otros cle la costa ccntral v
nortena ya habían alcanzado e.struct-lra.s incluso cle corte fcuclal. F,.s.
pues, falso hablar de ab.sc)luta unidacl cultul.ll en el Tahuantin.suyo,
porque configurai~a un conglon1erado económico. .social ~ político bas-
tante dispar, en el cual, es indudablf:. prcclominaban lo.s ícino.s y seño-
rlos de avanzado crecimiento.

Así fue como el Estado clel Tal1uantinsuyo cumplió un rol impor-
tante al colocar dentro cle la.s fronteras cle un solo imperio a nulllero.sí-
simos señoríos. reinos y algunas tribus que ~-encio ~- .sonletió. Ahora es
imposible aceptar que haya conformaclo uncl fecleracion o confeclera-
clón de señoríos y reinos, y la prucba irrefutal)le es que no tenían los
mismos derechos que los hul)ielan igualado a la ctnia vencedora. Las
aristocracias ~provincianas" qucclaron v irtualmente desposeídas de SUS
poderes. en un peldaño subaltcrno v clependientes del CUSCO.

El territorio del Tahuantinsuyo~ cl imperio de las cuatro regic)nes
(tal~ua: cuatro, Sllyo: región. dirección. distrito) tenía forma alargada.
desde el Ancasmayo al l\~aule. es clecir. cdesde las actuale.s fronteras
colombo-ecuatorianas hasta el departamento de Constitución. ubicado
al sur de Santiago de Chile. Alcanzaba una extensión maxima cle
2.000.000 de kilómetros cuaclraclos. con una longihld de í.O()() kilóme-
504 Los incas | kl Estado ~Sociedad e ideología 505

tros y una población calculada en 12.000.000 de habitantes. Era el
Estado imperial más grande y mejor organizado en el continente ameri-
cano. En lo que hoy es Perú y Bolivia, comprendía costa y sierra, más
el límite de selva, hasta los llanos de Moyobamba, río Amarumayo
(Madre de Dios) y Mojos. Por lo que ahora es el Ecuador, coincidía
más o menos con los límites naturales de la sierra. Por lo que en la
actualidad es Chile, abarcaba hasta el Maule, tierra araucana. Y por el
sur de Argentina hasta los huarpes de Cuyo (Mendoza). Su espacio
encerraba todo tipo de ecologías y de etnias con diversos grados de
desarrollo económico-social, como ya se dijo desde tribus pertenecien-
tes al comunismo primitivo, hasta las más evolucionadas y avanzadas
del litoral centro-norte, de clara estructura feudal. Pero eran zonas y
pueblos que, pese a sus diferencias socio-económicas, mantenían una
perenne conexión transversal y vertical de Este a Oeste y viceversa, sir-
viéndose de los valles como vías de intercomunicación.

Lo que se acaba de expresar patentiza cómo los simples jefes incas
del Cusco, poco a poco, restauraron sus glorias y poderes desvaneci-
dos cuando Taipicala fue asaltada por los aymaras, no cesando hasta
reinstalar la diarquía divina como un ejercicio del poder panandino,
impuesto holgadamente gracias al desarrollo económico y social del
Estado a partir de Pachacútec, utilizando brillantemente tanto las expe-
riencias de sus antcpasados como de las etnias que iban incorporando
una tras otras. Pusieron varios mecanismos en práctica para neutralizar
la resistencia y descontento de las aristocracias de los señoríos y reinos
anexionados al imperio, y todos ellos aplicados simultáneamente: 1°
Cederles como esposas a pallas y ñustas del Cusco. 2° Regalarles ropa,
joyas, coca y víveres procedentes de la capital imperial, con valor y
prestigio social y ritual. 3° Concesión de tierras en otros nichos ecoló-
gicos con sus respectivos l~anas y mitayos. 4° Enviar a sus hijos al
Cusco para, so pretexto de tenerlos en la corte, hacerles un lavado
cerebral proincaico. 5° Colocar en el territorio conquistado colonias de
mitmas de guarnición. 6° Desterrar a buen número de pobladores ven-
cidos por diferentes lugares. 7° Instalar tucricuts. Y 8° Vigilarlos
mediante tucuiricuts (espías).

Y sobre todo eso, la elite cusqueña se propuso y consiguió forjar
todo un aparato propagandístico y una ~ historia" en la que autoapare-
cían como el pueblo organizador del mundo andino, gracias a cuya
sabiduría lo sacaron del caos. Según su ideología, por lo tanto, fuera
de su área de influencia sólo funcionaba el desorden, la barbarie, el
salvajismo. La etnia Inca y el sapainca principalmente se autopresenta-

ban como los integradores del orden cósmico. Claro que reconocían a
las jefaturas tradicionales de cada región y curacazgo, pero superpo-
niéndose a ellas como cúspide de una pirámide de mandos, en cuya
base permanecía el ayllu. Así configuraron un repertorio de autoridades
de abajo hacia arriba, siempre robusteciéndolo a favor de la etnia Inca.

La clase dominante y dirigente tahuantinsuyana actuaba en medio
de una indiscutible conducta paternalista, con la finalidad de adorme-
cer todo germen de descontento que hubiera podido dar vida a un
eventual movimiento subversivo. Esa estrategia insensibilizadora se
llama hoy rec/istribución. dones y regalos practicados única y exclusiva-
mente para mantener vigentes los intereses del poder, contentando y
domesticando a los mitayos y caciques con el objetivo de garantizar la
reproducción de la economía estatal. De aquella forma, ayllus y caci-
ques quedaban al servicio de la economía del Estado y de las clases
dirigentes. No hay duda: los incas supieron dominar y al mismo
tiempo dirigir su país. Su táctica consistió en repartir productos agríco-
las, vestidos, telas, vellones de lana, alhajas, adornos y otros frutos y
artefactos que tenían acumulados en sus depósitos gracias al trabajo de
miles de mitayos en tierras, pastizales, minas y talleres del Estado. La
redistribución, efectivamente, fue el arma magistral aplicada con el
objetivo de que las obligaciones de los mitayos, curacas, guerreros y
demás funcionarios v servidore.s fueran fielmente cumplidas. De ahí
que las redistribuciones sólo funcionaran en bien de quienes trabajaban
a favor del poder. Consecuentemente, la referida redistribución no era
una bondad ni generosa dadivosidad de los señores poderosos, sino el
pago y precio para que la energía humana de los ayllus no se inte-
rrumpiera, única manera de obtener los excedentes que necesitaban
para hacer frente a tantas necesidades, como la de mantencr a miles
de guerreros y administradores. La redistribución, sin embargo, tam-
poco fue una invención de los incas, sino una reproducción amplifi-
cada de lo que ya venía funcionando en las jefaturas locales y regiona-
les desde siglos atrás.

Cuando llegaron los españoles, el Estado imperial había ya alcan-
zado sus límites definitivos. No quedaba nada que conquistar por nin-
guno de los puntos cardinales del mundo que conocían, por cuanto las
etnias tribales, ubicadas más allá de sus fronteras establecidas, no les
sugestionaban debido a su incapacidad para generar rentas del Estado
imperial. De todas maneras se había extendido mucho por norte y sur,
y en un tiempo demasiado rápido. Pero el extremo septentrional, por
lo que se sabe, resultó el más problemático para dominar y controlar,
motivando la necesidad de contrarrestarlas con guarniciones y colonias
de mitmas incas, con excesivos privilegios, tan análogos a los de la
etnia Inca residente en el Cusco. Lo que iba a originar una oposición
entre el Cusco y esos lejanísimos focos periféricos de control, es decir,
entre la capital y Quito-Carangue, cuyo corolario fue la guerra civil ini-
ciada por Atahualpa contra Huáscar, el legítimo sapainca.

La naturaleza del Estado

Esta formación económico-social constituía un Estado imperial multi-
nacional. Se componía de una multiplicidad de nacionalidades, a las
que algunos etnohistoriadores prefieren llamarlas ~grupos étnicos~, sin
que tal hecho configure una singularidad en la historia universal, ya
que el imperio de Alejandro, el de Roma, el de Gengiskán y otros
pasaron por la misma experiencia. En el Tahuantinsuyo algunas nacio-
nalidades fueron famosas, tales como la Lupaca, Caranga, Cañar,
Chanca, Chincha, Ishmay, Huanca, Caxamarca, Chachapoya, Chimor,
Caranque, etc. Cada una conformando pequeños Estados tipo reinc)s,
con estructuras y superestructuras internas que no sufrían modificacio-
nes desde hacía centenares de años, por cuanto en su interior seguían
vigentes las comunidades o ayllus con tierras colectivas, pero con líde-
res o autoridades y divididos en clases, a cuyas lenguas y culturas el
Estado imperial guardaba gran respeto.

¿Qué es lo que determinó el conservadurismo de las estructuras
económico-sociales a partir del Horizonte Medio? ¿La falta de herra-
mientas y de alta tecnología? ¿O la abundante mano de obra, que
habría hecho innecesaria la creación e invención de nuevos mecanis-
mos de trabajo, sustitutorios de la energía humana? La verdad es que
ello dio como fruto una inmovilidad económica, social y política que
consterna. Sobre esa base fue configurado el Estado soberano del
Tahuantinsuyo.

El imperio se dejaba sentir en los ayllus y reyes de las nacionalida-
des incorporadas a su extenso territorio por medio de gobernadores
(tucricuts), de espías, guarniciones, visitadores y de grupos de mitmas
con diversas finalidades. Pero todos con la meta final de vigilar el tra-
bajo por turnos y debidamente retribuido llevado a efecto por los
runas de los ayllus para producir rentas al Estado imperial.

Luego, para determinar la naturaleza de la referida formación eco-
nómico-social hav que recordar cumplidamente los siguientes aspectos

kl Ik tad<). .~ociedad ~ icl~Jlogía

trascendentales, ya indicados páginas atrá.s: las formas de tenencia o
propiedad de los medios de producción. y 2" las formas de trabajo.
Ellas proporcionaron las pautas para señalar sus clases sociales, lo que
nos permitió fijar si hubo o no esc~ os y siervos. IJnicamente tal aná-
lisis da acceso al descuhrillliento del carácter de la sociedad inca.

Pero antes de continuar es aconsejable esclarecer que estoy refirién-
dome exclusivamente a las áreas serran.l v costa .sur. ~To sc toca por
ahora, la costa central y norteña~ ya que por allí el desarrollo ec onó-
mico-social era diferente, tan di.stinto que merece un tratamiento por
separado .

En fin por lo demás. el de los incas configuró un fidedigno Estado
imperial, con una superestructura que re~1ejaba muy bien sus bases
estructurales económicas y sociales que brevemente han sido compen-
diadas en el presente ensayo. Poseía todo un andamiaje político v
administrativo perfecto y un ejército profesional (como se ha podidó
demostrar últimamente con el hallazgo y publicación del Memc~rial de
Charcas de 1582), una planificación admirable de llactas o asentamien-
tos estatales, un sistema jurídico v carcelario minucioso y una ideología
religiosa y filosófica sofistica¿ia que nada tiene de menos frente a las
arcaicas monarquías del Viejo Ml.lndo. sobre todo ante las orientales.

Por eso muchos se preguntan: ¿q~le tipo dc sociedad fuc- la andina
y especialmente la Inca? Y aquí cs donde ha surgido uno de los más
expectantes y tensos debates. en el que han intervenido antropólogos,
arqueólogos, economista.s. historiaclores y políticos progresistas y de
izquierda. Para ello ha sido y es necesario llevar a cabo una serie de
pasos preliminares, así por ejemplo: 1" Identificar el número y natura-
leza de los distintos modos de proclucción que .se hallaban comhinados
en la sociedad. 2~ ~econoccr los diver.sos elementos de su superestruc-
tura (organización del espacio. por ejemplo). 3~ Descubrir y definir el
modo de producción prcdolninante. el que manejaba y controlaba a
los otros integrándolos a su mecanismo. Y 4° definiendo los fenóme-
nos de cada elemento cle la superestr-lct-lra. sea cual fuere SU origen,
según cómo se articulan los modos de proclucción. Al concluir, unos
han opinado que fue un comunismo agrario: otros. un socialismo tota-
litario. Un tercer sector de autores piensa que se trata de un escla-
vismo patriarcal, y otros piensan que tal v ez pudo ser un feudalismo
temprano. Y, por fin, un quinto grupo de estudiosos la encajan dentro
de los moldes del moc10 de proc/llCCió)l con?~ al-t1ihuta)io~ provisional-
mente conocido como moclc) cle proclllccion asiático. ~o faltando quie-
nes propugnan que conformó un sistema sui £~eneris único. o sin~ular.

    Que DEUS dê vida longa aos meus inimigos e invejosos para que aplaudam em pé a minha vitória
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